¿Progresismo? ¡No, gracias!

June 8, 2017 | Autor: J. Mantecón Sancho | Categoría: Progresismo
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Descripción

El Diario Montañés, 8 de febrero de 2013

¿Progresismo? ¡No, gracias! Joaquín Mantecón Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado

La degradación ideológico-política de nuestra sociedad ha terminado por vaciar de contenido palabras que antes tenían un sentido preciso. El dramático vacío que se advierte en la plaza pública de los valores, ha logrado crear una sensación generalizada de confusión. ¿Qué es hoy ser progresista? Por encima de slogans esgrimidos por partidos y grupos de presión, y que suenan a retórica hueca y a coartada ideológica, los valores progresistas sobreviven en las personas singulares realmente comprometidas con el hombre y su entorno vital. El progresismo no se identifica, hoy y ahora, con ningún partido. El progresismo es ajeno a las luchas partidistas por las cuotas de poder. El progresismo no se sujeta a las modas intelectuales (que pasan), y sabe cultivar un sano espíritu crítico para descubrir las múltiples trampas que le tiende la cultura oficial. Considero que el verdadero progresismo busca denodadamente el respeto y promoción de la igual dignidad del hombre, por encima de cualquier cosa. Está por encima de teorías y programas económicos, políticos y culturales, y tiene el valor aglutinador de un ideal costoso pero profundamente humano. Quienes se sienten comprometidos en esta tarea saben que términos como solidaridad, acogida, engagement, defensa de los débiles, etc., no pueden constituir una especie de alibi. A progresismo se contrapone aburguesamiento, conformismo, pasotismo, consumismo, lo radical-chic y el minculpop. Desconfíe de los progresistas de boquilla. Se les descubre enseguida por su innata capacidad para escurrir el bulto en cuanto hay una ocasión de hacer algo que realmente valga la pena y suponga un mínimo esfuerzo. Todas estas consideraciones me venían a la mente al considerar el ambiente que reina en USA en el 40 aniversario de la sentencia del Tribunal Supremo norteamericano (me niego a llamarle Corte Suprema) Roe vs. Wade, que legalizó el aborto el 22 de enero de 1973. Entonces, muchos progresistas de salón se permitían tachar a los provida de clericales, involucionistas y retrógrados. Hoy el clima ha cambiado de forma clamorosa. Los pro-vida no sólo han dejado de ser minoritarios, sino que son los más jóvenes y con mayor nivel de educación. Y se entiende. En una sociedad narcotizada por el consumismo, los reality shows, la corrupción galopante, la mentira institucionalizada y la búsqueda incondicionada del placer (¿habrá que constitucionalizar el derecho al placer?), la gente que piensa sabe colocar las cosas en su sitio. Así, ha puesto en evidencia las razones últimas de los pro-choice, alentadas por una corriente cultural, económica y política que defiende una concepción de la sociedad basada en la eficiencia: quien con su enfermedad, su minusvalía o, más simplemente, con su misma presencia ponen en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien hay que eliminar.

El Diario Montañés, 8 de febrero de 2013

Quizás el más lúcido diagnóstico estriba en señalar un falso concepto de libertad como causa última de esta cultura de muerte. Si la libertad se desvincula de los valores fundantes de la convivencia, si prescinde de los datos objetivos de la realidad que le circunda, acaba por confundirse con la mera opinión subjetiva, e incluso con el egoísmo y el mero capricho. Utilitarismo a ultranza, justificación del egoísmo burgués y relativismo moral absoluto, constituyen los fundamentos más sólidos para una segura degradación social, como la experiencia social cotidiana tiende a revelar cada vez con más evidencia. Y la democracia no puede ser utilizada como coartada para justificar los anti-valores. Y es que, en definitiva, el problema de la defensa del derecho a la vida, va indisolublemente unido al problema de la defensa de los derechos humanos, y por tanto del auténtico progresismo. La aceptación del aborto o la eutanasia, supone una pérdida del sentido de la realidad: se niega la igualdad en la titularidad del primero de los derechos, sin el que no pueden afirmarse todos los demás. Hay que recuperar el sentido del Derecho, su estructura ontológica, como respeto universal al otro. Lo primario en la ordenación social propia del Derecho es partir de la realidad: en este caso la existencia de un ser humano que es idéntico –en cuanto individuo– al que un día morirá. Ciertamente, volver a la roca Tarpeya, no parece que constituya un progreso en ningún sentido. Esto es en definitiva lo que los pro-vida achacan a los partidarios del aborto y la eutanasia: su incoherencia y su egoísmo. Se predican los derechos humanos, y se conculca el primero de ellos. Una sociedad que comienza por justificar la muerte en algunos casos, acaba por desentenderse del valor y dignidad de la vida humana, y tras el aborto libre abre la puerta a la eutanasia. En España tenemos que repensar estos temas despolitizándolos. Me parece que un sólido fundamento para avanzar en esta lucha lenta, ardua, pero justa y estimulante en favor de los derechos humanos ha de basarse en la idea de que el hombre sea respetado por el mero hecho de serlo, y no por su tamaño, lo que tiene o lo que puede (o lo que no puede). Y en esta lucha hay sitio para todos.

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