Qué es la ciencia política? ¿Qué debería de ser?1

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Descripción

¿Qué es la ciencia política? ¿Qué debería de ser?1 Bertell Ollman La ciencia política está gobernada por cinco mitos: 1) que estudia la política; 2) que es científica; 3) que es posible estudiar la política separada de la economía, la sociología, la psicología y la historia; 4) que en nuestra sociedad democrática capitalista el Estado es políticamente neutral y que está disponible para cualquier grupo que gane la elección como un conjunto de instituciones y mecanismos; y 5) que la ciencia política, en tanto disciplina, hace progresar la causa de la democracia. Paradójicamente, probablemente la mayoría de los y las politólogas cuyo trabajo representa al menos uno de estos mitos, estaría de acuerdo con mucha de la crítica presentada. Estos colegas simplemente actúan como si fueran cierto porque no saben qué otra cosa hacer o, en algunos casos, temen no hacerlo. ¿De qué otra forma podríamos entender una encuesta realizada en 1964 a 500 politólogos, en la cual 2 de cada 3 estaba “de acuerdo” o “muy de acuerdo” con que mucha de la producción académica de la disciplina era “trivial y superficial” y que la formación y desarrollo conceptual era “poco más que discusiones bizantinas y argot” [little more tan hair splitting and jargon]? No hay ninguna razón para creer que los resultados hoy en día serían distintos. Existe un malestar profundo y generalizado entre politólogas y politólogos que el tono auto-celebratorio de la mayoría de las encuestas de nuestra disciplina no logra hacer desaparecer. Después de todo, la mayoría de nosotros escogió esta disciplina como estudiantes debido a un fuerte interés en lo político y algunas grandes preguntas que esperábamos poder contestar. ¿Qué pasó? Rápidamente aprendimos que la politología no se dedica a estudiar el mundo real, sino que se concentra solamente en aquellas características del mundo que pueden ser estudiadas a través de métodos considerados como científicos. Nos dijeron – aunque no necesariamente en estas palabras – que si algo no podía ser medido, entonces no existe, y que si un evento no se repite dos veces, entonces no sucedió. Esto podría ser una leve exageración, pero no creo que sea una caricatura. Con la mayoría de las preguntas más interesantes quedando fuera de los límites de la pesquisa científica, la politología suele presentársele al nuevo estudiante graduado como una interminable batalla en contra de su curiosidad. Inclusive cuando el entrenamiento, con su combinación de beneficios y castigos académicos (y económicos), consigue atraer otra alma perdida a la norma preestablecida [mainstream], el proceso tiene un alto costo subjetivo. El incipiente y joven intelectual, inquisitivo y preocupado, se ha convertido en un cientista social más con una mala conciencia. ¿No fue el poeta W.H. Auden, el que imploró – nada más y nada menos que en una conferencia a estudiantes de grado en Harvard – “No se sentarán con estadísticos, ni cometerán una ciencia social”? Desafortunadamente, la mayoría a los que me estoy refiriendo aquí no lo escucharon. Sin embargo, donde hay vida, hay contradicciones y donde hay contradicciones hay… esperanza.

Traducción al español del artículo: Ollman, Bertell.2000. What Is Political Science? What It Should Be? New Political Science 22(4): 553–562. No se incluyeron ni las notas al pie ni la bibliografía, por lo que se recomienda la revisión del artículo original. 1

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En lo que sigue, compararé tres formas en las cuales los politólogos más insatisfechos se acercan de manera crítica a los mitos de nuestra disciplina. Yo las llamo la crítica moderada, la crítica radical y la crítica marxista. La crítica moderada ha sido presentada tanto por liberales, como por algunos conservadores y radicales, y es moderada únicamente en relación con la crítica radical y la marxista que presentaré después. Aunque muchas personas comparten la crítica moderada, solo algunos se han detenido, o atrevido, a escribirla. Charles Lindblom si lo ha hecho en varias partes, incluyendo en las páginas del A.P.S.R (American Political Science Review). Lindblom considera que nuestra disciplina tiene tres falencias centrales: primero, que con lo mucho que se habla de política, la ciencia política nunca ha decidido exactamente qué es lo que debería de estudiar. Con su fuerte énfasis en la pregunta de “¿cómo estudiar?”, en los métodos y las técnicas, la pregunta, “¿qué estudiar?”, ha sido terriblemente desatendida y es usualmente respondida de forma improvisada en términos de que se puede estudiar a partir de los métodos existentes. El resultado es que muchos temas triviales reciben una exorbitante atención, mientras que otros más importantes no son abordados del todo. En pocas palabras, la ciencia política parece haberle dado vuelta al orden en el que cualquier persona no entrenada en la disciplina intentaría responder las preguntas, “¿Qué debería de estudiar?” y “¿Cómo debería de estudiarlo?” En segundo lugar, Lindblom tiene una visión muy sombría de las pretensiones de la politología de ser una ciencia. Para el, lo que le da esta calificación a una ciencia es un honor que no tiene que ver con qué tanto se asemeje a los procedimientos seguidos por las ciencias naturales – ustedes ya conocen la lista – sino más bien, qué tipo de descubrimientos se han logrado siguiendo esos procedimientos. Aquí es donde la ciencia política sale con las manos prácticamente vacías. ¿Qué ha descubierto la ciencia política sobre la esfera política que no supiéramos antes, o que no sea abismalmente trivial? La tercera gran crítica de Lindblom hacia la ciencia política, tiene que ver con el sesgo que se encuentra en la mayoría de los estudios de politólogos, en lo que respecta a sus descripciones y explicaciones, pero también en la que eligen – de manera completamente “aficionada” (expresión de Lindblom) – estudiar. ¿Por qué – él pregunta – tratar al gobierno como si tratara de servir el bien común y no los intereses explotadores de una élite? ¿O para qué ver la socialización política como educación, en vez de mistificación o deficiencia intelectual? ¿O por qué tratar fundamentalmente la apatía ciudadana como una fuente de estabilidad política y no como una oportunidad para que las élites manipulen a las masas? El encuentra muchos otros ejemplos – como también nosotros podríamos – de la ciencia política siendo más útil para aquellos que desean mantener su status quo, que de aquellos que desean cambiarlo. Aunque la mayoría de estos comentarios iban dirigidos a una ciencia política todavía marcada por los efectos de la revolución conductista, también aplican, tal vez inclusive de mayor manera, a la politología en la era de la decisión racional [Rational Choice]. Por más diferentes que sean estos dos acercamientos, comparten su interés en la pregunta “¿Cómo estudiar?” y dan la misma respuesta general a la pregunta “¿Qué estudiar?”. Dicha respuesta es cada vez menos de lo que cualquier persona en la disciplina haya estudiado anteriormente. En el caso del conductismo, esto significaba abandonar la historia, la economía y la sociología, y su concretización en las instituciones públicas,

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y enfocarse más bien en el comportamiento político, especialmente en aquellos aspectos cuantificables… La teoría de la elección racional lleva un paso más allá la miniaturización de la ciencia política al descartar lo que la gente hace políticamente y concentrarse en el proceso de decisión para hacerlo, en los cálculos involucrados (o supuestamente involucrados o, para algunos académicos, idealmente involucrados) en la toma de decisiones. Si el conductismo trataba de replicar los procedimientos de las ciencias naturales, la elección racional – sin rechazar dicho modelo – ha buscado replicar la versión del método científico (incluyendo los modelos matemáticos) que le parece operan dentro de la economía. Lo importante es que en ambos casos, la insistencia en los procedimientos científicos (o lo que se entiende como tales dentro de cada escuela) han sido utilizados para maquillar sus magros descubrimientos… Con tantas de las condiciones en las cuales las personas viven, trabajan y se involucran políticamente no estudiadas por los académicos conductistas y de la elección racional, poco sorprende que las desigualdades inscritas en dichas condiciones, así como sus efectos en lo político, sean ignoradas. La suposición operativa de “siendo todas las demás cosas iguales”, con la que ambas escuelas inician sus estudios, hacen aceptables hasta las peores desigualdades realmente existentes, al convertirlas en hechos irrelevantes para la tarea encomendada. Imaginen quién se beneficia con esto. Estas son palabras duras, pero – como dije anteriormente – gran cantidad de politólogos estarían de acuerdo, más o menos de acuerdo, o al menos sospecharían que lo que la ciencia política estudia es trivial, que la ciencia es falsa y que la disciplina está llena de sesgos a favor de los que están en el poder, quienes a su vez son los que están mejor colocados para usar nuestros datos, así tal como son. Sin embargo, las preguntas que no se hacen, o no se hacen de forma lo suficientemente persistente, son ¿qué tan sistemáticos son estos sesgos? y, si son sistemáticos ¿dónde calza la disciplina de la ciencia política dentro de este sistema? ¿Quiénes son los responsables para el funcionamiento de este sistema? y ¿qué se puede hacer al respecto? Es tomándose en serio estas preguntas que uno puede pasar de ser un crítico moderado de la ciencia política, a uno radical. Lo que separa a la crítica radical de la ciencia política de la posición moderada, es que trata a las numerosas manifestaciones de sesgo político denunciadas por la moderada, pero vistas desde ahí como fenómenos más o menos independientes unos de los otros, para evidenciar la existencia de un sistema creado para que funcione exactamente de esa manera. Cuando James Madison2, por ejemplo, plantea que el problema de la Asamblea Constitucional es como evitar los peligros del gobierno de la mayoría (fundamentalmente de los ricos), al mismo tiempo que se preserve “el espíritu y forma del gobierno popular”, no está simplemente revelando un sesgo personal o inclusive compartido por la mayoría de los demás delegados. También está mostrando el carácter esencial tanto de la Constitución que han redactado, como del sistema político construido encima. Y cuando el presidente Herbert Hoover3 dice que “la única función del gobierno es crear las Fue el cuarto presidente estadounidense y es conocido como el “padre de la constitución”, debido al rol que jugó en la redacción y defensa de la constitución estadounidense. 3 Presidente estadounidense entre 1929 y 1933. 2

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condiciones favorables para el beneficio del desarrollo de los emprendimientos privados”, esto no es simplemente evidencia de su preferencia o la de su administración, sino también una sorprendente revelación del carácter del gobierno estadounidense como tal. Mientras que parece que virtualmente todo el mundo es capaz de alguna ocasional perspicacia radical – Eisenhower4 después de todo, fue el que advirtió sobre el excesivo poder del “complejo militar-industrial” – son solo un grupo relativamente limitado los que reconocen el patrón más generalizado y observan el sistema en funcionamiento. Una vez que uno lo hace, creen los radicales, las manifestaciones de este patrón aparecen prácticamente en cualquier lugar que uno observe… si es que le interesa observar. Al observar a la sociedad de esta manera, se vuelve evidente que el juego de la política está profundamente amañado. Es como jugar poquer con un oponente que define todas las reglas, recibe todas las cartas que quiere, mientras uno está limitado a cinco, en el que él tiene media docena de comodines, mientras que uno no tiene ninguno y donde él puede ver todas tus cartas, mientras que las suyas se mantienen secretas. ¿Mencioné que también reparte las cartas en todas las manos y puede hacer trampa sin penalización? (Sus abogados lujosos siempre lo sacan de apuros, con una mínima multa, en el peor de los casos). Pero quizás su mayor ventaja se encuentra en el hecho de poder llamar a esta farsa “democracia”, y que así la mayoría de la gente son hechos creer que la camisa de fuerza que se les obliga a usar, no tiene ningún efecto significativo en sus posibilidades de ganar el juego. “El gobierno de la gente, por la gente y para la gente” es una definición útil de la “democracia”, pero cuando se observa con cuidado el poder que el dinero, y de esos pocos que tienen mucho de él (y no solamente durante las campañas electorales) – algo que ni los conductistas o los de elección racional se dignan a hacer –, se vuelve evidente que ninguna parte de esta definición aplica para la sociedad en que vivimos. Aquí es donde entra al juego las ciencias políticas, ya que – con algunas honorables excepciones – presenta una visión de la sociedad que ignora, desatiende, o en el mejor de los casos, trivializa el hecho de que el juego político está amañado. Una vez que la economía, sociología e historia son eliminadas de la ciencia política, aquellos que amañan el juego pueden escapar fácilmente de ser investigados, y los mecanismos políticos que han creado – y que han sido lo suficientemente exitosos para mantener el “espíritu y forma del gobierno popular” sin su contenido – son tratados con el más absoluto respeto, como si las elecciones en los Estados Unidos fueran diferentes que “tomar el reto Pepsi”5. En la política electoral, así como comparando refrescos de cola, algunos van a insistir que pueden notar la diferencia, pero tomando en cuenta el rango de opciones disponibles, la única respuesta racional tiene que ser “¿a quién le importa?” La dura realidad es que la ciencia política, así como la constitución política misma, nos presenta un cuento de hadas burgués en el que ciudadanos independientes e iguales toman parte de lo que parece ser un proceso democrático y justo donde se busca ganar lo que parece un Estado neutral para servir a sus intereses. El inevitablemente parcializado resultado, ya debería de haber dejado Dwight Eisenhower, presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961. Se trata de una campaña publicitaria utilizada por la compañía de bebidas Pepsi, en la cual a personas se les da de probar dos muestras de bebidas, una con Pepsi y otra con Coca Cola y se les pide que decidan cuál de las dos prefieren. Luego, se les muestra de cuál botella viene la que eligieron. 4 5

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claro que lo que la mayoría de la gente verdaderamente gana/aprende de la política electoral es a como ser buenos perdedores, bajar sus expectativas (para que aun cuando pierdan, sientan que ganaron) y, por supuesto, a tratar de nuevo la próxima vez (“mantener la esperanza viva”). ¿Por qué los politólogos participan de esta farsa manipuladora? Lindblom, quien al menos es consciente de lo sistemático del problema, insiste constantemente en que esto sucede porque las personas son “inocentes”. En cambio, los críticos radicales ven el funcionamiento de algo mucho más siniestro. Las recompensas que reciben los politólogos en términos de trabajos, becas y status por mantenerse dentro de lo establecido son suplementadas por un igual número de penalizaciones para aquellos que se atreven a dejarlo. La combinación de ambición desenfrenada y un miedo real, nos ayudan a empezar a entender por qué tantos politólogos quienes no se llaman a engaños (o al menos sospechan lo que está pasando), rechazan confirmar algo que tantas personas sin educación ya saben: que el juego político está completamente amañado. Pero hay algo más además de inocencia, egoísmo y miedo relacionado con este rechazo, y es que la naturaleza del sistema que hace el amaño sigue siendo bastante oscura. Enfrentados con esta incertitud, es fácil para los politólogos malinterpretar su egoísta silencio y miedo de represalias como una forma de precaución académica. Los críticos radicales generalmente reaccionan a este impasse mostrando evidencia adicional sobre el sesgo, la desigualdad y la opresión, con el objetivo de lograr que los patrones que emergen de ellos sean aún más evidentes. Tal vez, el principal representante de este acercamiento radical es Noam Chomsky, quien en sus escritos políticos, parece creer que a través de su incesante e inmensamente valioso esfuerzo por documentar la perfidia de nuestros gobernantes, eventualmente logrará que la mayoría de las personas, incluyendo a muchos ensimismados politólogos, reconozcan la naturaleza sistemática de nuestro problema y por tanto, de una solución también sistémica. Algunas veces, especialmente cuando se combinan la habilidad para polemizar de Chomsky con C. Wright Mills, Fran Piven o Mark Roelofs, funciona… Lo que le falta a Chosmky y en general a la crítica radical, es sin embargo, una identificación de este sistema como capitalista, así como una adecuada apreciación de la dificultad que la mayoría de las personas tienen para entenderlo. El aporte especial de Marx a nuestro tema es tratar al capitalismo como una totalidad que nos ayuda a comprender mejor el desarrollo desigual de las diferentes partes, incluyendo el Estado, la política e inclusive la ciencia política. Es también el punto (un ascenso gradual más bien) en el cual la crítica radical de la ciencia política se vuelve una crítica marxista. Hace algunos años, un grupo de astrónomos anunció el descubrimiento de una gran estructura en el cielo compuesta de millones de galaxias. Ellos llamaron a esta estructura cósmica, el “Gran Atractor” y argumentaron que este ejerce una gran fuerza de atracción sobre nuestro sistema solar y por tanto en nuestro planeta y por tanto, sobre nosotros. Cuando un periodista preguntó, si es tan grande, ¿por qué les tomó tanto tiempo para encontrarlo? Uno de los astrónomos respondió que era exactamente porque era tan grande que había sido tan difícil de notar. El capitalismo se asemeja mucho al gran atractor. La gente tiene dificultades para verlo no porque sea muy pequeño, sino porque está en todas partes. Sin embargo, es absolutamente esencial que lo veamos para tener un sentido adecuado de las vidas que existen a su interior. 5

La mejor definición corta de “capitalismo” es que se trata de una forma de sociedad en la cual la riqueza toma la forma de capital, o riqueza que se auto-expande (i.e. riqueza utilizada con el objetivo de crear aún más riqueza), y que los principales medios de producción, distribución e intercambio son propiedad privada. Para los dueños, los capitalistas, el imperativo de la “acumulación por la acumulación” toma la forma de la maximización de las ganancias, o de hacer todo lo que se pueda para conseguir las ganancias más grandes posibles. Las principales víctimas del empuje de los capitalistas a concentrar ganancias son los trabajadores (de cuello azul, blanco o rosado), cuya falta de propiedad sobre las fuerzas de producción los obliga a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas para poder sobrevivir. El resto de la sociedad se ve afectado, directa o indirectamente, ya sea mucho o poco, por este imperativo a la acumulación y de las relaciones sociales de explotación que conlleva. Todo el mundo sabe, por supuesto, que las sociedades capitalistas tienen mucho en común con sociedades no capitalistas y también que el capitalismo ha evolucionado en muchos aspectos significativos desde el momento en el que Marx escribía. Esto hay que agregarlo únicamente porque muchos de los críticos de Marx han hecho su reputación repitiendo lo obvio. Sin embargo, Marx se abstrae de todo esto para enfocarse (y ayudarnos a enfocarnos) en las relaciones básicas que presentan al capitalismo como un modo de producción distinto y que se mantienen relativamente iguales durante toda la época capitalista. Esto lo hace porque el encuentra en estas relaciones básicas la dinámica (esencialmente la acumulación de capital en conjunto con el intercambio de mercado) que es responsable no sólo de los muchos e impresionantes logros del capitalismo, sino también de sus más importantes problemas, así como del rango de soluciones existentes. Es aquí también donde se desentraña el secreto del Estado capitalista. El análisis marxista está mucho más orientado hacia el Estado que el realizado por tanto la crítica moderada de la ciencia política, como por la radical. Marx llamaba al Estado “la expresión activa, consciente y oficial de la estructura actual de la sociedad” y también “la forma en la cual los individuos de la clase dominante afirman sus intereses comunes”. Para Marx, la llave para entender nuestras sesgadas prácticas políticas se encuentra en la naturaleza del Estado en la sociedad capitalista. La forma de acercarse a la política, entonces, es a través del estudio del Estado. Pero también, como resulta evidente de los comentarios de Marx, sólo es posible acercarse al Estado de manera indirecta. Uno no puede comprender lo que es el Estado sin observar lo que hace, en el nivel de la estructura social que enmarca su agenda única, reglas y comportamientos y particularmente a quién beneficia. “¿Qué es el Estado?” es realmente una pregunta acerca de su rol en la sociedad, lo que se traduce en una pregunta sobre la sociedad capitalista y lo que necesita en término de funciones políticas. De forma muy breve, la respuesta de Marx es que el Estado en el capitalismo tiene cuatro funciones relacionadas con las necesidades societales de las clases dominantes. Estas son: 1) la represión, 2) la legitimación, 3) la acumulación de capital y 4) la realización del valor (venta de los productos acabados). Mientras que las dos primeras formas de ayuda son requeridas por las clases dominantes en otras sociedades divididas en clases, las últimas dos son peculiares del capitalismo. Tomadas en su conjunto, el Estado en el capitalismo puede ser visto como la suma de todos los organismos, mecanismos y prácticas – particularmente organismos – que sirven a las clases 6

capitalistas de estas maneras, y que tienen que servir de esta maneras para que puedan prosperar, pero también para que puedan seguir siendo las clases dominantes y el capitalismo siga sobreviviendo. Obviar este enfoque del Estado es perder de vista los principales medios mediante los cuales las clases dominantes dominan y mistifica el carácter de la clase dominante, especialmente en lo que respecta a los requerimientos necesarios para poder utilizar estos medios para la dominación. Desde esta lectura, cuál partido político y cuáles individuos ocupan de hecho el gobierno es de menor importancia que la naturaleza de la conexión que cualquier gobierno que tome al capitalismo por sentado, tiene con la clase capitalista dominante. Particularmente en esta nueva era de intensificada competencia global ningún gobierno, a menos que esté dispuesto a anular el capitalismo, puede descuidarse de hacer todo lo que sea necesario para que el sistema funcione tan bien como sea posible, lo que significa fundamentalmente ayudar a los capitalistas a maximizar sus ganancias. La mayor parte de lo que entendemos por “política” proviene entonces de estos esfuerzos por parte del Estado (nacional, regional e internacional) por proveer y asegurar esos cuatro servicios a las clases capitalistas, desde competencia entre fracciones de las clases capitalistas (y sus aliados) para conseguir un porcentaje mayor del plusvalor que les toca como clase, y desde los esfuerzos por los trabajadores y otras clases en la sociedad por protegerse a sí mismos de la arremetida en contra de sus intereses en lo que Marx llama la “lucha de clases”. Otras formas de opresiones en el capitalismo – raciales, de género, étnicas, etc. – y la lucha en contra de ellas toman una significancia política mayor (que no es lo mismo en lo que respecta a la importancia en la vida de individuos particulares) cuando ayudan a asegurar o a minar el poder de la clase capitalista dominante, es decir, cuando forman parte de la lucha de clases. Todo esto permite variabilidad, matices e inclusive ocasionales excepciones en relación a temas de menor importancia y/o en el corto plazo. ¿Cuál es entonces la crítica marxista de la ciencia política? A la luz de la importancia que Marx le da al capitalismo para entender el Estado y la política en la sociedad capitalista, para nadie debería de ser una sorpresa de que las mayores críticas no van dirigidas hacia lo que hace la ciencia política, sino más bien hacia lo que no hace: no estudia el capitalismo. Más bien, las ciencias políticas buscan entender la política y el Estado (en lo poco que todavía se ocupa del Estado) al mismo tiempo que ignora completamente el contexto capitalista que provee la mayor parte de la explicación para ambos. Aún peor, las parciales, fragmentadas, estáticas, unilaterales, metodológicamente individualistas, psicologicistas, caricaturas cientificistas, saturadas matemáticamente e ideológicamente sesgadas explicaciones que dan del limitado rango de fenómenos políticos que examina, hace mucho más difícil para los estudiantes de ciencia política aprehender la explicación marxista, si de casualidad alguna vez se la encontraran. Es la ausencia del capitalismo dentro de los análisis politológicos, lo que permite la separación de la política de la economía, la sociología y la historia, al crear una esfera política separada, e inclusive, en las palabras de Seymour Martin Lipset, un “hombre político”, para desde ahí dividir la política en piezas aún más pequeñas – como el acto de escoger – que parecen ser completamente independientes de la sociedad capitalista en la que existen o de la que toman parte. El resultado es una ciencia política que asemeja una combinación de reportes unilaterales de llamadas telefónicas y fotografías de pájaros en vuelo. Así, tanto las relaciones esenciales como el movimiento (proceso, 7

cambio, transformación) están ausentes. Esta es la fuente de la trivialidad que terminan estudiando la mayoría de los politólogos. La diferencia es que ahí donde los moderados y hasta los críticos más radicales de la disciplina menosprecian el estudio de tales trivialidades, la perspectiva marxista lo toma como algo importante debido a lo que esconde, disfraza y rechaza. Este tipo de trabajo tiene una función ideológica que no es nada trivial. Es la ausencia del capitalismo de las ciencias políticas lo que le permite conformarse con un conjunto de métodos que dirigen a los investigadores en la dirección de trazos y trozos políticos, al mismo tiempo que dificulta nuestra capacidad para ver, ni hablar de examinar, la totalidad. Aquí está la fuente de la preferencia de aquellas versiones del método científico que hacen ver al mundo mucho más pequeño (eliminando tanto las relaciones espaciales como las etapas temporales) y por tanto, menos significativo de lo que es. Lo que se pierde no son tan sólo las relaciones que nos permiten aprehender como es que el todo funciona (y de cómo los aspectos que nos interesan particularmente trabajan en relación con esa totalidad), sino también el potencial inherente a la totalidad (y que solo es visible cuando una buena parte ha sido reconstruida) para convertirse en algo distinto a lo que es. En otras palabras, al esconder el capitalismo, lo que se entiende por el método científico en las ciencias políticas también logra esconder lo que es el socialismo y la posibilidad de vislumbrar, a grandes rasgos, el socialismo que se podría construir sobre las bases desarrolladas por el capitalismo. Sin embargo, si existen alternativas realistas a la desigualdad, la explotación, la alienación, la destrucción ecológica y las otras formas de opresión que tanto desfiguran a nuestra sociedad actual, y tanto los académicos como los ciudadanos deben de saber cuáles son. Es también la ausencia del capitalismo en la ciencia política lo que lleva al aislamiento de la teoría política dentro de la disciplina, y por tanto a que temas como la Política Norteamericana, Política Comparativa, las Relaciones Internacionales, entre otras, se desarrollen como si Aristóteles, Hobbes, Montesquieu, Rousseau y Burke, sin mencionar a Marx, nunca hubieran existido. Su mensaje compartido sobre la importancia de la contextualización es simplemente demasiado amenazante para una disciplina determinada a evitar el contexto capitalista dentro del cual se desarrolla todo lo que estudia. Lo más perturbador de todo es que esta ausencia del capitalismo en las ciencias políticas les permite – a pesar de toda la evidencia en contra – tratar a nuestra sociedad como si se tratara de una democracia compuesta por ciudadanos iguales y no como una dictadura de la clase capitalista, aunque sea una con detalles democráticos. También les permite a los politólogos creer que sus esfuerzos por apoyar a la democracia sirven fundamentalmente para impulsar que nuestra sociedad corresponda más con sus ideales democráticos, en vez de trivializar y esconder sus premisas y prácticas no democráticas. Esta es la fuente del inefectivo idealismo de tanta de la ciencia política que, a nivel individual, se identifica como “inocente” por parte de los críticos moderados y de “mala fe” por parte de los radicales. Cualquiera otra que sea su función, el evitar el capitalismo es el trabajo principal de la ciencia política. Como en la historia de Sherlock Holmes “Estrella de plata”, es el perro que no ladra el que provee la llave del misterio. Mientras que profesores de cívica de secundaria pueden alabar libremente a nuestro sistema “democrático” capitalista, los politólogos – enfrentados con una 8

audiencia un poco más sofisticada – cumplen la misma función legitimadora al omitir el contexto capitalista en su totalidad, algo que si se supiera haría explotar todos los mitos de la disciplina. Con el capitalismo ausente, la ciencia política puede entonces presentar al Estado (o a través de un silencio cómplice, permitir que el Estado se presente a sí mismo) como un grupo de instituciones independientes de la clase capitalista y por tanto más o menos accesibles para cualquier grupo que se organice de forma efectiva para usarlo. Claro está que negar que este sea el caso, no significa que los marxistas no puedan identificar que existe una cierta autonomía relativa por parte de las instituciones y actores estatales dentro de circunstancias especiales; pero estas son excepciones y es la regla – la dictadura de clase – la que necesita ser presentada primero y de forma enfática. Pocas cosas son más importantes para la legitimación de la dominación capitalista que la seguridad dada por las ciencias políticas de que la dictadura de la clase capitalista en la que vivimos, es realmente un Estado democrático de todas las personas. En períodos de creciente desigualdad económica y las inseguridades que lo acompañan, la clase capitalista tiene la necesidad de conseguir un sello de calidad que tan sólo la ciencia política, con sus credenciales académicas y pretensión de objetividad y ciencia, le puede dar. Quién haya sido que llamó a la economía la “ciencia funesta”, debería de dirigir su mirada a la ciencia política. Pero, como dije anteriormente, donde hay vida, hay contradicciones y donde hay contradicciones, hay esperanza. En este sentido, permítanme terminar diciendo que si la ciencia política verdaderamente quiere avanzar la causa de la democracia (como según uno de los mitos de nuestra disciplina dice que ya hace), deberíamos de ayudar a que la gente entienda que la principal barrera para la democracia hoy en día es el capitalismo. Esto requiere, claro está, que abandonemos el supuesto de “siendo las demás cosas iguales”, con el que la mayoría de los estudios politológicos empieza y reemplazarlo por una examinación, por breve que sea, del capitalismo y de cómo las desigualdades e ideología asociadas con ella, impactan en lo que pretendemos estudiar. Dada la importancia que el contexto capitalista tiene para todo lo que sucede en su interior, este es también el primer paso hacia convertir en verdaderamente científica nuestra investigación, es decir, capaz de mostrar cómo es que el Estado y la política verdaderamente funcionan y cómo – con la democratización de las nada democráticas relaciones de producción, distribución e intercambio capitalista – pueden aún llegar a funcionar para todo el mundo. ¡Esta sí es una agenda no trivial, digna de una ciencia política que aspira a avanzar la causa de la democracia a través del uso de métodos científicos!

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