“Purificar, fundar, sacrificar: una reflexión sobre los usos de la violencia y los dispositivos de legitimación en las masacres pre-modernas”, en Eadem utraque Europa. Revista de historia cultural e intelectual, 6:10/11, Universidad Nacional de San Martín, 2010, pp. 207-217 [ISSN 1885-7221].

October 10, 2017 | Autor: F. Campagne | Categoría: Cultural History, Religion and Violence
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Descripción

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PURIFICAR, FUNDAR, SACRIFICAR: UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS USOS DE LA VIOLENCIA Y LOS DISPOSITIVOS DE LEGITIMACIÓN EN LAS MASACRES PREMODERNAS Por

Fabián Alejandro Campagne

RESUMEN:

C

omentario de algunas de las ponencias presentadas en las Jornadas “Las masacres del mundo moderno”, con especial énfasis en los tipos de violencia y la constitución del campo simbólico de la masacre.

ABSTRACT: Purify, establish, sacrifice. Reflections on the uses of violence in the legitimation devices of pre modern massacre

C

omment on some of the papers presented in the Conference “The Massacres in the Modern World”. Special attention is given to the types of violence and the formation of a symbolic frame for massacre.  : violencia, masacre, purificar, fundar, sacrificar.  : violence, massacre, purify, establish, sacrifice.

Universidad de Buenos Aires R: // A: //

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ientras reflexionaba sobre la temática de las Jornadas de Historia y Antropología “Las masacres del mundo moderno”, organizadas por la Universidad Nacional de San Martín el 7 y 8 de octubre de 2010, me vino al recuerdo una y otra vez, de manera recurrente, un clásico de la novelística estadounidense contemporánea: Blood Meridian, publicado por Cormac McCarthy en 1985.1 Debo confesar que la lectura de varias de las conferencias ofrecidas por los participantes del evento antes mencionado, y muy en particular el 1. El idioma inglés posee un verbo, to haunt, intraducible al castellano, que expresa con exactitud la persistente presencia en mi mente de la novela de McCarthy durante el transcurso de las Jornadas en cuestión. Al respecto, reproduzco la interesante reflexión que realiza el novelista español Javier Marías: “Hay un verbo en inglés, to haunt, hay un verbo en francés, hanter, muy emparentados y más bien intraducibles, que denominan lo que los fantasmas hacen con los lugares y las personas que frecuentan o acechan o revisitan (…). La etimología es incierta, pero al parecer ambos proceden de otros verbos del anglosajón y del francés antiguo que significan morar, habitar, alojarse permanentemente”. Marías, Javier: Mañana en la batalla piensa en mí, Madrid, Alfaguara, 2004 (2000), pp. 99-100.

texto presentado por Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, “El Padre las Casas, de Bry y la representación de las masacres americanas”, me permitió racionalizar la extraña sensación que en su momento me produjo la lectura de un capolavoro como Blood Meridian (al decir de Harold Bloom, “[a novel] worthy of Herman Melville’s ‘Moby-Dick’”).2 A pesar del carácter excelso de la prosa del norteamericano, todavía recuerdo con cierto estremecimiento la enorme dificultad que para mí supuso avanzar en la lectura de la novela; concuerdo, en síntesis, con los dichos del crítico literario del New York Times: “Cormac McCarthy’s fifth novel is hard to get through.”3 Pues bien, gracias a las hipótesis que Burucúa y Kwiatkowski han delineado al estudiar las condiciones de representación de un fenómeno tan revulsivo como la masacre y el genocido, creo ahora comprender el motivo de la inquietud que me generó la lectura de Blood Meridian: resulta evidente que a Cormac McCarthy no le significa ningún esfuer2. Bloom, Harold: “Dumbing down American readers”, The Boston Globe, September 24, 2003. Véase también Bloom, Harold: How to Read and Why, Nueva York, Simon and Schuster, 2000, pp. 254 y ss. 3. James, Caryn: “Blood Meridian, by Comarck McCarthy”, The New York Times, 28 de abril de 1985.

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zo contar la masacre, narrar la matanza, describir la violencia extrema. Blood Meridian es un relato brutal y descarnado de la Conquista del Oeste, ubicado en los antípodas de las versiones hollywoodenses idealizadas, cuando no decididamente unilaterales en su desvalorización de la cultura de los pueblos originarios4 (me viene a la mente They Died with Their Boots On, un film de 1941 protagonizado por dos actores de moda, Erroll Flynn y Olivia de Havilland; la película, extremadamente exitosa en su momento, intentaba la imposible tarea de reivindicar la figura del Teniente Coronel George Armstrong Custer, masacrado el 25 de junio de 1876 en la batalla de Little Big Horn).5 La novela de McCarthy es, del principio al fin, de la primera página

a la última, una interminable sucesión de masacres, muchas de ellas basadas en hechos reales. Las sucesivas carnicerías y matanzas son descriptas con fruición de detalles. Así describe el autor, por ejemplo, el ataque que un grupo de comanches lanza sobre una indefensa caravana de boyeros:

4. Una interesante reflexión sobre el eurocentrismo y la perpetuación del imaginario imperial por parte de la industria del cine de Hollywood puede hallarse en Shohat, Ella y Robert Stam, Unthinking Eurocentrism: Multiculturalism and the Media, Londres, Routledge, 1994, pp. 104-120. 5. Sobre el debate multicultural y multiétnico que la figura de Custer ha generado en EE.UU., véase el importante libro de Elliott, Michael A., Custerology: The Enduring Legacy of the Indian Wars and George Armstrong Custer, Chicago, The University of Chicago Press, 2007.

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“De los heridos los había que parecían privados de entendimiento y los había que estaban pálidos bajo la máscara de polvo y otros se habían ensuciado encima o se habían desplomado sobre las lanzas de los salvajes. Que ahora atacaban en un frenético friso de caballos (…) abatiéndose sobre los desmontados sajones y alanceándolos y aporreándolos (…) y despojando a los muertos de su ropa y agarrándolos del pelo y pasando sus cuchillos por el cuero cabelludo de vivos y muertos por igual y enarbolando la pelambre sanguinolenta y dando tajos y más tajos a los cuerpos desnudos, arrancando extremidades, cabezas, destripando aquellos raros cuerpos blancos y sosteniendo en alto grandes puñados de vísceras, genitales, algunos de los salvajes tan absolutamente cubiertos de cuajarones que parecían haberse revolcado como perros, y algunos que hacían presa de los moribundos y los sodomizaban entre gritos a sus compañeros. Y ahora los caba-

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llos de los muertos venían trotando de entre el humo… unos venían erizados de flechas y otros traspasados por lanzas y se tropezaban y vomitaban sangre mientras cruzaban el escenario de la matanza… El polvo restañaba los pelados cráneos húmedos de los escalpados, quienes con el reborde de pelo por debajo de le herida y tonsurados hasta el hueso yacían como monjes desnudos y mutilados sobre el polvo ahogado en sangre y por todas partes gemían y farfullaban los moribundos y gritaban los caballos heridos en tierra”.6

decapitando a quienes imploraban clemencia. Había en el campamento unos cuantos esclavos mexicanos los cuales corrían gritando en español para acabar con la crisma rota o muertos, y un delaware surgió de entre el humo con un niño desnudo en cada mano y se agachó junto a un foso de estiércol y agarrándolos de los talones primero uno y luego el otro les aplastó la cabeza contra las piedras del borde de forma que los sesos salieron disparados por la fontanela en un vómito sanguinolento, y humanos incinerados venían gritando como lunáticos y los jinetes los exterminaban con sus enormes cuchillos (…). Los muertos cubrían el médano como las víctimas de una catástrofe marítima y estaban esparcidos por la parte superior de la playa en un delirio de sangre y entrañas. Algunos hombres caminaban por las rojas aguas tirando tajos a los muertos y los había que se acoplaban a los cuerpos aporreados de jóvenes muertas o agonizantes”.7

Ciento veinte páginas más adelante, son los blancos (la ominosa compañía del Juez John Glanton) los que atacan por sorpresa un campamento apache. El resultado no difiere de la escena que acabamos de reproducir en el fragmento anterior: “En aquel primer minuto la matanza se había generalizado (…) algunos de los hombres iban a pie entre las chozas armados de antorchas y sacando a las víctimas por la fuerza, empapados de sangre, acuchillando a los moribundos y 6. McCarthy, Cormac: Blood Meridian, or, The evening redness in the West, Nueva York, Random House, 1985 (cito por la edición en castellano: Meridiano de sangre, traducción de Luis Murillo Fort, Barcelona, Debolsillo, 2009 (1998), pp. 73-74).

La prueba más contundente de que narrar la masacre no supone ningún esfuerzo para McCarthy, es la plena ausencia en su relato de las fórmulas, metáforas y estrategias retóricas a las que habitualmente se ha recurrido para representar la matan7. Ibid., pp. 192-193.

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za; me refiero, particularmente, a los tres topoi identificados por Burucúa y Kwiatkowski en sus trabajos más recientes: la cacería, el infierno, el martirio. Creo comprender ahora que es precisamente esta ausencia la que torna tan insoportable la lectura de Blood Meridian. La novela evita de manera deliberada los pares de opuestos que siempre han funcionado como una de las principales ficciones ordenadoras de la novelística de aventura: héroes y villanos, víctimas y victimarios, buenos y malos, civilizados y salvajes. En la narración de McCarthy, tanto los blancos como los indios, los mexicanos como los estadounidenses, las fuerzas estatales como los grupos paraestatales, actúan con similar salvajismo y ferocidad cada vez que tienen oportunidad de hacerlo. No hallamos en Blood Meridian otra intención que la de narrar la masacre, sin voluntad alguna de representar o comprender el fenómeno. El texto tiende a funcionar siempre como narración en estado puro, sin ninguna instancia de mediación. Lo que estoy intentando decir, y los lectores sabrán por ello disculpar el carácter excesivamente autorreferencial de la presente introducción, es que mi propia experiencia personal con el abordaje de un artefacto literario centrado en la minuciosa descripción de masacres extremas, me

ha permitido reforzar el poder de convicción de una de las principales hipótesis avanzadas por Burucúa y Kwiatkowski: me refiero a la tesis que subraya la importancia centralísima que los marcos retóricos y estéticos han tenido a la hora de poner en escena episodios que por la violencia inhumana que despliegan tienden a resultarnos insoportables. Ahora comprendo, repito, que es la ausencia sin contemplaciones de cualquiera de las fórmulas clásicas de representación de las matanzas la que torna tan ardua la lectura de uno de los grandes clásicos de la literatura en lengua inglesa contemporánea. Ahora bien, si las fórmulas expresivas identificadas por Burucúa y Kwiatkowski (las ya mencionadas metáforas cinegética, infernal y martirológica) resultan un condimento poco menos que imprescindible para la mostración de la violencia extrema, la concreción, la puesta en acto de la masacre, requiere algo más que dispositivos estéticos y estilizaciones literarias. Al decir del sociólogo sudafricano Leo Kuper, un hecho tan repugnante como el genocidio requiere como precondición necesaria la elaboración de diversas instancias de legitimación ideológica.8 La consumación de la carnicería humana 8. Kuper, Leo, Genocide: Its Political Use in the Twentieth Century, Ithaca, Yale University Press, 1983, p. 84.

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reclama la emergencia de un discurso apologético destinado a justificar ideológicamente el asesinato masivo de miembros de la misma especie, un esforzado ejercicio dialéctico destinado a recubrir el hecho atroz con el objeto de arrancarlo del vacío del sinsentido. Tengo para mí que cuando estos principios de legitimación ideológica adquieren un alto grado de sofisticación, el horror de la carnicería se multiplica geométricamente, porque con ello queda habilitada la posibilidad de que los ideólogos y los ejecutores materiales de las matanzas estuvieran, en efecto, plenamente convencidos de la necesidad, de la justicia, de la bondad de su proceder.9 En otras palabras, mientras que el cinismo dejaría abierta, al menos en teoría, la lejana posibilidad de la emergencia de un remordimiento ex-post-facto, el fanatismo ocluye casi por completo dicha posibilidad: el fanático masacra sin culpa e inflige la muerte con crueldad, de manera gratuita, sin respetar barreras etarias o de género, convencido de que su rol de ángel exterminador está san9. Para un análisis reciente de la psicología de los perpetradores de matanzas y carnicerías extremas véase Chirot, Daniel y Clark McCauley, Why Not Kill Them All?: The Logic and Prevention of Mass Political Murder, Princeton, Princeton University Press, 2010, pp. 51-94.

cionado y avalado por una instancia superior trascendente, que demanda la eliminación física de una diferencia a la que se postula como radicalmente inasimilable.10 Para individualizar algunas de estas instancias de legitimación ideológica me propongo analizar un caso particular, el de las que probablemente sean las primeras grandes masacres del segundo milenio cristiano: el indiscriminado asesinato de dirigentes y seguidores del movimiento albigense, que tiene lugar en el Mediodía francés durante la primera mitad del siglo XIII.11 No se requiere ser un investigador formado para percibir rápidamente en las fuentes del período un eviden10. Sobre la cuestión de la carencia de culpabilidad y remordimiento en el accionar de los perpetradores materiales de masacres y genocidios puede resultar de utilidad la consulta del extremadamente polémico ensayo de Daniel Jonah Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1996, pp. 228, 236-237, 246-247; véase también la fotografía reproducida en la página 407. 11. Para un análisis de las matanzas de albigenses en el marco de la historia de la masacre antigua y moderna, véase Chalk, Frank y Kurt Jonassohn, The History and Sociology of Genocide: Analyses and Case Studies, New Haven, Yale University Press, 1990, pp. 114-133.

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te salto cualitativo en lo que se refiere a la represión de la disidencia ideológica en Occidente. Sin pretender trazar filiaciones disparatadas o genealogías esencialistas, cuando se analizan las masacres occitanas del Duecento se tiene la sensación de que un hilo invisible liga la inenarrable violencia ejercida contra los cátaros con episodios no menos monstruosos que Occidente protagonizará en los siglos por venir, del Pogrom sevillano de 1391 a Hiroshima y Nagasaki, de la Noche de San Bartolomé a Auschwitz, pasando por la caza de brujas temprano-moderna, la trata atlántica, las matanzas de amerindios, y los genocidios armenio, camboyano, y ruandés.12 Las masacres occitanas hielan la sangre por la ciega violencia que despliegan. Un primer ejemplo célebre es el del sitio y posterior saqueo de 12. Para un rápido recorrido por esta galería de horrores véase Barnavi, Elie y Anthony Rowley, Tuez-les tous!: La guerre de religion à travers l’histoire, VIIe-XXIe siècle, París, Perrin, 2006; Andreopoulos, George J. (ed.), Genocide: Conceptual and Historical Dimensions, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1997 (1994), pp. 111-227. Para una interpretación que intenta relativizar las continuidades que yo pretendo remarcar, véase David Niremberg, Comunidades de violencia. La persecución de las minorías en la Edad Media, traducción de Antoni Cardona, Barcelona, Península, 2001 (1996), pp. 11-31.

Béziers, el 22 de julio de 1209, durante el cual la totalidad de los habitantes de la ciudad, niños y ancianos, hombres y mujeres, fueron pasados a cuchillo. Según la reconstrucción del episodio realizada pocos años después por el Dialogus Miraculorum de Cesáreo de Heisterbach, cuando se le preguntó a Arnaud Amaury, máximo jerarca de la orden cisterciense y legado papal en el ejército cruzado, cómo harían para discernir entre herejes y fieles creyentes, el líder eclesiástico habría respondido: “Mátentlos a todos. Dios sabrá reconocer a los suyos”.13 13. Caesarii Heisterbacensis, Dialogus Miraculorum, edited by Joseph Strange, Coloniae, J. M. Heberle (H. Lempertz & Co.), 1851, vol. I, p. 302: “Cognoscentes ex confessionibus illorum catholicus cum haereticis esse permixtos, dixerunt Abbati: Quid faciemus, domine? Non possumus discernere inter bonos et malos. Timens tam Abbas quam reliqui, ne tantum timore mortis se catholicos simularent et post ipsorum abcessum iterum ad perfidiam redirent, fertur dixisse: Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius. Sique innumerabiles occisi sunt in civitate illa”. Véase al respecto Merlo, Grado Giovanni: Contro gli eretici. La coercizione all’ortodossia prima dell’Inquisizione, Bolonia, Il Mulino, 1996, pp. 59-60; Lambert, Malcolm D., The Cathars, Oxford, Blackwell, 1998, p. 103; Gurevich, Aaron, “Heresy and Literacy: evidence of the thirteenth-century exempla”, en Peter Biller y Anne

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Hallamos un segundo ejemplo atroz en la captura de los burgos más tenaces, sobre los cuales el ejército cruzado avanza entre 1210 y 1211 (Bram, Minerve, Termes, Cabaret, Lavaur). Durante la captura de estos castra se impone un nuevo protocolo: la ejecución sumaria, sin proceso judicial previo, de los cátaros que se negaban a abjurar (es decir, de la mayoría). Según el cronista Pierre des Vaux-de-Cernay, los quemaban “con gran alegría”.14 De esta manera Hudson (eds.), Heresy and Literacy, 1300-1530, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, p. 110. Para la discusión histórico-ideológica en torno a la frase de Arnaud Amaury, véase Berlioz, Jacques, Tuez-les tous. Dieu reconnaîtra les siens: le massacre de Béziers (22 juilliet 1209) et la croisade contre les Albigeois vus par Césaire de Heisterbach, Toulouse, Loubatières, 1994, passim; Berlioz, Jacques, “‘Exemplum’ et histoire: Césaire de Heisterbach (v. 1180 – v. 1240), Bibliothèque de l’École des Chartes 147 (1989), pp. 77-86. 14. Petrus Vallis Caernaii, Historia Albigensium et sacri belli in eos anno 1209 suscepti, en Migne, PL 213, col. 609: “innumerabiles etiam haereticos, peregrini nostri cum ingenti gaudio combusserunt”. Una versión bilingüe (latín/francés) de la crónica de Pierre des Vaux-de-Cernay se encuentra disponible en L’Antiquité grecque et latine du Moten Âge, [en línea]. Philippe Remacle et alii, editors. Dirección URL: . [Consulta: 3 de noviembre de 2010]. Para una selección de fragmentos traducidos al castellano, véase Duby, Georges, Europa en la Edad Media, traducción de Luis Monreal y Tejada, Barcelona, Paidós, 2007, pp. 100-101. 15. Labal, Paul, Los cátaros. Herejía y crisis social, traducción de Octavi Pellissa, Barcelona, Crítica, 2000 (1982), p. 161. 16. Para un estudio casi definitivo sobre la historia y el mito de Montségur, véase Roquebert, Michel, L’Epopée cathare, 4. Mourir è Montségur 1230-1244, París, Perrin, 2007 (1989).

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La somera descripción de estas masacres tempranas nos permite individualizar al menos tres principios de legitimación ideológica, que luego veremos plenamente en funciones en muchas de las masacres de los siglos por venir. Me refiero a tres formas específicas de estilización de la matanza colectiva: la violencia purificadora, la violencia sacrificial, y la violencia fundacional. Llamamos violencia purificadora a aquella destinada a eliminar las máculas que contaminan el cuerpo social, las pústulas que infectan la comunidad política, la enfermedad que amenaza con corroer los fundamentos mismos de la república cristiana.17 Hallamos, en segundo lugar, una violencia que podríamos caracterizar como sacrificial, en la cual las víctimas se transforman en una ofrenda destinada a aplacar, conformar y satisfacer a una instancia superior, por lo general de orden trascendente.18 17. Para una interesante reflexión sobre la relación entre violencia y purificación véase Moore Jr., Barrington, Pureza moral y persecución en la historia, traducción de Ignacio Hierro Grandoso, Barcelona, Paidós, 2001 (2000). Por otra parte, siempre resulta util revisitar clásicos como el de Mary Douglas, Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1966. 18. Para una interesante interpretación en

Y finalmente cabe referirse a una violencia de tipo fundacional, pensada para crear las condiciones que permitirían la emergencia y consolidación de un orden nuevo.19 Creo posible sostener que allí donde estas tres instancias de legitimación ideológica se superpusieron, la violencia extrema adquirió una dimensión fuera de todo parámetro, más allá de cualquier lógica o previsión. Ello fue, precisamente, lo que sucedió en las masacres occitanas de la primera mitad del siglo XIII, en la Noche de San Bartolomé de 1572, en las carnicerías americanas descriptas por Pedro Mártir de Anglería o Bartolomé de las Casas, o en las matanzas de septiembre de 1792 en el Paris revolucionario, por citar tan sólo algunos ejemplos conocidos. En todos estos casos, los perpetradores de formas extremas de violencia pretendían, simultáneamente: a) asumir el rol de agentes purificadores. En lo que respecta al caso clave sacrificial de la violencia revolucionaria, véase Goldhammer, Jesse, The Headless Republic. Sacrificial Violence in Modern French Tought, Ithaca, Cornell University Press, 2005, pp. 26-70. 19. Véase al respecto Mayer, Arno J., The Furies. Violence and Terror in the French and Russian Revolutions, Princeton, Princeton University Press, 2002 (2000), pp. 71-92.

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americano, recordemos que amén de las acusaciones más convencionales que los europeos lanzaban contra los indios, como las de idolatría y antropofagia, otra de las desviaciones que les endilgaban era la sodomía: una práctica que en la Europa antiguorregimental se castigaba con la hoguera, el mismo suplicio purificador que correspondía a brujos y herejes20; una práctica que, al decir de los autores del Malleus Maleficarum, texto fetiche de la demonología radical temprano-moderna, hasta los mismos espíritus impuros evitaban (lo que en términos ontológicos ubicaba a los amerindios a la izquierda misma de 20. Sobre la represión de la sodomía en la Edad Moderna, particularmente en lo que se refiere al espacio cultural ibérico en ambas márgenes del Atlántico, véase Berco, Cristian, Jerarquías sexuales, estatus público. Masculinidad, sodomía y sociedad en la España del Siglo de Oro, traducción de Ester Cano Miguel, Valencia, Publicacions Universitat de València, 2009; Garza, Federico, Quemando mariposas. Sodomía e imperio en Andalucía y México, traducción de Lluís Salvador, Barcelona, Laertes, 2002 (2000); Monter, William La otra Inquisición. La Inquisición española en la Corona de Aragón, Navarra, el País Vasco y Sicilia, traducción de Felipe Alcántara, Barcelona, Crítica, 1992 (1990), pp. 325-350.

los demonios del infierno)21; una práctica que, al decir de Pedro Mártir de Anglería, justificó la decisión de arrojar vivos a una jauría de perros a cuarenta líderes aborígenes locales, adoptada por Vasco Núñez de Balboa en octubre de 1513, durante el cruce del Istmo de Panamá.22 b) ofrendar al altar de su dios, de su patria, de su nación, de su raza, un número inusitado de víctimas propiciatorias, en pos de montar un agónico potlatch invertido, un mega-sacrificio potenciado por un siniestro espíritu de emulación, capaz de garantizar, precisamente por su propia desmesura, 21. Institoris, Henricus y Jacobus Sprenger, Malleus Maleficarum, edited and translated by Christopher S. Mackay, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, vol. 1, pp. 258-259: “Hoc etiam plurimum est aduertendum, quod lciet de incubis et succubis mulieribus infestis scriptura tradit, tamen nusquam legitur in vitiis quibuscunque contra naturam (loquendo non solum de sodomitico sed etiam de quocumque alio peccato extra vas debitum) perpere agendo se incubus et succubus fecisse, in quo maxima illorum peccaminum enormitas ostenditur, cum indifferenter omnes demones cuiuscunque ordines illa peragere abhorrent et verecundum estimant.” 22. Biddick, Kathleen: The Shock of Medievalism, Durham, Duke University Press, 1998, p. 125.

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la pervivencia en el tiempo de los referentes metafísicos a los que los asesinos reportan. c) sentar las bases de inéditos órdenes de realidad, con el objeto de fundar un régimen político nuevo, un sistema económico diferente, un paradigma cultural distinto, arrancando la utopía de la esfera inasible del mito para implantarla en las coordenadas espacio-temporales del mundo real. Me parece posible hallar en esta superposición excepcional de regi-

menes de legitimación discursiva diversos, una de las claves explicativas de masacres como las analizadas por los especialistas convocados por José Emilio Burucúa, horrendas danzas macabras que desafían el entendimiento y agotan el espíritu de los científicos sociales que las estudian, atrocidades de lesa humanidad que ofenden hasta lo más profundo nuestra sensibilidad de seres civilizados, y que por ello mismo se nos aparecen, por momentos, como meras excrecencias rituales del orden de lo inexplicable.

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