\"Producto\", en Revista Narrativas, número 36 Ene-Mar 2015.: pp. 53-59.

July 27, 2017 | Autor: Luis Topogenario | Categoría: Literatura Latinoamericana, Literatura Comparada, Literatura Nicaragüense
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Descripción

narrativas r e v is t a de na r ra t iv a c o n t e m p o rá ne a e n c a s t e l l a n o

Número 36 Enero-Marzo 2015

ISSN 1886-2519 Depósito Legal: Z-729-2006

● Ensayo

“Nombre falso” y la doble herencia: dinero y tradición en la obra de Ricardo Piglia, por Francisco Ángeles Tensiones en la ficción indigenista de José María Arguedas: Para una relectura de “La utopía arcaica” de Vargas Llosa, por Ludy Sanabria ● Relato

El plan, por Alfonso Ruiz de Aguirre La pensión del abuelo, por Antonio Tejedor García Una historia sin final, por Susana Pacifici Domingos: del placer, el amor, la lealtad, y el camino, por Carlos Aymí El sendero, por Elena Casero Dos relatos, por Mari Carmen Moreno Mozo Lobo Feroz, por Xuan Folguera

Microrelatos, por Diego Álamo El regreso de la hija pródiga, por Carlos Manzano Producto, por Topogenario Charlie, por Lauren Honrado Jacobo y yo, por Leonardo Moreno Pareos al viento, por Marta Ezquerro Tres relatos, por Ramón Araiza Quiroz La noche del accidente, por Sylvia Ortega

● Novela

Ella pinta, por Marta Aponte Alsina ● Narradores

Daniel Corpas Hansen ● Miradas

¿Por qué escribir en presente?, por Pablo Gonz Novela, cine y poesía. Ensayos críticos de Juan Cano Ballesta, por José López Rueda ● Aniversarios

Revisión de “La mina”, de Armando López Salinas, por Pedro M. Domene ● Reseñas

“El general y la musa” de Román Piña Valls, por Miguel Baquero “Todo lejos” de Alfons Cervera, por José Luis Muñoz “El sueño del depredador” de Óscar Bribián, por María Dubón “Parece que cicatriza” de Miguel Sanfeliu, por Juan Herrezuelo “Te veo triste” de Fernando Sanmartín, por María Dubón “Canciones para una música silente” de Antonio Colinas, por José Luis Muñoz “La ira de los ángeles” de John Connolly, por José Luis Muñoz ● Novedades editoriales

N a r r a t i v a s . Revista de narrativa contemporánea en castellano Depósito Legal Z-729-2006 — ISSN 1886-2519 — Año VIII Coordinador: Carlos Manzano Consejo Editorial: María Dubón - Emilio Gil - Nerea Marco Reus - Luisa Miñana

www.r e v istan ar r ativ as.co m — n ar r ativa s@h ot mai l.c o m arrativas es una revista electrónica que nace como un proyecto abierto y participativo, con vocación heterodoxa y una única pretensión: dejar constancia de la diversidad y la fecundidad de la narrativa contemporánea en castellano. Surge al amparo de las nuevas tecnologías digitales que, sin querer suplantar en ningún momento los formatos tradicionales y la numerosa obra editada en papel, abren innumerables posibilidades a la publi cación de nuevas revistas y libros al abaratar considerablemente los costes y facilitar la distribución de los ejem plares. Inicialmente editada en formato PDF, dada la similitud de este formato con las tradicionales revistas hechas en papel, hemos decidido también publicarla en formato ePub, de modo que sea perfectamente legible en el conjunto de dispositivos electrónicos de lectura cada vez más presentes en nuestra vida cotidiana.

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Envío de colaboraciones: La rev ista Narrativas versa sobre diversos aspectos de la narrativa en español. Está estructu rada en tres bloques fundamentales: ensayo, relatos y reseñas literarias. En cualquiera de estos campos, toda colaboración es bien recibida. Las colaboraciones deberán enviarse por correo electrónico como archivo adjunto en formato DOC o RTF. En su momento, los órganos de selección de la rev ista decidirán sobre la publicación o no de los originales recibidos. No se fija ninguna extensión máxima ni mínima para las colaboraciones, aunque se v alorará la concisión y el estilo. Se acusará recibo de cada envío y se informará de la aceptación o no del mismo. Los autores son siempre los titulares de la propiedad intelectual de cada tex to; únicamente ceden a la rev ista Narrativas el derecho a publicar los textos en el número correspondiente.

SUMARIO - núm. 36

“Nombre falso” y la doble herencia: dinero y tradición en la obra de Ricardo Piglia, por Francisco Ángeles ............................................................... 3 Tensiones en la ficción indigenista de José María Arguedas: Para una relectura de “La utopía arcaica” de Vargas Llosa, por Ludy Sanabria .... 15 El plan, por Alfonso Ruiz de Aguirre ..............23 La pensión del abuelo, por Antonio Tejedor García ...............................................................30 Una historia sin final, por Susana Pacifici .............33 Domingos: del placer, el amor, la lealtad, y el camino, por Carlos Aymí ..........................................40 El sendero, por Elena Casero ..............................42 Dos relatos, por Mari Carmen Moreno Mozo .....44 Lobo Feroz, por Xuan Folguera ..........................45 Microrelatos, por Diego Álamo ...........................47 El regreso de la hija pródiga, por Carlos Manzano .....................................................................48 Producto, por Topogenario .................................53 Charlie, por Lauren Honrado ............................60 Jacobo y yo, por Leonardo Moreno .....................68 Pareos al viento, por Marta Ezquerro ...................74 Tres relatos, por Ramón Araiza Quiroz ...............75

La noche del accidente, por Sylvia Ortega .............. 77 Ella pinta, por Marta Aponte Alsina ................. 79 Narradores: Daniel Corpas Hansen ................... 83 ¿Por qué escribir en presente?, por Pablo Gonz ...... 91 Novela, cine y poesía. Ensayos críticos de Juan Cano Ballesta, por José López Rueda ......................... 93 Revisión de “La mina”, de Armando López Salinas, por Pedro M. Domene ..................................... 96 “El general y la musa” de Román Piña Valls, por Miguel Baquero ................................................ 99 “Todo lejos” de Alfons Cervera, por José Luis Muñoz ........................................................... 101 “El sueño del depredador” de Óscar Bribián, por María Dubón ................................................. 102 “Parece que cicatriza” de Miguel Sanfeliu, por Juan Herrezuelo ..................................................... 103 “Te veo triste” de Fernando Sanmartín, por María Dubón ........................................................... 104 “Canciones para una música silente” de Antonio Colinas, por José Luis Muñoz ......................... 105 “La ira de los ángeles” de John Connolly, por José Luis Muñoz .................................................... 106 Novedades editoriales .................................... 108

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Ensayo

NOMBRE F ALSO Y LA DOBLE HE REN CI A: DINE RO Y TRADI CI ÓN EN LA OBRA DE RICARDO PI GLI A

por Francisco Ángeles

En «Homenaje a Roberto Arlt», el primer relato del díptico que compone Nombre falso , encontramos una anécdota altamente significativa. El episodio, supuestamente escrito por Arlt, quien a su vez supuestamente está citando a Máximo Gorky, ocurre en la Rusia inmediatamente posterior a la caída del zarismo. Gorky refiere, según Arlt, de acuerdo al narrador del relato, que unos campesinos rusos fueron alojados en el palacio de los Romanov durante un congreso. Lo curioso del asunto es que durante su estadía los campesinos usaron los delicados jarrones que adornaban el palacio, considerados obras de arte, como orinales. Gorky ve en este hecho simple ignorancia; Arlt, por su lado, sostiene que los campesinos actuaron como críticos de arte y que al orinar sobre los jarrones no hicieron otra cosa que buscar la utilidad del «objeto bonito». Y, a través de esta nueva manera de utilizarlos, ne gaban que la belleza fuera universal y que «es más bella cuanto menos sirve » (120). El crimen contra el arte, de acuerdo a la lógica del supuesto Arlt, no es otro que un crimen contra la idea de propiedad. Esta anécdota condensa bastante bien parte de la poética que Ricardo P iglia ha desplegado a lo largo de su obra. Encontramos en ella tres elementos que funcionan como soportes básicos de su proceso de escritura: las versiones (supuestamente Gorky, supuestamente Arlt), el uso de los objetos artísticos (qué se puede hacer con ellos) y la propiedad. Este triángulo podría bastar como punto de partida para entender desde qué lugar y bajo qué presupuestos surge la obra de P iglia, y cómo sus ejes interactúan y se desarrollan al interior de Nombre falso , y por extensión, al resto de su obra. Para ello, veremos en primer lugar en qué sentido la dualidad es un mecanismo muy utilizado por P iglia, tanto al leer como al escribir, y cuáles son las consecuencias de dicha utilización. En segundo lugar, analizaremos el cuento «Homenaje a Roberto Arlt» para definir de qué manera ese relato se apropia de la tradición argentina, la usa para sus propios fines, y puede ser leído como núcleo del resto de su obra. Finalmente, veremos cómo el concepto de propiedad surge de un ámbito económico y, a través de la lectura de Roberto Arlt, llega a lo literario, no como simple temática, sino más bien como su origen y posibilidad.

B ORGES Y LA DOB LE FILIACIÓN En uno de los episodios más conocidos de Respiración artificial, Emilio Renzi, a lter ego de Piglia, se pone a discutir sobre literatura argentina con Marconi, poeta entrerriano. La conversación se centra en la dicotomía Borges/Arlt, que tal como el mismo P iglia confiesa, era la discusión que apareció cuando él empezaba a escribir (2001a, 158). La hipótesis de Renzi es bastante conocida: Arlt es el único escritor argentino verdaderamente moderno, mientras que Borges es el mejor es critor argentino del siglo XIX. Los argumentos que utiliza Renzi para justificar esta hipótesis ayu dan a definir el territorio que el mismo P iglia ha utilizado como espacio a intervenir. Basta recor dar que, de acuerdo a dicha hipótesis, Borges se inserta en las dos líneas básicas de la literatura argentina del siglo XIX: la gauchesca y el europeísmo, cuyos respectivos paradigmas serían el Martín Fierro de José Hernández y el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Borges, por tanto, viene signado por una doble filiación: la gauchesca y el europeísmo, una doble tradición que evidencia sus características en los dos tipos de cuentos que Borges cultivó: por un lado los cuentos sobre el honor y la violencia, cuentos de cuchilleros vinculados a la tradición oral y, en consecuencia, a la reproducción del habla; por el otro, el europeísmo, ligado a las bibliotecas, la

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tradición, la circulación de citas y referencias. Borges, por tanto, no crea desde el vacío sino que opera dentro de esta tradición, la interviene para resumirla y clausurarla. Este sistema binario atribuido a Borges es usado por P iglia en más de un sentido. Como apunta Idelber Avelar, «el gesto fundamental de P iglia consiste, entonces, en reinscribir a Borges en el interior de una tradición respecto de la cual sus cuentos a menudo creaban la ilusión, el efecto imaginario, de una independencia absoluta » (2000: 76). Pero lo más interesante es comprobar que Piglia no solo sigue en cuanto lector la dicotomía planteada, sino que a grandes rasgos podemos vincular dos de las tres novelas por él publicadas con cada una de las corrientes que él mismo identifica en Borges: por un lado, Respiración artificial (1980) se vincula con la biblioteca, las citas, las discusiones en torno a la literatura; por el otro, Plata quemada (1997) y su historia de delincuentes, resistencia, balas, muerte y una especie de heroísmo ilegal actualiza el culto al honor, la valentía, la bravura, rasgos esenciales de la gauchesca. P iglia identifica además la gau chesca con un uso específico de la lengua, y en Plata quemada sigue este precepto y lleva a cabo una reconstrucción de la oralidad y el lenguaje popular de Buenos Aires. No es difícil encontrar ejemplos sobre el vocabulario y los ritmos del habla dentro de una novela que se encuentra narrada de tal manera que produce la ilusión de ser una copia fiel del habla po pular del tiempo y lugar donde suceden las acciones (Buenos Aires y Montevideo entre 1965 y 1966), lo que en última instancia apuntala la sensación de «hecho real» con que la novela se pre senta. Por tanto, en ambas novelas encontramos elementos que permiten su identificación co n las corrientes que Borges, de acuerdo a la teoría de Renzi/P iglia, resumió. Sin embargo, estas dos líneas que P iglia usaría como marco en las dos novelas mencionada se encuentran anticipadas en Nombre falso (1975). Apuntemos un hecho curioso y bastante s ignificativo: P iglia dice que no es casual que Borges haya juzgado como su mejor cuento a «El sur», justamente porque en él «esas dos líneas se cruzan, se integran» (2001b, 132). Precisamente porque P iglia remarca que no es casualidad que Borges juzgue a «El sur» como su mejor cuento, nosotros podemos agregar que tampoco debe ser casual que P iglia haya dicho sobre Nombre falso que «estoy seguro de que es lo mejor que he escrito» (2002, 11). El cruce entre los dos mundos en «El sur» (cuchilleros y bibliotecarios, paradigmas de las dos corrientes) encuentra su variante en los delincuentes e intelectua les que protagonizan las dos novelas de P iglia antes mencionadas. Vamos a proponer que Nombre falso efectivamente anticipa las otras dos novelas y que por ello, al igual que ocurre con Borges y «El sur», sería el hijo predilecto de su autor porque funciona como núcleo desde el cual se irradia el sentido estructural del resto de la obra. Pero para ello sería necesario demostrar cómo, en primera instancia, la dualidad está presente también en Nombre falso , más allá del simple hecho de que esté conformado por dos partes. En vista de que ya desde el título («Homenaje a Roberto Arlt»), la primera parte parece explícita en sus intenciones, vamos a detenernos en el homenaje como género, y lo vamos a utilizar como clave para desentrañar en qué medida, y en qué sentido, la dualidad está implícita en dicho relato. Tal como apunta Christian Estrade, el homenaje es un género «personal» y «multiforme» (83) que Piglia practica en distintos textos. El artículo de Estrade sugiere que en La ciudad ausente , donde el homenaje a Macedonio Fernández es visible ya desde la concepción de la Máquina -Mujer que produce relatos, existe además un homenaje oculto, implícito, un homenaje a descifrar, a Rodolfo Walsh. En La ciudad ausente el intento de recuperar a la mujer perdida lleva a la construcción de una máquina con su voz mediante la cual ella se vuelva «Eterna», gesto que sigue «el que ha sido el disparador y el motivo de toda la obra de Macedonio: recuperar a la mujer amada » (91). Pero al mismo tiempo, de manera implícita, esta máquina es también un homenaje a Rodolfo Walsh: la Máquina-Mujer en su vocación por el relato directo es una forma de homenaje a Walsh y su elec ción por el testimonio como arma literaria productiva. En su condición de máquina política que el Estado quiere silenciar, este artefacto, por tanto, sería también un homenaje al autor de Operación masacre. Más allá del caso específico referido por Estrade, nos interesa el procedimiento: un homenaje oculto detrás de otro visible. La idea parece coherente con recursos tales como el ocultamiento, la dificultad de descifrar, los problemas de interpretación que hallamos en los textos de P iglia. Pero además, encontramos que dicha idea también parece una extrapolación de una conocida teoría de

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Piglia, expuesta en Formas breves, que se resume en la idea: «un cuento siempre cuenta dos historias» (105). Estas dos historias no son distintas y tampoco son narradas una detrás de otra ni de manera intercalada, sino que aparecen a un mismo tiempo, una de manera explícita y la otra oculta : El cuento es un relato que encierra un relato secreto. No se trata de un sentido oculto que de penda de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada. ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra? Esa pregunta sintetiza los proble mas técnicos del cuento… Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes (107-108, énfasis en el original). De esta tesis podemos inferir que todo homenaje tiene implícito uno adicional, un segundo home naje que se encuentra oculto. ¿Existe en Nombre falso otro homenaje además del «Homenaje a Roberto Arlt?» Para responder a esta pregunta, empecemos definiendo qué es exactamente el texto atribuido a Arlt («Luba»), la segunda mitad de Nombre falso , la otra cara del homenaje a Arlt. La cuestión autoral de este cuento, al menos de una manera que para evitar complicaciones llamare mos empírica, ha sido bien resumido por Jimena Néspolo: A más de tres décadas de su publicación, la crítica ha finalmente resuelto que todo lo que se presenta en «Homenaje…» es falso, desviado o engañosamente intervenido, ya sea el retrato autobiográfico de Arlt (construido a base de un montaje de textos arltianos), los apuntes para una novela (fraguados con citas explícitas de Gorki, Trotski, Balzac, y citas encubiertas de Arlt, Onetti, Borges, Brecht y el mismo Piglia), hasta llegar a la rimbombante falsificación de «Luba», un cuento de Andreiev («Las tinieblas») en traducción de Ariel Casablanca, correlato empírico de una de las hipótesis críticas centrales del texto, esto es: la literatura de Arlt es una suerte de plagio de las malas traducciones españolas de la literatura rusa (110-111). «Luba», por tanto, es en principio un cuento del escritor ruso Leonidas Andreiev recogido por Piglia, quien en Nombre falso lo presenta como un inédito de Roberto Arlt. Pero no de manera mecánica, tal como parece sugerir Néspolo, sino con un final distinto y, tal como apunta Berg, utilizando un estilo que «barbariza y traduce al lunfardo la edición española del cuento de An dreiev» (31). Este gesto, en primer lugar, es una manera de usar la literatura preexistente, encontrarle una función distinta de la que tuvo en su origen (gesto análogo al de los campesinos rusos y los jarrones citado al empezar este estudio). Estamos de acuerdo con Néspolo en que «Luba» atribuido a Arlt es el correlato de la hipótesis por ella mencionada, pero nos parece conveniente agre gar que, además de lo estrictamente arltiano, la clave del relato está en que la utilización del mate rial de Andreiev viene definida con un evidente influjo borgeano. Basta recordar el célebre cuento «P ierre Menard, autor del Quijote» que, como sabemos, es el relato de un escritor empeñado en escribir (sin copiar) dos capítulos de la novela de Cervantes que coincidan exactamente con el original. Borges, en «P ierre Menard…», pone el contexto en primer plano, y por ello la lectura depende del lugar desde el cual se lee: lo que en el Quijote original es «un mero elogio retórico de la historia » (58), en Menard se convierte en una «idea asombrosa » (59). Los siglos ocurridos entre una y otra versión modifican el marco de lectura y, en consecuencia, el sentido del texto. Por otro lado, colocar a Arlt como autor de un cuento ruso decimonónico no es un juego literario gratuito sino la aplicación del «anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas » (61), con todas las implicancias y la utilidad que dichos recursos permiten. Escribe Borges en «P ierre Menard…»: «Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo , ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales? » (61). Señalemos, además, algunas coincidencias adicionales: tanto «P ierre Menard…» como «Homenaje…» se presentan como reportes y no como textos de ficción. El primero es definido como una «nota» que tiene dos objetivos: bosquejar la imagen de Menard y justificar su obra «quijotesca » (52). El segundo se presenta como «un informe o mejor un resumen» (97) uno de cuyos propósitos sería demostrar la propiedad de un texto de Arlt. Al igual que su par borgeano aplica con Menard, «Homenaje…» bosqueja parte de la vida de Arlt (sus últimos días, dedicados a la fabrica ción de unas medias de goma) (97). Adicionalmente, ambos textos incluyen notas a pie de página, tal como corresponde a un informe literario, y hacen alusiones directas al autor del informe, quien

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escribe en clave de testimonio: el P iglia narrador del «Homenaje…» cuenta las peripecias que le ocurren en su búsqueda del relato inédito, y el narrador de «P ierre Menard…» dice sobre sí mismo, como anticipándose a un hipotético cuestionamiento: «Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad» (47). Los dos, además, son informes realizados después de las muertes de los autores estudiados, y en sus páginas iniciales incluyen enumeraciones de sus respectivas obr as (las de Arlt inéditos y textos no recopilados en libro; las de Menard, las que publicó, pero también la que no llegó a buen término, es decir, la quijotesca). Las dos, finalmente, incluyen listados de fechas y editoriales, y se detienen en las obras invisibles de los autores: la inédita en un caso, la inconclusa en el otro. La obra quijotesca de Menard es, por tanto, la equivalente a «Luba». «Luba», en consecuencia, más que arltiana o del mismo Andreiev, dentro del sistema de P iglia es una obra menardiana; es decir, borgeana. Las líneas de intervención de P iglia quedan marcadas desde aquí con nitidez. Siguiendo con la idea del homenaje oculto planteado líneas atrás, encontramos que el «Homenaje a Roberto Arlt» es lo que su nombre indica, pero es también un homenaje soterrado, secreto, a Borges. Este as pecto queda marcado en el epígrafe del libro que incluye la nouvelle del mismo nombre. Como apunta Berg: La falsa atribución en la cita que sirve de epígrafe al libro Nombre falso («solo se pierde lo que realmente no se ha tenido») da comienzo a un cruce inesperado entre Borges y Arlt para la lógica de lectura heredada. Esta cita atribuida a Arlt pertenece al ensayo borgeano «Nueva refutación del tiempo» y también nos recuerda a unos versos del poema «1964» perteneciente a l libro El otro, el mismo de Jorge Luis Borges («nadie pierde… / Sino lo que no tiene y no ha tenido / Nunca…») (29). A partir de aquí, analizaremos de qué manera, ya desde Nombre falso , P iglia trabaja la doble dicotomía, gauchesca/europeís mo y Arlt/Borges, cómo se apropia de ellas y las utiliza para elaborar su propia escritura. Luego, veremos cómo en este recorrido absorbe el otro concepto clave para su literatura: la propiedad, con implicancias no solo literarias sino también sociales. Y finalmente veremos cómo el concepto de propiedad sirve para introducir en un terreno borgeano la obra de Roberto Arlt.

NOMBRE FALSO COMO NÚCLEO DE LA OBRA PIGLIANA Retomemos en este punto la idea de que Nombre falso es la obra favorita de P iglia de acuerdo a que, además de marcar su propio territorio dentro de la tradición, anuncia lo que vendrá en Respiración artificial y Plata quemada. Para ello, centrémonos en su primera parte, «Homenaje a Roberto Arlt», y comprobemos de qué manera este relato se vinc ula con las novelas posteriores. «Homenaje…» es el relato de una investigación en la que el narrador busca obtener un hipotético cuento inédito de Arlt. Para ello, Ricardo P iglia (protagonista y narrador) coloca un anuncio en el periódico, luego de lo cual consigue un cuaderno con una especie de diario que supuestamente Arlt escribió durante los últimos meses de su vida. Este cuaderno le da la primera pista sobre un cuento inédito. Después de una breve investigación, P iglia localiza a Kostia, viejo amigo de Arlt y escritor fracasado, quien dice tener el cuento y se lo vende. Para Kostia, esta transacción raya lo ilegal, pero la lleva a cabo porque «usted y yo somos ladrones » (50). Kostia aclara que Arlt no quería publicar el inédito, pero acepta tranzar, a pesar de que la venta, según él, «no tiene nada que ver con la literatura»: «usted me va a dar plata, usted quiere usar este relato para decir cuatro o cinco gansadas sobre Arlt. Perfecto. P or mi parte: lo llamé porque soy un canalla » (150). «Homenaje…», por tanto, es el relato de una investigación, y los temas de fondo son la crítica y la creación literaria, pero también el dinero. Este cruce entre dinero y literatura recorre toda la obra y, como veremos, será el punto de partida para la construcción de las otras dos novelas. Plata quemada , por su parte, se presenta también como una reconstrucción de un hecho real (el asalto a un banco bonaerense a mediados de los sesenta y la posterior persecución a los delincuentes en Argentina y Uruguay); es decir, como el producto de una investigación cuyo registro textual sigue el ritmo del lenguaje del material «real» que ha sido reconstruido. Y al igual que en

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«Homenaje…», centra su atención en la etapa final de los protagonistas (en este caso, las semanas previas a la muerte de los delincuentes). P or la misma línea, si «Homenaje…» reconstruye los meses finales del escritor en base a textos (el cuaderno de Arlt, las cartas que intercambió con Kostia), Plata quemada también utiliza textos para reconstruir los episodios finales de los prota gonistas (en este caso, las transcripciones de los audios grabados por la policía en el apartamento que sirvió de refugio y trampa a los pistoleros). En los dos casos los textos no son sino restos de lo que realmente sucedió, restos a interpretar para comprender la historia. Este procedimiento se repite en Respiración artificial, novela que lleva al extremo la idea de investigación como forma de relato. Tomemos como ejemplo la investigación del profesor Marcelo Maggi sobre la vida de Enrique Ossorio, colaborador y posterior traidor del régimen durante la dictadura de Juan Manuel de Rosas. Maggi revisa el cúmulo de papeles que dejó Ossorio a su muerte y escribe su biografía en un movimiento análogo al que anima al P iglia de «Homenaje…»: dos que trabajan sobre un muerto que escribió papeles dispersos, dos que reúnen elementos para reconstruir la etapa final de las vidas de los personajes estudiados. Finalmente, dos que realizan transacciones para conseguir esos papeles con los cuales investigar: uno con Kostia, a través del dinero; el otro, con Esperan cita, a través del matrimonio. Los textos circulan, son heredados por genealogía o por venta. La idea de la herencia es clave y simbólica: no solo se hereda dinero (como los descendientes de Ossorio), sino también historias, lo que pone en primer plano la relación de todo escritor con su tra dición literaria, la propia creación a partir de lo que otros escribieron. Otro elemento central, ya previsto por Nombre falso , es el de los testimonios, las versiones, las hipótesis. En las novelas de P iglia el narrador utiliza la primera persona, pero este recurso no necesariamente lleva a los personajes al relato de sus propias experiencias. No se narra la propia historia, sino la de otro, que solo se c onoce en parte y se quiere completar. La historia no es aquí unívoca sino un enigma a descifrar a través del estudio de registros, textos inéditos, documentos. En los tres casos hay una pregunta que es resumida por la primera frase de Respiración artificial: «¿Hay una historia? » P iglia no está de acuerdo con la idea de Foucault de que la realidad es me ramente discursiva (no lo son, por ejemplo, «las relaciones de dominio y opresión» (2001a, 11). Para P iglia, estas relaciones son antes que todo materiales y sobre ellas se establecen las relaciones discursivas. Existen, por tanto, hechos comprobables, que efectivamente sucedieron. Pero la dificultad es que estos hechos llegan a nosotros después de un tiempo y en base a restos que son el único material disponible para reconstruir. La trama de Respiración artificial, como ha explicado el mismo P iglia, surgió al haber sido testigo del proceso de investigación que efectúa un historiador cuando pretende reconstruir un episodio histórico, del que solo tiene unos cuantos textos, relatos de suce sos cotidianos, cartas, historias personales y anónimas, estadísticas. La historia (las pequeñas historias, la Historia), aparece entonces como un enigma a reconstruir. La consecuencia es que en los tres textos mencionados no hay certezas absolutas sobre lo que efectivamente ocurrió, no hay nada definitivo sobre esos hechos que hubieran podido (o podrían) ser comprobables, lo que da lugar a una serie de hipótesis o versiones que son parte fundamental del corpus de su obra: tal como ocurre en la realidad, al no existir una versión definitiva e inequívoca, el texto se abre a múltiples posibilidades de lectura. Y la investigación que busca abrirle paso a la verdad deja zo nas oscuras inherentes a la naturaleza de un narrador que no consigue completar la historia ni captar todos sus detalles. En el epílogo de Plata quemada , por ejemplo, el autor se pregunta sobre lo que considera la gran incógnita del libro: ¿por qué Malito, el jefe de la pandilla, y quien dirigía la operación sin s er parte material de ella, desapareció en vez de ir en auxilio de sus camaradas? A continuación es grime algunas hipótesis: huyó por los techos y se fue a vivir a Paraguay, donde murió casi dos décadas después; huyó de la escena pero cayó preso en Buenos A ires cuatro años después; el ase dio policial le cortó la conexión con el resto del grupo (222). Otra pregunta en la misma novela es cómo llegaron los delincuentes al refugio que les sirvió de madriguera, y teje al respecto varias conjeturas (124). La historia siempre llega por una vía externa, quien narra lo hace a partir de lo que escucha o lee, y no a partir de la propia experiencia, que en todo caso es una experiencia tex tual. Vemos, por ejemplo, que en «Descartes», la segunda parte de Respiración artificial, el na-

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rrador alterna de Renzi a Tardewski, pero en ambos casos la voz narrativa es asumida por quien se encuentra en la posición de oyente: Tardewski es el narrador cuando Renzi desarrolla su teoría sobre Borges, Arlt y literatura argentina; y Renzi lo es cuando Tardewski cuenta antiguos episodios de su vida. La consecuencia es que las zonas oscuras siempre se mantienen sin iluminación definitiva y nunca se llega a alcanzar del todo la verdad. La historia, en cuanto historia de otro, con sus silenc ios, desvíos y motivaciones oscuras, nunca se llegará a conocer tal como podría conocerse la propia. En «Homenaje…», por su parte, las hipótesis son incluso más explícitas. P or ejemplo, las que se plantea el P iglia-narrador después de que Kostia publicó el inédito de Arlt como suyo incluso llegan a enumerarse. El protagonista trata de comprender por qué Kostia había publicado dicho relato como propio y con ello desentrañar el secreto de «Luba», y para ello «no había más que tres hipótesis posibles» (151): uno, Kostia robó el texto; dos, lo escribió en esos días para cobrar el dinero; y tres, realmente quiso evitar que se publicara bajo la firma de Arlt un texto que el mismo escritor quiso dejar inédito (151-152). En conclusión, «Homenaje…» anuncia a las otras dos novelas en: primero, investigación (con las dos); segundo, la historia está incompleta, se reconstruye siempre a partir de testimonios parciales o indirectos (también con las dos); tercero, el crimen y el dinero como móviles de las acciones (con Plata quemada); cuarto, las discusiones sobre literatura y la figura del crítico literario como personaje (con Respiración artificial). P or tanto, Nombre falso resulta una piedra angular de la obra de P iglia, desde ella se lanzan los destellos que irán a irradiar Respiración artificial y Plata quemada. De acuerdo al procedimiento borgeano del «anacronismo deliberado» (61), podemos leer Nombre falso como si fuera posterior a las otras dos novelas y encontrar que resume sus ras gos, tal como Borges hizo con el europeísmo y la gauchesca. Pero además podemos comprobar que P iglia no se limita a seguir los rasgos de las dos corrientes sobre las que operó Borges. Si, tal como hemos observado, puede vincularse Plata quemada a la gauchesca y Respiración artificial al europeísmo, existe en Nombre falso un elemento adicional que P iglia incluye y que lo hace ir un paso más allá de las corrientes sobre las que operó Borges. A continuación veremos cómo la estructura básicamente borgeana sobre la que P iglia interviene es alterada con la presencia de Arlt. Si la obra de P iglia opera en un plano borgeano, observaremos que su sentido ha sido modificado dramáticamente por Arlt a través de un elemento nuevo que entra a contaminar su litera tura: el dinero.

EL INGRESO DE ARLT Hay una observación sobre El juguete rabioso que P iglia menciona en Crítica y ficción , y que puede funcionar como puerta de entrada para lo que vamos a proponer en esta sección. En el tipo de relación transgresiva que se establece entre el individuo y la cultura en dicha novela (robar libros de una biblioteca), P iglia encuentra «una metáfora casi perfecta de su acceso [de Arlt] a la cultura» (22). Para comprar libros hay que tener dinero, y en el universo arltiano la solución a este problema no es el trabajo, sino la «creación» del dinero: «El Buscador de Oro, el Rufián Melancólico, Erdosain, Ergueta, todos los ‘locos‘ de la novela traen la historia del dinero que han ga nado, que deben, que buscan, que quieren tener. Para los personajes de Arlt no se trata de ga nar dinero, sino de hacerlo. Esta tarea asociada con la falsificación y la estafa, pero también con la magia, las artes teosóficas, la alquimia, se afirma en la ilusión de transformar la miseria en dinero» (26). Entre el dinero y la cultura (su recepción y su producción) existe un vínculo funda mental, ya que el dinero es lo que permite leer, pero también escribir. Leemos en «Homenaje…»: «… no podemos escribir si no tenemos tiempo libre (es decir: dinero para financiar ese tiempo libre)» (125) y «Cuando las medias estén en la calle y se vendan y empiece a entrar plata, ahí van a ver quién es Arlt» (131). Pero Arlt no es el único que sufre problemas de dinero en «Homenaje…». Kostia, quien le vende al P iglia-narrador el supuesto inédito de Arlt, pasa por una situación semejante. Pero el cuento es falso, lo que convierte a la mercancía (literaria) en elemento análogo al dinero falso, al dinero «creado». P or tanto, el homenaje a Arlt no solo está basado en la reconstrucción de la parte final

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de su biografía y en la búsqueda de sus manuscritos, sino también en las circunstancias mediante las cuales el narrador obtiene el supuesto inédito. Es decir, al igual que los personajes de Arlt, Kostia está preocupado ante todo por «crear» dinero, en este caso desde la literatura. Y para obte nerlo trafica con la imagen de Arlt, busca una recompensa económica por un valor literario que no le pertenece, y en esa circunstancia queda condensada parte de la problemática central del relato: ¿cómo conseguir dinero a través de la literatura? Arlt descarta que eso sea posible, y por ello se empeña en la fabricación de numerosos inventos que supuestamente lo llevarían a la bonanza económica. El último de ellos, en el que trabajaba durante los meses finales de su vida, son unas medias de goma para mujer cuyo punto no se corra. Kostia, en carta a Arlt, escribe sobre las medias en las que su amigo está trabajando: «Ahí tenés. Algo que no sirve para nada, que es una creación pura, un objeto fascinante que se puede usar para lo que se quiera… Lo mismo pasa con la literatura: la profesión de escritor no existe, dejate de joder de una buena vez. Nadie escribe porque le guste o porque le den plata, escribe porque… vos sabrás» (129-130). La literatura, queda claro, no se hace para ganar plata. Pero Kostia, en gesto análogo al de los personajes de Arlt, da solución al problema con una salida lateral: falsificando. Falsificar o robar son las soluciones al problema del dinero, tal como ocurre en Plata quemada. Pero aquí el robo no es material, sino literario. Y, en consecuencia, esta salida a un problema social (la falta de dinero) se constituye también en un procedimiento literario. Kostia sos tiene que la literatura argentina se construye en base a copias y falsificaciones: «… así son todos los escritores en este país, así es la literatura acá. Todo falso, falsificaciones de falsificaciones… lea Escritor fracasado. El tipo que no puede escribir si no copia, si no falsifica, si no roba: ahí tiene un retrato del escritor argentino» (141). La idea de la falsificación como ejercicio central en la producción literaria se repite en un su puesto prólogo inédito a la reedición en un solo volumen de Los siete locos y Los lanzallamas. Allí Arlt afirma sobre el oficio de escribir: «La gente busca la verdad y nosotros le damos moneda falsa. Es el oficio, el `mérier‘. La gente cree que recibe la mercancía legítima y cree que es mate ria prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda, de otras falsificaciones que también se inspiraron en falsificaciones» (100). Más que un cuestionamiento al método, encontramos aquí la legitimación de un procedimiento: falsificar es vincularse con la tradición, recapturar sus líneas maestras y usarlas. Que «Luba» haya sido originalmente el cuento de un escritor ruso no desbarata la idea de homenajear a Arlt, sino que más bien resalta su genio: haciendo evidente su filiación, reafirma que ese material accesible le bastó para alcanzar una escritura única, una escritura que los críticos «desde su código no pueden leer » (2001b, 134)12. Es en este sentido que debemos entender la falsa atribución de un cuento de Andreiev puesto bajo la firma de Arlt: además de homenajear a Borges, P iglia inserta el cuento recuperado en un nuevo contexto, la Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX. Y con ello moviliza la lectura a un campo distinto, uno donde parte de la problemática central es la sobrevivencia, la dificultad de conseguir dinero para subsis tir. Este gesto coloca al ejercicio literario dentro de una problemática social, y también saca a la luz una vieja cuestión relacionada a dicho ejercicio, y ya mencionada lateralmente en la carta de Kostia: ¿para qué sirve la literatura? En la respuesta hay dos claves: por un lado, los mecanismos intertextuales (incluyendo las copias y las falsas atribuciones) sirven para recapturar voces del pasado que se han perdido, que ya no se escuchan. Tal como apunta Joanna Page, «many of the devices P iglia employs, such as intertextual references, parody, and plagiarism, make a way for this understa nding of literature not as an authored text for private consumption but as an organic expression of a community » (179). P iglia, entonces, rescata las voces de los que han sido callados, versiones antiguas que resulta conve niente rescatar. Esa es, en primera instancia, la función de la literatura: «P iglia's work, far from merely substituting the coherence of art for the chaos of reality, demonstrates the importance of art in recuperating life lost and its role in resuscitating the past and the present » (Page, 179). Al recuperar textos del pasado, P iglia trae al presente voces y versiones ocultas. Pero estas voces no han sido silenciadas solo por el paso del tiempo, sino por la manipulación de la verdad y por la censura, por la voluntad de controlar el pensamiento y la opinión, y de evitar disidencias del dis curso oficial que surge desde el poder. Es en este marco que debemos entender la recuperación de

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estas voces perdidas, de las que un símbolo definitivo es la Máquina -Mujer de La ciudad ausente. Estas voces muertas han tratado de ser encubiertas por una razón fundamental: son peligrosas para la manipulación de la verdad inherente al poder, sobre todo en épocas de dictadura. La literatura es peligrosa para los mecanismos de poder porque ella cuestiona, pone en duda, permite reflexionar desde otra visión, ofrece una mirada distinta de la realidad de la que resulta conveniente para el poder. La intertextualidad, por tanto, lejos de estar desvinculada de las relaciones sociales y lejos de representar la máxima autonomía de lo literario, en realidad, como dice P iglia, ... está determinada de un modo directo y específico por las relaciones sociales… Lo básico para mí es que esa relación con los otros textos, con los textos de otro que el escritor usa en su escritura, esa relación con la literatura ya escrita que funciona como condición de producción está cruzada y determinada por las relaciones de propiedad. Así el escritor enfrenta de un modo específico la contradicción entre escritura social y apropiación privada que aparece muy visiblemente en las cuestiones que suscitan el plagio, la cita, la parodia, la traducción, el pastiche, el apócrifo (Crítica y ficción: 68). Esta cita, además de reafirmar que los recursos intertextuales no se encuentran desligados de las relaciones sociales (entre ellas, la relación del individuo frente al poder), nos permite entrar al segundo aspecto relevante: la propiedad. Kostia denuncia que los escritores argentinos son incapaces de escribir algo si no copian, pero a su vez falsific a el supuesto inédito de Arlt para vendérselo al narrador: falsificar y hacer pasar lo «propio» como si fuera de otro es el movimiento contrario al que denuncia, pero es a la vez su reverso perfecto, ya que se rige por la misma lógica. No hay delito en la falsificación de una falsificación, parece querer decir Kostia. La propiedad, por tanto, es solo supuesta, no es real, y asignársela a un texto es en cierto sentido un nuevo robo. Y de este modo se rige también bajo las leyes de funcionamiento del sistema literario: los textos, tanto como el dinero, son circulantes. La propiedad, por tanto, es problemática: las historias cir culan, de alguna manera pertenecen a todos. Nadie es el verdadero dueño (de las historias, del dinero) por mucho que parezca serlo, y esa parece ser la respuesta a la indignación de la gente cuando, en una de las escenas finales de Plata quemada , observa a los delincuentes quemando miles de billetes. Esa escena sigue la misma lógica: nadie tiene derecho a quemar billetes, por mucho que le pertenezcan. Se puede robar pero no destruir lo que, en última instancia, no es de nadie. Los billetes, por tanto, se pueden usar, de la misma forma que las historias. Dinero e histo rias operan dentro de la sociedad y son objetos de uso, se los toma y se los cambia por algo dis tinto. Tenemos entonces un problema literario que es en el fondo uno económico: ¿qué es mío y qué no? ¿Hasta qué punto lo de otro es efectivamente suyo? ¿Cuál es el sustento moral de la propiedad? Esta problematización de la propiedad está enmarcada en una feroz crítica al capitalismo que es visible en «Homenaje…». P or ejemplo, cuando en las notas del supuesto cuaderno de Arlt, donde se narra el proyecto de una novela en el cual se cometerá un asesinato (el de la hija adoptada) para cobrar la póliza de seguro, se dice que «el capitalismo especula con los buenos sentimientos » (105). Al final, la asesinada es la mujer (la hija no calificaba por ser menor de edad), y del asesino se dice: «La enfermedad y el sufrimiento de Lisette [la esposa que está siendo progresivamente envenenada] hacen crecer su amor por ella. La ama como nunca quiso a nadie » (113). Pero a pesar de ello la mata: el dinero por encima de los sentimientos. En otra crítica frontal al capitalismo se lee: ¿Usted cree que es más fácil ser tenedor de libros que apóstol de una religión? ¡Ingenuo! A qué evangelista le metieron de joven en una garita a contar dinero que no era de él ni para él… ¿A qué santo le enterraron en el subsuelo y le obligaron a enceguecer sobre columnas de cifras y ocho horas diarias todos los días de su existencia? ¿A qué beato lo obligaron a viajar colgado como un gorila del pasamano de un ómnibus durante cuatro veces diarias todos los días de su vida? (106-107). Aquí encontramos el punto de fuga de la poética pigliana, el aspecto que la hace desbordar los límites de lo estrictamente literario, entendido como ente desvinculado de lo político y social, y apuntar hacia una literatura que trabaja dentro de la tradición, que se construye en base a ella, pero no para morderse la cola y dar infinitas vueltas en círculo, sino para a través de ella aden -

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trarse en la realidad y denunciar desde allí las manipulaciones del discurso oficial. Como apunta Berg, «con un eco fuertemente brechtiano, P iglia afirma que el artista de izquierda no debe dejar de lado los medio productivos más avanzados, porque pertenecen de hecho a la clases dominantes, y por el contrario, debe apropiarse de esas técnicas y refuncionalizarlas para darles otra orienta ción política » (28). Eso es exactamente lo que hizo P iglia: partir del esquema borgeano (summa de la literatura argentina del siglo XIX) y cambiarle la dirección para encontrarle una utilidad social: el desenmascaramiento del poder. Por otro lado, si en el caso del dinero la res puesta es más o menos obvia, ¿de dónde proviene esa especie de derecho moral de usar las historias de otros, qué las vuelve mercancía intercambiable? Hay algo que apuntala la certeza de que las historias, sin importar quien las haya escrito o vivido, se pueden usar: la escasa originalidad de los eventos por los que el hombre pasa a lo largo de su vida. Las verdaderas experiencias son sociales, la experiencia individual es un efecto de la litera tura, dice P iglia en Crítica y ficción (97), y sus libros ofrecen ejemplos de esta idea: en «Homenaje…», Kostia es un fracasado «al que lo único que le ha pasado en la vida es que lo conoció a Roberto Arlt» y por esa razón «hablaba de eso todo el día » (2001a, 116); en Respiración artificial, hay un tipo al que un loco encerró en el baño de un bar y lo amenazó con un chuchillo; cuando lo libera el tipo estaba lleno de alegría porque «por fin me ha sucedido algo» (26); en Plata quemada , Eduardo Busch, hombre de vida monótona, se cruza con los delincuentes al salir a trabajar y después rinde su manifestación a la policía, y estaba contento porque eso «le dio motivo para tener una historia que contar por el resto de su vida» (45). Gente común, a la que no le pasa nada fuera de lo previsible a lo largo de su vida y se aferra al único evento memorable que les ha tocado, incluso cuando no han sido partícipes directos. Sus historias, mínimas, sin ningún matiz épico, son las que circulan invisibles por la sociedad, y son las que P iglia recoge y presenta para lelamente a la historia principal, que siempre es la historia de otro. Por ello, la investigación es clave: las historias no son las nuestras, se las debe buscar entre la gente que hizo algo : o robar un banco, o traicionar al dictador del que antes uno fue mano derecha, o escribir libros extraordina rios. La investigación, más que un elemento estructurador, es lo que permite bucear en la historia para recoger de ella lo realmente valioso, lo esencial, lo que puede servir para desenmascarar la manipulación de la verdad operada desde el poder, el objetivo final de la escritura literaria. Eso fue lo que hizo Arlt, un escritor que «captó el núcleo, encontró qué narrar: el complot, la falsifica ción, el crimen son la esencia del poder » (2001a, 107) y que «nunca hablaba de Yrigoyen, que nunca hablaba de lo inmediato, que nunca hablaba de lo que estaba pasando… Otros hablaban de las huelgas, y de los conflictos y de los contenidos inmediatos… Arlt captó el núcleo secreto de la política argentina… eso es la literatura política » (2001a, 114). Siguiendo el ejemplo arltiano, en Respiración artificial P iglia denuncia la manipulación que el discurso oficial de la dictadura argentina de fines de los setenta ejercía sobre la verdad. Pero no lo hace refiriéndose directamente al presente inmediato, sino utilizando como marco una dictadura anterior, la de Rosas, con la cual intuimos que hay muchos puntos de contacto, que son justamente los puntos esenciales, los que desbordan lo meramente coyuntural. P iglia sigue entonces a Arlt en descartar lo inmediato para centrarse en el núcleo: entender lo que realmente sucede a través de una historia antigua, y no casualmente ocurrida durante otra dictadura. Por ello la novela se cons truye en base a versiones: todo es susceptible de duda, los narradores escuchan las versiones, y en cada intervención se repite «dijo Tardewski» o «dijo Renzi» o «dijo el Senador», como marcadores de que nada es afirmativo ni seguro. P or ello, también, existe un personaje como Arocena, censor del gobierno, cuya función es el control de todo lo que se escribe en las correspondencias. Por ello, finalmente, la historia no es nítida, y no sabemos qué es exactamente lo que ha pasado. La literatura, sin embargo, no debe ofrecer una versión definitiva, y por ello P iglia se distancia del realismo y su ilusión de representación final y legible; por el contrario, pone en duda esas versio nes limpias, tan caras al poder, y reafirma la necesidad de cuestionamiento. Eso es lo que hizo Piglia, y esa es la mayor prueba de su necesidad.

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COLOFÓN Queremos terminar este estudio con una pregunta que puede aplicarse por igual al dinero y a la tradición literaria: ¿qué hacer con la herencia? ¿Cómo disponer de ella, hasta qué punto puede ser mío lo ganado por otro? En Respiración artificial, el senador Luciano Ossorio, padre de Esperancita, recibió una millonaria herencia de su padre, quien a su vez la recibió de su abuelo, Enrique Ossorio. Enrique, dice el senador, fue «el único que le debe todo a sí mismo, el único que no ha heredado nada de nadie, el único del que todos somos deudores » (59). Nuestra respuesta al problema de la herencia es: completarla, agregarle el elemento que le falta. La narrativa de P iglia, como señala Avelar (2004a, 227), no puede estar desvinculada de la idea de utopía: buscar en el presente lo que falta, el vacío que se ha de llenar. Y ese rasgo es precisa mente su particularidad: no mezclar a Arlt con Borges, sino sumar al esquema borgeano el ele mento antes ausente para movilizar la tradición hacia un problema económico, cuya cara visible es el robo y la falsificación de obras y citas, pero que en el fondo es un problema por el dinero y el poder. Esta cuota de realidad (en el sentido más ominoso de la palabra) es mencionado también en una parte de la conversación entre Tardews ki y Renzi en Respiración artificial, donde el filó sofo polaco compara a Joyce y Kafka, juzgando al último como largamente superior: «¿Joyce? Trataba de despertarse de la pesadilla de la historia para hacer bellos juegos malabares con las palabras. Kafka, en cambio, se despertaba, todos los días, para entrar en esa pesadilla y trataba de escribir sobre ella » (215, resaltado en el original). A Joyce, reconocido por Tardewski como gran escritor, le faltaba entonces esa capacidad de sumergirse en el vacío, en la pesadilla de la realidad, para elevarse a la altura de Kafka; de manera análoga, entendemos que es eso también lo que P iglia observa entre Borges y Arlt. P or ello, con una mirada utópica, al poner en primer plano el asunto del dinero en «Homenaje…», P iglia agrega al sistema borgeano el elemento faltante: el dinero, símbolo del poder, necesidad humana y motor de la Historia, como eje de las relaciones sociales. Es por este lado, dentro de esta perspectiva marxista, que debemos entender el ingreso de Arlt en la narrativa argentina a través de P iglia. Lo que hace P iglia en última instancia es poner en primer plano las relaciones con la propia tradi ción. Si en todos los escritores estas relaciones (la manera cómo uno se ubica, toma partido, des carta, copia, respecto de lo escrito previamente) están implícitas, P iglia las vuelve motor activo de su obra. Usa la tradición, la reconstruye, la lee de una manera determinada, y de esa manera su obra aparece como una consecuencia natural de lo ya existente. P or ello, cuando Renzi dice en Respiración artificial que Arlt es el único escritor argentino verdaderamente moderno y que Bor ges es el mejor del siglo XIX, realiza un doble movimiento: aceptar una tradición, y adaptarla al profundo cambio que se produjo dentro de ella tras la irrupción de lo nuevo. Desde allí no queda otro camino que el seguido por esa obra nuclear que es Nombre falso : trabajar sobre la tradición y reacomodarla a lo nuevo. La obra de P iglia, en conclusión, abrevia los pasos y anticipa las obras futuras, la obra utópica, una de sus aspiraciones. Haciendo explícitas son líneas maestras, P iglia se anticipa al devenir de la literatura y crea lo nuevo a partir de lo ya concebido. Las citas y usos no son solo entonces procedimientos encerrados en una esfera literaria, no son juegos meramente intertextuales, sino que su ordenamiento y estructura cumplen una función: la de anticipar la obra del porvenir, la obra fuertemente vinculada con la realidad, cuyo eco estallará fuera de lo esferas estrictamente literarias. © Francisco Ángeles

*** BIBLIOGRAFÍA ARLT, Roberto. El juguete rabioso. Buenos Aires, Losada, 2003. 189 p. ————————. Los siete locos / Los lanzallamas (Prólogo de Adolfo Prieto). Buenos Aires, Biblioteca Ayacucho, 1986. 409 p.

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AVELAR, Idelber. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo . Santiago, Cuarto Propio, 2000. 336 p. Edición electrónica consultada en http://idelberavelar.com/alegoriasde-la-derrota.pdf (marzo-agosto 2010). ————————. “Notas para un glosario de Ricardo Piglia.” En: Revista de Estudios Hispánicos 38, p. 227-234. Saint Louis, Washington University, 2004(a). ————————. “Máquina apócrifa, alegoría del duelo y poética de la traducción.” En: Ricardo Piglia: una poética sin límites. Rodríguez Pérsico, Adriana (ed). Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2004(b), p. 177-199. BERG, Eduardo Horacio. “La novela que vendrá: apuntes sobre Ricardo Piglia”. En: Ricardo Piglia: la escritura y el arte nuevo de la sospecha. Daniel Mesa Gancedo (coord.) Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006, p. 23-53. BORGES, Jorge Luis. El Aleph (1957). Buenos Aires, Emecé (edición especial para La Nación), 2005. 219 p. ————————. Ficciones (1956). Buenos Aires, Emecé (edición especial para La Nación), 2005. 274 p. CARRIÓN, Jorge. “Dos por cuatro: la multiplicación pigliana”. En: El lugar de Piglia. Crítica sin ficción. Carrión, Jorge (Ed.) Barcelona, Candaya, 2008, p. 9-23. DE GRANDIS, Rita. “Respiración artificial, veinte años después”. En: Ricardo Piglia: una poética sin límites. Rodríguez Pérsico, Adriana (ed). Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2004, p. 275-291. DEMARÍA, Laura. “La prolijidad de lo real: el lugar del intelectual y de la crítica”. En: Ricardo Piglia: una poética sin límites. Rodríguez Pérsico, Adriana (ed). Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2004, p. 65-83. ESTRADE, Christian. “Homenaje a Rodolfo Walsh”. En: El lugar de Piglia. Crítica sin ficción. Carrión, Jorge (Ed.) Barcelona, Candaya, 2008, p. 83-100. LÓPEZ PARADA, Esperanza. “La lengua ausente: la traducción como relato”. En: Ricardo Piglia: la escritura y el arte nuevo de la sospecha. Daniel Mesa Gancedo (coord.) Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006, p. 73-87. MAYER, Marcos. “Borges por Borges. Relecturas”. En: Historia crítica de la literatura argentina, vol. 10: La irrupción de la crítica (serie dirigida por Noé Jitrik, volumen a cargo de Susana Cella), p. 83-98. Buenos Aires, Emecé, 1999. NÉSPOLO, Jimena. “Ricardo Piglia en clave rusa”. En: El lugar de Piglia. Crítica sin ficción. Carrión, Jorge (Ed.) Barcelona, Candaya, 2008, p. 101-124. PAGE, Joanna. “Ricardo Piglia: Towards a Re-Socialized Literature”. En: Journal of Iberian and Latin American Studies, Vol. 10, No. 2, December 2004, p. 169-189. PIGLIA, Ricardo. Prisión perpetua. Buenos Aires, Seix Barral, 1998. 164 p. ————————. Formas breves. Primera impresión argentina (2005) de la segunda edición española (2001). Barcelona, Editorial Anagrama, 2000(a), 142 p. ————————. Plata quemada. Barcelona, Editorial Anagrama, 2000(b). 227 p. ————————. Crítica y ficción. Barcelona, Editorial Anagrama, 2001(a). 226 p. ————————. Respiración artificial. Primera impresión argentina de la segunda edición española. Barcelona, Editorial Anagrama, 2001(b). 218 p. ————————. Nombre falso. Barcelona, Editorial Anagrama, 2002. 189 p. ————————. La ciudad ausente. Barcelona, Editorial Anagrama, 2003. 168 p. ————————. El último lector. Barcelona, Editorial Anagrama, 2005. 190 p. SPERANZA, Graciela. “Autobiografía, crítica y ficción: Juan José Saer y Ricardo Piglia”. En: El lugar de Piglia. Crítica sin ficción. Carrión, Jorge (Ed.) Barcelona, Candaya, 2008, p. 127-144.

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VÁSQUEZ, Juan Gabriel. “Formas de la tragedia”. En: El lugar de Piglia. Crítica sin ficción. Carrión, Jorge (Ed.) Barcelona, Candaya, 2008, p. 347-351.

Francisco Ángeles (Lima-Perú). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado textos de ficción y crítica en diversos medios académicos y periodísticos. En 2008 publicó su primera novela, La línea en medio del cielo. Actualmente sigue un doctorado en la Universidad de Pennsylvania y es codirector de la revista de literatura El Hablador. En 2014 publicará su segunda novela, Austin, Texas 1979.

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Ensayo

TEN SI ONE S EN LA F ICCI ÓN IN DI GENI STA DE JOSÉ MARÍ A ARGU EDAS: P ARA UN A RE LECTU RA DE LA UTOPÍA ARCAICA DE V ARGAS LLOSA por Ludy Sanabria Los hombres no viven sólo de verdades; también les hacen falta las mentiras: las que inventan libremente, no las que les imponen. Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras

Vargas Llosa cree en las ‗hermosas mentiras‘. Para el escritor y ensayista peruano «la ficción es, por definición, una impostura […] una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros » (Obras, 1307). Escritores como Faulkner, Hemingway, Malraux, Dos Passos, Camus y Sartre figuran en el ‗panteón personal‘ del autor de La verdad de las mentiras como unos de los grandes magos de la creación. En esta ‗familia espiritual‘ de Vargas Llosa no figuran peruanos, ni siquiera los más grandes 1, a no ser por una sola y señalada excepción: José María Arguedas. Si bien el escritor señala reiteradamente que no cree que Arguedas tuviera una influencia tan importante en su vocación literaria como los primeros, reconoce en éste a un buen escritor, esto es, a otro buen creador de ficciones. Es quizá este reconocimiento el que le lleva a rescatar del olvido por un lado y, de la lectura ideológica por otro, la obra de José María Arguedas, en el ensayo titulado La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficcion es del indigenismo (1996). En La utopía Vargas Llosa reivindica sobre todo la figura de Arguedas como artista creador. Lo que permite a su obra trascender el documentalismo de la literatura indigenista de su época sería justa mente su capacidad para crear un «mundo original» (p. 30), mítico, hecho de sus experiencias, deseos y nostalgias. En contra de una interpretación verista , que reclama en el escritor la figura de un copista de la realidad y, de otra ideológica, que pretende ver en su obra la figura de un militante socialista, Vargas Llosa reclama para Arguedas la condición del alquimista de la palabra, del crea dor de ficción. Esta cualidad del escritor tiene una connotación especial en el pensamiento vargallo siano, para quien «en toda ficción, aun e n la de la imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligada a una suma de vivencias de quien la fra guó» (Obras, 1272). Para Vargas Llosa el Arguedas creador es aquel en quien la experiencia íntim a y desgarradora de vivir entre dos mundos, dos culturas 2, dejó una huella inexorable en la materia de su creación. En la obra del acaso más ilustre escritor indigenista peruano, la realidad andina se convierte en un espejismo, una ‗hermosa mentira‘ (p.84) que se nutre de los fantasmas y demonios personales del escritor. Su logro frente a otros indigenistas, según el ensayista, se cifraría ni más ni menos en que «su visión de ese mundo, su mentira, fue más persuasiva y se impuso como verdad artística» (ibídem). Vargas Llosa expone la composición particular de este mundo andino creado por Arguedas como el resultado de una serie de tensiones. Las tensiones entre pasado y presente, entre lo propio y lo ajeno, 1

―Como el Inca Garcilaso de la Vega o el poeta César Vallejo‖ (La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, p. 9). En adelante las citas en las que no se especifique la fuente corresponderán a esta obra y se indicarán sólo el número de página a que pertenece la cita. 2 Entre la sierra y Lima, la cultura del afecto de su infancia, la quechua, y la de su formación en la adolescenci a y la adultez, la costeña.

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entre el deber ser y el ser, constituyen para Var gas Llosa los ejes que sustentan la obra de Arguedas. Para nosotros, sin embargo, representan algo más: la encrucijada que desde Bolívar 3 a Octavio Paz encarna el intento de caracterizar la identidad americana. En las líneas que siguen nos interesa re flexionar en torno a las tensiones reconocidas por Vargas Llosa a fin de mostrarlas como parte del dilema y la dificultad de definir lo latinoamericano. La pregunta que motiva las siguientes páginas puede, por ende, formularse como sigue: ¿Acaso ‗somos todavía ‘, como proclama en el poema de Arguedas a Tupac Amaru, afirmando las raíces quechuas del pueblo peruano?

M ODERNIDAD VERSUS ARCAÍSMO La vida de Arguedas se debate entre su amor profundo a la Sierra andina de su infancia, arropado por la lengua y el afecto quechua, y su filiación a la costa de su juventud y adultez, donde se forma e integra a una clase media intelectual en la que se desarrolló no sólo como escritor, sino también como investigador académico y funcionario. De este desgarramiento interior de Arguedas surge según Vargas Llosa el arraigo de su mundo ficcional, que no sería más que una «traición» a la realidad real de los Andes. «Racionalmente progresista y modernizador en sus proyectos ideológicos conscientes», tal como afirma Hozven (p. 309), Arguedas nunca logró conciliar esta postura con aquella más personal e íntima que añoraba para el indio, y que Vargas Llosa denomina justamente la utopía arcaica. Modernidad y utopía arcaica son dos opciones que coexistían en él y, como señala el ensayista , «las presentía alérgicas la una a la otra » (p. 30). La razón de dicha exclusión se halla en las acepciones que toma cada uno de los términos (modernidad y arcaísmo) en el pensamiento de Arguedas y, por cierto, también en el del propio Vargas Llosa. En la línea de su corrección política, Arguedas coincide con los ideólogos progresistas (apristas, socialistas y comunistas) en que para librar al indio de las injusticias tal vez fuera necesario empezar por «liberarlo de su mundo arcaico y de sus supersticiones» (p. 31). La modernidad se asume entonces como una especie de redención del primitivismo indígena que debe pagarse con el precio de la tradición a sus creencias. Como decimos, tampoco Vargas Llosa dista mucho de esta postura. En un texto de 1992 titulad o «El nacimiento del Perú », el escritor señala lo siguiente: «Tal vez no hay otra manera realista de integrar nuestras sociedades que pidiendo a los indios pagar ese alto precio [se refiere a "renunciar a su cultura —a su lengua, a sus creencias, a sus tradiciones y usos— y adoptar la de sus viejos amos"]; tal vez, el ideal, es decir, la preservación de las culturas primitivas de América, es una utopía incompatible con otra meta más urgente: el establecimiento de sociedades modernas». 4 Como puede apreciarse, en ambos autores peruanos la modernidad es entendida bajo una premisa de occidentalización 5. El establecimiento de una sociedad industrial, capitalista, urbana, sólo puede hacerse, según intuye Vargas Llosa, «sobre las cenizas de esa sociedad arcaica, r ural, tradicional, mágica […], en la que Arguedas veía lo mejor del Perú» (p. 46). En efecto, aquí vemos de nuevo reflejada la contradicción de Arguedas. Aunque políticamente correcta, la modernidad no es compa tible con el ideal romántico y utópico que éste albergaba en su interior. La liberación del indio de su condición marginal por cuenta de su ascenso a una sociedad proletaria, conllevaría una transforma ción que Arguedas advierte como su liquidación, esto es, la ‗aculturación‘. La pérdida de la identidad prehispánica (lo arcaico —lengua, creencias, usos y costumbres—) por la adopción de la cultura del ‗invasor europeo‘ (p. 236) es para Arguedas, al mismo tiempo que intolerable, políticamente indecible. De ahí que los fantasmas y demonios de su ficció n conjuren precisamente sus miedos y constituyan de alguna forma su antídoto. 3

―No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles‖ (73) –sentenciaba ya El Libertador en su famosa ―Carta de Jamaica‖ como la paradoja de la identidad americana. 4 Citado por Antonio Cornejo Polar en ―Literatura peruana e identidad nacional‖ (pág. 301). 5 Esta misma premisa se puede identificar en el modelo civilización/barbarie de Faustino Sarmiento y también en el espíritu europeizante de Rodó en la oposición Ariel/Calibán. En estos dos ensayistas la modernidad, la civilización, la cultura (Ariel) se asume como un modelo extranjero que es necesario importar en los países americanos para erradicar la barbarie del indio (Calibán).

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La realidad ficcional de Arguedas es tan antinómica como su pensamiento, pero en ella la verdad subjetiva prima sobre la razón y el compromiso ideológico. En su obra, la dicotomía modernidad/arcaísmo se desrealiza hasta lograr un estatus simbólico de representación del bien y del mal. Lo arcaico concebido ya no sólo como lo antiguo, la tradición, se convierte en el mundo ficcional en un valor portador de todo lo originariamente verdadero y bueno, puro y ligado a la tierra. La modernidad, por otro lado, pierde toda condición redentora y pasa a representar todo lo degradado y corrupto de su condición alienante. Para Vargas Llosa esta división radical constituye una forma de ‗maniqueísmo inconsciente‘ (p. 215) de Arguedas que traiciona la realidad, la ‗desfigura‘, pero cuya desfiguración da lugar precisamente a la ‗hermosa mentira‘, a la realidad artística que articula el mundo de la utopía arcaica. En la tensión modernidad/arcaísmo presente en las ficciones de Arguedas subyace una estructura general de oposiciones que desde la ensayística latinoamericana ha procurado comprender la particularidad de este mundo nuestro que los colonizadores bautizaron como nuevo. Con los signos in vertidos de la dupla sarmientina y rododiana de civilización/barbarie y Ariel/Calibán, respectiva mente, la disyuntiva de Arguedas reviste el arcaísmo, lo natural y antiguo, el mundo de la Sierra andina del indígena, de los valores positivos con que aquellos concebían la metrópoli ilustrada. Así, en sus cuentos y novelas, la Sierra, como sinónimo de lo arcaico 6, aparece ligada al ideal arcádico del paraíso unido a la utopía, un lugar en estado original donde el hombre es puro e inocente, pues desconoce la perversión del dinero, el comercio y la propiedad privada. La Sierra como mundo de lo colectivo, de lo mágico-religioso y de una naturaleza animada es contrapuesta en Yawuar Fiesta (1941), La agonía de la Rasu-Ñiti (1962) y Los ríos profundos (1958) a una costa urbana e industrializada, degradada por los males de la modernidad. Sin embargo, como señala el mismo Vargas Llosa, quizá en ninguna de las novelas anteriores se hace tan visible el rechazo a la modernidad y la idea misma del progreso como en Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). La industria, la tecnología y lo urbano mismo se proyectan en estas obras como encarnaciones de lo maligno, pues encerrarían la aniquilación de los valores arcaicos del pueblo indígena. El campo y la ciudad como los entendía Sarmiento, esto es, como signo de atraso el primero y como sinónimo de modernidad y progreso la última 7, son resignificados en la narrativa de Arguedas en un giro similar al ya realizado en el ensayo «Nuestra América » (1891) del cubano José Martí. Conocedor, aunque no de primera mano como Arguedas 8, de las injusticias y vejaciones a que era sometido el indio americano, Martí antepone los valores de un «hombre natural», sorteador de toda clase de adversidades, a los de un «letrado artificial», incapaz de entender desde sus «ideas y formas importadas» (Nuestra, 35) la particularidad de la realidad americana. De igual forma, el mundo arcaico de Arguedas, dotado de virturdes ancestrales del pueblo indígena, entre las que Vargas Llosa destaca «el colectivismo, la emotividad, la aprehensión religiosa del orden natural, el culto a los dioses lares y a la música, a la lengua quechua» (277), se contrapone al «mundo artificial», enajenante y uniformalizador del modelo progresista importado. En El Sexto (1961), novela en la que la estructura de la sociedad ficticia de Arguedas se cristaliza en la opisición campo/ciudad, o lo que es equivalente en sus términos, sierra/costa, Gabriel, el protagonista, expresa el valor de lo arcaico que reside en la sierra cuando interpela a su interlocutor diciendo: «Usted no conoce la sierra. Es otro mundo. Entre las montañas inmensas, junto a los ríos que corren entre abismos, el hombre se cría con más hondura de sentimientos; en eso reside su fuerza . El Perú es más antiguo. No le han arrancado la méduda…». (p. 148).

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En la Sierra se halla para Arguedas, según expresa Vargas Llosa ―el pasado prehispánico‖, ―las raíces de ese Perú ética y socialmente puro, virtuoso, incontaminado‖ (219). 7 En Facundo, obra de referencia para comprender la contraposición civilización/barbarie, campo/ciudad sarmientina, lo indígena, lo natural, es entendido como lo salvaje y ―sombrío‖ de América que debe ser iluminado por la luz de la ciencia y la industria europeas, por la civilización. 8 La temprana muerte de la madre de Arguedas, cuando éste tenía tres años , lo deja a merced del desprecio profesado por una madrastra y un hermanastro que lo relegan a la condición de sirviente. Su amor y su conocimiento del mundo andino le vienen ya de esta época, cuando comparte la condición marginal con los indios, completándose después, ya en su adultez, en calidad de etnógrafo. Sobre esto, ver La utopía, pp. 47-56.

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LO PROPIO VERSUS LO EXTRANJ ERO Esta distinción de la identidad del Perú arraigada en lo arcaico, en la originalidad y antigüedad de las tradiciones ligadas a los Andes y al indio, trasla da la tensión de modernidad versus arcaísmo al problema de lo propio y lo extranjero. El pasado (lo arcaico) adquiere desde esta perspectiva una nueva valencia que lo convierte en representativo de lo propio. En la cordillera y en el hombre que la habita permanece el legado identitario de una nación que para Arguedas no puede ser otra que la destinada a renacer a través del Inkarri 9. Para Vargas Llosa esta proyección de un Perú ‗andinizado‘ expresa la nostalgia de Arguedas por «un mundo perdido, que se acababa, ya en gran parte destruido, y al que en su fuero interno, en contra de sus convicciones, en contra de su razón ideológica, se sentía profundamente ligado» (p. 273). Arguedas como narrador, y también como etnólogo, re chaza la idea de un Perú ‗cholificado‘10, ‗aculturado‘ que sustituye la identidad cultural propia por la de ‗los invasores‘. «Que para vivir, al fin, una vida digna, el indio tuviera que ser despojado de aquello que lo definía y distinguía, algo que había conseguido preservar a lo largo de siglos, pese a la explotación, era para Arguedas —afirma Vargas Llosa— […] consumar el crimen iniciado por la Conquista » (p. 306). Como conocedor de la lengua quechua y de la riqueza de las tradiciones indígenas, para Arguedas lo ‗peruano‘ se manifiesta a través de las expresiones originales de sus pueblos: su música, sus ceremonias y sus ritos. No obstante, y a diferencia de la generación hispanista (Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde) que desconoce o desprecia al indio actual por la añoranza y la exaltación del pasado imperial incaico 11, la narrativa de Arguedas reivindica el poder asimilativo del indio para «aclimatar lo ajeno a su tradición» (p. 135) con el paso del tiempo 12. En este sentido, lo ajeno toma una acepción negativa únicamente cuando se asume como lo impuesto, lo foráneo que suplanta lo propio, siendo en esta dirección como Arguedas entiende la modernidad. La dialéctica de lo propio y lo ajeno, vista a través de las expresiones culturales, tiene un lugar espe cial en el mundo ficcional de Arguedas por la importancia que éste concede a las manifestaciones ceremoniales y folclóricas como representaciones de la identidad indígena y las raíces peruanas. En Yawar Fiesta , como reconoce Vargas Llosa, al lector no le queda duda de la conclusión que el narrador quiere compartir: «que quienes se empeñan en suprimir el yawarpunchay no entienden ni respetan las costumbres, las creencias, y los ritos de los indios y, en verdad, quieren despojar a éstos de algo precioso: su identidad» (p. 135). En la música, la ceremonia, la fiesta, Arguedas reconoce la fuerza mágico-religiosa y la organización colectivista característica de la tradición andina que debe ser preservada como el alma de un pueblo. La música, el arte en general, tiene en Arguedas un valor sagrado que «comunica a los hombres con la naturaleza», con lo antiguo y puro del mundo al que pertenecen. Los huaynos y los hara huis, la música de los indios protagonista en Ríos profundos, es la patria perdida de Ernesto, el canto de las montañas y los ríos de los Andes que Clavel, personaje de El Sexto , ha olvidado ya por su parte y entremezcla con rumbas y tangos como «emblema de la disolución de su ser» (p. 220). Cuando lo extranjero se impone en la forma de una ‗desindianización‘ y ‗descastación‘, se convierte en el mundo de Arguedas en la encarnación del mal. De ahí la visión apocalíptica del mundo degra dado de El zorro de arriba y el zorro de abajo, donde el desarrollo industrial, de manufactura ex9

―Inkarri es un híbrido de la palabra quechua ink a y la española rey‖ (p. 162). El mito del Inkarri recogido en el trabajo de etnólogo de Arguedas y otros, cuenta que la cabeza enterrada de este dios, decapitado por los conquistadores, sigue viva y que el dios se va reconstruyendo a partir de ésta para renacer y ajusticiar su pueblo. 10 La aculturación del indio, que los sociólogos denominan cholificación, según Vargas Llosa, se entiende como ―el declinar de la cultura prehispánica […] al ser absorbida la población campesina indígena por el Perú hispano urbano e hispanohablante. (La utopía, p.236). 11 En esta misma línea se encontraría el indigenismo representado por Valcárcel y Luis Alberto Sanchez. Se trata de una visión mitificadora del pasado incaico y de figuras aristocráticas como la del Inca Garcilaso en detrimento del indio ‗vivo‘. Ver. La utopía, p. 81. 12 Vargas Llosa destaca como expresiones de esta ―aclimatación‖ o metabolización de lo ajeno en la cultura indígena el yawarpunchay, una corrida de toros indianizada, la danza de las tijeras. Ver: La utopía, p. 135.

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tranjera, ha convertido la riqueza del mar de Chimbote en podredumbre, putrefacción y envilecimiento natural y humano. El trabajo alienante de las fábricas despoja al indio de su lengua, sus ritos y sus valores ancestrales, lo despersonaliza y corrompe con el ‗veneno‘ del dinero (p. 223). Gabriel, el protagonista de El Sexto, así lo entiende también. Para éste, incitar al indio al comercio es una forma de privarlo de su alma: «Se empeñan en corromper al indio, en infundirle el veneno del lucro y arrancarle su idioma, sus cantos y sus bailes, su modo de ser, y convertirlo en un miserable imitador, en infeliz gente sin lengua y sin costumbres» (El Sexto, p. 117). La pérdida de la identidad propia, antigua, del Perú por cuenta de un progreso de sello extranjero 13 no es vista en la narrativa de Arguedas como la superación o salida del primitivismo, tal y como se la contemplaba en cambio desde la mirada ideológica del socialismo representado por Mariátegui. Pese a su filiación a la línea progresista del pensador marxista, Arguedas —«un indigenista, no un marxista» (p. 44), como aclara Vargas Llosa— «no creyó nunca que el progreso entendido en términos económicos fuera una solución para el problema del indio» (p. 45). Para él, «las luchas sociales tienen un trasfondo no sólo económico […], sino un denso trasfondo cultural» (p. 81) 14. Se trata para Arguedas del derecho de permanencia de una identidad cultural fuera del sistema opresor que im pone la propia identidad como única; del derecho del indio a dejar de ser explotado y marginado sin tener que renunciar por ello a su lengua, sus creencias, costumbres y ritos. Este mismo reconocimiento de la cultura, como factor diferencial y sustancial de la identidad de un pueblo, se halla también en pensadores como Pedro Henríquez Ureña, quien afirmaba —en La utopía de América (1922)— que «México es el único país del Nuevo Mundo donde hay tradición larga, perdurable, nunca rota » (p. 3). México representa para este ensayista lo mismo que para Arguedas el Perú: un país con un pasado cuya riqueza se conserva en las expresiones artísticas heredadas de la cultura prehispánica. En la cerámica, la pintura, la música, Henríquez Ureña reconoce tanto la tradición indígena como también su capacidad para asimilar formas foráneas, venidas de la colonia, a su propio sistema de creación. Para éste como para Octavio Paz la identidad mexicana reside en una historia, se trata de una cultura que pervive a través de las manifestaciones de la cultura. En el discurso de premiación del Nobel mexicano esta filiación identitaria se expresa cuando señala que: «El México precolombino, con sus templos y sus dioses, es un montón de ruinas pero el espíritu que animó ese mundo no ha muerto. Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres» (Paz, 10). Si en Arguedas los cantos y las ceremonias y fiestas de la tradición indígena manifiestan el alma de antigua del Perú, en Henríquez Ureña y Octavio Paz contienen el espíritu, el ‗carácter genuino‘ de los pueblos que debe ser preservado «contra la amenaza de reducirlo a la uniformidad dentro de tipos que sólo el espejismo del momento hace aparecer como superiores » (Paz, 5). Esto es, en la retórica arguediana, lo propio que debe ser preservado contra lo extranjero 15.

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En El Sexto y El zorro los dirigentes empresariales y promotores del progreso son extranjeros que quieren explotar la riqueza nacional o señores capitalistas que, al igual que los ―cholos leídos‖ de Yawar Fiesta, desprecian sus raíces indígenas. 14 Vargas Llosa toma esta cita del ensayo de Arguedas ―Razón de ser del indigenismo en el Perú‖, public ado póstumamente en Visión del Perú, Núm. 5, Lima, Junio de 1970. 15 Vale la pena resaltar que en Henríquez Ureña y Octavio Paz exaltar lo propio no significa un rechazo de lo extranjero como el que se da en Arguedas. Para los ensayistas mexicanos el hombre al que debe aspirar nuestra América -como formula Ureña- ―sabrá gustar de todo, apreciar todos los matices, pero será de su tierra‖ (p. 8). La universalidad es el lugar de las ―multánimes voces de los pueblos‖ (p.8), de la armonía de la diferencia.

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A MODO DE CONCLUS IÓN: S ER Y DEB ER S ER: ¿ VERDADEROS POLOS IRRECONCILIABLES ? Debatido «entre el fuego y el amor» 16, Arguedas nunca logro conciliar, como señala Hozven, «por una parte, su interés profundo en conservar el sistema de supervivencia que le ha permitido al indígena, en situaciones muy adversas, mantener una continuidad con el pasado (de lengua, costumbres y ritos) con, por otra parte, las exigencias de los sectores progresistas » (309), que veían en la erradicación de esos mismos elementos la superación del primitivismo necesaria para el ingreso a la modernidad. Su ficción indigenista se alimentaba más que de una realidad, como pretendían los escritores de su época, de una utopía hecha a la medida de sus deseos, nostalgias y fantasías. En los años sesenta, como declara Vargas Llosa: «el Perú indio en el que había nacido y vivido ya no existía, y en verdad, no había existido jamás de la manera en que vivía en su memoria y fantasía de escritor » (p. 294). La migración del indio a las ciudades bajo las expectativas del progreso no habían producido la soñada «andinización» del Perú de Arguedas, sino por el contrario, había derivado en aquello que más temía: la «aculturación» del indio. Para Vargas Llosa la sociedad peruana de los sesenta se hallaba no sólo lejos de la utopía arguediana, sino además lejos también de la ficción histórica que pretendía ver en la ‗amalgama‘, ‗mescolanza‘ y ‗confusión‘ de razas, hablas y costumbres de la ciu dad, un modelo de ‗integración‘ y desarrollo. En un ensayo titulado «Notas sobre la experiencia histórica peruana » de 1992, Jorge Basadre resume la «personalidad» del Perú en una visión optimista de una sociedad «que progresa de manera sistemática hacia la totalidad» (p. 211). Vargas Llosa disiente. Para éste hablar de ‗conjugación‘ (p. 209) e ‗integración‘ (p. 331) para describir la realidad del Perú es como en la obra de Arguedas, la utopía arcaica, una fabulación. La ‗cultura chicha‘ 17 que designa «a ese nuevo país compuesto por millones de seres de origen rural, brutalmente urbanizados» (p. 332), es —aunque una prueba más de la capacidad de adaptación del indio— el origen de un ‗Perú informal‘, descreído y cínico, que para Vargas Llosa se presenta como una incógnita hacia el futuro. Llegados a este punto, cabe preguntarse si estas tensiones constituyen en efecto polos irreconciliables, tal como consideran tanto Arguedas como Vargas Llosa; quienes, a pesar de sus múltiples dife rencias, comparten una visión polarizada de lo arcaico y lo moderno que impediría conjugación alguna. Lo que está en juego en el fondo de este debate no es otra cosa, finalmente, que la posibilidad de aunar de algún modo los extremos entre los que se configura la identidad latinoamericana. Arguedas concibió la realidad de la sierra como un mundo apegado a las tradiciones indígenas peruanas y, ante todo, como un mundo ligado a la tierra. Por su parte, el mundo de la costa, portuario y comercial por excelencia, tan sólo consideraría la tierra como una fuente de recursos intercambia bles. Este mundo costero, de espaldas a la tierra y lugar de entrada de lo foráneo, suponía para él un intercambio cosificador que no concebía más realidad que la mercancía, debiendo por ende generar un tipo de «progreso» que desliga a los hombres de sus tradiciones ancestrales y los iguala como meras fuerzas de trabajo y consumo. La sociedad justa que los pensadores marxistas creían poder alcanzar no es ya posible para Arguedas, que ve incluso en estas teorías una excesiva cercanía con la ideología del progreso y, por ende, una imperdonable complicidad con la desaparición de lo propio. La insistencia de Vargas Llosa en hacer de Arguedas un escritor de ficciones no debe ser entendida solamente como un intento de reconocer sus virtudes como escritor, más allá de sus mitificaciones de la realidad del indígena, sino también como una forma de tachar de mitológicas e irreales las dimensiones políticas de su literatura. Al valorar a Arguedas como creador de un mundo propio se está afirmando a un tiempo que, a diferencia de la escritura indigenista comprome tida, la de Arguedas no tiene una dimensión política y más bien debe ser entendida en puros términos de ficción. Vargas Llosa considera que la contraposición de Arguedas entre el mundo del indígena y el mundo moderno son uniliaterales y, ante todo, poco c oincidentes con la realidad de los indígenas en el momento en que escribe el propio Arguedas. Sin embargo, el mismo Vargas Llosa mantiene esa dicotomía como irreconciliable al afirmar que, lejos de haberse ido generando una cultura mestiza que 16

Así titula Vargas Llosa los apartados de contenido biográfico sobre Arguedas, consignando en esta dualidad la escisión del escritor indigenista. 17 Vargas Llosa designa el término por extensión de lo que se llamó ‗música chicha‘, música que ―combinaba los huaynos andinos con los ritmos de moda caribes y aún con el rock…‖ (p.332).

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permita convivir esas dos tendencias conservándolas, lo que se ha dado es una mezcla amorfa que las niega a ambas y conserva lo peor de cada una de ellas. Vargas Llosa ve en esa «cultura chicha » el caldo de cultivo para los autoritarismos y en última instancia considera que el camino para superar estos peligros no es sino la misma modernidad, pero una modernidad venida de la mano de la democracia. De este modo, las pretensiones de Arguedas de mantener lo oriundo son consideradas poco realistas y, en el fondo, indeseables. La posibilidad de salir de este atolladero en el que modernidad y tradición, lo ajeno y lo propio, parecen condenados a mantenerse como paralelas sin un punto de encuentro pasa a nuestro entender por revisar los términos contrapuestos, y especialme nte la comprensión de la modernidad que se pretende alcanzar o rechazar. En efecto, mientras siga considerándose la modernización como un proceso unitario, unívoco y unidireccional, parece difícil poder conjugarla con el respeto a las dife rentes realidades culturales de los países que se suman a ella. En ese sentido, cabe rescatar la idea de Octavio Paz según la cual «modernidad» sería un «término equívoco» —o multívoco, por mejor decir—, pues «hay tantas modernidades como sociedades » (Convergencias, 14). Se trataría, por consiguiente, de ser capaces de pensar configuraciones político-sociales e identitarias más allá de un modelo único de «progreso» abstracto y ahistórico, desligado de las diversas realidades culturales. Como afirma Alfonso Reyes, el proble ma hasta el momento ha radicado en que uno de los polos, la tradición, «ha pesado menos […]. Pero falta todavía saber si el ritmo europeo —que procuramos alcanzar a grandes zancadas, no pudiendo emparejarlo a su paso medio—, es el único "tempo" histórico posible». (p. 231) Si esto es así, la obra de Arguedas mantendría un elemento reivindicativo de lo autóctono que no puede ser infradimensionado mediante elogios sobre su capacidad para crear ‗hermosas mentiras‘. Toda ficción —también las del propio Vargas Llosa— pretende contener una elaboración tal de la realidad que, además de poseer cualidades estéticas o justamente por ello, guarde en sí algo verda dero y, de ese modo, ponga algo de manifiesto para que sea tenido en cuenta. Las obras de Arguedas deberían ser calificadas entonces como «utopías», tal como hace Vargas Llosa, pero en el sentido de apuntar a un deber ser y no como meras fantasías; de ahí también que no sea acertado calificarlas como «ficciones del indigenismo» —nótese la ambigüedad del título, a la vez descriptivo y condenativo— sino como indigenismo ficcionado. © Ludy Sanabria

*** BIBLIOGRAFÍA CORNEJO POLAR, Antonio. “Literatura peruana e identidad nacional: tres décadas confu sas” en Perú 1964-1994. Economía, sociedad y política. Perú: IEP Ediciones, 1995. pp. 293- 302. HENRÍQUEZ UREÑA. Pedro. “La utopía de América” en La utopía de América. Venezuela: Biblioteca Ayacucho, pp. 3-8. HOZVEN, ROBERTO. “Las alegorías de una turbación” en Estudios Públicos Nº 72 (primavera 1998), pp. 306-324. MARTÍ, JOSÉ. “Nuestra América”. Venezuela: Biblioteca Ayacucho. Tercera edición, 2005. págs. 31-39. En línea: http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=2&tt_products=15 PAZ, Octavio. Convergencias. Madrid: Seix Barral, 1991 REYES Alfonso. “Notas sobre la inteligencia americana”, en Última Tule y Otros Ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992. pp. 230-235.

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VARGAS LLOSA. Obras completas. Ensayos literarios I. Vol.VI. Madrid: Galaxia Gutemberg, 2006. VARGAS LLOSA. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo . México: Fondo de Cultura Económica, 1996.

Ludy Sanabria Estrada (Bucaramanga, Colombia, 1986) es Licenciada en Español y Literatura por la Universidad Industrial de Santander. Actualmente cursa el Magíster en Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile y es profesora de Literatura del Programa de Bachille rato Internacional en Chile. En el campo de la enseñanza le interesa la didáctica de la literatura; en el de la investigación, el diálogo entre literatura y sociedad a través de temas como las representaciones de poder, de género y de identidades. Sobre el primero ha publicado ―Los impostores del poder en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa‖ en la revista Espéculo de estudios literarios de la Universidad Complutense.

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Relato

EL PLAN por Alfonso Ruiz de Aguirre

En 2013 fui contratado por la West Virginia University como Writer in Residence durante el Fall Term. Quisiera dedicar este relato a la Universidad y a todas las maravillosas personas que conocí allí.

Papá bebe porque no me quiere. Él dice que me quiere mucho, pero es mentira. Si me quis iera tanto como él dice no bebería, ni se iría con su amigo Jimi de copas, ni me dejaría toda la noche llorando solo, como una chica, en este piso viejo donde cruje la madera cuando todo se queda a oscuras y no suena la tele. Por eso odio a Jimi y odio el whiskey. A veces también odio a papá, aunque eso no me guste. Jimi da asco y siempre me lo ha dado. Cuando se presenta en casa no le saludo. Me encierro en el baño y digo que no me sale la caca. Cuando mamá se fue, papá pasaba mucho tiempo conmigo, pero ahora se ha dejado unas melenas muy largas y se ha comprado camisetas como las de Jimi, con nombres de bandas de rock, de ésas que llevan dibujos idiotas, esqueletos, un señor gritando con el micrófono en la mano, una lengua, guitarras... Papá parece un payaso cuando se las pone. «Papá dice que Jimi and Todo lo quiere hacer como Jimi. Quiere ser igual que él. the Motherfuckers serán Mamá no le hubiera dejado vestirse así. muy famosos cuando graben su segundo Papá siempre tiene muchas cosas que hacer, o está con su música, disco, que pondrán su o llega tarde del trabajo, así que nunca está conmigo. música en todas las Papá dice que Jimi es una estrella del rock and roll porque canta emisoras de radio y que en un grupo que va a ser muy fa moso, Jimi and the Motherplucsaldrán en la tele.» kers. En cada concierto cogen un pollo y lo despluman. Papá me llevó dos veces y siempre es lo mismo. Se creen unos héroes porque le hacen daño a una pobre gallina que no puede defenderse. Seguro que con un león no se atreven. No es gracioso hacer daño a los animales, porque ellos también sufren y también les sale sangre. Jimi no se llama de verdad Jimi. Se llama Jordan Smith, pero se ha puesto ese nombre porque le gusta mucho un guitarrista que se llamaba Jimi Hendrix y que hizo famoso porque se ahogó en su vómito. Ya ves tú qué mérito. P odía haberse puesto cualquier otro nombre, pero ha tenido que ponerse Jimi precisamente. Lo de Jimi Hendrix es mentira. Lo ha hecho para fastidiarme. Y si tanto le gusta Jimi Hendrix, podría ahogarse en su vómito él también y dejarnos en paz, a papá y a mí. Papá dice que Jimi and the Motherfuckers serán muy famosos cuando graben su segundo disco, que pondrán su música en todas las emisoras de radio y que saldrán en la tele. Que él tiene mucha suerte de tener un amigo tan importante, porque sus compañeros de la fábrica sólo se juntan con perdedores. Y que por eso hemos venido a América, porque aquí se cumplen los sueños. A mí me da igual. No sé cómo de importante es el estúpido de Jimi, pero seguro que no es tan im portante como Batman, y ni siquiera a Batman le dejaría que me robara a mi padre.

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Y si América es el lugar donde se cumplen los sueños de todo el mundo , no sé por qué a mí me ha tocado la pesadilla. Es muy difícil pasar todo el día hablando en inglés. Ellos pronuncian como les da la gana y todos los entienden, pero a mí no me entiende nadie y me da mucha rabia. Así que prefiero quedarme callado. Yo tampoco los entiendo a ellos. Los otros niños me dejan solo en el recreo. Y cuando la profesora les regaña por dejarme solo es peor, porque se me acercan, hacen que van a jugar conmigo y se ríen de mí. Se ríen de mí, aunque yo nunca me chivo, pero ya nadie me pega. Dejaron de pegarme cuando le di el rodillazo en los huevos a Ian y la patada en la nariz a Donald. Le salía mucha sangre. Hay que ser tonto para llamarse como un pato. En Toledo vivía mucho mejor y el piso del Polígono por lo menos era de ladrillo. No me gusta el colegio de Morgantown. No sé por qué me trajeron aquí, a este sitio tan feo y tan triste, donde siempre está nublado y hace frío. Aquí no tengo ningún amigo. Cuando me acuerdo de mis amigos de Toledo me pongo muy triste. Nico, Borja, Daniel, Santi... Y muchos más. Allí tenía un montón de amigos. «No me gusta el colegio de Morgantown. No sé por qué me trajeron aquí, a este sitio tan feo y tan triste, donde siempre está nublado y hace frío.»

Papá y mamá me engañaron. Me dijeron que aquí iba a tener también muchos amigos. Y eso no es verdad. Pero para los mayores, si mientes a un niño, eso no es mentir, porque es por su bien. Me trajeron aquí porque en España no encontraban trabajo, pero en mí no pensaron.

Decían que iba a pasarlo genial y que me llevarían a Disney, porque aquí había dos y eran más grandes que el de París. Luego decían que están los dos muy lejos y que hay que conducir muchas horas o coger un avión muy caro. Podían haberlo mirado antes de venir, digo yo. Me he quedado sin amigos y nadie me ha llevado a Disney. De todas formas yo no quiero ir a Dis ney sin mamá. Así que no tengo ganas de jugar y me encierro siempre en mi cuarto y no quiero salir. Pero eso no significa que yo sea tonto, ni cobarde, ni que los otros niños se puedan meter conmigo. Si alguno se mete conmigo le doy otra patada en los huevos o en la nariz, aunque la directora me diga que van a echarme para siempre. Si hace falta, sé comportarme como un soldado. Eran dos contra uno y salieron llorando los dos, como chicas. No voy a dejar que Jimi me gane. Él se cree que como soy un niño puede hacer lo que quiera con mi padre y conmigo. No sabe de lo que soy capaz. Pero yo se lo voy a enseñar. A papá le da igual que yo llore. Él se pone su camiseta asquerosa y su cazadora de cuero y se va con Jimi de copas. Yo antes lloraba cuando se marchaba, y gritaba, y daba patadas a los muebles, y me tiraba al suelo, pero ya no. Ya sólo lloro cuando se me escapan las lágrimas aunque cierre los ojos y apriete muy fuerte. A veces odio a papá por beber. Y entonces me odio a mí por odiarle. Y entonces me doy cabezazos contra la pared de mi habitación hasta que me sale sangre. Un día papá me preguntó cómo me había hecho la herida de la cabeza. Le dije que me había tropezado con una rama y me había estrellado de frente contra el árbol del jardín de un vecino. Y se lo creyó porque tenía mucha prisa: había quedado con Jimi.

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No me gusta mentirle a papá. Eso no está nada bien. Cuando le miento me odio y odio a Jimi, y me acuerdo de mamá aunque intente no hacerlo, por lo de los indios. Todos los viernes y los sábados pasa lo mismo. Bueno, pasaba, pero ya no va a volver a pasar nunca más, gracias a mi plan. Todos los viernes y los sábados igual. Papá me decía que iba a salir un rato a tomarse una copa. —Sólo una copa y vuelvo enseguida. En media hora estoy aquí. Prometido. ¿Lo entiendes? Pues claro que lo entendía. Entendía que era una mentira más grande que una casa. Jimi y él se dedicaban a ir de bar en bar por todo Morgantown bebiendo cerveza barata, ginebra barata y whiskey barato hasta que se les acababa el dinero. Y luego volvía a casa borracho como siempre. Yo no hacía los deberes porque no entiendo los libros en inglés y porque no me daba la gana. Me ponía la tele, pero todos los programas eran muy aburridos. Los juguetes eran también un rollo. Me metía en mi cuarto, miraba debajo de la cama, por si había algún monstruo, y luego me acostaba. El viento pegaba muy fuerte en las ramas de los árboles y tiraba la lluvia a puñados contra las pare des de la casa. Aquí hacen las casas de madera. Por eso suenan más por las noches y todo cruje. Aquí da más miedo quedarse solo. Seguro que en España no me daría tanto miedo. Yo soy muy valiente. Pasaban las horas y yo daba vueltas en la cama sin poder dormir, esperando oír el ruido del coche en la gravilla de la entrada y la música del DVD. Papá siempre pone la música a todo volumen, sobre todo cuando oye Jimi Hendrix o El Tonto and the Motherpluckers. Como no me dormía, me ponía a llorar, aunque odio llorar, porque es de chicas. Apretaba muy fuerte los ojos para que las lágrimas se me quedaran dentro, pero no había manera. Me encogía bien, me apreta ba contra la manta para no tener frío y rezaba.

«El viento pegaba muy fuerte en las ramas de los árboles y tiraba la lluvia a puñados contra las paredes de la casa. Aquí hacen las casas de madera.»

Luego oía el coche y la música. Mi padre entraba y daba un portazo. Yo bajaba los peldaños de dos en dos y me secaba los ojos para que no viera que había llorado. —Lo siento mucho, Jaime. Lo siento muchísimo. No sabes cuánto lo siento. —No pasa nada, papá. —Te dije que sólo iba a ser una copa y me he liado a charlar con Jimi y me han dado las tantas. —No pasa nada, papá. —Es la última vez, te lo prometo. —Vale, papá. Entonces se sentaba en la banqueta de la cocina y seguía hablando y hablando, contándome lo bueno que era Jimi y lo famoso que iba a hacerse, y cómo el rock sería distinto después de él, hasta que se iba quedando dormido con la cabeza apoyada en un codo. Yo sabía que estaba muy dormido porque roncaba y se le caía la baba. Entonces me tiraba debajo de la mesa y me agarraba a sus piernas. Apretaba las mejillas contra sus tobillos y me dormía en el suelo. A veces hacía tanto frío que no paraba de tiritar, aunque me echara una manta encima, pero así podíamos soñar los dos juntos hasta que se despertaba. Yo me concentraba mucho para intentar soñar lo mismo que él y también para que no soñara con Jimi y con las cervezas. Este sábado repitió la mentira de siempre otra vez. Él no sabía que era la última vez que la repetía.

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—Sólo un par de cervezas y vuelvo en un rato. En menos de una hora estoy de vuelta. ¿Vale? No valía. Yo no quería que saliera. Pero no dije nada. Hacía mucho que ya no decía nada. Y el sá bado me daba lo mismo, porque yo tenía un plan. Y era un plan muy bueno. Me acosté pronto. No podía dormir, como siempre. Hacía mucho frío. Encendí la luz. Me levanté para subir la calefacción, pero estaba rota y papá se había olvidado de llamar al electricista otra vez. Él dice que se le olvida llamarle, pero es mentira, es que no tiene dinero porque se lo gasta en copas. Volví a mi habitación. Miré alrededor. Tenía muchos juguetes pero no me apetecía jugar con nin guno. Me puse a llorar, aunque no estaba triste. El sábado no estaba triste porque tenía un plan, pero mis ojos lloraban porque estaban acostumbrados a llorar cuando papá se marchaba por las noches y era lo único que sabían hacer. No sé por qué los ojos tienen que funcionar solos, sin pedirte permiso. No podía dormir, por más que lo intentaba. Esta vez no era por papá. O a lo mejor sí. Pero era también por mi plan. Era un plan buenísimo que iba a cambiarlo todo y yo estaba muy emocionado. Me levanté otra vez. Encendí la tele para que sonara algún ruido. Cuando todo está en silencio me entra miedo y pienso en espíritus y en vampiros. «Volví a mi habitación. Miré alrededor. Tenía muchos juguetes pero no me apetecía jugar con ninguno. Me puse a llorar, aunque no estaba triste.»

Me puse el chaquetón de plumas, los calcetines gordos y el gorro de lana. Me acerqué a la ventana y miré al cielo. Me costó encontrar la luna. Me pareció que me sonreía y me sentí menos solo. Eché mucho de menos a ma má. Siempre la echo mucho de menos, pero prefiero no pensar en ella por lo de los indios. Primero dejé preparadas todas las cosas que necesitaba.

Luego, para esperar a papá, encendí su ordenador. Me sé su contraseña. Siempre usa la misma. Mi nombre y la fecha de mi cumple. Seguro que pensaba cambiarla por el nombre de Jimi y su cumpleaños, pero ya no podrá hacerlo, gracias a mi plan. Me gusta jugar al ordenador, pero esta vez todos los juegos eran un rollo, hasta el GTA San Andreas y el Call of Duty. Papá dice que ésos no son juegos para niños y me los tiene prohibidos, pero nunca está para no de jarme jugar con ellos, así que yo juego, aunque sé que está mal. No había manera de que el tiempo pasara más deprisa. Por fin sonó la gravilla y la música. Lleva ba en el coche Voodoo Child. De tanto oírlas me las sé todas de memoria. Seguro que los vecinos se las saben también de memoria. Una vez los del piso de al lado llamaron a la policía porque papá armaba mucho ruido con su música. Cuando llegaron le obligaron a bajar el volumen y le pusieron una multa porque había aparcado ocupando dos sitios. Y el policía le dijo que tenía suerte de que no le hubieran pillado en el coche, porque le hubieran me tido en la cárcel por conducir borracho. Bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta justo antes de que parara la canción. Papá entró, se tropezó con la alfombra y se cayó al suelo. Su cazadora de cuero se quedó tirada. Intenté ayudarle a levantarse, pero pesaba mucho. Estuvo un rato a cuatro patas. Al final se apoyó en una silla y se puso de pie. Le olía el aliento a whiskey. Se había manchado los vaqueros de vómito. Ahora también quería parecerse a Jimi Hendrix. —Lo siento, Jaime. Lo siento muchísimo. No sé en qué estaba pensando. —No pasa nada, papá. —No sabes cuánto lo siento. Me he puesto a charlar con Jimi y cuando he mirado el reloj, mira qué horas. —No pasa nada, papá.

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—Ya no va a volver a pasar más. Nunca más, ¿vale? —Vale, papá. —Papá no volverá a llegar tarde nunca más. Y esta vez decía la verdad, aunque él no lo sabía. Ya no dependía de él ni de Jimi: yo tenía un plan para que no volviera a llegar tarde nunca más. Se sentó en la banqueta de la cocina, apoyó la cabeza en el codo y se puso a contarme cosas, pero yo no le entendía. Papá cada vez tenía el pelo más largo. Ahora tapaba casi toda la mesa. Estaba muy sucio y lleno de nudos. Llevaba una camiseta negra con una foto de los Motherpluckers desplumando un pollo. Olía como la alcantarilla que hay enfrente de casa. Papá nunca tiene frío. Siempre lleva manga corta aunque nieve. Por eso se le olvida llamar al electricista. Esta vez no me metí debajo de la mesa, ni me agarré a sus piernas, ni apreté las mejillas contra los tobillos, ni me quedé dormido para soñar lo mismo que él soñara. Esperé. Cuando se que dó dormido fui por la caja donde había guardado todo lo que necesitaba para mi plan. Tenía las tijeras grandes y todas las otras cosas. Y las tijeras acabarían para siempre con la melena y con las copas. Tenían las puntas muy afiladas y cortaban mucho. Además, yo tenía también la corbata y todo lo demás. Me acerqué a él despacio y lo miré bien. Era la última vez que iba a verlo así. Estaba muy asustado de lo que iba a hacer, pero no me quedaba otro remedio. A mamá no le habría parecido bien y se habría enfadado mucho conmigo, pero mamá ya no estaba aquí para decirme lo que estaba bien y lo que estaba mal. Ahora no había nadie para ayudarme, yo tenía un problema, y lo iba a arreglar yo solo.

«Intenté ver su cuello, pero su pelo lo tapaba y no había manera. Le puse la mano en el hombro y le di golpes. Le pellizqué. Le tiré del pelo.»

Papá estaba roncando muy fuerte. A ratos se paraba y parecía que se iba a ahogar. Intenté ver su cuello, pero su pelo lo tapaba y no había manera. Le puse la mano en el hombro y le di golpes. Le pellizqué. Le tiré del pelo. Le tiré de la camiseta. Le sacudí tan fuerte que casi lo tiro de la banqueta. Daba igual. No se des pertaba. Aunque le hubiera pegado en la cabeza con el bate de béisbol que me regaló por mi cumple no hubiera abierto los ojos. Me regaló el bate porque quiere que yo juegue al béisbol como los niños americanos, pero a mí sólo me gusta el fútbol. Y estoy ha blando del fútbol de verdad, no de lo otro. Nadie me va a cambiar por mucho que se empeñen. Cogí su cabeza. Pesaba mucho. La apoyé otra vez contra la mesa. Agarré las tijeras bien fuerte. Cogí un mechón de pelo. Lo corté. Luego otro y luego otro. Todo el s uelo estaba lleno de pelos. Luego corté su camiseta, se la quité, la hice trozos muy pequeños y la tiré a la basura. Traje agua, la espuma y la maquinilla. Le afeité la cabeza hasta que se quedó calvo del todo. Le levanté otra vez la cabeza. Cómo pesaba. La boca estaba pegajosa. Le pasé la corbata por la calva, pero se le enganchaba en las orejas y me costó mucho. Y eso que la había abierto un montón. Al final pude colocársela en el cuello. Era la corbata que llevaba siempre a las bodas y a las fiestas. Sólo tenía ésa. Papá no sabía hacerse el nudo y se lo hacía siempre mamá. La corbata tenía el nudo todavía, de la última vez que mamá lo hizo antes de morirse. Desde entonces papá no había tocado la corbata.

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Un sábado mamá me llevó a la biblioteca de Morgantown porque hablaba un jefe indio que se llamaba Cornstalk. En realidad era un señor disfrazado, pero los mayores se creen que los niños nos lo creemos todo y yo dije que sí, que era un indio de verdad, para que mamá no me diera la lata. Pero el señor disfrazado sabía un montón de cosas sobre los indios. Cornstalk nos dijo que los indios nunca pensaban en sus muertos ni se lamentaban de que se hubieran ido, porque si lo hacían los muertos los oían, se ponían muy tristes, volvían con ellos y ya no podían ir al cielo. Él no lo llamaba cielo, pero era lo mismo que el cielo. P or eso yo intento no pensar en mamá y no mirar la corbata con el último nudo que hizo antes de morirse. Pero esta vez era por algo muy especial y yo necesitaba usar esa corbata para mi plan, aunque me recordara a mamá y no pudiera dejar de pensar en ella todo el rato. Cogí mi cámara de 8 megapíxeles que me regalaron cuando la comunión, justo antes de venirnos. Le giré a papá la cabeza, le aparté el pelo para que se le viese la cara y le hice una foto. Salió muy bien, muy serio, que era lo importante. Papá nunca sonríe en las fotos, menos en las de su boda. Busqué todas sus camisetas asquerosas y las hice trozos con las tijeras. Tiré los pedacitos a la ba sura. Tardé un buen rato. Llené una bolsa entera. Volví a encender su ordenador y me metí en su cuenta de Gmail. Escribí a Jimi y le di al botón para poner la foto en el correo. «Busqué todas sus camisetas asquerosas y las hice trozos con las tijeras. Tiré los pedacitos a la basura. Tardé un buen rato. Llené una bolsa entera.»

«Me he cortado el pelo y he tirado a la basura todas las camisetas asquerosas. Ahora llevo corbata, así que no vuelvas a molestarme nunca. No me llames más, idiota. Eres un imbécil y no quiero que dar contigo ni beber. Me da igual que seas una estrella del rock. Ojalá tú y todos los Motherpluckers os caigáis por unas escaleras. No me llames más o te doy un rodillazo en los huevos». Con eso era suficiente. Hasta el tonto de Jimi lo entendería. Yo había recuperado a papá.

Seguí jugando en el ordenador. Ahora los juegos eran muy divertidos. Me lo estaba pasando muy bien conduciendo el coche por medio de la ciudad mientras disparaba a todo el mundo y colándome en una casa con mi uniforme de operaciones especiales y un montón de rifles de asalto distintos. Estaba un poco nervioso y no podía parar de mover las piernas. Por un lado quería que papá se despertara y por otro no. Tenía miedo de que se enfadara mucho conmigo cuando se diera cuenta de que estaba calvo y de que ya no había en casa camisetas asquerosas. Esas camisetas le gustaban mucho y yo lo sabía. Era como si alguien me hubiera reventado mi balón de fútbol. Pero no había más remedio. A veces tienes que hacer cosas que no te gustan, como dice papá cuando me castiga. Me daba miedo que me regañara mucho y que me castigara, aunque no sabía a qué podía castigarme, porque yo no salgo casi nunca de casa, ni tengo amigos y no hay muchas cosas que me gusten, aparte de estar con papá, y a eso no me podía castigar más porque ya nunca estaba conmigo. Me daba miedo que me gritara y que se enfadara, pero yo había recuperado a papá y quería estar allí cuando se despertara. Todo el rato estuve pensando que no iba a llorar aunque me chillara, ni siquiera si me pegaba, aunque él nunca me había pegado, porque yo no era una chica, y porque, por mucho que se enfadara, ya no iba a salir con Jimi nunca más, y todo gracias a mi plan. Se despertó a las dos. Lo sé porque yo tenía mucha hambre y miraba el reloj cada poco. Me apetecía pollo asado del Kroger, que es lo que comemos todos los sábados y los domingos. Dijo algo que no entendí y se pasó la mano por la cabeza. —Pero, ¿qué coño es esto?

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Salió corriendo hacia el baño. P isó los pelos que había en el suelo y salieron volando. Yo le seguí. Se puso a mirarse en el espejo. —¿Qué cojones ha pasado aquí? Se rascaba la calva y respiraba muy fuerte. —¿Esto lo has hecho tú? —Sí, papá —dije, muy asustado. —Pero, ¿tú has visto lo que has hecho? ¿Estás loco? ¿Por qué cojones me has dejado así? —Para que no salgas con Jimi por las noches. Así ya no volverás borracho nunca más. Y estaremos juntos. Y no me pasaré toda la noche llorando como si fuera una niña. Encogió la frente y se puso muy serio. Se me acercó. Me cogió de la barbilla. Me dio un beso en la frente. © Alfonso Ruiz de Aguirre

Alfonso Ruiz de Aguirre (Toledo, 1968). Ganó el prestigioso premio de novela Felipe Trigo en 2000 con El Baño de la Cava, el Diputación de Guadalajara con El árbol de la vida y el Ciudad de Toledo con Olivera de Bernuy. En 2003 La Iglesia del Cosmos Fluyente quedó finalista del Ateneo de Sevilla: más tarde sería publicada con el título de Arde Troya. En 2005 Isabel no se rinde alcanzó tres ediciones y en 2006 El difamador quedó finalista del Río Manzanares. Ha recibido, entre otros muchos galardones de relato, el Alcalá 70 de Narrativa, el Villa de Iniesta, el Fundación Gaceta Regional de Salamanca, el Peñón de Ifach, el Gabriel Suriot, el Dulce Chacón, el Arte Joven de Latina y el Premio de Narrativa La Pluma Exacta. Ha publicado investigaciones sobre Luis Landero y Felipe Trigo y ha colaborado con periódicos como articulista y crítico literario. Lobo en el purgatorio. Un sargento español en la Guerra de Iraq (2008), Atlas ilustrado de La Legión (2010) y La Legión en las campañas de Marruecos, 1921-1927 (2014) resumen su aportación al estudio de asuntos militares. Cristóbal Colón, más allá del océano (2012) es una novela para estudiantes extranjeros publicada en Estados Unidos por Galleon Press. Mañana te salvo yo (2012) relata el saqueo de Iraq durante la última guerra del Golfo. En 2013 salió al mercado su Brevísima historia de la literatura española y el conjunto de cuentos Arrabal sin tango, publicado por la editorial neoyorquina Artepoética Press. En 2014 LcLibros reeditó El árbol de la vida en formato electrónico. En estos momentos finaliza su tesis doctoral sobre Luis Landero y está prevista la publicación de varios relatos y artículos especializados a lo largo de 2015 .

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Relato

LA P ENSI ÓN DEL ABUELO por Antonio Tejedor García

Paco, mi padre, apenas sonríe. Más que timidez, es costumbre, el hábito del trabajo como operario en pompas fúnebres. Treinta y dos años allí marcaron ese carácter retraído que traía a casa como una continuación de las ocho horas que pasaba entre muertos, deudos y parientes. En los tanatorios no hay sitio para la sonrisa, se habla poco y en voz baja, como si los difuntos en vez de muertos pudieran sentirse incómodos ante los comentarios que vierten sobre ellos o espiaran desde el fondo del ataúd las verdades que les hurtaron en vida. Después, cuando el azar le jugó una mala pasada y lo mandaron al paro (los muertos también habían entrado en crisis) ese carácter, antes solo serio, se agrió como vinagre. Lo vi vagar por las calles al lado del viento, sin rumbo fijo, sin meta que cruzar. Pasaba de una acera a otra, caminaba hasta el parque, daba patadas a las piedras. Extrañaba la sensación de manos vacías, de no tener nada que hacer. Ni lo tendrá, al paso que vienen los tiempos. Con cincuenta y cinco años y seis millones de parados ha perdido hasta la esperanza. El día que agotó el subsidio de paro amaneció con una cara en la que se mezclaban la tristeza, la rabia y una desesperación que me asustó. Me miró a mí (veintiún años, estudiante), miró a mamá (cincuenta y tres, ama de casa), se miró a sí mismo (en paro). Después miró al abuelo: ochenta y siete años y una pen sión, el sostén de la casa para el futuro.

«Si las lágrimas valieran dinero, hubiera llorado a mares, se leía en su rostro. Pero las lágrimas ya no valen ni para un minuto de compasión, la gente ve el llanto de un niño y aparta la vista.»

Si las lágrimas valieran dinero, hubiera llorado a mares, se leía en su rostro. Pero las lágrimas ya no valen ni para un minuto de compasión, la gente ve el llanto de un niño y aparta la vista. N i siquiera ofrece un pañuelo; mejor, irse, no ver. Lo que no se ve no existe.

Como el trabajo. Mi padre lo perseguía como el demonio al pecado. En vano. Nada más allá de una mísera chapuza. Cada vez que miraba al abuelo, temblaba. Por si su silla estaba vacía. Cerraba los ojos y la puerta de la nevera (acababa de descubrir que su interior también está pintado de blanco), y ya se veía en la cola de los comedores sociales o con la mano extendida en demanda de una limosna tras un cartel con faltas de ortografía o incluso rebuscando en los contenedores de basura. El mundo se nos venía encima y solo una débil madera por toda protección. Hasta que quebró. El abuelo murió una tarde de agosto mientras medio vecindario había huido al pueblo o a la playa. Quemaba el aire. Quemaban hasta las palabras. La reacción de mi padre resultó extraña. Yo temía una explosión, gritos, lágrimas, angustia; la vista tirada al suelo, la cabeza humillada, el silencio que carcome. Imaginé que sucumbiría al desespero, pero como dijo después, en un instante que yo intuí como antesala de la tormenta, eso no aseguraba la comida del día siguiente. Sorprendía el aura de calma que reflejaban las palabras, la lección de pragmatismo. Se sentó en una silla al lado de mamá, frente al muerto. La penumbra de la habitac ión no logró atenuar el brillo de sus ojos. Tenían que tomar una decisión. A media noche saltó de la silla en un repente, cogió al abuelo en brazos y lo llevó al arcón. —Saca la poca comida que haya — le dijo a mamá. Metió al abuelo y cerró el portón. A grandes males, grandes remedios, podía haber dicho, pero no dejó escapar una palabra de la boca. No durmió. Ni esa noche ni muchas noches más. Como mamá. Como yo. A mis padres apenas les entraba la comida. A mí me sabía a hielo aunque el plato

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humeara. No era el tacto gélido de un tormo, era el paladar, seco, a cloro. Mis padres se levantaban, deambulaban como sonámbulos, se acostaban. Pasaban los días, las semanas. Lo único que no pa saba era el silencio. Ninguno de los dos hablaba porque eso implicaba move r el muerto, cambiar la decisión. Yo, tampoco. Por ellos hablaron los prejuicios, los escrúpulos, el tabú. El muerto solo descansa en paz bajo tierra, en el cementerio. Contestó la falta de trabajo, la necesidad de mis estudios, el miedo al hambre. Respuestas lentas, respuestas que tardaron meses en hacerse oír. Una tarde me pidió que subiera al coche, a su lado. Dos veces le dije que condujera con precaución, que se salía de la carretera. Miraba sin ver, callado, los ojos húmedos y brillantes. Llegamos a un pueblo abandonado, cerca de la montaña. El que quiera sentir la soledad no tiene más que venir por estos lugares. Ni viento había. Al rato, oí unos pajarillos que gorjeaban. Al cementerio se accedía sin ningún obstáculo. La puerta, desvencijada y rota; las tapias, en el suelo. Un palo seco como huella añeja de un ciprés. Alguna cruz herrumbrosa a medio caer, algún ladrillo hecho añicos. Las hierbas habían monopolizado lo que un día fue camposanto. Tanteó un par de lugares hasta dar con una losa. No nos costó mucho trabajo retirarla. La tumba estaba vacía, con unos trozos de madera podrida en el fondo. —Aquí —dijo. «Una tarde me pidió que subiera al coche, a su lado. Dos veces le dije que condujera con precaución, que se salía de la carretera. Miraba sin ver, callado, los ojos húmedos y brillantes.»

Volvimos a casa. Habló con mamá, vi cómo escapaban unas lá grimas de sus ojos eternamente húmedos. Después abrió el portón del congelador, sacamos al abuelo y lo metimos en una bolsa de plástico que ya había preparado. A la hora en que los sueños pro tegen de las miradas indiscretas lo bajamos al coche. Con las primeras luces, trabajo concluido. Trajimos cubos de tierra de un campo cercano para no despertar sospechas en el caso improbable de que alguien se perdiera por allí. El abuelo reposaba en paz.

Al día siguiente nos fuimos a la playa. Mi padre, sin otra cosa que hacer un día tras otro, había ideado un plan y nos lo explicó con todo lujo de detalles. Cuando dimos el sí, poco antes del anochecer, fue a la policía y denunció la desaparición del abuelo. Volvió acompañado de dos agentes. Hicieron las preguntas de rigor y marchamos con ellos hacia los acantilados. Con los prismáticos otearon el rizo de las olas, buscamos detrás de cada roca. Una hora después, suspendieron la bús queda por falta de visibilidad. Yo vine a casa en el coche, (tenía clase al día siguiente) y mis padres alquilaron un apartamento barato para continuar rastreando los precipicios y la costa. Una semana de ensaladas, patatas fritas y algún trozo de carne: todo sabía igual, pastoso, a gelatina rancia. Y olía a tierra mojada. El domingo fui a buscarlos. Mi padre parecía otra persona. Caminaba más erguido, lejos de aquella apariencia de búsqueda permanente de no sé qué por el suelo. No es que dejara asomar la sonrisa a menudo, pero se percibía un cambio en su fotografía, dejaba ver un color más relajado en la cara. Poco a poco fue recuperando el apetito. Ha transcurrido a lgo más de un año y, tras finalizar la carrera, voy de currículum en currículum por las empresas del polígono industrial. Un peregrinaje sin dios al que rezar y en el que tras cada paso queda la huella de un gajo de esperanza. —Ya le avisaremos. Dan hambre las caminatas inútiles. Mamá me prepara un bocadillo con el que alimentar la fe de una puerta a otra. Con sabor a tierra, todavía, aunque va perdiendo humedad, es casi polvo. Mi padre sigue en paro.

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Oigo la llave en la cerradura: es él, viene del banco. El día uno de cada mes acude puntual a la oficina de la Caja de Ahorros. Después, monta en el coche con mamá y regresan a la playa, preguntan a la policía por si han encontrado algo y dan una vuelta por los acantilados .

© Antonio Tejedor García

Antonio Tejedor García (Fuentespreadas, Zamora, 1951). Ha trabajado en la escuela pública como maestro en Sabadell (Barcelona) y Pedrola (Zaragoza), tanto en Primaria como en Secundaria. En el ámbito literario, ha publicado dos novelas: la primera, Hijos de Descartes, Aiguafreda, Barcelona, Editorial Biblioteca CyH, apareció en julio del 2008. La segunda, Los lagartos de la quebrada, la publicó Mira Editores, Zaragoza, en 2010. De su época como educador quedan dos cuentos infantiles, El Mercancías y Sentados en el borde de una nube, que han visto la luz en nuestra editorial, La Fragua del Trovador, en 2010 y 2012. En esta misma editorial acaba de publicar un libro de relatos, No me cuentes mi vida, entre los cuales se incluye «La pensión del abuelo». Ha colaborado en distintas revistas literarias y en la actualidad mantiene un blog, www.lagartosquebrada.blogspot.com, donde escribe sobre temas de tipo literario y social, viajes, relatos….

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Relato

UNA HI STORI A SI N FIN AL por Susana Pacifici Aquel día, cuando arrancó la camioneta militar, no sabía o no podía imaginar cuánto iba a cambiar mi vida a partir de ese momento. Lo último que pude ver antes de que me sorprendieran con «la capucha» fue a mi madre, paradita en el patio de la casa, llorando en silencio, confundida, sin comprender nada, ni siquiera por qué no le habían dejado darme un beso de despedida. Esta imagen me acompañaría durante mucho tiempo. En el «camello» éramos varios, nunca supe cuántos, y de a ratos, aprovechando las frenadas, nos rozábamos con los pies para darnos valor y sentirnos menos solos. El viaje debe durando una hora o menos quizá. Mi mente se empeñaba en el desorden, se atropella ban recuerdos, suposiciones, incertidumbres, miedos. Angustia por mi compañero que iba en algún sitio del mismo vehículo. ¿Y a dónde iremos ahora, cuándo llegaremos, qué pasará? Cómo duelen las manos esposadas detrás. Y dentro de ocho días, la Navidad. Con o sin nosotros, la Navidad. En enero el casamiento y mi madre que amenazó al de bigotes si me tocaba. No estoy segura si quiero llegar pronto para terminar con las incógnitas o mejor no llegar nunca, seguir así, dando vueltas por todo Montevideo, seguir imaginando, recordando, soñando. Cuando lleguemos ya nada volverá a ser igual. Solo algunos sueños permanecerán esperando, ocultos, intactos, inviolables. Era el 17 de diciembre de 1974. En París mataban al coronel Ramón Trabal y pocos días después cinco compañeros traídos de Argentina aparecerían muertos en los alrededores del Aeropuerto de Carrasco. Fui una de las muchas detenidas por causa política, una más de las maltratadas y torturadas para finalmente terminar procesada y encarcelada por espacio de cuatro años y medio. Me casé en mayo de 1975 en el 5º de Artillería en una ceremonia civil que fue tan emotiva como jocosa. El día que nosotros habíamos elegido para tal acontecimiento se había postergado cuatro meses. Llegaron los familiares más directos junto con la jueza en un auto que traía la valija ocupada de sándwiches, coca-cola, torta y agua pizza casera. El novio iba de alpargatas y a mí me habían peinado unas trencitas. Algunos de los testigos estaban presos con noso tros.

«Fui una de las muchas detenidas por causa política, una más de las maltratadas y torturadas para finalmente terminar procesada y encarcelada por espacio de cuatro años y medio.»

Firmamos el acta matrimonial, hubo besos, saludos, felicitaciones y mi hermana insistía en convidar con refrescos y sándwiches, cosa que no le permitieron. A nosotros, los novios, nos dieron treinta minutos de «luna de miel» encerrados en una oficina, mientras el oficial de guardia se paseaba de un lado a otro. Cuando llegó el momento de despedirnos teníamos claro que se abría un paréntesis bastante insalva ble para cualquier pareja en similar situación. El futuro se presentaba tan confuso como inexorable. Lo único cierto eran las promesas hechas de sobrevivir con dignidad y no olvidarnos la alegría. De vuelta en las barracas del cuartel, cada uno de nosotros tuvo su propio festejo y regalitos varios que aún hoy conservamos y que muchas veces fueron curiosidades para nuestras hijas. Trasladada meses después a la Brigada de Infantería Nº 1 compartí mi vida con una veintena de compañeras. Disfrutábamos media hora diaria de sol y aire, la lectura en grupo y los golpecitos se cretos que nos comunicaban con la barraca contigua donde, junto a muchos compañ eros, estaba mi flamante marido. En los vidrios pintados habíamos dibujado pequeñísimas lunas por donde vichá bamos lo que sucedía en el patio de armas y allí a veces también descubríamos la figura de algún ser

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querido. Teníamos u baño con ducha que hacía las veces de cocina porque nos servíamos de los enchufes para calentar agua con un «sun» para el mate o el té. Fue precisamente aquí que sufrí el accidente que obligaría a transitar mi vida carcelaria por otros carriles. Era pleno invierno. Esa mañana me había levantado indispuesta y decidí ducharme, cosa que hice sin percatarme de que alguien había puesto a calentar una gran jarra de agua. Las vibraciones del agua al hervir fueron poco a poco arrimando la jarra al borde del armario hasta que cayó sobre mi espalda. Al sentir mis gritos las compañeras corrieron a auxiliarme: me bañaron con agua helada, me llevaron a mi cama, me pusieron boca abajo. Luego supe que las quemaduras eran de segundo y tercer grado. A pesar de esto no fui trasladada a ningún hospital, ni siquiera a una enfermería. Todos los cuidados me los prodigaron las compañeras que fueron logrando una lenta, muy lenta mejoría. Pero no fue fácil ni para mí ni para ellas. Permanecía todo el día desnuda, boca abajo, quieta, ocultando el dolor en un esfuerzo por mantener el equilibrio colectivo. Solo contábamos con el agua helada y unas gasas especiales que trajo mi familia. Las curaciones se fueron tornando cada vez más traumáticas y no pudieron impedir que algunas heridas se infectaran. El tejido muerto me lo quitaban con pinzas de cejas. La responsabilidad, el esmero y el cariño que ponían las compañeras, fueron clave para sacarme adelante. Meses después me destinan al Penal de Punta de Rieles. Esto trajo a mi vida momentos de profunda satisfacción. Me refiero a la experiencia de compartir continuas vivencias de solidaridad y lucha. A esta altura mi estado de salud seguía declinando: me sentía un poco débil y tenía molestias, secuelas de las quemaduras. Pero al comienzo la exigencia de tener que encarar una «nueva vida» basada en parámetros diferentes, desconocidos hasta ese momento, hizo que mi estado físico saliera momentá neamente del centro. Estaba en un penal, era una presa, un uniforme gris más, para ellos un número. Un número sin historia y en lo posible sin futuro. Había que tenerlo claro desde el principio: era una guerra sin tregua, ellos por destruirnos, nosotras por sobrevivir y preservar aquello que nos había llevado hasta allí. «Meses después me destinan al Penal de Punta de Rieles. Esto trajo a mi vida momentos de profunda satisfacción. Me refiero a la experiencia de compartir continuas vivencias de solidaridad y lucha.»

Los días empezaron a transcurrir un poco más organizados y productivos. Teníamos que cumplir con distintos trabajos: huerta, cocina, limpieza, etcétera. Por otro lado y en un plano diferente, esta ban las actividades que nosotras mismas nos fijábamos: charlas, lecturas, estudio, manualidades, deporte. Además las visitas, las cartas a la familia y a los compañeros, los festejos de los cumplea ños, todo un esfuerzo especial para guardar en cajita de cristal ese mundo afectivo del cual querían despojarnos. Con todo esto me sentía espiritualmente reconfortada, pero físicamente iba cada vez peor: me mareaba mucho, me dolía la espalda me molestaban las cicatrices de las quemaduras y

cada día me sentía más débil. Luego de varias semanas de insistencia había conseguido que el médico del Penal, doctor Mara botto, me mandara a hacer análisis. «El Cuervo», como le decíamos nosotras, igualmente tomaba las cosas sin adjudicarle demasiada importancia. Un día decía que sí, que era necesario hacerme atender con un especialista, y otro día que no, que aparentemente todo iba bien. Incluso en una oportunidad me había firmado el pase a un cirujano y me avisaron que en dos días iba para el Hospital, pero se les «traspapeló» la orden de salida y yo me quedé viendo cómo el vehículo que trasladaba a otras compañeras al Hospital, se marc haba sin mí. P or lo menos tendría una semana más de espera. A los quince días me llevan por fin, pero solo fue un paseíto, nunca supe si porque no estaba el es pecialista o no pudo o no quiso atenderme. Volví al Penal cansada y llena de broncas por el manoseo del que estaba siendo objeto. Era evidente que había una especia de forcejeo con mi salud, un intento de quebrar, de amedrentar o de utilizarme como castigo ejemplarizante —cosa que hicieron con muchas compañeras enfermas—. Era como decir: no sos nadie, no contás, mandamos nosotros y si queremos te morís uno de estos días. Entre idas y venidas, al cabo de algunos días más, me decidí a hacer una solicitud por escrito diriNARRATIVAS

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gida al entonces Director del Penal, coronel Barrabino, tristemente famoso por la saña con que llevaba adelante «su disciplina carcelaria». En la carta pedía la atención médica adecuada que hasta el momento me había sido negada. No recibí ningún tipo de contestación, como si la solicitud nunca hubiera sido hecha. Sin embargo, al tiempo, una mañana me llamaron para que me aprontara. Tendría una consulta con un cirujano. A esta altura corrían los primeros meses del 76. La entrevista se desarrolló en un clima bastante más parecido a lo usual entre un médico y un paciente. El, doctor en cuestión se mostró amable e incluso tuvo un entredicho con la custodia (policía militar femenina) que dijo tener orden de permanecer en el consultorio mientras durara el examen. El diagnóstico fue casi inmediato: era necesario operar cuanto antes. Se podía apreciar lesiones de pielque por su aspecto daban la pauta de haberse transformado en algo serio. Una mezcla de sensaciones extrañas me invadió de pronto. Sentí miedo. Me encontraba sola en el umbral de algo que intuía iba a exigirme mucha fortaleza. Tenía a mi favor la buena disposición del especialista que me iba a operar que, desde el primer momento, parecía ser más médico que militar. Quise interpretar esto como una señal afortunada en medio de tanta intención destructiva. Se coordinó para la operación para la mañana del 26 de mayo. Días «Una mezcla de antes fui internada para la realización de los análisis previos. Estaba sensaciones extrañas alojada en una celda que oficiaba de sala de hospital donde además me invadió de pronto. había varias compañeras, algunas en estado delicado y otras viSentí miedo. Me viendo sus últimos días. Allí adentro era yo la que estaba menos encontraba sola en el enferma. A la entrada de la sala-celda había siempre un custodia umbral de algo que armado y la puerta se cerraba por fueras con alguna especie de intuía iba a exigirme tranca. No podía dar más detalles porque al salir de allí automáticamucha fortaleza.» mente nos vendaban y esposaban. Así concurría a los diferentes consultorios donde se practicaban los exámenes. Así subía y bajaba escaleras, recorría pasillos, entraba y salía de los laboratorios, tropezando todo el tiempo. Muchas veces me pregunté qué pensa ría, qué sentiría la gente común que se cruzaba con nosotras, qué impresión les dejaría aquella visión e los pasillos de un centro de salud. Desde que me encontraba en el hospital, mi familia no había conseguido verme y tampoco tenía mucha información de lo que estaba pasando. A través de la intervención de mi abogado defensor lograron saber al menos que iban a operarme. Todo parecía indicar, les dijeron, que sufría de un tumor de piel, posiblemente maligno. El único contacto era el que se realizaba a través de l intercambio de ropa sucia por limpia. Esto me mortificaba mucho. No tenía posibilidad de infundirle ánimo a mi madre, ya entrada en años, cuyo único consuelo era perfumarme la ropa que me enviaba en un porfiado intento de estar a mi lado. Sin embargo, no todo estaba bajo control en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas. Hubo alguien de allí dentro que al enterarse de que me operaban, y tratándose de una intervención delicada, se comunicó con mi familia y los puso al tanto hasta del día y la hora. C on mucha preocupación y no menos urgencia se apersonaron mi hermana y mi madre para intentar verme aunque fuese unos minutos antes de irme al quirófano. No pudo ser, no lo permitieron. Aunque, en un acto de extrema amabilidad, asintieron a que una de las dos se sentara a esperar en el banco de un corredor. Fue allí, precisamente aquella mañana del 26 de mayo, cuando mi hermana vio aparecer rumbo al block quirúrgico algo parecido a un pequeño cortejo. Lo encabezaba un custodia armado que, muy ceremonioso, abría paso a la camilla. Atrás, algo más distendidas, iban la policía femenina con su correspondiente tolete, la enfermera con algunos papeles en la mano, y el camillero, muy joven, que miraba a todos lados como avergonzado de estar allí. Mi hermana algo adivinó y acercándose lo más posible comprobó que quién iba en la camilla era yo. Era su hermana que estaba siendo conducida a una operación. Así, de ese modo, esposada y con una venda negra en los ojos. Algunos años después yo le conté que también llevaba atados los pies. Sentí que gritaban mi nombre en un grito que además era bronca e impotencia. Fue como un disparo de ánimo. Imaginé a mi madre, al resto de mi familia, a mi compañero, a mis amigos. Alguien es taba allí para traer a mi memoria ese mundo prohibido para mí desde hacía tantos meses. Me decían NARRATIVAS

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que no estaba sola, que debía ser fuerte, que me esperaban, que resistiera, ganara la partida y viviera. En realidad, yo no pensaba, no pensé nunca en la posibilidad de morir. Con veintidós años me resis tía a pensar con pesimismo mi futuro. Sabía que la prisión era un hecho transitorio y que en pocos años más podría estar libre a la búsqueda de los sueños postergados. Traté siempre de restarle tre mendismo a mi situación y aunque el miedo por momentos me b uscaba, aposté siempre a la vida. Momentos antes de entrar al quirófano me sacaron las esposas y la venda, los recuerdos y las re flexiones me abandonaron, sentí un gran desasosiego. Más que un lugar donde debían sanarme, aquello parecía destinado a algo diferente. Era la primera vez que me operaban y ni siquiera sabía el nombre completo de quien lo iba a hacer. La voz del cirujano que se acercó a mí, hablándome calmo, me infundió un poco de confianza. Tal vez intuyendo mis miedos me recalcó que allí estaba bajo su responsabilidad y que su misión era hacer todo lo necesario para curarme. La operación duraría un par de horas y después retornaría a la sal junto a mis compañeras. Ya comenzaba el aneste sista a trabajar conmigo y todo empezó a darme vueltas. A ntes de quedar dormida alcancé a ver, por encima de mí, a la altura del techo, unas vitrinas cerradas por las que asomaban varias personas. Cuando desperté, horas después, me sentía horrible. Todavía atontada no me daba cuenta de dónde estaba. Las compañeras de sala hablaban conmigo desde sus camas dándome todo tipo de recomendaciones. Debía permanecer dos o tres días boca abajo y sin moverme. Me habían hecho injertos con tejido extraídos de mi pierna derecha. Esto dolía infinitamente más que la propia ope ración. «Momentos antes de entrar al quirófano me sacaron las esposas y la venda, los recuerdos y las reflexiones me abandonaron, sentí un gran desasosiego. Más que un lugar donde debían sanarme, aquello parecía destinado a algo diferente.»

Fueron días de verdadero calvario. Apenas me alimentaba por la incomodidad de mi posición y por que comenzaba el estómago a resentirse a causa de unos calmantes muy fuertes, muy usados con los presos políticos en el Hospital Militar. Después supe que eran un derivado de la morfina, así que decidí evitarlos.

El médico venía todos los días a verme pero no se mostraba muy conforme. Los injertos no prendían, la herida no cicatrizaba. Mi estado general era sencillamente desastroso. Decidieron hacer una transfusión de sangre para intentar combatir la anemia. El médico dejó la orden y se fue. La enfer mera regresó al poco rato con un frasco de sangre que conectó a mi brazo izquierdo. A esta altura ya me movía libremente y caminaba hasta el baño. Habían pasado ocho días. La transfusión, lejos de ser un apoyo a mi recuperación, terminó menoscabando aún más mi salud. A poco de comenzar a recibir la sangre desarrollé una reacción alérgica. Rápidamente mi cara, mi cuello, mi cuerpo todo, se cubrió de un sarpullido que producía una picazón irresistible. No sé de dónde saqué fuerzas pero, incorporándome, me retiré la aguja y grité llamando a la enfermera. Las compañeras de sala, las que podían levantarse, golpeaban la puerta para que el guardia avisara que algo sucedía. Me sentía asfixiada, mi cuerpo parecía prenderse fuego. Llegaron una enfermera y alguien más que debía ser el médico de guardia gritándome por haberme quitado la aguja. Me exa minaron y me inyectaron un antialérgico. Por fortuna reaccioné de inmediato y en pocos minutos me sentí más aliviada. Todo volvía a la normalidad salvo la taquicardia que persistió varios días más. Al otro día, con la supervisión del médico, que venía a cada rato, se hizo una nueva transfusión, esta vez con éxito. Nunca me dieron una explicación concreta de lo que había sucedido. Una severa reacción alérgica, fue todo lo que me dijeron. Yo no soy alérgica, nunca lo fui. De a poquito iba sintiéndome más fuerte pero cuando se concretaban las dos semanas me informa ron que era necesaria una segunda operación. Algunos injertos se habían desprendido y además la anatomía patológica confirmaba el tumor maligno. Sentí que el suelo se abría debajo de mí y que caía en una especie der abismo. Aquello parecía no tener final. Volví a pensar en mi madre que no veía desde hacía semanas así que escribirle una carta a ella y otra a mi compañero fue la tarea que me devolvió a tierra firme. No podía plantearme nin -

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guna tregua: estaba peleando a dos frentes: la enfermedad y la cárcel.

Tiempo después me daban el alta. Estaba ansiosa por regresar al Penal aunque parezca un contra sentido. Tenía ganas de estar con las compañeras, ver a mi familia. La segunda operación había sido algo más profunda y esta vez me extrajeron dela pierna izquierda para los nuevos injertos. La recuperación había sido rápida y los dolores lentamente se iban ate nuando. Cada pocos meses me hacían un control. Comencé una etapa nueva donde tenía que lograr el equilibrio justo entre no excederme físicamente y no sentirme una incapacitada. La operación había sido grande y en mi espalda, exactamente de bajo del cuello, había quedado un hueco en el que entraba un puño. Parte importante del músculo trapecio había sido mutilado y eso me condicionaba el movimiento normal de ambos brazos. Al principio me eximieron de trabajos pesados, pero antes de que estuviera pronta para realizarlas fui incorporada a las tareas de huerta y otras de cocina y limpieza. Esto me acarreaba un gran cansancio y fuertes dolores, pero me esforzaba. No quería ser objeto de ningún tipo de consideraciones especiales. Estas tenían en ocasiones un precio muy alto. Formaba parte de un todo y quería correré la misma suerte que el grupo de compañeras. Me sentía bien en esta convivencia, en este caminar de muchas. Quería estar presente en ese empeño colectivo. Aun enfrentado una situación límite madurábamos, avanzábamos, moldeábamos un mundo rico en valores morales y humanos que en lo personal me hicieron crecer. El 19 de julio de 1979 recuperé la libertad, el mismo día que en Nicaragua caía Somoza. Participar de tal acontecimiento le dio a mi liberación un tópico más hermoso. No obstante, la felicidad de verme de nuevo en la calle estuvo empañada por la tristeza que me causaba separarme de gente que quería e ntrañablemente, compañeras ejemplares con las que, sin duda, había compartido la etapa más importante de mi vida. Una etapa que grabó enseñanzas que aún hoy continúan siendo un referente de vida. De nuevo en la calle, el gris había quedado atrás pero, de a ratos, alguna de aquellas experiencias ocupaba mi mente como relámpagos indicando el camino.

«El 19 de julio de 1979 recuperé la libertad, el mismo día que en Nicaragua caía Somoza. Participar de tal acontecimiento le dio a mi liberación un tópico más hermoso.»

Y era el reconocer a la gente, el redescubrir, el readaptarse a la vida, el mirar el futuro, un futuro tan especial para mí. Mi compañero seguía preso y yo no podía olvidar que había sido víctima de una enfermedad ladina. Hasta ahora le iba «garroneando» años de vida. Buenos años, fecundos a pesar de todo. Pero ¿hasta cuándo? ¿Y si se le ocurría dar otro zarpazo? Estaba obligada a convivir con esta duda, con esa posibilidad. Trataba de encauzar mi vida de la manera más normal posible. Retomé las relaciones de familia, comencé a plantearme algún trabajo, pero el esfuerzo mayor lo volcaba en la relación con mi compañero, que concentraba cada quince días en treinta minutos de visita y dos carillas censuradas. Sin embargo, en esto no había misterios, el tiempo parecía no haber pasado lo esencial de nuestros sentimientos permanecía intacto. Cada encuentro resultaba una gran felicidad a fuerza de años contenidos. Aún faltaba bastante para que la dictadura cayera derrotada. Persistía en sus intentos devastadores y cada vez que se presentaba la oportunidad, golpeaban. Como toda ex presa, debía presentarme se manalmente en una unidad militar. La semana que coincidía con la visita al Penal de Libertad era particularmente difícil. Me hacían esperar largas horas para entregarme la autorización de ingreso al Penal, no sin antes someterme a algún tipo de interrogatorio sobre mi vida o sobre la visita con mi compañero. No pocas veces la conversación derivaba en sutilezas que eran una forma de amenaza. Así una y otra vez fueron consiguiendo que yo entrara en un «stress» no recomendable para nadie y mucho menos para mí. Todo hacía pensar en la posibilidad de una nueva detención. De manera que tomé una mochila, guardé en ella algunos afectos, las lágrimas de mi madre y la confianza de mi

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compañero y marché al exilio. Un destierro casi voluntario que duraría cinco largos años y que otra vez me separó de mi mundo, de mi pueblo. Ya desde niña distintas circunstancias de la vida habían jugado siempre en contra, alejándome, privándome de mis afectos más inmediatos. Ahora, tomaba esta nueva etapa con la esperanza y anhelo de que en algún recodo del camino me estuviera esperando la vida en familia. Desde que me instalé en Suecia, cada tanto, me seguía haciendo chequeos. Así tomé contacto con un equipo de médicos de ese país que se interesaron por mi problema y se ocuparon de estudios más complejos. Estos, teniendo en cuenta el diagnóstic o del Hospital Militar, me demostraron que yo estaba en muy buenas condiciones. Los suecos opinaban que había muchas posibilidades de un diagnóstico equivocado. Y si esto no era así ¿por qué no se me habían hecho tratamientos posteriores que aseguraran un poco más mi curación (quimioterapia o radioterapia)? Me debatía entre dudas, miedos y broncas. Tuve que optar por un pensamiento consistente que me permitiera vivir en equilibrio. Lo importante era que estaba bien. El servicio de salud de Suecia afirmaba que estaba sana y lo demás no estaba mi alcance averiguarlo. Firme en ese pensamiento, los cinco años los viví con una intensa actividad que me ligó a la lucha contra la dictadura en mi país.

No sabía que quince años después aquellas dudas, aquellos mied os y aquellas broncas iban a reaparecer una vez más. Sucedió hace pocas semanas. «Fue allí que vinieron a mi mente esos últimos quince años. Un cúmulo de acontecimientos vitales que forcejeaban unos con otros por aparecer en primer plano.»

La funcionaria que me estaba atendiendo se ausentó de la oficina en busca de alguna respuesta a mi pedido. Mientras esperaba, no pude evitar sonreírme recordando la cara de asombro de ella y el diálogo casi ridículo. —Vengo a retirar una historia clínica del año 1976. —¿Hizo la solicitud? —Sí, aquí está. —¿Cuál es el número de la historia?

—No lo sé. —¿Qué número de socia tiene? —No soy socia. —¿Carnet de asistencia en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas? —No tengo. —¿Número de registro? —Tampoco tengo. —Deme su nombre. ¿Fue un accidente? —No. Siendo presa política me operaron aquí dos veces ese año. Hubo un silencio sepulcral y enseguida, reaccionando, dijo: —Le ruego que me espere. Necesito consultar a mi superior. Fue allí que vinieron a mi mente esos últimos quince años. Un cúmulo de acontecimientos vitales que forcejeaban unos con otros por aparecer en primer plano. La amnistía, mis últimos días de exilio, los primeros pasos en libertad de mi compañero. El reencuentro, el amor. El estrenar la vida de a dos, obstinadamente juntos. Los hijos, que no fueron cinco como nos prometíamos en aquellas car tas ahora ya amarillas, sino dos. Dos niñas soles que todo lo revoluc ionan y que no esconden su orgullo por nuestra historia. Valió la pena tanto tiempo de ausencias y soledades. Tanto sufrir cre -

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yendo y creer luchando, luchar soñando. Siento que no tengo derecho a pedirle a la vida más recompensas, aún conservo viva la es peranza. La funcionaria, casi una hora después, regresó sacándome de mis pensamientos: —Señora, en Archivos no encuentro nada. Déjeme su teléfono que vamos a seguir buscando. Cualquier cosa la llamo. Le dejé el número, saludé y me retiré. En realidad yo no esperaba demasiado de aquella gestión. Es cierto que sentía la necesidad de poner punto final a un trámite pendiente, pero más que nada fue la insistencia de mi médico actual, Tabaré Vázquez, lo que me decidió a volver allí después de 25 años. Al salir me sentí reconfortada por el aire fresco de la calle. Había sido una larga espera y de una cosa estaba segura: no quería sumergirme otra vez en las profundidades de la incertidumbre. Mi salud había vuelto a sufrir un quebranto y en eso radicaba la importanc ia de esos papeles. Un par de semas después, la voz de la secretaria del Director del Hospital transmitía cierta ansiedad por terminar aquella conversación. —Señora, lo lamento mucho. El informe de Archivos dice que aquí usted no tiene historia clínica. —¿Puedo quedarme yo con ese informe? —No, señora, es un informe interno. —¿No puedo tener una respuesta por escrito? —Por favor, haga la solicitud. Buenos días. Permanecí reconcentrada un largo rato más, empecinada en descubrir la frontera entre lo real y lo absurdo. ¿Habría imaginado, habría soñado aquella pesadilla de hace tanto tiempo atrás, qué era esto que aún dolía en mi espalda? Todavía sin colgar el tubo marqué otro número. Una voz más simpá tica que la anterior me confirmó la entrevista. Al fin lo he localizado. Dentro de tres días iré a ver al cirujano plástico. El mismo que dibujó las señales que llevo en la espalda desde hace 25 años . © Susana Pacifici

Susana Pacifici, prisionera de la dictadura cívico-militar entre 1974 y 1979 que sufrió el Uruguay (junio 1973 a noviembre 1984), escribió este relato respondiendo a la convocatoria del Taller de Género y Memoria ex Presas Políticas. El texto forma parte del libro Memoria para armar Uno [Montevideo, 2001, págs. 96-107]. La autora de este desgarrador relato falleció el lunes 22 de septiembre de 2014, víctima de cáncer de páncreas. El texto refiere a padecimientos anteriores vinculados a los años de cárcel, según cuenta en este texto que nos ha hecho llegar su compañero Alfredo Alzugarat, escritor y crítico literario, autor —entre otros títulos— de Trincheras de papel. Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay (2007).

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Relato

DOMINGOS: del placer, el am or , la l ealta d, y el camino por Carlos Aymí —Señor agente, soy un saco de errores pero le aseguro que este no lo he cometido... —Me alegro por usted, pero haga el favor de soplar, no tengo todo el día. —Su incredulidad me hiere, su frialdad me apena… ¿cómo podría convencerle de que no miento, de que… —Sople y convénzame, no me haga perder más tiempo… ni la paciencia. Y solo forcé un poco más la tolerancia del guardia civil, y luego soplé, y di 0,0, y pude continuar hasta mi destino en la Sierra. Era domingo. Apenas había salido el Sol ¿Me había vuelto loco? Llegué al aparcamie nto de la Barranca. Ya había gente con mochilas, ropa térmica, bastones… Por supuesto yo no tenía nada de eso. Tras vencer unos segundos de tentación para regresar a casa, me crucé con un gato negro en el mismo parking, —¿Qué hace un tipo como tú, en un lugar como este? —Me preguntó el felino desde sus ojos ver des. Y por supuesto le contesté a pesar de ciertas miradas que se clavaron en mí: —El problema de tener amigos, es que a veces les escuchas. Y cuando uno de ellos me contó por quinta vez que el senderismo se acerca a la metáfora de la vida, porque cuesta pero compensa, le dije que sí, que me había convencido, y que lo probaría en mi siguiente crisis existencial. El gato se esfumó, me callé, y dejé de parecer un lunático. Quienes estaban alrededor se quedaron sin saber que la promesa la había hecho un jueves, la crisis llegó el sábado, y que era en ese do mingo cuando probaba la dichosa metáfora por cumplir con mi estúpida palabra. Busqué el cartel que daba inicio a la ruta y me arrebujé en mi chaqueta de cuero negro. Pronto llegué a un embalse enmarcado en pinos que sin saber bien por qué, me recordó a Neruda y sus versos: «Podrán cortar todas las flores,/ pero no podrán detener la primavera». Era otoño y no encontré ninguna flor. Tenía frío y comencé a caminar deprisa. La pista me llevó por el margen izquierdo del río y tras ade lantar a varias personas, reduje el paso cuando divisé los culos de dos chicas. En unos pocos segundos mi imaginación, puesta al servicio del placer, dio para mucho gracias a la combinación de rubia y morena que caminaban a escasos tres metros de mí. Al ritmo del bamboleo armonioso de sus traseros, desvarié con varios conceptos freudianos, me fustigué de machista sin remedio y, me empalmé. Todo en apenas dos minutos, todo, a ntes de que la rubia se diera la vuelta y me mirara por unos segundos. Luego se giró brusca, juraría que molesta, le dio la mano a la morena, y aceleraron el paso hasta que me perdieron de vista. La escena no sirvió para calmar mi instinto ni mis reflexiones rijosas, pero seguir la ruta, los pinos, el cantar de los pájaros, y el viento que se levantó y me dejó helado la zona sensible, sí que ayudó. Durante treinta minutos de camino le encontré la gracia al paraje natural hasta el punto de volverme romántico cual Caspar Friedrich con su, «Caminante sobre el mar de nubes», y me imaginé solitario por las montañas bastón al hombro hasta que, me encontré primero con restos de basura fuera de un

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contenedor, y de inmediato con la zona de mesas y sillas donde la ge nte comía sus bocatas. Me senté a descansar con el hechizo roto entre mis dedos y por si fuera poco, una pareja cuarentona no tardó en ocupar la misma mesa que ocupara yo, como si pretendieran exacerbar mi misantropía al invadir mi espacio. Fueron amables conmigo ofreciéndome de su comida al ver que yo no llevaba nada. Cedí. Quisieron ser simpáticos. Lo soporté. Al parecer se conocían desde hacía siete años. No tuve nada en contra. Pero tocaron la tecla que no debían cuando sondearon mi intimidad con preguntas que no les importaban un bledo. Reaccioné arisco, contesté desagradable, y les dejé allí sentados con la sesuda profecía de que su amor estaba condenado a la extinción, por lo que les animé a que disfrutaran del tiempo que aún les quedaba, pues cuando llegara su ruina, ninguno de los dos tenía pinta de que supiera sobrellevarla demasiado bien. Irritado conmigo, con mi especie, con los domingos, con la montaña, con la vida… comencé un as censo por el que sudé en parte mi mal humor. Y lo agradecí sin dobleces, pero al llegar a una fuente, llamada La Campanilla y regada por las aguas que bajan de la Bola del Mundo, me topé con una pa reja de ancianos que me saludaron con calidez, y cuya mirada indulgente por parte de la mu jer me sacó por completo de quicio. No pude evitarlo y apoyado en el caño de la fuente, hice gala de mi pedantería, mi mal gusto y mi desfachatez, al contestar el saludo y la sonrisa que me ofrecieron con esta pregunta a quemarropa: —¿Y qué es lo que se hace con el amor cuando el placer se seca? La pareja me miró con calma, sin ofenderse, luego se miraron entre ellos, y fue la anciana la que me contestó con una sonrisa en los labios. —Somos optimistas y hasta la mayor de las ruinas conserva los cimientos. Además, por encima del deseo está el amor, y por encima de este, la lealtad. Nosotros nos somos leales después de haber vi vido felices las contradicciones del deseo y del amor, y no podemos pedir más. Y aún añadió, creo que con sorna: —Pero jovencito, no desesperes porque tal vez te puede ocurrir a ti lo mismo, y si tienes esa suerte, entonces seguro que se te quitará ese ceño de mal humor que gastas. Por supuesto me quedé mudo, y ella tuvo la bondad de no hurgar más en mí. Dos minutos más tarde, sin que nadie hubiera roto el silencio, los ancianos se marcharon. Fue el hombre quien antes de irse y tras mirar a su pareja arrobado, me dijo con cierta complicidad: —Vaya genio que gasta ella ¿eh? A lo que tampoco pude contestar más que con mi boca cerrada, y un gesto de idiota. Aún me que dé un buen rato allí plantado, con el correr del agua llegando dentro de mí, y sin notar el viento. No salí de mi cabeza hasta que escuché voces de niños. En cuanto los divisé con sus padres me mar ché despavorido. Tomé el camino de regreso sin apenas levantar la vista del suelo. «Abatido», describe muy bien cómo estaba tras mi caminata. Llegué al coche y al arrancar recordé los versos de Machado, que transformé en: Hoy hice camino, que no sé dónde irá a dar. © Carlos Aymí

Carlos Aymí (Guadalajara, España, 1981) se licenció en Filosofía en 2005, terminó un Máster de literatura en 2011, y desde 2012 ha publicado relatos con asiduidad en diversas revistas literarias como Narrativas, Margen Cero, o Entropía. A finales de 2013 sale publicada Hermanos y Reyes, su primera novela, y a principios de 2014 ve la luz una colección de relatos, Inventarium, donde colabora junto a otros escritores. Actualmente trabaja en Reyes y Guerras, la novela que dará fin a las crónicas sobre Karak, iniciadas en la novela citada más arriba, y que verá la luz para marzo de 2015. Escribe también relatos y microficciones que pueden seguirse en su blog, carlosaymi.com, y en su cuenta de twitter, @CarlosAymi.

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Relato

EL SE NDE RO por Elena Casero Mientras caminaba orillando el sendero, sorteando guijarros y maleza, con el sol frente a él despere zándose suavemente por entre las colinas mordisqueadas por el tiempo, con la dulce brisa matinal apenas rozándole la cara, el recuerdo de la noche a nterior se iba haciendo más y más evidente, como si lo ocurrido no se hubiera manifestado en todo su rigor hasta que la luz no lo hubiera iluminado en toda su magnitud y, de pronto, le vino a la cabeza, por esa extraña asimilación de ideas que el cere bro va pergeñando sin que sepamos muy bien por qué, que en el alfeizar de la ventana de la cocina había dejado el nomeolvides, que moriría de sed cuando el sol abrasador del mediodía cayera como una losa sobre él y se secaría como se secó la Antonia, la del Ra món, que murió hecha una pasa. Ese nomeolvides se lo había regalado a su mujer hacía ya tres años, cuando las fiestas de San Antón, aquel año de lluvias interminables y fríos inclementes que se cargó las cosechas, bien por ahoga miento, bien por congelació n, y Tomás pilló un catarro que lo condujo a la tumba en pocos meses sin que ningún médico acertara con el remedio. Perfectamente se acordaba del entierro ¡cómo lloró la Trini! ¡Vaya que sí, aunque fueran lágrimas de cocodrilo! que bien poco tardó en casar se con quien le había calentado la cama durante tantos años. El sol estaba en lo alto y caldeaba la tierra fría y húmeda de la noche «Y ella, su mujer, se anterior, a él no le hacía falta que lo caldeara que aún le quedaban había dado la vuelta rescoldos en el alma cada vez que le venía su cuñada a las mientes, en la cama, dándole la muy perra, que por ella le costó la peor discusión con su mujer, la espalda, sin querer cuando se dijeron todas esas cosas que deben permanecer en el siescuchar ni súplicas lencio del cuarto oscuro de los corazones. Y ella, su mujer, se había ni perdones, ni dado la vuelta en la cama, dándole la espalda, sin querer escuchar ni reconciliaciones ni súplicas ni perdones, ni reconciliaciones ni ternuras; se mantuvo ternuras.» firme con esas palabras que hieren como el hierro candente del herrero y marcan durante un tiempo, a veces demasiado a toda una estirpe, palabras que separan bienes, como su cuñada estaba haciendo, aunque su mujer fuera una inconsciente que no lo quisiera ver y si no lo hacía le ocurriría como al nomeolvides que, un día, el sol abrasador de la verdad le socarraría el cerebro y ya sería tarde. Porque su hermana de ella y cuñada de él los habría separado y él no quería eso, él quería que ella los dejara en paz y no malme tiera por celos porque él no la eligió a ella pese a ser más guapa. Porque era indiscutible que su cuñada tenía una belleza que enajenaba los sentidos del hombre más puesto, encendía la hoguera que todos tienen entre las piernas, eso era indudable, a él le ocurría, su mujer se lo había reprochado como si adivinara cuáles eran sus sueños cuando yacía sobre ella, y él lo negaba una y otra vez, porque esas cosas se niegan. Todo hombre que se precie tiene derecho a pensar en quien quiera y no en su mujer necesariamente por muy buena que sea y eso ella, su mujer, lo sabía como lo saben todas, como lo sabía su cuñada cuando él la miraba y ella mantenía esa mirada con una sonrisa turbia por encima de la mesa y le obligaba a cruzar las piernas para que su pensamiento pecaminoso no se le manifestara en toda su dureza y ella riera con ese descaro y suficiencia y pinchara por sus celos a su mujer a quien en el fondo envidiaba por su bondad, aunque más que eso, fuera sobre todo candidez. Al final todo se transforma en llanto como suele suceder, como sucedió anoche cuando la cuñada tuvo que decir lo que dijo, que se casaba, lo repitió varias veces, que se iba a casar en pocos meses con el Luciano, con ese muerto de hambre y entonces él se puso hecho una furia y le dijo todas esas cosas que no se deben decir y su cuñada rió de buena gana viendo lo que deseaba ver, a él arrastrándose como un idiota ante ella , manifestando lo que siempre había sabido, lo que había notado en sus miradas; entonces ella, la cuñada cruel añadió entre risas —unas carcajadas que aún resonaban en su

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mente, como el terremoto que resquebraja las piedras—, que todo era mentira, que ella no pensaba casarse con ese muerto de hambre, como decía su cuñado y siguió riendo y riendo. Y él intentó reír también pero no pudo, se le había secado la garganta. Y ella, su cuñada, reía mirándole fija mente. Y fue él y lo estropeó todo y la tiró de su casa, ordenándole que les dejara en paz y no regre sara, y su mujer lo miraba con ojos desorbitados como si estuviera viendo un fantasma o a alguien desconocido, que es lo que él era: un desconocido para su propia mujer, que no entendía ni las risas, ni las voces, ni el enfado, y aunque él, en un momento de lucidez, trató de suavizar lo que estaba ocurriendo, ya casi era tarde porque su mujer adivinó lo que sólo imaginaba, con las consecuencias que después sucedieron. Pero antes de eso, la cuñada abandonó la casa bajo la torrencial lluvia y la mujer ya no quiso saber nada de él, ni escuchar sus excusas, ni ninguna de sus palabras. No quiso ver la verdad, y la verdad es única aunque a veces destile ira y la verdad en este caso es que la cuñada había sido la culpable de todo el desastre. Pero la verdad, que siempre tiene varias caras, había surgido de una mentira monstruosa y trágica. Él lo sabía pero había llegado tarde, había caído en la red que su cuñada le había tendido a los pies y ahora estaba solo. El sendero ante su vista se deslizaba entre montes y cañadas, pisando guijarros y maleza, pensando en el nomeolvides, que acabaría seco y mustio, como el recuerdo de su mujer hacia él. © Elena Casero

Elena Casero. Nació en Valencia. Trabaja en una multinacional. Ha publicado las novelas: Tango sin memoria (Mira Editores, 1996; Talentura, 2013), Demasiado tarde (Mira Editores, 2004), Tribulaciones de un sicario (Editores Policarbonados, 2009) y Donde nunca pasa nada (Talentura, 2014) y el libro de relatos Discordancias (Talentura, 2011), y ha colaborado en los libros de relatos Blogs de Papel I (Editores Policarbonados, 2008) y Relatos para el número 100 (Mira Editores, 2007). Mantiene el blog http://escriptorum54-adlibitum.blogspot.com

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Relato

DOS RE LATOS por Mari Carmen Moreno Mozo P ESE A QUE B ABA YAGA Pese a que Baba Yaga te ha prohibido que tañas la campana, tú no te has achicado. Eres una cautiva, pero no te importa hostigar a otros moribundos e invitarlos a huir hacia el pantano, antes que den a luz y el numen de sus historias sea devorado. Tu misma has invocado a Fuerza, le has pedido el valor suficiente para transformarte en una valiente amazona y ya no hay vuelta atrás. Lideras la resistencia, aunque no seas la hechicera de la que hablan los dioses. Eso da igual. Has logrado con vencerlos para que se desprendan de su existencia pasada, para que se coloquen las máscaras, de modo que nadie pueda reconocerlos mientras huyen de una Nada que muerde el polvo por el que avanzan y va pisándoles los talones. La Baba Yaga dirige cada uno de los pasos de Nada, ella es quien le muestra a través de sus ojos a dónde nos dirigimos, el látigo de sus palabras restalla y ella sigue avanzando, tiene que alcanzarnos y darnos caza. Debemos transformarnos antes de que el Carro de la mañana delate nuestra posición. Sé que no somos caníbales, pero es la única salida que nos queda: tenemos que desprendernos de lo que hemos sido, antes de llegar al pantano. * CONOZCO A LOS TUYOS , PODEROSO ESPÍRITU DE LAS AGUAS Conozco a los tuyos, poderoso espíritu de las aguas. Sé que ese peine de plata que utilizas para desenredar tus cabellos es un arma voraz, un talismán que pue de debilitar el músculo de mi conciencia, convertirlo en una gallina clueca. No es necesario que escondas tus pezuñas, estoy aquí porque respeto el arcano, porque quiero que me invites a un pedazo de tarta. Levitad contigo, será todo un honor, será cómo llegar a un Planeta Prohibido y descubrir el agua, los elementos a través de senso res. Invítame a ese sol oscuro, traspasaré la barrera del sonido y te prometo que no desearé volver, que escucharé tu canto, sin taparme los oídos. No soy como los otros, mi ego no es excepcional, ni poseo conocimientos u leyes que otros no hayan descubierto con anterioridad; pero aunque sea un pobre inepto, juro que te seré fiel. Sé que el tiempo es relativo y puesto que lo sé, imagino que no me asistirá un temblor negro ni t itubearé cuando me abras la puerta. El mundo ya no tiene sentido para mí; sólo soy un espectador de mi propio show, un Truman al que le han fragmentado la personalidad, para que no reconozca que su vida es sólo una comedia bufa. Cuando lo descubrí, pensé en la muerte, pensé en enfurecerme con todos aquellos que me habían mentido. Pero ahora sé que eso es una solemne tontería y que sería un incauto si actuase así. Prefiero que corroas mis carnes, que me transformes en un golem sumiso, que no siente la punzada de la conciencia. Prefiero el encantamiento perpetuo. No debe ser tan difícil tragarse un corazón que uno no siente suyo y esperar esa regeneración que prometes. El afuera se hace añicos ya. Espera —grita ese músculo enardecido—, ¿estás seguro? Todo ese sufrimiento que has vivido con cuentagotas no puede compararse a vivir en un encantamiento perpe túo. Enmudeces, antes de quitarte el sombrero y besarle los pies; antes de beberte a traición hasta la última gota de su sangre, antes de que tu alma sea trepanada. © Mari Carmen Moreno Mozo Mari Carmen Moreno Mozo. Nacida en Torrente, siempre supo que su pasión era la literatura. Esta vocación temprana le llevaría a estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Valencia y fue allí donde comenzó a escribir. Ha publicado el poemario "Esa muñeca a la que diste cuerda", y diversos cuentos, poemas y reseñas de su autoría han aparecido en medios digitales como la revista Luke, Narrativas, Palabras Diversas, Culturamas o Eclipse, algunos de los cuales aparecen firmados bajo el seudónimo de Aghata. Ha publicado los poemarios Esa muñeca a la que diste cuerda (Editorial Poesía eres tú, 2010) y Micropigmentaciones (eBooks Literaturame, 2012) y el libro de relatos El hombre de hojalata (eBooks Literaturame, 2012).

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Relato

LOBO FE ROZ por Xuan Folguera

Mi madre siempre dice que, de seguir así, nunca seré un lobo feroz. La referencia debería ser mi padre, pero apenas lo conocí. Murió cuando yo aún era un cachorro. Lo mataron unos cazadores, a la puerta de un bar de copas, después de una larga noche de fiesta. Mi padre sí que fue un auténtico feroz, de los de pelo en pecho. La casa está llena de fotos suyas que lo demuestran. A veces me miro frente al espejo, imito sus poses y aúllo. Pero me siento ridículo. Todos en el barrio lo repiten continuamente. —Tú padre sí que era un auténtico lobo feroz. Ayer mismo me lo dijo el carnicero cuando bajé a hacer los recados de mi madre. A mi madre le cuesta andar. Apenas puede dar dos pasos sin apoyarse en unas muletas. Tie ne artrosis en las rodillas y hace unos tres o cuatro meses se fracturó la cadera al caerse de una silla mientras limpiaba los cristales. Menos mal que las ventanas estaban cerradas. Si no habría ocurrido una des gracia y ya no tendría a nadie que me recordara que mi obligación es convertirme en un lobo feroz. Tal vez así conquistaría a la chica. No es del barrio. Vive unas cuantas calles más abajo, pasando el colegio. Pero vienen muchas tardes a visitar a su abuela.

«He descubierto que le encanta la ropa interior de color rojo. Si se pone pantalones de talle bajo y se agacha, por ejemplo, a atarse los cordones frente a un semáforo, se le ve el tanga de color rojo.»

Yo la observo agachado, escondido detrás de los coches. Me gusta como contonea el culo cuando anda. Ahora, en verano, suele llevar pantalones vaqueros muy cortos y una camisa blanca sin mangas con muchos botones desabrochados. —Tu primo Paul sí que es un auténtico lobo feroz —dice mi madre. En el colegio, mi primo ya robaba los donuts a sus compañeros de clase durante el recreo. Hubo un tiempo en que pude preguntarle qué tenía que hacer para convertirme en un lobo feroz como él, pero, desde nuestro incidente, ya no nos hablamos. Si nos cruzamos por el barrio (mi primo con sus gafas de sol, la chupa de cuero y el flequillo engominado), ni siquiera nos saludamos. Aunque dicen que tengo los mismos ojos grandes de mi padre, he aprendido a mirar sin verle. Le atravieso con la mirada, como si fuera un cristal. Yo ya sólo tengo ojos para la chica. He descubierto que le encanta la ropa interior de color rojo. Si se pone pantalones de talle bajo y se agacha, por ejemplo, a atarse los cordones frente a un semá foro, se le ve el tanga de color rojo. A veces, se le transparenta el sujetador o se le cae el tirante. También son siempre de color rojo. Creo que a mi primo Paul también le gustaba la chica. Una tarde me los encontré hablando junto al portal. Él tan chulito con sus gafas de sol. Ella sonriente. Subí a saltos las escaleras hasta llegar a casa, agarré una de las muletas de mi madre y, cuando bajé, golpeé por la espalda a mi primo Paul en la cabeza. Cayó al suelo como un muñeco roto. La chica se agachó a consolarlo. —¿Por qué eres tan salvaje? —me preguntó. Desde arriba, con casi todos los botones de la camisa abiertos, le veía todo el canalillo. Mi primo Paul no paraba de gimotear. La chica le abrazó y le apretó contra su pecho, acunándole como a un niño.

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Tal vez ya no tenga a nadie que me enseñe a ser un lobo feroz, pero, por lo menos, la chica ha vuelto a pasearse sola por el barrio. Muchos días se compra un chupachús en el quiosco de la esquina y se lo come de camino a casa de su abuela. Cuando me descubre espiándola desde detrás de algún coche, cierra los ojos y me saca la lengua. Siempre la tiene roja. © Xuan Folguera

Xuan Folguera. Ante la disyuntiva de si el poeta nace o se hace, los padres de Xuan Folguera decidieron que su hijo debía nacer en Avilés (Asturias) en 1974, puesto que, hasta la fecha, no conocían a ningún poeta que antes no hubiera nacido. Por si no bastara con el nacimiento, Xuan pensó que, por si acaso, debía también hacerse como poeta formándose en diversos talleres literarios. A partir de ese momento, comenzó a ganar algunos premios, quedó finalista en otros, y fue incomprendido en la mayoría de los certámenes a los que se presentó. Aunque casi toda su obra se halla dispersa en páginas web, revistas que ya murieron y servilletas de papel, en el año 2010 publicó su libro de relatos Historias de la Fortaleza, con el que ganó el Premio Asturias Joven de Narrativa. Por si sirviera de algo, a veces, también escribe algún poema.

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Relato

MICRORRE LATOS por Diego Álamo LOS ESCAPARATES Como cuentas de un rosario de cristal, el paisaje interior de las ciudades es una sucesión encade nada de escaparates. La importancia de una urbe se mide por el caché de sus escaparates . Detrás de los cristales fríos se sitúan los objetos deseados, dispuestos de manera geométrica, iluminados con tonos que invitan al encuentro. Los objetos están a la vista, llenos de intención como cepos, porque el comerciante sabe que realmente sólo se desea aquello que se ve. La mirada es la enzima del de seo. Los escaparates participan de la naturaleza del amor. El comprador , al principio, es un amante que contempla en silencio y sólo desea. Pero cuando lo deseado se hace propio, comienza su estrangulamiento. El abandono de las prendas se inicia en el momento de su adquisición. Los amantes acostumbrados son posibles desertores. En horario de comercio, las señoras con los cabellos teñidos con mechas de peluquerías caras compran los objetos escogidos de los escaparates. En el brazo, simulando una forma de alcayata, c uelgan como trofeos los paquetes brillantes rematados con lazos cursis. Cuando las persianas de los establecimientos se cierran como párpados grises cansados, los ruma nos buscarán en los contenedores de basura los primeros descartes. * LACA DE UÑAS Rendido al espejismo de la perfección, la observo cómo con maneras aprendidas se pinta las uñas. Me fascina ver cómo se preocupa del milímetro, cómo se afana en dar color y brillo a una parte tan poco grata del cuerpo, cómo arquea el lomo para que los dedos de los pies, tabicados entre algodones inmaculados, alcancen protagonismo. Rematada la faena del abrillantado, le pregunto : ¿Vas a salir?, y ella me responde : ¡Voy a la playa! Entonces, me dio por pensar, qué sentido tenía tanta delicadeza para quedarse sepultada bajo la arena y llegué a comprender que toda forma de belleza nace con vocación de calavera. © Diego Álamo

Diego Álamo Felices. Nací en Almería en 1962. Abogado de profesión. He escrito distintos ensayos sobre cuestiones jurídicas. Pero la satisfacción escribiendo, la encuentro en el relato corto y en el microrrelato. Leo una y otra vez los cuentos de los maestros Quim Monzó, Juan Madrid y Andrés Neuman. Soy colaborador del diario "La Voz de Almería", en donde escribo sobre temas de actualidad.

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Relato

EL REGRE SO DE LA HI JA PRÓDI GA



por Carlos Manzano

Tanteó en uno de los bolsillos de la chaqueta pero no encontró nada. Demasiado a menudo olvidaba que hacía semanas que había dejado de fumar. Tenía frío, así que alzó las solapas de la chaqueta y encogió el cuello. Qué imagen más triste debía de estar ofreciendo, una figura solitaria y esquiva deambulando cabizbajo por las oscuras callejuelas de la ciudad, un individuo de semblante desgar bado y anodino, la perfecta representación de un perdedor. Pero ¿era realmente un perdedor? Había visto demasiadas películas en su juventud, eso es lo que le pasaba. Y los tópicos sobre la naturaleza humana son demasiado tentadores como para no dejarse seducir por ellos. Había tenido mala suerte, eso era todo, o tal vez no había sabido jugar bien sus cartas, pero de ahí a cargar igual que con un sambenito con el estigma perpetuo de la derrota me diaba un abismo. Cuando llegó al viejo local de siempre, un antro sucio de borracheras y vómitos, estaba ate rido de frío. Necesitaba tomar algo, un café caliente o, mejor aún, un coñac. Miró las monedas que tenía en el bolsillo del pantalón e hizo cálculos. Lo que estaba claro es que no le iban a fiar más. Y no por que hubiera dejado deudas sin pagar, sino porque últimamente ya no era bien recibido: demasiadas broncas durante este último mes, demasiada mala hostia. Pero tenían que entender que estaba de jando de fumar, que el mono lo volvía irascible y violento, lo convertía en otra persona, en un ser agresivo y malhumorado al que casi todo le desagrada. El médico había sido claro y contundente: está al borde del colapso, su corazón ha llegado al límite, no creo que aguante otro ataque más. Lo pensó mucho, le estuvo dando vueltas y vueltas al asunto «Lo pensó mucho, le estuvo durante días. ¿Merecía la pena seme jante sacrificio? ¿Y quién dando vueltas y vueltas al le decía que aquel médico presuntuoso tuviese razón? ¿Dejar asunto durante días. de fumar le iba a salvar realmente la vida? Uno se acaba mu¿Merecía la pena semejante riendo tarde o temprano, los que no han fumado un solo pitisacrificio? ¿Y quién le decía llo en su vida también se mueren. Todo el mundo se muere. que aquel médico Además, ¿qué le quedaba a él por hacer ya en esta puta vida? presuntuoso tuviese razón?» Su mujer hacía tiempo que lo había abandonado. Era un viejo solitario, un pobre hombre sin futuro, eso es todo lo que era. Casi mejor si acabo con esto de una vez por todas, llegó a pensar, cuanto antes mejor. Pero algo cambió de repente, algo que le hizo abandonar por completo aquella vena nihilista que lo incitaba a buscar la muerte como el menor de los males. Ya casi no recuerda cómo sucedió, fue quizá el azar, o el destino, la suerte o quizá una estúpida equivocación, pero lo cierto es que la reconoció al instante, cómo no iba a reconocerla, un padre jamás puede llegar a olvidar el rostro biena mado de una hija, por mucho que sus caminos se hayan distanciado d rásticamente con el paso del tiempo. Tampoco recuerda qué hacía él allí, no tenía por costumbre perderse por aquella zona de la ciudad, de hecho nunca le han atraído los extrarradios ni los polígonos, y menos aún las carreteras radiales, aparte de que le pillaba demasiado lejos de casa. Las únicas putas que muy ocasionalmente fre cuentaba ejercían su labor en la parte vieja de la ciudad, en esas calles oscuras y estrechas donde él solía dejarse caer cada noche. Además, las putas que trabajaban en los polígonos solían ser drogadictas, mujeres echadas a perder por inconsciencia o por dejadez, es decir, por abandono, y que casi siempre acababan convertidas en escoria. O así había sido hasta hace poco. Ahora había más extranjeras, eso es lo primero que le lla mó la atención, y el aspecto general del producto había mejo

Relato perteneciente al libro Estrategias de supervivencia (Libros Certeza, 2013).

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rado un poco: eran más apetecibles, sin duda alguna. Quizá fue eso lo que lo animó a acudir hasta allí, aunque ahora ya no lo recuerda; en cualquier caso había muchas negras, y él nunca había follado con una negra. Lo más curioso es que no se sorprendió al ver allí a Sonia. Hacía muchísimo tiempo que no sabía nada de ella, justo desde su última discusión, y de eso hacía ya más de quince años. Él no era bueno con las matemáticas, pero enseguida ca lculó la edad que debía de tener ahora: treinta y un años. Estaba mucho más delgada de lo que recordaba y parecía mucho más mayor, casi una vieja, podría decirse que era la viva imagen de su propia madre antes de que lo dejara tirado en el suelo de la cocina la última de las noches en que apareció por casa carcomido por el alcohol. Lo primero que pensó fue en el frío que debía estar pasando allí de pie, en ropa interior y calzada con unos enormes zapatos de tacón alto que tampoco contribuían mucho que digam os a mejorar su figura. Era evidente que no se había cuidado nada durante este tiempo, ni siquiera había puesto el menor empeño en conservar una figura atractiva y deseable. Así no creo que tenga muchos clientes, recuerda que pensó; trabajará por cuatro perras, quizá lo suficiente para meterse un chute, tal vez no le llegue ni para eso. Nunca fue una chica lista; en eso salió a su madre. Quiso acercarse a ella, mirarla de cerca, escrutarla con avidez. ¿Qué cara le pondría cuando lo viera aproximarse, cuando lo reconociese? A lo mejor ya ni se acordaba de él. Pero una hija no puede llegar a olvidar nunca el rostro de su propio padre, ni siquiera el de un padre como él, torpe, desmañado y violento. No fue un buen padre, eso ya lo sabe, no hace falta que nadie se lo recuerde. Pero tampoco Sonia se comportó como una buena hija. No tenía por qué haberle dicho las cosas que le dijo, una hija no está autorizada a echarles nada en cara a sus padres. Ellos le han dado la vida; a ellos, pues, les debe todo. Quizá le pegó con más violencia de lo necesario, pero se lo merecía, y en cualquier caso actuó bajo un impulso frenético, perdió los nervios y por tanto el control de sus actos. No hay rebeldía más estúpida que la de los jóvenes, se dice ahora, les das todo, la vida , el presente, incluso pones el futuro a su alcance, haces por ellos todo lo que está en tu mano, y a la primera oportunidad que se les presenta se revuelven contra ti y te acusan de egoísta, de déspota, de intransigente, de impedirles vivir la vida a su g usto. ¡Banda de desagradecidos! Por eso no se arrepiente de haber sacado el cinturón, no se arrepiente lo más mínimo, aun sabiendo lo que sucedió después. Es más, si lo hubiera hecho antes, en su momento, se dice ahora, cuando empezó a dar muestras de esa arrogancia inadmisible, seguro que se le hubieran bajado los humos para siempre. Eso no quita para que se sienta un poco culpable. Puede que si hubiese sido más cariñoso con ella de pequeña, si hubieran jugado juntos alguna que otra vez, tal vez todo habría sido distinto (de eso le acusó su madre poco antes de escapar para siempre, de marcharse de la ciudad y de su vida). Pero eso es jugar a las novelas de ciencia ficción, pura espe culación insensata, y él sabe bien lo poco que sirve enredarse en digresio nes sin sentido, adónde acaba conduciendo tanto desatino: ni más ni menos que a la locura. «Lo más curioso es que no se sorprendió al ver allí a Sonia. Hacía muchísimo tiempo que no sabía nada de ella, justo desde su última discusión, y de eso hacía ya más de quince años.»

Se encontraba a no más de diez o doce metros de distancia cuando ella lo reconoció. Primero debió de ver una figura masculina aproximándose a ella, un cliente, pensaría con toda seguridad, de modo que fue a su encuentro. No era demasiado tarde, puede que fuera su primer cliente de aquella noche. Pero su rostro se congeló de súbito cuando ambas miradas coincidieron y se lo dijeron todo. Sonia hizo mención de darse media vuelta, de escapar ahora que aún estaba a tiempo, pero un segundo después lo reconsideró y decidió encarar sin contemplaciones la figura silente y amenazadora que se le acercaba. —¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido, eh? ¿Qué cojones quieres? Él no dijo nada. Contempló los ojos pintados de azul océano de su hija, su rostro prematuramente envejecido, sus largos senos caídos que apenas el sujetador conseguía mantener a flote. Demasiada poca carne y mucho hueso, pensó también, demasiada decrepitud anticipada, demasiada miseria en su mirada. Lo que no quiso de momento fue ver los pinchazos terribles que asolaban sus brazos. —Nadie te ha invitado a venir, así que ya te puedes ir largando por donde has llegado, ¿vale? — NARRATIVAS

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insistió ella. —¿Cuánto cobras? —preguntó él de repente. Quizá solo lo dijo por curiosidad, para confirmar lo poco que valía aquella mujer, el poco aprecio que conservaba por sí misma, el grado de iniquidad al que había llegado. —¿Y a ti qué te importa? A pesar del desprecio que transmitían sus palabras, ella no fue capaz de disimular el asombro que le había causado la pregunta. Tal vez el hombre solo estaba tratando de hacerla sentir mal, de burlarse de aquel estado lamentable y servil, una manera como otra cualquiera de hacerle daño. —¿Cuánto cobras por una mamada? —insistió. El rostro cada vez más estupefacto de Sonia tuvo la virtud de acrecentar la seguridad en él. ¿Por qué hacía esto? ¿A dónde quería llegar? No la había tocado jamás cuando era pequeña, cuando todavía era una niña dócil y obediente, cuando podía haber hecho con ella lo que le hubiera venido en gana. No, en ese aspecto nunca se propasó lo más mínimo. ¿Por qué entonces, ahora, cuando ni siquiera le parecía una joven atractiva, cuando de haber sido otra no le habría ofrecido ni un d uro, se atrevía a ponerla en semejante aprieto? ¿Era solo por venganza? —Lárgate, por favor, lárgate y déjame en paz. No quiero saber nada de ti. No fue un reproche sino una súplica. Una súplica doliente y resignada. Se estaba riendo de ella, aquel hombre sin escrúpulos ni moral solo pretendía doblegarla como a un animal moribundo. Pero no sabía de qué se extrañaba; él siempre había sido así: un cabrón, un auténtico hijo de puta. Los años no habían hecho más que afianzar su carácter. —A un cliente no se le rechaza así como así. Te estoy preguntando cuánto pides por una mamada.

«Él sabía por experiencia que quien paga puede mostrarse arrogante y despreciativo, que eso le da derecho a exhibir un absoluto menosprecio por el cuerpo que compra.»

Él creyó reconocer en su hija un leve, casi inapreciable rictus de terror. ¿De verdad iba en serio? Tantos años de separación hacían imposible sacar conclusiones en un sentido o en otro. Aquel tipo era en realidad un perfecto desconocido para ella, un don nadie que de repente se arrogaba el dere cho a inmiscuirse en su vida sin permiso alguno. —¿Me estás pidiendo que te la chupe? —Te estoy preguntando cuánto cobras por una mamada. Ya te lo he repetido tres veces. Él sabía por experiencia que quien paga puede mostrarse arrogante y despreciativo, que eso le da derecho a exhibir un absoluto menosprecio por el cuerpo que compra. Además, aquella era de las pocas oportunidades que le quedaban para mostrarse superior a los demás, para ejercer la autoridad, para someter a los más débiles. No iba a renunciar a ello ni siquiera por su propia hija. —Cinco euros —respondió con evidente turbación. A lo mejor con esto el hombre se daba por satis fecho y la dejaba en paz de una vez por todas. Ya había contestado a su pregunta, ahora debía volver al trabajo. —Te valoras poco —dijo él—. Te doy diez si te tragas la leche.

Fue rápido, él se corrió pronto. Sonia supo aguantar todo su asco. Había accedido a cosas peores, pero tragarse el semen de su propio padre fue demasiado. A punto estuvo de vomitar, pero se contuvo. Cogió el billete de diez euros, se limpió la boca con un pañuelo y volvió a pintarse los labios de un rojo brillante, casi escandaloso. —Ya tienes lo que buscabas. Ahora lárgate y déjame en paz de una puta vez. Él se sonrió con cierto deje de ironía y la miró con descaro, quizá también con algo de desprecio.

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—Me han hecho mamadas mucho mejores. No vales ni para follar, igual que tu madre. A Sonia le dolió no la frase sino el gesto falaz y presuntuoso que la acompañó, propio de alguien que ya lo ha vivido todo y no admite engaños ni medias tintas. Él era un idiota, un cabrón sin estilo ni clase, no tenía derecho a mirarla así, no tenía derec ho a adoptar esa pose tan impropia y tan falsa. Eso fue lo que más la humilló. Fue por ella por lo que decidió dejar de fumar. Cuando llegó a casa y se dejó caer sobre el colchón, tomó la decisión irrevocable de seguir apegado a la vida el mayor tiempo pos ible. Y si para ello debía dejar de fumar, lo haría sin vacilar. Hacía ya algunas semanas de eso. La segunda vez que acudió a verla se lo dijo: He dejado de fumar. Ella no lo entendió, pero lo cierto es que le daba lo mismo. —¿Por qué has vuelto? —le preguntó—. ¿No tuviste suficiente con humillarme una vez? ¿Por qué me haces esto? —Soy un cliente que paga por tus servicios —fue todo lo que dijo—. Quiero que me hagas otra mamada. Y esta vez esmérate un poco más. Él no disponía de demasiados ingresos: lo que le quedaba de la paga por invalidez que le concedieron tras el último ataque al corazón y unos escasos ahorrillos que jamás lo sacarían de pobre pero con los que tenía que hacer frente a los gastos inevitables de la casa y la ali mentación consiguiente. No podía gastarse el dinero en putas tan a menudo como quisiera. O tal vez sí. Podía reducir las dos comidas al día a una única. Además, con lo que había subido el tabaco, dejar de fumar le suponía un incremento considerable de la renta disponible. Había calculado que con todo ello podría vivir tres o cuatro años sin excesivos problemas, gastando poco y reduciendo los consumos hoga reños al mínimo. También, llegado el caso, podía vender algunos de los muebles que aún le queda ban, aunque era consciente de que eran viejos y de que no valían gran cosa. Pero lo que tenía claro era que, una vez recuperada la hija pródiga, la que con solo dieciséis años los había abandonado sin remordimientos a él y a su mujer, la verdadera causante del gran drama de su vida, no podía dejarla escapar de nuevo. «Se sentó a la barra y pidió un café. Había contado bien, no solo le llegaba para una consumición sino que todavía le sobraba algo.»

Se sentó a la barra y pidió un café. Había contado bien, no solo le llegaba para una consumición sino que todavía le sobraba algo. El camarero, que hacía tan solo unos días lo había echado con cajas destempladas del bar, se acercó a él con gesto de pocos amigos. —No me gusta que vengas por aquí si vas comportarte como un energúmeno. Ya te lo dije el otro día. —No temas —dijo él—, ya se me ha pasado el mono del tabaco. Ya no pierdo los nervios. Ahora soy otra persona. He cambiado. El camarero lo miró con cierta incredulidad pero no dijo nada. —Ponme un cortado, por favor. Esta noche hace un frío de perros. Había poca gente a aquellas horas. Aquel estaba siendo un invierno extremadamente duro, hasta los borrachos se lo pensaban dos veces antes de salir a la calle, sobre todo si no querían acabar tirados en cualquier esquina con el riesgo añadido de sufrir una hipotermia. —¿Quieres que te ponga algo para cenar? —le preguntó el camarero con desusada amabilidad, quizá tratando de compensar su poco amistoso recibimiento. No corrían buenos tiempos para el negocio y se hacía aconsejable conservar los pocos clientes fijos que quedaban—. Tengo madejas recién hechas, antes por lo menos te gustaban mucho. Entonces él lo miró con cierta petulancia, casi rayando en el engreimiento, como si tuviera escondido un as bajo la manga y hubiese llegado el momento de sacarlo a la luz o estuviera a punto de darle la gran noticia que iba a cambiar su vida.

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—Gracias, pero no tengo tiempo. Me espera mi hija. —¿Tu hija? —la cara de sorpresa del camarero fue mayúscula —. Pero si hace años que no sabes nada de ella, ¿no? ¿Tu hija no...? Quizá iba a decir algo más, pero la prudencia le aconsejó morderse la lengua. A nadie se le escapa ban los verdaderos motivos que hace ya unos cuantos años impulsaron a aquella muchacha a marcharse de casa y los trágicos acontecimientos que a partir de entonces se sucedieron en la vida de aquel hombre. Era vox populi. —Hace unos días volvimos a encontrarnos. Ahora suelo acudir casi todas las noches a verla. En el fondo, me echaba de menos. Ya puedes imaginártelo: sigo siendo su padre, y eso es algo a lo que a ningún hijo puede sustraerse. La sangre siempre será la sangre. Al salir, dejó diez céntimos de propina sobre la barra. Sabía que los hombres seguros de sí mismos actúan de esa manera. © Carlos Manzano

Carlos Manzano (Zaragoza, 1965). Ha publicado las novelas Fósforos en manos de unos niños (Septem Ediciones, 2005), Vivir para nada (Mira Editores, 2007), Sombras de lo cotidiano (Mira Editores, 2008), Lo que fue de nosotros (Ediciones Nuevos Rumbos, 2011) y El silencio resquebrajado (eBooks Literatúrame, 2012), así como el libro de relatos Estrategias de supervivencia (Libros Certeza, 2013). Ha participado en las siguientes obras colectivas: Relatos para el número 100 (Mira Editores, 2008) con el relato ―Auxilio en carretera‖; Perversiones. Breve catálogo de Parafilias ilustradas (Vagamundos, 2010) con el relato ―La prisa es mala consejera‖; Recuerdos del porvenir (Ediciones Nuevos Rumbos, 2013), con el relato ―Cincuenta años de espera‖; Inventarium (Margen Cero, 2013), con los relatos ―Sangre entre los dedos‖ y ―El privilegio de los demiurgos‖. En breve aparecerá publicada su sexta novela, Paisajes en la memoria. http://www.carlosmanzano.net

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Relato

PRODUCTO por Topogenario Não acredito na paisagem Fernando Pessoa

Pocos días después, una puerta cerrada en una calle; otra puerta cerrada; otra puerta cerrada Azorín

Caminar. Levantar piedra. Ensayar despedida. Pensamiento delicado. Los grandes pechos colgantes asidos por ambas manos, sabor, salival, las piernas de alabastro, frutas, el infinito jugoso, sensaciones exageradas, incoherencias, cese. Se observa, en su misma imagen, desde afuera. Puertas en vaivén, ambiente enrojecido, pieza oscura al fondo, Vuelva seguido, entregue su tarifa, Bien Recibido. Buen trato. El cliente es importante. Alguna vez le eyaculó en todo lo que se llama cara, sin moles tarse. Bien servido. Atacar calle. Caminar. Alzar vista. Edificios blancos, listones de humedad la miendo, como un cáncer, la pintura antihongos, esqueletos de plantas, manos, reducidísimas, posi blemente viejas, regándolas, seres con ropas de marca revolviéndose hasta cierto punto. Hasta cierto punto, se recuerda, tuvimos permiso. Estos seres de marca, están bien contabilizados. Observar balcón. Observar ventana. Identificar. En ventana se observa mujer, «Camina por la calle sin dolores, casi llanto, o casi alegría. Recordó una mujer, según pauna maldita molécula rece, compañera de casa (aunque no le pegaba, o no enfrente de de asombro. Nada fue lo ninguna visita), o compañera de vida (aunque se compartía con suficientemente violento otras mujeres, o con otras vidas), no recordaba su nombre. La para verterse, en recordó, eso sí, expulsando, dolorosa, pariendo un producto (suyo , verdad, ni la vida ni la o razonablemente suyo), más o menos muerto, ya se le abortó. muerte se han Espontáneamente. (¿O había abortado por los golpes? ¿Esta mujer era un sparring? P or lo menos para las visitas pasaría como algo despeinado.» espontáneo, la placenta previa, o una enfermedad moderna. Si las respiraciones del cuerpo son protestas) Le eyacularía de nuevo, si es que le alcanzaban los billetes, sin molestarse, prueba y error. Prueba y error. Caminar. Esquivar los pocos árboles enfermos. Nue vas piedras. Patear. Palabras para subver tir la sociedad, no tiene, destruirla, destruirse, no hubo, derrotas, escarceos, pequeña revuelta humana, en espera de ser destapada, pinchada, expulsada por un pinchazo de furia, bip, no cupo, tener algo en el futuro, porvenir, sostenido con palillos de ropa, bip, ideas fósiles para tragar el rato, y ofrecerlo en prenda, presente, caminar, bip, baldosas, sudor, progresar, como progresaron los ge nes del sudor y del semen, mejorarse, como se mejoraron los genes del sudor y del semen, paseo, experiencia cósica, eyaculación, bien servido, personalidad abortiva, sin asombro, bip. (Salí de un prostíbulo, muchas veces como hijo, miserable hijo, de mis deseos. Y padre, mal padre, de pocos conceptos. Las miradas me han aturdido. ¿Me sentía bien comiendo vulvas? ¿Me sentía bien, o apenas pasable? Colocaba mis labios horizontales, más la dentadura séptica, contra los labios verticales, de una vulva, más séptica que mi dentadura, extraía mi lengua, con miedo a perderla, la introducía en el agujero vulvar, la movía, convulsiva, evitando embarrarla de flujo, no siempre podía, evitarlo, y no era una cena corta que digamos, la vulva era enorme, merecía recordársele, lle naba varios platos. ¿Me sentía bien comiendo vulvas? ¿Cómodo? Las miradas me han aturdido) Camina por la calle sin una maldita molécula de asombro. Nada fue lo suficientemente violento para verterse, en verdad, ni la vida ni la muerte se han despeinado. Aborte, fílmese, vote. Yo soy el progreso. Exprésese. Hasta probar y errar. Inmaculados los hombres que arrancaron e l orgullo de sus

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almas (que, ya de por sí, eran prestadas) porque serán ellos quienes muevan la tierra y encierren las aguas y coloreen los cielos y no habrá obstáculo que los venza ni quedará costa sin nombrar ante sus ojos ni universo sin descubrir ante sus oraciones. Caminante. Absorta cara empantanada en recordar, juntar cabos, vitales, detalles, rostros, huérfanos de memoria. El producto no desarrolló pulmones para asombrarse, creemos que nació muerto, llegó el momento de respetar. Caminante. La tarde, hojarasca amarilla, sepultada bajo miles de gestos y poses, apenas manchas de un recuerdo, húme das como el petróleo. Pensamientos viscosos, para vidas viscosas, para colonias viscosas, en socie dades que arden de colonias. Miradas sofisticadas por internet. El día, ese bucle amarillo, revivido por un film. Nos gustan los films. Replay. Nos gusta el film que es arma. Replay. Nos gusta el film que fue arma de otra guerra, pero que continúa estallando en ésta. Replay. Nos gusta el film. Re play. Nos gusta la guerra, por televisión. Replay. Nos gusta la televisión, por televisión. Replay. Nos gustas. Replay. Tintinear bolsillo, pausa. Caminar, sorteando los espacios con flores del municipio. Entablar rela ciones. Aclimatar ojo, mirar con bondad, hablar pausado, suficiencia, Buen Día, Buen Día, Buenos Días América, caminar, increíblemente florida, o casi libre, la piel, llenando sensorio, estímulo, por allí se arriba a buen puerto. Relaciones sociales, en generosas cuotas, interese para relacionarse, Viaje Cómodo, Nuestra Reputación Es Intachable. El camino es largo, como la calle que lo ahueca. Para relacionarse, interese. Actualícese. Relación, posible inicio de algo. Fuente sucia de energía. Caminar por acera tranquilamente. Despreciar puertas, porchecitos. T ocarse sombrero. Saludar saludos. Pasarse mano casi vegetal sobre arrugas lampiñas. Elegantes amagues de cabeza para el ser pentario, en sus sillas mecedoras, allí comentan a parrafadas el periódico, el día del jubilado, el mes del jubilado, el año del jubilado, la Era del Jubilado. Continuar. Tocarse el sombrero. Pasarse mano casi. Alzar frente. Cabello cas «El día, ese bucle poso, frente lampiña. Cejas lanceoladas sobre ventanal izquierdo, le amarillo, revivido por observan. Ofrecer al cielo, un gesto. Edificios algo blancos. Caras un film. Nos gustan los gordas con papada, el sol, Ale luya, sostenido por andamios, viejas films. Replay. Nos paredes, fragmentadas y desgranadas, a mazazos de obreros, en una gusta el film que es volqueta. Obreros, más intensos que paredes, más densos que una arma. Replay. Nos maza. Sufrir, folletín, Ale luya, Pare, estas sombras, desde allí hasta gusta el film que fue allá, tanto rato sepultadas, caminar despacio, y más des pacio. Adic arma de otra guerra, ción de ver, especie de morbo, insaciabilidad adicta, sensorio, bip, pero que continúa ver, you, tube, me, observar y poseer, todo, de una sola sentada, estallando en ésta.» rápido, y más rápido, abarcar, download, caminar más pasos, erguir nuca con cabeza floja, nube eréctil frente al cielo. Cómo era el cielo cuando no tenía palabras que le desnudasen. Tube it. Un ojo se posó sobre la trayectoria de la luz solar hasta do blarla, la luz se fue curvando, como una varilla sometida. Favorites. Una hoja marchita y vibrátil cayó en el techo de un automóvil estacionado, sin llegar a modificar su reposo. Fuerza envolvente. Probarse la Suerte Gra tis, volante, cara satinada, pechos como balones de rugby, Favorites. Caminar. Sentir, entre ratings, el ascenso de la vida. Repasarse punta de lengua por cara anterior de dientes ácidos, cubiertos de comida vieja. Raspar con uña, dientes, bolo alimenticio, putrefacto, deslizarse por esófago barrettoso. Gestos no renovables en el rostro de un transeúnte. Expectorar gargajo espumoso sobre baldosa, Favorites. Extraer mano de bolsillo para escoger hoja marchita en el suelo. Palabra vibrátil, Señor, Sus muletas, Señor, se apacigua, restalla, empaña cristal de vidriera, otras palabras de cortesía, otras hojas muertas sobre el paseo. Una compañera, algo mujer, seguramente mujer, más mujer que una patria, según tenía entendido, se perdió, o le abandonó, o le huyó. Le huyó, se damnificó de él. Producto, evacuado por el orificio cloacal de una mujer, en ventana de edificio, vamos, vamos, movimientos retorcidos, convulsos, pensamientos, no recordaba con igual intensidad los distintos abandonos que le tocó recibir, (¿y él?, ¿y él?, ¿nunca había abandonado?, nunca había abandonado) el feto, casi adulto, chorreado aún de líquido, (si nunca había abandonado, nunca había vivido, bebido) lanzado sin lavar a la bolsa plástica negra, muerto entre dos piernas abiertas y afeitadas, Otra vez será. Se le cortó el cordón umbilical con los dientes, se anudó dos veces, el nudo, en el cuello de la bolsa plástica placentaria, quedó libre, la hemorragia continuó. La sangre era algo bonito, lo recordaba. Le daba más asco el sudor de su mujer que la sangre del producto abortado. Lo siento, No tenemos más remedio, Favorites. Señalar vidriera para

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devolver un gesto de manos, fabricado con vacilación, devuelto sin alegría. Distraer sensorio con árboles lampiños circundantes. Caminar, pausa, atisbar luz parpadeante en semáforo, pausa, caminar, reglamento de tráfico, ecosis tema, el medio ambiente es importante, eligió las mejores caras del paisaje, para recordarlas. El me dio ambiente es prioridad de mi gobierno, celebrar, se celebra, aunque por dentro estén hirviendo los deseos del desierto. Observar, natural, ecosistema, Cerrado por Feriado. El orificio cloacal dila tado es tan bonito. Despojos humanos en el bolsillo izquierdo del pantalón. Tintinear bolsillo. Ideas residuales. Todo lo demás quedó sin despeinar. Lo que no encaja, producto, se deteriora. Puede abortarse. Estos estorbos, deben apiñarse, Rewind, en un rincón, Replay, caminar, consultar, se sintió enfermo, recobróse, pausa, controlarse, y anotar en su ficha 150/90, 180/100, 210/120, rodillas de diabetes, piernas pellejosas, ya no sirve, el cuerpo se ha estado perdie ndo. Reventóse. Las muletas son tan bonitas. Los haces solares se han desperdiciado, también las pocas sombras callejeras que los alargaban. Aquí no pasó nada. Su diabetes tuvo larga data. Debridar, Hay que amputar, ni modo, Miembro inútil e insalvable, ( no sirvió, como se esperaba, obsolescencia controlada, esta pierna, tarso gangrenado, úlcera astragalal, ¿también es parte, de su obsolescencia, controlada?) folletín, Los pies son tan bonitos, Consiga su P ierna de P lástico «Caminar. Ingresar YA, Contrólese, salud, consultar foros, medir, repita su dosis, mano en bolsillo, 210/120, 180/100, 150/90, aceptable, puede deambular, consta en repasar objetos su ficha. Si querés te doy el Alta. Si quiero. Caminar, muletas, almacenados. Los foros paso moderado, ejercicio muscular costoso, grandes brazadas para son tan bonitos. Llave las muletas, buen perímetro de marcha. Una inmensa nube otoñal, privada de dormitorio cargada, cortando la luz de una ciudad, un sepulcro. Cómo era el cielo cuando no existían las tie rras que le contemplasen. Detenerse en edificio blanco. bajo toldo, resguardarse. La nube, o colección de nubes, se des Juguete mental de cargó, se disipó, lavó e l cemento. Estuvo largo rato, resguardado, mano. Atisbar cemento.» observando y olfateando el agua evaporarse en la calle, aceras, y la sensación no era como le habían advertido en su foro, foroblog, que sería. (Un hombre, de trajes grises, cubierto hasta sus pantorrillas, con lodo, alegre de lodo, secándose, seco, minúsculas costrillas, de sangre, suya. Alegre, en un sentido clínico, inocuo, según recientes gráficas, políticas) Caminar. Ingresar mano en bolsillo, repasar objetos almacenados. Los foros son tan bonitos. Llave privada de dormitorio en edificio blanco. Juguete mental de mano. Atisbar cemento. Observar pie dra. Monitorear curiosas dimensiones. Hacer coincidir piedra con nube lampiña, cúmulo circundante. Todo coincide. En su momento todo coincidió. Despejar cielo. Palabras, ruido en cima de edificio intensamente soleado. (¿Así se dice?, ¿y así se siente?, ¿sol otoñal?, ¿resplandor, halos cobrizos derramándose en las vitrinas?, ¿árboles desnudos, fibrinosos, duros como manos paralizadas en un rezo?, ¿cortezas vegetales gruesas y venosas, repletas de microscópicos humanos, futuros hongos e insectos, gusanosos?, ¿calles cubiertas por interminables alfombras de hojarascas?, ¿pája ros con el plumaje perlado por joyas de la humedad?, ¿respiración profunda en una caminata apa cible mientras comercios azules y amarillos nos deleitan?, ¿almas recién bañadas?, ¿niños reproduciéndose en el parque?, ¿y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río?, ¿se dice así?, ¿y se siente así?, ¿lenguaje, non-violent, se siente así?) Un producto abortado ha respirado su primer cuerpo, ha escogido su primer pezón, y la madre que lo traicionó arrancándoselo del agujero bucal. Todavía quedan madres menos maternales que ésa. Los ojos se le han encendido cuando mamaba. Succionar hasta que brote arcada dentaria, cuerpo empañado de imperfecciones, luxaciones de fémur, marcas en el cráneo por los dientes del fórceps, meningocele, coreas, qué más, etcétera, Estaba muy enfermo, (enfermito) como para sobrevivir, etcétera. Allí, allá, éste, ése, aquí, acá, todo se reduce a una sumatoria controlada de dosis, Aleluya. Los bordes de los pezones inyectados. Caminar, otro cuerpo estático en vidriera, hecho un maniquí con blusas, sin saludar. Sin saludar. Se le arregla, la cara deforme por los dientes del fórceps, con chapa y pintura, para que parezca, si ése es el término, humana. Acomodar sombrero, pasarse. Recordar, las venas gusanosas resaltadas, con sangre para muchas venas, muchos gusanos más, interrumpir recuerdo, o sustituir, con otro recuerdo aleatorio. Pausa, atisbar luz parpadeante en semáforo, pausa, vagar por el sepulcro, recogiendo los peque -

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ños volantes, carteles con Baño Privado, gestos solos o compartidos, recuerdos desprovistos de nombre y cuerpo, cómo se tiñe eso, pequeños abortos en un rostro, cese al fuego. Cese al fuego. Inyecciones, ¿se está entendiendo, todo esto? Inyecciones. Se necesitará alguien que sepa dar inyec ciones, Buena remuneración. (Este silencio será un trofeo, valórelo, Valórese) (Los insectos se elevan de la humedad en la tarde otoñal, y pacientemente se entregan a sus tareas. Los árboles perfumados por el chaparrón mecen sus moles, bostezan y se encogen, mientras el sol declina para ellos y se levanta en otro hemisferio para otros. Un pequeño pueblo de árboles se emociona. Las hojas quebradizas dan sus cabezazos en los techos de los automóviles estacionados, sin despeinar el metal, el vidrio, o la fibra de carbono. Pequeños gusanos y lombrices ensayan sus coreas en la superficie de los jardines bien cultivados. A veces puede verse un niño acompañándolos, o un hombre coleccionándolos. Naturaleza muerta. Cedo. La risa, obsolescencia controlada. Cedo. Ante protestas obvias. Palabras, moles, moribundas, no quieren, pruebas, morirse) Sobre acera un cuerpo trastabilla en sus muletas. (¿Qué le pasó, amigo, que se desmejoró usted, desde la última vez?) Palabras, cuerpos, rastros largos, un suspiro, telas, casi harapos, cami nando vacío, decae, rodilla en suelo, frente besando botas, mise ricordia, Encuentre mi hijo, luego se pierde, Me huyó, (Se damnificó de mí) queda enajenado en una parte arrinconada de una calle al fondo, inaccesible, sin importancia, muñones, muletas creyéndose piernas, una ventana vacía, una puerta clausurada, un boulevard sin árboles, una cara arreglada en un procesador de caras, una mirada señalando, en un contenedor, acusando, un feto, casi adulto, en una bolsa plástica negra. (¿No comprendió que ya se estaba pudriendo? ¿Que ya no era ahijable?) Un edificio al que se le demolió con todas las fuerzas, sin siquiera haber sido antes construido. Luego aparecen, viajando de párpado a párpado, de visión a visión, los comentarios personales, Fuiste un lindo feto, (o Qué lindo feto, que eras) muy recordado. Luego de los comentarios, anudar la bolsa, bien anudada, para que no se salga, (Ya no soy ahijable) en caso de que se despierte, o que mueva los codos, y rompa la bolsa. Muy recordado. Un hombre «Los insectos se elevan de maravilloso en ruinas, durmiendo en una bolsa plástica negra, la humedad en la tarde reportándose a una pantalla, triunfando en un foro. Le ayudaron otoñal, y pacientemente en su foroblog, no encontraron su hijo, vi sitó muchos, recuerda, se entregan a sus tareas. foroblog, experiencia. Habiendo demasiada gente, gente busLos árboles perfumados cando gente, hay más gente de la que es posible buscar. No hay por el chaparrón mecen buscadores para tantas características, reduzca los parámetros de sus moles, bostezan y se su búsqueda. Sólo caminar. Caminar, contar pasos, Stat Counter, encogen, mientras el sol todo coincide. Alcanzar semáforo. Alzar vista. Un gesto añadido declina para ellos y se hace parpadear el semáforo. Rechazar avenida, el tráfico invita a levanta en otro hemisferio continuar, no continuar. Aquí Viaja Cómodo. Retornar por camipara otros.» no. En su momento todo coincidió. (Visitó su foroblog, compró un ciberniño, algo barato, de un pool de ciberniños. El pool estaba casi vacío, así que no tuvo mucha necesidad de elegir. Descargó un procesador de caras, consumió una hora y cinco minutos en procesarle una cara, medianamente recordable. De un pool de muebles, algo ostentoso, compró una caseta para el ciberniño, y dos madres, una, la más afable, para cuando el hombre se conectase, y otra, la mitad de cara, para administrar el ciberniño en los momentos en que el usuario se ausentaba. El usuario era él. El ciberniño pronunció su primera palabra a los treinta y nueve segundos de nacido. El ciberniño luego pronunció algunas palabras, las cibermujeres acudie ron a enternecerlo en su caseta. El ciberniño preguntó quién era su padre, tecleó en la caja de diá logo su nombre. El ciberniño preguntó qué clase de nombre era ése, tecleó en la caja de diálogo una breve historia familiar, hasta terminar con su pierna perdida, luego se entusiasmó al contar cómo había conseguido su prótesis de plástico. Una cibermujer dio una resumida clase de diabetes, perde ría riñones, ojos, en poco tiempo. El ciberniño le indicó que le parecía un buen padre, a pesar del corto tiempo que llevaban juntos, tecleó emocionado algunas muestras de agradecimiento, era sincero, ni las cibermujeres podrían falsificar lo que verdaderamente sentía: plenitud. El ciberniño le preguntó si podía, él, actualizar su página, para poder crecer, sus servidores no se actualizaban solos, buscó el botón correcto, actualizó, el ciberniño creció un año, ya tenía funciones cognitivas y abstractas avanzadas, ya estaba habilitado para jugar ajedrez y hablar de drogas, pero, por otro lado,

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apareció bastante enfermo, lo atacó una neumonía infantil. El ciberniño le preguntó si podía, él, actualizar su página, no sin antes comprar con su tarjeta unos ciberantibióticos, para poder mejo rarse, buscó el botón, actualizó, no tenía tarjetas, el ciberniño creció un año más, pero apareció muerto, lo mató una cibersepsis, producto de su neumonía, no tratada a tiempo. Se entristeció, se angustió, su hijito había muerto. Podría revivirlo, si quería, (quería) pero, para resucitarlo, eran otras las tarifas. Las cibermujeres acudieron a consolarlo. Alargó su mano, medianamente huesuda, algo insensibilizada por su diabetes, hasta tocar la pantalla, sintió la pantalla, radiando su mano, tenía buena cibercepción, investigó algunos botones, todos los que decían Free, buscando el lugar donde habían enterrado a su ciberniño, necesitaba verlo. Realmente necesitaba verlo. Sólo eso quería. No necesitaba nada más. No lo encontró, para enterrarlo eran otras las tarifas, enmudeció de angustia, si es que se estaba expresando, tenía buena cibercepción, se retiraría, consultaría su cuenta más tarde, cuando naciesen más ciberniños, o cuando hubiese superado la muerte de éste) Caminar. Ya que latir siempre es correcto. Las esperanzas quedaron muy alejadas de sus portadores. Borrón y cuenta nueva. Hay que esperar que las fuerzas históricas se acumulen, sombra, al acecho, sombráculo, sito íntimo, comunicar, compartir, mientras tanto, sensaciones fronterizas. Resistir en una calle, como se resiste un mazazo. Este segundo, y su minuto, tienen el poder de un millón de mazazos, de la misma maza. ¿Sabrás resistir? Si lo logras, ¿sabrás comunicárselo a los sobrevivientes? ¿O te lo llevarás contigo, directamente, a tu bolsa plástica negra? Caminar, enfrentar puerta, entrar, viajante anónimo, siéntese, Navegar Cómodo, service provider, palpándose pierna, rodillas diabéticas, disolviendo los posibles coágulos, ya sentado, frente a su monitor de trece pulgadas, descansando, con algún resoplo. Todo se pudo, lindo proxy, todo está permitido. Exprésate. (Bull shit) Ilusión, exprésate. Buena tarifa. Renunció, se retiró. Salir, caminar. Resistir. Todo como estaba coincide. Encender cuerpo, todo coincidió. Continuar. Caminar, cabeceando. Patear piedras con punta de goma en extremo de muleta, pensando en la rabia plástica del pie. Se nutre de la mi sma rabia de la que se vacía. El miembro plástico se recalienta. Aplacar cuerpo. Regurgitar esputo, flema deglutida, expectorar costra viscosa en cemento, espumilla blanca, «Hay que esperar que desecar saliva. Compró una botella, se observó, largo rato, mienlas fuerzas históricas tras se iba mutilando, despojando, en silencio. Recordó el producse acumulen, sombra, to, la mujer más vacía. Lo coronó con sonrisas (Hipotéticas sonrial acecho, sombráculo, sas, medallas escolares, poe sías) y palabras como espinas, antes de sito íntimo, comunicar, sepultarlo en su bolsa plástica negra, y echarlo en el conte nedor de compartir, mientras basura. Recordó los ojos, que lo estudiaban, desde el fondo, antes tanto, sensaciones de hacer el primer nudo. Cada ojo era más intenso que un estadio fronterizas.» lleno de obreros. Cerró la tapa del contenedor de basura. Bien. Un camión ya se haría cargo de eso. Quedó contento, fue breve. (El vendedor de diarios reabrió su kiosco, luego de la lluvia torrencial, aunque pasajera. Vestía una sudadera roja, con zapatillas negras y boina negra. Se sentó en su silla playera que, debido a su gor dura, lo albergaba con estrecheces. También extra jo un taburete, barnizado, de tres pies, lo colocó junto a su silla, y allí colocó una de sus piernas. Una mujer despampanante se acercó a su kiosco; pretendía comprar un ejemplar de la revista Ser-Padres-Edición-Especial-No-Improvise. Ese ejemplar ya se había agotado, así que le ofreció otros ejemplares de la misma revista, mientras la saboreaba con su pensamiento de los talones a la cabeza. Pensaba «Qué hermosa hembra, quién se comerá este manjar», añadió «Este manjarcito», terminó «Mamacita, mamacituc ha, mamacitinga », mientras hacía ademanes exagerados con las manos gordas, buscando cautivar la atención del cliente. La mujer no quiso ningún ejemplar, ni Especialícese-en-cambiar-Pañales [Cómo identificar cuándo un pañal se llena y así evitar que se chor ree], ni Cuando-los-Padres-no-lo-querían-pero-lotuvieron-Igual-No-es-culpa-tuya [Síndrome de China], y también rechazó Si-Ser-Padres-Es-UnaEmergencia [Ey, ¿y dónde está el borrego?]. El vendedor de diarios le ofreció folletos para coser, cocinar un arroz a la perfección, tejer a punto, planchar como una profesional, destacarse comprando buena marroquinería, limarse las uñas sin lesiones, autoenseñarse a ser un gran origamista, master en cotillón. La mujer se rehusó a comprar cualquier artículo, como no fuese el que ella quería, había especificado que ya tenía varias empleadas para todo lo otro, y se alejó enfadada, lo único que quería era Ser Padre. Los ojos del vendedor de diarios detallaron a la perfección el movimiento de sus caderas, que no eran gordas, pero reventaban de contenido; incluso siguió imaginándolas

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luego de que la mujer desapareció al rebasar una esquina. El vendedor de diarios pensó «Si tan sólo pudiese pegar mis cachetes o mi frente en esas nalgas, qué caricias sentiría », añadió «Mamucha», terminó «Diosmiíto mi lindo, ahijáme, ahijáme de esa mimuchín». Entonces se acercó un hombre que apenas se sostenía en muletas. Vestía un conjunto de prendas grises que no se entendían entre sí. La piel también parecía gris, plástica, bastante reseca, y algunos pliegues en la frente se le des pellejaban, sin sangrarle. Un olor fétido a urea, impregnado a su ropa, caminaba delante de él, como pre sentándolo, o representándolo, como si fuese una especie de tarjeta de identidad. De un bolsillo en la gabardina, bastante descosido, le asomaban un paquete de tabaco, hojillas, una armónica, cerillas, una pequeña botella de plástico, con silueta de mujer, conteniendo gasolina, donde antes hubo ga seosa, cara, y una bolsa negra, toda apretujada. Caminaba con dificultad. Le adornaban la cara una ceja abierta en un corte profundo, cicatrizable, llena de sangre seca, y una ceja abollada, como re machada por un objeto contundente, no cortante. Parecía destripado por años de abandono. De seaba un periódico, el órgano de propaganda de la izquierda. Se alejó. El vendedor de diarios no le cobró. Tampoco quiso descargarle un comentario. Terminó por observarlo desaparecer, en silencio. El es pectáculo era impagable) Caminar. Cada sensación vacía tiene una orejuela de nylon de la cual tirar. Abrir bolsa plástica ne gra. Botar feto. Depositar en contenedor de desechos, opción Reciclar, por trecenas, recíclese, otras bolsas con orejuelas, sin hedor, Tube It Yourself, preparar agujero bucal para arrojar comentario, luego continuar, corregir la respiración convulsa, si es posible. Flag me. Es posible. Hemos puesto nuestras cargas en el firmamento, y no las hemos detonado. Enlentecer paseo. Calle muy larga, ace ras angostas, en algunas puertas se labró un buzón de fondo ciego. Folletines de oferta, Buen Viaje, disfrútese. Para relacionarse, disfrútese, Warning, mancha de piel, sol cancerígeno, la próxima vez, Buen Regreso. Otra vez seremos. Misericordia, soledad, hasta en los mejores pellejos pasa, descansos intermitentes para suavizar caminata, acumulación de despojos, folletín, Free Duty, buen servicio, Bienvenido a esta tierra amiga. El silencio, creyéndose zarpa en el cuello. Algunos frutos simplemente no existen. Apoyarse contra recodo de pared, ingresar mano en gabardina, distraer sensorio, sacar mano, colocar armónica en boca, alzar vista. La música no es importante. Deterioro, api ñamiento, por favor, Cese al fuego. Detener, pausa, intercambio monetario, coincidir. Hacer coincidir. No. No se le cobró. No. Reanudar marcha. Entre bellos titulares cabecea el silencio. Primera plana. Una cara policromada se eleva sobre un sillón, codos arremangados, rostros de alegría, otros auspiciantes. Contratapa, cuatro columnas, Ley, derogaciones, gente amnistiada, derecho privado, entre rostros sometidos, y cuadrículas de deportes, tablas de posiciones, averages. Ideas, pensa mientos, que hemos amnistiado, todo esto, ¿se está entendiendo?, ¿o es sólo una amnistía más? Al acecho, la Historia, rota, como conjunto de condicio nes, de historias ajenas, sombráculos, casi alie nígenas. Esto, que parece explotar, no es más que una sombra, de la verdadera explosión. (Se te acerca, secretamente, en palabras más falsas e inútiles, la verdadera condición de las cosas. Se te están acercando. Es h ora de moverse de lugar. Si te puedo encontrar... si te puedo encontrar...) El cetro, adornado, en el que nos tardamos tanto, era falso, Tube Me Yourself, ya no tiene sentido conseguirlo, por la fuerza, o a través de ventajas. Lo que nos tardó tanto en nacer, cibercepción, no es necesario, conseguirlo, ya tenemos La Liga, y sus hiperligas, Liga Deportiva Cranshaw, ya pedimos permiso, Now Broadcasting. Caminar. P ide permiso para introducirte, hermano spot. Será prioridad de este gobierno. De los empresarios brota el gobierno, Primera P lana. De las facturas postales brota la necesidad del gobierno. De las verduras, la saga tecnológica, Ampliaremos. Enlentecer, descanso. Estamos cansados de cooperar. Observar gesto, señalar vidriera, devolver gesto. Aplacar producto con armónica, apagar ojos, muletas, sensorio, sólo armónica, background, difuminación, efectos, cerrar puertas, postigos de ventanales, banderolas de luz, con chorro musical. Curiosidad. Tube You Yourself. Caminar. Curiosidad satisfecha. En el fondo, el cielo resultó demasiado vulgar, aplausos en el horizonte, subterráneo, muy distantes ya. Voces inentendibles. «Entre bellos titulares cabecea el silencio. Primera plana. Una cara policromada se eleva sobre un sillón, codos arremangados, rostros de alegría, otros auspiciantes.»

Cuerpo, parece más cuerpo que antes, sus rodillas empiezan a creerse muebles, su próstata se hin cha, como si tuviese rabia, sus testículos se pudren, orina rabia, hilitos grises de fluido, su cuerpo,

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cadáver, casi pulpa viva, es una conferencia de dolores silenciosos e inatendibles. Raspe Aquí, Para Ganar. Obtenga su Número ya. Caminar, dónde, mierda, décimo quinta cuadra, hacia la felicidad espuria y sin matices, indistinguible de la angustia, de la soledad, de códigos complejos (códigos complejísimos, pero anunciados por simples comillas). Ya. Tocarse el sombrero, casi, el ombligo coagulado. Ocupar mano en bolsillo de pantalón, repasar objetos almacenados. Llave privada, ya llega, ya está llegando, ya llegó a su porche, subirá escaleras, y recorrerá pasillos húmedos de frituras. Acercar a puerta, mirilla, penetrar ojo, abrir, Bueno, Bueno, Mucho gusto, Mucho gusto, Bueno, Bueno, cerrar, penetrar ojo, mirilla, alejarse de puerta. La pensión se derrumba. Abrir armario, mue ble de Baño. Algunos hombres simplemente no existen. Devorar. Hay que Probarse la Suerte Gratis. Borrón. Siéntese. El sol, sostenido por andamios, las nubes, lamiéndose las heridas punzantes entre sí. Introduzca un nombre para practicar. Exprésese. Stat Counter. (Un hombre, desprovisto de sus trajes grises, solo y desnudo, sentado en su inodoro, contemplándose en su espejo viejo, se observa, suma de parálisis, piensa en su cuerpo, en su soledad, como cosa juzgada. Mañana, con su caso, multitudinarios detalles, venderán más revistas. Me tragarán los deta lles, me salvará la ignorancia, me venderán mis jueces. Un hombre, cómodo). © Topogenario

Topogenario. Escritor nicaragüense (Managua, 1980). Ha publicado la novela Fat boy (Montevideo: Gráficos del sur, 2010) y el libro de relatos Volumen con la editorial Leteo Ediciones (2013). Está incluido en las antologías ¡De Acá! Algo de narrativa joven uruguaya de ahora (Uruguay: Rebeca Linke editoras, 2008) y Flores de la Trinchera, narrativa nicaragüense (Fondo Editorial SOMA. 2012). Blog: http://topogenario.blogspot.com.es.

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Relato

CHARLIE por Lauren Honrado Cuando el hombre de uniforme irrumpió en el salón, dirigiéndose hacia él, deseó con todas sus fuer zas que fuera para llevarlo junto a Mónica y no para matarlo allí mismo. P or eso no sólo no se resis tió —hubiera sido inútil, en cualquier caso— sino que hasta se alegró de que el tipo lo arrastrara escaleras abajo sujetándolo del pescuezo y de que, ya en la calle, delante de todos los vecinos, lo empujase violentamente al interior del coche. Una vez junto a ella, en el asiento traser o, se sintió eufó rico, cómo no iba a estarlo, y se dio a las efusiones sentimentales, al igual que Mónica. Encaja rían mejor lo que fuera a sucederles después, pensó, si el uno permanecía al lado del otro. El vehículo, mientras tanto, los alejaba rápidamente del griterío, los silbatos, las pancartas, pero él aún tuvo tiempo de girarse justo antes de que doblaran el recodo y contemplar de refilón aquel por tal entrañable, el portal diez y siete, Tres colores, palabras que amaba repetir por su simple y grat ificante sonoridad. Durante todo el trayecto Mónica estuvo muy cerca de él, calmándolo con su calor, casi apretujándolo, porque seguía muy inquieto y porque ella era así, mucho más valiente, siempre lo había de mostrado. Fue horrible cuando los obligar on a salir del coche y los separaron, y él venga llamarla, temiéndose lo peor, no, convencido de que esa sería la última vez que la vería, y ella gritándole «¡tranquilo, mi amor, no pasará nada! », y él frenético, revolviéndose, intentándose zafar de esas garras implacables, repitiendo su nombre como un condenado su oración, como un brujo su conjuro, mientras se la llevaban, inalcanzable, con las muñecas a la espalda, sólo unos pasos por delante de él, en dirección a un som«Cuando quiso darse brío edificio cuya entrada le pareció la boca de un animal gigancuenta ya lo habían tesco, las puertas desplegándose solas, de repente, sin que nadie conducido lejos de las tocase, para engullir a Mónica y al hombre de uniforme que Mónica, a un lugar nada iba pegado a ella, custodiándola. Luego la perdió de vista. Todo halagüeño, y ya lo fue muy confuso, irreal. Cua ndo quiso darse cuenta ya lo habían estaban confinando en conducido lejos de Mónica, a un lugar nada halagüeño, y ya lo un cuarto. Había estaban confinando en un cuarto. Había enmudecido. En realidad enmudecido.» había mante nido el pico cerrado desde que traspasaron el umbral o la mandíbula de aquella mole , paralizado repentinamente por la impotencia, incapaz ya de articular sonido alguno. Nada dijo, pues, cuando hicieron rotar la llave y lo dejaron allí preso, en compañía de una montaña de cajas de cartón y una especie de carrito cuya utilidad ignoraba. De nada valía quejarse ahora, él intuía la futilidad e incluso la peligrosidad del reclamo o del ruido, ya fuera éste airado o lastimero, así que, al cabo de unos instantes de resignada asimilación, se abrió paso hasta el fondo y se acurrucó en un ángulo. Poco después la luz se había ido. Quiso mantener los ojos abiertos, pero la fatiga, la tensión vivida y las horas que llevaba sin dormir pudieron con él. Tras los pár pados, la cabeza se le fue venciendo blandamente, escorándosele apenas hacia un costado. Oyó o creyó oír que algo se movía entre las cajas, aunque en el duermevela, sobrecargado su cerebro de impresiones confusas, aquella percepción quedó inmediatamente desfigurada, divorciada del contexto, reelaborándose e incorporándose luego al caos imaginativo, con una nueva apariencia. No se trataba ya de un ruido sino de Jaime jugando a las construcciones, o de la gente de la plataforma, tamborileando con las cacerolas enfrente de su casa. Sin embargo, aquel estado de semiinconsciencia no duró mucho; enseguida, y sin apercibirse, cayó en un sueño profundo y vacío. El despertar, minutos u horas después (para él el tiempo era una sustancia imprecisa, la íntima y lacerante sospecha de que algo se le había escapado para siempre), no hizo sino devolverlo a la total tiniebla. Parpadeó dos, tres, cuatro veces, apurando el enfoque, escudriñando la oscuridad con la mirada, completamente en vano. Sintió miedo, entonces, el miedo punzante y ancestral. Un escalofrío le recorrió de pronto el cuerpo entero, de arriba abajo, y sólo pudo encogerse y apretarse aún más contra el rincón cuando, desde algún lugar entre las cajas, una bestia o criatura se abalanzó soNARRATIVAS

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bre él, sin que tuviera ocasión de esquivarla y sin que supiera exactamente cómo ni por qué. Ni siquiera creyó haber gemido: el sufrimiento y la agonía vendrían más tarde, a solas con la herida en la garganta y la sangre manando, y más tarde aún, tendido sobre una dura y fría superficie, pero en ese preciso instante no hubo dolor ni nada especial; no sintió el mordisco, prácticamente. Apenas se enteró de cómo le habían despojado de una porción esencial de su carne. *** Odiaba ese trabajo. Dios, cuánto lo odiaba. El olor de la lejía, de los detergentes, de los abrillantadores, de las ceras, se le petrificaba bien adentro, en la nariz, y por mucho que se sonaba y se sonaba no había forma de que se le fuera. Su marido le decía que se olvidara del asunto, que acabaría acos tumbrándose, que hiciera el favor de no ser tan maniática. Pero era ella quien tenía incrus tado ese olor en la nariz y no él. Si se levantaba en mitad de la noche para lavarse el pelo era porque cuando se giraba en la cama y quedaba boca abajo creía percibir ese olor adherido a la almohada. Después se volvía a acostar, con el pelo húmedo, y su marido insistía en que de seguir así pillaría un buen resfriado, o quizá una pulmonía, o un enfriamiento del cerebelo. Luego estaban los lavabos. Los de los hombres, claro. No podía con ellos. No se trataba sólo del hedor como a berzas recién cocidas (para combatirlo, nada más entrar, se calzaba una pinza de natación, que al salir se quitaba, pues sentía vergüenza de que la vieran con ella puesta), se trataba sobre todo de las (la gente no sabía hasta qué punto) desagradables sorpresas que a menudo se encont raba al levantar las tapas de los váteres. Era en esas ocasiones cuando, últimamente, notaba correr un caldo agrio y caliente esófago arriba y tenía que luchar para que aquella visceral erupción no sobrepasara el extremo de la faringe y, con suerte, terminara por calmarse, descendiendo luego y man«Desde que el médico le teniéndose al fin en su sitio. Pero no siempre lo conseguía, por dio la noticia había desgracia. Entonces no le quedaba más remedio que limpiar dos vuelto a rezar. Nunca veces y lamentarse de su pésima situación y maldecir aquel asco de pensó que volvería a trabajo para el que sin duda no estaba hecha. Después reflexionaba hacerlo. La última vez y se daba ánimos a sí misma, repitiéndose que gracias a aquello que había rezado, lo aún podían hacer frente al pago de la hipoteca y que hasta debía recordaba muy bien, sentirse afortunada, porque a su espalda había una larga cola de fue a los trece años, pobres infelices como ella esperando ocupar el mismo puesto; e antes de la muerte de invariablemente volvía a repetirse, a medio camino entre la censura su abuela.» y la advertencia, que lo que desde luego no esperaba era el pago de la hipoteca, todos los meses. «¡Haber estudiado, como tu her mana!», le reprochaba su padre cuando se quejaba de los olores y de las horrorosas visiones de los váteres. «¡Qué iba a estudiar, si con los libros le pasaba lo mismo, le entraba el escrúpulo sólo de verlos!», saltaba siempre su madre, que por lo común andaba trajinando de un lado para otro. «Procura conservar el empleo esta vez, hija, ya sabes en qué situación se encuentra tu marido y lo justitos que andamos tu madre y yo. Sé que no es plato de gusto, pero mírame a mí, deslomándome en el taller desde los diecisiete años hasta que me jubilé, y qué, ¿crees que me gustaba?; pues no, no me gustaba. ¡Demonios, no me gustaba un carajo! Pero es el castigo de todo hombre, hija, lo dice la Biblia, acuérdate, tenemos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Así es la vida y así seguirá siendo». Lo sabía muy bien, vaya si lo sabía; ahora más que nunca, con la fábrica en la que trabajaba su marido temblando ante los rumores de un ERE y ella embarazada de tres semanas. Claro que, de lo segundo, ni sus padres ni su marido estaban enterados. Y qué angustia, la suya. Desde que el médico le dio la noticia había vuelto a rezar. Nunca pensó que volvería a hacerlo. La última vez que había rezado, lo recordaba muy bien, fue a los trece años, antes de la muerte de su abue la. Después decidió romper relaciones con quien parecía estar ciego, mudo y sordo ante el padecimiento de los débiles. Ahora que el miedo y la incertidumbre se adue ñaban constantemente de ella en forma de terrible ansiedad, había restablecido comunicaciones con lo que fuera que hubiese allí arriba, pero lo cierto es que sin demasiada esperanza. No obstante, pensaba, nada se perdía por intentarlo. Los rezos habían regresado a sus labios por sí solos, y le sobre venían a todas horas y en los lugares y situaciones más dispares: en la cama, cuando él se volteaba dándole la espalda y ella mantenía los ojos abiertos en dirección a la negrura que mediaba entre su

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cabeza y el techo; en la cocina, lavando los cacharros; mientras tendía la ropa o en el autobús, ca mino de la comisaría. Se había convertido rápidamente en una manía lo bastante arraigada como para no ser ya muchas veces consciente de cuándo ésta se apoderaba de ella. Yolanda saluda al poli del mostrador, le enseña la tarjeta acreditativa y se siente más calmada, porque lo que es el trayecto del autobús la pone enferma, con todas esas miradas vacías y pegajosas que por costumbre se le echan encima; por costumbre o como si no tuvieran otra cosa que hacer que posarse sobre su rostro o sobre sus senos o sobre sus piernas. Qué culpa tiene ella de ser tan físicamente agraciada. A menudo, para abstraerse del ambiente y relajarse, mira por la ventanilla y hace sumas con los números de las matrículas que va viendo, atenta a los resultados que obtiene, como si éstos encerrasen un sentido oculto, un poco como hacían los augures cuando analizaban el vuelo de las aves, leyendo y descifrando en el signo aparentemente casual un presagio bueno o malo. Cuando se cansa de las sumas le vienen los rezos. Una vez un niño que iba sentado a su lado le preguntó, así, de repente, por qué cantaba tan bajito y ella le tuvo que responder que no estaba cantando, que lo que hacía era rezar, aunque acto seguido añadió, con una sonrisa: «pero el rezo es casi, casi, como un canto; ¿lo sa bías?». El niño negó con la cabeza. «¿Por qué?», preguntó al instante. «Porque quien reza está cantando para despertar al de arriba», respondió ella. «¿Y quién es el de arriba?», volvió a inquirir el niño. Entonces no supo qué contestarle; tan sólo pudo vo lver a sonreírle, alborotarle el pelo y regresar a las matrículas. Tomó el ascensor, rumbo a la planta del sótano-2, donde en un «Se abrieron las puertas pequeño cuarto guardaba la ropa, los utensilios y los productos del ascensor y enfiló el de limpieza. Allí mismo se cambiaba, todos los días. En la pasillo a toda prisa, planta del só tano-2 no había celdas, que ella supiera, sólo cuar mientras manoteaba en el tos de almacenaje. Quizá depositaran allí también el materia l fondo del bolso en busca incautado, el dinero, las armas, la droga, quién podía saberlo. de la pieza metálica. No le Los calabozos, esas celdas provisionales que tienen todas las gustaba aquel lugar.» comisarías del mundo y que salen en las películas y series de televisión, estaban en el sótano-1, pero en el sótano-2 no había más que cuartos cerrados, cuartos cerrados corriendo a lo largo de un estrecho pasillo, en un sentido y en otro. Ella, como es natural, sólo tenía la llave de uno, el que le correspondía al servicio de limpieza. Se abrieron las puertas del ascensor y enfiló el pasillo a toda prisa, mientras manoteaba en el fondo del bolso en busca de la pieza metálica. No le gustaba aquel lugar. La iluminación era pobre y siniestra, el ambiente húmedo, las paredes lúgubres. Le daba tan mala espina que procuraba cambiarse y pertrecharse de todo lo necesario lo antes posible. Llegó a la puerta del cuarto y aún no había dado con la llave, que debía de estar metida entre algún pliegue del bolso. Emitió un chasquido impaciente, a modo de disgusto, y se puso un poco más nerviosa, de ahí que cuando por fin la hubo encontrado y extraído se le cayera inmediatamente al suelo. Maldijo en voz alta y se acuclilló, tanteando alrededor hasta que de nuevo dio con ella. Al abrir oyó nítidamente cómo algo corría a es conderse al abrigo de las cajas de cartón que nadie se molestaba en retirar, allá adentro. Se quedó paralizada, rígida, sin atreverse siquiera a encender la luz, y mucho menos a poner un pie en el interior del cuarto. Permaneció en el pasillo, como atornillada al suelo, frente a la entrada, con la vista clavada en la semioscuridad de los embalajes, casi indiscernibles, apilados unos encima de otros. Recordaba muy bien lo que la anterior señora de la limpieza le había dicho, el día que empezó: «Ten cuidado cuando vayas al sótano, jovencita, ahí abajo hay ratas como caballos de grandes. No, no te rías, que no es una broma. Yo las he visto. Créeme cuando te digo que son como caballos, esas hijas del demonio». Barajó llamar a alguien, al poli del mostrador o a otro cualquiera, pero desechó la idea al momento. No quería parecerles la típica histérica que al paso del roedor corre a subirse encima de la mesa que tiene más a mano: había de enfrentarse a ello sola. Además, ¿quién decía que aquello era una rata? Bien pensado, podía ser cualquier otra cosa, aunque no supo precisar qué cosa exactamente. Por fin, decidida a enfrentarse a lo que fuera que estuviese esc ondido entre las cajas, reunió cuanta valentía pudo reunir y, como un felino, despacio y sigilosamente, encendió la luz y penetró en el cuarto. Por las piernas le subía y le bajaba un calambre parecido al que le producía el vértigo. Hubiera dicho que se trataba casi de la misma sensación que experimentaba cuando se asomaba al balcón de la casa de sus padres. Se sintió ridícula: no era para tanto. El carrito quedaba

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justo a su lado, a su derecha, no tenía más que cogerlo y largarse, todo lo que necesitaba e staba ahí. Planificó con detalle los próximos movimientos: se giraría, primero, con suma lentitud, y después, de espaldas, tiraría del carro poco a poco hasta estar fuera del cuarto, describiendo un semicírculo. Resolvió que aquel era un buen plan, e incluso llegó a girarse con éxito y a poner sus manos sobre el manillar del carrito, pero, un segundo antes de proceder según el plan previsto, cayó en la cuenta de lo arriesgado de la maniobra, porque por mucho cuidado que pusiera en su ejecución no podría evitar hacer demasiado ruido y acabaría por asustar al intruso, el cual, muy probablemente, saldría dis parado hacia la puerta o hacia una de sus piernas, quizá con el propósito de morderla (si es que se trataba de una rata), y en ese caso no le convenía que la pillase a contrapié o en una posición poco favorable. De hecho, concluyó, hiciera lo que hiciera, el bicho trataría de huir o de atacar, así que la mejor opción, desde luego, era estar preparada, controlar el espacio para verlo salir y que de ese modo no la cogiera desprevenida. Bueno, había que tomar una decisión y hacerlo ya, no podía estar más tiempo allí parada, como una idiota. Sin pensarlo esta vez, desenganchó la fregona, que estaba anclada al carrito, y, con un arrojo del que más tarde habría de sentirse orgullosa (y felizmente sorprendida), la emprendió a golpes contra las cajas, como un vareador de olivos, pero hacia abajo. Entonces aquello se le apareció. Un abominable engendro de difícil descripción y peor carácter; una pura aberración de la naturaleza que, andando el tiempo, sería sucesivamente reconstruida en su memoria hasta adquirir proporciones míticas. Tan imposible le sería el dibujarla en su posterior re lato (tanto más con cada nueva recreación de la historia) que nadie, ni siquiera su marido, se atrevería a creerla del todo («sería una rata, mujer, muy grande, pero una rata»). Pero ella insistiría en que aquello que tuvo en cierta ocasión delante de sí no fue ni por asomo un roedor, como no fue tampoco una visión o una deformación pesadillesca de su miedo, «Quién le iba a decir a ni hablar, fue un demonio, eso, un demonio. Mil veces habría de Yolanda (invadida de relatarlo: tras sacudir las cajas aquello salió de su escondrijo, irsúbito por una emoción guiéndose ante ella con maligna altanería (hubiera dicho que en casi postraumática de sus ojos ardía el fuego del infierno), desa fiándola, enseñándole incredulidad y una sus cuatro afilados incisivos, de un amarillo carnívoro. Lejos de líquida flojera de cintura amilanarse, ella respondió con un certero testarazo de fregona para abajo) que al que la pestífera bestia (olía como a huevos pochos) debió de acuregresar al cuarto se sar lo suficiente, porque salió despavorida por la puerta, emiencontraría con lo que se tiendo en su huída sórdidos aullidos. No dudó en salir tras el engendro, enva lentonada como estaba, pero el muy puñe tero encontró.» logró escabullirse, ayudado sin duda por la penumbra del pasillo. Quién le iba a decir a Yolanda (invadida de súbito por una emoción casi postraumática de incredulidad y una líquida flojera de cintura para abajo) que al regresar al cuarto se encontraría con lo que se encontró. El pobrecito estaba acurrucado en un rincón y tenía un aspecto lamentable : medio inconsciente y con una atroz herida en la garganta, causada con absoluta certeza por aquel demonio mise rable y cobarde al que ella acababa de ahuyentar. La sangre le manaba por el hueco que el mordisco le había practicado en la carne, y discurría , ahebrada, hasta enrojecer el suelo de cemento. Yolanda llegó a la conclusión de que el ataque debía de haberse producido justo antes de que ella introdujera la llave en la cerradura, acción que obviamente había obligado a aquello a soltar a su presa e ir a esconderse entre las cajas. Precisamente estas últimas, que invadían buena parte del espacio y se levantaban a una altura de un metro o metro y pico, eran las que le habían impedido percatarse de su presencia hasta ese momento, pues él se hallaba oculto tras el muro de cartón, al fondo del cuarto. Ella se había quedado en sujetador, e iba justo a enfundarse el jersey que precedía siempre a la bata azul, cuando le regresó el calambre y quiso estar segura de no tener más compañía, sobre todo por allí detrás, por la zona que no dejaban ver los embalajes. Fue entonces, al asomarse, cuando lo des cubrió. De primeras se llevó un buen susto, dado que no estaba acostumbrada a tanto sobresalto y mucho menos tan seguido, pero luego, pasado el choque, viendo que el desdichado aún se movía, y tras convencerse de que en aquel frágil trance no podía representar ninguna amenaza para ella, la invadió un repentino y cálido sentimiento de ternura, de lástima, un sentimiento casi maternal que la llenó de audacia y la impulsó a intervenir de inmediato, ignorando de ahí en adelante normas y ulteriores consecuencias. Se las arregló para practicarle una cura de emergencia con lo poco que tenía a

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mano, a fin de contener la hemorragia, e igualmente para salir con él de la comisaría sin que nadie los detuviera. *** Una cosa era segura: no estaba muerto, no podía estarlo; los muertos ni sienten ni padecen, como tantas veces repite la abuela Gloria, y él sentía claramente el frío y la dureza de la extraña superficie en la que le ha bían tumbado boca arriba, y también sentía esa potente luz que le cegaba, ese resplandor hiriéndole los ojos, que apenas podía abrir. ¿O quizá estar muerto era aquello y la abuela Gloria se equivocaba? ¿Y si la muerte significaba dolor y luz cegadora para siempre y no un cielo enorme y despejado donde uno algún día se reencuentra con los suyos y es feliz al fin y descansa y disfruta e incluso puede volar si quiere, porque todo en el cielo es posible? Pero la abuela Gloria nunca se equivocaba, hubiera sido la primera vez; era la más vieja de la casa, pero también la más sabia y la más lista, nunca se le pasaba nada por alto. Además, se ocupaba de un sinnúmero de fae nas: hacía la comida, fregaba, pasaba el polvo, lavaba la ropa, planchaba, cuidaba de Jaime, le ayudaba con los deberes, lo llevaba y traía del colegio, contestaba a las llamadas telefónicas... La abuela Gloria era el pegamento de la familia, los mantenía a todos unidos, como los cromos del álbum de Jaime, igual. Para él era como una madre, la ma dre que jamás conoció, y ella lo sabía, él se lo había hecho saber muchas veces, no de palabra, ya que para eso él era un poco torpe y vergonzoso, pero sí devolviéndole con creces el cariño que la abuela Gloria le dispensaba. Entre los dos, para comuni carse, para entenderse, no hacían falta apenas sonidos, sólo gestos o caricias, nada más, y se lo transmitían todo de esa forma. Luego Mónica volvió una tarde a casa, llorando, diciendo que la aca baban de despedir, y él se llenó de rabia y de impotencia y de silencio, porque presentía que las cosas no volverían a ser lo mismo a partir de entonces y que él no podría hacer nada para evitarlo, como así sucedió. Ahora, los hombres de uniforme los habían separado injusta y cruelmente, y él no entendía muy bien por qué, pero lo cierto es que lo habían hecho, y «Quería llorar, ahora, uno de ellos, maldito, se había echado encima de Mónica y le había pero ni toda la miseria clavado una rodilla en la espalda y atado luego las manos con un del mundo le hubiera raro instrumento que hizo clic, para después llevársela entre solloarrancado una zos, y él frenético por no poder ayudarla, oyéndola gritar su nombre lágrima. Lo sabía. En cada vez más bajito hasta que simplemente había dejado de oírla. su caso la necesidad Cómo había deseado que lo llevaran con ella y qué mal lo pasó, solo en la casa, hasta que otro hombre uniformado vino por él y lo emno bastaba.» pujó dentro del coche, junto a Mónica, que durante todo el trayecto le estuvo calmando y diciendo cosas agradables. Quería llorar, ahora, pero ni toda la miseria del mundo le hubiera arrancado una lágrima. Lo sabía. En su caso la necesidad no bastaba. Y es que ya era incapaz de mover el cuello: sentía un dolor insoportable cada vez que lo intentaba, un latigazo que restallaba desde la cavidad hasta su cerebro, convirtiéndolo en una masa agónica. Pensó que iba a morir y que, bien mirado, quizás era lo me jor para todos; no tendrían que preocuparse más por él y no volvería a darles más disgustos, como cuando se escapó de casa para ir al parque y se perdió y tuvieron que ir a buscarlo, o como cuando, sin pretenderlo realmente, insultó a la hermana de la abue la Gloria, que había venido del pueblo a hacerles una visita, y todos se enfadaron tanto con él y sus meteduras de pata. Las palabras no eran lo suyo, en absoluto. Lo que mejor se le daba era hacer reír a Jaime. Le encantaba verlo partirse de risa con las imitaciones, las travesuras y payasadas que le hacía. El niño lo adoraba: nada más llegar del colegio, de la mano de la abuela Gloria, corría a su lado para darle un beso y contarle cosas, lo que fuera que le hubiera sucedido en el recreo o lo que le dijera la profe ese día al acabar de hacer el ejercicio en la pizarra. Él, a su vez, adoraba al niño; lo sentía como un hijo propio y no se imaginaba la vida teniendo que estar separados; bueno, en verdad no se imagi naba la vida sin ellos tres. Pero ahora que el presente se había complicado tanto y que el futuro era del todo incierto temía no volver a verlos, a la abuela, a Jaime y a Mónica; porque quizá se deshicie ran de él y lo enviaran a algún sitio para que le cuidaran. Si finalmente resultaba ser así no les culparía, comprendería sus razones, porque al fin y al cabo qué era él sino un estorbo. Se censuró por tener este tipo de ocurrencias e intentó concentrarse en un pensamiento más amable; si había de morir mejor hacerlo con una ima -

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gen bonita en la cabe za que con algo tan feo y funesto. Sin esfuerzo alguno, acudió a su imaginación el rostro de Mónica, su dulce Mónica. Habían crecido juntos, como quien dice, y debía ser para él como una hermana, pero la verdad es que era mucho más que eso. Doliéndole en e l corazón, había tenido que aceptar que muchos de sus deseos, sencillamente, jamás podrían cumplirse, ni en este mundo ni en ningún otro y de ninguna manera. Mónica era uno de aquellos deseos imposibles. Pero su rostro le reconfortaba, y recordarlo ahora no hacía daño a nadie. Lástima que un aguijón, un pinchazo, una fina y súbita perforación, hiciera añicos la sonrisa de Mó nica, sus labios de aguacate. Quiso batirse encima de aquella fría y dura superficie, pero manos fir mes lo sujetaron. No, no tenía escapatoria. Abrió los ojos como para pedir clemencia y entonces pudo ver, algo borrosa, una figura asomada a su cuerpo, bajo la blanquísima luz; una figura que parecía inspeccionarle la garganta, donde de pronto sintió que le untaban de un frío punzante y húmedo que comenzó a templarse rápidamente, justo alrededor del bocado por donde intuía que se le estaba yendo la vida, aquel supurante vacío en que agonía y temblor se le disputaban. Después, notó que se lo llevaba un sueño extrañamente poderoso, una invasora fuerza de arena que le embadurnaba los ojos y le obstruía los párpados y que quizá se tratara, en el fondo, de una muerte compa siva, contra la cual no valía la pena pelearse. Comprendió que iba a morir y lo aceptó. Pensó por última vez en la abuela Gloria, en Jaime y en Mónica y luego ya no sintió ni pensó nada más. *** EL EQUILIBRIO, sábado 11 de febrero de 2012

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Continúa la ola de desahucios en el barrio de Los Infantes Nuevo enfrentamiento ayer entre la Policía y los vecinos. Dos detenidos y tres heridos leves S. B. Selibre Revienta la tensión en Los Infantes. Por quinto día consecutivo, la barriada selibrense asiste a una nueva intervención de las fuerzas policiales en ejecución de otra orden de desahucio por impago de hipoteca. Dicha orden pesaba esta vez sobre una familia muy querida entre los vecinos, que hasta la jornada de ayer residía en el nº 17 de la calle Tres colores, cerca del parque de Bellasombra. Allí se concentraron, desde primera hora de la mañana, activistas e integrantes de la plataforma ―No Más Desahucios!‖, amén de un gran número de vecinos, todos en solidaridad con la familia que a las 09:30 iba a ser desalojada de su vivienda, en cumplimiento de la orden judicial, según han informado miembros de la plataforma. A la llegada de una unidad especial del Cuerpo Nacional de Policía, la multitud que frente al portal se había congregado, provista de pancartas, cacerolas y silbatos, permaneció sentada, negándose a levantarse, ocupando buena parte de la calle y de la acera, e impidiendo cualquier acceso al edificio.

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Numerosos testigos presenciales mostraron a este periódico su rechazo y su repulsa por lo que consideran un uso de la fuerza ―absolutamente brutal y desproporcionado por parte del cuerpo policial‖, según palabras de la portavoz local de ―No Más Desahucios!‖, Cristina Gil Nozick, quien participó en la protesta y asegura sentirse ―profundamente indignada y dolida, no tanto por los palos como por el hecho de que a una familia buena y honrada, una vez más, se la haya echado de su casa. Todo gracias a la avaricia inmisericorde de los bancos y a la connivencia de nuestros políticos, que no hacen nada por detener esta vergüenza‖. Desde la Jefatura de Policía señalan, por su parte, que la intervención se llevó a cabo con escrupuloso y estricto acatamiento del procedimiento que marca la Ley, e incluso, añaden a este rotativo, ―con ejemplaridad, teniendo en cuenta lo delicado de estas actuaciones y el rechazo social que las mismas despiertan‖. El encontronazo entre las fuerzas policiales, por un lado, y los activistas y vecinos por otro, se saldó con dos personas detenidas y tres heridos de consideración leve, todos ellos civiles. Entre los detenidos se encuentra uno de los miembros de la familia que ha sido desahuciada, quien a esta hora sigue en dependencias policiales. Con este último, ya son siete los lanzamientos ejecutados en tan sólo cinco días en el populoso barrio de Los Infantes, una oleada sin precedentes que tiene a la crisis económica y al paro, especialmente sangrante en la barriada, como indudable telón de fondo.

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«Los Infantes no se rinde» S. B. Selibre El pasado sábado este periódico informaba del lamentable altercado acaecido frente a un portal del barrio de Los Infantes, donde el Cuerpo Nacional de Policía se había personado con el propósito de ejecutar una nueva orden de desahucio por impago de hipoteca; otro lanzamiento más (el séptimo y último, por ahora) después de una semana plagada de intervenciones policiales que habían llevado a la barriada a una escalada de tensión y nerviosismo sin precedentes. La tensión acumulada entre los vecinos y los activistas de la plataforma local ―No Más Desahucios!‖ estalló el viernes 10 al no poder impedir que otra familia del barrio fuera desalojada de la que hasta ese día había sido su vivienda. Afortunadamente, dentro de la tragedia que implica un suceso de estas características, los heridos no revistieron mayor consideración y una de las dos personas detenidas ya ha sido puesta en libertad. Pero el ambiente en el barrio de Los Infantes sigue siendo de rabia e indignación, con lo que es posible que acontezcan nuevos encontronazos entre Policía y vecinos si continúan ejecutándose los desahucios previstos, dado que, como la plataforma local antes citada ha anunciado, a través de su portavoz, Cristina Gil Nozick, ―por cada intento de desahucio, habrá una acción de bloqueo y protesta. No vamos a dejar de luchar hasta que cese la infame tropelía que se está cometiendo sobre algunas familias de este barrio. Los Infantes no se rinde‖. Mientras los bancos acreedores de las hipotecas suscritas se niegan, de momento, a negociar la dación en pago o el alquiler social como alternativa a los desahucios previstos, hemos podido conocer algo más acerca de la última familia afectada, compuesta por una mujer de sesenta y cuatro años de edad, su hija, de treinta y uno, y el hijo de ésta, de nueve. La joven madre fue arrestada el pasado viernes, día del desahucio, acusada de resistencia a la autoridad, y fue puesta en libertad el sábado por la mañana, sin cargos. Nada ha trascendido de la otra persona detenida, excepto que se trata de un varón, por lo visto también joven. Este periódico ha podido hablar con la abuela de la familia, María Gloria González, a quien se le saltan las lágrimas agradeciendo el apoyo y la solidaridad tanto de los vecinos como de los miembros de la plataforma ―No Más Desahucios!‖, los cuales, dice, ―se han dejado y se dejan la piel por nosotros y por tantas personas que se han visto en nuestra misma situación‖. La familia reside ahora en un pueblo situado

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a pocos kilómetros de la capital selibrense, donde ha sido acogida en casa de un familiar muy cercano. Como curiosidad y contrapunto amable a la desgracia de haber perdido su vivienda, nos cuenta la abuela de esta familia que hoy (por ayer) recibieron una gran alegría. La Policía les llamó para avisarles de que Charlie, a quien daban ya por perdido, había sido felizmente localizado y se hallaba totalmente a salvo, aunque convaleciente de una seria herida en la garganta. Charlie es un diopsittaca nobilis, o guacamayo noble, de dieciocho años; un simpático y travieso loro verdirrojo que no llega a los treinta centímetros de longitud. María Gloria nos confiesa que Charlie es para ellos como un miembro más de la familia y que están deseando tenerlo de vuelta, especialmente su nieto, Jaime, que ―le echa mucho de menos‖. La mujer nos aclara lo ocurrido. Cuando la mañana del viernes llegó la Policía, sólo su hija, Mónica, aguardaba ya en casa, decidida a resistirse al desahucio. El jueves, ésta le había pedido que se llevara lejos de allí a Jaime, ―porque no quería que su hijo presenciara lo que iba a pasar‖. La joven, en mitad de su detención, rogó a los agentes que trasladaran temporalmente a Charlie a una protectora de animales, hasta que todo se arreglara, dado que en aquellos momentos nadie podía ocuparse de él. Los agentes se hicieron cargo del ave, que fue trasladada a comisaría, pero, en el transcurso del papeleo, desapareció inexplicablemente de las dependencias policiales. Relata María Gloria que lo que sucedió fue que una trabajadora del servicio de limpieza de la comisaría se topó con el animal, muy malherido (según parece, víctima del ataque de una rata), y lo trasladó de inmediato a la clínica veterinaria de su hermana, salvándole así la vida: ―Se llama Yolanda, tiene 26 años y es un ángel –explica la mujer, emocionada–. También conseguí hablar con su hermana, Elena, una chica encantadora. Qué puedo decir, siempre estaremos en deuda con las dos. Gracias a ellas Charlie está vivo‖. Sin tener en cuenta el despropósito policial en la breve custodia del ave y la posible y preocupante existencia de ratas en una comisaría de la ciudad, se trata de una noticia feliz, no obstante, la que ha recibido esta familia tan estimada en el barrio de Los Infantes, que aunque se ha visto obligada a abandonar su hogar, sabe que pronto dará la bienvenida a Charlie y que, al menos, podrá encarar el futuro reunida.

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Chocolates La Honra cerrará su fábrica de Selibre El cierre dejará en la calle a sus 120 trabajadores A.S. Selibre Nadie imaginaba, o nadie quería imaginar, que todo acabaría de este modo. Finalmente, la multinacional estadounidense Sweet & Sweet, propietaria de la mítica Chocolates La Honra, dice verse obligada a cerrar la fábrica selibrense por falta de viabilidad, lo que dejaría a sus 120 trabajadores en la calle (105 directos y 15 indirectos). La mañana de ayer fue la elegida por el grupo americano para anunciar la triste noticia a la plantilla. El cierre responde a una estrategia del grupo que persigue reducir costes y mejorar la productividad, conservando sólo aquellas fábricas verdaderamente eficientes. Por esta razón, no está entre los planes de Sweet & Sweet mantener en activo la producción de la planta de Selibre, que lleva en funcionamiento desde 1964. En un comunicado, la compañía justifica el cierre en ―los bajos niveles de producción, a cuyo agravamiento ha contribuido la actual coyuntura económica del país‖. Dichos niveles, concreta la multi-

nacional, no alcanzan ni el 28% de toda la capacidad productiva de la fábrica, con lo que la continuidad de la misma se hace imposible. Asimismo, Sweet & Sweet tiene previsto deslocalizar la producción de Chocolates La Honra a Ucrania. Duro mazazo, pues, económico y sentimental, para la capital selibrense, que pierde una de las fábricas con mayor solera y aprecio entre los ciudadanos, consumidores ya durante varias generaciones –como el país en su conjunto– de los chocolates y dulces La Honra. Mientras, los sindicatos que controlan el comité de empresa desconfían de los argumentos dados a conocer ayer por la multinacional y transmiten la total conmoción en que se encuentran los trabajadores, que no esperaban tan fatal desenlace, sino un recorte de la plantilla que habría de permitir a la fábrica seguir funcionando. La próxima semana tendrá lugar una reunión entre la dirección de la compañía y los sindicatos, donde éstos tratarán de negociar el cierre en los términos menos adversos para la plantilla, según han comunicado las propias fuentes sindicales. La compañía ha anunciado que llevará adelante un ERE de extinción, aunque ofrecerá prejubilaciones ―a aquellos empleados que reúnan una serie de requisitos‖. Desgraciadamente, Sweet & Sweet asegura no contemplar, ―en las actuales circunstancias‖, la posibilidad de reubicar al resto de los trabajadores entre las otras plantas nacionales o europeas del grupo.

© Lauren Honrado

Lauren Honrado (Zamora, 1980). Licenciado en Historia y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. He sido investigador en el Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid. Asimismo, he ejercido como profesor de Crítica Literaria en dicha Universidad. He publicado varios trabajos relacionados con el campo de mi investigación. Desde el punto de vista creativo-literario, hasta el momento, no he publicado más que un pequeño relato en la revista española Ariadna R.C. (http://www.ariadna-rc.com/numero61/lab54.htm). Por lo demás, soy un autor absolutamente inédito que ha escrito desde siempre, sobre todo poesía (y algún que otro relato). Acabo de abrir un blog de crítica literaria, bajo el pseudónimo de José Joaquín Zobra, con el nombre de Música bajo las uñas: http://musicabajolasunas.blogspot.com.es/.

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Relato

JACOBO Y YO por Leonardo Moreno A Jacobo, claro está La idea fue primero: componer un cuento donde, a través de algún tipo de recurso literario, la historia intrínseca se combinara con la vida real, extrínseca del autor. Durante mucho tiempo intenté encontrar aquella historia, pero de alguna forma dotaba a mis textos de una autonomía incuestionable, y por ende, de toda negación a hacer parte de. Cuando escribí ¿Un sueño realizado? —aún sin título—, creí saber que se distanciaba de lo poco que había hecho hasta ese momento (cuenticos sobre el absurdo, a «imagen y semejanza de Kafka»: Tacha, Nacho, Nacho, Dos Manueles para una Verónica, Por simples cuestiones literarias , Una mujer de la vida cotidiana y Un cuento más sobre el absurdo, el humorcito, y los recursos literarios). P or aquel tiempo de mocedad (el término pretende ser hilarante), le consultaba a Jacobo —quien ya vivía en Argentina— sus impresiones al respecto de mi «obra»: de una u otra forma creía que los textos se encontraban terminados después de escuchar sus comentarios. De manera ingenua pensé que su respuesta avalaría mi cuento, y tendría uno más para adherir a mi futuro libro de textos cortos. En contraste a lo que esperaba, los comentarios de Jacobo fueron: «Me leí el cuento erótico, sí, pero no sé. Yo hablaría más de la obsesión, me parece que tratás todo el asunto con demasiada normalidad, el narrador parece hablar con el desapasionamiento de la tercera, pero vos lo tenés en primera. ¿Ves? Entiendo que te gusta ser parco, sólo que a veces uno no se puede imaginar todo bajo ese tono. No me molesta que el final sea precisamente la satisfac ción del deseo, creo, como vos mismo decís, que estás escribiendo todo muy rápido». «En otros términos, Nunca he sido orgulloso para enfrentar la crítica —literaria—. Aunque la suficiencia, en el ámbito personal pueda exponer un ápice de soberbia, asumo altivez, ego del como premisa que la escritura creativa no sólo puede, sino debe coescritor, se existir con los juicios de valor. Lo anterior con base en la considerasupeditan a la ción de la superioridad de la obra artística respecto a su creador. En necesidad de otros términos, la suficiencia, altivez, ego del escritor, se supeditan a encontrar y corregir la necesidad de encontrar y corregir los desaciertos en la creación. No los desaciertos en la obstante, reconozco igualmente la pertinencia de confiar, y en cierto creación.» punto, exponer las ideas propias. De tal ma nera pataleé un poco y respondí: «No sé si queda claro que el deseo realmente no se satisface. Se supone que creo una atmósfera en torno a la violación, pero luego todo termina sin mayor contacto físico (he allí la importancia del epígrafe). Lo de escribir rápido no aplicaba para este cuento. Como te he dicho, creo que el cuento corto es un género como tal, y en dicho género no hay tiempo para explicaciones, sólo para suge rencias». La nueva respuesta de Jacobo fue corta y displicente: «Yo no sentí ninguna tensión con respecto al abuso; no veo en el carácter del personaje (que se contiene varias veces, y que además es cons ciente del interés de la chica) ese tipo de maldad». Sin embargo —como suele suceder con la correspondencia — llegó cuando había tenido tiempo de reformular mis ideas. El cuento no me generaba ninguna satisfacción como autor, y aun así, desecharlo me resultaba excesivo. Entonces comprendí que era la historia buscada, el núcleo para un experimento creativo. Un poco antes —cuando pensé que el cuento erótico podía salvarse—, realicé algunas modificaciones. El título fue el primer elemento. Jacobo afirmaba que no le molestaba la satisfacción del deseo en el final, lo cual creo entendía como el hecho del personaje-protagonista haber poseído física-

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mente al personaje de Dahiana. Tal apreciación debía ser asumido como un error porque —según intenté explicarle— el protagonista no tenía ningún contacto físico con ésta. Es decir, aunque había imaginado el hecho (de violarla), el objeto fetichizado había alcanzado su punto máximo antes de la consumación (verdadero tema del cuento): el personaje —inconsciente de ello— se presentaba como un violador frustrado-fetichista consagrado. En tal medida, el título debía sugerir la historia oculta. De igual manera Jacobo advertía el desapasionamiento del narrador. Si bien se encontraba en primera persona, su parquedad era propia de la tercera. El recurso a utilizar fue sencillo: combinar las dos voces. Aunque efectiva, la nueva voz de la obra só lo me produjo una leve amargura. El recurso no era propio. En repetidas ocasiones (demasiadas por cierto) Vargas Llosa empleaba tal juego na rrativo. ¿Qué aportaba mi obra a la literatura? En el segundo mensaje Jacobo cuestionaba la incoherencia entre el c arácter del personaje y su reacción final a partir del supuesto interés de la chica. Tal afirmación asumía una premisa errónea: la sinceridad del narrador. En contraste, el cuento se basa en una voz que miente, que engaña al lector a partir de la sobrevaloración de los hechos (de la misma forma como en la vida «real» cuando creemos simpatizarle a alguien e imaginamos historias sobre ello). También para aquel momento había enviado ¿Un sueño realizado? a varias revistas digitales. Mi sistema de marketing era efectivo: escribía un solo correo y copiaba las direcciones de una base de datos previamente realizada. Si durante algunas semanas no recibía respuesta afirmativa, reenviaba el mensaje a las direcciones faltantes. No hubo necesidad del segundo paso: decidieron publicarme en Cronopios (diciembre de 2014). *** Versión final publicada en Cronopios ¿UN SUEÑO REALIZADO?

En la misma medida en que el erotismo consiste en distancia y digresión, lo fetichista constituye el ero tismo perfecto. El objeto fetichizado, en su relación fija, tensa con lo inmediato, es más significativo para el fetichista que la promesa de deseos cumpli dos representado por el objeto. Hans-Jürguen Dӧpp

Después de una breve presentación, la señorita Inés me había dejado solo enfrente de l curso. La mirada ávida de los estudiantes no le ofrecía ninguna tregua. Dijo algo sin importancia, pero los rostros continuaron inmutables. El primer día de clase resultaba también aterrador para los profesores, pensó. Me encontraba con los nervios alterados cuando la descubrió, sentada tan solo a unos pasos, igualmente curiosa, humilde. Era una jovencita fea. Su cabello, de color café, se veía reseco y despeinado. La manera de vestir revelaba un gran descuido: la camisa y falda no habían sido planchadas, y los zapatos estaban sucios. Sin pretenderlo, empezó a imaginar su vida: percibí la soledad a la cual se había acostumbrado, la rutina sin amigos. Seguramente aquel interés por e l estudio era falso, su único refugio ante los desplantes de los hombres. Se ntada en la primera fila, en silencio, parecía invisible. Aun así, su presencia lograba serenarme. De repente le satisfacía estar en el lugar, pensar en regresar cada mañana y encontrarla.

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Cuando fue la hora del descanso pude comprobar algunas conjeturas. Su nombre era Dahiana y no recordaba el más mínimo detalle de lo expuesto en clase. Había permane cido allí todo el tiempo, siguiéndolo con la mirada, pero absorta completamente en sus propios pensamientos. Contestó mis preguntas con monosílabos —una actitud propia de la rebeldía sin causa de los adolescentes, pero en ella natural. La señorita Inés nos interrumpió. Aunque era su primer día, y apenas había tenido e l tiempo suficiente para conocer mis funciones, la presencia de la mujer lo sobresaltó , como si anticipara que el motivo de su visita fuera una amonestación. Pronunció algunas palabras respecto al aseo de las aulas, el cual debía ser realizado por los estudiantes al finalizar la jornada. Dahiana se había marchado. Continué escuchando a la director a sin ningún interés; en su voz percibía —o tal vez sólo imaginaba— que no estaba allí para hablarle de los estudiantes, ni de las aulas o las clases. Era una mujer voluptuosa , de piel trigueña. Algunos días, o incluso un momento antes, me hubiera resultado irresistible. Se despidió contoneándose de manera vulgar. En el transcurso de la semana se presentaron más visitas de la señorita Inés. Ahora me encontraba seguro de sus verdaderas intenciones. En una ocasión le propuso tomarnos un trago. Le respondió de manera rotunda, hablándole de la ética profesional y la imposibilidad (ese fue el término) de una relación entre colegas. Por supuesto no me intere saban aquellas tonterías; deseaba emplear los mínimos valores de la mujer para deshacerse de ella. La táctica no resultó efectiva. Terminé por comprender que sólo quedaba una salida. En el cuarto de hotel, sentado en la cama, se esforzó por iniciar el protocolo. Me había percatado ya de que no podría hacerlo. La señorita Inés jugueteaba en su espalda. Ta n solo lograba maldecirla en silencio. Era su culpa, sin lugar a dudas: a ningún hombre le gustan las mujeres regaladas. En un asalto de lucidez me puse de pie. La miró a los ojos, con una sonrisa; el miembro flácido a la altura de su rostro. Su imagen de div a irresistible se había desvanecido; allí estaba él, mi cuerpo, demostrándole no desearla , burlándose de su belleza. No era mi derrota o vergüenza, sino la suya. La vi entrar al día siguiente en el salón. Se dirigió a los estudiantes sin mirarlo. Tuve la certeza de nunca más sentirme fastidiado. Tal pronóstico se desmoronó pronto. Se lla maba Catalina; tenía el cabello negro, muy largo, de esos que rozan los glúteos. Como todos los jóvenes, padecía de una presunción estúpida. Alguna vez se acercó a su escritorio; se acomodó en éste con las piernas cruzadas. Uno de sus pies tocaba levemente mi rodilla. La experiencia con la señorita Inés me había enseñado a detener aquellas situaciones a tiempo; aunque continuó con la clase, luego se presentaron más veces. No era yo el único objeto de deseo para Catalina. Parecía siempre flirtear con sus compañeros, incluso tomando la iniciativa. Sus facciones juveniles contrastaban con una sensualidad madura. Era allí, en aquel estado de madurez, en donde todo su encant o desaparecía para él. Por fortuna, emocionalmente continuaba siendo una jovencita, y sus repetidos y directos desplantes no le provocaron un dolor sincero. Tampoco percibí —como en la señorita Inés — un sentimiento de indignación: simplemente, ella era un gato cansado de jugar con un ratón que finge haber muerto. Para aquellos días Dahiana era una obsesión. Sin embargo, ya no debía conformarse con imaginar su vida; podía conocerla toda. Alguna vez inventé un ejercicio: los estudiantes escribirían de su familia, sueños y frustraciones. Tal vez no haya prestado suficiente atención a todos, pero en la mayoría creyó encontrar postales de familias felices y sin problemas. Con Dahiana fue diferente: aquella jovencita expuso en el papel una vida real. Era la menor de cuatro hermanos (dos hombres y dos mujeres), y por causas que decía no comprender, nunca había podido entablar una relación de confianza con ninguno. Luego se negó a socializar su texto, pero en verdad no me importaba. Una vez entró llorando al salón: algunas compañeras la habían empujado en uno de los jardines. Aunque sólo tenía un rasguño, lloraba desconsoladamente. La escena me re NARRATIVAS

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sultó de una sencillez conmovedora. De pie junto a ella, acaricié su cabeza; lo tomó fuerte de la cintura, agradeciéndome en silencio. A partir de aquel día se acostumbró a su presencia; venía siempre después de clase , ofreciéndose a realizar el aseo. No era tímida o callada; por el contrario, se esforzaba en contarme cada detalle. Cuando hablaba del amor hacia algún compañ ero, su rostro se iluminaba. Con los ojos centelleantes buscaba en los míos una respuesta, como si él pudiera decirle que aquel jovencito iría esa misma tarde a declarársele. ¡Qué distante se encontraba de la señorita Inés o de Catalina! ¡Cuán deseadas resultaban ambas, y cuá n despreciada resultaba ella! La miseria de Dahiana poseía para mí un carácter diferente. Detrás de aquella fealdad é l descubría con delectación una naturaleza virgen. Sin llegar a saberlo, se prometió te nerla. Cuando estábamos cerca percibía el mismo sentimiento: ella anhelaba entregársele, demostrarle a todos y a sí misma ser una mujer de verdad, soñada, deseada. Aun así, había un obstáculo entre ambos: su inocencia infantil no le permitía pronunciar las palabras necesarias. Pronto no hubo más dudas; sólo faltaba esperar el lugar y el momento. ¿Existía alguna sospecha en la señorita Inés? Seguramente no la había, como tampoco en ninguna de las criaturas a nuestro alrededor, puerilmente perversas y a la vez tan ingenuas. Sería después de clase, cuando estuviéramos solos, cuando viniera e n busca de consuelo. Durante una semana se repitieron una y otra vez los momentos oportunos, pero los instintos de depredación eran reprimidos por la cordura que aún lograba conservar. Dahiana Bueno, de cabello color café despeinado y zapatos sucios, me miraba suplicante. ¿Se convertiría en uno más del número infinito de hombres para los cuales era invisible? ¿Era ella tan poca cosa para no despertar el fetiche de Lolita? «El señor Francisco los llevará de paseo» dijo la señorita Inés, y sus ojos se posaron en Dahiana, relucientes, poseídos por el deseo de tenerla, convencidos de una fuerza mágica y callada entre ambos, superior a los pasados temores. No fue a bañarse como todos los demás , permaneció conmigo, distante de los ojos escrutadores, amable y sugerente. «P odemos preparar sándwiches» dijo, había pronunciado la señal, ansiaba como yo aquel encuentro pleno. La imagen de tantas noches resurgió vívida, los nervios alterados, el corazón palpitante, la pérdida eufórica de los sentidos. La tomó de la cintura, suave, fuerte, e l mentón suspendido en su hombro, y ella tímida, inmóvil, luego más fuerte, las manos sudorosas, el movimiento tenue liberándose, mi sonrisa, su estupor, las manos deslizándose en los muslos, un silencio profundo, el grito contenido, la vergüenza, una lluvia de felicidad a través de mi cuerpo, alejándose, ya sereno, extasiado. *** Jacobo y yo es un cuento in media res. Cuando le escribí a Jacobo interrogándolo por sus apreciaciones de ¿Un sueño realizado?, ya eran varias nuestras diferencias literarias, pero también suficientes las proximidades personales. La amistad llegó después de un viaje universitario. Pronto fuimos también compañeros en el trabajo —gracias a una monitoría que recomendó para mí—, en el periódico de la Facultad —por mérito de ambos—, y vecinos —gracias a un apartamento que busqué para él—. ¿Qué se puede decir de Jacobo? Diré que es un buen lector, un buen amigo, y se encuentra enamorado de Greta. Esta última característica lo determina en gran parte. Su melancolía inherente parece despertarse con cada ruptura. Ella vuelve con sus amigos y conserva su estado de inmovilidad, pero con Jacobo todo funciona diferente. Puede entonces dejar de escribir, o por el contrario, encuentra la sensibilidad tan auténtica de sus relatos. ¿Qué se puede decir de Greta? Le gustan los perros. De manera cotidiana Jacobo es un inconformista; no posee el más mínimo sentido del pragmatismo en las relaciones humanas. Creo que ese es su mayor problema y nuestra mayor diferencia. Nunca

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me han importado las personas lejanas. La frase, aunque de aparente obviedad, no lo es respecto a Jacobo. Para él las personas son importantes: el profesor, el cartero, el hombre que pasa. No es u n interés sentimental, pero tampoco posee fines estrictamente creativos (con lo cual, de llegar a ser así, estaría de acuerdo). En varias ocasiones cuestionó la idoneidad en sus cargos de los miembros del periódico. Aquello no lo afectaba en ninguna medida , pero se empecinó en declarar su opinión. También en cuestiones literarias carece de todo pragmatismo. Se empeña en conocer —y hablar— de tradiciones: la nuestra y la argentina. Para mí en cambio la experiencia literaria continúa regida por el capricho. Las preferencias de ambos difieren igualmente en la época. Jacobo degusta a sus contemporáneos, y gran parte de lo que ha escrito descansa en sus malas lecturas de Borges, Piglia, Cortázar, Arlt, Pauls… y Bolaño, el escritor extranjero más argentino. Desde hace mucho tiempo —y sin llegar a leerlos— percibí mi distancia con aquellos autores. En contravía, me esfuerzo por encontrar un elemento común en mis referentes: Kafka, Vargas Llosa, Kundera, —y recientemente — Mann. También el cine nos ofrece una oportunidad para diferir. Jacobo lee sistemática y atentamente la cartelera, y reseña El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, preferiría él). Diré que entre mis películas favoritas se encuentran Amantes y Los lunes al sol; el lector puede concluir al respecto. «La vida de Jacobo no ha cambiado demasiado en Argentina. Jacobo es el mismo, y también Greta es la misma. Sus conflictos como siempre resultan de un carácter abstracto .»

Publicar. ¡Oh gran querella entre dos amigos! ¿Por qué Jacobo se empeña en no publicar? Definiré nuestro acontecer creativo de la siguiente forma: mientras Jacobo espera sin afanes, persisto en mis ínfimos triunfos digitales. La publicación de varios cuentos me representó la confianza buscada; sin embargo, no puedo obviar la calidad relativa de éstos. Tengo veinticinco años y debo decir: he escrito una novelita corta, y cinco o seis cuenticos cortos (sólo me falta una verguita corta). Las narra ciones de Jacobo —compiladas en su Trabajo de Grado— expresan la ambición carente en las mías. Jacobo y yo es mi primera pretensión de cuento sin diminutivos.

La vida de Jacobo no ha cambiado demasiado en Argentina. Jacobo es el mismo, y también Greta e s la misma. Sus conflictos como siempre resultan de un carácter abstracto. Lo demás —la Academia, el trabajo… la gente — se diferencian a la visión inicial de Jacobo. Me pregunto si aún, a pesar de los textos ilegibles de los profesores, casi la imposibilidad de ganarse la vida, y todas las voces politizadas, crea en ese mundo mágico conocido hasta ahora sólo a través de la literatura y la música. Sin embargo, y a pesar de que todo ello constituye un panorama desalentador, en los correos resultan de un carácter casi anecdótico. En primer plano siempre se encuentra Greta: sus dudas, inseguridades, caprichos, inmovilidad (incapacidad) para expresar (saber) lo que desea. «Acá siguen los inconvenientes, no tengo trabajo, el 31 tenemos que entregar el apartame nto y, como recogimos un perro (conocí a Jacobo cuando ya andaba con Greta, pero intuyo que su filia ción canina —y felina— resulta impostada) hace unos meses (no sé si te dije), hay que conseguirle otro hogar antes de esa fecha. Con respecto a G., es más o menos lo mismo; me convierto gradualmente en un histérico, analizo con obsesión cada gesto, percibo desplantes en cualquier respuesta o —incluso— mirada. Soy un clown, un personaje de novela. No escribo, casi no leo, veo mucho porno y juego Fifa. Trato de pensar, de llevar al menos un ejercicio mental continuo. En algunas semanas estaré viviendo solo por primera vez. (¡Han decidido separarse! Es cierto que Jacobo salió de casa y del país más joven que yo, ¡pero nunca ha vivido solo! Cree —y no me atrevo a refutárselo— que tal circunstancia será una posibilidad para su escritura. Lo cierto para mí es que la soledad a veces sólo produce paranoia.) Conseguí un hostal barato pero bien ventilado; los baños son comunales y consisten en un cuarto pequeño con d os inodoros y una llave de agua en la pared, sin cortinas ni divisiones, de modo que si te duchás mojás todo el suelo. Como lector de Bolaño, sé que la precariedad es un buen motor narrativo, así que tendré paciencia ». Se me ocurre que Jacobo y yo es un cuento sobre el infinito, una versión degradada de las ideas borgesianas (muchos se espantarán con la idea). Jacobo lee el borrador de «¿Un sueño realizado?» y comenta; luego adjunto sus correos y mis respuestas, y hay un nuevo texto; lo vuelve a leer y co-

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menta; tal comentario se incorpora a un nuevo cuento que a su vez requiere de su glosa. Si la pre misa es incorporar el comentario final de Jacobo sobre el texto, y éste debe contener tal comentario, nunca existirá una última versión. Considero casi un deber ilustrarme sobre la obra del «maestro» antes de atreverme a citarlo de la peor forma. Aun así, una lectura concienzuda del autor no la considero en sí misma un acierto creativo. En compensación, sobre mi escritorio reposan ya varios libros de los referidos autores distantes (por el capricho de la cultura general, o… puede suceder que viaje a acompañar a Jacobo y mi feliz destino sea ligarme una argentina. De alguna cosa tendremos que hablar, y no pretendo que la piba haya leído a W.O). ¿Cómo terminar de escribir un cuento sin historia, con personajes volubles, hecho tan solo de re miendos? ¿Es un cuento en alguna acepción de la palabra? De manera sincera reflexiono sobre tales aspectos. Creo encontrar una historia, pero… hacerla explícita sería —en términos de Jacobo— una concesión con el lector. ¿La idea primigenia fue satisfecha? ¿Las ideas secundarias quedaron al menos esbozadas? Consideré oportuno terminar con un acento lánguido. El final previsto era el siguiente: «Pasaron varias semanas y no respondió. Tal vez su vida cotidiana se hizo cada vez más compleja (tendría que dividir el tiempo entre Greta, las clases de Núcleo Común, y sus melancolías). O tal vez simplemente haya considerado infructuosas nuestras conversaciones». La verdad es que Jacobo no se ausentó por mucho tiempo. Cuando le presenté Jacobo y yo —sin los fragmentos finales y la alusión temeraria a Borges —, lo aprobó de manera afectuosa: «Me emociona la idea, y la estructura, de tu nuevo cuento. Podés pensar que te contesto para ani marte a seguirlo escribiendo. Claro, estoy muy agradecido por estar. Es difícil concederle esos espacios a la gente que conocés; por lo menos yo sólo escribí un cuento acerca de mi papá y uno en el que salgo con G. Después no pensé nunca en darle a alguien ese lugar. Espero que me respondás pronto, que no dejemos esta frecuencia. Un abrazo grande». © Leonardo Moreno

Leonardo Moreno es Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle (Cali-Colombia). Ha publicado múltiples artículos en el periódico La Palabra —perteneciente a esta misma institución— y diversos cuentos en revistas digitales. Actualmente cursa un segundo programa: Estudios Políticos y Resolución de Conflictos. Tiene una novela inédita titulada Margarita no da a luz.

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Relato

PARE OS AL VI ENTO por Marta Ezquerro Son esas tardes de hierba entre los dedos, de pareos al viento y perros ladrando, esas tardes de lec tura en la sombra con el crujir de los árboles, esas tardes solo tú y una novela que te crea una irreali dad que se puede tocar con las manos. Parece como si alguien se acercara, mientras yo, sumergida en mi lectura, ajena a toda realidad, me viera sorprendida por unas manos que rozaran mi cuerpo. Como si no estuviera sola en una tarde de lunes soleado, septiembre soleado de esos que ahora están pasando, esas manos que no puedo definir porque no sé si son reales o irreales, pero sé que puedo sentir, que está rozando mi cuerpo y que pronto veré sus labios. Pero no, finalmente me vuelvo y no hay nada, nadie, sí, efectivamente, estoy sola. Pero y ¿ese deseo de no estarlo?, y ¿ese deseo de que mi pareo al viento tenga dos manos en cada esquina del lado opuesto?, ¿ese deseo de que no haya dos zapatos en una tarde soleada al lado del río?, ¿ese deseo de que no haya solo dos pies, sino cuatro? La novela que me sumerge en una ficción preciosa, aunque no comparable al sentir de tu mano, ya que su irrealidad no es tan bonita como el roce de tu mano en mi rodilla, el viento moviendo mi pelo y tu boca susurrándome al oído, las palabras que aparecen en esta historia, todavía no escrita… pero ¿quién sabe? Podríamos ser los nuevos protagonistas de una gran historia, porque no hay nada en el mundo más tonto que el amor es túpido de una película de amor, dicen, no existe, digo, sí existe, pero es tan efímero que no es de ese tipo de irrealidades que se tocan con las manos. Es de esas irrealidades que te dejan con un suspiro en los labios , con el cuerpo temblando y una lágrima, la lágrima que derramaré el día que consiga que vengas conmigo, te tumbes sobre mi pareo y me susurres al oído lo que quiero, seguido te vayas, desaparezcas. Sé que sólo fuiste una ilusión, ¡maldita ficción! ¡Te odio! ¡Te amo! Ya no sé ni lo que siento, ya no sé cuál es tu aspecto, en realidad nunca te vi la cara, maldito amor de una tarde de lunes soleado… Maldito amor creado bajo la sombra de un árbol, cantos de pájaro y cabellos volando. Maldito amor mentiroso, que se creía rozar mi mano, ¡ de qué vas! ¿Imaginándote conmigo? Personaje ficticio, si supieras que mi piel quema, que mis manos fríen corazones necesitados de amor, seguro, nunca te hubieras atrevido a tocarme e ilusionarme, ¡de qué vas!, no me vas a engañar, mentiroso amor. ¿Sabes? Todo es mentira, tu mano en mi rodilla y tu boca en mi mejilla. ¿Sabes? Yo te creé, y tú ahora desapareces tan pronto como en mi mente hago que no tengas manos que puedan tocarme, ni pies que se tumben junto a los míos, ni boca para susurrarme al oído esas estupideces que te había pedido, ya no te necesito, ment iroso amor. Eres todo deseo. Imaginación. Mentiroso amor. © Marta Ezquerro Marta Ezquerro Martinez-Losa (Herce, La Rioja). Nació el 9 de diciembre de 1992, estudia Creación y Diseño en la facultad de Bellas Artes de Leioa (Bizkaia), habla inglés y españo l, ha estudiado en Irlanda en el 2010 y en República Checa durante el 2013/14. Ha participado en varias exposiciones artísticas. Ha trabajado de traductora y tiene su propia marca Marta9Ezquerro .

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Relato

TRES RE LATOS por Ramón Araiza Quiroz ENCUENTRO SURREALISTA Me detuve frente a él. Su vestimenta lo decía todo: chaleco, turbante con una piedra preciosa en el centro, zapatos de tejido de punta, pantalones bombachos y oro en las muñecas. Era la persona que podría hacer realidad mi viaje a cierta ciudad de Europa. Cerré mis ojos y pedí mis tres deseos: principios del siglo XX, un puente específico y… el tercero pronto lo sabrán. La aventura comenzó. Las húmedas baldosas del puente, por donde alguna vez circularon carruajes, me dieron la bienvenida. Sus treinta estatuas, con su mirada fría, me veían mientras caminaba. El río compartía una brisa muy particular: una brisa gélida que se impactaba suavemente en mi rostro. El lugar estaba completamente vacío; así parecía. Seguí avanzando con mis pies helados ya : la temperatura había descendido de manera drástica; sin el aviso de aves que surcaran el cielo. Ahora, formas geométricas con características fractales comenzaban a agruparse y caían en copos de nieve. Mis labios partidos y el vaho eran hasta el momento mi compañía. Escucho entonces una voz: —Tienes que beber un poco de café —la voz es de hombre. Bebo un poco de café. Ya no estoy solo. Empezamos a andar por el puente. Ambos vamos en completo silencio. Disfruto cada paso que doy. Unos metros más adelante el silencio se rompe produciendo un sonoro ¡crac! justo cuando él emite sus palabras. —Hoy tuve una nueva discusión con mi padre. Me siento solo, frustrado y con una angustia que se encuentra totalmente fuera de mi control. Esta vez le escribiré una carta. Quizá no lo sepas, pero escribo con un aire claustrofóbico y fantasmal. Una suerte de expresionismo mezclado con surrea lismo. Seguimos caminando. Mantengo mi silencio. Lo he reconocido ya: él es mi tercer deseo. Cada expresión, cada verbo es conjugado con la parsimonia de nuestra caminata sobre El Puente de Carlos. Sé que hay tristeza en él. No obstante, millones de lectores veremos los alcances de su obra y la estudiaremos con un gran respeto. —He terminado de escribir en Viena la historia de Gregorio Samsa. Un joven que despierta transformado… —No me lo diga, señor Franz Kafka, sé la historia de memoria —me detengo y coloco mi mano sobre su hombro. Él, con su mirada fija y su delgada humanidad, se estremece. Me acerco y lo abrazo. La nieve cae intensamente. El río Moldava fluye por Praga y mi metamorfosis apenas comienza * EL B ESO SUSPENDIDO Una mañana de verano cruzó la calle el joven modelo. Ese día hasta el más mínimo ruido fue suc cionado por un tiempo añejo. El atractivo muchacho llegó a la hora pactada al sitio de encuentro. El pintor y la modelo arribaron juntos: un hombre delgado con incipiente barba y una bella chica de cabello rizado y ojos luminosos que miraron a lo lejos al modelo. El pintor condujo a la dama hasta el caballero. Los presentó y pidió iniciar inmediatamente la sesión. Colocó sus caras de tal forma que los labios de la hermosa mujer quedaron a unos milímetros de los del modelo. Tomados de la mano, en pausa obligada, ambos fueron la inspiración del artista.

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En breve, el apuesto hombre empezó a decir algo apenas audible entre ellos. Así, cada mañana, durante días, modelaron incansablemente hasta que el artista emitió palabras bajo los rayos del sol que bañaban el inmueble: —¡He terminado mi gran obra! –anunció alzando alegremente el pincel. El joven soltó lentamente a la modelo. —¿Te volveré a ver? —preguntó ella frotándose los dedos. —¡Por supuesto! —replicó él con certeza—. Siempre nos veremos cuando llegue el verano. Se despidieron. El pintor y la chica se alejaron. Ella volteó pero el modelo ya no estaba. Cada año las autoridades del museo colocan el cuadro de El beso suspendido en el mismo sitio en el que fue pintado hace siglos. La obra es admirada por los visitantes. El verano es la única época del año en la que es posible ver la imagen del modelo con la ayuda de los rayos del sol que resbalan como cera por el lienzo. Sus miradas quedaron afianzadas por siempre al contraluz. * NUNCA ME OLVIDA Mi nombre es Esteban Marfer y esa mañana lluviosa fui a la biblioteca. La chica s e estaba registrando, vi su nombre: Karla Callejas. Avancé por los pasillos en busca de un libro. La miré. Karla Callejas, repetí en mi mente tratando de no olvidarlo. Con movimientos delicados, como los de un cisne, se movió hacia mí. Creí que sería la oportunidad para iniciar una conversación. Pronto esa ilusión se desvaneció: llegó un hombre y le dio un abrazo. Me retiré del lugar. Caminé unas cuadras, tomé un taxi a casa, abrí la puerta y ahí estaba ella sentada en un sillón. ―¡Qué lluvia! –exclamó con mucha naturalidad. ―¿Qué hace usted en mi casa? ―pregunté sorprendido. ―También es mía ―cruzó la pierna y lanzó una pregunta como dardo al corazón: ―¿Olvidas que estamos casados? ―Esto no tiene sentido. Estoy seguro de que no estamos casados. Tan seguro como el hecho de saber que mi nombre es Esteban Marfer ―dije sin titubear. ―Nunca ha tenido sentido para ti ―aseveró. ―Si usted dice que estamos casados, entonces el tipo… ―ella me interrumpió. ―¡Los reclamos de siempre! ―levantó la ceja―. El tipo es mi hermano. El mismo sujeto de la biblioteca salió de una habitación y me saludó. Ella se levantó, se acercó a mí, me dio un beso en los labios y me susurró al oído: ―Feliz aniversario, querido. Un año más que lo olvidas, Alejo Veltini ―remarcó. Busqué en el bolsillo mi cartera y lo vi plasmado en la tarjeta de crédito. El nombre que ella había pronunciado coincidía en cada una de sus letras. Mi nombre no es Esteban Marfer, el de ella sí es Karla Callejas y nunca me olvida . © Ramón Araiza Quiroz

Ramón Araiza Quiroz. Autor de la novela 38 de junio, Rebeca no sabe lo que sucederá en esta extraña fecha. Tiene publicados varios relatos cortos en esta revista Narrativas. Publica en su blog www.ramonaraiza.com. Su correo electrónico es [email protected].

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Relato

LA N OCHE DEL ACCI DEN TE por Sylvia Ortega El tiempo en mi salón no existe, es un presente perpetuo. Que se termine el papel higiénico, la leche y los congela dos del frigo, es lo único que me hace sentir viva. Mi sueldo no da para pagar el alquiler. Trato de dibujar los números rojos con el pintalabios, aparentando una sonrisa. Y pienso en su chándal y en mi pijama, cavando hondo en el sofá, para encontrar el frac y los tacones de aguja. Los recuerdos llevan toda la mañana acariciándome. Me crezco como una polla enorme. Noche. Escupo un sueño. Estoy en paz y me marcho a dormir. La policía toca la puerta. Salgo de la cama desganada, me pongo la bata y les recib o con un montón de legañas en las manos. Me interrogan en el pasillo. No me apetece ser amable y no les paso al salón. No soy capaz de reconstruir la noche del accidente, como me piden. Les puedo describir, si acaso, la rutina que manejábamos a diario. As ienten. Me ruborizo al recordar el primer momento de la mañana. Siempre poníamos el despertador media hora antes de levantarnos para arrancar el uno al otro, todas las tiras de piel que pudieran haberse quedado pegadas a las sábanas. Desnudos. Sin cerebro para pensar en las quince horas que se nos venían por delante. Desnudos no existían los problemas. No éramos nada más, ni nada menos. Vestidos nos convert íamos en el resto. Nos despedíamos en la puerta del metro con un beso silencioso y él se marchaba a su asco y yo al mío. No sé qué me preguntan. No tengo ni idea de qué me hablan. Sigo relatándoles nuestra historia mientras me dirijo a la cocina para preparar café. Me importa muy poco si es eso lo que quieren. Ne cesito recitarla como un padre nuestro para cerciorarme de que ha existido. Él solía llegar antes a casa. Me esperaba en el comedor con la cena sobre la mesa y la radio encendida. A veces incluso, nos daba tiempo a soñar con algún viaje o a reírnos de lo que fuera antes de ir a dormir. Otras veces no hablábamos. Comíamos agotados y el cansancio nos llevaba a rastras a la cama. Un pensa miento me perturba e intento enfocarlo en mi cerebro. El silbido de la cafetera me devuelve de golpe al pasillo y al uniforme azul que tengo delante. Apago el fue go y sigo hablando del pasado como si continuara sucediendo.

«No sé qué me preguntan. No tengo ni idea de qué me hablan. Sigo relatándoles nuestra historia mientras me dirijo a la cocina para preparar café. Me importa muy poco si es eso lo que quieren.»

—¿Les apetece un café? —pregunto esta vez sonriendo—. Pasen al salón y tomen asiento, por favor. —Háblenos de la noche del accidente. Haga un esfuerzo y céntrese en esa noche . —El ruido de la voz azul me rebana el cerebro. Mi cuerpo se ha templado y los recuerdos de los últimos meses acribillan la pantalla de mis ojos. De pronto he perdido las ganas de seguir contando. —Señora, trate de recordar la noche del accidente. —Me siguen preguntando con cara de aburrimiento. No escucho. Me pierdo. Me pierdo. La casa vacía a mi vuelta. La cama desnuda media hora antes de salir de ella. Un beso en el metro desvanecido en el aire. Nublado. Negro. —Trate de recordar. —Me estorban esas palabras. —¿Qué hizo usted aquella noche? —Me estoy mareando. Doy un sorbo al café sin apartar la mirada del policía.

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—¿Estuvo con él? ¿Cenaron juntos? —Guiño los ojos. Estoy cansada. Se me va la cabeza hacia detrás y suspiro. —¿Conocía usted a la mujer que le acompañaba? © Sylvia Ortega

Sylvia Ortega. Madrileña de origen actualmente reside en Toulouse donde trabaja como traduc tora, intérprete y profesora de español. Ha impartido un taller de literatura erótica en La Piscifac toría Laboratorio de Creación, de Madrid. Ha dirigido el bar literario La Louchette, en Madrid. Se dedica a escribir cuentos y tiene algunos de ellos publicados en varias revista s, además del libro de relatos La amante judía con la editorial Neurótika Books. Colabora con la revista El Café Latino que se edita en París y Horizons Maghrébins de Toulouse. Actualmente, codirige la revista cultural Triadæ Magazine.

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Novela

ELLA PIN TA



por Marta Aponte Alsina

Hoy Raquel pinta. La han despertado el desgaste de las olas, el bramido del viento y, de pronto, la calma silenciosa. Cuando el viento amaina y las olas se ablandan da gusto clavar el caballete en la arena, colocar un paraguas sobre un aditamento inventado por George y abrir la cajita de colores. La luz del norte no ofrece los matices contrastantes de Mayagüez y Puerto P lata. El mar frío de Connecticut se aleja del Caribe como se distinguen entre sí parientes lejanos. La luz del norte se acerca más a los desvelos de la mujer dispuesta a no dejarse dominar por la desolación de una costa sin árboles. Además todas las luces son otras en el mundo de los quinqués, el único que le interesa habitar. De algún modo evidente en su lógica, pero insostenible en la dimensión de los elementos, hasta el fuego que brota de los obje tos naturales es otro desde la invención de la luz eléctrica. Los fantasmas huían de las ciudades saturadas de artificio para refugiarse en las tinieblas enmarañadas del litoral. Allí las hogueras se mantenían en el lugar del misterio. Respetaban esa luz otra que se iba haciendo imperceptible no solo a causa de la ceguera de la vejez sino porque todo lo digno de ser visto se iba dando a la fuga. Abre la caja de pinturas. Ha decidido trabajar al óleo, omitiendo el paso habitual del boceto en acua rela. Se ha enfrentado a la costa de West Haven en días menos acogedores que este. Hoy no cederá al desaliento. Cumplirá el mandato del dibujo como dominio de la imagen sobresaliente, la que se impone asesinando formas más débiles. La mano recordará cómo ejecutar la matanza, cómo entregarse al placer de la caza. No hay piedad que valga en los principios del arte. Después pintará directamente sobre la tela. Es de fabricación industrial, sin la calidad de las más duraderas y absorbentes, pero servirá. La brisa es leve; no cabe esperar ventiscas arenosas que arruinen el trabajo aunque a veces le parece que el final menos triste de una obra imperfecta lo decide la naturaleza.

«Abre la caja de pinturas. Ha decidido trabajar al óleo, omitiendo el paso habitual del boceto en acuarela. Se ha enfrentado a la costa de West Haven en días menos acogedores que este.»

La tela rectangular tiene el tamaño de la tabla grande que usa Florence para picar los vege tales insípidos de sus ensaladas. El comienzo es siempre el mismo: la perfección de las capas iniciales recomendadas por sus maestros. Si en París ese fondo servía para reflejar la luz, West Haven que se diera por satisfecha. Para empezar, embadurnar la tela con una pobre réplica de la «salsa roja» traslúcida que en la versión aprendida en el taller de Duran se componía de ingredientes que ha olvidado para siempre. Sobre esa base aplicará una capa de blanco plomo. A falta de los elementos originales, que no tiene a mano ni recuerda, mezcla en la paleta una porción de ocre, miajas de azul cobalto y rojo laca. Se seca la pintura. El olor le trae el recuerdo de excursiones felices. En aquel día que fue un hoy, la línea del horizonte está muy marcada. Es cier to que expresa la relación del cuerpo que lo observa con todas las cosas. Ezra Pound, el amigo loco del hijo poeta, en una conversación que la historia literaria no recoge (justo en el lugar donde Raquel ha hincado las tres patas del caballete, años antes de este día en que pinta), durante el paseo de rigor, tras un almuerzo pesado de los que servían en la casa, dio un salto mientras apuntaba con el dedo índice al espinazo de un dragón dormido. Fuera distracciones. Se ha propuesto que hoy no le dará entrada a la marejada de cosas que le llaman la atención. Responderá a la visión ordenadora de sus maestros. P intar no es pintar. P intar es no pintar. El ojo no recibe voces ni olores. Es pura imagen y tacto. Prefiere la muerte al desorden que acaba por disolverse en malos humores. No permitirá la entrada de los monstruos deformes que atormentaban a Ludovico. Adora la forma cabal de las cosas. Sabe que el primer trazo será una invocación al resto de 

Capítulo de la novela inédita La muerte feliz de William Carlos Williams, que se publicará en 2015.

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los elementos. El primer trazo, como la luz que se ve por vez pr imera, rige la inclusión y el orden de los siguientes. Se pasa por la frente el pañuelo que lleva sobre los hombros, se abanica con la pamela. El infinito mar es, bien lo sabe aunque sus parientes no la entiendan, el ramillete de manzanas silvestres colgadas de un clavo, las que pintó hace años. Mira a su alrededor con la intención de ver solo lo que quepa en una tabla de picar vegetales. Impone a la mirada el método que aprendió por cuenta propia. El misterio de la pintura no es tan oscuro. Se trata de acumular puntos que ante el espectador se resuelvan en una impresión única, como si lo infinito pudiera contenerse en la serie de esos puntos, en la línea del rayo que zigzaguea antes de fulminar. Como aquella sensación que George no quiso explicarle ni nombrarle, la que alguna vez sintió estremecida por sus caricias, el tonto de George, tan púdico. El mar es manzanas silvestres y olas que rompen a lo lejos rizando de blanco las honduras. A los pies de la pintora, haciendo juego con el color gris de sus zapatos, el mar es un trozo de raíz más liviana que una pluma de pelícano, gastada por las mareas, picada de agujeritos que se repiten en la arena cuando se evaporan las espumas burbujeantes. En este litoral de West Haven un puñado de arena tiene múltiples tonos (desde el gris que es a su vez colección de negros y blancos, hasta el nacarado de los caracoles que el tiempo desgasta) tantos, que intentar abarcarlos sería tan inútil como reducir las corrientes a la quietud de un agujerito. El agujerito también es inabarcable. El infinito mar, un grano de arena. Una piedra rosada rompe la ondulación de las algas secas que marcan caminos paralelos a las huellas de los pájaros. Las algas se enredan en hilos frágiles donde la sal se asienta. Forman el dosel de un bosque de hormigas. «El pensamiento está hecho de pigmentos. La forma es hija del ojo obediente, eso le han dicho, pero los pigmentos inagotables abruman.»

En Mayagüez un paseo por la playa regalaba algún coco seco parecido a una cabeza humana disecada. La resaca formaba ondas de nácares brillantes. En West Haven Raquel recoge caracoles y piedritas, prometiéndose un minucioso estudio cromático de lo que devuelven los abismos marinos. Luego en la cabaña los muchachos se reirán de su decepción cuando al abrir la bolsa descubra que fuera del agua aquella piedra de un rosa vivaz pierde el lustre y el coral malva se enfurruña en un gris desganado.

Las hormigas trabajan bajo el dosel de las algas secas. Tanto ajetreo para que sus obras desaparezcan de un golpecito tras la aparición de un cangrejo que también es el mar, con su cresta hiriente y el re flejo de algún monstruo de las simas en el carapacho. El caramelo de la arena se cristaliza de sal a medida que la marea retrocede y el sol le endurece la piel. Pezuñas de un ave en el caramelo. A lo lejos ve a Billy, que siempre se levanta demasiado tarde para pescar y se conforma con excavar y lle nar un cubo de almejas que esa noche servirán en la mesa. Por fortuna hoy no surca los mares un ve lero. Sería terrible que un velerito cruzara el horizonte y la ejecución de un cuadro soso tentara a la pintora. El pensamiento está hecho de pigmentos. La for ma es hija del ojo obediente, eso le han dicho, pero los pigmentos inagotables abruman. La experiencia misma de dejar pasar el tiempo con el pincel en el aire, presintiendo que una vez se arriesgue al primer brochazo las puertas se abrirán de manera incontenible, la paraliza. Le gustaría que en cada trazo que le salte del ojo a la mano viva todo lo que ha aprendido desde que dibujaba bromas sobre las láminas de las revistas de modas. Ella nunca se ha desquiciado como Ludovico. Ha tenido una vida larga, rica en observaciones. Madre, le dijo hace tiempo el hijo poeta, por qué no pintas lo que sientes. Tienes lo único que de veras cuenta y es real, una imaginación libre. ¿Por qué no dibujas el residuo de tus experiencias, lo que has aprendido, lo que le robas a la vida sin que la vida se dé cuenta? El hijo poeta no está bien de la cabeza. Lo aprendido tendría que dar cuenta de las calles de Rutherford. De los resbalones, las cuentas pagadas, los callos rebanados, los silencios, las largas horas de un invierno solitario. Un arte pedestre. Muy cerca hay un arrecife que la marea baja cubre de agua cristalina. Atiende, Raquel, ese arrecife te está diciendo algo. Tal vez el método recomendable para pintar el mar en este litoral que te abruma de asociaciones atropelladas es el de la pintura al óleo que recomendaba un discípulo de M. Vincent Montpetit. El lienzo se colocaba bajo agua para que los aceites se mantuvieran vivaces. Pero el agua NARRATIVAS

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marina devora las buenas intenciones, el sol se va haciendo feroz y ya no ve el horizonte sino los ojos verde esmeralda del heredero de la fórmula de Montpetit, vecina en la memoria de la llegada al decepcionante puerto de Le Havre, que no presagia la entrada a los escenarios de París, con sus gendarmes que parecen alfeñiques de repostería, las hileras de plátanos dorados en los suburbios donde la luz adquiere el tono de la miel en los días apacibles de otoño, cuando las aves sienten la urgencia de emigrar hacia los cielos del sur, y el vuelo del aura tiñosa que raya el cielo de Mayagüez se cierne sobre las criaturas indefensas, como la vieja que enjuaga el blanco plomo de la paleta en las aguas frías de West Haven, ese refugio de cuerpos enmohecidos y jóvenes inútiles. El tipo ideal en el arte es lo que se percibe sin vendas a vuelta redonda; chocante, violenta, extrañeza. No cabe en un agujero en la arena. Tampoco en una tela del tamaño de una tabla para cortar vegetales. Cuando repasa el boceto de una pintura se da cuenta de la ausencia o el exceso de algo. La intuición de lo que no tiene cabida, la desazón de que algo falta; ambas sensaciones opuestas se relacionan con el sentido del tacto, por decir algo. Iluminaciones ingrávidas, aunque lo ausente o lo sobrante pese como objeto de un espacio real. La pintora percibe el desequilibrio de los ingredientes en algún lugar del cuerpo. Ese lugar ordenador ajusta las experiencias a dimensiones que parecen inmediatas, reales. No lo son, algo antecede a la intuición, algo que no siempre es bueno. De todos modos es inexplicable la fuerza de la memoria como acumuladora de impresiones que afloran ante un boceto y nos inducen a creer que sabemos lo que le falta o le sobra. Esa fuerza señala dónde debe caer el punto de equilibrio de una obra. Dónde aplicar el matiz para que la imagen muera de perfecciones. Pero el cuadro de hoy se ha detenido en el fondo rojizo, pintado en «Pero el cuadro de hoy homenaje a una fórmula olvidada. Nada en él invita al cierre, porque se ha detenido en el nada hay en él. Sin embargo, ha pasado algo, sin detenerse. Como si fondo rojizo, pintado el lienzo fuera Raquel misma, su teoría de los dolores, sus impresioen homenaje a una nes embriagantes que no se han hecho visibles en el espacio del cuafórmula olvidada. dro. Debería ser feliz, pensar que ha pintado sin matanzas. No importa Nada en él invita al la ausencia del elegido en la tela del tamaño de una tabla de picar cierre, porque nada vegetales. Consuela decirse que el trazo final, además de perverso, es hay en él.» un farsante. Para qué pintar si el ojo, su ojo, siempre ha sido el artista, y su cuerpo la cárcel del ojo. El oficio es inferior a lo que el ojo descubre, o quizás su fina esencia se ha evaporado del cuerpo grotesco de la sobreviviente. Reconocerlo le provocaría una infelicidad insoportable. Por eso se sitúa con arrogancia ante el vacío. Se dice que la artista solo busca entender; que el oficio de la artista no equivale a cercar, encerrar y matar déb iles. La obra es la piel seca de la oruga. Lo que queda atrás, lo menos importante. El mundo no necesita una pintura más. Eso se repite, en silencio. El silencio pesa, el silencio humilla, el silencio la acompaña. La caja de madera donde los tubitos de pigmentos permanecían en sus respectivas ranuras, en el orden que ocupan los colores en el arco iris, volvió a su lugar debajo de la cama. No recuerda cómo terminó aquel día que en balance dejó una tela vacía más, preparada para las figuras que no brotaron del fondo. Tal vez con una sopa de almejas sin colar de esas que esmerilan los dientes con granitos de arena, porque Billy y su esposa eran cocineros perezosos. Después de la cena la deja ban sola. Se recogía de inmediato como si con acostarse apurara el fin de la noche y la vuelta del sol. En los días fracasados, cuando se repetía la imposibilidad de dibujar una línea, las pesadillas se le inundaban de colores y palabras. Para volver a la fatigada identidad propia le asistía el recuerdo de William George, la voz que le leía novelas galantes, didácticas; su cara cuando vio la cara de ella des pués del estremecimiento la caricia que le regalaba cuando se portaba bien es decir, en raras ocasiones. Así, dormida, la encontró William Carlos cuando subió a llevarle las nuevas del regalo de Christophine, pensando que el chiste le haría gracia y que con la sonrisa se allanarían las horas hasta que lle gara el horrendo momento del rapto. Porque a Carlos le parecía que estaba a punto de cometer un acto obsceno: entregarle la madre al bailarín inglés como un viejo entregaría a una hija absurdamente ma yor que él. El contacto de toda una vida con cuerpos nuevos y con cuerpos gastados no significa que el cuerpo de la madre sea un territorio apacible. Como una fosa que se cierra, el horror de aquella radiografía, cuando su madre se fracturó la cadera y ahí, en un punto que tan poco le conmovía cuando examinaba los huesos de otras ancianas, vio el lugar de su origen.

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En una miniatura de florero puso el ramito de violetas africanas del invernadero de Floss. Cubrió a Raquel hasta el cuello, la abrigó como se envuelve a los niños en sábanas para que se sientan seguros, como si fueran rollos rellenos de carne, apretadísimos. La besó en la frente, besó los dedos de la mano. Ese olor a pescado podrido que no logra disimular el baño le recordaba el olor de abuela Emily, la mujer que representaba la desfachatez que Raquel censuraba. La mujer que desnuda ante el espejo se pasaba la esponja por las axilas y la entrepierna sabiendo que él la espiaba. La mujer grande, cuadrada, masculina. El tipo de mujer que no fue nunca de su agrado, por más que adorara a la abuela. Mientras Raquel olía al escaparate de lociones y aguas de la casa Murray y Lanman, Emily, en su madurez, nunca olió a sustancias más delicadas que el jabón barato de sus baños sabatinos. Acumulaba tufos de la tierra y el mar, y alcohol. Ahora era Raquel la que desataba una lascivia de endemoniada, una vita lidad terrestre, campesina, que antes era marca exclusiva de la abuela. Las mujeres tienen la clave, pensó, de una vida eterna educada en la simulación y la resistencia. A veces visitaba asilos de viejos y se asomaba al punto final de lo que sería su vida, la que había consumido como una bola de fuego devora un bosque, entre horas que ya no sabían del sueño, cuando la poesía salía de las madrigueras más inesperadas, como las liebres y la diarrea, y luego, unas letras en el recetario, o entre las contracciones de una parturienta, que más tarde, al intentar descifrarlas en e l ático, perdían el rumbo. Y todo aquel anillo en llamas por donde saltaba el tigre terminaría en un ataúd cubierto de asfódelos, rosas, margaritas, violetas, un diccionario de flores, que Florence enumeraba con cierta ilusión maligna. En los asilos de anc ianos se consumían los hombres de silencio e impotencia. En cambio las viejas, que habían sido prisioneras del recato, mostraban la sexualidad como un cáncer, esa célula que se niega a morir. © Marta Aponte Alsina

Marta Aponte Alsina (Puerto Rico, 1945) es autora de novelas y relatos. En 1994 publicó la novela Angélica furiosa. Siguieron El cuarto rey mago (novela, Sopa de Letras); La casa de la loca (relatos, Alfaguara); Vampiresas (novela corta, Alfaguara); Fúgate (relatos, Sopa de Letras); Sexto sueño, (novela, Veintisiete Letras); El fantasma de las cosas (novela, Terranova Editores), Sobre mi cadáver (novela corta, La Secta de los Perros) y Mr. Green (Random House Mondadori, serie Flash de libros digitales). Además de narraciones, ha publicado ensayos sobre literatura puertorriqueña y caribeña, así como entrevistas con autores y autoras de América Latina y España. Ha sido editora de libros y revistas. Su novela, La muerte feliz de William Carlos, se publicará en 2015.

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Narradores Daniel Corpas Hansen

Copenhague (Dinamarca), 1976 https://www.facebook.com/daniel.corpashansen

*** Escritor vocacional, guionista profesional, dramaturgo ocasional y en breve, gracias a la crisis, empresario circunstancial. Licenciado en Comunicación audiovisual por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Málaga. Nacido en Copenhague en 1976, ha residido por épocas en La Habana, México DF y New York. En el año 2012 publicó una colección de relatos con LcLibros, El acontecimiento literario del año, en el 2013 una segunda colección con el título: Que pasen los niños, y recientemente acaba de publicar Tres micronovelas, también con LcLibros, que obtuvo el premio LcLibros 2014, fallado en septiembre. En septiembre de 2012 quedó finalista del Premio Ateneo-Valladolid con su primera novela, La soledad del caimán.

*** Entrevista NARRATIVAS: ¿Cómo resumirías tus comienzos literarios y el camino recorrido hasta ahora? DANIEL CORPAS HANSEN: Como una toma de contacto, dura a la par que gratificante. Es un mantra recurrente (y muy cansino) aquello de ―Publicar es dificilísimo‖, y uno puede llegar verdaderamente a caer en la desesperación. Pero hay que asumir que esto es un proceso, de crecimiento como escritor y de conocimiento del mundo editorial, que para colmo afronta en estos momentos una situación extremadamente incierta: crisis económica, posible cambio de para digma (por la irrupción del ebook), piratería, etc. Por suerte yo vivo de la escritura de guiones, así que puedo observar con calma desde la barrera, por así decir. Me tomé un tiempo sabático para escribir literatura, y disfruté lo indecible jugando con las palabras en un contexto de plena libertad creativa. Ahora he vuelto a los guiones y he iniciado una aventura empresarial, por lo que mi faceta literaria está más bien latente. Es una carrera de fondo, no un sprint, y en teoría los escritores, como el vino, mejoramos con el tiempo y con los vaivenes de la vida (sólo en teoría, insisto). N.: Hasta el momento has publicado dos libros de relatos y un tercero que se denomina “Tres micronovelas”, el cual, como anuncia su título, incluye tres textos de relativa brevedad. ¿Podría intuirse de todo ello cierto rechazo por tu parte a embarcarte en la escritura de una novela más extensa o se trata más bien de algo circunstancial? DCH.: En absoluto: cada historia demanda su propio formato, su propia estructura y extensión. De hecho tengo varias novelas escritas, y una de ellas quedó finalista del premio Ateneo de Valladolid 2012. Por ahora no han visto la luz. Tal vez estoy haciendo acopio de energía para entrar de nuevo en fase comercial y luchar para que alguien las lea, o simplemente las estoy dejando reposar. Como decía antes, no hay prisa. N.: También has escrito algunas obras dentro del género que denominaríamos “Micro-teatro”. ¿Qué consideras que representa este género dentro de tu trabajo como escritor? ¿De qué manera afrontas la escritura de textos dramáticos? DCH.: Este caso es curioso, pues empecé escribiendo alguna que otra pieza suelta para Microteatro por dinero en Madrid y acabé juntándome con varios socios y abriendo ese mismo espacio en Málaga, donde ejerzo de co-programador y, eventualmente, deslizo algún texto para que sea representado. Un guionista tiene las herramientas técnicas suficientes para desarrollar una micro-obra de 12-15 minutos, y es un formato original, novedoso, que permite explorar alternativas, probar cosas diferentes. Lo paradójico es que me aproximé como narrador y acabé convertido en empresario. Aun así, el ―macro-teatro‖, como la poesía, son géneros a los que les tengo mucho respeto y que no cultivo, al menos de momento.

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N.: Hasta la fecha, todo lo que has publicado en narrativa ha sido en formato electrónico, es decir, como libro digital. ¿Qué diferencias encuentras entre publicar libros en papel, a la manera tradicional, y hacerlo solo en digital? ¿Es más complicado promocionar un libro electrónico que otro editado en papel? DCH.: Hoy en día, en este sector, creo que todo es complicado. Yo he devorado libros desde los 4 años, pero ahora sólo leo en el iPad. ¿Hacia dónde se dirige todo esto? Nadie lo sabe. Por otro lado, un escritor que aspira a publicar por primera vez se enfrenta al ninguneo más absoluto por parte de las editoriales tradicionales, a las que es tentador ver como una casta enemiga. Hay que vencer esa tentación y entender que son empresas que pelean por sobrevivir, y que reciben cientos de manuscritos a la semana. Hay que buscar otras vías, por ejemplo la publicación digital, aunque se generan nuevos problemas: publicitar tu obra en redes sociales es agotador, y los resultados pueden resultar decepcionantes. Tampoco es que la promoción sea el punto fuerte de las mentes contemplativas. Pero quizá la cuestión de fondo es mucho más sencilla: en un país en el que la gente tiende a no leer ni las señales de tráfico, todo lo relacionado con libros, sean físicos o digitales, equivale a escalar el Everest. Como aquel editor, c uando le preguntaban de qué trataba tal o cual libro: ―Todos tratan de lo mismo: tratan de vender‖, contestaba, supongo que con una mezcla de socarronería y resignación. N.: El hecho de compartir dos nacionalidades tan distintas como la danesa y la españo la, ¿crees que ha jugado un papel positivo en tu manera de observar los problemas cotidianos y las personas y las relaciones que se establecen entre ellas? DCH.: Son mis circunstancias, y obviamente yo miro hacia fuera desde unas coordenadas concretas. De mis 38 años, 36 han transcurrido como español, ésa es mi cultura y mi idiosincrasia, para bien y para mal. Pero claro, la parte danesa está ahí, como también lo están mis experien cias vividas en otros países donde he pasado temporadas largas, como Cuba o México. N.: En el excelente relato “Bohemia”, publicado dentro del libro El acontecimiento literario del año, haces una extensa relación de lo que dicho término ha venido significando para el imaginario colectivo a lo largo de la historia. ¿Te mueve al escribir cierto interés por desmitificar determinadas construcciones que en algún momento pudieron erigirse en referentes simbólicos para muchos, o por encima de todo te interesa contar buenas historias? DCH.: ¿Acaso se excluyen? Confieso haberme divertido como un enano escribiendo ese relato. Cuestionar dogmas y tótems no está reñido con entretener al lector. La literatura es un juguete formidable. A mí a veces me cansa tanta seriedad, tanta trascendencia: la certeza que algunas mentes preclaras tienen de tu propia importancia. Desde el Romanticismo padecemos la entronización del ego creativo. El artista es casi un semidiós. Yo particularmente opino que sobran artistas y faltan artesanos. Igual que vamos aprendiendo a ver los cuerpos de las modelos sin photoshop, creo que cuanto antes se normalice el mito del genio, más felices seremos todos . N.: ¿Qué hay en la cabeza de Daniel Corpas Hansen antes de ponerse frente a una hoja en blanco? ¿Cómo concibes tus historias? DCH.: Lo que hay es un batiburrillo indiscernible que sólo empieza a aclararse después de horas sentado en pijama delante del ordenador, ojeroso, sucio y de mal humor. Yo al menos, lo que tengo al principio es un montón de piezas sueltas e inconexas que a base de mucho trabajo van haciendo ―click‖ unas con otras. Y después queda sudar cada frase, cada párrafo. Repasar, recortar, volver a repasar, eliminar adjetivos, pulir, evitar la zozobra al leer lo escrito y pensar ―Que alguien me dispare por ser tan malo‖, evitar la euforia al leer lo es crito y pensar ―¡Esto se merece el Nobel ya!‖... No descarto que algún día las Musas desciendan sobre mí como un rayo y me violen gloriosamente, pero hasta ahora no ha ocurrido (y mira que paso horas dándole a la tecla). N.: Como lector, ¿cuáles serían tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y tus autores favoritos? DCH.: Esta pregunta es incontestable, porque no sabría ni por dónde empezar. Lo siento. Sí re cuerdo algunas experiencias concretas, ―orgasmos de lector‖, por así decir, que a nadie importan pero que te marcan para siempre: que te caiga Cien años de soledad en las manos cuando eres joven, pobre como una rata y prácticamente estás viviendo en una hamaca a 20 metros del Ca ribe; o que se te grabe en la memoria, y te siga sacudiendo como el primer día, aquel párrafo de Borges, ―Arrasado el jardín, profanados los cálices y las aras, entraron los hunos a caballo en la biblioteca monástica…‖. N.: Por último, ¿en qué proyectos literarios está ahora trabajando Daniel Corpas Hansen?

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DCH.: De momento ninguno. Estoy en una fase más práctica, concentrando esfuerzos en otras áreas. Porque la gran maldición del escritor es ese irritante hábito de comer 3 veces al día. Eso sí, tengo el cajón lleno de material literario. El tiempo decidirá si ve algún día la luz o duerme para siempre el sueño de los justos.

*** Relato

BOHEMIA  (fragmento) por Daniel Corpas Hansen II. CASO PRÁCTICO A En la medida en que se lo pueden permitir, Dimas y Dámaso son poetas, o como mínimo, intelec tuales. Dimas trabaja en una empresa de telefonía, y Dámaso es la única persona del mundo que no fenece de aburrimiento cuando expone sus inflamadas teorías acerca del origen común del Kabuk i y el teatro Nō japonés. Dámaso vende pólizas de seguros, y Dimas es la única persona del mundo que no le mira como a un bicho raro cuando se le ilumina la cara rememorando el episodio en que un Verlaine rebosante de ajenjo disparó a su amado Rimbaud, incapaz ya de soportar tanta belleza y tanta humillación. Una vez al año, Dámaso y Dimas se reúnen para almorzar un menú, preferentemente de los de me nos de diez euros. En la sobremesa toman ginebra nacional y hablan de esas cosas de las que no pueden hablar con nadie más (y aunque pudieran no lo harían: un día de cada 365 es más que suficiente). Al cabo de unas horas, sus respectivos teléfonos móviles les recuerdan que más les valdría estar en algún otro lugar, desatascando el fregadero, paseando al perro o jugando con los niños. Que hay una esfera llamada vida real en la que se espera su regreso con carácter urgente. Y entonces, un poco trastabillados, la lengua ya pastosa tanto por la charla fecunda como por los cuantiosos bebedizos, se separan hasta la próxima ocasión, conscientes de que el otro también tiene debidamente interiorizado el íntimo ritual. A ambos les resulta grato el encuentro, qué duda cabe, única explicación posible a que una comida casi funcionarial allá por los difusos noventa haya deve nido en una especie de pequeña tradición compartida. De los muchos temas que tocan a lo largo de sus esporádicas veladas, hay dos, solo dos, que se re piten con exquisita puntualidad. Uno de ellos es la muerte de Giulietta Massina, la actriz italiana que estuvo medio siglo casada con Fellini y sobrevivió al genio solo en cinco meses. Dámaso y Dimas son las únicas personas del mundo que en pleno imperio neocon siguen creyendo que Giulietta no murió de cáncer sino de tristeza, y año tras año se retroalimentan mutuamente en tal convicción. —Está claro: justo a los cinco meses. No puede ser coincidencia. —Obviamente, ya no tenía ganas de vivir. —Después de tanto tiempo debía de ser como si le faltara algo. —Sí, un trozo demasiado grande de sí misma. —Hasta los doctores dijeron que se dejó morir. —Que es lo mismo que decir que se murió de pena. —Y morirse de cáncer y de pena son cosas muy distintas. —Vamos, diametralmente opuestas. 

Relato incluido en el libro El acontecimiento literario del año (LcLibros, 2012) http://literaturascomlibros.es/2012/05/23/el-acontecimiento-literario-del-ano/

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El otro tema recurrente es algo más espinoso, más sensible, y siempre levanta algu na que otra ampolla silenciosa, pese a que Dámaso trata de que no se note y Dimas finge no reparar en ello. Dá maso sabe que es una cuestión delicada, que a su amigo no le agrada, incluso le molesta, hablar del asunto, pero no puede evitarlo: una curiosidad malsana le impele a preguntar, a interesarse por Amancio, el hermano pequeño de Dimas. Lo conoció más de un lustro atrás en casa del propio Dimas, aunque sería más correcto decir que simplemente lo vio de refilón, por primera y última vez, cruzando el pasillo como un cometa enorme y fugaz y farfullando un pastiche de sílabas embadurnadas en alcohol antes de desaparecer en su habitación. Todo lo que ha ido sabiendo de él tras esa brusca presentación se lo ha extraído a Dimas durante la comida anual, a base de una astuta combinación de paciencia, tirones de lengua y copas de más. No es que su compañero de sinsabores poéticos sea lerdo, ni mucho menos; como cualquier persona en sus cabales advierte cuándo el bueno de Dámaso intenta sonsacarlo sutilmente y cuándo le mete sin remilgos el descorchador en el ojete. Por ello, si Dimas siente la necesidad de descargar, habla; y si no, le da un taimado muletazo a la conversación y pregunta a su socio por ese libro contra el que lleva batallando casi desde que empezaron a quedar. Se trata de un ambicioso proyecto inspirado en las Vidas paralelas de P lutarco en el que Dámaso, según cuenta, pretende comparar por parejas las biografías de los más notorios bohemios de la historia, de Cayo Petronio a Edgar Allan P oe pa sando por Caravaggio, Charlie Parker o William Burroughs. El problema, según confiesa, abatido, es que, por algún motivo que no sabe, no puede o no quiere explicar le resulta imposible culminar su obra. En sus propias palabras, falta algo, lo cual invaria blemente sumerge al vendedor de pólizas en una melancolía opiácea. En esos momentos, Dimas siente la frustración y la impotencia de su amigo y se abstiene respetuosamente de seguir indagando, igual que aquel se cuida por decoro de no volver a mentar a Ama ncio. Aunque le cuesta, desde luego, porque el personaje se ha con«El otro tema recurrente vertido en una presencia constante en su pensamiento desde el es algo más espinoso, mismo día en que lo conoció (o vislumbró). Aquella vez, Dámás sensible, y siempre maso y Dimas tuvieron que saltarse el previsible guión de sus levanta alguna que otra citas para que dicho encuentro tuviese lugar. A la sazón, ambos ampolla silenciosa, pese a habían entrado ya en la edad en la que cualquier comilona deque Dámaso trata de que manda un milagro salva dor en forma de licor digestivo, ardid no se note y Dimas finge socialmente consensuado para seguir bebiendo toda la tarde y no reparar en ello.» con el que siempre han estado completamente de acuerdo. Aquel día, sin embargo, en lugar de los preceptivos gin-tonics aderezados con semillas de enebro o pétalos de rosa, señal inequívoca de que, si bien no más ricos, sí que se habían vuelto bastante más esnobs, Dimas propuso ir a su casa para darle no una sino dos sorpresas a Dámaso. La primera, una valiosísima tercera edición de Los poetas malditos sustraída a los ácaros en una librería de viejo de Tánger, y que Dámaso acarició con codicia, tanto con sus manos como c on la mirada, domesticando el impulso de asesinar a su amigo para quedarse el tesoro. La segunda, una botella de genuino orujo de hierbas que a ambos les supo a néctar divino. —Qué maravilla. ¿De dónde lo has sacado? —Del terruño, me la ha mandado mi madre. Te regalaría una pero solo me ha llegado esta, las otras dos se han quedado por el camino. —¿Y eso? —Es que las traía mi hermano, que está de visita. —Ah, no sabía que tuvieras un hermano. —A veces pasa. Mucha gente tiene uno. Los artificios de Dimas por rehuir la cuestión despertaron la suspicacia de Dámaso. Tras un leve tanteo, dedujo que la relación distaba de ser buena. El tal Amancio debía de ser un joven conflictivo, pues su madre se lo había remitido a Dimas una temporada para que, textualmente, ca mbiara de

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aires, lo que en un país en el que no se estilan las clínicas de rehabilitación equivale a decir que el muchacho necesitaba desintoxicarse. Media hora más tarde, Amancio hacía su entrada en escena para corroborar las suposiciones de Dá maso. Anunció su llegada una serie de jadeos estremecedores, como si en lugar de un hombre se aproximase una bestia moribunda. —Ya viene. —¿Qué coño es eso? —Amancio subiendo las escaleras. Es que el ascensor está estropeado. Más bufidos al otro lado de la puerta, e l crujir de unos pulmones que luchan por absorber un poco de oxígeno, el repiqueteo desatinado de una llave que se empeña en no entrar en la cerradura, ruido de vomitera. Dámaso miró a Dimas, Dimas miró al suelo. La puerta se abrió por fin con chirrido de goznes y algo muy grande y muy confuso avanzó a trompicones por el pasillo en penumbra. Cuando Amancio surgió de la sombra, Dámaso dio gracias a Dios por haber inventado el aspecto lírico del horror. Fueron apenas unos segundos, dos o tres a lo sumo, pero el vendedor de pólizas sucumbió irremisiblemente ante aquel Dionisos post-adolescente y obeso que se estaba inmolando allí mismo solo para sus ojos, la botella vacía en la mano, el cigarrillo colgando del labio, la respiración deses perada, la nariz sangrante, cortes en los brazos, rotos en la ropa, las mejillas lampiñas y arreboladas, la sonrisa inconce bible, ciento veinte kilos de caos. Y la mirada. Y la humanidad se tambaleó. «Aunque Dámaso no ha vuelto a verle jamás, la imagen de Amancio le ha asaltado con frecuencia a lo largo de los años.»

Amancio dijo algo que nadie hubiese podido entender y se metió en la habitación de invitados, donde se derrumbó en la cama sin dignarse a cerrar la puerta. En el intervalo en que se dejaba caer sobre el colchón, antes incluso de alcanzar la horizontalidad, empezó a roncar de un modo desgarra dor. Sus apneas eran eternas, muertes vicarias por asfixia de las que tardaba casi un minuto en regre sar. Dámaso miró a Dimas, Dimas miró a Dámaso. —Ven.

Se asomaron a la puerta del dormitorio y contemplaron el sueño negruzco de Amancio, que era un cetáceo varado peleando angustiosamente por vivir; cada tanto se agitaba y lanzaba manotazos a la nada, como protegiéndose de cosas aterradoras que lo acuciaban para llevárselo. Dimas cerró la puerta con gesto contrito y acto seguido procedió a sincerarse, en parte porque quería sacarse la opresión que le causaba la presencia de su hermano, en parte porque su amigo, intrigado en grado máximo, no cesó de hacerle preguntas durante toda la tarde. Así es cómo Dámaso empezó a descubrir con creciente fascinación la figura de Amancio, un chaval que trabaja en la lonja de Vigo y que, por tanto, a las nueve de la mañana ya tiene los bolsillos lle nos y todo el día por delante para hacer lo que más le gusta en esta vida: matarse. Y al día siguiente la rueda gira de nuevo, otra vez al tajo, a cobrar en efectivo , a quemar hasta el último céntimo antes de que amanezca y se acabe el mundo quizá para siempre. Aunque Dámaso no ha vuelto a verle jamás, la imagen de Amancio le ha asaltado con frecuencia a lo largo de los años. A veces está en la oficina, temprano por la mañana, con la mirada perdida en la pantalla del ordenador, en las columnas de números que no se acaban nunca, y lo imagina en un bar lleno de humo, desayunando un brandy vil, encendiendo un pitillo con la colilla del anterior, oliendo a pez; feliz, en definitiva. Otras veces, mientras desenvuelve el sándwich de pavo que se come todos los días a las 13:30 sentado en su escritorio, ve a Amancio sorbiendo nécoras y percebes, que son como buches de mar, hundiendo la cara en una fuente de bogavantes, quebrando con pericia el caparazón de un centollo gigantesco para devorar la preciada carne, todo ello regado con el mejor Alva riño, que le sirve también para brindar con los muchos amigos por un carnaval sin fin. Pero casi siempre se acuerda del hermano pequeño de Dimas por la noche, cuando, después de bañar a su hijo y cambiar alguna que otra bombilla, se enfrenta al desierto blanco de su libro inexistente. Entonces, en lugar de centrarse en las turbias y torturadas existencias de Capote o Mallarmé, abre el redil, deja vagar la mente y acaba preguntándose qué estará haciendo el bueno de Amancio en ese

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preciso instante. Y resulta que en ese preciso instante el bueno de Amancio está dando cuenta de su segundo gramo de cocaína de la jornada, que esnifa directamente del dorso de su mano derecha, indiferente a la necrosis, al acelerado proceso de desintegración de su tabique nasal, y al mañana, y sobre todo a las súplicas de su madre, una señora recia, huérfana y viuda de marineros, que ahora ve que no es el proceloso océano sino una oscuridad incomprensible quien se está tragando a su hijo, por lo que de rodillas le implora que pare, a lo que él responde entre risas que se va a la calle a tomar una copa y que volverá tarde. Por mera asociación, el recuerdo de Amancio se aviva a medida que se acerca la fecha aproximada en que le toca quedar para almorzar con Dimas. Por eso, una vez frente a frente, tras renovar conjuntamente su fe dogmática en la dulce muerte de Giulietta, justo antes del postre y después de que Dimas comente que los bailarines de danza Kathakali introducen granos de pimienta bajo sus párpa dos, lo más común es que se haga un breve silencio en el que Dámaso ve la rendija, su oportunidad. —Oye, por cierto, ¿qué tal tu hermano? —Como siempre. Al principio, Dimas suele mostrarse lacónico, manifiestamente incómodo. Luego se va soltando y consiente, casi a modo de terapia, en hablar de Amancio; unas veces le cuesta más, otras menos; unas veces le cuenta que su madre por fin le ha dado la patada y otras que lo ha vuelto a aceptar en casa. A intervalos de un año, Dámaso es cucha que Amancio ha sido arrestado por conducir borracho o por darle una paliza a una puta búlgara en pleno brote psicótico, que ha sufrido una angina de pe cho o un conato de embolia cerebral, que el médico le ha advertido que si no pierde peso, reduce drásticamente el colesterol, baja a dos paquetes de tabaco diarios, que si no frena en seco no tiene ninguna opción de llegar vivo a los treinta. Amancio, mientras tanto, sigue haciendo lo que debe: disfrutar de la montaña rusa, viaje tras viaje, trayecto a trayecto, deslizándose por la pendiente hacia ningún sitio con un absoluto desdén por el dolor propio y ajeno, con un coraje gratuito y necio, tan absurdo como el de un héroe muerto en un libro de historia. Todo ello admira y deslumbra por completo a Dámaso, que quiere, necesita, exige saber más de Amancio y acribilla a preguntas a Dimas, quien, harto de relatar los desmanes de su Caín particular, se interesa por el libro de su amigo. Entonces Dámaso calla, y se pone triste, y asume que algún día tendrá que desembuchar la verdad, pero enseguida decide postergar ese momento y contesta que ahí está, atorado, como siempre, todavía le falta ese algo que no logra identificar. Entonces, como quie n no quiere la cosa, propone una última copita, vuelve a colocar sobre la mesa el cadáver enamorado de viene.

«Su obsesión le ha llevado a un punto en el que ya no acierta a discernir si su motivación principal es ver a Dimas u oír de Amancio.» Giulietta y hasta el año que

Ahora la casa está en silencio y Dámaso se posiciona frente a su vieja Olivetti, única herramienta, cree, con la que se puede abordar un proyecto como el que tiene, o finge tener, entre manos. Admite que es un armatoste poco práctico, pero, ¿desde cuándo ha servido el pragmatismo para desentrañar el alma recóndita de los bohemios? P iensa en Joplin, en Hendrix, en Morriso n, en Basquiat, todos muertos a los veintisiete de un modo patético y glorioso. Todos inmortales. Mira el calendario: en un par de semanas habrá de contactar a Dimas para ir cuadrando la comida. Su obsesión le ha lle vado a un punto en el que ya no acierta a discernir si su motivación principal es ver a Dimas u oír de Amancio. Lo cierto es que arde en deseos de recibir noticias frescas, ¿seguirá vivo? En el almuerzo del año pasado, Dimas le puso al día de las recientes hazañas del chaval, de las que se entera por vía exclusivamente materna, pues él y Amancio ya no se dirigen la palabra. Al parecer, la pobre señora le había contado entre sollozos que la situación estaba fuera de control: la mala suerte había querido que a Amancio le cayera un pellizco en la P rimitiva. Acostumbrado a adaptarse a un presupuesto que se reajustaba en plazos de 24 horas (en la lonja le pagaban día a día), seme jante inyección de dinero resultó ser una hecatombe. Tras varios días de drogas, alcohol y festines exorbitantes, una ambulancia lo rescató en coma de una rave-party. Le dejaron bien claro que acababa de quemar su último cartucho. Una semana después estaba tomando cerveza en la cafetería del hospital, donde además se contagió, como otros pacientes, de tuberculosis, enfermedad grandiosaNARRATIVAS

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mente romántica y literaria que, según los expertos, anidaba en los conductos de ventilación del edificio. Dámaso está en ascuas, ¿qué habrá sido de Amancio? Inestable, desaforado, autodestructivo y ahora, para colmo, tísico… Sublime, desde lue go es para quitarse el sombrero. No ve la hora de tener a Dimas sentado delante, informándole de las noveda des. De repente, una súbita y desagradable inquietud lo embarga: ¿y si Amancio se ha reformado?, ¿y si ha dejado de fre cuentar las tabernas, los círculos dañinos, el lado más salvaje?, ¿y si se ha quitado de beber y se dedica a mascar chicles de nicotina, a ir al gimnasio, a comprar flores el día de la madre?, ¿y si ha conocido a una buena chica de esas que le hacen a uno sentar la cabeza? Dámaso siente un escalofrío: sería una auténtica lástima que algún remedo tardío viniese a arruinar la estética del des calabro, la perfección de la caída. Además, el mutismo incurable de las teclas de su máquina de escribir, que en las películas, o a las órdenes de alguien con más talento, tabletean frenéticas como una bendita ametralladora, le lleva intuitivamente a la dolorosa conclusión de que hay tres tipos de seres humanos: aquellos de los que hablan los libros, aquellos que escriben los libros y aquellos a los que no les queda más que leer esos libros con envidia y siempre mirando, desde su mediocridad, hacia arriba. Amancio, capaz de hacer literatura del simple hecho de matarse dosificadamente, pertenecería al primer grupo. Dimas, tan prolífico, tan brillante, que se levanta a mear y vuelve a los dos minutos con un haiku concebido mientras se sacudía las gotitas, estaría en el segundo. Él, Dámaso, ni siquiera figura en el tercero, sino en una sub-categoría vergonzante: la de los impostores, los embusteros, los que se dejan amedrentar por la blancura insultante de la página vacía, los que solo valen para vender pólizas y por tanto tienen que inventar libros que no existen fuera de sus cabezas para merecer la amistad de los verdaderos elegidos. «En el almuerzo del año pasado, Dimas le puso al día de las recientes hazañas del chaval, de las que se entera por vía exclusivamente materna, pues él y Amancio ya no se dirigen la palabra.»

De pronto se siente terriblemente cansado, sin fuerzas para seguir sosteniendo la mascarada. Guarda la Olivetti, con la que de todas maneras no ha construido ni un solo párrafo coherente en la última década. Al hacerlo, más que consternación, experi menta el alivio de no tener que seguir cabalgando una gran bola de nieve. Se acuesta en paz junto al cuerpo de su mujer y se duerme en el acto, reconfortado por la certeza de que ya no ne cesita escribir, puesto que no tiene nada que decir.

Amancio le visita en sueños. P or primera y última vez oye su voz, que es justo la que Dámaso le había adjudicado en sus fantasías. El muchacho le habla al oído, y susurra la solución a todos, ab solutamente todos, sus problemas. Por la mañana, Dámaso recuerda las palabras de Amancio con claridad meridiana. La clave de todo es de una sencillez aplastante, hasta el extremo de que se enoja consigo mismo por no haberse dado cuenta antes. Pero no tiene tiempo que perder, así que hace lo que tiene que hacer sin mayor demora: llama a la empresa, habla con su mujer, observa cómo duerme plácidamente su hijito. Después pasa por la oficina de correos y le envía un telegrama a Dimas: «Tu hermano es la solución. Siempre lo fue». Dimas recibe el texto a primera hora de la tarde en su puesto de trabajo. No se extraña, puesto que es, de hecho, el único canal de comunicación, aparte del cara a cara, que mantiene abierto con el viejo Dámaso: nada de teléfono, ni emails, ni SMS, ni siquiera cartas. Un telegrama fijando hora y sitio y otro de confirmación. Punto final. Siempre ha constituido para ellos una regla no escrita, una pequeña e inofensiva excentricidad. El contenido de la nota, en cambio, sí que le escama. En el atasco de vuelta al hogar, tritura la escueta frase en su cerebro, y comprende que Dámaso está escribiendo sobre Amancio. De ahí su insistente interés a lo largo de los años. De ahí también que lleve tanto tiempo bloqueado y no haya podido terminar su libro: hay una cosa fundamental que diferencia a su hermano de los restantes protagonistas de la obra. Un escollo insalvable. A priori, claro, y dependiendo, como todo, del punto de vista. Dimas llega a casa y se sienta en el sillón, taciturno. Ignora a su esposa y a su hijita, que se van a la

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cama sin recibir las buenas noches. Se desvela y bebe orujo, que le cae como un tiro, su hígado ya no es el que era. Reflexiona a conciencia, y por un momento le ofende la tortuosa maniobra de Dá maso: su hermano quizá no sea su HERMANO pero sí que es SU hermano, lo cual lo convierte en SU material de escritura, en SU materia prima literaria, y eso es sagrado. Dámaso no tenía ningún derecho a entrometerse. Pero la noche se extiende y sus cavilaciones saltan al tempestuoso amor de Verlaine y Rimbaud, y de ahí a las profundas diferencias entre el teatro Nō y el Kabuki, y a su anciana y desgraciada madre, que ya no rige por culpa de ese crápula mal nacido. También piensa en Giulietta, y concluye que si bien su asesino pudo ser el desamor, la ausencia de Federico o un tumor del tamaño de un puño en el pulmón, una cosa es indiscutible: que está muerta. Al amanecer, Dimas rebusca en los álbumes polvorientos, obstinado en hallar una foto amarilleada en la que aparezcan él y Amancio juntos, de pequeños, tal vez vestidos de futbolistas, o bañándose en un río, o riendo abrazados. No la encuentra. Entonces suena la alarma y por fin sale de dudas: Dámaso es su mejor amigo, su compañero, su alma gemela y tiene la obligación moral de ayudarlo a terminar la obra a la que ha consagrando y sigue consagrando su vida. Llama al trabajo y simula una tos con mucosidad abundante para tomarse el día libre. P one a la venta en internet su adorado ejemplar de Los poetas malditos. Le atormenta desprenderse de semejante joya pero, por más que se ha devanado los sesos, no ha dado con ningún modo más rápido de obtener la cantidad necesaria. En apenas un par de horas, la puja cibernética eleva el precio por encima de sus expectativas. Dimas vende sin el más mínimo titubeo. Formalizada la transferencia, coge el móvil y llama a su hermano, que está en el bar, celebrando que dos meses atrás cumplió los veint isiete. —Hola, Amancio. Soy yo. Dimas. —¿Qué quieres? —¿Todo bien por ahí? —Llueve. ¿Qué quieres? —¿Te acuerdas de tía Gertrudis, la prima segunda de mamá? —No me suena. —Bueno, pues se ha muerto de vieja, y parece que nos ha dejado algo en el testamento. ¿Mamá no te lo ha dicho? —Hace bastante que no hablo con ella. —Ya, en fin. ¿Quieres que te mande tu parte? Es un piquillo. —Sí. Dimas cuelga y hace llegar a Amancio una cifra cualquiera seguida de tres ceros. Ansioso por poder darle cuanto antes la buena noticia a Dámaso, envía un telegrama con el sitio y la hora de la próxima comida. Después saca un libro de haikus y procede a memorizar alguno de los menos reconocibles, para luego hacerlo pasar por suyo y parecer genial delante de su amigo. Su telegrama, por cierto, queda sin respuesta para siempre. © Daniel Corpas Hansen

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¿P OR QUÉ E SCRI BI R EN P RE SEN TE? por Pablo Gonz

La imagen del hombre que predomina en el ámbito de la cultura occidental es la de un ser compuesto de dos elementos: el espíritu o alma, y la materia o cuerpo. Según mi juicio, esta división interna del ser humano (la imposición tácita de una frontera) nos acostumbra a ver el espacio y el tiempo como un lugar parcelado y jerarquizable. Parcelado en la medida en que si hay un «alma» y un «cuerpo», puede haber un «yo» y un «los demás» o un «yo» y un «medio ambiente», etc. Jerar quizable en la medida en que si dividimos cualquier cosa, una de las partes resultantes siempre es susceptible de ocupar una posición de dominio sobre la otra. N uestro modo de pensar común, el cristiano-capitalista-industrial, nos lleva a poner el alma por encima del cuerpo y el yo por encima del medio. El siguiente acto mental es el ejercicio de esa jerarquía: creemos que el alma maneja o pilota al cuerpo y que e l yo maneja o explota el medio ambiente. A este tipo de personas (que se piensan a sí mismos como parte distinta del medio en que viven), les suele sorprender la idea de su real pertenencia a éste. Los mismos que distinguen entre animales y hombres (como si el hombre no fuese un animal) o entre organismos vivos e inertes (como si todos ellos no se basaran en los mismos principios físicos), no suelen pensar que los productos de los hombres son absolutamente naturales; es decir, que nada justifica la división «natural/artificial» ya que todo lo artificial ha sido realizado en último término por personas (seres naturales) a partir de sustancias naturales (no hay otras). En tal sentido, el nido de un pájaro y un rascacielos de cualquier gran ciudad no son esencialmente distintos. Al hombre actual suele impactarle también otras dos ideas que tienen que ver con su relación con el espacio y con el tiempo. Muchos de nosotros, al salir a la calle, lo hacemos con la sensación de estar abandonando un espacio que nos pertenece (nuestra casa) e ingresando en uno que no nos pertenece. Sin embargo, ¿de quién es la calle? Nominalmente del Estado o del Municipio, pero de facto de quienes constituyen o delegan su representación en dichas instituciones; o sea, de todos nosotros. La calle es nuestra (como nuestra casa) aunque en menor medida, pues el primero es un espacio colec tivo y el segundo no. Por todo ello, la frontera mental que separa nuestra casa y nuestra calle (o ca mino o montaña o playa) no es una frontera esencial e n absoluto. Lo mismo ocurre con la percepción de nuestra ubicación temporal. Solemos dividir el tiempo en tres subespacios: pasado, presente y futuro. Pero ya sólo desde un punto de vista lógico, se hace evidente que el presente carece de dimensión (sería algo así como la confluencia entre el pasado y el futuro). Es razonable suponer que, en tal caso, sólo podemos vivir en uno de esos dos ambientes. Y como se hace imposible concebir que vivamos en el futuro, sólo nos queda esta afirmación: «Vivimos en el pasado». Para ser más precisos, yo diría que vivimos en uno de los extremos del pasado, sobre esa faceta que se forma al extenderse éste sobre un inexistente futuro. Por todo ello, la frontera que pre sumiblemente existe entre pasado y presente tampoco se justifica, a no ser que seamos partidarios de ponerle puertas al campo. Una vez esbozada esta filosofía, que debilita la imagen de un hombre que se somete y somete al medio (espaciotemporal) a las divisiones derivadas del uso de fronteras arbitrarias, podemos comprender que las novelas que ese hombre lee, estén escritas de preferencia en tiempo pasado. Él, in dudablemente, lee desde lo que considera el presente, o sea, un tiempo aislado de aquél en que se escribió la novela y evidentemente posterior (hubo que imprimir el libro, distribuirlo, etc). La novela, a los ojos de ese hombre, es un mensaje que proviene del pasado, y en tal sentido, él, al asomarse a ella, lo hace desde la seguridad del presente, como quien mira a una fiera a través de los barrotes de una jaula. Pues bien, escribir una novela en pasado significa reforzar esa pertenencia de la obra a un tiempo distinto al ocupado por el lector.

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Sin embargo, un hombre que se ve a sí mismo como un ser único e indiviso, que no reconoce las fronteras «alma/cuerpo», «yo/los demás», «nosotros/medio ambiente», «presente/pasado»; es decir, un hombre esencialmente libre y valiente (aquí ambos términos son sinónimos), no necesita que le cuenten novelas en pasado porque no teme esencialmente a lo que le cuenten, y no lo teme porque esencialmente sabe que eso ya, de un modo u otro, forma parte de él. Tampoco necesita las novelas en pasado porque es capaz de elaborar juicios propios sobre lo que lee; es decir, no necesita los que elabora el autor, obligado a ello (pa ra resultar convincente) desde el momento en que escribe en pasado; esto es, desde el momento en que finge que la historia contada es anterior al acto de escri birla y, por tanto, él ha tenido tiempo para elaborar los juicios oportunos. El hilo argumental de una novela escrita en pasado es necesario para que dicha historia transite entre los barrotes que separan el tiempo donde creció la historia (pasado) y el tiempo en que se está leyendo (presente). El hilo argumental de una novela escrita en presente rec onoce la participación creadora del lector (como un verdadero coautor o compañero de creación) y, por tanto, no precisa ser continuo (se puede y se debe presentar de forma fragmentaria). En un grado penúltimo, el lector prescinde de la historia impuesta por el especialista en contarlas, y requiere de él sólo materiales para la confección de su obra. Y por fin, el lector se transforma en autor de sus propias historias: es completamente libre. A la vista de estas consideraciones, se podrá comprender también p or qué los poemas o los cuentos sí admiten con facilidad el tiempo presente (incluso en un mundo «fronterizado» como el actual). La poesía, arrebatada de su historicidad por la novela (así como la filosofía fue arrebatada de su naturalidad por la ciencia), hizo de la contemplación su hogar. Para el poeta, el tiempo no es un problema desde el momento en que está identificado con él: el poeta abre la jaula de la fiera, detiene el tiempo y la mira sin peligro alguno; es libre dentro de su segundo eterno. El cuentista, por su parte, no sabe o no quiere detener el tiempo pero si se atreve a escribir en presente (a ser libre y a dar ejemplo de ello), tendrá que arriesgarse. El cuentista que escribe en presente es el tipo que durante un toque de queda corre hasta la esquina y vuelve a su casa antes de que se disparen las alarmas, o el que abre la jaula y la cierra justo cuando la fiera lo va a atacar. En todo caso, escribir en presente (sea un poema, un cuento o una novela) es un acto plenamente antisistémico (independientemente del contenido), pues los textos resultantes dicen a sus lectores (sin proponérselo) que el tiempo no está acotado, o sea, induce a las personas a recorrer el tiempo libremente. De esa experiencia —si barremos la escala en sentido contrario— , podremos obtener también las herramientas necesarias para habitar el espacio libremente; y así, parece consecuencia natural que a partir de entonces, nuestra frontera personal se disolverá y con ella nuestros compartimentos interiores. En otras pala bras, si el arte se impone la tarea de disolver la sociedad, de hacerla más fluida para que pueda adaptarse a las nuevas circunstancias históricas y así sobrevivir y mejorar, sería casi un requisito indispensable que los escritores más comprometidos escrib ieran en presente, que de una forma simbólica (incluso) demostraran que están justo sobre el momento, plenamente atentos a él. © Pablo Gonz

Pablo Gonz es un escritor español nacido en Sevilla (1968) y radicado en Valdivia (Chile) desde el año 2001. Hasta los tres años, vivió en Sao Paulo (Brasil) y a esa edad su familia se trasladó a Barcelona, donde permaneció hasta 1976. El siguiente destino fue Madrid, donde pasó la mayor parte de su infancia y su juventud, con un lapso de casi un año (1991-1992) en Múnich (Alemania). En este mismo periodo se produjo su definitivo acercamiento a la literatura, siendo sus primeras referencias literarias Gabriel García Márquez, Eduardo Mendoza, León Tolstoy y Stefan Zweig. Tiene c inco novelas publicadas: 1996: La pasión de Octubre (ed. Alba, Barcelona). 1997: Experto en silencios (ed. Bitzoc, Palma de Mallorca, España). 1998: Los hijos de León Armendiaguirre (ed. Planeta, Barcelona). 2008: Libertad (ed. Uqbar, Santiago de Chile). 2008: Mío (ed. Carisma, Badajoz, España). La saliva del tigre. Minificciones es su último libro (2010).

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NOVE LA, CINE Y P OE SÍ A. EN SAYOS CRÍ TICOS DE JU AN CAN O BALLE STA por José López Rueda

Editorial Academia del Hispanismo acaba de publicar un nuevo libro de ensayos del conocido crítico y teórico de la literatura Juan Cano Ballesta. Como soy un lector y a veces comentarista del escritor murciano, he leído con gran interés y provecho este volumen que estudia tiempos y creadores que me son dilectos por haberlos conocido a lo largo de mi vida ya un tanto longeva. Algunos poetas y novelistas que estudia Cano en este libro, fueron compañeros y amigos míos en aquella remota Facultad de Filosofía y Letras de la UCM de los últimos años cuarentas y primeros cincuentas del pasado milenio. Entre ellos puedo mencionar a Rafael Sánchez Ferlosio, que muchos años después recibiría el Premio Cervantes y a Jesús Fernández Santos, que con el tiempo ganaría los prestigiosos premios Nadal y P laneta y escribiría Extramuros, esa estupenda novela de castellano cervantino y monjas lesbianas. Cano diserta en su libro sobre la influencia que tuvo en nuestros narradores el cine neorrealista ita liano y se detiene especialmente en El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, quien, como otros narradores de los años cincuenta, se limita a enfocar su cámara literaria a la realidad como habían hecho en el cine Roberto Rosselini en Roma, città aperta (1945) y Vittorio de Sica en Ladri de biciclette (1949). En su análisis de El Jarama, Cano Ballesta señala las principales características del nuevo estilo. «La narración no aparece ordenada en tradicionales capítulos, sino en lo que podríamos lla mar secuencias fílmicas sueltas ». Además «se prescinde del análisis psicológico y de la exaltación del héroe individual…para enfocar la atención del lector hacia los problemas sociales y hacia el protagonista colectivo». Cano menciona también a Jesús Fernández Santos, quien «señala a los italianos, y sobre todo a Pavese y Vittorini, como destacadas influencias europeas en su obra ». Esto ya puede advertirlo el lector en su novela Los Bravos, que yo leí manuscrita en una vieja máquina de escribir de aquella época sin ordenadores, cuando ni él ni yo podíamos prever que unos años des pués ganaría el Premio P laneta. P or cierto que tanto Fer losio como Fernández Santos, estudiaron cinematografía en Madrid y en el caso de Jesús, hay que decir que fue también un profesional de documentales cinematográficos entre los que destaca el excelente dedicado a El Greco. Juan Cano señala en los novelistas españoles de los años cuarentas y cincuentas la formidable influencia de los grandes narradores norteamericanos de la famosa lost generation. Todos los que por entonces aspirábamos a ser novelistas, leíamos a Hemingway, a Steinbeck y a Faulkner. Aparte de los americanos y de los neorrealistas, Cano Ballesta alude también a otra característica de la época: «el objetivismo narrativo, el behaviorismo o conductismo, la captación precisa del diálogo y la casi supresión de toda subjetividad o de la interioridad psíquica de los personajes ». Como ilustre ejemplo de esta narrativa, Cano brinda al lector un excelente ensayo dedicado a la novela de J. García Hortelano titulada Nuevas amistades. El gran obstáculo de los escritores de la posguerra fue la censura. Los manuscritos eran sometidos a un riguroso control que a veces resultaba ridículo. Contaba un autor de la época que le devolvieron una novela porque en un pasaje se decía que el personaje se había metido en la cama sin rezar sus oraciones. Nuestros narradores querían hablar del sórdido mundo que veían, pero había que burlar a la censura. Cano presenta algunos casos en su libro. Uno de los más interesantes lo encontramos en su análisis de Cinco horas con Mario de Miguel Delibes en que la protagonista monologa junto al cadáver de su marido y le reprocha todo lo que en él encontraba de inadmisible. En su discurso, ella formula su visión del mundo siguiendo las ideas y valores pacatos y clericaloides que aceptaba la «gente bien» de la época. La censura no se percató del tono irónico del texto y aprobó la publicación.

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Otra forma de contrarrestar las falsas afirmaciones de los medios de comunicación era sencillamente limitarse a describir la vida miserable de ciertos pueblos de España o de los suburbios de las ciu dades sin decir quiénes eran los culpables de la terrible situación. Es lo que hacen los autores de la novela social y los narradores de libros de viajes como Armando López Salinas y Antonio Ferres, cuyo libro Caminando por las Hurdes (1960) puede considerarse como el iniciador de esta narrativa que imprime a sus textos «el sello de un humanismo solidario, testimonial y ético» en la línea de los neorrealistas italianos. En este mismo ensayo, Cano recuerda el libro de Juan Goytisolo Campos de Níjar (1960) donde «el viaje no es un recorrido de placer, ni tiene connotaciones estéticas,….sino que pinta y divulga una realidad callada por el régimen que es de por sí una severa denuncia del mismo». La primera parte de la obra que estamos comentando, termina con un ensayo dedicado a Juan GilAlbert y sus reflexiones sobre el cine. Al lector que no conozca este aspecto de la obra del gran ensayista valenciano, le sorprenden sus ideas sobre el séptimo arte, que discrepan, al menos en sus artículos juveniles, con el entusiasmo de otros ilustres miembros de su generación, como Lorca y Alberti. Es interesante cómo Cano en su ensayo nos presenta las impresiones de Gil-Albert a medida que el cine va evolucionando. Durante muchos años, el valenciano considera que el cine es un arte menor movido por el dinero y que encandila a las masas. Es curioso que a medida que el cine va incorporando adelantos, el escritor no los valora, sino que los considera impropios de su esencia. Eso le ocurre primero con el sonido y luego con el color. Veamos, como un divertido ejemplo, sus propias palabras sobre el sonido: «la pantalla habló, o seamos justos, emitió unos sonidos descompasados, brutales, hirientes, que deshicieron, con la brusquedad de un cataclismo, la misteriosa vida de humo de la pantalla». «Sin embargo —nos dice Cano— en su ―Homenaje a Luchino Visconti‖, fascinado por los logros de la película Il Gatopardo, Gil-Albert parece llegar a una conclusión favorable al cine ». La segunda mitad del libro de Cano está dedicado a estudios sobre poesía española contemporánea, en la que el crítico murciano es una autoridad. El primer ensayo está dedicado al impacto de Jorge Guillén en la poesía de entreguerras y cubre dos campos: el primero analiza la influencia del vallisolitano sobre sus c oetáneos y el segundo, sobre los poetas más jóvenes. A mí me ha interesado particularmente el estudio que dedica Juan Cano al influjo de Guillén sobre Luis Cernuda, que sin duda es evidente en Perfil del aire , su primer poemario. Malignos lectores del poeta sevillano exageraron la dependencia y Cernuda se defendió, pero nunca dejó de aceptar esa inicial influencia en la forma. En cuanto al fondo, Cano observa con razón que en Perfil del aire , Cernuda logra impregnar sus versos «de una tonalidad melancólica y un sentimiento muy alejados del fervor jubiloso y el embeleso ante el cosmos del maestro». Y añadimos nosotros que si comparamos ambas obras en su totalidad, Guillén y Cernuda son poetas muy diferentes. Otros poetas que estudia en su libro Cano son Car men Conde, neorromántica, rebelde y unamunianamente atormentada, el murciano Francisco Sánchez Bautista, lírico de protesta social y raíces telúricas y el madrileño Diego Jesús Jiménez. De este último nos dice Cano que en su obra «nos da una perfecta síntesis de lo que es gusto estético y compromiso». Del ensayo sobre Carmen Conde, nos han interesado especialmente las noticias que nos da Cano Ballesta sobre la estrecha amistad que hubo entre ella y Miguel Hernández. En los últimos capítulos del libro, Cano estudia la poesía de la experiencia en un texto esclarecedor sobre Luis García Montero, y los mitos helénicos en los poetas de los años ochenta y noventa. Como filólogo clásico que soy, he leído con sumo interés las páginas que el crítico murciano dedica a la pervivencia de los viejos mitos griegos en nuestros últimos poetas. Es asombroso pensar cómo ese hermoso mundo mitológico de la Hélade ha estado presente en la poesía occidental durante más de dos milenios. Los llamados poetas novísimos (cf. Castellet , Nueve novísimos, 1970) que cultivaron una poesía estrictamente esteticista, utilizaron el mundo clásico recreando la belleza de sus mitos. Pero nuestros poetas jóvenes buscan en ellos semejanzas con «problemas psicológicos, existenciales, sexuales y filosóficos propios de su entorno vital y de su tiempo». Juan Cano Ballesta, navegante de largas travesías por ese vasto mar que es la poesía última española, nos brinda ejemplos concretos del variado uso de los mitos clásicos por los jóvenes bardos (y barda s) ibéricos. Creo que NARRATIVAS

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esta última parte del libro es la más novedosa porque trata de un bosque muy complejo todavía poco explorado y en él se interna Cano como uno de los principales pioneros. © José López Rueda

José López Rueda (Madrid, 1928). Dr. en Filosofía y Letras, Sección de Filología Clásica (UCM). Catedrático Emérito de la Universidad Simón Bolívar (Venezuela). Ha publicado varias novelas, entre las cuales se distingue Aldea 1936, sobre la Guerra Civil española, y 10 poemarios, entre los cuales destacaremos Cantos equinocciales (1977), el más clásico, y Fervor Secreto (2002), el más experimentalista.

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Aniversarios

REVI SI ÓN DE LA MIN A, DE ARMAN DO LÓPEZ SALI NAS por Pedro M. Domene Las primeras novelas sociales que aparecen en la escena literaria después de la Guerra Civil se ocupan del obrero y del empleado de oficina, y presentan las características de muchas de las tendencias desa rrolladas tras el final de la contienda Habían heredado esa plasmación lírica que ofrecía un largo periodo de silencio, y que desembocaría en una novela proletaria con características similares a las ensa yadas antes de la sublevación militar, aunque con esas nuevas perspectivas se trate de una lucha por el «pan» frente a ese concepto revolucionario en aquellas historias que siempre solían estar teñidas de tristeza y melancolía. Artes y oficios se combinan en estas narraciones, y se capitaliza, al mismo tiempo, ese aspecto vivido en los suburbios de las grandes ciudades, a donde se acude en busca de una mejor vida laboral y personal. Diez años más tarde del final de la contienda, Enrique Azcoaga había publicado, El empleado (1949) 1, novela muy galdosiana, aunque el problema de este personaje es el tedio, la insatisfacción o la amar gura que le provoca la estrechez de un minúsculo sueldo con el que nunca llega hasta final de mes y, pese a que el autor provoca en su empleado falsas pretensiones de grandeza, este sabe que nunca lle gará a nada porque se sabe engañado, y es consciente de lo insignificante de su trabajo. Dolores Medio se ocupa, también, de un tema muy parecido en Funcionario público (1956) 2, aunque en esta ocasión el empleado de Telecomunicaciones, la desesperación y amargura que siente, se verán desde fuera, sin que la narradora recurra a lo que sucede diariamente en la oficina. Jesús López Pacheco construye una Central eléctrica (1958) 3 en una de las regiones más atrasadas de España, según parece en la provincia de Zamora, donde el padre del autor habría estado trabajando y se cuentan experiencias vividas de cerca por el propio López Pacheco. A partir de este momento, tras la aparición de esta novela caracte rísticamente más épico-social, y a principios de los sesenta, más relajada la censura de los últimos años, la denunc ia explícita y la crítica social de una proletariado harto hace su aparición y, así una novela como La mina (1960) 4, de Armando López Salinas, conmocionará a la actualidad narrativa del momento, puesto que este relato se ocupará de un campesinado forzado a convertirse en un simple obrero. Y lo más curioso de la historia, alejada de los mensajes de López Pacheco que abogaba por una visión universal y epopéyica del trabajo del obrero, aquí se concreta en la vida del minero y de las condiciones en que este debe trabajar bajo tierra. La mina se divide en tres partes que López Salinas titula, acertadamente, «La huída», «La cuadrilla» y «El hundimiento», que desarrollan la vida del campesino Joaquín, poco antes de abandonar su pueblo hasta el lugar donde muere, finalmente. Joaquín García es natural de un pueblo de Granada, campesino sin tierra, vive como muchos, de las eventualidades que van surgiendo, aunque las peonadas nunca alcanzan para subsistir. El jornalero tiene una familia que alimentar y vestir, y siempre ha soñado con vivir del trabajo de la tierra y cuando pretende que el amo le ceda un pequeño bancal donde cultivar, ante la negativa, opta por la emigración y reúne a su familia para trasladarse a la provincia de Ciudad Real, concretamente a Los Llanos, donde se puede trabajar en la mina. Con la ayuda de un primo consigue ser «caballista», en una cuadrilla de ocho hombres, extremeños y asturianos, aunque cuando entra por primera vez en la boca del pozo se da cuenta de las condiciones de trabajo a que so n sometidos los hombres en aquella galería cuarta. Sin embargo, Joaquín va progresando poco a poco, las 45 pesetas de jornal, más las horas extras, y algún destajo que otro, le permiten ocupar una casita que irá 1

Madrid, Revista de Occidente, 1949; 275 págs. Barcelona, Destino, 1956; Col., Áncora y Delfín, núm., 128; 250 págs. 3 Barcelona, Destino, 1958; Col., Áncora y Delfín; 324 págs . 4 El 6 de enero se fallaba en el Ritz el Premio Nadal, y La mina, figuraba como finalista; finalmente, la publicará Destino en su colección Áncora y Delfín, 247 págs. 2

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arreglando y amueblando, incluso se ocupa de criar unos conejos y tiene posibilidades de adquirir una bicicleta muy pronto. Joaquín es un personaje que goza de cierta individualidad, Angustias, su mujer, es simplemente un carácter accesorio que refuerza sus problemas y actitudes. Los demás, en la n ovela, solo aparecen como «mineros», «campesinos» o «esposas». El carácter de Joaquín es poco complejo, y señala Gil Casado, estaría solo visto desde el punto de vista de su querencia por el campo. Mientras tanto, los mineros protestan por las escasas medidas de seguridad, por el mal estado de las vigas, por la falta de aire, aunque sus reivindicaciones son desoídas y se les castiga con menos horas de trabajo. La desgracia finalmente ocurre y las sirenas anuncian un accidente en unos de los pozos, mientras una multitud de hombres y mujeres acuden para asaltar la Dirección de la Empresa (páginas, dos concre tamente, suprimidas por la censura). Además de la protesta, señala Gil Casado 5, la solidaridad y el desquite, hay un sentimiento de esperanza que, implícita o explícitamente, aparece en otras novelas de López Salinas. Es la esperanza de que, en el futuro, el trabajador podrá redimirse y gozar de los dere chos que ahora se le niegan. Un futuro puesto de manifiesto cuando muerto Joaquín, su mujer Angus tias se pregunta si debe volver al pueblo o quedarse en Los Llanos. Y pronto se da cuenta de que volver sería un retroceso, y luego cuando sus hijos crecieran tendrían que emprender el camino de todos, el exilio de la propia tierra. Detalles que muestran la vis ión crítica de López Salinas, enfocada siempre desde el punto de vista de los obreros y de sus reivindicaciones sociales. López Salinas postula acerca de la situación del proletariado, primero desde el jornalero del campo y posteriormente como el peón de mina, considerando que los terratenientes y los industriales no hacen nada para mejorar la situación de sus trabajadores, mientras que los obreros trabajan para que ellos vivan bien y, por añadidura, se enriquezcan aun más. El rico frente al pobre, el dueño frente al obrero que se repite en esta novela de López Salinas y en posteriores libros y ensayos suyos. Aunque la lucha no es de carácter político, aunque pueda parecerlo sino más bien critican o se resienten de ese poder que les prohíbe reclamar derechos fundamentales y juzgan a la fuerza pública que los reprime. Y si esa negación de derechos y un jornal justo se traduce en una auténtica protesta, esta sin duda se da en La mina, y se agudizará en Año tras año (1962), novela que nunca se publicará en este país. En 1959, año en que La mina queda finalista del premio Nadal, según apunta en su Introducción, David Becerra Mayor 6, supone para España su incorporación definitiva al bloque capitalista y bajo este precepto se está modernizando. Ciertos elementos residuales, propios del fascismo, coexistirán con elementos de consumo, como por ejemplo la retransmisión, por primera vez en televisión, de un Real Madrid-Barcelona, un 15 de febrero de 1959, o poco antes la inauguración de la basílica excavada en el Valle de los Caídos, el 1 de abril del mismo año, y mejor aun el concierto que el grupo de pop britá nico The Beatles diera el 1 de julio de 1965 en Madrid, después de aterrizar unos días antes en el aeropuerto de Barcelona, disfrazados de toreros. Más allá de lo anecdótico, apunta Becerra Mayor, es fácil reconocer el proceso de desfascistización que inicia el franquismo tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial de los países del eje y su urgencia de establecer lazos con el bloque capitalista occidental. Y en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos tenían los argumentos suficientes para servirse de la dictadura de Franco como aliado frente al enemigo común, así ambos países negociaron muy pronto tratados bilaterales: en agosto de 1950 el senado norteamericano aprueba un préstamo de 100 millones de dólares a España; más tarde reconocen el régimen de Franco, la ONU levanta el veto al Estado franquista y España se incorpora a la FAO y, finalmente, a raíz del establecimiento de nume rosas bases militares a lo largo de la geografía española, el resto de órganos internacionales fueron reconociendo el régimen. Pese a todo, la década de los sesenta estuvo marcada por un alto índice de conflictividad social: manifestaciones, huelgas y boicots que cobraron protagonismo en la agenda social española de aquellos días. Este es el contexto, consecuencia del crecimiento económico y los cambios sociales que acompañan a los españoles de entonces, que Armando López Salinas retrata y describe en su literatura, sobre todo, en La mina, en la que describe una clase obrera sobre cuyas espaldas se construye la nueva política económica española que permite la pervivencia de la dictadura militar franquista. Los personajes de López Salinas son las primeras víctimas del «desarrollismo económico español». 5

La novela social española; Barcelona, Seix-Barral, 1968., pág., 349 y ss. Armando López Salinas, La mina; ed., de David Becerra Mayor; Madrid, Akal, 2013; Introducción, págs. 5-112, un pormenorizado estudio sobre la obra, con una bibliografía selecta y bien documentada. 6

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El «Estudio preliminar» y el análisis que David Becerra Mayor realiza sobre la época y sobre la novela de López Salinas resulta de una clarividencia y exhaustividad asombrosas y subraya como en el contexto de una literatura social-realista los autores hablaban a unos oyentes que, en realidad, no escuchaban, aunque el proceso debería haber sido a la inversa, la creación de las condiciones favorables para conciencias a un público diferente, aunque el nivel cultural del momento no era el adecuado y de una auténtica toma de conciencia. La novela aunque pasó la censura y esta la autorizó y debió ser publicado en su integridad, según constató Pablo Gil Casado 7 se habían suprimido al menos dos páginas y media del momento en que en el pozo «Inclinado» se produce un asalto a la Minera en el que participan las mujeres de los mineros muertos en el accidente y un número elevado de hombres que acuden al lugar de los hechos. En España se habían hecho dos ediciones, la de 1960 y 1968, ambas en Destino, y la francesa de 1962, con el texto íntegro, y posteriormente Destinolibro había repetido en 1977 y 1980, además de una tercera en Orbis, dentro de la colección Grandes Autores Españoles del Siglo XX. Gil Casado 8 señala algunas amputaciones más, aunque lo más significativo se encuentre en el capítulo tercero, y en el segundo algunos pasajes, y si la novela tuvo un informe de censura favorable y se editó, como estaba previsto, solo cabe pensar en que la propia editorial enviará el original con sus propias tachaduras una vez que se decidiera a editarla, como ocurrió en marzo de 1960. Desde el punto de vista narratológico, según Becerra Mayor, La mina, «es una novela igualmente rica, al combinar la utilización del narrador omnisciente extradiegético y el estilo directo con el empeño del monólogo interior, el estilo indirecto e indirecto libre. Mediante estos recursos podemos tener acceso a los pensamientos de los personajes sin la necesidad de conocer toda la información solamente a través del diálogo o de un narrador con un conocimiento total de los personajes y de la trama. Conocemos los conflictos y problemas de los personajes por medio de sus disertaciones en solitario, mientras pasea, trabajan o simplemente esperan sentados ». Rafael Bosch 9 incluso advierte «elementos de impulso lírico, aunque las referencias de carácter poético se aplican casi siempre a los aspectos humanos de las novela, principalmente a las cualidades y movimientos del alma », y aun insiste en descubrir «grandes cualidades generales, sobre todo por la intensidad de su sentido trágico y por la visión detallada y viva del pueblo trabajador y del trabajo, cualidades únicas de esta novela»; La mina, termina, «nos parece una apasionante obra maestra de la novelística actual, merecedora de más especial atención e imitación». Temáticamente hablando, Becerra Mayor, postula los cinco bloques 10 que estructura la novela, la presencia de la Guerra Civil española, la crítica sobre una reforma agraria capaz de resolver uno de los problemas históricos de España, consecuencia de la asimetría entre sus regiones, el tema de a emigra ción como resultado de los anterior, las desigualdades de clase y de género que la novela describe y denuncia, y finalmente, el tema central: las condiciones laborales que sufren los personajes en la mina. © Pedro M. Domene

Pedro M. Domene. Nació en Huércal Overa (Almería) en 1954. Profesor de Lengua y Literatura. Colabora asiduamente en publicaciones literarias especializadas de España, México y Estados Unidos. Crítico literario en el suplemento Cuadernos del Sur del diario Córdoba y en las revistas Mercurio, Turia y Literal, Latin American Voices (Houston). Autor de varias antologías y publicaciones sobre narrativa contemporánea, Narradores españoles de hoy (1997), Lo que cuentan los cuentos (2001), Microrrelato en Andalucía (2008) y Disidencias (en la literatura española del siglo XX) (2010). Ha reunido sus ensayos en el volumen Imposturas (2000) y publicado obras de ficción para jóvenes como Después de Praga nada fue igual, II Premio de Narrativas Juvenil Los Pedroches, Conexión Helsinki (2009) y Las ratas del Titanic (2014). 7

Ob., cit. La novela social española; Barcelona, Seix-Barral, 1968. 9 La novela española del siglo XX. Vol. II. De la República a la Postguerra (Las generaciones novelísticas del 30 al 60); Nueva York, Las Américas, 1970; pág. 330 y 333. 10 Ob. cit., págs. 58-59, del ―Estudio Preliminar‖. 8

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Reseñas EL GENERAL Y LA MUSA, de Román Piña Valls Editorial Sloper Colección: La noche polar 216 páginas Fecha de publicación: 2013 ISBN 978-84-940204-5-2

*** Oí hablar de este libro en mis últimas vacaciones. Los amigos Javier y Aura, que regentan la librería Kattigara, posiblemente la mejor libre ría de Santander, y con quienes tuve el gusto de pasar una tarde tomando una sidra de destilación casera, me hablaron de esta novela de Román Piña como un libro destinado a ser «de culto»; es decir, un libro poco vendido, casi subterráneo, pero haciendo referencia al cual pueden identificarse entre sí los amantes de la buena literatura. Pue des tener la confianza de que, al menos, no estás hablando con un seguidor de modas; esos que saltan sin mayor sentido del Código Da Vinci a las Sombras de Grey y no tienen la menor intención de desmarcarse del territorio cómodo y trillado de las listas de más v endidos y las recomendaciones del personal de librería de El Corte Inglés —chicas muy amables que el mes pasado mismo estaban atendiendo en la Sección Menaje—. «¡El general y la musa!, ¡no me digas que tú también la has leído!» No me resultaba novedoso el nombre de Román Piña, tanto por su revista La bolsa de pipas, que va ya para tropecientos años picando piedra, como por alguna novelilla que sacara y que, en mi condición de (triste) crítico de una revista minoritaria, quizás una de las pocas donde podía obtener una reseña, me pidieron que leyese y reseñase. No recuerdo cuál o cuáles en concreto fueron, y no me veo con ganas de ponerme ahora a revolver en la librería de la habitación, que la tengo toda desordenada —un día tendría que ponerme a colocar los volúmenes por orden alfabético, según los apellidos de los autores… pero siempre hay algo que lo impide, y van ya para quince años —. Sé, sin embargo, que me dejaron una muy buena impresión en boca, como dicen los enólogos, que lo consideré entonces un escritor serio pese a —o precisamente por— que se dedicara a intentar hacer humor, y que se ganó mi respeto en lo poco que le pueda servir. Por ello es que cuando mis amigos santanderinos me recomendaron su novela —y tuvieron también el detalle de proporcionármela— me lancé ávido sobre ella… en cuanto puede concluir los tres o cuatro libros, novedades editoriales de sellos humildes, que tenía por delante pendientes de crítica. En fin, las tribulaciones de un (pobre) reseñista… Algo hay, desde las primeras páginas, en este El general y la musa que te reconcilia con la literatura, pese a todos los desprecios y ninguneos que te hayan hecho en persona o hayas visto hacer en textos a los que les tenías algún aprecio. Algo hay que te hace renovar la tonta creencia e n que al final ganarán los buenos; en que no importa la conspiración mediocre con que la industria —que bien sabido es que sólo entiende de números, que es lo más fácil de percibir; no de calidad — se ha adueñado de la literatura basándose sólo en las cifras: un día, se verá nítidamente y se tendrá claro, de toda claridad, que esta novela de Piña estaba por encima de la mayoría de su época… pese a sus varios defectos, o los tiene o a mí me lo parecen, y que luego comentaré si me acuerdo. Pero sólo por el planteamiento, por el desparpajo, por la preponderancia que se le ofrece a la ima ginación a costa, lo primero, de la «coherencia histórica», por la suprema libertad con que está concebida, esta novela es muy grande. Expongo sólo el argumento inicial. En 1933, esto es histórico, el general Francisco Franco es nombrado gobernador militar de las Baleares —patria chica de Román Piña— y toma posesión de su cargo como lo que es: un estricto militar. Sin embargo, desde los primeros días, algo debe de haber en el ambiente, en el clima, en el éter, que lleva al general a comenzar a hacer cosas excéntricas. Una mañana se levanta con ganas de destilar licor; otras siente una imperiosa, imparable atracción hacía el mundo del jazz, y se hace baterista; luego, juntado con los elementos más disolutos que

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habitan en la isla, como Robert Graves, llega a hacerse nudista, contestatario… y otras mil extra vagancias más mientras en sus sueños se le aparece una mujer hermosa y distante, inaccesible, de la que sólo sabe su nombre: Patricia Conde —equilicuá: la presentadora de televisión—. Sobre este fondo, se van sucediendo aventuras, escenas en ocasiones hilarantes —como cuando a Franco se le queda enganchado el dedo gordo en el desagüe de la bañera —, situaciones más hilarantes todavía —como cuando un psicólogo se decide a hipnotizarle y a preguntarle por esas pala bras: «microondas», «canal plus», «flipar» que desde hace un tiempo Franco pronuncia en público—. ¿Un disparate? Eso quizás piense el lector al leer esto tal y como yo, con mis cortos medios, lo escribo, pero nada de disparate: en, sencillamente, literatura libre, alegre, literatura que aspira a volar, y que vuela de hecho sin importarla los lazos de «conveniencia», «verdad», «sujeción a la verosimilitud» con que hayan podido atarla aquí abajo. Bien es verdad, como apunté, que la lastran algunos, a mi entender, errores, que provienen preci samente de cuando el autor quiere darle a la novela un aire de investigación policial, aunque bas tante absurda, en torno a la casa en que habitó Chopin durante su estancia en Mallorca y el piano que tocó, pero investigación al cabo que detiene el juego, lo enrevesa sin mucho sentido, en algu nas páginas llega incluso a resultar pesado. Pero quizás mejor, porque cuando la novela suelta ese lastre es verdad que se eleva hasta alturas nunca, que yo sepa, desde Cunqueiro acá, estiladas por estos pagos. Y apelando ahora a la libertad que tanto abunda en esta novela, y aprovechando algún nexo de unión que existe con el argumento de El general y la musa, quisiera —bueno, no quisiera, voy a— transcribir aquí un fragmento de uno de mis Diez cuentos mal contados, el que se titula «El éter». El objeto es reivindicarme a mí mismo —perdón por la inmodestia— como escritor si no bueno, quizás, sí al menos pionero en esto de imaginar a un dictador transmutado. La acción se sitúa en una sesión de espiritismo a la que, sucesivamente, son convocados por la médium Francisco Franco y Elvis Presley; en un momento determinado, la sesión se interrumpe de forma abrupta y ambos espíritus vuelven a su realidad… pero trastocados, con lo cual, en las enciclopedias de un tiempo paralelo dice lo siguiente: «Francisco Franco: militar y showman español. Alumno de la Academia Militar de Zaragoza, destacó muy pronto entre sus compañeros por el grácil y cimbreante modo que tenía de desfilar y que le valió el apelativo de Franco la Pelvis. Este hecho hizo que un productor musical se fijara en él y le consiguiera un contrato con una compañía discográfica, con la que grabó su primer single: Love me tender, que constituyó todo un éxito, gracias, sobre todo, a su voz grave y cautivadora. En los años siguientes se sucedieron los éxitos: Are you lonesome tonight?, In the ghetto o la electrizante Suspicious mind, que Franco bailaba a ritmo frenético, se fueron turnando en el número uno de las ventas. Por aquel entonces, su imagen de joven rebelde, su breve bigotillo y su característico y kilométrico tupé se habían convertido ya en todo un icono, como quedó demostrado en la película King Creole, que supuso un acontecimiento y dio origen al fenómeno de los fans. Empedernido mujeriego, quedó impactado por la noticia de que su instructor de kárate se había fugado con su es posa, Priscilla, señora de Meirás, y de resultas de ello cayó en u na grave depresión. Empezó a abusar de las drogas y del alcohol y a frecuentar las orgias; como consecuencia, sufrió un espectacular aumento de peso. El declive se abatió sobre él de forma rápida. Sus últimas actuaciones, vestido con trajes de lentejuelas y notoriamente afectado por el consumo de psicotrópicos, dieron la vuelta al mundo como ejemplo de decadencia. Poco des pués, se anunció su muerte, aunque muchos piensan que la estrella no murió en realidad, sino que todo fue una estratagema para escapar de la pública. Comoquiera que sea, todavía hoy miles de personas acuden a visitar su ciudad natal, El Ferrol, que en homenaje a él fue rebautizada como El Ferrol del Rey del Rock». Hasta aquí la cita. ¡No quieran saber cómo es la biografía que sigue: la de Elvis transmutado en Francisco Franco! Pero no, no la voy a transcribir aquí, busquen mis Diez cuentos mal contados y léanlo. Pero antes, por supuesto, sumérjanse en este El general y la musa y pasen un buen rato seguros de estar leyendo buena literatura, aunque no lo digan los críticos convencionales. © Miguel Baquero

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TODO LEJOS, de Alfons Cervera Editorial: Piel de Zapa Fecha de publicación: 2014 192 páginas ISBN 978-84-942638-4-2

*** Puede que Alfons Cervera sea uno de los autores españoles más notables del momento aunque siempre se haya mantenido lejos de los cenáculos literarios, de sus pompas y de sus fastos, que tanto odia como desprecia. El autor de Gestalgar, un pequeño pueblo va lenciano en donde nació y en donde sigue, fiel a sus orígenes, ha publicado un buen número de novelas y su nombre ha sonado para el premio nacional de literatura: De vampiros y otros asuntos amorosos, Fragmentos de abril, Nunca conocí un corazón tan solitario, La ciudad oscura, El domador de leones, Nos veremos en París, seguramente, Els paradisos artificials, La risa del idiota, L`home mort, La lentitud del espía, Esas vidas, Tantas lágrimas han corrido desde entonces, El color del crepúsculo, Maquis, La noche inmóvil, La sombra del cielo y Aquel invierno, a la que se añade Todo lejos, un corpus literario impresionante y coherente que habla del autor de la memoria: La memoria es el relato de lo que ya no existe. Es un tópico universalmente aceptado que en cada novela, de las de verdad, de las que se cocinan con el fuego del alma y se escriben con sangre, suele haber mucho del autor. Alfons Cervera convierte en literario sus vivencias matizadas por el recuerdo selectivo, las personas con las que se relacionó devienen personajes en casi toda su obra; más en Todo lejos, un fresco coral que gira alrededor de esa lucha épica de unos jóvenes contra la dictadura en el tardofranquismo que él vi vió. Con capítulos cortos, algunos de página y media, y mediante la técnica de la entrevista, pero de jando solo la respuesta, Alfons Cervera interroga a una serie de personajes de toda ralea, militan tes antifranquistas que se jugaron la vida —No tenía labios la boca de Juan, eso lo recuerdo. Sólo chorros de sangre que se deslizaban por la barbilla y luego por el cuello —, jóvenes que pasaron del asunto político, verdugos que torturaron —¿Que si yo he pegado hostias alguna vez?, le digo claramente que más de una. El orden no es fácil de mantener y la mano dura es una forma de encau zar ese buen orden—, personajes que dudaron, conformistas, traidores, en un momento de nuestra historia presente. Con esa técnica asombrosa, original y ágil, sin respeto al orden cronológico —Se acabó lo de empezar la historia por el principio. Lo que hay que hacer es respetar los flujos inesta bles de la memoria, la selección de lo que se recuerda, el ir y venir de los sofocos asfixiantes que nos provoca el miedo— Alfons Cervera arma un fresco de una época de no más de 180 páginas de prosa convenientemente destilada y frase corta que, sin embargo, debe leerse lentamente, porque en cada página encontrará el lector una sentencia que le haga recapacitar. Cuatro líneas dedicadas al Dauphin Gordini, coche emblemático de la época, le sirven a Alfons Cervera para situar al lector en el contexto temporal —La nube de polvo envolviendo la chatarra vieja del Gordini. El coche de las viudas, lo llamaban. Tenía el motor atrás y bailaba en las curvas como una peonza. ¡Chaf!, un fuelle de hierros retorcidos, el conductor muerto, la mujer sola. Los Gordinis— y pocas más para denunciar el fracaso de una lucha política que nos ha llevado adonde estamos en este preciso momento —Los tipos que acuerdan subsidios de miseria para quien no encuentra trabajo cobran miles de euros al mes y se limpian el culo con papel perfumado, como si fueran Isabel Preysler o las hermanas Koplowitz. Todo lejos es un relato nostálgico de la épica de una derrota, de unos luchadores idealistas —Las revoluciones están hechas de tiros pero sobre todo de sueños— que vieron en qué se convirtió aquello por lo que lucharon y que llegó casi como una secuencia natural, sin importar que ellos hubieran intervenido. Cargarse la memoria, olvidarse de los muertos en las cunetas como machaconamente predica la derecha política de este país con su política del olvido, qu e es como si a los alemanes les dijeran que olvidaran Auschwitz, es borrar la historia, nuestra responsabilidad en lo que aconteció y de lo que venimos. Alfons Cervera escribe en su novela historia con mayúsculas de lo anecdótico, de esa lucha invisible que seguramente sólo sirvió para tranquilizar la conciencia de los que la llevaron a

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cabo pero que dejó rastros de dolor insoportable, —Uno no sabe, nadie puede saberlo, hasta dónde puede llegar la resistencia humana cuando te enchufan los cables en la nuca y puños adiestrados te golpean en todo el cuerpo en una rueda de caras rabiosas y risas aún peores que los golpes— pero que aun así fue necesaria para poder sobrevivir en la grisura insoportable del fran quismo. Todo lejos es una novela política y humana, nostálgica y triste, de un tiempo pasado en donde primaban los conciertos de Los Taburos en la terraza del bar Tropical cuando tocaban piezas de The Platters —Las discotecas acabaron con los conjuntos y las salas de baile —. Y todo ello escrito con una lírica seca, que huye de la belleza formal del sonajero que denuncia Juan Marsé, para ir direc tamente al alma por los vericuetos de la memoria. Y como siempre, también, otra obsesión aclaratoria: la memoria habla de ahora mismo y nunca del pasado. De ahí que esa memoria sea menos refugio que intemperie, menos seguridad que incerti dumbre, dice el autor de la memoria. © José Luis Muñoz http://lasoledaddelcorredordefondo.blogspot.com

EL SUEÑO DEL DEPREDADOR, de Óscar Bribián Ediciones Versátil Colección: Off Versátil 240 páginas Fecha de publicación: 2014 ISBN 978-84-942257-0-3

*** El sueño del depredador es una novela policiaca escrita por alguien que sabe mucho del mundo policial. Óscar Bribián habla de lo que conoce y por eso compone una historia creíble, con unos personajes casi reales. De madrugada, cuatro rumanos que viajan en un vehículo con sobrepeso despiertan las sospechas de una patrulla de la UAPO. La policía local encuentra dos cerdos en el maletero del coche, a los animales los han reventado a mazazos. El hecho no pasaría de ser un robo de no hallarse en la garganta de uno de los tocinos un dedo humano. La situación se complica para los rumanos y sirve de punto de partida a un argumento que atrapa por momentos, cuando el hilo narrativo se bifurca y nos presenta a Ismael, un chaval peculiar, con clara tendencia al sadismo, que padece alucinaciones y recita versos inquietantes. El inspector Herrera, jefe del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional, y la subinspectora Beltrán son los encargados de resolver un caso que se enreda por momentos, a medida que se conocen más detalles del suceso y el primer homicidio se vincula al de una prostituta que lleva días desaparecida. La poesía oscura es otro elemento que juega un papel relevante en esta historia. Cada cadáver que aparece guarda ocultos unos versos que hablan de espíritus deformes, oscuridad, terror y muerte. Las letanías de Satán de Baudelaire, El cuervo de Poe o Los demonios de Pushkin se convierten en piezas clave para desentrañar los enigmas que habitan en la mente del psicópata criminal y serán determinantes a la hora de seguir el rastro hasta su guarida. Los lectores zaragozanos reconocerán lugares en los que transcurre la historia. La urbanización Torres de San Lamberto, los Pinares de Venecia o el puente de Santiago ubican hechos en un contexto de referencias familiares que Óscar Bribián conoce sobradamente por su trabajo. Es un guiño cómplice a una ciudad que, literariamente, no acostumbra a ser protagonista del género negro, pero que está a la altura de cualquier urbe norteamericana de las que con tanta frecuencia encontramos en el cine negro o en este tipo de obras. Óscar Bribián compone una atmósfera densa que sumerge al lector en las pesquisas policiales que han de conducir al asesino, y lo hace con un verismo que engancha, con unos personajes alejados de los estereotipos, cercanos, que nos permiten el conocimiento de un cuerpo a veces criticado por la sociedad, pero que visto desde dentro nos descubre facetas humanas de esos hombres y mujeres que dedican su vida a tareas no siempre reconocidas, ingratas y de gran riesgo. Bribián también crea con acierto el personaje de un muchacho marcado por la violencia familiar, que se refugia en un uni-

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verso imaginario de sombras y monstruos, en el que de víctima pasa a ser verdugo, compensando así el drama de una realidad que le sobrepasa. La tensión narrativa aumenta en los últimos capítulos y el desenlace no defrauda, mantiene en vilo al lector, que presencia in situ la captura del asesino. Pero Bribián se guarda un as en la manga y nos regala un epílogo a la altura de la trama. Un final que deja un regusto amargo y la sensación de que, pese a todo, se ha hecho justicia. El sueño del depredador tiene como escenario la ciudad de Zaragoza y un invitado que se cuela ulu lando a lo largo de la historia: el cierzo; una excelente argumentación sustentada en los sólidos pila res del conocimiento en criminalística; unos personajes perfectamente desarrollados y un clima de suspense propio de los mejores thrillers. © María Dubón http://dubones.blogspot.com.es/

PARECE QUE CICATRIZA, de Miguel Sanfeliu Editorial Talentura Colección: Cortoletrajes 148 páginas Fecha de publicación: 2014 ISBN 978-84-942586-2-6

*** «En cada uno de nosotros camina, llevando el paso con el que so mos, el que quisiéramos ser», dice un personaje de Juan Marsé. Todos creemos que esta verdad nos afecta sólo a nosotros, y sin embargo es compartida al menos por esa inmensa mayoría de per sonas que no llegan a cumplir sus sueños de juventud pero tampoco dejan de seguir alimentándolos casi en secreto como una manera de permanecer amarrados en el puerto seguro de la realidad que conocen desde siempre. Es la gente que viene al Loser y se acoda en la barra y le cuenta o no algún episodio de su vida al barman. Entre ellos podría haber estado alguna vez Roberto Ponce, el protagonista de Parece que cicatriza, la primera novela de Miguel Sanfeliu, quien después de practicar la distancia corta en tres notables libros de relatos (Anónimos, Los pequeños placeres y Gente que nunca existió) se aventura ahora en el medio fondo narrativo con una historia intimista donde el anhelo de llegar a merecer una vida excitante ligada a la literatura es casi ahogado completamente por una insoslayable madurez ruti naria, y donde los hilos del humor se entretejen con los de la melancolía, la nostalgia, la tragedia o la contemplación siempre asombrada, generación tras generación, del cómo se pasa la vida. Parece que cicatriza posee una sutil configuración de simetrías, en virtud de la cual ciertos perso najes o circunstancias argumentales aparecen y reaparecen, más o menos modificados por el paso del tiempo, en distintas partes del libro (un concierto en una plaza de toros, un cuadro de una mujer solitaria, un desconocido dibujante sin nombre). Está estructurada en dos partes, con un breve ini cio y un breve epílogo. La primera de esas partes, escrita acertadamente en primera persona, alcanza pleno sentido a medida que avanza la segunda, escrita, no menos acertadamente, en ter cera: el barrio vagamente bohemio en el que un joven Roberto Ponce de diecinueve años se pro pone escribir y publicar, en el plazo de un año, una novela de éxito; la cofradía de náufragos del arte y de las letras a los que se vincula (un pintor loco encadenado infructuosamente a su vocación, un mal poeta inédito que acaba abriendo una taberna llamada «El Cubo de la Basura», un modesto cantautor callejero que no duda en traicionarse a sí mismo para medrar en la música); la desigual relación que mantiene con una prostituta, él tan ingenuo y enamoradizo, ella tan cara; el whisky barato y la cerveza para el desayuno y el mazo de folios casi sin usar, los tiempos muertos que le dedica a devanarse los sesos tratando de encontrar una idea sobre la que escribir, o a pasear, que son más prolongados que los que dedica a devanarse los sesos pero no tanto como los que le ocu pan en maldecirse por su causa (este Roberto hace pensar en aquel escritor de páginas en blanco del que habla Don DeLillo, que escogía las palabras del mismo color del papel en que las escribía): esa parte, en fin, que se refiere a un periodo esperanzador de su pasado, es tablece los recuerdos a los que volverá años después, convertido ya en un hombre casado, en un oficinista más o menos atrapado en esa vida anodina que tan decididamente quería evitar, una vida llena de ese tiempo sin relieve del que escribió Luis Landero en Hoy Júpiter: tiempo «que no interesa ni al pensamiento ni a

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la acción, tiempo no vivido con singularidad, tiempo gris, donde la costumbre hace por adelantado el trabajo que es propio del olvido». No es por casualidad que mencione aquí a Landero, pues las fantasías del protagonista de la novela de Sanfeliu le emparentan con muchos grandes personajes del escritor extremeño. Son fanta sías que Roberto Ponce conserva algo atemperadas veinticinco años después de su breve aven tura bohemia, pero que no han desaparecido. «La vida», le había dicho uno de aquellos atribulados artistas sin suerte de los que nada sabe desde entonces, «no es más que una ilusión muy larga que nunca llega a cumplirse». En el retrato de este cuarentón hipocondríaco en el que se ha con vertido Ponce es donde Parece que cicatriza alcanza su mayor altura literaria: el atasco de tráfico camino de la oficina, el limpiacristales de semáforo, la dificultad para aparcar, el trato rutinariamente amistoso con los compañeros de trabajo, la mesa con papeles hasta arriba, la monotonía conyugal, su obstinada dedicación a la literatura en sus ratos libres, porque, aunque aún no haya dado con ese gran argumento, escribir es su vida, no un hobby, es una herida abierta, que parece, sí, que cicatriza, pero se trata solo una ilusión: «quien está herido de literatura nunca llega a curarse». En esta segunda parte se acumulan los aciertos: en la descripción de cómo las aguas de la rutina laboral vuelven a aquietarse al poco tiempo de que la marcha de una de la s personas que forman parte de ella las altere, en ese torpe flirteo de oficina, en la constatación de la fugacidad de la vida («Un día meto en la cama a mi hija de pocos meses, piensa Roberto, la dejo dormida y me voy a mi cuarto y, de pronto, escucho el ruido de unos tacones en su habitación y resulta que han pasado, de golpe, dieciséis años»), y sobre todo en la complicidad que establece con un cuadro rescatado del ahora sórdido local «El Cubo de la Basura», La Madeleine, de Ramón Casas: es ésta una escena que al lector le resulta particularmente emotiva, porque este cuadro actúa de algún modo como catalizador del mejor escritor en el que podría llegar a convertirse Roberto Ponce, y éste ni siquiera parece darse cuenta; es un momento casi fugaz, mágico, muy íntimo, con un brillante juego de reflejos y miradas y soledades. Escribe Enrique Vila-Matas en Aire de Dylan que «pocas cosas parecen tan íntimamente vinculadas como fracaso y literatura». En cierto modo, el caso de Roberto Ponce (o el de quien esto escribe, sin ir más lejos) podría formar parte de ese Archivo General del Fracaso en el que trabaja el protagonista de esa novela de Vila-Matas, o del Museo de los Esfuerzos Inútiles que inventó Cristina Peri Rossi para un cuento (junto con el de aquel hombre que durante diez años intentó hacer hablar a su perro, o el de aquellos otros que emprendieron largos viajes en busca de lugares in existentes, o el de Lewis Carroll, que se pasó la vida, dice Peri Rossi, huyendo de las corrientes de aire y acabó muriendo de un resfriado). Pero cómo dejar de escribir sin arriesgarse a perder la vida, cómo despedirnos para siempre del que somos realmente. Cómo renunciar a un sueño, cualquier sueño, sabiendo que con ello despertaremos convertidos en un desconocido. De e so trata Parece que cicatriza. © Juan Herrezuelo http://juanherrezuelo.blogspot.com.es/

TE VEO TRISTE, de Fernando Sanmartín Xordica Editorial Colección: Carrachinas 128 páginas Fecha de publicación: 2013 ISBN 978-84-96457-73-7

*** Las novelas de Fernando Sanmartín tienen el don de llegar a mí en el momento preciso, ni un segundo antes. Hace días que Te veo triste, su última novela, permanecía esperando apilada junto a otras lecturas pendientes. Acaricié la portada y la deposité con mimo entre los demás libros, hasta que las saetas del tiempo marcaron la hora. Entonces me atreví a destapar las páginas y a recorrer las líneas, con el íntimo presentimiento de ser tocada por las palabras que iba a leer.

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Fernando Sanmartín es un hombre que me admira por sus certezas, capaz de escribir «es» donde yo pondría «quizá», y mi naturaleza escéptica se rinde ante la contundencia de sus aseveraciones. «No es ninguna excentricidad encontrarse a uno mismo, que tod os estamos llenos de apagones, y que hay apagones que duran una noche y hay otros que pueden durar semanas », años, incluso toda la vida añadiría yo. De esta búsqueda parte Te veo triste. Marta Sampiero, la protagonista, indaga en el pasado de su padre para averiguar quién es ella, la huérfana que vivió dos orfanda des, la de su madre impuesta por la muerte y la de su padre, que fue la opción elegida por un desa pego ficticio. Ahora que la soledad se materializa sin paliativos, Marta descubre una faceta de s u padre que no conocía: la de hombre, y debe cumplir su encargo: «Dile a Carmen Cabrera que he muerto». Encontrar a Carmen y obedecer el deseo de su padre muerto son los objetivos, aunque para lo grarlo haya que dejarse jirones de alma en el camino, remove r papeles, levantar el polvo del pasado y quitarle telarañas a una vida marcada por la búsqueda: de la libertad, de la felicidad, del amor, de la realización personal… De esas metas que nos fijamos todos y que no siempre alcan zamos, unas veces por pereza, otras por desánimo, otras porque nos merman las fuerzas o descu brimos que la felicidad es un deseo inútil que nos llena de infelicidad, paradojas de nuestra condi ción humana. Pero Marta Sampiero es de las personas que no se rinden, que perseveran, que poseen un motor interno que las impulsa. Fernando Sanmartín nos lleva de la mano por oscuras estancias en las que siempre pervive en cendida la luz, una luz especial e invisible a los ojos del que no cree que sea posible salir a la vida y encarar el futuro como un destino válido para vivir. Fernando Sanmartín nos invita a viajar por las calles de Zaragoza, por rincones de Varsovia, bajo la lluvia de Dublín. Con sus palabras suaves me conduce por recovecos que vuelvo a recorrer, porque mi padre también acaba de morir, porque he vivido y sentido escenas y emociones en ese lado del espejo en el que nada brilla y la realidad es mate, un escenario que él refleja a la perfección. © María Dubón http://dubones.blogspot.com.es/

CANCIONES PARA UNA MÚSICA SILENTE, de Antonio Colinas Editorial Siruela Colección: Libros del Tiempo Fecha de publicación: 2014 232 páginas ISBN 978-84-15937-67-8

*** Reúne Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) en Canciones para una música silente una serie de poemarios imprescindibles que son un abanico de su creatividad poética. El laberinto invisible consta de los poemarios En invierno retorno al Palacio de Verano, de temá tica oriental, y de Catorce retratos de mujer, trece fotografías femeninas hechas verso. Los poe mas que componen Semblanzas sonámbulas tienen hondura reflexiva y filosófica y en ellos hay rastros de Fray Luis de León, Vicente Aleixandre y Goethe. Las opciones vitales como trenes que parten de una estación: En el centro de la Estación Central, / estoy quieto, de pie, extraviado / con mi maleta, / y es como si todos los trenes del mundo / estuvieran llegando y partiendo / a mi alrededor. / Pero, como en la vida, / no sé cuál puede ser / mi tren definitivo, / el que puedo perder para siempre. Siete poemas civiles tienen un efecto reivindicativo de lucha social y de clases y tiene como eje la guerra incivil. Sólo la Noche podrá detener / ese combate / de la palabra desnuda / contra la flecha envenenada / del tiempo, / que ya tensa su arco. Junto a otros anclados en el más rabioso presente / Te diré lo que hoy viene en las portadas / de los periódicos del mundo: / los planes de los lobbys, / los veredictos interesados de las agencias rating, / los últimos gemidos de la crisis,

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la alta voz del poder y de la ira, / la cizaña de las agitaciones programadas, / («primaveras» ideológicas que acaban siendo inviernos, / pues traen la sangre / con que se experimentan nuevas armas). En Un verano en Arabí reúne poemas exóticos de texturas sensuales con sonoridades mediterráneas o del norte de África. Redescubrir tu cuerpo / posando muy despacio / mi mano en tu nieve, / y sentir cómo arde. Termina el libro con Canciones para una música silente, que da nombre a todo el volumen, poemas reflexivos sobre el sentido de la vida, la etapa que el poeta ya ha echado a andar. En el invierno de la vida / buscamos, en posada apacible / donde arda un buen fuego, / ese vaso de vino / que concede un instante / cuanto hemos soñado . Y la muerte como la paz de la vida. Después de tanta ardua batalla, sólo sé / que, si pienso mi muerte, / la siento ascender por las venas / como una paz perpetua. Colinas se /nos interroga a través de sus versos, se hace preguntas sobre el fin al que todos es tamos abocados. El arte es una búsqueda que deja interrogantes sin respuestas. En esta última hora, debo pensar el sentimiento / para neutralizar el combate atroz de mi carne con el más allá, / el combate de la que pronto habrá de ser mi tumba / con el más allá. Hay imágenes que ya pertenecen al imaginario colectivo, como la niña del napalm de Vietnam, y que Antonio Colinas subraya. Pero antes creí haberla visto, / escapando de una negra borrasca de espinos, / corriendo desnuda, / crucificada en un aire de napalm. Junto a reflexiones sobre el pode redentor que tiene el arte en la humanidad. ¡Perennidad del arte, que apacigua / y salva a los seres humanos / de ser fieras! Y elegante erotismo. Safo me llamo y sólo soy de ti. / Ábreme aún más los ojos, ábreme / aún más los muslos y los labios; / toma, oh mar, mi corazón sonámbulo, / que sea todo tuyo, / y traspásalo / con la blanca ebriedad de tus saetas / de fuego. Es Canciones para una música silente una antología necesaria en la que el lector encontrará la variedad temática —León, Roma, Extremo Oriente, la guerra civil, la crisis democrática y econó mica— que inquieta a este poeta, ensayista y narrador cuya lírica nunca pierde de vista la tierra que pisa. ¿Y si fuese la música el silencio? / Dejad hablar a la silente música, / pues ya sólo importa el descenso / de la nieve. © José Luis Muñoz http://lasoledaddelcorredordefondo.blogspot.com

LA IRA DE LOS ÁNGELES, de John Connolly Editorial Tusquets Colección: Andanzas Fecha de publicación: 2014 432 páginas ISBN 978-84-8383-894-5 Traducción: Carlos Milla Soler

*** Sigue el irlandés John Connolly (Dublín, 1968) aferrado a su fórmula de introducir elementos fantásticos próximos al satanismo dentro d e sus novelas en su serie protagonizada por el singular detective Char lie Parker (Todo lo que muere, El poder de las tinieblas, Perfil asesino, El camino blanco, El ángel negro, Los atormentados, Los hombres de la guadaña, Los amantes, Voces que susurran, Más allá del espejo y Cuervos) que tan buen resultado le ha dado y por el que se le puede definir como un discí pulo de Stephen King. La ira de los ángeles gira en torno al descubrimiento de un avión siniestrado en los bosques de Maine, Estados Unidos, en cuyo interior no se encuentra ningún cadáver y que esconde algún tipo de

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secreto. Atraídos por el misterio que el hallazgo suscita acuden el detective Charlie Parker, una psi cópata asesina y el asesino en serie conocido como El Coleccionista. No acaba de funcionar la hibridación de géneros, imbricar el fantástico sobre el negro, con una cierta prevalencia del primero sobre el segundo, y las excesivas ramificaciones argumentales lastran la coherencia narrativa del relato que se hace confuso para el lector. Tampoco aparecen bien trazados los personajes de la novela, a excepción de Charlie Parker —Yo había arrebatado muchas vidas. Había matado, una y otra vez, con la esperanza de aligerar mi dolor, y en lugar de eso lo había avi vado—, por cuanto el lector no acaba de verlos encarnados en ningún momento, y eso a pasar de algunas brillantes descripciones de ellos. —Sin embargo, sorprendentemente, Davie Cover medró en el ejército, en gran medida porque lo asignaron a un destacamento carcelario, y por consigui ente casi todo su tiempo vestido de uniforme lo dedicaba a atormentar a hombres semidesnudos golpeándolos, o asándolos, o congelándolos, o meándose en su comida. — Y no consigue John Connolly inquietarnos, y menos aterrorizarnos, a lo largo de las 428 páginas de su novela, algo que casi siempre consigue con creces Stephen King. Acierta John Connolly en la potente escritura de alguno de sus párrafos —Deseé abalanzarme sobre él por restar importancia a las muertes de mi mujer y mi hija. Deseé agarrarlo por el cuello y apretar, aporrearlo hasta que sólo quedara una máscara de sangre. Deseé meter un arma en la boca a sus matones, sus soldados religiosos, y verlos encogerse. Si aquellos a quienes había considerado alia dos estaban dispuestos a encañonarme con sus armas, no necesitaba enemigos—, en descripciones, algunas muy brillantes— Lambton Everett IV era la desdicha personificada, un hombre que nunca había poseído una prenda de vestir que le quedara bien. Eso se debía en parte a que su cuerpo tenía unas proporciones tan dispares que sólo la ropa a medida podría haber acomodado sus extremidades sin que se le viera un calcetín o quedara un antebrazo a la vista casi hasta el codo. Las camisas col gaban de él como velas deshinchadas en un mástil, y sus trajes pa recían robados a los muertos al azar— pero erra en la ilación de los acontecimientos de una novela que falla en lo fundamental, atra par la atención del lector, llevarlo a su camino y ofrecerle una historia coherente . © José Luis Muñoz http://lasoledaddelcorredordefondo.blogspot.com

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Novedades editoriales El alma del controlador aéreo Justo Navarro Editorial Anagrama, 2014 Eduardo Alibrandi regresa para el entierro de su primo a una Granada mítica adonde nunca iba a volver. Y ese viaje se convierte en una indagación de historias familiares en cuyo corazón anida un crimen, amores ocultos y fascinaciones que se repiten de una generación a otra, y de hombres que siempre han tenido frente a sí a Otro —un amigo, un hermano— que era su figura en el espejo, su doble, su verdad o su mentira. Una espléndida novela que confirma a su autor como uno de los mejores escritores de nuestro tiempo. Justo Navarro (Granada, 1953) ha publicado los libros de poemas Los nadadores, Un aviador prevé su muerte (Premio de la Crítica 1987) y Mi vida social (Pre-Textos, 2010), y las novelas El doble del doble y Hermana muerte (Premio Navarra 1989), además de sus novelas publicadas en Editorial Anagrama

Parece que cicatriza Miguel Sanfeliu Editorial Talentura, 2014 ¿En qué momento de la vida de Roberto Ponce el futuro pasa de manifestarse con todas sus posibilidades a mostrarse cada vez menos lejano y más inamovible? Roberto dispone de un año para intentar convertir en realidad su sueño de ser escritor. Conoce a dos personajes que serán como las dos caras de una misma moneda. Un pintor que malvive con sus obras y que se niega a dedicarse a ninguna otra cosa y un cantautor que no dudará en prostituir sus principios a cambio del éxito. También conocerá a una mujer que casi lo arruinará. Y se emborrachará como todo escritor bohemio que se precie. ¿Qué quedará de aquel Roberto Ponce veinte años después? Parece que cicatriza habla de esos sueños que nos negamos a abandonar y que, de algún modo, son los que terminan dando sentido a nuestra existencia.

El idioma materno Fabio Morábito Editorial Sexto Piso, 2014 Con ironía, y a menudo con humor, Fabio Morábito emprende a partir de los ochenta y cuatro textos breves que componen El idioma materno un particular viaje en busca de sus raíces como escritor, y traza en estas páginas una suer te de personalísima genealogía de su vocación literaria. El resultado es un libro lleno de lucidez e inteligencia, una deliciosa e inclasificable meditación que mezcla el ensayo, la autoficción y la confesión y que es, ante todo, y en cada momento, una celebración de la pasión lectora y de las diversas manías a las que da pie —y en la que muchos se sentirán reflejados—, a la vez que una constatación de las complicadas relaciones entre len guaje, escritura y mundo.

Lo que no aprendí Margarita García Robayo Editorial Malpaso, 2014 La protagonista de esta historia no entiende a sus dos hermanas mayores, que la tratan como si fuera una perfecta nulidad; ni a su madre, una señora propensa a las conductas explosivas; ni a su hermano pequeño, que vive abismado en las honduras de sí mismo. La gran incógnita, sin embargo, es su padre, una eminencia perseguida por quienes buscan consejo, un abogado ilustre que cultiva los trances extáticos y visita oscuras regiones del espíritu. De modo que a nuestra heroína sólo le queda la triste alternativa de pasear su desconcier to durante largas horas de bicicleta. Pero cuando cae la tarde debe volver a casa y compartir los asombros cotidianos con sus allegados: la muerte del perro, la brusca penuria económica y la inquietante relación que empieza a darse con un vecino hippie.

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La soledad del tirador Toni Montesinos Editorial LcLibros, 2014 Barcelona, años ochenta, un joven rememora su dura vida en aquellos tiempos, en un barrio periférico, de clase social baja, con la familia escindida y en medio de una sociedad en plena transición política, económica y cultural. Su pasión, el baloncesto, es el telón de fondo de una historia que abarca el instituto, donde no le es posible adaptarse, el hogar desolado y el club deportivo lleno de retos y limitaciones. La soledad del tirador habla de la rabia de nacer en el peor lugar en el peor momento; habla de la injusticia de que nadie nos conceda una oportunidad; habla de la crueldad de quien se regocija en situarse por encima de uno por el simple hecho de pisotear sueños ajenos. En la novela, un joven recién llegado a adulto vuelve sobre aquellos tiempos salvajes y esper anzados de la adolescencia, un periodo que acaba de dejar atrás cubierto de llagas y heridas que todavía su puran. Haciendo uso a partes iguales de la mirada inocente del joven y del apunte cínico del adulto, Monte sinos consigue, por medio de un lenguaje emotivo y poético, trasladar al lector a aquellos días no tan lejanos y despertar en él un sentimiento de empatía con el protagonista.

Bengalas Enrique Decarli Paisanita Editora, 2014 Doce cuentos en los que transitamos por la frontera entre lo que, e n apariencia, está ocurriendo y lo que, en apariencia, no está ocurriendo. Pero todo queda en el plano de la tensión. La realidad está a punto de descomponerse, y no sabemos si eso va a suceder en algún momento o tan sólo vamos a seguir esperándolo. Enrique Decarli ació en Buenos Aires, en 1973. Su libro de relatos Jauría recientemente fue seleccio nado en el Concurso «Sudaca Border». Ha sido finalista del Concurso Internacional de Literatura Juvenil Libresa, de Ecuador, y lectura recomendada para la Escuela Media en el marco del Plan de Lectura Nacional 2010 por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación Argentina. Algunos de sus textos fueron publicados en Escrituras Indie, Revista Axxón y La Balandra (otra narrativa); también en Uruguay, en la revista Literatosis, y en España: El Coloquio de los Perros , Babab.com y Narrativas.

Alejado del tiempo Ramón López Pazos Editorial Nazarí, 2014 «Lo que el lector tiene ahora entre sus manos es, aunque no lo parezca, el primer libro publicado por Ramón López Pazos. Y en él nos remite con talento a nosotros mismos y a nuestras pesadillas, logra despertar misteriosas e inquietantes resonancias, alumbra otras zonas de nuestra existencia —de nuestra propia especie incluso— que permanecían en sombras. […] en el lector quedarán prendidos para siempre sus personajes solitarios en la tesitura de huir, obligados a removerse, a marcharse lejos de la adversidad, de la coacción de lo insólito, […] en definitiva, de su desacuerdo con el mundo.» (Ángel Olgoso)

Desde el otro lado. Prosas concisas Fernando Aínsa Pregunta Ediciones, 2014 En esta obra, Aínsa nos ofrece un conj unto de prosas concisas en las que se entreveran sus dos mundos: la literatura y la propia vida. Desde el otro lado se compone de microrrelatos y cuentos, para terminar con una serie de aforismos ''en un tono más ingenioso que lírico o sentencioso'', como destaca Fernando Valls en el prólogo del libro. Relatos que transitan por temas como la emigración, la traducción o la pertenencia a un lugar; historias que difuminan fronteras entre la realidad y la ficción. Fernando Aínsa es Vicepresidente de la Asociación Aragonesa de Escritores, y director de la revista Imán. Trabajó en la Unesco (París), donde fue Director Literario de Ediciones Unesco. Premio Imán de la Asociación Aragonesa de Escritores en 2013.

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La peluca de Franklin María José Codes Editorial Menoscuarto, 2014

Filadelfia, 1776. Un bergantín de doble mástil, el Reprisal, parte discretamente ca mino de Nantes. A bordo, Benjamin Franklin con una misión diplomática secreta: obtener la ayuda de Francia y España para las colonias rebeldes americanas. Aquel gesto de Franklin de arrojar su peluca al océano fue algo bien diferente de lo que la historia ha transformado en un acto simbólico. Madrid, 2014. Vilán recibe varias y

sorprendentes ofertas por su casa, pero no está dispuesto a marcharse debido a la atracción que siente por su vecina Floria, a la que observa de forma clandestina, y a la extraña relación que mantiene con Malvaré, a quien escribe la historia de su antepasado Jaime Gardoqui, espía de Franklin durante su viaje a Europa. Dos relatos magistralmente trenzados, sobre la pasividad culpable del ser humano y su aislamiento actual.

Perder es cuestión de método Santiago Gamboa Literatura Random House, 2014 Una llamada a la policía no es un evento sobresaliente en la vida del periodista Víctor Silanpa. Sin embargo, ésta en particular habrá de resultar extremadamente perturba dora, no sólo por la brutal naturaleza del crimen -un cadáver empalado en las afueras de Bogotá-, sino porque en el curso de la investigación toda su vida dará un vuelco inesperado. Con Perder es cuestión de método Santiago Gamboa se adentra en un género que combina lo negro con la novela de aventuras y la crítica social, y el resultado es una obra que se aleja del tópico informativo para ofrecernos una visión de Colombia que deja a un lado a los generadores de violencia más conocidos del país, como el nar cotráfico o la guerrilla, para prestar especial atención a la corrupción y otras formas de violencia más universales. Publicada en 1997, y llevada al cine casi una década después, esta novela marcó la temprana consagración de Santiago Gamboa como uno de los nombres fundamentales de la literatura colombiana contemporánea; con esta nueva edición, la recuperamos como un título imprescindible tanto de su autor como del género.

Código 0 Eva Parra Membrives Ediciones Alfar, 2014 Carlyn Cassil pertenece al selecto grupo seleccionado por una agencia científica para poner en marcha un experimento que permitirá garantizar la supervivencia en un pla neta devastado por guerras y hambrunas. De sus dieciséis años de vida ha pasado ca torce en el Proyecto Esperantia. Ha aprendido a obedecer y no cuestionar las normas. Pero su mundo se tambaleará cuando, tras la misteriosa desaparición de su mejor amiga, Kentia, descubrirá que el mundo en el que ha vivido no es el que parece… ni lo es tampoco Livia, su extraña compañera de clase, a su guapísimo hermano Lucio, por quien Carlyn no sabe muy bien qué siente y mucho menos Torqil, el vecino pelirrojo a quien deberá re currir una y otra vez en busca de ayuda.

Versos perversos en la cubierta azul del Mato Grosso Elena Marqués Ediciones Oblicuas, 2014 La «inefable» escritora Catalina Zambrano de Uribarri despierta del coma en el que llevaba sumida setecientos quince días a causa de la ingesta de un veneno cuya procedencia se desconoce. Tras la sorpresa inicial de todos sus allegados y después de descubrir la propia Catalina que su herencia había quedado aniquilada, se producen una serie de enredos que concentran a una variopinta caterva de personajes a bordo del Mato Grosso hacia un destino incierto. Versos perversos en la cubier ta azul del Mato Grosso es un relato ágil descrito con un afilado humor que bordea la ironía, la crítica y el suspense con una destreza exquisita. Elena Marqués se supera en esta segunda novela ahondando en las vir tudes que ya desarrollara en El último discurso del General Santibáñez .

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Después del invierno Guadalupe Nettel Editorial Anagrama, 2014 Claudio es cubano, vive en Nueva York y trabaja en una editorial. Cecilia es mexicana, vive en París y es estudiante. En el pasado de él hay recuerdos de La Habana y el dolor por la pérdida de su primera novia, y en su presente, la complicada relación con Ruth. En el pasado de ella hay una adolescencia difícil, y en su presente, la relación con Tom, un chico de salud delicada con quien comparte su afición por los cementerios. Será durante un viaje de Claudio a París cuando sus destinos se entrecrucen. Mientras Claudio y Cecilia describen con minuciosidad su día a día en París y Nueva York, ambos dejan traslucir sus neurosis, sus pasiones, sus fobias y las reminiscencias del pasado que dictan sus miedos, dando cuenta de cómo se conocieron y de las circunstancias que los llevaron a gustarse, a quererse y a detestarse de manera intermitente. Después del invierno muestra con un estilo incisivo, a veces humorístico y a veces conmovedor, los mecanismos de las relaciones a morosas, así como sus diversos ingredientes

Noticias felices en aviones de papel Juan Marsé Editorial Lumen, 2014

Noticias felices en aviones de papel nos transporta a finales de los ochenta y tam-

bién a los momentos más oscuros que el siglo XX ha tenido que lamentar. Bruno, un adolescente solitario, pasa sus vacaciones subiendo a visitar a la vecina, la anciana bailarina polaca Hanna Pawli, a quien todos llaman Pauli. De su balcón caen nueces, madalenas y aviones de papel con misteriosos mensajes… objetos que Pauli lanza desde su piso forrado de fotografías en blanco y negro. Allí, Bruno la encuentra sola, pero risueña y muy ocupada, intentando remediar a su manera el pasado terrible que le hizo abandonar Polonia cuando aún era joven. Una madre resuelta, un padre hippy ausente y unos niños muy peculiares encabezan la lista de personajes que flotan alrededor de esta historia en la que Juan Marsé, una vez más, observa con ternura e ironía el dolor del mundo.

Ensayos Fernando Aínsa Ediciones Trilce, 2014 «Desde que empecé mi labor crítica en los años sesenta del pasado siglo, me ha interesado el ensayo como género literario especialmente representativo e idóneo para reflejar la plural y compleja, cuando no contradictoria, realidad latinoamerica na. El ensayo fomenta la duda, la ruptura y la crítica y —en la medida de su escepticismo imaginativo— contribuye a desarrollar nuevas ideas, aperturas a renovadas vías desde el margen, desde una periferia que se torna central. A partir de su mestizaje disciplinario y de género, y de su carácter metatextual, es posible proyectarlo como un revulsivo de los sistemas cerrados y un cuestionador de la razón acrítica. Se trata de pensar más allá de lo que se «encuentra ya pensado» —como recomendaba Adorno—, haciendo del ensayo la forma crítica por excelencia para problematizar y responder a lo inmediato y apremiante, en general con una intensa conciencia de la temporalidad histórica.» (Fernando Aínsa).

Furgón Ariel Bermani Paisanita Editora, 2014 Se mira las manos, que están sucias y resecas y dice capaz me ató a un cohete para llegar al cielo: así empieza (como una premonición) esta aventura en tren que tendrá

como protagonistas a Rubencito, Cali, el Polaco, Marina, Negra y Ariel. El realismo inicial pronto cederá al extrañamiento. Y abrirá paso a lo fantástico, para derivar, finalmente, en un escenario onírico que se templa, cálido y entre la bruma de los pastizales, a fuego, vino y guitarra. Ariel Bermani nació en el Gran Buenos Aires, en 1967. Ha publicado varias novelas, así como cuentos, artículos y poemas en numerosas revistas y participado en diversas antologías de cuentos.

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La casa de mi padre Javier García Sánchez Editorial Galaxia Gutenberg, 2014 Serafín, último vástago de una familia a la que secularmente se conoció como los Burros, pues su apellido real era Burón y siempre se dijo que tenían el carácter peleón, así como la apostura guerrera, regresa al pueblo de sus antepasados para aislarse y escribir su tesis doctoral. Le acompaña su novia, y habitan la casa que el padre de Serafín logró construir tras toda una vida de trabajo y ahorros. Serafín, por lo menos en términos anatómicos, nunca estuvo a la altura de los miembros más celebérrimos de dicha estirpe. Veedor impenitente y tranquilo de cuantos sucesos la vida le depara, es más bien menudo y de débil complexión. Culto y tímido, con un futuro prometedor como científico, pronto se obsesionará con los habitantes del pueblo que, desde época inmemorial, tienen un dicho que constituye la esencia de su ser en el mundo: «La vaca, tudanca / el vino, tinto / la mujer, callada». Y sufrirá un descalabro mayor cuando le anuncien que la nueva autovía que unirá la capital pro vincial con la capital del Estado pasa justamente por donde se encuentra la casa de su padre.

El final de Sancho Panza y otras suertes Andrés Trapiello Editorial Destino, 2014 Al morir don Quijote, quedaron sus parientes y amigos, entre ellos Sancho y el bachiller Sansón Carrasco, su sobrina Antonia y el ama Quiteria, en el mayor desconsuelo y desconcierto. La muerte del caballero trajo a todos transformaciones asombrosas: aprendió a leer Sancho, que leyó su propia historia y la de don Quijote en los libros que publicó Cervantes, colgó sus hábitos el bachiller y se enamoró Antonia de él, llevando en su vientre al hijo de otro, y la vida en su aldea se estrechó tanto para los cuatro, que decidieron partir a las Indias, buscando fortuna y poner un poco de espacio al desamparo en que les dejó a todos la muer te de don Quijote. Pero el camino emprendido se llenará de aventuras, no todas venturosas. Conocerán el mar, sus tormentas y corsarios, la ilusión de un paraíso y el temor de perderlo antes de alcanzarlo, prosperarán y fracasarán en cuanto emprendan, y verán cómo la vida nueva se entrelaza con la antigua, pues la sombra de don Quijote, y aun de Cervantes, y cuanto a uno y a otro sucedió, les seguirá hasta el Perú, con personajes que el lector del Quijote y de la vida de Cervantes conoce bien, y allí en las Indias la mayor parte de ellos acabarán sus vidas.

araña, cisne, caballo Menchu Gutiérrez Editorial Siruela, 2014 Araña, cisne, caballo, y zorro, elefante, escorpión, erizo, cuer vo, cocodrilo, hombre, mujer, hermano, hermana, cachorro, padre, madre, hijo, perro, cabra, huevo, lobo, cebra, abeja, ciervo... Animales y hombres intercambian establos, jaulas, madrigueras, rascacielos, y también pelo, escamas, plumas y púas. En la pista del circo se ha vertido el contenido de un gran reloj de arena y el tiempo se detiene para que podamos observar las huellas que pies y pezuñas imprimen en su superficie. Los animales que braman, barritan, graznan o balan lo hacen a través de una sola boca y forman parte de un animal mucho más grande. Este libro muestra la nebulosa en que vivimos como una inmensa telaraña.

Tiempo desnudo Francisco J. Pastor Ediciones Oblicuas, 2014 Jacinto y una caterva de extraños personajes imposibles (entre ellos el señor Boca, Juan Frío o la sierpe con cuerpo de sombrero) están planeando la huida de un enigmático hospital donde parecen estar confinados. Sin embargo, hace unos años todo era diferente, Jacinto tenía una vida de éxito: instalado en el departamento de ventas de una de las empresas más importantes del país y considerado como el mejor en su puesto, además había logrado conquistar a una atractiva compañera de trabajo. Pronto, las circunstancias de su entorno iban a confabular contra él.

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El León Blanco Ángel Ceña Editorial Funambulista, 2014 El capitán Nigel Cole y sus compañeros del Servicio de Inteligencia se enfrentan a las organizaciones sionistas que desafían la autoridad del Mandato británico y persiguen la creación de un estado judío en Palestina. El terrorista Ariel Hakim es liberado por la resistencia hebrea durante su traslado a prisión, pero pronto descubrirá que los líderes de las diferentes facciones rebeldes han alcanzado un acuerdo que traiciona sus ideales. Los sionistas cuentan además con la ayuda de un militar británico que les vende información clasificada, un enigmático personaje al que llaman el «León Blanco». Misiones de espionaje y acciones terroristas se suceden en una narración que salta alternativamente del mundo del capitán Cole —una sociedad colonial cada vez más consciente de su ocaso— al del fugitivo Hakim y los inmigrantes judíos que sueñan con un país propio.

1986. Cuentos completos Rodrigo Rey Rosa Editorial Alfaguara, 2014 Muy pocos autores llegan a dominar el género del relato, cercano a la poesía por su brevedad e impacto y del que Cortázar, Bioy Casares o Borges son los grandes maestros en lengua española: Rodrigo Rey Rosa está a la altura de esos clásicos. Perturbadores, sensuales, angustiantes y llenos de suspense, dejan al lector absorto después de leerlos, como si despertara de un sueño o de un golpe. La lectura de cada uno de estos cuentos, per tenecientes a seis libros distintos, hasta los últimos, inéditos y de escritura muy reciente, es una experiencia singular, cercana a un viaje inesperado. El recorrido traza también un retrato literario de la evolución de un autor único.

222 patitos y otros cuentos Federico Falco Editorial Eterna Cadencia, 2014 Federico Falco, uno de los narradores más destacados de la literatura argentina actual, llega a Eterna Cadencia con una colección de relatos extraordinarios. Un niño roba la ofrenda que la chica que le gusta le hizo a la Virgen para que su hermanito se curara. Un pueblo se para expectante en una plaza ante un hombrecito que quema un Ave Fénix con la promesa de hacerla revivir de las cenizas. Un matrimonio busca con suelo en otras mascotas luego de la muer te de su amada perra Beba, pero nada es igual. Una madre le cuenta a sus hijos, ya grandes, que cuando joven intentó suici darse tragando una bola de cabecitas de fósforos. Directos, secos e inquietantes, los cuentos de Federico Falco relatan historias en apariencia pequeñas y apacibles, en las que los personajes parecen no tener nada particular, pero que bajo la mirada de Falco se revelan inmersos en una rara mezcla de inge nuidad y oscuridad, siempre al borde de lo per verso, la locura o la resignación.

Con la muerte a cuestas Gabriela Urrutibehety Ediciones Letra Sudaca, 2014 Un pueblo sobre la costa marítima de Buenos Aires, una pequeña historia que nadie quiere contar pero de la que muchos hablan en voz baja, fragmentos de una trage dia antigua, restos de un naufragio existencial que la arena y el tiempo no acaban de cubrir. San Augusto no es mucho más que el vacío que deja la breve marea del turismo veraniego al retirarse, un escenario donde los inviernos duran demasiado y los fantasmas regresan. Raúl Marelli tal vez se haya convertido en uno de esos fantas mas, mucho antes de ser el protagonista de una historia que nadie quiere contar. Raro, porque esa historia deambula entre diversos narradores que la autora recopila y reproduce con la levedad de un dibujo sobre el cristal empañado. Así, el secuestro y desaparición de la hija mayor de Marelli, Tencha, los viajes semanales de su madre a Buenos Aires, para marchar con otras madres alrededor de una pirámide que se yergue sobre otros silencios, la pasividad del padre, su resignada espera, conforman la historia que una anciana postrada en su casa necesita contar entera, antes de morir.

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El imperio de Yegorov Manuel Moyano Editorial Anagrama, 2014 En 1967, una atractiva estudiante de antropología llamada Izumi Fukada contrae una extraña enfermedad en la isla de Papúa Nueva Guinea mientras forma parte de la expedición japonesa que busca a la tribu perdida de los hamulai. Este episodio trivial es el primer eslabón de una imprevisible cadena de acontecimientos que prosigue en Japón, salta a los Estados Unidos y termina alumbrando, setenta y cinco años des pués, una pesadilla distópica a escala planetaria. Novela de aventuras y policiaca, thriller político, sátira social y relato de ciencia ficción —todo ello a la vez—, El imperio de Yegorov sorprende al lector por su audacia técnica, por la originalidad de su trama y por su ritmo imparable. Una «ópera rock» nutrida de personajes como el médico Yasutaka Mashimura (alias Perseverancia), el misionero Ernest Cuballó, el poeta Geoff LeShan, la actriz Lillian Sinclair, el policía Walter «Capullo» T yndall o el abogado Alexandr Shabashkin (alias Chacal). Una novela teñida de ironía que es también una reflexión sobre la fugacidad de la existencia humana y que, en palabras del periodista Basil Graham, «consigue una aproximación muy veraz a los hechos narrados».

Solo con hielo Silvia Fernández Díaz Editorial Talentura, 2014 Los engaños son siempre amenazas. Solo con hielo reúne una veintena de estas historias sobre la fascinación por la mentira, en las que un elenco de personajes diversos observan el engaño desde distintas perspectivas. Un padre que descubre los actos vandálicos de su hijo, el hombre que se siente acosado por los aullidos, el gemelo aprensivo que se somete a una operación de cir ugía estética, o unos ancianos que deciden emprender un viaje hacia los acantilados. Mentira y silencio van unidos. Son silencios breves, la vacilación, lo que se tarda en dar un sorbo de café. Son esos silencios precisamente los que claman un engaño que amenaza un mundo de equilibrio cotidiano.

La carpa y otros cuentos Daniel Sueiro Libros de Ítaca, 2014

La carpa y otros cuentos es una selección que contiene once de sus mejores relatos y dos novelas cortas («La carpa» y «Solo de moto»). Está prologado por Fernando Valls y tiene un apéndice final: «La carretera, nuevo personaje literario». «Después de leer un buen cuento no se puede leer otro por un momento, no se puede leer nada hasta que pase algo de tiempo. Hay que respirar hondo, cerrar el libro durante unos minutos, los ojos también, tal vez, y ponerse a pensar. Pensar profusamente hasta desentrañar el profundo sentido de las cinco, de las diez páginas compactas, enteras, completas, sin concesiones ni figuras, sin fugas ni engaños que acaban de leerse. En eso se distingue un buen cuento, creo yo: y cuando un libro de cuentos se lee de un tirón, sin pararse a meditar siquiera sea un segundo al acabar de leer cada uno de ellos, malo» («Mis divagaciones sobre el cuento», Daniel Sueiro).

Adiós, Muñoz Mayte Henríquez Ediciones Oblicuas, 2014 Muñoz está a punto de quitarse la vida cuando recibe un enigmático mensaje de su hija en su buzón de voz: Adiós, Muñoz. A raíz de este suceso, decide permanecer vivo durante unas semanas más con el fin de localizar el paradero de Eva, su hija, y des cubrir qué la ha conducido a despedirse de él de una manera tan poco común. Para ello se pone en contacto con su ex marido y, siguiendo un reguero de pistas que Eva parece haber ido dejando aquí y allá, ambos se embarcan en un viaje en que descubrirán aspectos inimaginables de la vida de alguien a quien nunca supieron amar. Adiós, Muñoz es un relato escrito en primera persona acerca de la soledad, la incomunicación y la definición de la identidad, narrado con un estilo impecable y embriagador .

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Donde nunca pasa nada Elena Casero Editorial Talentura, 2014 Tras los ajetreados días de Tribulaciones de un sicario, Anselmo de la Rua disfruta una vida tranquila con doña Celia, la dueña de la pensión El Candor. Juntos deciden pasar unos días en Losantes, el pueblo de ella, un lugar donde nunca pasa nada. Me jor dicho, donde nunca pasaba nada, porque la apertura del puticlub La Dama Verde ha alterado la convivencia rutinaria del pueblo. Doña Presencia (la anciana tía de doña Celia), Elpidio (un jubilado que ejercerá de cicerone del pueblo y de la vida misma) y Marian (la puta ilustrada) serán sus compañeros de viaje en esta nueva aventura que, conociendo la trayectoria narrativa de esta novelista, incluirá algún muerto.

Voladura controlada Octavio Cortés Editorial Sloper, 2014 Este libro es una locura, la destrucción de una mente que vuela lo más lejos que se ha podido llegar nunca contra la sensatez con un revólver en una mano y una púa de guitarra para hacernos cosquillas en la otra. Cortés vuela, pero sobre todo lo «vuela» todo: hasta la estatua de la Libertad. Cortés ha inventado un género literario cuando parecía que esto ya era imposible y presuntuoso. Cortázar es un novicio de la travesura al lado de este gigante. Y lo indignante es que Cortés va construyendo su catedral de arabescos intelectuales en tiempos muertos, en los pocos y breves espacios de relax que le dejan sus seis hijos y su trabajo en un organismo dedicado a lo social. Cortés, como un Huxley que se inyectara letras de Dylan en vena, nos deja anonadados con su derroche de imagi nación y gracia para exprimir asuntos como el bolo alimenticio, los dictadores asesinos, las canciones idóneas para cantar camino del cadalso, las maneras felices de ingerir espaguetti (o de tomar café con Uma Thurman), los cantautores, los vecinos que conspiran contra usted, Raymond Chandler o las película s italianas que no importa ver.

La obra póstuma de Sabino Portolés Piluca Ruiz Ediciones Oblicuas, 2014 Con un estilo impecable, en el que paulatinamente se van mostrando las claves de cada relato, Piluca Ruiz nos ofrece un crisol de historias diversas en las que nada es lo que en principio aparenta. Ubicados en los escenarios comunes de la vida cotidiana de cualquiera de nosotros, estos cuentos, narrados con cierta ironía, ocultan un sesgo inquietante y sorprendente que, en muchas ocasiones, nos conducirá a un final inesperado. Entre otros, encontraremos a dos hombres que se descubren espiando a la misma mujer, una señora que le pide a su doctor un favor imposible de asumir, una esposa engañada que pergeña una sofisticada venganza, un joven acosado por los remordimientos o un maestro de escuela que fracasa como escritor.

Sopa animal Fher Conache Editorial Eutelequia, 2014 Relatos que destilan surrealismo, situaciones irracionales y diálogos delirantes, pero donde lo real atemoriza más que lo ficticio. Líneas llenas de metáforas, en algunos casos cercanas a la poesía. Reflejo de la sociedad de consumo, el culto a la violencia, la iconografía «pop»; en definitiva, la cultura de masas que aleja al individuo de su naturaleza animal para terminar transformándolo en un «animal». Una familia atrapada en una urbanización vacía. El robo más famoso de la historia. Chavales que pretenden ser adultos a punta de pistola. Hombres que se niegan a madurar. Un tipo que quiere ser poeta sin saber muy bien como enfrentarse al amor. Desapariciones en resort de vacaciones. Un jabalí que gritaba como un cerdo. Dos mancos entre un león y la muer te de Kurt Cobain. Una canción de la Velvet Underground sonando en la cabeza. El amor, el odio, la amistad, la locura; Sopa animal es una «caldo» de personajes movidos por sentimientos que contribuyen a la conservación de su vida cuando la vida deja de tener sentido.

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Intermundos: viaje al reino del Yggdrasil Alberto E. Martos Ediciones Nuevos Rumbos, 2014 El mundo de la Red se hará real a través de las páginas de esta novela en la que se viaja al reino de Yggdrasil, el lugar en donde llueven naranjas azules. Infinitas habitaciones vir tuales plagadas de criaturas mitológicas, castillos de leyenda, naves estelares y espacios propios del mejor arte digital inundan este libro. Cuentan que e n ellos hay todo tipo de lugares fantásticos: reinos de magia con hechiceras, dragones y cíclopes. Fortalezas alienígenas y espadas láser bajo un manto de estrellas. Univer sos de fantasía en los que habitan amores imposibles. Países imaginarios donde llue ven naranjas azules. Todo es posible en la Red. En un superpoblado mundo, a mitad de camino entre el código binario, las máquinas cibernéticas y la arquitectura futurista, humanos y espíritus digitales recorren las calles, luchando por la supervivencia.

Hielo David Aliaga Editorial Paralelo Sur, 2014 Un hombre que llega huyendo al extremo norte de Islandia, un enfermero de Reykia vik que se enfrenta a una terrible acusación, una mujer que transita por sus días esquivando los vacíos que la hostigan mientras su hijo se refugia en el ruido destructivo del black metal. Cuatro personajes que nos conducen por los paisajes helados de Islandia enfrentados a un hecho que les ha condenado a verse desnudos frente al espejo. Hielo narra los días en que estos personajes son obligados a hacer frente al dolor de saber, el riesgo de decidir, a la necesidad de preservar las mentiras y afrontar la desazón que les produce la verdad. Con un estilo en la línea tanto del realismo «sucio» de Richard Ford como del minimalismo y la sobriedad de Raymond Carver y de Hemingway, David Aliaga nos cuenta la vida de cuatro personas «normales» unidas por ese acontecimiento terrible, que determina sus vidas, y sus diferentes formas de afrontarlo. Una historia fragmentaria en la que los distintos personajes se alternan para tejer una trama misteriosa y sugerente a través de la cual el lector va descubriendo, a medida que avanza el relato, sus motivaciones, sus miedos, sus profundas contradicciones .

Yo, zombi Óscar Urra Editorial Salto de Página, 2014 Narrada en primera persona, Yo, zombi ofrece la insólita perspectiva del no-muerto como punto de partida para contarnos sus peripecias, pero también sus anhelos y temores, incluso sus preocupaciones más mundanas, en un contexto actual y cercano, imprimiendo una nueva y original vuelta de tuerca a un género extraordinariamente popular. En su caída, degradación y voluntad de supervivencia late también la metá fora de una sociedad que produce sus propios horrores para luego apartarlos o ignorarlos. Óscar Urra nació en Madrid en 1970. Es licenciado en Filología Hispánica y profesor de Enseñanza Secundaria. Su primera novela, A timba abierta (Salto de Página, 2008) fue finalista del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela policial del año. También ha sido antologado en La lista negra. Nuevos culpables del policial español (SdP, 2009). Ha publicado la novela es Impar y rojo (2009).

Rayos X Carlos Salem Tropo Editores, 2014 De todos los poderes de Superman, Nicolás solo quisiera tener la visión de rayos X para ver la ropa interior de las chicas y saber lo que oculta su padre en los cajones de la cómoda que cierra con llave. Con esa obsesión por ver más, crece en un país que se hace y se deshace sin darse cuenta, como su familia. Descubre que un libro puede ser un arma, el símbolo del orgullo, que el deseo empieza pero nunca acaba, que ha blando se entiende la gente. Aunque sea a golpes. Y que «crecer era una mierda. Y que no iba a poder evitarlo».

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El viaje a pie de Johann Sebastian Carlos Pardo Editorial Periférica, 2014

El viaje a pie de Johann Sebastian narra una historia cuya actualidad es hoy mucho

más que un síntoma ¿Puede la historia de una familia excéntrica conver tirse en símbolo de un país y de una época? ¿Es la originalidad la más común de las obligaciones? ¿Se narra una vida o se narra contra la vida? El humor y la tristeza se entremezclan en estas páginas para ofrecernos el retrato, al mismo tiempo mordaz y sentimental, de una no tan típica familia española. El narrador, a punto de cumplir cuarenta años, no sólo mira hacia el pasado para contar su particular educación sentimental, sino que, ya en el presente, retrata con bisturí a toda esa sociedad que vivió el cambio de siglo como un tránsito desde el estado de bienestar hasta la crisis creyendo siempre que los culpables eran, sin duda, «los otros». ¿La trama? Madre de clase baja se compromete en los años sesenta con el señorito de la casa en la que trabaja, joven ingeniero. Tendrán cinco hijos: dos músicos de rock, un mecánico, un camarero y un librero. Ninguno terminará sus estudios. Pasa el tiempo, los padres se divorcian. La madre enferma. El padre, que se ha jubilado y compite con éxito en triatlón, también enferma: sufre un infarto mientras monta en bicicleta. Serán ahora los hijos quienes cuiden de los padres...

De la infancia Mario González Suárez Ediciones Era, 2014 Esta novela de Mario González Suárez es un libro de fronteras. La acción se desarrolla en el último borde de la ciudad, donde lo que sigue es el llano, el bosque raquítico, el arranque de la autopista, la zona fabril. Más allá de la frontera cartográfica, los linderos se multiplican. Los protagonistas se mueven también en otros filos: una familia que oscila entre el aguante frugal en la legalidad y los intentos sostenidos de dar un golpe criminal que los libre de una vez de la pobreza; pero al mismo tiempo, y aquí el libro se vuelve único, también habitan en las fronteras en que lo cotidiano se infecta y colinda con lo fantástico de manera ambigua, dudosa.

Prácticas de tiro Salvador Perpiñá Cuadernos del Vigia, 2014 Guiados por una poderosa y afinada facultad verbal, estos relatos de Salvador Per piñá exhiben ante el lector una honda y perspicaz manera de contar las cosas. Como afinados dardos sus historias alcanzan a revelarnos los rincones más escondidos de la condición humana y logran con tersura y brillantez hacernos partícipes de su deriva. Ternura y compasión, odio y carnalidad, humor o delirio son los ingredientes propios de unas narraciones llenas de intensidad y precisión. Sutil y diverso, este libro va del realismo más conmovedor al escenario más fantástico. Un libro que, a pe sar de su condición primeriza, nos arrebata y nos entrega el valor de la mejor liter atura.

El rayo rojo Roberto Malo Dissident Tales, 2014 Paseando por la plaza del Torico de Teruel, un escritor es abducido por una nave extraterrestre. Cuando regrese de las estrellas, ya nada volverá a ser igual. El rayo rojo cabalga entre la ciencia ficción y el humor surrealista y somarda habi tual de los textos de Roberto Malo. Las veinte ilustraciones (a todo color) que acompañan al texto son un aliciente más ya que han sabido captar toda la esencia del tex to. Reflejando sensualidad, humor, sorpresa... y todas las situaciones que se irán produciendo. «Roberto Malo, en su línea de humor negro, ternura y terror, nos pro pone en El rayo rojo una inmersión en la ciencia ficción, pletórica de originalidad, con extraterrestres en el Maestrazgo y situaciones de una hilarante comicidad». (Juan Bolea).

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De amores y domicilios Arnoldo Rosas Editorial FB Libros, 2014 En De amores y domicilios Arnoldo Rosas nos propone 20 relatos de diversas tonalidades y longitudes donde lo cotidiano —con sus registros de violencia, humor, ironía, cariño, ilusión y hasta irrealidad— sirve como elemento unificador del contexto narrativo, y los espacios y locaciones se integran como un personaje más. Narraciones de alto nivel literario, varias de las cuales han merecido reconocimiento en impor tantes concursos o están presentes en destacadas antologías de cuentos venezolanos e internacionales, que sin duda el lector activo apreciará y disfrutará. Arnoldo Rosas perteneció al Taller de Narrativa del Centro Latinoamericano «Rómulo Gallegos» (19811982). Ha publicado los libros de relatos Para enterrar al puerto, Olvídate del tango, La muerte no mata a nadie y Sembré los muertos ; la novela corta Igual; y las novelas Nombre de mujer , Uno se acostumbra y

Massaua.

Hasta aquí hemos llegado Francisco José Oto Bolea Ediciones Alfar, 2014 ¿Qué tienen en común un político, una cooperante, un ganadero, una ejecutiva, un empresario, un ama de casa, un profesor y un alguacil? Haber nacido en el mismo año y localidad, y, a consecuencia de ello, haber pertenecido a la misma peña de amigos. ¿Algo más? ¡Atrévete a descubrirlo! Verano de 2011. Un grupo de amigos cuarentones se reencuentra en su pueblo natal para asistir al funeral de un miembro de la cuadrilla. Durante tres días de convivencia en el pueblo, los ocho personajes, dotados con voz propia, rememoran los viejos tiempos y reflexionan acerca de los anhelos, contradicciones, incertidumbres y decepciones del presente. El autor ha intentado con humor y un poco de mala leche plasmar en esta novela coral un bosquejo de la diversidad de recorridos vitales de los humanos y de sus ambiguas relaciones.

No te vayas sin mí Álvaro de la Rica Ediciones Alfabia, 2014 Jacob y Claire trabajan juntos durante casi seis años. Primero se hacen amigos y finalmente se enamoran. Ambos están ya casados y se resisten, cada uno a su manera, a un amor que parece imposible. Primero renuncian a sí mismos pero, con el pasar del tiempo, el dolor, el respeto al compromiso y hasta la culpa terminan por unirles de un modo aún más fuerte y radical. Staten Island, un siniestro restó en París, los parques de la ciudad de Boston o la Vielle Ville ginebrina son entre otros los lugares-testigo en los que se desarrolla una gran historia de amor que bien podría haber sido la nuestra. Álvaro de la Rica (Madrid,1965) es autor de media docena de libros entre los que des tacan En lo más profundo del bosque. La juventud de Julien Green (1998), Estudios sobre Claudio Magris (2000), Homenaje a José Jiménez Lozano (2006) y Kafka y el holocausto (2009).

No me cuentes mi vida Antonio Tejedor Editorial La Fragua del Trovador, 2014 La veintena de relatos que recoge este libro muestra un mosaico de la vida diaria en el que podemos vernos reflejados cualquiera de nosotros. Nada más humano que el amor, las relaciones de pareja en jóvenes y en adultos. O el recuerdo y las historias de otros, el dolor causado. El trabajo, también; el poso que deja en el camino de cada uno. Nuestra vida de hoy, con la crisis pegada a la tierra que pisamos y que tanto esfuerzo nos va a exigir para remontar el vuelo. Esta variedad de temas no oculta las singularidades propias de cada cual y las marcas que la experiencia ha ido imprimiendo en nuestra piel. Historias desconocidas, pero que de algún modo sentimos cercanas porque en algún punto del camino se cruzan con las nuestras.

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En presencia de un payaso Andrés Barba Anagrama, 2014 ¿Quién es capaz de resumir su propia vida en trescientas palabras? Marcos, el científico protagonista de esta fantástica novela de Andrés Barba, se golpea la cabeza sin descanso contra ese imposible durante unas navidades, mientras su mujer y su cuñado, un célebre cómico retirado con una delirante y compleja trayectoria política, se reúnen por primera vez en el año de la muerte de su madre. Con su habitual maestría para los espacios íntimos Barba nos presenta una novela sobre la identidad pero también la familia, el humor, el deseo y la sorpresa que siempre supone el verdadero des cubrimiento del otro. Una novela indispensable de quien es ya sin discusión uno de los escritores más importantes de su generación en lengua española

El jardín Ismael Grasa Xordica Editorial, 2014 «No hay nada más que esto», dice el protagonista de uno de los relatos de El jardín. Tras la apariencia de unas vidas rutinarias y detenidas, los personajes de este libro no dejan de cavar un túnel de salida hacia otro lugar: un vendedor de periódicos que sigue en la misma habitación donde creció mientras piensa en declararse a la mujer que ama; un vigilante dedicado a resolver problemas de lógica a la vez que es motivo de burla a su alrededor; un oficinista que sale a dormir a la intemperie junto a los jabalíes, y que mantiene un romance con una mujer tan desamparada como él… Ismael Grasa vuelve a conmovernos, igual que hizo en Trescientos días de sol, con un estilo sobrio y despojado. Una desnudez que deja al descubierto las fugaces iluminaciones que parecen dar sentido a las vidas de los personajes.

Cría terminal Germán Maggiori Tusquets Editores, 2014 En el año 2051, el capitalismo occidental agoniza asfixiado por China, la primera potencia mundial. Es la era de oro de la informática cuántica y de la ingeniería genética. En Argentina, un pantano artificial esconde el laboratorio de una experta en clonación binaria y terrorista por China Libre, la doctora Mei Hóng. Junto a su amante argentino, el analista bibliomaníaco del Archivo Nacional de Inteligencia Alejandro Stellke, montan un complot a escala global que involucra unos misteriosos huevos y del que participan el ornitólogo americano Kurt Sealow; un necrofílico agente del servicio se creto del vaticano; el comandante de un ejército clandestino obsesionado con Perón; unas jóvenes siamesas chinas y Chico Eisen, un agente operativo entrenado desde su niñez por el propio Stellke. En Cría terminal abundan terroristas que se autocombustionan en salvajes atentados, gauchos adictos a drogas cuánticas, milicias de niños despiadados, místicos pitagóricos alucinados y teorías desca belladas.

En el lado sombrío del jardín Eva Losada Casanova Editorial Funambulista, 2014 Ana Santos regresa desde Madrid a la quinta portuguesa de O Caneiro tras un matrimonio frustrado y la pérdida de la custodia de su hija. Ana busca entre los muros que la vieron nacer la causa de la trágica y enigmática muerte de sus padres con la ayuda de su hermana Alessandra, una mujer solitaria, a veces cruel, víctima de una extraña enfermedad. La exuberante naturaleza de la Sierra de Sintra y el viento obstinado de la playa de Guincho sumergen al lector en un misterioso universo cargado de olores y susurros que en ocasiones se abre como un abanico lleno de peligros y en otras es como una fragancia dentro de un bote de cristal. El lector se rendirá enseguida a la voz de Ana Santos, caminará junto a ella en su desesperada pesquisa, huyendo de sí misma, del lado más sombrío de su jardín, y de todo aquello que la aleja de la verdad que ha vuelto a buscar a la casa familiar y que otros se empeñan en manipular y ocultar.

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Lo que no se dice VV.AA. Editorial Dosbigotes, 2014 Luis Antonio de Villena, Eduardo Mendicutti, Luisgé Martín, Lluís Maria Todó, Fer nando J. López, Óscar Esquivias, Luis Cremades, Lawrence Schimel, José Luis Serrano, Óscar Hernández y el debutante Álvaro Domínguez dan muestra de su talento en once relatos inéditos cargados de ingenio y originalidad. Un futbolista que convierte el terreno de juego en el lugar donde librar sus batallas amorosas, las expe riencias libertinas de un recluta en el Servicio Militar durante las postrimerías del franquismo, el desasosiego de un adolescente acosado en el instituto por su condición sexual o la relación encubierta entre un director de coro de iglesia y un joven melómano son algunas de las historias reunidas en Lo que no se dice . Por las páginas de esta antología desfilan toreros, catequistas, bailaores y hasta un escayolista erigido en leyenda lúbrica del Madrid de los ochenta. Un ejercicio de imaginación al amparo de la liber tad creativa que aúna calidad literaria, divertimento y compromiso.

Secretos del Arenal Félix G. Modroño Algaida Editores, 2014 El voluptuoso mundo del vino ha unido a Silvia y Mateo en una relación tan intermitente como apasionada, donde nunca hay preguntas ni tampoco respuestas. Pero ella sigue atormentada por el dolor de hace muchos años: en 1989 el cadáver de su hermana mayor apareció en el monte Artxanda, salvajemente mutilado, y desde entonces el asesino sigue libre, sin que las investigaciones —primero de la Policía Nacional, y luego de la Er tzaintza— hayan logrado sustanciales avances. Un día, Mateo recibe el correo electrónico de una desconocida que le propone leer la novela Secretos del Arenal: una historia de intrigas, venganza y supervivencia situada en la Sevilla de postguerra, una ciudad acosada por el hambre, la miseria y la represión política. Mateo no sabe que es la propia Silvia quien le manda ese correo, y por supuesto desconoce qué claves se esconden tras la lectura de esa novela. En la más reciente novela de Félix G. Modroño, galardonada con el XLVI Premio Ateneo de Sevilla, el destino pa rece entretejer las historias de dos mujeres, en dos ciudades diferentes separadas por más de mil kilómetros y con casi medio siglo de diferencia.

Las lágrimas del agua Jose Luis Hinojosa Antonio Machado Libros, 2014 Paula es una atractiva arquitecta, que habiendo perdido su empleo y su casa se tiene que adaptar a sus nuevas circunstancias, pronto empieza a concebir un plan para salir de esta situación, un plan perfecto que no necesita más que de una pizca de suer te y algo de ayuda. Amalio es un joven que ha heredado de su padre una sastrería deca dente en Burgos en la que apenas han quedado algunas telas. Para ganarse la vida trabaja en una tienda en la misma ciudad como aprendiz, pero tiene un plan para el que no necesita más que una pizca de suerte y algo de ayuda. Dos personas y dos pla nes que parecen perfectos, si no fuera porque en los planes uno debe contar con las eventualidades que el destino le puede deparar.

La confesión José Manuel del Río Ediciones Oblicuas, 2014 Saúl se despierta noche tras noche en la misma cama en lo que parece una sucesión interminable de insomnios. Cuando por fin cree recobrar una conciencia mínimamente lúcida, observa que dos encapuchados lo tienen encerrado en esa extraña habitación. Tras una breve conversación llena de ambigüedades que desconcierta todavía más a Saúl, lo golpean y se lo llevan en una furgoneta a un lugar inesperado. Allí deberá enfrentarse a su pasado, a sus errores y a una certeza definitiva. José Manuel del Río trabajó como abogado penalista en Barcelona. Ha escrito numerosas publicaciones relacionadas con la delincuencia, el control social y las detenciones preventivas.

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Ego y yo Yolanda Regidor Editorial Almuzara, 2014 Una sola historia, dos vidas desplegadas. Sin firma, sin nombres. Dos personajes con un pasado complejo y una misma visión que los trabará para siempre. A y B, blanco y negro, santo o diablo; las dos caras del ser humano. Reflexión e impulso; la prevalencia de uno de ellos dentro de nosotros y, al mismo tiempo, la necesidad de dejar un hueco al otro, de completar nuestro espíritu con naturalezas ajenas. El placer de de jarse llevar, de aliviar la carga de ser nosotros mismos. Ego y yo relata en primera persona los avatares de dos amigos en un viaje de cuatro días. En tan solo ese tiempo, y sin que se hayan alejado apenas de su punto de partida, el narrador vivirá, gra cias o a pesar de su acompañante, experiencias con las que no contaba. Mientras, revive momentos pasa dos de vital importancia, bolas de preso que le impiden avanzar. El motivo del viaje no es el mismo para ambos; para uno es una escapada, para el otro un destino. Sin embargo, sucederá algo que cambiará el rumbo y aplazará los objetivos, pues los dos son frágiles. Víctimas, al igual que todos, del miedo a la soledad y el instinto de supervivencia. Esos motores que impulsan a la piedad, la amistad, el amor, la trai ción y, paradójicamente, a la propia muerte. Tras su aplaudido y prometedor debut con La piel del cama león, el talento narrativo de Yolanda Regidor brinda aquí al lector un viaje sin retorno posible, en el que se dan cita el humor, el odio, la amistad, el amor.

Márchate de Riverthree Santi Fernández Patón Ediciones Alfar, 2014 Ross Eastwood, Fiscal Federal del Distrito Occidental de Washington de los Estados Unidos, viaja a su pueblo natal, Riverthree, debido a la muerte de su hermano Brad Eastwood en accidente de tráfico. El abogado de Brad le informa de que él y su her mano pequeño Jake Eastwood son propietarios de una pequeña fortuna, y de que Brad le ha nombrado administrador único de la herencia. Jake trabaja como soldado en el Cuerpo de Intendencia del Ejército en bases fuera del país. Ante la falta de noticias de Jake, Ross decide poner en venta todos los bienes y regresar inmediatamente a su casa en Washington D.C. para continuar con su trabajo. En el aeropuerto se encuentra con Jake. Ross decide retrasar su salida para compartir unos días con él y para decidir, entre los dos, qué hacer con los bienes legados por Brad.

El verbo se hizo carne Rubén Castillo Alfaqueque Ediciones, 2014 En estas siete narraciones veremos cómo Adán y Eva descubren el sexo y sufren una gozosa conmoción; cómo Lot yace con sus dos hijas y las deja a ambas embarazadas; cómo Jacob disfruta de dos hermanas al mismo tiempo, con el feliz con sentimiento del padre de las chicas; cómo el rey Salomón vive obsesionado por el recuer do de una mujer, mientras convive con otra; cómo el pueblo elegido, para indignación de Moisés, se entrega a toda clase de excesos mientras él sube al monte en busca de las Tablas de la Ley... Pese a su apariencia provocadora o iconoclasta, no son historias que el escritor invente: todas están contenidas en el libro sagrado. Lo único que él hace es re crearlas aquí desde el erotismo y el humor.

Martillo Alejandro Hermosilla Editorial Badulaque, 2014

Martillo, primera novela publicada de Alejandro Hermosilla, rinde homenaje a la ciudad de Fez y Las mil y una noches , conduce al lector, a través de arabescos laberintos, de una historia a otra, de un libro a otro, del paraíso al infierno y del infierno al paraíso. Efrits, sultanes, hechizos… Martillazos y más martillazos para hacer añicos el texto en cada página, para romperlo todo, para que nos inmolemos junto al autor en pos de una luz verdadera. El colorido de la narrativa de Hermosilla, la riqueza de su óptica y sus fascinantes reflexiones sobre Oriente y Occidente comienzan a marcarnos el camino.

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Noticias del fin del mundo José Marzo ACVF Editorial, 2014 El 10 de julio de 2014 será la última tarde que dos amantes pasen juntos. Noticias del fin del mundo es el relato de los encuentros y desencuentros de una pareja, pero también el cuestionamiento de la identidad en una sociedad en descomposición. Esta novela breve se incorpora al ciclo de Novelas Plurales de José Marzo, junto a La alambrada, Olga y la ciudad y Actores sin papel. José Marzo nació en Madrid en 1967 y fue, desde niño, un lector voraz. Ha trabajado como antenista, obrero de automoción, recepcionista de noche de hotel, cartero, director de oficina postal y editor, entre otros empleos. Abandonó la carrera universitaria de filosofía para dedicarse al estudio autodidacta y a la creación literaria. Su biblioteca personal supera los tres mil volúmenes, entre obras de narrativa y ensayos.

Los pies en el cielo Fernando Garcín Editorial Badulaque, 2014

Los pies en el cielo (Masha Mendes en Efimeria) es un dietario caleidoscópico cine-

matográfico. En él Fernando Garcín se transfigura en Masha Mendes, personaje originario de la filmografía del cineasta alemán Alexander Kluge. Al igual que éste, Garcín reflexiona sobre las vicisitudes del hombre contemporáneo, y lo hace también fragmentando la narración, a la que salpica con toda clase de recursos: juegos de palabras, monólogos, comentarios, diálogos, versos… Todo dispuesto de corrido en un bloc de notas muy personal. Masha, artista teatral, desde su delirio evoca sus trabajos en un circo, en la feria y en una nave teatro exploradora. Le gusta la filosofía. Su amigo Solag la acompaña en los buenos y en los malos momentos, tratados siempre con el mejor sentido del humor. Juntos hacen de estas páginas un libro realmente divertido, a la vez que de gran profundidad. Lite ratura con los pies en el cielo, sin complejos, sin muros, de una libertad inusual.

Vivir del cuento Mónica Sánchez Fernández Editorial Playa de Ákaba, 2014

Vivir del cuento gira alrededor de las relaciones de pareja y la infidelidad, y pretende

mostrar, siempre bajo la personal óptica de la autora, la sinrazón de los celos y el quebranto que este sentimiento puede llegar a ocasionar tanto a quien cela como a quien es celado. La realidad y la ficción se entremezclan sin cesar en las páginas de Vivir del cuento, ya que tanto la novela real como la ficticia tienen numerosas similitudes, al margen de su título. A medida que se suceden los capítulos, los personajes se acercan cada vez más hacia un final común, que pretende ser real, aunque no esté demasiado alejado de la ficción.

El licor de las bellotas José Antonio Padilla Ediciones Alfar, 2014 Alain trabaja de maestro alambiquero en una destilería de anís de Constantina, un pueblo de Sierra Morena. Está casado y desea tener un segundo hijo. Trabajador incansable, en su tiempo libre hace de guía micológico. Y si hay fuego en el monte, se une a los retenes forestales. Un domingo recibe la que él creía que podía ser la peor de las noticias de su sosegada existencia, su equipo desciende a Segunda División. Pero el lunes lo despiden del trabajo y, al llegar a casa, encuentra a su mujer en la cama con su mejor amigo. La vuelta al hogar materno es difícil, dos de sus tres her manos ya ocupan los dormitorios de solteros. Su hermano Gerard está divorciado, es un adicto al cibersexo. Aconseja a Alain que se registre en una web de adultos. Alain se hace asiduo de las citas a ciegas. Al principio sólo desea relaciones de un día. Sin embargo, poco a poco se cansa de lo efímero y establece relaciones de amistad con varias mujeres, cada una de las cuales le plantea un dilema.

NARRATIVAS

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Ensayos Ferando Aínsa Ediciones Trilce, 2014 «Desde que empecé mi labor crítica en los años sesenta del pasado siglo, me ha interesado el ensayo como género literario especialmente representativo e idóneo para reflejar la plural y compleja, cuando no contradictoria, realidad latinoameri cana. El ensayo fomenta la duda, la ruptura y la crítica y —en la medida de su es cepticismo imaginativo— contribuye a desarrollar nuevas ideas, aperturas a renovadas vías desde el margen, desde una periferia que se torna central. A partir de su mestizaje disciplinario y de género, y de su carácter metatextual, es posible proyec tarlo como un revulsivo de los sistemas cerrados y un cuestionador de la razón acrí tica. Se trata de pensar más allá de lo que se «encuentra ya pensado» —como recomendaba Adorno—, haciendo del ensayo la forma crítica por excelencia para problematizar y responder a lo inmediato y apre miante, en general con una intensa conciencia de la temporalidad histórica.» (Fernando Aínsa).

El mago de Viena Sergio Pitol Ediciones Era, 2014 Dice Sergio Pitol en las páginas que el lector tiene en sus manos: «El escritor sabe que su vida está en el lenguaje, que su felicidad o su desdicha dependen de él. He sido un amante de la palabra, he sido su siervo, un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su subsuelo; soy también su inquisidor, su abogado, su verdugo. Soy el ángel de la guarda y la aviesa serpiente, la manzana, el árbol y el demonio ». Pitol sueña la realidad y ha hecho de la distorsión un arte. El mago de Viena es una muestra de esta poética en la que la literatura es otra forma de lo real, quizá la más verdadera. Para el autor de El ar te de la fuga (que junto a El viaje y El mago de Viena conforman el Tríptico de la memoria), la literatura nunca ha sido imaginaria, sino la sustancia más tangible, más hermosa de la realidad.

La sota de bastos jugando al béisbol Miguel Ángel Buj Mira Editores, 2014 La aparición de un «cadáver gordito» junto a su estrambótico sex shop conduce a Ajonio Trepileto, el protagonista de La terrible historia de los vibradores asesinos , a un azaroso periplo por la geografía patria en pos de la peculiar herencia robada a una no menos singular mulata, Danuta. La huella del dinero y algún que otro inesperado difunto los sitúan en el centro de una delirante trama donde los intereses económicos de unos exmonaguillos han colisionado con los de un diputado corrupto del Partido Ecologista Ácrata (o del Partido Micologista del Cabo de Gata, que muy claro no lo tienen). De fondo, la disputa por la posesión del misterioso Archivo Histórico Mona guillesco y el modo en que, a través de él, pueden alcanzar la herencia desaparecida… y algo más. Apoya dos por la resuelta e ingenua Piluqui Pelos Rojos, e xuberante damisela dedicada al oficio más antiguo del mundo, Ajonio y Danuta tratan de sobrevivir a una aventura donde impor tantes prelados, políticos sin escrú pulos, un sacerdote sospechoso de asesinato, una recua de exmonaguillos y hasta un sacristán convergen en una divertidísima historia de intriga y acción donde al final todo se lo jugarán a una carta: la sota de bastos .

Enma al borde del abismo Marcos Vázquez Ediciones Trilce, 2014 Hay veces en que al despertar sentimos que va a ser un día distinto. Una sensación extraña nos avisa y nos sorprende. Aquel domingo Emma la sintió. Un desaparecido y la imperiosa necesidad de encontrarlo, cadáveres con señas enigmáticas y mentes prodigiosas en su crueldad cruzan el camino de Emma y la llevan al borde del abismo. Aquel domingo, un mes antes de cumplir los diecisiete años, comenzará a vivir una historia policial de misterio y suspenso como ninguna otra. Emma nunca va sola aunque parezca, es su secreto y su salvación.

NARRATIVAS

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Crónica de un amor en aquella guerra Víctor Maña Tropo Editores, 2014 Novela con la que el gaditano Víctor Maña ha resultado ganadora del XVIII Premio Vargas Llosa. La obra se centra en febrero de 1937, cuando la asediada ciudad de Málaga es confusión, hambre, indisciplina y odio desatado entre facciones. Ginés y Julia —de mundos opuestos y clases enfrentadas— entrecruzan casualmente sus ca minos para compartir mucha vida entre tanta muerte fratricida. Amor y guerra dominan las páginas de una novela cuyos protagonistas, en un ir y venir por las calles desastradas y caóticas de la ciudad, harán frente a sentimientos nuevos, a hábitos ancestrales, y serán testigos de los días más convulsos de la historia de un país. Tiempos de odio en los que puede crecer el amor —terco— como crece la brizna de hierba sobre el estiér col.

Mundo burbuja José Ángel Mañas LcLibros, 2014 «Con diecinueve años el hombre es todavía animal…» Así se afirma en este Mundo burbuja, espléndida novela en la que José Ángel Mañas narra los cerca de dos años que un joven emplea en recorrer buena parte de Europa dentro del plan Erasmus. Sin más objetivo, en principio, que «airearse», conocer mundo y vivir aventuras, el protagonista de la novela se irá encontrando, en efecto, con diversos y pintorescos personajes, y pasará por situaciones de «desparrame», pero al mismo tiempo irá descubriendo que hay ciertas cosas que parecen estar enraizadas en uno mismo. Como el recuerdo de Sandra, una antigua novia, a la que no es tan fácil olvidar; o el afán por encontrar una voz propia con la que escribir… Es precisamente esta voz propia de José Ángel Mañas, novelista ligado profundamente al mundo moderno y la expresión actual, lo que confiere un gran valor a este Mundo burbuja, a esta búsqueda acelerada del protagonista por viajar y descubrir lo que quizás tenía justo al lado pero no era capaz de descifrar.

Buscando los orígenes de aquello VV.AA. Pregunta Ediciones, 2014

Buscando los orígenes de aquello es un libro que podría llegar a ser el comienzo de

algunas carreras literarias interesantes, el resultado de varios encuentros entre amigos o una novedad más en las librerías. Pero lo que ya conforma, indudablemente, es un conjunto de buenas historias narradas por doce voces diferentes y nuevas en el panorama del relato en lengua castellana: Irene Achón, María Jesús Artigas, Alberto Delmalo, Ana García, Coral González, Anabel Hernández, Aitana Muñoz, María José Pardo, Eva Pardos, Elisa Pérez, Manuel Pinos y Pilar Royo. Siguiendo uno de nuestros principales objetivos, el de buscar propuestas alternativas y sacarlas a la luz, ofrecemos esta selección de autores noveles con la esperanza de que este libro sea, efectivamente, un comienzo .

La increíble leyenda de los espíritus jodones Mariano Zurdo Editorial Talentura, 2014 No es una novela esotérica pero aparecen fantasmas. No es una novela erótica pero se sudan sábanas. No es una novela romántica pero hay mucho amor. No es una novela epistolar pero se escriben cartas. No es una novela histórica pero es importante el pasado. No es una novela rural pero transcurre en un pueblo. No es una novela de misterio pero a saber qué pasa en la siguiente página. No es una novela de humor pero es un disparate. Simplemente es La increíble leyenda de los espíritus jodones, un humilde homenaje a las novelitas de quiosco que durante décadas sostuvieron, en gran medida, la lectura de muchas personas.

NARRATIVAS

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