Propuesta de pastoral misionera según la Evangelii Gaudium

July 26, 2017 | Autor: Juan Martinez | Categoría: Pastoral Theology, Teologia, Pastoral, Nueva Evangelización, Evangelii Gaudium
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Descripción

Propuesta de pastoral misionera según la Evangelii Gaudium P. Juan F. Martínez Sáez, FMVD

La transformación misionera de la Iglesia El papa Francisco en la introducción y cuando habla en la tercera parte de “la nueva evangelización para la transmisión de la fe” afirma la primacía de la misión ad gentes: “Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia» (RMi 34)”. Y se pregunta qué consecuencias puede tener tomar en serio este principio, concluyendo: “la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (n. 15). El capítulo primero lleva por título “La transformación misionera de la Iglesia” y parte como es lógico del mandato misionero de Jesús (Mt 28,19-20) y añade: “En estos versículos se presenta el momento en el cual el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra” (n. 19). De este principio fundamental el Papa saca importantes consecuencias: Que la Iglesia debe estar “en salida” (parte 1ª: nn. 20-24), lo que para él significa “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar”; que hace falta una conversión en todos los ámbitos de la pastoral y “una impostergable renovación eclesial” (parte 2ª: nn. 25-33); que hay que apuntar al “corazón del Evangelio” (nn. 34-39); que “la misión que se encarna en los límites humanos” (parte 3ª: nn. 40-45) y que la Iglesia debe ser “una madre de corazón abierto” (parte 4ª: nn. 46-49). Para el Papa “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera […] Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto” (n. 21). Porque la semilla da fruto por sí misma (cf. Mc 4,26-29); en consecuencia “la Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (n. 22). Lo que significa: “que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro”; que “el Señor se involucra e involucra a los suyos”; que “acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean”; que sabe fructificar “cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña” y que “celebra y festeja […] cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia” (n. 22). Por eso invita a toda la Iglesia a “una conversión pastoral y misionera”, siguiendo la llamada de Pablo VI y el Concilio Vaticano II, como exigencia de fidelidad a su vocación, y a una “impostergable renovación eclesial”. El Papa exhorta a “la reforma de estructuras que exige la conversión pastoral” y lo desgrana a todos los niveles de organización de la Iglesia: desde la parroquia al mismo papado. Invita a ser "audaces y creativos" y a la "generosidad y la valentía" (n. 33) en la aplicación de las indicaciones. Pero para que sea auténtica debe fundarse en la misma entraña del evangelio: apuntar a lo esencial: “Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (n. 35). De ello saca una importante consecuencia: la necesidad de hacer un discernimiento pastoral acerca de las verdades de la fe pero también de las consecuencias morales manteniendo la organicidad de las mismas (n. 39) pero apuntando a lo esencial, adecuándose a la capacidad de la persona y ayudando a responder “al Dios

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amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” (n. 39). En este sentido y para ir a las periferias y límites humanos el Papa expresa la necesidad de “expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad” (n. 41). Francisco invita nuevamente al discernimiento para “reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio” (n. 43). Porque el objetivo a conseguir es: “sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (n. 44). Todo ello hará “una Iglesia con las puertas abiertas” (n. 46), “la casa abierta del Padre” (n. 47), que asume el “dinamismo misionero” para “llegar a todos, sin excepciones”, sobre todo los pobres, porque “existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (n. 48). E insiste el Papa en que “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro” (n. 49).

Los protagonistas: todos los fieles cristianos Decía el beato Juan Pablo II que una de las características de la nueva evangelización era que se llevaba a cabo por unos nuevos protagonistas: todos los fieles cristianos; no ya como cosa de unos pocos “especialistas” (cf. NMI 40b). Con otras palabras el papa Francisco dice que: “sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados” (n. 120). Éste es uno de los acentos que al inicio dice el papa Francisco que quiere resaltar: “La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza” (n. 17 c); es el tema de la primera parte del tercer capítulo. El Papa se dirige en el inicio de la exhortación apostólica directamente “a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora” y desde ahí “indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (n. 1). De la misma manera un poco después el Papa dirige su invitación de forma personal a cada cristiano “a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo” (n. 3); porque “el principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización” (n. 112, referencia implícita a NMI 38). Por eso promueve una visión de la Iglesia que supere los límites estrechos de la institución humana y sea capaz de contemplar el misterio del pueblo de Dios “peregrino y evangelizador… que tiene su fundamento último en la libre y gratuita iniciativa de Dios” (n. 111). La consecuencia inmediata es que en todo bautizado “actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (n. 119) y que por el mismo bautismo “cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19)” y, por tanto “cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (n. 120). El Papa hace de esta convicción una llamada a todos “para que nadie postergue su compromiso con la evangelización” (ibíd.). Claramente todo depende de la fuerza de la gracia y del encuentro con Cristo por lo que todo bautizado tiene que crecer como evangelizador y debe dejarse evangelizar por los demás, “pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora” (n. 121). Como tampoco la imperfección es una excusa, sino

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que “la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (n. 120). De esta manera los bautizados constituyen el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia, ya que Dios “envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor. La Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida por Dios. Ella, a través de sus acciones evangelizadoras, colabora como instrumento de la gracia divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión” (n. 112). Se comprende claramente que esas acciones evangelizadoras no se pueden reducir a la mera actividad institucional de la Iglesia sino que es el compromiso evangelizador de cada bautizado. De esta manera la salvación “que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia” (n. 113) llega a sus destinatarios que son todos los hombres, llamados a formar parte del pueblo de Dios. Por eso la Iglesia debe ser “el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro” (n. 114). De esta manera la Iglesia es fiel a su misión: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (ibíd.). De ahí que el Papa pueda decir sin complejos y muy fundamentadamente que “que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (n. 15).

El realismo necesario para evangelizar Salir de sí mismo no es más que una actitud cristiana que responde al dinamismo propio de la evangelización: estar en contacto con la realidad que nos circunda para transformarla según el evangelio. Por este motivo, el propósito del Papa es muy claro: “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión» [Aparecida 360]” (n. 10). De ahí vendrá, recuperar y acrecentar el fervor que dará al evangelizador “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (EN 80)” (ibíd.). Por otro lado en la exhortación apostólica el Papa expresa la realidad como una conexión constante entre la verdad, el bien y la belleza, “el lazo inseparable entre verdad, bondad y belleza” (n. 167). La alegría de evangelizar no es una alegría ilusoria, sino que deriva del contacto con la realidad, de la unión entre la verdad, el bien y la belleza, que da sentido a la existencia del hombre y la plenifica. “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla” (n. 9); “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien” (n. 24); “Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (n. 36); “en la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien” (n. 142); “es bueno que toda catequesis preste una especial atención al «camino de la belleza» (via pulchritudinis)” (n. 167). En definitiva “es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que 3

resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (n. 168). Además tiene una clara función evangelizadora: “Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios” (n. 257); “cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones” (n. 265). Para el Papa la cuestión es muy clara: nada debe apartar al evangelizador de la realidad en la que vive: las personas de su entorno social, las relaciones humanas, el ambiente o la comunidad en que se desarrolla su vida. El encuentro con Cristo debe abrir a una relación más auténtica con los demás. EG 88: El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura. El alejamiento de la realidad, la pérdida de contacto con los demás, los planes ilusorios… son fruto de la mundanidad espiritual que el Papa denuncia valientemente y describe con mucha claridad (nn. 93-97). El resultado es el deseo de “dominar el espacio de la Iglesia” (n. 95) y, en consecuencia “no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica” (ibíd.). Por eso el Papa afirma: “Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres” (n. 97). El medio principal para combatirla es el uso de un lenguaje apropiado para acercarse a ella: “Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella” (n. 194). E insiste de nuevo más adelante: “La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad” (n. 232). Por lo que éste es claramente un principio hermenéutico fundamental para poder comprender la exhortación apostólica. Porque el papa Francisco sabe muy bien que: “Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad” (n. 231). Enumera, además, estas formas de ocultamiento de la realidad: “los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría” (ibíd.). Es evidente que son claramente identificables en muchas situaciones de nuestra Iglesia en todo el mundo. Además, existen factores externos, de índole social económica, cultural, etc. que impiden comprender la realidad y que hacen necesaria una actitud de constante discernimiento. El Papa señala algunas realidades deshumanizadoras que hay que reconocer y rechazar (cf. n. 54). Son “algunos aspectos de la realidad que 4

pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras” (n. 54). A ellos dedica el capítulo segundo de la exhortación. El Papa también habla de aquellos factores que, en positivo, favorecen el discernimiento de la realidad en la que vivimos y que ayudan en la obra de la evangelización. Entre ellos destacan: Una cultura marcada por la fe. “El substrato cristiano de algunos pueblos —sobre todo occidentales— es una realidad viva. Allí encontramos, especialmente en los más necesitados, una reserva moral que guarda valores de auténtico humanismo cristiano. […] No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual” (n. 68). Escuchar a los jóvenes y a los ancianos. “Ambos son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir tontamente los mismos errores del pasado. Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual” (n. 108). La cultura de cada pueblo. “Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura con legítima autonomía. Esto se debe a que la persona humana «por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social», y está siempre referida a la sociedad, donde vive un modo concreto de relacionarse con la realidad. El ser humano está siempre culturalmente situado: «naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente». La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe” (n. 115). El sentido de la fe del pueblo cristiano. “La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que los permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión” (n. 119). La piedad popular. “Del mismo modo, podemos pensar que los distintos pueblos en los que ha sido inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos, agentes de la evangelización. […] Puede decirse que «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo». Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal” (n. 122).

Una mirada pastoral La comprensión de la realidad que hay que evangelizar necesita de un particular modo de acercamiento a la misma. Los instrumentos humanos son necesarios; sin embargo, solo son medios que ayudan a conseguir un fin que debe ser propio de todo cristiano: tener una mirada pastoral sobre la realidad: “Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres” (n. 125).

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Y, por último, otro criterio muy importante es poner en práctica la Palabra de Dios “con valentía y fervor”. Por eso el Papa exhorta: “No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría” (n. 194). Para orientar en la manera de realizar este acercamiento a la realidad y que pueda ser evangelizada, el Papa explicita cuatro principios generales. El papa Francisco los desarrolla con la intención ayudar en la “construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad” (n. 221). Sin embargo se trata de principios generales “relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social” (ibíd.). El Papa los extrae de la doctrina social de la Iglesia con el fin de orientar “el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común” (ibíd.). Precisamente por tratarse de principios generales son útiles como guía para el acercamiento a la realidad pastoral. 1. El tiempo es superior al espacio. Este principio “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. […] Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad” (n. 223). 2. La unidad prevalece sobre el conflicto. El Papa es realista: “El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad” (n. 226). 3. La realidad es más importante que la idea. Sobre esto ya se ha insistido arriba. Simplemente recordar que “entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad” (n. 231). 4. Vivir la tensión entre globalización y localización. “Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos” (n. 234).

El imprescindible discernimiento pastoral La conversión pastoral implica acercarse a la realidad de las personas, de la sociedad y del mundo con una mirada pastoral o lo que es lo mismo con actitud de discernimiento de lo que está de acuerdo con el Evangelio y lo que no. Es una labor imprescindible ya que la construcción de un pueblo es una tarea que se encomienda a cada generación (cf. n. 220), que nunca está terminada y en la que se corre el riesgo de quedarse en opciones pastorales que en su momento fueron acertadas y necesarias pero después quedan anquilosadas y lastrando el proceso de evangelización de las generaciones sucesivas. El papa Francisco hace una propuesta pastoral que se basa en criterios espirituales y usa como herramienta imprescindible el discernimiento a la luz del evangelio. Es la llamada a dejar atrás una pastoral basada en criterios humanos, en cálculos meramente prudenciales que buscan lo conveniente, lo adecuado a cada momento pero según las capacidades humanas individuales o colectivas. La propuesta del Papa da lugar a una pastoral misionera que es capaz de afrontar la realidad tal y como es dada, de arriesgar y salir de las 6

seguridades y los límites humanos para llegar a todos. Una auténtica revolución frente a una pastoral que encerrada en lo humano- no es capaz de salir de sí misma y se contenta con mantener el status quo. El papa Francisco denuncia los siguientes factores que entorpecen el discernimiento: 1. La inercia pastoral. “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (n. 33). 2. Las costumbres no evangélicas. “En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas” (n. 43). 3. Los límites del lenguaje y de las circunstancias. “La tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible. Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace «débil con los débiles […] todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (n. 45). 4. El contexto social. El Papa en el capítulo segundo se detiene “con una mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras” (n. 51).

El papa Francisco propone también los factores que favorecen el discernimiento: 1. La comunidad cristiana. “Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, «lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales»” (n. 77). El Papa lo lleva a la práctica muchas veces en la exhortación cuando él mismo remite a los obispos o conferencias episcopales el discernimiento más detallado de las acciones pastorales. 2. La atención al pueblo de Dios. “Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (n. 119).

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3. El modo de proponer la Palabra de Dios. “El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. […] Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia». Entonces, la preparación de la predicación se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico (n. 154). 4. La conexión entre el anuncio y amor fraterno efectivo, “la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual en respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios” (n. 179). Y en conexión con este: la opción por los últimos (n. 195). 5. La evangelización integral del hombre (n. 181). El propio ejemplo del papa Francisco con sus palabras, sus gestos y sus hechos muestra la manera de proceder para que la actividad pastoral de la Iglesia proceda de acuerdo con criterios espirituales y un auténtico discernimiento personal y comunitario. Si su ejemplo cala en los cristianos, será probablemente la aportación más grande de su pontificado.

Construir pueblo de Dios Hemos visto como para el papa Francisco es fundamental recuperar la esencia de la Iglesia como pueblo de Dios que evangeliza (cf. n. 17). El Papa es también realista y expone en el capítulo II la crisis que existe en el mundo y en la cultura de la sociedad moderna en relación al compromiso comunitario. Lo hace con la intención de exponer en un segundo tiempo “las tentaciones de los agentes pastorales”. Es consciente que el proceso de construcción del pueblo de Dios depende del compromiso comunitario de los agentes de pastoral de la Iglesia. Con la intencionalidad de denunciar “algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia” (n. 51), el Papa desgrana las “tentaciones de los agentes pastorales” (nn. 76-109) para vencer las dificultades de la evangelización misionera que pone la situación del mundo. Y se abre con un gran “sí”: “Sí al desafío de una espiritualidad misionera” (nn. 78-80), que implica “no a la acedia egoísta” (nn. 81-83) y “no al pesimismo estéril” (nn. 84-86). Le sigue otro gran “sí”: “Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo” (nn. 87-92), que conlleva el “no a la mundanidad espiritual” (nn. 93-97), el “no a la guerra entre nosotros” (nn. 98-101), así como “otros desafíos eclesiales” (nn. 102-109). El papa Francisco expresa su intención de ofrecer una “mirada pastoral” (n. 50) y por eso, a la vez que agradece a todos los agentes pastorales su labor evangelizadora, constata que “como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos” (n. 77). Por eso denuncia aquello que puede afectar a los agentes pastorales y propone las soluciones. Es altamente significativo de que, a pesar que el capítulo último está dedicado a la espiritualidad misionera, en esta parte se presente la espiritualidad precisamente como solución a las tentaciones del evangelizador. Para combatir la falta de compromiso comunitario y en plena sintonía con el principio de formar pueblo de Dios que evangelice, el Papa declara que, ya que Dios nos congrega en la Iglesia y constituye como pueblo, “para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida 8

de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior” (n. 268); hasta el punto que “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (ibíd.). El Papa fundamenta esta actitud del evangelizador en el mismo Jesús, en el ejemplo de su vida y su entrega hasta la muerte (n. 269). El papa Francisco se muestra terminante: “Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas «sine glossa», sin comentarios. De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo” (n. 271). El Papa centra la espiritualidad misionera en la “la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien”, porque de esa manera “ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios” (n. 272). La consecuencia que saca de todo ello es que sólo se puede crecer en la vida espiritual cristiana si se es misionero: “La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros” (ibíd.). Cuando se vive así, la misión se siente como algo constitutivo del ser cristiano e irrenunciable, no como un añadido; hasta el punto de poder decir “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (n. 273). La actitud misionera del cristiano es respuesta al plan de salvación de Dios y por tanto la Iglesia es un pueblo formado no en base a criterios humanos sean los que sean sino que parte del reconocimiento que “cada persona es digna de nuestra entrega […]. Es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega” (n. 274). De esta manera se aprecia la belleza del plan de Dios y el corazón se llena de alegría, al descubrir que “¡alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!” (ibíd.). De ahí que el Papa cuando habla de “la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad” (n. 221) expone “cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social […] que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común” (ibíd.). Sin embargo y significativamente al exponer cada uno de ellos también explicita las implicaciones que tienen para la evangelización. El proceso de construcción del pueblo de Dios es muy semejante al de cualquier otro proceso social, como se ha visto más arriba; por eso el Papa recuerda a los evangelizadores cuál es el objetivo de la misión de la Iglesia y el modo de realizarlo. Procediendo así se muestra de manera amable a los que no se sienten incluidos en el pueblo de Dios que ellos también están llamados a formar parte del mismo y se les atrae persuasivamente a él. 1. El tiempo es superior al espacio (n. 225). Este criterio “requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo”. El Papa lo ilustra con la parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,24-30) ya que muestra “un aspecto importante de la evangelización que consiste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo”. 9

2. La unidad prevalece sobre el conflicto (nn. 229-30). El Papa recuerda que “Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14)”. Aunque el significado profundo de la paz es “que el primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la dispersión dialéctica. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social”. Por eso “el anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis”; de ahí la importancia de los procesos de conversión y de reconciliación. 3. La realidad es más importante que la idea (n. 233). El Papa fundamenta este criterio en la encarnación de la Palabra de Dios que por su puesta en práctica busca encarnarse siempre. Por eso es “esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo”. 4. El todo es superior a la parte (n. 237). Por último, el Papa expone las consecuencias de este principio: “habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar”. Hacerlo llegar a todos es necesario porque se trata de “la Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos”. Se trata de otro principio esencial para la evangelización, algo “inherente” a ella: “no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte”.

Una pastoral misionera De todo lo anterior se desprenden algunas consecuencias prácticas para hacer que la misión ad gentes y el primer anuncio sea la inspiración de toda la pastoral de la Iglesia. EG 165: […] La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.

Contenidos esenciales del anuncio misionero 1. Hay que partir siempre del kerigma (nn. 160ss) y de la Palabra de Dios (nn. 174-5). Porque no se puede dar por supuesta la fe en Cristo: hay que suscitarla. El anuncio debe estar basado en lo esencial de la fe, es trinitario (n. 164); sólo después del encuentro con Cristo es posible el itinerario 10

catequético, pedagógico y formativo acerca de las demás cuestiones que son explicitación y consecuencia de ella (n. 166). Para transmitir la fe hace falta una propuesta directa y hecha de manera incisiva e interpelante, que es la metodología propia del primer anuncio. 2. Fe confesada, celebrada y vivida en la Iglesia (n. 166). La misión ha sido confiada por Cristo a la Iglesia, ella es sacramento universal de salvación (cf. LG 1), evangelizar es su deber (cf. EN 5). Por eso tiene su origen y su fin en la Iglesia (cf. EN I: “Del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora”). La Iglesia transmite la fe en la medida en que es el centro de toda su vida: la confiesa de palabra y de obra, la celebra en la oración y la liturgia y la vive, plasmándose en la existencia de los cristianos y de la comunidad cristiana; también en formas culturales y artísticas (n. 167). 3. Dirigida a la vida del hombre en su integridad (n. 1); la evangelización abarca al hombre en todos sus aspectos y con el fin de devolverle en Cristo su dignidad original divina. Una propuesta moral que manifieste “el bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (n. 168); hay que tener siempre presente “el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (n. 176; cf. n. 182). Además se dirige a cada uno en particular, en forma de interpelación y respuesta personales y de acompañamiento personalizado. 4. Conversión constante al reino de Dios: de las personas (n. 14); de la pastoral (nn. 25ss), de la sociedad (nn. 176ss); porque “el Reino nos reclama” (nn. 180-1) y la Iglesia es en este mundo germen del reino de Dios e instrumento de su extensión.

Actitudes para una pastoral misionera 1. La dinámica de la encarnación como motor de la acción pastoral (nn. 30; 40ss; 233; 262). En la exhortación apostólica el Papa aplica esta idea frecuentemente a la cultura, la religiosidad popular, una sociedad de raíces cristianas (n. 68), etc. 2. La centralidad de la persona humana en la pastoral. La pastoral ha de privilegiar el objetivo de la personalización de la fe; para ello debe estar dirigida a la persona, incluso privilegiando la evangelización directa “persona a persona” (n. 127ss). La importancia del acompañamiento espiritual (nn. 169ss). 3. El diálogo evangelizador de la Iglesia, Madre y Maestra, (nn. 140ss); también llevado a los ámbitos social y pastoral (nn. 238ss). 4. La caridad con origen, camino y meta de la misión: “El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad” (n. 177). 5. El testimonio de la vida cristiana que da credibilidad a la actividad pastoral (nn. 121; 174; 239). 6. El anuncio explícito como prioridad irrenunciable (capítulo III). 7. La primacía de la gracia (n. 264) para no caer en el activismo (n. 199); la confianza en la acción misteriosa de Dios en el otro (n. 172); esto proporciona al evangelizador confianza, serenidad y paz de espíritu (nn. 275ss).

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