PROFESIONALIZACIÓN DE LA GESTIÓN CULTURAL

July 8, 2017 | Autor: Iliana Muñoz | Categoría: Gestión Cultural
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Descripción

PRODUCTO INTEGRADOR

PROFESIONALIZACIÓN DE LA GESTIÓN CULTURAL

Haydeé Iliana Muñoz Vélez

INTRODUCCIÓN

C

omo profesión se dice que la más antigua es la prostitución, si alguna le sucediera a esa, sería la gestión cultural. La cultura, como palabra en sí

misma causa polémicas, desacuerdos, y llevamos lo que el hombre es hombre tratando de definirla. Lo que en algo concuerdan todas las definiciones es que la cultura es inherente al hombre, por lo tanto, antes del sedentarismo, en los rituales de caza que posteriormente serían denominados arte rupestre, en las manifestaciones predancísticas o premusicales que se hacían por miedo u honor a un Dios, en el teatro griego, que también era un ritual, definitivamente había cultura. Y en todas y cada una de estas relaciones sociales, e incluso en la primera mencionada, la prostitución, siempre ha habido alguien “organizando”. Desde aquel al que se le ocurre la idea, sea cual fuera el objetivo, comer o llegar al nirvana, hasta aquel que se encarga de los detalles, siempre hay líderes y comunidades, el prototipo de ciudadanía del que nos habla y reclama a los gestores culturales Toni Puig (2004). Es inconcebible pero cierto, solo a esta humanidad tan compleja se le pudo haber ocurrido tardarse tantos siglos en profesionalizar una actividad que de tan constante, no se antojó como profesión, fue más fácil hablar de vocación, inspiración, voluntarismo, iniciativa. Y si bien todo esto es necesario para un gestor cultural, dichas capacidades y competencias, atribuidas también a los artistas, hacían que hablar de academia para el gestor cultural sonara tan a broma como la universidad para clowns. El arte mismo, que durante mucho tiempo se vinculó a las musas, se institucionalizó mucho antes, reconociendo la mancuerna que el talento tiene que hacer con la técnica. Y hoy por hoy, después de que la bella durmiente “Gestión Cultural” despertó, ¿dónde estamos, le supo bien el beso exterior o prefería seguir soñando, reconoció su pueblo, el arbusto hecho roble y peor aún, qué hizo su comunidad cuando la vio salir gritando su existencia, la abrazó, la rechazó o la ignoró?

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DESARROLLO

E

s difícil decir qué etapa vive actualmente la gestión cultural con lo que respecta a su profesionalización. Cada año surgen nuevos programas de

estudio de grado, la democratización de la información producto del devenir tecnológico provoca que cada vez sean mayores las oportunidades, los canales y las exigencias para el ya gestor o el que pretenda serlo. Los artistas emergentes, a comparación de los de antes, ahora acuñan

el término y se ven a sí mismos como autogestores; los viejos gestores, los empíricos, que aun tienen en su oficina el letrero que los autoriza como organizador, promotor, jefe de departamento, de arte, cultura, actividades socioculturales, etcétera, no están dejando la silla y un porcentaje grande de ellos tampoco se decide a profesionalizarse, y en medio de este mar humano están los otros, los que también le dijeron sí a la gestión cultural pero desde la academia, la investigación, docentes o alumnos que, ante esta joven carrera son hacia donde se dirigen los ojos de quienes se preguntan, ¿a dónde va a parar todo esto? Un elemento a destacar es que aquellos que deciden

insertarse a las filas desde el último sector descrito, provienen de una profesión previa, dotados de una edad, experiencia y técnica en otra área, constituyendo per se un perfil distinto al recién ingresado a licenciatura, que emana del bachillerato directamente. Lo que es verdad es que el crecimiento profesional de la gestión cultural, no sabemos si vertical u horizontal, pero su levadura, es potente. En muy poco tiempo podría convertirse incluso en una carrera “de moda”, su misma característica holística propicia que esto suceda. Si de lo que se trata es de “gestionar la cultura”, hablamos de que lo único inamovible del término es “la”. Cultura ya está suficientemente peleada como concepto, como gestión se habla lo mismo de administrar que de concebir (por gestar), así que si creíamos que a la cultura le era suficiente con la discusión en torno a ella, nos equivocamos, su ambición la orilló a hacerse de una compañía barroca también. Ante este panorama, nos encontramos con que la gestión cultural puede estar lo mismo en una Facultad de Economía que en una de Humanidades, sus

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competencias requieren la agudeza y frialdad de las estadísticas y las gráficas a la vez que, convirtiéndose éstas en tridimensionales adquieren sensibilidad, conciencia, filosofía, etcétera. Hoy se habla de cientos de planes de estudio; en México simplemente ya contamos con casi dos decenas de programas de grado y, aun cuando en la calle sigan transformando su rostro en signo de interrogación ante un “Estudio Gestión Cultural en la UDG”, es verdad que la cara ha ido bajando de potencia en solo cuatro años, dejó de tener dramatismo y aunque el imaginario colectivo tenga una idea rara de lo que oye, tiene una idea, su idea se relaciona con antropología, sociología, danzas, música; la mezcla y la confusión no están lejanas del quehacer, y no por la falta de estructura sino porque el campo de trabajo del gestor cultural es muy amplio, es un todólogo en el sentido que refieren Méndez y Orozco (2007) a los teatreros de Guadalajara –aunque así son los de todo México-. El gestor cultural de hoy sigue siendo, no sé si por desgracia o por fortuna, aquel que Mac Gregor (2002) describe como un hecho pasado, un ser que programa por intuición, se inclina por el arte de élite o por manifestaciones populares, evalúa por compromiso y se encarga de arreglar, limpiar, tomar la foto, cortar el listón y sonreír. Esto se debe a que, a pesar del florecimiento académico de la profesión, el sistema y las políticas culturales en México no se han renovado al ritmo de sus aulas. Los jefes siguen siendo administradores, abogados, contadores, y de ahí para abajo, la pirámide no se renueva ni se prepara necesariamente. En un principio, hace cuarenta años, fue muy valioso comenzar con seminarios, talleres y cursos de profesionalización, hoy en día eso no es suficiente. Ese mecanismo sirvió para contener las necesidades sociales, para sobrellevar una demanda que se volvía obvia, para darles currículum a los próximos formadores de gestores culturales. Pues si bien es cierto que casi en cualquier profesión, existe primero la praxis y luego la teoría, en el campo de la gestión cultural la teoría y la investigación llegaron muy tarde. Una vez que se establecieron han propiciado la reflexión, en el sentido de reflejar y contrastar la acción con la palabra; han elevado el nivel de ambos canales y son parte fundamental del crecimiento mencionado previamente. Pero hoy en día, cuando ya existen teóricos que llevan treinta años dándole vueltas al asunto, escribiendo, observando, cuantificando, borrando y

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volviendo a escribir, la exigencia en la profesionalización se vuelve indispensable. Hoy ya no puede haber conformismo, ni en cuestión de credenciales académicas ni en cuestión de actitud. El gestor cultural debe tener hambre de conocimiento, de poner en práctica con su comunidad sus ideas, y debe también, buscar ser un gestor canguro (Puig, 2005) –explorar, innovar, hacer, abrirse, hacer, arriesgarse, hacer, escuchar-, no solo ser un “administrador de los recursos de una organización cultural con el objetivo de ofrecer un producto o servicio que llegue al mayor número de público o consumidores, procurándoles la máxima satisfacción” (Bernárdez, 2003). Martinelli, apenas en el 2001, opinaba que no debían existir los estudios de licenciatura en gestión cultural, sino una educación más informal o bien dejarla para estudios de posgrado. Hoy día, que ya emergen los egresados de licenciaturas en gestión cultural, con una formación de cuatro años que aunque parece reiterativa, pone el dedo en la llaga al moldear un futuro profesional administrador, mercadólogo, sociólogo, creativo, evaluador, se hacen menester maestrías y doctorados óptimos para estos licenciados, personas que después de cuatro años desean especializarse. Desgraciadamente los programas de posgrado están abiertos para cualquiera que posea un título de licenciatura, no importa si es médico, arquitecto, actuario o actor, si quiere estudiar la maestría en gestión cultural, adelante. Esta inexactitud en el perfil de ingreso aunada a la ausencia de una oferta digna para un recién egresado de licenciatura en gestión cultural para seguirse formando en el área, hablan de una deficiencia en el campo, la de la falta de seriedad. Las ciencias sociales han luchado durante años por adquirir ante la sociedad el mismo respeto que las naturales, sin embargo actitudes como esta son las que propician la sensación de juego; aun cuando Martinelli (2001) afirma que la Gestión Cultural no es ni por poco una ciencia, habla de la necesidad de establecer contenidos serios. Un licenciado el Gestión Cultural no podría, aunque quisiera, hacer un posgrado en ingeniería, medicina o arquitectura, ¿por qué lo contrario sí es posible? Esto no significa, sin embargo, que apoye la postura de Martinelli, el grado en gestión cultural, que no en promoción cultural, pues desde la nomenclatura limita las capacidades y competencias; es necesario para la sociedad y para la multiplicidad de sectores que cruzan con la profesión. Lo

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que ahora habrá que recalcar es la continuidad de los estudios, pues al revisar un programa de maestría, un recién egresado en gestión cultural descubrirá que le esperan dos años con el treinta por ciento de contenidos que ya vio en la licenciatura. Cantidad y calidad tendrán que fusionarse, como ha ido sucediendo con la producción de revistas que dan cuenta sobre las investigaciones en gestión cultural recién salidas del horno. Por ahora, aunque afortunadamente las bibliotecas, físicas y virtuales ya cuentan con colecciones derivadas de la Gestión Cultural, la frescura que ciñe a la profesionalización es un hecho. Estamos ante los primeros conejillos de indias de una educación más formal. Aquellos que tomaron seminarios, diplomados, actualizaciones y cursos, se hicieron a corto plazo maestros de los futuros licenciados, y es tiempo de tomar una butaca cómoda para ver qué planean, ejecutan, relatan, reinterpretan, analizan e investigan los recién licenciados en gestión cultural. Seguro habrá tanto para protagonistas como para el público, risas, llantos,

burlas,

mala

relación

calidad-precio,

aplausos

y

complicidad;

esperemos que haya comunión y congruencia y, estemos en la década que nos toque estar, etiquetados bajo el posmodernismo de apellido tal y el managment del que tanto se burla Puig (2004), que haya comunicación entre el gestor y su comunidad, que sus acciones hagan indispensable su quehacer, que la sociedad se pregunte cómo sucedieron las cosas antes, y no que pase sin pena ni gloria en el trabajo de campo, la profesionalización del gestor cultural.

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CONCLUSIONES

E

s un ejercicio curioso el de hacer una pausa en medio del huracán para elaborar una reflexión sobre él, siendo uno, como es, individuo llevado,

casa volando, ventanas abiertas y personaje comiendo palomitas mientras ve el desastre. La analogía no la hago por el lado negativo sino por el movimiento

agitado, constante, imparable y actual que es nuestro objeto de estudio en el presente texto. Hacia donde uno quiera ver hay gestión cultural, en la educación, desde

la básica hasta la superior, en las oficinas, en los centros culturales y artísticos, en la calle. Es decisión de cada quien el camino a seguir, ese es el reto, escoger entre la variedad tan amplia de nuestro quehacer. Si hubo o no investigaciones, si hubo o no publicaciones, si las universidades se tardaron poco o mucho en integrar un programa de estudios a su oferta curricular, hoy es objeto de análisis, por supuesto, pero sobre todo, es simplemente la base para todo lo que hay que hacer hoy en proyección hacia el mañana más inmediato. La profesionalización ha abierto brechas e imprentas, ha dejado tinteros ansiosos por ser usados para todo lo que hay que decir, lo que es un hecho es que habrá cambios estructurales, si esto será bueno o malo para la cultura, para la sociedad, no lo sabemos, no tendría por qué serlo si, dentro de la formación se le enseña al gestor que piense en el qué antes de cómo, que piense en términos de intervención ante una necesidad, pero habrá que ver si la sociedad soporta el traslado de la teoría a la práctica de una manera afable. Lo que es cierto es que, hasta ahora, la sociedad, demandante de profesionales a cargo de todas esas actividades inmersas en la cotidianeidad, ha sido cooperativa, exigiendo, aportando, abriendo espacios, recibiendo y empujando al ahora licenciado, maestro o doctor en gestión cultural hacia la calle, los escenarios, los cubículos, los espacios de producción.

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FUENTES CONSULTADAS

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