\"Producción impresa y autores en una ciudad episcopal: Puebla de los Ángeles, 1701-1770\" (2016)

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Descripción

Producción imPresa y autores en una ciudad ePiscoPal: Puebla de los Ángeles, 1701-1770 Olivia Moreno Gamboa

E

n la época moderna el uso de la imprenta fue ante todo una práctica circunscrita al espacio urbano. Por lo tanto, su desarrollo estuvo estrechamente vinculado –por no decir supeditado– al de los poderes, las instituciones y las corporaciones que se servían de ella con distintos fines. En la Hispanoamérica colonial esta situación se reveló con mayor fuerza debido a la escasa difusión del arte tipográfico; arte que, en virtud de los intereses políticos de la corona, quedó restringido a las capitales virreinales y a unas cuantas ciudades, las más pujantes y poseedoras de una sólida estructura eclesiástica y educativa. Este fue el caso de la Puebla de los Ángeles, la segunda urbe más importante de Nueva España. De mediados del siglo xvi al xvii, la ciudad tuvo prosperidad económica y una nutrida población, sólo superada en número de habitantes por la capital novohispana. A su estatus como primer centro agrícola y manufacturero del virreinato, se añadía su privilegiada ubicación geográfica, que la volvía punto de intersección de los circuitos comerciales más dinámicos. Sin embargo, a finales del seiscientos Puebla comenzó a manifestar síntomas de estancamiento. El desarrollo de otras regiones productivas en el valle de Toluca, el Bajío y el septentrión, la prohibición del comercio con Perú (1634) –a donde se remitía buena parte de las manufacturas locales–, así como la elección de Jalapa como nuevo centro de redistribución del comercio atlántico (1722), provocaron la pérdida y la contracción de importantes mercados regionales y ultramarinos. Estos y otros factores, como las epidemias, explican la caída demográfica y

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el retroceso económico de la urbe y su región en la primera mitad del siglo xviii.1 Ante este escenario puede resultar paradójico que la introducción de la imprenta en Puebla se verificara en un momento poco alentador para las actividades comerciales e industriales. Pero la necesidad del obispo Palafox de contar con un medio de propaganda y defensa de sus afanes secularizadores, le movió a echar mano del arte tipográfico, del cual el prelado –no es exagerado decir– se reservó en la práctica su uso. Todo indica empero que en Puebla la imprenta operó de manera estable hasta mediados de la década de 1650, es decir, quince años después de la fecha que tradicionalmente conmemora su aparición en la ciudad.2 Si por un lado la difícil situación económica de la Angelópolis explica el escaso crecimiento de su producción editorial en las primeras décadas del setecientos, no es menos cierto, por el otro, decir que el enorme peso de las instituciones eclesiásticas en la vida urbana confirió a aquélla rasgos particulares, aunque también compartiera elementos con la edición capitalina. Desde una perspectiva comparativa me propongo precisamente mostrar qué usos se dieron a la imprenta poblana en el periodo borbónico. Esto lleva, además, a explorar un tema novedoso: el perfil socio-profesional y el comportamiento de los autores que acudieron a las prensas angelopolitanas en dicho periodo. Pero ante todo importa ob-

Guy P. C. Thomson, Puebla de los Ángeles. Industria y sociedad de una ciudad mexicana. 1700-1850. del Estado de Puebla/Universidad Iberoamericana/Instituto Mora, 2002, pp. 50-55 y 72-78. Thomson señala que el abasto de los asentamientos y las guarniciones del Caribe y del Pacífico no pudo compensar la pérdida de los mercados de Tierradentro y Perú, porque se trataba de “mercados externos inseguros” que aportaban grandes ganancias sólo en tiempos de guerra (pp. 58-59). Sobre la caída demográfica véase Miguel Ángel Cuenya y Carlos Contreras Cruz, Puebla de los Ángeles. Una ciudad en la historia. México: Océano-buap, 2012, pp. 39-46 y 78-80. 2 José Toribio Medina deja ver el escaso número de trabajos elaborados por los primeros impresores de Puebla y su tendencia a abandonar rápidamente la ciudad para volver a la capital novohispana (en el caso de Manuel Olivos trasladarse a Lima) ante la falta de encargos; José Toribio Medina, Introducción a La imprenta en la Puebla de los Ángeles (1640-1821), ed. facs., México, unam, 1991, pp. X-XVII. Por otra parte, Kenneth C. Ward escribe que “a la luz del hecho de que con dos pequeñas excepciones, todos los impresos de Puebla anteriores a 1654 fueron producidos por impresores que originalmente trabajaban en la Ciudad de México, de la extraña variedad de impresores que aparecen en Puebla y de las producciones intermitentes de la imprenta en aquella ciudad, se podría argumentar razonablemente que la imprenta no se había verdaderamente ‘establecido’ en Puebla hasta la aparición de Juan Borja Infante en 1654”; Kenneth C. Ward, “Conjeturas sobre los orígenes de la imprenta en Puebla”, en Marina Garone Gravier (ed.), Miradas a la cultura del libro en Puebla. Bibliotecas, tipógrafos, grabadores, libreros y ediciones en la época colonial. Puebla: Gobierno del Estado de Puebla/Ediciones de Educación y Cultura/unam, 2012, p. 191. 1

buap/Gobierno

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servar el grado de participación de los poblanos (residentes del obispado fueran o no originarios de él) tanto en las imprentas de Puebla como en las de la capital virreinal. En análisis concluye en 1770 no por una arbitrariedad. Como es bien sabido, el reformismo borbónico de los años sesenta y setenta abrió una nueva fase en el devenir económico, político y social del virreinato; y en el caso de la cultura impresa novohispana aceleró transformaciones que se venían gestando desde finales del siglo xvii y principios del xviii.3 Es por ello que considero pertinente revisar un periodo de la historia poco atendido, y al que no hace mucho se seguía viendo como un mero antecedente de la fase “propiamente” reformista e ilustrada. las imPrentas angeloPolitanas y su Producción Durante el periodo colonial Puebla tuvo escasas oficinas de imprenta, como en las demás ciudades de la América española que se constituyeron en centros tipográficos. En la primera mitad del setecientos, sólo de manera intermitente se hallarán en Puebla dos talleres operando al mismo tiempo. A principios del siglo, por breve espacio de tres años, coincidieron el del capitán Sebastián de Guevara y Ríos (c. 1700-1703), ubicado en el Portal de las Flores, y el de José Pérez en la calle de Cholula. Este último trabajó hasta 1711, tiempo en que explotó el único privilegio de imprenta reconocido y autorizado por la corona a la imprenta local: el de los papeles para convites de entierros, actos académicos y funciones de todo tipo, válido para todo el obispado.4 Más adelante, además de la familia Ortega y Bonilla, tuvo imprenta y librería en el Portal de Borja Francisco Javier de Morales y Salazar (1725-1736), nombrado en algún momento “impresor de la catedral”.5

El tema lo estudié detenidamente en “La imprenta y los autores novohispanos. La transformación de una cultura impresa colonial bajo en régimen borbónico (1701-1821)”, tesis de doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras-unam, 2013, inédita. En ésta hice un análisis general del negocio y la producción impresa, pero sin detenerme a examinar las diferencias entre México y Puebla. Un objetivo del presente artículo es, justamente, señalar las particularidades del caso poblano con relación al capitalino, así como sus similitudes. 4 Al parecer, este privilegio se concedió por primera vez a Diego Fernández de León en 1682. Medina reproduce fragmentos de los documentos correspondientes en La imprenta…, pp. XXIII-XXVI. 5 Ibid., pp. XXXI-XXXII. 3

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Fue hasta la década de 1760 que los habitantes de la Angelópolis vieron operar dos talleres tipográficos de forma permanente y simultánea: el de los Ortega y Bonilla-De la Rosa,6 y el que la Compañía de Jesús fundó en el Colegio de San Ignacio, el cual pasó a poder del seminario diocesano uno o dos años después de la expulsión. Así, a una mayor estabilidad del negocio de la imprenta correspondió un crecimiento del número de ediciones, como se observa a continuación.7 Tendencia de la producción tipográfica en Puebla (1701-1770)

Fuente: elaboración propia a partir de José Toribio Medina, La imprenta… y F. Teixidor, Adiciones a La imprenta en la Puebla de los Ángeles de J. T. Medina, ed. facs., México, iib-unam, 1991.

Pedro de la Rosa trabajó para los Ortega y Bonilla y contrajo nupcias con la nieta de Miguel de Ortega y Bonilla y de Manuela Cerezo. Gracias a este enlace y a su conocimiento del oficio, De la Rosa terminó heredando el negocio. Francisco Pérez Salazar, “Impresores de Puebla en la época colonial”, en IV Centenario de la imprenta en México, la primera de América. México: Asociación Mexicana de Libreros, 1939, pp. 344-347. 7 Este desarrollo, que considera tanto ediciones nuevas como reimpresiones, concuerda con el análisis de Laurence Coudart de los títulos exclusivamente nuevos: éstos, escribe, “aumentan de manera casi continua a partir de los años de 1680, se acelera en la segunda mitad del siglo xviii (desde la década de 1740), y se mantiene a un nivel alto a la vuelta del siglo, conoce un cierto estancamiento a partir de los años 1780. Las dos terceras partes (63%) de la producción poblana datan, pues, del periodo de 1740-1819, y la verdadera explosión se da en 1820 y 1821” (p. 123). Laurence Coudart, “Nacimiento de la prensa poblana. Una cultura periodística en los albores de la Independencia (1820-1828)”, en Miguel Ángel Castro (coord.), Tipos y caracteres. La prensa mexicana. 1822-1855 México: iib-unam, 2001, pp. 119-135. 6

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En el periodo que nos ocupa, la producción angelopolitana –calculada a partir del número de títulos– significó alrededor del 25% respecto de la capitalina. Entre 1701 y 1770 se publicaron en Puebla al menos 856 ediciones (ver anexo). Las alzas y bajas importantes que se aprecian en la gráfica se produjeron también en el caso de la ciudad de México, al igual que la tendencia secular de crecimiento. Tanto Puebla como la capital resintieron gravemente la falta de papel que suscitó la guerra marítima por la sucesión española. Las ediciones fueron cortas y escasas en los primeros años del siglo. En la Angelópolis, Diego Fernández de León se quejaba de que a raíz de la última y terrible carestía de papel que abido [sic] de dos años a esta parte, que todavía está existente, lo más de este tiempo ha estado parada dicha Imprenta [la suya], sin que en ella se imprima cosa de importancia, sino papeles de combite [sic], algunos actos literarios y menudencias tan cortas, que no alcanzan a sustentarse ni mantener los oficiales que necesitaba cuando abia [sic] papel y mucho que imprimir”.8

No exageraba el impresor, pues las bibliografías no registran ninguna edición poblana del año de 1705.9 A las coyunturas políticas que podían afectar indirectamente la productividad de las imprentas poblanas, se sumaron las quiebras económicas de sus propietarios (por carestías, deudas, malos manejos), su traslado temporal a otras ciudades (México, Oaxaca), un giro en sus actividades económicas (limitarse a la venta de libros, volverse hacendados o rentistas), o bien su deceso. Por el contrario, el aumento del número de títulos se explica principalmente por la aparición de nuevos establecimientos, la adquisición de más prensas y herramientas –no necesariamente nuevas–, la obtención de privilegios y, por supuesto, el aumento en la demanda de impresos. Todo ello, claro está, habiendo de por medio estabilidad en el comercio

Informe presentado por Diego Fernández de León ante el justicia mayor y teniente capitán general de Puebla en 1706, reproducido por Francisco Pérez Salazar, “Impresores…”, p. 379. 9 En México, según los registros bibliográficos, tres oficinas habrían dejado de publicar de 1704 a 1706: la de Guillena Carrascoso y las dos que pertenecían a los Ribera Calderón; en tanto que la de Rodríguez Lupercio produjo un solo impreso. 8

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marítimo, ya que la actividad tipográfica en Nueva España dependía del exterior para abastecerse de papel, prensas y tipos. Así, vemos que la producción se duplicó entre 1716 y 1735, años en que ya corría la administración de Manuela Cerezo, viuda del Miguel de Ortega y Bonilla. En 1714 la señora Cerezo gestionó favorablemente ante el virrey la concesión –para ella y sus herederos– del privilegio de impresión de “todos los papeles de convites de entierros, actos, conclusiones y otras funciones”, extensivo a todo el obispado. Para obtener dicha gracia, adujo hallarse desamparada con cuatro hijos y ofreció 100 pesos de donativo para la caja real, pues “era lo que como pobre viuda podía dar y más cuando no había perjuicio de tercera persona por no haber otra imprenta en dicha ciudad”.10 En 1725 obtuvo finalmente la confirmación real del privilegio. Asegurado el monopolio de los convites, la viuda se ocupó entonces de ampliar su taller; en la capital compró la vieja imprenta de los Guillena Carrascoso.11 También, hacia 1725 apareció en escena Morales y Salazar quien, como ya se dijo, estuvo activo durante once años. El historiador Francisco Pérez Salazar tuvo en sus manos un devocionario impreso por aquél en 1732 (desconocido por Medina y Teixidor), cuyo colofón rezaba “Reimpresa en la Imprenta Nueva Castellana, y Latina”. Esto significa que el tipógrafo renovó sus materiales, y que en su taller se editaban textos en latín, lengua profusamente empleada en los impresos de la época.12 La caída de la edición angelopolitana de 1736 a 1740 se debió al cese de la actividad de Morales y Salazar, pero sobre todo a la crisis provocada por la pandemia de matlazáhuatl. Sin duda, ésta afectó el desempeño de las imprentas al desestabilizar la vida urbana. No obstante que Salazar vivió hasta los años sesenta, llama la atención que su taller dejara de operar

Archivo General de la Nación (agn), General de Parte, vol. 23, exp. 95, fs. 81-82. Cabe aclarar que su difunto marido compró el privilegio al mercedario Antonio de Figueroa en 500 pesos, “quien sin facultad lo cedió”. Se infiere, pues, que Miguel de Ortega nunca gestionó ante las autoridades la confirmación de un privilegio que, además, no era heredable sino personal. Por todo lo anterior la señora Cerezo se vio obligada a realizar el trámite formalmente. 11 José Toribio Medina, La imprenta…, p. XXXIII. La viuda dio a administrar esta imprenta a su hijo Juan Francisco, pero al poco tiempo la trasladó a Puebla. Aparte de imprenta, Cerezo tenía ya en 1723 una “tienda de mercería bien aviada”, Francisco Pérez Salazar, “Impresores…”, p. 342. 12 Fue Pérez Salazar quien opinó que Morales tenía “capacidad como latinista”, Ibid., p. 347. 10

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precisamente cuando la “peste” cundió en Puebla. La enfermedad se prolongó por doce meses, y si bien se ensañó principalmente con indígenas y pobres, también se llevó a la tumba a no pocos españoles, incluyendo a notables de la ciudad (dos regidores del Ayuntamiento, un notario, varios médicos y una veintena de sacerdotes), y al mismísimo obispo Benito Crespo, en julio de 1737.13 Superada la crisis, la producción tipográfica de la ciudad entró en una fase ascendente, que quizás fuera menos espectacular de lo que a simple vista se observa en la gráfica. Y es que a partir de los años cuarenta el repertorio de Medina incorpora numerosas tesis y relaciones de méritos (curricula vitae).14 Como se sabe, las primeras se reducían a un pliego en tamaño folio y las segundas ocupaban por lo común de dos a cuatro pliegos, aunque las hubo más extensas. Se trataba, pues, de hojas y pliegos sueltos, productos que los impresores llamaban menudencias. Así, el crecimiento de la edición angelopolitana queda matizado cuando sopesamos aspectos cualitativos, en este caso el tamaño y la extensión de los impresos publicados –como hizo ver Laurence Coudart hace varios años.15 Otro factor que contribuyó a acelerar la producción tipográfica local fue la fundación, en 1758, de la imprenta del Real Colegio de San Ignacio.16 Para obtener la licencia del virrey para abrir el negocio, los jesuitas argumentaron que las ediciones que se hacían en Puebla adolecían de muchos errores, ya que el único impresor que trabajaba en la ciudad –a la sazón Cristóbal Tadeo de Ortega– no era “persona literata”. Ante estas declaraciones, el virrey no sólo les otorgó la licencia; también les autorizó publicar convites, tesis, actos y todo tipo de impresos.17 En los hechos, esto significó el fin del monopolio que durante varias décadas

Miguel Ángel Cuenya Mateos, Puebla de los Ángeles en tiempos de una peste colonial. Una mirada en torno al matlazahuatl de 1737. México: El Colegio de Michoacán/buap, 1999, pp. 175-176. 14 Se registran muchas en 1746, 1747, 1753, 1758 y 1764 a 1770. 15 Laurence Coudart, “Nacimiento...”, donde señaló que los impresores poblanos se especializaron desde fechas tempranas en la producción de folletos o impresos menores. 16 El colegio de San Ignacio se fundó en 1702. En realidad se trataba de una residencia para estudiantes y profesores jesuitas que asistían al colegio de San Ildefonso. Rosario Torres Domínguez, “Los colegios regulares y seculares de Puebla y la formación de las élites letradas en el siglo xviii”, tesis de doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras-unam, 2013, inédita, pp. 43-44. 17 Francisco Pérez Salazar, “Impresores…”, p. 349. 13

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ostentaron los Ortega y gracias al cual consolidaron su negocio. El largo pleito entre Cristóbal –quien había sido por cierto colegial en San Ignacio18– y los jesuitas por la violación del privilegio de los convites y demás, revela cuán importantes eran esas menudencias para la prosperidad de la imprenta local.19 Tras la expatriación de la Compañía, el obispo Francisco Fabián y Fuero compró y donó la imprenta a los Reales Colegios de San Pedro y San Juan. Mientras se verificaba el cambio de propietario, Temporalidades la administró y la mantuvo en operación.20 De ahí que –en términos cuantitativos– la salida de los jesuitas tuviera poco impacto en la producción tipográfica de la Angelópolis. Si bien se requieren más elementos para proponer una periodización de la edición poblana, digamos por el momento que se distinguen dos etapas, antes y después de 1736-1740, años de profunda crisis. Entre 1701 y 1735 la producción creció a un ritmo lento debido a la falta de papel –o a su encarecimiento– y a la intermitencia con la que trabajaban los tipógrafos. A partir de 1741 la imprenta angelopolitana inició su etapa más dinámica, que se prolongó hasta los años noventa. A ello contribuyó la ampliación de los talleres y su funcionamiento permanente, así como la obtención de privilegios más rentables. Este florecimiento coincidió con la recuperación económica y demográfica de la ciudad. Con todo, la imprenta poblana no lograría satisfacer por completo la demanda de los letrados locales, cada vez más numerosos; éstos, como se verá, seguirán acudiendo a los talleres de la capital virreinal para sacar a luz sus escritos. En su testamento, fechado en 18 de junio de 1723, Manuela Cerezo declaró que su hijo Cristóbal Tadeo de Ortega “será de edad de diez y ocho años que se halla cursando los estudios en el Colegio del Santo San Ignacio de esta Ciudad” (citado por Francisco Pérez Salazar, “Impresores…”, p. 389). 19 Habría que preguntarse hasta qué punto la decisión del virrey fue motivada por una visión negativa respecto de los privilegios. Carmen Castañeda señaló que el fiscal del Consejo de Indias que atendió la solicitud de Valdés para obtener el monopolio de la actividad tipográfica en Guadalajara, expresó que un privilegio de tal naturaleza impediría a otros dedicarse al oficio, lo que a fin de cuentas afectaba el desarrollo del ramo (Carmen Castañeda, Imprenta, impresores y periódicos en Guadalajara, 1793-1811. Guadalajara: Ágata Editores, 1999, p. 40). Se ve, pues, que en el siglo xviii ya existía entre algunos funcionarios de la corona una postura favorable hacia el libre ejercicio de ciertas actividades económicas, o cuando menos de la tipográfica. 20 Francisco Pérez Salazar, “Impresores…”, p. 350. 18

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el rePertorio tiPogrÁfico: usos religiosos y académicos Hasta mediados del siglo xviii la edición novohispana fue poco variada. La mayor parte del tiempo los talleres trabajaban para dar salida a los impresos privilegiados (cartillas, cuadernos de gramática, papelería oficial y “para-oficial”, convites, etc.), que eran los más indispensables, de uso más frecuente y por tanto de venta segura. A aquéllos se añadía un producto tipográfico que fue adquiriendo peso conforme avanzó el siglo: el devocionario. Fuera de estos dos “nichos”, la variedad y el peso de otros géneros de impresos respondieron a la capacidad de los talleres y a las necesidades locales. En Puebla los impresos religiosos representaron casi el 70% de los títulos registrados entre 1701 y 1770. El resto lo integraron tesis y relaciones de méritos (19.97%), piezas literarias (5.37%), pronósticos y lunarios (2.45%), gramáticas de latín y lenguas indígenas (1.16%), y varios otros. No obstante el predomino de la religión en la edición local –extensivo a la capital virreinal–, se verá que siete décadas no transcurren sin cambios. Éstos se perciben cuando se comparan dos periodos, antes y después de 1736, año de crisis para la edición novohispana en general. De 1701 a 1735 los impresos religiosos poblanos abarcan el 82.68% de los registros. Este rubro comprende a su vez catorce tipos de textos que hemos desglosado en un cuadro aparte. Los hay de carácter normativo, es decir, que reglamentan la vida y las actividades de las corporaciones religiosas, los clérigos y la feligresía. Entre los pastorales se encuentran los manuales para confesores, mientras que la predicación atañe al sermón. Algunos textos piadosos podían dirigirse exclusivamente al clero (por ejemplo, ciertos ejercicios de meditación para religiosas); pero los devocionarios, las oraciones y los villancicos21 también se destinaban a seglares.

Sobre el particular véase el trabajo de Montserrat Galí Boadella, “Los villancicos impresos en la Puebla de los Ángeles. Usos y funciones de un género devocional, siglos xvii y xviii”, en Marina Garone Gravier (ed.), Miradas…, pp. 321-354. Galí plantea que los villancicos, ya en forma impresa, cobraron “interés y utilidad fuera del templo, cuando en las familias, colegios y comunidades conventuales se realizaban funciones teatrales, algo perfectamente documentado a lo largo de los siglos virreinales” (p. 342). 21

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Cuadro 1 Los impresos poblanos (1701-1735) Materias Impresos religiosos Literatura Tesis y relaciones de méritos Gramáticas Derecho civil Historia y geografía Total

%

Impresos religiosos

210

82.68

Devocionarios

86

40.95

21

8.27

Sermones

39

18.57

17

6.69

Villancicos

18

8.57

2 3

0.79 1.18

Espiritualidad Clero secular

16 12

7.62 5.71

1

0.39

Clero regular

10

4.76

254

100

5

2.38

5 5 4 4 2

2.38 2.38 1.90 1.90 0.95

1

0.48

1 2 210

0.48 0.95 100

Indulgencias y bulas Hagiografía Catequesis Confesión Liturgia Sacramentos Historia eclesiástica Congregaciones Sin clasificar Total

%

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Cuadro 2 Los impresos poblanos (1736-1770) Materias Impresos religiosos Tesis y relaciones de méritos

385

% 63.95

Impresos religiosos Devocionarios 232

154

25.58

Clero secular

47

12.21

Literatura

25

4.15

Sermones

30

7.79

Pronósticos y lunarios Gramáticas y retóricas

21 8

3.49 1.33

26 13

6.75 3.38

Derecho civil

5

0.83

8

2.08

Historia y geografía Filosofía Teología Técnicas

1 1 1 1

0.17 0.17 0.17 0.17

6 4 2 2

1.56 1.04 0.52 0.52

602

100

Espiritualidad Clero regular Indulgencias y bulas Hagiografía Catequesis Villancicos Sacramentos Historia eclesiástica Confesión Liturgia Congregaciones Sin clasificar Total

2

0.52

1 1 1 10 385

0.26 0.26 0.26 2.60 100

Total

% 60.26

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Como puede verse en el cuadro 1, en la primera etapa la literatura piadosa (devocionarios, espiritualidad y villancicos) fue el rubro más nutrido, así en términos relativos como absolutos. En los siguientes 35 años (cuadro 2) estas ediciones aumentaron más del 10% entre los títulos religiosos, pero retrocedieron poco más del 4% en el repertorio general, a favor de impresos “profanos”. En la Ciudad de México se observa el mismo comportamiento, pero allí los textos de piedad alcanzaron porcentajes inferiores a los de Puebla,22 lo cual nos habla del peso que este género de obras tenía en la cultura religiosa de la urbe y en la prosperidad de sus imprentas. Así, podría decirse que los tipógrafos angelopolitanos fueron verdaderos especialistas en impresos y libritos piadosos. No ocurrió lo mismo con la edición de sermones, que si bien no fue en estricto sentido un monopolio de los tipógrafos capitalinos, sí fue uno de sus principales nichos. En la Ciudad de México su importancia se mantuvo de un periodo a otro; apenas se produjo un ligero descenso en el de 1736-1770, al inicio por el matlazáhuatl y al final por la expulsión de la orden jesuita, que contaba entre sus filas con célebres oradores y autores de sermones. En Puebla, por el contrario, éstos disminuyeron significativamente: con relación a los impresos religiosos descendieron del 18.57 al 7.79%, y dentro de la producción general bajaron del 15.35 al 4.98%. Cabe señalar, además, que en la edición poblana fueron excepcionales las colecciones de sermones, mientras que en la capitalina se cuentan varias.23 El retroceso del sermón impreso poblano no debe interpretarse, sin embargo, como una pérdida de interés de los eclesiásticos angelopolitanos por ese género de ediciones. Para darlas a luz, siguieron recurriendo a las prensas de ciudad de México con la misma regularidad que en las primeras décadas del siglo. Así, entre 1736 y 1770 se publicaron en la capital virreinal cuatro colecciones y 25 sermones sueltos escritos y pronuncia-

En la capital novohispana, de 1701 a 1735, representaron el 26.98% del total de los títulos registrados, y de 1736 a 1770 el 37%. En Puebla las cifras respectivas fueron 47.24% y 43.18%. Se debe tomar en cuenta, además, que en la capital esa producción se repartía entre varias imprentas. 23 Con anterioridad al periodo que aquí se estudia, es decir, de 1643 a 1700, se imprimieron en Puebla 82 sermones (un lapso de 57 años). De 1771 a 1821 se publicaron 46. Así, pues, podría decirse que la “época dorada” del sermón impreso poblano fue la segunda mitad del siglo xvii. A este respecto consúltense los catálogos de Medina y de Teixidor. 22

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dos en Puebla por clérigos del obispado (producción superior a la poblana considerando que las colecciones agrupaban varias piezas). Además de los impresos piadosos, cada vez ganaron mayor presencia los documentos emitidos por el episcopado poblano: edictos, providencias y cartas pastorales de prelados, textos que agrupamos bajo el rubro Clero secular. En particular, Fabián y Fuero dio mucho que hacer a la Imprenta del Real Seminario Palafoxiano; sus ediciones más extensas, que ocuparon formatos infolio y cuarto, vieron la luz en 1770,24 poco antes de celebrarse el IV concilio provincial mexicano. Y fue tal vez a instancia suya, o a consecuencia de su reforma del seminario conciliar, que unos años atrás (1766) se reimprimió en Puebla el Promptuario de la teología moral del dominico Francisco Larraga, que el prelado eligió como texto para la nueva cátedra de teología moral.25 Este exitoso manual de casos de conciencia representó sin duda una venta segura para la imprenta del colegio jesuita. En España “el Larraga”, como le nombraban los libreros, conoció cuando menos 57 ediciones en el siglo xviii: era una lectura imprescindible para los futuros sacerdotes, recomendada por los reformadores de los estudios clericales.26 Otros dos aspectos interesa destacar del periodo de 1736 a 1770. En primer lugar, el repertorio editorial se hizo un poco más variado (¿se trata en algunos casos de géneros nuevos en el contexto poblano?). En segundo, los impresos de carácter profano empezaron a abrirse camino. Éstos suman poco más de 35% de los títulos registrados, el doble que en el primer periodo. Este cambio se explica en buena medida por la creciente presencia de textos escolares y “papeles académicos”, por así llamarlos. Puebla no sólo era famosa por sus textiles de algodón, su cerámica de talavera, sus templos y conventos... Importantes colegios y una comunidad de hombres de “letras y virtud” contribuían a su prestigio. En la primera mitad del setecientos, la Angelópolis fue después de la capital

Su Catalogus controversiarum supera las 360 páginas de texto; sus tres Colecciones de providencias, cuentan con 656, 195 y 185 páginas, respectivamente; y la Missa Gothica seu mozarabica, que editó junto con el arzobispo Lorenzana, 198 páginas a dos tintas, algunas con grabados. 25 Rosario Torres Domínguez, Colegios y colegiales palafoxianos de Puebla en el siglo xviii. México: iisueunam/buap, 2008, p. 77. 26 Arturo Morgado García, “Los manuales de confesores en la España del siglo xviii”, en Cuadernos Dieciochistas, núm. 5, 2004, p. 128. 24

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la urbe que envió más colegiales a graduarse a la Real Universidad de México; casi en la misma proporción, los colegios de la Compañía de Jesús y el seminario diocesano formaron y graduaron estudiantes en dicha institución.27 El peso de este último establecimiento educativo se reflejó en la edición local. Desde fechas tempranas los prelados de Puebla ordenaron la publicación de artes o gramáticas del latín “para uso y ejercicio” de sus estudiantes. La primera registrada por Medina data de 1685: Explicación de los Libros Quarto y Quinto de la Gramática, conforme al Arte de Antonio.28 Se ignora a quién se debió esta adaptación de los textos de Nebrija.29 A mediados del xviii se publicó El Valerio para uso de los Seminaristas del Colegio Palafoxiano del doctor José Rodríguez Valero, originario de la villa de Córdoba y catedrático del colegio. A diferencia de las gramáticas, los compendios novohispanos de retórica fueron menos numerosos, pues en este rubro se dependía casi por completo del mercado europeo. En Nueva España, la Congregación la Anunciata del colegio jesuita de San Pedro y San Pablo explotó un amplísimo monopolio de impresión que incluía los catecismos de Ripalda, los “cuadernillos de gramática”, el compendio de retórica de Francisco Pomey, los “florilegios” de poetas latinos, fábulas, las explicaciones de los tiempos y las epístolas de Cicerón, “como también cualquier cuadernillo usual de dicha gramática, aunque sea de autor no jesuita”.30 De modo que los impresores debían obtener permiso de la congregación para poder editar ese género de textos, y muy probablemente pagar a aquélla por ese derecho.

Entre 1704 y 1767 se graduaron del seminario tridentino de Puebla 1,171 bachilleres en Artes; de los colegios jesuitas de San Ildefonso 1,064 y de San Ignacio 367; y sólo 9 del Colegio de San Luis de la orden de predicadores. Rodolfo Aguirre Salvador, “Bachilleres y doctores de artes en el siglo xviii: colegios de origen, ocupaciones y trayectorias públicas”, en Enrique González González (coord.), Estudios y estudiantes de filosofía. De la Facultad de Artes a la Facultad de Filosofía y Letras (1551-1929). México: iisue-unam, 2008, pp. 331-312. 28 Edición ordenada por Manuel Fernández de Santa Cruz, véase José Toribio Medina, La imprenta…, pp. 60-61. 29 Durante la colonia se elaboraron varias adaptaciones, tanto a cargo de religiosos –sobre todo jesuitas– como de seculares. Véase Enrique González González, “Colegios y universidades. La fábrica de los letrados”, en Nancy Vogeley y Manuel Ramos Medina (coords.), Historia de la literatura mexicana: desde sus orígenes hasta nuestros días, vol. 3. México: Siglo XXI Editores/unam, 2010, pp. 106-108. 30 agn, General de Parte, vol. 69, exp. 143, f. 239. 27

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La expulsión de la orden no trajo consigo la extinción del privilegio; el virrey lo adjudicó al Hospital General de San Andrés para que éste, a su vez, lo arrendara al mejor postor. A partir de 1783 éste fue el impresor poblano Pedro de la Rosa, quien se comprometió a pagar 1,500 anuales durante cinco años por la renta del privilegio.31 Si bien a finales del siglo xviii se editaron nuevas gramáticas y retóricas adaptadas por catedráticos y preceptores públicos de latinidad, la mayoría clérigos, ni en Puebla ni en la ciudad de México se dejaron de reimprimir los viejos manuales jesuitas. Con fines distintos pero derivada asimismo de prácticas académicas, la publicación de conclusiones y relaciones de méritos cobró importancia en Puebla a partir de la década de 1740, como ya se apuntó. Una vez graduados en la universidad, los colegiales poblanos regresaban a su obispado en busca de una mejor colocación. Así, cuando el cabildo angelopolitano convocaba a concursos de oposición a prebendas o curatos, los clérigos se apresuraban a imprimir sus tesis e informes curriculares, pues su presentación era un requisito para concursar por tales beneficios –de ahí que se les clasifique juntas. Como en el caso de los exámenes a grados, es de creerse que los puntos a defender en las oposiciones se imprimían previamente para darlos a conocer a los examinadores e invitados.32 En Puebla se estamparon tesis desde el siglo xvii, pero es posible que el uso de relaciones impresas se generalizara ya avanzado el xviii, no siendo necesariamente obligatorio, pues éstas se siguieron entregando manuscritas.33 Con base en los registros bibliográficos, se infiere que en Puebla lo que principalmente motivó la publicación de conclusiones y relaciones fueron

Es importante referir que ya en 1771 De la Rosa había obtenido en subasta el privilegio de las cartillas, que era extensivo a todo el virreinato. Sobre éste y otros monopolios novohispanos véase Marcela Zúñiga Saldaña, “Privilegios para imprimir libros en la Nueva España, 1714-1803. La renta de un monopolio editorial”, en Estudios del Hombre, núm. 20, 2005. 32 Las tesis impresas de la antigua universidad de México, estudio y selección de Francisco de la Maza, México, Imprenta Universitaria, 1944, p. 14 33 Por la Gaceta de México sé de algunas oposiciones (concursos) a canonjías celebradas en Puebla: en 1728 a la magistral (núm. 1, enero, p. 5), y en 1729 a la penitenciaria (núm. 16, marzo, p. 124). Pero en ningún caso Medina registró tesis o informes de méritos. Consulté la edición facsimilar de Condumex, 1986. Y en el Archivo de la catedral de Puebla, Rosario Torres halló 156 relaciones de méritos manuscritas de poblanos que opositaron a canonjías en el xviii, lo cual indica que tales documentos no siempre se mandaron imprimir. Agradezco a la doctora Torres haberme compartido esta valiosa información. 31

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las oposiciones a las canonjías de oficio. Pagar por ello debió significar un gasto elevado que con menor dificultad podían sufragar graduados mayores (licenciados y doctores), quienes gozaban ya de la titularidad de un curato, de una cátedra o de un empleo eclesiástico, como era el perfil del grueso de esos opositores. Es posible que las tesis y los informes de méritos fueran, después de los devocionarios, las publicaciones que más contribuyeran a sostener el negocio tipográfico local en la segunda mitad del setecientos. Con relación a la Imprenta del Colegio de San Ildefonso, Martha Ellen Witthaker estima que las utilidades por esa clase de pedidos fueron elevadas, de entre 160 y 230%.34 Otro tipo de obras que ganaron espacio en la edición poblana en los años centrales del siglo xviii fueron los pronósticos, llamados también lunarios, calendarios o efemérides. Por lo común, sus autores fueron eclesiásticos inclinados al estudio de la astronomía, o bien catedráticos de matemáticas, contadores, médicos y agrimensores laicos. Estos libritos pronosticaban el clima y explicaban los fenómenos astronómicos (eclipses, el paso de cometas, etc.), por lo que fueron de gran utilidad para los labradores, comerciantes, arrieros, marinos, médicos… Ofrecían además un calendario anual de las fases lunares, de las fiestas móviles y el santoral. Las prensas angelopolitanas los publicaron sin interrupción desde 1752. Pero ya de tiempo atrás se elaboraban pronósticos “regulados” o “computados” al meridiano de Puebla, que vieron la luz en la ciudad de México, donde comenzaron a imprimirse con regularidad a principios del siglo. A partir de 1769 los catálogos bibliográficos no registran pronósticos poblanos, asunto sobre el cual no se ha prestado atención. Es posible que este vacío se debiera a que por esas fechas fallecieron los autores que los venían redactando: Miguel Francisco de Ilarregui, José Mariano de Medina

M. E. Whittaker escribe: “El cálculo de un encargo de cien cartas y quinientos convites fue de veinte pesos por un trabajo que requería papel que costaba menos de un peso y medio, lo que dejaba una utilidad de catorce pesos, es decir, un margen de ganancia de 233 por ciento. Incluso si se suponía un cargo por mano de obra de siete pesos (un aumento del 50 por ciento), el margen de ganancia seguía siendo de un enorme 164 por ciento. Era posible obtener precios más bajos de la impresión, aunque no era probable lograr lo mismo con el papel.” M. E. Whittaker, “La cultura impresa en la ciudad de México, 1700-1800. Las imprentas, las librerías y las bibliotecas”, en Nancy Vogeley y Manuel Ramos Medina (coords.), Historia p. 42. 34

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y Juan Antonio de Rivilla Barrientos.35 No obstante, si en Puebla existía de tiempo atrás una rica actividad científica y una destacada comunidad de astrónomos,36 ¿cómo explicar que estas obras tan populares no volvieran a publicarse en la ciudad? Es probable que el éxito del Pronóstico de temporales y del Calendario manual de Felipe Zúñiga y Ontiveros –agrimensor y dueño de imprenta en la ciudad de México– supusiera una competencia insostenible para los astrónomos y tipógrafos angelopolitanos. Más aún si se considera que en 1774 Zúñiga consiguió del virrey Bucareli el privilegio exclusivo para publicar los calendarios de bolsillo, válido a todo el virreinato, y que luego logró que este derecho se transfiriera de por vida a su hijo Mariano.37 autores de imPresos Poblanos Poco más de mil autores publicaron en Nueva España al menos un impreso entre 1701 y 1770.38 De ellos, 198 (alrededor del 18.5%) lo hicieron en prensas angelopolitanas, con un total de 365 títulos. La relación entre el número de autores y los impresos publicados por quinquenio se muestra en el apéndice. Mas no todos los autores fueron naturales y/o habitantes del obispado de Puebla. Antes de mostrar cuál fue la contribución de los letrados poblanos a la edición novohispana, es preciso señalar que el uso de las prensas angelopolitanas no se limitó a la diócesis. De otros obispados, y de ciudades tan lejanas como Guanajuato y Guatemala, se enviaron manuscritos a Puebla para publicarse por primera vez. En 1704 vio la luz uno de los primeros sermones de Juan Antonio de Oviedo (1670-1757), quien al momento vivía en la ciudad de Guatemala.

No hemos dado aún con sus fechas de nacimiento y muerte. María Guadalupe López Molina y Marco Arturo Moreno Corral, “Desarrollo de la astronomía en la Puebla colonial” en: . Elías Trabulse, Ciencia y Tecnología en el Nuevo Mundo. México: fCe/El Colegio de México, 1996, pp. 89-97. 37 Manuel Suárez Rivera, “El negocio del libro en Nueva España: los Zúñiga y Ontiveros y su emporio tipográfico (1756-1825)”, tesis de doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras-unam, 2013, inédita. El autor afirma que “durante 47 años la ciudad de México no conoció otro autor de almanaques que no fueran Felipe y Mariano de Zúñiga y Ontiveros” (p. 80). 38 En la medida de lo posible depuré la nómina para ceñirme a los autores que estaban vivos al momento de publicar, y que nacieron y/o residían en el virreinato. En esta parte del análisis no consideré los impresos anónimos por obvias razones. 35 36

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Allí, en la catedral, el jesuita pronunció una oración fúnebre en honor del gobernador Alonso de Cevallos. Más adelante, Oviedo se trasladó a la ciudad de México, donde se haría célebre como predicador y escritor.39 En 1751 y 1752 se reimprimió en Puebla su Declaración del Jubileo del Año Santo (originalmente publicada en México por Hogal en 1749). Del obispado de Cuba, el franciscano Juan Tomás Menéndez, lector de teología en el convento de La Habana, remitió a Puebla dos sermones que predicó en aquella ciudad entre 1709 y 1711.40 En ambos casos se trató de oraciones fúnebres, una en memoria del obispo Dionisio Rezino y Ormachea, natural de la isla, y otra en honor de Alfonsa de Ormachea, pariente del prelado. La relevancia de los personajes homenajeados explica que los talleres angelopolitanos dieran cabida a los sermones de Oviedo y Menéndez, pues como ya se dijo, Puebla no se especializó en la edición de ese género de escritos. Sin embargo, fueron sobre todo prelados de Oaxaca –además de frailes dominicos y presbíteros seculares de esa diócesis– quienes con regularidad emplearon los servicios de los tipógrafos de Puebla. Entre 1703 y 1713 fray Ángel Maldonado publicó, de manera suelta, cinco oraciones evangélicas y una plática, así como una breve colección de sermones titulada Afectos a Dios y al Rey (1709), dedicada a Felipe V. En ese lapso Maldonado también remitió algunos manuscritos a la ciudad de México, donde a partir de 1715 verían la luz todos sus escritos.41 ¿Por qué el prelado dejó de mandarlos a Puebla? Quizás porque las prensas de Manuela Cerezo, viuda de Ortega, no se daban abasto para satisfacer la creciente demanda local de trabajos tipográficos. Como se recordará, justamente en el quinquenio de 1716-1720 se duplicó el número de títulos (ver el apéndice). Además en los años veinte y treinta salieron de la oficina de esa dinámica viuda varias obras extensas, como el Dechado de príncipes (1716), que era una hagiografía del

José Marino Beristáin de Souza, Biblioteca hispanoamericana septentrional, ed. facs. México: unam, 1981, t. 2, p. 422. 40 Según Beristáin, el primero se publicó en 1710 (t. 2, p. 288). El segundo salió en 1712 de la “Imprenta Plantiniana” de Miguel de Ortega y Bonilla, José Toribio Medina, La imprenta…, p. 180. 41 Medina registra 18 impresos de Maldonado publicados en México entre 1703-1726, más uno sin fecha (Teixidor no añade ninguno). La mayoría son sermones pastorales sueltos, pero hay también una colección de oraciones que rebasa las 300 páginas en formato folio. Véase José Toribio Medina, La imprenta en México (1539-1821), ed. facs. México: iib-unam, 1991, t. III-IV. 39

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obispo Fernández de Santa Cruz escrita por el mercedario Miguel de Torres (1679-1733), y la Instrucción cristiana y… arte de la lengua mixe (1729) del dominico Agustín de Quintana.42 Beristáin asegura que Quintana compuso estas obras en la vejez, ya retirado en el convento de Antequera, y que de allí viajó a Puebla para publicarlas –tal vez con la intención de cuidar de cerca su edición.43 Así, los compromisos de la viuda de Ortega fueron más arduos y numerosos. Aparte del obispo Maldonado, sus sucesores en la mitra, Francisco Santiago Calderón, Buenaventura Blanco y Elguero, y Miguel Anselmo Álvarez de Abreu, publicaron edictos y cartas pastorales en la Angelópolis. Del último se conocen diez entre 1766 y 1770; y sólo de él se registra un edicto impreso en México. Se observa, pues, que la imprenta poblana fue un instrumento útil para prelados y eclesiásticos de Oaxaca. Podría decirse, incluso, que hasta muy avanzado el siglo funcionó como una imprenta para una “zona de misión”, como había sido la mixteca (poblana-oaxaqueña). Pensemos también que para los escritores de aquella diócesis era menos oneroso y arriesgado enviar sus manuscritos a Puebla, ya que se trataba de una ciudad menos lejana que contaba con imprenta. El factor de la distancia pesaba mucho en la elección de un centro tipográfico, porque a los gastos y dificultades del transporte se añadía el riesgo de perder los papeles en el trayecto, lo que ocurrió con más frecuencia cuando los letrados novohispanos los mandaron publicar en Europa. En menor medida las prensas angelopolitanas concedieron espacio a personajes destacados de la capital novohispana, ya reimprimiendo sus escritos, ya sacándolos a luz por primera vez. Del franciscano Juan de Abreu, “instruido en las bellas letras y de una piedad singular”,44 se reeditaron los Desagravios dolorosos de María (al menos dos veces) y el Ternario y doloroso ejercicio. A mediados del decenio de 1730 se publicaron tres sermones del dominico Manuel Dallo y Zavala, pronunciados en Puebla. Ya entonces el fraile ostentaba el grado de doctor teólogo y el título de presentado. Sin duda su presencia en la urbe, y en las prensas

Ambas ediciones princeps en formato 4°; la primera tiene más de 450 páginas y la segunda arriba de 630. 43 José Marino Beristáin de Souza, Biblioteca..., t. 2, p. 518. 44 Ibid, t. 1, pp. 6-7. 42

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angelopolitanas, se debió a su nombramiento como regente de estudios del Colegio de San Luis. Pero al margen de esto, a Zavala se le tenía por un excelente predicador.45 También en Puebla se reimprimieron varias veces los Ejercicios espirituales de Julián Gutiérrez Dávila, apreciado en su época como escritor de literatura piadosa y cronista de su congregación, el Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de México.46 Sus Ejercicios gozaron de enorme popularidad en el virreinato, alcanzando más de doce ediciones. los escritores Poblanos en las Prensas angeloPolitanas y caPitalinas Los autores poblanos –residentes en la diócesis, independientemente de ser o no originarios de ella– hicieron uso tanto de las prensas poblanas como de las capitalinas. Entre 1701 y 1770, al menos 160 angelopolitanos publicaron en ambos centros tipográficos 338 impresos (poco más de 8% del total registrado).47 Este porcentaje parece bajo, pero cabe aclarar que fue el doble o el triple que el de otras diócesis, a excepción de México, que llevó por mucho la delantera. Así, tras los autores del arzobispado, los poblanos fueron los que más usaron la imprenta en Nueva España hasta 1770. De esos 160 autores, 103 (64.57%) publicaron en prensas angelopolitanas un total de 200 títulos. Si se considera que la producción local fue de 856 títulos, tenemos entonces que los escritores poblanos contribuyeron con el 23.36%. Es posible que estas cifras aumenten ligeramente en el futuro, cuando se logre determinar la ubicación exacta de varios autores. Empero, estos y otros datos permiten afirmar que en Puebla el uso de la imprenta era muy restringido para sus letrados. En la producción de la ciudad de México se observa un fenómeno similar, pero allí el margen de participación de los autores fue mayor, entre otras cosas porque existían más talleres tipográficos.

Ibid, t. 1, p. 421. Hay que resaltar que el dominico pagó de su bolso la publicación del sermón moral que predicó en la catedral de Puebla en 1735 y publicó al año siguiente. Los tres sermones salieron de la imprenta de Morales y Salazar. 46 A Gutiérrez Dávila se debe la primera crónica escrita por un eclesiástico secular, Memorias históricas de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de México (1736), impresa en México por Ribera. 47 Entre México y Puebla suman 4,086 libros y folletos. Los autores del arzobispado sumaron 503 con 1,242 impresos (30.39%). Estas cifras las obtuve de las bases de datos que realicé para mi tesis de doctorado. 45

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El grupo de letrados poblanos que acudió también a las imprentas de la ciudad de México asciende a 76 individuos y su producción a 116 títulos, la mayoría nuevos, lo que es significativo. Además de este aspecto, es importante subrayar que entre las ediciones se cuentan trabajos de envergadura, como manuales de espiritualidad, sermones sueltos y en colecciones. Pero no se debe atribuir únicamente a la limitada capacidad de los talleres tipográficos de Puebla el que sus letrados publicaran fuera. No pocos debieron ver con mejores ojos el trabajo de los tipógrafos capitalinos, y es posible que algunos buscaran con ello darse a conocer en la corte novohispana, con la intención de ganar prestigio y un ascenso profesional. Entre los regulares, quienes más publicaron en la ciudad de México fueron el mercedario Miguel de Torres, mencionado anteriormente, y el dominico Juan de Villa Sánchez (1679-1751). Torres publicó varias ediciones nuevas entre 1709 y 1733: cinco panegíricos pronunciados en Puebla y la Vida ejemplar de Bárbara Josefa de San Francisco, religiosa del convento de la Santísima Trinidad. Este último es un trabajo extenso cuya impresión pagó Juan Francisco Vergalla, canónigo del cabildo angelopolitano. Por su parte, Villa Sánchez publicó entre 1728 y 1758 nueve homilías sueltas y un tomo de Sermones varios; y al parecer también en la capital se imprimió la primera parte de su Rosario mental (1758). Por lo que hace a los clérigos seculares, destaca el caso del doctor Andrés Arce y Miranda (m. 1774), natural de Huejotzingo. Publicó tres tomos de Sermones varios, el primero en 1747, cuando era cura de la parroquia de la Santa Cruz en la ciudad de Puebla, y los otros dos ya como prebendado (1755 y 1761). Como se sabe, sus “Noticias” de los escritores angelopolitanos –que usó Juan José de Eguiara y Eguren para redactar la Bibliotheca Mexicana– nunca se editaron y el manuscrito terminó extraviándose. Al parecer, en Puebla sólo publicó un impreso (pero la referencia de Beristáin es poco clara). Los letrados poblanos que tuvieron posibilidad de sacar a luz sus escritos en Nueva España –ya en Puebla o en la Ciudad de México– constituyeron una selecta minoría, una élite cultural circunscrita casi por completo a la esfera eclesiástica y al medio urbano. Sobre el primer aspecto, es decir, los lugares socio-profesionales de los autores, cabe subrayar el predominio de los seculares. Del periodo de 1701-1735 al de 1736-1770, los clérigos aumentaron 40% y superaron a los regulares en casi 30%. En general, los escritores pertenecieron a las altas jerarquías de sus respectivas Iglesias. Los seculares se formaron en los colegios jesuitas y

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en el seminario palafoxiano, para luego alcanzar los grados de licenciado y doctor en teología; los menos en jurisprudencia. Algunos se desempeñaron como curas y capellanes de monasterios urbanos y prósperas parroquias. Pero en la cultura impresa local tuvo mayor peso el clero de la suntuosa catedral; y ni qué decir de los prelados, máximas figuras de autoridad temporal y espiritual en Puebla. En cuanto a los regulares, destacaron entre los padres jesuitas los rectores de colegios, seguidos por catedráticos y prefectos de congregaciones urbanas. Y entre los mendicantes –con predominio de franciscanos, dominicos y mercedarios– publicaron, sobre todo, lectores y predicadores; en segundo término comendadores, guardianes, priores y una priora, es decir, las autoridades de los conventos. No sorprenderá saber que los autores laicos fueron minoría en ambos periodos y todos profesionistas y/o funcionarios. Entre los trece identificados como tales hubo médicos, abogados, profesores de matemáticas, un contador, un escribano, un oficial de hacienda y un regidor de Puebla. A estas posiciones privilegiadas se añadía una ubicación geográfica igualmente afortunada (véase el mapa anexo). Más del 70% de los autores vivía en la propia Angelópolis, lo cual no sólo facilitaba su acceso a las prensas, sino también a bibliotecas y librerías. Más o menos alejados de la sede episcopal se situaba el resto, pero siempre en ciudades y villas de primer orden: Tlaxcala, la Villa de Carrión –el asentamiento español en Atlixco–, Cholula, Izúcar, Tehuacán, Veracruz, Orizaba, Jalapa y Córdoba. En doctrinas y curatos de Tlaxcala, antigua sede episcopal, residieron varios autores. En 1701 el franciscano Maximiliano López, vicario de Santa Ana Chiautempan, publicó en Puebla Caminos de verdad, un sermón fúnebre en honor a Carlos II que predicó en el convento de Tlaxcala de su orden. También los curas titulares de Tepoyanco (o Tepoyando), Ixtacuixtla y Zacatelco publicaron sermones. Y en las cercanías de Tlaxcala, en Ocotlán, Manuel Loaizaga, tercer capellán del célebre santuario desde 1716, escribió la Historia de la milagrosísima imagen de Nuestra Señora de Ocotlán, que se imprimió en Puebla en 1745, junto con una Novena en honor de la misma virgen. Loaizaga añadió y reeditó la Historia en 1750, esta vez en la ciudad de México, donde también se reimprimió varias veces su devocionario. Estos impresos bien pueden verse como parte integral de un aparato publicitario para fomentar el culto a una advocación local y atraer pingües limosnas, necesarias,

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Ubicación en ciudades, villas y pueblos de los autores del obispado de Puebla (1701-1770)

Golfo de México

Hueytlalpa

Toxtepec

Xalapa

Ixtacuixtlan Tlaxcala

Chiautempan Topoyango Veracruz Nueva

Zacatelco

Cholula

Atlizco

PUEBLA

Tecamachalco

Orizaba

Córdoba

Itzúcar

Tehuacan

Nota: Se tomó como base el mapa realizado por Bernardo García Martínez para la edición de Juan de Palafox y Mendoza, Relación de la visita eclesiástica de parte del obispado de la Puebla de los Ángeles (1643-1646), Puebla, Gobierno del Estado, 1997.

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entre otras cosas, para ampliar y embellecer el hermoso templo. Fue justamente Loaizaga quien promovió la construcción del retablo central, el nicho de plata, el camarín de la Virgen, el púlpito y la sacristía. Esta promoción religiosa, editorial y arquitectónica rindió sus frutos en 1755, año en que la virgen de Ocotlán fue jurada patrona de Tlaxcala.48 De la sierra norte de Puebla apenas se remitieron textos para su publicación, debido tal vez a los dificultosos caminos, pues en la región también existían establecimientos eclesiásticos importantes. Precisamente en uno de ellos, San Andrés Hueytlalpa –antigua doctrina franciscana–, José Zambrano Bonilla, su cura, vicario y juez eclesiástico, compuso un Arte de la lengua totonaca, idioma que se hablaba en esa población de la provincia de Zacatlán. Zambrano lo publicó en Puebla en 1752, con una dedicatoria al arzobispo-obispo Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu. consideraciones finales El desarrollo de la imprenta en Puebla significó un gran esfuerzo de continuidad. Varios factores dificultaron el crecimiento y la diversificación de la edición local: la frecuente escasez y carestía del papel; los monopolios de imprenta otorgados por la corona a corporaciones religiosas de la península y el virreinato; así como la fuerte competencia de las casas tipográficas de la ciudad de México, algunas de las cuales tenían gran experiencia en el ramo y gozaban de amplios monopolios sobre la edición de los textos de mayor demanda. Para desarrollar sus negocios, los impresores de la Angelópolis adoptaron estrategias similares a las de sus competidores capitalinos, a saber, renovar e incrementar los enseres tipográficos, invertir en el comercio de libros europeos (tema pendiente de estudiarse para la Puebla del siglo xviii), y más importante aún, afianzar sus privilegios y contratos de exclusividad con el cabildo catedral, a fin de asegurarse el mercado urbano y regional. Así, entre 1701 y 1770 la edición poblana registró un modesto crecimiento y las prensas dieron salida a nuevos productos tipográficos.

Antonio Rubial ofrece varios ejemplos de este tipo de promociones religiosas y culturales, elaboradas en torno a imágenes, reliquias, lugares considerados sagrados y personas “santas”, en Antonio Rubial, El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (15211804). México: fCe/ffyl-unam, 2010. 48

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Si bien la oferta consistió principalmente en impresos religiosos, pudo observarse que después de la crisis de 1736-1740, los textos de carácter profano ganaron mayor presencia. De ahí que no sea tan sencillo caracterizar a la edición angelopolitana del siglo xviii, en particular de la segunda mitad, como una edición religiosa, pues impresos como las tesis, los informes de méritos y los pronósticos del tiempo hacían referencia a prácticas académicas, profesionales y de la vida secular. Como centro tipográfico, Puebla fue la primera opción para algunos prelados y clérigos del obispado de Oaxaca, tanto por su relativa cercanía como por los lazos religiosos, políticos y culturales que unían a ambas mitras. Así, pues, sus imprentas tuvieron cierto impacto más allá de la Angelópolis y del valle Puebla-Tlaxcala, para abarcar también a la parte oaxaqueña de la mixteca. Con todo, el uso de las prensas locales se reservó en buena medida a los prelados, los capitulares y los eclesiásticos (seculares y regulares) más prominentes de la sede episcopal poblana. Algunos de ellos acudieron adicional y regularmente a las oficinas tipográficas de la capital para sacar a luz sus escritos, ya porque consideraban su trabajo de mayor calidad, ya porque las de Puebla no se daban abasto, o bien, tal vez, porque buscaban promoverse en los grupos de poder de la corte virreinal. Tratándose de imprenta, la república de las letras hacía oídos sordos al llamado de la patria chica, al orgullo local de su arte y su industria. A fin de cuentas, el anhelo de muchos letrados era dar a conocer sus obras y preservarlas –como decía Eguiara– del descuido, las llamas y el olvido.

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aPéndice Número de ediciones poblanas registradas por Medina y Teixidor (1701-1770)

Quinquenio 1701-1705 1706-1710 1711-1715 1716-1720 1721-1725 1726-1730 1731-1735 1736-1740 1741-1745 1746-1750 1751-1755 1756-1760 1761-1765 1766-1770 Total

Medina 15 25 16 32 37 29 37 15 34 75 58 63 100 113 649

Teixidor* 2 3 7 15 4 12 20 9 23 23 21 14 19 35 207

Total 17 28 23 47 41 41 57 24 57 98 79 77 119 149 856

* En las Adiciones a La imprenta en la Puebla de los Ángeles de J. T. Medina, Felipe Teixidor registró los impresos angelopolitanos coloniales que pertenecieron al abogado e historiador Francisco Pérez Salazar. Su colección fue adquirida y aumentada por su amigo Florencio Gavito y Bustillos (18881960), un rico empresario textil poblano, aficionado al coleccionismo de libros antiguos, al igual que Salazar. No es, pues, este catálogo fruto de “búsquedas en archivos” y de hallazgos bibliográficos, como aclara el propio Teixidor. Empero, sí añade numerosos impresos ausentes en el repertorio de Medina, y además ofrece la descripción precisa de otros tantos que éste sólo conoció por referencias secundarias. Por lo tanto, nuestro universo de estudio considera únicamente las novedades recuperadas por Teixidor.

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producción impresa y autores en una ciudad episcopal

Número de autores e impresos poblanos por quinquenio (1701-1770)

Años 1701-1705 1706-1710 1711-1715 1716-1720 1721-1725 1726-1730 1731-1735 1736-1740 1741-1745 1746-1750 1751-1755 1756-1760 1761-1765 1766-1770 Total

Autores 8 12 11 14 21 22 26 11 19 22 20 20 34 35 198*

Impresos 9 17 13 21 26 24 32 11 21 22 26 26 44 73 365

* El total de autores no es la suma de los registros quinquenales sino el de la población seleccionada.

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