Primeros acuñadores en Castilla y León

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Descripción

X CONGRESO NACIONAL DE NUMISMATICA

ACTAS

ALBACETE 1998

Imprime Stock Cero, S.A. San Romualdo, 26 • 28037 Madrid Tel.: 91 327 32 38 D.L.: M-29993-2002

X CONGRESO NACIONAL DE NUMISMÁTICA

ACTAS

PRIMEROS ACUÑADORES EN CASTILLA Y LEÓN Julio Torres Museo Casa de la Moneda Resumen La solución de continuidad, que sufren las acuñaciones cristianas peninsulares a raíz de la conquista musulmana nos autoriza a preguntarnos quiénes y de dónde vinieron a fabricar o a enseñarnos a fabricar nuestras primeras monedas. Partiendo sobre todo de indicios documentales y, en especial del análisis del vocabulario empleado por los redactores, puesto en comparación con los utilizados por otras lenguas coetáneas, se propone como más probable la idea de que ni las técnicas ni la organización empleada en las fábricas hispanoárabes fueron asumidas por los conquistadores del norte, que adoptaron métodos y, probablemente, personal, provenientes del otro lado de los Pirineos. Abstract The disruption that Christian coinage suffered as a result of the Islamic invasion poses the question of where did the knowledge come grom to make possible the production of the Iberian peninsula’s earliest medieval coins. A study of the technical expressions employed in the written sources and a comparison between them and those found in contemporary dosuments in other languages suggets that the Peninsula’s Islamic mints supplied neither the coining-methods nor the mint-oganisation which the new Christian kingdoms advancing from the north adopted. Rather, it is likely that the latter employed the practices and in all probability the staff, too, of mints from beyond the Pyrenees.

A nadie pasa desapercibido que la invasión árabe de la península ibérica supuso una ruptura en la continuidad de las acuñaciones cristianas. Así, mientras en otras zonas europeas, especialmente en lo que hoy llamamos Francia, se puede seguir una línea evolutiva, tanto en el plano estilístico como en el metrológico, en la península observamos un salto brusco entre la moneda de los anteriores invasores germánicos y las monedas autóctonas que se acuñan ya en todas las áreas cristianas de la península en los albores del siglo XII, aunque hayan comenzado a acuñarse algo antes, especialmente en los condados catalanes, que se beneficiaron del directo influjo carolingio(1). Esta solución de continuidad, de al menos cuatro siglos, conllevó sin duda la desaparición del cuerpo de profesionales dedicados a la fabricación de la moneda. No se han hecho, ni creo que puedan hacerse, en España estudios acerca del trabajo y la organización de este tipo de profesionales ni de este tipo de industria en la Antigüedad Tardía y Alta Edad Media(2). Pero los realizados para otras zonas europeas(3), así como los inicios de la documentación escrita a lo largo del siglo XIII, nos permiten pensar que, en el momento de las primeras acuñaciones castellanas, de las que me voy a ocupar aquí, el negocio de la acuñación estaba en manos de un conjunto relativamente pequeño de profesionales del comercio de metales que además poseían conocimientos de metalurgia o se asociaban a aquellas personas que los poseían, y que contrataban, tanto a los grabadores de los tipos monetarios, como al resto de los operarios de los talleres, excepto a aquellos encargados de la vigilancia y control de las operaciones, cuyo nombramiento podía reservarse el rey(4). Estos talleres se montaban bajo contrato con los príncipes de los diversos estados, en los lugares indicados por éstos o donde resultase más conveniente por diversos motivos(5). En todo caso, un taller monetario en esa época, debía de montarse con relativa facilidad, lo que permite hablar, si no de talleres ambulantes con carácter generalizado, sí de talleres, salvo excepciones, de pequeño tamaño y sin una ubicación fija. Se conocen, de hecho, restos de talleres medievales de pequeño tamaño. En Trondheim, Noruega(6), se han excavado tres talleres diferentes con unas dimensiones de entre 25 y 40 m2. En talleres de ese tipo, quizá podrían tra-

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bajar de cuatro a diez individuos, entre obreros y monederos, pero hay que suponer que el tamaño y cantidad de trabajadores sería muy variable dependiendo de la producción que se quisiera obtener y en qué plazo de tiempo. La evolución de los talleres hacia complejos de mayor tamaño ubicados en lugares concretos coincide con la aparición de documentación más o menos regular relacionada con la fabricación de la moneda, como he dicho, a lo largo del siglo XIII(7). Los talleres de gran tamaño documentados más tarde, en Castilla ya en el siglo XV, podían tener entre 100 y 200 trabajadores(8). En las casas de moneda de martillo, lo que equivale a decir la mayor parte de las antiguas, medievales y modernas hasta los siglos XVI-XVII, la unidad productiva era la hornaza, una habitación provista de horno, chimenea u otro sistema adecuado para el recocido de los metales(9), en las que se desarrollaba, al menos, la fabricación de los cospeles. En las fábricas tardomedievales y modernas, tanto la acuñación como otras operaciones y procesos se llevaban a cabo en habitaciones diferenciadas. Las hornazas medievales deben ser el equivalente de las officinae de los testimonios antiguos. Una fábrica estaba compuesta de un determinado número de hornazas (o de officinae), en función de la productividad deseada. Las hornazas solían situarse en torno a un patio provisto, siempre que fuera posible, de una fuente para el aprovisionamiento de agua. Intentaré aquí aportar un granito de arena en el esfuerzo por contestar a la pregunta de quiénes y de dónde vinieron a fabricar o a enseñarnos a fabricar nuestras primeras monedas. En este aspecto, como en otros relativos a esta época de orígenes, las preguntas a menudo se quedan en el aire, y para contestarlas sólo es posible establecer hipótesis alternativas o complementarias que indiquen caminos a seguir por la investigación. Podremos hablar de hechos probables, incluso de hechos que parecen claros, pero raramente de hechos ciertos, probados. Un vicio contra el que debemos luchar es el de tomar las hipótesis planteadas por otros como si fueran verdades contrastadas, lo que se produce generalmente a causa de una lectura rápida, imperfecta o a través de terceros; pero también porque a veces las hipótesis son formuladas por los autores como afirmaciones rotundas sin tener, en ocasiones, la más mínima base que las sustente. La novedad de mis hipótesis o propuestas radica en el hecho de que se extraen como conclusiones de una investigación lingüística, el análisis del vocabulario especializado que utilizan los documentos castellanos medievales relativos a la fabricación de la moneda. Este análisis formó parte de mi tesis doctoral(10), y lo presentaré aquí, lógicamente, resumido. Como la documentación castellana no aparece hasta finales del siglo XIII, y eso gracias a un documento que podríamos considerar como marginal, el Privilegio de Lorca, nos encontramos prácticamente con dos siglos sobre los que tan sólo podremos inferir nuestras conclusiones, en combinación con otros datos numismáticos casi nunca contundentes. Las propuestas que formulo se pueden resumir en dos puntos, complementarios, pero a la vez consecutivos. El primero es la constatación de que los restos árabes en el vocabulario técnico son insignificantes, por lo que, a pesar de la mencionada distancia de dos siglos, creo que se puede afirmar rotundamente que quienes montaron las primeras casas de moneda en Castilla, o no eran árabes o, si lo eran, no hablaban árabe, posibilidad ésta que debemos desechar por absurda. El segundo punto, una vez descartada la procedencia árabe de hombres y técnicas, será proponer otra, y en este caso los dos siglos de distancia sí son importantes, pues no podremos hacer otra cosa que extrapolar las tendencias apreciadas en las muestras que tenemos. En cuanto a la escasez de términos con una etimología de origen arábigo encontrada en el vocabulario, quizá el mejor ejemplo de ello sea el de la denominación de la propia fábrica. Al principio del período, el castellano utiliza la denominación la Moneda, siguiendo la línea patrimonial latina (moneta) que pervive aún hoy en otras lenguas, como el alemán (Münze), holandés (Munt), francés (Monnaie) e inglés (Mint). Las lenguas del área mediterránea (Italia, Valencia y Cataluña), sí optaron, en general, por una solución tomada del árabe (síkka > zecca, seca), probablemente por influencia del árabe sobre el catalán y de éste sobre el italiano, aunque el catalán podría haber recibido este término en Sicilia. La secuencia de primeras apariciones que he recogido se inicia con un documento de 1283, escrito en latín en Mesina (Sicilia), pero por la chancillería aragonesa de Pedro III(11). Aparece luego en un documento latino fechado en Perpignan en 1345(12), y parece generalizado ya en el Reino de Aragón en la segunda mitad del siglo XIV, aunque durante este tiempo también aparecen alternando antecedentes de monedería. En Venecia lo he encontrado [çheca] en 1381(13). En Milán aparece el término ya generalizado en una ordenanza de Galeazzo Maria Sforza en 1474(14). El castellano, después de un lapso de casi un siglo (1369-1461) durante el que conviven en los textos moneda y casa de la moneda, se decide final y claramente por esta segunda denominación, seguramente para limitar el exceso de significados del término moneda, que aún hoy sigue confundiéndonos. Esta denominación, aunque no tiene nada que ver con el árabe en cuanto a la etimología, es decir, en lo relativo a su formación, sí tiene que ver con el árabe en lo relativo al significado, pues se trata de una traducción exacta, lo que llamamos un calco semántico, del árabe dâr as-sékka. Las etimologías árabes en el vocabulario analizado se reducen prácticamente a dos nombres de empleados tomados del vocabulario ordinario de la administración: alcalde y alguacil. Además, alguna unidad de medida, como

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el tomín o el quilate, un utensilio muy secundario, la redoma, y un material, como el latón, sólo utilizado en la fabricación de pesas. Aunque pueda parecer sorprendente, la escasez de arabismos es algo relativamente normal en los vocabularios específicos de las actividades artesanales(15).Teniendo en cuenta que nuestros textos son posteriores al reinado de Alfonso X, tal vez la escasez de términos de raíz árabe podría deberse a una presión oficial sobre la lengua, como parece que sucedió con el castellano de Murcia para imponerlo sobre el catalán(16). Creo que los datos lingüísticos nos autorizan a pensar en una ruptura violenta con la infraestructura acuñadora preexistente en Toledo. Si las acuñaciones conocidas de moneda de vellón castellana con caracteres árabes de finales del siglo XI(17) desaparecen casi inmediatamente, mi idea es que las acuñaciones castellanas podrían haber empezado fuera de Toledo antes de su conquista, de tal manera que, al producirse ésta, ya existía un cuerpo consolidado de monederos, fueran castellanos o foráneos, que habría impuesto esa ruptura violenta que impidió la transmisión de, al menos una parte del vocabulario. Por lo que se refiere al monarca castellano-leonés que inicia las acuñaciones, parto de la base, generalmente aceptada hoy, aunque sólo sea por la imposibilidad de demostrar otra cosa, de que fue Alfonso VI quien retomó las acuñaciones en sus reinos. Aunque sería razonable, desde nuestra óptica, que su padre Fernando I hubiese acuñado moneda, las piezas que en algún momento se le han querido atribuir parecen encajar mejor en el siglo siguiente, durante el reinado de Fernando II de León. El último trabajo que conozco sobre este particular, y que resume en cierto modo lo publicado hasta ahora, es el de AGUD y YÁÑEZ(18). Estos autores, plantean que las acuñaciones con tipos cristianos debieron iniciarse en Toledo algún tiempo después de que fueran acuñadas allí, estando ya la ciudad ocupada por los cristianos, las monedas de plata baja con tipología arábiga. Formulan además la siguiente pregunta, ¿trajo Alfonso maestros de ceca franceses? Los argumentos aportados para dar una respuesta afirmativa, son aceptables, y giran en torno a las relaciones que Alfonso mantenía con la nobleza francesa, relaciones que, por cierto, ya había mantenido su padre, Fernando I. A las hipótesis y dudas adelantadas por estos y otros autores, quiero añadir algunas más. La primera es que, aunque la fecha de 1085 venga bien como símbolo, o, incluso, pueda ser exacta, debemos ser conscientes de que el inicio de las acuñaciones es absolutamente independiente del hecho histórico que marca esta fecha19. Pudieron comenzar más tarde, o incluso antes, aunque pensemos que la mención de Toledo en la mayoría de ellas implicaría la posesión de esta ciudad o de este reino. Las emisiones de tipo que podemos llamar francés no tienen por qué estar ni relacionadas ni condicionadas por las de tipo árabe. Y la mención de una ciudad no implica en esta época que las piezas hayan sido fabricadas allí(20). Si hay algo que se desprende con claridad del análisis lingüístico de los documentos castellanos sobre fabricación de moneda, aunque estos comiencen a aparecer dos siglos más tarde, es que no hubo ninguna transición directa de los talleres árabes a los cristianos, y, que si pudo haber alguna influencia inicial, fue cortada de raíz. Conviene también reflexionar sobre la pregunta de si trajo Alfonso maestros franceses. Reflexión, en primer lugar, sobre la idea de traer personas para que trabajen aquí. Por un lado, las monedas o parte de ellas, pudieron ser fabricadas fuera del territorio, aunque conocemos casos de épocas documentadas en que se ha preferido trasladar las fábricas en lugar de transportar la moneda acuñada de un sitio a otro. En la época de los inicios de las acuñaciones existían empresarios ambulantes de la acuñación de moneda, pero, no sería imposible que los nobles franceses, que podrían haber aconsejado al rey leonés que acuñara moneda, le permitieran utilizar sus talleres y los servicios de los monederos contratados por ellos. Reflexión, también, sobre si la idea de acuñar partió del propio monarca, o bien podría ser que la moneda fuese solicitada al rey por los ciudadanos, ya muy acostumbrados a utilizar monedas foráneas, monedas antiguas todavía en circulación y cantidades de metal u otros productos con un carácter cada vez más monetario. Sin descartar que el origen del inicio de las acuñaciones pudiera radicar en una maniobra de ampliación del mercado por parte de las propias compañías de monederos. Las monedas de Alfonso VI con tipos arábigos podrían ser un signo de que era la ciudadanía quien tomaba la iniciativa de las acuñaciones. Conocemos el documento que permite acuñar moneda al obispo de Santiago de Compostela(21); en él admite el rey la adopción de una tipología propia para la moneda de la ciudad, pero prefiere que se utilicen sus propios tipos, en cuyo caso está dispuesto a conceder ciertas ventajas. Las monedas compostelanas que conocemos de esta época se ajustan al tipo real de crismón en reverso. El hecho de que este documento sea para nosotros único no implica necesariamente que no existieran otros semejantes dados a otras ciudades como pudo suceder con León, Lugo, Coimbra, o la propia Toledo. Descartado el origen árabe de nuestros primeros acuñadores, debemos seguir las pistas de una procedencia europea. Sabemos que el siglo XI castellano-leonés, en cuyo último tercio se produjo la toma de Toledo, fue la época en que se intensificó la afluencia e influencia francesa, tanto en las capas plebeyas, con la entrada de artesanos, sobre todo a lo largo del Camino de Santiago, al que los poderosos obispos de Compostela estaban convirtiendo por entonces en una importante ruta turística, como en las capas altas, entre las que el clero cluniacense se esforzaba por implantar sus ideas (y sus intereses) tomando como punta de lanza la implantación del rito romano y difundiendo la idea de cruzada sobre todo contra la posterior invasión almorávide(22). De la misma manera que inundó el camino de edifi-

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cios románicos, esta corriente humana debió traer definitivamente la costumbre del uso de la moneda, lo que, tarde o temprano, conduciría a su fabricación, de modo que, además de arquitectos y canteros, Europa aportaría una cantidad más o menos numerosa de especialistas en la acuñación de moneda, portadores de su propia técnica y su propia terminología, que, finalmente, se impuso sobre la arábiga, si es que hubo realmente lucha entre ellas. En el siglo XI se data el inicio de la entrada en el castellano de galicismos y occitanismos(23). No hay que descartar que, además, en esa época en que los mozárabes de Toledo abandonaban el uso de su propio romance y hablaban el árabe para mantener más firmemente sus peculiaridades, se produjera una lucha lingüística, como efecto de la cual los monederos castellanos (o francos) se esforzaran por no utilizar la terminología arábiga. Esto suponiendo que las monedas cristianas de esta época cuya epigrafía latina parece aludir a Toledo, se acuñaran, efectivamente, en Toledo. Afirmamos, pues, que parte del vocabulario castellano especializado tiene su origen más allá de los Pirineos y se traslada a Castilla a través de éstos, especialmente de Cataluña. Y creemos que este traspaso de vocabulario es indicio de un trasvase de tecnología. Los dos siglos de desierto terminológico transcurridos entre el inicio de las acuñaciones y el de la documentación castellana conservada nos impiden, no obstante, afirmarlo de una manera rotunda. No sabemos en qué momento se produce en nuestro país el cambio estructural y organizativo que va de la existencia de pequeños talleres más o menos viajeros a la implantación de talleres grandes y fijos, con un mayor control oficial, y dotados de plantillas de personal relativamente elevadas, lo que en otras áreas europeas estaba sucediendo durante el siglo XIII. Probablemente hubo una primera fase de transferencia de tecnología, acompañada de, o acompañando a, una transferencia de recursos humanos no necesariamente elevada en número, y una segunda fase de entrada de vocabulario a través de las relaciones entre los propios técnicos y la utilización como modelo de documentación previa, a veces extranjera, de la que se tomaban, incluso involuntariamente, términos prestados por traslación literal. Inscrito en lo que sería esta segunda fase, se produjo en el Reino de Murcia a finales del siglo XIII un caso de influencia directa de la documentación catalana sobre la castellana, ejemplo que además podría convertirse en el eje de una investigación tendente a establecer la genealogía de este tipo de documentación en la península ibérica. Se trata, por lo que se refiere al castellano, del relativamente poco conocido Privilegio de Lorca(24), ya mencionado de pasada, pergamino emitido por Fernando IV en 1297 ordenando fabricar en Lorca moneda para que circulase en el Reino de Murcia, y en cuyos renglones se describe con cierto detalle el proceso de fabricación de la moneda. El año anterior, la cancillería de Jaime II de Aragón había redactado un documento muy similar ordenando acuñar moneda en Alicante con curso en el mismo Reino de Murcia(25), territorio que había pasado a manos cristianas a lo largo de ese siglo y que en ese momento se disputaban Castilla y Aragón. Se trata pues de un probable caso de uso de la moneda como símbolo de afirmación de la soberanía sobre un territorio. Aunque el documento castellano amplía el catalán, o tal vez refunde en uno solo varios de los que le sirven de modelo, las semejanzas entre uno y otro se pueden considerar como calcos, hasta el punto de que yo me arriesgaría a afirmar que se trata de una traducción. Una propuesta más tímida, y puede que más racional, sería suponer un tronco común para ambos documentos, incluso en el caso de que se admita la copia directa del primero por el segundo. Copio a continuación un listado comparativo de formas nominales y verbales de uno y otro textos, ordenadas por áreas temáticas. Officials maestre guardes assajador Scrivà Obrers moneders capítol

Moneda

PERSONAS ofiçiales maestro guardas alcaldes ensayador escriuano obreros monederos cabildo LUGARES Moneda fornazas setios

fondaó ÚTILES fornals compte

fornaças cuento setios

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OPERACIONES tayla monedar obrar assaig reffondre retre

talla monedar obrar ensay labrar refondir rendir

En realidad, si obviásemos la indudable sucesión cronológica, de este listado de correspondencias no cabe inferir influencia alguna de una lengua sobre otra. Incluso, si ampliamos el horizonte, se podría invertir el sentido de los préstamos, cuando vemos que un documento de 1356, fechado en Perpignan, se tiñe, aunque aisladamente, con un trazo iberorromance, al utilizar el término alcayts(26). Pero lo que no nos permiten los nombres y los verbos podemos intentar buscarlo en los adjetivos, pues en los respectivos párrafos 4 de ambos documentos tenemos un rico repertorio de defectos que puede tener el producto final a causa del trabajo de los obreros. Conviene destacar la presencia de este fenómeno, que, desde mi punto de vista, asegura la relación entre ambos documentos, y, más concretamente, la ascendencia directa del primero, o de su tradición, sobre el segundo: mal fetz mal fechos leigs laydos curts cortos/quebrados pessa menys pieza menos tressalitz trassallidos Se verá, quizás, más claro, mediante la comparación directa de los párrafos: ALICANTE 1296 “les guardes que guarden los diners que sien be fetz e netz com los obrers los retran, e que sien be monedats, e los diners que trobaran mal fetz o leigs o curts o pessa menys o tressalitz o mal monedatz”

LORCA 1297 “las guardas que caten los dineros que sean bien fechos e linpios bien monedeados. Et los dineros que fallaren mal fechos o laydos o cortos o quebrados o pieça menos o trassallidos”

Las palabras clave de este párrafo son los adjetivos laydos y trassallidos. Mientras que el primero de ellos, a pesar de su procedencia ultrapirenaica, puede considerarse como normal en el castellano de la época, y su significado claro, ‘feo, con mal aspecto’, para el segundo no resulta tan fácil proponer ni su origen ni su significado, pero, sin embargo, lo que parece evidente es que el redactor castellano lo ha tomado en este caso directamente del documento catalán. La orden alicantina utiliza como nombre genérico para los metales el de cambi. La de Lorca utiliza para ello una enumeración, “la plata e el camio e el bylón”. Aunque la vacilación que se traduce en enumeraciones es normal en este tipo de documentos, en este caso podría estar indicando, como sucede también con “cortos o quebrados” (por curts), una inseguridad de la traducción, y, ser, por tanto, un indicio de desconocimiento o extrañeza hacia el término por parte del redactor castellano. He sugerido en mi tesis doctoral que el término camio o cambio utilizado con este sentido de ‘plata baja’ podría ser de procedencia árabe, encontrándose las formas cazmi, cazimi, casimi, kassemi, etc., denominando a este tipo de plata, y también al oro, en documentación de los siglos X y XI de las áreas lingüísticas aragonesa y catalana, dejando en castellano, e incluso en portugués, unos poquísimos restos de claro paralelismo textual, que no pueden sino evidenciar la utilización de modelos nororientales por parte de los redactores de los reinos central y occidental de la península. Sin embargo, entre la desaparición de las formas del tipo cazmi y la aparición de las asimiladas a cambio transcurre un lapso temporal durante el que, de momento, no he podido encontrar rastros evolutivos que apoyen la evolución fonética y gráfica. Parece, pues evidente, y podríamos decir que probado, que los textos sobre fabricación de moneda escritos en castellano, que aparecen a finales del siglo XIII, utilizan como fuente textos catalanes, aunque no se puede descartar el tronco común, que podría ser castellano o europeo, tanto para los textos en sí como para la terminología. La aparición repentina durante el siglo XIII de los primeros escritos relacionados con la moneda, tiene, no obstante, una línea de continuidad, leve por la escasez de testimonios, que apunta al ámbito territorial del Imperio germánico (Alemania y norte de Italia) como generador de tipos documentales, de fórmulas textuales, y, por tanto, de léxico. La entrada de unas y otro en la península se puede seguir relativamente bien en Cataluña gracias a la conservación de los libros de registro de las cancillerías condales y reales. Alfonso X de Castilla y León tuvo contactos directos y estrechos tanto con Cataluña como con Europa, y sabemos que durante su reinado la actividad acuñadora debió multi-

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plicarse. En la misma época, Alfonso III de Portugal, no sólo tuvo contactos, sino que vivió en Francia y fue luego conde de Bolonia antes de gobernar el reino luso. Por tanto, las cancillerías de uno y otro monarcas pudieron importar directamente fórmulas y léxico, y es posible que tecnología. Finalmente, si, como parece concluir LOPEZ(27), carolingios y lombardos beben de una u otra forma de fuentes bizantinas, tendríamos delineada la ruta completa de hombres y técnicas desde la antigüedad romana hasta nuestras primeras fábricas medievales. Pero, como ya he dicho, para dar el asunto por zanjado falta todavía un aporte de documentación y análisis de la misma hoy por hoy inexistente.

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Resulta paradójico que, a pesar de un período tan largo sin acuñar moneda propia, fuera habitual (atestiguada desde la segunda mitad del s. XII) la soldada, el pago en bienes, entre ellos moneda, de los servicios militares, siendo excepcionales las concesiones territoriales hasta finales del s. XIII (v. HERNÁNDEZ, F.J., Las rentas del rey, Madrid 1993, pp. L-LII y notas 9 y ss.). El mismo autor (LIII) habla de una red de cilleros o bodegas en las principales poblaciones, donde se guardaban los impuestos en especie, y dice que los impuestos se fueron monetizando a lo largo del XIII. RUMEU de ARMAS, A., Historia de la previsión social en España. Cofradías. Gremios. Hermandades. Montepíos, Barcelona 1981 (ed. orig. 1944), p. 22, piensa, que si existieron en la Hispania romana industrias estatales, como mantienen algunos autores, pudieron existir aquí colegios tales como los de monetarii, metalarii, fabricenses, muliones, etc. LÓPEZ, R.S., Continuità e adattamento nel medio evo: Un millenio di storia delle associazioni di monetieri nell’Europa meridionale, en Studi in onore di Gino Luzatto, II, Milán 1949, pp. 74-177, reeditado en The shape of medieval monetary history, Londres 1986, ha estudiado los rasgos continuistas y diferenciadores existentes a su juicio entre la organización de los monederos romanos y los medievales. Para una bibliografía complementaria, puede consultarse la que aportan los trabajos reunidos en Artistas y artesanos en la antigüedad clásica (Cuadernos Emeritenses 8, 1994). En el volumen colectivo Later Medieval Mints: Organisation, Administration and Techniques (N.J. MAYHEW, P. SPUFFORD, eds.) Londres 1988 (citado en adelante LMM), se reúnen trabajos acerca de la organización de las fábricas medievales; ver también Spufford, P., Mint organisation in the Burgundian Netherlands in the fifteenth century, en Studies in Numismatic Method presented to Philip Grierson, Cambridge 1983. En la documentación castellana, los responsables técnicos se llaman inicialmente maestros, apareciendo también unos arrendadores con una función económica poco definida. En la documentación catalana, parece que los propios maestros eran quienes asumían el aspecto económico de la emisión. Más o menos a partir de 1400 el maestro va siendo sustituido por el llamado tesorero, ya desprovisto por lo general de conocimientos técnicos, al frente de las monederías castellanas. La documentación publicada, hace ya casi un siglo, por BOTET y SISÓ, J., Les monedes catalanes, Barcelona 1908-1911, ofrece claros ejemplos de esto. McLEES, Ch., The late medieval mint workshops at the Archbishop’s Palace, Trondheim, Antiquity 68 (1994), pp. 264-274. Un estudio más general del mismo conjunto de excavaciones en McLEES, Ch., Itinerant craftsmen, permanent smithies and the archbishop’s mint: the character and context of metalworking in medieval Trondheim, Historical Metallurgy, vol. 30, núm. 2 (1996), pp. 121-135. Más cerca de nosotros, en Oporto, se excavan también restos de una ceca medieval y moderna, v. DORDIO, P.; TEIXEIRA, R.J.; LOPES, I.A., La maison d’Henri le Navigateur. Les maisons médievales de la Douanne et de la Monnaie, un centre de la couronne portugaise dans la ville de Porto (Portugal), Exchange and trade in Medieval Europe (Papers of the Medieval Europe Brugge 1997’ Conference), vol. 3, pp. 171-182. Vid. SPUFFORD, op. cit., n. 3. La pragmática de las casas de la moneda, e de las preminencias que los oficiales dellas tienen, e quien e cómo ha de conoscer de los delitos e cosas tocantes a moneda e a los oficiales de las casas (Medina del Campo, 22-VI-1497), indica que debe haber en Sevilla 160 personas, 100 en Granada, y 160 en Burgos, y de éstos, 98 han de ser obreros. La reproduce DASÍ, T., Estudio de los reales de a ocho, Valencia 1950, doc. 77, pp.LXXIX-XCI. STAHL, A., The mint of Venice in the thirteenth century, en LMM, p. 102, habla de más de 80 trabajadores en la casa veneciana en el siglo XIII. El metal se endurece cada vez que se martillea, por ello, si ha de ser sometido nuevamente a alguna alteración mecánica, como la propia acuñación, tiene que ser previamente calentado hasta una determinada temperatura. Este calentamiento recibe el nombre de recocido, y parece que, en algunos casos, se realizaba sencillamente sobre unas brasas en el suelo. Ordenanzas medievales sobre fabricación de moneda en Castilla. Edición y análisis del vocabulario técnico, Universidad Complutense de Madrid, 1998 (inédita). “In sicla nostra Messane... novam denariorum monetam nec non midalias et quartarolas denariorum ipsorum fieri laborari”... “quod nullus tam pertinax vel presumciosus existat qui aliquam aliarum denariorum auri vel argenti aut cuiuscumque conditiones monetam, preter monetam predictam in dicta nostra sicla laborandam et cudendam”. “Ipsam monetam, infra unum annum a data presencium in antea continue numerantandum, deferant ad monetariam sive secam nostram civitatis Barchinone”. “I diti né algun oltro che fose maistro ovrer in la Moneda non podese eser al pressente né mai per nexun tempo fonedore in la çheca di Venexia”.

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14 Versión latina en De Monetis Italiae, Milán 1750, tomo II, pp. 279 y ss., versión italiana en tomo III, pp. 49 y ss. Las primeras apariciones de ceca en castellano son de principios del siglo XVI y no provienen del vocabulario técnico. Además una está escrita en Sicilia y la otra (La lozana andaluza de F. Delicado) probablemente en Roma. 15 No parece que, en general, el vocabulario árabe haya arraigado especialmente en el campo de la artesanía, a juzgar por los listados que aporta LAPESA, R., Historia de la lengua española (9ª ed.), Madrid 1981, en pp. 133-140, y más concretamente en el punto 3 de la p. 135. Por otra parte, CANO AGUILAR, R., El español a través de los tiempos, Madrid 1988, p. 53, señala que el vocabulario castellano de origen árabe constituye un 8% del total. Aunque este cálculo se pueda considerar anecdótico o, al menos, relativo, hay que decir que en nuestra parcela de vocabulario no se alcanza esa media. 16 RUBIO GARCÍA, L., La Corona de Aragón en la Reconquista de Murcia, Murcia 1989, p. 59. 17 FROCHOSO, R., MEDINA, A., IBRAHIM, T.: Datos inéditos de las primeras monedas árabes acuñadas en Toledo después de su ocupación por Alfonso VI, Nvmisma 235 (1994) pp. 41-45, se han ocupado recientemente de estas piezas, y a ellos se debe la lectura completa de sus leyendas. 18 AGUD, Á.; YÁÑEZ, A., Aportación al estudio de las monedas medievales con leyenda SPANIA, Nvmisma 240 (1997), pp. 8599. 19 Razones menos conmemorativas y más económicas para el inicio de las acuñaciones en los reinos cristianos peninsulares (aumento de población, llegada de artesanos, mejoras en el pago y recogida de impuestos, etc.) son expuestas por IBÁÑEZ ARTICA, M., Estudio metalográfico de monedas medievales: Reino de Pamplona-Navarra, siglos XI-XIII, Nvmisma 241, Madrid 1998, en prensa. 20 METCALF, D.M., A parcel of coins of Alfonso VI of Leon (1073-1109) Problems of medieval coinage in the iberian area 3, Santarèm 1988, p. 292-293. 21 Lo publica, entre otros, SÁNCHEZ ALBORNOZ, C., La primitiva organización monetaria de León y Castilla, Madrid 1929, apéndice I. 22 Sobre la penetración francesa y cluniacense en Castilla, se pueden ver, entre otros trabajos, MARTÍNEZ, H.S., La rebelión de los burgos. Crisis de Estado y coyuntura social, Madrid 1992, y, más centrado en el caso toledano y los problemas que allí se dieron, PASTOR de TOGNERI, R., Del Islam al Cristianismo. En las fronteras de dos formaciones económico-sociales, Barcelona 1985, que considera (p. 17) que allí se produjo un “choque de las formaciones económico-sociales” que tardó un siglo y cuarto en resolverse definitivamente en favor de la formación cristiana. Quiero subrayar, por su posible relación con las líneas maestras que sigo aquí, que MARTÍNEZ (p. 50), citando un trabajo de Ch. J. BISHKO, habla de la “infiltración religiosa franco-catalana en León”, y la enmarca entre los años 1020 y 1250. Para una visión general de la centuria en que se encuadran las primeras acuñaciones castellanas, ver LADERO QUESADA, M.A., 1035-1134. I. León y Castilla, en Historia de España IX, pp. 51-216, y el resumen de la época que hace LADERO QUESADA, M.A., Introducción, en Historia de España IX, pp. 9-46. 23 LAPESA, op. cit. n. 15, § 42, pp. 168-170. 24 Archivo Municipal de Lorca, pergaminos de Fernando IV, núm. 17. Se conserva en muy mal estado, con grandes zonas completamente ilegibles. Este documento ha sido publicado sucesivamente por ESPÍN RAEL, R., Privilegio para labrar moneda en Lorca, dado en Toro, por el rey Fernando IV, en 24 de octubre de la era de 1335, Lorca 1936, TORRES FONTES, J., Repartimiento de Lorca, Murcia 1977, doc. XXV, pág. 95 y ss.; y TORRES FONTES, J., Documentos de Fernando IV, Colección de documentos para la Historia del Reino de Murcia V, Murcia 1980, doc. XXII, pág. 26 y ss. 25 Ordenamiento de Jaime II para labrar moneda murciana en Alicante, Archivo de la Corona de Aragón, reg. 105, fol. 206. Editado sucesivamente por BOTET, J., Les monedes catalanes, Barcelona 1908-1911, vol. III, doc. XVI, p. 280, con el título “Orde del rey don Jaume II pera que s’encunyés a Alacant moneda de plata y de billó, ab curs en tot lo Regne de Murcia y instruccions sobre la llur encunyació”, por TORRES FONTES, J., Documentos del siglo XIII, Colección de documentos para la Historia del Reino de Murcia II, Murcia 1969, doc. CXXII, pág. 124, y por DEL ESTAL, J.M., El Reino de Murcia bajo Aragón (1296-1305). Corpus documental I/2, Alicante 1990, doc. 79, p. 79. 26 BOTET, op. cit. n. 25, III, Doc. XXXIII, p. 327 (Archivo de la Corona de Aragón, reg. 1327, fº 122v). 27 LÓPEZ, op. cit. n. 3.

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