Presentación Libro Arenas de Conflicto

August 1, 2017 | Autor: M. López Leyva | Categoría: Social Movements, Conflict, Collective Action, Social Movements Organizations
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Descripción

Instituto de Investigaciones Sociales / 12 de febrero de 2015

Comentarios al libro Arenas de conflicto y experiencias colectivas. Horizontes utópicos y dominación de María Luisa Tarrés Barraza, Laura B. Montes de Oca Barrera y Diana A. Silva Londoño (coords.) Por Miguel Armando López Leyva En uno de sus relatos más divertidos, el escritor y humorista israelí Ephraim Kishon narra uno de esos episodios clásicos en un vecindario. En la quietud de una noche cualquiera, justo cuando todos los vecinos se encuentran dormidos, irrumpe con rudeza una voz que grita potente: “Queremos dormir… ya son más de las diez. ¡Apaga esa radio! ¡Idiota!”. Otro grito similar, acompañado de unos compases musicales que se escuchan a lo lejos, hace que gradualmente los habitantes de las casas del vecindario se despierten. Se alzan más gritos que toman forma de un reclamo generalizado hacia el presidente de la Junta de Vecinos para que ponga orden. Éste pide silencio para detectar el lugar de procedencia de la música. Localizan el lugar, justo en el rincón del apartamento de la parte baja del edificio del narrador. Acto seguido, se escucha el grito del vendedor de helados: “Maullidos de gato… Apagad esos maullidos de gato!”. El mismo presidente de la Junta de Vecinos pide atender el llamado anterior: “¡Si no apagáis los maullidos, llamaré a la policía!”. De pronto el volumen de la música se eleva porque el personaje responsable de difundirla abre la puerta de su vivienda y lanza la pregunta: “¿Quién es este ignorante… para quien la Séptima de Beethoven son maullidos de gatos?”. Silencio profundo. El mismo personaje relanza la pregunta y obtiene como respuesta de alguno de los vecinos que había sido el presidente. Éste siente vergüenza y pide disculpas. Cuando lo hace, llegan voces de todos lados que lo callan: “¡Silencio! No se puede escuchar la música”. A partir de este momento comienza el disfrute colectivo de la música acompañado por una disputa entre el narrador y el farmacéutico por mostrar sus infinitos conocimientos musicales. Pero cuando termina la pieza, se escucha la voz del locutor de radio identificarla como “En los pozos de Naharia” de Yohanan Stockler y el anuncio de que la siguiente en ser transmitida sería la “Séptima sinfonía en do mayor” de Beethoven. El asombro se colectiviza entre los integrantes del barrio y regresa con mayor fuerza el enojo, ahora en forma de indignación. Resuenan gritos del tipo: “Maullidos de gato… ¿Y llama a eso Beethoven?”, “Nos han engañado” y “La policía llegará de un momento a otro…”. Pierde legitimidad el

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experto en música, aquél que había regañado a quienes confundían música clásica con maullidos de gato, y se convierte en el hazmerreir de todos los vecinos “durante el resto de su vida”, concluye el relato. Claro, la acción colectiva que estudiamos quienes nos dedicamos a la sociología política opera de formas menos simples (y humorísticas) de lo que nos muestra el relato. En éste, el agravio extendido por lo que comienza por ser un ruido se transforma en enojo al identificársele con un sonido animal; ahí es cuando se detona el conflicto. Cuando pierde esta condición de ruido que impide el buen dormir, gracias a la autoridad que irradia una pieza de Beethoven, la acción colectiva se traduce en admiración y respeto no sólo hacia el compositor, sino hacia quien fue capaz de revelar tal joya musical. Pero ambos atributos se pierden brutalmente cuando se devela la ignorancia del propagador de la música y queda en el mismo nivel neófito de todos aquellos del vecindario que originalmente no sabía de qué se trataba. ¿Qué mueve a estos vecinos a actuar así? ¿Qué los identifica de tal modo que en uno y otro momento son capaces de reaccionar en una dirección? ¿Qué condiciones – incluso las que anteceden este episodio- ayudan a comprender este desenlace? Preocupaciones de este corte, trabajadas con seriedad y rigor analítico, se encuentran condensadas en el libro que hoy se presenta aquí: Arenas de conflicto y experiencias colectivas. Horizontes utópicos y dominación. Como indica el título y como se descubre en la lectura de esta obra, es un acercamiento a distintos ámbitos en los que se genera acción colectiva, en particular movimientos y organizaciones sociales, a partir de las distintas experiencias de los autores que escriben en ella para plantear sus dificultades en el abordaje de casos y las alternativas que hallaron para trascenderlas original y creativamente. El subtítulo, cabe decirlo, quiere apuntar hacia el escenario de transformación que muchas de estas luchas sociales se ha propuesto: la reversión o disminución de los mecanismos de dominación que se han reconfigurado en los últimos años lo que constituye, en sí misma, una utopía (y al plantearlo, se asume que las utopías son guías para la acción y, por tanto, sigue siendo importante construirlas). Una de las coordinadoras del libro, María Luisa Tarrés Barraza, desglosa sus propósitos y alcances en una sugerente nota introductoria. El objetivo, nos dice, es “reflexionar sobre las encrucijadas teórico – metodológicas” a las que se enfrentan los analistas de la acción colectiva para, así, “interpretar el surgimiento de conflictos como formas de sociabilidad

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que generan, mantienen o modifican comunidades de valores o intereses y grupos instituidos”. En este sentido, me parece que el mérito de esta obra, colectiva como la acción misma que enuncia y estudia, es acercarnos al trabajo nada sencillo que enfrentan investigadores de distintas procedencias para “(re)interpretar” los fenómenos y casos que se decidieron a desmenuzar, dando cuenta de sus difíciles decisiones ante desafíos que la teoría impone cuando no ajusta sus moldes a realidades tan movibles por cambiantes (o simplemente diferentes). De los desafíos teóricos surgen los dilemas metodológicos sobre cómo hacer para que los datos de esas realidades puedan ser construidos aceptablemente para que nos indiquen lo que estamos buscando y empalmen con nuestras categorías. Es, pues, un excelente ejercicio de observación de la “obra negra” (permítaseme la metáfora) de la labor creativa del investigador, la que no sale a la luz cuando sólo vemos el reluciente edificio analítico construido (para seguir con la metáfora). Pero sería injusto plantear como mérito exclusivo de este libro mostrarnos el taller intelectual y el utillaje metodológico al que acuden los autores coordinados en torno a él. Los capítulos tienen la virtud adicional de entregar lecturas críticas de los enfoques teóricos predominantes no para desecharlos o minimizarlos (bajo la consideración prejuiciosa de que con “anglosajones” y lejanos a nuestra realidad), sino para extraerles su utilidad ya sea adaptándolos en sus dimensiones explicativas, o bien, haciéndolos complementarios de otros enfoques sociológicos. El resultado de estas lecturas críticas y aplicaciones prácticas es una serie de estudios, la mayoría sobre México, que ofrecen nuevas miradas sobre la acción colectiva y alternativas a su estudio para llenar los vacíos que la literatura no ha logrado cubrir. Es, para decirlo en breve, un conjunto de textos estimulantes, muy bien escritos si algo más estimulante se requiriera, que se concentra en cuatro grandes tópicos de la acción colectiva, a saber: la identidad (la creación de un sentido de pertenencia colectivo que puede articular una movilización), la intermediación (los actores que se ofrecen como negociadores entre los sectores populares y las autoridades, y las prácticas que se generan y sostienen gracias a ella), los espacios institucionales (el Estado como escenario de la acción pero también como sujeto con motivaciones para resistir el cambio) y la situación de riesgo frente a las transformaciones en el orden global contemporáneo.

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Me es imposible detenerme a comentar los 11 capítulos contenidos en este libro en el tiempo breve que se dispone para esta presentación. Permítanme, entonces, recurrir a una estrategia conveniente para la ocasión: comentaré los capítulos que, por afinidad temática, me han parecido más interesantes porque discuten y ponen a prueba algunos de los fundamentos teóricos que conozco porque han sido parte de mi trabajo de investigación. Los primeros dos capítulos que comento están cercanos en su interés principal; a su manera, cada uno da respuesta a una cuestión fundamental de la sociología: ¿cuáles son las motivaciones para participar en un desafío colectivo (un movimiento social, una protesta)? El primero de ellos, “Movimiento indígena en Bolivia: estructura de oportunidades y el sentido de la acción”, es de la autoría de Carmen Rosa Rea Castro. En él se propone mostrar los “aciertos y desaciertos” a los que se enfrentó para emplear en enfoque de los procesos políticos y los marcos cognitivos para comprender el movimiento aludido en su último ciclo de protestas (2000-2005), antes del ascenso de Evo Morales al poder presidencial. Quizás la pregunta que mejor ilustra lo que ella busca sea ésta: ¿por qué tuvo éxito el ciclo de protestas aludido en esta especial coyuntura? Pero el interés no queda ahí entrampado, pues no se trata de solamente plantear las “condiciones de posibilidad”, externas al movimiento, para responder por el éxito, sino cuáles fueron las motivaciones para actuar (el “sentido de la acción”) de los sectores organizados que le dieron orientación y, en mis términos, factibilidad a la movilización a partir de esas condiciones. Así, Rea Castro adopta el enfoque de la Estructura de las Oportunidades Políticas (EOP) al cual le agrega un factor explicativo: “el cambio relativo de la estructura social”. En este agregado hay una crítica explícita: los factores estructurales a los que alude la teoría no tienen por qué ser solamente políticos, aunque uno de ese tipo pueda ayudar a entender cómo se forma una oportunidad política. Pero aún con esta adaptación, la EOP no da cuenta de las razones por las cuales los sectores indígenas organizados se movilizaron, y tampoco es útil para este efecto el uso de la categoría “marcos cognitivos”. Aunque tengo la impresión que la crítica a ambos enfoques es muy dura (porque la autora les pide lo que ella necesita para su problema de investigación, no lo que aquellos pueden dar), éste es el momento del desafío teórico y metodológico: encontrar alguna herramienta útil para entender el sentido de la acción, y de la creación de una alternativa: recurrir a “fuentes teóricas que se distancian de las teorías de la acción colectiva”. No estoy seguro si esta salida hacia procesos de igualación y

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subjetivación pueda tener un potencial explicativo que vaya más allá de su caso de estudio, pero lo cierto es que es consistente con él y lo explica muy bien. Muy cercano al eje del anterior capítulo, Martín Paladino Cuopolo se interesa por el “carácter polisémico de la acción colectiva y de la racionalidad instrumental en los movimientos sociales”. En su texto “El sentido de la acción: interés y solidaridad en el Movimiento Urbano Popular de la Ciudad de México” somete a consideración del lector una discusión permanente en la sociología de la acción colectiva sobre los sentidos divergentes que la motivan, tal como señala el título anotado: el cálculo de costos y beneficios (motivaciones individuales) vs. el logro de bienes comunes (motivaciones colectivas). El quid de la cuestión está en que ambas estructuras de sentido no siempre logran integrarse entre los diferentes niveles de participantes (entre la base de la organización, por un lado, y, el liderazgo y los militantes, por el otro); más bien, se presenta un proceso de ajuste, según nos dice el autor: “Conviven de manera tensa y se toleran en virtud de un acuerdo tácito. Los líderes guiarán la acción para que alcance sus objetivos y la base no cuestionara su autoridad mientras confíe esa guía” (235). Lo importante aquí es el hilado fino de la cuestión, es decir, no es que una estructura organizativa sostenga un sentido en lugar de otro y eso explique el nivel de compromiso o desafección con una causa, sino que ambos pueden compartir el espacio organizativo y será una especie de “equilibrio implícito” el que mantenga la cohesión sin contradicciones. Siendo así, ¿cómo se explica la convivencia de estas dos estructuras en organizaciones y movimientos? Las vertientes teóricas a las que recurre Paladino como referentes sociológicos no son suficientes para dar cuenta certera de este problema de investigación; ni la solución individualista de Elster ni la “autoproducción de la acción colectiva” de Melucci son, por sí mismas, fuentes explicativas. Sin embargo, de un modo parecido a lo realizado por Rea Castro, el autor primero evalúa la “capacidad analítica de las perspectivas de la elección racional y del ajuste de orientaciones” en su aplicación al caso de una organización del MUP para ubicar el problema (ahora de forma empírica) y, por tanto, visibilizar los límites de aquellas explicaciones. Habiéndolo hecho, Paladino llega a una novedosa alternativa de explicación que habrá que considerar con más detenimiento: el “ajuste ambiguo” entre los dos sentidos de la acción, que parecerían opuestos pero que conviven al interior de una organización social, es posible en la medida que se trata de una integración práctica, no semiótica, y tiene

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su fundamento en las diferencias de la vida cotidiana y las formas de categorizar el mundo social de cada participante. Con un interés en otro aspecto de las “arenas de conflicto”, Diana Alejandra Silva Londoño aporta una aproximación distinta acerca del clientelismo, al mostrar que puede llegar a ser funcional a la acción colectiva de grupos y organizaciones en la medida que represente la base de la negociación y presión a las autoridades y no solamente un mecanismo de intercambio que facilita la cooptación y el control. En “Entre clientelismo y contienda. Los desalojos de los comerciantes ambulantes del Centro Histórico de la Ciudad de México (1993, 2007)”, queda claro que las formas de organización verticales pueden acoplarse con otras de carácter más independiente (“la existencia de las relaciones clientelares… también se constituyen en la base organizativa que posibilita la capacidad de actuar colectivamente”, 289), y esto lo muestra en contextos notoriamente diferentes: 1993, en pleno proceso de democratización (aunque este proceso no culminaría en la capital de la República sino hasta 1996/97), y 2007, habiendo concluido la transición, en plena democracia y en curso el tercer periodo de gobiernos de izquierda. Esta diferencia de contextos que deriva del capítulo nos haría presumir la capacidad de las prácticas informales, propias del autoritarismo, como el clientelismo (y otras como el corporativismo) para sobrevivir, mejor dicho, para adaptarse a nuevas circunstancias de competencia (y la competencia no sólo está en el orden de lo político, también de lo social). La autora hace uso de la perspectiva integradora del análisis de la contienda política para comprender el caso que la ocupa, en dos episodios de desalojo del ambulantaje del primer cuadro de la Ciudad de México, y a través del recorrido por la trayectoria de las organizaciones revela su capacidad organizativa y sus mecanismos de presión, negociación y movilización. Pero lo que resulta por demás interesante es la complejidad del conflicto que estos grupos le (re) presentan al Estado, pues en él hay una tensión entre dos derechos fundamentales: el acceso al espacio público y al trabajo. Aunque ninguno de los dos debiera primar (porque entonces no serían derechos), en la práctica el derecho al trabajo parece tener mayor legitimidad porque el ambulantaje es una respuesta al cercenamiento previo de ese derecho. Esta diferenciación es clave para comprender por qué el recurso a la ley no puede ser la solución única al problema, y por qué se articulan más flexiblemente en el terreno de la política. De ahí que el clientelismo sea funcional en ámbitos democráticos.

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Los siguientes dos capítulos que comento tratan sobre el “adversario” que enfrentan los grupos que protestan: las autoridades, los gobiernos, las élites en un sentido más amplio (políticas y sociales). Su aportación reside en que, más que observar lo que hacen movimientos y organizaciones para el logro de sus objetivos, se concentran en lo que hacen dichos adversarios para darles respuesta, sea conteniendo, encauzando la movilización o legitimando sus propias posiciones a través de iniciativas ideológicas. Como bien apuntan ambos autores, hay poco trabajo de investigación en este terreno, en considerar al Estado (sus instituciones, sus gobiernos, sus actores) como un actor con propósitos, objetivos y, por supuesto, mecanismos articulados no sólo de represión, también de acción. En esa línea, Mario Alberto Velázquez García nos ofrece, en “El Leviatán frente a los que defienden lo verde. El Pacto Ribereño y la Dirección Federal de Seguridad”, un texto que aporta al análisis de la labor de los cuerpos de seguridad e inteligencia mexicanos. Parte de un supuesto que demuestra con rigor empírico, fundado en los archivos de datos del Archivo general de la Nación: el Estado no sólo cuenta como recursos el binomio represión – negociación, sino que hace uso de “mecanismos cotidianos” para “conocer, controlar, definir y redirigir” las formas de acción colectiva que lo impugnan. Esto es significativo porque el caso de estudio que elige el autor se desarrolló en el periodo del régimen autoritario mexicano, del que la literatura que lo ha estudiado asienta como premisa fuerte que los actos de uso ilegítimo de la fuerza se aplicaban cuando no operaban las estrategias de negociación y cooptación. Con la propuesta de tomar como objeto de estudio el Pacto Ribereño, un movimiento ambiental que emergió a mediados de los años setenta, Velázquez encuentra que entre las estrategias extremas para dar respuestas de parte del Estado, hubo otras que intentaban reorientar la protesta: “recursos legales, políticos, policiales, propagandísticos y de vigilancia”, recursos que se dirigían también a los agentes gubernamentales a fin de evaluar su gestión y el cumplimiento de los acuerdos con la contraparte. Laura B. Montes de Oca Barrera afronta la tarea de “construir una propuesta analítica” que dé cuenta de un vacío que señala en la literatura movimientista: la poca atención que se la ha prestado a los adversarios no-estatales, aquellos que forman una élite, con indiscutible poder, pero que no son pare de la estructura de poder estatal, y a las formas en que reaccionan frente a los desafíos colectivos. En su escrito: “Élite económica en movimiento:

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lobbying y responsabilidad social de empresas transnacionales frente al movimiento social anticorporativo en México” se plantea un desafío analítico: rearticular uno de los planteamientos de la Teoría de Movilización de Recursos, el referido a los contramovimientos, para incluir al tipo de élites que estudio como promotoras y, más aún, responsables de crearlos. De este modo, en lo que considero una propuesta arriesgada, sostiene que la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es un contramovimiento que trató de enfrentar, en los dos episodios a los que se remite, el desafío colectivo que le representaba a la élite económica el activismo anticorporativo. Digo que la autora arriesga no porque adapte el esquema de la EOP para plantear las condiciones de la disputa entre los actores relevantes (como ya indiqué, Rea Castro sigue un camino similar para ampliar su potencial analítico); arriesga al proponer que la reacción empresarial que sigue un curso de legitimación principalmente discursivo puede ser vista como una movilización en contra de los grupos que lo desafían. Claro está, el riesgo es parte integrante de la búsqueda de alternativas de explicación, como es el caso del libro en su conjunto; habrá que valorar en el futuro con más detalle las implicaciones de esta exploración de caminos diferentes para apreciar si se actualiza su potencial explicativo. Concluyo brevemente. La comprensión de la acción colectiva requiere de una mirada sociológica amplia que no se restrinja a un solo ángulo de interpretación, sino que esté dispuesta a abrirse a otros. Más aún, necesita de investigadores inteligentes que, abrevando de los avances del campo de estudio, sean capaces de reconocer sus logros y, a la par, atender sus insuficiencias, siempre apoyados por la crítica como baluarte en el avance del conocimiento. Esa mirada disciplinaria y esa inteligencia colectiva están presentes en esta obra. ¿Qué otro estímulo se necesita para leerla? Enhorabuena por las coordinadoras y los autores. Muchas gracias.

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