Primera Vacunacion en Buenos Aires - Completo

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Descripción

Buenos Aires, 1805.
– Vacuna ?, No, Gracias, ya compramos...

La creación mas importante de los comienzos de la medicina fue seguramente
la profilaxis antinfecciosa moderna, la que popularmente denominamos
vacunación.

Este año, en el mes de Julio, se cumplen los 200 años en los que por
primera vez en Buenos Aires se comienza a aplicar la vacuna como
terapéutica para luchar contra la viruela, sin duda alguna este avance
científico salvaría miles de vidas en esta gigantesca y poblada urbe.
La Vacuna llegará a América gracias al primer mega-operativo médico de la
historia, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, un esfuerzo
extraordinario y un desafío increíble para la ciencia de la época, el
objetivo era salvar de las epidemias a los miles de súbditos españoles, y a
los habitantes e indígenas del Nuevo Mundo. Un viaje que comienza en
Canarias y continuó hasta las posesiones españolas en Asia, Filipinas,
América del Norte, Centro América y América del Sud.
Desde el descubrimiento que la peste asola los territorios anexados y ha
cobrado decenas de miles de víctimas, por fin están las armas para terminar
con el flagelo.

Así, en 1803 emprenden la cruzada y llegan a todos lados... perdón, a todos
lados menos a Buenos Aires y adonde los enviados por esta Ciudad se habían
adelantado..

Paradójicamente, Buenos Aires, debe el éxito en la erradicación de la única
epidemia que podría ser comparada a la lucha contra el SIDA, a la acción de
un infatigable sacerdote que enfrentó todos los prejuicios de los
pobladores, de muchos médicos y de poderosos señores de la época que veían
amenazados sus intereses económicos, el Canónico Saturnino Segurola no
dudó ni siquiera cuando tuvo que aliarse a sujetos de dudosa catadura moral
ya que sabía que su objetivo primordial era salvar vidas humanas.
Es cierto que era una mente lúcida como pocas, era historiador, científico,
incorruptible administrador e infatigable lector, pero fundamentalmente se
interesaba por la sociedad en la que vivía y en sus compatriotas.

A continuación recordaremos los aspectos mas importantes que le dan
especial significación al recuerdo de estos sucesos acaecidos hace 200
años.
La Historia de cómo Buenos Aires acabó con la Viruela.

LA VACUNA:

Un médico inglés, Edward Jenner (1749-1823). Hijo de un clérigo de
Berkeley, en Gloucestershire, estudiante con el cirujano John Hunter,
escuchó en 1768 a una lechera de su tierra natal que las ordeñadoras
afectadas por el cow-pox (un virus que ataca a las vacas) quedaban inmunes
contra la viruela humana. Concibió la idea de aplicar sistemátícamente tan
sencillo método preventivo, tan fácil como inocuo, pues las lesiones
producidas por la enfermedad vacuna en el hombre son muy pequeñas. Comunicó
su idea a su maestro Hunter, quien le respondió animosamente: «No pienses
más, ensaya; sé paciente y exacto».
 
La práctica de la inoculación preventiva contra la viruela se cree que es
antiquísima. Al parecer los antiguos chinos adherían costras variolosas a
la mucosa nasal de personas sanas. Este método, distinto y más peligroso
que el jenneriano, ya que se empleaban costras de enfermedad humana, fue
traído al occidente europeo en 1721 por lady Wortley-Montague, esposa del
embajador inglés en Constantinopla, donde se empleaba desde fines del siglo
XVII. El «método griego», consistente en cuatro punturas cruciformes en
frente, mentón y pómulos con aguja mojada en linfa variólica, era ya
frecuente en el XVIII en el próximo Oriente y Europa oriental. La dama
inglesa inoculó a sus propios hijos y, tras ensayo feliz en seis
criminales, a los hijos de la princesa de Gales. Un enorme revuelo médico y
literario -en el que intervinieron incluso Voltaire, D'Alembert y Helvetius
a favor de la novedad- recorrió Europa. Pero pronto fue olvidado el método
y ya pertenecía casi al pasado, cuando Jenner planteó su proyecto ante John
Hunter.
 
El médico inglés no quiso permanecer en Londres; prefirió volver a
Berkeley. Allí, durante 28 años, se consagró a cuidadas observaciones; en
1796 decidió inocular por primera vez a un sujeto sano con linfa de cow-
pox. En 14 de mayo de 1796 «vacunó» a un niño llamado James Phipps; utilizó
linfa tomada de las vesículas del dedo de la lechera Sarah Nelmes. El chico
desarrolló la pústula usual en el trasplante de esta enfermedad del animal
al hombre. En 1 de julio inoculó con small-pox (virus de la viruela). No
evolucionó la enfermedad. El éxito fue completo, al igual que en
experiencias posteriores, en las que también empleó linfa vacuna. Estas
sencillas observaciones, pacientemente estudiadas, iban a recorrer
rápidamente todo el mundo. Con sus sencillas experiencias Jenner
conseguiría desterrar pronto una de las enfermedades entonces más
frecuentes y peligrosas y sentar las bases de una verdadera medicina
preventiva.
 
Un gran éxito social alcanzó la nueva profilaxis antivariolosa. Todos los
gobiernos la recibieron con aplauso, una interesante política sanitaria
para conservación y propagación del fluido fue emprendida. El Parlamento de
Londres votaba en 1802 un donativo nacional para el médico de
Gloucestershire de 10.000 libras esterlinas y un segundo de 20.000 en 1807.
Cincuenta años después, en 1857, decretaba la erección del monumento a
Jenner en Trafalgar Square, Un año más tarde en el atrio del hospital de
Milán se levantaba otro a Luigi Sacco, con el título de primer inoculador
de la vacuna en Lombardía. Como testimonio de esta rápida y brillante
difusión, los literatos cantaron las novedades. El hecho de que el primer
certamen poético de la Academia francesa, con tema obligado de carácter
médico, fuese consagrado al descubrimiento de la vacuna en el año 1815,
muestra este deslumbramiento de la sociedad occidental. Once poetas
franceses, antecesores de Quintana en su oda a la propagación de la vacuna,
testimoniaron su admiración ante el descubrimiento.

En el número del 21 de marzo de 1799 del Semanario de Agricultura y Artes
de Madrid se publicó una traducción al español de un resumen del informe de
1798 del Dr. Edward Jenner sobre sus experimentos con la vacuna. Esa
publicación semanal y la Gaceta de Madrid eran muy leídas en la América
española y el 3 de enero de 1804 se publicó en la Gaceta una carta según la
cual la vacuna del Dr. Edward Jenner se había conocido en los reinos de las
Indias debido al artículo publicado en el Semanario.
LAS EPIDEMIAS
La viruela era un enfermedad febril y eruptiva; no respetó barreras
sociales y ocasionaba una gran mortandad; los sobrevivientes ostentaban
horribles cicatrices en el rostro y/o ceguera.

La viruela no sólo es de interés para los epidemiólogos, sino tiene un
especial significado histórico para los americanos y españoles. Fue con la
invasión española que la población indígena descubrió la mortífera viruela
y fue diezmada. La virulencia de la Viruela fue atroz, pues, la población
americana no había sido nunca expuesta al agente infeccioso de la viruela,
es decir, era una población virgen. Los españoles fueron portadores del
arma más devastadora de indígenas.
También, de acuerdo con las constancias documentales, la viruela fue la
enfermedad que desató las primeras epidemias americanas, luego de la
llegada de los españoles. Afirmó fray Toribio Benavente, que no era
conocida en el Nuevo Mundo y fue contagiada hacia el año 1520 por un hombre
enfermo perteneciente a la expedición de Pánfilo de Narváez. Los primeros
cronistas jesuíticos, entre ellos, el padre Guevara, afirmaron que los
indígenas se aterrorizaban ante los estragos de la viruela y la atribuían a
un vaho maléfico que los españoles diseminaban por el aire. La enfermedad
se esparció por el interior del continente y descendió hasta las márgenes
del Plata. En el año 1599 causó numerosos muertos entre los guaraníes de
las misiones jesuíticas.
En 1717 se produjo en Buenos Aires una gran epidemia de tifus, conocida por
los médicos de la época con el nombre de calenturas pútridas malignas.
Provocó tantas víctimas que los cadáveres eran conducidos a enterrar atados
a la cola de los caballos. Ante el caos reinante, el Cabildo dispuso
rogativas al patrono San Martín y el obispo de la ciudad, fray Pedro
Fajardo, adquirió un coche tirado por mulas para llevar con rapidez los
auxilios espirituales.
Luego de cada epidemia, disminuía considerablemente el número de negros
—elemento indispensable en el servicio doméstico— y esto repercutía en la
economía, al subir los jornales y el precio de la importación de los
esclavos.
En 1719 se registró la primera epidemia de viruela en Córdoba y según
manifiestan cronistas de la época, las víctimas ascendieron a unas 17.000
personas. Con respecto a Buenos Aires, los acuerdos del Cabildo
pertenecientes al año 1615 informan sobre la más antigua epidemia que
soportó la ciudad, aunque no se menciona el flagelo que la causó. Se
celebraron misas y procesiones para invocar la protección divina en la
emergencia. Cuatro años más tarde, se produjo otra epidemia y entonces ya
figura expresamente en los documentos que se debió a la mucha enfermedad de
viruelas de esta ciudad y a cuyas consecuencias moría mucha gente.
Las epidemias fueron relativamente frecuentes en distintas ciudades debido
a la falta de higiene, promiscuidad de enfermos, deficiencias edilicias y
otros factores derivados de la escasa cultura médica de la época. Se
conocían con el nombre genérico de pestes.
Debe tenerse en cuenta que el agua revuelta del río era utilizada para
beber, sin más precaución que dejarla un tiempo en tinajas, para que la
suciedad se depositara en el fondo de las vasijas. Posteriormente se empleó
el agua de lluvia y mucho más tarde, aparecieron los aljibes de primera
napa. El estado sanitario de los negros esclavos que llegaban de África en
las bodegas de los barcos era deplorable, en medio de una promiscuidad que
favorecía el contagio con cualquier enfermedad.
ESPAÑA
Reinaba en España Carlos IV, un hombre del que se criticó su falta de
carácter, que le llevó a dejar el Gobierno en manos de sus ministros y su
esposa, María Luisa de Parma.
Sus primeros consejeros
-Floridablanca y el Conde de Aranda- tuvieron que hacer frente a los
difíciles momentos de la Revolución Francesa ninguno de los dos sobrevivió
en el Gobierno.
Les sucedió Godoy, que se convertiría en el hombre fuerte del reinado de
Carlos.
Su llegada supuso la práctica de una política más intervencionista.
Ante los avances territoriales de la República Francesa en la Península y
las capitulaciones de algunos Estados europeos, Godoy optó por abandonar la
alianza con Inglaterra para otorgar estabilidad y tranquilidad a España
(Paz de Basilea, 1795), lo que le costó la mitad de la isla de Santo
Domingo y la promesa de no tomar ninguna represalia contra los
afrancesados del País Vasco.
Desde ese momento España quedó aún más ligada a la política gala, situación
que se acentuó con la llegada al poder de Napoleón.
Un nuevo enfrentamiento contra Portugal (Guerra de las Naranjas, 1801) y el
posterior reparto del territorio luso con Francia (Tratado de Fontaineblau,
1807) acrecentaron el desprestigio de Godoy. Tras estos acontecimientos, el
Príncipe Fernando se alzó en contra del gobierno de su padre, al que le
pidió que abdicase.
La trifulca desencadenó el Motín de Aranjuez, en marzo de 1808, que acabó
con la encarcelación de Godoy y la abdicación del Rey.
Contexto ilustrado Aunque del reinado de Carlos IV sobresalieran, sobre
todo, los errores políticos, no hay que olvidar el apoyo del monarca por la
ciencia y las artes, un interés que heredó de su padre, que ya en 1714
promovió la fundación de la Librería Real -hoy conocida como Biblioteca
Nacional- y la Real Academia de la Lengua. Años después nacieron las
academias de Medicina, la de Historia, Farmacia, Derecho y la de Bellas
Artes de San Fernando.

Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
Con este entorno ilustrado de fondo, Carlos IV apoyó y se implicó con gran
interés en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. ¿Por qué? Por un
lado cabe señalar el notable incremento de la población española durante el
siglo XVIII (pasó de 7,5 millones a 10,5 millones), que disfrutaba de
mejores condiciones alimentarias, económicas y sanitarias, sin olvidar las
epidemias vividas y que entonces estaban azotando a los territorios de
Ultramar. Anualmente fallecían unas 400.000 personas y un tercio de los
afectados quedaba ciego. La tasa de mortalidad rondaba el 20 por ciento y
podía alcanzar hasta un50 por ciento entre los menores de un año. Por otro,
tuvo que influir el que las epidemias de viruela afectaran a varios
miembros de la familia real. En 1788 Carlos IV fue testigo de la muerte de
su hermano Gabriel, su cuñada –la infanta portuguesa María Ana Victoria- y
la hija de ambos. Años más tarde, en 1798, la propia hija del monarca,
María Luisa, padeció la infección, aunque los médicos de la Corte lograron
curarla. El miedo ante posibles contagios llevó a inocular al resto de la
familia real, que, aunque salvaron la vida, sufrieron importantes secuelas:
el príncipe heredero quedó muy enfermo; la infanta María Luisa sobrevivió
con el rostro desfigurado por las cicatrices y María Amalia -esposa del
infante Antonio Pascual- sufrió una grave oftalmia.
Por eso, el 30 de noviembre de 1798, Carlos IV acuñó una orden en la que se
generalizaba por Real Cédula la inoculación de la viruela en toda la
población.

El edicto de Carlos IV disponía la vacunación gratuita a las masas y la
organización de juntas responsables en cada municipio de la vacuna.
Susana María Ramírez, historiadora y asesora de la Comisión Nacional
Organizadora del Bicentenario de la Exposición, recuerda que "el edicto
deja muy claro que el objetivo de la expedición era, además de propagar la
vacuna, perpetuarla, y con ese objeto llevaban a las juntas 500 ejemplares
del Tratado práctico de vacunación de Moreau de la Sarthe traducido por
Balmis".

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna parte del Puerto de la Coruña
el 30 de noviembre de 1803. Contaba, además del director, con un
subdirector, José Salvany, dos ayudantes, tres practicantes y otros tres
enfermeros, los 22 niños expósitos de entre 5 y 8 años y la directora de la
Casa de Expósitos de La Coruña. El 9 de diciembre la corbeta hace escala en
las Islas Canarias hasta el 6 de enero, y un mes más tarde llegaba a San
Juan, en Puerto Rico.
Allí la acogida no es la que esperaban, pues la vacuna ya había llegado por
otros medios, a través de la colonia danesa de Santo Tomás. En la siguiente
escala, Caracas, el recibimiento fue más cálido, hasta el punto de que se
produjeron manifestaciones espontáneas de bienvenida y el mismo día de su
llegada los médicos vacunaron a casi 30 niños. Balmis se entera de que la
situación se está agravando en Lima y entonces decide dividir la expedición
en dos partes. Para Ramírez, "en realidad hubo tres expediciones la
inicial, que parte de La Coruña, y las otras dos que dirigen Balmis y
Salvany respectivamente". De Caracas, Balmis viaja a Cuba, México y
Acapulco.
El 8 de febrero de 1805, tras reclutar a un nuevo grupo de 26 niños, esta
vez encomendados a Balmis por sus padres a cambio de una compensación
económica, la expedición sale hacia Manila. Desde allí, parte del grupo
regresa a México para devolver a los niños a sus familias y otra continúa
con Balmis hacia la colonia portuguesa de Macao y a Cantón, en China, de
donde salen para Europa. Balmis llega a Lisboa el 14 de agosto de 1806.
Mientras, José Salvany, con el ayudante Manuel Grajales y el enfermero
Basilio Bolaños, sigue su periplo por el sur de América. El recorrido de
esta segunda expedición, mucho más complejo y accidentado que el de
Balmis, discurre por el valle interandino y llega a Bogotá, Quito y Lima.
Durante este viaje Salvany caería enfermo en varias ocasiones, deteniendo
la expedición, e incluso perdió un ojo. Buenos Aires se había fijado como
último destino antes de regresar a la península.

Sin embargo, Salvany nunca lo alcanzará, pues fallece en Cochavana, de
camino hacia La Plata (actual Sucre). Balmis culmina su empresa el 7 de
septiembre de1806 con la felicitación pública de Carlos IV en San
Ildefonso. La aventura de Salvany, en cambio, tiene un final trágico, que
pasó inadvertido a la Corona durante un tiempo. Los dos habían logrado
llevar la medicina preventiva a medio mundo.

El día en que zarpó la Real Expedición Francisco Xavier Balmis estaba a
punto de cumplir los 50 años. José Salvany debía rondar los 25, pero la
edad no era lo único que les separaba. "Eran muy diferentes, sólo tenían en
común la profesión y su paso por el ejército", explica Susana María
Ramírez, autora del libro sobre la expedición, La salud en el Imperio.
Según los datos que manejan los historiadores, Balmis era una persona
voluntariosa y decidida. Procedía de una familia de cirujanos barberos de
Alicante y con 17 años ingresó en el Hospital Militar de esta ciudad. Al
poco de licenciarse fue nombrado segundo ayudante de Cirugía del Cuerpo de
Sanidad Militar y más tarde marchó a México como cirujano del Hospital del
Amor de Dios. Durante su estancia allí desarrolló un interés por la
botánica que le impulsaría a realizar más viajes a América. Balmis fue un
hombre reconocido en su época. Carlos IV le nombró cirujano de Cámara y su
prestigio aumentó más aún cuando tradujo la obra de Moreau de la Sarthe,
que se consideraba el principal divulgador de la vacunación de Edwar Jenner

Perfeccionismo
El alicantino también destacaba por su perfeccionismo y su carácter
impulsivo. Fue notorio su enfrentamiento con Francisco Oller, el médico de
Puerto de Rico que se le adelantó trayendo la vacuna de una colonia danesa
y al que el director de la expedición calificó públicamente de "inepto" y
de dar "vacunas inservibles". "Balmis era un gestor eficiente y dejó todo
tipo de datos sobre los niños a los que vacunaba. Justo lo contrario de lo
que hacía Salvany, cuyo mérito no ha sido lo suficientemente reconocido en
parte por culpa de su escaso aporte documental".
Ramírez recuerda que Salvany permanece en Quito durante tres meses,
retrasando la expedición y que fue incapaz de escribir comunicando que el
motivo era que les habían robado. Los contactos con la península fueron
deficitarios, hasta el punto de que a finales de julio de 1810 Balmis envió
un documento al virrey de Buenos Aires con instrucciones para Salvany, sin
saber que había muerto.
La salud era otro rasgo que diferenciaba a los dos artífices de la
expedición. Salvany siempre estaba enfermo y cuesta creer que una persona
con tantos achaques se embarcara en este tipo de empresa. "Estaba afectado
por un principio de tuberculosis y se encontraba destinado como médico
militar en Extremadura, donde el clima no le favorecía. Por eso solicita a
la Corona otra misión y entonces surge la posibilidad de incorporarse a la
expedición de Balmis". A pesar de que Salvany era entonces un completo
desconocido, tenía un expediente extraordinario, fue un alumno muy
brillante y eso influyó en su elección.
Principal dificultad
"Las dificultades que planteaba el proyecto eran muchas, pero tal vez la
más compleja fue la de conservar el fluido de la vacuna".
Es la opinión de Carlos González Guitián, historiador, documentalista, jefe
de Biblioteca del Complejo Hospitalario Universitario Juan Canalejo de La
Coruña y autor, junto al doctor Fausto Galdo Fernández, del libro A Coruña
en la historia de la viruela.
Uno de los métodos disponibles en la época era utilizar ganado vacuno con
cow-pox. Otras posibilidades eran conservar las pústulas entre cristales o
bien la linfa en hilas de algodón, pero estas técnicas tenían riesgo de
volverse inactivas, sobre todo en un continente con condiciones climáticas
extremas.
El método brazo a brazo permitía transmitir la vacuna sucesivamente de un
individuo a otro sin perder sus propiedades. "Éste fue uno de los
principales logros de la expedición: conservar la cadena humana. Se
buscaban niños que no hubieran padecido la enfermedad.
Al sexto o séptimo día tras la inoculación se extraía el agente infeccioso
atenuado que se le inoculaba a otro niño", destaca González Guitián, quien
ha formado parte del comité científico de la exposición itinerante que
sobre la expedición está abierta en el Museo del Hombre (Domus) de La
Coruña, promovida por el Ayuntamiento de esta ciudad. Ante la posibilidad
de no encontrar virus fresco en La Coruña, Balmis partió de Madrid con diez
niños para transportar la vacuna hasta Galicia.
Regresaron a Madrid seis, aunque uno falleció en Lugo. Balmis tuvo muchas
dificultades para conseguir niños expósitos del Hospital Real de Santiago,
debido a la costumbre que había de cederlos a familias que, por una pequeña
cantidad de dinero, se encargaban de criarlos. Así que eligió a 18 niños
del Hospital de la Caridad de La Coruña, centro al que estaba vinculada a
la Casa de Expósitos. Los otros cuatro, hasta completar los 22 que formaron
la expedición filantrópica de la vacuna, eran parte del grupo de niños
recogidos en Madrid.
Los niños fueron los verdaderos protagonistas de esta historia.
Generalmente, se recurrió a expósitos de entre 8 y 10 años. Pero cuando
éstos faltaron, no se dudó en pagar a sus padres, comprar esclavos o
utilizar adultos. Los dos grandes grupos sobre los que se sustentó la gesta
fueron los 22 que partieron del puerto de La Coruña y los 26 que viajaron
desde México a Filipinas. En los trayectos restante se utilizaron niños de
la localidad, que se devolvían a su procedencia cuando cumplían su
cometido. "Se desconoce la cantidad exacta de niños que pudieron
participar. Sí sabemos que viven descendientes de algunos de los niños que
salieron de La Coruña porque se pusieron en contacto con nosotros cuando
escribimos nuestro libro", cuenta el historiador. "Estos niños requerían de
cuidados especiales y vigilancia constante para evitar que se infectasen
entre ellos, como sucedió en la travesía a Filipinas debido a las pésimas
condiciones del barco. De ahí el importante papel desempeñado en su cuidado
por Isabel Cendala y Gómez, que era la rectora de la Casa de Expósitos de
La Coruña y que llevó a su propio hijo en la expedición".
Balmis conoció a Isabel Cendala seleccionando a los niños de la Casa de
Expósitos. "Debió de observar unas especiales dotes personales de
organización y cuidado de los niños.
Hoy día sigue llamando poderosamente la atención el hecho de que una mujer
de aquella época se embarque en una expedición tan compleja y de tan larga
duración", resalta González Guitián.
A pesar de que ni siquiera existe un acuerdo sobre su nombre -en la mayoría
de los documentos aparece como Sendales y Gómezse la considera una de las
primeras enfermeras con tal cargo en la historia de la medicina española.

El auténtico objetivo
Uno de los logros de la expedición fue dejar una estructura que se organizó
en el continente americano para mantener activa la inmunización. "La idea
no era sólo introducir la vacuna, sino que hubiera continuidad, y la
estrategia que utilizaron resulto interesantísima", señala Carlos González
Guitián.
El sistema fue establecer una junta central de la vacuna y abrir juntas
subalternas dependientes de la primera en los lugares más alejados. El
patrón de estas juntas se ensayó en Tenerife y la instituida en Caracas
sirvió de modelo para toda América.
Estas juntas desempeñaban diversas funciones.
La primera era conservar y perpetuar la vacuna. Tenían que evitar que se
rompiera la cadena humana y prever la disponibilidad de niños para tomar la
linfa al sexto o séptimo día de la vacunación.
También controlaban la calidad de las vacunaciones y llevaban un registro
de las personas inoculadas, así como de las incidencias. "Estas estructuras
fueron verdaderos gérmenes de una organización sanitaria estable que
tuvieron otras muchas funciones, como la de fomentar la comunicación e
intercambio científico entre los facultativos que se encontraban a su
cargo", enfatiza el responsable de Biblioteca del Juan Canalejo.
Las juntas de vacuna se crearon en las principales ciudades. Algunas
desempeñaron su cometido de forma ininterrumpida durante muchos años. Un
caso conocido es el de Cuba con el doctor Romay a su frente. También es
anecdótica la solicitud de fluido vacuno desde Cuenca, en Ecuador, firmada
por Simón Bolívar para sus tropas, síntoma de que el rechazo del sistema no
estaba reñido con la aceptación de la urdimbre sanitaria.
En el Virreinato de Nueva España (México), por el contrario, el rechazo que
tuvieron por parte del virrey y de los facultativos ocasionó el regreso de
Balmis en 1810 para ponerlas nuevamente en funcionamiento.
"Informes como el de Félix González de 1814 siguen mostrando la
preocupación por el funcionamiento de las juntas y su cometido", recuerda
el historiador. La expedición conllevó una complejidad que, en muchas de
sus etapas, la sumió en numerosos conflictos. En ocasiones, el afán de
protagonismo de las autoridades locales, que deseaban convertirse en los
benefactores del nuevo remedio o los intereses lucrativos que algunos
médico tenían en la vacuna, fueron otras causas de conflicto. "Pero lo que
nadie cuestiona es la perfecta organización para garantizar la continuidad
de la vacuna mediante el establecimiento de las juntas de la vacuna y sus
prácticos reglamentos".
Además, la expedición sirvió para transformar la visión social del médico,
que de su vinculación con la enfermedad y la muerte pasó a ser un portador
de protección y salud.

1803 la Gaceta de Madrid publicaba: "Coruña. Ayer zarpó de este puerto la
corbeta María Pita, al mando del Teniente de Fragata de la Real Armada don
Pedro del Barco, llevando a bordo los individuos de la expedición
filantrópica destinada a propagar en América y Filipinas el precioso
descubrimiento de la vacuna. No se ha omitido precaución alguna por parte
del Ministerio para una empresa tan importante como gloriosa; para que
produzca pronta y seguramente todo el bien que desea el Rey y espera la
humanidad". La expedición, dirigida por Francisco Xavier Balmis, era la
respuesta a la petición de auxilio que un año antes enviara el cabildo de
Santa Fe de Bogotá al rey Carlos IV ante los estragos de la viruela.
Santa Fe había perdido un 13 por ciento de su población en 1802 y se
encontraba entre las muchas ciudades americanas afectadas por la
enfermedad. Desde que llegaron los conquistadores españoles al Nuevo
Continente, se contaba una epidemia cada dos años. Mención especial merece
el caso azteca. Según datos expuestos por el historiador William McNeill,
la población azteca alcanzaba a la llegada de los españoles los 26
millones, y en 1620 sólo llegaba al 1,6.
Las arcas de la Metrópoli se resentían por la merma de los contribuyentes
de las colonias y por la falta de mano de obra. Carlos IV consultó al
Consejo de Indias la posibilidad de enviar una expedición con la vacuna
contra la enfermedad. Durante seis meses se desarrollaron los preparativos
y se evaluaron dos proyectos. El monarca desechó el presentado por el
médico mexicano José Felipe Flores que proponía la salida de dos barcos
desde Cádiz y el transporte de la vacuna en niños y en vacas infectadas. La
opción escogida finalmente fue la del cirujano alicantino Francisco Xavier
Balmis, que proponía partir del puerto de La Coruña y utilizar la técnica
de brazo a brazo para hacer llegar la vacuna
Buscando apoyo
El 4 de agosto de 1803, el ministro Soler envió a las autoridades de los
virreinatos americanos la Real Orden en la que se anunciaba la salida
desde Madrid de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Un mes más
tarde se emitió otro edicto, esta vez dirigido a todos los funcionarios y
autoridades religiosas de la Corona, incluidos los de América y Asia, para
que apoyaran a la expedición a su paso por los distintos territorios.

La expedición de la vacuna es pionera en al menos cuatro actividades
absolutamente esenciales en la sanidad de nuestro tiempo. En primer lugar,
en la necesidad de que los gobiernos adopten medidas destinadas al proteger
la vida y la salud de sus ciudadanos. La decisión de enviar y financiar la
expedición, tomada en su día por Carlos IV tras oír al Consejo de Indias y
a la Junta de cirujanos de cámara, con el solo objeto de prevenir la
viruela a los súbditos de la Corona dondequiera que habitasen, constituye
un hito en política sanitaria preventiva a gran escala, que ningún otro
gobierno de la época fue capaz de impulsar. En segundo lugar, la Real
Expedición es también pionera en el modo de impulsar, propagar y preservar
la vacuna y la actividad vacunadora. Y no sólo, por supuesto, en lo que al
carácter científico se refiere -estableciendo una cadena humana entre
España y América y entre ésta y Filipinas-, sino, sobre todo, en lo que
atañe a la propia institucionalización del proceso de vacunar en los
territorios visitados. Concretamente, en cada territorio los
expedicionarios crean una Junta de Vacunas con el personal adiestrado los
registros necesarios para continuar con el proceso de vacunación una vez
finalizada la visita.

Educación sanitaria

La Real Expedición de la Vacuna es también pionera, en tercer lugar, en la
educación sanitaria. Balmis, Salvany y los expedicionarios portaban consigo
dos mil libros sobre el modo de vacunar, que fueron distribuyendo en las
Juntas de Vacunación creadas y que constituyeron el manual formativo en el
que realizaron su aprendizaje los distintos colaboradores pertenecientes al
país visitado. En una cuarta actividad es también pionera la Expedición
Balmis-Salvany. En concreto en un moderno concepto de cooperación sanitaria
según el cual la colaboración entre los países ha de basarse en un proceso
de transferencia de conocimiento y de tecnología destinado a alcanzar, sin
ninguna reserva y lo antes posible, la independencia y la autosuficiencia
de aquéllos que la reciben. Historia de humanismo "España escribió una de
las páginas mas limpias, mas humanas y de más autentica civilización que
jamás se haya escrito en la historia". La expedición trajo también otras
muchas novedades, entre ellas la participación por primera vez en una
expedición científica y sanitaria de una mujer, Isabel Sendales, con un
papel verdaderamente protagonista, o la de haber sido un proyecto
científico, presentado, evaluado y sometido a financiación publica en
competencia con otros. Pero estos hechos, con ser muy relevantes también
para la época, quedan incluso algo ocultos ante los cuatro aspectos
comentados con anterioridad - adopción de medidas públicas,
institucionalización, educación y cooperación absolutamente seminales en
relación con la medicina y la sanidad de nuestros días.
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