Problema histórico argentino. Productividad y sus fuentes extraordinarias de compensación

July 13, 2017 | Autor: Juan Graña | Categoría: Development Economics, Manufacturing, Argentina, Income Distribution
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Descripción

Problema histórico argentino Productividad y sus fuentes extraordinarias de compensación Juan M. Graña1

Introducción La economía argentina se encuentra hoy atravesando un período complejo resultado de una crisis mundial aguda. Sin embargo, a pesar del contexto, el proceso económico en nuestro país fue perdiendo dinamismo bastante antes de la explosión de la burbuja inmobiliaria que marca el inicio de la anticipada contracción hacia fines de 2009. Esos problemas internos que comenzaron a hacerse presentes, inclusive antes del conflicto por la Resolución Nº 125, son expresión de los problemas típicos de las economías, como la nuestra, que no permiten un elevado nivel de vida de la población. De ellos nos gustaría discutir en estas páginas. A su vez, el marco recesivo mundial y sus formas específicas nacionales, hacen surgir nuevamente el debate sobre la política económica, tanto para reemprender el crecimiento económico como para encontrar la forma de elevar marcada y sosteniblemente los niveles de vida de la población. Como forma de participar de la controversia sobre el qué hacer nos interesa desarrollar un conjunto de argumentos que, creemos, están en la base de aquellos problemas estructurales de la economía argentina. De ser así, los mismos deben ser tenidos en cuenta al momento de diagramar la política económica hoy, de manera de lograr el doble objetivo buscado: crecimiento y desarrollo. Ambos resultados solo son alcanzables si se utilizan instrumentos compatibles para salir de la recesión y lograr las transformaciones que son fundamentales para alcanzar niveles de vida superiores. Para tal objetivo, plantearemos -en la primera sección- el marco conceptual que nos permite encontrar la unidad del proceso que comprende a la economía argentina y su historia realizando una síntesis -extremadamente apretada- de sus leyes generales y algunas circunstancias particulares a tener en cuenta. En la segunda, analizaremos las variables, tanto en el proceso histórico como coyunturales, que dan cuenta de la magnitud del problema en sus diversas formas de expresión. A partir de ello, en las conclusiones, discutiremos las potencialidades de las posibles políticas a aplicar en este contexto y sus efectos.

1. El contenido que todos tenemos 1.1. Rápidamente desde el principio

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Investigador en Formación CONICET en el Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED) Universidad de Buenos Aires. Correo Electrónico: [email protected]

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Como en toda forma social de producción, en el capitalismo la sociedad debe resolver el problema de asignar su capacidad total de trabajo a sus diversas formas concretas. En tanto en él la división social del trabajo se realiza de manera privada, la relación de producción no se manifiesta como directamente social, sino que se presenta bajo la forma de la cambiabilidad de los productos del trabajo. Como tales, éstos expresan lo que sus productores no pueden poner de manifiesto directamente: el ser (potencialmente) una porción determinada del trabajo total de la sociedad. En este sentido, los productos del trabajo asumen el carácter de valor que, cuando lo expresan todos simultáneamente, toma la forma concreta de precio. Así, la nueva riqueza social producida en un determinado período tiene la forma específica de ser una masa de valor. Sin embargo, siendo una forma particular de organización social, debe también lograr que el resultado del proceso sea mayor al requerido en su producción (a los fines de no ser una sociedad estacionaria), entonces no se trata simplemente de una masa de valor, sino que en ella debe encerrarse un plusvalor. En este sentido, la producción de plusvalía es la forma específica más general que toma la organización de la producción social actual. O sea, el capital es la relación social concreta bajo la cual la humanidad organiza el proceso de producción cuando el trabajo tiene la forma de trabajo privado. En la producción capitalista (como sucede en otras formas sociales), quien despliega su fuerza de trabajo no es necesariamente el propietario de los medios de producción. El valor de su mercancía, como el de cualquier otra, está determinado por la cantidad de trabajo humano abstracto socialmente necesario para su producción que, en este caso, es el valor encerrado en los medios de vida requeridos para la reproducción del obrero y su familia, cuya expresión es el salario. Debemos, entonces, dar cuenta de la generación de tal plusvalor sobre la base de intercambio estricto de equivalentes. En el proceso productivo, el obrero cumple una doble función, que brota del doble carácter del trabajo: mientras que como trabajo concreto conserva y transfiere el valor de los medios de producción al valor del producto, en tanto trabajo abstracto crea nuevo valor, el cual no guarda relación alguna con el que ella misma posee. El plusvalor brota, pues, del hecho de que el obrero trabaja una jornada que excede la necesaria para generar tanto valor como el que posee. Para ampliar la plusvalía así producida, bien puede extenderse la jornada de trabajo o intensificarla. Pero la forma más potente de producir plusvalía, en términos de no presentar ningún límite natural o social (como sí los tienen las otras dos), es disminuyendo la proporción que el trabajo necesario para producir aquéllos medios de vida representa del total del trabajo desplegado, dada la jornada de trabajo; esto es, la plusvalía relativa. Dado su contenido, la producción de plusvalía relativa requiere de un constante incremento en la capacidad productiva del trabajo. Más allá de algunas particularidades, dichos aumentos de productividad

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se desarrollan a través del incremento de la escala de producción resultado de la capitalización de la plusvalía. Antes que nada, ésta implica la economía de los medios de producción, la cooperación de asalariados y, posiblemente, una mayor división del trabajo. Pero su transformación fundamental reside en el reemplazo de fuerza de trabajo por maquinaria, que hace actuar a las fuerzas naturales automáticamente sobre el objeto de trabajo para transformarlo. Sin embargo, esa unidad sólo se realiza a partir de las determinaciones que impone sobre el movimiento de sus partes alícuotas, las empresas. Dado que ellas son diversas en sus características, tanto propias como resultado de la rama en la que participan, esa unidad no es inmediata. Se logra a partir de la formación de la tasa media de ganancia, esto es, a partir de que cada capital individual se valorice no dependiendo de cuánto “aporta” a la sociedad en concepto de plusvalía sino en relación a la magnitud total del capital desembolsado. Es decir, que su valorización individual no dependa ya de la plusvalía que obtiene de sus trabajadores sino del conjunto de la plusvalía extraído a la clase obrera por el conjunto de capitales. Así, y solo así, cada capital individual se pone de manifiesto como lo que es: una parte alícuota de la capacidad social de trabajo 2. En este sentido, el capital social es el sujeto del movimiento. Es el que tiene en sus manos, bajo esta forma específica la reproducción de la sociedad determinando a sus órganos parciales mediante la determinación de la tasa general de ganancia como indicador de la evolución que deben seguir, siendo la competencia la forma concreta de lograrse tal igualación. Es decir, el precio de producción es la forma en la cual se expresa la capacidad de la mercancía de representar trabajo social, aunque atendiendo no a las determinaciones del trabajo simple con las que nos enfrentamos inicialmente, sino a las determinaciones específicamente capitalistas. Cada capital individual tiene como objetivo obtener la máxima ganancia posible. Aunque por lo general esto se presente como un abstracto deseo del capitalista, el contenido real es no sucumbir en la competencia con el resto de los capitales individuales. Para cada capital individual, el precio al que coloca sus mercancías viene fijado por el “mercado” o, en otros términos, su tasa media de ganancia le viene determinada. Así, emprende una búsqueda constante por reducir los costos, de modo de obtener una tasa de ganancia individual mayor a la tasa general. En ese camino, puede bajar sus costos laborales, lo cual lo enfrentará victorioso o derrotado- con sus obreros, o de materias primas, peleándose con sus proveedores. Puede, también, reorganizar el proceso productivo. Pero, sin dudas, la forma más potente para bajas sus costos es innovar técnicamente incrementando la productividad, prorrateando sus costos en más unidades 3. Claramente, las masas de capital que se requieren para mantener el

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Aquí evidentemente, estamos incluyendo dentro de estos factores tanto a las diferencias en la composición orgánica del capital y su tiempo de rotación como a posibles diferencias en las tasas de plusvalía por ramas.

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En rigor, la maquinaria como tal cuesta más que los instrumentos de trabajo que viene a reemplazar. Pero esto es válido para el producto total, pero no para la mercancía individual. Así, lo que debe tenerse en cuenta a estos fines es no simplemente el costo total de la maquinaria, sino la proporción en la cual su valor es transferido a cada unidad.

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ritmo de innovación para sobrevivir en la competencia son crecientes, es decir, el proceso de incremento en la capacidad productiva del trabajo es un proceso de incremento en la escala de producción. Antes que nada, el mismo se realiza a partir de la simple capitalización de la plusvalía. En este sentido, el proceso de acumulación de capital es un proceso de aumento en la concentración de capital. Pero nótese que los capitales individuales tienen un arma mucho más potente, rápida y efectiva para lograr el mismo objetivo: la centralización del capital en unidades privadas independientes de mayor tamaño. A modo de parcial resumen, observamos que la tendencia general es la concentración y centralización del capital como forma de lograr una tasa de ganancia superior a la media y de manera de sobrevivir a la competencia. Sin embargo, por sobre esas tendencias generales se erigen las formas concretas que son las que determinan la evolución específica de cada país. En ese sentido, para analizar a la Argentina, nos falta desarrollar, primero, la necesidad de dar cuenta de las determinaciones que impone la existencia de renta de la tierra como rasgo esencial de nuestro país. En segundo lugar, las determinaciones que introducen las diferentes escalas de producción entre los capitales locales y mundiales. Por último, recordar brevemente que es este como cualquier país es simplemente una de las tantas formas nacionales que toma el proceso de acumulación del capital a escala social, es decir mundial.

1.2. Algunos datos extra En primer lugar, trataremos la renta diferencial de la tierra. En tanto la sociedad requiere de mercancías primarias y estas se producen en condiciones naturales no reproducibles, el valor de los mismos estará determinado no ya por las condiciones medias sociales de producción, sino por las menos productivas. Esto es así de manera de permitir a los capitales que producen en las peores tierras lograr la tasa de ganancia general y alcanzar así abastecer la demanda solvente. Así, un país como Argentina con mejores condiciones productivas promedio del sector primario en relación al resto del mundo y, por tanto, con un costo menor que el que se determina socialmente, exporta tales mercancías. En ese proceso, el país recibe dentro del precio internacional una porción de riqueza social extraordinaria, esto es, de renta diferencial de la tierra4.

En este sentido, siempre que el valor que la máquina transfiere a cada mercancía sea menor al valor que reemplaza, es decir, el prorrateo de los instrumentos de producción previos y la fuerza de trabajo, el reemplazo se hará efectivo. De aquí se desprenden dos cuestiones. Por un lado, dado que cada capital individual no paga la totalidad del valor incorporado por la fuerza de trabajo, el reemplazo es más estricto, en tanto debe compararse no con el trabajo que viene a reemplazar sino con un valor más reducido (el salario), de modo que se demora aquella innovación, circunstancia que se potencia cuando el capital recurre al pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor como fuente de valorización. Por el otro, que el reemplaza de fuerza de trabajo por maquinaria implica, “por definición”, un incremento de la escala de producción. 4

A su vez, aunque con una incidencia menor, la propiedad de la tierra hace fluir hacia los terratenientes otra porción de la riqueza social. Si se da el caso de que la composición orgánica del sector es menor al promedio esa diferencia

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Por lo general, los Estados nacionales en cuestión absorben bajo distintos mecanismos toda o una parte de esta renta, la cual, de no mediar ninguna intervención, queda en manos de los terratenientes (en tanto se escapa de los capitales agrarios en su competencia por producir en las mejores tierras). De estas diversas formas de regulación, nos interesan dos, los impuestos a la exportación de mercancías que portan renta, por las condiciones actuales, y la redistribución de la misma que implica la sobrevaluación cambiaria. En el primer caso, la alícuota aplicada tiene, a grandes rasgos, dos efectos. Por un lado, redistribuye hacia el Estado la totalidad o una porción (dependiendo de su magnitud) de la renta de las mercancías agrarias o mineras que se exportan. Este puede aplicarla a diferentes usos lo cual determinará el efecto final que generará la porción captada por el Estado. Por el otro, y específico para las agrarias, al reducir el precio al que circulan internamente, reduce el valor de reproducción de la fuerza de trabajo (aunque no el poder adquisitivo del salario), resultando en un crecimiento de la tasa de plusvalía del capital productivo al interior del país. En el segundo caso, es interesante destacar que la sobrevaluación de la moneda imperante, por ejemplo durante la Convertibilidad, tenía el mismo sentido: debido a ese tipo de cambio, se le liquidaba a los exportadores de tales mercancías menos unidades de moneda nacional que las que corresponderían a un cambio no sobrevaluado, pasando indirectamente esa masa de riqueza social a los importadores, que dada la sobrevaluación importaban bienes abaratados. El segundo eje sobre el que debemos avanzar es la cuestión de los distintos tamaños de los capitales puestos en movimiento. Hasta el punto en donde avanzamos, el tiempo de trabajo que se representa en el valor socialmente necesario, luego transformado en precio de producción, es necesariamente el realizado en el tiempo medio bajo las condiciones medias, con la excepción ya señalada sobre las agrarias. Las mercancías que portan tal valor social son aquellas elaboradas por los capitales que poseen el tamaño y formas de producción que lo ponen al frente del desarrollo de las capacidades productivas del trabajo. Es decir, como señala Iñigo (2004), que “…alcancen el grado de concentración requerido para operar en la escala suficiente como para poner en movimiento la capacidad productiva del trabajo que determina el valor de las mercancías (…) [lo] constituye en el normal o medio para la esfera en la que actúa” (pág. 121). Sobre esa base “al existir de hecho diferencias de magnitud entre los diversos capitales actuantes en la economía, éstos se van polarizando en la concurrencia, tendiendo en general a afianzarse los más importantes y a desaparecer los más pequeños” (Cimillo et al, 1973; pág. 16) A su vez, esta cualidad posee otra especificidad dinámica fundamental, las empresas de menor tamaño no desaparecen automáticamente si no que se van rezagando progresivamente, al no poder hacer frente a los desembolsos de capital necesarios para mantener el ritmo de

entre el valor y el precio de producción (resultado de la formación de la tasa general de ganancia) es apropiada bajo la forma de renta absoluta. Si no es así, los terratenientes pueden igualmente cobrar un alquiler superior a la renta diferencial basado en el simple monopolio de tal propiedad.

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aumento de la productividad de las empresas más concentradas:

“Cuanto mayor,

relativamente, es un capital tanto mayor es la masa de plusvalía que puede obtener y tanto mayor es la posibilidad de crecimiento de este capital; tanto mayor es la escala de producción en que puede operar y tanto menor en principio es el costo de cada unidad de producto al distribuirse los costos fijos entre más unidades; tanto más convenientes y oportunas son las innovaciones técnicas que puede operar, con la consiguiente disminución e los costos unitarios, etc.” (Cimillo et al, 1973; pág. 16). Como ambos autores citados señalan, la permanencia de empresas en esas condiciones se vuelve una traba al desarrollo de las fuerzas productivas porque sin lograr mejorar su situación por medios propios pueden enfrentar sus mayores costos aceptando una tasa de ganancia menor (reconociendo su derrota en la competencia) o compensándolos con fuentes extraordinarias de plusvalía no surgidas de su propio proceso de producción. Ya sea recibiendo parte de la renta de la tierra (a través de subsidios de costos por parte del Estado, basado en tales ingresos, o mediante la reducción del valor interno de circulación de tales mercancías como vimos) o mediante la conversión en plusvalía de parte del valor de la fuerza de trabajo, es decir un salario real por debajo de ese valor 5. Es interesante, para comenzar a analizar nuestro país, reconocer cuál es la unidad en la que las leyes generales que desarrollamos hasta aquí tiene presencia: el capitalismo a nivel mundial. Así, en cualquier caso nacional analizado debemos tener presente que sus movimientos, claramente influenciados por cataclismos y bonanzas del resto del mundo, es siempre específico del lugar que ocupa en aquella unidad. Sin intentar participar del debate sobre las diferentes tesis que intentan dar cuenta de las relaciones entre formas nacionales, es importante comprender que la Argentina no es un país que puede “decidir” desembarazarse de las leyes recién expuestas, como tampoco ningún otro, por la simple decisión nacional de abstraerse. Lo central, entonces, del análisis es entender cómo aquellas leyes se cumplen por sobre las apariencias de las independencias nacionales y, en el mismo sentido, reconocer cómo se producen las compensaciones por divergencias a las normas. Veamos, en el marco del desarrollo conceptual, cómo entendemos nosotros el proceso económico argentino desde mediados del siglo pasado y, en consecuencia hoy, frente a la crisis mundial, qué líneas de acción consideramos las más importantes.

2. Argentina, acumulación compensada Nuestro país parece haber enfrentado dos “modelos” totalmente diferentes en el último medio siglo: la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) y las tres décadas siguientes, proceso que no posee nombre definido. En el primero, parece que el devenir económico era promisorio (a pesar de sus problemas) y sus consecuencias sociales era más que admirables para el promedio latinoamericano. En el segundo caso todo lo contrario, el 5

Una tercera fuente es un flujo neto de endeudamiento externo positivo (ver Iñigo, 2007 y Costa et al, 2004)

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crecimiento económico se vuelve errático y reducido al tiempo que la pobreza y desocupación alcancen una magnitud inesperada. Ahora bien, la pregunta central es ¿por qué a pesar del desempeño general de la sociedad argentina se abandona la ISI?

2.1. ISI y su finalización Dado que el esquema general de la ISI es conocido, centrémonos en la siguiente pregunta: ¿se encontraba agotado el “modelo” de manera de no poder continuar encauzando el desarrollo argentino? Existe un relativo consenso, respecto de que a mediados de los setenta, se había logrado resolver, a través del aumento de las exportaciones industriales, el problema específico que bloqueaba el crecimiento continuo de la ISI: el constante estrangulamiento externo derivado de la insuficiente generación de divisas. En ese sentido, Müller (2002) señala que, entre 1966 y 1969, las ventas externas de la industria crecieron un 82% 6. Evidentemente, si sumamos tal argumentación a la evidencia de que durante la década transcurrida entre 1964 y 1974 no se enfrentaron crisis terminales de balance de pagos a pesar del importante crecimiento económico alcanzado. A su vez, si observamos los datos del Gráfico 1, veremos que entre 1950 y 1970 la Argentina incrementa su productividad industrial más rápido que los Estados Unidos (60% contra 37%), es decir el crecimiento industrial y de los salarios reales se daba en un contexto de reducción de la brecha productiva internacional. En esta línea argumental, se señala que la continuidad de la ISI fue “abortada” por la última dictadura militar, como forma de control político sobre una clase obrera radicalizada. En este sentido señala Canitrot (1981), “El objetivo de las Fuerzas Armadas fue el disciplinamiento social. Disciplinamiento aplicable al conjunto de las relaciones sociales pero con un significado específico en lo que se refiere a la clase trabajadora: su reubicación, política e institucional, en la posición subordinada que le es inherente en lo económico. En términos institucionales este objetivo disciplinario requiere el debilitamiento de las organizaciones corporativas y políticas representativas de esa clase. No sólo mediante la regulación jurídica de sus capacidades y actividades, sino también por la vía de un reforma económica que suprima las condiciones funcionales que tienden a alentar su desarrollo” (pág. 132). Es decir, el abandono de la ISI se da por una cuestión política y no producto del agotamiento de las bases de tal modelo que, al parecer, continuaba funcionando y lograba superar sus problemática.

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En el mismo trabajo, se encuentra una interesante discusión respecto a la “tesis del agotamiento” y las diferentes posiciones al respecto.

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Gráfico 1. Evolución del salario real y productividad industrial. Argentina y Estados Unidos. Evolución 1950 - 2006. 1970 = 100. 400 380 360 340 320 300 280 260 240 220 200 Productividad - Arg

180 Productividad - EE UU

160 140 120

Salario real EE UU

100 80 60

Salario real - Arg

20 06

20 04

20 02

20 00

19 98

19 96

19 94

19 92

19 90

19 88

19 86

19 84

19 82

19 80

19 78

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19 72

19 70

19 68

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19 64

19 62

19 60

19 58

19 56

19 54

19 52

19 50

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Fuente: Kennedy y Graña, 2009

Sin embargo, de la vereda opuesta, otros tantos autores con una variedad de datos diferentes señalan todo lo contrario, con prescripciones diversas. En este sentido, creemos, ambas miradas son parciales ya que arbitrariamente toman o dejan de lado cuestiones. Casi siempre los datos positivos son los señalados sobre la llamada Segunda ISI (60s-70s) pero si observamos exclusivamente la década de los cincuenta o lo que ocurrió desde principios de los setenta hacia 1975 veremos que esos argumentos pierden validez. Ahora bien, queda claro para el conjunto de los análisis que las condiciones por las que transitaba la economía argentina a partir de mediados de los setenta cambiar radicalmente y sus consecuencias económicas son terribles. Si volvemos al Gráfico 1, podemos observar que en el último medio siglo la productividad de la industria en la Argentina ha evolucionado marcadamente más despacio que su contraparte estadounidense, diferencia muy clara desde ese momento. Es importante notar, a su vez, que aquí estamos discutiendo respecto a la evolución y no respecto al valor absoluto de la brecha de productividad, en la cual durante todo el período analizado presenta una magnitud importante. En base a Iñigo (2007), podríamos señalar que, para el período 1950-2004, la productividad media de la industria argentina –a pesar de sus oscilaciones marcadas- es el 20% de la de EE.UU, con una tendencia declinante

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hacia el final de la serie7. A su vez, la evolución del salario real en Argentina no es tampoco demasiado auspiciosa. Sobre esa base, ¿no es lógico pensar que el abandono de la ISI tanto como las consecuencias del proceso siguiente son resultado de un mismo proceso que engloba a ambos? No deberíamos, a su vez, intentar explicar por qué esa más lenta evolución y su nivel relativo reducido. ¿Qué tiene de particular la economía argentina que hace que sus empresas se rezaguen productivamente? Prebisch (1986), en su trabajo más recordado, señala algo que ha pasado desapercibido la mayor parte de las veces: “…la subdivisión de una industria en un número excesivo de empresas de escasa eficiencia dentro de un mismo país, o de la multiplicación de empresas de dimensión relativamente pequeña, en países que, uniendo sus mercados para una serie de artículos, podrían conseguir una mayor productividad” (pág. 497). Como tal, y en el marco de nuestro propio desarrollo conceptual, creemos que Prebish está en lo correcto: en el marco de un modelo como la ISI, en el cual el objetivo de proteger el mercado interno para fomentar la industria nacional donde el poder de consumo total de la población (inclusive con un nivel de ingreso relativamente elevado y parejamente distribuido) es reducido -en términos internacionales-, las empresas desarrollarán una escala de producción menor a lo estándares mundiales. A su vez, esta menor escala se complementa con la importación de “…equipos industriales obsoletos en la metrópolis, y en general abre mercados para ciertas industrias que se encuentran trabadas, por la falta de ellos, en su crecimiento” (Cimillo et al, 1973; pág. 28). Ambas cuestiones, la escala promedio reducida y la menor tecnología, van de la mano en explicar el peor desempeño productivo; en palabras de Iñigo (2007), “Esta restricción de la escala – que a su vez impone el uso de una tecnología obsoleta, restringiendo así doblemente la productividad del trabajo- sigue prevaleciendo hoy día” (pág. 65). Este crecimiento de la brecha es trágico en si ya que puede explicar gran parte de la calamitosa situación social que la Argentina enfrenta en el siglo XXI. Como mostramos en el desarrollo conceptual, la unidad mundial del capitalismo implica que la determinación del precio de producción de las mercancías (y por ende de la tasa media de ganancia) esta en manos de las empresas que ponen en movimiento la productividad que conlleva al tiempo socialmente necesario. Una forma de “escapar” a tal determinación es, creemos, el aislamiento de la economía argentina frente al mundo (como durante la ISI), proceso que por un lado permitió tal industrialización pero, por el otro, no porta el desarrollo de la productividad al punto necesario para poder competir directamente en el mercado mundial debido a su reducida escala de producción.

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Otros datos como por ejemplo Katz (2000) muestra una brecha menor pero igual de preocupante: el rendimiento en argentina es cercano al 40% de su contraparte en 1970 y se incrementa al 67% en 1996.

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Ahora bien, el advenimiento de la dictadura militar a mediados de los setenta no es simplemente violenta contra la clase trabajadora (su salario y sus puestos) y contra el eje central de la estrategia de desarrollo hasta entonces, sino que además viene de la mano de una brutal caída de los ingresos por exportaciones primarias producto de la caída de los precios internacionales de la crisis petrolera. En ese contexto se conjugan ambas cuestiones, la crisis mundial genera una crisis interna a través de la desaparición de la renta de tierra (que a su vez generaba divisas) y el momento político interno. Sobre esa base, comienza una nueva etapa.

2.2. Tres décadas lamentables La apertura comercial y financiera decretada por la dictadura, exacerbada por la sobrevaluación cambiaria, hacen aparecer con todo su pureza la brecha productiva (que normalmente existe) entre todo país en industrialización y los ya industrializados. En términos generales ante la competencia externa, y con mínimas excepciones, en ausencia de capitales de la magnitud necesaria en la Argentina (producto como vimos de la escala reducida en la que operaban durante la ISI) se impone una necesidad específica sobre el conjunto de la sociedad: si se intenta lograr procesos de acumulación de capital las empresas locales deben recibir un flujo de riqueza social por fuera de sus condiciones de producción, es decir deben tener fuentes extraordinarias de plusvalía. En primer lugar, la percepción de renta diferencial de la tierra en nuestro país ha sido uno de los motores principales de la economía argentina. Casi siempre se la ha tomado como simple riqueza que dinamiza la demanda interna pero las formas de redistribución de tal riqueza -apropiada a través del IAPI o de las Juntas Reguladoras o retenciones- subsidiando los costos internos de los insumos (principalmente a través tarifas públicas reducidas o créditos a tasas negativas) y generando una reducción del valor de la fuerza de trabajo 8 funcionan como compensadores del rezago de la productividad. Ese retraso productivo, compensado hasta aquí simplemente por la renta de la tierra, genera un ciclo errático y de crecimiento magro basado en los movimientos que le son propios a esa fuente debido a su dependencia de las condiciones naturales no manejables (atadas muchas veces a accidentes climatológicos) y las oscilaciones de los precios internacionales relacionados a ellos y a la demanda internacional. La segunda fuente es la transformación de parte del salario en ganancia a través de la reducción de este por debajo del valor de reproducción de la fuerza de trabajo. La dictadura emprende rápidamente el trabajo de genera esta fuente extraordinaria a través de la barbarie liberada sobre la población trabajadora. Como señala Canitrot (1981), “Todo lo hecho [por la política económica] hasta entonces puede resumirse en la baja de salarios” (pág. 150) o en la

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Una aclaración es importante, este proceso de reducción del valor de la fuerza de trabajo no implica en lo más mínimo reducir el consumo de la fuerza de trabajo si que se reduce el valor de las mercancías que deben adquirir, razón por la cual magnitud en relación al total del valor generado cae.

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carta abierta de Walsh (1977) “en un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%”. A su vez, como señalamos que el rezago es progresivamente mayor resultado de la menor potencia en la valorización que tienen las pequeñas empresas, este proceso devaluatorio no puede más que continuar constantemente. Como tal, a partir del abandono de la ISI esta fuente extraordinaria cobra crucial importancia, implica el fin de aquella necesidad de un mercado interno amplio con elevados ingreso. Es más, determina su contrario: el salario real debe separarse de las necesidades concretas de reproducción, en relación al rezago de productividad como forma de compensarla. Gráfico 2. Masa Salarial, Plusvalía genuina y extraordinaria en la Industria. 19702006. En % del VAB pp. 75 70 "Plusvalía Genuina"

65 60 55 50 45 Masa Salarial

40 35 30 25 20 15 10 5

"Plusvalía extraordinaria"

0 -5

2006

2005

2004

2003

2002

2001

2000

1999

1998

1997

1996

1995

1994

1993

1992

1991

1990

1989

1988

1987

1986

1985

1984

1983

1982

1981

1980

1979

1978

1977

1976

1975

1974

1973

1972

1971

1970

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Fuente: Kennedy y Graña (2009)

Si observamos el Gráfico 2 veremos, una forma posible de estimar cómo evolucionó en nuestro país la producción de plusvalía con fuente en el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor9. En la industria vemos que la plusvalía se incrementa pasando del 60% al 75% de su valor agregado. Sin embargo, la plusvalía “genuina” no solo no crece sino que retrocede al 55%. Así, el incremento de la plusvalía total tiene su base no en el desarrollo de las fuerzas 9

Para tal fin, podemos ver cuál hubiera sido la masa salarial en cada año si el salario real hubiera mantenido su nivel de 1970, de modo que la diferencia entre tal masa hipotética y la masa salarial real constituye la plusvalía extraordinaria con fuente en el deterioro del salario real. Nótese que estamos trabajando con la hipótesis de mínima, en tanto no estamos considerando ningún aumento en el salario real.

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productivas sino en el deterioro del salario real: de ahí que la plusvalía extraordinaria represente en 2001 el 25% del ingreso sectorial 10. Frente a esa tendencia, y funcionalidad del salario real en la economía argentina las “problemáticas sociales” no iban a hacerse esperar. En el Gráfico 3 mostramos una variedad de indicadores sobre la situación social que normalmente se utilizan para dar cuenta de estos procesos. Gráfico 3. Ocupados, salario real, tasa de desocupación y porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza. Evolución 1974 - 2006. 45

180 170

40 160

Evolución Ocupados (eje derecho)

35

150 140

30

130 120

Hogares bajo la linea de pobreza

25

110 20

100 90

15

80

Evolución Salario real (eje derecho)

10

70

Tasa de Desocupación

60

5 50

2006

2005

2004

2003

2002

2001

2000

1999

1998

1997

1996

1995

1994

1993

1992

1991

1990

1989

1988

1987

1986

1985

1984

1983

1982

1981

1980

1979

1978

1977

1976

1975

40 1974

0

Fuente: Graña y Kennedy (2008b) y Beccaria y Maurizio (2008)

Como puede observarse, junto a una tendencia de aumento de la cantidad de ocupados totales se puede observar la evolución, marcadamente negativa del salario real. Si analizamos hasta el año 2001, en nuestro país existía un 40% más de ocupados pero los asalariados allí incluidos cobraban un sueldo cuyo poder adquisitivo apenas alcanzaba el 80% del recibido en 1970. Así las cosas la evolución de la tasa de desocupación como la de hogares en situación de pobreza es esperable. En relación a la desocupación como vemos no esta tan relacionada a la destrucción absoluta de puesto de trabajo, sino con un aumento de la población activa. En este contexto no 10

La principal diferencia entre el sector industrial y el total de la economía tiene que ver con la magnitud de las fluctuaciones, no así con sus tendencias. Es decir, el total de la economía este proceso no es tan marcado pero sigue la misma tendencia. Ver Graña y Kennedy, 2009.

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queda otra que entender que ese incremento en la participación tiene como fundamento la compensación de ingresos reales perdidos, tanto por la caída de ellos como de la desocupación de otros integrantes del hogar. Frente a esa situación de caída de los ingresos reales de los asalariados, la caída de la calidad del empleo (otra forma de reducir los costos laborales) y la participación en el mercado laboral de integrantes menos calificados no podía más que elevar la incidencia de la pobreza en la Argentina. En estas condiciones alcanzamos la crisis del 2001, sin embargo las circunstancias a partir de allí parecen tener otra lógica interna. Eso analizaremos en la próxima sección.

2.3. Argentina circa 2007 Nuestro país, llegado el fin del año 2006, se enfrenta a un proceso fuerte de crecimiento económico que, sin embargo, no ha podido resolver sus problemáticas sociales al tiempo que comienza a desarrollarse un proceso inflacionario que no puede más que agravarlas. Sin poder salir de esa situación, los años 2007 y 2008, presentan un escenario similar donde el crecimiento continua a tasas elevadas con creciente inflación y marcados conflictos políticos por la distribución de la renta de la tierra pero poco podemos decir en base a datos del INDEC. ¿Cómo llegamos hasta aquí? La reversión de la crisis 2001, señala el generalizado acuerdo al respecto, se da con el quiebre de la convertibilidad monetaria al adoptar un tipo de cambio real más elevado. Esta modificación radical de los precios relativos ha impulsado la generación de un nuevo modelo (o patrón de crecimiento) sin límites estructurales explícitos que, basado en la producción de bienes primordialmente industriales (y no en la de servicios, como ocurría durante la Convertibilidad), genera una también ilimitada expansión del empleo, habida cuenta del mayor requerimiento de mano de obra de dichas ramas de producción. La mayoría de las veces, como complemento de este acuerdo generalizado para explicar el momento actual, se destaca como otro rasgo positivo la vigorosa expansión experimentada por el segmento PyME, empresas definidas por su mayor absorción de empleo por unidad de producto. En particular, se destaca que el dinamismo de estas empresas se explica por la imposibilidad de competir, en el contexto de sobrevaluación cambiaria de la Convertibilidad, con las empresas que gozaban de costos reducidos en mano de obra (como las de países asiáticos). Así, en aquel momento, no tuvieron más camino que convertirse en comercializadoras

o

directamente

cerrar

sus

puertas,

proceso

que

redundó

en

desindustrialización, concentración económica y, por ende, desocupación. Ahora, establecidas o reconvertidas a la producción de bienes transables, han podido suplir partes significativas del mercado interno (ya sea de insumos o bienes finales) debido a la importante protección efectiva brindada por el TCR alto. Ahora bien, dado que esa mejora no fue acompañada de igual manera por la recuperación en los indicadores sociales (inclusive al nivel paupérrimo de fines de

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la Convertibilidad) se sostiene que el salario real seguirá recuperándose -como un proceso natural- a medida que continúe reduciéndose la masa de desocupados. Sin embargo, por lo desarrollado hasta aquí podríamos discutir tal “esperanza”. Claramente, la devaluación es otra forma de desarrollar la segunda fuente de plusvalía extraordinaria, la venta de fuerza de trabajo por debajo de su valor. La protección abstracta que el consenso otorga al TCR alto, es justamente producto de esa caída, y mantenimiento, de ese salario real reducido. La elevación del tipo de cambio real logra sus objetivos reduciendo el salario real (al elevar el precio interno de las mercancías agrarias que forman parte de la canasta de consumo asalariada). Diamand, autor al que invocan recurrentemente los defensores del TCR alto compensado, señala que los precios internacionales no se corresponden con la productividad y que “Esto se debe a que aunque la productividad determina el nivel de vida, no determina los precios internacionales” (Diamand, 1972; pág. 9). Evidentemente esta en lo cierto respecto al posible papel del TCR en la compatibilización de los precios internos e internacionales, pero olvida que es justamente la forma de esa compensación de la menor productividad lo que genera ese menor nivel de vida. Como ya señalamos, la vuelta a la competitividad de la industria argentina no tiene que ver simplemente con la modificación del tipo de cambio nominal sino con el cambio real en los precios internos. Entonces, como los precios tienen un nivel de equilibrio mundial al tienden a volver (ya porque se exportan, importan en su totalidad o como insumos) se distribuyen esos impactos salvo a uno que no tiene esa posibilidad: el salario real. Es decir, la “competitividad” no es el tipo de cambio sino los efectos de su modificación, la caída del salario en términos internacionales que acarrea (al exportar mercancías salario) en el mismo sentido al poder de compra del mismo11,12. Ahora bien, sobre esa base, tampoco es cierto que haya ocurrido una transformación relevante de la estructura productiva a partir de la devaluación, modificación que implicaría modificar los sectores y productos que elabora nuestro país hacia aquellos donde las escalas productivas no juegan un rol central. Como señalan Fernández Bugna y Porta (2007) y Lavopa (2008) no hay evidencias claras en cambios de sectores o comportamientos desde la década del noventa. Es decir, el crecimiento económico de los últimos años ha tenido poco de novedoso, quizá si su magnitud pero no su esencia: una nueva caída del salario real lo suficientemente grande (acompañada por un aumento histórico de la renta percibida por Argentina) para

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No esta demás aclarar que la devaluación, por más nefastos que fueran sus resultados, no era una de las opciones existentes (como sostienen algunos, en contraposición a la dolarización), sino el único camino en diciembre de 2001.

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Ahora bien, es obvio que esta caída esperada del salario real como resultado de la devaluación es tal, en el marco de lo señalado más arriba. Siempre que no se establezcan retenciones a las exportaciones o que las mismas sean de menor proporción al aumento del tipo de cambio. En este sentido, el establecimiento de retenciones a las exportaciones de bienes primarios en 2002 tuvo el efecto de morigerar muy parcialmente el derrumbe del salario real (frente a una devaluación del 200%, aquellas fueron originalmente del orden del 20%)

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permitir el ingreso en producción de cientos de empresas pequeñas y medianas 13 . Por esa exacta razón, las PyMEs han sido el segmento más dinámico en tanto ellas son las más necesitadas de tal compensación por su menor productividad relativa, y por ende, mayor absorción de empleo. En otras palabras, el crecimiento de ambas fuentes extraordinarias (y de una magnitud sin precedentes) han impulsado a la economía a unas tasas, también, inéditas. Entonces durante este proceso las bases de la economía argentina no han cambiado: la productividad crece lentamente en base a empresas pequeñas que al participar de sectores en donde la escala y la tecnología de producción son centrales requieren fuentes extraordinarias de plusvalía para competir. Por la misma falta de originalidad de la postdevaluación, el fin del ciclo no podía tener otro carácter, la caída de la renta (por el ingreso mundial en la etapa recesiva) y la recuperación salarial empujan los costos hacia arriba y la competitividad hacia su nivel “normal”. Durante ese proceso, las empresas cuentan con una herramienta adicional para defender sus ganancias, el aumento de precios para combatir tales incrementos de costos. Sin embargo, ese movimiento retroalimenta la incapacidad de competir ya que reduce aquél margen de maniobra de las empresas nacionales, al hacer caer el TCR y abaratar así los importados que le compiten. Por lo tanto, el efecto más importante de la inflación fue su influjo sobre aquella variable y, por ende, la disminución de la competitividad ficticiamente lograda con la devaluación pero a un nuevo y más reducido nivel del salario real. En este contexto, todas esas expresiones apuntan a lo mismo: la imposibilidad de competir ante las consecuencias de las tendencias puestas en movimiento. Como breve resumen de ellas, podríamos señalar que, por un lado, las PyMEs comienzan a enfrentar problemas en su supervivencia, su ritmo de expansión se reduce y cae la absorción de empleo (a mediados de 2008 se acercaba a 0,1 valor similar al de la Convertibilidad donde sólo las empresas grandes sobrevivían). Por el otro, se acelera la inflación y el crecimiento de los volúmenes de importación, principalmente de bienes de consumo final (Graña, Kennedy y Valdez, 2008)14. Así, ese rezago productivo, conjuntamente con la reducción de las fuentes extraordinarias de plusvalía, llevan a que la economía argentina llegue en malas condiciones al momento recesivo mundial.

3.

Conclusiones o el qué hacer

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Aquí estamos señalando que el proceso que implica a la Argentina como conjunto nacional de baja productividad relativa con, por ejemplo, Estados Unidos. Evidentemente ese proceso se reproduce al interior entre las empresas más grandes y el resto. En otros lugares, mostramos que la caída del salario real en el resto es mayor, y tarda más en comenzar a recuperarse, que en las Grandes por la misma razón (Kennedy y Graña. 2009)

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Cabe señalar que, tal como en aquel debate respecto del agotamiento de la ISI sus defensores señalaban las tendencias a superávit comercial que se evidenciaban hacia mediados de los setenta, el balance comercial argentino post-devaluación muestra una evolución marcadamente negativa si eliminamos el efecto precio (es decir lo observamos a precios constantes) y es muy negativo si observamos el mismo balance pero industrial. Al tiempo que la participación de las importaciones en el Consumo y la Inversión se encuentra en los puntos más elevados de la serie, muestra del agotamiento de la competitividad y reemplazo de producción nacional por extranjera.

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La economía argentina tiene, desde siempre y no ha logrado cambiarlo, un rezago productivo importante respecto al resto del mundo. Como tal, al momento de abrirse al mercado mundial todos los problemas competitivos (semiocultos durante la ISI) se hacen violentamente presentes. Queda claro que ese contenido queda, a su vez, oculto detrás de la forma concreta bajo la cuál la apertura se realizó. Por lo desarrollado hasta aquí, creemos, estas problemáticas se hubieran hecho presentes aunque claro esta, de manera menos marcada. La apertura a la competencia, implica que las empresas comienzan a tener por un lado la necesidad de acumular capital (a riesgo de desaparecer) pero su ganancia queda, por el otro, atada a la relación de productividades entre ellas y las que dominan el mercado mundial. Salvo contadas excepciones, en Argentina las empresas que producen localmente no portan tal capacidad productiva razón por la cuál se ponen el movimiento la necesidad de fuentes extraordinarias de plusvalía que compense tal rezago. Claramente, entre las citadas, la más “inocua” es la renta de la tierra pero sus bruscas oscilaciones y su magnitud aleatoria impiden la dependencia única sobre ella para mantener la apariencia de un crecimiento económico “normal”. Las otras dos conllevan consecuencias más claras, la venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor conlleva a calamitosas consecuencias observables día a día y la deuda mientras mayor sea su importancia en el proceso peor es el ajuste necesario para enfrentar su desaparición. La magnitud de la crisis del 2001 muestra ambas consecuencias claramente. A pesar de todas sus consecuencias, cuando éstas existen y son abundantes la Argentina se embarca en un proceso de crecimiento económico muy fuerte que luego se diluye como ellas. Desde la apertura de la economía, a mediados de los setenta, las consecuencias de este esquema han sido harto evidentes. Dependiendo de cómo se las utilice las consecuencias sociales serán mejores o peores pero siempre estará esperando una nueva crisis ante la vuelta a la “normalidad” (sea por baja de precios internacionales desde sus picos históricos de los últimos años, o la recuperación del salario real desde su pozo de 2002). Es más, tan necesarias son que, en ausencia de una magnitud importante de ellas, como durante los ochenta, el mero crecimiento económico se muestra esquivo. Frente a esa determinación propia de la situación actual, ¿qué podemos hacer para recuperar el crecimiento económico y planificar un desarrollo acelerado de la productividad? Es decir, ¿cómo eliminamos la necesidad de esas fuentes extraordinarias de plusvalía de manera de elevar el salario real y resolver las problemáticas sociales? Es claro, y lamentable, que las problemáticas que desde siempre tiene la Argentina eran evidentemente más sencillas de resolver durante los años setenta, con todos los instrumentos habilitados para tal fin y con un sector industrial más completo, que después de los experiencias de sobrevaluación y apertura cambiaria, no sólo por la desintegración del aparato productivo infligido sino por que además, el resto del mundo ha continuado evolucionado a una tasa similar a la observada para Estados Unidos, sino superior como en el caso de los países que han mejorado marcadamente su

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bienestar. Es decir, no sólo portamos los mismos problemas de hace tres décadas sino que además, se han agravado ya que nos hemos alejado de la productividad que determina el valor de las mercancías. Sobre esa base, considerando los límites que enfrenta la política económica y dentro de los márgenes del sistema capitalista debemos, entonces, encontrar la manera de compensar hoy ese rezago pero no bloquear la capacidad de planificar su desarrollo. A grandes rasgos existen tres caminos propuestos para lograr eso: la estatización total de la economía; la devaluación y la política industrial. El primero claramente resuelve el problema de cómo planificar la economía, los objetivos de productividad y exportaciones son generados como mandatos políticos a las empresas y, en base a la necesaria financiación existente hoy mismo, se transita hacia los estándares mundiales. Evidentemente, el problema es la forma política de tal estatización y, dado que no estamos en ningún punto cerca de tal situación, la dejamos de lado. El segundo, muy presente estos días, señala que debemos elevar nuevamente el tipo de cambio, de manera de recuperar la competitividad perdida por la inflación y, en consecuencia, reimpulsar el crecimiento económico e industrial. Como sabemos, la devaluación impulsa la economía a través de la reducción de los salarios reales, elevando la segunda fuente extraordinaria de plusvalía; permitiendo que se vuelvan competitivas las exportaciones industriales así como la sustitución de importaciones. Entre los defensores de tal medida, se remarca, coherentemente, la importancia no de simplemente devaluar sino construir un sistema de tipos de cambio múltiples que, por un lado, reduzcan los impactos en el salario real (reduciendo o incluso eliminando el incremento de precios agrícolas) y, por el otro, diferencien al interior de los sectores a promocionar. Otro argumento esgrimido en ese sentido, es que es uno de los pocos instrumentos de promoción no penalizados por los organismos internacionales de comercio. Ahora bien, esta propuesta posee, creemos, al menos dos problemas graves. Uno de corte claramente coyuntural, en el contexto actual es imposible elevar las retenciones agrarias. En ese sentido, la primera parte de la propuesta es inviable. Sin embargo, y más problemático, ¿cómo la devaluación, inclusive compensada y múltiple, incentivará a alcanzar los estándares mundiales? y ¿cómo el Estado puede garantizar tal resultado? Supongamos por un momento que se devalúa en la magnitud deseada, ¿qué necesidad tendrían las empresas de reinvertir sus ganancias si su magnitud y permanencia no depende de que se realice? Si el camino elegido es beneficiar al conjunto de las empresas, sin importar sus características y potencialidades, se bloquean los incentivos para acumular capital innovando. Esto es así ya que, evidentemente los costos de tal inversión en tecnificación son grandes en relación a una nómina salarial devaluada, entonces si no tengo competencia (ya que fue eliminada por la devaluación), para qué realizarla. A su vez, este mecanismo impide la construcción de una política industrial seria

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ya que no permite la aplicación de condicionalidades o metas, por parte del Estado, para continuar recibiendo un subsidio. Por un lado, porque las empresas no tienen necesidad de acudir al Estado en busca de financiamiento o garantías ya que son subsidiadas mes a mes cuando abonan los sueldos. Por el otro, ¿qué mecanismo de control se reserva el Estado para influenciar en el destino (vg. hacia la inversión y la forma que tomará) de esas ganancias obtenidas por efecto de la devaluación? En última instancia devaluar sin más implica dejar la decisión de qué empresas promocionar y qué sectores en manos del mercado. A su vez, implica tener que discutir algo completamente irrelevante como es la conciencia del empresario al que se esta subsidiando sin control. A partir de allí, las discusiones psicologistas sobre el carácter schumpeteriano o rentista de los mismos niegan cualquier capacidad de planificar el accionar respecto a la aplicación de esas rentas extraordinarias. En el mismo sentido Ortiz y Schorr (2009) señalan que, considerar a la devaluación como resolución casi exclusiva de los problemas competitivos, “conlleva un ostensible error estratégico, máxime si se considera que la vigencia de salarios reducidos y un patrón regresivo de distribución del ingreso juegan en contra de que un país sea más competitivo tanto en el plano local como en términos del mercado mundial” (pág. 35). Alguno podría afirmar que unos pocos años de caída del salario real “lo valen” en pos de incrementar la capacidad productiva del país; algo así como una protección a la industria naciente hasta que “pueda valerse por sí misma”. Sin embargo, hemos intentado mostrar cómo el bajo salario real no tiene tal función sino la de ser condición de supervivencia, permanente, de los pequeños capitales los cuales, al continuar rezagándose en la competencia requerirán crecientes niveles de subsidios a través de las fuentes extraordinarias, exacerbando el proceso devaluatorio. Frente a los defectos o complicaciones de aplicar las dos propuestas previas, deberíamos considerar la construcción de una política industrial. El punto de partida de tal experiencia es el mantenimiento de un tipo de cambio “competitivo”, aquel acorde con la relación de productividades promedio con el país que emite tal signo de valor de reserva (en nuestro caso, Estados Unidos). A partir de allí, con mecanismos que habrá que desarrollar, deben aplicar masivamente fondos (que existen actualmente, en el Anses, con fondos de rentas generales o de retenciones) a través de programas con condicionalidades a las empresas. Un mecanismo que asegura el destino de fondos a objetivos “útiles” para el país (aumento de la productividad) es utilizar a la competencia como indicador de esa aplicación. Por ejemplo, fijar objetivos de exportaciones implica que, para mantener el subsidio, la empresa debe superar a sus competidores del mercado mundial, es decir acercarse relativamente en productividad, diseño y calidad. En el mismo sentido se expresan Ortiz y Schorr (2009) cuando señalan que estas políticas “…son construidas y reconstruidas a lo largo del tiempo a través de una sostenida y dinámica intervención estatal, por lo general con una elevada demanda de reciprocidad hacia los sectores empresariales favorecidos por las medidas de asistencia (por

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caso, mediante la fijación de distintos tipos de estándares de desempeño en materia productiva, comercial, laboral, ecológica, de investigación y desarrollo, etc.” (pág. 26). A su vez, la planificación debe considerar la transformación del aparato productivo en dos ejes: la concentración y logro de tecnologías de producción y escalas internacionales en productos donde ellas sean centrales y el posicionamiento por diferenciación de producto donde ellas no lo sean. Como señala Katz (2000), respecto a un proceso exitoso de reestructuración industrial, “la evidencia empírica avala con suma fuerza la idea de que el proceso de reestructuración industrial que estamos describiendo está asociado a la salida del mercado de firmas marginales –aunque marginales no significa necesariamente más ineficientes- y al ingreso al mismo de una nueva generación de establecimientos industriales más cercanos al nivel internacional” (pág. 76). Con aquellas metas podemos romper la lógica planteada por Diamand (1972) “El país ha oscilado entre una sustitución a cualquier costo aún en sectores que trabajan muy por encima de los precios promedios del sector industrial, y un desaliento a la sustitución incluso en rubros que trabajan por debajo de este promedio” (pág. 7). Es decir, minimizar el impacto de las fuentes extraordinarias y focalizar todos los recursos financieros disponibles en subsidiar a los que tienen potencialidad para crecer imponiendo condiciones, y no derrochar recursos estatales inexistentes o imponer ajustes salariales innecesarios. De esta manera, se asegura la supervivencia de las empresas hoy pero a su vez se garantiza, eso es lo central, que en el tiempo la necesidad de fuentes extraordinarias de plusvalía se reduzcan, permitiendo que, en el mejor de los casos, la fuerza de trabajo posea un ingreso acorde con sus necesidades de reproducción al tiempo que deja libre la renta de la tierra para potenciar la acumulación de capital a una velocidad superior a la de la competencia. Tan invertido se encuentra el debate al respecto de las fuentes extraordinarias que la literatura denomina “la maldición de los recursos naturales” cuando es un flujo de riqueza social gratuito que puede utilizarse para dinamizar al conjunto de los capitales en manos del Estado. Como planteo general, y parafraseando a Diamand (1972) que la focalizaba en el agro, señalamos que una política de incentivos al capital, compatible con los intereses del conjunto de la sociedad, debe estimular los aumentos de producción pero sin provocar transferencias gratuitas de ingresos.

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