Presentación de \"Temblores. Del cuerpo sonoro de Hegel\" de Cristóbal Durán

August 17, 2017 | Autor: Daniela Cápona | Categoría: G.W.F. Hegel, Filosofía, Música
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Descripción

Temblores, Del cuerpo sonoro de Hegel, así se titula el libro de Cristóbal Durán que hoy estamos presentando. Llama la atención a primera vista en el título, la pretensión de hablar de un cuerpo sonoro, y luego además, de hacerlo desde la perspectiva hegeliana, una filosofía que si bien, mantiene su contemporaneidad a partir de aquello mismo que el autor menciona en la introducción de su libro, en relación a la ya conocida frase de Foucault: "toda nuestra época [...] intenta escapar de Hegel", lo hace desde una perspectiva poco estudiada a fondo, es decir, desde el análisis del sistema de las artes particulares, principalmente, desde la música. En este punto, no puedo evitar recordar que, cuando comenzaba mis estudios sobre el filósofo alemán, un compañero, me recomendó partir haciéndolo desde las Lecciones sobre la estética, pues en esta obra más que en las demás, el método o realidad dialéctica -ya que, para Hegel, siguiendo a Spinoza, ambos son lo mismo- se expresa de forma más directa y comprensiva que en sus demás obras. Si bien, esta identidad entre método y realidad (que es también, la identidad entre forma y contenido) que el filósofo alemán despliega desde el arte en esta obra es más clara en su operar, no es sino en el prólogo de la Ciencia de la Lógica de 1812 donde éste toma su explicitación directa. Esto se relaciona directamente con el tema de la música, pues, siguiendo al autor de Temblores, "en la música, lo subjetivo es contenido y forma, y ello no permite la subsistencia de una figura cuyos contornos puedan ser constatados o delimitados". Pero esta forma que adquiere lo subjetivo es precisamente su carácter romántico, pues la figura tiende a difuminarse; en lo romántico ya no está la correspondencia que se veía en la escultura, arte clásico por excelencia, sino que se abre el arte a la interioridad de la subjetividad aún no plena, esa que aún no puede pensarse a sí misma pues, en términos de Hegel "no le permite a lo externo la apropiación, en cuanto externo, de firme ser-ahí frente a nosotros". En este punto, es necesario comenzar con lo que el arte significa para Hegel, y porqué necesitó hacer un estudio desde la estética y el arte para lograr su cometido tanto en lo que desarrolló en la Fenomenología del Espíritu (1807) como para la totalidad de la comprensión de sus sistema total. El arte es para Hegel la aparición sensible de la idea, es decir, junto a la religión y a la filosofía, constituyen -en ese mismo orden secuencial- las determinaciones o manifestaciones supremas del espíritu, siendo el arte la entrada a este proceso de retorno y repliegue del espíritu sobre sí mismo, y la filosofía su culminación: el espíritu absoluto, es decir, el ideal aristotélico metafísico del noesis noeseos, el pensamiento que se piensa a sí mismo, en cuanto es él mismo su propio contenido y autorrealización en el concepto: la realidad de la razón en cuanto identificación elemental de la lógica ontológica hegeliana de ser y pensamiento. Pero al mismo tiempo, el arte es cosa del pasado pues, siguiendo a Hegel "lo cierto es que el arte ha dejado de procurar aquella satisfacción de las necesidades espirituales que sólo en él buscaron y encontraron épocas y pueblos pasados, una satisfacción que, al menos en lo que respecta a la religión, estaba muy íntimamente ligada al arte. [...] Considerado en su determinación suprema, el arte es y sigue siendo para nosotros, en todos estos respectos, algo del pasado" (Lecciones de estética, Madrid: Akal eds., 2007. p.13-14), pues la forma estética debe ser superada por la religión y finalmente la filosofía, para llegar a la intuición. La satisfacción estética que el arte provocaba ya no es suficiente para nosotros, no en esa forma que conoció históricamente hasta el período en que vivió el filósofo alemán. La disolución del fin del arte como medio de apertura al absoluto es lo que es pasado, no el arte en sí mismo, de allí la riqueza de repensar hoy en día el arte, actualizando en parte las categorías hegelianas.
Ahora bien, el libro de Cristóbal comienza con una exposición del porqué de la música como mediación entre la pintura y la poesía, con lo cual apunta directamente al aspecto material del sonido como elemento propio de la música, elemento que comparte con la poesía pero de forma diferente. El sonido implica, en palabras de Durán, el "paso de la espacialidad material a la temporalidad material", y esto no sólo porque la música haya sido percibida históricamente como el arte temporal o de la transitoriedad por excelencia, sino porque para Hegel "el yo es en el tiempo, y el tiempo es el ser del sujeto mismo. Ahora bien, pues que el tiempo, y no la espacialidad como tal, es lo que constituye el elemento esencial en que el sonido adquiere existencia respecto a su validez musical y el tiempo del sonido es a la vez el del sujeto, ya sobre esta base penetra el sonido en el sí, lo capta según su más simple ser-ahí y pone en movimiento al yo mediante el movimiento temporal y su ritmo, mientras que la ulterior figuración de los sonidos, en cuanto expresión de sentimientos, todavía añade, además, un remate más determinado para el sujeto, por el cual es éste igualmente afectado y arrastrado" (p. 658). El problema de la música es entonces el problema de la temporalidad y la espacialidad -en cuanto superación (Aufhebung) de esta última-, el problema de la subjetividad y objetividad, representación, que viene dado por el hecho de su carencia de figuración material. En la medida en que el elemento del arte es cada vez más inmaterial, se llega a diferentes niveles de la interioridad y subjetividad. La música es el primer arte particular que adopta el sonido como elemento, a diferencia de la pintura con su cromatismo y figuración que se proponía principalmente como un arte para-otro, la música viene ahora a intentar reconciliar el arte con el para-sí de una interioridad aún no llena, que Hegel verá en su totalidad en la poesía en cuanto superación y adaptación de las demás artes particulares, es decir, la poesía representaría la concreción del silogismo del an-sich und für-sich. Si la música no tiene esta figuración de lo que adolece es de carencia de representación-figuración, carece de aquello que la pintura sí expresaba: la exterioridad, y que la poesía logra mediante la fantasía, pero esto no implica que la música no tenga una exterioridad, la tiene, pero de una forma abstracta. El hecho que el sonido sea transitorio y al mismo tiempo temporal, pone en jaque la cuestión de la idea de la unidad en la trascendencia. En este sentido el sonido en cuanto tiempo, es y ya no es al mismo tiempo, es decir, es la dialéctica misma la que opera en su sonar con lo cual se devela el estatismo del cuerpo en el movimiento del devenir temporal, es decir, de su cualidad negativa y diferencial. Si el tiempo constituye esta negatividad, y el tiempo es el ser del sujeto, el sonar de la música se devela como una oscilación que deviene temblor. Pues el tiempo en cuanto se mide en los puntos que abre cada sonar, lo hace contable, pero al mismo tiempo, se refiere a un tiempo indiferenciado en cuanto superación de los puntos temporales. El sonido en cuanto forma interna, da el paso de la espacialidad material a la temporalidad material. En palabras de Durán: el sonido "ya no es la transitoriedad o fugacidad de una pérdida, sino el descubrimiento de la negatividad. La materia fija deviene sonido, se pone a temblar: la materialidad del sonido ya no es por consiguiente una subsistencia estática" (p.53). La cualidad negativa de la temporalidad en cuanto superación del espacio permite la connivencia entre el yo y el tiempo, pues este último asume la forma de la auto-afección, es decir, comparece un yo simple que, al igual que cada "ahora" ad infinitum, se supera sucesivamente al igual que el yo vacío que se dispone al devenir. Hay que pensar en este punto, que la oscilación espacial de los sonidos en sus diferentes elementos -tonalidades, armonía, acordes, etc.- da paso a este temblor del cuerpo sonoro, que llevará a la resonancia, siendo ésta la que permitirá su pervivencia y tornarse objeto. Pues, según Hegel en la Enciclopedia de las Ciencias filosóficas "la comunicabilidad del sonido, su propagación por así decir silenciosa a través de todos los cuerpos tan distintamente determinados por lo que a fragilidad se refiere muestra la idealidad transmitiéndose libremente a través de estos cuerpos la cual sólo absorbe por completo la materialidad abstracta de ellos sin las determinaciones específicas de su densidad y demás formaciones, y lleva sus partes a la negación, o sea, al temblor; sólo este idealizar es el comunicar. Lo cualitativo del sonido en general, como del sonido que se articula a sí mismo, el tono, depende de la densidad, cohesión y modos más específicos de cohesión del cuerpo sonoro, porque la idealidad o subjetividad en que consiste el temblor, en cuanto negación de aquellas cualidades específicas, las tiene a ellas por contenido y determinidad suyas (...) hay que distinguir entre temblar y oscilar en cuanto cambio local extrínseco, o sea, cambio de la relación espacial con otros cuerpos. Oscilar es propiamente un movimiento en sentido corriente. Sin embargo, aunque distinto, es también idéntico al movimiento intrínseco anteriormente determinado, el cual es subjetividad que está deviniendo libre, el fenómeno del sonido en cuanto tal" (Alianza ed.: Madrid, 2005, pp. 360-361). Es esta transformación también dialéctica, en la cual la música y sus elementos se sitúan en como un en-sí en primer momento, para oponerse a su negatividad ínsita a sí misma y oponerse al primer momento de las representaciones naturales dadas, es decir, como un para-sí en cuanto negatividad dada por el temblor y el tiempo, aquello que permitirá develar a la resonancia como elemento fundamental de la música y su trascendencia, la cual también persistirá en la poesía -en la medida en que tienen en común el elemento del sonido- en la forma de la modulación rítmica del acento. Siguiendo a Durán "la resonancia ya no es el aislamiento del sonido, sino más bien ella esconde algún tipo de discurrir del sentimiento, que ya no es meramente físico. La resonancia es, por derecho propio, lo propiamente musical, que hace posible el auto-percibirse del alma, y que se empieza a aproximar a lo interno como tal" (p.103).
El problema de la determinación del contenido de la música en la subjetividad y el sentimiento, permite el repliegue del sí sobre sí mismo, dando pie a una dialéctica de la interioridad que no encuentra exterioridad por la carencia de representación pero que es igualmente exterior abstracto y al extenderse sobre la poesía en este re-sonar, alcanza cierta figuración a partir de la determinación y producción fantástica para que el sonido devenga habla y discurso. La música para permitir ser sujeto-objeto y realizar la idea en lo sensible debe tornarse resonancia, es decir, establecer una distancia que, en su re-sonar, manteniendo la unidad entre su transitoriedad y su curso.
La lectura del autor del presente libro, enmarca el pensamiento hegeliano desde una perspectiva contemporánea a la luz de filósofos como Jaques Derrida, Jean Luc-Nancy y Phillip Lacou-Labarthe, al mismo tiempo que al musicólogo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, en donde al cruzar el elemento de la música encuentra la riqueza para generar una nueva tesis sobre la música en Hegel en relación al tema del nombre y la voz, por ejemplo, y permite re pensar la música, ya no sólo como mera mediación, sino como el punto culmine en el cual la subjetividad retorna a sí en la forma de la resonancia, en una distancia que se apresta a la idealidad de la subjetividad. La música es pues, apertura e idealidad material, que se muestra y abre al espíritu en un movimiento dialéctico macro y micro que permiten el reanudamiento de ésta con la fuerza poética.



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