“Prolegómenos a una concepción ampliada de la ciudadanía en Bogotá: de la demagogia de los derechos a la libertad positiva”

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Descripción

ISSN 1852-3978

Staff Directores: Pablo Bulcourf (UBA / UNQ) / Arturo Fernández (CONICET) Secretario de Redacción: Augusto Reina

Comité Académico Arturo Fernández Miguel De Luca Luis Aznar Cristina Díaz Walter Cueto Silvia Robin María Inés Tula Gastón Mutti Martín D’Alessandro Nélida Archenti Gloria Mendicoa Gustavo Dufour Pablo Bulcourf

Reflex: revista de análisis, reflexión y debates en ciencia política es una publicación digital dedicada al análisis y debates en Ciencia Política. Editor: Pablo Bulcourf. Mail: [email protected] La responsabilidad por el contenido artículos es exclusiva de los respectivos autores.

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Índice Número 6 – volumen 2 Editorial

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Artículos “El origen y la naturaleza de la personalización de la política” Martín D’Alessandro

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“Prolegómenos a una concepción ampliada de la ciudadanía en Bogotá: de la demagogia de los derechos a la libertad positiva” Sergio Ángel Baquero

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“Formas de inserción de los indígenas en la globalización” Nastassja Rojas Silva “Interdiscursividades y disputas por la hegemonía en la Argentina de fines de los años ´80. Construcciones y debates público mediáticos en dos referentes político-institucionales clave” Hernán Fair

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Dossier “500 Años de El Príncipe” “Comentarios breves sobre la antropología filosófica de Maquiavelo. A quinientos años de El Príncipe” Gastón Mutti

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“Ciencia (de la) política y filosofía de la praxis. Releyendo a Maquiavelo con prismas gramscianos a 500 años de su libro viviente” Hernán Ouviña

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“Maquiavelo y la ciencia del Estado: sus aportes a las políticas públicas a quinientos años de El Príncipe” Nelson Cardozo

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Reseñas “El oficio de político” Manuel Alcántara Sáez Por Ramiro Gamboa

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“El Estado en América Latina: continuidades y rupturas” Mabel Thwaites Rey (editora) Por Pablo Bulcourf

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“Revuelta Obrera y Masacre en la Forestal. Sindicalización y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen Alejandro Jasinski” Por Marianela Milanés

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Editorial Asistimos a un año muy especial para la ciencia política en todo el mundo, el 500 aniversario de la publicación de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, uno de los libros fundamentales y de referencia del pensamiento político universal. Este libro ha sido uno de los ejes de la reflexión política que se ha convertido en un verdadero ―clásico‖ con un grado de actualidad que ha generado la ―envidia‖ de toda producción teórica posterior, inclusive los estudios más refinados de la ciencia política contemporánea. ¿Por qué razón el pensamiento de Maquiavelo ha mantenido su vigencia a lo largo de todos estos siglos? ¿Cuáles han sido sus planteos que han caracterizado a la política y a la acción humana que logra transitar sin escollos este prolongado período de tiempo? ¿Por qué se ha construido un ―mito maléfico‖ en torno a su nombre? ¿Qué nos sigue advirtiendo el pensador florentino en el siglo XXI? Algunos de estos interrogantes siguen guiando el análisis y la reflexión política actual más allá de los posicionamientos teóricos y metodológicos. La izquierda, la derecha, los neopositivistas, los supuestos hermenéutas, los duros, los blandos, los liberales, los republicanos, los amantes de los populismos; de alguna manera todo el espectro de posiciones reclaman y encuentran en Maquiavelo una fuente de inspiración y referencia constantes. En este sexto ejemplar de Reflex nos hemos propuesto indagar sobre algunos de los tópicos que sigue alumbrando nuestro mentor desde los muros color ladrillo del Palazio Vecchio de Firenze, o desde su supuesta tumba en la iglesia de Santa Croce. Solo pretendemos un humilde homenaje a modo de disparador de la reflexión que merece una de las obras que mejor ha interpretado al hombre y a su capacidad de tomar decisiones. Acompañamos estos trabajos con los siguientes aportes: Martín D‘Alessandro nos central en ―El origen y naturaleza de la personalización de la política‖; (poner los autores y títulos de los artículos); Sergio Ángel Baquero nos introduce ―Prolegómenos a una concepción ampliada de la ciudadanía en Bogotá: de la demagogia de los derechos a la libertad positiva‖; Natassja Rojas Silva nos presenta las ―Formas de inserción de los indígenas en la globalización‖; mientras que Hernán Fair nos trae su trabajo ―Interdiscursividades y disputas por la hegemonía en la Argentina de fines de los años ´80. Construcciones y debates público mediáticos en dos referentes político-institucionales clave‖. En el dossier “500 años de El Príncipe”, Gastón Mutti nos trae “Comentarios breves sobre la antropología filosófica de Maquiavelo. A quinientos años de El Príncipe‖; Hernán Ouviña reflexiona sobre ―Ciencia (de la) política y filosofía de la praxis. Releyendo a Maquiavelo con prismas gramscianos a 500 años de su libro viviente; y finalmente Nelson Cardozo presenta “Maquiavelo y la ciencia del Estado: sus aportes a las políticas públicas a quinientos años de El Príncipe‖ Este nuevo número sale a la luz en el contexto del XI Congreso Nacional de Ciencia Política que organizan en forma conjunta la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) y la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Estos encuentros se han convertido en una de las redes más importante no solo de la ciencia política argentina sino también latinoamericana y mundial, lo que demuestra el desarrollo que han tenido los estudios políticos en las últimas décadas. Invitamos a todos los interesados a seguir enviando sus artículos pero también sus comentarios, críticas y sugerencias.

Reflex

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Artículos

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El origen y la naturaleza de la personalización de la política The origin and nature of the personalization of politics Martín D’Alessandro Resumen

Una de las bases teóricas sobre la “personalización de la política”, sobre sus características y

efectos sobre el sistema político, es la cuestión de “lo público” o del “espacio público”. El artículo revisa las visiones de Richard Sennet, quien sostiene que la personalización de los

asuntos públicos es una ampliación de las características de la esfera pública burguesa, y de

Jürgen Habermas, para quien esa condición actual del funcionamiento político supone una vuelta al tipo de representación vigente durante el Antiguo Régimen. Esas diferencias sobre los orígenes históricos de la personalización de la política se diluyen en cuanto a sus consecuencias negativas en el mundo actual.

Palabras clave: Teoría política - espacio público – personalización de la política – Sennet – Habermas

Abstract

One of the theoretic bases of the concept of “personalization of politics”, its

characteristics and effects on the political system, is the discussion about the public sphere. This article revises Richard Sennet’s and Jürgen Habermas’ points of view on this topic. The

former argues that personalization of public issues is an extension of bourgeois public sphere characteristics, and the latter that it means a return to a kind of representation of the Ancien

Régime. However, these differences on the historical origins of personalization of politics blur about its negative consequences in contemporary world.

Key words: Political theory – public sphere – personalization of politics – Sennet - Habermas

Introducción

E 

l tratamiento en la teoría política contemporánea sobre la ―personalización de la política‖, sobre sus características y efectos sobre el sistema político se basa sobre dos discusiones teóricas más amplias, relativas a la naturaleza e implicancias de la

UBA-Conicet: [email protected]

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sobresaliencia de las personas de los políticos en el proceso político. La primera es la cuestión del liderazgo, que a lo largo del siglo XX ha tenido contribuciones teóricas desde la filosofía política, desde la psicología, desde la sociología estructural funcionalista y desde la ciencia política conductista. La segunda, que abordaremos en este trabajo, es la cuestión de ―lo público‖ o del ―espacio público‖, noción que, lógicamente, trasciende el ámbito de la política integrándola en las características de las formaciones ―públicas‖ de la sociedad, en varias de sus expresiones. Dos visiones con algunos puntos en común pero intrínsecamente enfrentadas se expondrán aquí. Por un lado, Richard Sennet sostiene que la personalización de los asuntos públicos es una ampliación de las características de la esfera pública burguesa. Por el otro, en la perspectiva de Jürgen Habermas —aunque anterior en el tiempo será expuesta aquí en segundo término—, esa condición actual del funcionamiento político supone una vuelta al tipo de representación vigente durante el Antiguo Régimen. El debate entre ambos es rico en la medida en que, según cada autor, un fenómeno con orígenes históricos distintos tiene las mismas consecuencias en el mundo actual. La personalización como realización de la “sociedad íntima” Para Richard Sennet, la ―debilidad pública‖ actual tiene en realidad un alcance mucho más amplio que los asuntos políticos, y afecta a todos los intercambios que las personas tienen con extraños (Sennet 2002: 20). En términos generales, creer o confiar en las personas como tales (sean personas políticas o no) genera mucho más interés que las relaciones sociales impersonales que esas personas representan, o mejor dicho, encarnan. Así, con la confianza en las personas, la comprensión racional de la sociedad se debilita, porque ―la gente está resolviendo en términos de sentimientos personales aquellas cuestiones públicas que sólo pueden ser correctamente tratadas a través de códigos de significado impersonal‖ (Sennet 2002: 24). De esta manera disminuye la participación con desconocidos en procura de fines sociales, y el dominio público pierde su sentido. Lo mismo ocurre urbanística y arquitectónicamente: el espacio público se transforma en un área de paso, no de permanencia. En ese lugar de paso, el silencio frente a los demás en la calle, el uso del automóvil particular o la ignorancia del otro se convierten en un escudo protector para los individuos1. Para este autor, el vaciamiento de la vida pública (aquella que transcurre fuera de la vida de la familia y de los amigos cercanos) se ha ido formando durante largo tiempo, desde la decadencia del Antiguo Régimen —cuando todavía se construían parques urbanos masivos, las calles eran diseñadas y utilizadas para pasear, y los cafés para discutir con gente desconocida—. Es en el siglo XIX cuando, frente a los cambios (industriales) de la vida 1

Un ejemplo de la amplitud de la visión teórica de Sennet es su análisis de la tendencia a construir oficinas sin estar separadas por paredes: “las barreras visuales desaparecen merced a la supresión de los muros de las oficinas, de manera que todas las plantas se transformen en un vasto espacio abierto, o sobre ese perímetro habrá un grupo de oficinas privadas con una amplia zona abierta en su interior. Esta destrucción de los muros, según se apresuran a decir los proyectistas de oficinas, incrementa la eficacia en el trabajo porque cuando las personas se encuentran todo el día expuestas a las miradas de los demás son menos propensas a la murmuración y a la charla y se muestran más dispuestas a mantenerse dentro de sus límites. Cuando cada uno tiene al otro bajo vigilancia, la sociabilidad decrece y el silencio constituye la única forma de protección. El proyecto de oficinas de planta abierta lleva a su mayor expresión la paradoja de visibilidad y aislamiento… se incrementa el contacto íntimo, se disminuye la sociabilidad” (Sennet 2002: 44-45).

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pública, las relaciones familiares pasaron a ser un modelo y, a contrario de la Ilustración, el dominio público pasó a ser considerado como moralmente inferior. La intimidad y la estabilidad de la familia parecían el orden ideal legítimo, mientras que los rasgos públicos perdían sus formas distintivas (la producción de ropa a nivel industrial contribuyó a ello uniformando a muchos segmentos diferentes del público urbano —aunque nadie creía que la sociedad se estuviese homogeneizando—). La sobreimposición de lo privado sobre lo público, entonces, empezó a darse en el siglo XIX. ―En la política moderna sería suicida para un líder insistir en: «Olvidaos acerca de mi vida privada; todo lo que vosotros necesitáis saber con respecto a mí es cuan buen legislador o ejecutivo soy y qué acción intento llevar a cabo en el ministerio». En cambio, nos excitamos cuando un presidente francés conservador cena con una familia de la clase obrera, aun cuando haya aumentado los impuestos sobre los jornales industriales pocos días antes, o creemos que un presidente norteamericano es más «auténtico» y confiable que su infortunado predecesor porque prepara su propio desayuno‖ (Sennet 2002: 66). Si la credibilidad de la sociedad significa y motiva una acción sólo cuando depende del modo en que una audiencia simpatiza con el carácter del hombre que la promueve, es porque el sistema de expresión pública se ha transformado en un ―sistema de representación personal‖: una figura pública muestra a otros lo que siente, y es esta representación de sus sentimientos lo que produce la confianza. Estos cánones de respeto por una personalidad auténtica son burgueses y han permitido la dominación de clase. En el Antiguo Régimen, la vestimenta de la gente indicaba su posición social de manera indudable. Ello definía un orden social en la calle y a la vez borraba el carácter individual: tanto hombres como mujeres usaban pintura en el rostro, y los antifaces estaban de moda (Sennet 2002: 164). Había también un espacio público que permitía la interacción con extraños sin necesidad de indagar ni mostrar las circunstancias personales individuales. En los teatros, los cafés y las casas de refrigerios la gente experimentaba la sociabilidad sin revelar demasiado acerca de sus propios sentimientos o historia personal. En la calle, se imponía un lenguaje general sobre generalidades, en el teatro, uno no se conmovía según el sentimiento personal sino que aplaudía o protestaba en voz alta sólo en los momentos convencionalmente apropiados. Es en este contexto en el que el siglo XVIII comenzó a alterar las ideas de público y privado. Se produjo una asociación entre naturaleza y familia por un lado y entre cultura y sociedad, por el otro, y se estableció el principio de que el mundo natural y privado podía actuar como un freno sobre el mundo de la vida pública cosmopolita, que no se podía alterar. En el dominio de la retórica política también había formas y códigos de gestos tan firmes como los gestos creados por el vestuario o la conversación. También reinaba lo impersonal: incluso cuando se difamaba a otras personas a través de los periódicos, se respetaban convenciones tales como la autoría anónima y el cuestionamiento de la idoneidad de las personas para participar en el gobierno y nunca la reputación personal en sí misma. Lo que verdaderamente rompió esta forma de vida pública fue la personalidad individual como una fuerza simbólica. ―De esta idea de la personalidad individual como principio social se derivó finalmente el impulso moderno por encontrar medidas políticas que merecen la pena sólo en la medida en que sus campeones sean personas «creíbles», «confiables» y «decentes»‖ (Sennet 2002: 241-242).

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La intimización de la vida En el siglo XIX cambiaron muchas condiciones estructurales. La llegada de gente del campo a la ciudad ya desde el siglo XVIII, el crecimiento del comercio, la consecuente fragmentación de la continuidad del trabajo dentro de la familia para pasar a un nuevo mercado en el que contaban más las habilidades de cada cual, en fin, un nuevo contexto de capitalismo industrial competitivo por la compra-venta (ya sea de bienes como de fuerza de trabajo) dieron nueva forma a la vida pública. Todos esos cambios fueron tan grandes y traumáticos que la ciudad ―debió haber sido la imagen que cada hombre tenía acerca de una vida que debía evitar, con masas de gente sin rumbo, desarraigada y amenazadora...‖ (Sennet 2002: 313). A fines del siglo XIX, la ropa, sin importar que fuese de producción masiva y no muy vistosa, se convirtió de la representación impersonal del lugar social al que uno pertenecía en la representación de lo que uno sentía, en una ―expresión‖ personal. Las creencias se centraron cada vez más en la vida inmediata del hombre mismo y en sus experiencias como aquello en lo único en que se puede creer, en lo inmediato, la sensación, lo concreto. De esa manera, en una economía de capitalismo industrial sumada a la fe en las apariencias inmediatas como una pista hacia el sentimiento íntimo, la personalidad accedió al dominio público, sobre todo en las grandes ciudades. Así, las apariencias pasaron a ser expresiones directas del yo íntimo: uno conocía realmente a una persona comprendiéndola al nivel más concreto, que consistía en los detalles de la ropa, del lenguaje y del comportamiento (por eso la gente deseó protegerse mezclándose con la multitud, ocultar la espontaneidad, pasar desapercibida suavizando el tono de la apariencia propia, vistiéndose de manera sofisticada, monocromática, cosmopolita (Sennet 2002: 365). Este cambio ocasionó un desdoblamiento: por un lado llevó al actor de la vida pública, y por el otro al espectador, al hombre público que siente más como testigo de la expresión ajena que como un portador de la propia. ―Cuando la personalidad irrumpió en el dominio público, la identidad del hombre público se dividió en dos. Unas pocas personas continuaron expresándose activamente en público, continuaron la imaginación del hombrecomo-actor que orientara el ancien régime. Para mediados del siglo XIX, no obstante, estos pocos activos se habían vuelto profesionales; eran ejecutantes especializados. Otra identidad creció junto a ésta: la del espectador. Y este espectador no participaba en la vida pública tanto como se insensibilizaba para observarla. Inseguro de sus sentimientos y convencido de que, fuesen lo que fueran, se expresaban independientemente de su voluntad, este hombre no abandonó la sociedad pública. Se aferró a la creencia de que fuera del hogar, en la muchedumbre cosmopolita, había importantes experiencias que una persona debía tener; a diferencia de su predecesor del ancien régime, para él esta realización en público no estaba destinada a su ser social sino a su personalidad‖ (Sennet 2002: 433). Así, el contenido de la creencia política retrocede cuando, en público, la gente comienza a mostrarse más interesada en el contendido de la vida de los políticos, en la pureza de sus impulsos, y lo que el político cree se vuelve cada vez menos importante en el momento de decidir si creer en él o no. Para Sennet, tanto en la ejecución musical en público, como en el teatro y en la política, ser expresivo y tener un talento extraordinario antes que las reglas conocidas, fue la fórmula que hizo que la personalidad accediera al dominio público. Y desde el punto de vista del espectador burgués, hacia mediados del siglo XIX era común despreciar a las personas que exteriorizaban sus emociones en una obra de teatro o en un

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concierto. La represión emocional en el teatro por parte de los espectadores se transformó para la clase media en un modo de diferenciarse de la clase trabajadora (Sennet 2002: 456). Así se fue formando una ―sociedad íntima‖, en la que ―todos los fenómenos sociales, no importa cuan impersonal sea su estructura, se convierten en cuestiones de personalidad a fin de tener un significado. Los conflictos políticos son interpretados en función de la actuación de personalidades políticas; el liderazgo se interpreta en función de la «credibilidad» más que de la realización. La «clase» a la que uno pertenece parece ser el producto de la habilidad y la presión personal más que de una sistemática determinación social‖ (Sennet 2002: 485). Así como la personalidad y la vida del actor pasó a ser más importante que el texto que transmite, el político también concitó la atención sobre sí al extremo de desviar la atención respecto de su ―texto‖, compuesto por la suma de los intereses y necesidades de sus oyentes, que en lugar de juzgar al actor quieren ser conmovidos por él; los oyentes de la personalidad política también pierden el sentido de sí mismos enfocando su atención sobre quién es él, más que sobre lo que él puede hacer por ellos. Sennet llama a este proceso ―la suspensión de los intereses yoicos de un grupo‖, que pasa a tener una personalidad colectiva fantaseada, que define un nosotros y lazos de unión, aun sin hablar, de manera aislada y en silencio, pero compartiendo sus personalidades a través de una fantasía común, una personalidad colectiva proyectada. Cuanto más domina la vida del grupo una personalidad común fantaseada, menos puede actuar el grupo para promover sus intereses colectivos: la imaginación compartida se volvió un disolvente de la acción compartida. El político que es capaz de generar emoción en público utiliza la personalidad como una fuerza antiideológica: en la medida en que despierta el interés, el respeto y la creencia en la calidad de su aparición en público, en esa medida es capaz de distraer a su público de su propia posición en el mundo (Sennet 2002: 509)2. Las personas en las sociedades modernas se vuelven expertas en el arte de decodificar detalles de la conducta como símbolos para un estado del carácter de la persona observada. ―Del mismo modo que, por ejemplo, el color de una faja o el número de botones que faltan en una blusa pueden simbolizar el libertinaje sexual de una mujer, así también los pequeños detalles de la apariencia o de los modales pueden simbolizar una posición política. Estos detalles parecen indicar qué clase de persona abraza una determinada ideología. Si, por ejemplo, un orador de la clase trabajadora aparece vestido en forma elegante, uno enfoca de tal modo esta incongruencia en su apariencia personal que llega a creer que todo lo que dice es un engaño (...) Uno busca los detalles de conducta entre aquellas personas que defienden una concepción u otra para decidir cuál es la que mejor se corresponde con nuestro propio sentido... a través de estos detalles uno está aprendiendo quiénes están luchando y por lo tanto a qué lado pertenece uno‖ (Sennet 2

“En los años que fueron desde 1825 a 1848, los políticos comenzron a pensar acerca de su retórica y de sus apariencias públicas en relación a las apariencias de los artistas del escenario, especialmente la de los actores masculinos y los músicos solistas masculinos. Lamartine, amigo y admirador de Liszt, estaba celoso de la enorme reputación pública del músico y fascinado por los modos en que, tal como señalaba, «el entusiasmo popular que usted despierta podría ser empleado para gobernar el mundo». Ledru-Rollin estudió el impacto que el actor Frédérick Lemaître producía en el público, y aconsejaba a sus partidarios que deberían aprender por qué Lemaître era un héroe para las masas parisinas, si deseaban que la Izquierda triunfase en Francia” (Sennet 2002: 523-524).

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2002: 527). Lógicamente, como existe un escaso conocimiento concreto de otros como uno, y sólo se puede acceder a un pequeño número de detalles simbólicos, esta personalidad colectiva es pues muy débil. En la sociedad íntima actual, se supone que los males de la sociedad se deben a la impersonalidad, la alienación y la frialdad. La idea que los hombres son más importantes que las medidas se convierte en un modelo para la pacificación política. En respuesta al miedo al vacío de la impersonalidad, las personas conciben a la política como un dominio en el que la personalidad será declarada vigorosamente, ―entonces se transforman en espectadores pasivos de un personaje político que les ofrece sus intenciones, sus sentimientos, más que sus actos, para que ellos los consuman‖ (Sennet 2002: 570). La personalidad en público destruyó al ―público‖: el público perdió su fe en sí mismo para juzgar a estos hombres, se transformó en un espectador más que en un testigo, perdió el sentido de sí mismo como una fuerza activa. La tecnología de las comunicaciones del siglo XX ha sido dirigida a facilitar la comunicación, pero los medios dan como resultado una pasividad cada vez mayor por parte de aquellos que son los espectadores. Los líderes carismáticos modernos destruyen la distancia que existe entre sus propios sentimientos y los del público; concitando la atención de sus motivaciones, los desvía de cualquier consideración que aquellos a quienes representa puedan hacer sobre él en función de sus actos. En esta desviación, los medios electrónicos masivos cumplen un rol crucial, logrando simultáneamente la sobreexposición de la vida personal del líder y oscureciendo su trabajo en el despacho. Sus seguidores, por su parte, son cargados con la responsabilidad de comprenderlo como persona a fin de entender lo que hace una vez llegado al poder. El poder del carisma opera a un nivel en que el líder mismo no necesita poseer cualidades titánicas o heroicas a fin de ser carismático. ―Puede ser cálido, hogareño y cariñoso; puede ser sofisticado y alegre. Pero puede atar y ofuscar al pueblo tan firmemente como una figura demoníaca si logra concitar su atención sobre sus predilecciones, la indumentaria que su esposa lleva en público o el amor que él siente por los perros. Almorzará con una familia común y despertará un enorme interés en el público, y al día siguiente, firmará una ley que devasta a los trabajadores de su país, y esta acción pasará desapercibida a causa de la excitación provocada por el almuerzo. Jugará al golf con un famoso comediante y también pasará desapercibido el hecho de que acaba de dejar sin efecto la pensión a la vejez para millones de ciudadanos. El carisma como una fuerza tendente a estabilizar la vida política ordinaria es lo que se ha desarrollado a partir de la política de la personalidad originada en el siglo pasado. El líder carismático es el agente a través del cual los políticos pueden acceder a una marcha tranquila, evitando consecuencias penosas y divisivas cuestiones de ideología‖ (Sennet 2002: 589). El político que concita la atención sobre sus impulsos, se transforma en un líder plausible de un comportamiento espontáneo de acuerdo con esos impulsos, pero autocontrolándose. Cuando se logra esta espontaneidad controlada, los impulsos parecen reales y el político parece alguien en quien se puede creer; aunque en general, una política de personalidad consiste en la revelación de intenciones que no guardan relación con el mundo de la acción (Sennet 2002: 614). Para Sennet, el acto de retirarse de la vida pública es muy anterior al advenimiento de los medios masivos de comunicación. Los medios no son aparatos infernales sino que satisfacen impulsos culturales que tomaron forma durante los últimos ciento cincuenta años para apartarse de la interacción social y sentir más como una persona. Lo que sí es cierto es que la pasividad es inherente a su propia lógica, pues los medios intensifican el silencio de la muchedumbre, la noción de un espectador descorporizado. Uno ve más pero

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interactúa menos. El volumen de la audiencia hace que el político deba tratarla en términos abstractos, lo que a su vez se transforma en el medio de evitar las cuestiones ideológicas y conduce a enfocarse sobre la persona del político, lo cual va a expensas, una vez más, del contenido político de la acción. De allí que el desarrollo de la política de la personalidad (y no en las expresiones artísticas) pueda ser éticamente condenado: constituye una seducción incivilizada de gente al margen del pensamiento acerca de lo que ella debería obtener o cambiar en la sociedad3. La personalización como una vuelta al Antiguo régimen Jürgen Habermas también tiene una perspectiva negativa de la sobresaliencia de las personas de los políticos, comparte la visión pesimista sobre ella como distorsionadora de la capacidad de raciocinio público, pero disiente respecto del origen y la naturaleza de la personalización de la política. En Historia y crítica de la opinión pública se dedica a estudiar, a la vez histórica y sociológicamente, la estructura y la función del modelo liberal de la ―publicidad‖ burguesa, su origen y transformación4. La publicidad representativa Si bien las diferencias entre lo público y lo privado pueden rastrearse hasta la antigua Grecia, la esfera pública, sostiene Habermas, se formó hacia el siglo XVIII 5 como parte del esquema de la ―sociedad burguesa‖, que por esa época se asentó como un ámbito de tráfico mercantil y de división del trabajo con sus propias leyes y reglas. Antes, durante la Edad Media europea, no había una vida pública como un ámbito propio separado de lo privado. Existían diferencias entre lo que era de uso común y estaba sujeto a las reglas feudales, como un manantial o una plaza, y lo que era de uso particular o excepcional, como una inmunidad de derechos, por ejemplo. En este contexto previo a la ―sociedad burguesa‖ existe un tipo de ―publicidad representativa‖, en la que el rey y el señor feudal representan un poder elevado, públicamente, ante la gente. Este es el origen de la representación como algo descendente, como los atributos de una persona y no como racionalidad argumentativa: ―la evolución de la publicidad representativa está ligada al atributo de la persona: a insignias (condecoraciones, armas), hábitos (vestimenta, peinado), gestos (modos de saludar, ademanes) y retórica (forma de las alocuciones, discursos solemnes en general). Por decirlo en pocas palabras: en un código estricto del comportamiento «noble». Éste cristalizó a lo largo de la alta Edad Media en el sistema de virtudes cortesanas, una versión cristiana de las virtudes cardinales aristotélicas en la que lo heroico templaba lo caballeresco y lo señorial. Significativamente, en ninguna de esas 3

Sin embargo, así como todos los elementos del carácter se vuelven simbólicos sin ningún referente real, en otras circustancias, también cualquier defecto puede transformarse súbitamente en un instrumento para la destrucción de la popularidad política. 4

“Publicidad”, es la traducción de la voz alemana Öffentlichkeit, que se refiere no al sentido de la propaganda comercial sino al del estado y la calidad de las cosas públicas. La versión castellana del texto utiliza “publicidad” —con la sola excepción del título del libro— por creerla una expresión más adecuada que “vida social pública”, “opinión pública” o “lo público”, también aceptables. La versión inglesa del libro utiliza la más cómoda expresión public sphere. 5 En el siglo XVIII aparece el término Öffentlichkeit en Alemania. El término inglés publicity surge a finales del siglo XVII, derivado del francés publicité. La noción de “opinión pública” con una función crítica y raciocinante, fue acuñada en la segunda mitad del siglo XVIII a partir de la expresión francesa opinion publique (Habermas 2004: 64)

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virtudes perdió lo físico su relevancia: pues las virtudes tenían que adquirir cuerpo, había que exponerlas públicamente. Esa representación vale, sobre todo, para el torneo, para la figura de la pugna entre caballeros‖ (Habermas 2004: 47). Más tarde, la ―publicidad representativa‖ se concentró en la corte del soberano, en la que, por ejemplo, las grandes fiestas ―no servían tanto al placer del participante cuanto a la demostración de la grandeur del anfitrión. —El pueblo, que no precisaba más que contemplar, se entretenía al máximo—. Tampoco aquí estaba el pueblo completamente excluido; quedaba en la calle constantemente a la expectativa; la representación está destinada a un entorno ante el cual desenvolverse. Sólo los banquetes burgueses para notables, a puerta cerrada, comenzaron a ser exclusivos‖ (Habermas 2004: 49). La exposición de la corte sobrevino porque con el triunfo de la monarquía y la concentración de poder en el Estado, la nobleza carece ya de dominio propio y de señorío feudal que representar, por lo que se puso al servicio de la representación del monarca. La posición de la Iglesia, por su parte, se transformó con la Reforma. Hasta ese momento, la publicidad representativa de su poder espiritual estaba ligada a los poderes feudales, pero después la religión se convirtió en un asunto privado, y la libertad religiosa se convirtió en la primer esfera de autonomía privada, de una sociedad que se estaba separando del Estado, comenzando así a escindirse la esfera pública y la privada en un sentido moderno. Pero la publicidad representativa habría de caer debido a los elementos para la formación del nuevo orden social, que se dan con el temprano capitalismo financiero y comercial. El tráfico de mercancías (el mercado) y el tráfico de noticias (la publicidad, la opinión pública, la prensa) disuelven las relaciones estamentales de dominio. En este sentido, la prensa cumplió un papel importante: los cálculos del comerciante orientado al mercado necesitaban, como consecuencia de la extensión del comercio, de información más frecuente y más exacta sobre hechos y antecedentes, especialmente lejanos (Habermas 2004: 54). Desde finales del siglo XVII, la información periodística, las noticias profesionalmente vendidas, se hacen públicas, se empiezan a vender de manera accesible al público en general. Al mismo tiempo, aparece una ―esfera de poder público‖ encarnada por los nuevos funcionarios que el proceso de centralización estatal incorporaba. Y además, el capitalismo también era algo público, estatal, en la medida en que todavía estaba fuertemente dirigido por el mercantilismo6. Las estructuras sociales de la publicidad La publicidad burguesa se conforma entonces como una esfera en la que las personas privadas se reúnen en calidad de público. En un principio, la vanguardia burguesa de las capas medias instruidas va aprendiendo el arte del raciocinio público en comunicación con el ―mundo elegante‖ de la sociedad aristocrática que se va distanciando de la corte. Las ciudades de Francia e Inglaterra no son solamente el centro económicamente vital de la sociedad sino el lugar de una publicidad literaria que se asienta en los cafés y en los salones (Habermas 2004: 67), en los que comienza a establecerse una 6

Las noticias, que en un principio se vendían en cartas privadas a algunos suscriptores, comenzaron a venderse también a periódicos (de tirada diaria ya para 1650). A su vez, el deseo de los periódicos de ampliar la clientela y el interés de las nuevas autoridades administrativas de utilizarlos para dar a conocer nuevas disposiciones a sus lectores, crearon un “público” de lectores conformado principalmente por una capa burguesa de capitalistas, comerciantes, banqueros, editores y manufactureros, más bien ilustrados. Los viejos burgueses corporativos, artesanos, tenderos, han perdido su relevancia social junto con los estamentos nobles mismos.

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paridad entre la gente cultivada procedente de la sociedad aristocrática y la intelectualidad burguesa. Es aquí donde se da la tendencia hacia la discusión permanente entre personas privadas, en la que se presuponen una igualdad de estatus, el cuestionamiento (literario o artístico) de cualquier ámbito en los que anteriormente la fuerza de la autoridad impedía manifestarse, y un público abierto, porque por exclusivo que fuera, se entendía a sí mismo como parte de un público más amplio formado por todas las personas privadas que, como lectores y espectadores, tenían patrimonio e instrucción suficiente como para opinar. Este ―público interesado‖ se forma en las primeras décadas del siglo XVIII, luego de que el mercado y los editores sustituyeran a los mecenas en el encargo de obras a los escritores, luego de que el teatro y los conciertos se abrieran al público más allá de la corte7. Este es un público burgués también desde el punto de vista de su procedencia social, cuya influencia triunfa alrededor de 1750, un momento de fuerte reproducción de periódicos, librerías, clubs de libros y círculos de lectores, convirtiendo a la novela (en la que se destaca la subjetividad de origen íntimo y pequeño familiar) en la publicidad de un nuevo raciocinio literario. Una vez que ya hay un público compuesto por personas privadas, un funcionamiento de la publicidad literaria y unas plataformas de discusión, la publicidad puede transformarse en política, en crítica del poder público. Las funciones políticas de la publicidad En Inglaterra se amplían periodísticamente las discusiones parlamentarias, bien sea para exponer ante el público las discusiones parlamentarias, o bien para obtener el apoyo de ―la razón‖ para las decisiones de gobierno. A fines del siglo XVIII la prensa ya ha adoptado el papel de comentarista crítico, convirtiéndose en el interlocutor oficial de los diputados. Así, la opinión pública se forma en la disputa argumental alrededor de un asunto (Habermas 2004: 103). En Francia, como la burguesía sigue estamentalizada y no hay Parlamento, el público raciocinante se institucionaliza después de la Revolución, cuando surgen partidos de club y las facciones parlamentarias dan a conocer sus discusiones con una fuerte autoconciencia de que el público podía ejercer el control al poder. En Alemania, como la nobleza depende todavía de la corte y pone barreras frente a la burguesía, y la burguesía las pone de cara al pueblo, el público políticamente raciocinante se instala sobre todo en las tertulias privadas de los burgueses. Todas estas transformaciones solamente pueden darse, recordemos, en un contexto en que el tráfico mercantil y el trabajo social se emancipan de las directrices estatales y en que el derecho privado adopta la idea de que todas las personas gozan de derechos iguales, idea tomada de la paridad entre personas privadas que se supone que existe en el mercado y entre los instruidos en el plano de la publicidad8.

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“Los compositores estaban empleados en calidad de músicos de la Iglesia, de la corte o del concejo, y trataban, igual que los escritores de servicio para sus mecenas, y los actores cortesanos para los soberanos, siguiendo encargos. Los ciudadanos apenas tenían oportunidades de oír música fuera de la Iglesia o de una reunión de la nobleza. En primer lugar, comenzaron a emanciparse los Collegia Musica privados, para establecerse pronto como reuniones públicas de conciertos. La entrada de pago convirtió al concierto en mercancía; al mismo tiempo, apareció algo así como una música desvinculada de fines u obligaciones: por vez primera se juntaba un público a oír música como tal; un público amante de la música, al que se le presuponen patrimonio e instrucción, ha entrado en escena” (Habermas 2004: 77). 8 “El que se hicieran notorias las discusiones parlamentarias aseguraba a la opinión pública su influencia, aseguraba la conexión entre diputados y electores como parte de un mismo público. Casi por la misma

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La transformación social de la estructura de la publicidad En la era liberal, la publicidad literaria era una comunicación pública entre personas privadas; estaba separada, al estilo griego, de las necesidades de la vida. Aproximadamente a partir de 1875, en cambio, las leyes del mercado penetran en la esfera de las personas privadas en su calidad de público: el ocio se mercantiliza, el raciocinio se transforma en consumo y la comunicación pública en recepción individual. ―Dicho sin miramientos: para lecturas, teatro, concierto y museo —no aún sin embargo para la conversación—, tenía uno que contar con lo que había leído, visto y oído, y con aquello de lo que sólo en la conversación le era dado apropiarse de un modo completo. En nuestros días la conversación como tal es susceptible de organización: diálogos profesionales entre catedráticos, discusiones de podio, round table shows [mesas redondas espectaculares y teatrales], etc. —El raciocinio de las personas privadas se convierte en número radiofónico o televisivo de stars, se convierte en asunto de taquilla, cobra forma de mercancía incluso en congresos abiertos a la «participación» de todo el mundo—. La discusión, inserta en el «negocio», se hace formal...‖ (Habermas 2004: 193). La radio, el cine y la televisión no forman público alguno, degradan la cultura (convirtiéndola en ―cultura de masas‖), porque deben distraer a grupos enormes de consumidores con baja instrucción, suprimen la recepción privada inherente a la letra impresa, no posibilitan el intercambio de raciocinios, marginan a los elementos políticos (se resaltan las vidas privadas o bien se personalizan evoluciones o decisiones públicamente relevantes al punto de llegar a ser irreconocibles como tales). Esto último limita la capacidad subjetiva de raciocinio crítico frente al poder público, aun cuando fuera objetivamente posible (Habermas 2004: 199). Así, para Habermas, se ha minado definitivamente la forma de comunicación específica del público. La publicidad se ha disgregado, despolitizado, lleva consigo la propaganda comercial9, y su función mediadora entre Estado y sociedad pasa a asociaciones y partidos políticos que consiguen la aquiescencia (o la resignación) de un público mediatizado, manipulándolo o legitimándose ante él. ―La publicidad crítica es desplazada por la publicidad manipuladora‖ (Habermas 2004: 205). El Parlamento, como el otro elemento mediador entre Estado y sociedad, también se ve debilitado.

época se abren también a la publicidad los procedimientos judiciales. Hasta la independiente justicia necesita del control de la opinión pública; sólo en el contexto del público apto para la crítica parece a salvo la independencia de la justicia tanto respecto del ejecutvo como respecto de la parte privada. Las resistencias más eficaces al principio de la publicidad las ofrece la administración; pero no tanto porque hubiera que preservar del conocimiento público determinados procederes, precisamente en interés público, cuanto porque burocracia y ejército, como es natural, representaban bajo el absolutismo el único medio instruido de poder del soberano frente a la sociedad burguesa” (Habermas 2004: 119). 9 En palabras del autor: “la antigua distinción entre publicidad política y publicidad literaria se ha perdido en el camino que lleva del público culturalmente raciocinante al público consumidor de cultura: la publicidad literaria ha dejado de tener un carácter específico. La «cultura» divulgada por los medios de comunicación de masas es una cultura de integración: no sólo integra información y raciocinio, las formas periodísticas con las formas literarias de la narrativa psicológica en un entretenimiento y una «ayuda» determinados por el human interest; sino que es lo suficientemente elástica como para asimilarse al mismo tiempo elementos de reclamo publicitario, de servir incluso como una especie de super-slogan que, si no existiera, tendría que inventarlo el status quo para fines de public relations. La publicidad carga con funciones de reclamo publicitario. Cuanto más puede imponerse como medio de influencia política y económica, tanto más se despolitiza, globalmente considerada, y tanto más se privatiza en apariencia” (Habermas 2004: 203).

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La transformación política de la estructura de la publicidad Ahora las personas privadas pueden ser vistas como público, pero también como consumidores de intereses particulares, a los que incluso se les puede vender una persona o una idea. Se puede ―producir‖ un consenso, pero que no tendrá criterios de razonabilidad sino de conformidad respecto de personas o personificaciones públicamente presentadas, lo cual significa una vuelta a la ―publicidad representativa‖: ―la publicidad burguesa, a medida que va configurándose de acuerdo con las public relations, recobra características feudales: los «portadores de la oferta» desarrollan toda una pompa «representativa» ante los atentos clientes. La publicidad imita ahora aquella aura de prestigio personal y de autoridad sobrenatural tan característica en otra época de la publicidad representativa‖ (Habermas 2004: 222). Antes, la publicidad sometía las decisiones al raciocinio en la medida en que eran algo revisable ante la instancia de la opinión pública. Hoy, los interesados obtienen prestigio por aclamación, lo cual configura un clima de opinión ―no pública‖. Los partidos de masas son exponentes de un sistema de asociaciones públicas, por lo que se ven obligados a hacer de mediadores de (y a representar) intereses de organizaciones que, procedentes de la esfera privada, han irrumpido en la publicidad. La transformación estructural de la publicidad no consiste en haberse agrandado en tamaño sino en haber perdido su función crítica en beneficio de la función ―representativa‖. ―Los debates parlamentarios mismos son convertidos ante la publicidad ampliada en verdaderos shows. La notoriedad pública pierde su función crítica en beneficio de la función «representativa»; incluso los argumentos son tratados como símbolos a los que no puede responderse con argumentos, sino con identificaciones‖ (Habermas 2004: 232-233)10. Los déficits de la publicidad en el mundo actual, sostiene Habermas, pueden verse en la preparación pública de las elecciones y en el proceso electoral mismo, donde hay una publicidad temporalmente fabricada y sólo transitoriamente movilizada, con una predisposición aclamatoria y no ―política‖: ―la relación que mantiene el sujeto receptor de servicios con el Estado no es principalmente de participación política; es una actitud general de exigencia, que espera asistencia sin pretender propiamente imponer decisiones. El contacto con el Estado tiene lugar, de ordinario, en el terreno de la Administración —o en terrenos vecinos de ella—; es un contacto impolítico de «exigente indiferencia». En el Estado social, que, sobre todo, administra, distribuye y asiste, menguan los intereses «políticos» de los ciudadanos, constantemente subsumidos a los actos de la Administración, y acaban reduciéndose, primordialmente, a reclamaciones ligadas a la profesión, la representación de las cuales tiene que correr a cargo, evidentemente, de las grandes organizaciones sociales. Lo que, rebasando la iniciativa de esas organizaciones subsista aún de parecer y de criterio político propiamente dicho, es monopolizado por los partidos de cara a las elecciones organizadas plebiscitariamente. El grado de disgregación de la publicidad política como esfera de continua participación en el raciocinio en relación al poder público, puede medirse según los crecientes esfuerzos publicísticos —convertidos en tarea genuina— de los partidos por fabricar periódicamente algo parecido a la publicidad. Las luchas electorales no se dan ya, en el marco de una publicidad institucionalmente

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Para que hubiera publicidad tendría que haber, dice Habermas, profundos procesos de democracia interna y asociaciones de la sociedad civil, conectada luego con la publicidad del público entero, en contextos de transparencia política importantes.

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asegurada, a partir del sostenimiento de una disputa entre las opiniones‖ (Habermas 2004: 237). Además de todo ello, ni siquiera existe un flujo comunicativo en el que un público raciocinante, de existir, pudiera generar una ―opinión pública‖. Por añadidura, la mayoría de los votantes ni siquiera están informados. El marketing político —consolidado gracias a las técnicas científicas de investigación de mercado después de la Segunda Guerra Mundial— trata de adaptarse a la impolítica actitud de consumidor de esa mayoría. Así, en vez de una opinión pública funciona un plebiscito manipulativo dispuesto a la aclamación a través de llamamientos cuidadosamente estudiados que actúan como símbolos de identificación, que son de mayor eficacia cuanto menos conexión tengan con argumentos o programáticas políticas. De ahí que la presentación adecuada al mercado del dirigente, o del equipo dirigente, desempeñe un rol central11. Conclusión Las interpretaciones de Richard Sennet y Jürgen Habermas acerca de la personalización de la política o de los políticos, tienen raigambres intelectuales y evoluciones históricas diferentes. Si para Sennet es el proceso de encierro en la vida privada lo que origina el énfasis en la personalidad, para Habermas el verdadero trasfondo histórico para las formas modernas de la comunicación pública es la ―publicidad representativa‖. Sennet aplica a la publicidad burguesa clásica los mismos rasgos que para Habermas tiene la publicidad representativa. Desde la perspectiva de Habermas, Sennet no puede distinguir suficientemente ambos tipos de publicidad, y por eso cree descubrir que con el desmoronamiento de las formas estéticas del juego de roles (que consistía en una autorrepresentación distanciadamente impersonal, y ceremonial) se da el final de la cultura pública. Pero para él, la ―escena enmascarada‖, la impersonalidad, se quiebra en el siglo XVIII, cuando surge un nuevo tipo de publicidad, burguesa. Sea cual fuere el origen del proceso, y tomar una posición está fuera de nuestro alcance, la personalización de la segunda mitad del siglo XX es para ambos autores una radicalización de un proceso que es de larga data, y que no se debe a la existencia ni a la revolución de los medios masivos de comunicación, aunque la magnifican exponencialmente12. De suma relevancia teórica es, sí, que ambas perspectivas entienden al proceso como la negación de la posibilidad de que el proceso político contenga instancias de razonabilidad, deliberación y raciocinio. 11 Ello, dice Habermas, ha llegado a un extremo en el que ni siquiera cuando los gobiernos satisfacen necesidades reales se cumplirían las condiciones necesarias para una formación democrática de la opinión y la voluntad, porque las ofertas mismas son del tipo propagandístico, desprovisto de autonomía y racionalidad, del tipo “todo para el pueblo, nada a través del pueblo” característico del absolutismo ilustrado. 12

En 1984, Habermas (1997: 212) observaba que se habían acentuado las tendencias a la descomposición de una opinión públca originada en la lectura, el razonamiento, la información y el carácter discursivo. Y responsabilizaba por ello a los medios electrónicos y sobre todo “al desarrollo de las estructuras organizadas de comunicación que privilegian los flujos informativos centralizados, verticales, unidireccionales, de consumo privado y de segunda o tercera mano”. Observaba una sustitución creciente de las palabras por imágenes, y la mezcla de publicidad política, entretenimiento e información.

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Bibliografía HABERMAS, Jürgen (1997) ―Entrevista con la «New Left Review»‖, en HABERMAS, Jürgen, Ensayos políticos, Barcelona, Penísnsula (edición original de 1985). HABERMAS, Jürgen (2004) Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Gustavo GILI (edición original de 1962). SENNET, Richard (2002) El declive del hombre público, Barcelona, Península (edición orignal de 1974).

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Prolegómenos a una concepción ampliada de la ciudadanía en Bogotá: de la demagogia de los derechos a la libertad positiva Prolegomena to an expanded concept of citizenship in Bogotá: from the demagoguery of the rights to freedom positive Sergio Angel Baquero Resumen El siguiente articulo busca cuestionar las políticas redistributivas que en Bogotá han permitido reducir la pobreza a través de programas como “Bogotá sin hambre”, anotando que en lugar de garantizar una libertad como autonomía, lo que han promovido es el uso demagógico de los derechos de cara a lograr una dependencia unilateral de los ciudadanos hacia el Estado. No se trata de una evaluación de la política pública de “seguridad alimentaria y nutricional” sino de una revisión de la estrategia de los Comedores Comunitarios desde la perspectiva de los derechos económicos y la libertad de Erns Tugendhat. Los resultados llevan a replantear la estrategia con el fin de atender de manera diferencial a la población objeto de la política, pues no se puede tratar de la misma manera a una persona sin capacidades que a una persona sin oportunidades, a pesar de que las dos se encuentren en condición de desnutrición. Palabras clave: Políticas redistributivas- programa “Bogotá sin hambre”- política pública de “seguridad alimentaria y nutricional”- comedores comunitarios. Abstract The following article seeks to question the redistributive policies in Bogotá have reduced poverty through programs like "Bogotá without hunger", noting that instead of ensuring freedom and autonomy, which have promoted is the use rights demagogic face to achieve a unilateral dependence of citizens to the State. It is not an evaluation of public policy "food and nutrition security" but a review of the strategy of community kitchens from the 

Profesor de Tiempo Completo de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda. Miembro del Grupo de Análisis Político, G.A.P., de la misma Universidad, y del grupo de Investigación Cultura Jurídico-política, Instituciones y globalización de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia; correo electrónico: [email protected]

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perspective of economic rights and freedom of Ernst Tugendhat. The results lead us to rethink the strategy in order to respond differentially to the target population policy, therefore can not be treated in the same way a person without capacity than a person without opportunities, although both are in condition of malnutrition. Key words: Redistributive policies- program "Bogotá without hunger"- public policy "food and nutrition security"- community kitchens.

Introducción

E

l habitus (Bourdieu, 2004) impele a los individuos a pensar y concebir como probables, posibles, alcanzables, las prácticas y aspiraciones compatibles con las condiciones objetivas, socioeconómicas (materiales) y culturales (simbólicas), que engendraron el habitus en primera instancia. Esto explica la afirmación de Bourdieu, según la cual, los individuos habitan un mundo de fines ya realizados, pues el habitus conduce a los individuos a pensar como susceptibles de ser perseguidos y realizados aquellos fines cuyos medios idóneos poseen de antemano: los niveles de capital constitutivos de la clase social a la que pertenecen. En este sentido, sí los individuos habitan un mundo de fines ya realizados y sus condiciones reales y materiales de existencia son radicalmente disímiles, ciertamente el ámbito de elección se verá circunscrito a los niveles de capital constitutivos de su clase social. Razón por la cual, es necesario pensar en políticas sociales que busquen reducir la brecha de pobreza e indigencia, de cara a lograr un igualdad de oportunidades y no un igualitarismo falso como aquel por el que propenden los libertarianistas. Es así que, los derechos sociales y económicos se convierten en la condición de posibilidad para garantizar el libre desarrollo de los individuos desde el punto de vista de la autonomía (Tugendhat, 1998), pues sí en condiciones normales los menos aventajados no tienen garantizados estos derechos, difícilmente pueden estar en condiciones de ejercer realmente su ciudadanía. En estos términos, teniendo en cuenta que el coeficiente de Gini situaba a Colombia en el año 2008 en el décimo sexto lugar de los países de la región con un puntaje de 0,584, es de reconocer que las políticas públicas deben buscar reducir la brecha entre ricos y pobres. De manera que, el propósito del siguiente articulo es cuestionar las políticas redistributivas que en Bogotá han permitido reducir la pobreza a través de programas como ―Bogotá sin hambre‖, anotando que en lugar de garantizar una libertad como autonomía, lo que han promovido es el uso demagógico de los derechos de cara a lograr una dependencia unilateral de los ciudadanos hacia el Estado. Por esta razón sobre la base del cuestionamiento de las políticas asistencialistas, se espera transitar a una comprensión ampliada de los derechos que permita promover políticas en orden a afianzar una 20

concepción positiva de la libertad que promueva una autentica ciudadanía. Es de anotar que el cuestionamiento del programa solo tomará en consideración la estrategia de los Comedores comunitarios, dejando de lado otras estrategias del mismo programa como los comedores escolares. La libertad y los derechos humanos económicos Para Ernst Tugendhat el libre albedrío es la libertad de acción, según la cual, una persona ―puede hacer lo que quiere o hace lo que quiere‖ (Tugendhat, 1998). De manera que dada la amplitud del concepto se puede incurrir en múltiples definiciones, pero en el caso del autor alemán el énfasis se centra en la definición de ―imputabilidad‖. La imputabilidad quiere decir que la persona es responsable de su actuar, de tal manera que se puede afirmar que la acción fue voluntaria en la medida que la persona habría podido actuar de otra manera. Así es que, Tugendhat conceptualiza la imputabilidad a partir de tres esferas: la primera es la esfera de la moral, que encierra el hecho de que si se actúa ante sí mismo y ante los otros de manera inmoral, quiere decir que se habría podido actuar moralmente; la segunda es la esfera del derecho penal, pues se presupone que toda persona es responsable de un delito solo sí pudo haberlo evitado; y la tercera es la esfera de la reflexión práctica en general, en donde el sujeto reflexiona sobre lo que es bueno o malo, sobre la base de que está ―libre, en cierta medida, de las posibles ideas preconcebidas que se tienen sobre la posibilidad de fundamentación de la moral y sobre la legitimidad del derecho penal‖ (Tugendhat, 1998, p. 223). Pero este concepto de libertad, según Tugendhat, no es monosemántico y existen por lo menos dos significados del mismo, uno de ellos representado por el libertarianismo, y el otro representado por el liberalismo igualitarista. Así que, teniendo en cuenta que el libre albedrío es la posibilidad (real) de hacer lo que se quiere, Hayek agrega también la ausencia de coerción (Tugendhat, 1998), aunque Oppenheim aclarará que ―la definición de libertad como no coerción debe tomarse como una aclaración puramente descriptiva sin ninguna implicación evaluativa ni (…) libertaria‖ (Tugendhat, 1998, p. 240). En otras palabras, el concepto de libertad es sencillamente hacer y poder hacer lo que se quiere, lo que viene después (ausencia de coerción por ejemplo) obedece solo a filiaciones personales de carácter normativo frente a la concepción de la sociedad. Lo anterior tiene una enorme importancia en concepciones de libertad como la libertariana, pues a partir de su visión de la sociedad se asegura que en el capitalismo las relaciones sociales son enteramente voluntarias, o completamente ausentes de coerción, cuando en realidad es todo lo contrario, pues los trabajadores no tienen más opción que vender su fuerza de trabajo a los capitalistas, en tanto que no tienen ni oportunidades, ni capacidad para elegir otra cosa. En palabras de Tugendhat: De acuerdo a Milton Friedman la ―transacción‖ es siempre bilateralmente voluntaria. Ahora bien, la palabra ―voluntaria‖ parece ser justamente otra palabra para ―libre‖

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pero1(…) Hablamos de una acción intencional como no voluntaria, no solo si hemos sido forzados a ella por otras personas, sino también si hemos sido forzados por otras razones y no tenemos alternativa(…) por un lado, es verdad que el trabajador no es coercionado a vender su fuerza de trabajo pero, por otro, en general no es verdad que tenga alternativas, por lo tanto es forzado (aunque no por alguien) a vender su fuerza de trabajo (Tugendhat, 1998, p. 241). Tugendhat dirá entonces que la elección, la capacidad y la oportunidad son esenciales a la hora de entender la libertad. La oportunidad es algo crucial, pues sí una persona no tiene la forma de ejercer sus capacidades quiere decir que no existen medios para hacer una actividad, o que se le impide realizarla (coerción). La diferencia entre impedimento por contingencia física y por coerción es una disputa trascendental entre los libertarianos y los liberales igualitaristas, pues ―la expresión ―ser forzado‖ es ambigua: puede significar ―ser forzado a hacer x por alguien‖ (ser coercionado), y puede simplificar simplemente ―no tener otra alternativa que hacer x‖‖ (Tugendhat, 1998, p. 243). Tugendhat zanja la disputa en favor de los igualitaristas recurriendo al ejemplo del contrato entre el capitalista y el trabajador, en donde dice que sí bien el trabajador no es coaccionado a aceptar un contrato de trabajo, es coercionado a hacerlo pues no tiene otra opción; sería escoger entre la subsistencia y la muerte. Como vemos, los contratos entre los capitalistas y los trabajadores son, aunque formalmente libres, esencialmente coercitivos. De manera que la asimetría entre los dos agentes radica en que uno de los contratantes tiene el poder sobre los medios de producción y el otro no. Así que esta asimetría genera un poder y una dependencia unilateral en favor del capitalista y en contra del trabajador: Si para el liberalismo en el sentido estrecho (libertario) es la obligación del gobierno velar para que las condiciones de la libertad sean garantizadas, hay un corto paso de aquí a una concepción de acuerdo a la cual tendría que ser también una obligación del gobierno establecer condiciones que redujeran el poder unilateral en las relaciones formalmente libres de los contratos asimétricos. Medidas que van en esta dirección son (…) leyes que refuercen la posición del más débil en el convenio contractual y también leyes que aseguren una redistribución de riqueza por medio de una tributación progresiva (…). De esta manera, la concepción libertaria del estado liberal abriría el camino a la concepción igualitaria del estado liberal (Tugendhat, 1998: 245). Es así que llegamos a la discusión sobre los derechos humanos ¿acaso es suficiente entender los derechos humanos como civiles y políticos? ¿No son igual de importantes los derechos a la educación, al trabajo, a un buen nivel de vida, a la atención médica, al seguro de desempleo, de enfermedad, invalidez y vejez? Para Tugendhat estos derechos significan la protección de la libertad de los más pobres en cuanto que generan autonomía, es decir, reducen la dependencia unilateral. Las relaciones patrón-trabajador muestran una falta de libertad dentro del sistema capitalista, pero hay situaciones todavía más dramáticas que se 1

Las cursivas son del autor del presente texto.

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asocian a la falta de recursos (Tugendhat, 1998). Más allá de un trabajador que se ve forzado a aceptar un trabajo, esta aquel que no puede conseguir uno, ―su situación puede ser descrita también como falta de libertad, pero solo si extendemos el concepto de no libertad un paso más para cubrir la falta de oportunidad‖ (Tugendhat, 1998, p. 248). La exigencia del derecho al trabajo no es una exigencia de asistencia, es la exigencia de ejercer las propias capacidades, ―por eso es, en un sentido importante de libertad: la exigencia de autonomía (no de dependencia)‖ (Tugendhat, 1998, p. 248). Otro caso a tener en cuenta es el del trabajador inválido, enfermo o viejo, que ya no se enfrenta a una situación de falta de oportunidad, sino de falta de capacidad. Es solo aquí donde se reclama algún tipo de ―compensación de tipo pasivo‖ (Tugendhat, 1998, p. 248), que serían servicios y beneficios. Sin embargo, una legislación que provea beneficios para esta población tampoco otorga simplemente bienes, provee la oportunidad de que estos puedan ejercer sus limitadas capacidades en algo útil para la sociedad. ―La ayuda para los grupos más desafortunados de la sociedad no debe ser simplemente para la supervivencia, sino para una existencia con respeto de sí mismos y esto significa, con la menor falta posible de libertad en el sentido de dependencia unilateral‖ (Tugendhat, 1998, p. 248). Entonces ¿Cómo deben ser concebidos los derechos humanos? Tugendhat responderá esta pregunta a partir de la solución del profundo debate entre los llamados derechos negativos y positivos. Los derechos negativos son los civiles y políticos, que simplemente prohíben la interferencia del gobierno; los derechos positivos son los económicos y sociales, que a diferencia de los anteriores obligan al gobierno a intervenir con la provisión de bienes y servicios (Tugendhat, 1998). Los derechos negativos fueron aceptados como universales desde el siglo XVIII, cuando se parte de la idea de un ―estado de naturaleza‖ cuya permanencia debía ser garantizada por el gobierno, esta sería su única función, pues ―De acuerdo a esta concepción, las exigencias contenidas en los derechos estarían dirigidas primariamente por cada uno a cada uno de los demás y no al gobierno‖ (Tugendhat, 1998, p. 250). Sin embargo, de acuerdo con una concepción más reciente de los derechos universales (o humanos) los derechos no provienen de un ―estado de naturaleza‖ sino que son creados con el Estado, por lo tanto ―la fundamentación última de los derechos humanos tiene que ser la moral‖ (Tugendhat, 1998, p. 250). De manera que siguiendo esta concepción, en el Convenio de derechos civiles y políticos y en el Convenio de derechos económicos, sociales y culturales de las Naciones Unidas (1966) se establecen en sus preámbulos que los derechos humanos ―se derivan‖ de la ―inherente dignidad‖ de la persona humana‖(Tugendhat, 1998, p. 251). La dignidad humana es entonces la fundamentación moral de los derechos humanos, y así mismo lleva intrínseco el concepto del respeto por la ley moral en sentido kantiano (Tugendhat, 1998). De manera que ―tener respeto de sí mismo parece implicar que uno tiene la conciencia de ser autónomo y, segundo, que uno se concibe a sí mismo como teniendo derechos, y derechos iguales a todos los demás‖ (Tugendhat, 1998). Por lo

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cual, la dignidad humana, el respeto y la igualdad son los pilares de los derechos humanos, termina resumiéndose, según Tugendhat, en el concepto de autonomía. De tal forma que en conformidad con este autor alemán puede afirmarse que los derechos económicos y sociales son también derechos universales. Los comedores comunitarios en Bogotá De conformidad con el Acuerdo 119 de 20042 en el que se adopta el Plan de desarrollo ―Bogotá sin indiferencia. Un compromiso social contra la pobreza y la exclusión‖ el fundamento sobre el que se asienta toda la política pública de Seguridad alimentaria se sintetiza en que ―para avanzar en la garantía de los derechos humanos y disminuir las desigualdades injustas y evitables, en el marco del Estado Social de Derecho, el gobierno propiciará la creación y redistribución de la riqueza‖3. Esto quiere decir que el gobierno de la ciudad buscaba reducir la brecha entre ricos y pobres, aceptado políticas redistributivas, en las que el énfasis debía estar en los derechos, ―en la búsqueda de la pronta efectividad de los niveles básicos de tales derechos‖4. No se habla de un fundamento minimalista ni tampoco maximalista, de lo que se trata es de sentar las bases para la construcción de una sociedad en la que todos los individuos, sin importar la raza, etnia, sexo y riqueza tengan las oportunidades para desarrollar sus capacidades. En este sentido, buscando garantizar los niveles básicos de los derechos, se puede decir que la política de ―Seguridad alimentaria‖ fue la política pública más destacada del plan de desarrollo y por ende de la administración de Luis Eduardo Garzón. Al respecto se sostiene en el acuerdo en mención que: Se desarrollará una política de seguridad alimentaria entendida como la garantía de acceso y abastecimiento adecuados de alimentos y nutrientes en un horizonte de sostenibilidad y como espacio de encuentro para la formación ciudadana, de manera complementaria a otros servicios sociales del Estado. Se promoverán las redes de productores y consumidores y las potencialidades de la agricultura urbana y ecológica como alternativa socioambiental. A través de esta política se espera contribuir a la generación de empleo e ingresos en el marco de la integración regional, con el consiguiente fomento a la construcción de capital social y a la corresponsabilidad5. De acuerdo con el Plan se podría inferir que la política de ―Seguridad Alimentaria‖ no se propone únicamente garantizar el abastecimiento de alimentos a una porción de la población, sino que también busca, por un lado, promover redes de productores y consumidores, y por otro lado, contribuir a la generación de empleo. Pero a pesar de que la política no se centra exclusivamente en el suministro de alimentos es posible aducir en 2

Por el cual se adopta el plan de desarrollo económico, social y de obras públicas para Bogotá D.C. 2004-2008 Bogotá sin indiferencia un compromiso social contra la pobreza y la exclusión. 3 Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo I, Art. 1. 4 Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo I, Art. 1. 5 Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo II, Art. 4, Núm. 10.

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conformidad con el artículo 7 que la alimentación es entendida como un derecho fundamental, puesto que ―se avanzará progresivamente en la garantía del derecho a la alimentación con prioridad para las personas en situación de mayor pobreza y vulnerabilidad‖6, de tal manera que ―en torno a este derecho se crearán espacios para la formación e integración ciudadana que faciliten y cualifiquen el acceso de las personas y las comunidades a las redes de servicios económicos, sociales y culturales‖7. En estos términos, sí la alimentación es entendida como un derecho fundamental que el gobierno debe garantizar, es preciso preguntarse a quienes va dirigida la política, pues no es lo mismo tomar como población objeto a todos los ciudadanos que tomar a una porción de los mismos. Así es que en las estrategias del eje social el plan sostiene que la política de ―Seguridad Alimentaria‖ busca darle: Garantía a las personas y al colectivo social del derecho fundamental al alimento, con prioridad en niños, niñas, los y las jóvenes, mujeres gestantes o lactantes, población adulta mayor y población con discapacidad8. Las acciones de Emergencia Social tendrán una perspectiva de sostenibilidad que garantice la seguridad alimentaria a través de la adecuada y oportuna producción, provisión, almacenamiento, comercialización, distribución y acceso a los alimentos, mediante el fomento de cadenas de abastecimiento y la construcción efectiva de alianzas en el contexto de la ciudadregión. En correspondencia con la política de seguridad alimentaria, se aprovechará la potencialidad del sector rural así como del conjunto de organizaciones del tercer sector asociadas a ésta9. Dicho esto es posible afirmar que la política no va dirigida a toda la población sino solamente a la población más vulnerable. No se trata de entregarle el alimento a aquellos ciudadanos que bien podrían conseguirlo a través de su trabajo y esfuerzo personal sino a aquellos que por razones de edad o condición física, quizás, les es más difícil conseguir su propio sustento. A aquellos que por sus capacidades tienen dificultades para autoabastecerse y que en consecuencia tienen más probabilidades de hallarse dentro del índice de desnutrición, engrosando las filas de los que no tienen cubiertas sus necesidades básicas. De este modo, reconociendo la población objeto es preciso preguntarse por la forma como la política de ―Seguridad Alimentaria‖ se va a operacionalizar. Así que en conformidad con el Artículo 9 del Plan de desarrollo se puede aducir que: El programa "Bogotá sin hambre" agrupará, promoverá y liderará las acciones que le dan coherencia y articulación a la política y a la estrategia de seguridad alimentaria y nutricional10. Se emprenderán acciones para que la población más pobre y vulnerable acceda a los alimentos con equidad entre géneros, generaciones y etnias. Particular atención 6

Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo III, Cap. 1, Art. 7, Núm. 2. Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo III, Cap. 1, Art. 7, Núm. 2. 8 Las cursivas son del autor del presente texto. 9 Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo III, Cap. 1, Art. 8, Núm. 2. 10 Las cursivas son del autor del presente texto. 7

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tendrán los niños, las niñas, los adultos y adultas mayores, y la población con discapacidad El componente de capacitación incluirá acciones encaminadas a la formación ciudadana y a la educación nutricional y alimentaria. Ofrecerá alimentos y nutrientes a través de los suplementos, de los comedores infantiles (población escolarizada y no escolarizada) y de los comedores comunitarios. Promoverá y apoyará el abastecimiento regional de alimentos atendiendo calidad, cantidad y precios en consonancia con el Plan Maestro de Abastecimiento Alimentario. Fomentará las cadenas alimentarias y redes de abastecimientos locales, promoviendo las formas asociativas y las oportunidades de generación de empleo e ingresos11. De acuerdo con esto es posible inferir dos cosas: primero, que es el programa de ―Bogotá sin hambre‖ el encargado de operacionalizar la política; y segundo, que las estrategias planteadas para abastecer la alimentación de la población más vulnerable se dividen entre comedores infantiles y comedores comunitarios; unos ocupados de los niños y niñas, y otros ocupados de los adultos mayores y la población con discapacidad. En este sentido, resulta importante anotar que el interés de este escrito se concentra en los comedores comunitarios por lo que la población infantil de esta política quedará descartada. Ahora bien, con base en los lineamientos del Plan de desarrollo va a producirse en el año 2007 la ―Política publica de Seguridad Alimentaria y Nutricional‖ en donde se plasmaran de forma más clara los propósitos del gobierno distrital en materia del derecho a la alimentación. En este sentido, resulta importante tomar como punto de partida los tres compromisos que asume el Plan y que son retomados en la política, a saber: (i) Alcanzar una cobertura de 625.000 personas con apoyo alimentario y nutricional diario con preferencia en los niños, niñas, los adultos y adultas mayores y las personas con discapacidad. (ii) Orientar, formar y capacitar en nutrición y en hábitos de vida saludable a 125.000 personas. (iii) Disminuir en 30% el índice de desnutrición de los beneficiarios y beneficiarias del programa12. Ciertamente las tres metas resultan relevantes, pero este trabajo solamente se ocupará de la primera en la medida que las estrategias de ejecución de ésta están concentradas en los comedores comunitarios y los comedores infantiles, mientras que las otras dos se refieren, por un lado, a ―las acciones basadas en comunidad‖ y a las estrategias de promoción de prácticas adecuadas para la manipulación de alimentos; y por otro lado, a las acciones emprendidas por la Secretaria Distrital de Salud en materia de vigilancia y seguimiento nutricional de las poblaciones beneficiadas con la política. Así las cosas, el documento de la Política agrega que es responsabilidad de la Secretaria de Educación Distrital y de las localidades correspondientes ―dar continuidad y 11

Acuerdo 119 de 2004, I Parte, Titulo III, Cap. 1, Art. 9, Núm. 1. Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. Parte1. Antecedentes de la Política de Seguridad Alimentaria y Nutricional. 12

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ampliar el alcance del programa de alimentación escolar en las instituciones educativas del distrito y los colegios en concesión‖13, mientras que los comedores comunitarios son responsabilidad de la Secretaria Distrital de Integración Social en coordinación con el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (IDIPRON) y los Fondos de Desarrollo Local. Así es que teniendo en cuenta que este documento solo atiende a la primera de las metas antes referidas, es posible evidenciar que la estrategia de los comedores comunitarios es posible separarla de los comedores escolares en la medida que los organismos encargados de llevar a cabo la política son diferentes. De este modo, los comedores comunitarios como lo aduce la política están pensados como ―un proceso de fortalecimiento de la organización comunitaria y la promoción de la autonomía y la co-responsabilidad‖14. Pero esta definición parece paradójica pues no es claro en qué sentido el comedor propicia la autonomía cuando genera una dependencia por parte de la población objeto. Así que, teniendo en cuenta que el objetivo general de la Política es ―garantizar de manera progresiva, estable y sostenible las condiciones necesarias para la seguridad alimentaria y nutricional de la población del Distrito Capital en perspectiva de ciudad-región‖15, es posible aducir que el concepto de autonomía aparece en el segundo eje estratégico de acción pública, a saber, el ―acceso de toda la población a los alimentos y al agua potable en forma autónoma y en igualdad de condiciones y oportunidades‖16 Este eje estratégico comprende cuatro líneas de trabajo: abastecimiento de alimentos a precio justo, extensión de los servicios públicos domiciliarios de acueducto y alcantarillado, promoción de prácticas de agricultura urbana y apoyo alimentario a poblaciones en condición de vulnerabilidad alimentaria y nutricional. De estas líneas, en relación con los comedores comunitarios solo interesa la última y allí la política señala que ―se busca restituir el derecho a la alimentación de aquellas personas que, por circunstancias ajenas a la voluntad, no pueden asegurarse una alimentación para sí mismas y para los miembros del hogar‖17. De manera que, la autonomía se refiere al hecho de que la política de seguridad alimentaria busca que aquellos que no tienen la posibilidad de abastecerse a sí mismos por cuestiones de sus capacidades, se les garantice el derecho a la alimentación. En 13

Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. Parte1. Antecedentes de la Política de Seguridad Alimentaria y Nutricional. 14 Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. Parte1. Antecedentes de la Política de Seguridad Alimentaria y Nutricional. 15 Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. 4.2. Objetivo general. 16 Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. 4.4.2. Acceso de toda la población a los alimentos y al agua potable en forma autónoma y en igualdad de condiciones y oportunidades. 17

Comité Distrital Intersectorial de Alimentación y Nutrición. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007. 4.4.2.3. Apoyo alimentario a poblaciones en condición de vulnerabilidad alimentaria y nutricional.

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otras palabras, los ciudadanos no tienen igual autonomía en materia de alimentación en la medida que no todos tienen las mismas capacidades para conseguirlo, pues no se puede tratar de igual manera a un hombre sano y a un hombre en condición de discapacidad pues seguramente el primero tiene más oportunidades de satisfacer sus necesidades en función de las capacidades y destrezas. Ahora bien, lo que resulta ambiguo en relación con esta línea de acción es que la población objeto de la política se amplía sustancialmente pues se dice que ―son sujetos de especial protección los niños y las niñas menores de siete años, los escolares, las mujeres gestantes y lactantes, las mujeres cabeza de familia, las personas mayores, las personas en situación de discapacidad, los ciudadanos y ciudadanas habitantes de la calle, las personas y familias en condición de desplazamiento y las personas sin ocupación laboral‖, es decir que se pasa de aquellos que no tienen capacidades como los adultos mayores y los discapacitados a aquellos que no tienen oportunidades. Sin duda, el cambio es sustancial y definitivamente genera un cambio abrupto en el número de personas que debe atender la política. Pero el problema mayúsculo no se concentra en el número de personas, sino en el tipo de personas pues una cosa es atender a las capacidades y otra muy diferente atender a las oportunidades. De la demagogia de los derechos a la libertad positiva Para Ernst Tugendhat hay tres situaciones en las que se evidencia el problema de la libertad en el marco de un sistema capitalista. La primera situación se refiere al trabajador que por necesidad se ve coaccionado a aceptar un trabajo, pese a la remuneración y las condiciones desfavorables; la segunda situación se refiere al trabajador que a pesar de que pone todo su empeño en buscar un trabajo no logra su cometido; y la tercera situación se refiere al trabajador que, a pesar de desearlo, no puede trabajar porque está invalido, enfermo o viejo (1998). En relación con la primera situación Tugendhat anota que ―el proletariado no tiene, en general, otra alternativa que aceptar la oferta del capitalista (…) no está siendo coercionado pero obra bajo coacción‖ (1998, p. 243). A pesar de que nadie lo obliga a entrar en el contrato, las circunstancias y las necesidades más apremiantes lo inducen a aceptarlo. De manera que la expresión ―ser forzado‖ de la tradición libertariana es ambigua y ―puede significar ―ser forzado a hacer x por alguien‖ (ser coercionado), o puede significar simplemente ―no tener otra alternativa que hacer x‖‖ (1998, p. 243). Lo cual implica que el problema en esta situación tiene que ver con la elección, pues el trabajador no tiene otra alternativa que aceptar el trabajo y supeditarse a las condiciones de desfavorabilidad. Al respecto el autor alemán sostiene que el problema de que los trabajadores sean coaccionados a aceptar contratos desfavorables, radica en que la relación entre ricos y pobres es asimétrica en la medida que existe un poder unilateral y una dependencia unilateral de los primeros sobre los segundos. De este modo, la tarea del gobierno en orden a reducir el poder unilateral de los contratos asimétricos se concentra en dos medidas: ―leyes que refuercen la posición del más débil en el convenio contractual y también leyes 28

que aseguren una redistribución de riqueza por medio de una tributación progresiva‖ (Tugendhat, 1998, p. 245). El problema de la dependencia unilateral está entonces en la distribución desigual de recursos. En cuanto a la segunda situación es preciso anotar que no se trata de un problema de elección, pues el trabajador acá no tiene ni siquiera la alternativa de decidir entre aceptar o rechazar el contrato. El problema acá se refiere a la falta de oportunidades pues pese a que se tienen las condiciones y las capacidades el trabajador no se le da la oportunidad de desarrollar sus capacidades. A juicio de Tugendhat ―si una persona no tiene la oportunidad de ejercer su capacidad, quiere decir que le faltan los medios para realizar la correspondiente actividad o que se le impide realizarla‖ (Tugendhat, 1998, p. 242). En consecuencia lo que debe hacer el gobierno en este caso es garantizar derechos sociales como el derecho al trabajo o el derecho a la educación, que permiten al trabajador desarrollar sus propias capacidades en función de proveer para sí mismo y para su familia los medios de vida. La tercera situación es quizás la más compleja puesto que al trabajador no solo carece de oportunidades sino también de capacidades. El trabajador en esta situación no solo se le cierra las oportunidades de acceder a una bacante, sino que en muchos casos el problema no se restringe al rechazo sino a la imposibilidad de realizar la tarea, a la capacidad de llevarla a cabo. El autor alemán arguye que ―es solo aquí donde lo que se reclama es primariamente, no es la oportunidad de un tipo de actividad (y así de libertad), sino una compensación de tipo pasivo: servicios y beneficios‖ (Tugendhat, 1998, p. 248), es decir que primero el gobierno debe garantizar una equidad para luego generar en condiciones de igualdad las oportunidades de las que gozaría cualquier ciudadano. De manera que se debe buscar una legislación progresiva en favor de los impedidos que le otorgue ciertos beneficios en función de bienes y servicios, pero también que les permita tener la oportunidad de desarrollar las capacidades que tienen y aplicarlas para hacer algo socialmente útil. Dicho lo anterior, es preciso atender ahora al caso de los Comedores Comunitarios de manera que lo primero que se debe decir es que existe una ambigüedad entre el plan de desarrollo y la política pública, pues no es claro finalmente cual es la población a la cual se dirigen. El problema radica en que la política incluye además de las personas en condición de discapacidad, los niños y los adultos mayores, a los desplazados, las mujeres lactantes y los desempleados. Al hacerlo se incluyen en la misma estrategia a personas que carecen de capacidades y personas que carecen de oportunidades, lo cual resulta inapropiado teniendo en cuenta que el problema de fondo se restringe a la libertad. Ciertamente la imposibilidad de elegir, la falta de oportunidades y los impedimentos físicos o mentales son limitantes de la libertad, pero como vimos antes el gobierno debe atenderlos de manera diferencial. Es así que las personas en condiciones de discapacidad como los adultos mayores, que por su edad ya no pueden desarrollar ciertas labores, o los minusválidos (por poner un caso) que por sus limitaciones físicas no pueden desempeñar

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ciertas funciones, el Estado les debe garantizar ciertas políticas asistencialistas, como por ejemplo, los Comedores Comunitarios. En la medida que estos no pueden garantizar su propio sustento el Estado debe garantizar unas condiciones de equidad, a partir de las cuales puedan desarrollar sus propias capacidades. Sin embargo, para Tugendhat no es suficiente con garantizar un derecho como la alimentación, que por efecto de las capacidades los ciudadanos no han podido procurarse, sino que se debe buscar que los incapacitados también puedan desarrollar sus potencialidades y así garantizar condiciones de libertad, pues de lo contrario terminarían creándose dependencias y el problema de la dependencia hacia otro (un hijo por ejemplo) terminaría reproduciéndose con el Estado. Pero el problema es más grave cuando se trata de los ciudadanos sin oportunidades, pues lo que les impide procurarse su alimento no es una limitación física o mental, sino una circunstancia particular como una situación de desplazamiento o una situación de desempleo. Al respecto Tugendhat sostiene que el Estado está en la obligación de garantizar los derechos que les permitan a los ciudadanos desarrollar sus capacidades, como por ejemplo el derecho al trabajo o el derecho a la educación, pues el problema no es de capacidades sino de oportunidades. En este sentido, garantizar el derecho a la alimentación a través de estrategias como los comedores comunitarios puede ocasionar resultados negativos en la población capacitada, puesto que no genera incentivos para conseguir el propio sustento. Conclusión Ciertamente la política pública de ―Seguridad alimentaria y nutricional‖ ha tenido efectos muy positivos en la ciudad de Bogotá y sería inútil negar que el programa de ―Bogotá sin hambre‖ haya generado avances muy positivos en materia de derechos básicos. Pero, es preciso reflexionar sobre los efectos de los comedores comunitarios, pues como se mostró en este trabajo la estrategia de entregar el alimento a las personas con discapacidad es incompleta en la medida que debe estar acompañada de otra estrategia que le permita desarrollar sus limitadas capacidades, mientras que utilizar los Comedores Comunitarios para entregar el alimento y garantizar un mínimo de derechos para la población desplazada y desempleada, es no solo resolver subrepticiamente el problema, sino acrecentarlo. La población que tiene capacidades y que por culpa de las oportunidades debe asistir a los comedores puede perder el interés por desempeñar una labor para ganarse el sustento y acabar sumida en la miseria con financiación del Estado. Como lo diría Tugendhat ―la ayuda para los grupos más desafortunados de la sociedad no debe ser simplemente para la supervivencia, sino para una existencia con respeto de sí mismos y esto significa, con la menor falta posible de libertad en el sentido de dependencia unilateral‖ (Tugendhat, 1998, pp. 248–249).

Bibliografía BOURDIEU, P. (2004). La Distinción: Criterios y Bases Sociales del Gusto. Taurus.

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TUGENDHAT, E. (1998). Ser-Verdad-Acción: Ensayos Filosóficos. Barcelona: Gedisa. ACUERDO 119 DE 2004. Por el cual se adopta el plan de desarrollo económico, social y de obras públicas para Bogotá D.C. 2004-2008 Bogotá sin indiferencia un compromiso social contra la pobreza y la exclusión. COMITÉ DISTRITAL INTERSECTORIAL DE ALIMENTACIÓN Y NUTRICIÓN. Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Bogotá D.C., Marzo de 2007.

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Formas de inserción de los indígenas en la globalización Insertion Forms Indigenous in the globalization Resumen

Nastassja Rojas Silva*

El presente artículo busca demostrar que los esfuerzos institucionales, como la

Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, la creación

del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe, los grupos binacionales y nacionales de trabajo, las asociaciones de autogestión de los mismos pueblos

indígenas, entre otras formas de gestión, han sido insuficientes para lograr con éxito la

inserción de los pueblos indígenas en el contexto actual de los procesos globales, generando problemas sociales, culturales y económicos, ya que no son diseñados desde su cosmovisión, sino desde una perspectiva occidental hegemónica.

Palabras clave: Desarrollo con Identidad, Pueblos indígenas, Globalización, Identidad local. Abstract

This article seeks to demonstrate that institutional efforts, as the United Nations

Declaration on the Rights of Indigenous Peoples, the creation of the Fund for the Development

of Indigenous Peoples of Latin America and the Caribbean, national groups work, selfmanagement partnerships of same indigenous peoples, among other ways of managing, have been insufficient to achieve successful integration of indigenous peoples in the current context

of global processes, generating social, cultural and economic problems, since they are designed from their worldview.

Key words: Development with Identity, Indigenous Peoples, Globalization, Local Identity.

“Ellos no traen armas ni la conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas… Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos…” (Extracto del Diario de abordo de Cristóbal Colon)

*

Profesora de Tiempo Completo de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda, Docente de Cátedra en la Pontificia Universidad Javeriana y Docente en la Especialización de Derecho Constitucional de la Universidad del Rosario. Magíster en Relaciones Internacionales, Politólogo Cum laude mención Ciencias Políticas y Administrativas, con estudios en Derecho. correo electrónico: [email protected]

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C

on la llegada de Cristóbal Colón a América, en 1942, los nativos de esta región y la misma Europa, sufren una marcada transformación de sus procesos sociales, económicos y políticos. Las dinámicas impuestas por la creación de las nuevas ciudades habitadas por colonos y desarrollando una administración particular, así como el establecimiento de nuevas normas a través del Consejo de Indias, encargado de todos los asuntos referidos a América, determinaron la futura evolución de la relación entre españoles, indígenas y africanos esclavos. Este tipo de organización se fue heredando en el tiempo, en el mismo proceso de independencia, fueron los blancos criollos quienes se revelan contra los españoles, con el fin de imponer su propio orden, con el posterior establecimiento de ideales del Estadonación moderno homogenizador, de bases francesas e inglesas, con armonización de las instituciones preexistentes, con las cuales seguían existiendo rasgos de dominio de los ―blancos‖ sobre las demás culturas de América. Es hasta finales de los 80, cuando en la nueva ola de democratización y la ruptura de viejos paradigmas en el sistema internacional, se empiezan a introducir en las Constituciones de América Latina e incluso en otras latitudes, tendencias institucionales multiculturales, reconocen explícitamente los derechos de los pueblos indígenas en materia de identidad y cultura, territorio y recursos naturales, autogestión y participación política; así como la reorientación de las políticas estatales a la protección de los primeros pueblos americanos. Esta misma tendencia, de igual manera ha sido reflejada en la institucionalización internacional, como la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, la creación del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe, grupos binacionales y nacionales de trabajo, asociaciones de autogestión de los mismo pueblos indígenas, entre otros. Estas preferencias de gestión e institucionalización, son parte de la respuesta que reclaman los mismos pueblos indígenas, como impugnación a los procesos de globalización, ya que consideran que esto está ocasionando una ruptura de sus estructuras básicas tradicionales y su composición cultural. Sin embargo, en la siguiente presentación, se argumentara, que estos esfuerzos institucionales, han sido insuficientes para lograr con éxito la inserción de los pueblos indígenas en el contexto actual globalizado, generando problemas sociales, culturales y económicos, ya que no son diseñados desde su cosmovisión, sino desde una perspectiva occidental hegemónica. A pesar de la tendencia a consolidar Estados pluriétnicos, no dejan de presentarse los conflictos entre fuerzas contradictorias, entre la tendencia de la globalización hacia la universalización de las leyes del mercado y las tendencias los pueblos indígenas, a vivir en sociedades culturalmente diversas y en armonía con la naturaleza. La globalización, en su intento de homogenización de las necesidades económicas, culturales, sociales y políticas, con el fin de convertirlas en consumo, promueve valores universales y no responde a las demandas de los movimientos indígenas. Ante esto, la postura aquí planteada no es el aislamiento de las poblaciones indígenas, ya que indiscutiblemente su forma de vida y medio ambiente fueron afectados por la globalización y la carrera de presencia estatal, por ello se hace una propuesta desde la lógica planteado por varios teóricos de la globalización y complementada por el Desarrollo con Identidad.

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Uno de los tantos casos que podremos conseguir en la región, es el de etnia Wayúu. Habitan en toda la extensión de la península de la guajira, en el norte de Colombia y noroeste de Venezuela, sobre el mar Caribe. Actualmente, representan el pueblo indígena más numeroso de Venezuela y de Colombia; aproximadamente el 8% de la población del estado Zulia y cerca del 45% de la del departamento de La Guajira; comparten esta zona ya que habitaban allí mucho antes de la conformación de los dos Estados independientes. Esta étnica logra subsistir a la colonización española, entre muchas otras variables, por las condiciones climáticas de la región, lo que no permitió grandes asentamientos de colonos. Dentro del marco de la integración regional y de las nuevas teorías de gestión multicultural dentro de un mismo Estado, las constituciones de Colombia en 1991 y de Venezuela en 1999, intentan subsanar los efectos negativos, que habían generado las políticas económicas, sobre todo en la concesión de exploración y explotación de minerales, en la zona de Guajira, siendo los principales afectados las poblaciones Wayúu, ya que su composición de producción económica, relación social y subsistencia, se vieron fuertemente afectados. En términos generales, tanto Colombia como Venezuela, incluyen dentro de sus legislaciones, el reconocimiento de las tradiciones culturales ancestrales, otorgando la titularidad de derechos especiales a los pueblos indígenas; entre ellos, el fin de la política de asimilación del Estado frente a los indígenas, el reconocimiento de las comunidades indígenas, como sujetos de derechos colectivos, asegurarles su territorio, fortalecer y desarrollar su autodeterminación y proveer a una justa participación en el Estado y sus instituciones, el derecho a la integridad étnica, cultural, social y económica, el derecho a la propiedad de tierra comunitaria, el derecho a la autonomía de los pueblos y comunidades indígenas en las regulaciones sobre la organización territorial, el derecho a tener una jurisdicción especial indígena, el instrumento de la consulta previa en los temas que los afecten, entre otros. Sin embargo, a pesar de la inclusión y reconocimiento de titularidad de estos derechos, así como de la ratificación de diferentes instrumentos internacionales, siguen subsistiendo e incluso aumentando los problemas de los pueblos indígenas, generados por los procesos de globalización y la inserción del Estado en la dinámica económica internacional. En este caso, con especial relevancia, las consecuencias que se han generado en la composición de la comunidad Wayúu, ya que por su ubicación geográfica (existencia recursos naturales), son víctimas en mayor grado, de estas secuelas. Con base en el informe presentado por el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (2007) y las denuncias de la misma comunidad, resaltan dentro de los problemas más importantes de los Wayúu producto de los procesos de globalización, los siguientes: En lo político. Consideran que las evaluaciones se hacen con parámetros occidentales y modernos, lo que no responde a la cosmovisión Wayúu, generando de igual manera que, en los debates se impone reglas de juego nacionales y modernas sin tomar en cuenta la visión indígena, así como también, en el plano internacional, consideran que los países con mayores poblaciones indígenas, carecen de mecanismos para asegurar el respeto de sus soberanías nacionales y de su política exterior, en lo referente al tema, en la agenda internacional. En lo económico. Uno de los principales problemas es que la población indígena deja de consumir su producción al ver que el mercado ofrece precios más baratos, esto quiere decir que el mercado está penetrando dentro de las lógicas propias de estas 34

comunidades, para convertirlos en meros consumidores, sumado al hecho de que el mercado no toma en cuenta los modos de producción indígena. En lo social y cultural. Se evidencia una amplia brecha en los grupos cada vez más ricos y grupos cada vez más pobres, dentro de la lógica occidental, presentando también el despojo a los indígenas de las posibilidades de afirmarse en sus identidades locales, ante la imposición de un pensamiento occidental, generando cambios en la forma de entender y resolver los conflictos, el uso de su propia lengua (Wayuunaiki), de sus costumbres y formas de construcción social, difundiendo el Estado con mayor fuerza los valores y hábitos nacionales. Ante esta problemática, en el marco de las lógicas de desarrollo y bienestar, para los fines de esta presentación, se categoriza la situación, de la siguiente manera, reglas del modelo de globalización, soberanía, lógica del mercado, lógico del consumo, brecha social y la identidad local. Teniendo en cuenta, las propuestas conceptuales de diferentes autores, a continuación, se presentará la propuesta teórica para la problemática de la inserción del indígena en la globalización. Reglas del modelo de globalización. La forma en la que se entiende el desarrollo, responden a unas lógicas hegemónica, que presuponen una sociedad de necesidades homogenizadas (Stiglitz, 2002), constituido de tal manera, que para los actores involucrados es casi imposible salirse de esta lógica, de acuerdo a la propuesta de Beck (1998), es necesario generar nuevas formas de relación y modelos de Estado, teniendo como punto de partida la imagen de una sociología plural, debe darse un diálogo sobre el presente y el futuro, bajo un principio ordenador y armonizador, teniendo en cuenta el elemento particular latinoamericano, señalado por Ospina (2001), quien ve el mestizaje en la región, como un variable cultural que determinará la composición de estas sociedades y la forma como se relacionan con el resto del globo, lo que nos daría la capacidad de generar los niveles de justicia y equilibrio que necesita la humanidad; todo bajo una lógica de autoorganización dentro de un mismo Estado -pluriétnico- (Escobar, 2005). Soberanía. Este concepto debe empezar a manejarse desde otras perspectivas, su sentido clásico ya no responde a las realidades del mundo globalizado, debe entenderse como algo fraccionado, sin necesidad que ponga en riesgo la existencia del propio Estado, pero si desde la perspectiva de la participación, con fines de autogestión de las comunidades indígenas, entendiéndose como la soberanía incluyente (Beck, 1998), abriendo nuevos espacios de actuación, desarrollando su soberanía e identidad regional más allá de lo demarcado por el ámbito nacional. Teniendo como pilares fundamentales, el principio del pacifismo jurídico y el principio federalista del control estatal. Lógica del mercado y del consumo. Es importante entender, para la gestión de políticas coherentes para las comunidades, la lógica de consumo y producción no son las viene imponiendo la globalización neoliberal, sus formas de producción responden a sus necesidades de consumo básico, bajo políticas de respeto y armonía con la naturaleza, así como en los casos de las comunidades que deciden funcionar al margen de las economías citadinas, deben darse en el marco de una política social (Beck, 1998) que busque que el trabajo participe en el capital, ante ello se plantean dos modelos, el principio de copropiedad con el del consenso. Estas lógicas deben orientarse bajo la visión de desarrollo de las propias identidades indígenas, generando un espacio de libertades para su gestión, garantizando el Estado un mínimo de oportunidades sociales (Sen, 2000) fortaleciendo los mecanismos que brinden

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calidad de vida y capacidades de generación de desarrollo, bajo la premisa de respuestas orientadas al reconocimiento y consolidación de los derechos humano (Beck, 2004). No solo se hace necesario gestionar sobre las libertades para sus propias formas de producción indígena, que responden a una determinada cosmovisión de relación con los recursos (Ospina, 2001), también deben corregirse la forma en que se han venido tratados los bienes producidos por estas poblaciones, ya que para que tuviesen un espacio válido dentro de las políticas estatales, convirtieron la cultura, en productos de consumo (Callinicos, 1993), en lógicas de producción en serie que hacen que ellos mismo accedan a sus productos a menor costo en el mercado convencional, dejando de lado su producción propia. Brecha social. Este factor, es de mayor complejidad, al interpretarlo bajo la cosmovisión de las comunidades indígenas, ya que para ellos, la riqueza y pobreza, no tienen las misma lógica de la cultura occidental, el concepto de la acumulación es extraño a la cultura indígena, carecen de conceptos como desarrollo, riqueza o pobreza; sin embargo los procesos de globalización han roto con esta armonía de riqueza de los recursos naturales, que son de vital importancia para ellos, en la economía indígena rigen los principios de reciprocidad y redistribución para que todos los miembros de la comunidad tengan acceso a los mismos niveles de bienestar. Ante esto, hay dos vertientes de análisis; creación de nuevos pactos sociales contra la exclusión, cambiando el esquema económico actual, en este caso, sucede lo que señalaba la Oxfam (2004) con los derechos laborales; si se cumpliera el mínimo esperado, que establecen las legislaciones sobre los derechos de las comunidades indígenas, esta brecha social, disminuiría significativamente, sin necesidad de llegar a realizar cambios estructurales. La segunda vertiente, es lo referente a los problemas de distribución (Maggi y Messner, 2002), en el tema de la explotación de los recursos naturales, considerando que si bien en los asentamientos indígenas se encuentran la mayoría de estos, se sigue evidenciando una profunda desigualdad en estas comunidades, un primer paso, es exigir la efectividad de la consulta previa y las políticas de sustentabilidad en las reservas y resguardos indígenas. Identidad local. Este es uno de los aspectos más importantes a ser gestionados dentro de la lógica de la globalización con una cosmovisión correspondiente a las comunidades indígenas, ya que de aquí se generan las bases para la gestión de las demás categorías. El tema puede abrirse desde la perspectiva de Beck (1998), de ver al Estado como un contenedor social, evitando la creación de fricciones al intentar la homogenización interna, tal como lo propone el autor deben buscarse unidades de análisis que puedan sustituir a la axiomática nacional-estatal. Tomando dentro de su misma lógica, la propuesta de la fijación de nuevos objetivos culturales, políticos y económicos, con la interrelación entre objetivos de producción, de conquista de mercado, con pretensiones culturales y políticas, pero principalmente desarrollar y descubrir las propias oportunidades y ventajas, con la superación de los bloques de homogenización cultural, para lo que es necesario una nueva construcción del concepto de ciudadanía. Debe darse una respuesta a la americanización de la cultura, a través de los procesos de globalización (De Sousa, 2003), recalcando que uno de los principales proyectos de la modernidad es la idea de una cultura global, pero el consenso en este aspecto solo toma en cuenta los fenómenos que se vuelven mercancía, por ello es necesario responder con las

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lógicas culturales de las propias comunidades indígenas. De Sousa (2003), propone construir una teoría que debe tener en cuenta la pluralidad y contradicciones de los procesos de la globalización, siendo necesaria la transformación del poder del estado, ya no como la unidad máxima de iniciativa económica, social y política. Dentro de la construcción del autor, tal vez, uno de los conceptos más importantes de rescatar es la globalización hegemónica y contrahegemónica, en contraposición con lo que piensan muchos autores de que la globalización, es una sola, la capitalista neoliberal. Con la necesidad no de oponerse a los procesos de globalización, pero si la construcción de una globalización desde abajo, la construcción del multiculturalismo emancipatorio, reconocimiento recíproco entre identidades, con las necesidades de los y lógicas de bienestar de las comunidades indígenas, en armonía con la naturaleza. Es necesario el reforzamiento de las identidades culturales como principio básico de organización social, seguridad personal y movilización política (Calderón, 2003), hoy en día, frente a los procesos globales, la identidad étnica es un principio fundamental de autodefinición y como consecuencia a la crisis del Estado-nación, esto como un principio alternativo de composición y gestión social. El marco anteriormente presentado, debe entenderse bajo un concepto transversal, la propuesta del Desarrollo con Identidad. Este concepto hace referencia al proceso que comprende el fortalecimiento de los pueblos indígenas con una adecuada administración de los territorios y recursos naturales, incluyendo los derechos culturales, económicos, sociales, e institucionales de estos pueblos, de acuerdo a su propia cosmovisión. Sustentado en los principios de equidad, integralidad, reciprocidad y solidaridad. Este marco conceptual plantea reformar, desde un propio territorio las condiciones que mejoren la calidad de vida respetando la cultura y la tradición. Para concluir, como se señaló al inicio de exposición, los esfuerzos institucionales han sido insuficientes para lograr con éxito la inserción de los pueblos indígenas en el contexto actual globalizado, si bien son una parte importante del proceso de gestión intercultural, es necesario el empoderamiento de las categorías conceptuales aquí planteadas, como propuestas de desarrollo y de los sistemas de organización propios de los pueblos indígenas. Referencias Bibliográficas BECK, U. (1998). (¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona: Paidós. BECK, U. (2004). La mirada cosmopolita o la guerra es la paz. Barcelona: Paidós. CALDERÓN, F. (2003). Coordinador ¿es sostenible la globalización en América Latina? Fondo de Cultura Económica. CALLINICOS, A. (1993). ¿Qué hay de nuevo? En Contra el postmodernismo. Una crítica marxista. El Ancora editores. Bogotá: El Áncora. COMUNITARIO, D. d. (2006). Política operativa sobre pueblos indígenas. Banco Interamericano de Desarrollo. DE SOUZA SANTOS, B. (2003). La caída del ángelus novus. Bogotá: ILSA.

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en

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la

globalización.

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Interdiscursividades y disputas por la hegemonía en la Argentina de fines de los años ´80. Construcciones y debates público mediáticos en dos referentes político-institucionales clave* Interdiscursivity and disputes for hegemony in late '80s in Argentina. Building and public debates in media in two key institutional and political referents Hernán Fair** Resumen

El trabajo analiza algunas características que asume el discurso público mediático en

la Argentina de fines de los años ´80, colocando el eje en las discursividades de los referentes

de las fuerzas político-partidarias. En ese contexto, a partir del análisis de los principales

medios de prensa gráfica nacional, se examinan los discursos de dos enunciadores políticos clave del campo político-institucional, con ideas diferentes sobre el modelo de acumulación, las políticas sociales y la definición sobre la democracia. Por un lado, se analizan los discursos

público mediáticos de Antonio Cafiero, referente de la tradición nacional-popular. Por el otro, los discursos del dirigente de la Unión de Centro Democrático, Álvaro Alsogaray, símbolo del

neoliberalismo vernáculo. El marco teórico se basa en la teoría del discurso de Ernesto Laclau, complementado con algunas herramientas provenientes de la arqueología foucaultiana.

Palabras clave: Disputas por la hegemonía, Cafiero, Alsogaray, Discurso político, Argentina. Abstract

The paper analyzes some characteristics from the public media speeches in Argentina in the late '80s, placing the shaft in the discursivities of the leaders of partisan political forces. In this

context, from the analysis of the major national print media, examines the discourses of two * Una versión anterior de este trabajo fue presentado en las VII Jornadas de Sociología, Organizado por el Área de Sociología del Instituto de Ciencias, Campus de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), Los Polvorines, Buenos Aires, 24 y 25 de abril de 2012. El mismo se inscribe en el marco de mi Tesis Doctoral en Ciencias Sociales, constituyendo una síntesis de un capítulo de la investigación empírica (Fair, 2013). Agradezco muy especialmente a Javier Balsa por sus sugerencias, críticas y comentarios, excluyéndolo de posibles errores u omisiones que este trabajo pudiera tener. **

Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Becario post-doctoral (CONICET-UNQ). Docente de la Carrera de Ciencia Política (UBA). Correo electrónico: [email protected]

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key political institutional enunciators, with different ideas about the accumulation model, social policy and the definition of democracy. On one hand, it examines the public media

discourses of Antonio Cafiero, referent from the national-popular tradition. On the other, analyses the speeches of the leader of the Union of Democratic Centre, Alvaro Alsogaray, a symbol of vernacular neoliberalism. The theoretical framework is based on discourse theory of Ernesto

Laclau,

complemented

with

some

tools

from

Foucault

archeology.

Keywords: Disputes for hegemony, Cafiero, Alsogaray, Political Discourse, Argentina.

1. Introducción

E

l siguiente trabajo se propone investigar algunas de las principales características que asume el discurso público mediático en la Argentina de fines de los años ´80. En ese marco, en una primera parte, se sintetizan las principales disputas por la hegemonía en la prensa gráfica, durante el año 1988. Luego, se agrupan los discursos en una serie de paquetes de discursos o macrodiscursos, a partir de sus elementos en común, describiéndose sus principales características. En una segunda parte, se coloca el eje en las discursividades de los principales referentes de las fuerzas político-partidarias. En ese contexto, incorporando un análisis por actores, se examinan los discursos de dos enunciadores políticos clave del campo político-institucional, con ideas muy diferentes sobre el modelo de acumulación, las políticas sociales y la definición sobre la democracia. Por un lado, se analizan los discursos público mediáticos del entonces gobernador de Buenos Aires, Antonio Cafiero, referente de la formación que denominamos nacionalpopular. Por el otro, los discursos del dirigente y fundador de la Unión de Centro Democrático (Ucedé), Álvaro Alsogaray, símbolo del neoliberalismo vernáculo. 2. Breves consideraciones teórico-metodológicas El marco teórico del presente trabajo parte del análisis político del discurso, en los términos de la teoría post-marxista de la hegemonía de Ernesto Laclau (en parte con Chantal Mouffe) (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1996). En ese contexto, se asume una concepción del discurso como sobredeterminante de la realidad social y como elemento que contribuye a la construcción y reformulación de las identidades y tradiciones existentes. Sin embargo, como bien señala Balsa (2011), este enfoque carece de una operacionalización de sus principales categorías y suele establecer de forma apriorística la determinación del significante vacío de orden. En dicho marco, con la desventaja de carecer de antecedentes aplicados, en este trabajo nos concentraremos en el análisis empírico de las cadenas equivalenciales y las fronteras políticas dicotómicas (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1996), identificando las pertenecientes al campo interno y externo. A partir de allí, analizaremos las cadenas equivalenciales y las fronteras políticas modales, que representan a aquellas cadenas que se replican con mayor frecuencia en determinada coyuntura, siendo las cadenas breves aquellas de 2 o 3 significantes anudados y las cadenas extensivas, las que articulaban más de 3 significantes de modo equivalencial. Además, examinaremos los tópicos o temas de debate público-mediático, con especial hincapié en las disputas centrales por la hegemonía. En relación al plano metodológico, hemos señalado las escasas referencias que realiza en este campo la teoría del discurso de Laclau. En este trabajo proponemos

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incorporar una serie de herramientas provenientes de la arqueología foucaultiana. Básicamente, retomaremos la búsqueda de regularidades estructurales y el agrupamiento de discursos en base a sus elementos en común (Foucault, 2007), refiriéndonos al concepto de macrodiscursos o paquetes de discursos (similar al de formación discursiva de Foucault). No obstante, no tomaremos su propuesta al pie de la letra, excluyendo su distinción entre prácticas discursivas y no discursivas, ajena a nuestro marco conceptual (Laclau y Mouffe, 1987). En ese contexto, además, incluiremos un análisis por agentes concretos, de modo tal de analizar los discursos no sólo en términos estructurales, sino también en base a los principales referentes de cada macrodiscurso. Para realizar esta tarea, el análisis coloca el eje en el estudio de los discursos en términos de intertextualidad (Fairclough, 2003), de manera tal de otorgar mayor capacidad de validación análisis empírico. Se asume la relación de interconexión relacional o ―interdiscursividad‖ (Sigal y Verón, 2003) entre los discursos, los cuales se constituyen de forma intersubjetiva y en interacción social (Bajtín, 1982; Laclau y Mouffe, 1987). A partir de allí, se incorpora una serie de enunciadores políticos clave (en este caso, sólo los político partidarios), siendo considerados clave debido a que sus discursos son mencionados con mayor frecuencia en el corpus relevado. En este trabajo sólo nos concentraremos en el análisis de las discursividades de Álvaro Alsogaray y Antonio Cafiero, dos de los principales referentes político partidarios del período1. En relación al recorte del corpus, se tomó como referencia el año 1988, es decir, el período inmediatamente anterior a la emergencia de la hegemonía menemista y el giro de muchos enunciadores típicamente de tradición nacional populares, hacia las ideas neoliberales. En ese marco, se recopiló un extenso corpus de declaraciones, solicitadas, notas, proclamas y propagandas sobre temas políticos en sentido amplio, en la medida en que estos discursos eran reproducidos públicamente en los principales medios de prensa gráfica nacional (Clarín, La Nación, Página 12), durante aquel año. De este modo, los medios masivos fueron posicionados como espacios centrales en los que se construye la llamada opinión pública y se escenifican las disputas por la hegemonía. Para este trabajo, sólo se examinaron los discursos de Cafiero y de Alsogaray, dos enunciadores políticoinstitucionales clave, cuyas alocuciones eran replicadas con mucha frecuencia a nivel público mediático en 1988. En ese contexto, se relevó un total de 15 discursos de Alsogaray y 52 alocuciones de Cafiero. Por último, cabe destacar que para esta investigación, de base cualitativa, se incluirán, a su vez, algunos datos cuantitativos, con el único propósito de otorgar mayor validez empírica a lo expuesto. 2. Las disputas por la hegemonía en la Argentina de finales de la década de los ´80 2.1. Principales tópicos de debate: A partir del análisis empírico de los discursos público mediáticos de los principales diarios de circulación nacional, en 1988 se hacían presentes una pluralidad de significantes. Sin embargo, sólo algunos de ellos eran motivo de disputa directa por la hegemonía. En ese marco, sin plantear un orden de preferencia, podemos destacar las fuertes disputas irresueltas referidas al rol del Estado y de las políticas públicas vinculadas a su 1

El análisis original examinó los discursos del conjunto de los enunciadores sociopolíticos, tanto durante el año 1988, como también en 1993, de modo tal de contrastar, luego, los discursos existentes de un modo comparado (véase Fair, 2013).

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transformación, fortalecimiento, reformulación o reducción. En segundo lugar, el debate sobre las causas y consecuencias de la inflación. Tercero, la definición sobre la política, los métodos de protesta del sector público y su relación con el accionar del sindicalismo. Cuarto, la definición sobre la democracia, sus formas de expresión y consolidación y su relación con el peronismo ortodoxo. Finalmente, la cuestión del pago o no de la deuda externa. Al mismo tiempo, se escenificaban una serie de tópicos más coyunturales, que ocupaban una posición subordinada en los debates, al ser menos replicados. Entre ellos, podemos destacar el debate sobre el rol de las Fuerzas Armadas en democracia, la reforma de la Constitución Nacional y el destino de los fondos coparticipables de las administraciones provinciales. 2.2. Cadenas equivalenciales modales: A partir de los ejes de debate público mediáticos más replicados, podemos identificar una serie de cadenas equivalenciales modales, es decir, que se replicaban con mucha frecuencia en los discursos de los enunciadores políticos y sociales. En ese marco, articulando las cadenas modales breves2, podemos distinguir tres cadenas modales extensivas: a) La cadena centrada en la reducción del Estado, privatización, desregulación, estabilización. b) La cadena centrada en la defensa del Estado, la producción y la industria nacional, el mercado interno, el no pago de la deuda, la legitimidad de la protesta social, las demandas salariales y los derechos sociales de los trabajadores. c) La cadena centrada en la libertad democrática, la estabilización con acuerdo de precios, la desregulación parcial, la privatización mixta y el ingreso de inversiones externas para el desarrollo industrial. 2.3. Principales macrodiscursividades en disputa por la hegemonía en la Argentina de finales de la década de los ´80 A partir de las ―regularidades‖ que hemos hallado en la ―dispersión‖ de los objetos (Foucault, 2007), podemos identificar una serie de macrodiscursos o paquetes de discursos en pugna. El primero de ellos, que podemos denominar (1) Neoliberal (NL), criticaba al Estado Social de posguerra y propugnaba la aplicación de una serie de ajustes y/o reformas estructurales (estabilización macroeconómica, privatizaciones, desregulación, apertura comercial y financiera, modificación del régimen laboral, reducción del gasto público) en favor del libre mercado y la iniciativa privada3.

2

No analizaremos aquí estas cadenas equivalenciales de 2 o 3 significantes. Podemos destacar, por ejemplo, la cadena democracia y justicia social, producción nacional-trabajo, o Estado-ineficiencia, entre muchas otras. En cuanto a las fronteras políticas, una de las más replicadas será producción versus especulación (véase Fair, 2013). 3 El discurso NL coincide, de forma aproximada, con la doctrina teórica y filosófica que se conoce como nuevo liberalismo o neoliberalismo (Ezcurra, 1998), aunque aquí nos alejaremos parcialmente de sus escuelas clásicas (al respecto, véase Morresi, 2008), ya que en los discursos de los enunciadores clave no se replicarán de forma similar.

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El segundo, que hemos denominado como (2) Nacional popular (NP), y que corresponde a la visión de nacionalismo popular que asume, ya sea parcial o más estructuradamente, los principales lineamientos del modelo benefactor de la segunda posguerra, defendía la intervención del Estado en la economía para regular su modo de funcionamiento, favorecer la producción, el trabajo, la industria nacional, la expansión del mercado interno, la defensa de los derechos sociales y laborales y la integración comunitaria de los trabajadores y sectores populares (el pueblo), en un plano de igualdad y solidaridad4. Pero además, junto a estas dos grandes discursividades, podemos identificar una tercera discursividad diferencial, menos estructurada, que hemos definido como (3) Neodesarrollista (ND)5. Esta discursividad se ubicaba en una especie de lugar intermedio a las dos anteriores, a partir de una moderada y selectiva crítica dirigida tanto al Estado Benefactor de posguerra, como al mercado puramente liberalizado y desregulado del neoliberalismo. En ese marco, enfatiza en elementos diferenciales, vinculados al desarrollo de una economía mixta. En esa sintonía, a diferencia de la propuesta de reprimarización neoliberal, en los discursos de 1988 asume la necesidad de fomentar el ingreso de inversiones externas para lograr la modernización económica, el equipamiento tecnológico y la exportación de bienes industriales de capital. Además, defiende la estabilización inflacionaria y fiscal mediante la reducción del gasto público, pero promoviendo un acuerdo de precios con el empresariado. También promueve una apertura y desregulación, pero sólo parcial o ―gradual‖ y una privatización mixta, rechazando tanto el ―privatismo‖, como el ―estatismo‖. Finalmente, presenta un énfasis (aunque relegado) en la cuestión social, ausente en los discursos neoliberales6.

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El discurso NP presenta más ambigüedades que el NL, ya que contiene mayores elementos filosófico políticos, articulados en nuestro país a la experiencia del peronismo de posguerra y a sus significantes específicos (véanse De Ípola y Portantiero, 1989; Aboy Carlés, 2001; Sigal y Verón, 2003). Conscientes de la endeblez del nombre, en este trabajo nos referiremos a este discurso como nacional popular, aunque no necesariamente sus enunciadores refieran a los significantes pueblo, mercado interno o defensa de los derechos sociales de los trabajadores. En todo caso, el mínimo común denominador será una concepción de defensa de la intervención del Estado en la economía, y un énfasis a favor del nacionalismo económico de base productivista, junto a una crítica o rechazo, en diversos grados, al liberalismo económico. Sólo en aquellos discursos que incluyan los principales elementos políticos, económicos y sociales, podremos referirnos a su posicionamiento dentro de la modulación estructurada más radicalizada, correspondiendo a la concepción más cercana a la tradicional visión NP de la segunda posguerra. Para más detalles sobre esta elección, véase Fair (2013). 5 Hemos definido a este discurso como neodesarrollista, debido a que articulaba elementos típicos de la corriente desarrollista clásica (véase Ferrer, 2004; Laguado Duca, 2011), aunque a partir de la defensa del equilibrio monetario de los precios y una visión más cercana al neoliberalismo. En realidad, este discurso condensaba elementos de ambas macrodiscursividades y aparecía ambiguamente entre los enunciadores clave, la mayoría de los cuales pertenecían a la UCR (Fair, 2013). Cabe destacar, en ese sentido, que en 1988 el gobierno de Alfonsín implementaría el Plan Primavera, con una orientación crecientemente neoliberal-monetarista, pero que mantenía los subsidios industriales, proponía un acuerdo de precios con aumento salarial pautado, un desdoblamiento cambiario y el mantenimiento de retenciones a la exportación. En ese marco, se asumía la estabilización, pero no las reformas estructurales, lo que explica su rechazo por parte de la Sociedad Rural Argentina (SRA) y las corporaciones bancarias de ADEBA y la Bolsa de Comercio. Sobre el particular, véase Ortiz y Schorr (2006). 6 Además de estos paquetes de discursos, podemos identificar un discurso de izquierda marxista y otro nacional desarrollista, aunque ambos tendrán poca influencia y extensión social, siendo poco replicados entre los discursos público mediáticos de fines de los años ´80. Finalmente, como señalamos, tenemos el

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3. Análisis de la interdiscursividad de los enunciadores políticos clave: la disputa por la hegemonía en el campo político-partidario Dentro del campo político-institucional, los principales temas de disputa por la hegemonía, como el rol del Estado, la inflación, las reformas estructurales y la definición legítima sobre la democracia, se replicaban en los principales exponentes de cada macrodiscurso. Entre los principales referentes político partidarios del discurso nacional popular, se hallaban los miembros del Partido Intransigente (PI) y la mayoría de los enunciadores del peronismo, además de partidos menores de centroizquierda. En ese marco, a fines de los años ´80, Cafiero parecía posicionado como uno de los discursos institucionales más estructurados en esta formación. En todo caso, su discursividad era una de las más replicadas por la prensa gráfica nacional. En cuanto a la discursividad neoliberal, el ingeniero Álvaro Alsogaray era, indudablemente, la principal referencia de apoyo7. En una especie de punto intermedio se ubicaba la mayoría de los enunciadores del oficialismo radical, que promovían la defensa de un discurso neodesarrollista que, o bien se mixturaba con algunos elementos típicamente nacional populares (como en el caso de Alfonsín), o bien lo hacía con un discurso más cercano al neoliberal (como en el caso de Angeloz y de De la Rúa). Finalmente, aunque no es motivo de análisis del presente trabajo, Carlos Menem presentaba un discurso político ambiguo y omniabarcador, que incluía referencias tanto nacional populares, como neoliberales y neodesarrollistas, junto con elementos liberales en lo político y conservadores en lo social (Fair, 2013). 3.1. El discurso político de Álvaro Alsogaray 3.1.1. El ―cambio total del sistema socioeconómico‖ y la defensa de las políticas de ―liberalización‖ Hacia fines de los años '80, el dirigente y fundador de la Unión de Centro Democrático (UCEDé), Álvaro Alsogaray, representaba el principal exponente políticoinstitucional local del liberalismo económico8..Ya desde décadas anteriores, su discurso político asumía una posición claramente neoliberal, inscripta dentro de la llamada Escuela alemana de Economía social de mercado (Braun, 1988; Morresi, 2008). A partir del análisis de los discursos público mediáticos del año 1988, basados en los principales medios gráficos de circulación nacional, este discurso de defensa del libre mercado mostraba una serie de particularidades. En primer lugar, al igual que el resto de los referentes neoliberales del período (Fair, 2013), marcaba una ruptura global con el modelo económico vigente, liderado por el presidente Raúl Alfonsín. En ese marco, Alsogaray se oponía a un ―sistema económico‖ o un ―sistema socioeconómico‖ acusado de ―estatista‖. Este discurso contra el

caso de la discursividad “pulpística” de Menem, que articulaba elementos de diversas tradiciones de un modo yuxtapuesto (Fair, 2013). 7 De hecho, Alsogaray ha sido considerado el “referente más importante del liberalismo en las últimas tres décadas” (Braun, 1988: 26). 8 En este trabajo sólo nos centraremos en los principales exponentes político-institucionales de cada formación (en este caso, Alsogaray y Cafiero), dejando de lado al resto de los enunciadores clave, así como los discursos organizacionales, propios de los partidos políticos a los que pertenecen. Para más detalle, véase Fair (2013).

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modelo estadocéntrico, construía una relación de equivalencia entre el Estado y lo ―inflacionario‖9, agregando, en algunos casos, el antagonismo con lo ―atrasado‖. Desde el discurso de Alsogaray, el ―sistema socioeconómico‖ englobaba a los principales partidos políticos, es decir, al oficialismo radical y a la oposición peronista. Ambos eran acusados de generar la ―tercera inflación del mundo‖ (Página 12, 22-10-88, p. 7). Este rechazo a la inflación, como en las posturas monetaristas, se asociaba a la ―emisión espuria de moneda‖ por parte del Estado. Ello nos reenvía a la clásica relación causal del neoliberalismo monetarista entre la intervención del Estado en la economía, en particular a partir del gasto público, y el incremento de la tasa de inflación. Sin embargo, Alsogaray incluía, a su vez, una orientación típicamente hayekiana, al señalar que el aumento del gasto público implicaba el ―acceso de tendencias marxistas-leninistas‖ (La Nación, 04-03-88, p. 9). Desde la posición de Alsogaray, el modelo ―estatista-intervencionista‖, como sistema socioeconómico, era adjetivado negativamente como ―perverso‖, y vinculado al ―retroceso‖ del país y a un modelo que ―está agotado‖ (Clarín, 11-04-88, p. 3). En ese marco, se englobaba al PJ y a la UCR en una continuidad del sistema económico que condujo a la ―crisis‖, mientras que la UCEDé se vinculaba al ―cambio‖, de manera tal de ―reencauzar‖ al país por la senda de la ―prosperidad‖ y la ―grandeza‖ del pasado10: El país está sumido en una crisis que se irá agravando. Dentro del sistema y las políticas actuales no hay remedio para esa crisis. Tampoco hay paliativos ni parches que puedan mejorar la situación. El peronismo y el radicalismo significan la continuidad de las políticas que han hecho retroceder al país durante los últimos cuarenta años. La UCEDÉ implica un cambio de sistema que permitirá a los jóvenes de hoy reencauzar el país por el camino de prosperidad y grandeza que alguna vez transitó (La Nación, 07-07-88, p. 11). Desde el discurso de Alsogaray, ese sistema ―perverso‖ no podía tener ―paliativos‖ o ―parches‖, sino que debía ser modificado en su conjunto. Ello implicaba que el Estado ―deje de intervenir en todos los órdenes de la vida nacional‖, única forma de terminar con el problema irresuelto de la inflación: Por primera vez en cincuenta años los argentinos van a poder elegir entre los que consideran que el sistema es emparchable y los que pensamos que hay que cambiar todo este sistema perverso, haciendo que el Estado deje de intervenir en todos los órdenes de la vida nacional. Todos los Ministros de Economía, en los últimos 50 años, con muy cortos períodos de excepción, han sido estatistas o intervencionistas en mayor o menor grado y, por lo general, han recurrido a la solución inflacionaria, algo que ya no se puede hacer bajo riesgo de caer en la hiperinflación (La Nación, 22-10-88, p. 20). En contraposición a aquel ―estatismo‖ y ―dirigismo‖, que englobaba al modelo benefactor de posguerra defendido tanto por la UCR, como por el PJ, Alsogaray asumía un discurso plenamente antagónico, donde la propuesta no era una reforma parcial, sino el ―cambio 9

Del total de discursos de su máximo exponente, en cerca del 50% (7 menciones) se critica al “estatismo” y en 4 de esas 7 menciones, es decir, más del 50%, se lo vincula a la inflación. 10 Un pasado que el liberalismo económico argentino suele ubicar entre 1880 y 1930, período de auge del modelo agroexportador.

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total‖ en el modelo de acumulación. En ese marco, la propuesta programática de su partido consistía en la defensa de lo que definirá como la vigencia de una ―economía social de mercado‖11: Hemos dicho en todo momento que en el problema de fondo, que es el sistema económico social que impera en el país, el justicialismo y el radicalismo están del mismo lado, con sus criterios de estatismo y dirigismo. Del otro lado está la Ucedé, con la Alianza de Centro, que propone un cambio total, a través de la vigencia de la economía social de mercado (La Nación, 12-07-88, p. 16). En efecto, para el dirigente liberal-conservador, el país se estaba ―deteriorando‖, llegando al final de un largo proceso de decadencia nacional. En ese contexto, el eje de su cadena equivalencial interna será la idea de que ―el país se arregla en dos o tres años si se cambia el sistema económico actual‖ (La Nación, 27-08-88, p. 4). Ello implicaba una serie de políticas económicas de reducción del Estado, comenzando por las privatizaciones de las empresas públicas, que ―no funcionan‖: El país económicamente se deteriora muy rápido y es el final de un largo proceso. Estamos de acuerdo con toda la política que tienda a transferir al sector privado empresas que indebidamente tiene el Estado en sus manos y no funcionan (Clarín, 20-03-88, p. 14). Además, el ―cambio total del sistema económico‖ era asociado a la necesidad de implementar una ―liberalización‖ del mercado, incluyendo la desregulación de precios y del tipo de cambio12. También se incluía en la propuesta la ―apertura‖ al sector privado y el fin de todo tipo de ―subsidios‖. Según Alsogaray, estas medidas producirían un ―shock de confianza‖ para el sector privado, promoviendo un aumento de la inversión privada: Necesidad de producir un cambio total del sistema económico, mediante un shock de confianza, liberando todos los mercados, inclusive el de cambios, y haciendo una apertura a todos los campos de la actividad que hoy maneja el Estado, al sector privado. El plan de shock de confianza, si todo se hace en una sola noche, la inversión se canaliza sola. Soy partidario que las inversiones las decida el mercado y no el Estado. No debe haber subsidios de ninguna naturaleza (La Nación, 05-07-88, p. 17). Además de estas políticas de liberalización económica, Alsogaray incluía, en su propuesta programática, un rechazo a las retenciones a las exportaciones (La Nación, 16-08-88, p. 21), acusadas de cobrar ―impuestos discriminatorios‖ al campo (La Nación, 28-08-88, p. 17). También expresaba su rechazo a las leyes laborales vigentes, el reclamo para efectuar una profunda reforma impositiva y la reducción escalonada de aranceles a la importación, hasta alcanzar un 40% (La Nación, 05-07-88, p. 17). De este modo, su propuesta asumía todos los significantes típicos del nuevo liberalismo o neoliberalismo. 3.1.2. La articulación entre el liberalismo político y el liberalismo económico

11

Este concepto pertenece a la escuela alemana del neoliberalismo, contando con antecedentes en la propia propuesta política de Alsogaray (véase Morresi, 2008). 12 En 1988, el gobierno de Alfonsín estableció un acuerdo de precios con el empresariado para evitar que se propagara la inflación. Además, fijó un tipo de cambio desdoblado (véase Ortiz y Schorr, 2006).

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Junto a la crítica radicalizada al modelo Benefactor de la segunda posguerra y la defensa de la ―solución‖ neoliberal, Alsogaray asumía una típica postura política, con antecedentes en Hayek, que colocaba el eje en la defensa del derecho individual al libre comercio. En ese marco, afirmaba que la ―Constitución Nacional‖ defiende el ―derecho‖ individual a comerciar ―libremente‖. En esas circunstancias, articulando a su discurso dos de los elementos típicos del liberalismo democrático, como son la defensa de los derechos individuales y el significante libertad13, exigía eliminar la ley de abastecimiento, relacionándolo con una política que ―restringe el derecho constitucional de comerciar libremente‖ (Clarín, 12-11-88, p. 16). En el mismo sentido, defendía su propuesta de ―economía social de mercado‖, ya que ―se inserta perfecta y naturalmente en el marco de dicha Constitución‖ (La Nación, 04-03-88, p. 9). Pero además, en el contexto de resguardo de las ―libertades constitucionales‖ y la ―libertad individual esencial‖ de comerciar ―libremente‖ (La Nación, 04-03-88, p. 9; Página 12, 26-05-88, p. 6; Clarín, 12-11-88, p. 16), Alsogaray asumía una defensa del orden constitucional democrático-liberal. En ese marco, que en la Argentina marca una ruptura del liberalismo económico con su anterior respaldo a las Dictaduras cívico-militares, señalaba que el problema no era la democracia como concepto, sino el tipo de democracia ―socialdemócrata‖, defendido tanto por el gobierno radical, como por el peronismo. Disputando el significante con los otros referentes político-institucionales, situará a la democracia vigente dentro de un modelo favorable al liberalismo político, pero contrario al liberalismo económico. En ese marco, construía una disyuntiva entre la democracia ―socialdemócrata‖, asociada al ―dirigismo‖ en la economía y a lo ―inflacionario‖, y causante de la ―ineficiencia‖, frente a su propuesta ―integral‖ de una democracia ―liberal‖, que ―propugna la libertad en ambos campos: el político y el económico‖. En este proyecto de democracia liberal, los elementos negativos del modelo anterior se convertían en positivos. Así, del dirigismo, que evoca el autoritarismo, se pasaba a la ―libertad‖ y el desarrollo privado ―conforme a los deseos y aspiraciones individuales‖. Una democracia realmente liberal que, desde el discurso de Alsogaray, sólo era posible de ser alcanzada si se complementaban los valores del liberalismo político, con los principios del liberalismo económico y las reformas de mercado: Hoy se ha hecho carne en el país que el orden constitucional (que no es exactamente la democracia) debe prevalecer a toda costa, y nadie cree en realidad en la eventualidad de un golpe de Estado (…). No es la democracia la que ha fallado, sino esta democracia sui generis practicada por el actual Gobierno (…). La democracia socialista o socialdemócrata sostiene ideas liberales en política y socialistas, o por lo menos dirigistas, intervencionistas, estatistas e inflacionarias en economía. La democracia liberal propugna la libertad en ambos campos: el político y el económico. Para nosotros, es la única democracia integral y verdadera. En las socialdemocracias hay libertad de prensa, de pensamiento, de votar y en algunos otros aspectos de la actividad humana, pero no se es libre de comerciar, ejercer cualquier industria lícita y en general, de desarrollar actividades económicas privadas, conforme a los deseos y aspiraciones individuales. En la Argentina de hoy tanto el radicalismo como el peronismo son claros exponentes de las socialdemocracias. La Ucedé representa a la democracia liberal. La 13

Mientras que la idea de “libertad” (económica y-o política) era defendida en 4 discursos de Alsogaray, la idea de “derechos” era mencionada en 2 de ellos.

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socialdemocracia, como todo sistema socialista (o simplemente dirigistainflacionario), es ineficiente y no puede proporcionar un nivel de vida satisfactorio a los habitantes del país en que se la practica (…). La democracia no basta; si se quiere resolver los problemas hay que recurrir a una democracia en la cual se apliquen los principios liberales y la economía de mercado (―Una democracia sui generis‖, nota en Página 12, 26-05-88, p. 6). De este modo, podemos decir que el discurso de Alsogaray se legitimaba en la defensa de una democracia económica y política que complementaba el liberalismo político del proyecto alfonsinista, con una defensa de la libertad y los derechos constitucionales, aunque restringidos a su aspecto neoliberal en lo económico y liberal-individualista en lo político. 3.2. El discurso político de Antonio Cafiero El dirigente justicialista Antonio Cafiero cuenta con una larga trayectoria dentro del peronismo. En 1983, fue uno de los máximos exponentes de la corriente renovadora, que buscó institucionalizar al peronismo para adaptarlo a las normas de la democracia liberal (Palermo y Novaro, 1996; Aboy Carlés, 2001). Hacia 1988, Cafiero se desempeñaba como Gobernador de Buenos Aires y era uno de los candidatos a la presidencia desde la vertiente renovadora del justicialismo (en el mes de julio de ese mismo año resultaría vencido por Menem en las internas partidarias). El dirigente justicialista representaba, en ese marco, una de las principales figuras de lo que definimos como el macrodiscurso nacional-popular, siendo su discurso ampliamente replicado en los medios de prensa escrita nacional. 3.2.1. La crítica anti-imperialista al FMI y la defensa del productivismo nacional y la moratoria de la deuda El discurso de Cafiero, en particular en lo que refiere a la política económica y social, presentaba fuertes disputas con la discursividad de Alsogaray. Frente al énfasis neoliberal del dirigente de la UCEDÉ, Cafiero le oponía una defensa del Estado interventor en la economía. Además, pese a que compartía la crítica al modelo económico y social del oficialismo y el diagnóstico acerca del ―agotamiento del actual proyecto del alfonsinismo‖14 (Clarín, 04-03-88, p. 10), asociado a la ―frustración‖, la ―impotencia‖ y la ―derrota‖ (Página 12, 24-04-88, p. 2; Clarín, 12-05-88, p. 13; Página 12, 16-10-88, p. 7), la crítica no marcaba una ruptura radical con el conjunto del modelo económico, sino sólo diferencias parciales15. En el plano económico, el discurso de Cafiero presentaba dos elementos centrales que lo diferenciaban del discurso neoliberal de Alsogaray. En primer lugar, una fuerte defensa del nacionalismo económico anti-imperialista. En ese marco, el eje de la crítica se dirigía a la ―asfixia especulativa‖ y la ―desnacionalización‖ económica (Clarín, 04-03-88, p. 10, Clarín, 09-05-88, p. 7; La Nación, 10-05-88, p. 18; La Nación, 22-10-88, p. 17), asociado a la ―enajenación‖ del ―patrimonio nacional‖ (Clarín, 04-03-88, p. 10, Clarín, 10-09-88, p. 10). Estos elementos eran relacionados con el pago de la deuda externa a los acreedores, personificado en la figura 14

La crítica al plan económico se menciona en cerca del 20% de los discursos de Cafiero de 1988 (11 ocasiones). 15 Recordemos, en ese sentido, la política de colaboración de Cafiero con el gobierno de Alfonsín.

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negativizada del FMI (Clarín, 13-06-88, p. 6; 14-06-88, pp. 3 y 9 y 06-09-88, p. 8). Desde esta base, Cafiero relacionaba a la política socioeconómica del Gobierno Nacional con el ―estancamiento‖ (Clarín, 06-09-88), así como con la ―frustración‖, la ―impotencia‖ y la ―subordinación‖ a los ―dictados‖, ―imposiciones‖ y ―deberes‖ de los organismos multilaterales y la banca internacional (Página 12, 16-10-88, p. 7): El verdadero adversario es el gobierno nacional, porque los radicales significan la frustración, la impotencia y el crecimiento de los dictados del FMI, el verso radical de estos años no fue más que una manera de ocultar que sólo venían a administrar la crisis y que ni siquiera eso sabían hacer bien. Durante estos años el Gobierno se preocupó por hacer bien los deberes que le imponía la banca extranjera (Página 12, 24-04-88, p. 2). En el contexto del discurso anti-imperialista contra los ―dictados que la Patria financiera impone desde afuera‖ (Página 12, 12-11-88, p. 3), Cafiero criticaba el ―acuciante problema de la deuda externa‖ (Clarín, 13-06-88, p. 6), un tema recurrente en sus discursos16. En ocasiones, se refería a los ―usureros de adentro y de afuera‖ (La Nación, 0407-88, p. 6). Como propuesta programática alternativa exigía, con mucha frecuencia, la necesidad de realizar una ―moratoria‖ de la deuda externa (Clarín, 03-04-88, p. 7; La Nación, 09-05-88, p. 6; La Nación, 10-05-88, p. 15; Clarín, 15-05-88, p. 11; Página 12, 20-05-88, p. 5; Página 12, 08-06-88, p. 3; Clarín, 13-06-88, p. 6). Este significante, en algunos casos vinculado a una moratoria ―concertada‖ y en otros a una ―unilateral‖, era relacionado a la necesidad de superar la situación de ―emergencia‖ (Página 12, 08-06-88, p. 3). Según Cafiero, la moratoria era ―necesaria‖, ya que ―seguir pagando la deuda es seguir agonizando‖ (La Nación, 10-05-88, p. 15; Clarín, 10-09-88, p. 10), y ―para poder implementar un plan económico que privilegie el crecimiento‖ (Clarín, 15-05-88, p. 11). En ese marco, su discurso construía una relación de contraposición. Por un lado, se hallaba la cadena equivalencial pago de la deuda externa- banca acreedora - recetas del FMI, asociadas a la ―miseria‖ y el ―hambre‖ para el ―pueblo argentino‖ y el ―desaliento a la producción‖ (Clarín, 10-09-88, p. 10). Por el otro, la propuesta de moratoria, vinculada a ―responsabilidad por el futuro de los argentinos‖ (Clarín, 14-06-88, p. 9 y 16-06-88, p. 6), condición de posibilidad para salir de la ―crisis‖ y fomentar el ―crecimiento‖ (Clarín, 14-0688, p. 3). El segundo elemento central del discurso cafierista era la defensa de un proyecto a favor del productivismo nacional. En ese marco, asumía algunos valores típicos de la formación nacional-popular, destacando la necesidad de constituir un nuevo ―modelo de acumulación‖ basado en el incentivo a la ―producción‖ (Clarín, 13-06-88, p. 6; Clarín, 0609-88, p. 8; La Nación, 22-10-88, p. 17) y el ―trabajo‖ (Página 12, 08-06-88, p. 3; La Nación, 04-07-88, p. 6; Clarín, 06-09-88, p. 8). En el mismo sentido, criticaba el actual proceso de ―desindustrialización‖17 (Clarín, 09-05-88, p. 7). También defendía, en oposición al discurso de Alsogaray, la ―plena vigencia para la determinación de salarios y condiciones de trabajo, de la legislación en materia de trabajo para todas las actividades‖. Finalmente, promovía ―una reforma tributaria que disminuya la presión impositiva sobre la canasta de consumo 16

En casi el 20% de sus discursos de 1988 (10 veces), aparecen menciones críticas en relación a este tópico. 17 Aunque, llamativamente, Cafiero no hacía mención en sus discursos a un elementos clave del productivismo, como es la defensa de la industria nacional.

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popular‖ (Página 12, 20-05-88, p. 5; Página 12, 08-06-88, p. 3), asociada a la necesidad de llevar a cabo una reducción del Impuesto al Valor Agregado (IVA) (Pagina 12, 08-06-88, p. 3). La propuesta, sin embargo, presentaba una serie de elementos que se mixturaban con significantes y articulaciones típicamente desarrollistas. Así, frente a la ―revolución productiva‖ y el ―salariazo‖ de Menem (Fair, 2013), Cafiero se refería a la idea de una ―transformación productiva‖ para promover la ―inversión de riesgo‖ y generar ―puestos de trabajo‖, aunque mediante la incorporación de ―mejoras de tecnología‖ y de la ―productividad‖. Estos elementos eran relacionados, sin embargo, al objetivo de alcanzar una mejor ―distribución del ingreso‖: Transformación productiva como nuevo modelo de acumulación, creando condiciones para alentar la inversión de riesgo que eleve rápidamente el productor, cree puestos de trabajo, incorpore mejoras de tecnología y productividad que haga factible un proceso sostenido de mejora y distribución de los ingresos (Página 12, 08-06-88, p. 3). Además, en ocasiones su discursividad vinculaba la defensa de la producción y el trabajo, a los objetivos del ―crecimiento‖, pero también a la meta del ―desarrollo autónomo‖ como nación18 (La Nación, 10-05-88, p. 18; Clarín, 06-09-88, p. 8). En ese marco, en una particularidad que lo acercaba a algunos discursos neodesarrollistas, como los de Terragno y el propio Angeloz, Cafiero criticaba las ―sobrefacturaciones escandalosas‖ y los ―tarifazos espurios‖ en las empresas públicas (Clarín, 04-09-88, p. 5). A su vez, aunque no exigía aplicar políticas de reforma del Estado, el dirigente peronista renegaba ser un ―estatista‖, y hasta llegaría a exigir ―revisar sus gastos‖ (La Nación, 09-05-88, p. 6), en relación a los gastos corrientes del Estado. Ello nos permite observar cierta inflexión parcial que modera su posicionamiento estructurado dentro de la clásica formación discursiva nacional popular19. De todos modos, su discurso lejos estaba de ser neoliberal. De hecho, Cafiero también rechazaba ser ―privatista‖ (La Nación, 06-03-88, p. 7), e incluso criticaba el ―galopante y sospechoso privatismo que está impulsando el gobierno radical en el tramo final de su gestión‖ (Clarín, 12-05-88, p. 13). Para Cafiero, el Estado seguía jugando un rol crucial, que consistía en su ―política de los servicios, la ejecución de la política y el control a los empresarios‖ (La Nación, 10-05-88, p. 18). 3.2.2. Las críticas radicalizadas a los efectos sociolaborales regresivos de las políticas económicas del Gobierno Hemos visto que el discurso de Cafiero presentaba una fuerte crítica al pago de la deuda externa, asociado a la especulación financiera, así como una firme defensa de la 18

La apelación a la “producción” y el “desarrollo” aparecen en 3 ocasiones, mientras que las referencias a la “Nación” y lo “nacional”, aparecen en 8 discursos de Cafiero y el significante “crecimiento” se menciona en 7 alocuciones. 19 Cabe destacar, en ese mismo sentido, que, pese a apelar con insistencia al peronismo, al pueblo y a significantes típicos de esta formación, como la “liberación” y la idea de “justicia social”, Cafiero prácticamente no se refería a otros elementos del “nacional-populismo” de posguerra, como la “independencia económica”, la “soberanía política”, la “dignidad”, la defensa de la industria nacional, las Pymes, las empresas públicas y el mercado interno. En ese marco, los dirigentes del PI, como Oscar Alende, o sectores sindicales como la CGT de Saúl Ubaldini, presentaban una mayor estructuración dentro del macrodiscurso nacional-popular (véase Fair, 2013).

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producción nacional. Al mismo tiempo, observamos la mixtura entre elementos nacionalpopulares y desarrollistas. Sin embargo, debemos destacar que, a diferencia de los enunciadores neodesarrollistas, su discurso asumía, en el plano social, una fuerte defensa de los valores centrales del macrodiscurso nacional popular. En ese marco, una tercera particularidad del discurso de Cafiero de 1988 era la presencia de una crítica social radicalizada, en el que se establecía una articulación equivalencial entre las políticas neoliberales y sus efectos sociolaborales regresivos sobre los trabajadores. La crítica socioeconómica a los efectos regresivos de las políticas liberales se concentraban en el incremento del ―desempleo‖ (Clarín, 04-03-88, p. 10) y el rechazo a los ―bajos salarios‖ (―salarios de hambre‖), aunque sin referirse a la inflación como elemento causante de estos efectos20. La reducción del empleo y de los niveles salariales eran posicionados como elementos negativos que ―lesionan la dignidad humana‖ (Clarín, 04-09-88, p. 5). En ese marco, la crítica social se extendía mediante el rechazo frecuente a la ―marginación‖, la ―pobreza‖ y la ―exclusión social‖, promovidas por el modelo económico vigente (Clarín, 04-03-88, p. 10; Página 12, 26-05-88, p. 4; Clarín, 13-06-88, p. 6; Clarín, 10-9-88, p. 10; Página 12, 15-11-88, p. 11). Estos elementos eran legitimados con una adjetivación negativa que los asociaba a la ―injusticia‖, el ―atraso‖ y la ―dependencia‖ (Clarín, 06-09-88, p. 8), o a ―la injusticia y la desigualdad‖ (La Nación, 07-03-88, p. 4). 3.2.3. La articulación entre la democracia social y la democracia liberal y el doble rechazo al autoritarismo del movimientismo peronista y a la democracia formal del oficialismo y del neoliberalismo Dentro del peronismo, el discurso de Cafiero marcaba una ruptura con la propuesta ortodoxa y su tradición movimientista y autoritaria, simbolizada en la figura de Menem. Al mismo tiempo, sin embargo, se oponía a la concepción liberal-democrática del Gobierno y a la neoliberal de Alsogaray, ambas consideradas ―formales‖. Frente a estas concepciones, Cafiero respondía con una propuesta política renovadora, cuyo eje residía en la integración entre la democracia liberal en lo político y la democracia social, con la diferencia, frente al discurso de Menem, que Cafiero colocaba un mayor énfasis en elementos liberales o socialdemócratas, esto es, institucionalistas, frente al mayor énfasis en la lógica movimientista y el discurso conservador popular del menemismo (Fair, 2013). En relación a los llamados ―mariscales de la derrota‖, Cafiero construía una alternativa a la tradición ―hegemonista‖, largamente sedimentada en nuestra historia (Aboy Carlés, 2001). En ese marco, la experiencia del herminismo ortodoxo era vinculada con frecuencia a la presencia de los ―aparatos‖ y a métodos políticos basados en la ―violencia‖, la ―intolerancia‖, la ―agresión‖, el ―patoterismo‖ y el ―descrédito‖. Estos significantes eran caracterizados, a su vez, como el factor desencadenante de la ―derrota‖ en las elecciones presidenciales de 1983 (La Nación, 07-03-88, p. 4, Clarín, 21-03-88, p. 17; Clarín, 10-04-88, p. 10; Clarín, 10-05-88, p. 25; La Nación, 03-07-88, p. 4; La Nación, 07-07-88, p. 10). En lugar de este peronismo movimientista, Cafiero defendía un peronismo de base plural, e inserto en los valores de la democracia liberal (lo que le valdrá la crítica de Menem por ―socialdemócrata‖). Se trataba, en efecto, de edificar un nuevo ―partido movimiento‖ 20

Sólo aparece una mención al tema de la inflación, en un discurso de Página 12 del 16-06-88, p. 4 y en un discurso de Clarín del 06-05-88, p. 6, en el que se critica la inflación en la gobernación de Carlos Menem en La Rioja.

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(Página 12, 20-05-88, p. 5), que debía ser ―renovado‖ (Página 12, 16-06-88, p. 4). Sin embargo, no abandonaba por ello su tradicional concepción ―nacional y popular‖ (Clarín, 06-09-88, p. 8), vinculada a la ―transformación‖ y el ―cambio‖ (Página 12, 16-06-88, p. 4) y asociada a la defensa del ―pueblo peronista‖, el ―trabajo‖ y la ―justicia social‖ (Clarín, 10-0588, p. 25; La Nación, 07-07-88, p. 10). Como señala Aboy Carlés (2001), lo que defendía Cafiero, en realidad, era una propuesta ―renodoxa‖, que articulaba elementos de ambas tradiciones, aunque se hallaba más cercano a la concepción liberal que el discurso de Menem21. Según Cafiero, este proyecto de peronismo ―plural y abierto‖ para ―fines de este siglo‖, implicaba adoptar su propuesta de ―resignificación doctrinaria‖ (frente a la ortodoxia menemista), que lograba ―actualizar la tradición y las banderas‖ (Página 12, 20-0588, p. 5) para vincular el ―crecimiento económico‖ con la ―justa distribución de la riqueza y el poder‖, ligado a la ―producción nacional‖ y el ―trabajo‖: Un peronismo plural y abierto que continúa concentrando la potencialidad transformadora de la sociedad por la vía del trabajo, del desarrollo autónomo y de la justicia social. Se trata de reconciliar democracia con crecimiento económico y la distribución equitativa de la riqueza y el poder, ligados al trabajo y a la producción, la necesidad de una resignificación doctrinaria que nos permita cumplir con el mandato de realizar un proyecto nacional y popular para la Argentina de fines de este siglo (Clarín, 06-09-88, p. 8). Este proyecto nacional y popular ―renovado‖ marcaba, a su vez, una ruptura con el proyecto económico y social del radicalismo, asociado a una democracia ―hueca‖ y meramente formal, vinculada al ―estancamiento‖, el ―subdesarrollo‖, la ―miseria‖ y la ―injusticia social‖. En ese marco, contraponía la democracia ―hueca‖ del oficialismo, con su propuesta de ―profundización democrática‖, ligada a una democracia ―participativa‖22 y a la ―democratización‖ del ―poder‖: Estamos decididos a cambiar esta democracia hueca por una democracia participativa (…) Nuestras propuestas apuntan a democratizar el poder (…). Para los justicialistas, la democracia que propugnamos es incompatible con el estancamiento, el subdesarrollo económico, la miseria y la injusticia social (―Profundizar la democracia‖, nota en Página 12, 26-05-88, p. 4). En el contexto de la crítica social radicalizada, Cafiero defendía una concepción de la democracia no individualista, sino comunitaria, asociada con frecuencia a significantes

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Recordemos que en 1988 Menem se hallaba aliado políticamente con los “restos” de la derecha ortodoxa del movimiento (lopezrreguistas, miembros de la “patota sindical”, etc.) y con dirigentes de la izquierda setentista (montoneros) (Cerruti, 1993). Esta situación era aprovechada por Cafiero y los dirigentes políticos renovadores, radicales y liberales, para criticar los residuos de violencia, autoritarismo y corporativismo, del peronismo. 22 La reivindicación de la democracia participativa se asociaba también a la defensa de los paros sindicales, considerados “reclamos justos” y “medios de protesta y reclamo constitucional” (Clarín, 0704-88, p. 5 y 09-04-88, p. 9). En ese marco, la contraposición discursiva se producía en relación al discurso de Angeloz, fuerte crítico de los paros, a los que vinculaba a la mera defensa de intereses políticos o corporativos particulares (Fair, 2013).

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anudados tales como el ―crecimiento económico‖ y la ―justicia social‖23 (La Nación, 05-0388, p. 7; Clarín, 09-04-88, p. 9, Página 12, 08-06-88, p. 3; Clarín, 16-06-88, p. 5). En algunos casos, estos significantes formaban una cadena de equivalencias en torno a valores sociales y colectivos, como la ―distribución del ingreso‖ y la defensa de los ―trabajadores‖ y del ―pueblo trabajador‖24. En ese marco, se rechazaba la visión estrecha sobre la democracia defendida por el radicalismo, que sólo promueve el resguardo de elementos liberal-democráticos e individualistas en lo político y neoliberales en lo económico. En ese marco, Cafiero asociaba al radicalismo con un proyecto ―de esencia neoliberal‖, extendiendo la crítica al ―modernismo‖ y la ―eficiencia‖, valores asumidos por el discurso radical (Fair, 2013). Según Cafiero, esta concepción dejaba a un lado la defensa de un proyecto ―democrático‖, en tanto vinculado a la idea de ―transformación‖: Creían los radicales, y aún lo siguen creyendo, que podían estabilizar la democracia a partir de un proyecto de esencia neoliberal, aunque caratulado de modernismo y eficiencia. Un radicalismo cada vez más cerca de la coalición liberal, cada vez más cerca de los que quieren convertir a la Argentina en el arrabal de la modernidad: cada vez más lejos de vincular democracia con transformación (Clarín, 06-09-88, p. 8). En el marco de la revalorización del proyecto de profundización de la democracia liberal mediante la incorporación de la democracia social y participativa, la propuesta programática alternativa colocaba un fuerte énfasis en la cuestión social. En ese marco, se centraba en la necesidad de elevar los salarios (Página 12, 08-06-88, p. 3) y fomentar una ―distribución equitativa de la riqueza y del poder‖ (Página 12, 08-06-88, p. 3; Clarín, 06-0988, p. 8). Estos significantes eran legitimados a partir de la necesidad de alcanzar la ―igualdad‖ y la ―justicia‖ (Clarín, 06-04-88, p. 9; Clarín, 09-04-88, p. 9), o bien una ―patria justa‖ (La Nación, 07-07-88, p. 10). En ocasiones, también se mencionaba la defensa del valor ―solidaridad‖ (Clarín, 09-04-88, p. 9; Página 12, 11-11-88, p. 2). En ese contexto, a diferencia de Alsogaray, Cafiero defendía una concepción política a favor de los ―derechos‖, pero no de aquellos derechos individuales y liberales en lo económico, sino de los derechos sociales, e incluso de los ―derechos humanos‖ (La Nación, 05-03-88, p. 7), vinculados al ―trabajo, la vivienda, la educación y la salud‖ (La Nación, 04-07-88, p. 6). Además, en algunos casos, incorporaba un discurso federalista en defensa de las economías regionales (La Nación, 05-03-88, p. 7, Clarín, 09-05-88, p. 7). En ese marco, frente al discurso del oficialismo en contra de asignar fondos para las 23

De las 7 veces que Cafiero se refiere al significante “crecimiento” en 1988, en 4 de ellas, es decir, en más del 50% de las ocasiones, las asocia a la “democracia” con “justicia social”. De este modo, conforma una cadena breve modal que articula la democracia, el crecimiento y la justicia social. 24 La apelación al “pueblo” y, en particular, a un “Nosotros inclusivo” (Verón, 1987) centrado en el “peronismo”, aparecía con bastante frecuencia en sus discursos público mediáticos (en el caso del significante “pueblo”, en 15 ocasiones, mientras que el objeto “peronismo”, en nada menos que 20 ocasiones, lo que representa cerca del 40% de los discursos relevados en 1988). La apelación a los trabajadores era mucho menos frecuente (3 discursos). En ambos casos, sin embargo, contrastaba con el discurso sin “colectivos de identificación” (Verón, 1987) de Alsogaray y de los exponentes del neoliberalismo, quienes suelen apelar a colectivos amplios y “no fragmentables”, como la “Argentina” y, en algunos casos, la “República” y la “Nación”.

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administraciones provinciales, Cafiero asociaba estos recursos con el pago de los salarios adeudados a los trabajadores, por lo que se refería a ―derechos conculcados‖ (Página 12, 1111-88, p. 2) y a ―legítimas demandas‖ de las administraciones provinciales, frente al ―ajuste‖, el ―pésimo manejo que el gobierno nacional ha hecho del área económica‖ (Clarín, 13-06-88, p. 6) y la ―entrega unitaria‖ (Página 12, 12-11-88, p. 3), efectuada por el alfonsinismo. Finalmente, en unos pocos casos, se destacaban también algunos elementos organicistas y conservadores, típicos de la tradición peronista (Sigal y Verón, 2003). Entre ellos, las ideas de unidad, paz social y la defensa de la ética pública y la economía humanizada (Clarín, 0704-88, p. 5; Clarín, 10-09-88, p. 11). Sin embargo, este discurso conservador popular en defensa de la ―comunidad organizada‖ (Clarín, 12-05-88, p. 13), se hallaba mucho más desarrollado en la propuesta de ―pacificación‖ y ―reconciliación nacional‖ de Menem, rechazada por Cafiero25. De esta manera, podemos decir que Cafiero se ubicaba en una especie de lugar intermedio entre la visión más socialdemócrata de Alfonsín y la más movimientista-populista de Menem, en un discurso de base nacional popular con más reminiscencias y concesiones al liberalismo democrático, que al conservadurismo menemista. 4. Conclusiones Examinamos en este trabajo los debates público mediáticos más replicados en los principales medios de prensa gráfica nacional, durante el año 1988. Luego destacamos, sintéticamente, las cadenas equivalenciales modales, concentrándonos en las cadenas extensivas. A partir de allí, delimitamos tres paquetes de discursos diferenciales que competían por la hegemonía, a los que definimos, a falta de un mejor nombre, como neoliberal, nacional popular y neodesarrollista. En la segunda parte, nos propusimos incorporar un análisis por agentes concretos, de modo tal de trasladar el eje desde lo estructural, a lo post-estructural. Nos concentramos en las disputas político-partidarias. Para ello, seleccionamos las discursividades de dos de los principales referentes políticoinstitucionales del período, como son Álvaro Alsogaray y Antonio Cafiero. A priori, ambos presentaban discursos antagónicos, aunque luego debimos matizar estas afirmaciones. En el caso de Alsogaray, promovía un discurso posicionado de forma estructurada dentro del neoliberalismo. En ese marco, criticaba al Estado Benefactor de la segunda posguerra, asociado a un modelo socioeconómico dirigista, estatista e inflacionario. Este modelo económico-social era rechazado mediante un fuerte antagonismo, expresando una relación de oposición a la totalidad del modelo. Desde la visión de Alsogaray, el estatismo incluía al sistema socioeconómico promovido tanto por la UCR como por el PJ, de manera tal que se articulaba a ambos discursos dentro de lo que denominaba una visión socialdemócrata o socialista. Este sistema, cuyo eje de antagonismo era la intervención del Estado en la economía, era definido como el causante de la crisis inflacionaria y la decadencia, y contrapuesto a la economía social de mercado, ligada a la prosperidad, la 25

Cafiero se oponía a todo proyecto de “amnistía” de las Fuerzas Armadas (Clarín, 13-06-88, p. 6), tal como fuera propuesto y defendido, no sin ambigüedades, por varios discursos de Menem. En cuanto a la idea de “unidad”, se refía a ella en varias ocasiones (Clarín, 17-03-88, p. 9; Clarín, 16-06-88, pp. 4 y 5; Página 12, 18-10-88, p. 4; Página 12, 30-12-88, p. 7), pero, en todas ellas, las limitaba a una demanda de unidad política acotada al peronismo y no a la idea amplia de unidad como “reconciliación” y “pacificación” nacional, que proponía Menem.

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grandeza y el retorno de la confianza y las inversiones privadas. En esas circunstancias, además, Alsogaray criticaba el sistema laboral vigente y la ineficiencia estatal. Como propuesta alternativa, reclamaba modificar el régimen laboral, eliminar todos los subsidios existentes, terminar con las retenciones agropecuarias, realizar una apertura comercial y reducir el gasto público, causante de la inflación. El segundo eje del discurso de Alsogaray consistía en la defensa de una concepción de la democracia que articulaba el liberalismo político con el liberalismo económico. Aunque valoraba el respeto al orden constitucional por parte de los dos partidos mayoritarios, señalaba que sólo se trataba de una democracia sui generis, ya que no extendía la democracia al campo económico. Ello impedía la libertad de los individuos para comerciar libremente y guiarse por sus deseos individuales, cercenando los derechos humanos expresados en la Constitución Nacional. La discursividad de Antonio Cafiero presentaba fuertes diferencias con el discurso político del líder de la Ucedé. Por un lado, asumía una concepción de nacionalismo económico anti-imperialista, que criticaba fuertemente el pago de la deuda externa por parte del oficialismo, asociado al privilegio de los dictados del FMI y a la lógica de la especulación financiera. Por el otro, articulaba esta visión con una defensa del productivismo nacional, de modo tal que defendía la producción nacional y el trabajo, vinculado al crecimiento y la distribución equitativa del ingreso. Al mismo tiempo, se oponía a la lógica de desnacionalización y enajenación del patrimonio nacional y a las políticas de desindustrialización. Pero el discurso cafierista también mostraba algunas ambigüedades en relación al Estado. Aunque no reclamaba realizar reformas estructurales, criticaba las sobrefacturaciones y la corrupción, expresándose en contra tanto del estatismo como del privatismo. Además, se refería a elementos típicamente desarrollistas, como la necesidad de incorporar tecnología para promover el ingreso de inversiones, aumentar la productividad y generar un mayor desarrollo. No obstante, rechazaba, a su vez, las ideas de modernización y de eficiencia, defendidas por el Gobierno, y no hacía referencia (aunque tampoco criticaba) el énfasis de los discursos oficialistas en favor de la estabilización macroeconómica y la apertura y desregulación comercial ―gradual‖. De este modo, podemos decir que Cafiero asumía un discurso híbrido, que articulaba elementos nacional-populares, con algunos elementos marginales del neodesarrollismo. En ese marco, vimos que su discurso incorporaba un tercer elemento de ruptura, en el que se articulaba la defensa de la democracia liberal con la democracia social o participativa. Así, frente a la concepción movimientista y ortodoxa del menemismo, asociada al autoritarismo, el patoterismo y el uso de métodos ajenos al liberalismo democrático, Cafiero se posicionaba como una continuidad en la defensa de la democracia pluralista, buscando renovar al peronismo a nivel institucional. Pero si en el apoyo hacia el régimen democrático liberal existía un acuerdo general entre los dos referentes que hemos examinado, y en realidad este consenso mínimo compartido se extendía a todos los enunciadores políticos de finales de los años ´80 (Fair, 2013), Cafiero se distanciaba de Alsogaray, al plantear la necesidad de articular la democracia liberal no con el liberalismo en el plano económico, sino con la democracia en el plano social. En ese marco, defendía una visión neocomunitarista a favor de la participación social, la igualdad, la justicia y la solidaridad, que criticaba los bajos salarios y el desempleo y defendía el régimen laboral en base a los convenios colectivos y los aumentos salariales. También reclamaba, en la misma sintonía, una reducción del IVA y un

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incentivo al consumo interno para promover una distribución equitativa del ingreso, pero también una democratización del poder político. Como se puede apreciar, a fines de los años ´80 persistía una fuerte disputa hegemónica sobre qué modelo de país era el más conveniente para la Argentina. Si el establecimiento del régimen de gobierno democrático-liberal era un logro que todos aceptaban como válido y nadie discutía (un logro que luego, con el ascenso del menemismo, sumaría valores adicionales, como la estabilidad monetaria), el destino de las políticas económicas y sociales que debía llevar a cabo el Estado, así como la propia visión de la democracia, se hallaban en una disputa irresuelta. En el caso del rol del Estado, en esta etapa previa a la debacle hiperinflacionaria de 1989, se hacía presente una fuerte disputa entre la concepción neoliberal y la nacional popular. En el medio de estas dos formaciones se ubicaba el discurso neodesarrollista del Gobierno Nacional, que hemos visto que se hallaba parcialmente presente en la discursividad cafierista. En cuanto al tema de la democracia, se replicaba la misma disputa. Si por un lado, desde la propuesta de democracia integral defendida por Alsogaray, se promovía la complementación de la democracia liberal con las ideas del liberalismo económico, por el otro, Cafiero y el resto de los discursos nacional-populares promovían una profundización democrática, mediante la complementación de la democracia liberal y la democracia social. Si el primero posicionaba tanto al radicalismo como al peronismo, como una democracia sui generis, relacionada a una visión socialdemócrata o socialista que impedía el derecho individual al libre comercio tipificado en la Constitución; el segundo se refería a una democracia hueca, que articulaba tanto al radicalismo como al liberalismo de Alsogaray, de manera tal que se vinculaba al modelo económico y social del Gobierno con una democracia formal a favor de un proyecto de esencia neoliberal, opuesto a la democracia participativa, esta última vinculada a la búsqueda de un crecimiento con justicia social, igualdad, solidaridad y justicia. Con el ascenso del menemismo y el éxito de su proyecto de modernización (neo)liberal, estas disputas serán hegemonizadas por la visión neoliberal, dejando pocos rasgos de la concepción nacional popular anti-imperialista, así como de la visión movimientista y a favor de la democracia social, todavía presentes con mucha frecuencia en los discursos público mediáticos de finales de los años ´80. 5. Bibliografía ABOY CARLÉS, Gerardo (2001): Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Homo Sapiens, Rosario. BAJTÍN, Mijail (1982): ―El problema de los géneros narrativos‖, en Estética de la creación verbal, Siglo XXI, México. BALSA, Javier (2011): ―Aspectos discursivos de la construcción de la hegemonía‖, Identidades, Vol. 1, N°1, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, pp. 70-90. URL: http://iidentidadess.files.wordpress.com/2011/03/4-identidades-1-1-2011-balsa.pdf BRAUN, Alberto (1988): El boom liberal, Astro, Bs. As. CERRUTI, Gabriela (1993): El jefe. Vida y obra de Carlos Saúl Menem, Planeta, Bs. As. 56

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Dossier “500 años de El Príncipe”

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Comentarios breves sobre la antropología filosófica de Maquiavelo. A quinientos años de El Príncipe Brief comments about Machiavelli's philosophical anthropology. A hundred years of The Prince Gastón Mutti* En la política no hay reglas que garanticen jamás el éxito. Resumen Este trabajo se propone analizar el lugar que le otorga Maquiavelo a la antropología

filosófica en su pensamiento, y cómo lo relaciona con su concepto del orden político. Sostenemos que este es un punto de partida que debe ser abordado y que luego permite discutir otras cuestiones que se colocan como centrales en sus obras. Por lo tanto este aspecto

se articula con crear un Estado, fortalecer un orden, gobernar un pueblo, pasarán a ser valores correspondientes al príncipe. En una lectura orientada en este sentido es que es posible encontrar en Maquiavelo el inicio de una nueva manera de entender la moral pública y de la

forma de cómo se debe llevar adelante el objetivo de conseguir lo que contemporáneamente denominamos bienes públicos.

Palabras claves: Maquiavelo – antropología filosófica – Estado – moral pública – bienes públicos.

Summary This paper analyzes the position granted Machiavelli philosophical anthropology in

his thought, and how it relates to his concept of the political order. We argue that this is a

point that must be addressed and then lets discuss other issues that are placed as central to

their work. Therefore this aspect articulates with creating a state, strengthen an order, ruling a people, will become values for the prince. In a guided reading in this regard is that it is possible to find in Machiavelli the beginning of a new understanding of public morals and the way of how to carry out in order to get what we call public goods simultaneously.

*

Profesor e investigador de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR y de la Facultad de Trabajo Social de la UNER. Por contactos [email protected] .

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Keywords: Machiavelli - philosophical anthropology - State - public morals - public goods.

Introducción.

E

l problema a analizar es el lugar que le otorga Maquiavelo a la antropología filosófica en su pensamiento, y cómo lo relaciona con su concepto del orden político. Sostenemos que este es un punto de partida que debe ser abordado y que luego permite discutir otras cuestiones que se colocan como centrales en sus obras. Consideremos en primer lugar algunas cuestiones sobre el debate metodológico. No encontramos en sus escritos ningún atisbo de inductivismo como ha sido señalado en ciertas oportunidades. Esto se da puesto que no se preocupa de constatar sus fuentes de estudio. Los casos históricos que señala son meras ilustraciones, no hechos. Pero tampoco lo podemos incluir en las corrientes deductivistas. Esto se relaciona con el tipo de aseveraciones que realiza Maquiavelo ya que son enunciados o descriptivos, como en su desarrollo de la historia de Roma, o cuasi nomológicos, como cuando analiza la naturaleza humana, o son reglas, como cuando analiza la relación entre la lucha y la política. En el caso específico de sus generalizaciones sobre las características de los hombres no los presenta como enunciados nomológicos. Es así que no nos encontramos con una teoría sino con un arte. Los dos primeros tipos fundamentan el tercero Es por ello que las reglas de lucha no se analizan, ya que son momentos ejemplares que buscan soluciones a antiguos y a nuevos problemas. Tampoco estas reglas garantizan el éxito, sino que deben ser puestas en práctica en cada coyuntura. Como ejemplo veremos que los postulados de la regla de la manipulación parten de la irracionalidad y estupidez del pueblo sin convertirse, sin embargo, en una hipótesis ontológica. Así si la política son reglas de lucha, entonces nuestro enemigo es inteligente y el pueblo no lo es. A diferencia del juego de dos jugadores, en la política hay n actores, por lo que se presenta la problemática de las alianzas. Maquiavelo y la antropología filosófica. Para acercarnos a un intento de respuesta sobre nuestro interrogante inicial, partimos de la afirmación de Albert Hirschman según la cual es a partir del Renacimiento, y especialmente con el pensamiento de Maquiavelo, que surge la preocupación de la forma por la cual es posible, o no, obtener una mayor capacidad de gobernar dentro de un orden existente. Así es que esta cuestión marcada por el acercamiento a un abordaje diferente presuponía otros interrogantes. Éstas referían al conocimiento que se hacía necesario sobre la naturaleza humana. ―Maquiavelo probablemente sintió que una teoría realista del Estado exigía un conocimiento de la naturaleza humana; con todo, sus observaciones al respecto, aunque inevitablemente agudas, se encuentran dispersas y no sistematizadas‖ (Hirschman, 1979: 22).

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Por ello rastrearemos en El Príncipe, obra que es homenajeada por sus quinientos años, la forma de analizar la naturaleza humana para así poder abordar su concepto de gobierno tal cual lo entendía. Introducimos la discusión por medio del capítulo XV de El Príncipe. En él vemos el punto de partida de cómo debe seguirse, según Maquiavelo, el camino en la búsqueda de la verdad. Este camino se muestra como una de las principales cuestiones que son presentadas en la obra, ya que destaca la necesidad de la lógica realista. Respecto de ello nos dice el autor: ―Pero mi intento es escribir cosas útiles a quienes las lean, y juzgo más conveniente decir la verdad tal cual es, que como se imagina; porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la realidad‖ (Maquiavelo, 1984: 91). Esta manera de explicación propuesta, como es señalado en Hirschman (1979: 22), nos lleva a la necesidad de entender por medio de la observación la forma de naturaleza implícita que se presenta en la condición humana. En otras palabras, en el hombre que ve Maquiavelo se encuentra la clave de la ―bondad‖ o ―maldad‖ del príncipe. Por lo tanto acciones que hasta ese momento eran vistas como exentas de todo bien, ahora se podrán tornar lo contrario. Ahora ¿qué hombre común, qué pueblo ve Maquiavelo en su sociedad? En la carta enviada por el autor a Francisco Vettori encontramos más de una pista al respecto. Desde ya debemos buscar esta concepción a lo largo de la obra ya que se desenvuelve como un supuesto no sistematizado. Veamos: ―… me voy a un pedazo de bosque que poseo, donde están cortando los árboles. Paso allí un par de horas examinando los cortes del día anterior y charlando con los cortadores, Siempre tienen alguna pendencia ya entre sí o con los vecinos‖ (Maquiavelo, 1941: 218). O la más extensa: ―Al llegar la noche vuelvo a casa y voy a mi estudio, sacudo en la puerta los vestidos sucios y llenos de polvo que he llevado durante todo el día y me visto con elegancia, poniéndome los indumentos regios con los que puedo entrar adecuadamente en los recintos señoriales de los hombres de edad. Allí están, dándome afectuosamente la bienvenida y con ellos participo de esa comida que es la única que puedo llamar mía y para la cual he nacido (…) Así durante cuatro horas estoy libre de toda molestia, olvidando todas mis preocupaciones, dominando mi temor a la pobreza y mi horror a la muerte‖ (Maquiavelo, 1941: 221). En estos pasajes encontramos un primer indicio de la visión de su antropología filosófica. No sólo de las continuas peleas entre sí, las cuales describe en varias ocasiones en sus cartas y en las que se ve comprometido, como también de la existencia de dos momentos en su día a día, uno en el cual debe ―descender‖ a la condición de sus vecinos, y otro en el cual, por medio de una metamorfosis estética se acerca a los valores y al mundo de los grandes y de los virtuosos. Como implicancia, esto nos lleva a señalar que los príncipes no están exentos de esta antropología filosófica por medio de la cual se los entiende a partir de su obrar. Pero tienen una condición diferencial que se encuentra en que poseen una condición adicional: la virtú. Detengámonos en la naturaleza humana para luego avanzar en el tratamiento de los príncipes.

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Con el acercamiento a las características de los hombres se observan en su obra dos suposiciones de importancia. La primera refiere a la posibilidad de extraer cuáles son las condiciones principales de la naturaleza humana que se muestran como uniformes. Como destaca Hirschman, esto hace que el estudio de las relaciones humanas se torne más previsible. Y, por otro lado, el que estas características tienen influencias políticas. De los hombres ―…puede decirse generalmente que son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias: mientras se les favorece, son completamente leales y ofrecen su sangre, sus haciendas, su vida y hasta sus hijos (…), siempre que el peligro de aceptar sus ofertas esté lejano; pero si este se acerca, se sublevan‖ (Maquiavelo, 1995: 98). Y refiriéndose a la forma en que los príncipes deben mantener la palabra dada o no, señala: ―Si todos los hombres fueran buenos, no lo sería este precepto; pero como son malos y no serán leales con él, tampoco debe serlo con ellos‖ (Maquiavelo, 1995: 103). Este tipo de observaciones se encuentra a lo largo de toda la obra, en donde los hombres son vistos como seres que poseen una naturaleza egoísta y que por lo tanto inducen al príncipe a la aplicación de determinadas políticas que le aseguren su continuidad. En Maquiavelo, la búsqueda de los hombres es la de no ser oprimidos y de gozar del bienestar. Esto los lleva, a pesar de sus características negativas, a no ser ―tan deshonestos‖ (lo cual implica que continúan siéndolo) como para oprimir a su príncipe. Esta visión del pueblo, como comunidad de hombres opuesta a ―los grandes‖, destaca su pasividad y falta de acción autónoma. Cuando lo hacen es por la influencia que sobre ellos tiene el príncipe o ―los grandes‖. Estos últimos como disputan el poder también pueden utilizar el pueblo para sus objetivos. Esto es así porque ―… el vulgo se deja guiar por las apariencias y sólo juzga por los acontecimientos; y como casi todo el mundo es vulgo, la opinión de los pocos que no forman parte de él sólo se tiene en cuenta cuando falta base a la opinión vulgar‖ (Maquievelo, 1995: 104).1 De esta manera debemos observar que dada las características propias de los hombres, tanto como individuos, como en su condición de vulgo, a pesar de su carácter desprovisto de todo bien (respecto a los cánones religiosos que daban un lugar determinado al bien y al mal) se encuentran ante la imposibilidad de actuar sin tener como guía o a los príncipes o a aquellos hombres que aspiraban a serlo. Aquí se presentan en Maquiavelo los vestigios de una ruptura que se profundizará en los siglos posteriores. En primera instancia ―… que la filosofía moral y el precepto religioso no bastaban más para controlar las pasiones destructivas de los hombres‖ (Hirschman, 1979: 23). Por ello era el estudio de esa condición humana por medios científicos lo que permitiría buscar la forma de atacar ese problema. Desde ya entre Maquiavelo y Hobbes se presenta un abismo, el mismo que surge a partir de Galileo Galilei y Kepler, entre otros, respecto de cómo interpretar y concebir lo científico. Esto traerá aparejado en el pensamiento del autor de El Príncipe la necesidad de encontrar en el estudio del Estado la posibilidad de perfeccionar la capacidad de gobernar en un orden dado. Este orden, existente, era el que emanaba de la condición de los 1

Cursivas nuestras.

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hombres que poseían las características ya señaladas. Desde ya el perfeccionamiento del Estado debía incluir esos ―datos‖, y la tarea del príncipe era su ―interpretación‖ para la construcción de un orden político duradero. Así nos adentramos en el análisis de la figura del príncipe, en el cual son depositadas las esperanzas de mejorar los puntos señalados. Como es sabido, en oposición a los principados se encontraban las repúblicas (Maquiavelo, 1995). Es en aquellas ciudades, acostumbradas a la libertad, dónde al ser conquistadas se presentan como muy inseguras en su mantenimiento, ya que la idea de la libertad que poseían perdura hasta que es retomada. Por tanto en una ciudad que se organiza con sus propios recursos, con autonomía, con un pueblo libre, se torna imposible mantener un principado nuevo. El remedio propuesto del ―príncipe nuevo‖ se hace efectivo cuando se ha perdido, y ya no existe, la libertad. Esta situación coincide con el período de las decadencias de las autonomías urbanas en Italia que imponía la búsqueda de un príncipe para el mantenimiento del orden social. Ahora bien, ¿qué características posee el príncipe que lo hace apto para el gobierno de un pueblo, y a su vez diferente de éste? Ya en el primer capítulo de la obra nos presenta su punto de vista. Evidentemente todos los principados no son iguales. Los hay hereditarios, los cuales son mantenidos tan sólo con la capacidad ordinaria del príncipe (Maquiavelo, 1995: Cap. II); y los hay nuevos que requieren capacidades mayores, extraordinarias, para conquistarlos y mantenerlos. Es posible distinguir en estos primeros pasajes su preocupación centrada en el problema de la manutención del gobierno del principado. En los principados hereditarios el fundamento de su continuidad se encuentra en la costumbre, en los nuevos deberá buscarse en las características propias de los príncipes: en su virtú. Desde ya, en estos últimos es en los cuales el autor se encuentra más interesado dada la necesidad de aprender de ellos la ―tarea‖ que deberá ser realizada, la cual es destacada en el capítulo final: la búsqueda de un príncipe nuevo que conduzca a Italia a su reunificación. ―Digo, pues, que en los principados completamente nuevos tropieza el príncipe con más o menos dificultades para conservar su poder, según el mérito mayor o menor del príncipe, y como el llegar de particular a príncipe supone ya talento o fortuna, parece natural que una u otra de estas condiciones anulen muchas dificultades‖ (Maquiavelo, 1995: 39). Así es, o la virtú o la fortuna, aquello que permite a un ―particular‖ elevarse a la condición de príncipe. Aunque la segunda alternativa se presenta como poco propensa para la manutención de un principado (según nos enseña la historia). Pero esta virtú del príncipe debe estar acompañada del criterio de oportunidad, ya que de nada valdría tenerla si no se diese la oportunidad de emplearla, o los medios (fuerza) para sostenerla. Comencemos por definir por la negativa a la virtú. ―Ciertamente no puede llamarse virtud asesinar a los conciudadanos, traicionar a los amigos, no tener ni buena fe, ni piedad, ni religión, condiciones con las cuales se puede conquistar la soberanía, pero no adquirir gloria‖ (Maquiavelo, 1995: 56). Es aquí donde podemos ver que la virtú es aquello que

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orienta al príncipe al mantenimiento del principado. Desde ya la violencia no es un camino descartado por Maquiavelo, así lo hace saber al establecer las diferencias entre las crueldades bien y mal usadas Maquiavelo, 1995: 58). Lo que sí es señalado es que esa violencia no puede ser indiscriminada. Como queda claro en el Capítulo III (como en otros pasajes de la obra) ella debe tener una racionalidad y además debe ser administrada con economía. Esto se funda en las acciones que realiza sobre las expectativas del pueblo (no ser oprimido). Así el príncipe virtuoso utiliza la fuerza para la afirmación necesaria de su mandato, luego para dar el máximo de utilidad a su pueblo obteniendo la permanencia (glorificándose). Esto es lo que en la actualidad denominamos búsqueda de la legitimidad. Estas cuestiones quedan aún más claras al analizar el Capítulo XVIII. En él la virtú tiene el siguiente sentido: ella guarda un carácter centrado plenamente en la búsqueda de determinadas consecuencias a partir de una acción. No son las intenciones (que pueden ser ―más o menos éticas‖, tomando como ejemplo a Fernando de Aragón) las que deben prevalecer en un gobierno, pues ¿es acaso posible modificar aquellas actitudes que son por naturaleza en los hombres? Serán las acciones las que tomarán el lugar central, ¿para qué intentar corregir aquello que no es corregible? La solución, y allí descansa la virtú de quien siendo privado se volvió príncipe, es gobernar por medio de la acción. Es a través de la imitación de ese animal, mitad zorro y mitad león, que el príncipe (mitad fuerza, mitad ―ley‖ –utilizando este término en un sentido amplio) consigue sus objetivos. ―No necesita un príncipe tener todas las buenas cualidades mencionadas, pero conviene que lo parezca‖ (Maquiavelo, 1995: 103). Puesto que ―… aunque los hombres son tan cándidos y tan sumisos a las necesidades del momento que quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar‖ (Maquiavelo, 1995: 103). Esta virtú depositada en el príncipe por Maquiavelo coincidirá con ―… la progresiva instalación de los gobiernos de los príncipes o el abandono por las oligarquías de las formalidades republicanas [que] llevó, no obstante, al dislocamiento de esos valores‖, y con ello, ―… el ejercicio de la virtud pasó a ser predicado del príncipe, no más del ciudadano‖ (De Mattos Díaz, 1988: 18). Retomando el camino. Con lo antes expuesto, crear un Estado, fortalecer un orden, gobernar un pueblo, pasarán a ser valores correspondientes al príncipe. En una lectura orientada en este sentido es que es posible encontrar en Maquiavelo el inicio de una nueva manera de entender la moral pública y de la forma de cómo se debe llevar adelante el objetivo de conseguir lo que contemporáneamente denominamos bienes públicos. Desde ya la noción de lo público difiere profundamente con la de los siglos posteriores (sobre todo a partir del desarrollo del concepto de soberanía). Aquí el objetivo del bien público se consigue al alcanzar el príncipe su cometido, dado que la noción implícita es que el príncipe tiene el ―patrimonio‖ del principado, es su poseedor. Entre otros autores Albert Hirschman afirma que el surgimiento de este ―nuevo animal‖, que encuentra en la utilidad la idea de lo público, y no ya en una filosofía moral o religión, es el antecedente del hombre común (no sólo del hombre público) que se

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desarrollará en los dos siglos posteriores. Así el príncipe es un ser que comienza a mostrar una embrionaria moralidad pública que luego se hará extensiva al hombre común. Podemos culminar estas notas con las siguientes palabras de Hirschman: ―La idea de interés, como fuera desarrollada por la literatura política a partir de Maquiavelo –esto es, la idea de un entendimiento disciplinado que es necesario para avanzar personalmente en poder, influencia y riqueza- entró luego en el uso común en el siglo XVII, y fue luego utilizada por los grandes moralistas y por otros escritores del período, en su disecación meticulosa de la naturaleza humana individual‖ (Hirschman, 1979: 42). Bibliografía consultada. BOBBIO, Norberto (1987) Estado, Gobierno y Sociedad. México, Fondo de Cultura Económica. CAMPILLO MESEGUER, Antonio (1984) ―Moro, Maquiavelo, La Boétie, Una lectura comparada‖. En Anales de Filosofía, vol. II, Universidad de Murcia, Murcia (pág. 27-59). CASSIRER, Ernst (1993) El mito del Estado. México, Fondo de Cultura Económica. CHABOD, Federico (1987). La idea de Nación. México, Fondo de Cultura Económica. DE MATTOS DÍAZ, J. L. (1988) ―De representantes e representados‖. En Serie Estudos, IUPERJ, nº 66, Rio de Janeiro, julio. HIRSCHMAN, Albert (1979) As paixoes e os interesses. Argumentos políticos a favor do capitalismo antes de seu triunfo. Paz e Terra, Río de Janeiro. MAQUIAVELO, Nicolás (1941) Pensamiento vivo. Losada, presentación de Carlo Sforza, Buenos Aires, Carta a Francisco Vettori. MAQUIAVELO, Nicolas (1984) El Príncipe. Marymar, Buenos Aires. MAQUIAVELO, Nicolás (1995) El Príncipe. Madrid, Planeta De Agostini. SKINNER, Quentin (2003) El nacimiento del Estado. Buenos Aires, Gorla. WOLIN, Sheldon (1973) Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Buenos Aires, Amorrortu.

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Ciencia (de la) política y filosofía de la praxis. Releyendo a Maquiavelo con prismas gramscianos a 500 años de su libro viviente Hernán Ouviña* Resumen: El artículo se propone recuperar la original lectura que del libro El Príncipe realiza el

marxista italiano Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Para ello, se pasa revista a algunas de sus principales hipótesis interpretativas, dando cuenta asimismo de la enorme

vigencia que ellas tienen para problematizar la concepción hegemónica que de la Ciencia Política existe en nuestro país, así como del vínculo existente entre producción de

conocimiento crítico y vocación de transformación de la sociedad desde una perspectiva anticapitalista.

Palabras claves: Ciencia política - filosofía de la praxis - Maquiavelo - Príncipe Moderno Gramsci Abstract: The paper of the article is to recover the original reading that the Italian marxist

Antonio Gramsci in his “Prison Notebooks” makes of the book “The Prince”. In order to do this, some of his main interpretative hypothesis are considered, also taking into account the great

validity they have to problematize the hegemonic conception of Political Science present in

our country, together with the link between production of critical knowledge and the will to transform society from an anticapitalist perspective.

Keywords: Political Science - philosophy of praxis - Maquiavelo - Modern Prince - Gramsci

A modo de Introducción: Maquiavelo como interlocutor gramsciano Conocemos de sobra la situación: un Gramsci extenuado, aislado política y afectivamente, emprende la titánica tarea de intentar iniciar una investigación entre rejas, cuyo objetivo último es producir algo ―para la eternidad‖. Si bien es detenido el 8 de noviembre de 1926 por la policía del régimen fascista (dando inicio a un doloroso periplo por diversos presidios de Italia), recién en febrero de 1929 se lo autorizará a tener papel y *

Licenciado en Ciencia Política y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Profesor de la Carrera de Ciencia Política e Investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA). Contacto: [email protected]

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pluma en su calabozo. Esto implicó que durante casi tres años se viera privado de poder plasmar sus ideas en forma escrita, excepto en cartas enviadas a sus seres queridos que, dicho sea de paso, eran controladas por censores. Así pues, el 9 de febrero de 1929, un día después de inaugurada la lenta redacción de sus Cuadernos, le escribirá a su cuñada Tania Schucht: ―¿Sabes? Ya escribo en la celda. Por ahora sólo hago traducciones, para soltar la mano: entre tanto pongo orden en mis pensamientos‖ (Gramsci, 2003: 189). Durante esos trágicos años en los que se vio imposibilitado de escribir, logró volcar en numerosas epístolas sus inquietudes intelectuales y afectivas. En una de ellas, redactada en la cárcel de Milán en marzo de 1927, explicitará su obsesión filosófico-política: escribir algo que pueda perdurar en el tiempo; que trascienda la coyuntura inmediata. Allí dirá: ―Mi vida siempre transcurre con la misma monotonía. Hasta el estudio resulta muchísimo más difícil de lo que parece. Recibí algunos libros y realmente leo mucho -más de un volumen por día, además de los diarios- pero no es a esto que quiero referirme. Es a otra cosa: me obsesiona -supongo que es éste un fenómeno propio de los presos- la idea de que debería hacer algo ‗für ewig‘, para la eternidad, de acuerdo con un concepto goethiano que según recuerdo atormentó mucho a nuestro Pascoli. En una palabra: quisiera ocuparme intensa y sistemáticamente, de acuerdo con un plan preconcebido, de alguna materia que me absorba y centralice mi vida interior‖ (Gramsci, 2003: 70). Curiosamente, entre la variedad de temáticas elegidas -enunciadas en epístolas y también en la primera página que inaugura su escritura carcelaria en febrero de 1929- no figura Maquiavelo. No obstante, el ―secretario florentino‖ bien podría ser pensado como un personaje invariante a lo largo de la obra gramsciana. Quizás esta circunstancial ausencia inicial oficie de síntoma o lapsus. Por caso, no resulta ocioso recordar que el 22 de junio de 1927, estando ya Gramsci en prisión, se conmemoran en Italia los cuatrocientos años del fallecimiento de Maquiavelo. Este evento generó una gran polémica en torno a la interpretación de su obra, publicándose en aquel entonces innumerables libros y artículos al respecto. Con su inigualable pasión por la lectura (que en la cárcel devino un antídoto contra la idiotización y la destrucción física y anímica, según su propio testimonio en primera persona), el 14 de noviembre de ese mismo año Gramsci le escribe una carta a su cuñada, Tatiana Schultz, donde además de solicitarle diversos libros centrados en la figura de Maquiavelo, le confiesa su sorpresa frente al común denominador que emparenta al material editado a propósito del cuarto centenario de su muerte: ―Me llamó mucho la atención -expresa- el hecho que ninguno de los escritores del centenario relacionó los libros de Maquiavelo con el desarrollo de los Estados en toda Europa durante el mismo período histórico. Desviados por el problema puramente moral del llamado ‗maquiavelismo‘, no han visto que Maquiavelo fue el teórico de los Estados nacionales regidos por monarquías absolutas, o sea que él en Italia teorizaba aquello que en Inglaterra era enérgicamente realizado por Elizabeth, en España por Fernando el Católico, en Francia por Luis XI y en Rusia por Iván el Terrible; aun si él no conoció y no pudo haber conocido alguna de estas experiencias nacionales, que en realidad representaban el problema histórico de la época que Maquiavelo tuvo la genialidad de intuir y de exponer sistemáticamente‖ (Gramsci, 2003: 120). Será éste el puntapié inicial a partir del cual Gramsci comience a problematizar las concepciones hegemónicas que existían alrededor de la obra de Maquiavelo, buscando 67

generar una lectura alternativa que oficie, como veremos, de arma preñada de futuro para esa Italia plebeya a la que añoraba ver liberada de la tiranía fascista. Así pues, el primer Cuaderno con el que inicia su escritura en 1929 contiene ya varios parágrafos referidos a Maquiavelo, al igual que algunos otros posteriores. No obstante, podríamos afirmar que las notas que conforman el Cuaderno 13 (escrito entre 1932 y 1934) constituyen la columna vertebral a partir de la cual Gramsci ausculta en detalle a Maquiavelo y su obra 1. Teniendo en cuenta este eje, a lo largo del artículo recuperaremos algunas de las principales hipótesis formuladas por el marxista sardo en torno a El Príncipe, a quinientos años de su publicación, y atendiendo a los desafíos que nos depara la actual coyuntura continental y mundial de profunda crisis civilizatoria. La vigencia de dos clásicos Resulta sorprendente detenerse en las múltiples semejanzas que existen entre la escritura de los Cuadernos del Gramsci entre rejas y la del Maquiavelo redactor de El Príncipe y de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Como sabemos, ambos materiales son producto de una intensa y vasta experiencia política signada por una común vocación militante. Maquiavelo, como secretario y estratega diplomático-militar de Florencia de 1498 hasta 1512; Gramsci, como periodista y dirigente maximalista entre 1916 y 1926. También ambos sufren represalias por esta praxis comprometida, que los llevará a la cárcel, al exilio o bien a verse forzados a la reclusión como consecuencia de su labor política. 1513 y 1929 serán años intensos en los que darán inicio a sus respectivas producciones. Por lo tanto, la escritura tanto en un caso como en el otro puede leerse como una similar ―sistematización‖ en la clave de la educación popular. Teorizar lo hecho y extraer enseñanzas de los procesos históricos remotos, así como de los más recientes. Aportar a la conformación de una ciencia (de la) política, entendida ésta como una crítica rigurosa del hacer colectivo, que contribuya al mismo tiempo a ejercitar un hacer crítico y plebeyo, que aporte a transformar, un pueblo disperso y pulverizado, en una voluntad colectiva de carácter nacional. De ahí que podamos concluir afirmando que si Nicolás Maquiavelo y Antonio Gramsci resultan pensadores clásicos de la política, ello se debe a que -parafraseando a Italo Calvino y a Valentino Gerratana- ―no han terminado de decir aquello que tenían para decirnos‖ (Gerratana, 1997: XI). Ambos continúan hablándonos, aunque no tanto sobre su época como acerca de la nuestra. Siguen formulando interrogantes y sugiriendo problemas en torno a nuestro presente, que sólo nosotros, desde éste hoy tan complejo y dramático, podemos responder. Sus ideas, por lo tanto, nos motivan a la reflexión y a la acción, pero especialmente a una recuperación de sus respectivas herencias que, lejos de resultar pasivas y literales, debe ser ante todo críticas y militantes. Debemos ser capaces de realizar una (re)lectura que apele a un riguroso ejercicio de traducción en el sentido etimológico y polisémico de este término: simultáneamente remite a tradición (vale decir, a rescatar del olvido), a traición (la cual resulta siempre implícita y hasta necesaria en toda interpretación) y transición (hacia algo renovado que escamotee la mecánica repetición). En primer lugar habría que decir que si a grandes rasgos en la larga tradición de la teoría política han existido y existen dos visiones generales y contrapuestas -las que apuestan a perpetuar el orden social y aquellas que se inclinan por una construcción política 1

Al parecer, ya desde su etapa juvenil, en particular durante su transito por la Universidad de Turín, Gramsci tuvo la intención de profundizar en la obra de Maquiavelo. En aquel entonces, su profesor Umberto Cosmo le sugirió realizar un ensayo sobre él.

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alternativa y crítica de lo existente- tanto Maquiavelo como Gramsci se ubican claramente en la segunda perspectiva. De ahí que podamos llamarlos a ambos filósofos de la praxis, esto es, pensadores revolucionarios que amalgamaron teoría y acción, análisis exhaustivo de la realidad y proposición apasionada de cómo trascenderla. A contrapelo del sentido común dominante en la academia, que nos pretende enseñar a un Maquiavelo y un Gramsci científicos y desvinculados del ―deber ser‖, fríos analistas de las sociedades de su época, es preciso recuperar a estas figuras en todas su dimensión. Este precepto fue expresado por el propio Gramsci en una de sus clásicas notas del Cuaderno 13, donde afirma que ―Maquiavelo no es un mero científico; él es un hombre de partido, de pasiones poderosas, un político en acción, que quiere crear nuevas relaciones de fuerza y por eso no puede dejar de ocuparse del ‗deber ser‘, ciertamente no entendido en sentido moralista‖ (Gramsci 1999: 31). Aunque pueda resultar una paradoja para la concepción predominante de Ciencia Política, para Gramsci el ―deber ser‖ no se encuentra en las antípodas de la realidad concreta (el ―ser‖). Antes bien, ese ―deber ser‖ es -siguiendo a Maquiavelo- concreción, vale decir, la única interpretación realista del acontecer histórico. Podríamos entonces retomar al José Carlos Mariátegui de los Siete ensayos y arriesgar -junto con Nietzsche- que ambos intentaron meter toda su sangre en sus ideas, por lo que su pensamiento y sus vidas forman un único proceso. Es por ello que Gramsci llegó a afirmar provocativamente que Maquiavelo ha sido el verdadero fundador de la filosofía de la praxis, en la medida en que logró articular dialécticamente teoría y práctica, crítica y propuesta, pensamiento y actividad transformadora, anhelos y estrategias para concretizarlos en la realidad. Hoy resulta por demás incómodo recuperar a este Maquiavelo, al igual que a su desprejuiciado realismo (que dicho sea de paso, no se corresponde con el cinismo propio de Benito Mussolini en su Preludio al Príncipe escrito en 1924). Un Maquiavelo que no temió en caracterizar siempre a la política como relación de dominación fundada en la violencia y la astucia, vale decir, en una inestable correlación de fuerzas de la que inevitablemente formamos parte, y frente a la cual no podemos mantenernos jamás indiferentes. Socializar saberes entre quienes “no saben”: la lectura de El Príncipe como manifiesto político y libro viviente Precisamente a raíz de esta inevitable toma de partido es que Gramsci llegó a expresar que El Príncipe no constituía un tratado escolástico y que el elemento racional y doctrinario no resultaba el único ni el principal a destacar de la obra maquiaveliana. Por el contrario, en sus póstumos Cuadernos afirmó que se debía entender a aquel libro como ―viviente‖, en la medida en que lograba fusionar de manera original el sentir y el saber, la febril pasión y la reflexión crítica, la ciencia y la política, el mito movilizante y la capacidad de análisis histórico concreto. A contrapelo de aquellas lecturas edulcoradas tan recurrentes durante el siglo XIX y principios del siglo XX, en su Cuaderno 13 (titulado por él ―Notas breves sobre la política de Maquiavelo‖), Gramsci recuperará la figura intelectual y política de Nicolás Maquiavelo como un pensador clásico que logra amalgamar teoría y práctica transformadora, esto es, análisis riguroso de la realidad y proposición apasionada de cómo trascenderla. De ahí que tal como mencionamos sea considerado por él como el verdadero padre de la filosofía de la praxis: ―El Príncipe de Maquiavelo podría ser estudiado como una ejemplificación histórica del ‗mito‘ soreliano, o sea de una ideología política que se presenta no como fría utopía ni como doctrinario raciocinio, sino como una creación de fantasía

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concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar en él la voluntad colectiva‖ (Gramsci, 1999: 14). Y de acuerdo a la original lectura de Gramsci, es en el ―epílogo‖ de El Príncipe donde Maquiavelo se funde con el pueblo: ―en las conclusiones, Maquiavelo se hace pueblo, se confunde con el pueblo, pero no con un pueblo ‗genéricamente‘ entendido, sino con el pueblo al que Maquiavelo ha convencido con su tratado precedente, del que él se vuelve y se siente conciencia y expresión, se siente idéntico: para que todo el trabajo ‗lógico‘ no es más que una autorreflexión del pueblo, un razonamiento interno, que se hace en la conciencia popular y que tiene su conclusión en un grito apasionado‖ (Gramsci, 1999: 14). En efecto, el tan debatido ―epílogo‖ que arenga a la liberación de Italia, no es para Gramsci ―algo extrínseco, ‗pegado‘ desde fuera, retórico, sino que debe ser explicado como elemento necesario de la obra y hace de ella como un ‗manifiesto político‘ (Gramsci, 1999: 14). Sin embargo, por las paradojas de la historia, Maquiavelo terminó siendo leído en una clave contraria: como el fundador de la ―ciencia política‖ descontaminada, que rompe definitivamente con el ―deber ser‖ y se restringe a teorizar sólo lo que acontece en la realidad en favor de los poderosos. Nada más alejado del propósito de secretario florentino. ―¿No habrá sido Maquiavelo poco maquiavélico?‖, se pregunta con un dejo de ironía Gramsci, ―uno de aquellos que ‗saben el juego‘ y tontamente lo enseñan, mientras que el maquiavelismo vulgar enseña a hacer lo contrario?‖ (Gramsci, 1999: 49). La sospecha que sobrevuela en las notas carcelarias es que El Príncipe no fue escrito para ―quien ya sabe, ni su estilo es el de una desinteresada actividad científica‖. Es que para Gramsci, la vocación transformadora de la filosofía de la praxis debía ser siempre ―expresión de estas clases subalternas que quieren educarse a sí mismas en el arte de gobierno y que tienen interés en conocer todas las verdades, incluso la desagradables‖ (Gramsci, 1986: 201). Tanto en el caso de Maquiavelo como en el de nuestro autor entre rejas, no se trataba de escribir para sabios ni literatos, sino para el bajo pueblo que ansiaba la emancipación intelectual, como contratara necesaria de la estrictamente política: ―Maquiavelo tenía en mente a ‗quien no sabe‘‖, nos dice Gramsci, y su pretensión última era el aportar a la educación de ―la clase revolucionaria de la época, el ‗pueblo‘ y la ‗nación‘ italiana‖ (Gramsci, 1999: 50). Esta vocación militante y ―feroz‖ de Maquiavelo, de acuerdo a Gramsci se dirige contra lo viejo que no termina de morir: los residuos de un mundo feudal en decadencia. Por ello su escritura está signada por un período de lucha que apunta a la fundación y consolidación en el tiempo de un nuevo orden. El orden y el tiempo, como nos recuerda Manuel Sacristán (1998), constituyen dos obsesiones de Gramsci que también podemos rastrear en El Príncipe, y que le permite al autor de los Cuadernos caracterizar a Maquiavelo como aquel que supo anticipar teóricamente el proyecto y la osadía política encarnada en el jacobinismo francés. Maquiavelo prefiguró en sus escritos, más de dos siglos antes de su existencia real, el planteo radical de los jacobinos: ―Ninguna formación de voluntad colectiva nacional-popular -nos dice Gramsci- es posible si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política. Eso pretendía Maquiavelo a través de la reforma de la milicia, eso hicieron los jacobinos en la Revolución francesa, en esta comprensión debe identificarse un jacobinismo precoz de Maquiavelo, el germen (más o menos fecundo) de su concepción de revolución nacional‖ (Gramsci, 1999: 17). La ausencia de una fuerza jacobina que suscitara y organizara la voluntad colectiva y 70

plebeya en Italia, determinó para Gramsci que fuesen los sectores moderados quienes lideren el proceso de unificación del Estado a nivel nacional, primando por lo tanto una ―revolución pasiva‖. La metáfora maquiavélica del Centauro como antesala del “Estado ampliado” Es conocido que otra faceta fundamental de la interpretación gramsciana de la obra de Maquiavelo es su original concepción del Estado. Una vez más, no resulta ocioso insistir en que su énfasis en la praxis política como ―objeto de estudio‖ no tuvo que ver con inquietudes erudito-académicas, sino ante todo con la dramática situación histórica que le tocó vivir, comprometido con el ascenso revolucionario de masas de Turín en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, con el devenir del movimiento comunista europeo en un plano más general, así como con la creciente complejidad que fue asumiendo la dominación estatal en las sociedades capitalistas occidentales, que obligaba a replantear teóricamente las estrategias clásicas de transformación del orden social existente. En función de este complejo cambio de época, consideramos que sus dispersas notas carcelarias pueden ser leídas como una respuesta contundente e innovadora a las diferentes corrientes deterministas y vulgares de la época, que reducían al marxismo a un dogma anquilosado, cuyo núcleo central radicaba en la primacía total de lo económico sobre el resto de las dimensiones que conformaban la vida social. La visión catastrofista de la crisis del ‘30 que tenían sus camaradas, al establecer una relación inmediata entre colapso económico y político, omitía según él la complejidad que habían adquirido los Estados modernos, tornando caduca la estrategia revolucionaria que reducía el cambio social a una abrupta ―toma del poder‖ por parte de una tan reducida como decidida vanguardia ―iluminada‖, de ―pocos pero buenos‖, como solía postular el ala más sectaria del Partido Comunista Italiano. Desde esta perspectiva, el punto de partida de Gramsci en su análisis del Estado y la dominación es muy distinto al del pensador alemán Max Weber. Sin embargo, ambos se refieren al mismo problema de la construcción del poder. Porque a Gramsci también le preocupa desentrañar la naturaleza de la relación de dominación que escinde a gobernantes y gobernados. Pero el marxista sardo, a diferencia del autor de Economía y Sociedad, no se contenta con encontrar los mecanismos formales que hacen de una relación de poder, de un ejercicio de la fuerza, una dominación aceptada o legítima. Lo que le interesa ante todo es ―saber cómo, a través de qué mecanismos, la dominación se convierte en hegemonía, es decir, incluye la aceptación del dominado, deviniendo en consenso activo‖ (Thwaites Rey, 2008: 176). Sin duda la ampliación del concepto de Estado y la consiguiente reformulación de la noción de hegemonía producida por Gramsci, es uno de los aportes más significativos a la teoría política contemporánea, que tiene como una de sus fuentes principales a El Príncipe. En otro de sus parágrafos carcelarios manifiesta que un punto ―a establecer y desarrollar es el de la ‗doble perspectiva‘ en la acción política y en la vida estatal‖, que remiten a ―la doble naturaleza del Centauro maquiavélico, ferina y humana, de la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y de la civilización, del momento individual y del universal‖ (Gramsci, 1999: 30).

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Asimismo, si bien varios marxistas rusos ya habían utilizado a finales del siglo XIX el concepto de hegemonía, siempre lo hacían para referirse al rol ―dirigente del proletariado‖, en su alianza con resto de los sectores populares (sobre todo al campesinado), a nivel estrictamente político. Y aún cuando Gramsci reconoce su deuda intelectual con Lenin, complejiza esta categoría a partir de la relectura crítica de la obra de Maquiavelo, al extenderla, como antítesis de dominación o ejercicio descarnado de la fuerza, al análisis de las clases fundamentales que componen a la sociedad capitalista. En efecto, en los Cuadernos de la Cárcel, si por un lado el término remite al liderazgo de la burguesía sobre los restantes grupos sociales, por el otro supone la generación de consenso y compromiso cultural e ideológico, a la vez que material, logrando un reconocimiento general como la clase más idónea para articular los intereses de toda la sociedad, plasmado en la construcción temporal de una voluntad nacional colectiva. Así, en sus Notas sobre Maquiavelo el Estado es entendido como una compleja articulación entre dominio y consenso (―hegemonía acorazada de coerción‖), por contraposición a cómo es comprendido generalmente: en tanto sociedad política o mera super-estructura coercitiva. De acuerdo con Gramsci, por Estado ―debe entenderse no sólo el aparato gubernamental sino también el aparato privado de hegemonía o sociedad civil‖ (Gramsci, 1984: 105). La combinación de ambos es producto entonces de la inestable equivalencia entre, por un lado, la sociedad política y, por el otro, la sociedad civil. Esta doble perspectiva, que remite tanto a la vida estatal como a la acción política, puede presentarse en diversos grados, desde los más elementales hasta los más complejos, aunque Gramsci explicita que pueden reducirse teóricamente a dos grandes grados fundamentales, correspondientes a la coerción y la hegemonía. Tal como han hecho notar diversos autores, aquí radica una diferencia con respecto a Marx y Engels: si ellos definían a la sociedad civil como aquel conjunto de relaciones socio-económicas que conforma la base material o infraestructura, Gramsci la ubicará en el ámbito superestructural, siendo además la esfera en la cual se difunde -a través de un serie de instituciones y mecanismos de transmisión ideológico cultural- una determinada concepción del mundo que, en última instancia, contribuye a la reproducción del sistema de dominación. En efecto, Marx y Engels expresan en La ideología alemana que ―la sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de toda la historia‖ y su anatomía hay que buscarla en la economía política (Marx y Engels, 1975: 132). La noción alude, por lo tanto, a la producción e intercambio material de los hombres en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Para Gramsci, por el contrario, la sociedad civil no forma parte de la infraestructura, sino que se ubica en la superestructura, como mediación entre la base económico-social y el Estado en ―sentido estricto‖ (aparato burocrático-represivo). Estaría conformada, por tanto, por los organismos e instituciones responsables de la elaboración y/o difusión de la hegemonía cultural y política de un grupo social fundamental, sobre el conjunto de la sociedad, ligando de forma subordinada a sus diversos miembros a la clase dominante. A su vez, la sociedad política (momento coercitivo del Estado), garantizaría de acuerdo a él, legalmente la disciplina de aquellos que no consienten ni activa ni pasivamente con dicha dirección. Esta noción innovadora supone en Gramsci la incorporación una faceta escasamente desarrollada por el marxismo clásico como es la consensual. Precisamente este último punto será el que profundice en sus dispersos escritos carcelarios. En ellos intentará dar cuenta de cómo la hegemonía de un grupo social sobre toda la sociedad nacional es 72

ejercida a través de las llamadas organizaciones privadas, entre las que cabe destacar a la Iglesia, los sindicatos, y las escuelas, por nombrar sólo algunas de las múltiples fortalezas que, inscriptas en el marco de la sociedad civil, recubren a las instituciones burocráticomilitares que delinean al Estado en cuanto sociedad política. Por ello, más allá de su carácter inherentemente represivo, el Estado también está constituido por ―el conjunto de actividades prácticas y teóricas con las que la clase dirigente justifica y perpetúa su dominación y además logra obtener el consenso activo de los gobernados‖, tal como postula en una de sus conocidas notas (Gramsci, 1999: 186). Y es que según detalla en otra de ellas -apelando una vez más a las metáforas bélicas- en los Estados más avanzados ―la ‗sociedad civil‘ se ha vuelto una estructura muy compleja y resistente a las ‗irrupciones‘ catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna‖ (Gramsci, 1999: 62) Desde esta óptica, la clase capitalista consigue ser a la vez dominante y hegemónica, estructurando su primacía a partir de una contradictoria y desigual articulación entre el ejercicio de violencia física y la persuasión activa de los sectores subalternos. No obstante, esta dinámica dista de ser un hecho consumado. Antes bien, las formas y modalidades de desarticular este liderazgo de la burguesía sobre el conjunto de la sociedad, es otro de los ejes sustanciales que signa la escritura autocrítica de Gramsci, y que tiene a Maquiavelo como maestro del cual aprender en términos organizativos. El Príncipe Moderno y la praxis política como arte estratégico A Gramsci le parece fundamental no omitir la faceta militante y crítica de Maquiavelo, su crudo realismo que permitía caracterizar a la política como una relación de dominio fundada tanto en la violencia como en la astucia (apelando a la conocida metáfora del león y el zorro). Porque la obra de Maquiavelo, a contrapelo de las erróneas lecturas de su época, no constituía un inmoral recetario de consejos para Príncipes gobernantes, sino un discurso crítico y descarnado con respecto a estas prácticas. Irónicamente, se podría insistir con Gramsci que Maquiavelo es ―anti-maquiavélico‖: da a conocer los artilugios y secretos de cómo dominan y construyen su poder los sectores gobernantes. Entonces la pregunta que cabe hacer es ¿para quién escribe Maquiavelo? Como vimos, Gramsci responderá que le habla y escribe a los que ―no saben‖, es decir, al pueblo emergente en aquella coyuntura histórica tan particular. Su propósito último era lograr la unidad territorial y política de su país, a través de la formación de un Estado secular moderno, que discipline tanto a los nobles feudales como a la Iglesia, conformando en paralelo un ejército no mercenario y de tipo nacional. Y la figura que debía realizar tamaña tarea (unificar a un pueblo disperso y pulverizado) se encarnaba en el ―Príncipe‖. Ahora bien, Gramsci postula que más allá de los siglos transcurridos, el dotar de cohesión nacional a los sectores populares constituía una tarea aún pendiente. Sin embargo, dirá, esta labor ya no puede realizarla un héroe personal o un individuo dotado de cualidades excepcionales (el Príncipe), sino que debía ser encarada por una organización colectiva. Y en el contexto contemporáneo en el que él escribe, y desde la perspectiva emancipatoria a la que adscribe, los grupos subalternos a los que se debía unificar eran fundamentalmente la clase obrera del norte de Italia, y los campesinos del mezzogiorno. Así pues, el rol prioritario de este Príncipe Moderno (que según Gramsci podía encarnar en un partido político, aunque también en ciertas ocasiones en un periódico u otra instancia 73

organizativa similar) era romper el aislamiento en el que se encontraban sumidos los sectores populares a lo largo y ancho de Italia, dotándolos de cohesión y fortaleza ideológica y política. Generar ese ―espíritu de escisión‖ del que hablaba Sorel y que Gramsci recoge como eje estructurante de la praxis revolucionaria que permita ―soldar‖ como voluntad colectiva al bajo pueblo tanto del campo como de la ciudad. Y dentro de este proceso de constitución de un sujeto político, los ―intelectuales orgánicos‖ están llamados a cumplir una función importantísima, articulando sus conocimientos teóricos (en tanto especialistas) con su capacidad organizativa (de dirección política y cultural). Pero este tipo de intelectual, del cual Maquiavelo resulta ser una referencia ineludible para Gramsci, debe poder combinar dialécticamente este saber con el sentir popular, de manera tal que se vaya configurando una nueva concepción del mundo, opuesta a la dominante. De lo que se trata, dirá Gramsci, es de articular la sana espontaneidad de las masas, con la dirección consciente que aporta esta intelectualidad crítica, que desde ya no opera como un agente externo a los sectores en lucha, sino en tanto núcleo inmanente y de avanzada que contribuye a dotar de mayor coherencia y organicidad (a través de ese ―Nuevo Príncipe‖ que aglutina a los sectores en lucha) a los diversos grupos que pugnan por trascender el orden social capitalista. Algunas palabras finales Decíamos en un párrafo anterior que Gramsci resignifica la concepción tradicional del poder, recuperando la perspectiva realista y dinámica propuesta por Maquiavelo. El poder deja así de ser concebido como una mera propiedad o ―cosa‖ a asaltar, y pasa a ser analizado en los términos de una relación de fuerzas en constante metamorfosis, que debe modificarse en todos los planos de la vida social a partir de una compleja disputa ―intelectual y moral‖, que se dirime a diario en cada una de las trincheras que conforman la sociedad civil. En este sentido, su conocida nota carcelaria titulada ―Análisis de situación. Relaciones de fuerza‖, puede ser leída como una puerta de entrada a su original conceptualización del poder. En última instancia, la pregunta clave que se formuló Gramsci durante su forzado encierro cobra centralidad en esta propuesta innovadora: ―¿Se quiere que existan siempre gobernantes y gobernados o se quieren crear las condiciones en que desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?‖. Esta construcción contra-hegemónica de la que se siente tributario el Gramsci maquiaveliano supone entonces apostar a generar un ―espíritu de escisión‖ (sugestiva idea retomada de Sorel) que haga posible un cuestionamiento integral a las formas predominantes de vida social en el capitalismo. Las crisis orgánicas (que según Gramsci no son meros colapsos económicos, sino crisis de hegemonía o del Estado en su conjunto) desenmascaran precisamente la imposibilidad de la clase burguesa de ser a la vez ―dirigente‖, quedando como consecuencia reducida a su existencia corporativa, vale decir, a faceta dominante. Al dejar de cumplir con su función ―cultural y moral‖, el Centauro que le otorga sustento tiende a disgregarse, generándose a su vez una disociación entre la base estructural de la sociedad y la superestructura político-ideológica. Es entonces cuando se abre la posibilidad del cambio revolucionario. Claro está que el triunfo a tal punto no está garantizado, que incluso la reflexión misma de Gramsci en la cárcel debe entenderse como una profunda autocrítica al voluntarismo político, contracara del determinismo económico que primaba en su época de 74

militante. Es por ello que buena parte de los conceptos claves que sobrevuelan los Cuadernos son imposibles de ser entendidos sin tener en cuenta la coyuntura política acuciante en la cual se inscriben, en el marco de la derrota que sufrió Gramsci y sus compañeros de lucha, tras la crisis de hegemonía abierta desde la inmediata posguerra hasta comienzos de los años treinta. Esto quedó evidenciado en el trágico hecho de que, a la hambruna y la desocupación generalizada, le sobrevino el régimen fascista y no el alzamiento insurreccional de los trabajadores y las masas campesinas, como preveía cierto marxismo esquemático. A modo de cierre, podemos expresar que como Maquiavelo y Gramsci en su momento de escritura y acción, estamos hoy frente a un radical cambio de época. De ahí que nuestras certezas tengan que ver más con sus interrogantes e inquietudes que con las posibles respuestas que ellos hayan dado en sus particulares coyunturas críticas. Quizás haya incluso que apuntar a la elaboración de una nueva matriz de intelección, aunque desde ya sin partir de cero, sino moldeándola sobre la base de estas -y otras- tradiciones precedentes. Reivindicar, pues, aquella concepción maquiaveliana de Gramsci sobre la política, frente al sentido común dominante que pretende expulsar y acorralar a la política hacia un ficticio ―afuera‖, acotándola al mero accionar gubernamental o parlamentario, o bien a un intrincado monopolio que solo pueden (y para peor, deben) desempeñar funcionarios y diplomáticos, (re)politizando cada resquicio de nuestras vidas y ampliando la noción hacia los ―no lugares‖ que la dotan de sentido disruptivo. Pero así como no debemos entender la política en los términos de una práctica encapsulada o clausurada al interior de un orden predeterminado como ―político‖, tampoco podemos concebirla de manera topológica: siendo ciertos ámbitos ―políticos‖ y otros no. La política no tiene una ubicación espacial ni una encarnadura social univoca. La política no es, por tanto, aquello que se mueve en los límites que le asigna el sistema a toda práctica. Tal como nos enseñaron Maquiavelo y Gramsci, y nos recuerda Oscar del Barco (2008), la política no es una práctica sino una intensidad propia de toda práctica que se asume transgrediendo esos límites que la pretenden encorsetar. En eso andamos quienes continuamos empeñados en contradecir al viejo Engels y transitar una vez más de la ciencia a la utopía. Bibliografía DEL BARCO, Oscar (2008) El Otro Marx, Editorial Milena Cacerola, Buenos Aires. GERRATANA, Valentino (1997) Gramsci. Problemi di metodo, Editori Riuniti, Roma. GRAMSCI, Antonio (1986) Cuadernos de la Cárcel, Tomo 4, Editorial Era, México GRAMSCI, Antonio (1999) Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5, Editorial Era, México. GRAMSCI, Antonio (2003) Cartas de la Cárcel. 1926-1937, Editorial Era, México. MAQUIAVELO, Nicolás (2013) El Príncipe, Editorial Colihue, Buenos Aires. MARX, Karl y ENGELS, Friedrich (1975) La Ideología Alemana, Editorial Pueblos Unidos, Buenos Aires. 75

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Maquiavelo y la ciencia del Estado: sus aportes a las políticas públicas a quinientos años de El

Príncipe

Machiavelli and the state's science: contributions to public policy at five hundred years of The Prince “En los asuntos de Estado, los males que nacen si se les reconoce con antelación (lo cual no es dado sino a una prudente); pero cuando por no haberlos reconocido se les deja crecer de forma que llegan a ser de dominio público, ya no hay remedio posible”. Nelson Dionel Cardozo Resumen

El objetivo de este artículo es profundizar las reflexiones sobre los aportes de Nicolás

Maquiavelo al campo de la ciencia política, específicamente al área de las políticas públicas. Para ello, se parte de la idea que la filosofía del florentino representa más que una ruptura con

la matriz de pensamiento clásica, sino que define el ámbito de la acción pública, y cuáles son

los principales elementos para el análisis de las políticas. De esta manera podemos ver cómo la obra de este autor inaugura muchos de los elementos más de cuatro siglo más tarde serán tomados por las denominadas “ciencias de las políticas” en la Segunda Posguerra. Palabras clave: Maquiavelo- Políticas Públicas- Estado - Gobierno Summary

The aim of this paper is to deepen the reflections on the contributions of Niccolo

Machiavelli to the field of political science, specifically the area of public policy. To do this, we start from the idea that the philosophy of the Florentine represents more than a break with

classical thought matrix, it defines the scope of public action, and what are the key elements for policy analysis. In this way we can see how the work of this author inaugurates many of

the more than four hundred years later will be taken by the so-called "policy science" in the Second Postwar.

Keywords: Machiavelli-State-Public Policy – Government



Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente UADE- UMET. [email protected]

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Introducción La reflexión sobre el llamado ―arte de gobernar‖ se remonta tanto a los antiguos pensadores orientales, tales como Confucio y Lao-Tsé, quienes en su obra mencionan como debe ser el buen gobierno del Estado. Así mismo, los trabajos de los clásicos helénicos de Platón y Aristóteles darán origen a la filosofía política occidental con sus reflexiones sobre las constituciones de las polis. Sin embargo, estas cavilaciones fraguaban la noción de profesión de la sabiduría, las virtudes y el deber ser, con la praxis que correspondía tener al político en la conducción de los asuntos públicos. La imbricación entre la ética y la política, propia de la tradición clásica, quedará atrás y dará paso a una nueva ciencia del Estado. Con la aparición hace quinientos años de un breve libro escrito en una desnuda prosa en idioma toscano irrumpe la filosofía política moderna. Nicolás Maquiavelo (1469-1527), en ese momento un funcionario apartado del servicio civil, despojado de la ampulosidad vetusta del latín, soltará el lastre de la filosofía política clásica y producirá el viraje de la idea de virtud desde estos atributos morales, hacia la noción de efectividad en las políticas y en la mantención de poder. He aquí una de las bisagras que permiten iluminar la reflexión maquiaveliana, ya que se abre todo un campo de discusión acerca de la manera en que los gestores pueden llegar a mejores intervenciones, siendo dicho interrogante la espina vertebral de la obra que analiza este artículo. Esta pregunta acerca de ―cómo hacer mejores políticas‖ y su abordaje mediante un conocimiento racional será también el origen de la ―ciencia de las políticas‖ que se expandirá en el siglo XX. Al separarse el componente moral y religioso de la acción política, se habilita una serie de cuestiones que desplazan el eje desde la ética hacia la racionalidad de tipo instrumental. No es casual, que ese componente racional de la actividad humana enfatice el elemento teleológico de intervención estatal. En la modernidad ya no será un buen gobernante el que sigue los preceptos éticos dictados por la axiología, sino aquel que mediante el conocimiento erudito de la historia y el accionar de sus grandes personajes, seleccione alternativas y tome las mejores decisiones. De esta manera sostiene ―un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello, es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no e esta capacidad en función de la necesidad‖ (Maquiavelo, 1999: 83). Ética y política, quedan así divorciadas, inaugurando el realismo político maquiaveliano que dará paso al estudio de los fenómenos del poder en un Estado moderno. El Renacimiento y el contexto de El Príncipe A partir del siglo XII, es posible hallar los albores del denominado Renacimiento Italiano, de la mano de las ciudades-estado que iban acrecentando su poderío económico. A diferencia de lo que venía gestándose en el resto del Europa, que tendía a la reducción de la unidad política, -como en Inglaterra, Francia y España, que se iban constituyendo bajo la forma de estados nacionales y potencias imperiales-, vemos que la Península Itálica se encontraba en un proceso de grandes divisiones, que se tradujeron en complejas alianzas entre los Estados de Italia y las potencias extranjeras que disputaron las denominas Guerras Italianas durante los siglos XV y XVI. En medio de este conflictivo escenario, se da el pasaje desde la sociedad feudal a la moderna, que tuvo como principales actores a los grandes comerciantes durante el siglo XIII, que se constituyeron en la ―burguesía mercantil‖ que menciona Max Weber, propia de las primeras fases de este nuevo modo de 78

producción capitalista. El epicentro del cambio serán las prósperas ciudades de Siena y Florencia1, en la región de la Toscana donde podrá verse fuertemente en las elites la transición desde la sociedad medieval a la moderna, que luego se expandirá al resto del continente europeo. Sin embargo, será un rasgo no capitalista de esta fuerte clase de comerciantes lo que dará impulso al renacimiento cultural italiano: la institución del mecenazgo. Con ello, en vez de reinvertir el excedente para generar nuevos beneficios, muchas familias acomodadas de los ricos burgos de la península protegerán a talentosos artistas para que puedan desarrollar su creatividad. Así en el arte se verá un redescubrir de la estética, los signos pictóricos y escultóricos de las obras clásicas. En el plano de la pintura se busca la inspiración en las formas helénicas antiguas, abandonando la bidimensionalidad propia de la pintura medieval, perfeccionándose la técnica del óleo cayendo en desuso el realce en dorado, la utilización de la luz, la perspectiva, la proporción y el equilibro en las composiciones. En lo que respecta a los motivos, se alternan temas de la mitología clásica con los religiosos; siendo los principales exponentes de este movimiento Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Leonardo da Vinci, Sandro Botticelli, Piero Della Francesca y Perugino. En el plano de la escultura se retoma la expresividad, movimiento, elasticidad y centralidad de las figuras humanas, en una búsqueda de reproducir las proporciones exactas de los cuerpos recurriendo a estudios anatómicos. En el plano de la música de profundiza la teoría musical haciéndose cada más compleja la polifonía, el contrapunto y la creación de nuevos instrumentos como las flautas de pico y la viola da gamba. Durante este período, es que se produce la revolución literaria de la mano del idioma toscano, cuando varios autores dejan de escribir en latín, francés y provenzal, y comienzan a producir en lenguas vernáculas. La Divina Comedia, de Dante Alighieri, será considerado una de las primeras obras escritas en el italiano moderno. La notoriedad de autores como Bocaccio, el poeta Petrarca y Maquiavelo, ayudarán a desarrollar el idioma toscano que luego pasará a ser la lengua de la Italia unificada siglos más tarde. Todos estos acontecimientos marcan un cambio de época y una nueva forma de concebir el mundo. La matriz teocéntrica que había regido la cosmología medieval de corte religioso en la Edad Media, dará pasó al cuño antropocéntrico y humanista, en donde se colocará a la labor humana en el centro de la reflexión y el pensamiento. Así ―es a partir del Renacimiento que lo político tratará de redefinirse por fuera de la subordinación que en el medioevo había tenido a las cuestiones teológicas. Y lo haría de la mano de Maquiavelo cuando éste, en su libro El Príncipe, separa la actividad política de la religión (hasta el momento muy ligadas por el poder eclesiástico en la Edad Media) al secularizar el Estado, arguyendo que la primera nada tenía que ver con la moral o los valores, sino con el logro y retención del poder‖ (Bulcourf y Vázquez, 2007: 265). Esto tendrá hondas repercusiones en la filosofía política y en el modo en que se pensará la acción pública, ya que no será el obrar divino lo que gobernará la política, sino que se deberá a los hombres, los cuales estarán dotados de razón, carácter, juicio, virtudes y vicios. La historia es escrita por seres humanos, con errores y aciertos. El gran enigma entonces es pues, qué hace a los hombres 1

Es interesante preguntarnos el por qué el Renacimiento es mucho más fecundo en Florencia, económicamente inferior a Siena. Evidentemente no podemos explicar esto bajo un criterio economicista sino recurrir a los factores políticos y culturales. En Florencia predominaban las familias Gibelinas partidarias del Emperador y más proclives a aceptar los cambios y una concepción secular. En cambio, en las segundas, ejercían mayor influencia las familiares güelfas cercanas al papado y más conservadoras. Vemos así, como un posicionamiento político tiene una afinidad selectiva hacia el cambio y el otro es mucho más conservador y rígido. De esta manera es como “Lujo y Capitalismo” se amalgaman en una época de transición entre dos cosmovisiones del mundo (Sombart, 1979).

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tomar las mejores decisiones, con qué deben valerse para llegar a las mismas, y en qué medida dependen de la virtud o de la fortuna los acontecimientos que le suceden a estos. La teoría política moderna, inaugurada por el pensamiento de Nicolás Maquiavelo, siendo su obra cúlmine El Príncipe2, introducirá en medio de los debates que transitaba la Italia de su tiempo, preguntas que hasta el día de hoy la ciencia política continua realizándose. Interrogantes tales como qué es el poder y cuáles son sus límites; los alcances de la acción humana; qué atributos debe tener un buen gobernante; de qué manera se deben tomar las decisiones públicas; cómo es posible medir la efectividad de las intervenciones estatales; o para qué los políticos realizan programas, son algunas de las punzantes cuestiones que nos ha sembrado el florentino y que atraviesan el estudio de las políticas públicas hasta nuestros días. Así podemos ver, que uno de los aportes del toscano a la ―ciencia de las políticas‖ ha sido la definición y recorte del objeto de estudio, delimitando a la política como ese ámbito propio de la acción de los gobiernos. De esta manera, ya es plausible perfilar una idea de ―ética pública‖, con reglas propias, diferentes a la de la moral que le permiten al príncipe mantenerse en el poder. Maquiavelo nos muestra claramente, cuáles son aquellas virtudes que hacen al gobernante ser amado por el pueblo, y cuáles lo convierten en una persona odiada. Maquiavelo como funcionario público: la reflexión producto de la praxis Uno de los elementos importante que se puede ver en la biografía de Nicolás Maquiavelo es la vinculación entre gestión pública y la reflexión sobre el arte de gobernar. Como menciona en la introducción a la obra que nos convoca sostiene en la dedicatoria a Lorenzo de Médici, ―no puedo hacerle mejor ofrenda que darle la facultad de poder en brevísimo plazo de tiempo aprender todo aquello que yo he conocido y aprendido a lo largo de tantos años y con tantas privaciones y peligros‖ (Maquiavelo, 1999: 32). He aquí una de las claves para poder comprender la manera de construir el conocimiento sobre el Estado que tenía el florentino: la experiencia en tanto fuente de acumulación de saberes. Pero vale decir que este conocimiento no es la simple experiencia puesta en práctica en el quehacer diario y rudimentario de la administración pública, sino que por el contrario, reconoce que en la toma de decisiones y la solución de los problemas públicos (tanto de índole política como de naturaleza técnica) éste debe ser un insumo central para el buen administrador gubernamental. Maquiavelo, había tenido una experiencia como funcionario de la República de Florencia, en dos grandes áreas: militar y diplomacia. En el primer ámbito, se desempeñó en el cargo de ―Nueve de la Milicia‖, la agencia que tenía competencia en el reclutamiento de las milicias de ciudadanos, más allá de las tropas mercenarias y auxiliares, que eran usadas en las guerras en las que se encontraba envuelta la ciudad. Nuestro autor se desenvolverá en se puesto desde 1507 hasta 1912, cuando será apartado de la función pública. Producto de esta experiencia bélica surgirá su tratado militar Del arte de la Guerra, escrito en 1832 en donde expondrá las reflexiones que surgirán fundamentalmente –como acostumbraba a decir- de la observación de los ejemplos modernos y antiguos. Dentro de los primeros, verá que el Estado Nación se basará en el reclutamiento forzoso de los 2

Cimentada en las reflexiones primigenias de Marsilio de Padua y Guillermo de Ockam encontramos en Maquiavelo un despegue sustantivo expresado en sus obras Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, Del Arte de Guerra) y centralmente en el Príncipe .

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ciudadanos varones en actividades militares, y dentro de los segundos traerá el ejemplo de la Roma Imperial con todo su poderío bélico. Por lo tanto, tal y como lo desarrolla en el El Príncipe, en los capítulos XII a XIV, menciona que son las mejores tropas para la defensa del Estado las propias, afirmando que ―las mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas y si uno tiene apoyado su Estado sobre armas mercenarias, jamás estará firme y seguro, porque estas tropas carecen de unidad, son ambiciosas, sin disciplina, desleales‖ (Maquiavelo, 1999: 72). Producto de su experiencia en la gestión militar comenzará a ver que todo Estado moderno debe asegurarse la defensa a partir de un solo tipo de tropas, las propias, basadas en el reclutamiento de ciudadanos, viendo como uno de los elementos de la estatidad es garantizar el monopolio de la violencia por parte de una estructura permanente defensa. La expropiación a los particulares (mercenarios) de esta potestad, será un elemento central para garantizar el orden al interior dentro de un territorio delimitado, al mismo tiempo que permitirá también la capacidad de externalizar su poder dentro de un sistema interestatal. Justamente, a partir de la experiencia en la campaña militar contra Pisa, cuya heroica defensa de los ciudadanos de esta última hizo fracasar las acciones militares, se inauguran las reflexiones sobre la superioridad de las tropas nacionales, al mencionar que ―sin armas propias, ningún principado se encuentra seguro, antes bien: se halla totalmente a merced de la fortuna, al no tener virtud que lo defienda de la adversidad‖ (Maquiavelo, 1999: 80). La otra gran experiencia en la función pública ha sido la actividad diplomática, como embajador en la Romaña, Roma, Perugia, y sus misiones a Francia y Alemania. De su trayectoria en las tierras galas verá como se ha podido reducir a la unidad la dominación en un territorio, hecho que le generará su escrito Ritratti delle cose Della Francia, en donde hace referencias al poderío franco en el año 1510. ―Recuerda y hace notar en ellas el poder de Francia cada vez mayor a consecuencia de su gran centralización, resultante a su vez de haberse unido y sometido a la corona las diferentes provincias y barones‖ (Villari, 1953: 132). Estas reflexiones lo hacen contrastar, el escenario galo con la situación de la Península Itálica y Alemania3, que se encontraban en condiciones similares, en un estado de fragmentación territorial, bajo el dominio de diversos señores y en una imposibilidad de constituir una unidad política más centralizada, que se convierta en una potencia europea. Así, vemos que en El Príncipe, reclama en su último capítulo ―Exhortación a ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros‖, que debe realizarse un proceso de unificación de la región en un Estado-Nación moderno, tal y como veía en la poderosa Francia, ya constituida una gran potencia política y militar. Por ello menciona que la base para poder lograr la unificación es efectuar una modernización de los ejércitos. Así, vemos que la principal área de intervención en donde se debe efectuar la reforma es en la gestión de la defensa nacional, porque constituye un elemento central para la constitución de la nueva unidad política. De esta manera menciona, que ―es necesario con anterioridad a cualquier cosa, como verdadero sostén de toda empresa, proveerse de tropas propias, porque no puede haber soldados más fieles, ni más auténticos ni mejores. Y aunque cada uno de ellos sea bueno, todos juntos resultarán mejores cuando se vean mandados por su príncipe, honrados y sostenidos por él. Es necesario, por tanto, formar este ejército para poder con la virtud italiana defendernos de los extranjeros‖ (Maquiavelo, 1999: 122). Más allá de la 3

Como podemos ver, a la luz de la historia tanto Italia como Alemania, fueron los últimos países de Europa en constituirse como Estados-Nación modernos, hacia la década del 60 del siglo XIX, impulsados por el liderazgo del Piamonte y de Prusia, respectivamente que como sostenía el toscano “se colocaron al frente” de proceso de unificación ejerciendo la conducción del proceso de reducción a la unidad política.

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importancia de la conducción y del liderazgo, se advierte también una idea de Nación muy fuerte, en donde quedan delimitados aspectos no materiales de la estatalidad, tales como la pertenencia y la idea de una idiosincrasia en común que coloca una noción de comunidad política, es decir un ―nosotros‖ opuesto a los ―extranjeros‖ (bárbaros). Debe recordarse que hacia comienzos del siglo XVI, Italia se hallaba en una compleja situación, tensionada por un lado por las potencias extranjeras (como la Corona de Aragón y Francia) y las disputas entre los principados civiles y los Estados Pontificios, -estos últimos bajo el mando de la Iglesia Católica-, los cuales se encontraban permanentemente en Guerra entre sí. Estos conflictos bélicos fueron conocidos como ―Las Guerras Italianas‖ durante el período entre 1494 y 1559 en donde se vieron involucradas las ciudades-estado italianas, los Estados Pontificios, y las potencias extranjeras de España, Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico, Inglaterra y la República de Venecia. A continuación se ilustra el mapa político de la península itálica hacia 1500. Mapa de Italia hacia 1500

Como puede advertirse en el mapa agregado más arriba, Italia tenía un territorio muy fragmentado entre las Repúblicas, los reinos, los Estados Pontificios y los territorios en manos de potencias extranjeras, en virtud de lo cual es entendible por qué al toscano le preocupa tanto la unificación del país. No obstante ello, llama la atención la temprana idea de nacionalidad presente en Maquiavelo, en donde puede advertirse la noción de un pasado y un destino en común –pese a todas las diferencias culturales que había en la península en ese momento-, al mismo tiempo que ya aparece la idea de una Italia, muy importante para generar la cohesión dentro de un territorio, y es lo que debe recuperarse por parte de quién conduzca el proceso de unificación. De esta manera, el elemento no material aparece bajo el concepto de un Estado actuando ―para la nación‖ (O‘Donnell, 2003), y como tal debe recurrir a esa idea para cimentar la legitimidad en las intervenciones. Siguiendo este 82

razonamiento, vemos que uno de los principales aportes de Maquiavelo al enfoque de las políticas públicas, es que avizoró de manera clara y precisa cual era la nueva unidad política de la modernidad: el Estado-Nación. Se advierte uno de los elementos más destacados que seguirá siendo dominante en el análisis de políticas hasta los años 70: la importancia de las intervenciones públicas que irradian desde un centro político dotado de legitimidad. Por ello, vemos que ya se puede advertir como una precondición para la efectividad de las políticas públicas un abordaje top-down, es decir, una concepción de la toma de decisiones y de la implementación descendente de los programas públicos. Esto es conteste y concordante con la condición elitista que deposita en la política y la toma de providencias, en donde aparece una desconfianza natural por el pueblo, y enfoca el eje de la reflexión en los aspectos relativos a las elites políticas. El gran tronco que recorre la quincuagenaria obra del toscano es justamente, el modo en que se da el recambio entre las elites, las formas en que se llega, se permanece y se pierde el poder; siempre teniendo en cuenta un visión dinámica de este último. Todo ello, bajo la forma de un Estado absoluto, que contrasta con la visión republicana que surge en I Discorsi. Igualmente, podemos atisbar que el proceso de constitución de un Estado-nación moderno, según la visión de Maquiavelo requería la concentración del poder, al menos en un primer momento. De esta manera ―toda la obra estaba dominada por una concepción heroica de la actividad política personal, con el resultado de que la figura heroica del príncipe eclipsaba toda sugerencia de que la actividad política pudiera ser conducida a través de instituciones impersonales‖ (Wolin, 1974: 247). Podemos explicar esto, por la posibilidad de sortear oposiciones y vencer adversarios que plantea un modo de ejercicio de poder personal y con pocas limitaciones. Así, efectividad en la toma de decisiones, enfoque proactivo, y conocimiento experto son la tónica en las políticas que podemos ver en El Príncipe. Las políticas y la importancia de la información para toma de decisiones Otro elemento que merece ser profusamente analizado es la importancia del discernimiento en la selección de alternativas y la toma de decisiones. Siglos antes que Harold Lasswell hablara del conocimiento científico como necesario para las ―ciencia de las políticas‖, el italiano ya mencionaba que la constitución de este nuevo campo del saber era fundamental para dominar la realidad. Aquí podemos ver el nacimiento de la visión secularizada y antropocéntrica, en donde el hombre moderno es capaz de dominar los acontecimientos mediante el saber experto. Tal y como menciona Parsons ―Maquiavelo estaba interesado en el arte del Estado: creía que, mediante el conocimiento de la realidad de la política y el poder, los tomadores de decisiones estarían mejor preparados para controlar los asuntos de Estado y mejor capacitados para lidiar con los problemas. Las preocupaciones de Maquiavelo encuentran una curiosa resonancia en el moderno mundo del arte del Estado‖ (Parsons, 2008: 76). De esta manera vemos, un elemento central en el pensamiento de este autor que es la necesidad de los gestores públicos de contar con información de buena calidad, y una sabia interpretación de la misma. Por lo tanto vemos aquí el primer texto que nos habla del racionalismo en el análisis de políticas públicas4. El buen gobierno, por consiguiente es aquel que comprende los escenarios donde se 4

El racionalismo en políticas públicas intenta sustituir la intuición, la opinión y la experiencia del decisión por un conjunto de técnicas y métodos precisos que le ayuden a adoptar la mejor decisión. Es una sustitución del proceso de decisiones intuitivo por otro modelo racional.

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desenvuelve la intervención pública y toma decisiones en base a diagnósticos previos, porque ―la nueva ciencia demostró ser capaz de situarse en cualquier posición (…), diagnosticando la situación desde ese punto de vista, enunciando las alternativas y aconsejando las mejores medidas‖ (Wolin, 1974: 218). Pero ello no es suficiente: se precisa también lo que él denomina prudencia, una virtud muy importante, que se relaciona directamente con la capacidad de detectar futuros problemas y darle una rápida intervención para su solución, dado que ―todos los príncipes sabios (…) no solamente han de preocuparse de los problemas presentes, sino también los futuros, tratando de superarlos con todos los recursos de su habilidad; previstos con antelación, se les puede encontrar fácil remedio, pero si se espera a tenerlos encima, la medicina nunca está a tiempo al haberse convertido la enfermedad incurable (…). En los asuntos de Estado, los males que nacen si se les reconoce con antelación (lo cual no es dado sino a una persona prudente); pero cuando por no haberlos reconocido se les deja crecer de forma que llegan a ser de dominio público, ya no hay remedio posible‖ (Maquiavelo, 1999:39). Se advierte en este extracto, una gran confianza en el conocimiento y la capacidad de dominar la realidad, al mismo tiempo que podemos ver que el tipo de soluciones a los problemas públicos que concibe es racional exhaustiva, y no una visión incremental de la acción estatal5. Esta confianza en el poder del conocimiento, deposita un gran énfasis en la racionalidad del Estado. Así, la concepción maquiaveliana del análisis de políticas públicas debe colocarse en un escenario de progresiva racionalización del gobierno y de la política como una actividad en donde se formulan los programas gubernamentales. Aquí vemos en pleno Renacimiento la idea de ―ciencias de las políticas‖ donde el sabio ―se ve como un integrador de conocimiento y acción, por lo tanto, como un especialista en suscitar y dar efecto a toda la racionalidad de la que los individuos y las colectividades son capaces en cualquier momento‖ (Lasswell, 1970: 13). Esta concepción, de tipo racional exhaustiva de las políticas estatales es concordante con un modelo de toma de decisiones centralizado que neutralice a los potenciales actores de veto que puedan oponerse a determinadas decisiones. No obstante ello, también reconoce la existencia de dificultad a la hora de implementar políticas de cambio, registrando que las mudanzas de tipo incremental6 suelen ser menos costosas en términos de la gobernabilidad. Al mencionar la importancia del cambio de la constituciones refiere que ―no hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir, que hacerse promotor de la implantación de nuevas instituciones. La causa de tamaña dificultad reside en que el promotor tiene como enemigos a todos aquellos que sacaban provecho del viejo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que verían beneficiados por el nuevo. Esta timidez nace en parte del temor de los adversarios, que tiene la ley a su lado, y en parte también de la incredulidad de los hombres, quienes –en realidad- nunca creen en lo nuevo hasta que 5

Esa gran confianza en el conocimiento como arma capaz de transformar la realidad y la idea de la concentración del poder por parte del gobernante lleva tanto a ponderar las soluciones a los problemas de tipo racional-exhaustiva. Sumado a ello, la concepción elitista y centralizada del poder, lo hace pasar por algo la existencia de “perros guardianes” que se opongan a las políticas de cambio, subsumiendo el campo del análisis de las intervenciones, la toma de postura y la implementación, al poder con que cuente el monarca. 6 El incrementalismo tiene como supuesto que cuanto mas novedosa sea una política mas desconocida serán sus consecuencias y mas complicado será presentarla de una forma convincente así pues difícil de sustentarla con un apoyo político. Las decisiones son fruto de una larga cadena de decisiones precedentes con sus logros y errores correspondientes, ampliando así las capacidades de controlar el error y lograr el triunfo. En esta disciplina esta es la única manera de predecir sus impactos, sus constes y sus beneficios.

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adquieren un firme experiencia de ello‖ (Maquiavelo, 1999: 49). Por lo tanto, hace quinientos años ya podemos encontrar la teorizaciones sobre los ―perros guardianes‖ (Lindblom, 1996) que defienden el status quo, oponiéndose a las mudanzas. Sostiene así que cuando se producen cambios de tipo ―incremental‖ al momento de arribar al gobierno se traen menos costos políticos en términos de pérdida de poder. Esto lo afirma al decir que el recurso no tan oneroso para el príncipe es dejar vivir a los pueblos conquistados con sus leyes imponiéndoles un tributo implantando en ellas un gobierno minoritario que conserve la provincia fiel al gobernante. En El Príncipe vemos también una visión ambigua acerca del rol de los expertos, dado que menciona en el capítulo XXII ―De los secretarios de los príncipes‖ la manera en que debe rodearse el buen gobernante. Así, sugiere que es un punto importante la selección de sus ministros, dado que ―cuando son competentes y fieles se les puede tener siempre por sabio, puesto que ha sabido reconocer su competencia y mantenérselos fieles. Pero cuando son de otra manera hay siempre motivo para formar un mal juicio de él, puesto que su primer error ha sido precisamente elegirlos.‖ El buen político es aquel que además de ser prudente, puede también generar equipos capaces y que al mismo tiempo le profesen lealtad. Pero la importancia que le coloca a mantención en el poder por parte del gobernante hace que surja cierta desconfianza de los ministros. Así, es menester mantenerlos leales dándoles favores pero agrega un último elemento: ―Un príncipe prudente debe procurarse un tercer procedimiento, eligiendo en su Estado hombres sensatos y otorgando solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra‖ (Maquiavelo, 1999: 113). Así, el príncipe debe buscar el consejo solamente cuando lo requiere, escuchar, pero la toma de decisiones tiene que realizarla él mismo. Vemos aquí, la visión antropológica negativa que plantea la obra de Maquiavelo, en donde los hombres poseen naturalmente una ambición ilimitada de poder, por lo que la delegación en la toma de decisiones en los ministros es un talón de Aquiles en el gobierno, y por consiguiente, se esboza una lógica ambición de los ministros que precisa ser contenida por el gobernante. Esto da el puntapié para otra nota muy importante en el pensamiento del florentino: la vinculación que hay entre la política (politics) entendida como la lucha por el poder y la acción pública (policy). Para Maquiavelo queda claro que la principal razón por la cual los gobernantes deben proveer buenas políticas (policies) queda supeditada a la permanencia en el gobierno (politics). Aquí vemos nuevamente el componente elitista en la filosofía política del toscano, que será retomado en el siglo XX por las teorías económicas de la democracia y el análisis de políticas públicas que postula que el principal interés de los gestores públicos es el blame avoidance (evitar la responsabilización) y continuar en el poder7. La efectividad de las políticas, por lo tanto es fundamental para que el príncipe no pierda poder en el Estado. Ser virtuoso, es justamente tener la capacidad de hacer frente a la adversidad proveyendo decisiones que solucionen los problemas públicos, dado que ―sin duda alguna los príncipes se hacen grandes cuando superan las dificultades y los obstáculos que se les oponen.‖(Maquiavelo, 1999: 105). De esta manera el accionar de los políticos tiene que ver con la creencia de las elites en que la aplicación de determinadas políticas públicas le será rentable y le permitirá continuar en el gobierno. La virtud del buen príncipe se manifiesta justamente en momentos en que aparecen adversidades, producto de la fortuna, comparando esta última con un río 7

Anthony Downs, plantea que las elites políticas buscan convencer a los electores de que las políticas son deseables en tanto soluciones a los problemas que aquejan a la sociedad, por lo que el principal objetivo por el cual los políticos buscan proporcionar políticas públicas es para obtener réditos electorales.

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torrencial, diciendo que ―ella muestra su poder cuando no hay virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se ha construido los espigones y los diques para contenerla‖ (Maquiavelo, 1992: 117). Comentarios finales Estas breves reflexiones han intentado iluminar algunos de los aspectos más destacados que El Príncipe ha hecho al campo de las políticas públicas, los cuales fueron retomados siglos después por diversos autores. El corrimiento del velo de la tradición clásica permitió ver como era el proceso de las políticas dentro de Estado moderno, y por consiguiente abrió la discusión sobre la importancia de tomar buenas decisiones que lleven a intervenciones efectivas. Los elementos que han sido parte de los axiomas del policy analysis a lo largo del siglo XX pueden encontrarse en el pensamiento filosófico del florentino. Sin lugar a dudas el pensamiento político de Maquiavelo, vio como nunca la naturaleza del proceso de selección de alternativas, toma de medidas, puesta en marcha e impactos de las intervenciones públicas. Ya se pueden rastrear elementos tales como la fragorosa discusión entre racionalismo e incrementalismo; la relación entre elites y masa a la hora de la toma de decisiones; lo simbólico en tanto fuente de legitimidad de la política, entre otros elementos que hemos mencionado más arriba. Vale decir, que la construcción de este pensamiento tiene una estrecha relación con la praxis en la función pública, como el propio Maquiavelo lo explicita. El conocimiento práctico que trae el desempeño de funcionario nos proporciona junto con el manejo de los ejemplos antiguos y modernos una guía de referencia. Así, usando el razonamiento analógico es posible hacer un diagnóstico de la situación antes de la toma de decisiones. Queda inaugurada la discusión aún no saldada entre información y políticas públicas, y cuáles son los límites del conocimiento a la hora de las intervenciones estatales. Maquiavelo se muestra como buen hombre moderno optimista sobre la capacidad de la razón y el conocimiento cual asa para dominar los acontecimientos. Pero al mismo tiempo, por tener un buen manejo de los sucesos de la historia reconoce que la virtud debe reconocer las limitaciones de los procesos de cambio. Huelga mencionar que la riqueza de esta obra excede lo expuesto en este artículo, pero muestra que muchos de los postulados que fueron asumidos durante el siglo XX con la constitución del campo de la administración pública -que surgió hacia finales del siglo XIX e irrumpió en la segunda posguerra junto con la nueva racionalidad del Estado de Bienestar-, nos muestra la vigencia del pensamiento político de Nicolás Maquiavelo. Más allá de ser un brevario de consejos para el gobernante, esta obra sigue siendo ardorosamente debatida, profundamente inquietante y sin lugar a dudas unos de los escritos políticos más importante en la historia de la civilización occidental. Bibliografía BLANCO, Emilio (2013) Maquiavelo y el Príncipe. Ariel, Buenos Aires. BRION, Marcel (1977). Maquiavelo. Siglo Veinte, Buenos Aires.

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Reseñas

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El oficio de político Manuel Alcántara Sáez Editorial Tecnos, Madrid, 2010. 338 paginas ISBN: 978-84-309-5488-9

Por Ramiro Gamboa El libro nos conduce a reflexionar acerca del rol real del político, y de cómo, desde la ciencia política podemos recapacitar ciertas teorías erróneas, que llevaron a que quienes dirigen a las naciones al éxito o al fracaso pierdan el control real por sobre las voluntades políticas que se toman en los distintos países, y en donde la especulación u otros factores se conviertan en los verdaderos ejecutores de medidas nefastas. Nos habla de cómo lograr una real articulación entre lo académico y lo práctico, para que de una buena vez por todas, los primeros de mayor prestigio, por fin puedan tomar cargos de alta jerarquía, y derribar esa vieja teoría en donde se cree que un político profesional no pueda tomar el liderazgo de naciones y sociedades. Nos llama a recapacitar sobre el estudio del balance entre líderes y políticos. Es impensable ver a la política separada de lo profesional. En verdad el libro asegura que si un partido u organización quiere llegar lejos esta estrictamente condenada a requerir servicios de los profesionales políticos mas destacados. Lo que sucede muchas veces es que estos no toman el rol de líder, y Alcántara nos llama a los politólogos e intelectuales a lograr articular profesionalismo y liderazgo: ―Cuando se desea poner el foco en una visión mas prosaica como es el político profesional frente al líder, termino que tiene mas glamour, es mas complejo encontrar trabajos‖ (pp.77). Lograr unir estos dos aspectos para obtener un alineamiento inquebrantable es el verdadero desafío. El autor enfatiza sobre la dualización de los profesionales políticos para obtener en este sistema de representatividad política el mayor caudal de votos, aun en los políticos más oscuros. Ya no es tan primordial la tarea del político, sino que la personalidad se vuelve algo fundamental. En estas sociedades en donde nos vemos gobernados por materialismos e individualismos, en donde se vende a los políticos como se venden marcas; lo superficial es algo crucial, y un profesional debe saber como mostrar y vender a los políticos, y de cómo promocionar sus personalidades mas allá de su ideología o propuestas políticas. Ya no es tan importante el contenido y el valor de las ideas, sino por el contrario lograr imágenes potentes que perforen cualquier pensamiento, y logren captar la mayor cantidad de votos. Alcántara aborda la realidad Latinoamericana haciendo énfasis en la discontinuidad permanente de las poliarquías en la región, y de cómo un líder político carismático, flexible y de consenso puede lograr un mayor éxito a la hora de conseguir continuidades

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democráticas mejor forjadas, que líderes de confrontación e intransigentes, que nos han llevado a dictaduras y absolutismos. America Latina es la región de los extremos, en donde podemos ver lideres políticos de destacable honorabilidad, hasta encontrar políticos cuestionados por enriquecimiento ilícito, en donde hay quienes generan políticas de estado continuas, a otros que llevan y conducen al pasado al completo olvido. El autor hace que nos repensemos, si la actividad de un político debe estar rentabilizada, y pensada en beneficios económicos a largo plazo, o en verdad debe representar una actividad meramente honorable, en donde el espíritu se vea ensalzado por el buen desempeño ético y moral de estos. ―El político puede rentabilizar o no su paso por la política para mejorar su situación laboral con respecto al momento inicial de la carrera. Los políticos que se jubilan completamente o que retornan al mismo puesto de trabajo que inicialmente tuvieron no rentabilizan en términos económicos su carrera política, si bien pueden haber acumulado una ingente dosis espiritual y de satisfacción moral y la jubilación política presupone normalmente mayores ingresos que la del promedio de la ciudadanía‖ (pp.132). La pregunta en cuestión es: ¿Beneficios económicos, o de reputación moral? Quizá se podría pensar fusionar ambas cuestiones, en donde la ética y el desempeño honorable de las actividades vaya acompañados de beneficios económicos a corto, mediano y largo plazo, en el cual el líder político que no miente ni engaña, también pueda vivir de manera en paz, sin preocuparse si va a poder darle de comer o no a sus hijos. Quizá el libro nos hace plantearnos si se puede generar una real hibridación entre dinero y valores, en donde alineados y equilibrados puedan obtener exitosos resultados. Queda claro que en el universo de la política las urnas son un factor fundamental, pero no el único. Un político atraviesa contradicciones, ambiciones, deseos, influencias. El profesional debe lograr un equilibrio permanente para que el hedonismo no gobierne a quien conduce el poder. Podríamos asegurar que este no es el que cambia a las personas, sino que nos muestra el modo que realmente es. El poder sigue su proceloso camino, esta en los seres humanos saber dirigirlo y administrarlo, y si en su defecto, el poder y la ambición nos dirige. Las sociedades son el reflejo claro de los políticos de turno. En sociedades donde el dinero es la principal preocupación de la mayoría de los habitantes, no podemos esperar que no sea de igual manera para quienes gobiernan a estas. En cambio en sociedades en donde la decencia y la honestidad son valores primordiales, podemos esperar a políticos alineados con esta sociedad, desarrollando una actividad política alineada a la sociedad que se dirige. El autor aclara que las relaciones interpersonales y la organización sistemática de un partido es un factor fundamental para el éxito de este, o de cierto político. El vínculo entre el esquema de un partido, entre el líder de este y entre sus seguidores, es una relación cuya construcción tiene un fuerte componente psiconeurológico. Hoy la sociología y la historia, a diferencia de décadas atrás, ya no tienen un papel fundamental en la construcción de la personalidad de cierto partido, y esto genera un sentimiento de agobio para los estudiosos. En síntesis El oficio de político nos invita analizar y cuestionar desde la inigualable originalidad de Alcántara Sáez, el verdadero rol que debemos llevar los académicos e intelectuales cuando hablamos de la hibridación entre lideres políticos y profesionales, para lograr una triunfante fusión entre estos. En nosotros esta poder generar políticos que logren, tanto éxito en las urnas, como así también en sus propias vidas, y en donde los valores y la 90

personalidad de estos puedan estar articuladas y reflejadas de la manera mas natural y transparente posible, en donde los lideres políticos puedan ser concebidos por una forma nítida nunca antes vista. Conseguir líderes en America Latina dialoguistas, con voluntad de consenso es el verdadero reto para lograr una continuidad democrática en la región que eleve a nuestras naciones a ser grandes protagonistas de este siglo 21, en donde la astucia y la inteligencia condenaran a nuestros países a su éxito, o a su fracaso.

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El Estado en América Latina: continuidades y rupturas Mabel Thwaites Rey (editora) Editorial Arcis - CLACSO, Santiago de Chile, 2012. 423 páginas. ISBN 978-956-8114-97-8

por Pablo Bulcourf Esta obra colectiva es producto del Grupo de Trabajo de CLACSO ―El Estado en América Latina. Continuidades y rupturas‖, el cual fue constituido a fines de 2009. Combinando los aportes de las ciencias sociales los diferentes trabajos presentes intentan analizar la dinámica de los vínculos entre Estado ―y‖ sociedad por las distintas etapas históricas por las que ha pasado ésta en las últimas décadas en la región. De la época neoliberal al nuevo intervencionismo estatal América Latina ha oscilado entre dos modelos aparentemente polares. En una primera parte podemos contar con una serie interesante de trabajos de matriz teórica que nos permiten construir esquemas analíticos fuertemente reflexivos y críticos sobre el propio Estado y la dinámica de la estatalizad en la región. Como bien señala Víctor Moncayo, es fundamental la comprensión del carácter histórico y también capitalista del Estado: ―Hay que comprender el Estado como un elemento indisociable del tipo de organización social de la producción vigente, cualquiera que sea el régimen político, o los gobiernos que lo gestionen, es decir con independencia de su cara autoritaria o represiva o de su aparente fax de amable benefactor, dispuesto a concedernos nuestras reivindicaciones, o a contribuir a atender las necesidades individuales y sociales. El Estado no es perenne, sino que su historia es indisociable de la vida misma del capitalismo. Está marcado e su presentación por las formas originarias y de transición al capitalismo y por las transformaciones ocurridas una ves instaurado (…) En ese contexto, si bien no todas las formaciones sociales contemporáneas tienen la misma historia de implantación y transformación de la organización capitalista, como ocurre en las sociedades latinoamericanas integradas por la vía colonial al capitalismo, en todas ellas podemos apreciar los rasgos comunes que caracterizan al capitalismo y al Estado que les es propio‖ (pp. 20-21). Es así como el Estado, dentro de la matriz capitalista, se ha ido transformando y adaptando, pero sin perder sus aspectos de especificidad. Hoy en día es la globalización la etapa en su arquitectura no acaba, la cual expresa para el autor: ―Asistimos a una transformación, denominada globalización, que aún no tiene completa su arquitectura, que se ha convertido en un proceso endógeno al Estado nacional. En la globalidad no existe un grado de formalidad suficiente, pero lo que sí es indudable es que los Estados están 92

jugando en papel central en ese proceso mediante la desnacionalización de muchos elementos que caracterizan al Estado nacional‖ (pp.21). En este sentido, gran parte de esta obra colectiva constituye una continua reflexión entre los contrapuntos que presenta el neomarxismo en discusión con el postmarxismo y la realidad política y social latinoamericana, lo que otorga una enorme riqueza a esta obra colectiva que no es una superposición de textos sino un diálogo teórico e histórico sobre América Latina. Pero hablar del Estado es hablar de la política, en su teoría y en su praxis y esto nos lleva a la centralidad de su materia prima, el poder. Como bien señalan Thawaites Rey y Ouviña: ―Asumimos que el Estado, como realidad y como concepto, sigue siendo central no solo para el análisis teórico, sino para la práctica política concreta, en la medida en que remite al problema nodal del poder. En las sociedades contemporáneas, Estado y poder son categorías inescindibles. Y no porque el poder no desborde los límites del Estado en sentido restringido –entendido como conjunto de aparatos-, o se desconozca que el poder también se expresa en la densa microfísica de relaciones que tan bien interpreta Foucault, y que previo a él supo teorizar Gramsci como dimensión ―molecular‖ del poder. El punto que queremos destacar aquí es que, pese a todas las advertencias y admoniciones sobre su perdida de relevancia, el Estado nacional ―realmente existente‖ aún sigue siendo un nudo insoslayable en la articulación política‖ (pp. 53-54). Si bien el libro como producto colectivo excede a la ciencia política como campo disciplinar es interesante destacar esta conceptualización para comprender la importancia de lo que autores como Alford y Friedland han denominado la ―perspectiva clasista‖ en este campo disciplinar muchas veces ignorada por la ciencia política latinoamericana predominante en destacados centros de investigación y universidades. En su apartado sobre las ―aristas del Estado‖ los autores ofrecen una verdadera sistemática de la dinámica estatal ofreciendo una caja de herramientas analíticas para comprender la estatalizad y su posible aplicación al caso latinoamericano y también ofreciendo una perspectiva comparada por fuera de las tradiciones que prevalecen en esta área de la ciencia política. La primera parte de la obra se complementa con el trabajo ―El Leviatán criollo. Elementos para el análisis de la especificidad del Estado en América Latina‖ de Martín Cortés; ―El Estado en la región. La conflictiva discusión de alternativas teóricas de María Susana Bonetto y; el aporte de Massimo Modonesi con su trabajo ―Revoluciones pasivas en América Latina. Una aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de inicio de siglo‖. De esta forma queda delineada una enorme contribución colectiva que reactualiza y mantiene vigente el enorme manantial del marxismo y sus diferentes interpretaciones en la región. La segunda y tercera parte del libro contiene estudios de casos que analizan al Estado en su faceta neoliberal y las contradicciones y tensiones en las transiciones pendulares de la dinámica estatal antes mencionadas. Contamos con los aportes de Guillermo Almeyra con tu estudio ―Notas sobre la crisis del Estado en México‖ y los trabajos ―Estado, dominación, hegemonía y crisis política en la sociedad neoliberal, Chile 93

1973-2012‖ y ―La evolución del Estado en El Salvador durante el siglo XX: el giro neoliberal y las continuidades clasistas‖ elaborados respectivamente por Juan Carlos Gómez Leyton y Carlos Velásquez Carrillo. La tercera sección se completa con ―El estado del Estado en la Argentina después de 2001. Continuidades y rupturas de Beatriz Rajland; ―La crisis del Estado neoliberal en la Argentina‖ de Alberto Bonnet‖ y; ―¿Estado desarrollista de bienestar o construcción de la izquierda del Estado neoliberal? Los gobiernos del Frente Amplio de Uruguay de Pedro Narbondo. La cuarta y última parte analiza las nuevas reconfiguraciones políticas en la región con el análisis de la situación en tres países emblemáticos de éstos como son Bolivia, Ecuador y Venezuela. Vamos a tener la oportunidad de leer los estudios realizados por Franklin Ramírez Gallegos ―Reconfiguraciones estatales en Ecuador: 1990-2011‖; ―Estado plurinacional y nueva fase del proceso boliviano‖ de Jorge Viaña y; ―Venezuela: la revolución mágica‖ de Juan Carlos Monedero‖. De esta forma el libro nos presenta una coherencia de matices y colores para comprender la realidad latinoamericana de las últimas décadas a partir de la unidad, pero también de la especificidad de cada proceso histórico nacional en particular. De esta forma el rompecabezas regional mantiene un hilo conductor que le da sentido y nos permite abrirnos hacia nuevos interrogantes y comparaciones futuras. Un elemento es importante a destacar es la madurez teórica con la que se pretende indagar sobre las realidades latinoamericanas a partir de una nueva reconceptualización de la dinámica estatal que si bien es deudora de Marx y sus continuadores se propone hacer un aporte tanto teórico como histórico-empírico a la reflexión crítica dentro de las ciencias sociales que queda claramente expresado en la siguiente afirmación expuesta por Thwaites Rey y Ouviña: ―Es preciso, por tanto, trascender la rudimentaria concepción del Estado que lo concibe como bloque monolítico e instrumento al servicio de las clases dominantes, y avanzar hacia una caracterización que parta de su carácter de clase, pero que implique una elaboración más compleja, tanto de lo estatal como de la praxis política misma. Desde esta perspectiva, contradicción y asimetría constituyen dos elementos constitutivos de las configuraciones estatales en América Latina, que eviten caer tanto en una definición del Estado en tanto que ―fortaleza enemiga a asaltar‖, como en una de matriz populista que lo asemeja a una instancia totalmente virgen y a colonizar. En este sentido, la estrategia de ―guerra de posiciones‖ esbozada por Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel, aparece como una sugestiva metáfora para denominar a gran parte de las nuevas formas de intervención política que han germinado en los últimos años en la región, logrando distanciarse de los formatos propios del ―vanguardismo‖ elitista y de la vieja estrategia de ―asalto‖ abrupto al poder. A partir de ella, la revolución pasa a ser entendida como un prolongado proceso de constitución de sujetos políticos, que si bien parten de una disputa multifacética en el sena de la sociedad civil, no desestiman las posibilidades de incidencia y participación en ciertas áreas del Estado –aunque más no sea desde una perspectiva ―antagonista‖ que introduce ―elementos de la nueva sociedad‖ en el ordenamiento jurídico94

en pos de transformar sustancialmente sus estructuras simbólico-materiales, y avanzar así hacia una democratización integral y sustantiva no solamente del Estado, sino del conjunto de la vida social‖ (pp. 87-88). De esta forma El Estado en América Latina: continuidades y rupturas es un punto de encuentro obligado para comprender la compleja trama de relaciones sociales existentes en América Latina en esta inconclusa época de globalización que se articula con nuevos contrastes en un proceso de integración meandrazo y tensionado entre una multifacética trama de luchas en la cual los diferentes actores otorgan sentido e identidad a la política que nos abre la puerta para seguir construyendo un conocimiento plural, diverso y crítico sobre nuestra realidad.

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Revuelta Obrera y Masacre en la Forestal. Sindicalización y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen Alejandro Jasinski. Biblos, Buenos Aires, 2013, 278 páginas

Por Marianela Milanés Esta obra parte de una exhaustiva investigación sobre los trabajadores obreros del chaco santafesino de la Empresa La Forestal a comienzos del Siglo XX. Las investigaciones sobre las condiciones materiales de vida y la explotación a la que se encuentra sometida la clase obrera continúan siendo un tema pendiente en la historiografía. Teniendo por principal objetivo este libro, contribuir a conocer un poco más sobre la rica historia que poseyeron los obreros del tanino es que no solo examina la masacre de 1921 y su escenario político sino que también efectúa una detallada y necesaria síntesis histórica de la vida cotidiana de los trabajadores de la compañía. La obra está estructurada en cuatro partes. La primera de ella contiene 3 capítulos y es denominada ―El mundo de La Forestal‖ en la misma se analizan las difíciles condiciones de existencia y trabajo de los obreros de la región. La segunda parte ―La organización obrera en La Forestal‖ contiene tres capítulos, que se centran en el estudio de cómo estos obreros empezaron a organizarse en distintas entidades laborales para defender sus derechos, comenzando por Asociaciones de Socorros Mutuos para luego transformarse en sindicatos. Se detiene particularmente en el examen de la conformación del Sindicato de Obreros en Tanino y Anexos de La Forestal en 1919 y describiendo los primeros conflictos gremiales en especial la llamada ―Gran Huelga de 1919‖, destaca el accionar de la militancia que abrazaba los postulados ideológicos del sindicalismo y el anarquismo. La tercera parte denominada ―la ofensiva empresarial‖, contiene 5 capítulos y en ella el centro de la investigación es el comportamiento de la Patronal y sus agentes en La Forestal, reuniendo en un pormenorizado relato los distintos instrumentos, estrategias y herramientas empresariales usados para contener los reclamos obreros buscando exterminar la organización sindical por medio del accionar coercitivo de diversas fuerzas de seguridad y la creación de la Gendarmería Volante. La cuarta y última parte ―‖Reacción capitalista y estallido social‖ compuesta por dos capítulos profundiza en la abierta colaboración y pasividad de las autoridades gubernamentales tanto nacionales como provinciales, sin la cual las explotación laboral, las pésimas condiciones de vida y la represión patronal desatada contra los trabajadores no serían comprensibles. 96

―La Masacre de 1921 en La Forestal‖ se produjo en un contexto donde dos años antes habían tenido lugar los tristemente célebres hechos de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde , la consecuente reacción de actos callejeros, y feroces choques armados , la represión en los tallares metalúrgicos Vasena Hermanos y en toda la ciudad de Buenos Aires, la reacción inmediata de la creación de formaciones paramilitares como la Liga Patriótica , la ocupación del ejército y el desborde gubernamental. Serán estos factores y hechos contextuales los que difuminaran la relevancia de los sangrientos hechos ocurridos en el chaco santafesino. Es de destacar el notable esfuerzo que realiza el autor por rescatar del olvido estos episodios criminales que bajo la impunidad de la desmemoria, el debate acerca de las responsabilidad de la masacre quizás nunca se zanje. Acompañado de una solidez académica y una considerable consistencia analítica y argumentativa, esta obra nos permite aproximarnos a la existencia de una estructura productiva de corte colonialista que tuvo lugar en el país, la articulación de la misma con el clima de época y por sobre todo comenzar a replantearnos el rol que históricamente han jugado como cómplices e incluso como responsables de la desaparición de personas, estas clases dominantes que despliegan practicas asociadas a un determinado orden social.

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Colaboraciones Los trabajos con pedido de publicación deben ser remitidos revista Reflex mediante comunicación electrónica a [email protected] con copia a [email protected]. En todos los casos, deben ser trabajos originales o inéditos y no haber sido enviados para su publicación a otras revistas. Se podrán presentar artículos y ponencias en idioma castellano y portugués. Todos artículos recibidos son evaluados preliminarmente por la dirección y la secretaría de redacción de la revista. Una vez aprobados de acuerdo a su pertinencia y a sus requisitos formales, los artículos son enviados a evaluadores externos y sometidos a referato anónimo por pares expertos, quienes determinan si los artículos son publicables, si necesitan correcciones para ser publicables, o si deben ser rechazados. Los dictámenes de los evaluadores son inapelables en todos los casos. Todo el proceso puede durar entre tres y seis meses como mínimo. Una vez finalizado la revista se comunica con la/s autora/s para comunicar las decisiones y enviar los dictámenes. La inclusión de las correcciones que señalan los evaluadores será requisito para su posterior publicación. El envío de un artículo a la revista Reflex implica la cesión de la propiedad de los derechos de autor para que el mismo pueda ser editado, reproducido y/o transmitido públicamente para fines exclusivamente científicos, culturales y/o de difusión, sin fines de lucro. Para la presentación de los trabajos se sugiere observar las siguientes recomendaciones: 1. Deben presentarse dos copias electrónicas en las direcciones señaladas. 2. Los artículos no deben exceder las 18.000 y las reseñas bibliográficas no deben exceder las 2000 palabras. 3. Toda aclaración con respecto al trabajo, así como la pertenencia institucional del/los autor/es y su dirección electrónica, debe consignarse mediante asterisco (y doble asterisco, si fuese necesario) referido desde el título o el nombre del autor, respectivamente, al pie de la primera página. 4. Las referencias bibliográficas deberán seguir preferentemente el formato Harvard- APA (American Psychological Association): el apellido del autor y el año, y el número de página luego de dos puntos para los casos de citas textuales. Por ejemplo: Varios países latinoamericanos son casos de democracia delegativa (O’Donnell, 1997). “El presidente es considerado la encarnación de la nación y el principal definidor y guardián de sus intereses” (O’Donnell, 1997: 293)

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5. En el apartado bibliográfico, las referencias deben observar el siguiente orden, separados por comas: apellido del autor, inicial del nombre del autor, año (entre paréntesis), título de la obra (entre comillas si es un artículo, en itálica si es un libro o el título de una publicación), volumen, tomo, etc., lugar de edición, y editorial. Por ejemplo: O’Donnell, G. (1997). “¿Democracia delegativa?”, en O’Donnell, Guillermo, Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Paidós, Buenos Aires. 6. Las citas textuales se deben realizar en el idioma del artículo. Si se incluyen extractos de textos en otro idioma corresponde escribir la misma en la lengua del trabajo señalando mediante nota al pie que se trata de una traducción del autor mediante la expresión “Nota del traductor” o “N. del T.”. Así mismo se debe tratar de reducir las expresiones en otros idiomas únicamente a términos conceptuales que no cuenten con una traducción literal en la lengua del artículo, debiendo ser expresados en letra cursiva. 7. Todos los trabajos deberán ser acompañados de un resumen en castellano y otro en inglés, de hasta 150 palabras cada uno, y de un máximo de 5 palabras clave, también en ambos idiomas. Los editores no están obligados a mantener ningún tipo de comunicación con aquellos que han enviado sus trabajos, salvo que los mismos sean efectivamente publicados.

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