Qué es la economía social y cómo se gestó

June 19, 2017 | Autor: Mario Rechy Montiel | Categoría: Historia Economica, Cooperativismo, Teoria Econômica, Economía Social
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Descripción

La economía social en el Siglo XXI Mario Rechy Copyright 2013. Derechos reservados. Se prohíbe la reproducción de este libro sin autorización del autor. Se autoriza la cita de su contenido citando la fuente. [email protected]

Índice

Prólogo (pendiente ).

I El cooperativismo, su origen y su proyección en el siglo actual II La cooperación política en el Siglo actual III Macroeconomía de la solidaridad IV Qué es la economía y qué debería ser V Por una economía sin presupuesto para un desarrollo sin destrucción VI Reconsideración del Desarrollo VII El hombre y los recursos naturales VIII Cambios en la teoría del Desarrollo

Contraportada

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Contraportada Este es un libro que confronta y razona a contracorriente. Que confronta el pensamiento del día sobre lo que son el Estado, la economía, la sociedad y el hombre. Es también un texto enormemente propositivo y refrescante. Propone una noción de la ciencia social que la concibe como un ejercicio interdisciplinario que se despliega de manera unitaria persiguiendo un objetivo liberador. Refrescante porque contiene una exaltación de valores y principios que postula como connaturales a los seres humanos. De hecho restituye la ética y la moral como parte de la ciencia social. Como libro singular y profundamente original colinda con la utopía, y por lo tanto está destinado o a conmover la consciencia de la generación actual y a convertirse en un texto de referencia, o a pasar desapercibido en medio de un pensamiento generalizado que precísamente rechaza y llama a dejar atrás. Todo texto subversivo como éste enfrenta tres escenarios. Algunos textos del mismo carácter, como El horror económico de Vivián Forrester, consiguen los suficientes lectores para ser parte de una reconsideración de las políticas vigentes y contribuyen a alimentar movimientos sociales, como los ocupas. Otros, como los textos de Chayanov o Kolontay, son desdeñados en sus días y encuentran sus lectores muchos años adelante. Y la razón es que se anticiparon y sólo mucho tiempo más tarde tuvieron vigencia. Los terceros son textos que parecen anunciar el cambio o el viraje que algunos esperaban, pero que no llegan a encontrar el eco o las condiciones para su concreción, y entonces solo se conservan como testimonio de algo que pudo ser, pero que nunca tuvo los protagonistas capaces de cumplirlo. Tal fue el caso de la Carta Manifiesto que dirigieron Jacek Kuron y Karol Modzelewski al Partido Obrero Unificado Polaco en los años sesenta. Para algunos ese documento constituía un Nuevo Manifiesto Comunista. Pero no tuvo suficientes fedatarios o masas detrás de él, porque el proceso fue manipulado por la iglesia católica. Su propuesta quedó como testimonio del socialismo de rostro humano que no pudo ser, que pocos decidieron adoptar. Aunque en su momento fue una propuesta posible, un escenario dentro de las posibilidades sociales. En todo caso, este libro, del que no sabemos hoy su destino, constituye un testimonio de alguien que trató primero de cambiar el mundo con las armas en la mano, y que después de pasar cerca de seis años preso por sus acciones subversivas, optó por la reflexión y el trabajo de organización cooperativa para diseñar esta utopía y empeñarse en ella. El primer texto es el más teórico y difícil. Si el lector es impaciente debe saltárselo y proseguir con los demás. Al terminar el libro acaso vuelva al primero.

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Capítulo I El cooperativismo, un repaso sobre sus fundamentos y sus orígenes Mario Rechy Montiel Conferencia magistral 2012

Voy a hablar hoy en día de la forma de vida y de trabajo que abarca ya a la mitad de la humanidad. Y empiezo con esta frase porque, a pesar de la importancia que tiene el que la mitad de los seres humanos dependan de esa forma de vida, no existen registros o cifras convencionales que nos ilustren sobre la dimensión, cobertura e importancia económica del cooperativismo. Sabemos que más de un tercio de las personas que viven en el mundo dependen de alguien que trabaja en una cooperativa1, pero muchas de éstas cooperativas están registradas en la estadística mundial como empresas, pequeñas o micro empresas, o como cualquier cosa que indica la numerología convencional. Y por ello no es visible la extensión y la importancia del cooperativismo. En nuestro país se presenta este fenómeno de una manera aun más aguda. La Secretaría de Hacienda ha calculado, recientemente, que el ahorro de los cooperativistas sobrepasa aquí los 77,000 millones de pesos. Y sin embargo, si vemos en la cifras del Producto Interno Bruto que consigna el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, aparece todo, menos las cooperativas. El gobierno se contradice. Pero no es por casualidad. Es que en la mente de quienes diseñan las estadísticas de este país, las cooperativas son un fenómeno marginal y por lo mismo no pueden merecer un registro especial o específico. Este fenómeno ocurre también en el terreno de la ciencia política. No hay registro de esta forma de vida. ¿Y saben ustedes por qué? Por una razón muy importante y muy sencilla: porque las cooperativas no se plantean ni desplazar otras economías a través de la competencia, ni perseguir el gobierno de ninguna sociedad ni país alguno. Y tampoco han establecido una República en ningún momento de lo que se llama la época contemporánea. Por lo que están a su vez excluidas del registro de la evolución universal. Más que una paradoja esto es una confirmación de que todo lo que se difunde, toda la visión que se inculca o inocula en los ciudadanos del mundo, forma parte de una ideología dominante, forma parte de un pensamiento que responde a intereses y al dominio político. Otra cosa sería mostrar cómo detrás de ese panorama oficial subyace una realidad social diferente. Decir, por ejemplo, que Canadá es un país en donde predomina la forma cooperativa de la economía suena cuando menos aventurado. O que han existido países en donde la autogestión de las empresas ha sido la tónica general, parece fantasía, pero así lo fue durante la historia de una nación hoy desaparecida que se llamó Yugoeslavia. No es el caso demostrar ahora 1

Según la Asociación Cooperativista Internacional en sus más recientes documentos. También lo confirman los documentos de la Organización Internacional del Trabajo, organismo de Naciones Unidas. Los jefes de familia que trabajan en cooperativas sobrepasan los mil millones de personas.

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cuánta extensión o cuánto significan las cooperativas en empleo o en la producción de bienes básicos. Simplemente me siento obligado a mencionarlo. Las cooperativas no forman parte de los esquemas aceptados de la economía. No están presentes en los libros de texto. Y deberían estar entre los temas fundamentales de todas las carreras sociales que se imparten en la actualidad en el mundo, dada su importancia, y por las razones que hoy les voy a platicar. Sostienen los teóricos de la organización social las explicaciones más diversas sobre lo que ha gestado las formas de la producción económica. También los historiadores han ofrecido explicaciones distintas. Y entre todos pareciera no haber acuerdo. Aunque es claro que cada corriente cree tener la explicación correcta. Quiero empezar por estos puntos de extraña omisión y discrepancia entre los científicos sociales y quienes llevan registro y cuenta de las actividades económicas, porque además del vacío estadístico, unos alegan que las formas de organización económica son resultado de la evolución histórica; otros explican la difusión de algunas formas de trabajo en función de lo que han llamado el modo de producción. Y también encontramos corrientes que además de establecer una secuencia obligada en la sucesión de las formas de trabajo y asociación económica, agregan factores o elementos de la identidad de los pueblos, es decir, factores extraeconómicos. Hasta no hace mucho tiempo hubo cierto consenso o aquiescencia en aceptar que la sociedad tiene su antecedente más remoto en algo así como las formas primitivas de organización, en las que no existía el estado, y mucho o casi todo se cumplía de manera grupal. Incluso se habla de comunismo primitivo, como un estadio de igualdad en la pobreza o la escasez. En la Historia documental del Anarquismo, que es probablemente la obra más extensa que rastrea sobre los orígenes de las economías solidarias, Robert Graham comienza diciendo en el Prólogo que “por decenas de miles de años los seres humanos vivieron en sociedades sin instituciones políticas formales, esto es, sin autoridad constituida alguna”. Graham da a entender que a pesar de no haber tenido lo que conocemos como estado, estas sociedades tenían organización; y al decir esto nos explica que el Estado, como lo conocemos, no es consustancial a la organización económica sino a los intereses de dominio que cubren solamente una parte de la historia universal. Pero afirmaciones semejantes nos las vamos a encontrar en prácticamente todos los representantes de las escuelas históricas o historiadores de la economía de periodos largos, desde Vere Gordon Childe y hasta Ernest Mandel. Los economistas que se ocupan de la producción del momento o de un lapso corto de varias décadas no registran la actividad solidaria o cooperativa.

I El cooperativismo es la opción política, social e histórica para este siglo. Agradezco de entrada a mis alumnos y a mis colegas universitarios que me den una nueva oportunidad para exponer mis reflexiones más recientes. Agradezco también la presencia de colegas con los que vengo dialogando hace muchos, muchos años, en especial la de Armando

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Bartra, quien de alguna manera fue de mis maestros, hace más de cuatro décadas, cuando empezaba a aprender la historia. La mayor parte de mis intervenciones en los últimos diez años ha versado siempre sobre las razones económicas que le otorgan o confieren superioridad a las cooperativas sobre los organismos o empresas privados o estatales. Hoy rompo esa costumbre y hablaré sobre la superioridad política, que no las ventajas, pues son dos cosas diferentes. Y lo hago porque he participado de una reciente experiencia que me ha dado enorme luz acerca de las ventajas y virtudes del cooperativismo sobre los partidos y, en particular, sobre la visión marxista del mundo. Este texto es, en este caso, no solamente una extensión de mis planteamientos, es una parte nueva, un aspecto poco tratado antes y, en algunos sentidos, nunca antes abordado. Quiero comenzar con una frase temeraria: el papel conductor y hegemónico de los partidos y las formas partidarias de participación política agotaron su papel en el mundo actual, y vivimos en la decadencia de las formas y las concepciones políticas del Siglo XX. O dicho en términos formales: los paradigmas bajo los cuales se ha ejercido la política durante los últimos siglos ya no sirven a la sociedad, y es necesario cambiarlos. ¿Cómo pienso que se debe entender esto? Seré claro y preciso, pero para poder serlo habrá, como siempre, que hacer un rodeo. Para quienes no me han escuchado antes introduciré una aclaración: Entender algo, o aproximarse a la naturaleza o características centrales de una cosa implica, muchas veces, contextuarla, ver su génesis, abordarla desde diversos puntos de vista, y solamente luego poner sobre la mesa el enfoque particular que uno tiene sobre ella, que con tales antecedentes se vuelve explícito y comprensible, pues de otra manera puede sonar simplemente provocador o mera ocurrencia. Si por ejemplo les dijera de entrada: LA SUPERIORIDAD DEL COOPERATIVISMO RADICA EN QUE SU FUNDAMENTO ÚLTIMO ES LA SOLIDARIDAD, Y EN EL MUNDO CONTEMPORANEO ESE ES EL UNICO PRINCIPIO QUE PERMITIRÁ CONSTRUIR UNA NUEVA SOCIEDAD. Algunos dirán que suena religioso, pues escuchar solidaridad como principio básico parece más de acuerdo con los franciscanos o los jesuitas, que con los sociólogos o los izquierdistas. Otros podrían decir que suena salinista, pues sólo a este gran desgraciado se le ocurrió tomar la palabra para embarrarla en los programas corporativos de su administración. Y unos terceros brincarán todavía más pronto, disgustados ante una propuesta que no cita la lucha de clases, y que ellos consideran el motor último de la historia. En boca de un predicador religioso, en efecto hablar de solidaridad nos remitiría a muchas encíclicas o a algunos pasajes de la Biblia. En boca de un priísta de los ochentas sin duda estaría aludiendo a lo que intentó actualizar el discurso del sistema político mexicano. Y en boca de un político del sistema nos hará pensar que pueda tratarse de un interés diversionista, dirían algunos, que elude cambios radicales y revolucionarios. Y lo podríamos interpretar de primera intención así cuando estamos acostumbrados a situar todas las propuestas y reflexiones en un referente teórico

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donde los postulados marxistas acomodan las cosas o las tamizan y desechan. Desechan cuando no coinciden con lo que esos postulados plantean. Pero precisamente de eso se trata. Vengo a contarles a ustedes que los paradigmas marxistas sobre el cambio histórico y sobre la organización política corresponden a una realidad que ha cambiado. Y lo digo en serio. Pero tengo que subrayar que la frase o afirmación de que los paradigmas de la participación política son hoy otros, no se origina en una visión religiosa, no lo dice alguien que haya formado en las filas del sistema político o que sea ajeno a la lucha social por un cambio radical. Y para quienes no me conozcan recordaré que milito en la izquierda hace 45 años, he sido cofundador o impulsor de todas las organizaciones partidarias de la izquierda en este lapso, he participado en los grupos radicales y violentos, he sido preso político, perseguido político y apestado político. Y precisamente por esa experiencia, y a través de ella, es que he ido extrayendo las conclusiones que hoy les expondré. Lo expondré en palabras llanas, aunque lo he estado escribiendo en un largo texto sociopolítico, como muchos otros que ustedes ya conocen de mi autoría. Esta conferencia sería entonces la primera versión de carácter breve y para divulgación que se redacta. Comencemos:

II El principio de solidaridad es la causa principal de hominización. Antes de explicar que la teoría de los contrarios puede tener no una, sino dos interpretaciones, y antes también de describir los límites del planteamiento del materialismo histórico sobre causas económicas últimas, me permitiré explicar en dónde y cómo se origina la solidaridad. En los textos periodísticos se comienza dando la noticia de entrada, para comentar luego los detalles o dar las explicaciones. Y nuestra sociedad actual ha adquirido una impaciencia periodística. Todo mundo está acostumbrado a que le tiren la respuesta de manera directa y sin rodeos. Pero en ciencia no se puede proceder de esa manera, a riesgo de provocar rechazo. En el mejor de los casos lo que se puede es adelantar las hipótesis y luego ofrecer las demostraciones. En ofrenda al espíritu impaciente adelantaré las tesis que enseguida me ocuparé de sustentar, pero luego tendré que explicar el origen del solidarismo, pues sin comprender su génesis difícilmente podría entenderse su actualidad y su papel como fundamento de la nueva condición de la política. La primera tesis, es que en la sociedad, como en todas las cosas, existen dos tendencias entre los opuestos, la de lucha y la de unidad. El marxismo se ha ocupado de uno de estos dos aspectos; el de la lucha, pero ha desdeñado el de la unidad de los opuestos dadas las condiciones históricas en que surgió, y por haberse tratado de una filosofía que reivindicaba a los oprimidos y explotados. Sin embargo, como ya lo hizo ver Adrián Nagy hace treinta años, la otra fuerza, la de la unidad de

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los contrarios, es de carácter más permanente, y en otras circunstancias concretas prevalece sobre la lucha. La segunda tesis, es que el planteamiento de infra y supraestructura invalida la conducción de proyectos económicos que se originan en planteamientos morales y éticos, pero la economía cooperativa se funda, precisamente, en principios y valores, antes que en cuestiones o consideraciones sobre la infraestructura. Y esto por dos razones, en primer término porque no parte de la economía de un país o una economía, sino de una unidad económica; y en segundo lugar, porque la experiencia histórica le ha confirmado en su justeza sobre la posibilidad de construir una nueva economía no desde el poder o la escala nacional, sino desde la sociedad, los ciudadanos, y la escala local. Todo lo demás que agregaré sobre la base de estas dos tesis es, de alguna manera, su desarrollo natural. Ahora me ocuparé de la génesis del solidarismo. Muchos de ustedes habrán de haber leído el famoso texto sobre el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, donde nuestro maestro Federico Engels fundamenta cómo la oposición del pulgar desarrolló ciertas partes del cerebro que son necesarias para las funciones propiamente humanas. Otros investigadores, tanto biólogos como antropólogos, explicaron después que se requirió un proceso de selección natural para que los primates desarrolláramos los lóbulos cerebelo temporales donde se guarda el sentido moral y ético de las cosas, y el hombre creara sistemas de valores que predominaran sobre su más elemental conjunto de instintos. Y más tarde la investigación parecía encaminarse por otros derroteros. Sin embargo en los últimos años, los trabajos de Frans de Waal –etólogo y biólogo holandés—han demostrado que los primates no solamente viven en grupos, como sus antecesores ilustraron, sino que esa vida en común ha sido indispensable para sobrevivir ante otras especies, especialmente las predadoras, y ante condiciones del medio natural que exigían que los primates adoptaran formas colectivas de trabajo, de recolección, de cuidado o de defensa, sin las cuales no hubieran podido sobrevivir. Estos trabajos tuvieron un momento importante hace unos cuarenta años, cuando algunos antropólogos documentaron el lenguaje de los zambos amadríades y recogieron testimonio sobre cómo la defensa del grupo era realizada por una parte del mismo, mientras otra cuidaba de los críos, todo lo cual exigía una comunicación para expresar los estados de alerta, de necesidad alimenticia o de gozo. Estos antropólogos demostraron que los zambos tenían ya un lenguaje incipiente, y estaban desarrollando características que seguramente formaron parte de lo que nuestros antepasados paleoántropos habían adquirido. Pero hoy de Waal ha demostrado, para regocijo de la ciencia social, que los primates han desarrollado, a partir de la empatía y un proceso de conmiseración o comunidad, los principios de identificación, solidaridad y cooperación. Y al hacer esto destruye para siempre la idea de que fue la sociedad propiamente dicha la que impuso el llamado pacto social para hacer posible la convivencia. Su trabajo resulta determinante y fundamental, pues replantea una reinterpretación

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de la historia universal del hombre al mostrar que muchos de los grandes pensadores habían partido o se habían basado en una concepción equivocada. Esa concepción equivocada sostenía, en grandes líneas, que el hombre es malo o puramente representativo de instintos de conservación por naturaleza, y que se requería de la civilización para contener sus instintos más elementales y educarlo. Ahora sabemos que el hombre ha sido producto de algo que todavía hoy tienen los grandes simios, y que puede caracterizarse como solidaridad, conmiseración y sentido de lo colectivo. A partir de estas investigaciones se ha empezado a reorganizar el conocimiento sobre las sociedades antiguas o así llamadas primitivas, para descubrir que el primer régimen no es, como reza el Manifiesto Comunista, el de los esclavos y amos, sino el de las comunidades solidarias. Quedando el esclavismo como un periodo mucho más corto que el del comunitarismo, en lo que ha sido la larga historia de la sociedad humana. Y la investigación actual sobre las sociedades no occidentales, o no conformadas acorde con doctrinas occidentales –e incluyo en lo occidental al marxismo—, muestra la persistencia de regímenes colectivos o comunitarios estables desde hace siglos, donde los grupos humanos no solo han sobrevivido, sino han podido mantener y enriquecer una herencia cultural y espiritual. Y aquí en México tenemos muchos ejemplos, que por vivir con antiparras ideológicas hemos sido incapaces de mirar, aunque las tengamos enfrente: los zapotecos, los triques, los seris, y tantos otros.

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III La cooperación fue indispensable para el surgimiento de la sociedad humana. Hace cuarenta años, un autor homónimo de Kropotkin publicó El apoyo mutuo, en donde ofrecía incuestionables testimonios sobre los orígenes de una sociedad cooperativa, mostrando, como dice de Waal, que la evolución favorece a los animales que se ayudan entre sí, y al hacerlo obtienen beneficios a largo plazo más valiosos que los beneficios derivados de actuar por su cuenta y competir con los demás. Yo, en lo personal, sin ser antropólogo físico, reflexiono a este respecto extendiendo este punto a la vieja polémica sobre las probables causas de la extinción de los pitecantropus robustus, que físicamente parecían mejor dotados para resistir a los predadores, cuando en realidad fue una variante más pequeña y menos dotada en musculatura, la que pudo sobrevivir al periodo de las praderas y los predadores como los tigres de grandes colmillos. Es decir, que los pitecantropus gráciles pudieron sobrevivir precisamente como resultado de haber privilegiado la cooperación sobre sus capacidades personales e individuales de competencia. Dice de Waal que el origen evolutivo de esta tendencia no es un misterio, pues todas las especies que se sirven de la cooperación –desde los elefantes hasta los lobos y las personas-- muestran lealtad al grupo y tendencias de ayuda a los demás. Y estas tendencias se desarrollan en el contexto de una vida social muy unida en la que benefician a parientes y compañeros capaces de devolver un favor o una atención. Por eso podemos citar a instituciones como la mano vuelta, el Kula, el Tequio, el Potlach y tantos otros, como la expresión cultural de un hecho biológico, probado, demostrado y convertido en necesidad histórica. En otras palabras, han sido las sociedades capaces de establecer formas institucionales de ayuda mutua, solidaridad y bien común, las que representan, instituyen o mantienen continuidad, permanencia y estabilidad. Y han sido las sociedades de la competencia las que se destruyen unas a otras, las que se extinguen o las que desarrollan entre sus miembros tales condiciones de competencia y confrontación que terminan por caer en la decadencia para ser sustituidos por otros grupos sociales. La investigación sobre este punto tiene hoy ejemplos notables, probablemente los más ilustrativos sean los que recogen Wechkin, Wasserman y el mismo de Waal según los cuales los monos Rhesus se niegan a tirar de una cadena que les trae comida si con ello causan una descarga a un compañero, y los chimpancés sienten tal empatía y solidaridad, incluso hacia las otras especies, que se han documentado casos de ayuda entre simios y pájaros, como aquél del chimpancé que trataba de ayudar a volar a un ave lastimada. Luego entonces no es que hayamos devenido sociales, o que apenas con la aparición del socialismo utópico nos hayamos planteado un destino común; por el contrario, hoy sabemos que descendemos de ancestros altamente sociales, y que siempre hemos vivido y dependido del grupo, como dice de Waal, que los humanos empezamos siendo seres interdependientes, unidos y desiguales para quienes la vida en grupo no era una opción sino una estrategia de supervivencia, clasificándose a nuestra especie como obligatoriamente gregaria.

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IV Antes de alcanzar el estatus de seres humanos tuvimos que alcanzar el de seres cooperativos y solidarios No hemos nacido para ser solitarios, ni para competir. Nuestra especie ha nacido para ser solidaria y para prestarse ayuda mutua. Quienes plantean lo contrario, o defienden doctrinas opuestas a este axioma o postulado histórico, representan a las culturas en proceso de desaparición, o en decadencia. Una teoría reciente sostiene que la aversión a la desigualdad puede explicar la cooperación humana dentro de los límites del modelo de elección racional. De forma parecida, nos comenta de Waal, las especies cooperativas no humanas parecen guiarse por una serie de expectativas relativas al resultado de la cooperación y el acceso a los recursos. En su más reciente obra, este autor que no nos cansaremos de citar y comentar, nos recuerda que ciertamente la primera forma de lealtad de los individuos se tiene hacia su familia, es decir hacia su pareja o compañías sexuales y su prole, pero que al aumentar el nivel de interacción social se desarrolla la cooperación y la solidaridad no ligada al parentesco, y que de hecho el paso más importante en la evolución de la moralidad humana fue la transición desde las relaciones interpersonales hacia un enfoque sobre el bien común. Todos los investigadores serios que se han basado en la observación directa o en testimonios de primera mano documentan la existencia de culturas y sociedades en donde la cooperación es la forma básica fundamental de trabajo y vinculación. Desde Ernest Mandel y hasta el premio nobel del año 2009 en Economía dicen e ilustran lo mismo. Claro está que en una sociedad tan manipulada por los medios masivos, se escucha de Friedman o de Hungtington pero no de Elinor Ostrom 2 o de Schumacher. En otra corriente de pensamiento, distinta a la que venimos tomando como hilo de exposición, y en la que participa una pensadora mexicana de nombre Ana Hirsch Adler --que ha estudiado la identidad del mexicano a partir de una investigación estadístico empírica muy minuciosa--, se sostiene que este pueblo al que pertenecemos se caracteriza por una fuerte tendencia a privilegiar el interés colectivo, siendo una minoría la que se vale del poder para buscar beneficio propio. Ana Hirsch, investigadora del Colegio de México, demuestra, indirectamente, muchos de los postulados que desde una perspectiva etológica correspondiente a la Antropología, vienen extrayendo de la investigación con primates y sociedades no occidentales en otras partes.

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Elinor Ostrom explica entre otras cosas que la comunidad de los actores es a menudo capaz de mantener durante largos periodos los recursos naturales, sin intervención externa; y que además existen muchas combinaciones entre lo publico y lo privado, en particular en lo que comprende la autoorganización y el autogobierno por parte de los mismos usuarios del recurso común (“communities of actors are sometimes able to maintain a common resource for long periods of time without outside intervention, and that there are many different viable mixtures between public and private, in particular self-organization and selfgovernance by the users of the common property resource”)

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V La mayor parte de la historia del hombre se ha caracterizado por la solidaridad y la ayuda mutua. Es decir la mayor parte de los últimos diez mil años. Dice Ernest Mandel dice en su Tratado de Economía que en tanto la producción fue escasa –y ese periodo cubrió miles de años—y apenas alcanzaba para que los grupos humanos satisficieran sus necesidades de sobrevivencia, los mismos grupos humanos impidieron que cualquier institución o persona concentrara o apartara una porción de la riqueza para nuevos fines.3 Precisamente hablando de la acción de cooperar, dice este autor que “la sociedad se funda en la organización cooperativa del trabajo, (porque) la comunidad necesita del trabajo de todos y cada uno de sus miembros. No produce todavía un sobreproducto suficiente para que pueda convertirse en propiedad privada, sin poner en peligro la supervivencia de toda la sociedad. Los usos y el código de honor de la tribu se oponen a toda acumulación individual que rebase una medida media. Las diferencias en capacidad productiva individual no se reflejan en la distribución. La capacidad, como tal, no da derecho al producto del trabajo individual; incluso constituye una trabajo más asiduo…” Bueno, es la perspectiva de un economista que ha estudiado muchos siglos de economía. La visión de los antropólogos suele ser aún más rica y abarcadora, como veremos enseguida. Se ha aceptado también que a esa forma rudimentaria de sociedad y economía “primitiva” le sucedió el esclavismo, característico por la propiedad de unos seres humanos por otros. Visto con mayor detalle, encontramos que algunos antropólogos y arqueólogos hablan de vías alternas en la sucesión de las formas de organización social, tales como el despotismo oriental, del que primero habló un exponente académico de apellido Wittvogel4, o de las sociedades hidráulicas, como las que describió Ángel Palerm5 refiriéndose a la América Precolombina. A la sociedad esclavista, o al modo de producción asiático sucedió, sin embargo, según la mayoría de los especialistas, una forma denominada feudalismo --que desde luego tuvo sus diferencias entre las sociedades de Asia y las sociedades de Europa. En el caso de México fue el régimen de la encomienda y luego el de la Hacienda porfirista, que sería una forma de organización con rasgos comunes con lo que se vivió en el viejo mundo6. Más recientemente, los investigadores hablan del mercantilismo y de su hijo directo: el régimen de producción capitalista. No me voy a desviar tampoco contándoles luego sobre las distintas versiones que existen acerca de la evolución del régimen capitalista, o de las relaciones que ha establecido con la economía local en cada lugar y en cada continente. Quede simplemente dicho que para todos los estudiosos de la evolución social y de las formas de organización económica, estamos en un mercado mundial

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Editorial ERA México 1972, Tomo I pág 29 y 30. Karl Wittvogel, Despotismo Oriental. 5 Ángel Palerm, Las sociedades hidráulicas, 6 Véase por ejemplo Enrique Florescano… o Enrique Semo… 4

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dominado por el capitalismo, en el que existe el monopolio como forma dominante, y bajo el cual todo responde a su lógica o interés. Esta visión, sin embargo, que para algunos desembocaba necesariamente en el Socialismo de inspiración marxista, flaquea frente a hechos importantes de la historia universal que no parecen verificar o comprobar el esquema, las líneas de sucesión o las secuencias. Es decir, que por más que se ha insistido en que existe una especie de línea de continuidad obligada, o una evolución natural de la economía, ello es bastante un esquema académico, un resultado ideológico y bastante menos una evidencia empírica. Me he propuesto describir este problema, aparentemente libresco o puramente teórico, porque el régimen cooperativo no parece haber sido considerado por ninguna corriente como una etapa posible en la historia del mundo. En las Historias de las Doctrinas Económicas se habla de todo, ya dije antes, menos de Cooperativismo7. Tampoco se le cita en los manuales de Teoría o Ideología Política8. Y en las antologías sobre pensadores sociales sólo encontramos referencias cruzadas; como aquellas que incluyen a Proudhon, a Owen, Fourier o algún otro utopista que fue un antecedente de, o tuvo que ver indirectamente con, el cooperativismo. Probablemente sea una excepción el libro de Andrew Heywood, que contiene un apartado sobre la cooperación. 9 Es digno de notarse entonces que la doctrina que más se ha difundido hasta la fecha, según las cifras con las que comencé esta exposición, que prácticamente abarca o comprende a la mitad del género humano, y que es la única que mantiene una continuidad en su desarrollo, cruzando las fronteras de todos los países y de todos los regímenes socioeconómicos durante los últimos ciento sesenta años, no se le conceda estatus teórico, importancia ideológica ni comparación política. Aun así, es necesario recordar que el Cooperativismo no aparece al margen o fuera de estas polémicas o luchas entre doctrinas o propuestas, sino precisamente enraizado en toda esa discusión y frente a las corrientes que reclamaron, desde entonces, ser mucho más “científicas” o mucho más fundamentadas. Desde luego que quienes estamos involucrados en esta forma de vida y de trabajo tenemos una explicación para esta paradoja. Pero mas que extenderme en referirles a ustedes tal explicación, me siento tentado a conducirlos por un repaso desde los días en que esta doctrina comenzó su historia formal.

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No solo hemos buscado en autores clásicos como Eric Roll, Shumpeter y Marc Blaug, también en autores recientes como David Kennett, que tiene uno de los mejores manuales de economía comparada, Volveremos alguna vez sobre este autor. 8 No aparece en autores de otros tiempos como Gastón Bouthoui y Manuel Ortuño, que compilaron la extensa Antología de las ideas políticas, hace medio siglo (Dos gruesos volúmenes); ni en la Antología del pensamiento político de Alfonso Francisco Ramírez, cinco veces diputado en el Congreso Mexicano y expresidente de la Academia Mexicana de Derecho Político, Trillas 1971, (Tres gruesos volúmenes.) 9 Political ideologies, an Introduction, third edition. Palgrave, Macmillan, Exeter and Rochdale, England. Printed in China 2003.

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VI El comienzo formal o en la edad moderna Los cooperativistas de hoy sitúan este comienzo en la Inglaterra de la Revolución Industrial, seguramente porque ahí surgió la primera organización que de manera explícita se denominó de esa manera, y porque casi toda la experiencia posterior considera como referente suyo a esos pioneros de la localidad de Rochdale. Sin embargo, siendo más cuidadoso y mirando con mayor amplitud, vemos algunos ejemplos cooperativos en etapas anteriores de la historia universal, y en muchos más lugares de lo que los mismos cooperativistas han admitido. Les mencionaré algunos casos para justificar la idea que tengo de un origen más remoto y múltiple, para volver luego sobre los aspectos de la historia cultural que para algunos antropólogos es fundamental. Debo subrayar que no vamos a encontrarnos en los ejemplos más viejos o antiguos la forma cooperativa tal y como hoy existe. Pero lo que sí podemos decir es que en los ejemplos que vamos a mencionar existían varios rasgos característicos, que son comunes a los organismos hoy existentes. Estas características en común que destacaré son los siguientes: propiedad del grupo, aportación económica de todos, ayuda mutua o solidaria entre sus miembros, preeminencia del bien común sobre el lucro, gestión democrática y presencia de valores éticos y principios doctrinarios. En la medida que estas formas de trabajo y organización tuvieron carácter general en ciertos periodos o sociedades, algunos historiadores los califican --siguiendo el procedimiento de asociación o símil-- como regímenes socialistas. En la medida que tales ejemplos hayan tenido un componente estatal estaremos de acuerdo en caracterizarlos así, como sería el caso del régimen azteca, en el que la forma de trabajo de la tierra tenía elementos de colectivismo (Calpulli), pero la organización económica de la sociedad en su conjunto estaba a cargo y bajo responsabilidad del estado. Para algunos estudiosos se trató en este caso de una sociedad hidráulica, teocrática –dado que el poder religioso y el poder político descansaban en una misma elite- ciertamente con rasgos socialistas en la producción y la distribución, y sin que dejara de existir en forma paralela el régimen tributario al que eran sometidos los pueblos vecinos. Pero así como encontramos que algunas sociedades pueden ser caracterizadas como ejemplos de algún antiguo socialismo interno, encontramos también casos en los que los aspectos colectivos no aparecen junto con un Estado o con un poder político central sino, en todo caso, con una instancia de coordinación. Hecho que hace gran diferencia. Estos ejemplos son los que caracterizaríamos como antecedentes claros de cooperativismo que, como ustedes verán enseguida, comprenden etapas importantes de la historia de lo que hoy son los países del mundo, y que antes no se habían constituido en Naciones propiamente dichas. Para empezar con modelos cercanos, citaremos la experiencia organizada por los jesuitas en las inmediaciones del río Uruguay, donde más de cien mil lugareños participaron, según se refiere, voluntariamente, en una experiencia autogestiva que se inició hacia 1620 y que floreció hasta 1750 cuando fue suprimida por los colonialistas que veían en la experiencia religioso indígena una amenaza para sus intereses. En ese caso, se establecieron principios de autoabasto, oficios y

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formas solidarias de trabajo que le permitieron a la sociedad reducir las jornadas de trabajo a ocho horas, anticipándose varios siglos a lo que hoy tenemos como jornada laboral; pero en donde además se instituyeron prácticas recreativas, de deportes y de artes, entre las cuales destacaron la música de enormes coros --como no ha vuelto a conocer el mundo--, y las orquestas que asimilaron la música europea y produjeron también cosas originales. Los sacerdotes o curas jugaron el papel de maestros, médicos y jueces de un derecho en el que no existía la pena capital.10 El sociólogo Duverger, comentando este episodio histórico, hizo una afirmación interesante: “este fue el periodo socialista más prolongado en la historia de la humanidad”. Y aunque no estoy seguro de que debamos hablar de socialismo, sino de sociedad comunitaria, es cierto lo de su prolongada existencia, pues la URSS duró menos de ochenta años, y la sociedad que acabamos de referir duró 130 años, aunque habría que insistir también en que ahí no hubo estado, sino en todo caso una organización de status. Engels decía que la diferencia entre ambas es que en el status se sustituye el gobierno sobre los hombres por la administración de las cosas. Cuando los colonialistas decidieron acabar con la utopía de los indígenas y jesuitas en Sudamérica, tuvieron que enfrentar la resistencia más feroz que jamás habían encontrado en batalla anterior alguna. Pero todos fueron aniquilados. Un poco a la manera como se relata en la conocida película La Misión. En México tenemos otro caso semejante, como nos lo relatan tanto Evelyn Hu Dehart --una historiadora chino-norteamericana, que se caracteriza por ser una especialista que trasciende la visión unicultural por su conocimiento de las lenguas11 y su investigación de campo--, como los historiadores del Colegio de Sonora que alcanzan a ver todavía más lejos: “La siguiente rebelión interétnica –dicen ellos hablando del norte de México y refiriéndose a las muchas que ocurrieron hacia el final del periodo jesuita-- es la ocurrida en 1690 en ambas laderas de la Sierra Madre, que perdura en forma de guerra de guerrillas hasta 1697, y es más significativa por su mayor extensión territorial, étnica —pues se enumeran indios de más de siete naciones como participantes—y temporal (González Rodríguez 1993, 237–292). Posteriormente, sobreviene la ocupación de la estratégica serranía "el Cerro Prieto" —al norte de Guaymas y al sur del Pitic— por pimas bajos y seris en pie de guerra, que dura de 1726 a 1771 y de 1777 a 1784. La rebelión en la península de los pericués, guaycuras, callejúes y huchitíes en 1734 y 1735 incluyó la lapidación y muerte de dos misioneros, y la destrucción sistemática de símbolos cristianos como capillas, ornamentos y cruces (Del Río 1984, 207–222). (De 1690 a 1784 son 94 años de guerra de resistencia de las Repúblicas indígenas contra el dominio español diríamos nosotros, también un número de años mayor al que duró la Unión Soviética –Nota de M.R.).

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Véase por ejemplo cómo Will Durant aborda este punto en el tomo final de su monumental Historia de la Civilización. The Lessons of History, Simon and Schuster 1968, pág. 64. 11 Evelyn nació en China (1947), pero ha radicado en América la mayor parte de su vida. Sus estudios la han llevado a visitar México. Domina las lenguas china, francesa, española, portuguesa, alemana e inglesa. Entre sus publicaciones en castellano debemos mencionar Revuelta, Rebelión y Revolución del siglo XVI al siglo XX en México. Editorial ERA 1990. Pero probablemente su obra más interesante sea The Yaqui rebelión of 1740, prelude to the Jesuit expulsión from the New Spain. Cuadernos de Historia, Buenos Aires 2004. Su trabajo abrió la puerta a la reinterpretación del periodo por parte de los investigadores mexicanos.

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“…La rebelión de 1740 a 1741 se extendió a las cuencas bajas de los ríos Yaqui, Mayo y Fuerte, con participación de etnias vecinas como los pimas bajos. Hasta hoy permanece en la historiografía como la más emblemática de los indios misionales del noroeste, pero apreciamos que no es la única en este espacio. La sublevación de los pimas altos en 1751 es la última de este patrón, que proponemos fue interrumpida por el fin del régimen misional jesuita y la militarización de la frontera. (Y comentamos de nuevo: fue tal la resistencia indígena y tal la fortaleza de su organización social, que tuvieron que militarizar la zona. M.R.) “…las repúblicas de indios mantuvieron, ahora con mayor protagonismo, su presencia en la organización del trabajo, en el culto y en la impartición de justicia. Incluso, los indígenas participaron más en las elecciones de los cargos de república. El objetivo de este apartado es llamar la atención acerca de la necesidad de superar las interpretaciones de la historia colonial de Sonora, que han hecho de los misioneros jesuitas su actor casi único, así como ofrecer interpretaciones nuevas de las fuentes secundarias y primarias, para recuperar el papel de las sociedades indígenas, como un actor cuyas acciones tuvieron un peso considerable en el curso de los acontecimientos, y abandonar a los "indios de papel" (Rozat 1995, 163–180), hechura de los jesuitas de la época, que los dibujaron como bárbaros e incapaces, dignos de civilizar y proteger.”12 “…cuando los indígenas se levantan contra la disciplina misional, lo hacen encabezados por individuos que ocupan cargos en la República de Indios, ya fueran civiles, militares o religiosos, lo cual sería evidencia de que tras la figura descollante del misionero que ofrece la documentación disponible, existían funcionarios indios con la representatividad suficiente para encabezar las rebeliones, ampliamente documentadas (González 1992; Navarro 1966; Mirafuentes y Máynez 1999)…” (Prudente sería, comentamos nosotros a propósito de esta rebeldía y esta fuerza, buscar la continuidad con la llamada Guerra Chichimeca, que se extendió hasta dos siglos después, y que de alguna manera todavía nos permite ver a los líderes Yaquis y Mayos negociar con el Presidente Cárdenas en la tercera década del Siglo XX. Si a estas rebeliones agregamos por ejemplo las que ha reseñado en el sur del país la historiadora Leticia Reyna, más las que ha reseñado el historiador zapoteco Víctor de la Cruz, tenemos un panorama de resistencia centenaria, latente, generalizada y radical contra la civilización occidental. M.R.)

Evelyn empezó estudiando el caso con la idea de que podía ser algo semejante a lo que se vivió en el sur del continente, Conforme avanzó en su investigación, y en la medida que otros estudiosos se abocaron también al tema, se nos fue aclarando que en efecto había existido una sociedad autogestiva, independiente, solidaria, pero no durante el periodo de las Misiones, sino precisamente a partir de la crisis de éstos establecimientos jesuitas y de su sustitución con las 12

Hacia una nueva interpretación del régimen colonial en Sonora. Descubriendo a los indios y redimensionando a los misioneros, 1681–1821 Ignacio Almada Bay, José Marcos Medina Bustos y María del Valle Borrero Silva; todos Profesores–investigadores del Programa de Historia Regional de El Colegio de Sonora.

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Repúblicas indígenas en rebeldía. Sea que la experiencia de los Jesuitas en el sur del continente haya sido única en cuanto al papel de los religiosos de aquella época, y que en nuestro país hubiera sido solo el detonante para Repúblicas rebeldes de los indios seminómadas del norte, lo importante en este caso es destacar que la investigación reciente muestra que existió una economía autogestiva, donde los caciques, que tenían funciones muy distintas a los caciques actuales, mantenían una autoridad, más significativa que un poder, pues los cargos se establecían por elección universal directa. Y la organización, tanto económica como social, registraba los cinco elementos que mencionamos como distintivos a todos los experimentos cooperativistas, a saber, propiedad común, producción de bienestar, ayuda mutua, aportación económica de todos y presencia de valores y principios. La experiencia de estas étnias seguramente no es una excepción. Sin embargo la citamos por estar documentada y reconsiderada por la investigación reciente. Mientras que las formas de organización de muchas otras étnias del México antiguo están en proceso de caracterización o reconceptualización. Podríamos sin embargo, a partir de ese ejemplo, hacer un largo repaso descorriendo velos hasta mostrar un territorio donde los casos semejantes se han sucedido por todas partes. Baste dar algunos indicadores: en Internet existen 118 mil entradas para el tema de Utopías indígenas en América; todos los pueblos indígenas de México han tenido alguna forma de organización económica donde prevalecen esos cinco elementos citados, y todavía hoy, en que el Estado nacional se sobrepone a su identidad, siguen rigiéndose por usos y costumbres, tienen un consejo como máxima autoridad y siguen defendiendo principios comunitarios, autogestivos, de autonomía, con solidaridad interna, en donde la propiedad que predomina es la de la comunidad, y donde la orientación de la actividad económica es la producción de satisfactores, antes que la acumulación de capital. Pero si bien en nuestro país la cooperación y la propiedad del grupo tienen historia y ejemplos, debemos mencionar también cuando menos algunos casos de la historia universal que muestran que no se trata de una excepción, sino de una presencia generalizada: Refiere Ernest Mandel en su célebre Tratado de Economía13 ya citado, que todavía en nuestra época “describiendo las costumbres de los Indios de Cape Flattery (Estado de Washington, Estados Unidos), James Swann declara que todo aquel que ha producido alimentos en abundancia, sea quien sea, invita habitualmente a una serie de vecinos y miembros de su familia para consumirlos con él. Si un indio ha reunido suficientes reservas de víveres, está obligado a dar una fiesta que durará hasta que se hayan agotado estas reservas. Para semejante sociedad la solidaridad social es fundamental y considera inmoral toda actitud de competencia económica y de deseo de enriquecimiento individual.” Párrafos adelante, Mandel agrega: “La organización cooperativa del trabajo implica, por una parte, la ejecución en común de ciertas actividades económicas, y por otra la ayuda mutua entre familias diferentes en el trabajo cotidiano. El antropólogo norteamericano John H. Province ha descrito este sistema de trabajo en la tribu de los Siang Dyak, de la isla de Borneo. Todos los miembros de la tribu, comprendido el hechicero médico, trabajan 13

Editorial ERA, México 1972, Tomo I páginas 30 y 31.

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alternativamente en su propio campo de arroz y en el de otra familia. Todos van a cazar, recogen leña para el fuego y realizan trabajos domésticos…En su forma más pura la organización cooperativa del trabajo, significa que ningún adulto se abstiene de participar en ella. Ello implica, pues, la ausencia de una “clase dominante”. “…En general, la cooperación del trabajo subsiste durante un proceso, secular o milenario, de disgregación de la comunidad campesina…”

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VII Las reciprocidades y la satisfacción moral Desde una perspectiva antropológica podríamos agregar ahora los testimonios de Marcel Mauss14 y Bronislaw Malinowski. El primero estudia lo que llama el Don y el Potlach. El Potlach 15 es una institución existente en todas las sociedades no occidentales que mantiene los mecanismos de la reciprocidad solidaria. Ciertamente la cultura occidental lo ve como una amenaza para el buen funcionamiento del mercado y del régimen capitalista, y por ello, aunque se dio de manera generalizada entre las tribus americanas, está ya prohibido en Estados Unidos y Canadá. Pero expliquémoslo: En la misma línea descrita por Mandel en cita anterior, se refiere al compartir y el regalar, que limitan o impiden la acumulación personal. El Don, por su parte, y del que nos ocupamos ahora, es una institución más compleja. Mientras en el Potlach se describe un conjunto de obligaciones recíprocas entre dos grupos, en el Don se trasciende la relación entre grupos y se abarca toda la sociedad, que es entonces vinculada por valores, significados y concepciones de carácter colectivo. Esto desde luego va mucho más allá de lo que los economistas alcanzan a ver. Pero también rebasa o cuestiona la concepción del marxismo que sostiene que existe una infraestructura económica que sobredetermina al resto, en cierta forma como su consecuente o derivado, pues la categoría del Don no puede explicarse a partir de la economía, como veremos ahora. Abduca, un antropólogo argentino, lo describe como sigue: En lo que Mauss llama prestaciones totales lo que circula son objetos distintos de igual valor: si ego necesita una canoa, se la construirán los maridos de sus hermanas; si los hermanos de su mujer necesitan otra canoa, ego deberá trabajar para ellos. He aquí un caso claro de reciprocidad en los sentidos más usuales de la palabra: lazo mutuo entre segmentos sociales establecido en torno a la prestación y contraprestación de una cosa. Pero hay otras prestaciones totales, donde lo que circulan son “valores desiguales” aunque (porque) se trata del mismo objeto, que va aumentando de valor al circular. Al comentar su ensayo de 1925 unos diez o doce años después de sus primeras exposiciones del tema, Mauss distingue entre el objeto de esas clases de reciprocidades, del objeto insustancial o imaginario, como representación, que se encierra o comprende en el Don.” Dice Mauss a este mismo respecto: el Don “trata del valor religioso y moral de esos objetos trasmitidos” (Mauss, 1947:105). ¿Por qué esta afirmación? Abduca comenta: “Porque le interesaba destacar que, al lado de las cuestiones de lazo social en sociedades segmentarias, está 14

Marcel Mauss, Sociedad y ciencias sociales. Obras T. III, Barral Editores. Breve biblioteca de reforma, Barcelona 1973. Capítulos La cohesión social en las sociedades polisegmentadas; Don, contrato, intercambio; La obligación de corresponder a los regalos; Fuentes, materiales y textos complementarios al Ensayo sobre El DON. 15 Una economía ya no basada en la acumulación sino en el derroche, en el goce de lo producido. Las sociedades como la nuestra viven de la acumulación de lo que producen, vigilan este excedente de forma celosa. En cambio, cuando hablamos de Potlach nos referimos a los experimentos históricos basados en el gasto improductivo, donde el disfrute deviene general, en ellos nadie puede apropiarse de él, o para decirlo de otra manera, nadie puede privarnos de este goce. Wikimedia lo caracteriza como sigue: “The potlatch is a festival or ceremony practiced among Indigenous peoples of the Pacific Northwest Coast. At these gatherings a family or hereditary leader hosts guests in their family's house and hold a feast for their guests. The main purpose of the potlatch is the re-distribution and reciprocity of wealth.”

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la cuestión de la investidura social de ciertos objetos16. “… el don puede ser más que una ‘relación-entre’, pues aquellas prácticas son formas de circulación entre segmentos sociales, segmentos que, por la misma práctica del don, como poder en acto, puede hacerlos recomponer. En este sentido, concluye Abduca, hay un tercero, no estatal, que no es subyacente al intercambio, pero que está, por así decirlo, al costado, en las terceras personas que observan lo qué está ocurriendo. Por ejemplo, en las estrategias massim, en las que se especula constantemente acerca de cuál será el próximo eslabón de la cadena de kula. … Creo que si nos atenemos a un planteo en términos de valor (como el que mencionaba Mauss en sus cursos) podemos pisar más firme, justamente al tratar de entender el carácter de esos “indiscernibles”. Los valores “son esas cadenas invisibles que ligan las relaciones entre cosas y las relaciones entre gentes”. Son invisibles porque antes que nada son “formas de conciencia humana que describen lo que es, y prescriben lo que debería ser” (Gregory 1997:12). De esa forma, los objetos materiales, de acuerdo a la relación social de la cual forman parte, toman las formas de dones”. Malinowski, por su parte, denomina a la misma institución con el término que los habitantes del sur del Océano Pacífico occidental emplean, “Kula”17. Este vocablo significa una vasta relación o conjunto de vínculos sociales, que involucran a un gran número de personas, mediante relaciones recíprocas, siguiendo normas minuciosas acorde a un plan que es resultado de una larga tradición, y que por lo mismo puede estar enraizada en mitos, instituciones y costumbres. Algunos de los fenómenos que comprende el Kula son el intercambio ceremonial o semicomercial, que más que perseguir un intercambio de valores de uso o la adquisición de bienes, tiene por objeto alimentar el deseo de posesión, fortalecer los vínculos entre los involucrados, y generar confianza o identidad de cada sujeto con el conjunto. En el proceso del Kula determinados bienes u objetos se regalan y se intercambian, sin que su valor mercantil sea el importante, pero adquiriendo un valor más significativo por la circulación que atraviesan entre personas. Se trata tal vez, al contrario de la mercancía en nuestra visión occidental, de un intercambio de bienes cuyo valor de uso o función es simplemente ser valores de cambio, que al ser poseídos de manera transitoria, y aun acumulados también momentáneamente, provocan fama, distinción y prestigio. Lo importante en este caso, o que viene a colasión a propósito de la economía solidaria a la que nos estamos refiriendo, es que la continua circulación de estos bienes, y su final retorno a quien los pone en circulación y los recibe de nuevo, genera dignidad, que exalta a cada uno de los individuos involucrados, acrecentando las actitudes de veneración y afecto.18 Como bien lo explica Malinowski, cualquiera que sea el significado del Kula para la Etnología, su significado para la ciencia general de la cultura consiste en ser un instrumento para disipar las 16

Ricardo Gabriel Abduca, en Cuadernos de Antropología Social número 26, Buenos Aires, Argentina, agosto diciembre de 2007. 17 En Los Argonautas del Pacífico Occidental, Ediciones Península 1973, Colección Historia, Ciencia, Sociedad núm. 97, este autor refiere con gran detalle el origen de los mecanismos de reciprocidad, y las bases del solidarismo en algunas de las sociedades no occidentales. 18 Los Argonautas, obra citada, pág. 498 y 99.

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condiciones groseras y materialistas según las cuales las acciones de los hombres supuestamente primitivos se circunscriben a la satisfacción de necesidades elementales y por razones económicas, o a un interés material o utilitario; e induce, además, a profundizar en el análisis de los hechos trascendiendo nuestros conceptos occidentales, que escasamente pueden expresar el contenido verdadero de los objetos y los procesos que tienen lugar en otras sociedades.19 Yo lo expresaría como un componente cultural de la vida social que revitaliza la cohesión entre las personas y los grupos humanos sobre la base de valores y representaciones colectivas, que tienen mayor importancia que las relaciones económicas. Y ello no es secundario como veremos páginas adelante cuando nos refiramos al capital humano y al capital social. Pues en la concepción social de la organización cooperativa contemporánea, la parte fundamental de una empresa no está en el capital financiero o monetario, sino en su capital social. Y el antecedente más claro de la noción no económica de esa parte del capital es el Don de las sociedades no occidentales. En México se le ha llamado tequio, Guelaguetza, mano vuelta, faena; y como fenómeno social que no se ubica en la esfera económica, sino que abarca la totalidad de la cultura, atraviesa múltiples tradiciones, instituciones y costumbres, como lo vemos en el día de muertos, los compadrazgos, las mayordomías y otras muchas fiestas, tradiciones o conductas que encontramos entre los pobladores del campo y de los barrios antiguos de algunas ciudades, como es el caso del grupo Arte Acá de Tepito, en la Ciudad de México, o la ceremonia del ñiñopa en Xochimilco.

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Ibidem pág. 504.

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VIII La Revolución Rusa y la supresión del cooperativismo bajo Stalin. En Rusia la economía campesina, estudiada por Alexander Chayanov20 y Franco Venturi21 nos muestra varias cuestiones fundamentales para comprender dos cosas que han marcado la posteridad de esa región del mundo, y que le han impedido sobrepasar, como se proponían sus líderes, el desarrollo occidental. Rusia era una vasta cultura o conjunto de naciones de profunda vocación bucólica. La obshina cubría vastas regiones. Como forma de vida comunitaria, con uso colectivo de varios elementos, había sido incluso considerado por algunos pensadores, como Vera Zazulich y Alexander Herzen, como el fundamento futuro de un modelo propio de socialismo. Es decir, un socialismo no industrial, sino de base agraria. La Revolución de Octubre, sin embargo, había venido a cambiar toda la perspectiva. Pues los triunfadores de esa revolución no eran los líderes de la mayoría rural, sino los autonombrados dirigentes del proletariado, que en una vastedad de miles de kilómetros cuadrados y con alrededor de cien millones de habitantes, aspiraban a ser la vanguardia de alrededor de tres millones de obreros. La coyuntura, las circunstancias y desde luego la extraordinaria organización y el temple, la extraordinaria formación teórica y filosófica de los bolcheviques les había permitido dar un golpe de estado en ese octubre, contra un gobierno en proceso de formación, donde participaban muchas fuerzas políticas, entre ellas el partido mayoritario de los socialistas revolucionarios, que representaban al campo. Habiendo sabido recoger y defender algunas de las demandas más sentidas, aprovechando la menor capacidad política de las otras fuerzas, los bolcheviques se habían hecho del poder con la consigna PAN, PAZ Y TIERRA! La guerra civil, conducida magistralmente por ese gran estratega que fue León Davidovich Bronstein, y el proceso de formación del nuevo estado, bajo la sistemática conducción del utopista Vladimir Ilich, les había dejado al frente de una nación exhausta por la guerra, deseosa de prosperidad e ilusionada ante un presente sin absolutismo, sin zares, donde parecía florecer una nueva libertad. En medio de esa situación general, y para reactivar la vida económica, como parte de la reconstrucción, dos brillantes economistas habían propuesto y diseñado lo que llamaron la Nueva Política Económica, caracterizada por el respeto del mercado, el impulso a la producción alimentaria, y la curiosa consigna dirigida a los campesinos de ¡Enriquecéos! A lo que siguieron breves y fugaces años de mejoría y recuperación de los mercados y la producción rural.

20 21

La organización de la comunidad económica campesina. El populismo ruso, Biblioteca de la Revista de Occidente, dos Vols. Madrid 1975.

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Pero pronto las pugnas por el poder, la inercia burocrática, la muerte súbita de Lenin, y la extraordinaria concentración del poder en un solo hombre, que nunca se había distinguido como demócrata, fueron cambiando el panorama. En el ministerio de Agricultura trabajaba un joven ingeniero que había estudiado la economía rural con gran rigor, había escrito una obra pionera trascendente, en la que demostraba que la economía familiar campesina era producto de una delicada evolución, que permitía el aprovechamiento óptimo de los recursos, la distribución adecuada de la mano de obra familiar en varias actividades complementarias alineadas a lo largo del calendario, y la obtención de un producto que cubría las necesidades. Para mejorar aún más la perspectiva, este hombre, llamado Alexander Chayanov, se había puesto a diseñar cooperativas de servicios que proveerían de insumos e instrumentos de trabajo a los campesinos, y que sacarían al mercado sus excedentes. En una nación de identidad y preeminencia de la vida rural, una actividad así convertían a Chayanov en un hombre muy popular y muy respetado. Cosa inaceptable para el gobernante que no solo veía competencia en cada uno de los líderes populares, sino que incluso consideraba una rivalidad de otro carácter el proyecto cooperativo. Así que de un tajo paró el proceso de gran prosperidad, decretó la colectivización de la agricultura, detuvo a Chayanov y lo mató. Y el campo entró en un larguísimo proceso de descomposición, desorganización, postración y resistencia que proyecta sus secuelas un siglo más tarde. Todavía hoy, en la segunda década del Siglo XXI es fecha en que el campo ruso sigue esperando una política de aliento, de impulso, de inversión, pero sobre todo de respeto por la vida rural. Hoy devaluada ante un escenario y búsqueda de modernidad que Moscú y Petersburgo siguen representando, todavía a costa del estancamiento de muchas regiones y con la concentración del ingreso en dos ciudades capitales.

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IX El cooperativismo en China. En China, un lustro después de que iniciara el gobierno maoísta, las cooperativas…se plantearon negociar con el Partido Comunista gobernante. Mao Tsetung se refiere a este fenómeno subrayando “quizá no sea inútil que examinemos ahora la historia del movimiento de cooperativización agrícola en nuestro país…22 “Durante los 22 años de guerras revolucionaria que precedieron a la fundación de la República Popular China, prosiguió escribiendo Mao, nuestro Partido adquirió la experiencia necesaria para una vez culminada la reforma agraria, dirigir a los campesinos en la creación de organizaciones de ayuda mutua para la producción agrícola (…) De hecho no había sido iniciativa de los comunistas la fundación de la primera cooperativa dentro del nuevo país, sino de cooperativistas independientes; pero Mao, a diferencia de Stalin, no solo había sido tolerante, sino incluso atento, pues al año de observar el desempeño de esa primera cooperativa, aceptó que se organizaran varias más, pero cuando constató el potencial y el vigor social de estos organismos, decidió adoptarlos como fundamento del desarrollo rural chino. Así, a los cinco años de haber fundado la nueva República, decía: “en 1951…había en el país más de 300 cooperativas de producción agrícola. Dos años después, el 16 de diciembre de 1953, cuando el comité Central del Partido hizo circular la decisión sobre las cooperativas de producción agrícola, su número ya pasaba de 14,000, es decir, en dos años se había multiplicado por 47…para la cosecha de otoño de 1954, el número de cooperativas de producción agrícola debía ascender de las anteriores 14,000 a más de 35,800, o sea tan solo se preveía un aumento de una vez y media. Pero en la práctica su número llegó en ese lapso a 199,000, más de siete veces la cifra inicial. Un año más tarde, el número llegó a 670,000. Con el tiempo esas cooperativas diversificaron su actividad, y entre las muchas cosas que llegaron a hacer o cubrir, estuvo el avío, habiéndose convertido en una fuerza financiera. Constituyendo bancos y desarrollando algo que no existió en Rusia o la Unión Soviética, que fue un mercado de productos cooperativos. De hecho todavía vivía Mao Tsetung cuando se inició la discusión entre las fuerzas colectivizadoras y los defensores del cooperativismo, pues las cooperativas agrícolas, que antecedieron a las muy conocidas después Comunas, mantuvieron el derecho a una porción particular de suelo. Es decir, permitieron la prosperidad familiar, y la acumulación particular de capital. Y ojo, que no digo privada sino particular, pues esa porción de tierra fue la base de pequeños negocios familiares, y esa acumulación de capital, que se reunió sin explotación de mano de obra y sin expoliar a nadie, fue algo comparable a la acumulación originaria de occidente, que pudo después invertirse en negocios mercantiles. Tenemos así un panorama diferente de la historia mundial. Un panorama en el que por encima de esa perspectiva en la que todo iba al socialismo, existían ya diferencias importantes, decisivas en

22

Sobre el problema de la cooperativización agrícola, 31 de julio de 1955, en Textos Escogidos, 1976. Y Presentación de una cooperativa, 15 de abril de1958, en la misma obra.

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le modelo económico que cada economía iba a seguir, y que iba a definir la posibilidad de una prosperidad mercantil o de un estancamiento prolongado. Rusia marcho de forma recta hacia la sociedad industrial, pero nunca permitió el florecimiento del espíritu de empresa, ni la prosperidad rural. China, en cambio sembró en su población una vocación de progreso y una posibilidad de mercado. Y los resultados están a la vista un siglo después de Octubre, y solo sesenta años después del triunfo de Mao. Rusia ha vuelto al autoritarismo. Sólo que ahora sin educación gratuita, sin servicios sociales del estado, sin pleno empleo, sin desarrollo rural y sin mercado real, pues la Nomenklatura ha hecho de la economía rusa una economía mafiosa de monopolios. China se proyecta, como lo había hecho ya antes en siglos anteriores, como una economía que marcha de manera pausada y sin prisa, ciertamente también cargando un estigma de autoritarismo, pero con mercado, permisiva de la iniciativa personal, y compitiendo con occidente. Uno de los más antiguos socialismos decía Will Durant tuvo lugar en una dinastía olvidada del Oriente. Y sucumbió a un periodo de prosperidad y conquistas. Y la historia parece ahora recurrente. Pero en todo caso, las repeticiones son figuradas, porque la historia nunca vuelve a atrás, y solo reproduce formas anteriores, con nuevos contenidos. Estos ejemplos, que darían material para una larga disertación, ilustran, en este caso, que además del mercado, otros fenómenos acompañan la ruta hacia el presente, pues existen otras formas de vida, otras formas de trabajo y desde luego, durante muchos años más que el corto periodo en que ha dominado el capitalismo. Es necesario, leemos en los hechos, desoccidentalizar nuestro pensamiento. Es indispensable superar nuestra visión unicultural y unievolucionista convergente, y contemplar la historia del mundo como un proceso arborescente, con caminos que apuntan en distintas direcciones y que en lugar de seguir un proceso ascendente o espiral, muestran desviaciones y reencausamientos o vueltas recurrentes, configurando un proceso mucho más rico que el que nos han inoculado con la educación, la ideología y el saber convencional. El verdadero proceso, ese que podemos documentar por la evidencia empírica, es una historia en la que solamente en los últimos doscientos años ha tomado preeminencia el capitalismo, y en la que los muchos siglos están cubiertos por formas diversas de solidaridad, cooperación y formas de organización social donde lo fundamental es la satisfacción de las necesidades colectivas. Y es precisamente en esa visión, no registrada en los textos convencionales del pensamiento que domina, en la que podemos colocar al cooperativismo, como forma dominante de economía y de vida, ya hoy, en este mundo convulso de guerras y grandes intereses. No lo ven quienes dominan, no lo admiten quienes sirven a esa dominación. Pero si el mundo sobrevive a este periodo cruento y feroz de la decadencia de imperios y economías especulativas, será sustituido, no me quedan dudas, por un conjunto de economías regionales organizadas de manera cooperativa. Si sobre la base del conocimiento antropológico y social contempláramos la evolución de la sociedad a lo largo de los siglos, deberíamos decir que han sido predominantes las formas del cooperativismo, y

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que solo han estado interrumpidas por los momentos transitorios de los imperios que destruyen la economía natural, y que someten a los grupos humanos creando países artificialmente concebidos. Que tal es la verdadera historia, y tal el papel del imperio Mongol, del Imperio Romano, y del último imperio que hoy domina, que es el norteamericano neoliberal, especulativo y tecnocrático.

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X Volvamos ahora al punto de los orígenes de la concepción cooperativa Antes de los Pioneros de Rochdale tenemos, mejor dicho escogemos cinco autores de los que debemos ocuparnos. El primero es Etienne Cabet, el segundo es Charles Fourier, el tercero es Roberto Owen, el cuarto Louis Blanc, y el quinto Pierre Joseph Proudhon. Como verán ustedes enseguida, estos cinco autores establecieron sólidos fundamentos para que los Pioneros pudieran iniciar el gran movimiento cooperativo. (No quiero decir, al omitir a otros autores, que no existan más antecedentes, o que solamente estos cinco hayan contribuido al origen del cooperativismo. Simplemente me han parecido los más importantes, o son los que mi conocimiento limitado me indica reseñar.) Etienne Cabet fue historiador de la Revolución de 1830, y luego de la Revolución francesa, pero su obra más conocida fue sin duda su Viaje a Icaria, donde desarrolla a través de diálogos y relatos de ficción toda su propuesta social, de esta última obra citamos algunos párrafos de lo que él llamó Principios y doctrinas sobre la comunidad23: “Habéis hablado de derechos sociales y de sociedad, pero ¿qué es una sociedad? Es una agrupación de hombres que, libre y voluntariamente, creen conveniente asociarse en aras de su interés común…no habría sociedad si sus componentes no fueran todos hombres libres e iguales, o si no estuvieran éstos de acuerdo con el fin de la asociación, si unos estuvieran supeditados a los otros…” La asociación ha de seguir un camino o curso distinto de formación al que siguieron las naciones, pues “todas las grandes naciones se han formado mediante la conquista, en todo existe siempre una aristocracia conquistadora, que somete a un pueblo y lo convierte en esclavo o en siervo suyo. ¿Y pueden estar bien organizadas esas supuestas sociedades? No, porque ellas son o bien el resultado de la conquista, de la fuerza, de la violencia, de la injusticia y de la usurpación, o ya el de la inexperiencia, de la ignorancia y de la barbarie.” “¿Es posible sustituir, de modo súbito, el sistema de desigualdad y de propiedad por el de la Comunidad? No; es indispensable un régimen transitorio. Un régimen que, aun manteniendo la propiedad privada, vaya destruyendo lo más rápidamente posible la miseria y, de una forma progresiva, la desigualdad de riqueza y poder; que forme, mediante la educación, nuevas generaciones para la Comunidad; que permita sobre todas las cosas, la libertad de expresión y de asociación…” “¿Cuál es la duración de este régimen transitorio? Treinta, cincuenta o cien años, según los países. …cuánto daño entraña para el pueblo cada revolución fallida, vencida o abortada!

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Principios y doctrinas sobre la comunidad, Capítulo de Viaje a Icaria. Colección 70 de Editorial Grijalbo, núm. 91 pp 142 y siguientes. Viaje por Icaria, Ediciones Folio, Barcelona 1999. Capítulo LXII Primera deliberación sobre el proyecto de asociación.

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“Es necesario, sobre todo, disponer de un sistema, de unos principios, de una doctrina, de una religión política. No basta con autodenominarse Ciudadano, Hermano, Demócrata, Republicano o Comunista. …Es necesario estar plenamente convencidos; es preciso estar bien preparados…”24 Hasta aquí Cabet.

Charles Fourier, por su parte…incluye en las siete condiciones necesarias de las industrias societarias las siguientes tres:25 1 Que cada trabajador esté asociado, retribuido mediante dividendos y no salarios. 2 Que cada cual, trátese de hombre, mujer o niño, esté retribuido en proporción a las tres facultades: capital aportado, trabajo aportado y talento desplegado. 3 Que en esta distribución, cada cual, sea hombre, mujer o niño, goce plenamente del derecho al trabajo o del derecho de intervenir en cada momento en tal rama de trabajo que le convenga escoger, salvo tener que justificar probidad y aptitud. De hecho las tres condiciones se conservan hoy en día en el régimen cooperativo de producción, aunque a veces bajo otra denominación. Por ejemplo el tercero que citamos (en realidad séptimo en la lista de Fourier), se denomina hoy autogestión. “Hasta ahora --dice en otra parte de su texto-- todos los sentimientos, pensamientos, ideas e intereses del hombre habían sido individuales; su mundo era un pequeño círculo particular, cuyo centro era él. Ahora este periodo de ignorante egoísmo y de irracionalidad está a punto de acabar; los errores acumulados no podrán influir más sin hacer que la sociedad desemboque en una confusión lindante con el caos. El individualismo ha tenido su época, su momento en el progreso humano, y su reino bordea, ya necesariamente su fin.” Fourier nos está describiendo lo que ahora se llama ayuda mutua y participación económica de todos los socios. Hasta aquí Fourier. A partir de la educación en nuevos valores y principios, Owen a su vez planteaba “crear un núcleo científico en la sociedad; un núcleo de cierta extensión, pero estructurado de forma que pueda actuar, pacíficamente cohesionado, con otros núcleos parecidos, núcleos que se prestan una ayuda mutua hasta que todos ellos dispongan de lo necesario…” Creía sin duda en la posibilidad de “dar una lección al mundo” a partir de una organización basada en principios y costumbres diametralmente opuestos a los imperantes. Se trataba, concluía él, de “establecer las reglas o vínculos que unirán a cada comunidad familiar o núcleo, con otras comunidades, basando dichas reglas o vínculos en los mismos principios.”26 Esto es lo que el cooperativismo ha recogido como el principio de la educación permanente de sus socios sobre la base de principios y valores.

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Misma obra, páginas siguientes. El nuevo mundo industrial y societario (1829). En Colección 70, edic citada, núm. 51. pp. 83 y siguientes. Mismo título, Fondo de Cultura Económica. México, Reimpresión de 1995. El régimen societario, en Antología de las ideas políticas, Routhoui y Ortuño, Obra citada. Tomo I, pp. 583 y siguientes. 26 El libro del nuevo mundo moral, (1830). En Colección 70, vol. 91, ya citada, pp. 7 a 60. 25

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Louis Blanc conocía bien a todos los utopistas, había sido testigo de la Revolución Francesa y de la Revolución europea de 1830, así que podía reflexionar tomando en cuenta a todos sus antecesores. Y por lo mismo llegar más lejos en su propuesta y comprensión. En su obra La organización del trabajo (1839), perfeccionaba las propuestas de sus antecesores diciendo que se equivocaban quienes creían que había que empezar por la política para llegar a la reforma o cambio económico, pues esa noción descansaba en la idea de cambios rápidos, que la experiencia estaba mostrando que no ocurrían, pues después de cada revolución las cosas seguían igual, esto es, que la mejora material y moral de la existencia no dependían de los cambios ocurridos en el poder. En lugar de ese camino, plantaba la organización de sociedades de productores dentro de las cuales la ganancia o remanente se distribuyera en tres partes, “una a repartirse de manera igualitaria entre los miembros de la asociación, otra destinada a la manutención de los ancianos, de los impedidos y de los enfermos, y como fondo para hacer menos gravosas las crisis que se dieran en otras industrias, puesto que los diversos lugares de producción han de prestarse recíproca ayuda y socorro, y la tercera parte destinada a proporcionar los instrumentos de trabajo, de forma que ésta se amplíe indefinidamente”. La idea de Blanc quisiéramos subrayar, no excluía la existencia de los capitalistas, ni su supresión violenta, al contrario, les abría las puertas para que invirtieran en esas asociaciones, recibiendo su correspondientes intereses, sin que éstos se dispararan sobre la percepción media del trabajador común. Para Blanc, cada comuna podría llegar a instituir un poder local, capacitado para ampliarse, pero sin que aplicara prácticas de expropiación ni usurpaciones, sino sobre la base de la asimilación y la asociación, sin importar el tiempo que se llevara, “pues la humanidad se ha alejado de sus objetivos por pretender alcanzar sus metas en un día”. Por lo mismo, para él, como para Owen, la educación resultaba fundamental.27 Y Pierre Joseph Proudhon, satanizado por los marxistas, fundamenta por qué el proceso de cambio no puede ser violento28, y por qué el proceso de organización de los cuerpos sociales o las organizaciones soberanas de la economía del pueblo han de seguir un curso ascendente y federativo29. Dirigiéndose a Marx en una carta fechada el 17 de mayo de 1846, cuando éste último todavía se hablaba con él, y dos años antes de que se publicara el Manifiesto Comunista, Proudhon le decía: “ Quizás conservéis todavía la opinión de que actualmente no es posible ninguna reforma sin un golpe de mano, sin eso que se llamaba antes una revolución…debo declarar que de acuerdo con mis últimos estudios estoy totalmente en contra de ella, …creo que no debemos colocar a la acción revolucionaria como el medio para la reforma social, porque ese 27

La organización del trabajo, en Colección 70, Número 91, págs. 88, 92, 95, 102,103 104, 105. Contra la violencia, Carta a Carlos Marx, 17 de mayo de 1846. En Antología de las ideas políticas, obra citada Tomo II pág. 11. 29 Sobre el federalismo. Varias ediciones. Idea que va a desarrollar en su obra posterior Sobre la capacidad política de las clases trabajadoras (1865). De esta última citamos párrafos contenidos en la Historia Documental de Graham, obra ya citada. Pág. 74. 28

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pretendido medio sería simplemente un llamado a la fuerza, a lo arbitrario, en resumen una contradicción. Planteo el problema de esta forma: lograr que entren en la sociedad, gracias a una combinación económica, las riquezas que escaparon a la sociedad…Por eso prefiero que la propiedad se consuma lentamente, mejor que darle una nueva fuerza, tratando de llevar a cabo un San Bartolomé de los propietarios.”

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XI La fuente cristiana del cooperativismo occidental. A todos estos elementos quiero ahora agregar uno más, que sin duda toca donde más duele a los marxistas y, en general, a los izquierdistas dogmáticos de nuestros días: la inspiración cristiana que era común a los utopistas. No solamente Tomas Moro tenía fundamentos religiosos en su Utopía. De hecho, como acabamos de describir en los cinco pensadores que anteceden a los Pioneros, las ideas de justicia, solidaridad, convencimiento, vienen de una larga tradición cristiana. Desde luego que decir esto implica diferenciar entre las corrientes católicas que se caracterizaron por la intolerancia y la persecución de toda idea distinta a la del papa en turno, y aquellas otras corrientes del cristianismo que lejos del poder y cercanas al pueblo siempre mantuvieron una inspiración cercana a los principios originales que enseñaron Jesús y sus discípulos primeros. Un autor español de nombre Rafael Díaz-Salazar, ha publicado no hace mucho un libro que aborda la tradición cristiana en la cultura de izquierda30, en el que sostiene que “el cristianismo es una de las fuentes originarias y recurrentes de la izquierda en todo el mundo”, y que si hoy tenemos otra percepción es porque el marxismo refundó ideológicamente la izquierda, negando al cristianismo ser un abrevadero de origen. En fundamentando su afirmación, Díaz-Salazar cita al movimiento Digger31 en Inglaterra como un antecedente del utopismo en el Siglo XVI. Más explícitamente, este autor afirma que esa corriente cristiana fue el ingrediente principal de las utopías que propusieron comunas y cooperativas. Según su texto, numerosos miembros de las iglesias metodistas y presbiterianas inglesas que se habían escindido a mediados del Siglo XVIII de la Iglesia Anglicana por el conservadurismo social que caracterizaba a esta Iglesia, impulsaron las cooperativas y un movimiento de educación de adultos. Por lo que a nosotros toca, percibimos claramente que los postulados de una organización que tiene fundamento ético, como lo son las cooperativas, y en las que uno de los principios fundamentales es la educación permanente, tiene mucho que ver con ese proceso descrito por Díaz-Salazar, por lo que deberíamos aceptar que una fuente del cooperativismo ha sido el pensamiento social del cristianismo, y no una fuente marxista, tan distante en sus principios y tan lejana en su práctica. La prédica, transformada en capacitación acorde con principios y valores que postula uno de los siete fundamentos del cooperativismo hoy en día, tiene sin duda raíz en aquellos religiosos de orientación social. La no violencia puede rastrear sus orígenes a la misma filosofía. Y lo mismo podríamos decir del principio según el cual todos los miembros de una organización cooperativa 30

La izquierda y el cristianismo, Editorial Taurus, Madrid 1998. La Wikipedia dice que “the Diggers took their original name from their belief in economic equality based upon a specific passage in the Book of Acts.[2] The Diggers tried to reform (by "levelling" real property) the existing social order with an agrarian lifestyle based on their ideas for the creation of small egalitarian rural communities. They were one of a number of nonconformist dissenting groups that emerged around this time.” 31

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están obligados a aportar de manera igualitaria para fundar el proyecto. El valor de la transparencia, que agregó la Alianza Cooperativa Internacional en los últimos años, repite lo que decía Owen sobre la verdad y la falsedad, pues según él, una organización que educa en la solidaridad y la verdad erradicaría de sus miembros la necesidad de la mentira. Cuando hoy en día nos encontramos algún trasnochado marxista que siente que el cooperativismo es parte de su tarea o de su jurisdicción, nos da gusto en la medida que se suma a un apostolado con perspectivas, pero también nos da cuidado, porque generalmente los marxistas no tardan en mostrar el rabo de sus intenciones estatistas y de poder, según las cuales todo debe ser llevado hacia el gobierno o a depender de él, y todo ha de responder a una lógica del poder central, de la hegemonía, de dominio. No es desde luego casual que uno de estos religiosos sociales, el suizo L. Ragaz, haya escrito desde hace ochenta años, que el marxismo era víctima de sus propios dogmas de fé, tales como 1 la ideología del progreso, 2 la fé acrítica en la ciencia, 3 la propuesta de tomar el poder político por la fuerza, 4 el postulado del centralismo autoritario o dictadura y 5 la justificación de la violencia. Si el marxismo no se depura de tales dogmas, había dicho Ragaz, terminarán convirtiéndolo en el reverso del capitalismo. La polémica iniciada hace ciento sesenta años sigue pues vigente. Se comprenderán mejor ahora los acuerdos que condujeron a la fundación de la primera cooperativa. Tómese en cuenta que fue en octubre de 1844 que se firmó el Acta Constitutiva de los Pioneros de Rochdale. Esta es una fecha de múltiple significación. No solamente porque señala un comienzo, sino también porque antecede a otro hecho histórico, pues en enero de 1848 terminaron Marx y Engels de redactar el Manifiesto Comunista, y este documento fue publicado en Londres un mes más tarde. Pero ya desde las fechas en que los cooperativistas fundaban su organismo, los así mismos llamados socialistas científicos descalificaban a los que proponían o fundaban sistemas o teorías que no aceptaban sus premisas, esto es, que no fundaban su doctrina o visión ni en la lucha de clases ni en la necesidad de una dictadura revolucionaria que diera curso a la solución de los problemas. Los problemas y las condiciones que condujeron a los pioneros y a los comunistas a distintas propuestas y doctrinas eran los mismos. Esto es, una sociedad industrial pujante, que despojaba a los campesinos de su heredad, que concentraba a los obreros en grandes grupos que trabajaban en condiciones muy deplorables, y que generaba grandes fortunas a costa del sacrificio de las grandes mayorías. La diferencia estaba en las fuentes en que abrevaba cada corriente, y naturalmente en las conclusiones y propuestas que cada una desprendía de sus antecedentes. Mientras Marx y Engels eran herederos, entre otras cosas, de la teoría Hegeliana del Estado, los cooperativistas eran, como acabamos de relatar, los que recogían la filosofía de servicio y fraternidad de la corriente social del cristianismo. Razón de más para que los comunistas despotricaran contra los que a sus ojos aparecían como simples “hombres de buena voluntad”, con todos los defectos que eso acarreaba. Pero además, Marx y Engels eran también producto de la filosofía del progreso y de la realidad inmediata de un periodo de revoluciones, comenzada por la Comuna de Paris, o la insurrección de los canuteros de Lyon y continuada con las revoluciones

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europeas de 1830 y 1848, que sin duda hacían pensar que todos estos movimientos culminarían en una revolución última que terminara con la explotación del hombre por el hombre. Los cooperativistas, no se inscribieron el camino de la revolución, en parte porque su vocación de utopía les alejaba de las realidades inmediatas, pero sin duda principalmente porque estaban convencidos en que cualquiera que fuera a ser el tiempo para llegar a sus objetivos, el camino tenía que empezar a nivel local, no a nivel nacional, y la organización, más que política, debía estar fincada en principios, valores y tareas económicas de producción y distribución. Ante los marxistas ese camino cooperativo parecía voluntarismo y utopía. Sólo el tiempo pudo mostrar que en la visión de los cooperativistas hubo más perspectiva. Pero tengo que volver sobre el tema del Don. Me interesa sobremanera porque los filósofos solidaristas de los últimos años hablan de un tema que se proyecta hacia nuestro futuro y el de todos los países para el resto del siglo. Y es el de una nueva espiritualidad, en este caso no religiosa. Esta nueva espiritualidad ha sido descrita magistralmente por ese genio tan leído en sus trabajos de psicología que responde al nombre de Erich Fromm, y que tan desconocido resulta como pensador de estos temas que venimos explicando. Pero también es tema central en el trabajo del que probablemente sea el pensador de origen marxista más importante de nuestros días, el polaco Adam Schaff, quien a sus más de noventa años nos entregó su visión del hombre y la sociedad para el devenir. Fromm sostiene que el origen de los problemas sociales y los predicamentos éticos del mundo contemporáneo se originan en la filosofía del progreso, que supone una producción ilimitada, una libertad creciente y tendente hacia lo absoluto y una felicidad sin restricciones, todo lo cual gira en torno a la persona como sujeto que ha sido educado en el individualismo, que no es propio de todas las épocas, sino solamente de la etapa del capitalismo.32 Dice, además, que cambiar todo esto no puede darse a partir de la economía, sino solo “si ocurrieran cambios fundamentales de los valores y las actitudes del hombre, …y si la nueva sociedad se forma en la medida que se forma un nuevo ser humano…Que en este sentido, los cambios fundamentales de la conducta social han de ser alimentados por fuerzas positivas que busquen explícitamente la creación de un ser solidario, pues el modo de existencia está enraizado en opciones humanas, y las culturas pueden decidir cuál de las tendencias deseamos cultivar, si la tendencia del ser o la del tener.”

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¿Tener o ser? Fondo de Cultura Económica, México, decimonona reimpresión 2006. pp 21,27 y 107.

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XII Los nuevos utopistas Por su parte Schaff mira adelante diciendo que “hay que aceptar que el sistema económico del futuro comprenderá tanto la propiedad estatal, como cooperativa y privada de los medios de producción33…” y que podrá existir un importante sector colectivizado…” Pero que “el paro estructural, la contaminación del ambiente natural, la ordenación de las zonas urbanas, el desarrollo de la ciencia y de la cultura, la educación pública, la enseñanza de nuevas profesiones y oficios, todo ello, nos dice el sentido común que no podrá ser resuelto por el mercado libre… y que será indispensable un nuevo reparto de la renta social, porque el paro estructural y las causas que lo generan –como el desarrollo de la maquinaria y la robotización tanto de la producción como de los servicios—es un proceso irreversible, y sus consecuencias son imposibles de eliminar o subsanar mediante la aplicación de los mecanismos de la lucha contra el paro inventados y aplicados hasta ahora. “Tendrá que ser modificado el reparto de la renta social global, que es un gran pan… para el cual proponemos que sea cortado de una manera distinta, es decir, asignando una parte mayor para financiar el mantenimiento de las personas que, desplazadas por los robots y los autómatas de la producción y los servicios, perdieron su trabajo asalariado y se dedican a ejecutar ocupaciones de utilidad social. Lo que necesariamente conduce a la reducción del pedazo del pan con el que participan hoy otros grupos sociales.” Y en esa perspectiva México tiene fundamento, pues somos el único país que de manera explícita recogió en su constitución la economía de tres sectores. En un afán de convergencia y para redondear la síntesis que tratamos de ir construyendo, me siento obligado a resumir la perspectiva que los cristianos con vocación social han formulado del Don como persona humana. El Don de la persona humana se nos mostrará comprensible recorriendo el camino que va de la noción de persona hasta su significado más actual.34 Los cristianos de esta corriente conceptúan la persona como sigue: “a. Que la persona sea un modo de existencia contradistinto de una cosa, significa, en primer lugar, que la persona es aquella realidad que no puede ser tratada como objeto. Por tanto, la persona nunca puede ser utilizada. b. Por otra parte, se descubre que mientras que la cosa, cuando ya no es útil, cuando ya no sirve, es eliminada o desechada, la persona es aquel ser no eliminable. c. En tercer lugar, las cosas siempre son de una persona, siempre son de otro. Pero la persona es aquel ser que se pertenece a sí misma, es suya. d. La persona nunca puede ser un medio sino un fin en sí, esto es, que la 16

persona es valiosa por sí misma: que la persona tiene una dignidad . Por ser digna, la persona merece siempre un respeto absoluto al margen de su edad, condición, coeficiente intelectual, género e, incluso, actuación moral. e. Mientras que la cosa es pura exterioridad, la persona es 33 34

El nuevo socialismo, Editorial Sistema, Colección Politeia, 2000. pp. 213 y 203. El concepto de persona desde la Antropología cristiana. Xosé Manuel Domínguez Prieto. De Internet.

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exterioridad e interioridad. Esto significa que la persona ha tomado conciencia de que es, y, frente a lo real, ha tomado con ciencia de lo que es. Justamente por esto es posible la antropología filosófica: porque la persona ha sido capaz de tomar distancia de sí y de lo real y se ha descubierto como problema. f. Que la persona sea justo lo que no es cosa implica además que, frente a lo ya acabado o construido, la persona es un ser inacabado. Tiene que construirse. Pero, ¿quién llevará a cabo esta tarea?: ella misma. La persona es una tarea para sí misma. Nunca está determinada y le queda siempre la responsabilidad última sobre su futuro. La persona tiene que decidir quién quiere ser. g. Sin embargo esto no significa que seamos autosuficientes. La persona tiene que hacer su vida pero apoyada en la realidad, esto es, en las cosas y, sobre todo, en las otras personas. Frente a las cosas, que son realidades cerradas en sí, es la persona una realidad abierta: a sí misma, a las cosas, a los demás h. Para hacer su vida la persona necesita apoyarse en la realidad y, sobre todo, en otros. Y esto es posible para la persona porque la persona está abierta a otros. Y no sólo abierta, sino que tiende a otros para poder, con ellos, realizar su persona. La persona es siempre en relación, en comunidad…”35 Si la naturaleza de la persona es su relación con los otros, y solo se construye a sí misma en comunidad, estamos frente a una premisa ontológica del trabajo y la existencia colectivos. Pero siempre considerando la dignidad, que en este caso se afirma como sustantiva, fundamento y respeto. Por lo tanto como sujeto con derechos a participar que son irrenunciables. La persona así entendida es entonces libertad, autogestión, autonomía y comunidad.

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El concepto de persona desde la perspectiva cristiana. Por José Manuel Domínguez Prieto. En Internet.

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XIII La doctrina sin fe Como ateo que soy, creo descubrir en esta secularización de los valores y los principios una ética y una moral transparente, que se sitúa por encima de las ideologías o los ismos. Una moral y una ética que pueden conservar su tamiz o sello religioso el tiempo que sea necesario. No me parece relevante. Visto en perspectiva, es decir, en el transcurso de los siglos, pienso que el catolicismo, al igual que todas las ideologías del poder, ha entrado en una irreversible decadencia. No así la propuesta de los cristianos de orientación social. El catolicismo, acostumbrado por el interés a lo largo de diecisiete siglos, se ha erigido en un guardián de los grandes poderes, y en un aliado de los capitales. Está pues orgánicamente atado al régimen capitalista. No es casual que en el llamado Compendio de la doctrina social de la iglesia36, se defina a la cooperación como “las relaciones entre capital y trabajo” que deben estar definidas precisamente por esa “cooperación” (pág 50); o para mayor claridad: “cooperación de los empleados para con sus empleadores”. Para los católicos, la filosofía social implica, necesariamente, “el principio de colaboración entre clases” (pág. 152). En nuestro país, esa visión reaccionaria y desnaturalizadora del cooperativismo es la que tenía Monseñor Abascal, y es la que intentaron sin éxito promover desde el estado durante la administración de Fox los “cooperativistas” improvisados de la organización del yunque, que se distingue por la falta de principios y se caracteriza por su carácter violento, excluyente y sectario. La otra visión, la del cristianismo social que se escinde del poder, es la que han abrazado los curas del pueblo, desde el Padre Luis Ugalde, insigne líder en el Estado de Querétaro, en México, hasta el padre Manuel Velásquez37, que todavía hoy participa como guía en las reuniones sociales y de cooperativistas. A los primeros los combatimos. Y los hemos derrotado dentro del movimiento. Con los segundos marchamos, porque somos devotos de la misma causa. De más está decir que en los partidos no existe ni tradición ni identidad cooperativa. Por la simple razón de que todos persiguen el poder. Pero no puedo omitir cuatro menciones políticas, dado que no es casual que existan políticos que hayan apoyado y defendido el cooperativismo. El más lúcido de todos los que en México conozco es Ricardo Flores Magón, inspirador de la Revolución Mexicana, pionero del derecho social y líder visionario de las transformaciones más profundas que ha tenido México. Su antecedente más claro es a su vez Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, adversario de Juárez el modernizador. Ramírez fue quien sentó las bases del socialismo liberal en nuestro país. Pero permítase citar a Ramírez en lo que, como veremos, forma ya parte de nuestra identidad: 36

Publicado por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz y el Episcopado Mexicano, pero con el sello de Librería Editrice Vaticana, México 2004. 37 Fundador de las cajas populares y del Secretariado Social Mexicano.

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“El desarrollo de la asociación es espontáneo, la forma administrativa es caprichosa. La asociación exige la igualdad; la administración se conserva por la jerarquía…Asociación es bienestar; administración es obediencia… el pueblo ha ensayado asociaciones extralegales, el pueblo las decreta y practica hoy como absolutamente necesarias;…Es indudable que el hombre no puede vivir aislado, pero sus asociaciones naturales, sus asociaciones productivas, ¿cuándo han sido inspiradas por el gobierno? …¿cuándo, esas confraternidades no han tenido que dividir sus provechos con el poder administrativo? ¿Cuándo, en fin, éste no ha acabado por corromperlas, si las puede explotar, por aniquilarlas si no puede corromperlas?”38 Su lucidez es pavorosa, entendía de hecho lo que ha pasado en este siglo XX anticipándose medio siglo. Pues el México posrevolucionario de los años veintes era un México cooperativo, en el que el Congreso general tenía mayoría de diputados cooperativistas, y los regímenes de Obregón y Calles se empeñaron, precisamente en fundar el partido del grupo triunfante y hegemónico de la Revolución para terminar con esa mayoría social cooperativa. De tal manera que el Partido Nacional Revolucionario, y su heredero el PRI están fundados en lo que Ramírez llamó la corrupción de las asociaciones, y en su aniquilación cuando no pudo corromperlas. Fue Ramírez también quien formuló la frase de “la tierra es de quien la trabaja con sus manos”. Fue Ramírez quien ideó el reparto de utilidades para hacer copartícipes a los obreros de la propiedad de las empresas. Fue Ramírez quien defendió el colectivismo de los indígenas contra los decretos de desamortización de Juárez. En su celebérrimo discurso en el Congreso, pronunciado el siete y ocho de julio de 1856 dejó sentados los cimientos del liberalismo social y del proyecto que medio siglo después cristalizaría en la nueva Constitución de 1917: “El más grave de los cargos que hago a la comisión es de haber conservado la servidumbre de los jornaleros… Pues bien, el jornalero es esclavo. Primitivamente lo fue del hombre, a esta condición lo redujo el derecho de la guerra, terrible sanción del derecho divino… Así es que el grande, el verdadero problema social es emancipar a los jornaleros de los capitalistas: la resolución es muy sencilla y se reduce a convertir en capital el trabajo. Esta operación, exigida imperiosamente por la justicia, asegurará al jornalero no solamente el salario que conviene a su subsistencia, sino un derecho a dividir proporcionalmente las ganancias con todo empresario. La escuela económica tiene razón cuando proclama que el capital en numerario debe producir un rédito como el capital en efectos mercantiles y en bienes raíces; los economistas completarán su obra adelantándose a las aspiraciones del socialismo el día que concedan los derechos incuestionables a un rédito al capital trabajo…formemos una Constitución que se funde en el privilegio de los menesterosos, de los ignorantes, de los débiles, para que de este modo mejoremos nuestra raza y para que el poder público no sea otra cosa más que la beneficencia organizada.” Pero el referente histórico indispensable para el presente y el porvenir es sin duda su discípulo Ricardo Flores Magón. 38

Principios sociales y principios administrativos, Obras de Ignacio Ramírez. Tomo II pág. 5 y siguientes.

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Uno de los comentaristas contemporáneos que compiló sus escritos dice que éste, conocedor de Bakunin, de Malatesta y de Kropotkine, “comparte con ellos el rechazo absoluto del autoritarismo estatal y eclesiástico, así como la fe en la cooperación y la ayuda mutua entre los hombres”.39 Pero a nosotros nos interesa destacar que más que continuación de los teóricos europeos, Flores Magón continuó las reflexiones de Ramírez, sobre todo cuando leemos pensamientos como los que se apuntan a continuación: “Ya no tienen razón de ser las revoluciones netamente políticas. Matarse por encumbrar a un hombre al poder es sencillamente estúpido…La república burguesa ya no satisface a los hombres inteligentes y de buena fe. La república burguesa sólo satisface a los políticos que quieren vivir a expensas del pueblo trabajador… “Necesitamos los pobres una revolución social y no una revolución política, esto es, necesitamos una revolución que ponga en las manos de todos, hombres y mujeres, la tierra que hasta hoy ha sido el patrimonio exclusivo de unos cuantos mimados de la fortuna. “La igualdad ante la ley es una farsa: queremos la igualdad social. Queremos oportunidad para todos, no para acumular millones, sino para hacer una vida perfectamente humana, sin inquietudes, sin sobresaltos…40 “El periodo de incubación de la Revolución mexicana comienza, desde que el primer conquistador arrebató al indio la tierra que cultivaba, el bosque que le surtía de leña y de carne fresca, el agua con que regaba sus sembrados; continuó desarrollándose en esa noche de tres siglos llamada época colonial…y continuó su curso bajo el Imperio y la República federal, bajo la Dictadura y la República central, bajo el Imperio extranjero de Maximiliano y la República democrática de Juárez, hasta llegar a hacer explosión bajo el dorado despotismo de Porfirio Días, en que alcanzó su máximo de horror… “…el pueblo mexicano se ha levantado en armas, no para tener el gusto de echarse encima un nuevo Presidente, sino para conquistar, por el hierro y por el fuego, la Tierra y la Libertad. “…la mano del trabajador…toma posesión de la madre Tierra para hacerla libre con su trabajo de hombre libre.”41 Ahora, “todo lo que se produzca será enviado al almacén general en la comunidad del que todos tendrán derecho a tomar todo lo que necesiten según sus necesidades, sin otro requisito que mostrar una contraseña que demuestre que se está trabajando en tal o cual industria. “…la aspiración del ser humano es tener el mayor número de satisfacciones con el menor esfuerzo posible, el medio más adecuado para obtener ese resultado es el trabajo en común de la tierra y de las demás industrias… 39

Adolfo Sánchez Rebolledo, Prólogo al libro La Revolución Mexicana en los textos de Ricardo Flores Magón. Grijalbo 1970, pág. 11. 40 Periódico Regeneración, 11 de febrero de 1911. 41 Discurso del sábado 14 de febrero de 1914. Mammoth Hall. Los Ángeles California.

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“…si se une la tierra y la trabajan en común los campesinos, trabajarán menos y producirán más…Lo mismo que se dice del trabajo en común de la tierra, puede decirse del trabajo en común de la fábrica y del taller…”42 Los siguientes dos políticos que contribuyen a la precisión de estas ideas de organización social son cristianos. Siendo el primero de ellos Efraín González Morfín, que si bien revela lagunas en su conocimiento histórico y en su comprensión de la identidad nacional, también apunta líneas luminosas de ruta o derrotero: Polemizando con la propuesta de colectivización a través del Estado, que han defendido los comunistas, él propone otra forma: “el destino universal de los bienes materiales significa que deben promoverse y aplicarse formas adecuadas de propiedad, tales como apropiación privada individual y asociada, y apropiación pública colectiva, en la medida en que lo exija el bien común…” En precisando su idea Don Efraín agrega: “El camino de la desproletarización (que soñaron los comunistas) no es la estatización de las fuentes de trabajo; el camino de la desproletarización, es decir, del cambio o superación de la condición proletaria, tiene que lograrse elevando substancialmente ingresos y generalizando con realismo, sin demagogia, gradualmente, oportunidades de adquisición de propiedad entre los diversos trabajadores o profesionistas de distintas ocupaciones…”43 Lo que Don Efraín llamaba apropiación asociada, aunada a la generalización de esa propiedad entre los trabajadores, no es sino la cooperativización creciente y general. El otro político cristiano, en este caso un panista práctico y conciso que impulsó la primera ley que reconoce plenamente el carácter social de las cooperativas, ajeno al derecho mercantil, así como su funcionamiento no lucrativo, resumió ese camino como “la socialización del capital”.44 Hoy en día el catolicismo vaticano, que hace todo su esfuerzo e invierte sus mejores recursos en mantener el número de sus fieles y en extenderlo, tiende a estancarse y a caer. Ese estancamiento lo interpretamos, a la luz de este avance del cooperativismo, como parte del agotamiento de las ideologías de estado. Según la estadística religiosa, hoy suman 1100 millones las personas bautizadas, sobre todo como resultado de las campañas en África y Asia, donde la pobreza y la ignorancia son caldo de cultivo para una religión que llega con buenas campañas de afiliación.45 Sin embargo las tendencias son muy claras. No me detendré en la descripción de otras religiones que crecen a un ritmo mucho 42

Manifiesto del Partido Liberal, 23 de septiembre de 1911. Nov de 1992, recogido en el libro Formar personas. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. México 2002. pp. 147 y 152. 44 Jorge Ocejo, Reflexiones sobre una visita a la cooperativa UNIPRO, Chihuahua, México 2009. 45 “El continente americano es el que cuenta con la mayor proporción de católicos bautizados: 49,8% (aproximadamente 541 millones); Europa tiene un 25,8% (aproximadamente 282 millones); en África, el 13,2% de la población es católica bautizada (aproximadamente 143 millones) mientras que Asia cuenta con un 10,4% (aproximadamente 113 millones) y Oceanía con un 0,8% (aproximadamente 9 millones)” Cifras de la Iglesia católica. 43

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mayor, como el islamismo. Simplemente debo dejar sentado que el contenido humanista del cristianismo, transformado en preceptos de vida y convivencia, forma parte de la herencia cooperativa, a la que se han afiliado más personas que las que hoy están bautizadas. Al contrario de lo que la iglesia católica les enseña de mansedumbre y sumisión ante las adversas condiciones sociales, los cooperativistas están siendo educados para que tomen en sus propias manos su situación, y para que de manera colectiva y solidaria emprendan el camino de las soluciones. La filosofía que ofrece resolver la existencia, y que entrega los elementos para conseguirlo, es hoy el cooperativismo, ninguna otra filosofía ni política de estado. El cooperativismo, investido de principios y valores secularizados como los plantea Fromm, se proyecta como una propuesta imbatible. En todo caso cuánto prevalezca todavía el sello cristiano en el cooperativismo, como es el caso en México, no es problema ni representa preocupación alguna. Al contrario, ojalá fuera un número mayor el de los curas o religiosos involucrados en esta tarea y apostolado.

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XIV Desde la poesía y el arte siempre se ha podido atisbar el porvenir Han avizorado el futuro los poetas y los artistas de genio, que siempre miran más lejos que el común de los mortales: Dostoievski lo dijo: “…en caso de que vuelva a salvarse la tierra rusa, se deberá a los monjes. Pues están verdaderamente separados para «el día y la hora, el mes y el año». En su soledad, estos monjes conservan la imagen de Cristo espléndida a intacta, en toda la pureza de la verdad divina, legada por los padres de la Iglesia, los apóstoles y los mártires, y cuando llegue la hora, la revelarán a este resquebrajado mundo. Es una idea grandiosa. Esta estrella brillará en Oriente…”He aquí lo que yo pienso de los religiosos. Tal vez sea una simple suposición mía; tal vez me equivoque. Pero observad a esa gente que se eleva por encima del pueblo cristiano. ¿No han alterado la imagen de Dios y su verdad? Esos hombres poseen la ciencia, pero una ciencia supeditada a los sentidos. Pertenecen al mundo espiritual, la mitad superior del género humano… La vida del religioso es muy diferente. Hay quien se burla de la obediencia, del ayuno, de la oración... Sin embargo, ése es el único camino de la verdadera libertad. Yo suprimo las necesidades superfluas, domo y flagelo mi voluntad altiva y egoísta por medio de la obediencia, y así, con la ayuda de Dios, consigo la libertad del alma y, con ella, la alegría espiritual. ¿Quién es más capaz de enaltecer una idea, de ponerse a su servicio, el rico aislado espiritualmente o el religioso que se ha liberado de la tiranía de las cosas? 46 En otra parte del relato, un personaje de este mismo escritor, que responde al nombre de Miúsov, repite palabras de la policía secreta sobre los revolucionarios. Según este policía, los revolucionarios no le preocupaban, pero los que creen en Dios y al mismo tiempo son socialistas “ a esos sí es a los que más hay que temer, esa es gente temible, pues el socialista cristiano es más temible que el socialista ateo”. Dostoievski veía, de hecho, el futuro de Rusia como algo que dependería de la eventual unidad entre esas dos fuerzas de su identidad. Yo, que he estado en Rusia, pienso lo mismo más de un siglo después. Terminemos este recorrido con el enunciado de los principios y valores cooperativos, que después de lo expuesto podremos ver con claridad representan una herencia enraizada en la utopía, cuyas características o cualidades distintivas nos permiten caracterizarlo como una visión o propuesta de vida, más que una estrategia política. Una propuesta que al abarcar toda la esfera de lo que es el hombre, no se circunscribe a la economía, y ni siquiera comienza por ella, sino por los principios de solidaridad y ayuda mutua que postula enseñar a los seres humanos, haciendo descansar su organización en una tarea educativa permanente. Una filosofía que busca la justicia, pero que no plantea la igualdad, puesto que todos somos distintos, todos aportamos en forma variable y tenemos necesidades también diferenciadas, y que en consecuencia concibe esa justicia como el derecho igualitario a proponer y decidir, pero que conduce a una forma equitativa de reparto de 46

Los hermanos Karamasov, Aguilar Editores. Tomo III pp. 254 a 256.

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bienes y servicios según lo que cada uno aporte. Una filosofía que cree en la persuasión y el consenso, y de ninguna manera en la imposición, por lo que educa a sus adherentes en el respeto y la libre adhesión, erradicando toda pretensión de fuerza, dictadura o violencia. Una filosofía, en fin, que coloca a las personas como el centro de su cosmogonía y como fin último de sus esfuerzos, generando grupos verdaderamente identificados en el interés compartido, y sin dar pie a la segmentación por intereses parciales, particulares o ideológicos. La historia universal parece haber ido decantando los esfuerzos y los intentos hacia la justicia, la democracia y la felicidad general, y así, toma de Owen el que todo comience por la educación y la asimilación de valores morales y principios éticos. Que sobre esa base se identifiquen los intereses compartidos y se estatuya un patrimonio común, al cuál todos los adherentes aporten de manera igualitaria para adquirir el derecho a opinar y proponer; y para que nadie pese más que los otros, siguiendo en este caso lo que decía Louis Blanc. Tomando de Fourier la abolición del salariado De más estaría decir que todo ello amalgamado por las enseñanzas cristianas que parten de la persona humana y de dignidad comunitaria. Se muestran ahora los principios cooperativos en toda su grandeza, como producto de tanto sueño traducido en hechos, o tanta utopía traída a la realidad: 1 Adhesión voluntaria y abierta. 2 Gestión democrática por parte de los socios. 3 Participación económica de los socios. 4 Autonomía e independencia. 5 Educación, formación e información. 6 Cooperación entre cooperativas. 7 Interés por la comunidad. 8 Respeto a la naturaleza. Y los valores aparecen entonces como remate fundamental al plantear “transparencia en la gestión” y, según acordó la ACI desde 1995, “ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad”.

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XV Yo también reivindico la Utopía Como científico social estoy obligado a sustentar todo pronóstico en datos duros. Sin embargo, como utopista puedo darme ciertos atrevimientos. Y en este caso y a manera de colofón, me atrevo a pensar que conforme madure la solidaridad en el mundo, y la crisis arrecie y termine con los imperios y la economía de la especulación y el dinero, los grupos humanos organizados en cooperativas, rescatarán además otras formas de fé que la iglesia católica cree haber erradicado. Otras formas de fe ajenas a la jerarquía, el poder y el dinero. Los cátaros tendrán un retorno triunfal al mundo, y detrás de ellos los maniqueos, que fueron mucho más fieles al ideal de Jesús, y que sin duda están más cerca de nuestra futura utopía. En el manual de fe cátara se sostiene que entre Dios y cada hombre no deben pretenderse intermediarios, y que toda jerarquía y poder obedecen a los intereses terrenales y no al espíritu y finalidad del hombre. Que en consecuencia, sólo se es libre si se persigue o busca el camino hacia el reencuentro del espíritu, donde las apetencias van cediendo y reduciendo su importancia en la medida que el hombre comprende que la virtud está en su modestia y en el desapego por la propiedad y las posesiones, pues han de constituir la fraternidad y el compartir el verdadero camino hacia sus semejantes, y hacia una auténtica felicidad. Si reflexionamos sobre el resultado que tiene la combinación de los principios cooperativos se trata precisamente de lo mismo: un hombre que no persigue el tener sino el ser libre, solidario y fraternal; un hombre que no vive del despojo sino del esfuerzo; un hombre que no actúa a título personal y a pesar de los demás, sino en armonía con otros y de manera consensual; un hombre que no consume depredando, sino que se hace responsable de la conservación y salud de su entorno y la naturaleza; y un hombre que no se comporta como si sólo importara él sino compartiendo los predicamentos de los demás, de los otros grupos humanos, como parte de una comunidad universal. El cooperativismo no ha conquistado un solo gobierno, ni se propone gobernar en un solo país. Pero ha conquistado el espíritu de ochocientos millones de jefes de familia en los cinco continentes. Y esa conquista espiritual de la persona será el fundamento de una sociedad nueva. Donde el estado como lo conocemos hoy, será disuelto. Sin revolución política. Porque lo que estamos haciendo es una revolución desde abajo, con fundamento ético y moral, y a partir de la construcción de una nueva economía. Esto hay que tenerlo claro. Porque es ajeno a toda idea convencional de cambio, de subversión y de política. Pero somos la fuerza subversiva más poderosa de todas las que han cambiado la tierra.

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Capítulo II La proyección y las perspectivas de la cooperación política en el Siglo actual Mario Rechy M Fragmento de Un legado ideológico 2013 I La lucha de clases es un accidente en el largo proceso de solidaridad entre los grupos humanos Cuando los fundadores del socialismo científico escribieron su Manifiesto, jugaron el mismo papel que Newton cuando escribió sus fórmulas sobre la Física clásica. Pero cuando el hombre salió al espacio exterior y pudo entrar al microcosmos del interior del átomo tuvo que reformular las leyes del movimiento, bien como física relativista en el primer caso, o como física cuántica en el segundo. Esto ya lo había explicado un notable mexicano hace ya más de treinta años en su Dialéctica de la Física. Sin embargo, aunque en el terreno social ha ocurrido un fenómeno semejante, es decir que hoy se ha extendido nuestro conocimiento de la sociedad tanto en el tiempo como en las dimensiones del planeta, nadie se atreve a mencionar la insuficiencia de las fórmulas de la lucha de clases y de la dictadura proletaria como principio heurístico o como programa de trabajo. Este enfoque aspira entonces a desatar la discusión sobre este punto crucial de la ciencia social. Si lo que digo es que hoy prevalece y predomina la tendencia a la unidad social y la solidaridad, y no la lucha irreductible y antagónica, querría decir que el principio por el que debemos optar en nuestro trabajo, como principio que determine todas nuestras acciones, tiene que corresponder a ese postulado. En todo caso, la realidad social se encuentra en una encrucijada, donde un camino apunta al fortalecimiento de la vía solidaria, y otra vía nos aparta hacia la confrontación. Es evidente que la vía de la confrontación parece ser la que tiene el poder, pues está representada en escala planetaria por Estados Unidos; y para algunos eso es lo decisivo. Pero en la otra opción está la sociedad emergente y, en particular, la juventud del mundo, y ellos no solo constituyen la absoluta mayoría, sino también la fuerza ética y moral para poder convertirse en la opción que asuman nuestras sociedades. También hemos aprendido que la historia, como decía Trotsky, no se hace por encargo. Y no existe ni el determinismo materialista, ni el determinismo voluntarista. Estamos ciertamente ante el riesgo de que la opción de lucha se imponga y conduzcan al género humano a la decadencia o a la autodestrucción a través de las guerras. Pero mi visión y mi papel es asumir con toda energía la perspectiva que confía en los seres humanos, y que apuesta por el papel conductor de la juventud armada de valores hacia un mundo solidario. Cada guerra debe ser vista hoy a la luz de los distintos enfoques, porque si persistimos en sólo considerarla como una confirmación de viejos postulados o paradigmas, nunca rebasaremos el conocimiento aparente. Por citar algunos casos recientes diríamos: en Irak el pueblo tenía contradicciones, pero el estado Irakí había logrado sobrellevar estas contradicciones en una unidad nacional. Sin embargo la contradicción que se exacerbó y llevó hasta las últimas consecuencias fue la del imperialismo contra los pueblos a los cuales quiere saquear y expoliar. En esa guerra, para todos fue evidente que por la vía de la violencia no era posible vencer al enemigo norteamericano y sus aliados. Y no era posible dadas sus ventajas tecnológicas. Para conseguir un

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triunfo contra Estados Unidos se hubiera requerido una estrategia no militar, sino de consenso de la opinión pública mundial y de condena a la violencia. Desde la Revolución de Octubre deberíamos haber sacado algunas conclusiones fundamentales que la ideología parece habernos impedido. Por ejemplo, debería estar claro que si una revolución se realiza, es decir que si resulta una acción violenta de un proceso social para derrocar a un grupo o clase dominante, no solo quiere decir que la clase o grupo derrocado es sustituido por otro, sino que el triunfador requirió de la violencia porque no había condiciones para un consenso, es decir, para que la mayoría impusiera su propuesta. Y al ser entonces un grupo no mayoritario el que encabeza la violencia, no representa a la mayoría en sentido estricto, aunque gobierne en su nombre. Y ello encierra el riesgo de que el grupo triunfador termine por representar los intereses del poder muchas veces bajo una ideología que lo disfraza. Ha sido, por el contrario, la unidad nacional o del más amplio consenso, la que permite los triunfos de Lula, de Mújica, de Evo, y de tantos otros representantes sociales. Desde una posición ortodoxa del marxismo todos estos líderes que acabo de citar quedan descalificados, primero por no confrontar los intereses de clase, por no expropiar al enemigo de clase, por no ser consecuentes en términos leninistas. Y sin embargo esos regímenes sobreviven y, lo que es más importante, avanzan en un sentido social. El que a los históricamente impacientes eso no represente nada, no quiere decir que van por mal camino. Habría que hacer balance concreto de cada experiencia. Pero atención, mi propósito no es defender a los gobiernos reformistas de América Latina en el comienzo de este siglo, sino establecer la diferencia entre cambios violentos, basados en la concepción de la lucha de clases, y cambios paulatinos, fundados en el consenso social. En todo caso, lo que trato de ilustrar es que por la vía de la violencia no parece haber camino de triunfo. Y que en cambio, por la vía de los consensos amplios y aun pluriclasistas, se viene construyendo una etapa con mejores condiciones de vida y convivencia. El marxismo o la teoría de las revoluciones, nos acostumbró a pensar en cambios rápidos. Pero todos estos cambios rápidos, vemos ahora, décadas más tarde, fueron aparentes. Porque no se puede seguir pensando que en Rusia existió el socialismo. Ni que en China eran muy proletarios. Los que hemos sido testigos directos de la tragedia de la URSS sabemos hoy con toda claridad que la burocracia fue durante muchos años la principal beneficiaria del régimen de economía planificada, y que hace décadas que el marxismo no era sino una camiseta ideológica que pretendía seguir usando para legitimar su dominio. Tal y como el Partido Revolucionario Institucional utilizó en México la camiseta de la Revolución para legitimar sus gobiernos.

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II Por la vía de la lucha y la confrontación no venceremos a los enemigos del pueblo, más bien construiremos sociedades burocráticas y totalitarias. En diciembre de 2012, el gobierno priísta de Enrique Peña Nieto suscribió un Pacto por México con los dos grandes partidos del país. El objeto del pacto era, desde luego, conseguir la gobernabilidad después de elecciones fraudulentas y cuestionadas. Y el fundamento del Pacto estaba tomado de propuestas que dos sexenios anteriores la izquierda había propuesto, al presidente electo Vicente Fox, para transitar a un método inclusivo de gobierno que culminara en un gobierno de coalición. Fox lo había aceptado a medias, pero la izquierda, manipulada entonces por un priísta de viejo cuño enquistado en ella (Cuauhtémoc Cárdenas), satanizó la propuesta, y tuvieron que transcurrir doce años antes de que ahora la misma izquierda lo pusiera sobre la mesa de negociación. Su nuevo líder retomó las ideas de una transición hacia un gobierno inclusivo y negoció con el gobierno. Los motivos que cada fuerza tenía eran sin duda diversos. Unos seguramente buscaban quedar incluidos en las decisiones de estado. Otros simplemente seguir medrando en el poder y el presupuesto. Pero como quiera que haya sido, expresaba una necesidad, la de transitar de una democracia electoral hacia formas más completas de construcción de los consensos. Y el resultado fue un conjunto de acuerdos sobre el Programa de Gobierno. El país, salpicado de ingobernabilidad por la guerra entre los narcotraficantes, y entre éstos y las fuerzas del estado que había desatado el presidente anterior, se mostró expectante ante la posibilidad de una nueva paz. Hablar pues de la transición política fundamental que estamos viviendo en el comienzo de este siglo, es hablar de la transición a la democracia, una democracia que se replantea sus fundamentos. Heredamos de la experiencia occidental la división de poderes y el régimen electoral. Y eso ha funcionado a medias en los países fuera de Europa y los Estados Unidos. Y además, tampoco ha sido la fórmula para garantizar una evolución económica que reduzca las desigualdades o garantice los mínimos indispensables de ingreso a la amplia mayoría. Dentro de ese proceso de búsqueda de la democracia, y sin participar o enfilarse hacia el poder. Pero más importante aún, sin tomar entre sus premisas la a confrontación, sino la solidaridad, el cooperativismo ha continuado trabajando. Quienes prefieren referirse a la transición restringiendo o empobreciendo su contenido, circunscribiéndolo a un proceso de cambio formal en el sistema político; a un proceso de cambio que no subvierte el orden, que hace cambios para que todo permanezca igual, no entienden el signo de los tiempos. En aquellos países donde el sistema se ha petrificado (Cuba, Guatemala, Ruanda, Corea del Norte, México, etc.) los hombres del poder hablan de transición de la misma forma que antes hablaron de democracia. La transición bajo control, la transición institucional, la transición o "cambio sin ruptura", la transición, en fin, sin que el sistema sea sustituido y el grupo gobernante sea desplazado del poder, y sin que se rompan o superen los marcos políticos fundamentales. Todo lo cual puede ser un proceso de cambio, pero no un tránsito a la democracia. Tal y como antes se hablaba de la democracia como “dirigida”, o se hablaba de ser "de extrema izquierda dentro de la Constitución", o de alineaciones políticas que iban "arriba y adelante". Lo necesario, en este caso, es conocer los indicadores de la existencia de la democracia, o que

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permitan caracterizar el régimen político y social de que se trate, de tal manera que se sepa hacia dónde se puede transitar. Un sistema político que no permite avanzar hacia la democracia, que realiza cambios continuos pero sin que los índices de la democracia dejen ver sus efectos, ha agotado su evolución, ha liquidado sus posibilidades, se ha anquilosado y representa una camisa de fuerza para la sociedad y sus instituciones. Puede en este caso prolongar su existencia a través de "cambios", reformas, concesiones, válvulas de escape y ajustes constitucionales. Pero los índices que permiten registrar la existencia de la democracia no perdonan, son de una objetividad que no admite medias tintas: Si hay verdadero sufragio universal, hay un elemento de la democracia, el de la política; si existe un programa de gobierno en donde están claramente representados los intereses de la mayoría, hay un segundo elemento de democracia, el de la democracia como proyecto nacional; si además la sociedad ha evolucionado hasta tal punto de darse a sí misma formas de organización civil y representación política por grupos, regiones y gremios, la democracia se ha convertido en un ejercicio de la sociedad; si existen comunicadores que expresen las inquietudes de los grupos sociales, o que sean portavoces de la crítica a los hombres públicos y el papel de las instituciones, existe un proceso de institucionalización de la democracia; si en lo económico se observa una clara tendencia a compartir los resultados de la marcha económica, y no se concentran los ingresos, ni se exime a nadie del costo de las dificultades, la democracia tiene un carácter económico; si la educación universal se extiende y eleva el nivel de cultura general, la democracia ha enraizado en el carácter del estado; si la salud se ha convertido en prioridad pública, y se extienden los servicios universales que abaten los índices de epidemias y pandemias, y se aumenta la esperanza de vida general, la democracia es bienestar. Aún más, si los ciudadanos están informados y tienen interés en participar en la vida pública, ejerciendo sus derechos y llamando a cuenta a sus representantes, la democracia alcanza sus más altos significados, pues ha llegado a ser una conciencia pública. A esa conciencia general le pueden entonces nacer nuevos valores y virtudes: los del aprecio verdadero por la pluralidad, los del respeto hacia las opiniones y opciones de los grupos y los individuos, los de la solidaridad ante los necesitados. En ese punto la democracia es cultura y se vincula con las formas o figuras más antiguas de la democracia; precisamente aquellas en las que nos identificamos con nuestros semejantes y nos reconocemos como iguales. Y es todo esto lo que enseña y lo que practica el cooperativismo hoy en el mundo. Esta democracia tiene pues muchas concreciones o adjetivos, y es la democracia moderna. Situando esta transición hacia la democracia en la historia, y en el momento específico que un sistema político agota sus posibilidades, tenemos todavía que hablar de su identidad, de su tradición, de su carácter y de todo lo que acota y define a la democracia en cada continente, en cada país y en nuestro momento. Este es un problema histórico y de filosofía. Histórico porque cada pueblo, o cada cultura, confiere u otorga un significado a los valores universales; en este caso a la democracia. De filosofía, porque la concepción del mundo; la idea del tiempo, del trabajo, del sentido de la vida y de nuestro lugar en el cosmos, también condicionan o matizan los valores generales. La democracia en América, en este sentido, tiene otra posibilidad de la que alcanzó a expresar Tocqueville. Él, occidental, veía o quería ver qué tanto de lo que en Europa --en Francia--, se había dado, se alcanzaba a repetir en el nuevo continente, pero nunca se planteó que los habitantes originales tuvieran algo que decir al respecto. Y al momento de la ruptura con España, el mundo

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hispanoamericano vivió un escenario de posibilidades múltiples para transitar hacia la democracia (véase el resumen expresado por Francisco Miró Quesada 1981 pp 174 a 180). 47 La primera posibilidad, cuyo exponente más brillante fue Bolívar, postulaba la unión de todas las naciones latinoamericanas en una sola y grandiosa nación, sobre la base de la idiosincrasia propia, sin reproducir la historia metropolitana. (Posibilidad que se malogró ante la inmadurez de nuestras sociedades y ante la insuficiente unidad de las fuerzas independientes.) La segunda posibilidad pretendía mantener el orden y los privilegios de los grupos dominantes que podían capitalizar la independencia en un sentido restringido. Su modelo necesariamente encontraba en la metrópoli la fuente de inspiración y el modus operandi. Este era el proyecto conservador, el de Iturbide, el que cierra o concluye el proceso de independencia en México; el que Diego Portales48 veía inexorable "como el peso de la noche", y que en cierta forma modeló nuestra primera independencia. La tercera posibilidad se había inaugurado con la independencia de los Estados Unidos, --que fue la primera independencia americana. Esta posibilidad se inspiraba en los ideales de Jefferson y Franklin, esto es, de los civilizadores, los que consideraban como barbarie todo lo existente antes de la llegada de los conquistadores, y que aspiraban a convertir a América en un continente moderno. Ellos son los ideólogos de quienes justifican el dominio y la explotación de los pueblos más débiles, quienes inspiran la aculturación y quienes justifican la sustitución de las religiones ancestrales por las creencias europeas. Son la fuente y el origen del etnocidio, del rechazo y la incomprensión de la cultura y la raza autóctona, y del menosprecio a la realidad indígena o india. La cuarta posibilidad, la "asuntiva", es la misma que siguen levantando los pueblos indígenas, y que desde el origen mismo de la independencia viene planteando que no es posible rechazar nuestro pasado, que no es posible subordinarnos a la civilización o a los países occidentales, y que solamente podemos construir un sólido y autentico futuro sobre la base de asumir nuestra realidad. No para perpetuar formas perdidas, sino como punto de partida para forjar lo nuevo. El proyecto asuntivo, dice Miró Quesada, pretende ir más allá de la propia realidad, pero conociéndola, sin despreciarnos y sin juzgarnos a través del juicio que de nosotros tienen los occidentales. Rodó, Vasconcelos, González Prada, Alfonso Reyes, Manuel Ugarte, José Martí, José Revueltas, el subcomandante Marcos, proponen la vuelta a la historia nacional para inspirar el diseño de la justicia propia, de la democracia autóctona. En esta síntesis, miraba el mismo Miró al nuevo hombre que conjuntará los valores indígenas y occidentales, los de la civilización y los del mundo prehispánico, los de la democracia moderna y los de la democracia ancestral. Y ese es un reto del cooperativismo americano; enriquecer la herencia doctrinaria del cooperativismo europeo, con la visión indígena de la solidaridad. En cierta forma, el tránsito que se hiciera desde esta posición asuntiva hacia la democracia, sería, como el viejo Octavio Paz alguna vez lo comprendió, un avance con retorno, una revolución para volver atrás. En esta perspectiva, o en el horizonte de esta posibilidad, la transición también 47

Proyecto y realización del filosofar latinoamericano. Miró Quesada Francisco, Fondo de Cultura Económica, México 1981. 48 Diego Portales fue un antecesor de Augusto Pinochet, quien semejantemente centralizó el poder, liquidó la democracia y ejerció una sangrienta dictadura en Chile de 1830 a 1837. Era, desde luego, un modernizador, y su gestión permitió a Chile décadas de estabilidad económica y "progreso".

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adquiere nombre y adjetivos; aspira o persigue una democracia de inspiración indígena y de filiación zapatista (Paz dixit *).

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Al menos esta era la idea general desarrollada en El Ogro Filantrópico;. Lamentablemente no es en este gran poeta sino una visión y no una convicción, pues en otras obras posteriores como Tiempo Nublado, en sus textos hechos para Televisa, pero más específicamente en su Manifiesto del Fascismo Chilaquíl en que apoyó el avance del ejército mexicano contra los zapatistas en febrero de 1995, su posición se parece más a la de Jefferson y Franklin.

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III La construcción de partidos responde a principios de concentración del poder y del egoísmo de los grupos dominantes. La democracia, que originalmente fue el gobierno de la mayoría, se ha convertido en la competencia entre unos cuantos partidos. Y la democracia como participación en el ingreso y la riqueza generada fue dejada de lado, para dejarnos un cascarón que nos vende la ilusión de ejercer nuestros derechos ciudadanos en un acto momentáneo que se realiza cada tres años y que no tiene ninguna realidad entre una fecha y otra de elecciones. A los ciudadanos se les presentan opciones de voto. Sin embargo los candidatos que pueden votar los ciudadanos han sido antes escogidos por los partidos. Los verdaderos electores no son entonces los ciudadanos, sino los partidos. Y los partidos escogen a sus candidatos en función de sus objetivos de poder. De poder estar en el gobierno y al frente y hasta arriba de las instituciones. Como si estar en el poder y dirigiendo al estado fuera el objetivo último de la participación política. Y como si no debiéramos ver el poder como un medio de resolver problemas. Perder de vista que el objetivo de la política es resolver problemas y servir a la ciudadanía es perder de vista el origen de la política como acción consciente que busca el perfeccionamiento de la sociedad y sus instituciones. Cuando los partidos ven el poder como un objetivo final entonces se hacen a un lado los instrumentos con los que pueden corregirse las imperfecciones de la ley, o superarse los problemas de la economía. El poder adquiere entonces una condición extrapolada, y asume una dimensión propia, situada en el más allá del servicio público o del compromiso con la sociedad. Y los partidos empiezan a buscar el poder para cumplir con el apetito egoísta de colocar a sus hombres por encima y más allá de los ciudadanos. El poder parece ser el fin, y la política queda reducida al registro legal y al derecho que se confiere a una elite para colocar en el poder a quienes tienen más apetito y más interés. Los partidos están sucumbiendo a la ambición y al egoísmo de sus militantes como consecuencia de una escasa formación ética, y como resultado de un bombardeo de la ideología mercantilista. Se ha educado a las últimas generaciones en un apetito de posesión y en una búsqueda de propiedad. Como si el mucho disfrutar de las posesiones fuera el imperativo de los seres humanos, y como si la propiedad de bienes y dinero fueran la forma de alcanzar la plenitud y la realización personal. Ser exitoso es hoy ser competitivo. Competitivo para derrotar a todos los que puedan ocupar un lugar al que se aspira. Es la conversión del servicio por la venta de las oportunidades. Y el abandono del bien común o el interés colectivo en aras de una gloria repartida entre las élites y unos cuantos potentados. La sociedad no buscó ni diseñó esta situación. Han sido los grandes intereses los que introdujeron sus valores en todas las esferas de la vida social. Antes el político tenía que demostrar su condición de tribuno, de representante popular, de aportaciones o realizaciones a favor de sus conciudadanos. Hoy los mercadólogos fabrican candidatos con atributos tomados de la publicidad

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y con virtudes virtuales que sugieren éxito, fuerza, decisión, arrastre, temeridad, osadía, atrevimiento; pero que en ningún momento recuerdan compromiso, abnegación, entrega, desinterés, altruismo o vocación alguna. Nos llenamos así con imágenes de “triunfadores” fabricados por la mercadotecnia que carecen de diagnóstico ante las necesidades, pero que manejan discursos grandilocuentes que sugieren el avance, la modernidad, el acceso al glamour, la seducción, o el encanto. Pero que no muestran consistencia, ideas, propuestas o conocimiento. Pan y circo decían los romanos en el periodo de su decadencia. Si permitimos que la sociedad sea arrastrada por esa vía, el poder terminará de vaciar sus contenidos originales y perderá lo poco que aun conserva de representación de los ciudadanos. Habremos permitido que las instituciones sean dirigidas por quienes se valen de ellas para fortalecer a sus verdaderos electores, ajenos por completo a la sociedad y los intereses de la mayoría. Pero si estamos decididos a impedirlo no podemos permanecer impasibles ante el abandono de los principios y el saqueo de los patrimonios políticos. En cada sitio y en todo lugar existe una herencia y una doctrina que salvar y levantar de nuevo. Se requiere espíritu para hacerlo, y sólo desde el compromiso con la gente habrá la inspiración y las ideas que actualicen un legado. Quienes creen todavía en la posibilidad de la democracia, deben luchar contra el poder de los individuos que se enseñorean en los partidos como si fueran su instrumento y su camino hacia el poder personal. No debe haber más poder que el que permitan los principios. Y no debe haber más principios que aquellos que representen lo mejor de la gente. Ayuda mutua, esfuerzo como camino para alcanzar nuestros objetivos, compromiso para recorrer todo el trecho de trabajo necesario, deberes para tener derechos, ingresos sólo bien habidos, tanta riqueza como el esfuerzo y el mérito permitan, y tanta mesura como la escasez y la necesidad obliguen. Nada para uno si va contra el bien común. Sin esta batalla la política será botín y rapiña. Y quedará reducida a un ejercicio de quienes gobiernen para despojarnos de bienes, de dignidad y de destino.

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IV Los partidos no representan al pueblo ni a las clases sociales, sino a los grupos interesados en apoderarse del estado. El final del Siglo XX y el comienzo del nuevo milenio están marcados por guerras, intervenciones, globalización y terrorismo que arman los gobiernos y los estados, y que presentan como responsabilidad e iniciativa de los ciudadanos. Como si el enfrentamiento real y verdadero fuera entre los grandes mentirosos y manipuladores y sus víctimas. Las guerras con causa de justicia, o con motivo de liberación, han sido sustituidas por las guerras del interés oculto o inconfeso. La globalización nos fue vendida o presentada como el camino universal al progreso y la prosperidad, aunque sólo ha representado y se ha traducido en el proceso más grande de concentración de la riqueza, empobrecimiento de los que algo tenían, y dominio del capital especulativo y parasitario sobre todo el planeta. China ocupa el Tíbet y la Mongolia interior. Estados Unidos ocupa Irak, Afganistán, Granada, Dominicana, Guatemala, Vietnam. La Unión Soviética, y mejor dicho Rusia, ocupa Abjasia, Osetia, Georgia, Afganistán. Todos por razones geopolíticas, control de los energéticos, o necesidad de cohesión nacionalista, pero ocultando sus intereses y presentando cada caso como una defensa de la libertad, un combate al terrorismo, un combate de los fanáticos o una defensa del mundo “libre”. Las trasnacionales imponen sus intereses, tendiendo una cortina de humo sobre los atropellos, los asesinatos, los genocidios, y poniendo por delante sus ganancias. Desde el Tíbet o China, y hasta Tlatelolco o Múnich, lo que se ha vendido es otra vez el glamour y la celebración, sobre un montón de cadáveres y atropellos. Porque el mundo necesita mantener su esparcimiento, el pan y circo de hoy que oculten la miseria y la angustia de la ciudadanía y que condenen la resistencia, disfrazan de rencor y envidia la rebeldía. El delito del terrorismo ha conseguido elevar a falacia legal el derecho de los fuertes para aplastar a los inconformes. El poder fue reduciendo su ejercicio, limitando el papel de la educación y el ejemplo de probidad, y dejando en su lugar el de la administración de los centavos y la protección de los negocios. Del estado tutelar hemos pasado primero al estado clientelista, para llegar finalmente al estado oligárquico donde gobiernan los cleptómanos de la riqueza pública. De la división de poderes transitamos a la unificación de los grandes intereses bajo una sola cobertura institucional. Y del postulado de la diversidad y la competencia entre propuestas llegamos a la homogeneidad de los delincuentes, al cuello blanco de los jefes de los cárteles y las mafias, y a la complicidad generalizada. La sociedad veía a la autoridad como el ogro que le protegía y le castigaba cualquier infracción al orden y la ley, pero hoy lo confirma todos los días como el cinismo del que oprime, el engaño del que se sirve de la ley para su interés, y como el régimen de las componendas, de las complicidades o las alcahueterías. Decíamos partido y pensábamos en camino o instrumento. Vemos hoy los signos de los partidos sólo como privilegio, exclusión y favoritismo. Teníamos país porque creíamos en la continua

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mejoría y en el favor o la concesión de los de arriba. Pero conforme pasa el tiempo, la patria se nos ha vuelto chiquita, y han crecido más que ella los capitales, las empresas y las filiales de matrices que viven en otra parte. Antes sentimos que podíamos ser una parte de la nación, y hoy apenas podemos aspirar a la franquicia que otorgan las marcas o las nomenclaturas. Los hombres, los ciudadanos, se enaltecían al ingresar al servicio público o al afiliarse a la causa de los partidos. Pero hoy se vuelve sospechoso el recluta reciente o el funcionario nuevo. Y lo que sorprende es la medianía o la probidad después de unos cuantos meses de nómina. El carnet o la credencial han sustituido el sello ideológico de los actos. Como si se tratara de una marca o licencia para acumular en nombre del patrocinador. Si el estado prosigue o se pliega ante esta inercia y pérdida de identidad, la sociedad está perdida. Si nadie expresa su inconformidad y protesta, la sociedad sólo podrá incendiarse en Consejos Populares y en Atencos49 que reclamen la dignidad devaluada. Si el ciudadano solo respinga y no procura otros caminos de nueva dignidad y sobrio consenso, nadie habrá de responderle o reconocer sus derechos. Pobre país donde el camino a la dignidad se vuelve rebeldía y cárcel. Los hombres libres, los que no aspiran a la propiedad del poder, sino al servicio de sus conciudadanos, son la esperanza de que esto no termine por sepultar el signo de la democracia y erigir como fin último al becerro de oro de las ambiciones egoístas y las ilusiones.

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Atenco fue una rebelión a comienzos del Siglo XXI en las inmediaciones de la Ciudad de México. La población se oponía a que el Estado, que no les había consultado nada, les quitara sus tierras de labor para construir un aeropuerto. El líder fue encarcelado, varios ciudadanos asesinados, y muchas mujeres violadas por las “fuerzas del orden”.

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V ¿Cómo caracterizamos hoy las políticas de partido? Los partidos buscan el poder político del estado actual. Los ciudadanos libres lo que requieren es su autogobierno. Los partidos participan en procesos electorales o de cualquier otro tipo buscando clientes o adherentes a sus planteamientos, pero no incorporan a la sociedad o los ciudadanos a nuevas estructuras del estado. Los partidos no cambian al estado. Los ciudadanos requieren una nueva organización estatal, pero no centralizada, sino de dimensiones locales, donde la asamblea pueda controlarlo. Los partidos funcionan sobre la base de ideología. Los ciudadanos deben funcionar sobre la base de principios y valores. Principios que se cimenten en la dignidad del hombre, como lo han planteado los zapatistas, pero que más allá, se orienten a crear relaciones de trabajo y de convivencia transparentes y solidarias. Los grandes momentos de la historia universal se han visto antecedidos por largos procesos de educación y formación de conciencia. La reforma de Lutero tuvo éxito, como cuestionamiento de la decadencia papal, no sólo porque los papas habían llegado al extremo en las bulas y el mercantilismo, sino también porque los ciudadanos querían una iglesia recta, donde el ejercicio de la vocación no estuviera movido por la ambición de la jerarquía y el manejo de fortunas. Porque la ciudadanía quería conocer el contenido de aquello que venía repitiendo sin entender palabra. Porque la ciudadanía quería tener cerca su fe. Los cátaros fueron acabados, suprimidos, porque la fuerza del papado se negó a llevar a la institución hasta la mansedumbre y la sencillez, y porque el poder se había ya enseñoreado en el corazón de la iglesia como riqueza, alianza con la aristocracia y como ejercicio de fuerza. Lo más fiel a la sencilla vocación del cristo no pudo sobrevivir a la ambición y el egoísmo de los hombres. Pero los cátaros educaron a sus fieles en una doctrina de tolerancia y pluralidad, en un ejercicio de humilde convivencia; y la educación que dieron a sus fieles les ha sobrevivido como identidad de los catalanes, de los languedocianos y los marselleses. En ninguna otra región de Europa se respira tanto respeto por la mujer y tan clara vocación de justicia, sin grandilocuencias y sin doctrinarismos. Confucio educó a sus discípulos en la observación y la reflexión sobre la naturaleza y la sociedad para atemperar la acción de los hombres y los cambios que perseguían. Y el lento desarrollo de la cultura china nos ha mostrado que un cimiento construido sin prisa, y a lo largo de siglos, es más sólido que la capacitación acelerada y los cursillos en los que se gradúan los yupis y los nerds que mueven hoy las finanzas del mundo. Los griegos concibieron la educación, la Paideia, como la forma culminante de la política, como el fin último del estado, que tenía como su cometido y realización plena la educación espiritual de los hombres libres. Ni la política ni la filosofía estaban por encima de ese compromiso. Sin educación el sentido del poder y del estado perdía su naturaleza. Gobernar era formar ciudadanos. Por ello bajo Pericles vivieron todos, o fueron su herencia: Desde Prexísteles y hasta Aristóteles, el esplendor griego fue producto de la educación como forma más alta y plena de la política.

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Más allá de la bizarra versión que llega a nuestros días sobre la República en España, esa gesta tuvo pueblo y tuvo fuerza porque fue el resultado y la culminación de décadas en que los anarquistas y los demócratas se dedicaron a educar a los niños, a los jóvenes y a los hombres y mujeres de España en los derechos civiles, en las muchas formas y ejercicios de la democracia, en la creatividad artística y en la participación colectiva. El triunfo electoral de la República estaba cimentado en muchos años de educación y formación de conciencias. Y sus enemigos --los totalitarismos-- que no estaban dispuestos a ver florecer una democracia que opacara o contradijera sus propuestas, fueron quienes lo suprimieron a sangre y fuego. Stalin y Franco eran aliados contra la democracia. Stalin y Franco demolieron la catedral de la democracia occidental que fue la República Española. Pero, ¿qué enseñaron todos estos hombres? ¿Qué clase de ciudadanos eran los que construyeron la Atenas de Pericles, la China de Confucio y la República de España? Eran hombres educados en el servicio a los demás, en la responsabilidad colectiva, en la solidaridad y la coordinación de esfuerzos. Eran ciudadanos preocupados por la justicia y el cimiento de las leyes en la protección de los necesitados, la subsidiariedad hacia los débiles y la limitación de los fuertes y poderosos. Los ciudadanos libres que han vivido el esplendor de la civilización no han sido los dueños de la tecnología de punta, ni los más competitivos, sino los dueños de la mesura, los artífices de la proporción y los amigos de la temperancia. No los más dispuestos a la fuerza sino los más hábiles en la convivencia plural y la suma de la diversidad. Porque la civilización no ha construido sus ejemplos más perdurables en los periodos de la concentración, sino en los momentos de convergencia en los que todos ponen y todos ceden. Y porque levantar una cultura y el progreso de las naciones no es el privilegio de la fuerza que somete a los pueblos débiles, sino el logro de las doctrinas que concitan la unidad y conjugan la visión de muchos para diseñar caminos. Lo que prevalece no es la fuerza de Esparta, ni la estrategia de Darío. No son las legiones romanas, ni los ejércitos de cruzados, no son las invasiones de hunos ni las tropas de asalto nazis y las SS; es el templo de Karnak en Luxor que mantuvo un pacto durante dos mil años, la Alambra que sintetizó el ecumenismo de Mahoma y la herencia Celta y de los Iberos, el espíritu de Córdoba donde convivieron las grandes religiones, la construcción de París como monumento de la ilustración, Chichén Itzá y la herencia maya como suma de culturas y de épocas, los derechos humanos heredados por la Ilustración, el modelo republicano gestado en Atenas y perfeccionado en Europa y, sobre todo, el ideal de la libertad individual, el respeto a la persona y el derecho social, cuyo más alto ejemplo tiene hoy su meca en América Latina. Los latinoamericanos, o acaso habría de decirse los latinolusitanos de América, tenemos una vocación colectiva, con hondas raíces de respeto y devoción por la naturaleza. No nos sentimos reyes de la creación, sino modesta parte de la armonía de la naturaleza. No traemos en el corazón el derecho romano que nos lleve a lanzar a los leones a nuestros esclavos, sino el derecho indígena que nos tiene presente el compromiso con los otros. Los latinoamericanos no estamos acostumbrados a tirar el bosque para convertirlo en dólares, porque preferimos escuchar el canto del baobab en la copa de la Ceiba y creemos en la purificación del aire antes que en el respiro de la bolsa. Los latinolusitanos no ponemos por

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delante de nuestro buen vivir el consumo del día. No cambiamos una cerveza en la tertulia por una hora más de ocho dólares. Nosotros, aquí, en los pueblos de América Latina, apreciamos mucho más el ser que nos distingue, que el tener que nos obnubila. Y como tales, queremos un mundo donde todos convivamos, más que un mundo donde unos cuantos sigan acumulando. Por todas estas razones, nos resultan ajenos los políticos que quieren consolidar el poder como una forma de la propiedad y la acumulación. Y por todas estas razones queremos devolverle a la política el signo de una actividad a favor de una mejor convivencia y un bienestar compartido. No queremos un crecimiento que lo único en lo que se traduce es en índices que nos comparan con el mundo decadente, y que solo disfrutan los dueños y señores del tener. Preferimos un camino donde muchos --y acaso todos-- podamos ser más ciudadanos, más solidarios, más fraternales y felices. No queremos candidatos del mundo de la fuerza, de la visión del consumismo o del dinero. Queremos candidatos grandes en principios, profundos en su compromiso de servicio y probados en su fortaleza moral.

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VI ¿En qué consiste entonces la propuesta política del cooperativismo? En construir el poder popular, y no en construir el partido. Pero el poder no nace de un fusil, como decía Mao; sino del dominio total sobre nuestra propia vida, que comienza por la producción y la satisfacción de las necesidades. Se trata de arrebatar, paulatinamente, el control de los alimentos, el vestido, la vivienda, al estado y a las corporaciones, para que sean los grupos solidarios quienes ejerzan su autoridad y su hegemonía sobre la satisfacción de las necesidades. Habrá quien piense que no es posible. Y eso es precisamente lo más importante, pues no vengo a proponerles una nueva utopía, sino a seguir el ejemplo de los que ya lo han hecho. Ahí está la Tosepan Titataniske, la cooperativa de la Sierra Occidental de México, ahí está la UCIRI como ejemplo cooperativo en el Sur de México, ahí está la UNIPRO como ejemplo cooperativo moderno en el norte de México, para ilustrar con casos específicos en los que los grupos sociales han triunfado, no como islas en medio de un mar capitalista, sino como el germen que cundirá en todas partes y disolverá al estado capitalista actual. Y no en una revolución sangrienta, sino en un lento proceso evolutivo. Los cooperativistas ya han empezado la construcción del nuevo mundo. Un mundo construido con armonía y producción desde abajo y a partir de una visión moral y ética. Y no de un monto de capital. Los indígenas de la Tosepan comenzaron siendo veinte personas que se reunían para comprar azúcar y tres décadas más tarde son ya cerca de veinte mil personas que producen todo lo que consumen, además de vender en el mercado mundial productos orgánicos. Los campesinos de UCIRI producen también sus alimentos, generan empleos para toda su gente, y colocan café en el mercado mundial. Los agricultores de UNIPRO constituyen el núcleo más productivo y competitivo del país, han levantado las tierras más fértiles en lo que fuera un desierto, y han diversificado su producción hasta industrializar el campo. Pocos los ven. Y el Estado poco los toma en cuenta. Pero les caracteriza una sostenibilidad económica que trascenderá los sexenios electorales, y se proyectará en la Historia nacional como experiencia pionera de la construcción de la nueva sociedad.

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VII Construiremos un poder local en todas partes, y levantaremos una sociedad autogestionaria que disolverá el estado actual. Construir una economía democrática es el fundamento de una sociedad democrática. Pero es correcto preguntarse cómo se une lo que sólo es local. Y también es indispensable entender cómo de un estado centralista se transita a un estado federado. Cómo se organiza una nueva economía compuesta de miles de unidades autogestivas. Y entonces es cuando aparece viene a propósito el gobierno de coalición. El gobierno de coalición no es una estrategia electoral, ni constituye una estrategia para ganar elecciones. Más bien al contrario, se caracteriza por un método que impide que alguien en lo particular pueda ganar o capitalizar una elección, y le abre a la coalición gobernante un camino de largo plazo, definido por intereses nacionales. Es un procedimiento ascendente de organización del Estado. Un estado que debe organizarse a partir de cada cantón, cada municipio, cada departamento, cada provincia. Pero es también un procedimiento para terminar con las hegemonías y empezar por un gobierno de todas las fuerzas contendientes. El punto de partida de los coaligados es precisamente la aceptación de poner los intereses nacionales por encima de sus intereses de partido, de corto plazo o de doctrina de partido. Pero entender un gobierno de coalición implica también haber caracterizado una situación política en la que su método y su modus operandi permiten superar los problemas de la gobernanza y la gobernabilidad que los gobiernos de partido y de ideología han generado. El gobierno de coalición, además, no se cimienta en un propósito político coyuntural o de corto plazo, sino que cambia el carácter y objeto mismo de la política y traslada el fundamento de acuerdos y programas al terreno de la viabilidad y proyección del Estado. El gobierno de coalición no niega la participación de los partidos. Pero los obliga a contender como representantes directos de los ciudadanos que elijan a sus candidatos. En los gobiernos de partido es la mayoría relativa la que legitima el ejercicio de gobierno y la formación del equipo de la administración pública. Frágil argumento o razón para garantizar consensos, y efímero si además la sociedad ha madurado y la oposición múltiple ejerce la crítica y disecciona la parcialidad de los actos de poder. En las alianzas electorales se identifican unos cuantos intereses comunes o unos cuantos acuerdos que intercambien beneficios muy concretos y tangibles. Pero en su diseño no están necesariamente los intereses ciudadanos, ni el interés del estado, ni la gobernanza. Y en lo que llevamos visto en los años recientes lo que ha prevalecido en los acuerdos entre partidos es el puro interés de mantenerse en el poder, o de impedir que los adversarios pudieran constituir una mayoría relativa mayor. Los resultados han sido de un pragmatismo fallido. Se ha conservado o conseguido el poder, siempre con candidatos al frente que no compartían ni la visión de alguno de los aliados, ni el programa o la estrategia de quienes los habían postulado, sino que tenían sus propios intereses y habían vendido su carisma y popularidad para que los partidos los compraran. Ningún partido había capitalizado sin embargo los “triunfos” electorales. Y habíamos visto el enseñoramiento de nuevos caudillos, hombres fuertes o gobiernos unipersonales. La sociedad no

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se había beneficiado. Y el mismo objetivo de haber impedido el retorno del autoritarismo o de las políticas anteriores caracterizadas por la parcialidad, parecía haber fracasado. Pues los gobiernos electos por alianza no supieron o pudieron conducirnos a estadios de mayor democracia o mejor desempeño económico. La sociedad se encontró muy dividida en las últimas elecciones de los distintos países. Pero no a causa de los programas que abrazó la sociedad en casa caso, sino a causa de la identificación ideológica y la simpatía personal que dividió la votación, la movilización y las expectativas. Y a causa también de la noción occidental que parte de la premisa de que en una votación unos ganan y otros pierden, unos gobiernan y otros se subordinan y pasan a la oposición. Como si los diferentes tuvieran que mantenerse aparte o confrontados. Y como si no fuera posible un procedimiento de unidad por encima de las diferencias. En las últimas elecciones que tuvieron lugar en México en 2012, los desempleados, los pobres, los que sentían la política pública como contraria a sus intereses, se alinearon con López Obrador. Los que han encontrado en el contexto actual la oportunidad para más grandes negocios apoyaron al PAN. Los que consideraron que ya se había agotado la oportunidad de la alternancia, y que los nuevos gobernantes habían desperdiciado su oportunidad, volvieron su vista al PRI y han decidido apoyarlo de nuevo. En todas estas actitudes y decisiones ha prevalecido el corto plazo y la visión inmediata. Peor aun, la noción de que los intereses, irreconciliables compitieron para unos ganaran y otros perdieran. Como si la sociedad estuviera condenada a perpetuar la lucha de clases. Pero esa visión inmediata de los fenómenos de la política no muestra ni conduce hacia las causas de la división social, ni hacia el origen de los yerros de los que han ejercido la función pública. Nadie explica por qué ha sido ineficiente la economía bajo el panismo que gobernó a México durante los primeros doce años del Siglo XXI, nadie explica por qué se han vuelto corruptos los gobiernos que se originaron en la izquierda, nadie explica por qué las esperanzas deben revitalizar el papel del PRI. Todas estas respuestas enumeradas o planteamientos aparentemente opuestos constituyen el resultado de abordar el tema o partir de las apariencias o del aspecto externo de la realidad social. Y de lo que se trata es de ir al fondo. Tampoco hemos llegado a una claridad sobre cómo se formulan programas de gobierno y políticas públicas que traigan mejoría para todos en la situación que vive la economía global. La discusión sobre estos temas parece seguir encerrada en paradigmas ideológicos. No vemos tampoco que se hayan esclarecido los procedimientos para reconstruir consensos o conseguir una mayor participación ciudadana. Plantear un camino inédito, distinto a los gobiernos unipartidistas, pero también distinto al de una alianza electoral o de gobierno, debe entonces conducirnos a una suma distinta de esfuerzos, que no de manera mecánica, porque el adversario no es ninguna de las fuerzas que hasta ahora han contendido, sino los problemas que ninguno ha podido ni sortear ni resolver. Frente a tales problemas, los que plantean la coalición, aceptan poner sus visiones y propuestas sobre la mesa, pero no para hacer intercambio de intereses, ni para canjear cotos de poder o cargos con las otras fuerzas políticas, sino para realizar un ejercicio de reflexión estratégica, abierto a todos, en donde se diseñe un camino que deje atrás los intereses de cada corriente política, y defina soluciones y un camino que responda a las prioridades nacionales.

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Ello implica que todos ceden y todos admiten. Pero no que todos ponen lo que ya traen, pues visto está que se trata de hacer las cosas a partir de la perspectiva general y no de la visión parcial de ninguno de los destacamentos, y ni siquiera de la suma negociada de sus visiones. La coalición es ante los intereses nacionales. No a partir de los intereses de partido. Por ello el gobierno de coalición no es un gobierno de los partidos, sino un gobierno que los trasciende y supera.

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VIII Sobre los gobiernos de coalición en América Latina Durante mucho tiempo nuestras naciones vivieron bajo la hegemonía de un solo partido. Hubo excepciones. Como en todo. Pero incluso en aquellos países donde existían dos partidos fuertes, resultaba que ambos eran representantes de la misma política, y solo rostros distintos de personas. Esa uniformidad tenía sus causas. Sus razones de ser. En México, por ejemplo, que la mayor parte de su historia ha sido una nación plural, con diversas corrientes políticas en su seno, el poder suprimió la diversidad de partidos en el proceso de consolidación del régimen que se instituyó una vez concluida la revolución del siglo pasado. O más exactamente sería decir que el grupo que terminó siendo hegemónico en la creación de sus instituciones suprimió la competencia. No conocemos a detalle la historia de todos los países nuestros, y deberemos abstenernos de hacer clara referencia para no caer en imprecisiones. Sin embargo, es posible decir que hemos compartido también una tradición de caudillos. Y el caudillo es un fenómeno inevitable en una sociedad en la que pocos tienen acceso al conocimiento, pocos tienen formación, pocos concentran el privilegio de la información. Y la sociedad entonces espera que de entre esos pocos se yerga el guía. Pues todo caudillo se origina en la pobreza general, pero no en la pobreza material sino espiritual. Entendiendo por el espíritu no lo inmaterial del alma, sino lo concreto de la cultura. Así pues, gobiernos de carro completo, como los han denominado en México, han sido producto del surgimiento de revoluciones, de la hegemonía de un grupo que capitalizó el proceso de institucionalización, y de la tradición de caudillos. ¿Y qué nos hace pensar entonces hoy en los gobiernos plurales? Evidentemente que en primer lugar la amplia difusión de información. Nunca el mundo había tenido tanto acceso a la información. Y eso permite que la gente piense con cabeza propia, y que los intereses, antes subordinados a la hegemonía, busquen ahora su expresión propia, directa. Pero hay desde luego otros factores. Nos atreveríamos a citar tres. Sin estar seguros de su jerarquía o el orden en que se aparecen. Uno sería el que la sociedad ha dejado de ser una sociedad simple o básicamente estratificada. Veníamos de un mundo donde existían los terratenientes y los campesinos como mayoría absoluta, los obreros urbanos, y las clases medias, con sus intelectuales, sus profesionistas libres y sus burócratas. Y hoy tenemos una sociedad mucho más compleja, donde las clases medias han sido golpeadas por crisis que nos parecen perpetuas. Donde el campesinado ya no es un universo homogéneo, pues se desglosa en agricultores comerciales, campesinos tradicionales, productores en transición, y ejidos o cooperativas o empresas sociales. Y los urbanos también se han desglosado en obreros de la industria estratégica, obreros de la industria de transformación, obreros de la construcción, etc., etc. Y las clases medias experimentan un fenómeno equivalente, pues están las capas ligadas al servicio público, las que dependen de la actividad educativa, o las que están conformadas por innumerables negocios familiares o microempresas de servicios y distribución de bienes. Un segundo factor que nos ha conducido a la diversidad política es el final o término del mundo bipolar en el que vivimos casi un siglo. Es decir, la caída del régimen soviético, con la consecuente

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quiebra de los partidos comunistas, y la apertura para múltiples interpretaciones de la realidad. Evidentemente que este factor ha pulverizado a lo que fue la izquierda. Pero también ha permitido que la sociedad se exprese sin filtros ideológicos o doctrinarios. Y un tercer factor, podría decirse, es que las políticas instrumentadas y que anunciaban que nos conducirían al desarrollo y el bienestar, no lo han hecho. Es decir, que los programas de gobierno, fueran éstos de corte liberal o de inspiración cepalina (porque se cimentaban en los estudios de la CEPAL), como se dice en México, han enfrentado una realidad más compleja de lo que habían previsto. Y los resultados magros que han conseguido nos trajeron a una situación en la que la sociedad ha perdido confianza en propuestas tradicionales, en partidos de cepa y en programas históricos. Estamos ante una sociedad plural, una sociedad más educada, una sociedad que no está esperando necesariamente al caudillo, una sociedad que no confía en los gobiernos de carro completo y de disciplina ideológica. Estamos ante una realidad social y económica que requiere sin duda de enfoques basados en la experiencia, pero también abiertos, y que pueda considerar muchas opciones, varios enfoques y amplios escenarios. En cierta forma la evolución se nos presenta ahora, no como un proceso que venía de algo inferior y que siguiendo una línea única de continuidad obligada, nos permitía avizorar un futuro inexorable, sino como un gran árbol, con raíces que se extienden en todas direcciones, y que después de haber formado un robusto tronco, en el que prevaleció la uniformidad, se ha ido ahora extendiendo por muchas ramas. Dirían los sociólogos que la evolución, que el desarrollo, sigue patrones arborescentes. Si la evolución no fue la sucesión de formas de producción universales, como algunos creyeron mucho tiempo, y si la evolución no conducía tampoco a un horizonte único, es comprensible que ahora la sociedad quiera tener muchas cabezas y muchas propuestas. Y la gran tarea será entonces cómo articular una gobernabilidad y una gobernanza a partir de esa riqueza y esa diversidad. Podríamos decir que el primer paso es reconocer, admitir, que somos, como sociedad, una realidad diversa, múltiple, plural, donde cada corriente, cada grupo social, cada estrato, tiene el legítimo derecho de defender sus intereses. Ese sería tal vez un primer principio de actualización democrática. Pero hay algo también que está por encima de la diversidad y de los legítimos intereses de cada ciudadano. Y es lo que algunos llaman el pacto social. Otros lo llaman simplemente el Estado de Derecho. Pero podríamos admitir otros nombres. El caso es que este Estado de Derecho se compone de leyes, de normas, de acuerdos, sobre lo que es válido hacer o sobre cómo es válido hacerlo, sin afectar los derechos o las libertades de los otros. O mejor aún, sobre cómo hacer lo que queremos sin que ello sea a costa del interés de la mayoría, o de los demás. Si todos aceptáramos que no podemos hacer tabla rasa de la sociedad y del estado, y que tenemos que defender la ley y sus instituciones, entonces toda reforma es posible. Lo demás parecería menos oscuro.

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Por ejemplo, nos hemos opuesto y debemos seguirnos oponiendo a las coaliciones puramente electorales. Hay quien sostiene en México que la alianza que ganó las elecciones en el año 2000 se creó con el único fin de sustituir a un partido en el poder. Es decir, para mover a un partido que tenía hegemonizado el poder político. Es un error muy lamentable verlo así. Antes que nada es un error, porque nunca se planteó como objetivo un gobierno de un partido, o de un líder, aunque haya terminado en algo parecido. El que se fracasara en la creación de un gobierno plural no debe llevarnos a descalificar lo que se intentó originalmente, pues ese primer gobierno se planteaba convertir la pluralidad que lo hacía fuerte, en una pluralidad de gobierno. Eso no pudo construirse, pero no fracasó porque no se lo hubiera planteado, sino porque la llamada izquierda no entendió el momento histórico y no aceptó incorporarse al gobierno. Uno de los últimos caudillos, hijo del General Cárdenas, calificó en el año 2000 como traidores a quienes se sumaran a un gobierno de coalición. Y cuando el diputado Beltrones lo planteó el año 2012, entonces el mismo Cárdenas acepta. Sin explicar por qué su opuso cuando fue propuesta de Fox, y por qué lo aprueba cuando es propuesta del PRI. Sin duda su idea de la coalición depende de su hígado más que de su cerebro. Y no es entonces la coalición que necesitamos. No aceptó cogobernar, pero hoy sí acepta colegislar a través de un Pacto. En México se han constituido varias coaliciones para impedir el triunfo del partido que fue hegemónico. En cierta forma se trata de coaliciones electorales. Pero como no tiene prioridad ni preeminencia un programa, se convierten rápidamente en coaliciones para estar en el poder, aunque no sepan para qué, o peor aún, aunque solo sirvan para mantener en el gobierno a los líderes de diversos partidos. Por decir lo menos. Los gobiernos de coalición no pueden ser gobiernos de aliados para cerrar el paso a los adversarios. ¡No! Deben concebirse las coaliciones históricas como pactos en los que se parta de principios sobre la democracia, se hagan explícitas las coincidencias y las diferencias, y se negocien las propuestas, los programas y las políticas, en función del interés general. De hecho es un procedimiento cooperativo. No solo porque concibe el ejercicio del poder como un esfuerzo de cooperación, sino también porque es la forma como se gobiernan las cooperativas. Por algo se dice que son escuelas de democracia. En un pacto de coalición, o en un gobierno de coalición, hacemos falta todos. No los que estén de acuerdo, sino precisamente todos los que por separado no han podido pensar igual, pero que al formar parte de una coalición se comprometen a debatir, a confrontar, no en un ejercicio abstracto o teórico, sino frente al interés ciudadano. Porque un gobierno de coalición tiene que ser la síntesis de la diversidad. Una diversidad que se expresa políticamente, y que impone el mecanismo de que todos ceden y todos aceptan un acuerdo que los comprende, aunque no pueda contener ese acuerdo toda su propuesta o toda su visión. Porque un gobierno de coalición ha de ser un gobierno de desiguales que están dispuestos a marchar juntos en aras del interés nacional. Hemos tenido hasta ahora gobiernos de minoría. Es decir, gobiernos en donde ninguna fuerza puede jactarse de ser el representante pleno de la ciudadanía. De lo que se trata ahora, al reconocer esto, es que se acepte compartir el gobierno, y reformar el estado, para que todos los representantes de las corrientes, grupos o intereses ciudadanos, estén representados. La mayor dificultad en este caso estará siempre en la vocación de servicio, en el compromiso con la gente, y en no ceder a las tentaciones del poder. Esa calamidad que transforma a algunos demócratas en verdaderos dictadores. Esa calamidad que desnaturaliza los pactos. Esa calamidad que termina con las buenas intenciones.

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Por ello el mecanismo para tomar acuerdos, para formular leyes, y para que todos estén dispuestos a ceder, en aras del bien común, será el eje que haga de la coalición, una ruta verdadera.

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IX Recapitulando sobre el gobierno de coalición como estrategia universal El gobierno de coalición, dijimos, no es una estrategia electoral, ni constituye una estrategia para ganar elecciones. Más bien al contrario, se caracteriza por un método que impide que alguien en lo particular pueda ganar o capitalizar una elección, y le abre a la coalición gobernante un camino de largo plazo, definido por intereses nacionales. En los países donde la coalición ha fracasado, como en Colombia, el problema ha tenido dos causas. En primer lugar la conceptuación del ejercicio, y en segundo lugar la presencia siniestra de los intereses del imperio. En el primer sentido, se acordó una coalición en la que todos se comprometían a un determinado programa, pero le entregaban al ejecutivo una incondicionalidad absoluta, y se conjuraba toda disidencia. El resultado ha sido fatal. Fatal para el sano ejercicio de la crítica, pues nadie ha tenido derecho, ni de disentir, ni de cuestionar. Con la contraparte terrible de haber fortalecido el poder unipersonal del Presidente Santos. En un país con antecedentes terribles de autoritarismo y violencia institucionalizada esa coalición ha impedido que se fortalezca la democracia. En el segundo sentido de esta conceptuación podemos reconocer que los únicos interesados en que la coalición fracase, o los primeros interesados en que no cristalice en un camino para la soberanía y la democracia, son los Estados Unidos. Para ellos la inestabilidad de todas sus neocolonias o economías dependientes le facilita la imposición de sus políticas, la intervención abierta o velada, y la defensa ideológica de lo que considera como su único modelo de gobierno, que es la alternancia entre partidos gemelos. El país que será más reacio a nivel mundial a cualquier proceso en el que las partes contendientes dejen de combatirse y se sienten a construir juntas será, sin duda, Estados Unidos. Ellos representan y constituyen la degradación total del ideal democrático. Porque la democracia en sus orígenes no fue concebida como el gobierno de la mayoría relativa, sino como el consenso en un pacto social. Y por ello en Estados Unidos lo que ha hecho el estado es combatir de raíz la formulación de propuestas o visiones disidentes. Ahí la democracia ha sido extirpada en la fuente misma que es la crítica y el ejercicio de la consciencia ciudadana; para decantar los grandes intereses y dejar solamente a dos contendientes que simulen el ejercicio democrático como la selección entre dos pares que se modulan, pero jamás plantean rutas diferentes. Y lo que Estados Unidos no puede ni quiere es un nuevo consenso. Porque en el consenso los grandes intereses perderían, y de lo que trata la política entre ellos, es sobre cómo hacerle digerir a la mayoría una orientación general, pero sobre todo una economía, que concentra el ingreso, mantiene el mercado irrestricto, y reduce la defensa social de los derechos ciudadanos. En Colombia la coalición fue preventiva, para hacer fracasar la idea de pluralidad y mostrar el ejemplo de lo que no se debe seguir. Anticipándonos al fracaso de la coalición que apenas en noviembre de 2011 se ha constituido en Grecia, destacaremos que allá la coalición se construye para terminar con el gobierno de la socialdemocracia. Primero se condujo a la socialdemocracia al endeudamiento. Estaban en la víspera de una Olimpiada y la única forma de crear la infraestructura necesaria y de fondearla era

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la deuda. Ahora le cobran a la socialdemocracia su incompetencia para aplicar una política de austeridad que diera prioridad a la deuda sobre toda inversión en desarrollo. Pero la coalición no tiene un programa para hacer crecer la economía, y en ese sentido no es una coalición sino un gobierno faccioso. Otra cosa ha sido la coalición en África. Y muy otra experiencia se puede obtener de la historia reciente de Ucrania. En Kenia se había atravesado por un conflicto electoral en el que el presidente se había reelecto, pero la oposición lo acusaba de fraude. El descontento era tan brutal, y la negativa del gobernante tan absoluta, que se generó una total ingobernabilidad y apareció la violencia. En ese momento intervinieron Kofi Annan de las Naciones Unidas y el líder de las naciones africanas. Tras duras negociaciones, Kofi Annan, ex secretario general de la ONU y mediador del conflicto, anunció el gobierno de coalición tras reunirse con el presidente Mwai Kibaki y el líder de la oposición Raila Odinga. Según los cables publicados el 28 de febrero del año 2008, el gobierno y la oposición de Kenia alcanzaron un acuerdo para compartir el poder, en el marco de las conversaciones para poner fin a dos meses de crisis política que ha dejado más de mil muertos y alrededor de 330 mil desplazados. “Hemos llegado a un acuerdo para formar un gobierno de coalición”, anunció el ex secretario general de las Naciones Unidas (ONU) y mediador de la Unión Africana (UA), Kofi Annan, tras reunirse con el presidente Mwai Kibaki y el líder de la oposición Raila Odinga. Como puede verse, no se trató de un gobierno de aliados, sino de una gobierno que sumó a los dos adversarios. En el caso de Ucrania existen algunos detalles de la llamada revolución de terciopelo que occidente no conoce o no ha permitido que se difundan. Pero tienen mucho que ver con la situación que aquí vivimos. El panorama político era de gran confrontación. El candidato oficial del bloque ex socialista parecía perder popularidad. El candidato pro occidental tomaba ventaja. Los rusos deciden intentar la eliminación del adversario. Por razones fortuitas el atentado falla, pero deja daños en el candidato. Eso lo proyecta con más fuerza en la ciudadanía. El candidato opositor triunfa apoyado también por el bloque occidental que tenía un interés estratégico en la división entre los dos principales países del bloque soviético. Sin embargo el proceso electoral se complica porque los ciudadanos no solamente quieren alejarse de la hegemonía del Kremlin, sino también de todo autoritarismo. En poco tiempo vuelven a tener lugar las elecciones. Y en este caso se repiten por dudas y cuestionamiento. Y el resultado final es que el senado decide restar poder al ejecutivo. Y establece el comienzo de un régimen parlamentario. Le quita al ejecutivo la facultad de designar a todo el gabinete. Le permite el nombramiento del Secretario de Gobierno y del Titular del ejército. Pero el resto del gabinete se decide desde entonces por la proporción de los votos que tiene cada partido y según la propuesta que tenga para cada ministerio. La Reforma es encabezada por un solo senador. Que no reclamó además ningún cargo para sí mismo. Con este proceso, la separación entre Ucrania y Rusia culmina.

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Inaugura un tránsito hacia la democracia en la primera república y un deslinde con el poder unipersonal que representa Putin.

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X El cooperativismo, sus principios, serán el fundamento de la sociedad solidaria La sociedad en la que vivimos atravesó por un largo proceso de modernización e integración en la cultura occidental. Y a lo largo de ese proceso, terminó dividida en tres grandes segmentos. Uno de orientación asuntiva, es decir, empeñada en conservar lo más distintivo y característico de nuestra nacionalidad, ciertamente portadora de valores colectivos, principios de ayuda mutua y solidaridad. Otro segmento de carácter individualista, que ha sido producto del bombardeo ideológico que plantea todo logro sobre la base del esfuerzo personal, y que coloca al mercado como ámbito donde han de realizarse los esfuerzos y dirimirse los combates. Y un tercer sector asentado en el primero, pero contaminado por el segundo caso, y que oscila en cada periodo o coyuntura según se le presenten como más atractivos los escenarios o las ofertas. La gran lección a extraer de este proceso está en comprender que quienes quieran cambiar la sociedad y fortalecer a la ciudadanía, no deben apoyarse nunca más en las ideologías. No deben formular estrategias fundadas en premisas o paradigmas doctrinarios, sino explicar propuestas visibles a través de la realidad inmediata y de ejemplos comprensiblemente viables. Y los partidos deben entonces reformular sus plataformas y sus programas, si es que quieren subsistir o refrendar su continuidad, a partir de métodos de organización, métodos de lucha y métodos de participación ciudadana, siempre transparentes y autogestivos. Han de ser guías, pero no instrumentos ni vías para acceder al poder. Pues han de ser los ciudadanos organizados los que concreten propuestas, los que escojan a sus representantes y los que finalmente ejerzan su autoridad. Los jóvenes tendrán que revisar la historia de sus países, de sus naciones, de sus pensadores, porque la sociedad del Siglo XX mitificó a los héroes, desdibujó a los mejores, y proyecto a muchos innecesarios. Este será un ejercicio en búsqueda de la identidad. Terminamos la educación básica con un barniz de conocimiento sobre los procesos que gestaron nuestro presente; conociendo los rasgos más generales de los hechos, y registrando las efemérides y datos elementales de los protagonistas. Pero no se nos ha enseñado la continuidad de las ideas, ni la maduración de las instituciones. No se nos ha explicado por qué de la comunidad indígena se explican las llamadas repúblicas de indios; y cómo ello se expresa en el discurso de Ignacio Ramírez y prosigue con la obra de Ricardo Flores Magón. No se nos dibuja la génesis del artículo 27 de la Constitución en esa historia social. Y entonces pocos comprendemos el ejido. De la misma manera ignoramos casi todos los hechos que explican y gestaron la instauración del Seguro Social, del Infonavit, de la Secretaría de Reforma Agraria o del Artículo 3° original de la Constitución como proyectos nacionales de carácter permanente. Esa falta de metodología para desplegar la historia nacional de México, como cada una de las historias particulares de otras naciones, o la historia misma del mundo, obligarán a las generaciones venideras a re investigar las fuentes y reinterpretar su historia. Pues de lo que se trata es de entender cómo el presente ha sido un hecho inevitable dados sus antecedentes, materiales e ideológicos, y cómo ese mismo proceso obliga a una búsqueda intencionada para consolidar por lo menos una que sobresalga entre las opciones del porvenir.

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Esa rescritura de la historia nacional y de la historia mundial le dará a los héroes una dimensión más clara; pero también bajará del pedestal a muchos personajes que han sido encumbrados en su momento por los grandes intereses o las ideologías, sin el mérito o la aportación que los hubiera proyectado. Los jóvenes tendrán que reorientar el ejercicio científico y articular su formulación y enseñanza con la aplicación de sus postulados y utilidad Hoy los nuevos científicos han perdido en su mayoría la vocación de cambio y el compromiso con la función del conocimiento. Como si tuviera sentido la especulación puramente teórica, o como si los postulados de la ciencia respondieran a un rigor interno, y no a una aplicación indispensable. Hoy los hombres de la investigación, e incluso los que investigan fenómenos sociales como parte de las ciencias humanas, conceden mayor valor a la probabilística que la necesidad, y más peso a la inercia que a la consciencia. En este campo también será sano que se vuelvan a considerar los postulados como axiomas que debe refrendar una práctica nueva, en la que cada uno deberá mostrar su pertinencia o actualizar su sentido y su alcance. Newton no fue tirado a la basura cuando se reconoció la vigencia de las leyes de la física relativista, solo se acotaron las dimensiones del movimiento que sus trabajos explicaban. Pero ni él, ni Galileo, ni Arquímedes, escribieron fórmulas a partir de una reflexión que solo tuviera existencia dentro de sus mentes. Al contrario, cada uno era un gran observador, y cada uno intentó que sus fórmulas expresaran lo que estaba frente a sus ojos y analizaba su entendimiento. Y tampoco lo hicieron para satisfacer un rigor de gabinete, sino para guiar la conducta y orientar al hombre en su esfuerzo por alcanzar mejores condiciones de vida. Los jóvenes abandonarán poco a poco la vocación de modernidad y aminorarán el ritmo de los cambios, pues conforme desechen el vértigo de la sociedad de consumo y del dominio tecnológico comprenderán mejor su lugar en el tiempo infinito del universo. Hoy, tanto la ciencia como el ejercicio de gobierno están dominados por una vocación que se sustenta en los principios de lo absoluto y lo infinito. Cuando el hombre debería estar claro de su condición mortal y de su dimensión infinitesimal. Su idea de Dios le ha hecho adoptar una conducta megalómana. El camino que va de la palanca al lanzamiento de naves inter espaciales está marcado por un temor a reconocerse como un punto pequeñísimo de polvo celeste. El hombre hubiera conseguido hacer más dulce y más amable esta tierra si en lugar de ese afán hubiera conseguido conformarse con el hogar que tiene. Pero también lo hubiera cuidado y hasta le tendría cariño y respeto. Aminorar el apetito, o trocar nuestra ambición de dominio en una serena vocación de vida y convivencia, nos permitirá perder apego por el vértigo de la modernidad y el productivismo. Y tal vez entonces aprendamos a producir al ritmo que la naturaleza dicte, sin polución y sin sobrepasar su capacidad de recuperación.

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Los jóvenes volverán sobre los pasos de sus padres y abuelos, pero nunca más para repetir sus obsesiones ni sus prejuicios, sino para realizar una labor generosa de rescate y comedido aprecio por lo que estaba extraviado. La crítica de la civilización nos permitirá asimilar con mayor cuidado y devoción lo que constituye el legado de las generaciones pasadas. Ante la desaparición de los espejismos sobre el futuro, la vida será más tranquila y los ritmos de la naturaleza se tornarán más acompasados con la vida del hombre y muchos valores que hoy son cuestionados se nos aparecerán entonces como dignos de recuperarse. Y ello tendrá inmenso impacto en los cánones de la cultura, pues si hoy el tecno y la velocidad caracterizan lo que se escucha como música, en el nuevo entonces esta expresión le parecerá completamente descocada a los jóvenes del mañana, que estarán buscando ritmos más acompasados que empaten con los ciclos de la naturaleza, y con la calma que haya llegado a nuestros corazones. La experiencia de la primera mitad del Siglo XXI conducirá a las nuevas generaciones al redescubrimiento de lo colectivo. Pero no como algo fundado en ideologías y partidos, sino como lo distintivo del género humano, y como realidad ética, moral y espiritual que estará destinada a ser fundamento de la reconstrucción del mundo. Cuando escribo estas líneas muchos jóvenes han perdido el gusto o el apego por la vida en colectivo, y han abrazado con rigor y entusiasmo el camino de la competencia y el esfuerzo personal. Los hay incluso que merecen reconocimiento por su empeño y sus alcances. Pero el futuro les permitirá a estos líderes la participación en escenarios donde su energía podrá convertirse en un proceso colectivo, y en donde sus alcances y logros tendrán el componente de una sinergia donde ellos probablemente conduzcan, pero sean al mismo tiempo parte de un colectivo de muchas voluntades y brazos. Los valores cambiarán. No porque se vaya a desdeñar el mérito de los más empeñosos, ni los aportes de los más inteligentes, sino porque su impacto no será visto como algo que les beneficie solamente a cada uno de ellos, sino como el fermento o la levadura que levante el desempeño de las colectividades. El espíritu de cada uno se expandirá a través de una satisfacción en la que todos podrán reconocer su aportación en un bienestar compartido. Ello no hará más pobre a nadie, pero sí multiplicará las satisfacciones y potenciará el impacto de los grupos humanos sobre su realidad. La sociedad humana asumirá que fue su solidarismo y la ayuda mutua lo que le permitió sobrevivir en el pasado remoto, y serán los mismos principios los que le permitirán abrir la posibilidad para sobrevivir en el futuro. Hoy nuestra generación parece haber olvidado que los primates que tuvieron que bajar de los árboles y aprender a caminar erguidos en las praderas eran más vulnerables que la mayoría de las especies si se los consideraba como individuos. Muchos animales rapaces merodeaban y sin duda podían haberle exterminado como especie.

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Parecen haber olvidado que en aquél entonces los primates parecían haberse dividido entre los que los antropólogos han denominado la rama de los gráciles y la rama de los robustus. Los robustus, como su denominación deja claro, eran algo más grandes y fuertes. Y su fuerza y tamaño les había permitido desarrollar, en un proceso de selección natural, un carácter más agresivo y de competencia. Muchos de ellos habían enfrentado a otras especies rapaces, para sucumbir uno a uno. Los gráciles, en cambio, se habían visto en la necesidad de agruparse, no solo como consecuencia de su menor tamaño, sino también como producto del hecho de que acostumbraban realizar todo de manera común o colectiva. Mientras algunos o algunas se especializaron en el cuidado de los infantes, otros se dedicaban a procurar los satisfactores de la casa y la alimentación, y unos más se organizaban para salvaguardar la integridad de todos. No eran los más fuertes, individualmente hablando, pero sí los que desarrollaron la mayor fortaleza en razón de su unidad solidaria y su participación complementaria. Los robustus se extinguieron. Los gráciles evolucionaron hasta nuestros días. Y tal pareciera, sin embargo que los genes de los robustus no han desaparecido del todo. Y ello nos ha heredado un poco de agresividad y de fundamento genético para la vocación de poder. Pero la sociedad humana existe gracias a los que aprendieron a ser solidarios. Y la sociedad humana tendrá futuro gracias a la misma rama genética. No por razones de herencia física. Sino porque esa forma de ser ha gestado ya el patrimonio cultural que contiene las bases del arcadia que los humanos venimos soñando. Porque están en los memes o patrones de cultura los datos de lo que ha sido eficaz para construir sociedades prósperas y justas. La reconstrucción de la cultura y la civilización conducirán a llevar el conocimiento al campo, y a detener y revertir la existencia y el gigantismo de las ciudades. El productivismo y el vértigo de la modernidad han ido de la mano con un creciente desdén por el esfuerzo físico y una distancia mayor con la naturaleza. La técnica se ha especializado en el diseño del confort; y el consumismo; paradójicamente, ha gestado una capa inmensa de personas ajenas a la producción directa de riqueza y de satisfactores. En este comienzo del Siglo XXI se ha llegado incluso a incluir en las cuentas que se hacen de la economía de una nación, a los servicios, como valor generado, y dentro de éstos, a cualquier servicio, por intangible que sea, hasta el punto de celebrar aquellas situaciones en las que la participación de la agricultura y las actividades llamadas primarias, tengan una proporción minúscula en las cuentas nacionales. La sociedad humana ha llegado a los extremos de otorgar a las finanzas, es decir al movimiento de los capitales, la conducción de sus destinos, de sus gobiernos y de sus perspectivas. Como si el dinero fuera el gran motor que impulsara el esfuerzo de los pueblos. O como si la riqueza partiera o comenzara en la acumulación de capital. Cuando el hombre reconozca que lo único que lo ha ennoblecido es el trabajo, y que lo único que hay detrás del capital es esfuerzo físico coagulado, próximo o de generaciones anteriores, podrá revalorar los esfuerzos de todos y cada uno de los ciudadanos.

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Ese camino no será fácil. Pues hoy la consciencia ha llegado a otorgar el primer lugar en las jerarquías, a la expresión del valor. Hasta el punto de que se prioriza lo que genere más valor, y lo que represente mayor rendimiento por unidad invertida. En el futuro la sociedad humana llegará a la conclusión de que no tiene caso generar valor si ello no representa mayor bienestar. No será el confort o la comodidad lo que se busquen a través del dinero, sino la producción de satisfactores por medio del trabajo. La economía volverá a estar sobre sus pies, y el trabajo será revalorado y podrá recibir la retribución y el reconocimiento que represente su esfuerzo. Y entonces el campo volverá a ser poblado. Y la ciudad se aparecerá ante los ojos de los futuros ciudadanos como un gigantismo innecesario. Y se comprenderá que los hombres de los siglos anteriores habían concebido el urbanismo no como la superación de la incertidumbre y la escases, sino como la negación de nuestra relación con la naturaleza. El carácter de la técnica será replanteado, y en lugar de ver crecer las ciudades veremos reducirse las diferencias en la disposición del bienestar entre las regiones rurales y urbanas. La educación será replanteada en términos de una educación moral, un aprendizaje del método y un entrenamiento para diseñar soluciones sociales a través de grupos sociales. El politecnismo y los equipos interdisciplinarios gestarán al hombre nuevo. Cuando el hombre mire de nuevo el mundo como su entorno natural y próximo, la educación dejará de tener sentido como un entrenamiento para el productivismo y la competencia. Los hombres le encontrarán sentido al aprendizaje de los valores y al ejercicio de los principios que guíen su conducta en colectivo. La excelencia será recordada como una falacia propia de los ordenamientos jerárquicos, y en su lugar los grupos humanos pensarán en lo que los mantenga juntos ante los desafíos, y solidarios en sus esfuerzos y afanes. No mantendrán el papel de la educación como un entrenamiento para rendir más sino como una vocación para servir mejor. No prevalecerá la acumulación de datos, sino la orientación de esfuerzos. Y no tendrá sentido el mucho saber, sino el comprender mejor. No se enseñará a ser especialista, sino a guiarse con la noción de cada disciplina en la tarea de solucionar problemas y resolver imperativos. No habrá estudio individual, sino aprendizaje colectivo. Y nadie buscará puntos para elevar su estatus en la competencia de la investigación aislada, sino logros en la complementariedad que potencie el esfuerzo de cada uno. En vez de ingenieros entrenados en departamentos estancos del conocimiento, tendremos politécnicos capaces de aplicar los principios de la ingeniería en cualquier tarea de su campo de acción. Y en lugar de una división entre ciencias y humanidades, veremos la fusión de la ética con la aplicación del conocimiento. El hombre estará aprendiendo a ser feliz. Y habremos dejado atrás la sociedad de clases, la desigualdad que ofende y la lucha que empobrece. A ustedes toca sentar las bases para ese florecer del hombre.

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Capítulo III

Macroeconomía de la solidaridad La solidaridad no es un asunto solamente ético, sino una norma que debe regir la economía Se ha vuelto un lugar común concebir la solidaridad como un acto o relación entre dos personas, o de una persona hacia los demás. Como si solamente al interactuar de manera directa las personas se mostraran el género del vínculo que guardan. Cuando más, se llega a creer que la solidaridad es un principio que se puede ejercer en las economías donde los sujetos que se interrelacionan están cara a cara. Se trata de reducir el ámbito de los valores a la esfera moral o a las relaciones donde las personas, más que un vínculo económico, tienen una relación humana. En este texto rechazamos de entrada que la solidaridad tenga que concebirse de esa manera antieconómica, y rechazamos también que la solidaridad sólo pueda darse o existir en la pequeña escala. Postulamos que las relaciones económicas generan o dan lugar a normas y principios. Y que cada economía gesta su expresión ideológica. En sentido inverso, también, postulamos que las relaciones que quieren construir los grupos humanos pueden desarrollarse empezando con valores que se adoptan como fundamento de las relaciones sociales y económicas que persiguen. Lo primero es fácil de entender. De lo segundo es de lo que ahora vamos a ocuparnos. No venimos hoy a exponer un principio que únicamente caracterice a las cooperativas o los organismos de las sociedades arcaicas. Como si se tratara de un resabio del pasado, un vestigio de cosas que quedaron atrás o de una propuesta circunscrita a la ética o la moral. Creemos en una manera de concebir las relaciones de trabajo, y en una forma de organizar la economía, acorde con principios determinados. Que no se originan en consideraciones ideológicas sino en la experiencia social de siglos. Venimos a replantearnos lo que constituye el fundamento de un pacto social. Nacemos y vivimos en una sociedad en la que por el solo hecho de estar en ella aceptamos, de entrada, o como dice el dicho “concedemos sin preguntar”, que tenemos que guardar ciertas normas de conducta. Vivir en sociedad implica desde hace muchos siglos que todos y cada uno estemos dispuestos a acatar el consenso. Es decir, a comportarnos acorde con lo que todos aceptamos o consideramos necesario. Este es un sobreentendido que se vuelve costumbre y nadie lo descalifica porque su carácter sea moral, legal, económico o ideológico. Así es y punto. Ciertamente existen sujetos que ante la necesidad o en razón de su historia personal infringen las normas de conducta y actúan en contra o al margen de lo que los demás consideran normal, posible o necesario. Pero el que existan individuos que infringen la ley, la norma o la costumbre no borra ninguna de las tres cosas ni las cuestiona. Por ello las sociedades, todas, han puesto por escrito sus normas y han definido sanciones y castigos para quien las infrinja.

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La forma o procedimiento como la sociedad castiga a los infractores de la norma es asunto aparte, y puede inscribirse en un mecanismo penal o en un cuestionamiento ético., sin que el segundo sea menos severo que la cárcel o el pago pecuniario de multas. De hecho, existen sociedades que hacen tan grande el peso de la infracción contra el interés colectivo que los infractores llegan a preferir la muerte antes que soportar el juicio, la condena o el ostracismo de sus conciudadanos. Las conductas antisociales o delictivas son motivo de penas, decimos, y gracias a ello y a la vigilancia que las instituciones creadas ex profeso mantienen, la sociedad puede seguir existiendo y la convivencia tiene bases que refrendan el pacto social. Sin embargo, estas normas, costumbres y leyes no son eternas o inalterables. La experiencia social y los cambios en la economía, las instituciones y la educación van modificando las leyes, las normas, las costumbres. En toda sociedad los ciudadanos se hacen una idea sobre lo que conviene a la mayoría, sobre lo que debe estar permitido y sobre la forma de evaluar o juzgar la conducta de los demás. Nuestra conducta, por otra parte, se compone de varios aspectos o esferas de la práctica. Está, por ejemplo, lo que hacemos en nuestra vida personal sin afectar a lo social. Está lo que constituye nuestro ámbito familiar, donde se comparten normas y prácticas de ejercicio universal, pero donde también se asumen conductas o estilos que caracterizan una tradición más restringida, que puede estar ligada a una provincia, a un terruño, a un linaje o a una religión. Y luego se encuentra lo que hacemos, la forma como ejercemos nuestros derechos individuales, y las maneras como resolvemos nuestras necesidades económicas, intelectivas, ideológicas, de visión del mundo o culturales. Cada una de esas esferas guarda alguna relación con el resto, sin que todas ejerzan la misma presencia o tengan la misma fuerza o coacción sobre nuestra conducta, y sin que todas se cumplan de manera consciente o expresa. Hacemos muchas cosas porque así hemos visto que los demás las hacen. Y hacemos muchas cosas porque en el terreno del pensamiento se nos ha dicho o reiterado queé es lo que conviene o lo que nos puede reportar el mejor resultado o imagen de buena conducta. Esto quiere decir, que algunas esferas de la conducta están subordinadas a otras, o que la conciencia, sea esta de carácter cotidiano o social histórico, puede determinar esferas del desempeño personal o crear las condiciones para que una forma de ser o de actuar sea vista por los demás con aquiescencia o buenos ojos. En la sociedad existen convenciones escritas y convenciones acostumbradas. Tenemos normas muy perdurables y reglas que van cambiando en razón de su estrecha relación con las esferas de la vida que están también experimentando transformaciones de vértigo.

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Existen, por último, grupos sociales en los que las normas se ajustan de manera distinta que en el resto de la sociedad porque ahí los intereses determinan la manera como puede verse la conducta, o como puede medirse la eficacia. Entre los componentes de un equipo deportivo que juega siempre de manera conjunta, la capacidad de coordinación, de cooperación entre los sujetos resulta fundamental. En el caso de los competidores individuales, en cambio, el que el sujeto dse desentienda de los ejercicios de coordinación o cooperación no afectará su imagen ante los demás.. En el terreno de la medicina institucional, la buena relación entre el área clínica, el laboratorio, los archivos donde se guarden registros y los facultativos que ausculten, diagnostiquen y receten resultan fundamentales la complementariedad y la congruencia. En una fábrica, a nivel de la producción, por ejemplo de pantalones, la sincronía y proporción entre tiempos y movimientos puede ser la clave entre contar con partes que se traduzcan en un número dado de pantalones, y no en pedazos de pantalón que no arman una pieza completa. Los que conocen las difíciles condiciones de producción en la pesca establecen reglas muy estrictas sobre cuándo salir a mar abierto, cómo tirar las redes, de qué manera jalarlas y cómo separar los peces de su trama para que la jornada sea lo más productiva posible. En condiciones extremas, el aprovechamiento medido de recursos y la conjunción armoniosa de fuerzas puede inclusive representar la diferencia entre el éxito y la muerte. Como en las torres de perforación de petróleo. Cuando en una actividad nos comportamos según la costumbre de otra actividad, lo más probable es que rompamos la armonía del conjunto, o que vayamos contra el interés del equipo. Y socialmente hablando, cuando los intereses de la esfera privada se transfieren o aplican al terreno de las relaciones sociales lo más probable es que se impongan los intereses personales sobre el interés mayoritario. Tishner, el gran teólogo polaco, decía en los tiempos del sindicato Solidaridad que ser solidario quiere decir compartir la carga de los demás, y que esa solidaridad mana de la buena voluntad. Existen personas que se conducen en todos los ámbitos o espacios de su conducta de manera congruente o armónica. Son los mismos en la esfera privada, en el ámbito familiar, en su trabajo o como ciudadanos. Pero también existen personas que en lo personal muestran el predominio de formas muy compatibles o cuidadosas del interés de grupo, y que en el ámbito social se conducen como si todos fueran sus enemigos o sus víctimas potenciales. Esto desde luego depende de varios factores. Por una parte de la experiencia social, esto es, de lo que sean las formas prevalecientes de conducta, tanto hacia el interior de las familias como en la más vasta de las convivencias.

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Ciertamente también cuenta la dimensión social o tamaño de los grupos de los que formamos parte. En una familia estrecha, las relaciones de complementariedad y apoyo son fundamentales, y tanto la expectativa de reciprocidad como el sentido de ser responsable se magnifican. En una familia muy extensa, unos suplen las funciones en las que otros llegan a ser inexpertos o disfuncionales; los distintos miembros viven grados diversos de compromiso, y el conjunto es una red donde se generan liderazgos según el grado de servicio o apoyo que cada uno puede y quiere brindar a los demás. El filósofo Abagnano dice que la solidaridad se refiere precisamente a la reciprocidad y a la interdependencia, a la asistencia que unos y otros se prestan entre si. Y el mismo Abagnano agrega que esto no es sólo un principio moral sino también una doctrina jurídica. Lo primero que tendríamos que plantearnos es entonces si una economía puede adoptar normas jurídicas que la determinen, o si las normas se crean o se adoptan porque en la vida económica se hayan probado y comprobado. Yo en lo personal creo que antes de ser ley, las normas son uso y costumbre. Pero que no todo lo que llega a ley pasó necesariamente por la práctica social, ni todo lo que las sociedades generalizan en su forma de ser, de producir, de organizarse alcanza a ser visto por los legisladores para elevarlo a la categoría de ley. Tenemos así formas de la identidad que quisiéramos ver elevadas al texto que regule nuestras relaciones, y quisiéramos al mismo tiempo que algunos reglamentos y leyes que no son el resultado de la experiencia social fueran abolidos. Las comunidades pequeñas permiten el trato personal entre todos, y ello expone la conducta de cada uno frente a los otros. Si en esa sociedad existen valores de autoestima, prestigio o jerarquía, todos cuidarán de acercarse, en la medida de sus facultades, al arquetipo de virtudes. En las comunidades extensas la conducta social se vuelve anónima, y sólo en la esfera personal resalta la presencia o inexistencia de cualidades y de virtudes. Ahí sólo la convicción y la educación que se adquirieron socialmente son las que van a determinar la conducta. Las sociedades cuidan de los valores, las normas y las leyes. Pero cuidan de ellas siempre según sea el clima ideológico de la época. Una sociedad de la escasez va a destacar las virtudes de la responsabilidad, de la capacidad para ser austero y del consumo que no limite el derecho de los otros a procurarse lo mismo. Una sociedad opulenta, en cambio, va a destacar la capacidad de consumo de los más exitosos, va a glorificar la capacidad de triunfo o el premio al esfuerzo desplegado. En la sociedad contemporánea, en la que la técnica se ha convertido en uno de sus signos característicos, la destreza y amplitud tecnológica va a destacarse como aquello que potencializa las capacidades humanas. Y de la misma manera, en este mundo en que los grandes grupos publicitarios y de comercio muestran y exhiben los bienes que distribuyen a lo ancho y largo de la globalidad, se acicatea la generación de dinero para acceder a tales lujos.

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Recibe así una mayor relevancia la exaltación o promoción de los principios que permiten el gozo personalizado, y se difunden como aquellos que deben dictar la conducta generalizada. Es uno de los signos de la época. Hubo otros momentos y otros procesos de sanción o preferencia. En el México que se construía en la posguerra, cuando el Estado levantaba las instituciones sociales y el influjo de la Revolución dominaba en la educación pública y el discurso político, lo que se exaltaba era el sacrificio por el bien común y la capacidad para mantenerse dentro de un ámbito de aspiraciones modestas. En la época de Juárez, él, como ejemplo y autoridad, había llegado a decir y escribir que los funcionarios públicos deberían vivir conformes con la medianía de su paga o emolumento, pues lo que les premiaría más era su satisfacción de servicio, y lo que los mediría era su compromiso con la sociedad y la Nación. Ideología neoliberal contra principios solidarios Hoy, la ideología global nos ha invadido. Una ideología que nace entre los grupos beneficiarios del comercio global y la especulación financiera. Bajo su influjo, mucha gente piensa que lo que vincula a los seres humanos es la competencia, y que la sociedad necesariamente separa a los que son capaces de los que menos se esfuerzan, dejando a estos últimos en una condición subordinada. La sociedad ha creado instituciones dentro de cada uno de los climas ideológicos que han tenido . Instituciones donde prevalecía el interés de la mayoría cuando la sociedad funcionaba gracias a los vínculos de cooperación y complementariedad. E instituciones para favorecer a una minoría cuando lo que predomina es la competencia, y cuando la esfera de lo privado se ha generalizado como norma de conducta impersonal que caracteriza todas las relaciones entre los ciudadanos. Un especulador puede hoy considerar que lo colectivo es atrasado, ineficiente o populista. Su interés le hace ver como lerdo o incompetente lo que no tiene como característica distintiva la acumulación. Él, como cualquier otro conciudadano, está en su derecho de ver la economía y las relaciones entre los individuos acordes con las convicciones que son suyas. Pero quien estudia el comportamiento económico, y más aún quien dirige la economía, tiene que tener muy claro por qué existen diversos enfoques y planteamientos sobre la forma como debe normarse la relación entre las personas, entre los grupos humanos y entre las instituciones y los ciudadanos. Y el problema comienza cuando precisamente en el Estado, es decir en el ámbito o la esfera que debe velar por el pacto social y el consenso, se adoptan los puntos de vista, los valores, los principios y por ende los intereses y las normas que rigen en el ámbito del interés privado, haciendo a un lado lo que dio origen al pacto social, al interés de la mayoría y a las mismas leyes.

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Se dice que la política económica tiene por objeto la estabilidad social y el control de lo que llaman las variables macroeconómicas. Sin embargo, se trata más bien de una manera de encubrir con terminajos el criterio antisocial y privatizador de la riqueza que prevalece en la política económica. Aunque se afirma que la economía es una ciencia social o administrativa, en el momento que se convierte en política es en realidad una visión sobre la sociedad que define con qué criterio se aplica el presupuesto, se favorece a determinados grupos y se establecen las reglas del comportamiento económico de los ciudadanos y las personas morales. En este sentido resulta fundamental dejar claro que la política económica es lo que le da un carácter a la macroeconomía. O dicho de otra manera, es el conjunto de valores y de principios que constituyen una forma de pensar, o una ideología, lo que define la política económica. Cuando el Estado se normaba por principios que buscaban la equidad y la austeridad republicana, como en la época de Juárez, para volver a nuestro ejemplo, la política económica alentaba la prosperidad económica pero sin violentar el pacto social o los consensos. Y la ley o las leyes se distinguían por velar ese pacto y el interés general. Hoy por hoy, sin embargo, se esgrimen argumentos técnicos que pocos cuestionarían en su aparente objetivo o significado, pero que realidad aplican principios y normas que sirven al interés privado. Cuando se dice que la estabilidad requiere del control de la inflación, de un gasto público que no rebase los ingresos de la administración, de un tipo de cambio determinado y de una tasa de interés vigilada y modulada por el Estado, se oculta lo que realmente se está haciendo. La inflación, como petate de muerto, es decir, la inflación que sabemos que a todos perjudica, es el argumento para impedir el alza de salarios, pues se ha generalizado la idea de que a toda alza de salarios le sigue el alza de precios. Técnicamente hablando ello es injustificable, pues es una verdad de perogrullo que el coeficiente de impacto de los salarios ha sido entre un quinto y un décimo del costo de producción de los bienes;. Por el contrario, el alza de precios, que ha sido mucho mayor, obedece a una búsqueda creciente de utilidades que provoca una concentración del ingreso. Pero ahí el Estado, en lugar de definir políticas que aumenten la oferta para bajar los precios, se hace de la vista gorda ante la voracidad de los empresarios. El gasto público equilibrado es otra falsedad. Pues si bien es cierto que a los gobiernos priístas, desde Luis Echeverría, les dio por gastar más de lo que recaudaban, para tener que pedir luego prestado, los periodos anteriores no dejaron de gastar e invertir, con la simple diferencia que lo hacían en renglones en los que toda erogación debía recuperarse al final del calendario fiscal o el ciclo económico. Y no es lo mismo aumentar la inversión pública que exagerar el gasto corriente. Lo primero debe generar mayor riqueza, lo segundo sólo aumenta la burocracia, los altos salarios de los funcionarios y el dispendio gubernamental. De tal forma que gasto equilibrado para no hacer nada no quiere decir economía sana. Y gasto desequilibrado para que la administración se dé a si misma créditos para generar riqueza sí representa una economía sana.

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El tercer mito es el del tipo de cambio elevado. Después de tantas devaluaciones ciertamente estamos preocupados de que nuestra moneda pudiera caer frente al exterior. Sin embargo, una cosa es la tasa de cambio real, que responde al nivel comparable de productividad, la evolución de la misma comparándola con el exterior, el flujo de mercancías y su saldo, el flujo de capitales, su riesgo y el monto de su interés, y la tasa de rentabilidad de las inversiones; y otra cosa, muy distinta, es la tasa de cambio artificialmente elevada. La tasa de cambio real depende de cómo y cuánto producimos, de cuánto puede obtenerse de utilidad de una inversión y de cuánto puede ingresar a una economía por ventas. Pero una tasa de interés elevada sólo alienta un flujo mayor de importaciones. Y éste, a su vez, trae productos que desplazan la producción y el empleo nacionales. Y ello conlleva una creciente desocupación, que a su vez restringe y reduce el mercado interno, con su impacto final en la reducción del producto interno. El cuarto mito de las variables es el de la conveniente tasa de interés para garantizar la inversión. Sobre esto me permitiré citar a Arturo Huerta, quien ha resumido este punto de la siguiente manera: “…la política económica que se establece para promover el ingreso de capitales crea mejores condiciones de rentabilidad en la esfera no productiva…” (Arturo Huerta, La política macroeconómica de la globalización, en Estrategias… Ciestaam Chapingo, 2001). Por eso donde más han invertido los capitales extranjeros es en la banca. Por qué la banca no es hoy lo que fue. Dejó de prestar para producir y hoy sólo intermedia entre los consumidores y los comercializadores. Da crédito para consumir y con altas tasas de interés. Y luego se lleva las utilidades a sus matrices en el exterior. “La entrada de capitales, agrega Huerta, es la que hace posible la apreciación cambiaria y la pérdida de competitividad, lo que contribuye al gran crecimiento de importaciones y al rompimiento de cadenas productivas, debido a que la producción nacional se ve desplazada del mercado interno, además de reducir el componente nacional en las propias exportaciones”. El resultado final de esa medida de política lo resume el mismo Huerta al decir que “nos hace dependientes tanto de la entrada de capitales como del crecimiento de las exportaciones.” Y ello es peor todavía, pues nosotros diríamos que a costa del establecimiento de un proceso de desempleo estructural, pues no es otro el resultado último de toda esta política económica, que el desplazamiento de la mano de obra tanto de la planta productiva rural como de la urbana a causa de las importaciones. Los cuatro principios de política económica, independientemente de que puedan ser vistos desde la perspectiva de su falta de rigor técnico , lo que crean es una realidad donde quienes especulan pueden ganar más que los que producen,; los que sacan las utilidades del país son los que tienen ventajas sobre los que las dejan aquí,; los que utilizan capital extranjero tienen ventajas para adquirir materias primas y bienes de capital sobre los que se apoyan en el desarrollo nacional,; y los que exportan ganan más que los que venden en el mercado interno. El resultado de todo esto es creciente desocupación y concentración del ingreso, dependencia del exterior y desnacionalización de la economía.

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Ante ese panorama nos planteamos una macroeconomía de diferente carácter y orientación. El Estado debe responder al imperativo de la defensa del interés común y no crear el marco macroeconómico y legal que implante la ley del embudo. Un Estado que de manera falaz utiliza supuestos argumentos técnicos que en realidad provocan pobreza pierde su carácter, deja de tener una razón de Estado y deviene en una oligarquía o administrador de los ricos. No es un asunto de moral o de ética sino de política. El Estado tiene, y cuando decimos tiene es porque es su responsabilidad velar por el pacto social, por los consensos y no por el interés de los que están sacando ventaja a costa de la mayoría. Ante los resultados demostrados de la política económica, los ciudadanos tienen que evaluar a los gobiernos. Ante el cumplimiento de los ideales, expectativas y dictados de las leyes, y en particular de los dictados recogidos en la Constitución, los ciudadanos pueden cuestionar el papel, las funciones y políticas del Estado. Y yo propongo que la ideología que hoy domina en las políticas públicas sea puesta en cuestión. La solidaridad, dice el Oxford Companion to politics (pág. 842) es la construcción de una esfera vibrante de la organización ciudadana que se erige en vigilante de la esfera pública. Y la solidaridad, como esa relación de reciprocidad que plantean los filósofos, y que los teólogos califican como compartir la carga de los otros, sólo puede cumplirse si las políticas instrumentadas por el Estado, en lugar de alentar la concentración del ingreso y de favorecer a los especuladores, sientan bases para favorecer la producción, fortalecer el mercado interno y poner coto a la concentración de capital. Ello implica desde luego que las variables macroeconómicas fueran otras, claramente distintas a las que están ahora vigentes. En lugar de control de la inflación, lo que se debe plantear es la utilización del presupuesto con propósito productivo.; en vez de buscar la atracción de capital externo, utilizar el ahorro nacional.; contrariamente a un tipo de cambio que sobre valúe la moneda, ajustar el peso de tal manera que paremos en seco las importaciones y podamos, entonces sí, alentar al conjunto de la economía.; y en lugar de altas tasas de interés que sólo inflan la actividad especuladora, gravar toda actividad que no vaya a la inversión productiva. Estos principios de política económica tendrían desde luego una expresión todavía más concreta. En lo referente al control de la inflación, podríamos volver a la emisión de dinero, o más fácil todavía, a la utilización de las reservas que tiene el banco de México y que hoy sólo son garantía para las importaciones. En lugar de seguir dando la bienvenida al capital externo, tendríamos que forzar a la banca para que canalice sus recursos al financiamiento de la producción o a retirarse y dejar en manos nacionales la tarea que ya no sabe cumplir. En lugar de seguir financiando las importaciones baratas, tendríamos que pagar bien a los productores para que el mercado nacional se ampliara y la demanda agregada generara una recuperación. Y en lugar de mantener el pago de altas tasas de interés para competir con otras economías emergentes, deberíamos ocuparnos de elevar la rentabilidad de cada proyecto de producción, sobre la base de nuevas formas de incremento de la productividad. Sin duda, incluyendo en este último caso la autogestión y las formas participativas en todo el proceso económico.

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Esta reorientación de la política económica en función de las prioridades solidarias, y no de las prioridades privadas, no será una iniciativa de quienes hoy gobiernan. Hay que entender que ellos están a su vez gobernados por una ideología. Una ideología que ve bien que los ciudadanos hagan negocios, pero no ven con interés en que quienes hacen negocio compartan la carga de los demás. Una ideología que considera avance o progreso que la suma de lo que se produjo sea mayor, aunque el número de los que disfruten el beneficio de ello sea de cada vez menor. Una ideología que mira al capital extranjero como bendición y no siente necesidad de poner por delante ninguna buena voluntad. Son los ciudadanos, como dicen los especialistas del Oxford Companion, los que, a semejanza de otros países, tienen que construir esa esfera vibrante de la organización ciudadana que se erija en vigilante de la esfera pública. Estos ciudadanos ciertamente no son ni pueden ser los que hoy tienen como forma de participación a los partidos. Los partidos organizan candidaturas para participar en elecciones. Y la construcción de esa esfera vibrante de la organización ciudadana no puede estar subordinada al poder , gubernamental, pues de lo que se trata es de cambiar su carácter no de llegar a él. Esta esfera vibrante –como la llama ese texto de la enciclopedia-- tiene que mantener su autonomía, su independencia, y reclamar su carácter beligerante ante la autoridad.; hoy esa parte vibrante está activa, está presente. Y lo primero que tienen que hacer los ciudadanos es descubrirla. Descubrirla en donde está, que es en el cooperativismo, que es la única parte de nuestra economía y nuestra sociedad donde están vivos y presentes los principios de la economía social y solidaria. Si los ciudadanos lo entienden, y si se encaminan a defender lo que queda de pacto social y herencia común, han de convertir el cooperativismo en un gran movimiento ciudadano de solidaridad. Hoy el cooperativismo viene librando una formidable batalla en defensa de su identidad y misión. Y quienes defienden la ideología de la privatización quieren quitarle a las cooperativas su carácter solidario. Quieren convertir a cada grupo de ciudadanos agrupados en torno a la solidaridad en un grupo enchufado a la lógica de la intermediación financiera. Las cooperativas son el germen de una sociedad renovada bajo los principios del solidarismo. Y hoy suman miles de millones en el mundo. Porque el mundo no va a ninguna parte por el camino de lo neoliberal; pero hay que comprenderlo y actuar en consecuencia. Los ciudadanos están hoy emplazados a levantar esta bandera, y a combatir por ella. sin esperar a que nadie los conduzca o les cumpla nuevas promesas. Es la hora de la autogestión. Si lo hacemos entraremos en sincronía con la marcha que otras naciones han emprendido. Si no lo entendemos o no actuamos a tiempo quedaremos a atrás y seremos devorados por el vecino, que es el mayor representante del egoísmo y la destrucción de la solidaridad. Si nos organizamos,

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recuperaremos el papel de avanzada que alguna vez distinguió a México; de otra manera pasaremos al lugar más despreciable como apéndice vergonzoso de la globalidad.

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Capítulo IV Que es la economía y qué debería ser --Con una sola conclusión general Mario Rechy. Febrero de 2013. Dedico este ensayo a Jorge Ocejo, paladín de la economía social Nota a la segunda edición Esta segunda edición fue corregida y aumentada por mi colega Noé Mendoza Fuente, a quien agradezco profundamente los añadidos que han perfeccionado el texto, pues las omisiones en las que incurría la primera versión mostraban una parcialidad inadmisible con la ecología. Preámbulo El hombre es un ser social El hombre es producto de un esfuerzo colectivo por sobrevivir y ser feliz. Sobrevivir es hoy para muchos algo relativamente fácil, pero durante muchos siglos representó enormes esfuerzos ante tanta adversidad que amenazó --y muchas veces venció-- a los grupos humanos. Y ser feliz parecería algo subjetivo, o vago. Pero todos tenemos una noción de la dicha, de la buena fortuna. Cosas que desde siempre hemos anhelado como condición ideal, donde se cumplen nuestros sueños o nuestra idea sobre el estar bien y tener resueltos los imperativos más caros. Desde luego que sobrevivir en la época en que apenas arribamos a la condición del homo sapiens era extremadamente difícil. Nuestra población en la tierra era escasa, y no había certeza de que fuéramos a lograr nuestro carácter permanente en medio de otras especies carnívoras, con un medio que se nos imponía con terribles condiciones ambientales, y con una organización escasa para sobrellevar tanta adversidad. En mucho tiempo ser feliz fue algo frágil, transitorio y azaroso. Solo la acumulación de recursos, conocimientos, y la fundación de la sociedad, de la civilización, acercó esos ideales hasta que parecieron, para la mayoría de los seres humanos, algo más que posibles. Entre las muchas especies, otras han sido físicamente más fuertes o más resistentes, y sin embargo no pudieron predominar, y algunas hasta se extinguieron. Según los zoólogos y los paleontólogos, los pitecantropus robustus, que también eran inteligentes, o como decimos hoy también eran animales racionales, se extinguieron, porque enfrentaban a las especies rapaces de manera individual, y en ese terreno no podían competir con ellos. A su vez, la mayoría de los rapaces evolucionaron a formas o especies de menores dimensiones y acotadas ferocidades, y los que no lo hicieron hoy son especies extintas. Frans de Waal, uno de los mayores exponentes de la etología contemporánea, afirma y reúne elementos para tomar como verdad, que el hombre es un animal gregario, y que precísamente ha

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sobrevivido como especie porque supo anteponer su carácter colectivo sobre cualquier interés o motivación individual. Antes que él, varios antropólogos y zoólogos habían ido acumulando testimonios sobre el carácter social de nuestra especie. En ese conjunto podríamos o deberíamos mencionar a Roginski, a Shorojova, a Niesturj, a Gordon Childe, y muchos más. Algunos se ocuparon de demostrar que el lenguaje es una expresión de nuestra identidad colectiva, y que se creó para poder socializar la producción y mantener la vida en común. Otros nos han descrito la evolución de la técnica como ejercicio colectivo que ha sido fundamento del crecimiento demográfico. Pero el gran descubrimiento fue la defensa colectiva y el esfuerzo común. Esos fueron los recursos para vencer cualquier reto o desafío. Más recientemente, especialistas de la Historia, como Mc Neish, han demostrado que la domesticación del maíz, en un proceso social, permitió que las microbandas de homo sapiens crecieran hasta dimensiones de tribu y luego, al haber aumentado la producción y acumular excedentes, pudieran fundar ciudades. En todo caso, el hombre vive en sociedad hoy en día. No vive como familias aisladas que solo eventualmente se comunican o entran en contacto entre sí. Y todo lo que disfrutamos hoy como producto de la cultura es un producto social. El individualismo, como negación del comportamiento colectivo organizado, siempre es una alternativa presente en los seres racionales, pero podemos suponer que un factor clave en la aptitud (darwiniana) de las especies es la capacidad de desarrollar pautas de comportamiento colectivo por encima de las tentaciones individuales. El hombre procede acorde con valores En ese largo proceso de gestación de la especie y de evolución social, el hombre tuvo que empezar por distinguir entre aquello que le era favorable o grato, y aquello que le hacía daño o desagradaba. Evidentemente ello fue el inicio de lo que llamaríamos hoy una valoración. Estimábamos en sentido positivo lo que nos daba seguridad como grupo y nos permitía satisfacer necesidades, y rechazábamos lo que acarreaba riesgos o daños o desagradaba a nuestros sentidos. El hombre es desde entonces un sujeto con valores. Es decir, un sujeto colectivo que aborda la realidad a partir de sus valores. El carácter de los valores es, sin embargo, como todo en el hombre, un tema de historia. Cuando el hombre apenas dominaba los elementos es probable que el fuego fuera objeto de culto y de temor, y que tuvieran que transcurrir siglos de experiencia para que ese fuego pasara a ser parte de un bien. De la misma manera, hubo plantas que durante siglos fueron vistas como tabú, hasta que la ciencia moderna pudo extraerles las substancias que sirvieron para curar algunas enfermedades.

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Pero el hombre, así como ha modificado algunas valoraciones, ha refrendado también la continuidad de valores fundamentales. Y los más generales han sido el bien y el mal. Pero ojo, que no hablo aquí del mal de inspiración o filiación demoníaca. Ese es un producto de la religión o la iglesia. Y de él no nos ocuparemos. Hablo del mal como aquello que nos daña o nos impide. Y me refiero al bien como lo que nos ayuda o nos permite. Y en ello no hay juicio ideológico. Solo valoración práctica. Cuando al mal le asociamos o atribuimos elementos que nos son incomprensibles o imaginarios hacemos ideología.

El hombre es un ser socio-ambiental El hombre genera valores bajo la influencia de las interacciones que tiene con su entorno biofísico. La religiosidad es uno de los principales ejemplos. El sol en casi todas las religiones antiguas era una de las principales deidades simplemente porque su posición y la duración de los días determinan las temporadas del año y de ellas depende la producción de alimentos. Las temporadas para cultivar son sinónimo de vida, mientras que las temporadas de sequía o frío son sinónimo de fragilidad o muerte. En las India, Grecia y Egipto antiguos, así como en el cristianismo, el dios sol es aquel que muere en la cruz el 21 de diciembre y resucita al tercer día, el 24 de diciembre y llega a su cenit en el inicio de la primavera. La historia de Krishna, Osiris y Cristo es la misma porque está concebida con relatos astroteológicos que explican los movimientos del sol. A partir de esa base astrológica –con sus repercusiones biofísicas- se construye todo un sistema de valores que después se institucionaliza en organizaciones religiosas (ZEITGEIST). El hombre también es generador de ideología Desde luego una cosa ha sido ver el bien y el mal como valores, y una muy otra bajo una deformación ideológica. Pues cuando identificamos el bien con alguien, o el mal con algún otro, estamos confundiendo causas con personas, y situaciones con intenciones o conductas, y eso es deformar ideológicamente la realidad. Este es un hecho muy común, pero no porque se presente de manera recurrente debemos darlo por aceptado. El que alguien crea o piense que le es consustancial a una persona el mal, o que una realidad determinada geste necesariamente una maldad, nos impide desentrañar lo que realmente ocurre o gesta ese lado oscuro de la conducta. En sentido estricto no existen personas o grupos cuya identidad sea la maldad. Como no existen tampoco personas o conglomerados que personifiquen el bien. Todos somos una combinación de valores, en la que siempre está presente una dosis de amor propio, que nos cuida de proteger nuestra integridad, y que se origina en el instinto de sobrevivencia. Ese instinto, junto con el amor propio, es algo positivo, pues sin él no nos habríamos defendido de los peligros o las inclemencias. El amor propio, cuando los valores son débiles, evoluciona o madura como egoísmo. Y a partir de él las personas pueden proceder de manera no solidaria o contraria al interés general. Pero en cada uno está también presente el conjunto de valores que se fueron adquiriendo en la convivencia. Y si estos valores se fomentan y cultivan conducen a la persona de manera social y responsable.

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Como lo ha ilustrado de Waal, probablemente el primer valor social fue la conmiseración que evolucionó a la compasión, esto es, el identificarnos con el sufrimiento o la problemática de otro, y luego compartir los sentimientos. Al hacerlo compartimos su pena o dificultad, y al compartirla tuvimos motivo para enfrentarla junto con él o ella. La convivencia, sin embargo, requería algo más que conmiseración. Enfrentar a los rapaces, como nos lo ha ilustrado Roginski al describir la vida de los zambos amadríades, implica una división solidaria de la funciones en la horda o tribu, pues mientras algunos deben defender al grupo, otros tienen que juntar el alimento para todos, y algunos más deben cuidar y educar a la prole. Y todas estas funciones implican compañerismo, solidaridad, destino común, o bien común. Los valores que el hombre adquirió en este largo proceso de su autocreación social, fueron entonces la solidaridad, la bondad, el reconocimiento al esfuerzo, el aprecio a la rectitud o la consecuencia, el sentido de gratitud y, muy importante, el espíritu o aprecio por lo colectivo, el bienestar colectivo. Esos valores, combinados y enriquecidos a lo largo de una experiencia centenaria, nos han heredado nuevos valores más complejos, como la honradez, la transparencia, o la sinceridad. Todos ellos, nótese, relacionados con la convivencia, la vida social y lo que llamaríamos el pacto. Estos valores han sido luego el fundamento de la ley, y desde luego son lo que hacen posible la edificación de instituciones. Las instituciones son reglas, pero éstas serán frágiles en tanto no cuenten con la legitimidad que genera crearlas bajo esquemas consensuales más que autoritarios. Debe mencionarse, en este caso, que los estudios realizados en este terreno de los valores en nuestro país, y particularmente los que coordinó Ana Hirsch Adler en el Colegio de México, destacan que para los mexicanos el valor más alto, de mayor jerarquía, es la honradez, y en segundo lugar el bien común o bienestar colectivo. Y este pueblo es tan social o solidario, que para un porcentaje nada desdeñable, esos valores son tan importantes que deben estar por encima del bienestar y el interés personales. El hombre condensa el saber y al hacerlo por necesidad también se vuelve práctico El hombre, así como ha creado valores, también ha tenido que aprender a heredar su cultura y a condensar el conocimiento de muchas generaciones para aprovecharlo o para vivirlo. Sería imposible que cada ciudadano del mundo contemporáneo recorriera la historia de la mecánica antes de subirse al elevador o girar la llave de un auto para poder conducirlo. Sería también muy difícil que los profesionistas supieran de dónde surgió todo el conocimiento que hoy adquieren, o cuál ha sido el proceso exacto de gestación de cada gran modelo que explica el funcionamiento de una esfera de la realidad. Se estudia anatomía y fisiología, pero pocos médicos saben que Harvey tuvo que ver con la circulación de la sangre, o que la penicilina, descubierta apenas en el siglo XX, ha modificado la curva general de población.

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La ideología es el fundamento de una práctica cosificada Los hombres son también prácticos, es decir, igual de manipuladores que los primates. Un primate no tiene que razonar mucho para manipular un garrote y bajar frutos de un árbol a golpes. Y los humanos de hoy disparan inyecciones contra la enfermedad o inyectan gasolina en sus vehículos sin reparar en todo el proceso que sigue a ese acto, o que le antecede. En este sentido somos seres que cosifican, que se vinculan con lo inmediato, perdiendo de vista el trasfondo de las cosas, y que únicamente cuando surge un problema o algo deja de funcionar, se detienen ante el problema para desentrañarlo y corregirlo. Y que incluso muchas veces recurren directamente a quien es depositario del saber respectivo, y permanecen en el mundo de la cosificación, donde no se comprende aunque se aproveche o utilice. Cuanto menos entiende en este caso un sujeto sobre todo lo que subyace a su bienestar, más cosificado está, es decir, menos capaz de comprender lo que tiene y el fundamento de lo que disfruta. En ese caso es propenso a dar por sentado que tiene derecho a disfrutar de tantas bondades o fortuna porque le es dado, y puede caer en una posición egoísta. Por ello el hombre es un sujeto que procede de manera automática, orientándose en su actividad a través de valores y de una conducta centrada en las apariencias. Y las apariencias, en la medida que forman parte del mundo cosificado, gestan pensamiento ideológico y no verdadero. Sin que dejen de existir, por fortuna, los más avezados que siempre están mirando detrás y debajo de los hechos, y que no se dejan arrastrar por sus primeros impulsos. Cuando el hombre se acostumbra a operar en el mundo cosificado, esto es, en el mundo donde solo unos cuantos valores lo guían y un conjunto de necesidades lo impulsan y son lo que predomina en él, puede caer en una práctica ciega, donde la apariencia le represente y le parezca la verdadera realidad, y donde haya perdido la noción de lo profundo, o no esté interesado en trascender su perspectiva inmediata porque las cosas se le presenten bien, es decir positivas. Un campesino puede sembrar según su experiencia porque así lo ha hecho mucho tiempo y ello le ha dado de comer. Y un empresario puede repetir el ciclo de trabajo porque en los últimos años eso se ha traducido en buenas utilidades y en un creciente bienestar para él y los suyos. Ambos, sin embargo, pueden depender de cosas que no alcanzan a percibir, como la invasión de bienes agrícolas procedentes de otro parte que podrían perjudicar su predio, su consumo y su mercado. O como la invasión de manufacturas a más bajo precio que impidan que sus mercancías se vendan. En ambos casos tendrán que experimentar problemas y entonces acaso evalúen los hechos y tengan que cambiar, que modificar lo que estaban haciendo, que adecuar sus esfuerzos a las nuevas condiciones. Si no lo hacen, o si no están capacitados para reaccionar y ajustarse, podrían perecer.

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Pero también ocurre un fenómeno de cosificación hacia el conjunto o la sociedad toda, pues los hombres que proceden desde la inmediatez y la manipulación pueden establecer relaciones enajenadas. Esto quiere decir que pueden tener una noción ideológica sobre los vínculos que tienen con los demás, y no sepan percibir cuál es su verdadera relación con cada uno. En todo caso su enajenación puede llevarlos a adoptar una conducta desconsiderada o ajena a lo que representa cada uno como persona. Un burócrata puede tener como obligación atender un número determinado de casos, y como lo que le impele más desde esa condición inmediata es el número que tiene que cumplir, puede perder la perspectiva de que se trata de personas, y que su atención es hacia semejantes. Un empleador puede requerir un número determinado de operarios, y perder de vista que se trata de sujetos como él, con los mismos sentimientos, necesidades y expectativas ante el trabajo y la vida. Un banquero puede caer en la ilusión de que su tarea es administrar capitales, como si el trabajo y su valor hubieran estado ausentes en el origen de eso que él administra. Y como si fuera a cumplir su función tratando con realidades inertes, sin espíritu ni personas. La “cosificación” como práctica cotidiana se alinea y alimenta con la herencia del pensamiento Occidental analítico que pretende ver los fenómenos como “elementos”, que se pueden aislar unos de otros, en lugar de entender que se trata de “procesos complejos”, que es imposible entender en su totalidad pero que sólo tienen sentido cuando se analiza su pasado y la red compleja de interacciones de los sistemas que lo conforman (BERGSON). La virtud, o la educación moral, pueden guiar al hombre en el mundo cosificado El hombre, que por su formación tiene bien afincados sus valores, generalmente trasciende el mundo de la convención y sabe descubrir las relaciones subyacentes en la realidad. Detrás de una diferencia en la que se forcejea en función de intereses, el hombre con valores pone sobre la mesa lo que impide un acuerdo y conduce la discusión sobre la base de valores compartidos. Todos los seres humanos compartimos valores, aunque cada uno y cada grupo social tengan intereses que se desprenden de manera natural de nuestra ubicación, de nuestra condición social, y de nuestro patrimonio. Y cuando predominan los intereses sobre los valores es muy difícil que prevalezca el bien común, pues los mismos intereses se encargan de disfrazar las deformaciones egoístas y de aparentar una conducta que pretendería ser consecuente con valores, aunque en realidad esté garantizando mezquindades. Y también todos los seres humanos, como producto que somos de una época y una historia familiar y social, tenemos intereses, que parcialmente coinciden con los intereses de otros, y que parcialmente chocan o se contraponen con los de los demás en la medida que el proceso económico ha gestado diferencias sociales.

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La búsqueda de armonía o de un pacto social que nos mantenga unidos implica por ello un delicado ejercicio de respeto por los intereses de cada uno, pero manteniendo juntos un conjunto de valores que nos son más caros, más valiosos como colectividad. Y nos son valiosos porque han sido el fundamento que nos trajo hasta esta etapa de la evolución social, en la que hemos superado la escasez, en la que gozamos de importantes libertades, y en la que podemos confrontarnos para refrendar un pacto. Ese ejercicio de reflexión y negociación es un ejercicio ético, y por ser ético se funda en valores Ethos, en griego, significa costumbre. Y en efecto, los valores devinieron elementos subjetivos o mentales que guiaban la costumbre. Por ello alguna definición de ética dice que la ética es esa rama de la filosofía que trata de los valores relacionados con la conducta humana. Y como los seres humanos somos gente de costumbre, por más que nos empeñáramos en actuar de manera supuestamente fría y desprovista de valoraciones, siempre seguiremos viendo y juzgando la realidad social de manera ética. Al decirlo, desde luego, ello supone que asumimos esa condición, en la que existen valores, y que ellos guían nuestros actos. Precisamente el que los valores guíen cada elemento de la conducta es lo que los transforma en principios. Es un principio de la sociedad humana el respeto por todas las personas. Como lo es también el principio de la solidaridad por encima del interés personal. Pero no podemos dejar de admitir que desde el mundo cosificado, que algunos llaman el mundo de la enajenación --porque el ser en ese caso es ajeno a sí mismo, a su propia naturaleza social-- pueda proceder sin considerar los valores, es decir sin ética, y solo atendiendo a su interés, en ese caso egoísta. Ello, aunque constituye una desviación respecto de la naturaleza que todos compartimos, es por desgracia posible. Aun como enajenación existe, y su presencia en la sociedad puede acarrear, y acarrea, problemas que afectan a otros, y en ocasiones a toda la colectividad. El amor por el poder, no como el poder de servir, sino como apetito insaciable de manipular a los demás para acrecentar la ostentación, el derroche o la dominación, es ejemplo de una conducta en la que los valores quedan subordinados al interés individual. También es el caso de los que hacen un fetiche de la acumulación de capital dinero, como si ese recurso, más allá de su utilidad para crear riqueza, pudiera darles algo adicional a su consumo o su apetito. Pero la sociedad ha conseguido dejar claro en los grandes conglomerados, que la moral y los principios deben estar presentes en todo el quehacer humano, y que ese imperativo ha de prevalecer sobre los intereses transitorios o personales. En ello descansa una de las conquistas o logros de la civilización. En que somos personas con valores.

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Cómo acordar una definición de la economía

Vivimos en un mundo de abundancia. Es difícil verlo cuando a quien se le dice padece hambre o limitaciones económicas. Pero lo cierto es que el mundo ha creado o generado una gran capacidad de producción de riqueza, comprendiendo desde alimentos hasta todo género de bienes manufacturados de consumo, como electrodomésticos, ropa o dinero. Y se entiende que esa abundancia no es visible a simple vista porque el problema no es de existencia o producción, sino de mala distribución de esos bienes. El mundo ha arribado o creado una capacidad productiva, es decir un conjunto de talleres, fábricas, unidades de producción, con tan eficientes tecnologías y con el dominio de conocimientos tan poderosos, que podría avituallar o proveer a todos sus habitantes de los satisfactores básicos si ese fuera su objetivo, es decir, si quienes administran la economía contemplaran que los seres humanos deberíamos tener como prioridad y tarea el que todos disfrutáramos de los logros y alcances que la cultura, la civilización, la tecnología y la organización social nos permitieran. Aunque ello se diera, desde luego, acorde con la aportación que cada uno pusiera. Es desde luego algo paradójico, y en cierta manera trágico, que habiendo generado el mundo una capacidad tal se encuentre dividido o polarizado entre quienes consumen y acumulan de más y los que no consumen lo mínimo indispensable, y que sigamos padeciendo escasez en algunas regiones mientras en otras se dispendien o destruyan recursos. Y es también un hecho muy lamentable que muchos de los hechos económicos de hoy estén centrados en la expoliación o despojo de bienes o recursos a los que menos tienen, para que se incremente la riqueza de los que ya deberían estar ahítos, satisfechos. Cuando el mundo vivía en las etapas de escasez, o de relativa escasez, un gran economista propuso que definiéramos a la economía como el estudio de la forma correcta de distribuir los recursos escasos para satisfacer las necesidades de los seres humanos. Por lo que hoy, que hemos transitado a un conjunto de economías donde lo más distintivo es la abundancia, esa definición podría reformularse como el estudio de las formas correctas de distribuir la abundancia para satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos, y para mantener como prioridad esa satisfacción sobre los otros objetivos económicos que han surgido. Y le agregamos a la definición que el objetivo de satisfacer las necesidades básicas es lo más importante o prioritario, porque dependiendo del lugar que ocupe cada sujeto en la economía le encontrará un sentido que se relaciona con él. Por ejemplo, quien sea dueño, propietario o administrador de capital, generalmente buscará que su patrimonio se incremente, y ese será su objetivo más caro, independientemente o al margen de que esté satisfaciendo necesidades humanas. Para quien gracias a la administración económica de recursos haya escalado en las esferas del poder público, o del poder corporativo, la economía le parecerá un arte para administrar personas y cosas de tal manera que incrementen su poder. Porque el hombre pierde la perspectiva cuando las condiciones alimentan su ego y obnubilan su conciencia social. En contraparte, para quien padece hambre probablemente piense que la

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economía debería ser una disciplina o camino para que se le asegure un empleo decentemente retribuido, de tal manera que pueda satisfacer sus necesidades y no padezca hambre. Cuando decimos que el mundo ha generado una gran capacidad para producir riqueza –y esto no sólo está ampliamente documentado, sino que puede expresarse como una capacidad sobrada— sabemos que si nos organizáramos de tal forma de que todos participáramos en la esfera de generación de bienes y servicios necesarios, la jornada laboral de cada uno ocuparía probablemente cuatro o cinco horas de trabajo al día. Y con ello estaríamos poniendo en el mercado suficientes bienes para todos. Y disfrutaríamos de muchas horas para realizar otras actividades, como la creación técnica o estética, el ejercicio de las artes o de la investigación científica, o el simple disfrute de los bienes que nos brinda la naturaleza y la cultura universal. Y sin embargo hoy, una porción importante de trabajadores despliegan su esfuerzo en jornadas tres veces más largas y extenuantes, y después de ello escasamente tienen acceso a otra cosa que no sea un mendrugo y un descanso para reponer fuerzas. Y el problema no está o se origina solamente en el hecho de que no todos estamos vinculados u ocupados en la generación de riqueza real, de satisfactores necesarios, sino que también hemos creado y multiplicado muchas actividades no necesarias en donde se emplean muchos millones de personas, percibiendo un ingreso, pero no siempre realizando una función indispensable. Cierto es que además de producir se requiere distribuir lo que se ha producido; y que la tarea o función de distribuir es, en este caso, parte de una tarea económica sin la cual no llegarían los bienes a sus consumidores finales. Y complemento de esa distribución está desde luego la administración de ese proceso, de tal manera que tanto los productores directos, como los administradores de esas tareas y los distribuidores de esos bienes, cumplen una función necesaria. Por eso la vieja definición de la economía viene al caso. Se decía que la economía analiza las decisiones relacionadas a la administración de recursos de que se dispone para satisfacer las necesidades, cuando las necesidades tienden a ser infinitas, aunque al mismo tiempo pueden ordenarse por prioridades, y los recursos sólo pueden desplegarse de manera limitada en cada momento. O dicho de otra manera, definían la economía como la ciencia o arte de organizar la producción de lo que hace falta para satisfacer las necesidades básicas, sin desconocer que existen muchas otras necesidades que no se pueden desdeñar, pero centrando la atención y el esfuerzo en lo prioritario, y con la consciencia de que los recursos disponibles, en cada caso, no tienen la misma condición de abundancia. Pero también viene a colación la idea que tenía Adam Smith sobre lo necesario y superfluo, pues él postulaba que si bien pueden y deben existir y ser considerados como necesarios los distintos trabajos, es conveniente, desde el punto de vista de la eficiencia social y la búsqueda del mejor escenario para la gran mayoría, el que se reduzca el trabajo improductivo, o sea, el trabajo que no vuelve a ser insumo del próximo eslabón económico, o que no está vinculado a la cadena de producción que culmina en el consumo final.

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Después de toda esta reflexión, vemos el papel de la Economía como una disciplina fundada en valores éticos y en principios científicos que debe servir a la administración de la actividad económica orientada a la producción de riqueza, con una justa distribución de los bienes y servicios que permitan y acrecienten el bienestar general, manteniendo el respeto a los derechos sociales o privados, pero subordinando los intereses egoístas al bienestar colectivo, y limitada por las fronteras ecológicas de uso y aprovechamiento sustentable del ecosistema. 2

Qué es la producción de riqueza Se podría pensar que todo lo que se produce constituye una aportación a la riqueza. Pero eso no podemos aceptarlo como exacto. Es posible decir que todo lo que se produce puede tener un valor de cambio, ya que todo lo que se produce es susceptible de ser vendido, es decir, de ser considerado o abordado como mercancía. Pero ello no equivale a que todo producto pueda ser incluido en lo que constituye la riqueza. Una droga, por ejemplo, tiene valor, es una mercancía, e incluso satisface necesidades de un drogadicto, de un mercader, de un propietario de predios agrícolas y de un propietario de procesos industriales, pues todos ellos intervienen en su proceso y venta. Representa un ingreso para mucha gente, e incluso es fuente de poder. Pero no podemos considerarlo parte de la riqueza porque la riqueza, siendo estrictos, debe proporcionarnos mayor bienestar, es decir, aumentar el valor de uso de un objeto que forma parte de un proceso social, y la droga nos proporciona un problema de salud, un problema con el surgimiento y desarrollo de poderes afincados en la actividad ilegal y contraria a las leyes, y ello deteriora la convivencia, lo que denominaríamos convencionalmente las buenas costumbres, o el simple respeto por los derechos humanos y la paz. En otro sentido, tenemos la producción de muchas cosas que se venden bien, como las acciones de bolsa. Incluso éstas son contabilizadas en las cuentas nacionales como sumas en el Producto Bruto Nacional. Sin embargo solo algunas de esas acciones se convierten en inversión real para instalar máquinas o unidades productivas, y muchas más solamente constituyen apuestas por la utilidad que puede dejar una empresa, apuestas que se hacen cuando el comportamiento económico de una firma viene mostrando buen desempeño o rendimiento, y que podría hacer pensar que invertir en ella constituye una oportunidad para incrementar el capital. Pero muchas de esas apuestas se cancelan cuando el precio sube, y mucho antes de que el capital total apostado en esa firma se hubiera destinado efectivamente a una inversión real. De tal forma que muchas de las acciones o promesas de compra de acción en bolsa no constituyen riqueza real, son solamente inversiones en expectativas, en posibilidades, que no se traducen o concretan en la generación de riqueza y que sin embargo incrementan su valor monetario, es decir, obtienen una utilidad resultante del cruce de apuestas, donde la utilidad es, necesariamente, la transferencia de capital de los que perdieron apostando a otras opciones, hacia los que acertaron previendo cuáles empresas serían las más exitosas. Es ciertamente paradójico, porque originalmente solo obtenían utilidades los inversionistas reales, que ponían capital en máquinas, tecnología, instalaciones, contratación de mano de obra, estudios de mercado, empaques, campañas de información sobre el producto, distribución del mismo e

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incluso mejoramiento constante de lo que finalmente se vendía. Y hoy, aunque nunca se lleguen a utilizar las acciones o promesas de inversión, los que ponen capital, de manera transitoria, llegan a obtener hasta más utilidad que los que realmente invirtieron en el proceso efectivo. También es necesario distinguir, en este caso, que así como hay inversión en cosas intangibles que produce grandes dividendos, que también existen eslabones en la cadena de producción-consumo que sin ser necesarios participan del valor generado en el proceso de producción y circulación de las mercancías. Nadie podría negar que la complejidad de nuestras sociedades ha generado de manera natural a los empresarios que, sin producir directamente, juegan el papel de mayoristas, es decir, de compradores de la producción de bienes necesarios para, a su vez, distribuirlos en los distintos segmentos o ámbitos de consumidores. Sin embargo, cuando revisamos el número total de productores directos, y lo comparamos con el número total de personas que son intermediarios entre la producción y el consumo final, nos encontramos que hoy en día constituyen un número mayor de personas que las que producen, y ciertamente representan una participación mayor en la renta nacional, que la del conjunto de los productores. Cuántos distribuidores, o dicho en términos aún más precisos, cuántos intermediarios son efectivamente necesarios para que el proceso económico se realice a satisfacción y con eficiencia, pero sin que los eslabones de intermediación participen con una proporción tan alta de la renta, es justo una de las incógnitas a resolver por la economía, y una de las cosas a diseñar en la organización del proceso económico en su conjunto. Y cuando decimos a organizar en ese proceso económico general, nos referimos a un agente económico que puede actuar sobre el conjunto, y no a los muchos participantes individuales o corporativos. Ese agente es el Estado, que es la única persona económica que está facultada e investida de la representación general, para modular o regular el proceso en su conjunto. Pues el mercado, como tal, si bien parece ser un ámbito neutral, en la medida que se conforma como resultado de un sinfín de intervenciones, de ofertas y demandas, no puede comportarse acorde con objetivos de racionalidad ni de equilibrio, pues es solamente un producto de muchas iniciativas individuales, corporativas, de grupo, que arrojan un resultado imprevisible, ajeno al interés de cada uno, aunque sea el resultado de la acción de todos. Y ello da pie, como en todos los fenómenos sociales, a la necesidad de un pacto o consenso, que se imponga a la acción de la mayoría, o mejor dicho, que le ponga coto o reglas a la participación de cada uno, en función del interés general. El carácter de la riqueza, entonces, está definido por la contribución o incremento que se consiga de los bienes que satisfacen necesidades. Trátese de necesidades básicas o accesorias, pero siempre satisfacibles mediante el consumo. Ahí podemos también agregar sin duda a ciertos servicios, pues la salud, por citar un ejemplo, no depende solo de los alimentos que dan un desarrollo sano, y de las medicinas que curan la enfermedad, sino también de la labor del dietista que diseña la ingesta alimentaria sana, y del médico, que diagnostica los desórdenes fisiológicos y prescribe los fármacos para restablecer los equilibrios del cuerpo humano. Ahí nutriólogos y médicos no producen mercancías, sino servicios, y aunque de manera directa no producen siempre bienes, sí mantienen y producen bienestar, que finalmente es el mismo objetivo del consumo de satisfactores. También producen bienestar los legisladores que mantienen la salud

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del cuerpo de las leyes y renuevan el pacto de convenciones para la mejor convivencia de los grupos humanos. O son parte de los garantes del bienestar los que con su arte proporcionan el goce de los sentidos y la expansión espiritual. Pero no son sujetos que generen bienes necesarios ni servicios indispensables, los políticos que engañan a la gente y venden, como en la bolsa, las promesas de utilidad, en este caso las promesas de mayor bienestar, cuando ni saben producirlo, ni tienen idea de cómo se podrían mejorar. En cierta forma esto lo percibe la sociedad, aunque no lo vea claramente. Lo percibe porque desde la esfera del poder no acierta a identificar aquellas medidas que le estén dando acceso a un mayor bienestar o mejor convivencia, y solamente observa la conducción interesada de los sujetos del poder, que cuidan de sus prebendas, pero no muestran ninguna intervención, ni verdadero interés, por las condiciones de vida y convivencia de la mayoría. 3

Qué es el mercado Para nadie existe duda de la existencia del mercado. Sin embargo, existen muy distintas percepciones para los distintos actores económicos. O mejor dicho, para cada uno de los participantes en el mercado y acorde a su ubicación dentro de él. Para un hombre que no posee ningún instrumento ni medio de trabajo, y cuya única oportunidad de ingreso es que un empleador requiera su mano de obra en alguna tarea, el mercado es el sitio donde busca a los empleadores y donde adquiere los bienes necesarios para su existencia. Para los empleadores, en contrapartida, que suelen tener acceso a la propiedad de los instrumentos o medios de producción, el mercado es algo mejor que la propiedad directa de las personas, pues cuando tenían la propiedad de las personas –como parte de sus instrumentos de producción-- tenían que garantizarles su manutención y su reproducción, y ahora sólo tienen que ofrecerle a la mano de obra una retribución por su tiempo de labor, independientemente de que esa retribución baste o no para sobrevivir y reproducirse; dependiendo el monto de lo que pagan, o alcanzando un precio según se ajusta a la mucha oferta de mano de obra, que resulta de la inmensa capacidad productiva de la planta tecnoindustrial que requiere cada vez menos operarios directos, y que se comprende tiende hace tiempo a ser una baja retribución. Pero no son las únicas visiones estas, pues las realidades del mercado todavía generan cuando menos otras dos visiones. Está la visión de aquellos que no venden su mano de obra sino su producto. Esta porción de productores se subdivide, a su vez, en los que producen bienes industriales, y los que producen materias primas. Los productores de bienes manufacturados, que en otro momento pueden haber desempeñado el papel de empleadores, se presentan ahora en el mercado como vendedores de un producto que puede tener mucha o poca oferta. Y en consecuencia alto o bajo precio. Como vendedores de un producto procesado, buscarán imponerse sobre el resto de los oferentes de mercancías, pues de su condición brotará un interés específico, que no puede ser otro que

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vender más caro que lo que otros venden, y comprar más barato durante el momento anterior en que su posición era de adquiriente. Por ello surgen monopsonios, es decir personas físicas o morales que tratan de acaparar la adquisición de materias primas o insumos. Y por eso también surgen monopolios, que juegan la función de centralizar o acaparar las ventas de un bien, para poder ser quienes regulan la oferta ante el tamaño fluctuante de la demanda. Al monopolizar la oferta pueden manipular su precio, ciertamente por encima de su coste de producción y su precio de producción, donde el precio incluye, naturalmente un margen razonable de utilidad. Naciendo así la utilidad de monopolio, que nada tiene que ver con el costo, ni con el valor de lo que se oferta, y que depende, exclusivamente, del control de segmento mercantil, y de la demanda efectiva, que puede ser espontánea o incluso inducida, pues el monopolio puede tener también la función de generar necesidades, fundadas o superfluas, sobre determinados bienes. Para este sector el mercado adquiere un sentido ideológico, pues como monopolios o monopsonios son los principales beneficiarios. Esta visión ideológica del mercado les lleva a postular que el mercado se ajusta solo, se equilibra solo, y que su libertad absoluta es la expresión del ideal de la libertad humana. Para ellos el mercado irrestricto, sin intervención de nada que lo altere, es la economía ideal. Y viene entonces la otra visión de productor, en este caso de bienes primarios o materias primas, es decir, de alimentos o de insumos industriales, incluyendo aquí bienes minerales o vegetales, para el consumo directo o su procesamiento. Este productor acude al mercado con gran desventaja, porque le es difícil llegar o participar en él con alguna fuerza, y pocas veces puede hacerlo de manera colectiva. Y en consecuencia está a merced de sus contrapartes, es decir, de los compradores, que ya dijimos asumen la forma de un monopsonio, o de sus proveedores de bienes, que están precisamente en la posición del que puede vender muy por encima de los costos, y de esa manera establece un mecanismo terrible en la operación mercantil, pues le impone al productor de bienes la venta a bajos precios –en ocasiones incluso por debajo de sus costos de producción--, y le impone también una compra a precios altos –por encima del precio que pagan los ciudadanos urbanos que pueden escoger entre varios proveedores. Estos productores padecen además parte del sostenimiento de esa enorme capa de intermediarios, que se colocan entre él y el consumidor final, cobrando o participando de la renta nacional, sin hacer otra cosa que acopio y traslado al siguiente eslabón mercantil, no necesariamente necesario, pues llega a contar hasta diez momentos. Tenemos por último al consumidor. Que generalmente se presenta al mercado como individuo, como sujeto con un presupuesto y un tamaño de necesidades, empeñado en hacer rendir su dinero en una serie variable de opciones, según precios, calidad y acceso. Para este sujeto, el mercado es el depósito o ámbito de circulación donde él encontrará la mayor parte de sus satisfactores. Y digo solamente la mayor parte porque siguen existiendo sujetos que producen parte de lo que consumen.

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Así pues el mercado asume rostros bastante diferenciados según quién sea el que lo mira. Aunque algunos se empeñen en verlo como un hecho único con un solo rostro. Y de paso decimos: este ámbito de la economía, que algunos confunden con el capitalismo, existe cuando menos desde varios siglos antes de la era cristiana, y de ninguna manera podemos aceptar que se le iguale o confunda con el capitalismo. Es simplemente un ámbito de circulación, es decir, de intercambio de bienes, trabajos y dinero. Pero ciertamente asume características muy precisas en cada dimensión de la economía, y en cada momento del proceso general. No es el mismo mercado el que se pone un día de la semana en los pueblos, y a donde acuden los productores directos a intercambiar sus excedentes y a comprar lo que no producen. Ahí las transacciones económicas no suelen ser ventajosas para nadie, pues se intercambian los bienes de manera directa o mediada por dinero, como si fueran cantidades comparables de trabajo y valor. Ese, por distinguirlo de alguna manera, es el mercado campesino. Está también el mercado donde los costos están definidos o constituidos por un total de gastos desembolsados en dinero invertido y trabajo, y a los que se agrega un margen razonable de utilidad. Ahí los precios son una expresión de la sumatoria de costes (con amortizaciones y materias primas) más utilidad, y los que comercian compiten reduciendo sus costos y acrecentando la escala de sus unidades productivas para obtener un costo unitario menor. Pero ese mercado no es el más generalizado tampoco. Ese es el mercado tradicional, generalmente dominado por lo que los marxistas han denominado el capitalismo. Ahí las mercancías se intercambian por su precio de producción, que está a su vez condicionado al valor que contienen. Y tenemos finalmente el mercado global. Donde los que participan en él solo se mueven por un afán de ganancia. Y lo que venden, solo se tasa en función de oferta y demanda. Es decir, independientemente de sus costos y determinando sus precios solamente como asuntos de oportunidad. Ahí se puede vender muy por encima del valor, y muy por debajo del mismo. Según que la demanda rebase la oferta, o a la inversa. Ese es el terreno de los especuladores y los vivales. Ese es el mercado de la globalidad capitalista. Necesario es mencionar, sin embargo, que estos mercados no existen en dimensiones geográficas separadas, aunque ciertamente cada uno sea característico de un ámbito de la sociedad y la economía. Pero los campesinos no pueden acudir, salvo excepciones, al mercado global. Pues en este último se requieren ofertas consolidadas de comodities, y ellos ofertan bienes de consumo de escasa cantidad y no en lotes; cuando además suelen tener costos más altos de producción. En el mercado regional donde se intercambian valores, los productores tradicionales están siempre en desventaja ante los productores empresariales o de mayor escala, pues éstos últimos tienen costos unitarios menores.

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Y finalmente tenemos el mercado global, al que todos acudimos con desventaja, salvo los que lo controlan y que definen cómo esquilmar a los tradicionales con bajos precios, y cómo endilgarles los bienes procesados que requieren al más alto precio. Como es el caso de las medicinas. Eso nos ilustra en cuanto a que si bien los mercados tradicionales están en muchas partes, y los mercados de intercambio de valores siguen teniendo una existencia regional --donde opera la búsqueda de productividad--, todo está dominado finalmente por un mercado omnipresente, global, que destruye todo lo que no puede dominar, aunque ello represente el desempleo, el abandono de fuerzas o capacidades productivas e incluso una falta de capacidades monetarias en un gran segmento de la población, que cae en la pobreza y en el hambre. La historia de la crisis agrícola en México es expresión directa de la intervención de este mercado. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte no hemos visto sino una creciente importación de productos agrícolas de pésima calidad pero de bajo precio, que han destruido enormes superficies de siembra de alimentos, generando millones de desempleados, con su secuela de pobreza y hambre. Claro está que las empresas globalizadas que existen en México han sacado ventaja, pues fueran acopiadoras de productos exportables, o distribuidoras de bienes importados, han sido enormemente beneficiadas por la globalización del mercado. Y más aún, por los subsidios que el estado ha destinado para ellos, ciertamente más grandes que los subsidios para ayudar a los desplazados y sin trabajo. 4

Qué es una empresa Cada etapa de la evolución económica y el capitalismo gestó ciertamente un tipo de empresario, y detrás de ese empresario se hizo un tipo de persona, con su concepción respectiva sobre la economía, el mercado y el hombre. De ese tipo de empresario surgió el tipo de empresa. Así, en la etapa mercantil, en la que no predominaba la transformación de las cosas, sino el traslado de los bienes producidos o manufacturados en cada lugar --según las formas más diversas de producción--, y de ahí su nombre de etapa mercantilista, el capital formó navegantes, vendedores, saqueadores, conquistadores de mercados, organizadores de la distribución, trazadores de rutas, fabricantes de bienes de transporte. Esos hombres eran osados o aventureros empresarios de la conquista o traficantes, pero también comunicadores y difusores de la tecnología y diseñadores del cambio que experimentaron todas las sociedades al entrar en contacto entre sí. Fueron los pioneros. Cuando el consumo y el crecimiento de la población exigieron la extensión e incremento de la producción local, en cada sitio, a los comerciantes se les separó un grupo más osado e imaginativo, que empezó a transformar los talleres de artesanos en grandes fábricas, y a convertir los oficios en etapas sucesivas de tareas que solo juntas conseguían la confección de un bien.

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Esta capa o clase de empresario fue más sedentario, pues su función principal era organizar la producción en gran escala y a gran velocidad. Muchos de estos empresarios utilizaron el capital que se había reunido en la actividad comercial, pero le dio otro uso, que fue el del capital productivo. La etapa de la producción desarrolló el espíritu de empresa, es decir, el perfil de un hombre que se apoyaba en la técnica, el conocimiento y, sobre todo, en el esfuerzo y el empeño, para organizar un proceso de transformación, coordinando a los obreros, los diseñadores, los almacenistas, los vendedores, los estudiosos del mercado. Fue ciertamente una etapa en la que el empresario se caracterizó precisamente por arriesgar su patrimonio en un esfuerzo imaginativo donde se combinaban los distintos elementos, y donde él personalmente tenía que cuidar de su buena combinación y de su prudente despliegue. Cuando estos empresarios crearon así la industria productiva moderna se consiguió, evidentemente un momento importante de acumulación de capital, en el que aparecieron largas jornadas que solo se fueron reduciendo conforme el maquinismo hizo más productivo al trabajo, y conforme los obreros se fueron organizando para conquistar mejores condiciones de empleo y de paga. Fue una etapa en la que los capitalistas aprendieron a valorar el trabajo propio y colectivo, y a reconocer los derechos de quienes lo aportaban. Pero también fue una época de innovación, y de formación de un espíritu muy occidental por conquistar el mundo, por dominar la incertidumbre, y por sobrepasar los límites que el hombre había padecido durante los muchos siglos anteriores. Fue la etapa dorada del espíritu de empresa, por cierto ausente o escaso hoy en nuestra sociedad. A esa etapa la sucedió la actual, en la que domina el mercado global y los dirigentes de la economía ya no son los capitanes de la producción de riqueza, sino los grandes especuladores, los financieros de voracidad infinita, desligada de toda relación con el valor agregado o la cantidad producida. Los capitalistas de esta etapa quisieron o lograron independizar sus utilidades de la creación real de riqueza. Puede también sonar descabellado. Pero es precísamente lo que ha caracterizado al capitalismo actual. La ganancia fue alimentando la desmedida, fue haciendo perder la consciencia sobre el origen de la riqueza, fue desentendiéndose de la necesidad de expandir la capacidad de pago o acrecentar la demanda para aumentar las ventas. Ahora se tasaron y repartieron los mercados solventes. Es decir, se repartieron los empleados estables, que eran a su vez consumidores potenciales. Y se desechó a los demás, se les ignoró porque no eran necesarios para seguir vendiendo. Y nace así la empresa desprovista de todo compromiso social y solo obedeciendo a la acumulación infinita de capital. 5

Qué es la propiedad La propiedad es un concepto o categoría histórica, es decir, que no es la misma en las distintas etapas de la evolución social, ni en las distintas latitudes del mundo. Así como los hombres tienen una percepción o concepto del mercado, así los grupos humanos han adquirido una noción muy distinta de la propiedad según su experiencia, y desde luego según las instituciones que adoptan para trabajar, para satisfacer sus necesidades, y para redactar sus leyes.

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Como realidad social, la propiedad es la forma como se apropian o posesionan los seres humanos de las cosas, materiales o intangibles, para su aprovechamiento. Pero esa forma ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Y esos cambios han respondido no solamente al interés personal, sino más aún al pacto social o acuerdo que subyace a la sociedad humana. Ha tenido las características más absolutas y las modalidades más restringidas. En la época romana, en que el hombre arriba a una noción que lo equipara a los dioses, su derecho sobre las cosas y las personas es tan total y categórico, que, como decía el dicho, los propietarios lo son de algo desde el infierno (que está debajo de la tierra) hasta el cielo (que llega a las estrellas). No había taxativa ni límite alguno. Se trataba de una propiedad irrestricta. En cambio, en cada país, según su historia, su identidad y su cultura, la propiedad adopta características diversas. En México, por ejemplo, toda la propiedad es originariamente de la Nación, dice el texto constitucional de los mexicanos. Y si bien los ciudadanos pueden tener títulos de propiedad o de usufructo, esos casos son solamente convenios que el estado reconoce porque la misma ley explica que la propiedad originaria puede adoptar otras formas si ello conviene al interés público. Con lo cual la propiedad queda restringida o limitada por ese interés colectivo, que en este caso debe representar el estado. Para quienes piensan como romanos esa restricción puede parecer absurda. Como igualmente absurdo puede parecerle a cualquier miembro de una comunidad indígena el que alguien se apropie de manera individual de un bosque o de un arroyo. Pero aquí cabe una diferencia, pues también distinguen los pueblos entre propiedad personal y propiedad privada. La propiedad personal o familiar se refiere al patrimonio que un sujeto o una familia requieren para su diaria existencia, es decir, para habitar, pernoctar, y guarecer sus pertenencias. Dentro de esa propiedad personal caben los objetos que un sujeto y sus familiares han ido adquiriendo para vestirse, trasladarse, y poder mantener en funcionamiento su unidad familiar. En cambio, la propiedad privada se refiere a recursos o bienes que pueden ser desplegados como capital. Es decir, como bienes para producir o poner en acción como fuente de creación de riqueza. La propiedad personal siempre ha recibido sanción o protección legal y del estado. Y ha adquirido los más diversos nombres, como propiedad familiar ---que por cierto en México es inembargable; o como pequeña propiedad, que comprende la parte familiar de lo que fuera una gran propiedad privada; o como los instrumentos y bienes personales que todo mundo va acumulando a lo largo del tiempo y que van configurando un patrimonio. La propiedad privada, en cambio, ha variado de tiempo en tiempo. En la antigüedad de México, solo los guerreros, los héroes y los personajes que había prestado grandes servicios a su comunidad recibían alguna propiedad privada como reconocimiento a su contribución, y de alguna manera como retribución adicional a la gloria. Con la llegada de los españoles y del derecho romano que les acompañaba, la propiedad privada empezó como encomienda del rey, en la que se recibía por encargo una heredad junto con sus habitantes, modalidad que llegó a extenderse a grandes dimensiones. Pero luego evolucionó, desde las iglesias que empezaron a acumular

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territorios y a despojar a los pueblos de su tierra, hasta configurar grandes latifundios. Y ello dio pie a los latifundios de los terratenientes, que adquirieron esas grandes extensiones de los religiosos o que emprendieron conquistas territoriales, hasta acumular heredades tan amplias como lo que eran algunas naciones europeas. Tal fue el caso, por ejemplo, del latifundio de la familia Sánchez Navarro, que en un momento dado fue más grande que Alemania. A lo largo de los siglos, desde la independencia en los albores del Siglo XIX, las formas de propiedad han coexistido en México. Se conservó, aunque diezmada o reducida, la propiedad comunal, que es esa jurisdicción o dominio de una etnia sobre un territorio, comprendiendo el suelo, la vegetación, y la cultura. Se conservó también la propiedad privada, que llegó con los conquistadores, y que echó raíz hasta naturalizarse. Pero también aparecieron nuevas modalidades, híbridas, como el ejido, que tenía su antecedente en la propiedad comunal, pero que ahora asumía la modalidad de propiedad otorgada por el Estado a una comunidad de labriegos, cada uno de los cuales tenía un usufructo, pero nunca la propiedad plena. Y reapareció la propiedad de la Nación, no solamente como propiedad original de todo el territorio, sino también como detentador directo de tierras que podía conceder a conjuntos sociales o sujetos privados. Con el paso de los siglos surgieron nuevas modalidades intermedias o reformuladas, bien por la aparición de nuevos sujetos, o por adaptación de viejos modelos. Contándose hoy con la propiedad cooperativa, donde todos los socios aportan cantidades alícuotas de capital, trabajo o bienes; o la propiedad colectiva de un bien por socios privados, que participan de la propiedad y sus derechos según sus proporciones de capital. 6

Cuántos tipos de propiedad existen en México Estrictamente hablando, en nuestro país existen tres grandes tipos de propiedad, la privada, la social y la de la Nación –administrada por el Estado. En otras naciones, sin embargo, su historia les ha conducido a solo dos formas de propiedad: la pública y la privada. Es el caso de estados unidos, donde aún las cooperativas son consideradas empresas privadas. Cosa por demás absurda. Cada una de estas formas de propiedad conforma un sector de nuestra economía, siendo la nuestra una de las pocas economías en el mundo que distingue claramente los tres sectores. O como lo expresa la Constitución, una economía de mercado al que concurre cada uno de los sectores siendo responsable de promover el desarrollo. Resulta muy importante, tanto para comprender la dinámica social, como para captar el sentido que tienen la producción y la economía para los distintos ciudadanos, el poder distinguir y conceptuar las diversas formas de propiedad existentes en México. Pues un socio de una empresa privada difícilmente comprenderá que existan organismos que no tienen entre sus objetivos la utilidad. Y resulta incluso muy peligroso que puedan llegar a ser funcionarios públicos los que no

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comprenden el carácter social que tiene la producción en uno de estos tres sectores que constituyen la economía. Pues cada forma de propiedad tiene objetivos distintos. El objetivo de la propiedad privada es acrecentar su valor, su utilidad. El objetivo central de la economía social es la satisfacción creciente de las necesidades, y ello puede o no coincidir con la rentabilidad. Y el objetivo de la economía pública debiera ser el prestar servicios necesarios a los ciudadanos, o producir y distribuir bienes a los ciudadanos dando más importancia al bienestar general que a la acumulación. La empresa privada, el Estado y la empresa social son todas formas de resolver la acción colectiva, es decir, son formas de resolver necesidades sociales. Las diferencias entre los fines que persiguen el Estado, la empresa privada y la organización comunal son resultado de los diferentes sujetos sociales que toman decisiones en cada tipo de organización. En el Estado las decisiones son tomadas por un grupo de gobernantes, en la empresa privada por un grupo de empresarios y en la organización colectiva por los miembros de la comunidad. Lejos de ser excluyentes estos modelos de organización pueden ser complementarios pues habrá algunas áreas de la economía que se ajustarán mejor a la lógica de alguna de ellas para contribuir de mejor manera al bienestar agregado del sistema económico. Entre paréntesis agregaríamos que quienes entienden a la economía social de mercado, como una economía integrada por empresas que asumen y son consecuentes con el compromiso del otorgar prioridad al bienestar general, están refrendando el sentido humano de la empresa. Pero que si se entiende por economía social de mercado como un mercado irrestricto, al que acuden empresas que solamente son responsables de su rentabilidad, y que prestan una solidaridad marginal sobre la base de una parte de sus excedentes, se trata de un disfraz, de una simulación, en la que trata de ocultarse el carácter verdaderamente egoísta de una economía a la que en realidad le interesa garantizar las utilidades, pero que considera el bienestar como un producto espontáneo, que debe resultar del buen desempeño de la actividad privada. Hubo momentos en que ese sentido social de la empresa tuvo vigencia. Como lo tuvo en su momento también el régimen monárquico en el que los reyes velaban por el bienestar de sus súbditos. Pero hoy en día, en que algunas economías que se autonombran “sociales de mercado” son en realidad economías de monopsonios que esquilman a regiones y países enteros, y de monopolios, que venden a precios exorbitantes sus productos manufacturados, la responsabilidad social se ha ido transfiriendo a algunas empresas cooperativas, donde el carácter social de su propiedad ha mantenido el compromiso con otros. Estas diferencias llegan a ser determinantes del desempeño y de las funciones que cada sector económico cumple en la sociedad. Así, si bien las empresas privadas tienen que asumir que la producción debe producir bienes útiles, o cuando menos demandados por la población, su objetivo más importante no es ese, sino el que cada ciclo le reporte una tasa de utilidad competitiva, es decir, igual o mejor que cualquier otra opción financiera o de colocación de su capital. La empresa social, en cambio, comienza por estar comprometida con sus propios socios, a

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quienes debe garantizar una plaza o empleo, manteniendo desde luego la producción de satisfactores básicos, y garantizando que el proceso será permanente, o como se dice hoy, sustentable por sí mismo. En ambos casos, es decir, en el de la empresa privada y en el de la social, se requieren remanentes o excedentes, es decir, se requiere que en el proceso de venta se consiga no solo la reposición de la inversión original, sino una demasía o plus que permita la ampliación de la planta, la amortización del equipo, el reparto de beneficios a sus socios, y algún margen de acumulación, pues una empresa solo confirma su viabilidad cuando obtiene más de lo que ha invertido; pues de otra manera constituiría una empresa en proceso de empobrecimiento y en algún momento tendría que cerrar. Sin embargo, la forma como cada empresa calcula sus cuentas y su rentabilidad depende del carácter de la propiedad y de los objetivos generales que adopta. Y las empresas sociales tienen como objetivo más caro el bienestar de sus socios y la comunidad en la que están asentadas. Mientras que las empresas privadas, sin desentenderse necesariamente de este objetivo, le confieren mucha mayor importancia al margen de utilidad. Y por ello hemos sido testigos de un Secretario de estado en México, que al enterarse de los niveles de productividad y de ingreso que tenían algunos productores, les recomendó que cerraran el negocio y se dedicaran a otra cosa, pues para él lo que no era negocio no tenía sentido conservarlo. Mientras que, para los participantes en el sector social, el objetivo de bienestar puede representar escasas utilidades, siempre y cuando se estén manteniendo empleos, y se estén fabricando o produciendo bienes necesarios, que si no se produjeran acarrearían grandes problemas a la comunidad. Representarían altos costos sociales. Una empresa privada ciertamente está obligada por su naturaleza a ser siempre más y más rentable. Pero una empresa social, que forma parte de un conjunto de empresas sociales, tiene que garantizar su continuidad o permanencia si está cumpliendo con una necesidad de empleo y de provisión de bienes, y su rentabilidad puede ser evaluada como parte de ese conjunto al que pertenece, dentro del cual alguna empresa puede no ser rentable y sin embargo necesaria. En ese caso, el conjunto puede decidir que la empresa deficitaria se mantenga por su carácter necesario, prorrateando la improductividad o incompetencia entre el resto de las empresas relacionadas, y hasta transfiriendo excedentes de otras unidades hacia esta que es deficitaria. De hecho eso es parte de lo que hace la economía estatal: transferir recursos de las empresas o ramas de economía más rentables, hacia las empresas o actividades que cumplen una función social necesaria aunque no siempre puedan mantener un nivel suficiente de rentabilidad. Pues el ejercicio económico no es dirigir puras empresas rentables, sino combinar todas las empresas necesarias, de tal forma que al apoyarse unas con otras puedan ser soporte de las menos rentables, y mantengan y acrecienten el bienestar general.

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Cuál debe ser el papel del Estado en la economía Conviene empezar por la distinción entre gobierno y Estado. El gobierno está conformado por un equipo administrativo que se hace cargo temporal de las instituciones del Estado. Subdivide sus funciones en un área ejecutiva y un área de administración de justicia, y si bien está comprometido para apegarse al carácter de las instituciones y al proyecto nacional que dio origen al pacto y al Estado, responde a políticas que son distintivas o características de los partidos políticos que se disputaron su colocación en él. Desde luego que el gobierno no es un ente homogéneo y sus áreas o responsables cumplen funciones que pueden variar en su orientación y, desde luego, según los principios que tengan los titulares y sus subordinados. Un Estado en el que sus gobernantes son democráticamente electos y en el que la elección ocurre acorde a una oferta de políticas que los ciudadanos evalúan para escoger la propuesta que mejor parezca representarlos o responder a sus intereses, será un Estado con autoridad. Cuando un titular del poder ejecutivo ha armado su candidatura con una propuesta claramente inclusiva, esto es, que abarca o comprende a todos los sectores y les ofrece un horizonte de prosperidad a través de políticas en las que se plasmen los intereses comunes, pero además atendiendo sectorialmente los intereses particulares del componente social, el ejecutivo arriba a su ejercicio con gran legitimidad. Y la legitimidad es un valor fundamental, pues genera confianza. Y la confianza es el argamasa más importante en el ejercicio de la política. Si el gobernante es consecuente con su propuesta original esa legitimidad le acrecienta el consenso y la representación, y puede devenir a la condición de estadista, es decir de aquél sujeto que por encima de los muchos intereses particulares ha aprendido a gobernar desde las instituciones en interés refrendado de la mayoría y apegado a los principios generales aceptados. En contraste, cuando en una elección un partido realiza campañas de desinformación y calumnia a sus contrincantes, y consigue ideologizar el proceso, descalificando con artimañas a sus adversarios electorales, puede arribar al poder público, haya sido como haya sido, pero sin legitimidad. Si además el proceso estrictamente electoral registra irregularidades en el conteo de votos, e incongruencias entre casillas, distritos y sumas estatales y nacional, a la ilegitimidad se puede agregar la ruptura del pacto, de las reglas y normas que habían sido el cimiento de las leyes y las instituciones, y entonces el gobierno es espurio, de facto, pero de ninguna manera representativo. En tales casos no hay correspondencia entre el Estado, que representa un pacto histórico, y el gobierno, que resulta ser producto de intereses particulares o parciales. La política del gobierno puede ser entonces, una política de Estado, o puede ser una política de partido o de un grupo en el poder. Y evidentemente que cada caso conlleva una relación bien diferente con los principios y valores. Los valores nacionales, como la integridad territorial, el interés de los nacionales, la defensa de lo que da empleo a los ciudadanos, las leyes que protegen los derechos de los trabajadores y la

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población en general, están depositados en el Estado, si bien las personas que trabajan en el Estado deben ser también depositarios de tales valores, o deberían ser escogidos precísamente por su consecuencia con ellos. Pero los partidos, hoy en día en México, lejos están de las declaraciones de principios que alguna vez redactaron para su fundación. Pues los intereses que han dominado la política en México los han convertido en rehenes. No interesa aquí describir de qué intereses es rehén cada partido. Los ciudadanos podrán deducirlo a partir de una reflexión sobre los valores y viendo el desempeño de cada instituto político. Lo que es necesario dejar claro es que cuando describimos el papel del Estado en la economía, como intentamos enseguida, no nos referimos a la política del gobierno o de un partido en el gobierno, sino a la política económica del Estado, a la política económica que se desprende del pacto histórico plasmado en la Constitución de la República, que puede tener o adoptar modalidades según las circunstancias, pero que siempre estará acotada al pacto original. También es cierto que las circunstancias cambian, y que un pacto original, una Constitución, pude requerir actualizaciones. En ese caso sus cambios han de ser analizados a luz de los principios nacionales y de los valores compartidos, pues en tanto se conserve el interés de la mayoría y se apegue a los valores permanentes que unen a los ciudadanos de una Nación, los cambios o ajustes tienen que ser bienvenidos. Pero cuando es el interés de un partido, que no se inspira en principio alguno, sino en intereses coyunturales, y en ambiciones personales, cualquier cambio al texto del pacto general puede constituir una sobre posición del interés privado o de una minoría sobre el interés de la Nación. Esto es difícil de observar en el curso de la Historia, pero es sin duda posible. Para conseguirlo se requiere que la población lo acepte. Y para que un conjunto de personas acepten que se cambie un pacto con nuevos preceptos que les perjudican, tienen que estar confundidos o enajenados. Por ello los partidos realizan hoy campañas ideológicas de manipulación de la conciencia ciudadana. Y por ello ha devenido de gran importancia el control sobre los medios masivos de comunicación. Pero aun durante periodos anteriores en los que no existían estos recursos fue posible ideologizar y manipular a la mayoría. Fue posible cuando Victoriano Huerta modificó leyes para darle curso legal a sus felonías. Lo fue también cuando Pinochet hizo cambios legales al texto constitucional para que sus crímenes quedaran legalizados. Lo hizo Hitler cuando ya canciller cambió las leyes de Alemania para imponer una política fascista. Etc. En nuestro caso, debemos hacer mención específica de que el papel del Estado en la economía ha de responder a los valores nacionales, a los principios plasmados en la Constitución, y a las expectativas de la mayoría. Eso desde luego implica que quienes se encuentran al frente del Estado tengan la virtud de leer en el sentir de los ciudadanos, tengan la honradez política de mantener la continuidad de los principios nacionales en cada uno de sus actos. Y tengan la lucidez de consciencia para sobreponerse a la ideología, a la falsa conciencia que ha invadido la política, y diseñen un escenario, un conjunto de medidas de política económica que, fundadas en las leyes económicas, garanticen un mayor bienestar para todos.

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Cómo se genera el empleo y quién puede crearlo Desde la perspectiva del monopolio, toda intervención en el mercado es competencia desleal y solo él debe ser la fuente de trabajo. Pues el interés privado, cuando ha perdido toda responsabilidad social quisiera absoluta impunidad y manos libres. El Estado, empero, siempre ha estado presente. Y su papel tutelar no es ni reciente ni condenable. Precisamente el estado, como agente económico, tiene que velar por el equilibrio entre los intereses privados y el interés general. También es responsabilidad suya, en la medida que el pacto social y la Constitución lo dictan, el velar por una justa distribución del ingreso. Claro debe quedar a este respecto que no existe la justa distribución por virtud divina ni por dádiva del mercado, y que solo empresas responsables podrían asegurar una retribución proporcional de los factores. Pero como no vivimos todavía en una sociedad en la que cada empresa sea dechado de virtudes y enarbole los valores colectivos, la intervención del Estado resulta indispensable. Indispensable para imponer una redistribución del ingreso, y para buscar que todos los trabajadores tengan empleo en condiciones decentes, y con un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades. Para hacerlo el Estado cuenta con varios instrumentos. Por una parte su recurso más obvio es la captación fiscal. El otro es la observancia de la ley y la vigilancia de sus dictados. La captación es el cobro que impone a toda la actividad económica y que es la fuente de la obra y la inversión pública en la producción de bienes y servicios necesarios. Pero cabe aquí una distinción de entrada. Por una parte está el pago de impuestos como derechos. Es decir, el pago que todos hacemos porque generamos gastos y requerimos inversión pública. Lo hacemos al tener un domicilio y esperar banquetas, caminos, alumbrado, seguridad, etc. Pero no menos importante es lo que constituye la reasignación de recursos, que es otro componente de lo fiscal, distinto al pago por derechos. Pues la reasignación, que en nuestro país tuvo momentos muy importantes, se refiere a la recaudación de regiones y grupos de personas con mejores ingresos, para llevar esos ingresos como inversión hacia regiones y grupos de personas que requieren apoyos o transferencias para poder emprender de manera consistente el camino al desarrollo. En ambos casos se aplica una política fiscal. Pero son cosas distintas. Pues el segundo caso configura una política redistributiva. Hay países donde esta segunda forma de la política fiscal se ha abandonado o tiene escasa existencia. Exponer las razones o explicaciones nos apartaría de nuestro objetivo más directo, que es exponer noción local. Pero no podemos dejar de mencionar que Estados Unidos ha podido subsidiar significativamente a su población no solamente por la amplia base tributaria que diseñó, sino también por las enormes transferencias que ha conseguido desde siempre del exterior hacia dentro. Y no necesariamente por comercio, o por balanza de pagos, pues hoy es un país deficitario, y sigue sin embargo contando con flujos netos. Entre otras razones porque su divisa es base de las reservas de muchos bancos centrales.

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Esa captación fiscal, cualquiera que sea su origen, puede orientarse, hablando de mercado, a regular la demanda, tanto en sentido ascendente, como para controlar su expansión. Y decimos en ambos sentidos porque el Estado no es responsable del curso que sigue el mercado, aun cuando dicte medidas precautorias que mantengan el ritmo económico, o medidas restrictivas que impidan que se disparen los precios. No puede suprimir el comportamiento del mercado, pero sí puede participar en él; bien para alentar la demanda agregada, es decir la cantidad de empleos y el monto de salarios que reactivan la economía, o bien para aumentar la oferta de bienes cuando el circulante amenaza con convertirse en fuente de inflación. Los economistas de los últimos tiempos suponen que la generación de empleos es una función o resultado del ahorro que una sociedad genera y que éste es la fuente de las inversiones. Pero siendo estrictos, hemos visto en las últimas décadas que la banca reporta enormes tasas y montos de utilidad, y ese capital incrementado no guarda absolutamente ninguna proporción con la inversión productiva. Y no hay relación entre el llamado ahorro y la inversión, porque el capital es atraído hacia la esfera donde el dinero suda dinero, es decir, hacia la especulación donde se compran acciones que nunca se traducen en riqueza, y porque cuando llegan a invertirse, adquieren un carácter transitorio, dependiendo de los márgenes de utilidad que los atraen o repelen por toda la superficie del planeta. Tampoco hay relación entre el ahorro y la inversión productiva porque en una economía de monopolio cada empresa tiene calculada la demanda que le permite mantener su ritmo de acumulación, y porque el objetivo de los monopolios no es ofertar más bienes, sino conservar mercados. Un mercado estable es una ganancia segura, y por ello los empleos productivos se mantienen relativamente constantes, aunque la curva demográfica ascienda, y millones de nuevos trabajadores comiencen su vida como desempleados estructurales. En ese contexto, resulta absurdo plantear que el Estado no genera o no debe generar empleos, o no debe intervenir en el mercado. Desde nuestra perspectiva, que concibe al estado como garante del interés general y depositario de los principios que generaron el pacto, está obligado a hacerlo. El empleo se genera siempre que existen necesidades y recursos. Ante una necesidad todo sujeto, todo ciudadano, toda persona, busca generar ingresos y satisfactores. Si tiene acceso a la tierra sembrará, si tiene acceso a un oficio lo asumirá, si tiene instrumentos o medios de trabajo los pondrá a funcionar. Y si solo tiene necesidades buscará empleo. A su vez, las empresas ofrecerán empleos si están en condiciones de encontrar nuevos mercados, o si sus productos pudieran venderse en mayor número dentro del mercado que ya proveen. Pero en México, por ejemplo, el empleo formal tiende a la baja. En términos absolutos, por ejemplo, solo en enero de este año de 2013 un cuarto de millón de personas entraron a la desocupación total, según estadísticas oficiales. En un solo año, la tasa de desempleo creció en diez por ciento. En tan solo los dos últimos meses se han perdido casi ciento cincuenta mil empleos.

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Al mismo tiempo, la banca reportó que sus utilidades crecieron poco más del veinte por ciento en un año. En términos absolutos eso sumó 87 mil millones de pesos hacia fines de 2012. La captación total de la banca sumó tres billones doscientos mil millones de pesos. Luego las cifras dejan claro que no hay relación alguna entre el ahorro que crece y la generación de empleos que declina. El Estado sin embargo destinó un presupuesto total de 2,869,583.0 millones de pesos para el gasto del periodo fiscal del año 2012. Ello comprendió todo lo que hace y administra el Estado, y dentro de ello nos interesa destacar lo que se podía invertir o gastar en la Agricultura, la ganadería, la pesca, la alimentación, el desarrollo rural, así como lo que podía destinarse para financiar o apoyar nuevas iniciativas empresariales, y lo que se podía destinar a comunicaciones y transportes. Estos rubros específicos, relacionados con la producción sumaban algo más que ciento setenta y cinco mil millones de pesos. Es decir, casi el doble de lo que había reportado de utilidades la banca. El saldo total de los créditos otorgados por la banca privada había sumado al terminar el año seiscientos mil millones. O sea apenas menos de la cuarta parte de lo que fue el presupuesto del Estado en un año, y aunque sumaban cuatro veces lo que representa el gasto o inversión productiva del Estado, la banca destinó su cartera básicamente para créditos hipotecarios, tarjetas de crédito, préstamos personales, financiamiento a entidades federativas y municipios, y casi nada a la producción. ¿Cómo plantearse entonces que el Estado no participe en la economía o no invierta en la producción? De hecho es el agente más dinámico y poderoso en el impulso de la actividad productiva. Con su participación en la construcción y mantenimiento de la infraestructura genera más empleos que la mayor parte de las empresas monopólicas. Y a través de las empresas estatales o paraestatales, y del apoyo a las nuevas iniciativas, está contribuyendo a equilibrar la escasa creación de empleos por parte de la iniciativa privada. Ello no quiere decir, ciertamente, que el Estado tiene que ser el principal empleador. Pero sí demuestra que en periodos de contracción económica y reducción de la inversión privada, el Estado tiene los instrumentos para mantener la demanda, detener parcialmente el desempleo, y equilibrar en alguna medida la marcha económica. 9

Qué es el desarrollo económico y cómo se diseña Sin embargo el papel o las funciones económicas del Estado no se circunscriben a velar por el equilibrio económico. Su gran responsabilidad es velar por el desarrollo social. La Constitución define a éste como el constante mejoramiento de las condiciones de vida y convivencia. Y solo el Estado puede asumir ese objetivo como un agente que intervenga y participe a nivel general. Desgraciadamente, hace décadas que las autoridades, los gobiernos, se han empeñado por el crecimiento económico, porque han asumido el pensamiento ideológico de que el aumento del valor de la actividad económica es un índice que fundamenta todo lo demás. Sin embargo es relativamente sencillo demostrar que las tasas de crecimiento general de la economía no han representado un índice de mejoría en las condiciones de vida y convivencia de la población en

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general. Y más bien han sido el fundamento de un cantidad mayor de capital que no se distribuye mejor sino que se concentra cada vez más. Mientras los funcionarios de la hacienda pública y del banco de México reiteran que hemos crecido a tasas superiores al tres por ciento, entanto otras muchas economías se han estancado o han retrocedido, y lo dicen o anuncian de manera triunfalista, otras fuentes o voceros nos hacen ver que el número de pobres se ha incrementado, y hasta el presidente actual ha reconocido que millones de personas padecen hambre y que su número no ha disminuido a pesar de los ritmos sostenidos de crecimiento económico. Es pues momento de reconocer que la economía no tiene como objetivo el mantener la tasa de crecimiento. No tiene como objetivo que se aumente el total del valor de lo producido, sino que se distribuya mejor la riqueza total, y que la mayoría tenga empleo para que su ingreso le dé acceso al bienestar y el desarrollo. Diseñar el desarrollo es entonces diseñar políticas que generen empleo. Realizar inversiones que aumenten la disponibilidad de satisfactores, empezando por los alimentos. Y diseñar el marco legal en el que los trabajadores tengan asegurados sus derechos. 10 Qué es el capital, y cómo lo administran los bancos De la misma manera como se explican las diferencias entre los mercados, y las diferencias en los regímenes de propiedad, así también tenemos distintos enfoques y realidades sobre el capital. En todos los casos se trata de un valor acumulado, es decir, de trabajo y experiencia que en algún momento anterior fue despliegue de capacidades de transformación; capacidades personales o colectivas, genéricas o muy especializadas, que se encontraban en forma física –de instrumentos o máquinas o escritos-- o bajo la modalidad de un saber trasmitido por precepto o por ejemplo, que podían considerarse un conjunto de conocimientos o una forma de organización, pero que siempre han sido el resultado de una experiencia, una experiencia que, por lo demás, tiene que haberse gestado u obtenido buscando la satisfacción de alguna necesidad, fuera esta de orden básico o espiritual. Capital es, en este sentido, tanto el dinero --que sería su forma o modalidad más banal--, hasta un templo, donde estaría plasmado el saber, el esfuerzo, la creatividad de una sociedad y hasta un conjunto de esperanzas colectivas. Claro está que no se trata del mismo capital. Pero veámoslo con más detalle: Cuando un hombre trabaja puede subdividir el producto de su esfuerzo en una parte para el consumo de él y los suyos, y una parte para los días de escasez, y una parte para ampliar sus capacidades productivas. Tendríamos así que el producto del trabajo se puede descomponer en bienes de consumo, y dos partes de ahorro, una para consumo diferido y otra de capital acumulado. Pero tenemos también el caso de cosas que no se produjeron de manera individual, sino socialmente, como pueden ser el ejemplo de una carretera, o de una escuela, o de una pirámide, o el de una máquina. En estos casos lo que se desplegó fue una capacidad colectiva de trabajo,

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organizada para poder combinar sus múltiples funciones o destrezas. Y cuando un conglomerado puede organizarse para combinar de manera complementaria su energía y su capacidad de transformación, incluso acorde a un plan y un objetivo, es que ese conglomerado posee dos formas o modalidades de capital, en primer lugar un capital humano, esto es, una destreza personal en cada uno de sus integrantes --destreza que le permite a cada uno desplegar su capacidad de transformación habiendo recibido un conocimiento y una experiencia que puede remontarse por generaciones. Pero más importante aún, ese conglomerado también posee el capital que resulta de la suma no aritmética de los capitales humanos, es decir, de la capacidad de producción o transformación que es mucho mayor cuando está organizada en un conjunto, que si cada uno desplegara de manera individual y por su cuenta la tarea. Si cada uno por ejemplo se pusiera a construir una pirámide, probablemente toparía con impedimentos para mover grandes bloques, y tendría que ajustar las dimensiones de su obra a las capacidades de su brazo, mientras que, cuando despliega su energía y potencial combinando la de muchas personas empeñadas en la misma tarea, no solamente podrá movilizar grandes bloques, sino que además podrá hacer todo de manera más rápida. Esta forma o modalidad de capital es el capital social. Es decir, la suma de los capitales humanos. Tendríamos entonces cuando menos tres modalidades de capital, el capital dinero, el capital humano y el capital social. Y cuál es la que administran los bancos. Lamentablemente el capital dinero y nadamás. Y aunque el capital dinero ha pasado a ser considerado la parte fundamental de toda inversión o empresa, la verdad es que constituye la parte muerta del capital, pues las otras dos partes están constituidas con personas, personas que piensan, sienten, actúan, crean y viven. Y el capital que ponen en acción y que representan, no solamente da sentido a la parte muerta del capital, sino que lo convierten en un insumo de esa parte viva. No son los bancos los que administran el capital humano y el capital social. Esa administración descansa en las cooperativas, en las empresas con responsabilidad social, y en el Estado. 11 Qué funciones debe cumplir el banco central Hoy se dice que es independiente del Estado y el gobierno, y que su función es garantizar el cumplimiento de los compromisos internacionales, es decir, de reunir las divisas para el pago del servicio y el principal de la deuda. De hecho el Banco central detenta el monopolio sobre las divisas, pues toda entrada de moneda foránea es cambiada por el banco por la moneda que tiene circulación local. Se reformó su ley en las décadas recientes para que no pudiera prestar dinero al gobierno. Llegando al extremo de desligarse tanto de la marcha económica nacional que invierte sus reservas en el exterior, aunque la tasa de interés que le paguen resulte negativa al cuadrarse la tasa de desliz de la moneda y se compare con el costo interno del capital.

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Pero hubo un tiempo en que el banco central era la fuente de capital del Estado. Lo fue para desarrollar la industria petrolera, y lo fue también en el periodo en que se requirió financiamiento para establecer la infraestructura de riego en la agricultura. Hoy, esté Banco central, como muchos otros bancos centrales en el mundo, se dedican a garantizar las importaciones y a reunir los dólares que las garanticen. Así de banal y así de triste es su papel. En una etapa en la que el país más endeudado del mundo es el que emite el dólar, los bancos centrales acopian dólares. Es decir, acopian moneda que solo se sostiene porque la han convertido en la convención general de reservas. Cuando esas reservas podrían estar en cualquier moneda fuerte, es decir, respaldadas. El dólar dejó de tener respaldo metálico desde el desconocimiento de los acuerdos de Breton Woods, hace ya varias décadas. Pero en los años recientes, el comercio mundial ha mantenido los pagos en una divisa que sabemos se basa en un derecho de emisión que en contrapartida tiene un déficit presupuestal, un déficit comercial, y una economía en recesión. Y en México, el Banco central, que ha calculado que las reservas necesarias para mantener las importaciones con tranquilidad suman menos de ochenta mil millones de pesos, hoy tiene más del doble, y además ha contratado otros cincuenta mil millones de créditos en stand by, o sea en espera de que puedan o requieran ser utilizados, para tranquilidad de los importadores. Con lo cual debería estar claro que nuestro banco central apoya al dólar y a los importadores y no a la economía nacional. Pero el banco central puede y debe ser reorientado para que contribuya al desarrollo interno. De hecho todavía quedan en su estructura los fideicomisos constituidos para el impulso o desarrollo de la agricultura. Pues en algún momento el banco central fue fuente de inversión o crédito para las actividades productivas del campo. Hoy presta dinero a la banca privada para que ella la canalice, cobrando puntos de intermediación, a los que necesitan financiamiento. Pero esa función podría cumplirse a través de la financiera rural, que es un organismo público que hoy tiene un presupuesto muy limitado y que podría recibir muchos más recursos del banco central. En resumen. El banco central puede y debe ser una fuente de financiamiento para el desarrollo nacional, aun antes que una fuente de financiamiento de las importaciones y aún antes de ser garantía para el pago de deudas. 12 Qué es la competencia económica La competencia es una de las dos tendencias o fenómenos que se presentan en el mercado. Ella constituye la disputa natural entre productores para ganar al consumidor. Para ganarlo sobre la base de mayor calidad y mejores precios. Para ello, cada empresa ha de esforzarse por emplear

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mejor sus recursos y por desarrollar su productividad, de tal forma que con la misma suma de capital pueda producir una cantidad creciente de satisfactores. No es sin embargo una competencia sana el dumping, es decir, la venta de bienes por debajo del precio general que la sociedad ha conseguido, para hacer quebrar a los competidores y volver luego a la revancha con precios más altos que recuperen lo invertido en el conflicto. No es tampoco una pelea cimentada en el castigo de los salarios para reducir los costos sin sacrificar la utilidad. No es un mecanismo de propaganda y desinformación para conseguir consumidores. No es una política de sobornos a los funcionarios públicos para obtener subsidios. No es una reducción del costo sobre la base de una peor calidad aunque ello vaya en detrimento o perjuicio del consumidor. No es una inversión en jueces o inspectores para perjudicar “legalmente” a la competencia. La competencia debe ser un mecanismo de mejora continua para que todos sean más eficientes, y el proceso general se esté superando todo el tiempo con mejores procedimientos, más adecuadas tecnologías, mejores procesos de cooperación. Gracias a la competencia los productores se superan y los consumidores se benefician. Y sin embargo, dijimos, es solo una de las fuerzas o tendencias en la economía. La otra es la cooperación. Y ambas están siempre presentes, porque se complementan. La lucha es una tendencia al interior de todos los procesos, pero la unidad también. La unidad en la producción se consigue a través de la cooperación, pues también es posible mejorar si en lugar de competir se articulan procesos complementarios, se perfeccionan las cadenas que vinculan los eslabones de un sistema que nace en la materia prima y culmina en la presentación al consumidor. Pero más importante aún es la cooperación para que cada trabajador sea responsable del trabajo general, y para que cada trabajador pueda mantener una comunicación estrecha con el resto de la planta productiva, de tal forma que cada uno contribuya a una sinergia colectiva, en la que se incremente el capital social. Los empresarios privados ponen el acento en la competencia. Los empresarios sociales ponen el acento en la cooperación. Y ambas cosas funcionan. Pero a la larga es previsible que en un mundo donde prevalezcan los valores y se generalice al responsabilidad social, la tendencia dominante estará en la cooperación y no en la competencia. La competencia es espontanea. La cooperación se construye de manera planificada. En la competencia puede predominar el apetito y la fuerza. En la cooperación solo pueden dominar los valores. 13 ¿Es la economía una ciencia positiva fría? Hubo un momento en que el desarrollo científico quiso desterrar de las disciplinas de conocimiento a los valores. Un científico muy prestigiado planteó en aquél entonces que la economía, por ejemplo, era una ciencia que no podía permitir la presencia de valores en su despliegue o ejercicio, a riesgo de confundir la objetividad necesaria, con juicios morales que nos apartaran del buen entendimiento. Su intención probablemente tenía que ver con la monserga

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que representaban las condenas morales, muchas veces fundadas en preceptos religiosos o en enseñanzas ideológicas. Sin embargo, su propuesta fue recogida más que con entusiasmo con verdadera convicción, y hace prácticamente un siglo que muchos economistas creen, piensan, que esta disciplina se ejerce conociendo leyes objetivas y principios matemáticos y relaciones fríamente definidas. Sin embargo ello solo ha dado pie para que aquellos individuos que otorgan más importancia a sus intereses que al bienestar general se valgan de la economía como una disciplina sin valores. Sin embargo, ¿cómo organizar una empresa sin verdadera vocación de servicio? ¿O cómo planificar la producción general de una economía, o la regulación de un mercado, sin tener presente el bien común o el interés general? La sociedad actual, en este comienzo del Siglo XXI, está atenta a que sus guías o gobernantes procedan éticamente. Desprecia profundamente a quienes de manera cínica anteponen sus intereses personales. Y condena, hoy moralmente, pero sin duda en algún momento también lo hará acorde con el desempeño, los resultados y el impacto que tengan las tareas, funciones y consecuencias de los hombres públicos, aplicándoles la ley. Una ley que tendrá carga moral, fundamento en principios, y presencia de valores. Estamos viviendo la crisis de la economía supuestamente positiva, en la que no deberían admitirse valores. Y estamos iniciando el tránsito hacia una economía con valores, ejercida o desplegada desde una perspectiva ética. Pero no se trata de una visión sin precedentes, o completamente inédita. Ya en la época de oro de los griegos se habló de la Paideia, como la última razón de ser del Estado, y que es la educación moral y ética de los ciudadanos. Aunque aquí probablemente ocurrirá al revés, pues somos los ciudadanos los que tendremos que reinsertar en la administración pública, en el Estado y en la educación de las ciencias, lo que son e importan los principios y valores. Antes la democracia se instauraba desde las instituciones, en nuestra época se está construyendo desde la sociedad. El Estado era el depositario del pacto. Pero el Estado, tan deteriorado hoy, tendrá que rehacerse desde la sociedad. 14 ¿Es posible una economía moral? Existe un extendido escepticismo sobre la posibilidad de reformar al Estado y de arribar a una gestión pública en la que los funcionarios no se sirvan del cargo. Encontramos tantas quejas y sátiras sobre los diputados, los senadores y los políticos en general, que podemos describir la situación como de una profunda crisis moral, como de una profunda ausencia de valores en los hombres públicos y el Estado. La idea de que no existe remedio próximo ni intención alguna de buscarlo se refuerza de manera reiterada cuando las noticias nos cuentan de senadores que estuvieron involucrados en el pasado inmediato en la concesión de licencias a casinos, o en negocios de dudosa legalidad. Cuando identificamos a familiares de potentados de los medios de comunicación al frente de Comisiones de trabajo o encomiendas de legislación que requerirían un perfil de conocimientos y probidad que estos delfines no tienen.

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Debería estar claro, sin embargo, que no todos los políticos tienen la misma condición o han sucumbido a la podredumbre moral. Lo que probablemente sí sea difícil de corregir es la torcedura del gobierno y de buena parte de las instituciones. No es tema de estas reflexiones cuál sería el camino para sustituirlos. Pero nos queda claro que el cambio difícilmente vendrá de dentro, del Estado y el gobierno. Y lo que sí sabe la ciudadanía es que la ley en nuestro país tiene precio. Que la justicia está profundamente deteriorada como ejercicio público, y que la nueva administración ha iniciado su gestión sujeta a la más generalizada desconfianza y al más estricto escrutinio. Su base social de apoyo, si es que pudiera hablarse de algo así, y si pudiera referirse al electorado que le permitió llegar al gobierno, no suma más de dieciocho millones de mexicanos, un treinta y ocho por ciento de los que votaron; teniendo como críticos expectantes a otros treinta millones de electores, sensiblemente una mayoría que más que escéptica estará lista para emprender caminos inéditos si el desempeño del nuevo gobierno no detiene la descomposición y abre curso a un nuevo desarrollo. Vemos en la sociedad un proceso de inconformidad creciente. Una inconformidad que no acierta a definir un curso o derrotero. Los procesos electorales están tan descompuestos que pareciera que a la sociedad se le han cerrado los caminos para conseguir un cambio escogiendo como candidatos a sus representantes. Y los candidatos de los partidos tampoco parecen representar las propuestas o ejemplos que la mayoría espera. Hemos vivido campañas electorales en las que las posiciones se han polarizado en grado extremo, y en que las descalificaciones recíprocas han terminado por convertir al abstencionismo en la tendencia principal. El que voten 48 millones --que parecen muchos--, cuando el país tiene más de 112 millones de ciudadanos, muestra que de los empadronados, que son casi ochenta millones, han votado ocho millones más que la mitad. El resto está expectante, y de los que votaron, treinta millones no creen ni en el ejecutivo ni en el partido al que él pertenece. Formidable reto. En la administración que fue recientemente relevada, las irregularidades alcanzaron los niveles más escandalosos de la Historia nacional. El poder ejecutivo, señaló la Unidad de Evaluación y Control (UEC) de la Cámara de Diputados en febrero de 2013, al evaluar su gestión, dejó de ejercer en su sexenio una tercera parte del gasto público autorizado por la Cámara de Diputados, y de los 15.5 billones de pesos que manejó entre 2007 y 2011 guardó 5.7 billones en fideicomisos, que después utilizó de manera discrecional a través de la Secretaría de Hacienda. Desde luego que esta reasignación discrecional no se aplicó al sector productivo o la inversión, sino al gasto, pues a donde se destinaron esos recursos fue principalmente a ciertas dependencias como Presidencia y las secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores y Función Pública. Dice la misma Unidad de Evaluación y Control, que incluso utilizó recursos de los fondos de estabilización petrolera para financiar gasto público. Al mismo tiempo que el ejecutivo desnaturalizó el presupuesto de egresos, según lo había autorizado el poder legislativo, dice el órgano que la Comisión de Vigilancia tiene para supervisar, a su vez, a la Auditoría Superior de la Federación– que la administración 2006-2012 fue permisiva

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con los grandes contribuyentes, pues al obtener ingresos petroleros excedentes relajó los esfuerzos de tributación. Entre 2008 y 2009, dice la misma fuente, los gastos fiscales (recursos que no ingresan por tasas diferenciadas, exenciones, subsidios y créditos fiscales, condonaciones, facilidades administrativas y regímenes especiales) ascendieron a 2.9 billones de pesos. Si el gobierno, en lugar de otorgar prioridad a la inversión canaliza de manera irregular los recursos para el dispendio, y si al mismo tiempo incumple su papel recaudador y permite que las empresas incumplan sus obligaciones sociales, es natural que los ciudadanos dejen de creer en la autoridad, sea esta gobierno o Estado. Pero existen más renglones en los que esta destrucción del consenso ha ocurrido. Somos uno de los países en los que existe el mayor índice de impunidad. Y somos también uno de los países en los que se han presentado tanto las mayores violaciones a los derechos humanos como las desapariciones forzosas en las que se vieron implicados los delincuentes junto con las autoridades. Algunas fuentes hablan de siete mil personas en solo seis años. Otras hablan de veintisiete mil personas en el último sexenio. Muchos pensamos que la permisibilidad con que actúan los delincuentes, o la generalización de grandes grupos de mafias violentas, es de alguna manera producto de la delincuencia oficial, de la delincuencia que partió del poder público. Es un hecho, de todos conocido, que la familia Salinas formaba parte del narcotráfico. Pero además, se convirtió en política de Estado el matar o desaparecer personas pertenecientes a la oposición. Tan solo en los regímenes de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo fueron muertos más de seiscientos miembros del Partido de la Revolución Democrática. Ello es sin duda un antecedente del nivel de violencia que multiplicó los muertos cien veces, un sexenio después, hasta rebasar los sesenta mil. Haya sido como haya sido. Trátese de una cifra o de otra, nunca en la Historia de México habíamos llegado a un nivel de atrocidades tan grande, y a una pérdida de autoridad tan generalizada. Ni siquiera después del asesinato de Francisco I. Madero. En esas condiciones, la economía se opaca, queda relegada al segundo plano y los ciudadanos inician un proceso de autogestión. Un proceso de autogestión que comienza por la formación de policías comunitarias, es decir, por la organización de ciudadanos que restablecen el orden y la paz. En más de diez estados de la federación los grupos ciudadanos han optado por llenar el vacío que existe, o por tomar el papel que correspondería en un Estado de derecho a los cuerpos de seguridad pública. Es probable que ese proceso que observamos hoy cubra un periodo largo. Cuando los ciudadanos hayan restablecido la ley, y cuando puedan plantearse otros problemas, sin duda emprenderán la reconstrucción de una economía sobre las mismas bases solidarias con las que hoy buscan restablecer la paz y los derechos humanos. Una economía moral será entonces posible. Teniendo como fundamento una convivencia solidaria y una población cohesionada en

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torno al interés común por la paz, el orden y la vida honrada, podremos plantearnos una economía moral. 15 ¿Cómo sería una economía solidaria? Describir cómo funcionaría todo un país acorde con principios y valores sería bordar una utopía. Lo que sí es posible es postular cómo podríamos introducir los principios y los valores en nuestra actividad económica. Y eso no podría realizarse con una acción de sentido único, o a partir de un llamado o proclama general. Requiere del esfuerzo de mucha gente y de la intervención en varios ámbitos. Por una parte resulta obvio que hay que plantear, además de críticas, una propuesta de medidas y objetivos de política económica. En esa propuesta, desglosada por sectores, debe darse prioridad a lo que constituye el sentir y el interés de la mayoría. Donde el fundamento tiene que ser la inversión pública y privada en actividades que produzcan bienes y servicios que hoy escasean, o que estamos importando y podríamos producir aquí. Y en el primer renglón tendríamos que poner a los alimentos. Nada será más solidario de un Estado y una economía, que invertir en los muchos predios, hoy abandonados, para que se apoye a los productores dispuestos a producir la comida de los que tienen hambre. Es más, los mismos desempleados tendrían así ocupación e ingreso. Esa decisión tendría y tendrá profundas implicaciones. En primer lugar porque querrá decir que el gasto y la inversión pública se transfieren, en sentido bien distinto a lo que hizo el poder ejecutivo en el sexenio saliente, de la presidencia, la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de la Función Pública y otras dependencias del mismo carácter improductivo, hacia los renglones de la producción. Querrá decir también que los empresarios privados comprenderán que la reactivación del mercado interno y la generación de empleos fuerzan a reorientar las inversiones de la especulación y la intermediación mercantil, hacia la esfera donde la utilidad es menor, pero la prosperidad es compartida. Al mismo tiempo tendríamos que ver cómo producir los otros satisfactores básicos, aumentando la oferta para reducir su precio y no dependiendo de los precios internacionales. Tales casos incluirían las gasolinas, las medicinas, los fertilizantes, inversiones todas que además de requerir grandes sumas de capital dinero, implicarán la movilización de capital social y humano hoy desaprovechado. Esas inversiones forzarán al Estado a modificar la Ley del Banco de México para que éste cumpla con sus funciones como agente financiero del desarrollo, y subordine su vigilancia de las importaciones otorgando prioridad al abasto interno. Pero sin duda también forzará al gobierno y al estado a ampliar su base tributaria, creando las condiciones para que muchos que hoy no pagan impuestos tengan motivos y razones evidentes para cumplir con sus deberes como contribuyentes. Y un acicate será, no cabe duda, el que se termine de raíz con la consolidación de empresas que permite evadir los pagos de impuestos a los que deberían pagar más que nadie; y que se liquide

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por completo todo privilegio fiscal. Es más, tal y como lo expresó el actual titular de la Secretaría de Hacienda este mismo año de 2013, cuando el impuesto sea progresivo, es decir, imponiendo una aportación mayor a quien tiene un ingreso mas alto, pues está visto que cuando se les conceden condiciones de excepción o de privilegio lo que menos hacen es invertir en las prioridades nacionales, y lo que más hacen es sumarse a los capitales golondrinos y la especulación. Nos queda claro que ese momento, esa situación no parece próxima. No lo está cuando desde las esferas oficiales se pone a consideración el grabar los alimentos y las medicinas, que tan sensible proporción ya ocupan en el reducido presupuesto de una gran mayoría. Y nos queda claro que tampoco es parte de lo que el partido hoy gobernante se plantea, cuando la discusión previa a su Asamblea Nacional, parece conceder más a la ideología privatizadora que la consideración técnica de medidas prudenciales efectivamente redistributivas. No es una casualidad que en el recuento sobre los saldos de la privatización que hizo Fortune en su enciclopedia hacia 1981, uno de sus especialistas hiciera notar que México estuvo a la cabeza de todos los países en el mundo, en cuanto a cantidades de empresas privatizadas y montos de valor de lo que esas empresas significaron. Todavía hoy padecemos todos los mexicanos lo que fue el regalo de la empresa de teléfonos a quien gracias a ello es hoy el hombre más rico del mundo. Entre 25 países en los que se cumplió el dictado de privatizaciones que inventaron los ideólogos de la modernidad y la globalización, hasta 1981 sólo el Reino Unido tuvo montos superiores a México. México ocupó el segundo lugar, con un valor de 9,400 millones de dólares, y todos los demás países tuvieron montos inferiores. El más cercano había sido Alemania, con 8,075 millones. Mientras las políticas públicas continúen evaluando el desempeño económico, con un índice de valor generado, es probable que estos hechos sigan ocurriendo, es decir, que se siga transfiriendo riqueza socialmente creada, hacia manos privadas que concentren el capital y por ende cierren el acceso al bienestar para la mayoría. Pero mientras las fuerzas sociales y la ciudadanía no consigan cambiar el perfil y el pensamiento de los que gobiernan, la tarea está en la sociedad misma. Pues la economía no solamente se crea desde el poder público y el poder corporativo de los monopolios, también se funda y se construye desde cada familia y desde cada iniciativa para satisfacer necesidades. Los ciudadanos han emprendido hace tiempo la construcción de una economía distinta a la del crecimiento y la globalización. Lo han hecho sin cobertura de medios y muchas veces de manera tan local y modesta que la mayoría no ha podido darse cuenta de que está en proceso de construcción. O peor aún, mucha gente lo ha atestiguado, pero como su conciencia estaba en otra cosa, y como su visión se había aferrado a las convenciones que le repetían las bondades y promesas de la productividad, la competencia, y la globalidad, no reparaba o podía tomar conciencia de lo que tenía enfrente.

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Así nacieron los caracoles en Chiapas, las cooperativas de Tosepan Titataniske en la Sierra norte de Puebla, las economías autónomas de los menonitas y los mormones en Chihuahua, la economía cooperativa de los cafetaleros en Oaxaca, las cooperativas turísticas de la península de Yucatán, la empresa Irizar de fabricación de camiones en Querétaro, y cientos de experiencias más que se han continuado multiplicando con altibajos y diferendos pero todas ajenas al curso oficial y bendecido de la economía neoliberal. Todos centrados en la generación de empleos y privilegiando la producción de básicos o riqueza real. Todos administrados por los propios productores. Y pues se trata de multiplicar esas empresas, de construir la economía moral desde abajo y en muchas partes. De formar cooperativistas educados en los principios de ayuda mutua, aportación de trabajo, capital y bienes, educación colectiva, compromiso con la comunidad, apoyo entre cooperativas, y gestión colectiva. Ellas serán el fundamento de una nueva economía nacional. El mundo está cambiando. Y esta construcción moral, no es una tarea solitaria. La elección reciente en Italia ha mostrado que la economía del crecimiento podría ser desmantelada por nuevas fuerzas políticas creativas e innovadoras. También lo hace pensar la lucha en –España y la inconformidad en Grecia. Y en sentido positivo, la marcha de América Latina nos muestra una transición hacia economías reales, donde la gente importa. 16 ¿Cómo vamos a terminar con la pobreza? Si la pobreza no es producto de la escasez sino de la mala distribución del ingreso y de la falta de empleos se comprende que necesitamos hacer dos cosas, por una parte identificar los renglones en los que se requieren empleos y crearlos, crearlos con la inversión que haga posible la reforma fiscal. Por otra parte, y al mismo tiempo, trasladando recursos de donde sobran hacia donde hacen falta. Así lo hizo el Estado durante todo un periodo histórico. Hasta antes de que se sucumbiera a la ideología neoliberal que postula que el crecimiento económico genera nuevas actividades económicas, o que la competitividad es el camino. 17 ¿Es el crecimiento económico el camino? Si países que han mantenido altas tasas de crecimiento, incluso superiores a la nuestra, no han remontado la pobreza, el desempleo, la polarización social, no tiene caso seguir defendiendo el crecimiento como base o requisito del desarrollo. De hecho hoy ya existen corrientes de la economía que plantean decrecer, no solo no crecer, sino reducir la economía de sentido monetario. Porque las economías que generan desarrollo no necesariamente se basan o parten del crecimiento o de la inversión de capital. Y en la historia del mundo encontramos importantes periodos en los que ha sido el trabajo en gran escala el que conduce a la prosperidad, pero sin que la economía o la sociedad se organizaran en torno al incremento del valor o el dinero. El periodo de construcción de las pirámides en Egipto o en Teotihuacán no tuvo como precedente el crecimiento económico, sino la organización social. Fue necesario, sí, un excedente económico que permitiera sostener los trabajos de construcción, pero ese excedente no se expresó en crecimiento sino en prosperidad.

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Durante el renacimiento se levantaron miles de iglesias, pero no por financiamiento monetario de la iglesia sino por aportación de trabajo de los miembros de la fé. Varias veces en la historia del mundo se ha demostrado que son la necesidad y el trabajo lo que fundamenta la realización de grandes obras, que hacen posible el bienestar. Aquí mismo, durante los primeros años de la colonización española, el Padre Tembleque levantó los arcos del acueducto en lo que hoy son las tierras del Estado de Hidalgo, sin presupuesto y sin apoyo de la Iglesia. Y pudo hacerlo porque la necesidad del agua mantuvo durante diecisiete años a los voluntarios trabajando para levantar cuarenta kilómetros de arcos, y porque el precio que pagaron los beneficiarios se entregó en alimentos para los constructores durante todo ese tiempo. Y nada de esto fue crecimiento. Todo ello fue organización social y trabajo. De la misma manera, hoy el camino sigue siendo el mismo: organizar las capacidades productivas de la población para atender necesidades. Con o sin capital dinero, pero con capacidad de convocatoria y con la conducción del ejemplo, la economía puede emprender el camino del desarrollo. 18 ¿Es posible la coexistencia de varios sectores en la economía? Desde luego que se requiere la participación de todos los sujetos productivos de la economía. No solamente porque hace siglos que somos una economía mixta, donde prevalecen varios modos de producción y coexisten diversas formas de propiedad. Pueden seguir produciendo y necesitamos que todos sigan produciendo. Y lo que hace falta, en este sentido, es un marco legal que desde la perspectiva de la pluralidad, y claro de la aportación que cada sector hace, ofrezca garantías para su funcionamiento. Sano será que los sectores sigan compitiendo, y que la competencia se institucionalice a partir de la libertad de los tres sectores para intervenir en todas las actividades. Incluyendo las que están todavía reservadas a uno de los sectores. Pero con la consciencia de que el sector privado podría solo perseguir la utilidad, y los saldos de la competencia tendrán que tomar en cuenta el empleo, el bienestar generado y la rentabilidad. No se trata de formalizar la competencia, en este caso, sobre la base de una comparación de productividades o de valores generados. Porque generar más valor a costa del desempleo no es ser competitivo. Ni mantener empleos a costa de productividad tampoco. Pero empresas públicas, privadas o sociales pueden y deben competir. Tenemos confianza en que la superioridad de la cooperación debe confirmar su mejor desempeño y su apego mayor a los objetivos de bienestar. 19 ¿Cómo sería una economía sustentable? El productivismo que caracterizó al mundo en los últimos siglos ha profundizado y generalizado la idea de que el hombre puede apropiarse de la naturaleza. Esa es también una ideología religiosa. El pensamiento ideológico de varias iglesias ha sostenido que el hombre es el rey de la creación, y

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esa idea monárquica se ha aplicado de manera brutal, sometiendo a los elementos naturales y los recursos, o mejor dicho explotando a éstos como si fueran súbditos, y como si los seres humanos no fuéramos parte del medio, de las condiciones en las que vivimos, de la naturaleza. Una economía sustentable se ira construyendo conforme la sociedad humana supere la ideología del crecimiento y se descubra parte necesariamente armónica de las materias primas. Pues somos la materia prima de nuestra propia historia. Y no podemos dilapidar ningún recurso, ni agotar las fuentes de donde proviene cada uno. Si es que queremos que nuestra especie prevalezca y continúe poblando el mundo. Los valores que nos guían en la economía. Una recapitulación. En la segunda década del Siglo XXI, vivimos un mundo con profundas diferencias económicas. Y aunque existen personas que lo juzgan natural, la mayoría vemos ese hecho como un infortunio. Y juzgamos que éticamente es incorrecta la mala distribución de la riqueza. Quisiéramos, en consecuencia que aprendiéramos a diseñar una economía que fuera capaz de distribuir mejor la abundancia que produce el mundo. Teóricamente, concebimos posible que todas las necesidades básicas de los seres humanos fueran satisfechas sin grandes esfuerzos, aunque con gran disciplina moral. Por fortuna, es una prioridad generalizada el que todos debemos disfrutar de tantas bondades que ha generado la civilización y su cultura. Vemos el mundo injustamente polarizado en muchos pobres y pocos inmensamente ricos. Y nos queda claro que de manera espontánea o automática esa diferencia no se va a reducir, pues al contrario de nuestros deseos las tendencias de las últimas décadas muestran un proceso de concentración del ingreso, al mismo tiempo que la pobreza y el hambre se extienden. Han quedado atrás los años en que se juzgara ilegítima la utilidad o la ganancia. Hoy solo algunos sujetos muy ideologizados dirían que la propiedad es siempre un robo o que nadie tiene derecho a la ganancia del capital dinero. Pero al mismo tiempo, esa divisa del gran José María Morelos, de hacer menos la indigencia y menos la opulencia, es parte de una convicción compartida entre una gran mayoría. Pensamos hoy que la utilidad debe tener límite. Y que ese límite no va a ocurrir por autocontención. Que es una tarea moral de toda la sociedad, y legal para quien la representa, es decir del Estado. Estamos llegando también a conceptuar lo que es verdaderamente valioso y útil en una economía, y cada vez existen más personas que juzgan necesario reorientar la economía hacia la producción de riqueza real, tangible, y no a aumentar la utilidad del capital dinero improductivo. Junto con ello optamos por políticas que conduzcan al desarrollo, y no por políticas que mantengan el crecimiento.

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En este sentido, vamos pronto a tener claro que aumentar la riqueza no será de ninguna manera aumentar el valor sino el monto y calidad de los satisfactores. Cuando eso se haya generalizado se verá ridículo hablar del crecimiento económico, que no hace sino expresar el aumento monetario de la producción, sin distinguir entre riqueza y bienestar generados o alcanzados, y esos índices abstractos del crecimiento. Se admitirá la presencia de varios sectores de la economía, en donde se mantendrá la empresa privada, pero donde florecerá mucho más la empresa social. Y, consecuentemente, se respetará y verá como legítima la utilidad del capital, pero cumpliendo al mismo tiempo el sueño de Ignacio Ramírez de otorgar su dividendo respectivo al capital vivo, al capital humano y al capital social. Se verá también como innecesario que muchos que hasta hoy participan de una porción del ingreso, no cumplan una función necesaria en el proceso general de producción y distribución de bienes, y se les forzará en consecuencia a reinsertarse en el proceso productivo o de valorización de bienes. Y el mercado, o los mercados, hoy dominados por los monopolios y los monopsonios, que lo han parcialmente privatizado, volverán a florecer rigiéndose por principios de comercio justo. Y la empresa, que hoy ha tendido a caer en una doble deformación, como fuente exclusiva de utilidad, podrá ser otra vez escuela de valores, de formación de ciudadanos útiles, productivos, guiados por los más hábiles combinadores de recursos, técnicas e inventiva en la generación de riqueza y bienestar. Ahí prevalecerán los valores de esfuerzo, empeño, responsabilidad, coordinación, creacionismo, dominio o superación de la incertidumbre, y cooperación solidaria. En ese mundo, que no está lejano, las empresas sociales llegarán a ser mayoría. Y las privadas recuperarán muchos valores que durante más de un siglo habían abandonado. La voracidad mercantil será vista como una patología. Y la propiedad ira acompañada de un sentido de responsabilidad por su administración. Todo ello porque el sentido de la economía será claramente la satisfacción de todas las necesidades humanas, necesidades que al ser claramente sociales, estarán remontando el carácter consumista del momento actual y conduciéndonos a un mundo sustentable. Esa será una economía levantada sobre los valores de la civilización.

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Capítulo V

Economía sin presupuesto para un desarrollo sin destrucción 50

Vivimos en una parte del mundo en donde los que dirigen la economía creen poder combinar la ecología y el crecimiento, o los negocios y la conservación de la naturaleza. Ante esta confundida concepción de la crisis en la que vivimos hoy me siento obligado a exponer de manera extremosa, como si estuviéramos ante una disyuntiva. Probablemente rebaso los límites de lo que debemos decir si partimos de un escenario donde muchos hacen esfuerzos por resolver o encontrar salida a la situación. Pero me atrevo a hablar así, porque algunos hechos son más graves de lo que se reconoce, y porque si no actuamos a tiempo, la visión extrema que presento palidecerá ante los hechos. Para ello estoy obligado a empezar por una crítica de nuestra economía; o mejor dicho, de los cimientos en los que descansa. Hablaré así, además, porque buena parte de mi público está hoy compuesto por muchos ecologistas que se plantean conjugar el trabajo colectivo con el desarrollo sustentable. Y porque en este estado la población está reconociendo que rescatar los ríos es una prioridad impostergable.

Paradigmas o prisiones de nuestra economía La inversión necesaria Vivimos en una parte del mundo en el que los que gobiernan parten del supuesto de un presupuesto. Las dependencias públicas son vistas en función del presupuesto que manejan. Las dependencias pobres no cuentan, las ricas son las que parten el queso. Si se le da un cargo a alguien, lo primero que revisa es el monto de sus asignaciones. Sin embargo, cuando se hacían grandes obras en la antigüedad, se escogía a los hombres no porque trajeran bajo el brazo un papel donde constara su experiencia contable o expertice administrativo, o porque supieran hacer dinero, sino por su capacidad para desplegar iniciativas y movilizar a la ciudadanía. Alejandro Magno no conquistó el mundo antiguo porque le hubieran asignado un gran presupuesto. Tampoco Gengis Khan lo tuvo. Hoy, en cambio, Bush pide un aumento de presupuesto antes de declararle la guerra a Sadam Hussein. Es la diferencia entre quienes emprenden la conquista del mundo y quienes sólo saben aumentar los negocios.

Ponencia que presenta Mario Rechy para conmemorar el día mundial del medio ambiente Guanajuato, junio de 2004. 50

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La rentabilidad Las obras que realizan son vistas con el mismo criterio. Si el gasto que representa construirlas o realizarlas es menor que las utilidades o negocios que generarían, entonces vale la pena el gasto. De ninguna otra manera se justifica una inversión o un gasto sin utilidades. A la guerra de Irak fueron invitadas muchas empresas, y el premio principal que se ofreció fue el petróleo. De la misma manera decimos, antes las grandes obras fueron vistas con otros ojos de conveniencia, con otros criterios de medición. ¿Ustedes creen que las iglesias eran decididas en función del número de feligreses y la cantidad de limosnas? Bueno, sin duda no faltó algún cura que sólo cuando vio el potencial económico de sus feligreses decidió asentarse en una plaza e iniciar la construcción del templo para el culto. Pero no fue el caso de la mayoría. Hoy son testimonio de otro criterio las muchas iglesias monumentales y bellas que son el edificio principal de cientos de pueblos. No había habido ahí riquezas materiales que justificaran el gasto, y no ha habido después crecimiento económico que refrende o demuestre que la inversión realizada al construir el templo se había justificado desde esa perspectiva económica.

La competitividad Pero además hoy existe un factor adicional de consideraciones. Es indispensable tener en cuenta la competitividad y el posicionamiento en el mercado. Si en una región se ubican o localizan los recursos naturales y las destrezas en los trabajadores para fabricar un determinado bien, entonces, y sólo entonces, se considera viable realizar obras de infraestructura que vinculen esa producción al mercado. Y sólo sobre esas premisas es costeable meterle dinero a nuevas actividades productivas. Sin embargo, antes, la gente pensaba en el bien o el disfrute que se podía obtener de una actividad, y simplemente se cumplía con ella, sin ver si costaba más hacerlo ahí o si resultaba más barato hacerlo en otra parte. Las obras eran decididas en función de las necesidades identificadas por la gente, y no porque esa gente fuera a regresar la inversión con su trabajo, su producto, o la generación de nuevos negocios.

El modelo de crecimiento Le hemos dado a la noción de progreso una connotación muy precisa que lo liga a la rentabilidad, el monto de los dineros en juego, y la pertinencia financiera y monetaria de todo gasto o inversión. Si vivimos mejor, es porque producimos más y de mejor calidad. Pero nadie se plantea trabajar menos para vivir mejor. Si ganamos más es porque somos más productivos, pero nadie se plantea aprovechar la tecnología para ganar lo mismo. Si ganamos lo mismo es que no progresamos, porque la mejoría se identifica hoy con el aumento del ingreso. Esto sería válido en muchos casos; tantos como aquellos en los que los últimos lustros han representado una disminución del ingreso y una caída en las condiciones de bienestar. Sin embargo, viéndolo en un sentido más basto y de largo término, diríamos que sólo hoy se han amarrado la noción de aumento en la producción y la productividad con el sentido del progreso y el bienestar. Esto es algo muy occidental. Tan occidental que los pobladores originales de este territorio nunca se lo plantearon. Aquí vivir bien no representaba necesariamente un movimiento hacia delante. El tiempo era circular; tenía 52

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años, y cada ciclo había que destruir el mundo y volver a comenzar. No porque lo anterior fuera la base para acumular más, sino porque lo anterior ya había cerrado su ciclo y había que partir otra vez desde un principio.

El confort y el consumo Antes existía sin duda un sentido del bienestar. La gente disfrutaba ponerse un buen traje, o cubrirse del frío con un gabán o un poncho. También apreciaba las cosas de calidad, porque no era lo mismo lo hecho de lana fina, bien trenzada, o algodón limpio, que de simple manta. También se ha apreciado siempre el buen comer. Aunque el significado de lo que era bien vestir y buen comer ya no ha sido el mismo. Hoy se buscan camisetas con diseños de moda y con logos o símbolos de grupos muy populares. Pueden estar confeccionados con poliéster algodón, o con alguna fibra sintética que en algunos provoca irritación, pero sin duda lo importante es el dibujo. En el buen comer, ya no importa si le pusieron la copa de buen anís al mole, o si lleva piñón, cacahuate, almendra y chocolate o si los chiles fueron bien tostados, lo que cuenta es que la arrachera tenga su guarnición y sea de ganado Hereford. Los patrones sobre lo bueno y lo bien han cambiado. Hoy nadie distingue un sombrero Stenton de fieltro, pero todos saben si el diseño es Givenchi, Acajoe o Boss. Pocos escogen por su comodidad, duración, o fibra natural, y la mayoría busca marca, diseño, moda y prestigio. El saldo, desde luego, es que se vivía mejor y se gastaba menos. Pero hoy se cree que se puede aspirar siempre a gastar más aunque las cosas pasen pronto de moda y se disfruten poco.

El valor agregado La economía antigua o tradicional buscaba que un bien fuera confeccionado en su totalidad por un solo operador, o por un grupo de operadores. El o ellos ponían todo el trabajo necesario para lograr la camisa, la silla, el arado, la rueda, la pluma, la tinta, el jabón, la casa. Hoy la economía calcula el valor de un bien por la cantidad de trabajos sucesivos por los que atraviesa hasta el consumo. Alguien sólo siembra el algodón, otro hace las labores agrícolas y uno más lo cosecha. El que separa la fibra agrega nuevo valor, el que lo mete a la máquina para volverlo tela también. El que lo corta en lienzos igual; y así sucesivamente, el que lo diseña, lo confecciona, lo anuncia, lo empaca, lo etiqueta, lo ordena en el almacén, lo cobra en la caja, lo contabiliza, para luego pasar al que financia la primera etapa, al que invierte en la segunda, el que hace posible la comercialización y la venta, el que imagina la publicidad adecuada para conseguir mayores porciones del mercado, y así sucesivamente, hasta el que le compra al que lo compró para llegar al menudeo, y el que le vendió el puesto al vendedor ambulante o le rentó el espacio al pequeño almacén, más el que le dio capacitación al que diseñó la prenda o la publicidad de la misma, y el que le instruyó al contador que lleva las cuentas en la tienda o la distribuidora, o que ayuda al financiero a controlar y recuperar su inversión. ¡Puf! Bueno, seguro nos faltan otros, como el policía que cuida el almacén, el velador que guarda la fábrica de noche para reducir los riesgos, el bombero que reducirá las pérdidas en caso de siniestro, el seguro que cubrirá los daños respectivos, el funcionario que coordinará a todos los servicios, o los legisladores que aprobarán el presupuesto para mantener los caminos por donde transitarán los camiones y camionetas que

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llevarán el producto. Y hasta los jueces que normarán todo esto con un derecho mercantil, o los que castigarán a los infractores de todo el proceso, bien con el derecho penal o con el civil. Pero el resultado será que todos resultan necesarios en una sociedad tan compleja, y todos esos trabajos o funciones deben ser contabilizados como valor agregado a la planta que producía unas cuantas fibras de lo que conocemos como algodón. Por eso han terminado por inventar el PIB, donde hasta el peluquero que corta las greñas a cada uno de los mencionados está contribuyendo al producto total de la sociedad dada. No negamos que en una sociedad compleja se dividan las etapas del trabajo y se alcance una sucesiva trama de cooperación. Sin embargo, podría distinguirse hasta dónde realmente se transformó el objeto y hasta dónde fue necesaria la intervención de alguien para hacerlo útil y bello. Todo lo demás sería más bien valor desperdiciado o trabajo innecesario.

La tasa interna de retorno y el interés El núcleo de la economía que hoy se aprende encima en todos esos supuestos anteriores está en que todo tiene que justificar su inversión. Y desde luego que tiene que justificarla con un retorno o recuperación. Cuando alguien dispone de una suma de capital se supone que antes que nada compara las opciones que tiene frente a sí para decidir por cual optar. Y en una economía como la nuestra, donde el dinero guardado tiene siempre un interés, la primera comparación es la del interés del mercado de capitales, contra el rendimiento de cada inversión posible. Si en un banco mi capital rendiría el 4% anual, de ninguna manera tendría sentido invertirlo en algo que me diese una tasa inferior de utilidades. Pero si la recuperación del capital en un proyecto dado es sólo un poco mayor que lo que obtendría en el banco, tengo que tomar en cuenta el riesgo de la inversión, para que la comparación sea completa. Cuando los capitales son más bien grandes los bancos no son la única opción, pues el gobierno también capta dinero a través de los Certificados de la Tesorería, que suelen pagar mejor que los bancos. Y si el capital es todavía mayor, puede pensarse en el gran mercado de capitales, que comienza en la bolsa y que se mueve por todo el mundo. Ahí ya hablamos de tasas de interés como las que reportan las grandes empresas financieras, que se han mantenido en el mundo con cerca del 20% de utilidad neta durante los últimos años. Eso ya limita mucho la inversión en proyectos o tareas productivas, porque querría decir que los pequeños capitales aspirarían a que se les ofreciera un negocio donde ganaran más que en el banco, pero los grandes capitales no aceptarían una utilidad modesta y buscarían sólo inversiones que les reportaran más de un 20%. Cuando una economía, como la del semidesierto, por citar un ejemplo –pero podría decir cualquier inversión productiva que no puede ofrecer tasas de utilidad competitivas con la especulación—es decir, que sin representar pérdidas tiene rendimientos modestos, y cuando las grandes inversiones que requieren los distritos de riego o la rehabilitación de los ríos no pueden

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ofrecer tasas de retorno o rendimiento comparables a la economía financiera, pues simplemente dejan de ser negocio, y no reciben ni inversión ni ofertas de capital.

El ciclo del capital y la vida útil del proyecto Además, hoy los grandes capitales se mueven con gran velocidad. Este lunes cotizan en la bolsa de Chicago, pero tal vez la semana que entra encuentren una apuesta más jugosa en la bolsa de Hong Kong, o en Singapur. De tal manera que los capitales buscan negocios de corto plazo o gran velocidad de recuperación, y son bastante reacios a invertir en proyectos, obras o tareas, que se llevan mucho tiempo –es decir meses o años-- para su ejecución, y bastante más para que empiecen a reportar resultados. Antes se invertía en cosas u obras que sólo dejaban ver su resultado o logro con el paso del tiempo. Por ejemplo, la inversión en tecnología o educación no puede rendir cuentas en el corto plazo, pues la formación de técnicos o el alfabetismo impactan en el bienestar y la economía cuando esa población ejerce sus conocimientos y transforma la realidad, pues no se trata de una mercancía que pasa directamente al escaparate o el almacén de ofertas. ¿Cómo esperar, entonces que los capitales fluyan a donde las obras más urgentes no ofrecen resultados inmediatos, y donde a veces se trata de horizontes temporales que no coinciden para nada con los ciclos del capital?

Contra la economía sin valores y sin personas La economía campesina Sin embargo no toda la producción se ajusta a estas premisas que venimos describiendo. Los campesinos tradicionales no viven en condiciones en las que se cumplan, y más bien tienen otras razones o motivos para trabajar y realizar sus actividades económicas. Muchos producen para satisfacer necesidades, y no necesariamente para ganar o acumular. Siembran sin considerar el valor agregado de sus operaciones, simplemente con la conciencia de la necesidad que tienen sus familias por el producto. Si calcularan cuánto vale el trabajo que le dedican a su parcela, más lo que pagarían por la labor en la recolección de leña, o lo que costaría cuidar el huerto, o sacar a los animales a pastar, o las horas que significa cada olla de barro cocido, o el tejido de sus sombreros, o de sus gabanes, pues no podrían pagarlo. Tampoco podrían pagar la labor de desgrane y almacenaje en la troje, o el molido del maíz para hacer el nixtamal. No sería rentable engordar un puerquito o un guajolote y guardarlo meses para el día del bautizo. Y menos mantener tantas actividades diversas, complementarias y laboriosas. Celebrar al santo, o cumplir con la ofrenda de muertos sería visto como un gasto, bastante improductivo, y muchas veces caro. Tampoco tendría sentido matar gallinas o animales para la boda, pues no necesariamente sería precio de la novia ni costo de fundación de la familia. No tendría precio la institución de la mayordomía. No se podrían pagar razonablemente las velas del velorio, o los cuetes de la fiesta. Por fortuna el campesino no

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calcula los costos, sino que mide el tamaño de las necesidades y el gozo de sus costumbres. Y por fortuna existen otras economías, en donde las razones que tienen los productores son ajenas a la economía capitalista. No porque no quieran vivir mejor, pero sí porque su noción sobre lo que vale la pena, y sobre la necesidad de las tareas, no dependen del costo del capital, ni de las tasas de interés, sino de los recursos disponibles y del tamaño de las necesidades de la familia y la comunidad.

La economía budista Como nos relata Schumacher, “en los países budistas pueden mezclar con éxito los valores religiosos y espirituales que heredaron con los beneficios de la moderna tecnología” y los partidarios de hacerlo, es decir, los budistas que reflexionan sobre el desarrollo, sienten que tienen el sagrado deber de conformar nuestros sueños y nuestros actos acorde con nuestra fe. Nadie parece pensar –explica Schumacher en su célebre obra51-- que una forma budista de vida demandaría una economía budista, tal como la forma de vida del materialismo moderno ha engendrado la economía moderna. Sin embargo es posible hacerse el planteamiento, pues el punto de vista budista considera la función del trabajo por lo menos en tres aspectos: dar al hombre una posibilidad de utilizar y desarrollar sus facultades; ayudarle a liberarse de su egocentrismo, uniéndolo a otras personas en una tarea común; y producir los bienes y servicios necesarios para la vida. Esos tres puntos cuestionan todo el andamiaje que sostiene la economía del crecimiento. Desde el punto de vista budista, por ejemplo, hay dos tipos de mecanización que deben ser claramente diferenciados: uno que ensalza la capacidad y el poder del hombre y otro que transfiere el trabajo del hombre a un esclavo mecánico, dejando al hombre en la posición de tener que servir al esclavo como apéndice. Se trata, dice nuestro autor, de trazar la delicada distinción entre la máquina y la herramienta, para que el hombre no termine como esclavo de su propia economía. El telar a motor es una máquina, y su importancia como destructor de cultura se basa en el hecho de que la máquina hace la parte esencialmente humana del trabajo. Tal vez en ese sentido hay que entender también la posición de Gandhi, que se oponía al ferrocarril, y a muchas otras máquinas, durante su lucha por la autonomía de la india. El budista ve la esencia de la civilización no en la multiplicación de deseos sino en la purificación de la naturaleza humana, y por lo mismo no podría asimilarse a la sociedad de consumo, que es la saciedad sin límite a todo deseo inducido de consumo. Pero veamos la idea completa de Schumacher, el trabajo adecuadamente realizado, en condiciones de dignidad y libertad humanas, dice él, es una bendición para los que lo hacen y para sus productos. El verdadero comienzo de la planificación económica budista sería entonces una planificación para el pleno empleo y su propósito principal, proporcionar un empleo para todo 51

Lo pequeño es hermoso. Varias ediciones.

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aquel que necesite un trabajo “fuera de casa”. No podría ser ni la maximización del empleo ni la maximización de la producción. Ojo, y cuando dice ni la maximización del empleo hay que entenderlo como que no tenemos necesidad de trabajar cada vez más, sino que si la tecnología lo permite trabajaremos cada vez menos. Y el oponerse a la maximización de la producción está simplemente en que se plantea la purificación de los seres humanos para que dejen de cultivar sus apetitos, para que dejen de consumir, y para que acepten una forma de vida que no necesariamente implique crecimiento. Permitir que las madres de hijos pequeños trabajen en fábricas mientras los niños andan sueltos sería tan antieconómico a los ojos de un budista como a los ojos de un economista moderno lo sería el emplear de soldado a un obrero capacitado... Mientras que el materialista está particularmente interesado en las mercancías, el budista está más interesado en la liberación; una liberación en la que el fin sería la obtención de un máximo de bienestar con un mínimo de consumo, pues cuanto menor sea el esfuerzo mayor será el tiempo y las fuerzas reservadas para la creatividad artística o ética. Lo que implica una concepción del hombre como algo más que productor y consumidor, es decir, como creador que no sucumbe a las formas triviales de existencia. Por ello la economía budista trata de maximizar las satisfacciones humanas por medio de un modelo óptimo de consumo, Esa sociedad permitiría un enorme ahorro energético, y una reducción del tiempo y la intensidad del trabajo, al contrario de lo que hoy domina para aumentar la producción y la productividad. Y esto porque el esfuerzo que se necesita para mantener una forma de vida que se base en la búsqueda del modelo óptimo de consumo es probablemente mucho más pequeño que el esfuerzo que se necesita apara sustentar una tendencia al consumo máximo. Por lo tanto, la exaltación del libre comercio va en sentido contrario a esta noción de la economía, que plantea “la producción basada en fuentes de recursos locales para necesidades locales es la forma más racional de vida económica, mientras que la dependencia de importaciones de lugares lejanos y la consiguiente necesidad de producir para exportar a gente desconocida y distante es altamente antieconómica y justificable sólo en casos excepcionales y en pequeña escala.” Es natural, o mejor dicho que es entonces muy explicable, que la economía budista no admita la separación del hombre respecto del medio, en tanto “la vida humana es una parte dependiente de un ecosistema constituido por muchas formas de vida”, y si el hombre se considera parte del medio, entonces puede asumir que “los bienes no renovables deben usarse sólo si son indispensables, y aún así con el mayor de los cuidados y con una preocupación meticulosa por su conservación ya que usarlos negligente o extravagantemente es un acto de violencia”. En resumen, para la economía budista, “la cuestión no es la elección entre “crecimiento moderno” y “estancamiento tradicional”. La cuestión más bien radica en “encontrar el camino correcto de desarrollo.”

La economía del México Colonial

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Seguramente habrá, entre mis escuchas o lectores, quien esté pensando o esté listo para replicar que eso no ocurre aquí, pues tenemos otra forma de ver la economía. Y justamente por ello me adelanto y les voy a referir, que precisamente es en los mismos sentidos o bajo las mismas premisas, que pudieron ocurrir etapas significativas de nuestro desarrollo. No me voy a remontar hasta la domesticación del Teozintle, que sería un buen ejemplo, pero sí voy a relatarles un aspecto de la construcción durante la época colonial. Y particularmente en esta región central de México. Dadas las condiciones de aridez de la Mesa Central en la que estuvo asentada la mayor parte de población durante la Colonia –nos dice el historiador del riego en México Adolfo Orive--, el desenvolvimiento de la agricultura estuvo ligado forzosamente al de la irrigación. Esto obligó a emprender la construcción de una gran variedad de obras hidráulicas, la mayoría de las cuales “fueron pequeñas consistiendo generalmente de larguísimos acueductos que ahora se considerarían económicamente imposibles de realizar por su alto costo en relación con la superficie beneficiada”. Un ejemplo de ello es la Laguna de Yuriria, construida por Fray Diego de Chávez. “Una ciudad importante en México, la de Salamanca, Gto., se fundó en el año de 1603 para responder a las necesidades de la zona de riego que se había creado allí con el aprovechamiento de las aguas del río Lerma”. Los acueductos construidos durante la época colonial se encuentran por cientos, asevera Orive. Y pasa a enumerar algunos de los más notables “...el de Epazoyucan de 15 km., de longitud, que cruza una profunda barranca; el de Tepeapulco, de 23 km.; el acueducto de Guadalupe sustentado en 2310 arcos que recorre una distancia aproximada de 12 km.; los de Oaxaca, de Morelia, de Querétaro, de Taxco, de Chiapa de Corzo, de Atlacumulco... Pero sobre todos, destaca este autor, y subrayamos nosotros, “estaba el admirable de Zempoala y Otumba, construido por un monje franciscano, Fray Francisco de Tembleque, improvisado ingeniero... que emprendió la construcción de un acueducto de un lugar que distaba 63 kilómetros, teniendo que cruzar numerosas barrancas por medio de altos puentes-canales. La obra duró 17 años, de 1570 a 1587. Para realizarla, Tembleque tuvo que vencer no sólo las dificultades propias de tan grande empresa, sino hasta cierta oposición de autoridades religiosas y civiles que tildaban de imposible la realización de su proyecto...” Es decir, que ya en el siglo XVI había autoridades que juzgaban imposible o antieconómico trasladar agua hasta donde la requerían las personas, o realizar obras de gran magnitud para poder mantener unas cuantas comunidades vivas en el semidesierto. Pero veamos un poco más de esta extraordinaria experiencia: “El primer puente-canal, que está sobre el barranco más profundo, es el de mayores dimensiones; consta de 67 arcos de una altura máxima de 39,59 m. La segunda arquería tiene 13 arcos y la tercera 47, encontrándose esta última cerca de Otumba...Los arcos centrales son verdaderamente majestuosos, pues tienen mayor altura que los arcos de las naves de la Catedral de México. (Ojo, imaginen ustedes que este cura se puso a construir arcos más altos que la catedral del país, tan sólo para que unos cuantos hilillos de agua

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pudieran llegar hasta unos cuantos cristianos, ¡qué antieconómico y falto de rentabilidad no creen!) Para ejecutar esta arquería “el padre Tembleque tuvo que vivir los cinco años que duró su construcción, en una cabaña levantada en el fondo de las barrancas para no separarse ni un momento de la dirección de las obras.” Exactamente igual que nuestro director de la Comisión Nacional del agua. La obra de Tembleque, fíjense bien, “...tuvo por único objeto, conducir el agua en un ducto de 35 cm., por 20 cm., en que sólo deben haber pasado como máximo 30 o 40 litros por segundo. Era una obra absolutamente antieconómica, no rentable, sin negocio, pero con ella se daba vida a varios pueblos.

La economía para el desarrollo humano La Economía no puede basarse entonces en la búsqueda de utilidades o en la lógica de acumulación, porque entonces sólo conduce a agravar los problemas que tenemos y a perpetuarlos. La forma de crear una economía humana es partir de las necesidades y no de la rentabilidad. Para construir una economía que ponga por delante los intereses de la población tenemos que sustituir en las consideraciones de planeación los criterios de rentabilidad, tasas internas de retorno, y criterios de orden monetario. Muchas cosas son incosteables desde el punto de vista financiero, pero indispensables desde el punto de vista social y humano. Y particularmente, en esta región, que ya describimos que forma parte de la zona semidesértica de la mesa central del país, recuperar la agricultura, los cauces de los ríos, los mantos del subsuelo, y la actividad productiva de los pueblos, implica un gran despliegue de capital social, es decir, de trabajo y organización, pero nadie estaría dispuesto a pagarlo, porque no es negocio, es tan sólo el camino para que la vida pueda continuar aquí, para que todos tengan trabajo, para que todos puedan producir sus satisfactores básicos, aunque ninguna empresa pueda hacer negocio con ello. Quiero citar ahora un caso reciente, para que no se vayan a descalificar nuestros ejemplos, uno por lejano en la geografía, y otro por distante en el tiempo. Nuestro ejemplo lo hemos visto recientemente en una comunidad cercana a la capital de Perú. Una comunidad que ha llamado la atención del mundo entero, porque de la nada han construido una ciudad digna, con empleo y bienestar para sus habitantes. Esta ciudad, que el mismo Paulo VI ha visitado recientemente para celebrar y bendecir a sus constructores, merece una mención especial: “En 1971 varios centenares de personas pobres realizaron una invasión de tierras públicas en las afueras de Lima. Se les sumaron miles de habitantes de tugurios de Lima. El gobierno intervino para expulsarlos, y finalmente accedió a que se radicaran en un vasto arenal ubicado a 19 Km. de Lima. Esos 50,000 pobres, que carecían de recursos de toda índole, fundan ahí Villa El Salvador (VES). Se les van agregando muchas más personas y su población actual –es decir hace cinco años- se estima cercana a 300,000 habitantes. La experiencia que desarrollan es considerada muy particular en múltiples aspectos. El plano urbanístico trazado diferencia VES de otras barriadas de pobres. El diseño es el de 1,300 manzanas, que configuran 110 grupos residenciales. En lugar de haber un solo centro, en donde funcionen los edificios públicos básicos, el esquema es totalmente descentralizado. Cada grupo residencial tiene su propio centro, en donde se instalaron locales

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comunales, y espacios para el deporte, actividades culturales, y el encuentro social. Ello favorece la interacción y maximiza las posibilidades de cooperación. Se da un modelo organizativo basado en la participación activa. Partiendo de delegados por manzana, y por grupos residenciales, crean una organización, CUAVES, que representa a toda la comunidad y que va a tener un peso decisivo en su desarrollo. Establecen casi 4,000 unidades organizativas para buscar soluciones y gestionar los asuntos comunitarios. En ellas participa la gran mayoría de la población, llegándose a que cerca del 50% de los mayores de 18 años ocupan algún cargo dirigencial en términos organizacionales. Desarrollan en estos arenales, carentes de todo orden de recursos, y casi incomunicados (debían recorrer 3 Km. para encontrar una vía de acceso a Lima), un gigantesco esfuerzo de construcción basado, centralmente, en el trabajo voluntario de la misma comunidad. Un inventario de situación de fines de 1989 dice que, en menos de dos décadas, tenían 50,000 viviendas, 38,000 de ellas construidas por los pobladores, un 68% con materiales nobles (ladrillo, cemento, techos de concreto, etc.), habían levantado con su esfuerzo 2,800,000 metros cuadrados de calles de tierra afirmada y construido, en su mayor parte con los recursos y el trabajo de la comunidad, 60 locales comunales, 64 centros educativos, y 32 bibliotecas populares. A ello se sumaban 41 núcleos de servicios integrados de salud, educación y recuperación nutricional, centros de salud comunitarios, una red de farmacias, y una razonable estructura vial interna con 4 rutas principales y 7 avenidas perpendiculares, que permitían la comunicación interna. Plantaron además medio millón de árboles.”

La economía sustentable Según la gente enterada, en las regiones semidesérticas de la mesa central de México los problemas más graves resultan del cambio en el régimen de lluvias, y en la sobreexplotación de los recursos, tanto los forestales, como el suelo y el agua. Es tan alta la sobreexplotación del agua, que cada año se reduce su disponibilidad y cada vez es necesario sacarla de una mayor profundidad. Estamos bebiendo agua fósil, dicen algunos, y eso quiere decir que tiene substancias que no forman parte de lo necesario. Entre otras sustancias, el agua potable de la región contiene partes crecientes de arsénico. Los ríos, que sin duda tienen también un ciclo vital, es decir que nacen y mueren, han visto acelerado ese ciclo por la acción irresponsable de grupos humanos y empresas privadas. En algunos lugares tal vez esa desaparición de los ríos ya no sea reversible. El peor de los casos tal vez sea la cuenca endorreica de la capital del país. Ahí todos sus ríos fueron desecados, entubados o convertidos en vertederos de desechos. Los grupos humanos han actuado a veces al margen del interés general, y de los criterios tradicionales de respeto y conservación. Han deforestado las zonas altas y han dejado el suelo de los cerros y montañas completamente descubierto. Al hacerlo han provocado que el tiempo en que la montaña sea demolida por los elementos naturales se acelere, y han provocado, indirectamente, que los torrentes de lluvia arrastren la arena y la tierra hasta los lechos de los ríos y hasta el embalse de las presas. Las presas han perdido capacidad de almacenaje, y los lechos de los ríos han ido sucumbiendo al arrastre.

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El ciclo natural de los ríos Sumado a esto, en las márgenes de los ríos mucha gente ha destruido los macizos de mezquites y huisaches, ha cortado los árboles ribereños, las jaras, los tules o carrizos y los cedros. Al hacerlo han dejado los taludes de los ríos desprotegidos y vulnerables a la corriente. Para tener una idea del impacto de estas acciones voy a mencionarles lo que algunos especialistas han escrito sobre la duración o plazo en que ocurren estas cosas cuando el hombre no interviene o no acelera los hechos. Durante el periodo Paleozoico –dice la Enciclopedia Británica (Edic. 1973-74 T.16 p.473)—la tasa de sedimentación se ha estimado como oscilando entre 70 y 800 metros por millón de años de tiempo geológico. Una tasa de 200 metros por millón de años. Esta tasa, desde luego, no es pareja, sino promedio. En el caso de la región del Gran Cañón, y para el periodo conocido como Pérmico, el grueso de la sedimentación fue algo inferior a 550 metros, lo que significó 11 metros cada millón de años. En otra región, como el desierto de las Vegas, en Nevada, la tasa de acumulación fue de 40 metros cada millón de años. Según los especialistas, especialmente los que escribieron los artículos geológicos y geográficos de la Enciclopedia Hispánica (Edic.. 1994-95 T 12 pág. 345), el flujo de un río altera constantemente la fisonomía de la cuenca cuyas aguas recoge; sin embargo, su labor erosiva, muy lenta a escala humana, es capaz de rebajar el terreno, como media, un metro cada treinta mil años. ¡Un metro cada treinta mil años! Y ¿en cuanto tiempo han sacado los comerciantes de arena o de barro dos, tres, cuatro, cinco metros y hasta montañas? Yo les preguntaría a ustedes, ¿cuánto ha rebajado del terreno la extracción de la arena en las riberas, cuánto ha destruido de los taludes la capitalización de los recursos naturales, cuánto ha contribuido a ese proceso la deforestación de las riberas, cuánto a representado el cultivo de las márgenes hasta desaparecer la antigua zona federal? La evolución natural de los ríos conduce a reducir su cauce y a diseminar sus lechos en el camino al mar, como dicen los textos; los materiales del lecho de los ríos, así como sus orillas, pueden ser disgregados y arrastrados, de esta manera. La labor erosiva del río actúa tanto en sentido vertical, profundizando su lecho –cuando no hay nuevos materiales depositados--, como en sentido horizontal, tendiendo a desmoronar las riberas y ensanchando el lecho hasta convertirlo en un valle. Pero sin la acción humana destructora ese proceso se lleva cientos de miles de años. Y con la acción del hombre empeñado en hacer negocios puede reducirse a unas cuantas décadas o a menos de un siglo. Lo dramático del proceso es que el hombre, los grupos sociales, los pueblos, se asentaron aquí cuando los ríos circulaban, y cuando los bosques garantizaban el ciclo del agua desde las partes altas. Y son los grupos humanos los que resienten ya los efectos de la destrucción de estos ecosistemas.

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La migración de la zona central de México es el resultado de la conversión de la economía tradicional a la economía moderna, competitiva, de hoy en día. Y la destrucción del medio natural es producto de los criterios sobre lo que debe ser la economía. Se imaginan ustedes entonces lo que muestra, lo que exhibe en el decir de los funcionarios esa machacona frase de “aumentar la competitividad”? Si los pobladores de esta región optaran por mantener los paradigmas de la economía capitalista, predatoria, valorizadora, mercantil, globalizada, los recursos se continuarán deteriorando y agotando, los ríos morirán y el agua será cada vez menos potable. La zona terminará por ser inhabitable, a menos que se traiga de otra parte el agua para beber y los alimentos para consumir. ¿Creen ustedes que eso es sustentable? Pero los gobernantes sólo saben defenderlo diciendo que es muy competitivo.

La crisis del agua, la sobreexplotación de los mantos y el Río Pero existe otra posibilidad, otra opción, otro camino, y es el de la recuperación del equilibrio y la reconstrucción de los sistemas naturales. Su costo es infinito, pues no puede pagarse con dinero, y sólo es posible con un enorme despliegue de trabajo y organización. Pero depende, en el fondo, de que estas comunidades prefieran migrar o cambiar de forma de vida. Por la vía del consumo y el productivismo no podrán conservar sus recursos. Por el camino del esfuerzo, la sustentabilidad y la autosuficiencia, podrán reconstruir la economía local, y como dice Schumacher, encontrar el camino correcto del desarrollo, donde no se trata de volver al estancamiento, pero tampoco de mantener el crecimiento. A donde de lo que se trata es de diseñar un desarrollo humano, donde el bienestar no descansa en el consumo ni en la globalidad, sino en el trabajo y lo apropiado. Que quienes estén casados con el crecimiento nos permitan a los demás vivir en otra relación con nuestro medio. Y que los que estamos obligados o condenados a salvar la existencia tengamos las condiciones para emprender otro modelo de desarrollo. Sin rescatar los ríos, y sin detener el deterioro de nuestras montañas, nuestros hijos tendrán que emigrar y nuestras casas serán abandonadas. Escribiríamos otra Visión de los vencidos.

La capitalización de arena y la destrucción del lecho fluvial Viendo las cosas en su condición más concreta, la arena, el barro, o el suelo, no pueden considerarse solamente como materia prima, porque forman parte de un ecosistema, y su capitalización altera el ciclo del agua y destruye la vida de la comunidad. Pero tampoco puede aceptarse que se invadan las márgenes de los ríos para cultivar o que se talen sus riberas. Todo ello forma parte de la misma problemática. Tan culpables son las empresas que roban la arena de los taludes, como los talamontes o los agricultores que no respetan el bosque o las riberas de las corrientes. Cada peso conseguido o realizado por ellos es parte del costo geológico infinito que provocan en el ecosistema y que nos llevará mucho tiempo reponer.

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El agua nueva y el agua antigua Beber agua sin arsénico representa la diferencia entre vivir o morir lentamente. De tal manera que rehabilitar las montañas sembrando árboles, y emprendiendo acciones para que se filtre el líquido hacia los mantos es una acción que no tiene precio, porque la vida de la gente no puede medirse en pesos. Si queremos sobrevivir en esta parte de México, tendremos que realizar esas obras, independientemente del costo que le quieran encontrar y de las décadas de trabajo que requieran. Por eso hablamos de economía sin presupuesto. Porque sólo con la lógica del padre Tembleque, y con los principios de la economía budista o campesina, podemos justificar la realización de la tarea.

Desarrollo sustentable o migración Para salvar a nuestras comunidades estamos emplazados a adoptar los principios de la sustentabilidad y el desarrollo humano. Y ello nos obliga a pensar en nuevos paradigmas, en otras premisas, distintas al crecimiento y el negocio. Entre otras cosas tendremos que aceptar que a) no podemos esperar a que alguna dependencia asuma el problema de la muerte del río o del abatimiento de los mantos de agua. Es necesario asumirlo como asunto y responsabilidad ciudadana. b) No debemos esperar a que se le asigne presupuesto alguno a la tarea de rehabilitación de los ríos. Pues ha de ser el trabajo y la organización nuestro capital social. c) Adoptar los principios de la sustentabilidad como base de la estrategia es la única premisa que necesitamos. Estos principios indican que los recursos naturales son parte y fundamento de la vida del pueblo, y por lo tanto no tienen precio y no pueden saquearse ni dilapidarse, sólo aprovecharse respetando y garantizando su equilibrio y recuperación. d) La actividad personal o privada no puede contravenir o afectar el interés social, ni siquiera cuando la ley lo permita. e) La economía humana es posible con trabajo y organización para conseguir el bienestar; los recursos, si llegan, serán sólo un complemento. y f) La arena que se extraiga del cauce, y sólo del cauce, deberá restablecer el centro del río como vaso para que pase la corriente. Esa arena deberá ser capitalizada para financiar los procesos de desarrollo rural. Y han de ser los mismos pobladores los que la extraigan, los que la usufructúen. No las empresas privadas, que seguirían destruyendo los taludes, los cauces y los ríos.

Esto es lo que los antiguos pobladores ya sabían. Sin ir a la escuela y “sin la ciencia occidental”. Y tal vez para que volvamos a entenderlo tendremos que aprender a pensar como campesinos, y abandonar el pensamiento global que nos inyectan con la televisión, la modernidad y el crecimiento económico.

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Capítulo VI Reconsideración del Desarrollo Rural tras la quiebra del neoliberalismo Ponencia de Mario Rechy. Universidad Autónoma de Guadalajara, Autlán de Navarro, Jalisco. 29 de octubre de 2012. Plantear de entrada que el neoliberalismo ha quebrado, cuando todavía nos gobierna, parece asumir un tono iluso. Sin embargo esa quiebra que alude mi título no la veo desde la perspectiva del día, sino desde la distancia que permite la ciencia social. Voy a platicarles una visión ciertamente inusual sobre cosas que hemos estudiado desde hace mucho tiempo. Les pido que tomen nota de lo que les parezca absurdo o incomprensible. Y con mucho gusto abriremos al concluir la exposición un debate y una sesión de preguntas y aclaraciones. I A qué nos referimos con la quiebra del neoliberalismo Una quiebra no significa, por lo demás, que ya se haya caído el régimen o sistema económico, y que en su lugar tengamos el relevo. Una quiebra significa que no pudo, que fracasó. Así que comenzaré por explicar a qué aspectos, a qué rubros, a qué objetivos no cumplidos, es que me refiero cuando afirmo o anuncio la quiebra del neoliberalismo. Más aún, si voy a referirme sobre lo que no pudo, debo sin duda antes aclarar quién o qué es lo que fracasó y constituye o distingue al neoliberalismo. Porque el neoliberalismo, digamos, ha sido una etapa del régimen capitalista, que ha tenido a su vez mucha mayor duración o vigencia, habiendo ocupado esta nueva etapa un periodo muy característico, del que debemos explicar su momento. Debemos explicar por qué fue sustituido el capitalismo anterior, qué elementos condujeron a la aparición de éste, y luego qué características son las que lo han distinguido. Empecemos pues. II Lo que no es el capitalismo El capitalismo, se piensa en términos generales, es una economía de mercado. Pero esa es una noción muy superficial, que en realidad impide ver el fondo. Primero aclaremos a este respecto que el mercado es un hecho económico que existe desde la más remota antigüedad. Si hacen ustedes memoria de sus clases de historia universal de la primaria, podrán retraer a su conciencia el papel que tuvieron los fenicios en la civilización occidental durante la época en que florecieron las culturas que rodearon al mediterráneo. Los fenicios eran los comerciantes por excelencia, pero eso no los hacía capitalistas, ni hubo quien los calificara como tales. Así que mercado no es sinónimo de capitalismo. Siglos después apareció el régimen industrial, donde había propietarios del capital --considerando tanto dinero como máquinas--, y los que solo tenían su mano de obra. Y se caracterizó eso como el capitalismo clásico. En esa época Marx decía que la decadencia del capitalismo se iniciaba cuando aparecían aquellos capitalistas que ya no regenteaban su negocio, su fábrica, sino que solamente ejercían el papel de propietarios de las acciones, es decir, de los títulos de propiedad que les conferían una utilidad. Y sin embargo, el capitalismo clásico en el que los capitalistas trabajaban como empresarios terminó. También esa etapa pasó. Pues con el tiempo, lo más característico del capitalismo fue, no su decadencia como producto de las sociedades anónimas, sino precísamente una etapa en la que los capitalistas solo se dedicaron a gastar, mientras las sociedades de accionistas quedaron a cargo de una nueva clase gerencial, que cumplió desde entonces la tarea

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vulgar de la administración. Estos ya no eran capitalistas, aunque ciertamente han sido empleados y directivos muy favorecidos por el capitalismo. Y entonces fue necesario hacer un nuevo esfuerzo de conceptuación sobre lo que era realmente distintivo o característico del capitalismo. Y algunos concluyeron que era la búsqueda de ganancia o utilidad por sobre todas las cosas. O la búsqueda de acumulación. Y cuando ese objetivo dominó al mercado y a la producción, lo de menos fue si el mercado era de competencia o de monopolio, externo o local, justo o desgraciado, era siempre un mercado que debía servir a la acumulación de utilidades. Y tampoco la producción importó. Es decir, ya solo era excepción producir bienes básicos o necesarios, pues en una sociedad donde la gente no importa, y solo se busca la utilidad, lo de menos es si se produce leche o si se vende aire, promesas o ilusiones. Y eso es precisamente el punto de evolución económica a donde nos condujo el capitalismo en esta etapa neoliberal. Es decir, a un capitalismo que no tiene un interés directo en la producción o en el buen funcionamiento del mercado; a un capitalismo que puede vender comida chatarra o apuestas sobre los precios de las acciones, que es precisamente lo que se vende en la bolsa de valores. Un capitalismo que reorganiza los eslabones de la economía para que se concentre la utilidad y sea lo más alta posible. Separando la acumulación de la producción real de satisfactores y riqueza. Y desentendiéndose desde luego de la suerte de los consumidores, que pasan a ser solamente tomados en cuenta en la medida que tienen capacidad de compra, y desaparecen como seres humanos. Cada etapa del capitalismo gestó ciertamente un tipo de empresario, y detrás de ese empresario se hizo un tipo de persona, con sus valores y su moral. Así, en la etapa mercantil, en la que no predominaba la transformación de las cosas, sino el traslado de los bienes, el capital formó navegantes, vendedores, saqueadores, conquistadores de mercados, organizadores de la distribución, trazadores de rutas, fabricantes de bienes de transporte. Esos hombres eran osados o aventureros, conquistadores o traficantes, pero también comunicadores y difusores de la tecnología y diseñadores del cambio que experimentaron todas las sociedades al entrar en contacto entre sí. La etapa de la producción desarrolló el espíritu de empresa, es decir, el perfil de un hombre que se apoyaba en la técnica, el conocimiento y, sobre todo, en el esfuerzo y el empeño, para organizar un proceso de transformación; coordinando a los obreros, los diseñadores, los almacenistas, los vendedores, los estudiosos del mercado. Fue ciertamente una etapa de acumulación, con largas jornadas que se fueron reduciendo conforme el maquinismo hizo más productivo al trabajo, y conforme los obreros se fueron organizando para conquistar mejores condiciones de empleo y de paga. Fue una etapa en la que los capitalistas aprendieron a valorar el trabajo y a reconocer los derechos de quienes lo aportaban. Pero también fue una época de innovación, y de formación de un espíritu muy occidental por conquistar el mundo, por dominar la incertidumbre, y por sobrepasar los límites que el hombre había padecido durante los muchos siglos anteriores. Fue la etapa dorada del espíritu de empresa, ausente hoy en nuestra sociedad. A esa etapa la sucedió una voracidad desligada de toda relación con el valor agregado o la cantidad producida. Los capitalistas quisieron o lograron independizar sus utilidades de la creación real de riqueza. Puede también sonar descabellado. Pero es precisamente lo que ha caracterizado

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al capitalismo actual. La ganancia fue alimentando la desmedida, fue haciendo perder la consciencia sobre el origen de la riqueza, fue desentendiéndose de la necesidad de expandir la capacidad de pago o acrecentar la demanda para aumentar las ventas. Ahora se tasaron y repartieron los mercados solventes. Es decir, se repartieron los empleados estables como consumidores potenciales. Y se desechó a los demás, se les ignoró porque no eran necesarios para seguir vendiendo. En la etapa mercantil los precios eran estimativos, es decir tanteando las equivalencias en todo intercambio y considerando la escasez, así como ponderando el esfuerzo de haberlo llevado a la distancia. En la etapa industrial los bienes se intercambiaban por su valor, es decir, por la suma de la amortización de la maquinaria y las instalaciones con que se producía, más un margen de utilidad, más el costo de la mano de obra. Pero en la siguiente etapa lo que se calculó no fue su costo sino la capacidad de pago del comprador, y la suma de los compradores. Y los bienes pudieron venderse entonces según la capacidad de pago. O como dicen hoy los economistas según la elasticidad de la demanda. Lo problemático no fue sin embargo ese hecho. Sino la lógica que asumió la economía en su conjunto. Pues al separarse las necesidades de sus satisfactores, y al mantenerse la utilidad dominando al mercado y la producción, se creo una economía que podía dejar sin empleo a una población creciente. Se creo un mercado donde prosperó lo que tenía demanda y no lo que se producía para satisfacer necesidades. Se consolidó un comportamiento del capital que engullía más capital, aunque no produjera más o no comerciara más. Y las economías entonces vieron que el empleo absoluto se estancó, la producción sumó más utilidades pero no necesariamente más mercancías, los recursos se concentraron y con ello el bienestar, generalizándose la pobreza. III A cada etapa del capitalismo correspondía, necesariamente un modelo de relación con el campo Durante la etapa de expansión mercantil, el capital saqueaba a los productores de materias primas o los convertía en proveedores y les creaba dependencias hacia el capital. Les daba créditos para producir lo que luego tenían que venderle. En la etapa posterior, cuando el capital quiso generalizar las relaciones entre los trabajadores y el empresario, el capital se dedicó a destruir las economías tradicionales del campo, a comprar la tierra o simplemente a despojar a los propietarios originales para crear plantaciones o grandes unidades de producción homogénea. En la etapa más reciente, es decir, durante el neoliberalismo, el capital ya domina todos los ámbitos de la economía, y casi todos también de la sociedad, es decir, lo que existe de producción agrícola, manufacturera, electrónica, y hasta científica, siempre en el mercado global; pero también lo que existe de financiamiento o fuente de capital para mantener en operación esa economía; y lo que existe de administración del marco legal e institucional. De tal forma que lo que no puede engullir o someter, simplemente lo ataca con sus más baratos precios en el mercado, lo derrota por incompetencia, lo quiebra y lo desaparece. Estas tres etapas descritas en términos generales no han sido, sin embargo, un proceso terso y puro, sino un camino repleto de guerras, arrasamientos de población, campañas ideológicas y procesos de amaestramiento y educación en los valores y visión del mundo que resultan de esta forma capitalista de entender la economía.

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Porque para hacer todo esto se ha creado una ideología, una doctrina y una manera de entender el hombre. Se ha inventado una noción de la libertad que sanciona o justifica la libertad irrestricta para hacer cualquier cosa que convenga al proceso de acumulación, y que castigue cualquier resistencia como atentado contra la libertad. Se han promovido partidos políticos que funcionen como empresas o como competidores en un mercado electoral. Se ha difundido la imagen de un hombre que trabaja empeñándose en ser muy productivo para cumplir el objeto de su existencia, que no ha de ser otro que el de comprar y consumir. Y se ha convertido en mercancía absolutamente todo, hasta la fé y las ideas o las convicciones. El capitalismo ha cambiado la naturaleza original del hombre, que fuera solidario, en una naturaleza interesada, plétora de egoísmo, de recelo ante sus semejantes, de insidia ante el esfuerzo de los otros, de ambición y de dominio. Digo que no ha sido un proceso puro porque la historia de cada país ha encontrado resistencias y procesos paralelos en que los grupos humanos defendían su identidad o buscaban caminos alternos de evolución. Así en México durante la etapa mercantil se gestaron las llamadas repúblicas de indios, que no eran sino las comunidades indígenas en resistencia, que fueron solo transitoriamente despojados, y que recuperan parcialmente sus territorios durante la independencia. Luego viene la etapa industrial y de capitalización del campo, con el régimen de la hacienda, donde la forma local de reclutamiento de la mano de obra fue el peonaje, que estaba entre el esclavismo y el feudalismo, pero que desarrolló unidades económicas muy eficientes e integradas al mercado mundial. Estos siglos de opresión y reducción de la economía natural y de las formas alternas de trabajo y sociedad, gestaron primero una lucha contra la modernidad durante el régimen de la Reforma en el Siglo XIX, siendo derrotados sus voceros y dirigentes por Juárez, el modernizador. Esta corriente de oposición, que postulaba una vía social hacia el desarrollo, tenía hondas raíces en la historia local, y una visión de país que siguió enriqueciéndose y difundiéndose desde entonces. Al frente de esa corriente estaba Ignacio Ramírez, uno de los grandes genios de la historia de México. La derrota de los partidarios de la vía social durante la Reforma no los venció sin embargo, pues los discípulos de Ponciano Arriaga, Ramírez y otros gestaron la Revolución Mexicana e iniciaron el reparto agrario en Tamaulipas con Lucio Blanco y en Morelos con Zapata. Ese reparto agrario iba a contrapelo de la lógica de la hacienda, pero también de la lógica del capitalismo global que favorecía la concentración de la tierra. El resultado fue un régimen híbrido, o como después lo caracterizó nuestra Constitución, una economía mixta. Hecho un tanto insólito en la historia universal. Pues en Inglaterra todos los propietarios originales de la tierra habían sido expropiados, y habían sido luego expulsados hacia las colonias. Y de hecho eso había gestado la fundación de lo que hoy conocemos como los Estados Unidos de América. Si mal no me acuerdo, un millón de campesinos ingleses habían sido forzados a emigrar. El resto había sido reclutado como soldados para el cuidado de las colonias. En Alemania el proceso había sido semejante, aunque tardío. Pero los Junkers habían terminado por concentrar toda la tierra. No así en Francia, donde una Revolución de inspiración humanista se había anticipado creando las condiciones para la permanencia de una clase rural de pequeños

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propietarios y de unidades familiares que pasaron a ser parte del orgullo nacional de empresas o heredades dignas, laboriosas, pero sin el sesgo de monopolio o concentración de la tierra. IV La Revolución Mexicana reconstituyó al sector social del campo Desde hace ya cien años, se inició en México un proceso de reconstitución del sector social. Un sector que, a diferencia de lo que se postula en las teorías políticas europeas, no buscaba la concentración de la propiedad en el Estado, sino que mantuvo y mantiene todavía, esa propiedad en los grupos sociales. Esa reconstitución no tenía inspiración marxista, o doctrinaria, sino un origen atávico, enraizado en tradiciones populares, culturales, que permanecen en las formas de vida y de trabajo. Pero que –y esto es lo importante—no conducen la producción o la economía hacia la ganancia o la acumulación de capital, sino a un horizonte en el que se satisfacen las necesidades y se aumenta el bienestar de las personas y los grupos. Después de la revolución, el grupo dominante, que vivía inevitablemente el influjo de las doctrinas presentes en el mundo, y que se empeñaba en consolidar su hegemonía y control sobre la ruta histórica a seguir, dejó una impronta singular en el sector social. Como a los más tradicionales no los pudo someter, simplemente les acotó su territorio y les redujo sus autonomías. Me refiero a los indígenas. Que después de haber resistido más de cuatrocientos años los ataques del exterior, tuvieron que sobrellevar un sometimiento y un colonialismo interno. Pero a los nuevos campesinos, esos que recuperaron la tierra, el Estado los condicionó. Les dio la posesión, pero no el pleno dominio. Y se erigió en juez último sobre quiénes recibían la tierra, quiénes podían ser miembros o socios de cada núcleo agrario. Y llegó inclusive a establecer como condición la presencia de un representante suyo en las Asambleas importantes, las de balance y programación de siembras y actividades, para que las Asambleas fueran legales. El estado, orientado en una estrategia de modernización capitalista, hizo del sector social un sector subordinado de manera corporativa. Muy a la usanza del fascismo que estaba en auge en Europa. Rematando el proceso de la Reforma Agraria con una carpeta básica, sin la cual los núcleos carecían de derechos. Instituyendo un banco ejidal, que les apoyaría en su función de producir alimentos y materias primas. Y fundando una Procuraduría agraria, que monopolizaría la impartición de justicia, que antes correspondía a los usos y costumbres y había dado estabilidad al campo durante siglos. Pero el Estado no era agrarista. Era modernizador. Y uno de sus fundadores, Plutarco Elías Calles, consideraba que el reparto debía ser un fenómeno transitorio, para dar lugar a la propiedad rural plena, donde se realizarían los nuevos empresarios. De tal forma que se repartió donde las huestes de la Revolución se habían distinguido, o donde todavía se erguían con fuerza como amenaza al orden y la institucionalidad. Pero se promovió la agricultura capitalista donde esas condiciones no se consolidaron. Y por ello recibimos un país en el que teníamos dobles instituciones. Un banco rural para apoyar el desarrollo capitalista, y un banco ejidal para conservar la alianza con el sector agrario. Un derecho mercantil y civil, inspirados en el código napoleónico de impulso al capitalismo, y una Ley Agraria, junto a una Ley Laboral de tutela, más una legislación indígena en proceso, etc. Por ello tuvimos instituciones que no eran típicas del capitalismo irrestricto, como el que existe en Estados Unidos, sino también instituciones que respondían bien al proyecto social, bien al interés de una alianza entre el estado y las fuerzas sociales que no veían en el horizonte una conversión de todo hacia la lógica del capital.

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Pero con la llegada del neoliberalismo, se desató un giro radical. El estado decidió ya no mantenerse por encima del Proyecto capitalista, sino asumir a plenitud la lógica global y abandonar ese doble carácter, esa condición contradictoria y complementaria de la economía. Ya no apoyaría a los ejidos, sino que buscaría privatizarlos. Ya no mantendría la lógica de producción de alimentos, sino que solo se mantendría lo que fuera negocio. Ya no se fortalecería al Seguro social, ni al ISSSTE o al Banco que prestaba con tasas diferenciadas según fueran pequeños productores. Ya no habría Banco del pequeño comercio. Ya no tenía sentido aumentar o mantener las instituciones como Conafrut, Fertilizantes mexicanos o el extensionismo rural. Que produjeran los que fueran capaces de sobrevivir en la competencia. Y que desaparecieran los que no fueran eficientes. Con la llegada del neoliberalismo el esquema de relaciones entre el Estado y el campo se modificó sustantiva y comprensiblemente. El estado había sido un garante de los precios de los productos básicos. Ahora sería un garante de las utilidades. En la etapa anterior, que se distinguió ciertamente por cierto margen de soberanía y autosuficiencia, la lógica de la producción no respondía a la acumulación. Y entonces se realizaban transferencias de las áreas o actividades más rentables, hacia las áreas o actividades que no eran competitivas pero sí necesarias. Al llegar el neoliberalismo toda esa política se desmanteló. Y entonces, cuando la industria tampoco representaba ya opciones de empleo; pues les recuerdo que ya tampoco existía una lógica de fortalecimiento industrial o de producción, simplemente se expulsó a los campesinos que ya no podían vender sus cosechas. Se los forzó a emigrar como braceros. Hoy se dice que en el campo vive el 24% de la población. Que suma como una quinta parte de la población total. Pero en Estados Unidos tenemos a otro tanto igual, que además son la mano de obra, los más capacitados para producir. Que en lugar de generar aquí nuestros alimentos están contribuyendo en otro país al proceso de valorización del capital. Esa es la tragedia, en términos generales, de la política capitalista impulsada por el estado mexicano. Una política que fue eficiente y muy exitosa en su objetivo de aumentar la ganancia, expresado, en términos generales, como incremento del PIB, del producto nacional. Muy eficiente en favorecer las utilidades de los bancos, como lo reportan todos los estados financieros de estas instituciones, que aún en los años de peor crisis, consiguen notables incrementos en las utilidades. Una política económica que ha hecho a los ricos mucho más ricos, y que en contraparte destruyó no solamente las instituciones del Estado de bienestar, sino que ha hecho retroceder el ingreso real de la mayoría de los trabajadores, haciendo caer el salario real durante casi tres décadas. Una política que en lugar de fomentar la producción aumenta las importaciones, que hacen más ricas a las empresas trasnacionales que importan granos. Un estado que favorece la producción de frutales y algunas hortalizas para vender en el exterior al mismo tiempo que nos hace dependientes en la importación de maíz. Un estado, en fin, plenamente orientado a favorecer a los que hacen negocios y reacio a mantener a los que sostienen la economía necesaria, es decir, al sector social. V Lo que ha provocado el neoliberalismo: desempleo estructural, pobreza, hambre Subrayo que todo esto que de manera breve les describo, no es parte del discurso oficial. Pero es evidente en la revisión estadística y en la observación directa. Ustedes lo viven y lo ven. Otros también pueden constatarlo en el estudio de las fuentes de información. Pero nadie que tenga

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intereses en el mantenimiento del modelo, tal cual funciona, tendrá ojos para reconocerlo, honestidad para aceptarlo, o pensamiento creativo para ponerle remedio. Calderón no ha sido capaz para reconocer que el desempleo es estructural, y repite como perico que ha creado millones de empleos. Solo un ejemplo, pero desde Miguel de la Madrid el discurso gubernamental exalta la apariencia o la parcialidad y oculta el drama de la economía y la sociedad. Un drama que se caracteriza por haber enviado al exterior a 20 millones de mexicanos que ya no tenían oportunidad en su patria. El drama de los sesenta millones de pobres. El drama de las importaciones de gasolina o maíz. Y son justamente estos indicadores, estos aspectos fundamentales de evaluación de un régimen, un sistema y una economía, los que nos indican que este sistema fracasó. VI Por qué un país como México, que tiene una identidad profundamente social, no permanecerá en la órbita del capitalismo Pero este país tenía Proyecto. Un proyecto plasmado en la Constitución, que durante algunas décadas se estuvo instrumentando. Un proyecto, por lo demás, de tradición centenaria, pues había empezado a delinearse con los Decretos de Miguel Hidalgo y con los Sentimientos de la Nación de Morelos. Un proyecto enriquecido por el liberalismo social de la Reforma; y que había alcanzado su plenitud conceptual en los textos de Ricardo Flores Magón y en el espíritu de los principales artículos de la Constitución del 17, que son el 3°, el 25, el 27 y el 123. Acabamos de vivir uno de los postreros intentos del neoliberalismo por echar abajo al artículo 123, estableciendo el régimen del destajo, las jornadas cortadas, los salarios más chiquitos, y el outsourcing como forma básica de contratación, ya sin seguridad laboral. Y al mismo tiempo, un conjunto de declaraciones sobre la superficie de la ley, en la que algunos priístas insisten en que aumentaría la productividad, y otros solamente consideran la iniciativa una oportunidad para minar el corporativismo y el control de los sindicados. Pero al mismo tiempo, sin recibir la atención objetiva de los medios, otro México ha echado a andar. Un México que ha dignificado al indígena y lo ha puesto de pie en la defensa de su identidad y su derecho a la autonomía. Un México joven en lo cronológico y en lo mental, que no acepta los fraudes electorales y no acepta tampoco los paradigmas del neoliberalismo. Me refiero evidentemente al movimiento juvenil que este año irrumpió tomando la experiencia de las revoluciones que han ocurrido en le mundo en las últimas dos décadas. Un México todavía invisible para la gran mayoría, que está construyendo ya la nueva economía. Y me refiero, en este caso, a las cooperativas y empresas sociales de producción que han desechado los mitos y paradigmas de la modernidad y han emprendido un camino alterno. Empresas al frente de las cuales está Tosepan titataniske, y donde también debemos contar a Usiri, y otras cooperativas agropecuarias. Y cuando digo que estos hechos no se ven. Lo digo en un sentido epistémico. O epistemológico. Porque nadie ve que los fondos de aseguramiento son cooperativas con otro nombre. Que esas cooperativas son un eslabón fundamental de la cadena de producción en las tierras de riego. Y que tampoco ven que existen varios procesos estancados o que no se consolidan, porque muchos insisten todavía en perseguir el desarrollo rural como parte de la globalización, y no como parte de la reinserción en la identidad nacional.

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Los Distritos de Riego, por ejemplo, se caracterizan por un intenso proceso de tecnificación, en el que no se consigue ahorrar agua, pero en el que además no existe verdadera responsabilidad por parte de los usuarios. Y no existe tal responsabilidad porque no tienen pleno dominio. Porque el estado reprodujo en ellos una figura que los hacía responsables de la administración, pero dependientes en todo del estado. Tal y como había hecho con los ejidos. Tenemos, en fin, ejidos por des corporatizar. Distritos de riego y temporal que deben cooperativizarse. Y miles de unidades de producción que solo podrán salir adelante si son organizadas como compradores colectivos, o como vendedores consolidados. Porque el desarrollo rural no tiene como variables la productividad que se consigue por tecnificación, con maquinaria, o con insumos tecnológicos de punta. Sino con organización social. Y los profesionales y científicos de la agricultura no tienen como cometido hacer de cada campesino un empresario fracasado, sino un elemento organizado de la nueva sociedad solidaria. Y porque el desarrollo rural no se mide en crecimiento de su aportación al PIB, sino en número efectivo de empleos, y en cantidades de bienes necesarios y básicos. Porque su objetivo no es aumentar la renta nacional sino mejorar las condiciones de vida y convivencia. Estas nuevas tareas que caracterizan al desarrollo rural solo podrán cumplirse, además, si se tienen presentes los “tres fenómenos nacionales y mundiales que es imposible soslayar: 1) La velocidad a la que se agudiza la crisis ecológica global a partir del calentamiento global; 2) La proliferación y multiplicación de movimientos de resistencia que se convierten en nuevas iniciativas y proyectos de carácter alternativo al capitalismo en diversos territorios y a diferentes escalas; y 3) El agotamiento de las instituciones dedicadas a la gobernanza, en específico los partidos políticos y la vía electoral, que han quedado desbordadas por la gravedad y magnitud de los problemas del mundo contemporáneo.” (Como bien señala Víctor Toledo) Pues el primer fenómeno alcanza niveles que no parecemos comprender todavía. Piénsese que si México tiene diez millones de kilómetros cuadrados, el polo norte ha perdido algo así como lo que equivale a un tercio del territorio de México en tan solo treinta años. Y que esa es uno de los ejemplos que explican las lluvias torrenciales seguidos de periodos de intensas sequías. El segundo fenómeno, del que ya dí algunos ejemplos, ilustran el camino a seguir, y más específicamente las formas de organización que son más idóneas para esta estrategia. Y el tercer aspecto nos habla de la importancia de una apertura mental, de la destrucción o superación de las doctrinas convencionales junto con sus instrumentos. Pues la realidad contemporánea del mundo exige audacia, creatividad, recorrer caminos no trillados y reinventar la utopía.

VII Los signos de la emergencia, o como decía Toynbee, del pseudomorfismo histórico, son los siguientes, y los cito porque sin ellos un auténtico desarrollo rural es imposible: A la autogestión El desarrollo rural no podrá ser, como lo fue en un largo periodo del pasado, un producto estatal. O más explícitamente, no podrán ser el estado y sus instituciones los protagonistas. Tienen que ser los productores los que organicen y concreten este desarrollo o no habrá tal. Pero lo más complejo es que tampoco sería fácil concretarlo si se emprendiera como un proceso insurgente o contestatario. Y aunque suene contradictorio, el desarrollo rural tendrá que ser impuesto en un largo proceso de negociación, a través del cual los científicos se unan a los productores y lo

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impongan, pero arrancándole al estado los recursos complementarios para conseguirlo, y las políticas e instrumentos legales que lo hagan institucional. B el cooperativismo El desarrollo rural comprenderá empresas, o requerirá empresas. Y cuando digo empresas me refiero a unidades rentables. Pero no porque su objetivo sea la ganancia, sino porque su lógica sea la de alcanzar remanentes, excedentes. Y las únicas empresas que pueden asumir esta lógica son las cooperativas, en donde al mismo tiempo es la Asamblea general la autoridad mas alta, y donde la operación y funcionamiento obligan a la sincronía y coordinación de actividades. El cooperativismo está ya tomando la iniciativa y empezando a jugar ese papel, pero los procesos sociales e históricos no son y no pueden ser procesos automáticos o inexorables, y requieren de nuestra intervención intencional. De tal manera que hablo de una ruta probable y necesaria. Pero no de una estrategia que tendría lugar con o sin nosotros. C el autofinanciamiento El capitalismo ha requerido de saquear a la sociedad entera para financiar sus procesos de capitalización. Pero la sociedad autogestionaria y cooperativa no puede fundar su desarrollo en el ahorro externo. Primero porque su eje es el trabajo y las personas, y no el capital. Pero también porque el auténtico desarrollo no puede saltar etapas o brincar los procesos de generación de capacidades. Y la inversión externa solo crea dependencia y no hace madurar las capacidades locales. De hecho este país no requiere más capital. Lo que necesita es reorientar el que tiene. Así como una política fiscal debería redistribuir el ingreso, de la misma forma una política de desarrollo debería arrebatar a los bancos los depósitos de los mexicanos y canalizarlos al desarrollo. Tan solo las cooperativas financieras, esas que agrupa la Concamex, tienen más de setenta mil millones de pesos. Que hoy no emplean. Y para que tengan una idea de lo que ello significa les diré que es sensiblemente más del triple de lo que puede canalizar la financiera rural. D el poder popular Finalmente, desarrollo, como hasta el Organismo de las Naciones Unidas lo conceptúa y lo propone, es empoderamiento. Y aunque el término suene raro, es otra forma de Poder popular. Ojo, que digo poder popular y no dictadura, y menos dictadura del proletariado o alguna de esas fórmulas del pasado. Poder popular porque ha de crearse, de levantarse, en cada lugar, en cada escuela, en cada ejido, en cada fábrica, en cada ayuntamiento. Porque, como dice Toledo, “el tejido social en resistencia se ensancha, porque la crisis obliga a los ciudadanos de todos los sectores sociales a tender puentes, a organizarse, y esto a su vez genera redes de solidaridad y de colaboración en regiones y territorios. Y de la resistencia se está pasando a la creación de proyectos autogestivos, donde se afianza o consolida el poder social.” Y “el número y la dimensión de estas iniciativas son impresionantes, pues cada conocemos y reconocemos nuevos procesos que, situados en el mapa de la insurgencia ciudadana, preludian un camino esperanzador y novedoso. Y este proceso llegará a tal punto en el corto plazo, que la confluencia de experiencias alternativas dará lugar a enormes regiones o corredores geopolíticos donde se practicarán modos de vida anti neoliberales, basados en la regeneración social y ambiental.”

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Se trata de un fenómeno inédito —dice Víctor Toledo-- como la cicatrización de un cuerpo derruido, es decir, de la conformación de redes o constelaciones donde los mecanismos de explotación y destrucción de lo social, lo cultural y lo ecológico están siendo sustituidos por nuevas formas de concebir, construir y practicar la vida social. Se trata de un proceso en el que se pasará de la democracia representativa (inútil e ineficaz) a la democracia participativa. E la crisis ambiental y la aparición de una visión de sustentabilidad Ese poder popular, en el que la colectividad de cada pueblo, de cada escuela, de cada localidad tendrá consciencia de su entorno, de sus problemas y de sus necesidades, será el ámbito donde la responsabilidad ambiental pueda tener lugar. Porque esa responsabilidad tendrá que detener el crecimiento. No solo como hecho económico orientado a la acumulación de capital, sino también como fenómeno que devora a la naturaleza. Y ese será el momento de florecer al nuevo desarrollo. Un desarrollo con mejores condiciones para la vida, que comiencen en el efectivo cuidado de lo sustentable, y que sustituyen esta civilización descompuesta y predatoria. A eso están ustedes convocados. A ser parte de quienes conduzcan, en esta etapa crucial de la humanidad, a los seres que les rodean, y a las poblaciones donde sirven, para terminar, para clausurar, toda forma de economía que pone por encima del hombre y los principios solidarios, la lógica descarnada del capital.

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Capítulo VII El hombre y los recursos naturales en el Siglo XXI Mario Rechy Montiel Centro de Estudios Estratégicos S.C. 2º Simposio internacional de desarrollo rural sustentable. Villahermosa, Tabasco, Noviembre de 2002. Se ha vuelto un lugar común el desarrollo sustentable. Sin embargo el que muchos hablen de él, o se le mencione, no quiere decir que esté vigente o que existan partidarios del mismo en las esferas de la decisión política. Sólo quiere decir que es un lugar común. El desarrollo sustentable es un concepto reciente, del que existen diversas interpretaciones, aunque la convención más aceptada es que no debemos explotar los recursos poniendo en riesgo su existencia, ni el derecho de las futuras generaciones a disfrutarlos. Sin embargo, cómo conseguir eso es lo que se queda en pura fraseología y retórica. Esto ocurre frecuentemente con las verdades o los postulados científicos. Cuando alguien dijo que la tierra era redonda ello no tenía inmediata aplicación, pero tocó la autoridad de la Iglesia y recibió una respuesta del poder. Cuando alguien cuestionó la vigencia de la física clásica y dijo que el espacio era curvo, o que no existían tres dimensiones (ancho, largo y alto) sino cuatro, al incluir el tiempo, muy pocos se percataron de lo que ello significaba para el quehacer del hombre. Eso mismo ocurre hoy con el desarrollo sustentable. Existen dos formas como los descubrimientos científicos y los postulados del conocimiento pasan a la cotidianidad. La más común es por vulgarización y trivialidad. La otra es por condensación e integración a los modelos de conocimiento, de trabajo y de planeación. Trataremos de explicar estos dos casos. En el primer caso el conocimiento pasa a ser citado, mencionado, simplificado, pero a causa de fuertes intereses que en la sociedad resultan contrarios a su sentido o aplicación, no son incorporados a las instituciones que transmiten el saber o que entrenan a los ciudadanos en la producción. En este caso, la práctica sigue siendo la misma, y el conocimiento queda en un ámbito moral o pseudoconcreto; del que se habla, pero sin asimilar sus propuestas. En el segundo caso, el nuevo conocimiento enfrenta los fundamentos del conocimiento anterior, replantea viejos problemas y les encuentra nuevas soluciones, y se convierte en una nueva clave de interpretación de la realidad. En ese momento los grupos sociales se dan cuenta de que no habían comprendido bien lo que ocurría con los fenómenos que hoy ven bajo nueva óptica o dimensión. Tal es el caso de la luz, que se creyó mucho tiempo que se trasmitía por ondas, y que después se comprendió que era también corpúsculo y fotón. O en el caso de las ciencias sociales podría citarse el caso del subconsciente y el inconsciente, que apenas después de Freud nos permitió entender que existen fenómenos de la mente y la conducta humanas que no se rigen solamente por la comprensión o la razón, sino también por los valores, la moral, y hasta los instintos. Así pues, cuando la ciencia entrega nuevas herramientas al análisis, y cuando estas herramientas se ordenan y convierten en algo de uso de amplios grupos, los paradigmas o axiomas en los que descansaba el conocimiento son reformados, acotados o echados abajo. Este fenómeno se conoce también como condensación del saber, que tiene como una de sus expresiones gráficas la formulación de modelos.

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Los modelos que son producto de esos cambios clave en el proceso del conocimiento histórico, ponen en crisis los paradigmas en base a los cuales está organizada la práctica social, y gestan revoluciones científicas de diversa escala que terminan por impulsar nuevos modelos de práctica que, a su vez, se integran a la educación y la capacitación como una nueva perspectiva. Para que se presente este segundo caso, generalmente tenemos primero un proceso de acumulación de problemas que se erigen como insuperables con las herramientas del conocimiento vigente, y que ponen en crisis el quehacer de los grupos humanos y, al mismo tiempo, los paradigmas de conocimiento con que éstos proceden. Así por ejemplo, el hombre empieza una reflexión sistemática y racional sobre cómo volar o cómo navegar bajo el agua, desde el renacimiento (con Leonardo). Pero sólo la necesidad de un mundo que requería recorrer grandes distancias en poco tiempo, y únicamente con la acumulación de capital que hiciera posible la inversión en la investigación respectiva, pudieron los Wright desarrollar las primeras máquinas voladoras a comienzos del Siglo XX; y solamente con la necesidad práctica y urgente de navegar bajo el agua para poder vencer los barcos enemigos, pudo el soldado de la primera guerra mundial crear las primeras máquinas submarinas. En un sentido contemporáneo, podríamos citar como ejemplo de una interpretación caduca de los fenómenos económicos el caso de la inflación, que a juicio de los economistas neoclásicos y monetaristas es resultado de una masa monetaria superior a la oferta de productos. Para ellos basta con retirar de la circulación una cantidad de moneda para que se prevenga el alza de precios. Curiosamente, hace ya mucho tiempo que otra corriente explicó que se han establecido con toda claridad algunos periodos en los que el agregado monetario estaba en contracción y, sin embargo, los precios subían. Pero a esta corriente de economistas no se les ha puesto atención, pues a los intereses financieros que dominan nuestra realidad les conviene la primera explicación, y por nada del mundo aceptarían otra. En la línea de los economistas que explican la inflación contemporánea sobre la base de una búsqueda de igualación de la tasa de utilidad por parte de los capitales, lo que ocurre es que se toma como referencia la inversión en el promedio de valores de renta fija y variable, y según eso simplemente se agrega la tasa de referencia a los costos de producción, obteniéndose así un precio de mercado del bien o servicio. Si esta explicación fuera aceptada, entonces sería difícil que las autoridades pudieran justificar su absoluta incapacidad para impedir la inflación, y tampoco podrían mantener una política que provoca una depresión económica creciente, pues limita el crédito, la inversión y toda la actividad económica. En el caso del avión y el submarino tuvimos que esperar siglos. ¿Cuánto tendremos que esperar en el caso de la inflación para que se modifique la política económica? Eso depende de varios factores: en primer lugar de que la gente comprenda el fenómeno, y probablemente antes de eso, de que los especialistas que tienen los datos los den a conocer de una manera convincente y redonda. En segundo lugar, dependerá también de la capacidad de los ciudadanos para cuestionar las políticas públicas. Y en tercer lugar, sin duda, dependerá también de que se formule un modelo de política económica alternativo, que además de convencer, anuncie resultados en la recuperación del mercado y el empleo. Se trata de un modelo económico que pretende explicar la realidad, y de la necesidad de otro modelo económico que además de explicarla la resuelva, porque lo que es el actual, tal vez convence a los responsables, pero a nadie le resuelve nada. En Argentina ya nadie cree en las

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teorías sobre una masa salarial que provoca inflación. Pero en México, todavía deberán acumularse los problemas para que la gente se percate de que esa fórmula de sanidad macroeconómica está acabando con los niveles de vida alcanzados y con las posibilidades de desarrollo. El ejemplo vale para cada uno de los fenómenos de conservación de recursos naturales, desde agua y aire, hasta árboles o maíz. Venimos escuchando sobre la crisis ambiental de la civilización. Desde hace alrededor de un siglo se empezó a hablar sobre la contradicción entre la tecnología y el modelo de producción, por una parte, y la necesidad de conservación del medio, por la otra. Los primeros escritos de reflexión ambientalista los encontramos en Eliseo Reclus, en el siglo XIX, y en Oswald Spengler, a comienzos del Siglo XX. Sin embargo, al primero se le marginó por sus utopías anarquistas, y al segundo se le cita por haber descrito la Decadencia de occidente, pero sin haber asimilado sus advertencias para emprender los cambios que previnieran o remontaran esa decadencia. Hoy, los problemas que enfrenta la civilización contemporánea parecen haber llegado a una gravedad tal, que probablemente los grupos humanos empiecen a tomar en serio los análisis y los trabajos de los ambientalistas. Es un lugar común que el petróleo se va a terminar. Es otro lugar común que nos estamos acabando los bosques y las selvas. Y no son pocos los que “saben” también que la sardina y el atún son especies en extinción. Todos hemos escuchado que a causa de la contaminación de la atmósfera se rompió la capa de ozono, o que por acumulación de carbono tenemos un calentamiento terrestre que provoca más huracanes y lluvias torrenciales. Todos hemos experimentado la contaminación de los ríos, y casi todos los pobladores de las riberas o costas saben que los peces están contaminados con sustancias químicas. La fantasía pesimista del hombre ha producido incluso películas donde anuncia que terminaremos comiéndonos unos a otros. La verdad no es un escenario que se pueda descartar, pues en las grandes hambrunas del pasado siglo –no hace ni cincuenta años-- más de una vez terminaron los hambrientos intercambiando a sus hijos y familiares por otros niños y personas para cocinarlos y no morir de hambre52. Hay pues idea de que estamos excedidos en la explotación de los recursos, que los estamos contaminando demasiado y que requerimos otra manera de hacer las cosas; es decir, de otros modelos de producción, de otros modelos para la disposición final de nuestros desechos, y de otros modelos de crecimiento o desarrollo. Esta conciencia incipiente ha conducido a revalorar el conocimiento tradicional, pues también se tiene noción de que los antiguos no eran tan contaminantes o depredadores como nosotros. Sin embargo, los científicos han descubierto que algunas civilizaciones del pasado se enfrentaron a problemas similares y no encontraron soluciones, y justamente por eso desaparecieron. Este siglo es también un momento crucial, pues los niveles de depredación y contaminación actuales anuncian que, o encontramos una alternativa a la civilización, o esta se colapsará en medio de desempleo, hambrunas, suciedad y tormentas.

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Esto puede verse, por ejemplo en la hambruna que padeció China como resultado del equivocado voluntarismo de Mao hacia fines de los cincuentas. Véase El libro negro del comunismo, edit. Planeta.

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Sin embargo es importante entender que la crisis de la civilización no puede remontarse desde la práctica moral o ética de lo bueno que es estar en armonía con la naturaleza. Los seres humanos no modifican sus conductas sociales porque unos cuantos les reconvencionen sobre lo incorrecto de su actitud y proceder. Tampoco veremos resultados porque se nos inculque el amor a los animales, o a los recursos naturales en un nuevo proceso de panteísmo. Estos ecologistas ayudan en la medida que van creando corriente de opinión y ponen en crisis los valores vigentes, pero nada más ayudan. Lo que será realmente decisivo es que la forma de producir energía encuentre nuevas fuentes y tecnologías; que la forma de producir alimentos no continúe talando los bosques; que la forma de recuperación del mercado no deje de tomar en cuenta los valores ambientales; la forma de producir no deje de tener en cuenta el costo y destino de sus desechos; que la forma de pescar conozca los niveles de captura que deben ser respetados para que sobrevivan como especies; que las formas de desarrollar la tecnología se apeguen a estos imperativos prácticos; y que la forma de desarrollar la ciencia deje de estar al servicio de los monopolios y los intereses financieros y vuelva a ser su objetivo el bienestar del hombre. Tenemos así tres grandes divisiones en los trabajos de los ecólogos y partidarios del desarrollo sustentable: 1 los que hablan o estudian la sobreexplotación de recursos renovables o el agotamiento de los no renovables; 2 los que hacen recuento sobre la acumulación de desechos y la alteración de las cadenas o ciclos naturales; y 3 los que estudian las tecnologías, los modelos de desarrollo científico y su interacción con el medio natural. A donde el conocimiento trivial ha dedicado mayor atención es al segundo caso, porque es más evidente cuánto ensucia la sociedad humana a la naturaleza, que cuánto agota esta misma sociedad los recursos naturales. Lo primero se observa, lo segundo se ha escuchado. Lo tercero prácticamente está ausente de la conciencia social, pues se sabe que esta sociedad o civilización es depredadora y contaminante; pero no se alcanza a comprender que la noción misma de la técnica descansa en la idea de que el hombre es el rey de la creación y que el progreso es una progresiva apropiación del medio, donde el conocimiento es la forma o camino para conseguirlo y la técnica su expresión instrumental. Se nos repite constantemente que hay que poner la basura en su lugar. Aunque siga existiendo un grupo significativo de ciudadanos que no toman muy en serio ese llamado, toda vez que no les afecta el mal aspecto de la mugre, y no les importa vivir en una sociedad donde se pierde el paisaje, o donde la armonía de la limpieza no va con su condición personal de descuido y desaliño. Pero lo que hay que explicar es cómo debemos reciclarla y de qué manera nos organizamos para hacerlo. Se nos dice que hay que cuidar el agua porque cada día es más caro el servicio y porque la administración pública no alcanza a entubar más, y corremos el riesgo de verla racionada y escasa. Pero lo que hay que hacer es explicar cómo el agua puede reciclarse en cada casa, y cómo existen tecnologías baratas que podrían convertir el drenaje en fuente de producción de hortalizas y áreas verdes. Y también se podría explicar de qué manera captar el agua de lluvia sin depender de la red que entuba los ríos y los manantiales. Se nos dice que no debemos desentendernos de la contaminación por carbono, y que podríamos regenerar los bosques, pero no se nos dice que el automóvil de gasolina es una de las invenciones más perversas y nocivas de la civilización, tanto porque agota un recurso energético en el corto plazo (es decir el petróleo), cuanto porque provoca la generación de carbono en una proporción

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que no pueden procesar los bosques y el plancton marino, ocurriendo una acumulación del mismo y generándose un calentamiento terrestre. Tendríamos, en consecuencia, que acelerar nuestra experimentación en motores alternos y en aprovechamiento de otras formas de energía. Esta denuncia de lo que es sucio o contaminante ocurre así, sin exponer al mismo tiempo las soluciones, porque existen fuertes intereses en que las cosas sigan como están, y porque los tecnólogos y los científicos son pagados para desarrollar el modelo tecnoindustrial que hoy domina, y no para que busquen la alternativa. Los que plantean otra cosa son una capa marginal, comprometida con los indígenas, con los ecologistas, que son una especie de neoreligión de buena voluntad, o con los institutos de ciencia donde han conseguido crear pequeñas cofradías de hombres conscientes. Nadie culpa a los fabricantes y empacadores de alimentos, ropa o utensilios de la vida cotidiana, por utilizar plásticos; ni se identifica tampoco a nadie como culpable de un modelo de vida donde sólo la administración pública es responsable de “llevarse la basura”. Es decir, que se nos ha educado en la visión de lo que es visible, y en la ignorancia de lo que está detrás. Y se ha construido una sociedad que hace a los ciudadanos dependientes de un gobierno que tiene que resolver lo que sus gobernados provocan. Sin embargo, nadie cuestiona la fabricación de automóviles de gasolina. Primero, porque la televisión está saturada de anuncios donde nos ilustran cuán deseable es conducirlos, cuanto confort otorga su posesión, y cuán rápido podemos llegar hasta sitios que de otra manera no visitaríamos. Pero también porque se ha priorizado el transporte individual y se ha diseñado un modelo urbanístico que sólo es aprovechable sobre la base del transporte unifamiliar de gasolina, y no sobre la base del transporte eléctrico colectivo. Hace ya tiempo que se inventó el motor de vapor, y el motor impulsado por la descomposición del agua. Sin embargo lo que se fabrica es el motor de combustión interna de hidrocarburos, porque el complejo tecnoindustrial está controlado por las grandes empresas que fabrican automóviles, y a ellas les importa cuánto van a ganar estos próximos años, no cuánto van a calentar la atmósfera. Hace ya mucho que se inventó el automóvil impulsado por energía solar, pero las grandes empresas no le invierten, y sigue confinado al ámbito de la investigación. Hace ya muchos años que se inventó el automóvil sin ruedas. A fines de los años cincuenta se anunciaba que antes de treinta años la civilización vería desaparecer el modelo de los coches rodantes para ver una proliferación de los que utilizarían colchones de aire. Sin embargo se dice que los monopolios llanteros compraron la patente de los coches de colchones de aire. De la misma manera como los fabricantes de focos compraron la patente de los focos que no se funden, o como otras empresas han ido comprando y desapareciendo las tecnologías de lo que es perenne y no necesita renovarse constantemente, como lo requiere la civilización de la venta y la utilidad. El grado al que esa desaparición de productos que requerían bajo mantenimiento y tenían más durabilidad asombraría a nuestros conciudadanos. Existían camisas de dacrón que no se planchaban, existían brocas o sierras de menor desgaste, herramientas que duraban una eternidad, todas las cuales dejaron de producirse por interés de los fabricantes que necesitan renovar sus ventas a los mismos clientes. Esta civilización del plástico, es también la del coche desechable, y de la renovación acelerada de toda infraestructura. Hoy visitamos las pirámides, los castillos o las catacumbas; pero va a ser realmente excepcional que los hombres del siglo XXII o XXIII puedan visitar restos dignos de admiración construidos en el siglo XX o la primera mitad del XXI.

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Los monopolios del automóvil limitaron las políticas de construcción de ferrocarriles; y los monopolios del petróleo impidieron el desarrollo tecnológico de fuentes alternativas de energía. No es casual que la generación eólica tenga entre sus líderes a los españoles o a los daneses y alemanes, y no a los norteamericanos. No es casual, tampoco, que mientras cada año se renuevan los detalles en el motor de gasolina, no existan avances significativos en el abatimiento de los costos de celdas fotovoltaicas para transformar la energía solar en electricidad. La técnica e incluso la ciencia están subordinadas al interés de los monopolios y a las oportunidades del mercado. Vamos, es tal la subordinación de la ciencia y de la técnica a los intereses del complejo tecnoindustrial, que hoy se patentan los genomas de las plantas para industrializarlos, en lugar de favorecer que los campesinos sigan recogiendo su semilla. Hoy se nos induce a sembrar semillas certificadas de importación, en lugar de favorecer la diversidad genética y los procesos naturales de producción que habían permitido la alimentación de todos durante centurias. Hoy se apoya la comercialización de hortalizas o de productos competitivos, pero se abandona a los productores de alimentos a la competencia con los países metropolitanos. Hoy la “ciencia económica” se ha prostituido a tal punto, que defiende el que mantengamos un nivel bajo de inversión y de gasto, pero que no reduzcamos el monto de pagos de la deuda, aunque lo primero provoque más desempleo y hambre, y lo segundo sólo garantice las ganancias de otros. En el caso de los recursos naturales, los grupos económicos poderosos y las trasnacionales han generado una normatividad que revalúa sus productos y devalúa los de los campesinos de los países no industrializados. Así, Estados Unidos define el precio del maíz, aunque sea originario de otras partes, y aunque el maíz mexicano tenga mucho mayor contenido de proteína, mejor sabor y aroma y mejor textura para la confección de productos como la tortilla. Los Estados Unidos han establecido la bolsa de café en Nueva York, aunque ellos no produzcan café en su territorio, pero sí controlen, de esta manera, el precio de lo que venden Colombia, México o África. Estados Unidos ha definido el precio de las maderas en función de sus variedades y del aprovechamiento que se les da según las disponibilidades tecnológicas, estableciendo como maderas preciosas al cedro y la caoba, y dejando todas las maderas duras de la selva en la condición de “corrientes tropicales”. Estados Unidos ha impuesto el tractor como la forma más eficiente de trabajo agrícola, y como la de mayor estatus o modernidad, aunque el tractor no sirva en suelos escarpados, o aunque no pueda estar siendo trasladado de, o utilizado de manera rentable en, una parcela u otra, a causa de la distancia, o la poca dimensión del predio. Pero peor aún, aunque el tractor implique la especialización, cuando lo que convenga a los campesinos tradicionales sea más bien la diversidad, el policultivo o la cero labranza. La civilización ha establecido los parámetros de la eficiencia a partir de las economías de escala, que atienden al volumen de lo crecientemente procesado sobre la base de recursos financieros cada vez menores. Como si lo importante fuera invertir menos capital y obtener más de la naturaleza y el hombre, aunque ese aumento implique romper los equilibrios naturales o degradar al trabajador. Tenemos así que esta sociedad ha convertido en valores dignos de todo aprecio la utilidad, la ganancia, la acumulación de capital, la intensidad de la producción, la eficiencia económica, y la libertad de empresa. Al mismo tiempo, se ha colocado a un conjunto tradicional de valores en el descrédito y como ejemplos de algo inferior. En esta sociedad producir para el consumo es

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bastante menos importante que producir para el mercado. Producir de manera artesanal es ridículo frente a la producción masiva. Producir sin capacidad de competir es estar condenado a la desaparición. Producir sin hacer negocio es tonto. Producir sin alterar nuestro ritmo natural de vida es ser flojo. Producir sin entrar al vértigo de la modernidad es anacrónico o ineficiente. Producir combinando actividades es no alcanzar las economías de escala. Y en resumen, producir en pequeño y sin espíritu de empresa es malo o atrasado. Véase o piénsese a propósito de esto el planteamiento zapatista de que debemos buscar un mundo donde quepamos todos. La diferencia es que los que defienden los valores mercantiles de hoy están dispuestos a que los demás desaparezcan. Concomitantemente con los valores que se exaltan y los que se desprecian, ocurren prácticas sociales con estatus o prestigio, y prácticas sociales de una jerarquía ética inferior. Así tenemos que ser próspero y acumular dinero es positivo, y ser un productor que mantiene su nivel de vida sin acumular lo coloca en un estadio lastimero. Ser capaz de emplear trabajadores libres es signo de bonanza, pero darle empleo a toda la familia es signo de conservadurismo. Renovar los equipos es propio del progreso, y mantener los mismos aperos o instrumentos es signo de estancamiento. Defender la economía de exportación es estar a tono con la globalidad, pero darle prioridad al mercado interno es defender a los ineficientes. Apoyar a los bancos es normal, pero apoyar a los indígenas es sospechoso. Defender a las televisoras es lo menos que se puede hacer, pero insistir en los acuerdos de San Andrés es contrario a la integridad de la nación. Etc., etc. Esta valoración y escala de apreciaciones conduce finalmente a una ética; es decir, a que los valores se vuelvan principios de conducta. Y cuando en base a esos principios se organiza la producción, se van definiendo patrones o modelos, tenemos que, emplear trabajo asalariado es mejor que establecer relaciones de reciprocidad. Y en ese momento lo único aceptable es la empresa privada, pero se descarta la empresa social, y queda bajo sospecha la empresa pública. O en otras palabras, emplear asalariados es mejor que la mano vuelta, el tequio, la faena, o el trabajo solidario, o la cooperativa. Acumular es mejor que ser patrón del pueblo o mayordomo. Tener cuenta de banco es mejor que ser socio de la caja. Esta es una cultura excluyente, que fomenta valores egoístas y educa a la gente para la competencia. Finalmente, cuando esos modelos y patrones de conducta llegan a su pleno despliegue o realidad, ser explotador se iguala con ser próspero, y ser honesto es casi ser tarugo. Y de la misma manera, talar el bosque es buen negocio, y conservar la naturaleza es asunto de ineficientes, bucólicos utopistas, o inútiles que no saben cómo sacarle provecho. Estamos ante una encrucijada de la civilización. Por una parte está el camino liderado por los Estados Unidos. Ellos no firman el acuerdo de Kyoto, ni suscriben las resoluciones de Río de Janeiro. Consideran que en el fondo esas propuestas pretenden reducir la participación de ellos para concederle más derechos a China y otros países que requieren desarrollar su capacidad de combustión. El género humano es puro cuento, cifra, pretexto. De lo que se trata es de ver quién saca la tajada más grande, y ellos no se van a dejar. Por otro lado están los pueblos tradicionales (indígenas, campesinos, artesanos e industriales de la segunda ola) y los ecologistas que sostienen que debemos cambiar el modelo tecnológico de la civilización y la forma social como está organizada la economía. En el primer caso sugieren que sólo se produzca de manera sustentable, y en el segundo caso que sólo se mantenga la economía que disminuya las diferencias en el ingreso y aumenten el bienestar de la mayoría.

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Por la primera vía –la de los globalizadores liderados por Estados Unidos-- la prosperidad de la mayoría es imposible, pero a la larga, el bienestar de todos quedará cancelado. Hace unos años leíamos un ejemplo muy didáctico al respecto. Ejemplo que podría extrapolarse a muchos otros casos, como el del automóvil, la televisión, e incluso la computadora. Aquél caso citado se refería al de un bebé nacido en el confort de la modernidad de la sociedad industrial. Un bebé recién nacido era metido en una incubadora durante las primeras horas para que fuera paulatina su adaptación al medio ambiente. Esa incubadora tenía temperatura controlada sobre la base de la electricidad. Cuando el bebé iba con su madre ella calentaba el biberón en un calentador eléctrico; y más tarde era puesto en una cuna que se mecía sola gracias a un pequeño motor. También tenía un intercomunicador por si su madre no estaba próxima a él y pudiera de esta manera monitorear su llanto. El bebé tenía una luz de noche y, desde luego, una temperatura controlada en la habitación si había nacido durante el invierno. Era bañado con agua tibia que se calentaba con gas, y consumía pañales con poliacramida que lo mantenían seco, y con poliuretano que lo hacían resistente y moldeable. Consumía leche evaporada hasta que había sido reducida a polvo, mediante un proceso de calentamiento, y que la madre rehidrataba con agua filtrada que era bombeada hasta la azotea de la clínica o de la casa con electricidad. Esa agua, a su vez, era traída mediante largas tuberías desde un lejano río, y bombeada incluso por sobre las montañas. Finalmente, ese bebé era llevado a su casa en un automóvil de motor de gasolina. Conciliando las cuentas sobre el consumo energético diario que representaba la atención de ese bebé, resultaba mucho más caro que la energía consumida durante un mes por una familia del medio rural del así llamado tercer mundo. Pero lo importante en este caso es que se nos vendiera la imagen de confort de ese bebé como el horizonte promisorio al que debíamos aspirar todos, pues si cada bebe del mundo fuera atendido de la misma manera los recursos naturales que hacían posible tanto consumo de energía representarían el agotamiento de las fuentes no renovables del planeta en menos de veinte años. Y lo mismo podríamos decir si cada adulto tuviera un coche de gasolina, o cada ciudadano alcanzara a tener tele, compu, estéreo, licuadora, freidora, estufa, lavadora, secadora, refri, plancha, tostador, cafetera eléctrica, bomba de agua, calentador de agua a gas, video, dvd, walkie talki, celular y secadora de pelo. Aunque muchos conciudadanos dicen estar de acuerdo con la sustentabilidad, al mismo tiempo compran madera aserrada clandestinamente o muebles que fueron fabricados con madera talada en los bosques que están en desaparición. Hablan de sustentabilidad, pero sólo conocen el modelo tecnoindustrial del confort contemporáneo y no se plantean de qué otra manera podrían llegar al progreso. Esto es precisamente lo que mencionamos como trivialidad del desarrollo sustentable. Trivialidad que no será cuestionada, realmente, hasta que se enuncien los modelos para sustituir la civilización actual con un modelo alternativo. Ese modelo es el que no es evidente, y que requiere un esfuerzo especial para pasar del escritorio de los especialistas al terreno de las opciones ciudadanas. De entrada diremos que conforme se vaya haciendo explícito el modelo, quedará claro que el confort no puede continuar sobre la base del consumo individual de electrodomésticos, y que sólo se justificará el uso de estos en la medida que desarrollemos fuentes alternativas de energía, al mismo tiempo que modificamos toda la infraestructura eléctrica. Por decir algo, no tiene sentido vivir en una civilización de 120 voltios cuando todo podría funcionar a 12 o 20 voltios; como

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tampoco tiene sentido construir casas que por no considerar en su diseño la conservación de la temperatura tienen luego que ser acondicionadas con calefacción. El problema implicará reeducar a una o dos generaciones, pues los valores han sido introyectados en la ideología de las personas y, al menos en los que hoy estamos vivos, será muy difícil hacerles entender que es mejor el desarrollo modesto, que son preferibles las tecnologías apropiadas, o que deberán reorganizarse los servicios públicos y las comunicaciones, tanto para reciclar, como para dar prioridad al transporte colectivo –seguramente eléctrico o de vapor-- sobre el individual. Esto lo alcanzaron a ver los poetas, pues ellos a veces atisban o intuyen más allá de la razón inmediata. Octavio Paz lo dice en el Ogro filantrópico, en un fragmento hermoso, donde además de mencionar el desarrollo modesto, lo relaciona con el zapatismo, que en aquél entonces él veía como nuestra identidad última. Zapata, decía entonces Paz, es algo que está desde antes de que esto se llamara México, y que si se salva, estará después. En la base de nuestra cultura y nuestra organización social está la relación del hombre con la naturaleza. Esta relación está definida por una cosmovisión y una concepción del hombre. Para los hombres que forman parte de la cultura cristiano germánica --o que simplemente descienden de la Atenas de Pericles y la Esparta guerrera o la Roma imperial--, el rey de la creación es el hombre. La naturaleza tiene por destino el que el hombre se la apropie y la domine con su fuerza (técnica), y a su vez, el objetivo del hombre es conseguir ese dominio de una manera cada vez más cabal y rápida. Para los pueblos no occidentales, en cambio, la naturaleza y el hombre son una unidad en la que debe existir armonía, y donde el hombre no puede obtener nada sino respetando aquello de donde proviene, conservándolo. Las montañas son para nosotros un desafío, como cumbres que debemos escalar y reducir a nuestros pies, para después alcanzar las estrellas. Los hombres no occidentales, como describe aquél anarquista Reclus del que hablaba hace unas páginas, “adoraban las montañas, o las reverenciaban a lo menos como morada de sus divinidades. Alrededor del Mern, trono soberbio de los dioses de la India; cada jornada de la humanidad puede medirse por los montes sagrados donde se reunían los amos del cielo, donde se llevaban a cabo las grandes epopeyas mitológicas de la vida de las naciones. El pico de Lofén, en China, el volcán Fusi Yama en el Japón, son montañas divinas. El Samanala o pico de Adán, desde el cual se disfruta de tan grandiosa vista en los valles frondosos de Ceilán, es venerado también como lugar santo, y en su más alta cúspide se levanta un templo de madera unido a la masa granítica con cadenas empotradas en la roca; lugar donde según la leyenda mahometana y judía, allí hizo Adán penitencia durante siglos al ser arrojado del paraíso; y allí dejó Buda la huella de su pie al tomar vuelo para ir al cielo. Para los armenios, el monte Ararat no es menos sagrado que el Samanala para los budistas o la cima que domina los manantiales del Ganges para los indios. A una roca del Cáucaso fue aherrojado Prometeo por haber robado el fuego del cielo. El monte Ética fue mucho tiempo la ciudadela de los titanes; las tres cimas del Olimpo, que se redondean en forma de cúpulas, eran la magnífica morada de los dioses helénicos, y cuando un poeta invocaba a Apolo, dirigía la mirada hacia el Parnaso. Si los helenos cultos veneraban así las montañas de su patria, figúrese el lector cuál será la adoración de los bárbaros indígenas hacia la montaña que sustenta sus cabañas en los terraplenes como un árbol sostiene en sus ramas el nido de un ave 53. “

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Nuestro planeta, Sempere y compañía, editores, España 1909. Págs. 180-181

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Justamente, porque para todos los antiguos la naturaleza es donde se sostiene su nido, su casa, y no puede entonces cortarla. Desde luego que no estamos proponiendo sacralizar hoy las montañas y la naturaleza --aunque sería finalmente más sano y sustentable que continuar por el camino del crecimiento económico y el productivismo. Lo que estamos planteando es formular un camino para que el conocimiento científico de la sustentabilidad se formule o exprese en modelos aplicables en la vida cotidiana, en la producción y en la manera de apropiarse el mundo o relacionarse con él. El asunto de los recursos naturales es, en este contexto, central, por cuanto es necesario, para la supervivencia del género humano, modificar la tasa de extracción de recursos, al mismo tiempo que les sacamos mayor provecho. Pero no resulta razonable trazar una estrategia de conservación de recursos naturales, o de aprovechamiento sustentable de los mismos si, al mismo tiempo --y de hecho con mayor énfasis--, no se formula una estrategia alternativa al crecimiento que impulsa hoy la estructura tecnoindustrial. Necesitamos conservar el agua, los bosques, el aire, la diversidad biológica y los recursos marinos; pero, cómo plantear esta cuestión si no explicamos cómo reciclar el agua, cómo cosechar el agua desde las montañas, cómo pagar los servicios ambientales de los que trabajen en la conservación de las montañas. No podemos detener la destrucción de los bosques si la Profepa sigue siendo una institución de mentiritas, y si no paramos con toda la fuerza del estado el tráfico clandestino de madera y si no formulamos normas nacionales sobre las variedades existentes. Sin una certificación de la madera aprovechable, cumpliendo parámetros de sustentabilidad --que no es lo mismo que las normas actuales de diámetro comercial--, no estaremos avanzando en una política efectiva. Si no hacemos extensiva la obligatoriedad de los filtros catalíticos de automóviles a todos los vehículos del país, incluyendo los camiones de carga, sólo nos estaremos haciendo tontos solos. Pero es más, si no invertimos en la investigación y el desarrollo tecnológico alternativo en motores de agua, de hidrógeno y de fotoceldas solares, seremos fáciles víctimas de las trasnacionales del automóvil. Si al mismo tiempo no desarrollamos planes de conservación de las selvas y los bosques, con la participación de las comunidades que las habitan y no como planificadores de escritorio que creen que los hombres sobran en la naturaleza, no conseguiremos recuperar los bosques. En fin, si no extendemos la acuacultura como alternativa a la pesca ribereña, seremos la última generación que consuma camarón. Si no definimos los niveles que se deben mantener en la captura de especies, nuestros nietos sólo conocerán los atunes y las sardinas en los libros. Y si no defendemos los bancos de germoplasma, y los procedimientos para acriollar las semillas en cada estado y región, terminaremos pagando por el empleo de semillas que originalmente forman parte de la historia de Mesoamérica, pero que ya están pasando a formar parte de los activos de las empresas de biogenética y producción de semillas y agroquímicos. Todas estas tareas son posibles bajo la acción conjunta de los productores, la administración pública, los institutos de investigación, las universidades y, desde luego, los ecologistas –tanto los que lo son por vocación, cuanto los que lo son por conocimiento científico técnico. La iniciativa puede ser de las Secretarías o Ministerios de desarrollo o ecología --como puede ser este el caso, en que se nos invita a presentar propuestas. Pero también puede ser resultado de la acción de investigadores o grupos ciudadanos que exijan a sus autoridades las medidas conducentes, los presupuestos y la institucionalización de las iniciativas.

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El sentido de esta ponencia aterriza entonces en una reflexión práctica. Tenemos más de una década de estar defendiendo la sustentabilidad. Se trata ahora de esquematizar cada uno de los modelos existentes para su amplia difusión y para su pronta puesta en práctica. La divulgación de la ciencia ha pasado a ser prioritaria en este caso. Un pequeño grupo nos ocupamos hace dos o tres años de esclarecer dos temas: cuál debe ser la manera de entender la economía de las montañas, y cómo pueden diseñarse planes para las áreas naturales protegidas. Por otra parte, el Centro de Estudios Estratégicos, del que formo parte, elaboró un modelo de Administración de recursos naturales a nivel municipal, y un Modelo de formulación de proyectos de carácter sustentable. Por fortuna el modelo de carácter municipal fue adoptado por la Semarnap y lleva tres o cuatro ediciones. El resto, por desgracia no ha encontrado patrocinador. Pero en eso estamos. Tenemos entonces que demostrar que es posible construir casas que reciclen el agua; instalaciones eléctricas que produzcan su propia energía; sistemas de alumbrado con energía eólica o de mini hidráulica. Tenemos que involucrarnos en la producción de policultivos, en la formulación de programas forestales que garanticen la conservación plena del bosque, y en la fabricación o perfeccionamiento de motores de agua o de hidrógeno que puedan sustituir los de gasolina. Tenemos que aprender o enseñar cuentas ambientales, y divulgar manuales para hacerlas o llevarlas. Tenemos que organizar una planeación con los grupos sociales de las cuencas, de las montañas o de las áreas naturales, e imponerle a las instituciones una participación democrática. Esto es empoderar a la gente, construir un nuevo poder y darle realidad a la sustentabilidad democrática. Hay que imponer en los programas de estudio la materia de desarrollo sustentable, y hay que ponerse a trabajar en los manuales didácticos de capacitación y enseñanza formal. Luego, hay que salir de los salones y los cubículos de investigación y comprometerse con la gente. Hay que probar, en la práctica, que lo que decimos se va a llevar a cabo. Conservar los recursos naturales nos plantea empezar por la definición o formulación de una estrategia de sustentabilidad para todas las actividades humanas. Esto no solamente es un asunto de biología o de ecosistemas, es también un principio válido para el ejercicio gubernamental, para la economía y para la política. Critiquemos lo que hace la administración, pero planteemos cómo debería hacerse. Probablemente el modelo de sustentabilidad que más urge es el de la economía general. Hace más de veinte años que no hay sustentabilidad en las variables más importantes, como son elevación del ingreso de la mayoría, aumento del empleo o índices de desarrollo superiores al índice demográfico. No es sustentable una economía en la que la mayoría es cada vez más pobre. No es sustentable que el crecimiento represente una concentración del ingreso. No es sustentable que se aliente prioritariamente el comercio exterior cuando sólo obtenemos una balanza comercial deficitaria. Es indispensable hacer pues extensivo este concepto de sustentabilidad. No es sustentable un gobierno que en lugar de resolver problemas los aumenta. No es sustentable una economía que en lugar de generar empleos los reduce más. No es sustentable la política sobre la base de fórmulas trilladas, mentiras o lugares comunes que se repiten para justificar la permanencia en el poder. No es un asunto de partidos, en esto todos los partidos se conducen igual, y lo que necesitamos es política con imaginación, nutrida en la ciencia y no en la fé, las ocurrencias y el simple interés de estar en el gobierno. Necesitamos alcanzar la sustentabilidad

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por la vía de la confianza, y la confianza se consigue con eficacia en la atención de los grandes problemas nacionales. Sin esto, todavía plantearse la conservación de los recursos suena baladí o falso. Cuando hayamos resuelto la sustentabilidad del modelo económico y de la administración pública, entonces el estado podrá abordar el aprovechamiento sustentable de los bosques, o la política sustentable para el agua. Mientras tanto, la sustentabilidad es asunto de los marginales o de los opositores. Y ese es el fondo de las diferencias sobre muchos temas: los acuerdos de San Andrés, el desarrollo rural o el mercado interno. ¿Por qué somos tan drásticos o pesimistas al colocar la sustentabilidad económica por encima de la sustentabilidad forestal o hidráulica? Por un razonamiento muy sencillo: hoy todo el quehacer gubernamental se enmarca en un modelo que es coherente en sí mismo; y que pone por delante la rentabilidad financiera de las cosas. Ojo, subrayo la rentabilidad financiera. Esto es algo que domina nuestra realidad, y debe quedarnos claro por encima de los buenos deseos y las declaraciones cotidianas sobre cuánto le preocupan a fulano o zutano los pobres o el gasto social. Ya no se vayan con la finta, lo único en lo que realmente son consecuentes es en el pago de deudas, la tasa de cambio de peso por dólar, la disminución del déficit presupuestal, la balanza de pagos, y el control de la inflación. Y con eso no pueden formularse planes forestales sustentables, pues no puede aplicarse un criterio de sustentabilidad en un caso y un criterio monetarista y financiero en el otro. Nadie va a prohibir la venta de madera no certificada y que no responda a una norma nacional, si no se comprende, antes, que el mercado interno es el único camino para una sustentabilidad del empleo. Y que este mercado interno no puede reactivarse sin cambiar de modelo económico. No habrá sustentabilidad sin poner por delante el interés campesino y no el de los acreedores, pues los pagos anticipados de deuda, o la mayor importación de granos, sólo benefician a Estados Unidos y a los comerciantes que lo traen. No habrá sustentabilidad con una defensa ideológica de una mayor apertura cuando nuestra balanza comercial es deficitaria. No habrá sustentabilidad sin patriotismo, y el patriotismo comienza en cada lugar, compartiendo los predicamentos del hombre común. No habrá sustentabilidad sin modestia, sin objetividad, sin escuchar los reclamos de la mayoría, porque el primer valor que implica es el de la democracia, y esta no puede reducirse a lo electoral. De la misma manera no podrá definirse una política hidráulica sustentable si antes no se comprende que necesitamos detener la caída de la agricultura, y si al mismo tiempo no estamos dispuestos a pagar a quienes conservan las montañas y cosechan el agua. Eso implica revalorar las actividades de muchos que hoy no son considerados ni en los planes de gobierno ni en las cuentas nacionales. No podremos conservar los atunes o las sardinas si al mismo tiempo no les damos opciones en la agroindustria a los trabajadores que viven de la captura de esas especies, y si al mismo tiempo no demostramos que la ganancia de quienes los pescan se traduce en la pobreza de quienes no los conocerán. No podremos en fin, encaminarnos a un mundo y una civilización sustentable sin cuestionar cada día, en cada frente, en cada fábrica, en cada taller, en cada escuela, en cada casa, en cada esquina, los valores y la moral de la sociedad que todo mercantiliza, que todo tasa en una fórmula de explotación. Tenemos que restablecer la economía moral, la economía donde el hombre quede por encima de todo, y en donde su dignidad sea el primer objetivo. Hay muchas cosas más grandes

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y encomiables que el dinero, el dinero no debe ser más que un medio de inversión de las empresas; en cambio, la naturaleza y el hombre son lo que le dan sentido a este mundo. Cada uno de los que se siente partidario de la conservación de los recursos naturales debe ser un soldado de la sustentabilidad. Y las batallas se van a librar, se están librando ya, en las opciones para conservar el agua, defender los bosques, o impedir la acumulación de desechos. Pero para vencer no bastan las palabras, ni las condenas, es necesario instrumentar las técnicas, aplicar los conocimientos y organizar a la gente. Si lo hacemos seremos los pioneros de una nueva civilización. Si no somos capaces de cumplirlo, seremos cómplices y culpables.

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Capítulo VIII Los cambios en la Teoría del desarrollo como expresión de la Sustentabilidad

Conferencia dictada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en el Seminario de medio ambiente y desarrollo sustentable, el doce de octubre de 2004.

Cuando el mes pasado me pidieron que preparara una conferencia para esta ocasión, se puntualizó que deseaban que abordara las definiciones del desarrollo y su relación con el Desarrollo Sustentable. Quienes han diseñado el Seminario me sugirieron que enunciara las categorías o componentes del modelo --o los modelos de Desarrollo Sustentable--, y que además los relacionara con el Desarrollo Humano. Me dispensarán que más que un conjunto de esquemas, presente una reflexión previa. Les prometo que daré expresión formal a lo que se desprende de esta exposición. Por lo pronto prefiero compartir con ustedes un hilo de razonamiento. Lo que diré hoy parece lo mismo o muy semejante a lo que muchos otros compañeros dicen, pero es momento de saber qué es lo que distingue realmente a la propuesta de la Sustentabilidad y cuáles son las variantes que originan varias interpretaciones. Por ejemplo algunos amigos se enojan porque me he expresado con cierta sorna cuando me hablan de la conservación de las ballenas. Y yo reconozco que me he expresado con cierta intención doble y contestataria, pues lo que no comparto es que el Desarrollo Sustentable se convierta o reduzca, mejor dicho, a una actitud o una posición ética o de confraternidad entre especies o a una concepción cuasi religiosa ante la naturaleza. Yo entiendo el tema como el centro o núcleo de una revolución coperniqueana, es decir, como un conjunto de conocimientos que deben cambiar nuestra concepción del quehacer humano en su conjunto, y en particular, que debe provocar un replanteamiento del objeto de estudio y del método de la economía y las ciencias sociales. Lo siguiente es un intento apretado, y por lo mismo no siempre didáctico; pero estamos aquí, precisamente, para despejar dudas, abrir el diálogo, desatar polémica. Como siempre, me permitiré dar varios rodeos antes de llegar finalmente al tema solicitado. Para entender el concepto de desarrollo hay que versar un poco sobre nuestra idea de la civilización, nuestra búsqueda por el progreso, y lo que distingue o caracteriza a nuestra concepción del mundo, que es finalmente el punto desde el cual se plantean estas cuestiones. El hombre civilizado ha convertido al desarrollo en sinónimo de progreso. Y el progreso es, dentro de la ideología de este sujeto occidental, algo que se vive como bienestar. Pero el bienestar de unos ha sido a menudo, y más bien siempre, un proceso que provoca el malestar de otros. Y el camino al bienestar se ha fijado o buscado sin reparar en los medios para alcanzarlo. Esta es una

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civilización de fines, donde desaparecen las implicaciones, las consecuencias, los principios, los valores. Porque para el hombre occidental lo importante es lo que tiene, lo que puede apropiarse, y no como género humano; ni siquiera como cultura o civilización, sino mezquinamente como persona, y cuando más como grupo. Desde luego que esta situación se mistifica, porque nadie gusta de decir “yo busco esto aunque sea a costa de los demás”. Lo que hace es decir “nuestra cultura, o nuestra nación, o nuestro gobierno, buscan el bien para todos, y ese bien se consigue de esta manera, que por lo pronto y directa e inmediatamente, me beneficia a mí, pero que es el camino para que se beneficien todos”. Esta noción del desarrollo tiene una implicación ontológica, es decir, que depende del género de relación que el sujeto guarda con su medio, con su sociedad y con su entorno natural. El hombre utilitario se relaciona con el medio de una manera inmediatista, es decir, pensando en lo que representa de aprovechable ese medio en lo próximo, manipulable, casi pragmático, y sin reparar o plantearse siquiera si ese medio o entorno está siendo afectado o modificado en el mediano o largo plazo, como consecuencia del bienestar o aprovechamiento que hacemos de él. Esta relación es entonces una relación enajenada, pues no lleva carga racional, sino sólo intereses. Y cuando los intereses preceden a la conciencia, todo lo que se diga después resulta ser una justificación, una manera de encontrar argumentos que validen la conducta que se adoptó El hombre occidental, por lo demás, es un hombre que en su afán analítico de conocimiento ha terminado por fraccionar la realidad, y por perder de vista la profunda unidad que tiene o guarda nuestro mundo. El hombre occidental ha caído por la pendiente del conocimiento especializado que no puede unir en una perspectiva de conjunto el saber concreto. Así, los economistas hablan del desarrollo. Los sociólogos hablan del desarrollo. Los biólogos hablan del desarrollo. Los historiadores hablan del desarrollo. Los arqueólogos hablan del desarrollo. Cada uno lo entiende en función del cuerpo teórico de su cajón de conocimientos, aunque todos caen en algunos supuestos comunes y en una conclusión general. Más concretamente, los economistas avanzados hablan del desarrollo como un aumento en los índices del bienestar humano general; es decir, como un índice de vida más prolongado, como una ingesta alimentaria más completa, como la disponibilidad de condiciones urbanas de vida, como un índice creciente de participación ciudadana en las decisiones que les afectan, como un abatimiento de las enfermedades epidémicas, y como un mayor índice de educación e información. Esta visión de los economistas representa, desde luego, un gran avance respecto de aquellos otros palurdos que todavía hoy, en los comienzos del siglo XXI siguen midiendo el desarrollo por un indicador de producto per cápita, o por un crecimiento en los índices de valor de la producción de bienes y servicios. Los sociólogos, por su parte, hablan hoy de desarrollo tomando en cuenta la perfección de las instituciones según los requerimientos del conglomerado, y en función de su capacidad para superar problemas, deficiencias, y expectativas. Este sin duda es un aspecto del desarrollo también.

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Los historiadores miden el desarrollo según se consigan periodos de paz, pacto social, confianza, acumulación de cultura material y espiritual, y florecimiento de las artes. Los biólogos, especialmente los sociobiólogos y los demógrafos, piensan que el desarrollo ha sido una conquista contra la enfermedad y la muerte. Cantan a la vida como triunfante, y miden sus logros por la reducción de enfermedades o por el control que consigue el hombre contra ellas. También piensan que el desarrollo del hombre es un proceso de selección, antes natural y hoy, gracias al control del genoma, progresivamente modificado, según podamos hacer un nuevo mapa genético de nuestro género, para potenciar aun más las facultades que hemos alcanzado. Y entre los arqueólogos más sistemáticos, el concepto de desarrollo se ha identificado como un avance técnico que permite una creciente satisfacción de necesidades de los grupos humanos. Así, por citar al ejemplo más notable, Vere Gordon Childe dice que el neolítico es el periodo de mayor desarrollo hasta antes de la época que vivimos, pues el descubrimiento de las herramientas que en ese periodo fabricó el hombre, junto con la agricultura y la domesticación de animales, permitieron un crecimiento mucho mayor de la población. El indicador más claro del desarrollo, según él, es la curva ascendente de la población. En cierta forma, todos estos especialistas coinciden en que la población –su aumento-- es el índice común que indica la presencia o vigencia del desarrollo. Y todos estos especialistas ponen al hombre en el centro, no sólo de su ciencia, y de la realidad misma, sino de su concepción del mundo. En otra perspectiva, los que han descubierto o sistematizado el conflicto que vive nuestra civilización con el medio natural, con los ecosistemas de nuestro planeta, bordan en torno al carácter antiecológico de nuestra cultura y civilización, y llegan incluso a sugerir que el hombre y su reproducción son de por sí el factor que más altera la estabilidad planetaria de los ecosistemas. Mientras para los hombres de ciencia la población es el indicador más claro del desarrollo, para los naturalistas es el género humano la calamidad de la naturaleza. Suena comprensible y hasta verosímil ante las evidencias de lo que la civilización contemporánea realiza en contra del medio, de la atmósfera, de los mares, de los ríos, de la superficie aprovechable, de las selvas, de los bosques. Y sin embargo el enfoque es, juzgo yo, incompleto y parcial, pues parte de atribuirle al género humano una manera de ser necesariamente antiecológica, predadora y contaminante. Estos naturalistas confunden a nuestra civilización con todas las civilizaciones, pues el hombre occidental ha colocado delante de su cosmovisión, una línea de sucesión donde todos los pueblos aparecen detrás de él, y donde la oferta de occidente parecería la única perspectiva ante la totalidad de los pueblos, las culturas y las etnias. La verdad es, sin embargo, que el ser humano es creador de una sociedad, una cultura y una civilización que amenazan en efecto su propia supervivencia en la medida que mantenga el modelo de tecnología y las formas de aprovechamiento de recursos. En la medida también en que siga evaluando sus logros en función del bienestar y del corto plazo. Pero ese no es un destino inexorable, es tan sólo la oferta del progreso occidental. Un progreso representado por el

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complejo tecnológico industrial y sus respectivas instituciones, pero que no está ni en nuestros genes, ni en nuestra identidad como especie. Y existen sin embargo otras perspectivas, otros géneros de relación con el medio, y otras formas de entender el mundo y el universo. Frente a esa visión manipuladora y cosificante del occidental, existen también elementos dentro de nuestra propia cultura y experiencia, que pueden abrirnos otro horizonte, un horizonte de reflexión y cambio que desmienta el catastrofismo con el que algunos naturalistas, que no ecologistas, han venido viendo al ser humano y su cultura. La clave está en una de las leyes de la termodinámica y en la metodología que permite abordar los cambios y el desarrollo no siguiendo los pasos de la ciencia parcial de los pasados siglos, sino precisamente la aportación de la filosofía de lo sustentable, que es producto de los años más recientes. Me refiero a la entropía, que no es un asunto o tema reciente, pero que ha adquirido una gran actualidad como punto de partida para ver la eficiencia de los sistemas naturales y sociales. Del estudio de ese principio pasamos a la eficiencia en la forma como superamos o aprovechamos su vigencia. Como dice un autor recientemente popularizado, de lo que se trata es de los flujos de energía, y del gasto menor de energía para conseguir una cantidad mayor, tanto de producto como de servicios. Esto es, que se trata de ver la relación entre los procesos económicos, sociales y tecnológicos, como procesos donde la ley de la entropía nos habla sobre su capacidad para aprovechar mejor el despliegue del trabajo humano, sin destrucción de los elementos involucrados, para obtener mayores beneficios. Hablando en términos más precisos, se trata de establecer los coeficientes de eficiencia de aplicación de la energía, y de sistematizar los modelos de actividad que permitan una mayor producción sin incurrir en resiliencia. Para aquellos que no estén familiarizados con estos terminajos me permitiré una breve explicación: Este punto se origina en el segundo principio de la termodinámica. Este principio dice que “es imposible realizar una transformación que tenga como único resultado la conversión en trabajo del calor extraído de una fuente”. En el terreno de la producción podríamos expresarlo coloquialmente como es imposible que un trabajador transforme todos sus alimentos en fuerza de trabajo. O en otro sentido más físico diríamos: es imposible que la máquina transforme absolutamente toda la electricidad que recibe en movimiento. La razón para esta limitante es una condición natural. El hombre no sólo trabaja, también respira, suspira, sueña, duerme, habla, etc. Y no todas estas funciones tienen que ver con su trabajo, luego entonces parte de su alimento no es transformado en producto económico. En el mismo sentido, no toda la electricidad se convierte en rotación dentro de un motor, pues existe la fricción, el peso y la resistencia a la conducción del flujo de electrones. Luego entonces existe una pérdida de energía en el proceso de transformación. Esta pérdida es la que se expresa en el principio de entropía. La entropía que originalmente se formula en física como un índice de la cantidad de calor que en cada instante intercambia un gas con el exterior del sistema que lo contiene, se ha venido empleando en economía, siguiendo a nuestro maestro Podolinsky, como a la cantidad de energía que no alcanza a transformarse en otra forma de la misma.

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Este principio es, más que importante, fundamental. Y para que ustedes puedan apreciarlo en un ejemplo citaré al mexicano Víctor Toledo, quien comparando entrópicamente la agricultura mexicana y la estadounidense demostró que somos más eficientes en México. La razón o explicación es relativamente sencilla. En Estados Unidos el rendimiento de una hectárea sembrada es mayor que en la agricultura tradicional de México, pero allá se aplican fertilizantes que implicaron un gasto previo de energía, es decir que se produjeron antes, implica también un riego que se hace con bombeo, que a su vez requiere energía eléctrica, y requiere un tractor, que consume hidrocarburos, que a su vez se han extraído del subsuelo y además se han tenido que refinar. El sujeto que trabaja allá, por otra parte, labora muchas menos horas y cobra más, y su mantenimiento implica mucho mayor gasto energético, pues tiene aire acondicionado en su casa, se traslada al campo en un automóvil, come alimentos que fueron procesados con un alto gasto energético, etc., etc. En cambio, el productor tradicional mexicano va a pie, lleva una yunta de animales que comen rastrojos, y él mismo tiene una dieta sin procesamientos industriales. No emplea fertilizantes, ni riego, ni tractor, ni gasolina. Y viendo las cosas de esta manera, lo que aparentemente es más eficiente en el caso del norteamericano, resulta en realidad sumamente alto en gasto de energía para lo que consigue de producto. Su condición entrópica es mucho mayor que la del productor mexicano. Como dice Toledo, en el caso norteamericano se trata en gran medida de una transferencia de energía de muchas fuentes, aunque el economista sólo calcule el costo directo del ejemplo. En cambio, en el caso del agricultor tradicional sólo se combinan alimentos consumidos por la yunta y el campesino, luz solar y semillas con lluvia. La entropía es mucho menor. El coeficiente de transformación es mucho más alto. Ver la economía de esta manera es demostrar que el procedimiento tradicional de los economistas, que sólo saben hacer cuentas con dinero, no ayuda a ver el coeficiente real de eficiencia ni de una función producción, ni de una economía. Y nos lleva también a entender que el tipo de cuentas que se requieren hoy en día, son cuentas sobre el gasto o aplicación de energía a cada proceso, y en función de la cantidad y calidad de producto. Volviendo al tema del desarrollo. Podría decir entonces que hoy en día, deberíamos reformularlo como la capacidad de los grupos humanos y los modelos de organización técnica y social que permiten producir más y mejores satisfactores, con el menor gasto de energía, sin alterar los equilibrios naturales y sin reducir la disponibilidad de los recursos o fuentes aprovechados. Nótese que estoy dando una nueva definición del desarrollo. Consecuentemente, todo supuesto desarrollo que se alcance a costa de recursos no renovables es en realidad un atentado contra las futuras generaciones. Un atentado que puede estar siendo capitalizado por una corporación o por un estado. Y todo supuesto desarrollo que consigue mayor bienestar de un grupo, una sociedad o una nación, a costa de la transferencia energética de otras sociedades, otros grupos u otras naciones, es en realidad una civilización parasitaria, predatoria y anti sustentable.

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Defender el desarrollo es una necesidad de la filosofía occidental. Todos creemos en un futuro mejor. Pero defender un futuro mejor para todos --y no para algunos-- nos hace necesariamente ambientalistas, ecologistas, pues no se puede concebir o comprender hoy el desarrollo, sino como algo que incluya a todos y que pueda mantenerse; y eso sólo es posible como un ejercicio de Sustentabilidad, donde las herramientas conceptuales de la ecología, modifican sustancialmente las premisas y los métodos para organizar nuestra actividad tecnológica, económica, social y política. Los verdes somos hoy una promesa para la humanidad. Una promesa que refrenda la perspectiva de permanecer y vivir cada vez mejor. Somos la única palabra renovadora del viejo ideal del progreso y de la noción original del desarrollo. Digo que somos la única palabra en el sentido de que por primera vez en muchos siglos podemos conseguir que el bienestar llegue a todos, presentes y por nacer, y que nos conservemos en armonía con nuestro planeta. Esta nueva conciencia debe ser también el fundamento de una convicción, tanto de lucha como de triunfo. En la medida en que somos portadores de la única esperanza, y con nuestra fortuna o nuestra derrota se juega el género humano su destino más caro, en estos años de encrucijada, somos los nuevos revolucionarios, los nuevos responsables de la contienda actual, la de fondo, no la guerra mistificada contra el supuesto terrorismo, ni los libertadores de una clase, sino los primeros que nos planteamos abrir un horizonte común y universal . Con la Sustentabilidad nos planteamos un régimen social y económico de justicia, pues hoy está claro que sin pensar y considerar a las generaciones futuras no produciremos o aprovecharemos los recursos con responsabilidad, ni estaremos en condiciones de sobrevivir. Antes la esperanza parecía un ideal que se podría alcanzar o no. Los luchadores gritaban, por ejemplo ¡Patria o muerte!, y creían que en una lucha liberadora se debía triunfar algún día contra un enemigo de clase. Hoy no podemos plantear la cuestión de esa manera. Primero porque lo que tenemos que sustituir no es una clase sino una cultura y una civilización, con todas sus clases y todos sus grupos de poder y de interés. Se trata de la sobrevivencia de todos. La Sustentabilidad es una disyuntiva de sobrevivencia; o adoptamos su método o seremos víctimas del modelo de relación tecnoproductiva de la civilización capitalista. O construimos un mundo sustentable o desaparecemos, no sólo como sistema económico y social, sino también como especie. Permítaseme ahora una necesaria desviación para precisar las implicaciones políticas de lo que vengo diciendo: Hubo quienes concibieron el proceso histórico del Siglo XX como una competencia entre capitalismo y socialismo. Esto fue un error. Un gran error. Explicable por el contexto social y por los avances limitados del conocimiento que correspondían a la época. Pero no se precipiten a descalificarme, permítanme decir por qué. Comenzaré diciendo que debemos empezar por dejar claro que no existía un régimen como el que concibieron los fundadores del llamado socialismo científico; pero tampoco las contradicciones reales que vivió el mundo fueron las que proclamaba cada uno de los sistemas económico/sociales del pasado siglo. O en otras palabras, ni la contradicción principal de la sociedad era la que enfrentaba a burgueses y proletarios, ni la lucha de clases era el motor de la historia. Y el ver las

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cosas de esa manera impidió que pudiera construirse una alternativa viable para todos. En los mismos términos que gustan los marxistas, esa era una visión mistificada de la realidad, que se quedaba en una conciencia superficial de los fenómenos, sin llegar a lo fundamental. El capitalismo dijo, y sostiene todavía, que dentro de él se defienden las libertades, en especial la libertad individual. El socialismo decía defender la justicia social y favorecer o alentar el igualitarismo. Atrás de ese discurso excluyente y polarizador, ambos sistemas compartieron –y en la medida que siguen existiendo todavía comparten--, las mismas nociones de progreso y bienestar. Y el colapso del llamado socialismo ocurre no solamente por la ausencia de libertades y democracia, sino también, y de manera importante, por su incapacidad para ofrecer a la población los bienes y servicios que el supuesto progreso debería haberles permitido. O dicho en otras palabras, por no haber alcanzado el reino de la abundancia y haber permanecido en el ámbito de la necesidad. De hecho, las comparaciones entre ambos sistemas se dieron siempre en el terreno productivo, con disponibilidades de bienes y servicios, y con una competencia militar y de la conquista del espacio. Y para que sea más obvio lo que tratamos de decir, el capitalismo y el supuesto socialismo competían en una oferta semejante de vida, en lugar de que el socialismo hubiera planteado otra noción del bienestar, el progreso y el desarrollo. Y esto no fue posible, precisamente, porque el socialismo buscaba lo mismo que el capitalismo. Fue tan intenso el proceso, sin embargo, y tan fuerte en su carga ideológica, que la ciudadanía del mundo parecía polarizada entre los partidarios del mercado y los devotos de la economía planificada. Remontado ese periodo tan ideologizado y mistificado, una vez que el “socialismo” fue abandonado o desmantelado en los países de Europa, nos enfrentamos a una realidad soterrada que afloró, una realidad occidental en la que todos estos países tienen en común con el occidente desde siempre capitalista, o desde hace mucho capitalista. Y este punto en común es el carácter mercantil y utilitario de la producción. Tanto en el mundo supuestamente libre, donde el mercado ha sido amo y señor, como en los países del este, donde no existía el mercado, se vive un agotamiento o una disminución acelerada en la disponibilidad de recursos naturales. Tenemos sobreexplotación de fuentes o materias primas, muy por encima de las capacidades de la naturaleza para reponerlas. Pero además, esta sobreexplotación de recursos, y ésta ávida necesidad de petróleo, carbón, electricidad y más recientemente agua, están generando una geopolítica de conquista y control territorial. Y tenemos que la ocupación de Afganistán por parte de los rusos, o la cerrazón para reconocer la independencia de Chechenia, tienen los mismos motivos que la guerra contra Irak, o que la invasión del oriente medio por parte de los Estados Unidos. Claro que nadie lo reconoce así; y estas guerras imperialistas y de rapiña son presentadas como una lucha contra el terrorismo, renovando la dicotomía ideológica que justifique las intervenciones y la violencia.

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Algunos de nosotros hemos sostenido, y ese es tema de otra charla que ya hemos dado, que es la necesidad de petróleo y del control de su mercado, lo que mueve a la economía norteamericana, y lo que también determina la política económica del imperio ruso. Y esto por una razón que tratan de ocultar por todos los medios, pero que es posible precisar hasta con un somero análisis: porque esas economías no saben ni pueden funcionar sino con un alto consumo de energía, es decir, porque su crecimiento o supuesto desarrollo sólo es posible de una manera entrópica. A la economía sin signo político que subsiste en el mundo industrializado, y que crece en términos convencionales, le encontramos un sustento entrópico, y particularmente de un consumo de energía fósil y de desintegración de la materia. Si ustedes agarraran un mapa de Rusia, y le colocaran una señal donde existen plantas de energía nuclear tipo Chernóbil, el mapa quedaría espantosamente plagado aún donde la geografía dice que se trata de Taiga o bosque. Hoy, Rusia y Estados Unidos, así como todos los países que giran en sus regiones de influencia o dominio, trátese del ALCA o de la Federación Rusa, son sistemas entrópicos que saquean petróleo, carbón y gas a las economías dominadas. Pero además, estas economías son las que impulsan un modelo que produce monóxido de carbono, y que al hacerlo --como todos sabemos-- aumentan el efecto invernadero y el calentamiento del planeta. Hago esta reflexión general, que parecería alejarnos de nuestro tema, porque su comprensión nos lleva a puntos muy claros de reconceptuación en el proceso histórico. Hoy, ser demócrata efectivo y real, no es compatible con la democracia electoral o con el modelo partidista de constitución de los poderes del gobierno; primero porque la democracia implica en nuestros días la conservación de los recursos naturales para todos los habitantes que ya están aquí y para todos los habitantes que van a nacer. Y quien se acaba los bosques, o envenena el agua, o quema el petróleo, porque está acumulando, creciendo, “desarrollándose”, lo está haciendo a costa de otros. Y el desarrollo no puede seguir aceptándose como el beneficio de unos a costa de la mayoría. Segundo, porque sólo los grupos humanos asentados territorialmente sobre los recursos en cuestión tienen capacidad y compromiso con el agua, la tierra, los bosques, las selvas, las especies vegetales y animales, y son esas comunidades las que pueden salvaguardar el patrimonio de todos; y son ellas las que deben estructurar nuevas formas de representación y construcción del estado. En otras palabras, la democracia del futuro no puede ser la de ciudadanos agrupados en torno a programas generales o ideológicos, sino la que se construye desde cada lugar en función de programas de aprovechamiento sustentable. Lo que hoy conocemos como Programas de manejo en las áreas naturales protegidas, o políticas para el establecimiento de modelos sustentables de producción local, son justamente el germen o comienzo de un nuevo modelo de organización económica y social. Desde luego incompatible con el modelo tecnoindustrial que nos domina y que está asociado al capital financiero y especulativo. Finalmente las finanzas se sostienen del excedente económico, y el excedente es en buena medida el ahorro de la población. Por lo tanto, ese proceso de creación de un nuevo modelo de economía no parte únicamente de la organización para aprovechar los recursos locales de manera

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sustentable, sino del ahorro colectivo local que sustraiga el excedente del sistema financiero capitalista. Por estas razones es que hoy se dice que todo cooperativista está naturalmente obligado a ser verde, a ser ecologista. Y por eso se dice también que todo demócrata consecuente termina por ser ecologista y partidario de la economía solidaria. La democracia no puede seguir siendo la selección entre 3 o 4 candidatos propuestos por los partidos. Sólo será democrático el proceso que nos convierta a los ciudadanos en verdaderos señores del Estado, del presupuesto y de la legislación. Pero no es sólo en esta línea que debemos plantearnos una reconceptuación y un conjunto de redefiniciones. De hecho tenemos que replantearnos qué debe ser la economía, qué debe significar el desarrollo, y cómo debemos incluso entender el progreso. Esto es ineludible porque a la luz del conocimiento y la experiencia ambiental y ecológica, la economía no puede seguir siendo una disciplina que perfeccione la producción y la distribución de la riqueza, o que se encierre en premisas de carácter especializado que no incluyen las variables ambientales, o las consideraciones democráticas. Y aquí me voy a ver obligado a hacer una nueva digresión para ilustrar este acerto. Verán ustedes que este año se reunieron 54 de los economistas más conocidos y capaces de nuestro país. Y se reunieron para cambiar impresiones, discutir, elaborar y contestar la pregunta ¿Por qué no crecemos? Tuvieron una encerrona de varios días en Huatusco, Veracruz, y al final de sus sesudas sesiones concluyeron lo siguiente: “Entre las causas del escaso crecimiento observado destacan las siguientes: 1 baja productividad de la inversión; 2 ineficiencia del sistema de intermediación financiera; 3 escaso aprovechamiento de la apertura comercial; 4 debilidad del mercado interno; 5 insuficiente creación de empleos formales; 6 educación inadecuada; 7 desigualdad de oportunidades; 8 insuficiente innovación tecnológica; ...” por citar sólo las ocho primeras causas enumeradas. En esta afirmación de nuestros más reconocidos economistas destacan varias cosas. En primer lugar, que se trata de una visión circunscrita a los aspectos convencionales de la economía. Cierto es que también mencionan, más adelante, como factores adicionales, tanto la debilidad del gobierno, como la incapacidad política para llegar a acuerdos democráticos y la debilidad del estado de derecho. Pero si bien estos factores, de carácter eminentemente social, muestran la afortunada consideración de factores externos a la economía, no trascienden esa visión de la realidad que sigue manejando los mismos supuestos o premisas sobre lo que es el desarrollo y sobre lo que podemos hacer para recuperar o perseguir el bienestar. Estos compañeros concluyen con propuestas que son sin duda pertinentes para mejorar la gestión gubernamental y que contribuirían a una reorientación de las políticas públicas, pero que no escaparían al horizonte de la entropía.

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Permítaseme volver a citar. Dice el grupo en el que participa Don David Ibarra, Doña Ifigenia Martínez, Don Enrique Barraza, el Sr. Manuel Camacho Solís, Rolando Cordera, Jesús Reyes Heroles, Demetrio Sodi, Francisco Suárez Dávila, y muchos más, que alcanzaron un consenso, en esa reunión de Huatusco, en el sentido de que para recuperar o alcanzar el desarrollo de México se necesita crecer; y que sólo de esa manera podríamos generar los empleos, las oportunidades y los ingresos. La parte positiva de nuestros colegas está en que esta estrategia general que defienden debe cumplirse bajo la rectoría del estado, es decir, buscando tasas elevadas de crecimiento que sólo el gobierno puede procurar, a través de una oferta adecuada de bienes y servicios públicos; incluyendo ahí, desde el fortalecimiento del estado de derecho y hasta salud, la obra pública, la infraestructura, ña seguridad, etc. Digo que es la parte positiva de su propuesta, porque representaría una superación del actual escenario, donde el estado no se siente capaz ni responsable de la generación directa del empleo, o de la apertura de fuentes de trabajo. Pero este carácter positivo de la reflexión adolece de la misma limitación que tiene una ley de Newton en el terreno de los fenómenos cuánticos o del movimiento de los cuerpos en el espacio exterior. Newton ofrece una fórmula para calcular la aceleración de los cuerpos en caída libre. Pero no puede explicar que ocurre en la física relativista, ni cómo se comportan los corpúsculos o los fotones en el interior de las moléculas. Esto no hace de Newton un físico obsoleto, pero sí acota la validez de sus teorías a un ámbito restringido de la realidad, tanto en el tiempo como en el espacio. De la misma manera, nuestros economistas formulan la necesidad de rectificar políticas de gobierno para conseguir un efecto acotado a la temporalidad de un sexenio o unos cuantos años, y que no modifica el complejo tecnoindustrial en el que descansa el movimiento económico. En este sentido, su visión es de corto plazo y su eficacia es todavía ajena a los problemas de la entropía, y por lo mismo de la Sustentabilidad. Y entonces cabe preguntarnos si estamos condenados a que quienes diseñan las políticas públicas sólo puedan ver en un horizonte tan corto y si es correcto o se justifica que sigan ajenos o distantes de la preocupación ambiental, ecológica y sustentable. Mi personal punto de vista es que no podemos aceptar que ellos sigan siendo quienes diseñen el futuro y administren el gobierno. Y mi conclusión es que como no podremos ocupar su lugar en las esferas de la administración, porque no tenemos ni partido ni votantes, sólo nos queda organizar la nueva economía en cada lugar y desde abajo. Para los políticos de hoy, la incipiente conciencia que tiene la ciudadanía sobre los problemas ambientales los ha llevado a integrar en sus programas algunos puntos sobre la Sustentabilidad. Pero lo hacen a la manera como un mercadólogo mejora su imagen o la oferta mediática. Todos hablan de desarrollo sustentable, pero no lo aplican ni en la conservación del petróleo para el desarrollo nacional, ni en la reducción de los coeficientes de entropía o de resiliencia. Existe incluso un Partido que ha usurpado el nombre de los verdes, y que hasta capta parte de ese voto incipiente que los ciudadanos más preocupados le entregan a la búsqueda de un mundo

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ambientalmente sano. Sin embargo los integrantes de ese partido suelen ser los más mercantilistas, los que manejan interese privados más restringidos, tan restringidos que no trascienden a una sola familia y unos cuántos cómplices. La situación es realmente crítica. No existe una sola organización que represente el horizonte de la Sustentabilidad, y que le ofrezca a los mexicanos, todos, un futuro de sobrevivencia. Sin embargo es ya momento de ordenar y sistematizar la oferta política de los grupos que tenemos la misma orientación. Porque si bien no somos una fuerza electoral, sí tenemos de nuestro lado la visión más amplia, la concepción más clara y las propuestas más trascendentes y significativas para la construcción de un nuevo mundo. Como ustedes pueden apreciar y volviendo al punto de la economía, estos economistas que mencionamos, entre los cuales participan algunas de las inteligencias más reconocidas de nuestro medio, y de quienes hemos aprendido no poco sobre la herramienta de cálculo productivo y de mercado, no alcanzan a ver que su inquietud está fuera del marco de lo que constituye el problema central de largo plazo de los mexicanos. Nos proponen una serie de medidas que pueden reactivar la política económica de crecimiento, pero ninguno ve que esa política seguiría conduciendo al país por la ruta de la contaminación y la antidemocracia, y que adolece de un carácter anti sustentable de mediano y largo plazo. La desconsideración de nuestros economistas de la perspectiva de la Sustentabilidad no es solamente un problema de paradigmas. Quien solamente está encerrado en la esfera de las funciones de producción, donde sólo existe capital, trabajo y tecnología, lo más que puede es considerar los efectos ex post de su propuesta, como si se tratara de externalidades. Pero no puede ubicarse en la problemática contemporánea de la crisis energética y ambiental. Y esa es una discusión que trasciende los modelos económicos, y que nos sitúa en la discusión sobre las concepciones sobre el hombre y el mundo. Tema que no admite que se restrinja la discusión a los puntos que se consideraron en la reunión de Huatusco, sino que se abra para incluir las variables e indicadores alarmantes que los partidarios de lo sustentable venimos planteando. Replantearse el carácter y papel de la economía, y pasando ahora al terreno de lo coloquial, convierte a los economistas en ecologistas, que es el género de profesionales necesarios, indispensables en nuestros días para conducir la política y el estado. Esta redefinición hace, al mismo tiempo, que los ecologistas aterricen de manera consecuente sus propuestas, y que más allá de los principios éticos de respeto a la naturaleza, se planteen la formulación de modelos en los que sea posible producir sin contaminar; o en otras palabras, reorientar el desarrollo hacia propuestas sustentables. Y volviendo al punto de partida de la reflexión inicial de este apartado o digresión, podría replantear la cuestión como sigue: El mundo no se encuentra polarizado entre los partidarios del socialismo marxista y el capitalismo. Marx era un cantor del progreso y un admirador de la tecnología de esta civilización. Sus propuestas de justicia estaban plenamente justificadas en la moral y en la ética del siglo XIX, pero su propuesta estaba inserta en el mismo modelo occidental del progreso que ha conducido a la encrucijada de la civilización. Hay que rescatar su intención y

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reformular su estrategia. No se trata de redimir al proletariado ni de establecer ninguna dictadura. Hoy estamos emplazados a hacer compatibles los ideales de justicia social y las esperanzas comunes en un mundo de paz, para seguir disfrutando de los bienes que nos brinda el planeta. Conseguir esto, es decir, que el mundo pueda alimentar a sus pobladores, que puedan tener casa y vestido, y que sobre esa base pueda florecer una vez más el espíritu humano, implica sustituir el capitalismo. Desde luego que implica sustituirlo --y en eso todos los ecologistas somos anticapitalistas consecuentes-- Pero no lo vamos a sustituir con un régimen centralista, ni estatista, donde el hombre individual esté atomizado y dependiente de corporaciones o de instituciones del Siglo XIX o del Siglo XX, donde todos terminamos siendo oprimidos por una Nomenklatura del Estado. Lo vamos a sustituir con comunidades autogestivas sustentables, y con un estado construido de abajo a arriba, de manera progresiva, que vaya integrando a las comunidades en una nueva sociedad. Por eso es también claro que hoy lo más nuevo y lo más entrañable encuentran un único horizonte. Los zapatistas, que sobre la base de la visión indígena del mundo han tomado en sus manos la construcción de los caracoles, están haciendo lo mismo que nos corresponde a los ecologistas y demócratas modernos: construir comunidades autónomas, generalizar la autogestión, y combinar el conocimiento tradicional con los descubrimientos más nuevos de las ciencias sociales. Esta es la tarea que seduce hoy a las multitudes y vuelve actual el espíritu de la utopía. Una utopía renovada y militante. Piqueteros, indígenas, fábricas que se vuelven cooperativas, comunidades autogestionarias, cooperativas de ahorro y préstamo, estos son los nuevos sujetos revolucionarios, y los depositarios de la semilla de un nuevo mundo. Como parte de ellos que soy, los llamo a incorporarse a este combate.

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