Psicohigiene y psicoterapia breve: dos modalidades de intervención psicológica en la Argentina de los años sesenta

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Descripción

Psicohigiene y psicoterapia breve: dos modalidades de intervención Argentina de los años sesenta.

psicológica en la

Hernán Scholten Julio Del Cueto * En 1970, el Dr. Hernán Kesselman indicaba la “necesidad de ir elaborando una teoría técnica general que incluyera a todos los procesos correctores de duración y objetivos limitados” (Kesselman, 1977: 15). Bajo esta ultima categoría quedaban englobadas dos modalidades de intervención que a priori parecerían apuntar a objetivos radicalmente diferentes, o cuando menos, no fácilmente compatibles. Por un lado, la psicoterapia breve que tenía como fin la cura de “sujetos que se consideran enfermos, pacientes”. Por otra parte, la psicohigiene que buscaba intervenir sobre sujetos a los “que no se los considera como pacientes, enfermos”, con el objetivo de lograr un aprendizaje (Kesselman, 1977: 30-31). De esta manera, el autor buscaba articular su propuesta de una psicoterapia breve con aquella otra que José Bleger venía sosteniendo desde comienzos de la década de los sesenta y que se había plasmado en su libro Psicohigiene y psicología institucional de 1966. Se trataba en ambos casos de modalidades de intervención psicológica en el ámbito de la Salud Pública que, siguiendo a Nikolas Rose, proponemos caracterizar como “tecnologías humanas”. En contraste con el estatuto subordinado que suele adjudicársele al conocimiento tecnológico en relación con el conocimiento científico, Rose ha propuesto pensar las tecnologías humanas como “ensamblamientos híbridos de conocimientos, instrumentos, personas, sistemas de juicio, construcciones y espacios sustentados a nivel programático por ciertos presupuestos y objetivos respecto de los seres humanos” (Rose, 1996: 6). Esta forma de concebir dichas tecnologías permite vislumbrar que la relación entre la producción teórica, la construcción de espacios y herramientas de intervención y los objetivos –explícitos o implícitos– que las impulsan, es mucho más estrecha y compleja de lo que habitualmente se suele admitir. Ahora bien, a partir de esta definición el problema histórico que querríamos abordar es precisamente aquella articulación entre la psicohigiene de Bleger y la psicoterapia breve de Kesselman bajo la categoría de “procesos correctores de objetivos y duración limitada”. En este sentido, nos interesa indagar si esta categoría realmente reúne dos modalidades de intervención de una misma y única tecnología o si, por el contrario, se trata de dos tecnologías diferentes cuya articulación implica necesariamente la redefinición de alguna de ellas. Comenzaremos para ello con una breve presentación y análisis de la propuesta psicohigienista de Bleger y la psicoterapia breve de Kesselman. La intervención de la psicología en la vida cotidiana Hacia fines de la década de 1950, José Bleger (1922-1972) era un joven médico-psiquiatra que había publicado diversos artículos sobre temáticas ligadas a su especialidad. Desde 1951 integraba el staff de la Revista Latinoamericana de Psiquiatría, ingresando poco después a la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Al año siguiente aparecía su primer libro, Teoría y práctica del narcoanálisis. En 1958 veía la luz Psicoanálisis y dialéctica materialista, generando 1 una ríspida polémica con aquellos psiquiatras que, como él, pertenecían al Partido Comunista . Estos constituían sus antecedentes más destacables al momento en que ingresa en la docencia académica universitaria, asumiendo la titularidad de diversas cátedras de la recientemente creada * Programa de Estudios Históricos de la Psicología en Argentina. Facultad de Psicología, U.B.A. Director Hugo Vezzetti. 1 Los documentos de esta polémica, dispersos en diversas publicaciones especializadas y libros agotados, han sido recientemente recopilados bajo el título Un debate entre marxismo y psicoanálisis y próximamente estarán a disposición del público en www.elseminario.com.ar. 1

carrera de psicología de la UBA. El impacto de su enseñanza ha sido destacado en diversas oportunidades por las primeras camadas de psicólogos profesionales, aún cuando algunos de ellos se opondrían más tarde a sus ideas. Su concepción de la disciplina fue expuesta inicialmente en Psicología de la conducta (1963) y, poco después, en Psicohigiene y psicología institucional 2 (1966) . Es en este último libro donde planteaba uno de los primeros proyectos de formación profesional que definía clara y positivamente las incumbencias del psicólogo y su área de intervención. La psicología era, para Bleger, una praxis con dos momentos, uno teórico y otro práctico, inseparables entre sí. El autor pretendía apartar esta “praxis” del modelo asistencial de la medicina, fundamentándola en la psicohigiene. Esta última, en tanto comprendía “el conjunto de 3 conocimientos, métodos y técnicas para conservar y desarrollar la salud” (Bleger, 1966: 35) , era definida en relación con la higiene mental, entendida a su vez como una parte de la salud pública. La psicohigiene era entonces una novedosa rama de la higiene mental cuya denominación respondía no tanto al hecho de propender hacia la salud mental, sino a la utilización de diversas herramientas (teóricas y técnicas) en todo ámbito donde el hombre desarrolle su actividad cotidiana. La intervención estaba dirigida específicamente a “mejorar y promover la salud de la población (y no 4 solo evitar enfermedades)...” (Bleger, 1966: 185) . Era este, según el autor, el campo preferencial de operación del psicólogo clínico: Con la psicohigiene, el psicólogo está ubicado fuera de la higiene mental y fuera de la salud pública, desde el punto de vista organizativo o institucional de la misma. (Bleger, 1966: 115, el destacado es nuestro) A partir de aquella definición, Bleger se preguntaba entonces dónde debe intervenir el psicólogo, sobre quiénes o qué, de qué forma y con qué herramientas. La respuesta dada operaba como una crítica al modelo tradicional imperante en el ámbito clínico, ya que no se trataba de esperar la consulta de quien padecía una enfermedad sino de salir a la comunidad para intervenir de manera tal que la población requiriera los servicios del psicólogo en situaciones tales que no implicaran una patología: La intervención de un psicólogo en las tensiones de una fábrica o en la correcta crianza de los niños o en la preparación de los jóvenes para la vida sexual o afectiva pertenece a la psicohigiene... (Bleger, 1966: 115) En síntesis, la actividad principal que debía asumir el psicólogo en tanto psicohigienista era la promoción de la salud en diferentes niveles (comunitario, institucional, grupos) siempre apuntando a los factores psicológicos que operan en la actividad cotidiana del hombre. Ahora bien, Bleger justificaba este proyecto de formación del psicólogo en torno a la práctica de la psicohigiene a partir de un diagnóstico de los problemas psicológicos a nivel social, “una verdadera situación de emergencia en lo que concierne al problema de la salud y la enfermedad mental” (Bleger, 1966:167). En este sentido, entendía que los trastornos propios de la sociedad actual no podían ser encarados, en virtud de su magnitud, desde una perspectiva meramente asistencialista. Más que multiplicar los esfuerzos en torno a la formación de especialistas capacitados para abordar terapéuticamente dichos problemas, se trataba de formar nuevos profesionales preparados para operar en un ámbito novedoso y con las herramientas adecuadas. Desde este punto de vista, la psicohigiene se presentaba como un recurso tecnológico privilegiado con el fin de aportar soluciones a la problemática de la salud y el bienestar de la población, es decir 2

Este libro, editado en el mismo año de su retiro de la enseñanza universitaria, constituye en realidad una recopilación de clases y artículos que datan de principios de la década. 3 Es de destacar que en ningún apartado de este volumen aparece definido o problematizado qué entiende el autor por “salud”. 4 En una investigación actualmente en desarrollo indagamos este programa blegeriano a partir de las nociones de “biopoder” y “gubernamentalidad” acuñadas por Michel Foucault. Cfr. Historia de la sexualidad I, Defender la sociedad y Territoire, securité et poblation. 2

una tecnología humana que permitía intervenir en la vida cotidiana de los hombres. Entre las herramientas teóricas con las que estaría provisto este nuevo profesional, ocupaba un lugar destacado el psicoanálisis operativo. En efecto, nuestro autor distinguía tres formas de psicoanálisis –clínico, aplicado y operativo– con características propias cada una de ellas, siendo además diferentes los contextos en los cuales estarían llamadas a intervenir. Dado el limitado alcance social que Bleger le reconocía al psicoanálisis clínico y aplicado, afirmaba que éstos solo llegarían a adquirir una verdadera trascendencia social a partir de los conocimientos que aportaban como método de investigación. El psicoanálisis operativo recogía estos aportes y los utilizaba en situaciones humanas de la vida corriente, en cualquier actividad o quehacer o en toda institución en la que intervienen seres humanos, es decir, en la realidad y la situación viva y concreta (educación, trabajo, juego, ocio, etc.), y en situaciones de crisis normales por las que necesariamente pasa el ser humano (Bleger, 1966:178) La praxis psicoanalítica, entonces, proporcionaba al psicólogo la posibilidad de implementar un “psicoanálisis operativo” que lo introducía en el terreno de la salud mental y la higiene mental, ocupado hasta entonces exclusivamente por los psiquiatras. Este interés de Bleger por resaltar los aportes del psicoanálisis a la construcción de una nueva psicología puede rastrearse hasta la edición de su libro Psicoanálisis y dialéctica materialista (1958). Se trataba allí de integrar y superar las contradicciones entre la teoría y la práctica del psicoanálisis freudiano con el fin de construir una nueva psicología (Del Cueto y Scholten, 2003a). En Psicohigiene y psicología institucional aquella “superación” del psicoanálisis por una nueva psicología aparecía reformulada en virtud de un nuevo problema: el de la práctica profesional del psicólogo. Algunos autores han sugerido –sosteniendo una “hipótesis conspirativa”- que la intención de Bleger, al formular este rol para los psicólogos, se fundamentaba en una defensa corporativa de los intereses de los psicoanalistas (nucleados en la APA) buscando así privar a los psicólogos de la posibilidad de ejercer el psicoanálisis clínico. Esta hipótesis podría encontrar cierto sustento en la ambigüedad de la posición mantenida por Bleger frente al ejercicio de la psicoterapia por parte de los psicólogos. Sin embargo, entendemos que más bien se trataba de incorporar a los psicólogos a una batalla que se dirimía en el campo de la Salud Mental, campo en el cual Bleger 5 participaba activamente desde comienzos de la década de 1950 . En síntesis, la psicohigiene quedaba definida como aquella práctica que constituía al psicólogo como un verdadero agente de cambio social que, al operar en diferentes ámbitos (psicosocial, sociodinámico, institucional y comunitario), perseguía la restitución de una homeostasis perturbada por los procesos de crisis y de cambio en las sociedades contemporáneas. La fundamentación teórica de esta propuesta ya había sido presentada en Psicología de la conducta, a partir de su concepción del hombre como ser social, histórico y concreto. El hombre y la sociedad, sostenía allí Bleger, conforman una única estructura, un sistema abierto, dinámico en permanente cambio y movimiento. De modo tal que al intervenir sobre alguno de sus elementos se produce un cambio que puede afectar a la totalidad del sistema. La masificación de la asistencia psicológica. Paralelamente al desarrollo de esta propuesta blegeriana, el problema de las psicoterapias comenzaba a instalarse como un eje privilegiado en los debates del campo de la Salud Mental en Argentina. Más precisamente, la psicoterapia constituía un problema en, al menos, dos sentidos: por un lado, respecto a qué sector profesional le incumbía el ejercicio legítimo de la psicoterapia – polémica que tuvo su origen con la creación de las carreras de psicología hacia finales de la década de 1950. Por otro lado, a partir de las reiteradas denuncias respecto de la urgencia sanitaria en el área de la salud mental y el déficit de los recursos asistenciales en Argentina, la que quedaba cuestionada era la capacidad de la psicoterapia de convertirse en una herramienta adecuada y eficaz 5

A comienzos de los años cincuenta, Bleger había publicado varios artículos sobre Higiene Mental que es posible ubicar en relación a los lineamientos trazados por la sociopsiquiatría de Gregorio Bermann. 3

que pudiera revertir esa situación. Es en este contexto que comenzaba a vislumbrarse la necesidad de desarrollar una herramienta terapéutica cuya aplicación pudiera implementarse a escala social: la psicoterapia breve. En efecto, una proliferación de escritos, en diversas publicaciones de la época, testimoniaba una creciente preocupación respecto de su ejercicio, de sus objetivos, y de la necesidad de elaborar una sólida teoría de esta técnica. En este sentido, la revista Acta psiquiátrica y psicológica de América Latina organizaba en 1968 un coloquio sobre este tema, invitando a debatir a prestigiosos profesionales de la Argentina. Pocos después, el Dr. Hernán Kesselman destacaba la “necesidad actual de masificar la asistencia psicológica”, masificación que consideraba incompatible con tratamientos “psicológicos individuales prolongados” tales como el psicoanálisis (Kesselman, 1977:17). Este autor era psiquiatra y había realizado su formación psicoanalítica en la APA. Para ese momento ya había participado en la fundación del grupo Plataforma Internacional, que conformaba una fracción crítica dentro de la International Psychoanalytical Association. También formaba parte del equipo asistencial del Hospital Aráoz Alfaro, donde coordinaba las actividades de un grupo de psicólogos, junto a los cuales publicará Psicoterapia Breve en 1970, con un prólogo de Bleger. En este libro, Kesselman comenzaba estableciendo una distinción entre aquellas intervenciones ubicadas en el campo de la salud (psicohigiene) y aquellas otras que correspondían al campo de la enfermedad (las psicoterapias breves, programadas o psicoterapias de duración y objetivos limitados). Todas ellas, como ya consignamos, eran a su vez englobadas bajo la denominación común de “procesos correctores de duración y objetivos limitados”. La particularidad de la psicoterapia breve era establecida a partir de dos características fundamentales que la diferenciaban del psicoanálisis: la planificación previa y la flexibilidad en cuanto a la utilización de diversos encuadres y técnicas. Además, la idoneidad y la eficacia del 6 trabajo psicoanalítico estarían apoyadas en cinco exigencias que resultaban incompatibles con la psicoterapia breve. En este sentido, Kesselman le otorgaba al psicoterapeuta una posición menos rígida que al psicoanalista en tanto podía, e incluso debía recurrir en su tarea a todas aquellas herramientas (por ejemplo, cuestionarios, test proyectivos, técnicas de dramatización, etc.) que le permitieran ejercer eficazmente su labor de agente corrector. Para este autor la eficacia de la psicoterapia breve estaba dada por su duración limitada, su carácter popular y su enfoque sobre “las necesidades de nuestra realidad”, mientras que su idoneidad estaba determinada por una teoría de la técnica asentada sobre bases sólidas. En este sentido, la psicoterapia breve no era el resultado de una mera abreviación del tratamiento psicoanalítico sino más bien de “la construcción de instrumentos adecuados para prestar asistencia psicológica a la gran masa de la población” (Kesselman, 1977:19). A su vez, Kesselman pretendía asentar al conjunto de los procesos correctores “sobre una ideología que tiende a privilegiar las necesidades de todos por encima de las necesidades de algunos” (Kesselman, 1969: 59), y cuyo principio fundamental era la adaptación de encuadres y técnicas a situaciones y pacientes de cualquier tipo. Desde este punto de vista, la psicoterapia breve constituía un recurso tecnológico privilegiado con el fin de aportar una solución al problema de la enfermedad mental ya que permitía una masificación de la asistencia psicológica. En otras palabras, se trataba de una tecnología humana que permitía intervenir en el campo de las conductas desviadas. Este concepto, aclaraba el autor, no refería a la adaptación del sujeto a una norma fija y universal que haría del proceso corrector una herramienta para la sumisión social sino que “el sentido de la corrección lo da la operatividad funcional y social de la misma” (Kesselman, 1977: 34). Es a partir de estas cuestiones que Kesselman introducía algunas reflexiones de carácter ideológico –que, fundamentalmente, giraban en torno a las nociones de “cambio” y “adaptación”– entablando un diálogo con Bleger al preguntarse si el agente corrector era un verdadero agente de 6

Se trataba de la extensión temporal, la tolerancia al sufrimiento, el vínculo cerrado analista-paciente, el costo del tratamiento y la investigación “libre” o no directiva. 4

cambio. En última instancia, el interrogante que se plantea aquí es si los procesos correctores favorecerían, tanto en los psicoterapeutas como en los pacientes, la adaptación social o a lo sumo un “disconformismo” que no llegaría a someter a crítica al status quo y la ideología dominante. Estas últimas cuestiones no eran para Kesselman aspectos secundarios o autónomos respecto a la teoría y la técnica: por el contrario, la problemática de la adaptación radicaba “en la ideología que sustenta los esquemas teóricos referenciales del terapeuta frente al drama del hombre y la sociedad alienada” (Kesselman, 1977:41). En este sentido, la absoluta objetividad o neutralidad en psicoterapias serían imposibles dado que la ideología, a favor del status quo o de la transformación 7 social, estaría presente en los criterios de curación que guían el trabajo del psicoterapeuta . Llegados a este punto, es posible discernir cuál sería el papel que Kesselman le asigna al agente corrector en la sociedad y, a su vez, cuál es la noción de sociedad que sustenta. En primer lugar, el psicoterapeuta tendría una “responsabilidad social”. Con ello se refiere a los sentimientos, pensamientos y acciones que demuestran, en mayor o menor grado, que un sujeto es capaz de identificarse con los intereses de su clase (si se trata de un proletario, perteneciente a la clase oprimida) o con los intereses de la otra clase (si se trata de un burgués, perteneciente a la clase opresora) (Kesselman, 1969: 65). Esta distinción entre proletarios y burgueses, oprimidos y opresores, así como la referencia a la noción de interés de clase, es indicativo de una concepción de la sociedad centrada en la idea de conflicto o lucha de clases. Consecuente con esta concepción de sociedad, los “principios básicos” que guiaban un proceso corrector eran caracterizados mediante una analogía con un modelo bélico: la logística, la estrategia, la táctica y la técnica. …el agente corrector es visualizado como un soldado que tiene que combatir contra un enemigo, que es la enfermedad, frente a la cual tiene que plantearse qué posibilidades de logro y éxito tiene. (Kesselman, 1977: 39) Si bien este éxito, medido en relación con las posibilidades de cura, estaba limitado por la “ideología dominante del sistema”, este autor sostiene que sería posible enfrentarse a él mediante, por ejemplo, el desenmascaramiento de los ardides a los que recurre la “penetración imperialista”. Se abriría entonces “un amplio campo de conocimientos, que el psicoterapeuta puede instrumentar en su consultorio o fuera de él a favor (y no en contra) del proceso revolucionario nacional” (Kesselman, 1969: 74). CONSIDERACIONES FINALES Entendemos que lo desarrollado hasta aquí justifica considerar como tecnologías humanas a las modalidades de intervención que presentamos puesto que las mismas implican una articulación compleja de conocimientos, instrumentos y espacios para el desarrollo de programas de intervención sobre los comportamientos de los seres humanos. Resta ahora aclarar si estos programas constituyen o no dos variedades de una misma y única tecnología. Será necesario entonces constatar si existen afinidades entre la psicohigiene y la psicoterapia breve a nivel de sus fundamentos, esto es si armonizan sus “presupuestos y objetivos respecto de los seres humanos” (Rose, 1996: 6). Hemos visto cómo, a partir de la verificación de la insuficiencia de los recursos asistenciales tradicionales –especialmente el psicoanálisis–, José Bleger y Hernán Kesselman formulaban sus propuestas con la finalidad explicita de construir herramientas psicológicas de intervención a escala social. En efecto, si bien ambos autores reconocían la eficacia del psicoanálisis dentro un encuadre previamente determinado, lo que señalaban era justamente las limitaciones de ese encuadre. En este 7

La adscripción de Kesselman a Plataforma Internacional, resulta coherente con la introducción de esta nueva modalidad de intervención en tanto constituye una crítica, aún no del todo explicitada, al modelo rígido, jerárquico y aislado de las problemáticas sociales que representaba el psicoanálisis ortodoxo de la APA. 5

sentido, la psicohigiene de Bleger y la psicoterapia breve de Kesselman se dirigían hacia un ámbito que desbordaba el marco psicoanalítico clásico abriéndose explícitamente hacia la sociedad. Ahora bien, más allá de esta común referencia al estatuto del psicoanálisis y a la necesidad de abrir la práctica psicológica a una dimensión social, la noción misma de sociedad en que cada autor sustentaba su propuesta era radicalmente diferente. Ubicamos allí una discrepancia substancial a nivel de los presupuestos, que implica también un contraste en la formulación de los respectivos objetivos. Por cierto, como hemos esbozado anteriormente, la psicohigiene blegeriana estaba respaldada en lo que se podría denominar un modelo orgánico de sociedad, en la medida en que para este autor la sociedad constituía un sistema abierto susceptible de perder su homeostasis o equilibrio a partir de diversas situaciones de crisis. Consecuentemente, el papel asignado al psicohigienista como agente de cambio era intervenir a fin de restablecer o minimizar las tensiones que podían emerger en el entorno social cotidiano de los seres humanos. Por el contrario, la psicoterapia breve propugnada por Kesselman estaba sostenida en la consideración de la sociedad como un espacio de conflictos y lucha de clases irreductibles (oprimidos/opresores, proletarios/burgueses). Esta apreciación justificaba la analogía bélica utilizada por este autor y llevaba a percibir al psicoterapeuta, en tanto agente de cambio, como un soldado cuyo objetivo, la cura, solo se lograría triunfando sobre el enemigo, la enfermedad. En tanto la enfermedad era representada como el producto de una sociedad alienante, la cura reclamaba una transformación total de dicha sociedad. De esta manera resulta posible oponer las concepciones de sociedad de ambos autores en términos de una confrontación entre reformismo y revolución. Para Bleger se podían producir cambios que afectaran al todo social a partir de la acción sobre sus elementos constitutivos, mientras que para Kesselman esta opción sería, en ultima instancia, una forma de perpetuar el sistema opresor vigente, el cual era necesario transformar radicalmente a partir de la acción revolucionaria. En síntesis, en la medida en que los presupuestos y los objetivos que sustentaban ambas modalidades de intervención eran incompatibles, los espacios de operación, las tácticas y estrategias empleadas y los conocimientos e instrumentos que conformaban estas dos tecnologías humanas también deberán ser considerados como radicalmente diferentes. En vista de esta incompatibilidad queda abierta la pregunta acerca de la razón por la cual Kesselman pretendía ubicar a la psicohigiene y a la psicoterapia breve como dos prácticas complementarias, subsumidas bajo la categoría de procesos correctores de duración y objetivos limitados.

BIBLIOGRAFIA   



Bleger, José, (1958) Psicoanálisis y dialéctica materialista, Buenos Aires, Paidós; (1966a) Psicohigiene y psicología institucional, Buenos Aires, Paidós. Kesselman, Hernán, (1977) Psicoterapia breve, Madrid, Editorial Fundamentos (1º edición, Ed. Kargieman, 1970); (1969) “La responsabilidad social del psicoterapeuta” en Cuadernos de Psicología Concreta, Buenos Aires, número 1. Del Cueto, Julio y Scholten, Hernán (2003a) “Los avatares de una epistemología heterodoxa. A propósito de Psicoanálisis y dialéctica materialista de José Bleger”, II Jornadas de Historia de las Ciencia Argentina, Buenos Aires; (2003b) “Psicoanálisis, psicología e ideología” en XI Anuario de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Rose, Nikolas (1996) Inventing our selves, Cambridge University Press. (Hay traducción castellana de los cap. I y II en www.elseminario.com.ar).

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