Prólogo de Arde el sol sin tiempo. Artículos y literatura en pequeñas dosis, de Manuel Vilas en la colección Renglonseguido del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 2014

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Descripción

MANUEL VILAS

ARDE EL SOL SIN TIEMPO Artículos y literatura en pequeñas dosis

EDICIÓN DE CRISTINA GUTIÉRREZ VALENCIA

Director de la colección: Javier García Rodríguez

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni su préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión de uso del ejemplar, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

 Manuel Vilas. Valladolid, 2014  EDICIONES UNIVERSIDAD DE VALLADOLID  Del prólogo y de la selección de textos Preimpresión: Ediciones Universidad de Valladolid Diseño de cubierta: Juan Bonilla Fotografía de cubierta: Cristina Gutiérrez Valencia Logotipo de la colección de Mercedes Díaz Villarías ISBN: 978-84-8448-802-6 Dep. Legal: Imprime:

ÍNDICE

Prólogo: “Work on the wild side: Vilas cincelando a Vilas”, por Cristina Gutiérrez Valencia .................................................................................

España era una fiesta ....................................................................................................

Ciudad crónica/Gran Turismo .................................................................................

Universo literario: .......................................................................................................... Con nombre propio ......................................................................................... Manual Vilas ......................................................................................................

Ciudadano V...................................................................................................................

Pop art(icles) ...................................................................................................................

Epílogo: “Si respeto, me aburro”, por Manuel Vilas ............................................



PRÓLOGO

WORK ON THE WILD SIDE: VILAS CINCELANDO A VILAS

UNCONVENTIONAL EPICUREANS

«Unconventional epicureans», Arnaldo Momigliano, Epicureans in Revolt Pocos entre los pocos, raros entre los raros, filosóficamente nos sentimos muy solos. Juan Antonio González Iglesias, Un ángulo me basta

S

in duda alguna, en una hipotética nueva Historia de los heterodoxos españoles aplicada a la literatura reciente de nuestro país, por expresar la improbable novedad con vetusto título, Manuel Vilas ocuparía un lugar de honor: un asiento, como aquellos de nuestra Real Academia Española, de mayúscula letra capital para un extraordinario -polisemia aparte- escritor originario de provincias. Su distintivo, el factor diferencial, sería su alejamiento del tono elegía-

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co, solemne y serio de buena parte de nuestras letras. Nada de la mirada eternamente nostálgica al pasado, adiós a la identificación de la escritura con la reflexión o la calmada introspección espiritual; frente a la lógica de la madurez, el equilibrio, la búsqueda del centro, Manuel Vilas propone una escritura celebratoria, festiva, de inusitada alegría, de terrible y fanático fervor por la vida y todo lo mundano. Vilas es el ejemplo de la desmesura que conduce a lo sublime, de la sensualidad de lo más superficial y la exaltación de lo más telúrico y radical, de lo originario, lo animal, como si la suya fuese la creación de un hombre con los pies en la tierra, pero pisando siempre terreno volcánico, continuamente a punto de entrar en erupción, en constante tensión tectónica. Tanto sus obras de poesía (El Cielo, Resurrección, Calor, Gran Vilas) como las de relatos (el libro recientemente reeditado Zeta), las novelas (Magia, España, Aire nuestro, Los inmortales, El luminoso regalo), como los artículos aquí seleccionados, huyen de la tristeza y el aburrimiento, tienen detrás un epicureísmo luminoso pero también agitador, desestabilizador. Lo es siempre aquello que se sale de lo común, que va a contracorriente, que subvierte el orden establecido, lo comúnmente aceptado. La voz de Vilas, atípica y atópica, siempre dispar, eternamente disconforme, tiene la firme vocación de ser una fiesta, de huir definitivamente del tedio. Por eso encontraremos en estas páginas afirmaciones muy claras en este sentido, reiterando esta escapada del hastío como leitmotiv una y otra vez: “Huyendo del aburrimiento, bailé una sardana en NYC, y fui feliz, finalmente”; “Más madera, tío, que me aburro”; “A mí no me asusta nada, nada, nada, que el mundo la palme, a mí lo que me mata es que me aburran”, o, como el lema final de uno de sus artículos en la revista Quimera: “Lema general de la Campaña: ¡La España mejor en armas contra el aburrimiento!”. Será su escritura, por tanto, lo contrario del bostezo, un discurrir de la imaginación hiperpoblada, un giro constante del lenguaje, una torsión extrema e irónica de la realidad y de la historia. Es el suyo un decir caluroso, pasional, que cobra cuerpo en una visuali-

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dad de colores calientes, que parece escrito desde el cuerpo sudoroso y para el cuerpo sediento. Y es el cuerpo del delito esa elocución erotizada, incluso pornográfica, la palabra sensual y sensorial, casi sinestésica, la desvergüenza de una representación placentera, deslenguada. Ya nos lo advierte en un momento de este libro, “la literatura que me gusta estaría en esa estela, en la estela de la festividad coital”. Es, por tanto, una literatura que toma postura, pero siempre sorprendiendo, evitando la inautenticidad del moderno postureo, con una elasticidad creativa admirable, repleta de callidae iuncturae. El hombre formal que es Manuel Vilas -se entenderá en qué acepción- estaría muy de acuerdo con lo que Barthes expresaba en El placer del texto, con que “la escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra”. A Manuel Vilas hay que leerlo e interpretarlo con/en todos los sentidos, haciendo caso a la Susan Sontag de Contra la interpretación cuando decía que “en lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. En el poema “Cien años después”, de El Cielo, el yo poético construido por Vilas, “un estudiante de filosofía,/ convocado a oposición”, se dirige a Nietzsche, diciéndole: “pero a mí, ¿qué me queda a mí/ sino tus obras editadas en edición de bolsillo, subrayado/ aquello que pensé más importante, aquello que, mañana,/ si tengo la suerte de que me pregunten por ti/ y no por Aristóteles, Santo Tomás o el triste Kant,/ habré de exponer con cara de hombre laborioso, prudente,/ honrado?”. El vitalismo nietzscheano, transgresor e incombustible, violento y atronador, parece latir detrás de la escritura de Vilas, en sus palabras percutivas, de búsqueda de aquello que resuena, de afirmación de la vida y el arte. “Temblar es lo único que importa”, podremos leer en estos artículos, y la voluntad de Nietzsche de hacer de la vida obra de arte se viene enseguida a la memoria. Cómo no recordar al filósofo alemán cuando leemos en estas páginas la embriaguez progresiva de Vilas, la lucha constante entre lo apolíneo y lo dionisíaco, éste cada vez con mayor peso, en un ascendente camino de liberación, de ficcionalización, de

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mitologización, que parece conducir del logos al mythos, siempre a contracorriente de la normalidad. Hay en estos artículos, como en el resto de su obra, un internamiento no lineal pero progresivo en el lado salvaje de las cosas, del hombre, de la creación; una modalidad liberadora de bajada a los infiernos, una forma de dejar atrás la tierra firme del pensamiento uniformizado y la expresión lógica y normalizadora que se resumiría bien en el paradójico “creo que ya he perdido el control. Cuánto me gusta esa palabra: 'Control'. Mataría por ella”. Frente al control, el atavismo del caos primigenio, cuya potencia gobierna estos escritos. Hay quien se plantea si la escritura de Manuel Vilas es comprometida, o qué tipo de compromiso hay detrás de esas palabras tan aladas pero tan ligadas igualmente a nuestro presente. Es lógico que estas preguntas aparezcan ante textos como el poema “McDonald's”, en Resurrección, de donde sale el verso que da título a este libro (“Arde el sol sin tiempo”), por su juego con lo real, su mezcolanza de emotividad e ironía en una suerte de épica neocapitalista o neocomunista, quién sabe. Lo más sensato, más allá de legítimas interpretaciones de estos textos henchidos de significados inestables, huidizos, de gran fertilidad semiótica, sería aplicar a Vilas lo que él mismo dice en un artículo sobre Patti Smith: “No sé muy bien con qué, pero comprometid[o]. Comprometid[o] con lo salvaje, sí”. Sentencia Vilas: “El caos dionisíaco acabará llegando a la historia de la literatura”, y en otro momento relata cómo “entonces, me llamó Sergio Gaspar y me dijo: «eh, Vilas, este es el momento, ya estamos maduros para el caos»”. 2008, maduros para el caos, y VILAS, esa imagen autorial y corporativa que se había ido configurando en los años anteriores, esa obra con marca registrada, despegó del todo. No es fácil, no obstante, delimitar cuándo Vilas comenzó a ser VILAS, cuándo él se consideró como tal o en qué momento inició la autoconsciencia. En el caso de su obra lírica, cuando en 2012 aunó su Poesía reunida bajo el título de Amor, no

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incluyó los poemarios que había publicado antes de El Cielo, donde probablemente podamos escuchar ya su voz en una forma reconocible. Al igual que la metamorfosis -ahora parece que hay que modificarlo (meta...) por transformación- autorial kafkiana parece que fue obra de Max Brod, que decidió que Kafka fuese Kafka, Vilas se adelanta a cualquier instancia de recepción y decide jugar al solitario con el yo y sus máscaras, sacándole partido -o partida- literario. La apuesta por el self-fashioning consciente implica una serie de estrategias textuales y creativas que dan un resultado muy particular. La autoficción multiplicada, el mantenimiento de universos en los saltos de unas obras a otras, en un juego de niveles reales-ficcionales que tiene también mucho que ver con el hibridismo genérico, la transgresión formal y la superposición de mundos posibles muestran un Vilas que siempre es él mismo pero que siempre es muchos otros simultáneamente, que es alguien caracterizado por ser un yo deseante, un deseante de ficción. Si Gil de Biedma no quería ser poeta sino que quería ser poema, Vilas parece querer ser una ficción en sí mismo: “A veces me gustaría convertirme en una novela. Ser yo mismo una novela. No tener que escribir una novela, sino presentarme yo mismo como si en vez de un ser humano fuese una novela. Ser páginas escritas en vez de un cuerpo”. Es la suya una identidad literaria muy reconocible pero voluble, múltiple, inasible. “Es que somos dos”, dirá Vilas. Pero sabe que cualquiera de los dos que haya dicho eso miente, y debería haber dicho más bien “soy legión”. Será una ficción, por tanto, llena de extremos y de extremidades, que va modulando y modelando una figura imposible, angulosa, ecléctica. Dicho en el buen sentido de la expresión el sueño de la razón produce monstruos. Por eso no hay aguja de navegar Vilas posible: cuando todo se estabiliza cambiamos de universo, o de destino, o todo a la vez, y solo nos mantiene a flote la mirada y el estilo excéntricos, que son el eterno retorno donde anclarse en una escritura de continua mudanza, de irremediable mutación.

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Esta auto-configuración de su voz creadora y autorial, sin embargo, no parece haberse construido a lo largo de los años, inventándose como sujeto y como universo igual que cualquier otro personaje de ficción o saga narrativa, sino que más bien da la impresión de que Vilas siempre estuvo ahí, y lo que se ha producido es un proceso de despojamiento, de liberación de las ataduras genéricas, formales, sociales o personales que marcan el decoro, la preceptiva genérica, las leyes consuetudinarias de lo social. El desarrollo que ha seguido Vilas parece, más que el resultado de una génesis progresiva, un descubrimiento de su propia voz y su propio ser literario, un desvelamiento más que una construcción. Miguel Ángel Buonarroti, el magnífico renacentista italiano, creía que el arte de la escultura era un arte del descubrimiento, que el escultor tenía que sacar la forma que estaba aprisionada en la materia, que la creación artística libera a la forma ideal de la piedra. La escultura era, por tanto, un rescate del contorno que estaba perdido, de manera que él tenía que trabajar con fuerza corporal para abrir la materia y cincelar con violencia para llegar a la forma; esculpir era para él sacar la figura que estaba desde siempre prisionera en la piedra. Podemos aplicar la teoría de Miguel Ángel a Manuel Vilas y la creación o descubrimiento de sí mismo. Como quien modela su cuerpo con ejercicio continuado, así Vilas ha ido cincelando su corpus, extrayendo su voz propia de la lógica de la escritura y el corsé de los géneros, del campo literario y el decir bienpensante. Un acercamiento cronológico a los artículos escritos por Manuel Vilas en diarios y revistas desde 1996 da la sensación de que Vilas siempre estuvo ahí, por la aparición repentina de asociaciones luminosas, sentencias sorprendentes, momentos de lirismo inusitado en lugares imposibles. Pero la voz y la escritura que ya se intuye desde el principio parece estar a ratos maniatada, necesitada de explosiones, de mayores dosis de libertad para mostrarse en toda su capacidad. La contemplación del resultado del proceso de liberación, descubrimiento o desvelamiento de su escritura latente que ha ido

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experimentando -nunca mejor dicho- Vilas es uno de los objetivos de este libro. Los artículos seleccionados pretenden acercarse a aquello más representativo del autor en diferentes etapas de su escritura, pero mostrando siempre lo que es ya una voz muy reconocible. El género periodístico es un formato que a pesar de su brevedad, o precisamente por ella, permite a Vilas un alto nivel de intensidad, la apertura formal y la mezcla entre narrativa, lírica, reflexión sociológica y confesión. Además de proporcionarnos valiosas claves de su escritura con las que armarnos frente a la lectura del resto de su obra, estos artículos son en sí mismos parte importante de su idiosincrasia, de su estilo, de sus obsesiones y temas preferidos. Aquí Vilas nos va mostrando a VILAS en pequeñas dosis, pero no encapsuladas, sino en ese proceso físico, corporal, violento, de liberación de lo accesorio. Por eso han quedado fuera de este compendio los textos más académicos, aquellos más cerrados a un tiempo o un lugar bajo un lenguaje convencional, a pesar de que poco hay en realidad de esto en el conjunto de la creación de Vilas, por lo que la elección no ha resultado del todo fácil. Este Vilas articulista sabe tomar lo mejor de la tradición del género, sin renegar de los postulados del periodismo clásico (en una de las crónicas de la Expo de Zaragoza que podemos leer aquí, Vilas conversa con uno de los guardias de seguridad: “Sabes qué, le digo al segurata, que le digas a la jefa que me llame. El segurata se ríe. Y de parte de quién le digo todo eso. Pues de qué bien va a ser, tío, de Mariano José de Larra”). Vilas puede y sabe ser un clásico, y lo es a ratos, pero tiene madera de desobediente, y los artículos donde más se le identifica, donde más Vilas es Vilas, son aquellos en los que la ficción se desliza por debajo de la puerta, donde todo es hipérbole, donde la información es solo un juego que no persigue la veracidad sino la literatura misma, donde hay un gesto consciente de utilización de la voz narradora VILAS, que sobresale sobre todo lo que se dice, que es a la vez sujeto y objeto de la enunciación.

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Los diferentes apartados en los que están divididos estos textos de varia lección son un intento de clasificación temática; no obstante, el lector tendrá que tener en cuenta lo inclasificable de ciertos fragmentos, la variedad de los asuntos que puede tratar en un mismo texto, los saltos y tránsitos repentinos que podemos hallar en un autor como Vilas, más aún cuanto más libre es en la configuración de su creación y los artículos no se pliegan a encargos de elementos concretos. Sea cronista, opinador, reseñista o escritor de ficción, el encasillamiento de Vilas a cualquier nivel se plantea como una tarea compleja. Sabido lo cual, hemos tratado de marcar con esta clasificación una posible línea de lectura del polifacético Vilas. «España era una fiesta» recoge aquellos textos que se pueden enmarcar en el interés constante y definidor de Vilas por “España”. Decimos “España” y no España porque “España” es en la obra de Vilas, además del título de una de sus novelas (una que podría mostrar claramente esto que vamos a exponer) una construcción ficcional. “España” es un mito feraz y mendaz dentro de la mitología Vilas, un artificio, como la España sin comillas, pero con un fundamento mítico conscientemente cimentado. Vilas atisba los elementos de la vida española susceptibles de mirada oblicua, de ser objeto de experimento y de vanguardia. Es un constructo inverosímil pero de alguna manera realista, un espacio simbólico castizo y ultramoderno, una identidad sometida siempre a grandes presiones. La relación de Vilas con su “España” es cercana pero tempestuosa; se resume bien en un fragmento de uno de sus artículos: “Leo en la prensa estas declaraciones de Rafael Sánchez Ferlosio: «Odio a España desde siempre, pero no me iría a vivir al extranjero». Me parece una afirmación brillante. Me jode que no se me haya ocurrido a mí. Es una síntesis perfecta. No es el rollo ese del «odi et amo»; es la pereza de tener que irse a otro sitio, contratar una mudanza (elegir presupuesto entre Gil Stauffer o El Portugués), habilitar el raming en el móvil, volver a España para Navidad, etc. etc. etc. O qué coño hace un español en el extranjero. O búscate un piso en París y desde allí ponte a odiar a España todas las mañanas, etc.

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O aprende inglés, o peor aún: aprende alemán. O mucho peor: acaba odiando Italia, después de haber odiado España. Es mejor quedarse, odiar de cerca. Odiar con comodidades irrenunciables. Pero no es odiar exactamente. Es otra cosa.”

«Ciudad crónica/Gran turismo» está dedicada a la faceta de cronista, de observador e inventor a partes iguales. Crónicas de viajes a otros países, de vacaciones en el mar, de turismo de interior o literario, o una serie documental-ficcional delirante sobre la Expo en Zaragoza (o sea, en Zeta, en la “España” de Vilas). El viaje no es solo la ocasión perfecta para un cambio de escenario, de focalización, o metáfora perfecta de otro tipo de movimiento vital, sino que es siempre propiciador de sensaciones corporales, de encuentros fortuitos y disparadores de situaciones curiosas o absurdas. La crónica es un género que permite a Vilas contar la realidad como podría ser -no otra cosa es la verosimilitud-, pero con pasión irreductible, y sin perder de vista España, Zeta y el barrio del Actur. Vilas es un enviado muy especial allí a donde va, que recuerda a ratos a los mejores artículos de Julio Camba desde Europa y Norteamérica, y por momentos a su propia narrativa de ficción o autoficción más extensa. Nos preguntamos, viajando en este gran turismo, cuál es de entre las dos modalidades (la crónica periodística o viajera y la novela) el germen de la otra, pero constatamos también que en la creación de Vilas no tienen el mismo mecanismo de funcionamiento las reglas de la causa y consecuencia y de la anterioridad y posterioridad: todo es un maremágnum tan persuasivo y conmovedor como ilógico, que se rige por su propio discurrir. «Universo literario» reúne en su primera mitad, «Con nombre propio», textos sobre autores u obras concretas en los que Vilas se fija con atención. Siguiendo sus trazos descubriremos un canon propio de autores españoles y extranjeros, de clásicos y modernos, donde nunca pueden faltar Cervantes o Kafka y donde descubrimos sus afinidades electivas y filiaciones con otros autores rupturistas o transgresores de generaciones cercanas a la suya. La segunda parte de este apartado, «Manual Vilas», es una suerte de manual de — 19 —

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instrucciones para la lectura de su obra, un metadiscurso sobre su propia creación. Recoge tanto textos que podrían considerarse poéticas, como reflexiones generales sobre la escritura, sobre los fenómenos literarios, o sobre los géneros, y contiene una serie de textos que explican el proceso de creación, el objetivo o la voluntad de sentido de alguna de sus obras concretas. «Manual Vilas» nos muestra las cartas boca arriba del Vilas escritor mediante la exposición directa, pero también a través de la puesta en práctica, manteniendo la línea de estilo hipertrofiado y expresionista del resto de sus textos. Como dice en uno de ellos, “lo que diga un escritor sobre su obra literaria siempre acaba siendo más obra literaria, y nunca una explicación satisfactoria sobre lo ya escrito”. «Ciudadano V.» es una sección que refleja miméticamente el espíritu proteico y multidimensional de Vilas. En ella se mezclan infinidad de temas e intereses que muestran al Vilas ciudadano, al que nada de lo humano le es ajeno. La mayoría de puntos de vista y perspectivas variables confluyen en el lugar común de la ficción, que es la que hace cobrar altura a estos textos. Después solo queda la caída al vacío que supone la cotidianeidad de un hombre normal ataviado con el poder de la palabra. «Pop art(icles)» pretende cerrar esta obra con la clave de la cultura popular, de tanta importancia para la obra de Vilas (como él mismo nos dice: “La cultura Pop fue mi cultura y mi pistola, una pistola de chocolate”). La música, el cine, la televisión y la cultura de masas acaparan estos textos, hacen del pop la nueva epopeya. Y es que no se puede entender a Vilas sin Lou Reed o Bob Dylan, sin Elvis, los Stones, Sixto Rodríguez o Joy Division, tampoco sin la colorida y disparatada televisión que sirve de estructura a Aire nuestro, por ejemplo. Vilas sabe que los animales no sobreviven mucho tiempo fuera de su elemento, no se puede sacar del agua a los peces para escribir, por mucho que veneremos ese aire nuestro. Es decir, que un realismo que se aleje de la ilusión o el efecto de realidad y se acerque a un verdadero vitalismo siempre estará ligado, en su caso,

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a la cultura popular. Vilas lo tiene claro, se aparta de los debates zombis entre apocalípticos e integrados, y declara que “el Pop es la única cultura viva que existe, la única real, las demás culturas están muertas, aunque su muerte nos apasione y nos siga conmoviendo”. “Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia”, dice el poema. Aunque temblar sea lo único que importa, no le tiembla el pulso a Vilas a la hora de escribir, más bien se nota en el rastro de lo escrito el impulso de lo resplandeciente, lo ígneo, la ardiente decisión del cazador solitario. Estos artículos, en su pequeñez y su fragmentariedad, pueden ser apenas una caja de fósforos. Pero si consiguen prender la mecha, ellos solos se bastarán para hacer arder las naves más allá del tiempo, para avivar la llama de amor Vilas. Oigamos, pues, el chasquido. Cristina Gutiérrez Valencia

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