Presentación del libro de Rubén Nazario Velasco, El paisaje y el poder, la tierra de Luis Muñoz Marín (San Juan: Ediciones Callejón, 2014).

June 23, 2017 | Autor: J. Rodriguez Beruff | Categoría: Caribbean History, Caribbean Studies, Puerto Rico, Historia De Puerto Rico
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Descripción

Presentación del libro de Rubén Nazario Velasco, El paisaje y el poder, la tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín (San Juan: Ediciones Callejón, 2014)

Agradezco mucho la invitación de mi querido amigo y colega Rubén Nazario Velasco a presentar su obra El paisaje y el poder, la tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín, la cual he visto en diversas etapas de desarrollo y que ahora podemos tener en nuestras manos en una edición cuidada y atractiva, como a las que nos tiene acostumbrados Elizardo Martínez y Ediciones Callejón. Los autores y los lectores de Puerto Rico tenemos una deuda de gratitud con Elizardo por auspiciar la publicación de libros como el que presentamos esta noche. También debo decir que es un honor compartir con otra amiga, Silvia Álvarez Curbelo, por cuya aportación intelectual, a veces en temas de interés compartido, siento gran admiración.

Hace ya algunos meses, en un paseo familiar, nos detuvimos en el Central Coloso en Aguada para tomar algunas fotografías. No era la primera vez que me desviaba para ver este impresionante central. Todavía su presencia era majestuosa aunque me inquietó contemplar su evidente deterioro. El patio estaba cubierto de matojos, había vegetación hasta en la chimenea y muchas ventanas estaban rotas. Muy lejos de la elegante imagen de 1946 que aparece en el libro. Aun así traté de imaginar el bullicio, el movimiento de la caña, transportes y personas, los ruidos, los olores que debieron haber caracterizado algún día de molienda. Tenía el recuerdo no muy distante de la visita a una central pequeña en la República Dominicana donde nos explicaron, a mi y a los estudiantes que me acompañaban, todo el proceso de fabricación de azúcar. Para Coloso imaginar la molienda en Coloso no se trataba de pensar en un tiempo muy distante ya que su última zafra fue en el 2002.

Ahora los alrededores de la Central Coloso estaban desiertos y tuve que observar la estructura desde la calle, detrás de una verja de cyclone fence. Logré hablar con una persona que me explicó, con bastante reticencia, que la maquinaria del central estaba siendo desmontada y vendida como chatarra. Y esto estaba ocurriendo cuando por ley, desde 1999, la Central fue declarada monumento histórico. En el 2000 todo el valle fue designado reserva agrícola y ambos son propiedad del Instituto de Cultura Puertorriqueña, según información fácilmente accesible.

Puse algunas de mis fotos en la Web con algunos datos sobre la historia de Coloso, buscando denunciar lo que estaba ocurriendo. La investigación muy puntual que hice, en que me sirvió mucho un escrito de Haydee Reichard de Cancio, me reveló una historia fascinante que tiene que ver con la historia que narra el libro de Rubén Nazario, con el desarrollo del azúcar en el siglo 19 y el 20, con trapiches, esclavos, tecnologías, grandes negocios, transformación de las tierras de cultivo y los cuerpos de agua, huelgas obreras, la alcaldía de Añasco, agencias gubernamentales, colonos, la corte federal, vínculos internacionales, historias de amor, españoles, corsos, alemanes, criollos, momentos de auge y de crisis. Una historia que abarca muchas estaciones de la tierra, el paisaje, el poder y la gente de esa parte de Puerto Rico.

La oportunidad de conservar ese edificio y sus tierras como una manera de acceder a esa historia la hemos perdido. No tuvo ningún efecto que hablara con varias personas sobre el despojo que estaba ocurriendo en Aguada. Podría haber sido otra la central que se preservara como museo o se mantuviera en producción. Hace muy poco visité una hacienda de café en Santa Marta, Colombia, en plena producción y económicamente viable, con maquinaria británica de 1898 movida por energía hidráulica de tecnología estadounidense. Su dueño alemán de Hamburgo la heredó de sus padres y tuvo la visión de reconvertirla. La dedicó al café orgánico y a recibir visitantes a quienes él mismo le explica desde la historia de la hacienda hasta la situación del café en la globalización.

Pero hemos visto como todas las centrales de Puerto Rico se han ido desmontado. En Fajardo, desapareció la central para ser substituida por un faraónico centro judicial de un mal gusto superlativo. En Guánica, varias vistosas casas de funcionarios son ahora ruinas cubiertas de matojos. Quedó una deteriorada báscula y un par de chimeneas para recordarnos los tiempos del azúcar. Al menos en este caso Humberto García Mu íz nos entregó una historia investigada con pasión sobre el mundo de la Guánica Central. Parece que el país tiene prisa en olvidar, borrando los rastros del siglo 20, y que solo quiere preservar las huellas de un pasado colonial de batallas con holandeses y monasterios o el mundo de idealizadas haciendas criollas. No se quiere dejar rastro del azúcar y en unos años más de depredación e insensibilidad pasará lo mismo con las grandes bases militares de la Segunda Guerra Mundial, como ya ha ocurrido con Isla Grande.

Sin embargo, creo que estamos en un momento de auge de la investigación sobre el siglo 20, sobre el que queda tanto por estudiar, a pesar de que debemos conocerle para tratar de entender los procesos que nos han traído hasta este presente inquietante y las tendencias hacia el futuro. Difícilmente podemos hablar hoy de Puerto Rico como Un País del porvenir, como tituló Silvia Álvarez uno de sus libros sobre los inicios del siglo 20. Quizás somos más el país de la incertidumbre, inserto no en los grandes movimientos de la historia que lo encaminaban hacia el progreso material y espiritual, sino a merced de la más prosaica realidad de los movimientos de los mercados financieros y de la disolución de instituciones inamovibles y sacrosantas.

Al menos tenemos una buena zafra intelectual en la medida que los esfuerzos por entender el siglo 20 van rindiendo frutos como en el caso de este extraordinario libro de Rubén Nazario El Paisaje y el poder. El autor nos recuerda la obra clásica de Carr, ¿Qué es la historia?, para recalcar que la historia siempre se escribe desde el presente y es, en última instancia, sobre el presente. En este caso se trata de la preocupación con el destino y los retos de una sociedad urbanizada que se quedó sin una agricultura capaz de contener el modelo urbano expansivo que se traga campos y paisajes rurales en una "isla que se achica". Rubén Nazario alega que no quiere añorar un mundo que se fue, sino "pensar el que viene: sobre todo la ciudad en sus balances con el campo, la raíz social de la geografía humana, las posibilidades de una agricultura tecnológica, las contradicciones del progreso y la responsabilidad por la tierra." Todo esto tiene que ver con una pregunta que plantea en la introducción: "¿Cómo fue que en los tiempos victoriosos del Partido Popular, el partido de la tierra, la agricultura de Puerto Rico entró en agonía, para no recuperarse más?"

La actividad investigativa sobre el siglo 20, de la cual forma parte este libro, ya nos ha entregado otros estudios que mencionamos sin pretender ser exhaustivos como el de Humberto García sobre Guánica a que hicimos referencia, la extensa obra de Silvia Álvarez sobre la cultura, las guerras, el populismo y otros temas, la recién publicada historia del siglo americano de Ayala y Bernabe, los proyectos de Fernando Picó sobre Luis Muñoz Marín, la reflexión de Francisco Cátala sobre la institucionalidad económica construida durante el gobierno de Tugwell, el libro de José Bolívar Guerra, banca y desarrollo indispensable para entender la economía de la posguerra, las investigaciones sobre la Segunda Guerra Mundial en que hemos colaborado, las publicaciones de Néstor Duprey y otros sobre política, los trabajos de Samuel Silva y del joven Gerardo Hernández sobre historia y sociología de la religión, y muchas otras contribuciones valiosas que van constituyendo un acervo intelectual nuevo y necesario. Este libro enriquece ese acervo con un análisis que abarca todo el siglo sobre el mundo del azúcar, su declinación y desaparición, sobre todo cómo fue pensado tanto el terreno literario e intelectual, como en el político. Bien podría llevar el título de la voluminosa obra de Gibbon parafraséandolo como The Decline and Fall of Sugar in Puerto Rico, ya que la imagen que nos trasmite con fuerza y mucha persuasión es que el siglo veinte se resume en el auge y consolidación del azúcar en las primeras décadas, y las consecuencias, a menudo negativas, de la forma en que se produjo su caída en la segunda mitad del siglo hasta nuestros días.

El libro que presentamos hoy se destaca, entre otras cosas, por su carácter interdisciplinario, integrador, complejo, que busca construir una explicación del rumbo de la historia puertorriqueña en el siglo veinte. El título que ha escogido el autor ya nos anuncia lo ambicioso de su proyecto: paisaje, poder, tierra, tiempo, Luis Muñoz Marín. ¿Una historia de la tierra y el paisaje? ¿En los tiempos de Muñoz? ¿O una historia de Puerto Rico en el siglo 20 desde el punto de vista de su economía y su pensamiento? El autor la define de la siguiente manera:
Esta historia de la caña oscila entre la economía y la literatura. No es cuantitativa, aunque refiera cifras y estadísticas. Pretende describir cosas, como los científicos, y escudriñar visiones como los poetas. Al modo que propone Octavio Paz, intenta traer al ruedo hechos pero también imágenes, enunciándolos y examinándolos, buscando sus orígenes, trazando sus latencias y postulando sus consecuencias.

Yo diría que más que una historia de la caña se trata de una apretada historia del siglo 20 que coloca a la caña como su protagonista principal.

Para esta interpretación muy personal y deliberadamente heterodoxa de los principales procesos del siglo, Rubén Nazario combina, en un relato muy bien escrito y provocador, la historia económica, la intelectual y la política. De estas tres, privilegia la historia intelectual, a través del análisis no solo de los textos literarios sino de muchos otros de diverso tipo. Creo que la discusión erudita, enjundiosa y crítica del pensamiento puertorriqueño desde principios de siglo veinte, sobre todo en lo que tiene que ver con el azúcar, la agricultura y el mundo rural es una de las mayores fortalezas de esta obra. No pretende ser una historia exhaustiva de las ideas sobre el azúcar, ya que por ejemplo no le presta tanta atención a los que articularon una defensa de la industria azucarera, sino que busca de forma particular el hilo conductor entre las visiones anti-cañeras desde sus expresiones a comienzos del siglo, a través de las formulaciones durante los años treinta, para ir a desembocar en el proyecto político de Muñoz y el Partido Popular.

El autor quiere explicar, sobre todo, los orígenes intelectuales de la ambigüedad o contradicción del pensamiento de Muñoz, que lo califica de ruralismo modernizante o un jibarismo pragmático, pero que es incapaz de reconciliar el modelo de modernización a través de la industria manufacturera con una restructuración agrícola que no implicara la demolición de la producción azucarera o la implantación de un modelo agrícola alternativo que preservara la agricultura. Por otro lado, la explicación del devenir económico puertorriqueño, expuesta en forma concisa y clara, hace inteligible las visiones que se fueron forjando sobre el azúcar y el país, a la vez que estas condicionaron los proyectos políticos y marcaron sus límites. Por esto, el énfasis de su análisis está colocado en tratar de esclarecer estas visiones o imágenes y sus consecuencias, sobre todo las que se impusieron en el terreno político por el ascenso del Partido Popular.

La tesis de Rubén Nazario me hizo recordar un libro que leí cuando hice mi investigación sobre el Perú, se trata del de Peter Klaren, La formación de las haciendas azucareras y los orígenes del APRA. Allí el autor explora en cierta medida un tema parecido, la paradoja que un movimiento de clase media urbano reivindicara una ideología ruralista como el indigenismo. También el clásico de John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, que sí trata sobre un movimiento a la vez rural y ruralista. Quizás deberíamos tomar en cuenta, para la discusión que este libro generará, la diferencia entre rural y ruralista y el carácter predominantemente urbano del liderato del Partido Popular que estuvo sociológicamente más cerca del aprismo que del zapatismo.

En el primer capítulo de su libro, Rubén Nazario nos explica cómo fue el auge del azúcar a principios de siglo, en que participó no solo el capital extranjero sino los capitalistas criollos. Ese arrollador desarrollo azucarero, impulsó una modernización del país y generó el apoyo de la clase criolla y de diversos sectores sociales al arreglo político que estableció Estados Unidos luego de la guerra de 1898. Los años de 1913 y 1920 fueron momentos de caída de los precios que no alteraron la centralidad del azúcar. En las memorias de Ashford, que he estado leyendo recientemente, llama la atención la convicción y el optimismo con que describe la acción positiva de un imperialismo bienhechor, promotor de la ciencia y la modernidad, frente a oscurantistas cacique rurales que pretenden mantener al campesinado en el atraso. El azúcar se mantuvo como el eje organizador de la economía y la sociedad hasta 1934 que comenzó a confrontar una crisis que fue más moral, por achacársele todos los males del país, que de rentabilidad.

Los dos siguientes capítulos analizan el desarrollo de la crítica anticañera, ruralista y campesinista en la literatura y el discurso histórico, discutiendo a Rosendo Matienzo Cintrón, Luis Lloréns Torres, Miguel Meléndez Muñoz, los escritores de la Generación del Treinta con particular énfasis en Tomás Blanco y las novelas de Enrique Laguerre. Aquí también destaca la influencia en Puerto Rico del pensamiento anti-cañero cubano, particularmente Ramiro Guerra, que es objeto de análisis en el tercer capítulo junto con Francisco Zeno, Miguel Guerra Mondragon, y los escritos de los Diffie así como el estudio de Brookings Institution.

Quisiera citar uno de los pasajes de Pedreira en Insularismo que combina una condena del control del azúcar sobre Puerto Rico como un reconocimiento del progreso material logrado bajo su égida.
Gruesas columnas de humo negro oscurecen, de trecho en trecho la diafanidad azul del cielo y una admirable red de carreteras –blanco sobre verde—batenaza los músculos de las montañas, uniendo apretadamente 78 poblaciones y más de 40 factorías azucareras. De recodo en recodo un anuncio chillón, pregonero de productos exóticos, Lanza su grito mercantil, perforando el vaho de melaza y gasolina que compite, a menudo, con el de los alambiques clandestinos. Se trabaja la tierra con forzado entusiasmo y escaso beneficio para el brazo que la ordeña. Los hilos del telégrafo y de la luz han rayado los campos como papel de música; el progreso técnico va invadiendo, a trancos gigantescos, las zonas rurales y los pueblos caminan hacia afuera, acortando las distancias, ya anuladas por nuestros admirables medios de comunicación. Nuestro paisaje ha adquirido una urbanidad no sospechada treinta años atrás. La escuela rural, las unidades agrícolas, los riegos, los caminos vecinales, la radio, el automóvil, etc., etc., han cambiado la estampa fisiográfica alagadoramente. Pero la tierra sigue agónica, resbaladiza, acumulando males sociales y económicos, presionando, antes como ahora, el problema de nuestra idiosincrasia.
También encontramos esa tensión en Ramiro Guerra, una persona muy vinculada a la industria azucarera que, luego de arremeter contra el latifundio como la principal fuente de los males en las Antillas, aclara que su denuncia no es contra la industria azucarera ni contra el capital nacional o extranjero, como si se pudiera desligar una cosa de la otra.
Estos primeros capítulos preparan el camino para introducir y tratar de explicar la figura de Muñoz, quien es a la vez cosmopolita y montañés, introduciendo una tesis sobre sus ambigüedades y contradicciones que mantendrá a través del texto. En este excelente capítulo analiza la tensión entre las veleidades campesinistas de Muñoz frente al problema de la ineficiencia económica del minifundio y el dilema que plantea entre repartir o no repartir la tierra.
En el quinto capítulo, "La segunda invasión americana", el autor retorno a su explicación sobre los desarrollos económicos y políticos, esta vez examinando los cambios que ocurrieron durante la década del treinta, sobre todo la irrupción de las grandes agencias del Nuevo Trato como factores económicos de mucho peso, la discusión sobre el Plan Chardón, los litigios de la ley de los 500 acres. Para él las agencias del Nuevo Trato se convirtieron en los nuevos íconos del siglo americano, desplazando las centrales azucareras, aunque creo que también para fines de la década los nuevos íconos más bien fueron los acorazados, submarinos y aviones de guerra, más impresionantes que los barracones de la PRRA.
Los tres siguientes capítulos están dedicados a analizar cómo se plantearon los temas agrarios en la campaña de 1940, en el período inmediatamente posterior a las elecciones y en la Ley de Tierras. En esa coyuntura no se trata solamente del proyecto muñocista sino también de la preocupación estadounidense con la viabilidad económica de Puerto Rico frente a una reforma agraria que podría desestabilizar a la industria azucarera. De estos capítulos me pareció excelente la explicación del sentido polivalente y complejo del jíbaro como símbolo del popularismo. Dice el autor "El jíbaro, más que un concepto definido, fe una imagen que movilizó resortes emocionales, más que una figura concreta fue un símbolo complejo que representó la autenticidad montañesa de la patria profunda." También es sumamente interesante cómo se negociaron propósitos distintos entre el Partido Popular y Tugwell en cuanto al carácter de los cambios agrarios, sobre todo con el concepto de las Fincas de Beneficio Proporcional, inspiradas en un modelo soviético que viene por vía de Tugwell mucho antes de la reforma agraria cubana. Es interesante como la experiencia de Haití con el minifundio y las grandes fincas estatales soviéticas, los sovjoses, estuvieron presentes en la discusión agraria en el Puerto Rico de los 40.
Las parcelas, concebidas inicialmente no sólo como solución al problema de vivienda sino también como forma para estimular la producción de alimentos, y la Fincas de Beneficio Proporcional, diseñadas para evitar el fraccionamiento de las tierras azucareras, una preocupación mayor para Tugwell que para Muñoz, más interesados en el colonato y la prqueña propiedad, fueron las dos instituciones creadas por la reforma agraria en Puerto Rico. Cabe mencionar que en términos continentales fue una de las primeras de las reformas agrarias, siendo la anterior la mexicana.
Luego de pasar balance a los cambios que se implantaron en los cuarenta, el autor pasa balance de la suerte de la industria azucarera, las FBP y las parcelas en la posguerra en el contexto de un programa económico que puso énfasis en la industrialización manufacturera a través de la importación de capital y prestó poco atención al sector agrícola bajo la premisa de que la "tierra era lenta". Aquí el autor plantea la tesis que la supervivencia de la industria azucarera le hubiera puesto límite al proceso de suburbanización industrial en tierras agrícolas. Lo plantea de la siguiente manera:
El PPD fue incapaz de articular un programa coherente para solucionar los graves problemas que enfrentó el azúcar a medida que avanzaba la década de 1950. Era después de todo, el partido anti-cañero, habiendo logrado sus mayores triunfos mediante la condena del monocultivo azucarero. Además, se hallaba, como el país deslumbrado con la manufactura como vía de modernidad.
La implicación es que la desaparición de la caña, que se sobreentiende que es igual que la vigencia de la agricultura, se debió en no poca medida a la falta de voluntad política en la cual las ambigüedades y contradicciones de Muñoz tuvieron un peso importante como plantea en la referencia final a este líder. Para sustentar su posición menciona la reconversión y modernización de la industria cañera en Luisiana y Florida. Es un planteamiento controversial y provocador. ¿Realmente hubiera sido viable la industria azucarera o alguna otra actividad agrícola importante como contrapeso a la industria manufacturera y la urbanización?
Habría que mirar más cerca para ver las condiciones en que sobrevivió el azúcar en las otras ex sugar islands. En el caso de la República Dominicana la viabilidad del azúcar no se puede separar de la disponibilidad de la mano de obra haitiana barata bajo condiciones de vida deplorables. En Cuba, un acendrado anti-cañero y anti-latifundista de la escuela de Ramiro Guerra le dio unas décadas de vida a la industria haciendo un tremendo negocio de azúcar cara a cambio de ventajas estratégicas con los soviéticos, hasta que se derrumbó estrepitosamente la industria en la década de los noventa. Hoy Cuba trata de retener algo de la enorme producción que tuvo una vez mientras que el gobierno de Puerto Rico dice que promoverá de nuevo la siembra de caña para la fabricación de mieles.
Rubén Nazario, luego de una extensa investigación, nos ha entregado un gran libro que contiene una valiosa reflexión sobre el siglo 20 y el balance de los cambios que trajo la caña y sus secuelas. Es un libro, como todo buen libro, para pensar sus planteamientos, para pensar la coyuntura del país y sus posibilidades futuras. ¿Será Puerto Rico una enorme ciudad, "la ciudad que se repite" en "una isla que se achica", cada menos vivible o queda tiempo aún para preservar la ruralía y los paisajes campestres a través de algún desarrollo agrícola? Es una pregunta muy difícil de contestar que está más en el campo de los objetivos políticos que en el de las predicciones científicas.







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