PRESENCIA Y LEGADO BRITÁNICO EN VALPARAISO: OTRAS CRONICAS DE VIAJE PARA EL SIGLO XIX

June 29, 2017 | Autor: F. Vergara Benitez | Categoría: Travel Literature, Diarios de Viajes, Siglo XIX
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PRESENCIA Y LEGADO BRITÁNICO EN VALPARAISO: OTRAS CRONICAS DE VIAJE PARA EL SIGLO XIX1 Fernando Vergara Benítez2

PALABRAS INICIALES Pese a que las crónicas de viaje son más o menos conocidas en nuestro medio, tengo la impresión que no suelen asociarse a la pregunta por la presencia británica en nuestro país. Por mencionar algunos ejemplos del uso de estos diarios contamos, para el caso de Valparaíso, con varios relatos recopilados por Alfonso Calderón, en su ‘Memorial de Valparaíso’3; con un trabajo publicado por Roberto Silva B. para el área interior de la región, esto es Quillota y el Valle del Aconcagua4. Están también los trabajos de José Toribio Medina, Mariano Picón-Salas y Guillermo Feliú Cruz, en la década del ’30, sobre los viajeros que visitaron Chile entre los siglos XVIII y XIX. De este último, se publicó recientemente un libro que compila crónicas de extranjeros que visitaron Santiago5 entre 1812 y 1832: 16 en total, entre ingleses, franceses, alemanes y norteamericanos. De uso frecuente en los estudios decimonónicos es el Diario de viaje del Beagle, embarcación capitaneada por R. Fitz-Roy y que llevaba como pasajero al célebre naturalista Charles Darwin. Igualmente frecuentado es el Diario de mi residencia en Chile durante el año 1822, de la escritora británica María Graham (1785-1842), publicado originalmente en 1824 y que ha sido reeditado constantemente6. En su diario, la viajera describe e ilustra su paso por algunas ciudades y poblados de la zona central y consigna, por ejemplo, las impresiones que en ella causaron el terremoto de 1822, ciertas autoridades nacionales y las prácticas culturales y sociales de los chilenos. También es posible encontrar referencias a relatos de británicos que visitaron el país durante la primera mitad de siglo XIX en un artículo de Eduardo Cavieres7, en el cual se destaca la descripción de Valparaíso que realizaron 1

Agradezco al Fondo del Libro y la Lectura haberme favorecido con la Beca de Creación Literaria para desarrollar el proyecto Memorias foráneas: relatos de viajeros anglosajones en Valparaíso, Fº 73776/2008. También al académico del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la PUCV, Prof. Ricardo Benítez Figari, por su participación en la traducción de los textos al castellano. 2 Conservador del Fondo Histórico Patrimonial de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Becario CONICYT del Programa de Capital Humano Avanzado 2009-2012. 3 Edición de 1986, por Ediciones Universitarias de Valparaíso; edición de 2001, por RIL editores. 4 Silva Bijit, Roberto, Viajeros en Quillota durante el siglo XIX, El Observador, Quillota,1980. 5 Feliú Cruz, Guillermo, Santiago a comienzos del siglo XIX: crónicas de los viajeros, Andrés Bello, Santiago. 6 Akel, Regina, María Graham: a literary biography, Cambria Press, London, 2009; Joui, Dominique y Vildósola, María José, Mujeres: María Graham y Marianne North, edición particular, Viña del Mar, 2009. 7 Cavieres, Eduardo, Rutas marítimas, comercio y finanzas en una etapa de expansión: Valparaíso 1820-1880, En: Valparaíso: sociedad y economía en el s. XIX, Monografías Históricas, Universidad Católica de Valparaíso, NΕ12, Valparaíso 2000, pp.55-92.

Samuel Haigh y John Miers; o el artículo de Baldomero Estrada8, el cual incorpora los escritos de otros británicos como Basil Hall, Richard Longeville Lowell, Alexander Caldleugh, William B. Stevenson, Robert Proctor y el Rvdo. Hugo Salvin quienes dejaron interesantes anotaciones sobre el proceso independentista que se desarrollaba o sobre aspecto de la ciudad y sus habitantes, ya se tratara de nacionales, compatriotas o extranjeros. Sin embargo, cuando se trata del Valparaíso del siglo XIX, todavía se dispone de una serie de relatos de ‘visitantes británicos’, en su mayoría, desconocidos. Por razones de espacio, para el presente artículo nos proponemos ofrecer al lector un conjunto de cuatro fragmentos escritos por viajeros británicos que visitaron la ciudad de Valparaíso y sus alrededores inmediatos. Como se verá, la mayoría de estos ‘exploradores’ fueron científicos, geógrafos, naturalistasbotánicos que venían a bordo de naves de la Real Armada Británica. Confiamos que estos pasajes serán útiles al investigador y al lector común, puesto que entregan valiosa información referida a aspectos tan variados como: el clima, la flora y, en general, nítidas observaciones sobre el paisaje natural; describen los distintos barrios de la ciudad, dan pistas sobre la toponimia, los medios y tiempos de transporte; las características del pequeño comercio; las condiciones de habitabilidad; las edificaciones publicas; los cementerios y los templos; las festividades locales y lugares de esparcimiento; los hábitos o el carácter de su gente, etc. Se trata, en definitiva, de genuinas percepciones, descripciones, juicios, opiniones o interpretaciones que interpelan, tanto al que habita, utiliza o estudia esta ciudad. 1845, BERTHOLD SEEMANN, MIEMBRO DE THE IMPERIAL L.C. ACADEMY NATURE CURIOSORUM, NATURALISTA DE LA EXPEDICIÓN9: El 12 de noviembre [1845] zarpamos hacia Valparaíso, un faro en la Punta Curaomilla [sic] sería muy útil al acercarnos al puerto, con mayor razón que en la Punta Valparaíso. La luz debería girar, para distinguirlo de los incendios que con frecuencia se ven tierra adentro. La Punta Curaomilla es un risco acantilado, con dos montículos en el extremo, elevándose la tierra poco a poco, con vetas blancas entre los acantilados rojos. A medida que nos acercábamos a la costa, la escasez de vegetación se vuelve evidente; sólo se veían árboles en los valles, y las laderas de los cerros estaban erosionados formando innumerables barrancos pequeños debido a los torrentes invernales, justificando las vetas blancas que habíamos observado antes. En la abertura de la Bahía de Valparaíso, los lejanos Andes irrumpen ante nuestra vista—la montaña de Quillota y el majestuoso centro del volcán Aconcagua*. Desde los cerros circundantes se ve más majestuoso; su gran distancia se percibe mejor y los ojos los Estrada, Baldomero, La colectividad británica en Valparaíso durante la primera mitad del siglo XX, Historia (Santiago) [online]. 2006, vol.39, n.1, pp. 65-91. ISSN 0717-7194. 9 Seemann, Berthold, Narrative of the voyage of H.M.S. Herald Turing the years 1845-1851, under the command of captain Henry Kellet, R.N., C.B.; being a circumnavigation of the globe, and three cruises to the Artic regions in search of Sir John Franklin, In two volumes, London, Reeve & Co., Henrietta Street, Covent Garden, 1853. * Según medidas trigonométricas, tomando como base entre Valparaíso y Pichidangui, el Capitán Kellett y el Sr. Wood calcularon la altura del Aconcagua en 23.004 pies sobre el nivel del mar; el Capitán Fiztroy, en 22.980. 8

aprehenden más; pero un cuarto de hora antes del alba o del crepúsculo es tal vez la mejor hora para verlos—los perfiles irregulares entonces se pintan contra el cielo, y los diversos matices y delicados tintes se distinguen con más claridad. Valparaíso ha cambiado mucho durante los últimos quince años. La torre de una nueva iglesia, el Matriz [sic], la cúpula de la Aduana, y los campanarios de de la iglesia de La Merced, contribuyen a dar una apariencia más impresionante al lugar de lo que tenía anteriormente. Su desarrollo ha sido muy notorio. El Almendral era un suburbio, rara vez visitado, pero actualmente es la parte principal y más concurrida de la ciudad.; una nueva calle, tomada desde la playa, cuyas casas casi cuelgan sobre el mar, corre ahora paralela a la antigua y única que existía en 1830, y está llena de extranjeros, tabernas y salones de billar. La antigua vía parece haber sido dejada a sus habitantes originales, la Calle del Plancharia [sic] siendo tan silenciosa como siempre, y tan pasada de moda en aspecto también. “Era casi la una, la hora de la siesta”, dice uno de los oficiales, “cuando di un paseo por esa parte. Todas las tiendas estaban cerradas, y no se veía ninguna cara ocupada; toda la ciudad parecía, como de hecho lo estaba, dormida. Las pequeñas casas trepando por las laderas de la Quebrada estaban en el mismo reposo soñoliento. Paseando hasta la iglesia de el Matriz, encontré otros dos lugares de devoción de una fecha más antigua—uno que pertenece al convento San Domingo, el otro al de San Francisco. Los recintos de los claustros de este último se presentaban como el lugar más agradable que había visto en Valparaíso: era humilde en verdad, pero prolijo y limpio. Un paseo cubierto se extendía a su alrededor, formando un refugio, y me recordaba, en su silencioso aislamiento de los claustros del Magadalen College en Oxford. En el medio había un grupo de árboles, naranjas, limones y granadas. Parecía un refugio de la suciedad y del polvo de la ciudad, inesperado e imprevisto en el inoportuno y pobre suburbio”. Los mercados de Valparaíso están bien abastecidos de frutas, verduras, carne, aves, leche y huevos, y uno se sorprende de que ése sea el caso, al ver el árido aspecto de los cerros, y al observar, incluso cuando se sube a los cerros y planicies más allá de la ciudad, el poco cultivo que existe. Pero es en los valles y en los lugares protegidos que la fertilidad y el cultivo se encuentran; en un país como Chile, la protección del viento y la seguridad de los violentos torrentes, causados por las lluvias invernales, son absolutamente necesarios. […] El alojamiento que se les ofrecía a los ricos se ha aumentado durante los últimos años, pero las casuchas de los pobres están iguales que antes, siendo burdamente construidas de madera, cubiertas por todos lados con un revestimiento de barro, el terreno desnudo formando el piso, las ventanas sin vidrio, y las contraventanas que excluyen la luz de día, pero no el viento o la lluvia. Los cerros cerca del mar están parcialmente vestidos de broza y un más aún escaso herbazal: después de pasarlos, el ojo percibe un extenso campo abierto. El Espino (Acacia Cavenia, Hook. et Arn.) abunda en estas planicies, y sería, si se atiende con cuidado, de mucho servicio al recuperar los sitios yermos, atrayendo la humedad y ofreciendo abastecimiento de combustible. Ha sido de gran uso para los mineros, y también con propósitos domésticos. A pesar de estar cortado de la manera más imprudente, vuelve a crecer; pero ahora último este poco sabio sistema ha sido continuado a tal extremo que en mucho lugares ha destruido su crecimiento por completo. La utilidad e importancia de una madera como el Espino, en un país donde se necesita tanto combustible, donde escasamente hay otra humedad que la que produce la irrigación artificial, y donde el transporte terrestre debe continuar tanto oneroso como arduo por muchos años, y las difundidas penurias que deben acumularse por el imprudente descuido de los botines de la naturaleza, serán evidentes al observador más casual. No cabe duda que la aridez de la planicie se ha perpetuado y ha aumentado por no considerar precauciones comunes con respecto a este arbusto. El Espino se trae a Valparaíso en condiciones ligeramente carbonizado. Es muy duro, da mucho calor, y sus cenizas son lo suficientemente alcalinas para la fabricación de jabones. Las cocinas y las ollas de agua caliente en las cuales a las damas chilenas les gusta poner sus pies durante el clima frío, se abastecen con los pequeños fardos de Espino carbonizado que con frecuencia se encuentra a la venta en Valparaíso.

Numerosas filas de mulas iban hacia y desde la capital, recordándole a uno de los caballos de carga de Inglaterra, antes que los canales se comenzaran o que se pensara en ferrocarriles. En verdad, en muchos lugares a cualquier otra modalidad de tránsito, si no completamente impracticable, se le prestaría atención con grandes dificultades y gastos. Las diligencias en Valparaíso a menudo llevan cuatro caballos, con arneses peculiares—tres en fondo y uno al frente, un artilugio poco práctico, con quizá una ventaja, la de poner la fuerza de tres caballos con más inmediatez hacia el carruaje, y teniendo uno al frente como líder para estimular a los otros. Las diligencias son vehículos torpes y feos; viajan rápidamente y, como podría esperarse, tanto por su construcción como por los caminos por los que tienen que pasar, se zarandean tremendamente.

1849, ROBERT ELWES, ESQ., EXPLORADOR10: Partí de Santiago el 20 de enero, tomando un lugar en el birlocho hacia Valparaíso a las 7 a. m. La manera en que a la gente se le transporta desde la capital al Puerto no dice mucho del progreso de la civilización en este país. La distancia es entre noventa y cien millas, y el camino es malo, cruzando tres altas cadenas de montañas; pero no hay ni correos ni postas de caballos. El birlocho es una especie de cabriolé, que puede llevar dos personas. Uno de los caballos se pone en las varas, otro se sujeta afuera como un balancín, y un hombre y otro niño conducen ocho o diez otros caballos por todo el camino. A veces cambian caballos, conduciendo a los que están cansados con el resto, de modo que todos los caballos tienen que correr toda la distancia, y se requieren diez o doce caballos para hacer el trabajo de dos. Soportan mucho, pero se ven delgados y medio muertos de hambre, y no es de extrañar si a menudo soportan todo el viaje. Partiendo desde Santiago, a las 7, llegamos a Casa Blanca a las 9 a. m.; partimos de allí a las 3 la mañana siguiente y llegamos a Valparaíso a las 10 am. En Casa Blanca, un hombre que estaba sentado a la cena, se dirigió a mí en castellano, y conversamos. Pensé, por la manera en que estaba comiendo, que no podía ser oriundo y, al salir, le pregunté al casero, y encontró que era un escocés, que también iba rumbo a Valparaíso. Cuando me le uní nuevamente, aún me hablaba en castellano; pero al final le dije que pensaba que podríamos conversar en nuestro propio idioma. Había sido residente en el país por mucho tiempo, contratado en las minas, pero ahora pretendía irse e intentar suerte en California. […] Al llegar a Valparaíso, sin embargo, encontré a todos locos por ello. Los barcos estaban zarpando diariamente, cargados con todo lo posible que se pueda imaginar o se pueda querer, y atestados de pasajeros, todos seguros de hacer fortuna en la tierra del oro. Siendo Chile un país tan minero, creó mucha sensación, y muchos de los chilenos más ricos contrataban a cantidades de peones, sus sirvientes, para que excavaran. Los barcos, además, pronto comenzaron a llegar desde San Francisco, cuando especimenes de oro se mostraban en la ciudad, y el entusiasmo se intensificó. La primera vista de Valparaíso no es muy alentadora, y por mi parte, no puedo decir que alguna vez me haya agradado. Los cerros de tierra roja se elevan detrás de la ciudad, y parecen agostados y estériles, con apenas unos árboles visibles. La ciudad está apretujada entre el cerro y el mar, y es tan estrecha en un lugar que sólo hay espacio para la calle. A este lugar los marinos lo llaman Cabo de Hornos, y divide la ciudad en dos partes—una al sur, donde la mayoría de las casas comerciales y mejores tiendas se encuentran, la otra, llamada Almendral, contiene el teatro. Además de esto, en el extremo sur, la ciudad sube los cerros, y está dividida por profundas quebradas en tres partes. Son bien conocidas a los marinos como las Cofas de Proa, Mayor y Mesana, y están habitadas por la peor clase. Detrás de la parte media de la ciudad, hay otra altura, donde se encuentran muchas de las mejores casas; a veces se le llama el Alcázar. Como uno podría esperar, Valparaíso es un puerto, y nada más, y está lleno de ingleses, alemanes y otros extranjeros. La bahía, que generalmente está llena de barcos, no es más 10

Elwes, Robert, A sketcher’s tour round the World, London, Hurst & Blackett, Publishers, 1854.

que un mal sitio para anclar, ya que está abierta hacia el norte y el agua es profunda. Sin embargo, como el viento rara vez sopla desde esa dirección excepto en invierno, los navíos están pasablemente seguros. El viento que predomina es la brisa marina que, por curioso que sea, desde la conformación de la tierra, sopla a cierta distancia de la orilla, y baja apresuradamente por los cerros y por las calles con gran violencia. De aquí que todo el polvo se sople fuera de la ciudad, y los barcos en el puerto a menudo se cubren de él. Valparaíso es deficiente en cuanto a posadas, pero en estas ciudades hay pocas personas que las requieren. Las casas están construidas ligeramente con armazones de madera, llenas de ladrillos, siendo pensada esta modalidad de estructura como la mejor para resistir los terremotos. Un ligero sacudón ocurrió mientras estaba en Valparaíso; pero apenas lo sentí, y pensé que era sólo algo pasando por la calle. Los oriundos son mucho más sensibles a estas visitaciones que los extranjeros, y por la frecuencia de las sacudidas, el mínimo movimiento los hace completamente alertas al peligro*. Aquí me encontré con un viejo amigo de la escuela, Ancram, a cargo del hospital inglés, desde el cual, y el cerro detrás, hay una bonita vista de los Andes, el Aconcagua dominando sobre el resto. […] La ciudad de Valparaíso es limpia, y se mantiene en orden por la policía, quienes, algunos montados, otros a pie, patrullan las calles noche y día. Andan provistos de pitos, con los cuales se hacen señales unos a otros, cuando pasa algún personaje sospechoso, o cuando necesitan ayuda. Todos los jinetes están provistos de lazos, y éstos llegan a ser excelentes armas en sus hábiles manos. Nuestros marinos están confundidos por ello, porque cuando van a tierra y se achispan, como siempre lo hacen, y ofrecen peleas por todos lados, el policía espera hasta que salen desde donde están sus camaradas, y luego fríamente los lacea y los arrastra hacia fuera. […] Los vigilantes nocturnos se llaman Serenos, ya que, cuando gritan las horas, si la noche está bonita, como generalmente lo está, añaden “Y sereno”. Malhechores trabajan los caminos, pero también hay un asentamiento penal en la isla de Juan Fernández, bien conocido como el lugar donde Alexander Selkirk naufragó. Si bien los cerros de detrás de la ciudad parecen infértiles y estériles, los valles y quebradas son fértiles y llenos de árboles. En estos matorrales, crecen las fucsias como grandes arbustos, y el bambú no es poco común. Aun en tan alta latitud, las palmeras crecen en algunos lugares en grandes cantidades. En la entrada a Quebrada Verde hay una cascada de nota; pero al visitar el lugar, lo encontré casi seco. En la estación lluviosa, puede valer la pena verla, ya que el agua cae desde una gran altura. A mi llegada a Valparaíso, encontré al “Inconstant” ya aquí. Había rodeado el Hornos, y anclado en el puerto unos pocos días antes. Su capellán, un viejo de Eton, fue a tierra, y dimos un paseo al renombrado valle de Quillota, una continuación del valle de Aconcagua, bien irrigado por un gran río. […] El teatro en el Almendral es amplio, y cuando lo visité, la actuación era muy superior a la de Valparaíso. También había una buena compañía de bailarines españoles, que nos alegraron con la Cachucha, las Boleras [sic] y la Jota Arragonesa [sic], con un estilo superior. Una tarde, hubo un magnífico baile de máscaras, y la platea se desbordaba para la ocasión. La Samocueca [sic] parecía ser el baile favorito. Las damas sólo estaban enmascaradas, y como no deberíamos haberlas conocido si les hubiésemos visto sus caras, el interés de la festividad, en cuanto nos concierne, se perdió por completo. Los oficiales del “Asia” también dieron un gran baile a bordo de su barco. Una gran cantidad de invitados fueron llevados a tierra; asistió el Presidente y todas las mejores *

Si, en países sujetos a terremotos, las casas se construyeran según el plan noruego, de leños de pino embutidos y asegurados unos con otros, y la partición de las habitaciones y los pisos embutidos a través de las paredes exteriores, creo que serían bastante seguras durante cualquier convulsión. Con seguridad, ningún sacudón del terreno los heriría en lo más mínimo.

familias de Valparaíso. La popa y el alcázar del “Asia” (un barco de ochenta cañones), estaban cubiertos con un alta tienda con banderas, una araña de luces en el medio formada con bayonetas. El baile se mantuvo hasta tarde. Todos fuimos a tierra en destacamentos en los botes del “Asia”; pero un caballero, ya sea superado por el vino o exhausto por sus esfuerzos, se quedó dormido durante su corto viaje, y siendo pasado por alto cuando el bote regresó, fue cobrado a los botalones, amarrado, y abandonado, y el durmiente no fue descubierto hasta tarde la mañana siguiente.

1867, ROBERT O. CUNNINGHAM, M.D., F.L.S., ETC., NATURALISTA DE LA EXPEDICIÓN11: La mañana del 12 [junio 1867] estaba brillante y asoleada, si bien un poco fría, y al ir a cubierta naturalmente vimos con extremo interés la escena que nos rodeaba, que era nueva para la mayoría de nosotros, y destinada a servir como nuestros cuarteles de invierno durante los próximos tres o cuatro meses. Debo confesar que mis primeras impresiones de la ciudad y del campo que la circundaba fueron de gran decepción. Supongo que me había formado ideas extravagantes de las atracciones de Valparaíso, a partir de los diversos relatos que había oído de él, y me sorprendió contemplar una gran ciudad de aspecto pobre, cuyas calles principales se desordenaban a lo largo de una estrecha franja de terreno a las faldas de una cadena de cerros desnudos, irregulares, empinados, ensillados, rojizos a más de 1.400 pies de altura, surcados con numerosas quebradas, con sus laderas apiladas con moradas de una clase de arquitectura bastante baja, cuyos inquilinos eran la parte más pobre de la población. En los Canales, los árboles se veían más bien en exceso; pero aquí, dondequiera que dirigíamos nuestra mirada por los lados de la bahía, contemplábamos un completo despojo de vegetación superior al de los arbustos bajos, con la excepción de unos pocos árboles en los jardines de algunas casas situadas cerca de la cima de uno de los cerros, el Cerro Alegre, y del cual después supimos que cuyos inquilinos era comerciantes ingleses. Pero si hay poco que sea interesante o atractivo en la inmediata vecindad de la ciudad, hay más que suficiente en el panorama futuro para satisfacer el sentido de maravilla y belleza en el observador; porque echando una mirada hacia el este en un día claro, verá el horizonte limitado por la cordillera de los Andes nevada, incluyendo el magnífico macizo escarpado del Aconcagua, a más de 23.000 pies de altura, y por lo general considerado como la montaña más alta del Nuevo Mundo. […] La mañana fue ocupada por completo en la detenida lectura de cartas desde Inglaterra, las cuales encontramos nos estaban esperando, mientras que en la tarde muchos de nosotros desembarcamos para inspeccionar la ciudad. Las calles eran mucho más estrechas, y parecían más deterioradas en su aspecto general que las de Monte Video [sic]; mientras que las tiendas, por lo general, se veían más pobres, y casi todos los artículos que había en ellas era extravagantemente caros—en promedio, podría decirse, dos veces más caros que en Monte Video, y cuatro veces más que en Inglaterra*. Un ferrocarril recorre algunas de las calles principales, y en éstas van numerosos omnibuses tirados por dos caballos, como para hacer un circuito del plan de la ciudad, estando el Terminal en la estación de ferrocarriles en un extremo. Algunos de los edificios presentan evidencias del bombardeo español hace un año, estando la aduana en ruinas todavía, y las balas de los cañones pegadas al interior de las murallas de algunas de las casas. Las iglesias, como muchos de los edificios sudamericanos de esa clase, son excesivamente pobres en cuanto a arquitectura, el estuco dominando en gran parte el interior, y siendo los chapiteles en general construidos de madera— ¡uno de ellos pintado de verde! La población parecía estar dividida entre ingleses, alemanes y 11

Cunningham, Robert O., Notes on the natural history of the Strait of Magellan and West coast of Patagonia made during the voyage of H.M.S. ‘Nassau’ in the years 1866-1869, Edinburgh, Edmonston & Douglas, 1871. * Puedo mencionar, como buen ejemplo de los precios que se nos pide pagar por artículos comparativamente baratos, que una mano de papel secante resistente me costó ¡dos dólares y medio!

chilenos por igual; y la afición de los últimos nombrados, tanto jóvenes como viejos, por los dulces, quedó en evidencia por la cantidad exorbitante de confiterías, como también por los innumerables puestos dedicados al mismo propósito en las esquinas de las calles. Muchas de las maneras y costumbres de la parte chilena de la población, que después se tornó tan familiar a nosotros como para no atraer nuestra atención, nos impresionó como peculiar en esta ocasión; y entre éstas puedo mencionar la predilección que parecía prevalecer entre la comunidad masculina para envolver sus cuellos en enormes bufandas, un hábito que contrastaba en forma algo curiosa con la que tenían las damas de caminar sin gorra por las calles. Los “vigilantes”, o policías, también eran una conspicua característica, ya que andaban en sus uniformes con sus espadas a los lados. En la noche, las calles retumbaban con el ruido de los silbatos de hueso que ellos portan, soplándolos como para darse señales mutuas. En cuanto a lo que pude saber, no parecen ser considerados por ningún motivo un cuerpo muy eficiente. Al día siguiente, fuimos en uno de los omnibuses en el ferrocarril a un jardín público cerca de uno de los extremos de la ciudad. Siendo invierno, y el clima extra tropical, la mayoría de los árboles estaban comparativamente despojados de hojas, y muchas de las plantas no tenían flores. Sin embargo, unas hermosas acacias estaban en pleno florecimiento, y a su alrededor volaba una cantidad de colibríes. Este jardín nos pareció poca cosa al momento de nuestra visita, pero más adentrados en la temporada a menudo llegó a ser la estación terminal de nuestros paseos de la tarde.; y dos o tres meses más tarde, muchas plantas estaban florecidas, incluyendo diversas Malvaceœ, Magnoliaceœ, Apocynaceœ hermosas, y numerosas representantes de otras clases, entre las cuales puedo mencionar el Floripondio, Datura (Brugmansia) arbórea, un arbusto alto, muy cultivado en Chile a causa de sus blancas y grandes flores que caen fragantes con forma de trompeta. Una especie aliada cercana e incluso más bella (D. suaveolens) constituye una de las glorias de los jardines en Río, alcanzando una altura de diez o más pies, y siendo cubierta con las blancas flores que caen, las que a veces sobrepasan las nueve pulgadas de largo. Hoy también visitamos el mercado, que lo alberga un amplio edificio cubierto. Naranjas, peras, y pequeñas uvas moradas eran las frutas que dominaban; y también había una considerable cantidad de cherimoyer [sic] (Anona cherimolia), que se cultiva mucho en Chile y, si no fuera por el tamaño y la cantidad de semillas, sería, creo yo, una de las frutas más exquisitas que existen, la pulpa sabe muy parecida a las frutillas con crema. El exterior es un descolorido verde, que parece cubierto de grandes escamas poligonales. […] En el camino, vimos varios especimenes de Sturnella militaris, y algunos pequeños pinzones, uno de los cuales, el Zonotrichia matutina, es tan común en Valparaíso como el gorrión casero lo es en Inglaterra, y se parece mucho a él; y también observé una variedad de plantas, entre las cuales una Labiate de flores púrpuras, con el aroma del tomillo, la Gardoquia Gilliesii era la que más dominaba. Encontramos muy pequeña la catarata debido a la ausencia de lluvia, y después de contemplarla, regresamos a la oficina de correo, y tuvimos un almuerzo contundente, del cual la casuela nacional, una excelente sopa, que consiste en ave, huevos y verduras hervidos juntos, formaba el plato principal, luego volvimos a cabalgar y llegamos a Valparaíso, siguiendo un camino diferente y muy sorprendente que serpenteaba a lo largo de las laderas de los cerros. En el camino, observamos numerosos especimenes de una palmera baja* de aspecto poco gracioso (debido a la protuberancia de su tallo en el centro), la cual produce una dulce savia que se usa como azúcar; y encontramos numerosos especimenes de los típicos carromatos chilenos, cubiertos con techos abombados de piel de buey y arrastrados por yuntas de bueyes. La yunta generalmente consiste de ocho a doce animales uncidos de a pares, siendo el yugo formado por una gruesa y maciza pértiga de madera pesada, una extremidad de la cual se fija inmediatamente detrás de los cuernos del animal, y siendo cada yugo conectado en el medio con el siguiente por la longitud de una firme soga de piel. En general, los bueyes son muy bonitos y animales de poderosa apariencia, con magníficos cuernos. Son impulsados para avanzar con una picana formada de un palo de seis o siete pies de largo,

* Anteriormente considerada como Jubœa spectabilis, pero ahora, creo, reconocida como un género distinto bajo el nombre de Micrococos Chilensis.

con un clavo pegado en un extremo. Los conductores la usan con mucha destreza, clavándola en los animales con el fin de guiarlos con gran precisión. El día 21 fue nuestro primer domingo en tierra en Valparaíso, el tiempo habiendo sido demasiado malo el día anterior para permitirnos desembarcar. Después de asistir al servicio matutino en la iglesia Anglicana en uno de los cerros, algunos de nosotros matamos el tiempo en la inspección del cementerio Protestante y del Católico Romano, que quedan uno al lado del otro. Era divertido ver cómo el gusto por inscripciones ampulosas y ridículas, tan notorias en los cementerios y camposantos de Gran Bretaña, se mantenía en el extranjero, contrastando en forma curiosa con la emotiva simplicidad y pathos desplegadas en la mayoría de los epitafios alemanes, que por lo general comienzan con “Hier ruht”, que se aceptará ser un mejoramiento de “Aquí donde este silencioso mármol llora”, y efusiones parecidas. Muchas de las lápidas católico-romanas tenían fotografías de los difuntos cubiertas con vidrio empotrado, y de igual manera había aparatos como indicio de los oficios de aquellos que estaban enterrados. En lo que respecta a la cesación del trabajo los domingos, Valparaíso tiene definitivamente la ventaja sobre Río, probablemente debido a que la mayoría de las tiendas principales y bodegas están en manos de ingleses y alemanes. Sin embargo, no parecía ser mucho un día de descanso, porque las desafortunadas bandas de bronce, en todo caso, parecían hacer doble trabajo los domingos, tocando, casi sin intervalos, desde la mañana hasta la noche. […] Llegamos a Valparaíso el día 7 [septiembre], en una mañana húmeda y brumosa, y durante los cuatro días siguientes, cayeron precipitaciones con muy pocas interrupciones— un fenómeno suficientemente raro en estas partes, que los habitantes atribuían a la acción de los recientes terremotos. El día 18 era una festividad nacional, siendo el aniversario de la independencia de la república de Chile. Habiendo cursado invitaciones a los oficiales de diversos barcos anclados en la bahía para estar presentes en la celebración de la Gran Misa en la Iglesia de San Agustín, un grupo de nosotros desembarcó en la mañana, y fuimos a la Intendencia, donde se nos condujo a un gran salón en la cual el Intendente, una variedad de cónsules y una cantidad de oficiales chilenos, estadounidenses e ingleses, se habían reunido vistiendo el uniforme completo. Poco tiempo después apareció un anciano padre corpulento en una vestimenta blanca, todo lo cual era la señal para que todos nos paráramos, la compañía formándose en procesión, y marchando de dos en dos, precedidos por él, por las calles, que estaban alegremente decoradas con banderas, hacia la iglesia en la Plaza de la Victoria. Pasando a la plaza, que estaba llena de curiosos, y entrando a la iglesia (la cual estaba tan repleta como podía estarlo con devotas vestidas de negro, arrodilladas en sus esteras de oración, y los pasillos con un misceláneo grupo de mirones), tomamos posesión de de una cantidad de sillas reservadas para nosotros, y arregladas en dos largas hileras a cada lado del edificio. En una plataforma elevada al frente del altar, una cantidad de curas de blanco se sentaba, tres de los cuales usaban prendas en la parte de arriba que brillaban con filigranas de oro y plata. El altar estaba resplandeciente de oropel y de numerosos candelabros, y si bien era pleno día, todo el edificio estaba iluminado con gas, y decorado con guirnaldas de flores artificiales y con las banderas de la nación. A los músicos se los instaló en una pequeña galería sobre la entrada principal del edificio, y como se había asegurado los servicios de los principales cantantes de ópera, la música que siguió fue magnífica. Pronto comenzó el servicio, y duró mucho tiempo; pero como fui bastante incapaz de comprender la mayor parte de las actuaciones pantomímicas de los eclesiásticos, no intentaré describirlas, pero puedo señalar que hubo mucho levantarse y sentarse que se requirió por parte de los mirones, y que, en un momento, un cura precedido por un individuo que llevaba una pequeña vara de plata fue desde el altar hasta el otro extremo de la iglesia, donde estaba sentado el Intendente y le entregó un gran tomo (que me imagino era la Biblia) y la hostia para que la besara. Después de un rato, tuvimos un largo sermón por parte de un cura con apariencia de muy inteligente vestido con una simple bata negra. Habló muy claramente, de modo que, incluso con nuestra limitada familiaridad con el castellano, fuimos capaces de entender los temas generales de su discurso, que fue adaptado para la ocasión, y entregado con mucha elocuencia, pareciendo que el tópico principal era el progreso de la nación bajo

la mano orientadora de la Providencia. El sermón concluyó, siguió una función musical muy buena, después de la cual dejamos la iglesia y, acompañados de una banda de bronces y de una chusma, regresamos a la Intendencia. A nuestra llegada, se nos condujo por unas escaleras y entramos a un par de salones que se comunicaban entre sí, donde estuvimos un rato conversando, después de lo cual pasamos a una amplia sala donde habían servido un buen almuerzo. Después de comer y beber en cantidades considerables, el Intendente se levantó y propuso el primer brindis, que fue la trayectoria del Presidente de la República, y se emborrachó con gran entusiasmo, siendo el chileno “¡Vivas!, sin embargo, casi ahogado por el vigoroso inglés y yanqui “Hip, hip, hurras”. Siguió una serie de otros brindis, y todavía estaban en eso cuando nuestro grupo partió entre las cuatro y las cinco p.m. En la tarde siguiente, varios de nosotros caminamos hasta Playa-ancha, un ancho y llano espacio de terreno en la altiplanicie al oeste de la ciudad, para presenciar una revista de una sección del ejército chileno. Una gran concurrencia de espectadores se reunió, y numerosas puestos, donde comer, beber, bailar y jugar juegos de azar se llevaban a cabo con mucha energía, se erigían en diversos lugares. Muchas personas también hacían carreras a caballo de la manera más descuidada, siendo su principal objetivo esforzarse por atropellar al otro. Soplaba una fuerte brisa, que originaba mucho polvo, el que ocultaba parcialmente los movimientos de los soldados, quienes exhibían una apariencia más bien miserable, que surgía de la pequeñez de su estatura.

1875, MAYOR SIR ROSE LAMBART PRICE, BARONET. F.R.G.S.12: La primera vista de Valparaíso al entrar al puerto es extremadamente decepcionante. Un empinado cerro de tierra roja desnuda, en el cual cuelgan casuchas de madera, aparentemente hacia los lados de un monte casi perpendicular a andamios y soportes son los primeros objetos que atrapan la vista. Si el viento sopla costa afuera, nubes de polvo enceguecedor se arremolinan mucho más allá de las embarcaciones en la bahía, cubriendo todo lo que toca con una espesa capa de arenilla, que penetra como carbonilla por las aberturas más minúsculas y llena la boca, la nariz y los ojos de uno de manera muy desagradable. El cerro le da la idea a uno de una madriguera humana, estando las moradas muy horadadas en los lados; y las casas cerca del mar estando medio escondidas por las embarcaciones. Estas fueron, definitivamente, mis primeras impresiones del puerto marítimo más prospero e importante de toda Sudamérica. Al desembarcar, con agrado me sorprendí de encontrar una calle de bonitas casas, con tiendas que serían meritorias ya sea en Londres o París, mientras que por limpieza escrupulosa sobrepasaban indefinidamente a cualquiera de las dos. Las dos largas calles, una de ellas extendiéndose casi alrededor de la bahía hacia la estación de ferrocarriles, son las principales vías públicas; y en ellas están las tiendas más elegantes y los negocios más importantes. Las carretas recorren toda su longitud y son tiradas por caballos y numerosas [sic]; pero definitivamente el aspecto más sorprendente de la ciudad es su extremada limpieza. Al hacerle ver a uno de sus habitantes cuán impresionado estaba por este inusual aspecto de un pueblo extranjero, me informó que se debía enteramente al cuidado y a la determinación del Intendente Echaurren quien, al tomar las riendas del cargo, había encontrado el lugar tan notorio por su limpieza pero que, al establecer un sistema de multa, puesto en vigor enérgicamente, ayudado por un entusiasta personal de supervisión, había tenido éxito finalmente al hacer de Valparaíso uno de los pueblos más limpios en los que estuve. Los poderes de un Intendente parecen ser absolutos, y que dicho despotismo deba ser conferido a un individuo [en] una república me parece algo incongruente; no es que Price, Sir Rose Lambart, The two Americas: an account of sport and travel, with notes on men and manners in North and South America, London, Sampson Low, Marston, Searle & Rivington, 1877. 12

personalmente lo objete, ya que, por el contrario pienso que un pequeño absolutismo es un tónico muy admirable, el cual si sólo se aplica en casa, donde la traición puede ser arrojada sin obstáculos en la Plaza de Trafalgar o en las barandas de los parques destruidas con impunidad, haría una infinidad de bien; pero me divirtí cuando pensé en el llamado “Liberalismo” de Beales, M.A. Dilke y Odger; de una república modelo levantada bajo sus auspicios; y a lo que eventualmente llevaría. El “Intendente” es una clase de Lord Mayor militar, que no sólo tiene el control total de la Municipalidad, sino también el mando de las tropas y es responsable al Presidente sólo por sus acciones. Hace poco, un actor de segunda, de una obra de teatro poco apreciada o alguna otra razón, causó abucheos en uno de los teatros. El abucheo lo hicieron algunos jóvenes de las mejores familias chilenas, pero fue definitivamente una molestia para el público, a juzgar por la manera persistente en que se condujo. El señor Echaurren inmediatamente publicó un úcase, prohibiendo absolutamente el abucheo. A la tarde siguiente, los jóvenes aplaudieron en forma tan vociferante que la obra de teatro no pudo seguir y el señor Echaurren prontamente terminó la dificultad enviando una partida de soldados que los echó y los metió en prisión. Él deduce para la Municipalidad, sólo por multas, principalmente por infracción a la decencia y a la limpieza, más de $ 80.000 al año. A un doctor lo multó con $50 por no aparecer una noche cuando se le llamó para que atendiera a una persona enferma; y originó, o casi originó, una huelga en su erudita fraternidad. De hecho, él es el Gobernador de Valparaíso, y sí la gobierna, y muy bien. Ha convertido al pueblo más sucio de Chile en el más limpio y le ha dado a los monárquicos una lección que bien podrían ponerla en su corazón. El cónsul (en cuya oficina encontramos mucha correspondencia que esperaba nuestra llegada) fue bastante amable para hacernos miembros honorarios del Club Unión, un establecimiento excelente y bien administrado; yo, en consecuencia, deserté del Rocket durante su estadía en el puerto. Uno de los inconvenientes más grandes de Valparaíso es la plaga de polvo que siempre la aqueja. Desde las casas en los cerros, las embarcaciones a veces se esconden por las nubes que vuelan por la bahía. E incluso el Aconcagua, la segunda montaña más grande del mundo—a 23.910 pies sobre el nivel mar—rara vez estaba visible, excepto de una opaca coloración. La época del año, desafortunadamente, [no] fue muy bien elegida para obtener una buena vista, y aunque generalmente podíamos ver al Aconcagua todos los días, la atmósfera era tan pesada y refulgente de polvo que la vista nunca fue lo suficientemente satisfactoria para que se llamara buena, aunque la totalidad del enorme monstruo se hacía visible. Santiago, la capital de Chile, está aproximadamente a 100 millas por ferrocarril. La mañana en que H. y yo mismo decidimos visitarla, el tren estaba lleno de gente porque regresaba de un paseo a la playa—siendo Valparaíso uno de sus lugares más modernos para bañarse— que tuvimos dificultades en conseguir asientos y luego sólo en diferentes compartimientos de segunda clase; el Presidente—Don Federico Errázuriz— viajando en el mismo tren, tal vez haciéndolo extra lleno. Fui afortunado en ser aceptado por gente simpática agradable y cortés. H., menos afortunado, cayó con un montón de mamás y bebés y los niños pequeños casi lo sofocaron.

PALABRAS FINALES Cuando nos preguntamos por lo propio de un lugar, resulta fácil tender a privilegiar ‘versiones públicas u oficiales’, en desmedro de ‘versiones privadas’, de aquello que define la identidad del lugar. Estas versiones se construyen sobre la base de selecciones de ciertos ‘rasgos’ de la cultura local e interpelan a sus audiencias a reconocerse en ellos y –de este modo- refuerzan sentidos de pertenencia13. Más allá de esclarecer el ‘universo mental y biográfico’ de estos británicos o la veracidad de sus anotaciones, sus testimonios contribuyen a delinear una imagen de ‘lo propio’ que posee la ciudad y, también, de lo que alguna vez fue y de aquello que todavía permanece. Son lo que pudiéramos denominar ‘versiones privadas’ de la identidad de Valparaíso. En este sentido deben ser considerados como tales: relatos particulares que, en alguna medida, contribuyen a imprimir un cierto sentido de pertenencia o identificación, según sea el caso y el contexto en que se escriben/publican. Para muchos estudiosos e interesados en el devenir de Valparaíso, estas crónicas británicas despiertan un renovado interés, puesto que nos revelan una imagen de Valparaíso y -¡qué duda cabe!- constituyen ‘nuevos’ testimonios de época, todo un legado material e inmaterial (para no abusar de la expresión patrimonio literario) que, desde el Fondo Histórico Patrimonial de la PUCV nos hemos propuesto ‘dar a conocer’. Por último, más allá de analizar las impresiones y observaciones registradas, más allá de compartir o no tal o cual percepción, el rescate y difusión de este tipo de literatura tiene el mérito de entregar al lector común una imagen de cómo la presencia británica percibió todos esos ‘Valparaíso-s’. Al poner en valor la ‘literatura de viajeros’ sobre Valparaíso, nos parece, estamos contribuyendo a: reforzar y/o redefinir la identidad de un grupo humano -más allá de quienes habitan estrictamente en el territorio- y a dar cuenta -al menos en parte- de la memoria del lugar. En último término, que sea el lector quien juzgue la utilidad y el valor de estos testimonios y el aporte de dicha presencia.

13 Larraín Ibañez, Jorge, Identidad chilena, Lom, Santiago, 2001; del mismo autor América Latina moderna: globalización e identidad, Lom, Santiago, 2005.

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