Psicoanálisis y eugenesia en el campo criminológico chileno de la década de 1930 y 1940: indagaciones a partir de algunos escritos del Juez de Menores Samuel Gajardo

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Descripción

Psicoanálisis y eugenesia en el campo criminológico chileno de la década de

1930 y 1940

Indagaciones a partir de algunos escritos del juez de Menores Samuel Gajardo Silvana Vetö*

Investigando acerca de las apropiaciones y utilizaciones del psicoanálisis en Chile entre 1910 y fines de 1950, hemos puesto de relieve recientemente algunos de los intercambios e hibridaciones entre dicha disciplina y otros discursos presentes contemporáneamente en nuestro campo cultural.1 En las décadas de 1930 y 1940, uno de los más interesantes intercambios del psicoanálisis fue realizado con las ideas vinculadas al movimiento eugenista, el cual tuvo recepción y aplicaciones en nuestro país en las décadas de 1920 y 1930 especialmente. Uno de los campos de encuentro entre estos discursos fue el de la criminología, en el cual los saberes y métodos de la medicina, la psiquiatría y el derecho, se entreveraban.2 Intentaremos aquí, a partir de un corpus que enseguida delimitaremos, despejar y plantear algunas preguntas vinculadas a dichas interpenetraciones entre psicoanálisis y eugenesia en el campo de la criminología. El corpus del cual se trata está conformado por algunos trabajos del primer juez de Menores de Chile, Samuel Gajardo Contreras (1894-1969), quien tuvo un rol importantísimo, y hasta hoy ignorado, en las tempranas apropiaciones y divulgaciones del psicoanálisis en nuestro país. Generalmente, Gajardo es reconocido como una importante personalidad en el campo de los derechos del niño, delincuencia infantil y juvenil, y especialmente por su participación en la creación de la primera Ley de Protección de Menores de nuestro país, la Ley No. 4.447 (promulgada en 1928), por su rol como primer juez de Menores (a partir de 1928) y, aunque de manera más restringida, por su larga trayectoria como profesor de Medicina Legal de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, donde integró el equipo del ramo entre 1928 y mediados de los cincuenta. * Doctora en Historia. Académica Regular del Doctorado en Psicoanálisis y de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello. 1 Silvana Vetö, Disputas por el dominio del alma. Historia cultural del psicoanálisis en Chile, 1910-1950. Tesis para optar al grado de Doctora en Historia, Universidad de Chile, 2014. 2 Otro de los campos de encuentro y cruce entre psicoanálisis y eugenesia en nuestro país fue el de la educación, particularmente la educación sexual, lo cual hemos explorado preliminarmente en otro lugar. Véase: Silvana Vetö, Psicoanálisis, higienismo y eugenesia: educación sexual en Chile, 1930-1940, Nuevo mundo Mundos nuevos, Coloquios, puesto en línea el 9.06.2014, http://nuevomundo.revues.org/66920. [Consultado el 22.09.2014].  | 163

Además de lo anterior, Gajardo fue un escritor prolífico, que si bien se especializó en las temáticas recién mencionadas, exploró también otras áreas, como la psicología, el psicoanálisis, la sociología y la filosofía. Publicó una inmensa cantidad de artículos en revistas académicas y periódicos, escribió también algunas novelas, biografías de grandes personajes de la historia de Chile, como Bernardo O’Higgins y Arturo Alessandri Palma, así como sus propias memorias. La sorprendente actividad pública de Gajardo, así como sus numerosas apariciones en la prensa local, le valieron incluso ser reconocido entre “Las 42 personas más populares de Chile”, según la revista Zig-Zag en (ca.) 1938, junto a personajes públicos de la talla del cardenal José María Caro; la poeta Gabriela Mistral; el ex presidente Arturo Alessandri Palma; el Dr. Sótero del Río; el senador Dr. Eduardo Cruz-Coke; numerosos diputados, artistas, deportistas, etc.3

“Las 42 personas más populares de Chile”. El Juez Gajardo se encuentra en la primera línea bajo el título, segunda casilla de izquierda a derecha. Revista Zig-Zag, 1938.

3 La nieta del juez Gajardo, Leonora Gajardo, compartió con nosotros una cantidad importante de documentos sobre su abuelo. Destaca entre dichos documentos, un álbum de recortes de todas sus apariciones en periódicos y revistas durante su vida. Muchos de ellos no incluyen referencias, como título de la publicación ni fechas. Hemos intentado buscar estas referencias por otros medios, pero en muchos casos no ha sido posible. Los documentos de dicho archivo son indicados como provenientes del “Archivo Familia Gajardo” y se consignará la mayor cantidad de datos referenciales que haya sido posible encontrar. 164 | 

Aquí revisaremos los planteamientos de Gajardo plasmados en su manual de Medicina Legal publicado en 1946 bajo el título Definiciones y síntesis de Medicina Legal,4 así como dos de sus novelas, Desarmonía sexual y Cuando los niños no cantan.5 Las cuatro novelas publicadas por Gajardo,6 de entre las cuales aquí sólo revisaremos las dos mencionadas por prestarse mejor al eje de indagación, son fuentes de gran interés, puesto que son casos ficcionados construidos en torno al trabajo del juez de Menores. Como señala el crítico literario más importante de la época, Hernán Díaz Arrieta (Alone) en el texto de solapa de Cuando los niños no cantan: Desde todos los puntos de la ciudad, los padres, las madres, los apoderados, las víctimas y, a veces, también los cómplices, le llevan al Juez Gajardo sus reclamos y le exponen como a un confesor, su tragedia íntima, el problema de las existencias juveniles descarriadas que desean orientar, que a menudo no logran entender. Él escucha con la mano en el código y el pensamiento en su corazón. Sale de allí una sentencia. Pero, poco después, entre los papeles de la carpeta judicial, va formando otros expedientes y acaba de salir, también, un libro, una historia, una novela. Sus páginas ofrecen así el valor de verdaderos documentos y servirán al historiador futuro para tomarle el pulso a la moral contemporánea, para ver a qué grados llegó tal fiebre, cómo pudieron desarrollarse determinadas epidemias y hasta qué hondura caló la llaga aparente.7

Cabe destacar que el caso de Gajardo no es único ni aislado. Los nexos entre psicoanálisis y eugenesia pueden encontrarse también en los escritos del abogado porteño y profesor de Medicina Legal de la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile en Valparaíso, Juan Andueza Larrazábal (1890-1972);8 en los del psiquiatra y psicoanalista católico Manuel Francisco Beca Soto (1910-1958); en las investigaciones endocrinológicas del Dr. Alejandro Lipschütz Friedman (1883-1980); en los numerosos textos y novelas del médico cirujano, marino, diplomático y escritor Juan Marín Rojas (1900-1963). También en el trabajo criminológico emprendido en prisiones por el Dr. Luis Cubillos Leiva, así como en el de la Clínica de Conducta de la Escuela Experimental de Desarrollo, 4 5

Gajardo, Samuel. Definiciones y síntesis de Medicina Legal. Santiago: Universo, 1946. Gajardo, Samuel. Desarmonía sexual. Santiago: Soc. Impr. y Lit. Universo, 1937; Cuando los niños no cantan. Santiago: Zig-Zag, 1949. 6 Las otras dos son: Gajardo, Samuel. Madre. Santiago: Dirección General de Prisiones, 1938; y Un adulterio. Santiago: Gala, 1954. 7 Díaz Arrieta, Hernán (Alone). Presentación. En: Gajardo, Samuel. Cuando los niños no cantan, solapa del libro 8 Sánchez Delgado, Marcelo. Apropiación latinoamericana de la eugenesia anglosajona: Discursos en Chile y Argentina sobre la ley de esterilización obligatoria del nacionalsocialismo. En: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo (dirs.). Una historia de la eugenesia: Argentina y las redes biopolíticas internacionales, 1912-1945. Buenos Aires: Biblos, 2012, pp. 367-91; Itinerario intelectual de un profesor chileno de Medicina Legal en la década de 1930. Revista Historia y justicia 2, abril 2014, pp. 1-26.  | 165

dirigida por el Dr. Guillermo Agüero Correa, e incluso, hasta cierto punto, en la tesis de medicina del ex presidente Dr. Salvador Allende Gossens, Higiene mental y delincuencia.9 El campo criminológico chileno en las décadas de 1930 y 1940

Una indagación en el campo cultural chileno de las décadas en estudio, demuestra que se trató de un período de profundas transformaciones, en las cuales se modelaron las relaciones contemporáneas entre lo privado y lo público, entre el individuo, la familia y el Estado. En términos históricos más precisos, es posible decir que en esas dos décadas se consolidó el llamado “Estado Asistencial”, el cual había sido introducido tras la caída del parlamentarismo oligárquico con la aprobación de la Constitución de 1925, pero que no tuvo todos sus efectos sino hasta el final de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, en 1931. A fines de la década de 1920, los problemas sociales que afectaban a los chilenos se anidaban sobre todo en las nuevas generaciones; las enfermedades de trascendencia social, la delincuencia, la vagancia, el abandono, el trabajo infantil, la prostitución, entre otros, eran temas que aún no habían sido encarados con efectividad desde el Estado y que no podían seguir siendo obviados. La promulgación de la ya mencionada Ley 4.447 sobre Protección de Menores (el 18 de octubre de 1928), implicó un avance sustancial y crucial en el cuidado de la infancia, y en las posibilidades de intervención del Estado en asuntos que hasta ese momento se juzgaban pertenecientes a la esfera privada. Como señala Gajardo en su libro de divulgación de la ley: “La intimidad del hogar no debe, pues, ser indiferente al Estado, como lo era hasta hace poco, y éste exige hoy a todos los hombres que tienen a su cargo la tutela de los niños, una correcta vida privada”.10 Más adelante agrega: “La Ley 4.447 da al Estado intervención directa sobre el hogar, a fin de observar si la vida que en él se desarrolla puede constituir un peligro para la salud moral de los niños, en cuyo caso debe sustraerlos de aquel ambiente pernicioso”.11 Debido a esto último, la ley significó también la creación de nuevas instituciones: la Dirección General de Protección de Menores, a cargo del médico y profesor de Neurología de la Universidad de Chile, Dr. Hugo LeaPlaza; el Juzgado Especial de Menores y la nueva figura del Juez de Menores, encarnada por Gajardo; la Casa de Menores, anexa al Juzgado y dirigida también por Lea-Plaza; y el Reformatorio para niños, llamado Politécnico Elemental de Menores “Alcibíades Vicencio”, dirigido por el profesor egresado del Instituto 9 Véase: Allende, Salvador. Higiene mental y delincuencia. Memoria de Prueba para optar al título de Licenciado en Medicina, Universidad de Chile, 1933. 10 Gajardo, Samuel. Los derechos del niño y la tiranía del ambiente: divulgación de la ley 4.447: psicología, educación, derecho penal. Santiago: Nascimento, 1929, p. 19. 11 Ibíd., pp. 19-20. 166 | 

Pedagógico, Mario Inostroza, y cuyo primer psicólogo, quien se desempeñaba también en la Casa de Menores, fue el profesor Abelardo Iturriaga. Si hasta 1928 la infancia no era reconocida en su especificidad jurídica,12 sino únicamente como excepción al estatus del mayor de edad (que era también el “ciudadano”), con la promulgación de la ley el ordenamiento jurídico referido a la infancia en Chile entraba en una nueva etapa.13 La ley circunscribía la infancia dentro de la categoría jurídica del “menor”, que hacía referencia a aquellos que no habiendo alcanzado aún la mayoría de edad, se encontraban en situación irregular, abandono, pobreza y marginalidad. Eran concebidos como delincuentes (o potenciales delincuentes), y representaban un peligro para sí mismos y para la sociedad.14 Se trataba de aquellos niños que habían sido abandonados por el sistema de protección familiar y sobre los cuales, por ende, ya no recaía la “patria potestad”, es decir, el poder paterno, apareciendo en su lugar, el poder del Estado, el llamado “sistema tutelar”, el cual asumía por primera vez la protección de la infancia desvalida y abandonada.15 A través de la Ley de Protección de Menores, el Estado pretende hacerse cargo de todo menor en situación irregular, esto es, en situación de abandono, en peligro moral o material, y de los delincuentes.16 Su función principal es, como señala la ley, “atender al cuidado personal, educación moral, intelectual y profesional de los menores de veinte años que se hallaren en situación irregular”.17 A diferencia de la Escuela Clásica de Derecho Penal, que comandaba el Código Penal de adultos (y todo el marco jurídico de la época, en general), donde el crimen era sancionado exclusivamente a través del castigo, la Dirección General de Protección de Menores y el Juzgado de Menores empleaban herramientas fundamentalmente preventivas y educativas. Se entendía que la culpa de los actos delictivos en que incurrían los menores no recaía en ellos mismos, sino en el ambiente familiar y social en que crecían. En tal sentido, castigar automáticamente a los niños mismos no sería más que un acto de injusticia. En su lugar, se impone conocer las causas y corregirlas: “deficiencias fisiológicas o mentales, abandono de los padres, mal ejemplo de las personas que los rodean. Entonces, más útil que imponerles un sufrimiento, dejando subsistir las causas, es extirpar éstas”.18 12 Couso, Javier. Los niños en los tiempos de los derechos. En: Dooner, P. y Medina, H. (eds.). Por los caminos de la esperanza. Santiago: Sename, 2000, pp. 45-64. 13 Cillero, Miguel. Evolución histórica de la consideración jurídica de la infancia y adolescencia en Chile. En: Pilloti, Francisco (comp.). Infancia en riesgo y políticas sociales en Chile. Montevideo: Instituto Interamericano del Niño, 1994, pp. 223-50. 14 Cillero, Miguel. Los derechos del niño: de la proclamación a la protección efectiva, Justicia y derechos del niño, 3, diciembre 2001, pp. 49-63. 15 Véase: Donzelot, Jacques. La policía de las familias. Valencia: Pre-textos, 1998. 16 Gajardo, Samuel. Justicia con alma. Santiago: Impr. Dirección General de Prisiones, 1936, p.24. 17 Gajardo, Samuel. Los derechos del niño…, op. cit., p. 15. 18 Ibíd., p. 63.  | 167

La orientación de las políticas sociales de la época, sobre todo a partir de la década del treinta, se vio profundamente influida por los preceptos del movimiento higienista, el cual cambiaba el eje desde el castigo hacia la prevención, y consagraba el inicio de la era de las funciones propiamente disciplinarias del Estado, que apuntan a vigilar, examinar, medir e intervenir antes incluso que se llegue al ámbito de lo penal propiamente tal.19 En la ley en cuestión, esta función se advierte en su definición del “estado peligroso”, “revelado por las características psicológicas del delincuente, que lo hacen un individuo temible, sea que haya incurrido en delito, leve o grave, o que sin haber delinquido, observe una conducta irregular que haga presumir futuros delitos”.20 En dichos casos, el Tribunal procede a medidas de reclusión que apuntan a la “defensa social”, no de “carácter expiatorio”, como se expresa Gajardo, sino como “labor reeducativa”.21 El Dr. Waldemar Coutts, famoso eugenista que dirigió largamente la División de Higiene Social del Ministerio de Higiene, Asistencia, Previsión Social y Trabajo (creado en el marco de las reformas de 1925), señala en el prólogo al libro de Gajardo sobre la Ley de Menores, que las nuevas perspectivas en el Derecho provenían sobre todo del “fracaso registrado en la aplicación de los medios punitivos y educacionales empleados hasta hace poco para la corrección y educación de los niños, y que se traduce en un aumento de las cifras estadísticas criminales a espensas de individuos cada vez más jóvenes”.22 Las muestras del fracaso de las técnicas represivas sobre la delincuencia eran ya claras en muchos países y en diversas dimensiones. Se ha demostrado que, por ejemplo, en materia de educación sexual hubo que hacer un giro hacia modalidades más preventivas.23 También fue así en el ámbito del Derecho Penal. Allí, estos nuevos enfoques tomaron las perspectivas de la llamada “Escuela Positiva”, que se desarrolló en sintonía con el ingreso de la infancia al marco jurídico (la adolescencia lo hará mucho más tarde), así como con una mayor comunicación y colaboración con los especialistas de lo psíquico. La doctrina penal clásica, de raíz liberal, racionalista e iluminista, que otorgaba pleno lugar al libre albedrío, fue desplazada en importancia en nuestro país por la influencia de la Escuela Criminal Antropológica o Escuela Positiva, desarrollada en Italia primero por Cesare Lombroso (1835-1909), desde mediados del siglo XIX, y posteriormente por Enrico Ferri (1856-1929) y Raffaele Garófalo (1851-

19 Este desplazamiento, en el contexto internacional, está explicado en: Rose, Nikolas. The Psychological Complex: Psychology, Politics and Society in England, 1869-1939. Londres: Routledge & Kegan Paul, 1985; Foucault, Michel. Los anormales: Curso en el Collège de France (1974-1975). Buenos Aires: FCE, 2000. 20 Gajardo. Samuel. Los derechos del niño…, op. cit., pp. 132-133. 21 Ibíd., p.133. 22 Coutts, Waldemar. Prólogo. En: Gajardo. Samuel. Los derechos del niño…, op.cit., p. 7. 23 Labarca, Catalina. Todo lo que usted debe saber de las enfermedades venéreas. Las primeras campañas de educación sexual estatales entre 1927 y 1938. En: Zárate, María Soledad (comp.). Por la salud del cuerpo. Historia y políticas sanitarias en Chile. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2008, pp. 81-129. 168 | 

1934), los cuales, según los estudios de Raúl Carnevali, tuvieron incluso mayor injerencia que Lombroso en nuestro país.24 A diferencia de éste, que enfatizaba cuestiones de orden biológico-anatómico para clasificar al criminal, aquéllos destacaban los factores sociales y psíquicos, así como la responsabilidad de la sociedad en la producción del criminal y, por lo tanto, la necesidad de otorgar tratamiento en lugar de castigo.25 El educador, abogado y político Valentín Letelier (1852-1919), profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y además rector de la misma entre 1906 y 1913, es reconocido como el introductor y difusor de las doctrinas positivistas en nuestro país.26 Según Letelier, la Escuela Clásica había demostrado su impotencia, por dos razones: primero, por no lograr disminuir la delincuencia y, segundo, por “su inequidad, pues cuando imputa toda la culpa al delincuente, exime de toda responsabilidad a la sociedad que lo ha formado, educado i guiado”.27 Raimundo del Río (1894-1965), profesor de Derecho Penal y de Medicina Legal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile por más de treinta años, quien, como muchos otros, fue influido directamente por Letelier, defendió también las ideas de la Escuela Positiva. En la primera edición de su influyente libro El problema penal, en 1916, planteaba que “la escuela positiva […] no admite el libre albedrío como fundamento de la responsabilidad penal”, que “el estudio de la antropolojía demuestra que los delincuentes presentan anomalías orgánicas, psicolójicas i morales que los distinguen de los demás hombres” y que “el estudio de la estadística demuestra que las penas por sí solas no bastan a disminuir la delincuencia”.28 Ya aquí es posible distinguir aquellos aspectos por los cuales esta orientación, a primera vista tan ajena a lo psicoanalítico, abre un suelo fértil para su implantación. Al poner en tela de juicio el libre albedrío, se admite la posibilidad de que el sujeto sea guiado en sus acciones criminales por motivos que se encuentran más allá de su dominio intencional, y que tienen que ver con su constitución, con su ambiente social y con su desarrollo psíquico. Por esa vía, pone al centro de la escena también a la infancia y el entorno familiar. Más adelante, en las continuas reediciones de su libro, Del Río matiza sus posiciones, dando mayor importancia a los factores ambientales sobre los 24 Carnevali, Raúl. La ciencia penal italiana y su influencia en Chile, Política Criminal 6, 2008, pp. 1-19. 25 Véase: León, Marco Antonio. Los dilemas de una sociedad cambiante: criminología, criminalidad y justicia en Chile contemporáneo (1911-1965), Revista Chilena de Historia del Derecho 19, octubre de 2012, ‹http:// www.sye.uchile.cl/index.php/RCHD/article/viewArticle/23262/24602› [Consultado el 14.06.2013]. 26 Véase: Subercaseaux, Bernardo. Historia de las ideas y de la cultura en Chile, Tomo III. Santiago: Universitaria, 2004; Ruiz Schneider, Carlos. De la república al mercado: Ideas educacionales y política en Chile. Santiago: LOM, 2010. 27 Letelier, Valentín. Jénesis del Derecho. Santiago: Hume y Walker, 1919, p. 414, citado por Jean Pierre Matus, El positivismo en el Derecho Penal chileno: Análisis sincrónico y diacrónico de una doctrina de principios del siglo XX que se mantiene vigente, Revista de Derecho XX, núm. 1, julio 2007, 178. 28 Del Río, Raimundo. El problema penal. Santiago: Imprenta Universitaria, 1916, p. 40.  | 169

constitucionales, así como disminuyendo, muy al modo de la Escuela Positiva, la impronta moral del crimen, para otorgarle mayor importancia a la responsabilidad de la sociedad y a tratar la criminalidad ahora como una enfermedad que requiere, por lo tanto, del tratamiento de especialistas. “La criminología, como ciencia destinada a desentrañar las causas y proponer los remedios a dicha enfermedad”,29 comenzó a ser seriamente desarrollada desde esta época, significando uno de los más decisivos impulsos en la divulgación del psicoanálisis en Chile. En las Jornadas Neuro-Psiquiátricas Panamericanas celebradas en Santiago en 1937, los doctores Luis Cubillos Leiva e Israel Drapkin afirmaban: Se comprende que una vez aceptada la importancia del estudio y observación del delincuente que preconizaron los autores y discípulos de la Escuela Positiva y establecido el principio o postulado de que el acto delictuoso es el producto de condiciones físicas y psíquicas del hombre delincuente y de factores económicos y sociales; se pensaran y se organizarán servicios especiales en las prisiones destinadas a la mejor orientación científica de estos establecimientos.30

Desde la segunda mitad de la década de 1930, abundan iniciativas de la índole mencionada por Cubillos y Drapkin. En septiembre de 1934, se había aprobado en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile la creación de un Seminario de Derecho Penal y Medicina Legal, para la investigación de las características de la delincuencia y los delincuentes nacionales, y para servir de lugar de encuentro a iniciativas que se desarrollaran en el país en torno a dichas temáticas.31 Por otro lado, se encontraba en curso una reforma del Código Penal, cuya redacción le sería posteriormente encargada al profesor de Derecho Penal de la misma Facultad, Gustavo Labatut Glena, y al ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Pedro Silva Fernández, que si bien nunca se aplicó, llevaba la impronta de la Escuela Positiva.32 Por otra parte, se estaba preparando el proyecto de Ley Orgánica de Prisiones, que incluía la creación del Instituto de Clasificación y Criminología de Chile, fundado finalmente en 1936 bajo la dirección del ya mencionado Dr. Israel Drapkin. En 1937, se funda también el Instituto de Ciencias Penales en la Universidad de Chile, dirigido por Raimundo del Río, a cuyo cargo pasaría en 1938 la Revista de ciencias penales, que hasta el momento dependía de la Dirección General de Prisiones, y que tendría 29 León, Marco. Los dilemas de una sociedad…, op. cit., p. 224. 30 Cubillos, Luis y Drapkin, Israel. Importancia y valor real de los servicios de observación médico-criminológicos en la nueva técnica penitenciaria, Actas de la primera reunión de las Jornadas Neuro-Psiquiátricas Panamericanas. Santiago: Prensas de la Universidad de Chile, 1938, pp. 633-634. 31 Cabe destacar, a modo de contraposición, que la Medicina Legal se enseñaba en la Escuela de Medicina desde 1833. Sin embargo, no es allí donde encontramos los aportes del psicoanálisis, sino en la Medicina Legal enseñada en la Escuela de Derecho. 32 Matus, Jean Pierre. La doctrina penal de la (fallida) recodificación chilena del siglo XX y principios del XXI, Política Criminal 5, núm. 9, julio 2010, 143-206, ‹http://www.politicacriminal.cl/Vol_05/n_09/Vol5N9A4.pdf› [Consultado el 21.06.2013]. 170 | 

entonces un nuevo redactor general, el abogado Abraham Drapkin (hermano del director del Instituto de Criminología), seguidor también de las doctrinas de la Escuela Positiva. El Instituto de Clasificación y Criminología era un “organismo llamado a desempeñar un rol preponderante en el estudio de las características propias de nuestra delincuencia, buscando soluciones adecuadas a sus especiales condiciones”.33 Debía recibir la colaboración tanto del Instituto de Ciencias Penales como de la Dirección General de Prisiones, del Seminario de Derecho Penal y Medicina Legal de la Universidad de Chile (del cual participaban Gajardo, Labatut, Del Río, entre muchos otros), a la vez que auspiciar y alimentar la Revista de ciencias penales.34 Por otra parte, a fines de 1935 había sido creada la Revista de psiquiatría y disciplinas conexas, que incluía, como señala su subtítulo “Psico y Neuropatología, Psiquiatría Forense, Criminología, Psicología, Higiene y Profilaxia Mentales, etcétera”. La revista, que era órgano de la Sociedad Chilena de Neurología, Psiquiatría y Medicina Legal, publicaba las presentaciones y discusiones de dicha institución, así como crónicas, reseñas y artículos originales de las especialidades, y también actas de encuentros regionales, como las Primeras Jornadas NeuroPsiquiátricas Panamericanas. Así, para mediados de la década del treinta, la influencia de la Escuela Positiva, y con ella el desarrollo de la criminología, que integraba los nexos entre derecho y disciplinas psi –el psicoanálisis entre ellas–, ya era clara en nuestro país, lo mismo que en otros países latinoamericanos. En las Jornadas Neuro-Psiquiátricas Panamericanas de 1937, puede verse con claridad la impronta criminológica no sólo por los temas abordados, sino también por la amplia participación de abogados y juristas. Al año siguiente, en 1938, se celebra en Buenos Aires el Primer Congreso Latinoamericano de Criminología, y en 1941, en Santiago, el segundo. Del mismo modo que en las Jornadas Neuro-Psiquiátricas, en los congresos de Criminología los temas vinculados a la medicina y la gran cantidad de médicos participantes mostraban el modo interdisciplinar y las redes de intercambio que se estaban formando en torno a esta cada vez más popular temática. Como intentaremos demostrar aquí, en el marco del fuerte dispositivo higienista instalado en nuestro país en las primeras décadas del siglo XX, el campo criminológico constituyó en Chile (así como en otras partes de Latinoamérica) un importante espacio de apropiación tanto de las ideas psicoanalíticas como

33 Alessandri, Arturo. Editorial, Revista de Ciencias Penales I, núm. 1, marzo-abril 1935, 3. 34 Como demuestra el estudio realizado por Matus y Carnevali, es precisamente a partir de la fundación de esta revista que se alcanza el mayor número de publicaciones acerca de derecho penal y criminología en Chile desde 1885. Véase: Carnevali, Raúl y Matus, Jean Pierre. Análisis descriptivo y cuantitativo de los artículos de Derecho penal y Criminología de autores chilenos en Revistas publicadas en Chile (1885-2006), Política Criminal 3, 2007, pp. 1-138.  | 171

del ideario eugénico. Muchas veces estas apropiaciones corrieron por carriles paralelos, pero otras, se entrecruzaron. Serán estas intersecciones las que examinaremos aquí. Prolegómenos para una indagación de las apropiaciones del psicoanálisis y de la eugenesia en Chile

Psicoanálisis y eugenesia son términos que raras veces aparecen juntos. Su mera conjunción puede ser tomada como una provocación para los psicoanalistas y sus instituciones. Probablemente ello se deba a la fuerte impronta judía del psicoanálisis y a la igualmente fuerte impronta nazi de la eugenesia. Hace algún tiempo, historiadores latinoamericanos como Marisa Miranda y Gustavo Vallejo, entre otros, vienen haciendo investigación acerca de las apropiaciones y utilizaciones del ideario eugénico en América Latina.35 Una de las resistencias que la realización misma de dichas investigaciones ha tenido que vencer, dice relación con lo que podría llamarse “nazificación” de la eugenesia durante el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial, lo cual ha tenido como efecto la asociación excluyente de la eugenesia con el régimen nazi y sus horrores, invisibilizando sus apropiaciones y utilizaciones en otras épocas y lugares.36 Como los historiadores argentinos recién mencionados han demostrado, la recepción de las ideas eugénicas en Latinoamérica fue influida y ampliamente transformada por la tradición católica de los países de la región, produciendo muchas veces versiones que podrían pensarse más moderadas de los principios eugénicos, las cuales han sido denominadas “eugenesia positiva”. Éstas apuntan al refuerzo y promoción de ciertas uniones matrimoniales y de la natalidad entre ciertos grupos de personas con el fin de tener incidencia en las características raciales futuras de la población, a través de políticas públicas y programas de intervención social de carácter estatal. Su contraparte, la eugenesia llamada “negativa”, cuyo ícono es la esterilización, puede definirse como la implementación por parte del Estado y sus organismos, de medidas que intervienen directamente los procesos reproductivos de personas que se consideran portadoras de enfermedades o de “taras” hereditarias, las cuales se asume serán transmitidas a su descendencia influyendo negativamente en las características raciales de la población. La emergencia y difusión del ideario eugénico en los países icónicos de la tradición occidental durante el siglo XIX (países de Europa occidental y de Norte 35 Véase: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo (comps.). Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005; (eds.) Derivas de Darwin: cultura y política en clave biológica. Buenos Aires: Siglo XXI, 2010; (dirs.). Una historia de la eugenesia: Argentina y las redes biopolíticas internacionales, 1912-1945. Buenos Aires: Biblos, 2012. 36 Esto ya lo ponía de relieve Nancy Stepan Leys en su inaugural trabajo sobre historia de la eugenesia en América Latina. Véase: Stepan Leys, Nancy. The Hour of Eugenics. Race, Gender, and Nation in Latin America. Ithaca: Cornell University Press, 1991. 172 | 

América), da cuenta de un importante proceso de territorialización efectuado por el discurso científico en el campo de lo social, una “reconversión de ciencias en verdaderas ideologías del progreso”,37 en potentes utopías civilizatorias tecno-científicas que prometían un modelamiento racional de las características raciales de la población. En América Latina, fueron varios los factores que promovieron las apropiaciones del discurso eugénico en las primeras décadas del siglo XX, entre ellos: la urgencia de la “cuestión social”; el estado de desarrollo de las ciencias en la región y su función en los procesos de modernización y de legitimación internacional; los prejuicios raciales locales; nuestros propios nacionalismos.38 Por diferentes motivos que aquí no cabe abordar (pero que los investigadores especializados han examinado en detalle), entre ellos los mencionados frenos impuestos por el catolicismo a la intervención directa de los cuerpos, la orientación del la eugenesia latina fue menos biologicista que la anglosajona. Marcada por tendencias eugénicas como el darwinismo social, por las lecturas neolamarckianas y la sociología evolucionista de Herbert Spencer, le dio mayor importancia a la influencia del ambiente en el modelamiento de los caracteres hereditarios, otorgando un espacio central, por lo tanto, a la educación, la prevención y a los principios vinculados a la higiene y la medicina social. En efecto, como afirma Cabrera, “[e]n Chile, y en general en América Latina, existió la tendencia a considerar los factores medioambientales como más relevantes que los hereditarios”.39 Como destaca la literatura especializada, la conexión ítalo-argentina fue central en las apropiaciones locales de la eugenesia, y dentro de ella se ha destacado el rol del endocrinólogo italiano Nicola Pende (1880-1970), quien, en la línea de los planteamientos más antiguos de su coetáneo Lombroso, “reenunció y resignificó las hipótesis eugénicas desde la biotipología, tornándolas compatibles con el mandato eclesial”.40 La biotipología “se entrelazaba también con enfoques freudianos, adlerianos y otros tipos de aproximaciones psicológicas a la salud mental, una conexión que dio a la psicoterapia en general una orientación hereditaria peculiar, y por momentos endocrinológica”.41 Hacia la década de 1930, el campo criminológico, como hemos anticipado más arriba, se planteó como espacio de diálogo y colaboración entre las dos disciplinas de mayor desarrollo institucional y de mayor peso social en nuestro país: derecho

37 Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo. Presentación. En: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo (comps.). Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, p. 11. 38 Stepan Nancy. The Hour of Eugenics, Race, Gender, and Nation in Latin America. Ithaca: Cornell University Press, 1991, pp. 35-46. 39 Cabrera, Josefina. La salvación de la patria y la raza: discursos y políticas médico-educacionales en torno a la figura de Pedro Aguirre Cerda, Cuadernos chilenos de historia de la educación, 2, 2014, p. 77. 40 Miranda, Marisa. La Argentina en el escenario eugénico internacional. En: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo. (dirs.). Una historia de la eugenesia, p. 21. 41 Stepan, Nancy. The Hour of Eugenics…, op. cit., p. 116 [mi traducción].  | 173

y medicina, constituyendo así el campo interdisciplinario por excelencia donde se gestó la experimentación científico-social que sirvió de escenario no sólo para algunos de los discursos y prácticas eugénicos, sino también psicoanalíticos.42 En lo que respecta al psicoanálisis, es necesario comenzar la indagación por el análisis crítico de la literatura histórica que ha sido escrita a su respecto. Dicho análisis demuestra que esta historia, centrada en la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCh),43 ha construido y transmitido un relato sumamente parcial, el cual dibuja un psicoanálisis prácticamente aislado de los contextos y las transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas del país a lo largo de todo el siglo XX, cuya recepción local habría sido debida a la genialidad y valentía de ciertos médicos que se enfrentaron a las resistencias del establishment médico, y que sólo considera como psicoanalíticas aquellas orientaciones reconocidas por la IPA, aquellas ligadas a la Asociación local y, en general, únicamente aquellas vinculadas a lo clínico. Se trata de una historia que, más que centrada en la preocupación de desentrañar las determinaciones pasadas del psicoanálisis chileno, ha buscado legitimar a la institución (la APCh), como agente válido en el campo psi. Se desprende además de dicha literatura, una concepción ingenua de las implicancias de la circulación internacional de las ideas. Parece como si el psicoanálisis hubiera sido importado desde su campo de producción europeo hacia la “periferia”, sin verse afectado por las condiciones presentes en los campos de apropiación. Las contaminaciones, intercambios, hibridaciones e interpenetraciones con los discursos, prácticas y problemáticas locales han sido completamente obliterados, con la excusa de que al sucumbir a ellos, han dejado de ser psicoanalíticos. Se sigue de allí con toda naturalidad que los nexos que el psicoanálisis haya podido establecer con la eugenesia u otros discursos y prácticas en la historia de sus apropiaciones locales, queden completamente velados e incluso negados. En tal sentido, nuestra indagación exige una perspectiva no institucional y, si se quiere, no psicoanalítica sino eminentemente historiográfica. Una posición de análisis que no tome la vara de la ortodoxia ni de la institución para dirimir qué es y qué no es psicoanálisis antes de incluirlo en su relato, sino que intente, antes que cualquier otra cosa, desentrañar los caracteres y las propiedades de toda praxis que, en nuestro país, se ha situado históricamente en la línea de la herencia freudiana.

42 En lo que sigue nos enfocaremos no en las prácticas, las cuales sabemos pueden distanciarse mucho de los discursos, sino precisamente en uno de los discursos que permiten analizar los entrelazamientos entre psicoanálisis y eugenesia en el campo de la criminología chilena de las décadas de 1930 y 1940. 43 Cuya fecha de nacimiento se ubica al momento de su reconocimiento por la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), fundada por Sigmund Freud en 1910, en el 16º Congreso Internacional de Psicoanálisis, llevado a cabo en Zúrich, Suiza, en 1949. 174 | 

Manual de Medicina Legal, por el juez Samuel Gajardo

Como ya fue mencionado, Gajardo fue profesor de Medicina Legal en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile a partir del año 1928. El juez escribió una serie de manuales para la enseñanza del ramo, de los cuales el primero data de 1930 y el último de 1952.44 De ellos, sólo los tres últimos fueron publicados por editoriales, mientras que los restantes funcionaban como manuscritos en la Escuela de Derecho. De aquellos editados, revisaremos aquí el primero en haberlo sido, publicado por la Editorial Universo en Santiago, en 1946. Al comparar esta obra con el programa del Seminario de Medicina Legal aprobado por la Facultad en 1935 y con los manuales utilizados por los estudiantes entre 1930 y la fecha de publicación del libro, puede constatarse que tanto el esqueleto como la orientación de la enseñanza son prácticamente las mismas, con leves variaciones de orden y de profundización en ciertos contenidos.45 En la Introducción a su obra, Gajardo señala que la Medicina Legal “es el conjunto de principios científicos necesarios para dilucidar los problemas biológicos en relación con el derecho”,46 y que estudia al ser humano bajo desde los puntos de vista físico y psicológico. En primer lugar, se desprende de allí que el juez considera la psicología desde el prisma biológico. A su vez, los principios científicos sobre los cuales se apoyaría permitirían, según Gajardo, a los jueces, “amoldar sus fallos a la verdad científica”; a los legisladores, “que las leyes traduzcan la verdad científica”; y a los abogados, que puedan “apreciar con acierto el terreno científico en que debe[n] plantear sus defensas”.47 La Medicina es elevada aquí, pues, al rango de ciencia indubitable, sobre la cual debería basarse todo afán de justicia. El libro está dividido en seis partes, elaboradas en función del desarrollo vital del ser humano: “Antecedentes de la persona”; “Del nacimiento o principio de la existencia legal”; “La persona en sus aspectos biológico y jurídico. Accidentes”; “La personalidad psíquica”; “La vida sexual”; “La muerte”. A éstos se suman un capítulo introductorio, titulado “Definición e importancia de la Medicina Legal” y un capítulo final con el nombre “Del informe pericial”. 44 Gajardo, Samuel. Medicina Legal: V Año. Santiago, 1930; Medicina Legal y Psiquiatría Forense: conforme al nuevo programa universitario. Santiago, 1931; Introducción al estudio de la Medicina Legal. Santiago, 1937; Medicina legal: normas para la enseñanza jurídica del ramo en las Universidades. Santiago, 1939; Definiciones y síntesis de Medicina Legal. Santiago: Universo, 1946.; Manual de Medicina Legal. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1948; Manual de Medicina Legal: curso profesado por el autor en la Escuela de Derecho. Santiago: Nascimento, 1952. 45 Cabe destacar que la Medicina Legal se enseñaba en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile desde 1883, bastante tiempo antes que en la de Derecho. En nuestro conocimiento, no se ha hecho aún un estudio comparativo de los planes de estudio, lo cual podría arrojar interesantes luces sobre la formación paralela que tenían aquellos médicos y abogados que, siguiendo la línea de la Medicina Legal, ocuparían más tarde el mismo espacio profesional. 46 Gajardo, Samuel. Definiciones y síntesis…, op. cit., p. 5. 47 Ibíd.  | 175

Samuel Gajardo, Definiciones y síntesis de Medicina Legal. Santiago: Editorial Universo, 1946.

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Programa del Seminario de Medicina Legal de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, 1935.

Todo el libro, puesto que es un libro de criminología, se enmarca dentro de la perspectiva higienista, que en teoría jurídica se vincula a la Escuela Positiva de Derecho Penal. Las ideas eugénicas aparecen aquí particularmente en la primera parte del libro, donde se abordan aspectos de la herencia y de transmisión a las nuevas generaciones. El psicoanálisis, por su parte, tiene un lugar cuantitativamente menor al de la eugenesia y aparece situado en el apartado referido a “La Personalidad Psíquica”. Sin embargo, su injerencia se advierte también en otras partes del texto, particularmente allí donde se abordan las “Las perversiones sexuales” en el apartado sobre “La vida sexual”. Gajardo aborda la eugenesia al referirse a la procreación. Señala que se trata del “conjunto de medidas adoptables pata obtener que la procreación dé origen a individuos bien constituidos, evitando, así, la degeneración de la raza”.48 Las medidas posibles son: 1) el “matrimonio eugénico”, que se compone de tres medidas específicas que garantizarían uniones donde no se transmitan enfermedades hereditarias. Contempla el certificado médico pre-nupcial; una declaración jurada acerca de lo mismo; y la anulación del matrimonio en caso de falsa declaración; 2) higiene social, es decir, “mantenimiento de la salud mediante amplia difusión sanitaria y extensión de los servicios médicos a todas las clases sociales”, para evitar que se propaguen “los efectos de la herencia patológica”;49 3) uso de métodos anticonceptivos para evitar la procreación en las relaciones sexuales de personas que padezcan enfermedades hereditarias; 4) esterilización de “individuos enfermos o degenerados”;50 y 5) el “aborto eugénico”, el cual se realizaría en caso de “fundado temor de que el hijo nazca degenerado”.51 Descubrimos en estos planteamientos todos los caracteres clásicos del más explícito discurso eugénico, incluidas sus medidas más polémicas, como la esterilización y el aborto eugénico. Por el modo expositivo del texto, no se sabe si se trata de una descripción pretendidamente imparcial de la existencia de la eugenesia y de las medidas eugénicas que se encuentran a mano en general, o si el juez efectivamente defendía estas prácticas. Hasta donde hemos podido averiguar, sin embargo, ellas aparecen sólo en su discurso pedagógico y no como prácticas efectivas. Sea como fuere, advertimos que la eugenesia se presenta en el contexto de la defensa de una raza que se asume amenazada por los peligros de una herencia que no se adapta o no se conforma a los estereotipos sociobiológicos. Es decir, aparece determinada por el discurso del heredo-degeneracionismo, que desde la biología y la medicina había ya territorializado otros campos, particularmente el de la planificación político-social. 48 Ibíd., p. 8. 49 Ibíd., p. 9. 50 Ibíd. 51 Ibíd.  | 177

En efecto, el apartado sobre “Los antecedentes de la persona”, donde aparece la eugenesia, alberga asimismo el capítulo sobre “La herencia”, la cual es definida como “el fenómeno en virtud del cual la constitución del ser procreado queda integrada con caracteres contenidos en los cromosomas de sus progenitores”.52 Los cuerpos teóricos que son citados por el autor para sostener su visión acerca de la herencia son la teoría del “plasma germinal” del biólogo alemán August Weismann (1834-1914), y las leyes de la transmisión hereditaria definidas por el monje agustino y naturalista austríaco Gregor Mendel (1822-1884). Si bien la alusión de Gajardo a Weismann es muy breve –mencionando únicamente la subdivisión entre el “morfoplasma” y el “plasma germinal” o “germinativo”, donde el primero constituye el cuerpo singular y el segundo contiene los elementos que dan la vida–, cabe destacar que en la historiografía de la eugenesia su doctrina ha sido considerada como parte de las referencias de un neodarwinismo que ha explicado la evolución exclusivamente a partir de la selección natural, excluyendo todo aspecto social o ambiental, y que desde la década de 1890 dio bases científicas “a un socialdarwinismo pesimista, enemigo declarado de la variante socialista del darwinismo, que pone en un primer plano los temas de la justificación biológica de la desigualdad, la degeneración y el efecto contraselectivo de las normas humanitarias puestas en marcha por la civilización”.53 En lo que concierne a Mendel, es importante señalar que sus leyes de la herencia, con un fuerte reduccionismo biológico, inauguraron la genética moderna. En la famosa discusión nature-nurture (naturaleza-crianza), en la cual Freud y el psicoanálisis tuvieron gran interés y también bastante impacto, Mendel otorgaba justificación a la idea de una estricta herencia biológica, indicando con ello los límites de la educación y, por lo tanto, dando cabida a la incorporación de procedimientos de carácter biológico en las políticas de control de las poblaciones (como la esterilización de los débiles mentales o de otros grupos cuyo material genético, considerado indeseable, pudiera ser transmitido a las nuevas generaciones). Tanto Weismann como Mendel son nombres importantes en el debate eugénico y en aquél, más específico, referido a la “transmisibilidad de caracteres adquiridos”, cuestión que ambos rechazan, y que muchos pensadores de la época, incluido Freud, debatieron y buscaron comprobar.54 Para Gajardo, quien señalaba que lo psíquico era también biológico, esta discusión tenía menos consecuencias que para Freud, sin duda, quien distinguía ambos registros. En efecto, el juez de Menores afirma: “En general, todos los caracteres físicos y psicológicos

52 Ibíd., p.15. 53 Girón Sierra, Álvaro. Darwinismo, darwinismo social e izquierda política (1859-1914): Reflexiones de carácter general. En: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo (eds.). Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, 49-50. [énfasis del autor]. 54 Sobre la influencia de Darwin en Freud, véase: Ritvo, Lucille B. Darwin’s Influence on Freud: A Tale of Two Sciences. New Haven: Yale University Press, 1990. 178 | 

son transmisibles por la herencia”. Y luego agrega: “Un problema controvertido es si son hereditarios los caracteres adquiridos por los padres después de su nacimiento, como las mutilaciones, ya que ellos no estarían contenidos en sus cromosomas”,55 pero como se advierte, no incluye en ese ámbito nada del orden de lo psicológico. Finalmente cierra la discusión estableciendo que “la ciencia se inclina a negar la herencia de los caracteres adquiridos, aunque se invocan ejemplos por la afirmativa”.56 A pesar de que el nexo entre psicoanálisis y eugenesia en el texto de Gajardo no aparece por la vía de Weismann, es interesante mencionar que dicha vía no es lejana a Freud. En su entonces sumamente polémico libro de 1920, Más allá del principio de placer, Freud establece la existencia de una pulsión de muerte, que en continua tensión con las pulsiones sexuales, traduciría la dinámica del aparato psíquico.57 En ese contexto, buscando soporte en la comprobación científica de sus especulaciones, Freud se vuelve hacia la biología: Reviste máximo interés para nosotros el tratamiento que ha recibido el tema de la duración de la vida y de la muerte en los organismos en los trabajos de A. Weismann (1882, 1884, 1892, e ntre otros). A este investigador se debe la diferenciación de la sustancia viva en una mitad mortal y una inmortal. La mortal es el cuerpo en sentido estricto, el soma; sólo ella está sujeta a la muerte natural. Pero las células germinales son potentia (en potencia) inmortales, en cuanto son capaces, bajo ciertas condiciones favorables, de desarrollarse en un nuevo individuo (dicho de otro modo: de rodearse con un nuevo soma). Lo que nos cautiva aquí es la inesperada analogía con nuestra concepción, desarrollada por caminos tan diferentes. Weismann, en un abordaje morfológico de la sustancia viva, discierne en ella un componente pronunciado hacia la muerte, el soma, el cuerpo excepto el material genésico y relativo a la herencia, y otro inmortal, justamente ese plasma germinal que sirve a la conservación de la especie, a la reproducción.58

Si bien la preocupación de Freud aquí, como se advierte, no concierne a los mecanismos de la herencia, ni menos aún a políticas sociales que de allí pudieran desprenderse, es interesante notar cómo se entrecruzan temáticas de alcances tanto eugénicos como psicoanalíticos. Freud establece meramente una analogía, pero en sus referencias da cuenta de su conocimiento de los debates que alimentan la discusión eugénica en la misma época, sin tener tampoco reparos en buscar estas parentelas biológicas (que serían tajantemente rechazadas por algunos psicoanalistas).59 55 Gajardo, Samuel. Definiciones y síntesis…, op. cit., p. 18. 56 Ibíd. 57 Freud, Sigmund. Más allá del principio de placer (1920), en Obras completas, vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1998. 58 Ibíd., pp. 44-45. 59 Como señala Ritvo, la influencia de distintos científicos y corrientes ha sido bastante estudiada en la historiografía psicoanalítica: G. T. Fechner, E. Brücke, Th. Meynert, J.-M. Charcot y otros. Sin embargo, la temprana formación de Freud en el campo de la biología evolucionista y su sistemático interés por las teorías de Ch.  | 179

Ahora bien, volviendo a Gajardo, en la tercera parte de su libro hace referencia a la antropología criminal y a las teorías de Lombroso, las cuales inauguraron en gran medida el campo mismo de la criminología y fueron sumamente influyentes, como ya vimos, en la configuración de la Escuela Positiva y en su apropiación en el Derecho Penal chileno en las década de 1930 y 1940. Gajardo sostiene la tesis de Lombroso acerca de la distinción entre los “criminales natos”, “delincuentes que nacen degenerados” y que se distinguirían de los demás por tener “ciertos estigmas físicos y psicológicos”.60 Respecto de los estigmas psicológicos, señala el juez alejándose un poco de Lombroso y acercándose más a Ferri y Garofalo, se trata de predisposiciones que hacen al sujeto “delinquir tan pronto como actúan los estímulos”,61 es decir, que no determinan sin apelación al individuo, sino que requieren de la colaboración de estímulos ambientales que los pongan en funcionamiento. Así, concluye que “[e]xiste, pues, el delincuente nato y es el individuo que nace con anomalías psíquicas que lo predisponen al delito. Si ese individuo delinquirá o no, ello depende de los estímulos que actúen en la sociedad en que vive”.62 Se advierte así que si bien Gajardo postula la importancia de la herencia, y a pesar de nombrar entre sus referencias a Weismann, Mendel y Lombroso, él más bien se inclina por una concepción que incluye la influencia del ambiente en la configuración de los caracteres psíquicos y de la conducta del ser humano. Ahora bien, al acercarse a lo que denomina “La personalidad psíquica”, Gajardo comienza planteando que en la “psicología moderna” la preocupación por la conciencia ha perdido terreno, cediéndolo a la conducta. La conducta no se concibe, sin embargo, al modo del conductismo clásico “estímulo-respuesta”, sino que introduce elementos de mayor complejidad como la determinación que ejerce sobre ella lo inconsciente. Los procesos inconscientes los define de manera descriptiva únicamente, es decir, como aquellos “que escapan al conocimiento de la conciencia del individuo”, como “un hecho olvidado, un acto habitual, un complejo”.63 Cuestiones que son inconscientes, o que se encuentran en estado inconsciente, pero que bajo ciertas condiciones podrían devenir conscientes. El psicoanálisis será descrito por el juez precisamente como aquella “parte de

Darwin aún carecen de un volumen de investigación equivalente. Véase: Sulloway, Frank J. Freud, Biologist of the Mind. Beyond the Psychoanalytic Legend. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1992; Amacher, Peter. “Freud’s Neurological Education and its Influence on Psychoanalytic Theory”, Psychological Issues 4, núm. 4, monografía 16. Nueva York: International Universities Press, 1965; Andersson, Ola. Studies in the Prehistroy of Psychoanalysis: The Etiology of Psychoneurosis and some Related Themes in Sigmund Freud’s Scientific Writings and Letters, 1886-1896. Estocolmo: Svenska Bokförlaget/Norstedts, 1962; Bernfeld, Sigfried. “Freud’s Earliest Theories and the School of Helmholtz”, Psychoanalytic Quarterly 13, núm. 3, julio 1944. 60 Gajardo, Samuel. Definiciones y síntesis…, op. cit., p. 41. 61 Ibíd., p. 42. 62 Ibíd. 63 Ibíd., p. 52. 180 | 

la psicología que estudia los fenómenos inconscientes y sus consecuencias”.64 Señala también que es tanto una doctrina psicológica como un tratamiento médico para curar las neurosis: “Como tratamiento médico tiende a curar las psiconeurosis, investigando la subconsciencia del enfermo para descubrir los complejos que son la causa de sus trastornos, y hacerlos conscientes, con lo cual se restablecería la normalidad”.65 Por otro lado, como doctrina psicológica estudia los fenómenos inconscientes, dentro de los cuales los más importantes serían los “complejos”. El concepto de “complejo”, introducido en el psicoanálisis por la escuela suiza, particularmente por Carl Gustav Jung (1875-1961), tuvo gran importancia en las apropiaciones chilenas del psicoanálisis de las décadas que aquí analizamos, y es definido por Gajardo como “tendencias afectivas de carácter instintivo, que constituyen una verdadera acumulación de energía en potencia, y cuya realización puede estar en pugna con los conceptos éticos vigentes, por lo cual constituyen verdaderos conflictos psíquicos”.66 Algunos psicoanalistas, como el francés Angelo Hesnard (1886-1969), muy leído en Chile por aquella época, construyeron verdaderos catálogos de complejos, dividiéndolos en categorías como “complejos de objeto”, “del yo” o de “actitud”. Freud, por su parte, trabajó casi exclusivamente con el “complejo de Edipo” y el “complejo de castración”, mencionando también en algunos lugares el “complejo de inferioridad” propuesto por el psicoanalista vienés Alfred Adler (1870-1937), pero casi siempre de manera crítica sin realmente incorporarlo a su propio arsenal teórico. En el Manual de Medicina Legal que revisamos, Gajardo menciona que el complejo más conocido es el complejo de Edipo, el cual consiste, agrega, “en la atracción sexual que el hijo varón experimentaría hacia la madre y la niña, hacia el padre”.67 Esta definición, sumamente simplificada, que omite la tendencia hostil dirigida hacia el progenitor del mismo sexo, la función de la ambivalencia, a la vez que todas las posibilidades de mixtura del complejo, queda sin embargo situada en el texto como el fenómeno inconsciente más importante estudiado por el psicoanálisis. Como sabemos por otros trabajos del juez, su visión acerca de la formulación freudiana de este complejo es, no obstante, bastante crítica, proponiendo que no es una manifestación universal de la sexualidad en la infancia, sino expresión de estadios más primitivos del desarrollo humano, que se produciría en la actualidad sólo por una desviación que sería producto del ambiente:

64 Ibíd., p. 55. 65 Ibíd. 66 Ibíd., p. 56. 67 Ibíd.  | 181

Donde esto aparece en forma bien clara es en la vida familiar de las clases populares. A menudo conviven en sórdidas habitaciones, hombres, mujeres y niños, durmiendo en un mismo lecho cinco o seis personas, en absoluta promiscuidad. El efecto natural es la desmoralización y las relaciones incestuosas. No existe el complejo de Edipo, es sencillamente el efecto del ambiente.68

Como se advierte, tanto por la definición de la noción de complejo como por estas ideas respecto del complejo de Edipo en particular, para Gajardo el ambiente es un poderoso determinante de la psique y de la conducta, el cual interactúa con aquellas fuerzas inconscientes instintivas, que el juez denominó “tendencias afectivas de carácter instintivo” –que Freud llamaba “pulsiones”– y que pueden entrar en conflictos con las exigencias culturales y la ética vigente. El complejo de Edipo aparece con tanto énfasis en el Manual de Medicina Legal, por cuanto es considerado en su cara más transgresora, es decir, como aquel complejo que permitiría explicar una conducta criminal tan condenada como es el incesto. Para el juez de Menores, el inconsciente, que comprendería además de los complejos, los deseos, los traumas psíquicos y sus efectos, así como la censura y la represión, se expresa a través de los “actos fallidos” y los sueños, por los cuales éstos serían material importante para el estudio de lo inconsciente. Como se mencionó más arriba, además de la parte que explícitamente aborda el psicoanálisis en el Manual elaborado por Gajardo, aquel discurso aparece también diseminado en otras secciones referidas a los distintos tipos de perturbaciones de carácter mental. Cabe señalar que si bien el juez explica que a la Medicina Legal y la Psiquiatría Forense no le atañen las causas de las patologías sino sus formas de expresión, particularmente cuando éstas rebasan los límites de la legalidad, sus clasificaciones muchas veces hacen referencia igualmente a factores causales, los cuales terminan finalmente siendo situados casi siempre en el terreno de la herencia y de la “constitución”. Por ejemplo, al establecer ciertos criterios gnosológicos, Gajardo comienza distinguiendo dos grandes grupos: las “constituciones psicopáticas” de la personalidad, de las “enfermedades mentales”. Dentro de la primera, afirma que se ubican los trastornos que llama “fronterizos”, es decir, aquellos que se encuentran en un “campo intermedio entre la salud y la enfermedad mental”.69 Éstos refieren a distintos tipos de “constituciones”, como la perversa, la paranoica, la hiperemotiva, entre otras, las que señala “son generalmente provocadas por la herencia”.70 Luego, al referirse a las “enfermedades mentales”, explica que son “estados biológicos anormales que alteran en forma permanente o transitoria la constitución psíqui68 Gajardo, Samuel. La educación sexual del niño y del adolescente. Santiago: Impr. Dirección General de Prisiones, 1934, p. 195. 69 Ibíd., p. 61. 70 Ibíd. 182 | 

ca o el correcto funcionamiento de los procesos mentales y se traducen en una conducta deficiente o antisocial”.71 Ahora bien, las conductas “anormales” de los enfermos mentales –explica–, pueden provenir de “deficiencias o de desórdenes en los procesos correspondientes a los tres aspectos fundamentales de la actividad psíquica: intelectual, afectivo y volitivo”.72 Así, separa las anomalías de la inteligencia, de las afectivas y las volitivas. Dentro de las anomalías afectivas, Gajardo distingue la “locura moral”, típica categoría decimonónica, y las “psiconeurosis”. Como se sabe, el psicoanálisis halló su terreno precisamente en la comprensión y tratamiento de las psiconeurosis, específicamente de la histeria. Ésta, junto a la psicastenia, la neurastenia y la epilepsia, conforman en el mapa diagnóstico de Gajardo, las psiconeurosis, pero no son abordadas desde el psicoanálisis, sino desde aspectos más bien organicistas, que apuntan finalmente a establecer si los psiconeuróticos son responsables de sus actos ante la ley y, por lo tanto, imputables. En la parte del manual dirigida a la vida sexual, el psicoanálisis vuelve a encontrar nuevamente su lugar, pero uno que hoy resultaría algo incómodo, sin duda. El “instinto sexual” es definido por Gajardo como “la atracción recíproca que experimentan los individuos de distinto sexo, y que, naturalmente, tiene por objeto la reproducción”.73 Esta definición, claramente ideológica, por cuanto es absolutamente heterocentrada y sostenida en el argumento de lo natural, excluyendo además cualquier sexualidad que no apuntara a la reproducción, no comparte muchos caracteres con la noción psicoanalítica de “pulsión”, o de “instinto sexual”.74 A pesar de ello, Gajardo concibe la existencia de una sexualidad desde la primera infancia, tal como lo proponía Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, e incluso comparte sus ideas respecto de algunos de sus caracteres. Entiende que la sexualidad infantil se especifica en ciertas pulsiones parciales que son autoeróticas, es decir, que toman como objeto ciertos lugares específicos del propio cuerpo y que allí se satisfacen. En esa medida, comprende también que se trata de pulsiones perversas, compartiendo la propuesta de Freud acerca del/ la niño/a como un “perverso polimorfo”, cuya satisfacción sexual no apunta a la reproducción.75 No obstante ello, Gajardo se aleja de Freud al formular sus perspectivas acerca del desarrollo o “evolución” del instinto sexual, el cual lee desde el prisma probablemente más conservador de la época: la sexualidad infantil se divide en

71 Ibíd. 72 Ibíd., p. 64. 73 Ibíd. p. 87. 74 Aún en esa época, el término alemán trieb era traducido al español por “instinto” y no por “pulsión”. 75 Véase: Freud, Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual (1905), Obras completas, vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.  | 183

pulsiones parciales autoeróticas perversas que en el curso del desarrollo deberían resignarse, para después de la pubertad reunirse bajo el primado de los genitales y el mandato de la reproducción. La homosexualidad, que aparece como una de las desviaciones de ese reinado de la genitalidad y la reproducción, es decir, de la sexualidad considerada “normal”, es planteada por Gajardo como una perturbación, congénita o adquirida, que en este último caso sería “consecuencia de prácticas viciosas”.76 Luego afirma: “Se suele decir que el homosexualismo no es una anomalía, sino una especie de tercer sexo diferenciado. Es un lamentable error. Es y será siempre una abominable degeneración”.77 Así, la homosexualidad, que aparece bajo el epíteto más bien jurídico de “sodomía” (incluyendo sólo la homosexualidad masculina), junto a la masturbación en el catálogo de las perversiones sexuales de Gajardo, que incluyen también el sadismo, el masoquismo, el fetichismo, el exhibicionismo, la necrofilia y la “bestialidad”, son definidas como aquellas “satisfacciones sexuales que se desvían de las leyes naturales”.78 Psicoanálisis y eugenesia en dos novelas de Samuel Gajardo: Desarmonía sexual y Cuando los niños no cantan

En su novela de 1937, Desarmonía sexual, Gajardo relata un caso ficcionado, a partir de aquellos que llegan a su Tribunal. Se trata de Águeda Duclos, cuyo matrimonio con Ricardo Morel fue anulado, quedando una hija, Mary. Morel, cuya huida al extranjero motivó la nulidad del matrimonio, regresa a Santiago, intentando por todos los medios obtener la tuición de su hija. Para ello, busca desesperadamente motivos en la vida de Águeda que pudieran declararla no apta para hacerse cargo de Mary, especialmente en el ámbito de la vida amorosa y sexual. Morel afirma ante el juez que Águeda es “anormal”, que es “neurótica e histérica”, lo cual se demostraría en la “variabilidad de su carácter”, y en que “nunca se comportó normalmente en la vida sexual. Fue siempre impasible y fría”,79 señala. Frente a estas declaraciones, el juez de la novela envía a Águeda a ser evaluada por un psicoanalista, el Dr. L. Chanel. En el relato de dicha evaluación, Gajardo describe un modo de práctica psicoanalítica. La visita de Águeda al psicoanalista comienza con la explicación de éste respecto de la necesidad de que la mujer le hable libremente, despreocupada de lo que él pueda evaluar de sus dichos: “La psiquis sólo podemos conocerla por sus manifestaciones, y ellas son esencialmente equívocas, porque a menudo el 76 Ibíd., p. 92. 77 Ibíd. 78 Ibíd. 79 Gajardo, Samuel. Desarmonía sexual. Santiago: Soc. Impr. y Lit. Universo, 1937, p. 41. 184 | 

paciente expresa, no lo que es realmente, sino lo que desea aparentar. […] Su inteligencia le advierte lo que debe decir para aparentarlo. En consecuencia, no puede ser sincera”.80 Águeda insiste en que ella no cree tener que aparentar porque piensa ser efectivamente normal, y entonces el Dr. Chanel le pide que siga lo que Freud llamó la regla fundamental del psicoanálisis, es decir, la “asociación libre”, distinguiendo la situación del examen de la aparentemente similar situación de la confesión: Si yo le pidiera decir cuanto acuda a su imaginación, ¿lo expresaría Ud. libremente sin pensar en las consecuencias? –En la confesión se dice la verdad, aunque perjudique. –Pero entonces sabe Ud. que el confesor guardará sus confidencias. En este caso, yo voy a examinarla para comunicar el resultado del examen. –Yo estoy segura de que no tengo nada que ocultar. –Es que no necesito precisamente una confesión, sino una exhibición de su conciencia. Como si le dijera que se desnudara para observar su cuerpo. Es su psiquis la que necesito ver para comprender el enigma de su vida. –Pero mi vida no tiene nada de misterioso. –Eso cree Ud. La vida humana es siempre un enigma, que ni uno mismo puede comprender. –¿De modo que Ud. podría decirme de mí algo que yo misma ignoro? –Precisamente.81

He aquí como el Dr. Chanel construye las condiciones propicias no ya solamente para el examen comandado por el juez, sino para el psicoanálisis propiamente dicho. Águeda no hablará solamente para mantener la tuición de su hija, sino porque se interesa por aquel misterio que el psicoanalista afirma poder permitirle conocer. El diálogo, entonces, continúa: –Entonces su examen me interesa mucho. Dice Águeda. –Otra ventaja. Se interesa Ud. por conocerse. –Es claro. Y puede serme muy útil. –Le anticipo una advertencia. El objeto del examen es saber si está Ud. inhabilitada para cuidar a su hija. Ya he comprendido que no lo está, y podríamos terminar; pero yo desearía investigar su personalidad, que sólo conozco superficialmente. –El examen ya no sólo me interesa, sino que tengo gran curiosidad de saber cómo soy. –Ojalá todos tuvieren esa curiosidad, pero nadie se preocupa de conocerse y sin embargo, todos creen que se conocen. Bueno: haremos un compromiso. Será Ud. sincera en todo y yo guardaré sus confidencias si es necesario.82

Así, Águeda le relata al médico los detalles de su vida sexual y de su infancia. Es su indiferencia sexual, su síntoma, lo que se busca explicar. Águeda no 80 Ibíd., p. 42. 81 Ibíd., pp. 42-43. 82 Ibíd., p. 43.  | 185

experimenta placer en el sexo con su marido, pero además esto tiene el detalle de que “no puede tolerar la presencia de un Cristo” en la habitación.83 Eso es específicamente lo que la mujer no sabe explicar, y el doctor deduce, por lo que la teoría psicoanalítica ha formulado, que “en su vida hay un misterio ubicado seguramente en los días lejanos de su infancia”.84 Águeda dice que no recuerda nada, y el doctor afirma que lo ha olvidado: “podría recordarlo reavivando sus recuerdos. Todos están ligados por vínculos indestructibles. Uno reciente evocará otro más antiguo. Nosotros creemos que cuando olvidamos, los recuerdos se pierden. No es así. Se pierden para la conciencia, pero yacen tras de ella, activos, vigilantes y hasta mortificadores”.85 Así, el doctor Chanel pide a la mujer que se tienda en el diván, cierre sus ojos y diga “en voz alta cuanto acuda a su mente pero sin ningún escrúpulo”.86 Las sesiones con el psicoanalista siguieron hasta que en una oportunidad, Águeda recordó: Un hombre que vivía con mi madre me ultrajó. Frente a mi lecho había un crucifijo que fue el único testigo. Yo lo miré con horror. Entonces no comprendí. Me llevaron a un convento donde una enfermera me hacía curaciones. En la capilla había también un crucifijo que yo miraba con espanto.87

Habiendo encontrado la causa eficiente del síntoma, el trauma infantil, como diría Freud, el doctor se declara triunfante: El ultraje violentó su conciencia y la figura del Cristo se grabó en su mente, como un símbolo pavoroso. Usted olvidó todo eso, pero, oculto en su subconsciencia, perturbó la armonía de su organismo, traduciéndose en una invencible repugnancia por el amor, mientras el instinto pugnaba por manifestarse, sin hallar sus vías. Ahora, conociendo Ud. la causa perturbadora, la rechazará de sí y el instinto recobrará sus vías de expresión. Todo, porque sabe Ud. el origen de su mal. Porque se conoce.88

Luego de estas sesiones, el doctor Chanel informa al juez de su pericia, donde aparecen otros datos respecto del campo en que se apropia y practica el psicoanálisis, de los discursos con los que comulga. Primero, hay una clara evidencia de la influencia del heredo-degeneracionismo que se encuentra también en la base del pensamiento eugénico: “sus padres eran sanos, y no ha habido en sus ascendientes, casos de enajenación mental, sífilis, alcoholismo, epilepsia u otras enfermedades de efectos hereditarios. “[…] Este 83 Ibíd. 84 Ibíd., p. 44. 85 Ibíd., p. 45. 86 Ibíd. 87 Ibíd., p. 46. 88 Ibíd., pp. 47-48. 186 | 

hecho es importante, pues la herencia constituye la base biológica de la personalidad y suele causar anomalías o predisposiciones morbosas”.89 Sobre esta base biológica se implantan, en este caso, las tesis del psicoanálisis. Así, sin haber encontrado esta predisposición, el Dr. Chanel constata la presencia de una “anormalidad de la libido”,90 llamada “anestesia sexual”, que consiste “en que su organismo no responde a la sensación voluptuosa. “[…] Es una anomalía porque pugna con las características naturales del instinto, que supone la aptitud para el placer”.91 Esta aflicción no se reconduce entonces a una cuestión biológica, sino a un “traumatismo psíquico sufrido por la paciente en la edad infantil”,92 que el Dr. Chanel estima desaparecerá en el breve plazo, gracias a su intervención. Si revisamos ahora otra de las novelas de Gajardo, Cuando los niños no cantan, publicada por la Editorial Zig-Zag en 1949 en una colección dirigida por el ya mencionado Alone, descubrimos otra pieza ficcionada respecto de los usos posibles del psicoanálisis en la práctica de la justicia y sus vínculos con el eugenismo. La historia es en esta novela, la de Julián Aguirre, un niño huérfano, criado por Juan Gonzálvez y su mujer, Encarnación Ríos, quien nunca quiso al niño. Gajardo relata episodios infantiles de Julián, que fueron castigados duramente por la mujer y en los cuales ella habría visto “instintos perversos”:93 el ahorcamiento de un gato, las caricias dadas a María (pequeña hija de la pareja con quien Julián establece una cercana relación desde pequeño), un accidente en el cual María cayó de los brazos de Julián. Explica el autor que María, la única persona que alegraba los días de Julián, fue enviada a un internado, y se fue formando en el niño un carácter triste que no traía buenos presagios: “El dolor iba formando su alma como la corriente, que altera la forma primitiva de las piedras a fuerza de tanto acariciar sus aristas, y su mentalidad era una armónica conjunción de sentimientos depresivos, sobre los cuales se alzaba, como una antítesis, el luminoso recuerdo de su padre”.94 Un día, después de oír una disputa sobre él entre Juan y Encarnación, escucha que esta última hace alusión a las “casas de huérfanos”.95 Esa noche, el niño hace un intento de suicidio, tras el cual termina en una audiencia con el juez de Menores. El juez, en conocimiento de los malos tratos dispensados por la madrastra, lo envía al internado. Al hablar con Juan acerca de su resolución, le indica su “diagnóstico”:

89 90 91 92 93 94 95

Ibíd., p. 48. Ibíd., p. 50. Ibíd., p. 49. Ibíd., p. 50. Gajardo, Samuel. Cuando los niños no cantan. Santiago: Zig-Zag, 1949, p. 13. Ibíd., p. 18. Ibíd., p. 22.  | 187

El niño ha dicho que es malo. Esto revela que los castigos lo han convencido de que es un niño perverso, lo que es deplorable y pernicioso, porque le ha creado un complejo de culpabilidad que es el terreno propicio para el futuro desarrollo de delirios de auto-acusación, en que el individuo se cree culpable y pretende castigarse. Muchos suicidios obedecen a esta causa patológica.96

Freud expone estos casos en un texto titulado Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico, publicado en 1916, donde señala que se trata de “un sentimiento de culpa que les ordena buscar el castigo”.97 Algunos se volverán delincuentes, otros pueden llegar al suicidio. El juez agrega: Este niño vive en un ambiente de menosprecio, de humillación y de crueldad, atormentado por los severos castigos. Se han acumulado, así, en su alma, sentimientos de inferioridad y de rencor, que más tarde estallarán en violentas reacciones. Su intento de suicidio es ya una forma de reacción anormal; pero cuando sea hombre, su contenida violencia puede dirigirse contra otras personas, como expresión del carácter anormal que se está incubando bajo el látigo.98

En el Internado, Julián es castigado con frecuencia por un rector cuya pedagogía, en palabras de Gajardo, se sostenía en una “idea lombrosiana”, “según la cual el niño es un pequeño salvaje, con más inclinaciones malas que buenas, y había que impedir que las primeras llegaran a constituir hábitos. Para ello es indispensable la rigurosa disciplina, destinada a civilizarlo […]”99 Un tiempo más tarde, Julián, al defenderse, ataca a un compañero con un cortaplumas, incidente que lo envía una vez más al juez de Menores. Esta vez, el juez envía a Julián a la “Clínica de la Conducta”, para que lo revise un médico, llamado Dr. Colbert. Aquí nos encontramos nuevamente con los anudamientos de discursos revelados en Desarmonía sexual y en otros textos de Gajardo, particularmente aquellos que tratan de educación sexual, esto es, con las bases que sustentan también el discurso eugénico. El doctor estima que Julián tiene un carácter impulsivo. “Ello puede ser –señala– efecto de la herencia o una simple particularidad del carácter […]”100 Y explica que la herencia es “una cadena cuyos eslabones se remontan al pasado. Basta que entre los ascendientes haya habido un epiléptico, por ejemplo, para que esta enfermedad pueda manifestarse en cualquier descendiente, hijo, nieto, biznieto […]”101 Juan Gonzálvez reconoce que Julián tuvo un “ataque al

96 Ibíd., p. 27. 97 Freud, Sigmund. Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico, en Obras completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1998 [1916], p. 339. 98 Gajardo, Samuel. Cuando los niños…, op. cit., pp. 27-28. 99 Ibíd., p. 45. 100 Ibíd., p. 61. 101 Ibíd. 188 | 

cerebro”,102 y entonces el Dr. Colbert explica –como el Dr. Chanel en la otra novela–, la estructura que se establece entre lo congénito o hereditario y las influencias del ambiente: “Su porvenir dependerá de los estímulos que lo rodeen en la vida. Los estímulos. He ahí todo el secreto de la conducta; y ellos provocan siempre reacciones adecuadas al temperamento y al carácter. En este caso, los estímulos actuarán sobre un terreno favorable; buenos sentimientos. En caso contrario, su porvenir sería sombrío: la delincuencia, el crimen. Si Ud., que es su tutor, lo rodea de buenos estímulos, su porvenir está en sus manos”.103

Toda la vida de Julián se había jugado en castigos y rebeldías, en castigos que él mismo quería impartir a causa de la falta de justicia que constataba a su alrededor. Hacia el final de la novela, el hilo inconsciente que motiva la conducta de Julián se va despejando. Su padre había sido asesinado y Julián descubre que el asesino era Juan Gonzálvez, su tutor, quien había mantenido una relación amorosa con su madre. El padre de Julián, enterado de esa aventura, había querido matar a Juan, pero éste, en defensa propia, lo había asesinado a él. Julián, que además se había enamorado entretanto de María, negada para él por Juan, quería castigar al asesino de su padre: –[…] yo no deseo vengarme, sino castigarlo, como Dios castiga a los malvados. –Siempre el mismo, con la obsesión del castigo. –Es que es un mandato de mi conciencia.104

El punto cúlmine del drama se desarrolla en la consulta del doctor de la Clínica de Conducta. Juan lo visita para pedirle consejo sobre cómo tratar a Julián, de quien teme un ataque violento. El médico le solicita hablar una vez más con Julián. En esta nueva entrevista le dice: –Pero no sólo es necesario que no me mientas, sino que me digas todo cuanto esté en tu conciencia, sin omitir nada. Sería el único medio de conocer tu alma desnuda de todo velo que oculte la verdad. –¿Es lo que llaman un psicoanálisis? –No precisamente. Los psicoanalistas hacen hablar al enfermo todo lo que acuda a su mente, para descubrir lo que él mismo ignora. Tú no eres enfermo, y luego después sabes muy bien lo que ocurre.105

Nuevamente, Gajardo expone el procedimiento psicoanalítico como un medio para dar cuenta de las motivaciones profundas de la conducta humana y, aunque en esta novela se presente modificado por los motivos señalados por el doctor

102 Ibíd. 103 Ibíd., p. 62. 104 Ibíd., p. 140. 105 Ibíd., p. 151.  | 189

Colbert, también lo hace como un modo de explicar y evitar un desenlace delictual. Para el médico, la fuerza del impulso, en este caso el impulso homicida, puede ser contrarrestada por un sentimiento contrario. Aquí, como el mismo Julián señala, dicho sentimiento es el amor hacia María, el cual lo detiene en su deseo de castigar a Juan. El doctor le señala: –Julián: he leído en tu alma y comprendo tu tragedia; pero ahora viene la parte más útil de esta entrevista. El examen del paciente da a conocer al médico su mal; pero es el tratamiento lo que lo cura. –Pero me ha dicho Ud. que no soy enfermo. –Claro; es sólo una analogía. Tú me hablaste hace poco del psicoanálisis, ¿y sabes lo que es? –No, doctor. Sólo he oído decir que se hace hablar al enfermo, como un loco. –Y se le hace hablar para investigar en el fondo de su alma cuál es la causa oculta de sus trastornos; el “complejo”, que el propio enfermo ignora, y que el médico descubre a través de sus palabras. Los psicoanalistas dicen que, revelando al enfermo esa causa ignorada, se produce la curación. Es claro que tú no eres enfermo, pero actúa también en ti una causa que no me has dicho, porque no la conoces, y es, entonces, inconsciente. –¿Y puedo saberla? –Por supuesto, y ése es el objeto de lo que voy a explicarte. Tú me has dicho muy bien que ese impulso que te domina surge de lo íntimo de tu ser, como una fuerza extraña, pero ignoras la causa y ella es un complejo de venganza.106

El doctor Colbert explica a Julián que en su infancia, los violentos y repetidos castigos de su madrastra generaron en él un “impulso inconsciente, vigorizado por la angustia de tener que reprimirte”.107 Un impulso de agresión, de castigo. Luego, identificado con su padre en esta afrenta que en ese momento descubre, lo vive como una agresión hacia su persona, y quiere vengarse o, en sus propias palabras, castigar al agresor a quien la justicia no ha castigado. Frente a esto, Julián pregunta si existe entonces un impulso de venganza, a lo cual el doctor responde: “Lo hay, y perfectamente claro; como el de alimentarse; y no es más que una forma del instinto de conservación, traducido en la defensa personal contra la agresión. El individuo que es atacado responde atacando, y si no puede hacerlo inmediatamente, lo hace después, porque perdura su tendencia”.108 De este modo, situando la idea de Julián de castigar a Juan en el plano del instinto de conservación producido por las afrentas en su infancia y por la identificación con el padre, Colbert cree poder dar una interpretación que contrarreste, con la ayuda de la voluntad y la razón, su impulso homicida: “Todo lo que te he dicho tendrá la virtud de hacerte comprender claramente el mecanismo íntimo de tus reacciones. Así verás que no es tu voluntad consciente la que obra; y me106 Ibíd., p. 154. 107 Ibíd. 108 Ibíd., p. 155. 190 | 

ditando sobre ello, estoy cierto de que se atenuará la violencia de tu impulso, y podrás dominarla con la razón”.109 Después de este episodio, el doctor cita a Juan y le pide a éste autorizar el matrimonio de Julián con su hija. Argumenta que ésa es la única fuerza que podrá hacer frente al impulso inconsciente de castigo y le explica que lo sabe porque “[l]a psicología es ciencia matemática. Ya conozco los términos de la ecuación y la incógnita aparece clara como la luz del día”.110 En la misma línea, luego agrega: “La personalidad humana es como una máquina; un verdadero mecanismo, perfectamente coordinado; nada funciona al azar; todo tiene una causa; el problema consiste sólo en comprender ese mecanismo en cada individuo, para saber cómo habrá de funcionar”.111 Todo transcurre como Colbert lo auguraba: Juan autoriza el matrimonio, Julián y María se casan y la novela termina con un final feliz, propiciado por la sumatoria matemática que el médico ha hecho sobre el psiquismo de Julián. Esta idea de la psicología como una ciencia exacta se repetirá en Gajardo, ya no en sus novelas, sino también en sus ensayos. Será sustento, al parecer, para al menos aquella parte de la práctica judicial de Gajardo en que debe apreciar y evaluar el psiquismo de los jóvenes que acuden al Juzgado de Menores, y de sus padres en ocasiones. Una práctica en que marco jurídico, pensamiento eugénico y psicoanálisis confluyen en el tratamiento de la infancia desvalida, educando y así previniendo el delito. Breves conclusiones a modo de apertura

Como hemos comentado más arriba, tan sólo referirse a los nexos entre psicoanálisis y eugenesia puede resultar para algunos una herejía. Indagar aquellos intercambios requiere desplazarse un poco respecto de la identificación con la doctrina psicoanalítica, de la defensa de una práctica concebida, desde adentro, como siempre amenazada, siempre en vías de desaparecer. Creemos que despejar un poco los diálogos que el psicoanálisis ha sido capaz de mantener en el pasado en diversos campos culturales y contextos nacionales, no pone necesariamente en peligro su existencia, sino que revela algunas de sus determinaciones. Si la eugenesia es hoy un saber tremendamente denostado, fundamentalmente por sus vínculos con el nazismo, antes de la Segunda Guerra Mundial no tuvo esa valoración. La sorpresa que nos llevó a tomar los vínculos entre psicoanálisis y eugenesia como objeto de indagación reposan, precisamente, en aquella que brinda la anacronía. Pero si nos distanciamos un poco de las coordenadas desde

109 Ibíd., pp. 155-156. 110 Ibíd., p. 157. 111 Ibíd.  | 191

las cuales se valoriza la eugenesia en el presente,112 podemos dilucidar también algunas de las características y valoraciones que en la época estudiada lo hacían interesante para los lectores y autores como, en este caso, Samuel Gajardo. Podemos decir que fue precisamente la práctica misma del distanciamiento metodológico, lo que propició que pudiéramos siquiera ver aquellos vínculos entre ambos discursos; que pudiéramos, en efecto, pesquisarlos como más que extravagancias de tal o cual lector caprichoso, para verlos como una verdadera red entre discursos epocales que compartían si no sus métodos y su epistemología, sí algunas de sus preocupaciones y campos de acción. Así, psicoanálisis y eugenesia han aparecido ante nuestros ojos como discursos aceptados en el campo científico de las décadas de 1930 y 1940. Si algunos podían cuestionar –para ambos discursos por distintos motivos– su lugar en dicho campo, para la gran mayoría de los contemporáneos, formaban igualmente parte de él. Se trataba de saberes que, en el contexto de las preocupaciones higienistas por la supervivencia y el mejoramiento de la raza, decían algo “científicamente” fundado acerca de la infancia, de la familia, de la sexualidad y, en general, de las relaciones entre los sexos. Esa base científica, como hemos visto, hundía sus raíces de lleno, en el caso de la eugenesia, en el paradigma heredo-degeneracionista. En cuanto al psicoanálisis, el cual no dejaba de entrecruzarse de todos modos con las ideas hereditarias (al menos en Freud), sustentaba su saber en la construcción de un método “científico-clínico”, es decir, basado en la observación, que Freud mismo se preocupaba de cimentar y justificar. Sus tesis, por muy criticadas que pudieran haber sido, debatían su legitimidad en el mismo campo que los otros métodos de la psiquiatría y la neurología, sin llegar a ser nunca excluidos completamente de dicha disputa. En cuanto a la criminología, área más específica en la cual examinamos aquí los nexos entre eugenesia y psicoanálisis, puede decirse que ambos discursos apuntan a la prevención y ponen al descubierto la influencia que tiene el ambiente en el cual el niño se desarrolla en la determinación de una futura conducta criminal. Si el ideario eugénico situaba la injerencia de dicho ambiente en la transmisión genética de las taras hereditarias desde los padres hacia los hijos, el psicoanálisis hacía lo suyo considerando que dicha transmisión, que sin duda existía, no pasaba sin embargo por los genes, sino por mecanismos psíquicos (y sociales) ligados a los instintos y la educación. Aunque esos mecanismos fueron bastante mal definidos por Freud, marcando tal vez uno de los lugares “sintomáticos” de su discurso –“sintomáticos” en el sentido de aquello no zanjado en el pasado que 112 Para un debate acerca del anacronismo y las virtudes que de él pueden deslindarse, véase: Loraux, Nicole. Elogio del anacronismo en historia, La guerra civil en Atenas. La política entre la sombra y la utopía. Madrid: Akal, 2008, pp. 201-217; Didi-Huberman, Georges. Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2011, pp. 29-97; Rancière, Jacques. Le concept d’anachronisme et la vérité de l’historien, L’Inactuel, 6, 1996, pp. 53-68. 192 | 

retorna en el presente perturbando la continuidad o la ilusión de continuidad de la cronología–, se encuentra allí, con toda su ambigüedad, el problema de la herencia, de la transmisión de lo adquirido y el linaje. Así, ya sea en la eugenesia con el recurso a una genética incipiente, ya sea en el psicoanálisis con una vaga apelación a transmisión inconsciente, los lazos de alianza y lo transgeneracional operaban, y en ella se situaban las semillas de la delincuencia que las ciencias jurídicas y sociales, así como los organismos públicos, debían saber como atacar.113 Se abre aquí, como se advierte, todo el campo de indagación que nos permite vislumbrar las responsabilidades éticas del psicoanálisis en lo que hoy se denomina “biopolítica”. En efecto, entre los afanes de control y disciplinamiento del movimiento higienista, en el cual se enmarcaban las apropiaciones del psicoanálisis y de la eugenesia que hemos revisado aquí, y aquellos del “biopoder” actual, hay una trama que se vuelve necesario desenredar. No pretendemos hacerlo aquí, en estas pocas líneas de cierre, sino sólo marcar el lugar en el que se vuelve posible –con todo el anacronismo que entonces se hace operar allí– plantear nuevas preguntas al presente a partir de aquello que se ha podido entender acerca del pasado.114 Si es verdad que el psicoanálisis aparece en los escritos de Gajardo compartiendo espacios y temas con la eugenesia, no es menos cierto que, como decía Foucault en 1976, el invento de Freud trazó una fractura en el sistema de la degeneración. No volvió por ello caduca la voluntad política de disciplinar los cuerpos y los deseos a través de una “tecnología médica del instinto sexual”, sino que “buscó emanciparla de sus correlaciones con la herencia y, por consiguiente, con todos los racismos y todos los eugenismos”.115 Para el caso que aquí examinamos, el caso chileno de esas décadas cruciales de nuestro siglo XX, cabe plantearnos las preguntas: ¿el psicoanálisis habrá operado verdaderamente esa emancipación?, ¿se habrá realmente desmarcado de los discursos de la herencia?, ¿habrá ganado la batalla por dominio del espíritu? O, por el contrario, ¿habrá negociado y comprometido grandes trozos de su diferenciación cediendo importantes lugares de su prometida subversión?

113 Algunos estudios recientes realizados en Argentina por Mauro Vallejo en la línea de estas conclusiones, permiten ciertas tesis más argumentadas acerca del lugar de la herencia en psicoanálisis. Véase: Vallejo, Mauro. Teorías hereditarias del siglo XIX y el problema de la transmisión intergeneracional: Psicoanálisis y Biopolítica. Tesis para optar al grado de Doctor en Psicología, Universidad Nacional de La Plata, Argentina, 2011; Los miércoles por la noche, alrededor de Freud. La construcción del discurso psicoanalítico a la luz de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Buenos Aires: Editorial Letra Viva, 2008; La seducción freudiana (1895-1897): Un ensayo de genética textual. Buenos Aires: Editorial Letra Viva, 2012. 114 Seguimos aquí particularmente las propuestas acerca del anacronismo de Georges Didi-Huberman, en su texto Ante el tiempo, citado más arriba. 115 Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. 1- La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, pp. 144145.  | 193

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