Praxis como modo de ser del hombre. La concepción aristotélica de la acción racional

May 24, 2017 | Autor: A. Vigo [Página n... | Categoría: Aristóteles, Aristoteles
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Descripción

México, D.F., 2008

Praxis como modo de ser del hombre.

La concepción aristotélica de la acción racional Alejandro G. Vigo

La actual presencia de Aristóteles como teórico de la acción racional y la racionalidad práctica

Desde hace ya unas cuatro décadas, Aristóteles ha reaparecido, con fuerza renovada, co­ mo uno de los principales autores de la tradición filosófica a los que las actuales concep­ ciones en el campo correspondiente a la teoría de la acción y, de modo más general, a la teoría de la racionalidad práctica han concedido, de uno u otro modo, el estatuto de in­ terlocutores privilegiados. Esto vale para concepciones surgidas tanto en el ámbito de la uadición filosófica centroeuropea -llamada, a veces, "continental"-, como también en el ámbito de la filosofía analítica anglosajona. En el caso de la tradición filosófica centroeuropea, se puede mencionar, ante todo, el amplio movimiento de la así llamada "rehabilitación de la filosofía práctica" (Reha­ bilitierung der praktischen Philosophie) , que se originó a partir de comienzos de los años sesenta, para hacer eclosión a comienzos de 1 970, en Alemania, y que desde allí exten­ dió rápidamente su influencia hacia el entorno centroeuropeo, sobre todo, en dirección de Italia. Allí entroncó, además, con toda una tradición viva y pujante de pensamiento aristotélico, deudora de la neoescolástica y de la investigación especializada de Aristó­ reles muchas veces vinculada, directa o indirectamente, con ella1 . A esto hay que añadir cambién la fuerte presencia de Aristóteles, sobre todo del Aristóteles práctico, en la her­ menéutica, tanto alemana como francesa. Basta mencionar aquí los nombres de H .-G. Gadamer y P. Ricoeur. En su origen más remoto, esta presencia de Aristóteles en el mis­ mo seno del pensamiento hermenéutico centroeuropeo no puede explicarse adecua­ damente sin hacer referencia al papel singular y decisivo que j ugó la filosofía práctica aristotélica en la fase más temprana de formación del pensamiento de M. Heidegger, pensador cuya influencia sobre las figuras más representativas del pensamiento herme-

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néucico contemporáneo no necesita ser enfatizada. Por otra parte, hay que señalar que también en el ámbito del pensamiento anglosajón de matriz no principalmente analíti­ ca tuvo lugar, desde comienzos de los años ochenta, un amplio y vigoroso movimiento de rehabilitación de posiciones de inspiración aristotélica, a veces en conexión directa con la recepción de motivos del pensamiento hermenéutico centroeuropeo, pero, de mo­ do más general, sobre todo, como resultado de la crítica interna de las concepciones in­ dividualistas de filiación liberal, dominantes en el terreno del pensamiento ético y po­ lítico. Tal es el caso de lo ocurrido, especialmente, en el marco de lo que se dio en llamar el pensamiento comunitarista, cuyo aporte más significativo, en lo'que concierne al inten­ to de reactualizar la concepción ético-política de Aristóteles y de la tradición tomista vinculada con ella, está asociado, como se sabe, al nombre de A. Mclntyre. Algo análogo puede decirse de la recepción del Aristóteles práctico en el ámbito de la filosofía analítica. Al margen de su constante presencia en el ámbito del pensamiento ético y político, Aristóteles aparece aquí, sobre todo, como interlocutor preferido de al­ gunas de las concepciones más influyentes en el ámbito de la teoría de la acción, y ello, en no pocas ocasiones, en estrecha asociación con los impulsos de pensamiento que pro­ ceden de L. W ittgenstein, cuya figura j uega respecto de esta tradición de pensamiento un papel inspirador comparable, en algunos aspectos, al que le corresponde a Heidegger en el pensamiento hermenéutico centroeuropeo. No es necesario ni posible entrar aquí en una exposición detallada de los múltiples aspectos que dan cuenta de la presencia pro­ tagónica del pensamiento de Aristóteles en muchos de los autores más connotados den­ tro del ámbito de la filosofía analítica de la acción. Pero, por señalar tan sólo algunos de los ejemplos más representativos, baste indicar que es bien conocido el importante papel que ha cumplido la recepción de la teoría aristotélica de la racionalidad práctica y el silo­ gismo práctico en el tratamiento de la acción intencional así como de la irracionalidad interna y la incontinencia llevado a cabo por autores como G. E. M. Anscombe, G. H . von Wright, D. Davidson y A. Kenny, entre otros. Por cierto, la investigación especializada del pensamiento aristotélico de las últimas décadas no ha sido, en modo alguno, impermeable a las influencias provenientes del con­ texto filosófico general en el que ella misma está inserta. Por el contrario, también en este ámbito se ha verificado, sobre todo, a partir de comienzos de los años ochenta, un notorio aumento del interés por lo que Aristóteles tiene para decirnos, a la hora de in­ tentar explicar la estructura de la acción y de la racionalidad que la orienta, sin restrin­ gir la consideración, como solía ser frecuentemente el caso en épocas precedentes, a los aspectos más directamente vinculados con la posición que Aristóteles elabora en el pla­ no de la ética normativa y la filosofía política. Puede decirse incluso, sin exagerar demasia­ do las cosas, que las cuestiones vinculadas con la producción y la estructura de la acción racional así como con las condiciones que dan cuenta de su carácter voluntario o inten­ cional y de los correspondientes requerimientos epistémicos, de la posibilidad de impu­ tación, del origen y el alcance de la responsabilidad, etc., comenzaron, en esos años, a atraer por sí mismos el interés de los especialistas, de un modo poco menos que inédito hasta entonces. De hecho, puede decirse que tras la publicación, a comienzos del siglo XX,

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del clásico libro de R. Loening, una obra todavía hoy de gran utilidad, que aborda de modo sistemático la concepción aristotélica de la responsabilidad y la imputabilidad (Loening, 1 903), hubo que esperar hasta comienzos de 1 980, para ver producirse una serie de esfuerzos comparables por esclarecer los aspectos más específicos de la concep­ ción aristotélica de la acción racional, sin desconectarlos de los aspectos más estrecha­ mente vinculados con la ética normativa, pero, a la vez, sin subsumirlos simplemente bajo ellos. Entre muchos otros, que abordan, desde diferentes ángulos, tópicos centrales de la concepción aristotélica, puede citarse, como representativos de un enfoque centra­ do los aspectos más específicos correspondientes a la teoría de la acción racional y la racio­ nalidad que la orienta, el libro de A. Kenny sobre la concepción aristotélica de la volun­ tariedad y el razonamiento práctico (Kenny, 1 979); el de R. Sorabji sobre la concepción aristotélica de la imputabilidad, en conexión con el debate acerca del determinismo (Sorabj i, 1 980; cf. esp. parte V: "Neccesiry and blame"), y posteriormente también los trabajos de S. Sauvé Meyer, centrados a la reconstrucción de la concepción aristotélica de la acción voluntaria y la responsabilidad moral (Sauvé Meyer, 1 993 y 2006). La apari­ ción en 1 984 del importante libro de D. Charles, una obra que sobresale por su rigor sistemático y su penetración filosófica, constituye el primero y, hasta donde sé, todavía el único intento de abordaje integral de la concepción aristotélica de la acción, en los tér­ minos propios de las teorías contemporáneas de orientación analítica (Charles, 1 984). Bajo la influencia de la poderosa reconstrucción ofrecida por Charles, pero con un en­ foque independiente y, en aspectos importantes, incluso divergente, en virtud de su ca­ rácter más marcadamente histórico-filológico, C. Natali ha publicado recientemente un volumen que contiene una serie de lúcidos ensayos dedicados al mismo tema (Natali, 2004). Especial atención ha recibido en este contexto la concepción aristotélica de la acción incontinente, como ejemplo paradigmático de acción internamente irracional, tal como Aristóteles la desarrolla en el libro VI I de EN (véanse, p. ej . , Dahl, 1 984; Spitzley, 1 992: cap. 2; Price, 1 995: cap. 3 y 2006) . Si a esto se pretendiera añadir siquiera una selección de los trabajos que discuten aspecros vinculados más específicamente con la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, tal como ésta queda desarrollada en el marco de lo que puede llamarse la teoría de la "prudencia" o "sabiduría práctica'' (phrónesis), desde el famoso escrito de P. Aubenque, aparecido originalmente en 1 963 (cf. Aubenque, 1 986) , hasta trabajos mucho más recientes de autores tales como C. D. C. Reeve (cf. Reeve, 1992) o R. Elm (cf. Elm, 1 996), entre otros, entonces la lista des­ bordaría todo marco razonable para el apartado introductorio de un trabajo como el que aquí se presenta. Baste, pues, con lo dicho, a los efectos de mostrar hasta qué punto el Aristóteles teó­ rico de la acción racional y la racionalidad práctica puede verse, con toda probabilidad, como uno de los más vivos y más presentes en el debate filosófico contemporáneo, di­ cho esto sin perjuicio del debido reconocimiento que debe darse a la presencia de Aris­ tóteles en otros ámbitos de discusión, tan importantes como el de la ontología, la lógi­ ca, la filosofía de la mente y, en cierto modo, incluso la biología2.

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Filosofía de la acción El enfoque general de la interpretación aquí ofrecida

Si la concepción de la acción racional y la racionalidad práctica elaborada por Aristóteles ha podido adquirir una presencia tan destacada en el debate contemporáneo, ello se de­ be también al hecho de que, en virtud de su riqueza y amplitud, ha manifestado la ca­ pacidad de prestar sustento a una multiplicidad de diferentes intentos de interpretación y asimilación, que responden, en muchos casos, a motivaciones y orientaciones filosóficas fuertemente divergentes e incluso opuestas. Por mi parte, en una monografía publicada en 1 996 (cf Vigo, 1996) así como en una serie de trabajos escritos entre 1997 y 2003, que aparecen compilados ahora en un volumen de estudios aristotélicos (cf Vigo, 2006: véase esp. caps. IX-X I I ), he presen­ tado una interpretación de conjunto de la concepción aristotélica de la acción racional y la racionalidad práctica, que, en su orientación general, difiere fuertemente de muchos de los enfoques más habituales, sin que esto i mpida, por cierto, la existencia de una im­ portante cantidad de coincidencias en diversos puntos, centrales y de detalle. La dife­ rencia de orientación general a la que me refiero tiene que ver, fundamentalmente, con la puesta en cuestión de una presuposición metódica implícita en la gran mayoría de los abordajes practicados por intérpretes tanto de la tradición analítica anglosaj ona como de la tradición centroeuropea, a saber: aquella en virtud de la cual, a la hora de intentar esclarecer el modo en que Aristóteles se representa el ámbito de la praxis, se busca el pun­ to de partida, fundamentalmente, en conceptos y estructuras procedentes de los trata­ dos sobre filosofí a natural y metafísica. Y se procede de este modo, con bastante fre­ cuencia, como si fuera evidente por sí mismo que es en esos escritos donde hay que buscar el repertorio conceptual básico para esclarecer la estructura del mundo de la praxis, el cual aparecería, así, como un caso más de aplicación de la ontología sustancialista y de la teoría del movimiento que Aristóteles elabora en el marco de sus principales obras de filosofía teórica. Ahora bien, sin negar que Aristóteles concibe el mundo de la praxis humana como enmarcado en el entorno más amplio provisto por la naturaleza y el cosmos en su con­ junto, hay, a mi entender, muy buenas razones para sostener que en su filosofía práctica se abstiene, sin embargo, de toda transposición meramente mecánica al ámbito de la pra­ xis del aparato conceptual que él mismo pone en juego en el desarrollo de la ontología de la sustancia y en su examen del movimiento natural. Por el contrario, tiendo a pen­ sar que el modo más productivo de entender la concepción aristotélica de la praxis, y el que más j usticia hace a la orientación general de los textos, consiste, más bien, en parti r de la suposición inversa, e intentar, por tanto, poner de relieve la especificidad de los instrumentos conceptuales a los que Aristóteles apela, a la hora de dar cuenta, en su irre­ ductible peculiaridad, de las estructuras fundamentales praxis y del ámbito dentro del cual ésta puede desplegarse como tal. En la monografía de 1 996 antes citada intenté po­ ner a prueba esta premisa metodológica básica, tomando como hilo conductor el con­ traste entre lo que puede denominarse la concepción física y la concepción estrictamen­ te práctica de la temporalidad, tal como ésta puede reconstruirse a partir de los elementos

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contenidos en el modelo teórico que Aristóteles desarrolla en sus escritos éticos, espe­ cialmente en EN. Las ventajas de este modo de abordaje son, principalmente, de dos ti­ pos, a saber: por una parte, permite poner en el centro de la atención una cantidad de aspectos estructurales que en las interpretaciones más habituales o bien no son relevados como tales, o bien quedan relegados a las márgenes; por otra, y como reverso de lo an­ terior, permite comprender mejor por qué razones algunos de los temas o tópicos que resultan centrales en muchos de los tratamientos más característicos de la teoría de la ac­ ción contemporánea no j uegan un papel central en el marco de la concepción aristoté­ lica, al menos, no en la misma forma en que lo hacen en las concepciones actuales. Por último, en el contraste entre ambos tipos de abordaje va involucrado también un pro­ blema metódico de gran importancia, que se conecta con lo que puede caracterizarse como la oposición entre un enfoque elemen tarizante, q ue da lugar a una suerte de ontología de estratos, por un lado, y, por el otro, un enfoque de orientación más marca­ damente holística y fenomenológica, que insiste en la necesidad de partir de una totali­ dad fenoménica que viene dada, como tal, de antemano, y que no puede reobtenerse a partir del mero añadido de elementos alcanzados analíticamente, por vía de reducción abstractiva5. En lo que sigue, y a modo de complemento de lo realizado en la monografía de 1 996, ofreceré el bosquejo de una interpretación del tipo sugerido arriba, tomando esta vez co­ mo hilo conductor la noción aristotélica de práxis. Albergo la esperanza de que, al cabo de la presentación de dicha interpretación, quede también algo más claro el genuino al­ cance del contraste entre los dos modos de abordaje que acabo de distinguir.

La noción aristotélica de priixis

A) El sentido del término "praxis"

Uno de los problemas que se presentan de inmediato, cuando se intenta precisar el alcance de lo que sería la concepción aristotélica de la acción racional, se vincula con la regunta de si Aristóteles tiene realmente el concepto de algo así como lo que nosotros enominamos una o la "acción". Aquí hay varias dificultades conectadas. La primera tie­ ne que ver con el sentido de la propia palabra "acc;:ión", y sus equivalentes en lenguas . odernas como el castellano, el francés, el italiano y el inglés. En efecto, se trata aquí de término que puede utilizarse con un significado lo suficientemente amplio como pa­ poder ser aplicado tanto en contextos vinculados con el obrar propiamente humano, romo también en contextos vinculados con movimientos causados de modo puramen­ mecánico. Así, en castellano, por ejemplo, podemos y solemos decir habitualmente tales como "la puerta se abre por medio de la acción de un dispositivo hidráulico" o bien "la acción del agua horada la piedra'', aun cuando, en un sentido más estricto, no pueda decir que un dispositivo mecánico o el agua realmente "actúan", pues no son, ' mo tales, verdaderos agentes, es decir, genuinos sujetos de "acción'', en el sentido más _

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estrecho del término. A diferencia de esto, el sustantivo griego praxis así como el verbo prattein , del cual el primero deriva, no parecen poder ser aplicados con la misma ampli­ tud, pues, al menos, en sus usos más habituales en el lenguaje pre-filosófico, quedan res­ tringidos al ámbito del obrar propiamente humano, en sus diferentes posibles formas. Como se verá, Aristóteles procede incluso a excluir, de modo expreso, del ámbito de la genuina praxis a los movimientos y actos de los que son capaces los animales y los niños, mientras que en castellano y lenguas modernas afines como las mencionadas no sería na­ da extraño decir que también ellos "actúan", ni resultaría chocante decir que producen determinadas "acciones"4. Se podría alegar que esca dificultad no sería demasiado grave, pues bastaría con res­ tringir el uso de los términos castellanos "acción" y "actuar" al ámbito del obrar especí­ ficamente humano, para obtener una adecuada traducción de los términos griegos a par­ tir de los cuales se orienta Aristóteles, en su abordaje de las estructuras de dicho obrar. Sin embargo, aunque efectivamente tal recurso provee una solución parcial al problema, esta misma solución tiende a encubrir un aspecto vinculado con la neta divergencia en las connotaciones de los términos griegos y sus supuestos equivalentes modernos, que, desde el punto de vista sistemático, posee consecuencias importantes. En efecto, al me­ nos en nuestro uso actual, los términos "acción" y "actuar" poseen un significado cal, que parece hacer recaer el énfasis, predominantemente, sobre el aspecto de eficacia, vincula­ do con la producción efectiva de un cierto efecto o resultado, sea éste buscado o no co­ mo tal. Por su parte, y en alguna medida ya desde los usos más antiguos atestiguados, el verbo griego prdttein parece enfatizar, más bien, el aspecto de acabamiento o cumplimiento, que se vincula con el hecho de que la "acción" consiste, como tal, en un cierto llevar a término, en un llevar a cabo, que resulta definido, como tal, por referencia a una cierta meta, a un objetivo, en el cual la "acción" misma tiene o alcanza su cumplimiento5. Esta diferencia de acentuación permite comprender por qué, a partir de su propia significa­ ción nuclear en el empleo propio del lenguaje habitual, el verbo prdttein y, con ello, tam­ bién el sustantivo verbal praxis estaban, de alguna manera, cortados a la medida, por así decir, para poder ser aplicados, de modo especializado y restringido, en contextos vincu­ lados específicamente con la acción intencional y el obrar propiamente humano: en dicha aplicación, ambos términos dejan aflorar de modo expreso la connotación de direccionalidad y orientación teleológica, que subyace, de modo más bien latente, ya en algunos de sus empleos más importantes en el lenguaje habitual, incluso en épocas muy tempranas. Con esto se conecta inmediatamente también una diferencia claramente ob­ servable con el uso del término "acción" en los lenguajes modernos: mientras que éste no prejuzga todavía acerca de si se está en presencia o no de genuina referencia a objeti­ vos ni de intencionalidad, la noción griega de praxis remite, en cambio, desde un co­ mienzo, a contextos en los cuales la presuposición prima facie es, precisamente, la de que se está en presencia de un obrar que, como el específicamente humano, se caracteriza no sólo por su orientación teleológica, sino, además, por su carácter intrínsecamente in­ tencional. Pero si esto es así, hay buenas razones para pensar que la orientación a partir de la noción de praxis sugiere, por sí sola, un camino para la elucidación filosófica que

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no transita por el intento de deslindar el ámbito delimitado por ella partiendo de un ám­ bito más abarcador, que vendría dado por una noción más general de acción, no vincu­ lada de modo específico a la esfera del obrar humano. Y, de hecho, aunque lo compara frecuentemente, desde diferentes puntos de vista, con otros dominios fenoménicos, Aristó­ teles no aborda temáticamente el ámbito propio de la praxis sobre la base de un previo deslinde respecto del ámbito de lo que serían "acciones" en sentido amplio, ni tampoco respecto del ámbito propio de los movimientos y procesos naturales6. Más bien, adop­ ta, de hecho, una perspectiva, por así decir, inmanente, centrada en el ámbito de la pro­ pia praxis, al que considera como siempre ya dado de antemano, y, en cierta forma, como siempre ya comprendido en su peculiar constitución, y ello, mucho antes de toda refle­ xión filosófica, ya en el acceso que a él tiene todo agente de praxis. Una segunda dificultad, que se relaciona, de modo aún más estrecho, con el empleo específico del término que hace Aristóteles , concierne a la diferencia entre lo que podría llamarse el uso singular y el uso colectivo-totalizador del término praxis. El primero es el que remite a lo que nosotros denominaríamos las "acciones" particulares, y, precisa­ mente por tratarse de un uso que singulariza, es también el que está presente en los em­ pleos del término praxis en el plural (praxeis) (cf. p. ej . EN 1 1 , 1 094a5; I I I 1 , 1 1 1 Ob6; VII I 9, 1 1 5 1 a l 6, etc.) , así como en los empleos en singular dotados de valor distributi­ vo (p. ej . pdsa praxis) (cf. p. ej. 1 1 , 1 094al, 1 2) . Por su parte, el uso colectivo-totalizador -que debe entenderse, de hecho, como un caso de singulare tantum- alude a lo que pue­ de llamarse el dominio o el ámbito de la praxis como tal , es decir, el dominio o el ámbi­ to que corresponde a los que nosotros llamaríamos, en general, el "obrar humano". Así, por citar sólo un par de ejemplos, valiéndose de este tipo de uso del término, Aristóteles señala, por caso, que las bestias no participan de la praxis (cf. VI 2, l 1 39a20) , y opone el ámbito de la praxis, como tal, al de la producción (poíesis), por tratarse de dos ámbitos genéricamente diferentes (cf. VI 4, l 1 40a2-6). Ante la constatación de esta duplicidad de empleos, se podría suponer que el sentido estrictamente aristotélico del término habría que buscarlo, más bien, en el uso singular, que remite a las "acciones" particulares. Esta suposición podría parecer reforzada, además, por la orientación general que presenta el pensamiento aristotélico en el ámbito de la teoría ontológica y la teoría del movimien­ to natural. Así, por ejemplo, en su empleo estrictamente filosófico del término "natura­ leza" (phjsis), un término básico en su vocabulario técnico, Aristóteles se orienta central­ mente a partir del significado singular de carácter distributivo que el término posee, allí onde se alude a la naturaleza de algo, y no a partir del significado colectivo que remite la naturaleza en su conjunto, significado que es , sin embargo, muy usual en la lengua tidiana, y que el propio Aristóteles conoce y emplea en ocasiones7. Sin embargo, hay muy buenas razones para sostener que en el caso de la noción aristotélica de praxis la sición es, en cierto sentido, la inversa. En efecto, en este caso es el significado colecti­ :o-totalizador el que posee la preeminencia, al menos, en la medida en que Aristóteles :ESUme que sólo los agentes de praxis, esto es, sólo quienes participan del ámbito de la dxis, están en condiciones de producir genuinas "acciones" (práxeis), y no meros "movi­ entos"8. ·

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B) Praxis

y

proaíresis

Ahora bien, si lo anterior es cierto, se sigue que, para poder precisar las condiciones que debe satisfacer lo que Aristóteles considera que es una genuina "acción", se debe partir de una previa consideración de las condiciones que supone la posibilidad de par­ ticipar del ámbito de la pr!ixis, en general, o, dicho de otro modo, de las condiciones que supone poder alcanzar el estatuto de un genuino agente de pr!ixis. El enfoque debe pro­ ceder, pues, a partir de la precisión de lo que podría denominarse las condiciones "in­ ternas" o "subjetivas" de la genuina pr!ixis, y no de la precisión de las condiciones "exte­ riores" u "objetivas" que dan cuenta del aspecto de expresión y exteriorización que trae normalmente consigo la producción de acciones particulares. Y ello por la sencilla razón de que lo constitutivo de toda genuina pr!ixis no puede jamás capturarse de un modo puramente exterior, que no haga referencia a los estados disposicionales del agente, y que no presuponga, de modo directo o indirecto, la referencia a lo que, como experiencia de la propia pr!ixis, se abre de modo origina110 e irreductible en la perspectiva propia de la pnmera persona. Un punto de partida adecuado para la consideración de tales condiciones "internas" de la genuina pr!ixis viene dado por la noción aristotélica de proaíresis. El término, cuyo uso está escasamente atestiguado antes del empleo aristotélico, adquiere en Aristóteles un significado técnico bastante preciso, y suele traducirse, en atención al valor de los ele­ mentos que lo componen (pro "anees [que)"), y haíresis "acción de elegir", de hairéo "to­ mar" y, en voz media, "elegir", "escoger"), por "elección preferencial", aunque hay ra­ zones de tipo sistemático que, a mi juicio, hacen preferible la traducción por "decisión deliberada". En efecto, Aristóteles concibe la proaíresis como un deseo deliberativamen­ te mediado (órexis bouleutiké) (cf EN I I I 5, l l 1 3a l 0; VI 2, l 1 39a23, 31) o, de modo más preciso, como el tipo de pro-actitud que surge como resultado del proceso de deli­ beración, allí donde éste concluye exitosamente. En cal sentido, Aristóteles explica que el "objeto" de la deliberación (boúleusis) y el de la proaíresis son, en rigor, uno y el mis­ mo, aunque se diferencian por la respectiva modalidad de posición: en cuanto "objeto" de la proáiresis (to proairetón) , aquello sobre lo cual se delibera aparece como ya deter­ m inado (aphorisménon éde) (cf I I I 5, l l 1 3a2-5), vale decir, como cosa ya decidida. Aho­ ra bien, si se atiende al empleo concreto de la noción en los textos aristotélicos, se ad­ vierte enseguida la presencia de una duplicidad de empleos que, en cierto sentido, guarda correspondencia con la que presenta también el empleo del término pr!ixis. En efecto, también en el caso del término proaíresis se puede distinguir entre un uso singular-dis­ tributivo, que remite a las decisiones deliberadas particulares, referidas a acciones par­ ticulares que apuntan a fines u objetivos particulares (cf p. ej . I I I 2, l l 10b3 l; VII 9, l l 50b30; VI I 1 O, 1 1 51 a29-33, etc.), por un lado, y un uso colectivo-totalizador, que remite, más bien, al tipo peculiar de elección que apunta a aquellos fines de mediano y largo plazo que delinean una cierta representación total de la vida buena para el agente de pr!ixis del caso, por el otro (véanse Anscombe, 1 965: 1 43 y s.; Vigo, 1 996: 274 y s.). Y también en este caso se observa una clara prevalencia del uso colectivo, en la medida

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en que es éste el que apunta a las condiciones básicas que hacen posible la existencia de genuinas decisiones deliberadas, también en el plano correspondiente a las acciones par­ ticulares y los objetivos de acción particulares, los cuales, a su vez, traducen o deberían traducir en concreto dicha opción fundamental por un determinado modo de vida, al menos, allí donde el agente de praxis obra o pretende obrar de un modo internamente racional. Lo que está en juego en el empleo aristotélico de la noción de proaíresis, al menos cuando ésta es tomada en su sentido más estricto, no es tanto la referencia a decisiones o elecciones vinculadas con cursos particulares de acción, sino, más bien, la referencia a lo que se podría denominar una suerte de decisión u opción fandamental por un deter­ minado modo de vida: a esto se refiere Aristóteles allí donde habla de la capacidad de vi­ vir según la propia proaíresis (cf. p. ej . EE I 2, 1 2 1 4b6 y s.: ton dynámenon zén kata ten hautou proaíresin)9• Ahora bien, y éste es un punto fundamental dentro de la concepción aristotélica, sólo quien es capaz de optar deliberadamente por un cierto modo de vida, no importa ahora cuál sea éste, está en condiciones de producir también genuinas deci­ siones deliberadas respecto de cursos particulares de acción, y ello porque sólo quien obra o puede obrar con arreglo a una cierta representación global de la propia vida puede ser considerado como un genuino agente de praxis. A juicio de Aristóteles, el ámbito de la genuina praxis se extiende, pues, tanto como el de la proaíresis, ya que es en la posesión de esta capacidad donde reside el rasgo distintivo de los genuinos agentes de praxis: la proaíresis es el principio (arché) de la praxis (cf ENVI 2, l l39a3 l ), y puede decirse inclu­ so que, en su carácter de agente de praxis, un ser humano (ánthropos) se identifica, como cal, con dicho principio, en su peculiar carácter de intelecto desiderativo (orektikos nous) o, lo que es lo mismo, de deseo intelectivamente mediado (órexis dianoetiké) (cf l l39b4 y s.). Sobre esta base se comprende también la razón por la cual Aristóteles asume que la mera capacidad de producir movimientos voluntarios no debe ser confundida, como tal, con la capacidad de actuar, en el sentido estricto del término, y sostiene, consiguientemen­ te, que los niños y ciertos animales, aunque son capaces de producir movimientos vo­ luntarios, no actúan, sin embargo, ni son agentes de praxis, ya que tampoco poseen pro­ aíresis (cf. ENIII 4, l l l l b8-9; EE II 1 0, 1 225b l 9-27), y ello justamente en la medida en que no son capaces de obrar sobre la base de una cierta representación global de la propia vida. No todo lo que cuenta o puede contar como voluntario es, pues, resultado de intervención de la proaíresis, mientras que, viceversa, todo lo que es resultado de in­ tervención de la proaíresis cuenta, al menos primafacie -es decir, de no mediar circuns­ tancias excepcionales que afecten decisivamente la imputabilidad del acto, tales como, por ejemplo, ignorancia invencible respecto de las circunstancias particulares de la ac­ ción (cf. ENIII 2, l l 1 0b l 8- l l l l a2 1 )- como voluntario (cf. III 4, l l l l b6-8; V 1 0, l 13 5b8- l l ) . En la interpretación de la concepción aristotélica de la acción no siempre s e ha re­ conocido debidamente el papel decisivo que Aristóteles concede a la capacidad de obrar sobre la base de una cierta representación global de la propia vida, allí donde se trata de dar cuenta de las condiciones internas que posibilitan la praxis. Parte de la explicación

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de esta circunstancia tiene que ver, si n duda, también con el hecho de que, a la hora de explicar el modo en el que tiene lugar la producción de los movimientos animales y la acción humana, Aristóteles apela a un mismo modelo explicativo, a saber: el provisto por la estructura formal del así llamado "silogismo práctico". Éste presenta la producción del movimiento o la acción, que ocupa el lugar de la conclusión, como resultado de la con­ vergencia de un factor desiderativo (v. gr. deseos de diferente tipo) y un factor cognitivo (v. gr. percepción, imaginación o bien intelecto) (cf. MA 6, 700b 1 7-23), que quedan repre­ sentados, respectivamente, en la premisa mayor y la premisa menor del silogismo práctico10• Sin embargo, la apelación a un mismo modelo explicativo no nivela las importantes di­ ferencias existentes entre el movimiento animal y la acción humana. Y Aristóteles inten­ ta hacer j usticia a tales diferencias estableciendo una clara distinción entre las formas de deseo y las formas de conocimiento intervinientes en uno y otro caso. En el caso de la acción humana, el factor desiderativo (órexis) involucrado en su producción no se redu­ ce a los deseos apetitivos inmediatos (epithymía), sino que comprende también toda una gama de deseos vinculados con las diferentes posibles reacciones emocionales ante las situaciones de acción (thymós) y, además, todo el ámbito de los deseos de origen pro­ piamente racional (boúlesis) . Del mismo modo, en el caso de la acción humana, el factor cognitivo involucrado en su producción no queda restringido al ámbito de la mera per­ cepción sensible, la memoria y la i maginación, sino que comprende también diferentes tipos de procesos intelectivos. Más concretamente, se trata aquí de la intervención del que Aristóteles llama el "intelecto práctico" (noús praktikós) , que es aquel que delibera o cal­ cula con vistas a la consecución de un fin (ho héneká tou logizómenos) (cf. DA III 1 O, 433al 4; véase también 433a l 8: diánoia praktiké ) . Las facultades intelectuales y delibe­ rativas propias de los agentes racionales son j ustamente aquellas que permiten la averi­ guación de los medios más adecuados para hacer la posible obtención de los fines a los que apuntan sus diferentes deseos (cf. ENIII 5, l 122al 8-ll 13a2) . Puesto que en el caso de los agentes racionales se da la presencia de deseos de dife­ rente tipo y origen, en particular de deseos de origen racional que apuntan a fines de me­ diano y largo plazo, la averiguación de los medios conducentes a la obtención de dichos fines y la compatibilización de su persecución con la obtención de otros fines diferentes plantean exigencias completamente diferentes que en el caso de aquellos comportamien­ tos y movimientos dirigidos a la satisfaccir; inculados con ellas, los agentes de praxis están proyectados siempre ya más allá de la siruación particular de acción con la que se ven confrontados en cada caso, y referidos así

Filosofía de la acción

a una cierta representación de conj unto de la propia vida, considerada como una cierta totalidad de sentido. Dicho de otro modo, los agentes de praxis se caracterizan por o­ brar, de uno u otro modo, sobre la base de una cierta representación de la vida buena o lograda, por poco articulada y deficiente que dicha representación pueda ser en muchos casos. En tal sentido, en pasaje cuya importancia sistemática no siempre ha sido adecua­ damente reconocida, Aristóteles explica que lo propio de todo (hápas) el que es capaz de vivir según su propia decisión deliberada (proaíresis) consiste en haber puesto siempre ya un cierto objetivo de la vida buena -sea el honor, la fama, la riqueza, la educación- con arreglo al cual ordenará sus actividades, ya que no ordenar la vida por referencia a un cierto fin es signo de gran insensatez (aphrosjne) ( c( EE I 2, l 2 l 4b6- l l) . Dicho de o­ tro modo: la asunción de un cierto objetivo que provee el contenido nuclear de la repre­ sentación de una vida buena o lograda constituye una condición necesaria para el pleno despliegue de su constitutiva racionalidad por parte del agente de praxis. Llamo a la exi­ gencia de carácter cuasi-normativo que adquiere expresión en este pasaje el "postulado mínimo de racionalidad práctica'', en la medida en que apunta a las condiciones míni­ mas de sentido y consistencia (racional idad interna) que debe satisfacer la acción racio­ nal, para contar como genuina expresión de la capacidad, constitutiva de los agentes de praxis, de vivir según la propia proaíresis. Se trata, pues, de una exigencia que plantea requerimientos de carácter, por así decir, puramente formal, y que se sjtúa, como tal, en el plano correspondiente a la teoría de la acción, y no todavía en el plano correspondiente a la ética normativa, como lo muestra ya el simple hecho de que no prej uzga todavía sobre la cuestión relativa al contenido material que deba darse a la representación de la vida bue­ na o lograda. De hecho, ninguno de los candidatos mencionados a título de ejemplos en el texto (v. gr. honor, fama, riqueza, educación) se corresponde con el que Aristóteles mismo considera como el más adecuado, a la hora de indicar el contenido nuclear de la representación del fin último de la praxis. La necesidad de una exigencia de este tipo se explica, a j uicio de Aristóteles, por re­ ferencia al hecho de que la existencia de una pluralidad de fines, en conexión con dife­ rentes acciones o actividades particulares, no basta todavía para garantizar la posibilidad de considerar la propia vida como una cierta totalidad de sentido. Por el contrario, la existencia de una pluralidad de fines diferentes en conexión con diferentes actividades puede, más bien, amenazar todo intento de hacer sentido de la actividad práctica como un todo, si no se cuenta con criterios que permitan integrar dichos fines, de modo más o menos armónico, en estructuras teleológicas más comprensivas, dentro de las cuales diversos fines y actividades particulares quedan referidos, en calidad de medios o de condiciones necesarias, a otros fines y actividades más importantes. En el comienzo mis­ mo de EN, Aristóteles desarrolla una argumentación que apunta a enfatizar dos aspec­ tos fundamentales dentro del modelo de explicación y j ustificación teleológica de las acciones que caracteriza a su filosofía práctica, a saber: por una parte, la existencia de una pluralidad irreducible de fines específicos conectados con actividades específicas; por otra, la existencia de criterios que permiten articular los diferentes fines y actividades particulares en ordenamientos más comprensivos, a través de la vinculación con fines y

Praxis como modo de ser del hombre

actividades de orden superior a los cuales otros quedan subordinados. Con esta línea de argumentación Aristóteles no pretende introducir una tesis especulativa referida a la exis­ tencia de un ordenamiento de fines dado, por así decir, de antemano, sino, más bien , explicitar lo que está presupuesto en el modo habitual en que los agentes de praxis in­ tentan dar cuenta de sus acciones. En efecto, cuando se nos pregunta para qué hacemos cal o cual cosa, tratamos de identificar un fin u objetivo que j ustifique de modo satis­ factorio la actividad correspondiente. Por ejemplo, si estamos cruzando la calle, pode­ mos responder a la pregunta "para qué", diciendo cosas tales como "para ir al banco". Pero es obvio que también respecto de la actividad de ir al banco puede plantearse la mis­ ma pregunta que apunta a su objetivo específico, de modo que para explicar dicha ac­ tividad debemos identificar un nuevo fin, pues de lo contrario no podríamos j ustificar razonablemente ni la actividad de ir al banco, ni tampoco la de cruzar la calle, explica­ da en una primera instancia por referencia a ella. Esta simple observación basta para mostrar que la explicación y justificación de las acciones por referencia a fines plantea, de modo mediato o inmediato, la necesidad de dar cuenta de la posible articulación de los diferentes fines y actividades en contextos de explicación más comprensivos, en los que j uega un papel decisivo la referencia a fi­ nes y actividades de nivel superior, a los cuales los primeros quedan subordinados. En cal sentido, Aristóteles señala que efectivamente toda actividad, tanto de tipo teórico co­ mo práctico, y toda decisión o elección particular apunta a un cierto fin, de modo que hay, por lo pronto, una multiplicidad de fines particulares en conexión con diferentes actividades (cf. ENI 1 , 1 094a l y s.). Por ejemplo, las diferentes actividades técnicas pose­ en cada una de ellas sus propios fines específicos: el fin de la medicina es la salud, el del arte de la construcción naval es el navío, el de la economía es la riqueza, etc. (cf. 1 094a6-9). Sin embargo, el propio ejemplo de las técnicas muestra ya cómo diferentes fines y acti­ vidades particulares pueden quedar organizados en totalidades más comprensivas, en la medida en que estén vinculados por determinadas relaciones de subordinación. El ejem­ plo de Aristóteles remite al modo en que, dentro del dominio de las actividades bélicas, las demás artes o técnicas auxiliares, tales como el arce de la herrería o bien el arte de la rianza y manutención de caballos, quedan subordinados al arte propio del general, la estrategia, que desempeña la función directriz dentro de dicho dominio de activida­ des (cf. 1 094a9- 1 4) . En general, puede decirse que los fines propios de las artes o técni­ cas directrices son preferibles a los de las subordinadas, pues éstos son buscados con vis­ eas a aquellos, y no viceversa (cf. 1 094a l 4- 1 6). Como lo muestra un argumento adicional desarrollado posteriormente, a la hora de fijar los criterios a los que debe aj ustarse un posible ordenamiento jerárquico de los diferentes fines particulares vinculados con las diferentes actividades de la vida práctica, Aristóteles opera aquí con una distinción funcio­ nal entre tres tipos de fines, a saber: a) fines de tipo puramente instrumental que, desde el punto de vista práctico y no meramente técnico, son siempre buscados sólo como medios para otra cosa ( v. gr. los instrumentos y, en general, los objetos de producción técnica, pues unque proveen el fin al que apuntan las correspondientes actividades productivas, sólo sir­ en como medios, desde el punto de vista de las actividades prácticas que se valen de ellos);

Filosofía de la acción

b) fines que pueden ser queridos canco por sí mismos como con viseas a otra cosa (p. ej. la salud; cf. Met. VII 7, 1 032b2- 1 4); y, por úlcimo, e) fines deseados siempre por sí mismos y nunca con vistas a otra cosa diferente (cf. EN I 5, 1 097a30-34), donde el cipo e) corresponde exclusivamente a aquel fin úlcimo de la vida práctica como un codo, que habitualmente reci­ be el nombre de "felicidad" (eudaimonía) (cf. 1 097a 34-b6). Que hay que asumir la existencia de algo así como un fin último de todas las activi­ dades, que es, como cal, buscado siempre por sí mismo y nunca con vistas a algo dife­ rente, se sigue, a j uicio de Aristóteles, de las exigencias que trae consigo el intento de dar cuenta de las acciones por medio de la referencia a fines. En efecto, si es cierto, como se vio, que la pregunta "para qué" puede aplicarse reiterativamente en diferentes niveles de consideración, se sigue entonces que la correspondiente cadena de explicaciones no queda­ rá completa hasta que se identifique en ella un fin u objetivo úlcimo respecto del cual dicha pregunta ya no pueda ser aplicada de modo significativo, por tratarse precisamente de un fin u objetivo que se desea y se busca por sí mismo, y no como medio para alcan­ zar algo diferente. Para decirlo como lo formula Aristóteles, si quisiéramos y buscáramos codas las cosas sólo con vistas a algo diferente, y no deseáramos nada por sí mismo, ocu­ rriría entonces que todos nuestros deseos y búsquedas serían, en definitiva, vanos, pues la serie de los fines y, con ello, también la correspondiente serie de las explicaciones y j ustificaciones de nuestras acciones por referencia a dichos fines se remontarían al infi­ nito, lo cual equivale a decir, en definitiva, que no tendríamos explicación suficiente para ninguno de nuestros deseos y acciones (cf. 1 1 , 1 094al 8-2 1 ) . Con referencia a este argu­ mento hay que destacar que, contra lo que han sostenido algunos prestigiosos intérpre­ tes contemporáneos (cf. Anscombe, 1 963 : 34; Ackrill, 1 974: 25 y s.), Aristóteles no in­ curre en ningún momento en la grosera falacia consistente en pretender demostrar la existencia de un único fin para todas las actividades a partir de la existencia de un fin particular para cada una de las actividades particulares. El argumento de Aristóteles no procede de ese modo, sino que constituye, más bien, una suerte de prueba indirecta: vis­ ta la existencia de una mulciplicidad de fines particulares en conexión con actividades particulares, y vista la posibilidad de articular muchos de dichos fines en estructuras más comprensivas en las que algunos de ellos quedan subordinados a otros en calidad de medios o condiciones para su obtención, Aristóteles señala cuál sería el precio de supo­ ner que todo fin es querido siempre como medio para otro fin diferente. Puesto que bajo esa suposición la serie de fines y explicaciones remontaría al infinito, y no habría en ri­ gor explicación suficiente alguna para las acciones, resulta entonces necesario asumir la existencia de algún fin úlcimo, ubicado en la cúspide de la jerarquía de los fines, que ya no pueda ser querido, en ningún contexto, como medio para otro fin diferente. El pre­ cio de no orientar todas las actividades hacia un fin último querido por sí mismo es, como ya se vio, el de no poder desplegar adecuadamente la racionalidad práctica cons­ titutiva del agente de praxis. Ahora bien, sobre el nombre del fin úlcimo y buscado siempre por sí mismo, pien­ sa Aristóteles, hay consenso general entre los hombres, pues codos coinciden en identi­ ficarlo con la felicidad (cf. EN I 2, 1 09 5 a l 4-20) . Sin embargo, a la hora de determinar

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Práxis como modo de ser del hombre

el contenido material de dicho fin último, es decir, a la hora de decir en qué consiste la vida buena o feliz, surgen amplísimas discrepancias. No sólo están en desacuerdo dife­ rentes personas o grupos de personas, por ejemplo quienes se atienen a bienes como el placer, las riquezas o el honor y quienes apuntan a bienes menos inmediatos, sino que incluso uno y el mismo individuo suele cambiar de opinión, pues si está enfermo, tien­ de a pensar que la felicidad reside en la salud, m ientras que si ha caído en la pobreza, tiende a creer que la felicidad está en el dinero (cf. 1 09 5a20-25 ) . Sin embargo, Aristó­ teles no cree que cualquier representación del contenido de la vida feliz sea igualmente apropiada para satisfacer los requisitos de la caracterización formal de la felicidad como fin último de la vida. Por otro lado, y esto es igualmente importante, Aristóteles tam­ poco cree que cualquier representación del contenido material de la felicidad sea igual­ mente apropiada para dar cuenta del tipo de vida que corresponde a un agente de pra­ xis, en tanto ser dotado de razón. En este sentido, puede decirse, apelando a una distinción introducida por T. l rwin, que Aristóteles no opera con una concepción meramente conativa de la felicidad, que define su contenido por referencia simplemente a los deseos del agente particular, cualesquiera sean éstos, sino, más bien, con una concepción nor­ zativa, que apunta a lo que sería el bien real del agente, que le corresponde en virtud de constitución de sus propias capacidades, y que puede no coincidir con lo que el pro­ io agente desea de hecho (cf. lrwin, 1 988: 362 y s.; véase también Kraut, 1 979). Al ple­ no despliegue de la racionalidad constitutiva del agente de praxis se llega, pues, sólo allí onde la totalidad de las actividades es ordenada por referencia no a una representación alquiera de la felicidad, sino, más bien, a una que haga j usticia a las propias capacida­ es del agente de praxis, como ser dotado de facultades racionales13•

facticidad y sentido en el ámbito de la praxis

A) Praxis

y

poíesis. E l sustrato kinético de la acción

La concepción aristotélica de la praxis pone fuertemente de relieve, como se ha vislos aspectos vinculados con la estructura teleológica de la acción, y extrae un conto de importantes consecuencias sistemáticas a partir del hecho básico de que toda ecisión deliberada y toda acción apuntan siempre a a lgún objetivo o fin (télos), que enta en cada caso, como aquel "bien" (agathón) que se pretende alcanzar por medio e la correspondiente acción (cf. ENI l, 1 094a l -3)14. Sin embargo, inmediatamente a ncinuación, Aristóteles introduce una famosa distinción concerniente a la relación que erentes tipos de acciones mantienen con sus respectivos fines, a saber: hay, por un o, acciones que no tienen un fin exterior, diferente de las propias actividades (enér­ �i} que constituyen las acciones mismas, y, por otro, acciones que tienen como fin erminados productos exteriores (érga), diferentes de las propias acciones (cf. 1 094a3-5). uata de la distinción entre lo que suele denominarse "acciones intransitivas" y "accio­ transitivas", respectivamente. Como es sabido, Aristóteles considera que ambos tipos

o

·

Filosofía de la acción

de acciones corresponden a dos géneros diferentes de actividades, que designa, respecti­ vamente, con los nombres de práxis y poíesis (cf. VI 5, l l 40b6 y s.): la acción sin más o a secas, y la acción productiva, podría decirse. Desde el punto de vista de su estructura interna, la práxis se asocia a lo que Aristóteles llama, en el sentido más propio, el acto o la actividad, es decir, la enérgeia, la cual está, como tal, completa o acabada en cada ins­ tante de su realización (cf. Met. IX 6, 1 04 8 b l 8-28); por su parte, 1a poíesis q ueda vinculada, en cambio, con el ámbito de los cambios proces uales, es decir, con el ámbito de la kínesis, la cual se caracteriza, j ustamente, por su esencial inacabamiento (cf. Fís. 1 1 1 2, 20 1 b32 s . )1 5 : mientras existen y s e desarrollan como tales, los procesos están siempre inacabados, y ello j ustamente por quedar referidos a un fin que es exterior a ellos mis­ mos, alcanzado el cual cesan 16. Ahora bien, hay buenas razones para sostener que, aunque apunta a una diferencia genérica irreductible entre tipos de acciones o actividades, la distinción así trazada no debe entenderse en sentido excluyente, como si se tratara necesariamente de una distin­ ción, por así decir, entre cosas o entidades diversas , sino, más bien, como una distinción que, en muchos casos, se aplica tan sólo a dos aspectos diferentes que van involucrados, de modo conjunto, en una y la misma acción o actividad. En efecto, si se deja de lado casos límite provistos por aquellas formas puramente interiores de práxis que, en su rea­ lización efectiva, no involucran necesariamente ningún tipo de exteriorización, como ocurre, por ejemplo, con la actividad puramente contemplativa, hay que decir que la gran mayoría de las acciones o actividades que Aristóteles pone habitualmente como ejemplos de práxis -incluidas, si no todas, al menos, muchas de las acciones específica­ mente morales- son, por el contrario, acciones o actividades que, además del aspecto específicamente práctico, involucran también un aspecto poiético, que remite tanto a la producción de movimiento del propio cuerpo por parte del agente, como también a la producción de determinados cambios en el entorno, a través de la creación de nue­ vos obj etos o bien de nuevos estados de cosas, en conexión con objetos dados de ante­ mano17. En la medida en que remite a la producción de movimiento y cambio, el aspec­ to poiético de la acción se vincula con lo que arriba he denominado el sustrato kinético de la praxis, es decir, el conjunto de condiciones procesuales y materiales que pone en j ue­ go la acción, en su realización efectiva, allí donde ésta comporta necesariamente un aspec­ to de exteriorización 1 8. Uno de los aspectos más característicos , pero también más difíciles de comprender cabalmente, en la concepción aristotélica de la acción viene dado, j ustamente, por el mo­ do en que Aristóteles intenta pensar la relación que guarda la p raxis, a través de su aspecto poiético, con su sustrato kinético y su materialidad, en general. En particular, se plantea aquí la difícil cuestión de cómo ha de entenderse el hecho que la práxis, que po­ see estructuralmente el carácter de enérgeia, deba muy a menudo adquirir expresión y realizarse en concreto sobre la base de un sustrato kinético, dotado, como tal, de una es­ tructura de índole procesual. ¿Cómo puede ser canalizado por vía procesual aquello que, en sí mismo , debe ser concebido como completo y acabado en cada instante? Este as­ pecto, de central importancia sistemática, ha sido objeto de intenso debate, desde dife-

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Praxis como modo de ser del hombre

rentes perspectivas, en la discusión especializada de las últimas décadas, y no puede ser abordado aquí, lamentablemente, de un modo que haga j usticia a su verdadera comple­ jidad. Me lim ito a señalar lo que, desde mi punto de vista, debería constituir el punto de partida básico para un adecuado enfoque del problema. Si todo lo expuesto más arriba con relación al carácter de la noción aristotélica de praxis y a los requerim ientos que dicha noción p lantea, desde el punto de vista que concierne a lo que he denominado su estructura teleológica, resulta convincente, enton­ es habrá que asumir que, como se ha señalado ya, resulta imposible capturar la especifici­ dad de la praxis, dentro de la concepción aristotélica, partiendo de la estructura de su ustrato kinético. La razón principal de esto es bastante clara: lo que hace que un de­ rerminado movimiento o proceso pueda contar como vehículo de realización en con­ reto y de expresión de una genuina acción no es su propia estructura interna, sino, más bien, su inserción en un contexto más amplio de conexiones de sentido, dentro el cual únicamente dicho movimiento o proceso puede adquirir la correspondiente función de expresión y realización de determinados objetivos prácticos y fines. Así, por ejemplo, el acto de dar limosna, que constituye un ejemplo de acción generosa, pue­ e expresarse y realizarse a través del movim iento de extender la mano para entregar a moneda, pero jamás se podría ver como meramente contenido en dicho movimiento, ni se podría intentar hacer corresponder su estructura interna con la del movimiento a rravés del cual se expresa en concreto y se realiza. En efecro, la relación del acto mismo n su sustrato kinético es lo suficientemente laxa como no poder ser comprendida en cérminos de ninguna forma de correspondencia uno a uno: ni todo acto de dar limos­ na se realiza mediante el movimiento de extender la mano para entregar una moneda, ni rampoco rodo movimiento de este tipo cumple necesariamente la función de vehicu­ lizar un acto de dar limosna. Para que dicho movimiento adquiera, en una situación ncreta de acción, la función específica de servir a la expresión y realización de una cción de dar limosna, se requiere, como es fácil de ver, todo un amplio conjunto de ndiciones marco adicionales, relativas a las características, disposiciones e intencio­ nes tanto de quien realiza el acto como también de su destinatario, y ello, además, con reglo a la específica situación de conjunto que comprende a ambos y en la cual tie­ ne lugar la acción. Es, pues, la inserción del s ustrato kinético en el contexto más amplio de las co­ nexiones de sentido definitorias del acto, su elevación, por así decir, al plano del sen­ do constituido en dichas conexiones lo que hace posible que dicho sustrato kinético dquiera la peculiar función expresiva y realizativa que cumple respecto del corres­ pondiente acto. Por cierto, no cualquier movimiento o proceso puede servir de vehículo de presión y realización para cualquier tipo de acto, sino que se requiere, en cada caso, a cierta congruencia entre la estructura interna del acto mismo, definida con arreglo a su correspondiente objetivo o fin, por un lado, y la del sustrato kinético que debe vehiculilo y está dotado de su propia estructura procesual y su propio término, por el otro. Pe­ ro no es menos cierto que cuanro más rica y compleja sea la articulación total de sentido ue define la especificidad de un determinado acto y sustenta su realización, tanto más º

Filosofía de la acción

laxa tenderá a ser la relación que vincula a dicho acto con el sustrato kinético particu­ lar a través del cual adquiere expresión y realización en una determinada situación de acción. Esto explica que en el caso de los actos más específicamente humanos, como son los actos que pertenecen al dominio de la técnica y, sobre todo, al de la m oral, re­ sulte poco menos que imposible el intento de fij ar de modo preciso y exhaustivo las condiciones materiales de realización de los diferentes tipos de actos, pues toda tipo­ logía presupone aquí, de antemano, ya un determinado conj unto de condiciones mar­ co, en muchos casos también de tipo convencional, q ue definen el sentido de lo que se pretende realizar en cada caso. Por lo mismo, todas las indicaciones que se preten­ da dar por medio del recurso a esquemas de acción poseen en este ámbito, como el propio Aristóteles lo hace notar enfáticamente, un carácter meramente aproximativo y provisional, que, por lo demás, presupone siempre ya, de uno u otro modo, lo mis­ mo q ue se pretende ejemplificar o ilustrar por recurso a tales esquemas, y que no es otra cosa q ue el entramado total de conexiones de sentido que s ustentan, en cada ca­ so, la realización del acto l 9 . Ahora bien -y aquí puede residir un aspecto n uclear de la intuición que lleva a Aristóteles a la caracterización de toda praxis como enérgeia, incluso cuando la acción se realiza y expresa a través de un determinado movimiento procesual-, en tal eleva­ ción al plano del sentido, y desde la perspectiva interna a la propia praxis, el s ustrato kinético de una determinada acción ya no comparece, como tal, en su materialidad, sino, más bien, sólo en su significado, esto es, en su aporte específico a la unidad total de sentido de la que forma parte. Dicha unidad de sentido está presente y vigente como tal, en todos y cada uno de los momentos de la realización efectiva de la correspon­ diente acción, al menos, allí donde la acción no se ve afectada por impedimentos sobre­ vinientes. Bajo tales condiciones, el sustrato kinético de la acción se limita a desplegar su función específica de vehiculización del sentido constitutivo de la acción, retrayén­ dose él mismo al trasfondo en su materialidad, y sustrayéndose así a todo acceso temá­ tico. De este modo, el sentido constitutivo de la acción despliega su presencia y s u vigencia d e u n modo unitario, que n o s r � ;spersa con las fases del s ustrato kinético a través del cual se expresa y realiza. Por lo mismo, puede decirse, por ejemplo, que, en s u sentido constitutivo, la acción misma está, como tal, completa en cada instante de su realización. Así, por ejemplo, en cada instante del desarrollo de la acción de dar limosna, el agente q ue la l leva a cabo, a la vez, es y ha sido ya generoso, independiente­ mente de si el resultado efectivo al que conduce el proceso kinético subyacente coin­ cide o no con el esperado. En este punto se advierte, pues, la diferencia estructural de la praxis con las acciones productivas que caen bajo el dominio de la poíesis, ya q ue en el caso de éstas últimas no puede decirse que la acción haya sido llevada a cabo, si el resultado exterior al que apunta el proceso kinético subyacente no ha sido efectiva­ mente alcanzado20. Justamente en lo que tiene de productivo, la poíesis guarda una rela­ ción diferente y m ucho más estrecha con su sustrato kinético q ue la praxis, ya que el cumplimiento de la propia poíesis no puede alcanzarse más que a través de la conclu­ sión exitosa de los correspondientes procesos subyacentes.

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B) La estructura situativa de la acción

¿Implica el carácter de enérgeia de toda práxis que, a diferencia de lo que ocurre con la poíesis y la kínesis, en general, la praxis misma queda inmune frente a la posibilidad del truncamiento y el fracaso? Desde luego que no, mucho menos allí donde la praxis debe expresarse y realizarse en concreto a través de un determinado sustrato kinético. Sin embar­ go, hay que asumir, en cualquier caso, que en el ámbito de la práxis los fenómenos defec­ tivos que dan cuenta de la posibilidad del truncamiento y el fracaso tienen ellos mismos una estructura específica, que refleja, en definitiva, la peculiar relación que la propia práxis mantiene con su sustrato !cinético y, de modo más general aún, con su materialidad, en el sentido amplio que incluye también el entorno exterior en el cual la práxis debe rea­ lizarse. El reconocimiento del hecho de que toda acción y todo obrar humano debe reali­ zarse siempre, de uno u otro modo, en un contexto de condiciones exteriores que le vie­ nen dadas de antemano, y que se caracterizan por su carácter de particularidad y, en cierto modo, de irrepetibilidad (cf. EN I I 7, 1 1 07a3 1 ; véase también I I I 1 , l l 1 0b6 y s.; VI 8, l 1 4 l b l 6; VI 1 2 , l 1 43a32; Poi. I I 8, 1 269a l 1 y s.), provee un punto de partida básico de la concepción aristotélica de la praxis, del cual Aristóteles deriva importantísimas con­ secuencias sistemáticas no sólo en el plano de la teoría de la acción, sino también en el de la ética normativa21 . Este hecho puede formularse diciendo que obrar es siempre obrar en una determinada situación. Ello implica que toda práxis está caracterizada por poseer, ade­ más de lo que antes he denominado una estructura teleológica, también, y con la misma originalidad, una estructura situativa. Ambas no están simplemente yuxtapuestas una jun­ to a otra, sino que lo propio de toda práxis reside, por así decir, en una suerte de tensión productiva entre la orientación teleológica, por un lado, y la sujeción situacional, por el otro. El primer aspecto da cuenta de la apertura de la praxis al horizonte de las posibili­ dades, y el segundo, en cambio, de su irreducible facticidad. Aunque no desarrolla un tratamiento específico del tema, Aristóteles se muestra par­ ricularmente sensible, a la hora de reconocer los principales aspectos vinculados con la es­ rructura situativa de la praxis. Por una parte, elabora un concepto específico de posibili­ ad, destinado, como tal, a dar cuenta del tipo específico de contingencia con el cual se 'e, de hecho, confrontada la práxis. Excesivamente apegada a la caracterización genérica e la práxis como un modo de acceso al ámbito de aquello que puede ser de otra manera ( . ENVI 5, 1 1 40b2 y s.: endéchetai to prakton állos échein), es decir, al ámbito de lo con- gente, la interpretación especializada tendió muchas veces a pasar por alto el importantí­ simo hecho de que esta caracterización de la noción de contingencia, de corte puramente ' ico-modal, queda ulteriormente especificada en otros contextos por referencia a crite­ de índole fáctica. Así, Aristóteles insiste en el hecho de que lo que puede contar como ible desde el punto de vista práctico es tan sólo aquello que efectivamente "está en nues­ poder" (to eph' hemín), porque podemos realizarlo ya sea nosotros mismos, ya sea a tra, de otras personas, por ejemplo, amigos (cf. 111 4, 1 1 1 1 b33; I I I 5, 1 1 1 2a3 1 ; l l l 2b26. para expresiones de valor comparable, véase I I I 4, 1 1 1 1 b25 y s.: ta auto(i) praktá; 111 l l l 2a34: ta di' hautoú praktá; etc.). Aristóteles enfatiza, en reiteradas ocasiones, que es -

Filosofía de la acción

propio de capacidades eminentemente prácticas, como la deliberación (boúleusis) y la deci­ sión deliberada (proaíresis), el quedar acocadas, en su despliegue efectivo, al ámbito de lo posible, en el sentido específicamente práctico del término (véanse III 5, l l 1 2a30 y s., y llI 4, 1 1 1 l b l 9-30, respeccivamente)22• Por otra parte, en su tratamiento de la (in)voluntariedad de la acción en EN III 1 -3, Aristóteles logra mostrar cómo la esencial sicuacividad del obrar se anuncia, con particular nitidez, precisamente en aquellos contextos en los cuales tiene lugar una cierta disrupción de la praxis, en virtud de impedimentos que le sobrevienen, por así decir, "desde fuera", esto es, desde el entorno mismo en el cual la praxis debe realizarse, desplegando y preservando la peculiar unidad de sentido que la constituye, en cada caso, como cal. Un aspecto central, aunque no siempre debidamente considerado, de dicho tratamiento viene dado por su pecu­ liar orientación metódica. Aristóteles no intenta proveer, como punto de partida del trata­ miento, una caracterización positiva de la acción voluntaria, sino que aborda el problema de un modo que se asemeja, más bien, al que caracteriza al procedimiento j urídico, en la medida en que pone en el centro de la atención los casos de excepción en los cuales la supo­ sición prima facie de la responsabilidad del agente por sus propias acciones ya no resulca, como cal, aplicable, al menos, no de la misma manera que en los casos habituales. Y ello, con el objetivo de determinar las condiciones generales bajo las cuales la acción j ustamen­ te ya no puede ser considerada como voluntaria, en la medida en que no refleja adecuada­ mente los deseos y las intenciones del agente de praxis. Como se sabe, Aristóteles identifi­ ca, básicamente, dos factores que dan cuenca de la involuntariedad de la acción, a saber: por un lado, la compulsión exterior (bía) (cf III 1 ) y, por otro, la ignorancia (ágnoia) relativa a circunstancias relevantes de la situación particular de acción (cf III 2). No resulta posible considerar aquí en detalle la compleja posición que Aristóteles elabora en el texto23. A los fines que ahora interesan, baste con señalar que el tratamien­ to de ambos factores permite iluminar, desde diferentes perspectivas, la compleja y es­ trecha relación que vincula la estructura teológica y la estructura situativa de la acción. Por una parte, Aristóteles enfatiza el hecho, documentado ya en la experiencia inmedia­ ta del mundo de la praxis y elaborado en sus consecuencias más aleccionadoras en la tra­ dición de la poesía trágica, de que la ignorancia de determinadas marcas de la situación particular en la que el agente actúa, por insignificantes que dichas marcas puedan pa­ recer a primera visea, puede conducir, a través de entramados causales subyacentes, a re­ sulcados que no sólo no estaban contenidos en las intenciones del agente, sino que, inclu­ so, pueden oponerse diametralmente a ellas. Así, alguien puede producir un grave daño al intentar mostrar cómo funciona una máquina, por ejemplo una catapulta, o bien pue­ de tomar por un enemigo a una persona amada, por caso a un hijo, y herirla de muer­ te, o bien puede atribuir falsamente propiedades de cierto tipo, por ejemplo curativas, a un determinado objeto, por ejemplo, una piedra, etc. (cf I I I 2, 1 l l l a8- 1 5 ; véase tam­ bién EE I I 9 , 1 225b3-5). El error, que puede llevar a producir graves daños objetivos no queridos por el agente, puede concernir en estos casos, prácticamente, a todas las mar­ cas particulares de una situación de acción determinada, tales como las personas involu­ cradas en la acción, su objeto, las condiciones de su realización, los instrumentos emplea-

72

Praxis como modo de ser del hombre

dos, la modalidad de la acción y su resultado efectivo (cf ENIII 2, l l l l a3-6)24. Es jus­ tamente la discrepancia entre el resulcado efectivo de una determinada acción y los fines que el agente se proponía alcanzar a través de ella lo que más propiamente caracteriza no sólo a las acciones involuntarias por ignorancia, sino también, de modo más general, a las acciones que producen resulcados azarosos. A juicio de Aristóteles, ambos cipos de acciones presentan claras correspondencias estructurales, con independencia del hecho de que los resultados producidos por azar no necesariamente representan daños objeti­ vos, sino que pueden ser también beneficiosos y deseables en sí mismos, como ocurre en los casos en los que se dice haber tenido "buena suerte" al hacer cal o cual cosa25. Por otra parce, y aquí reside el segundo aspecto a enfatizar en la concepción aristo­ télica de la (in)voluntariedad, la mera constatación de la posibilidad de discrepancia entre fines y resulcados efectivos de la acción no basca aún para dar cuenca cabalmente del ci­ po de vinculación que mantienen la estructura teológica y la estructura sicuativa de la acción. En efecto, como Aristóteles pone de relieve en el tratamiento de las acciones for­ z.osas realizadas bajo compulsión exterior, la esencial situatividad del obrar se anuncia rambién en la propia determinación de los fines y los cursos de acción a seguir, con vis­ eas a las situación particular de acción con la que el agente se ve, en cada caso, fáctica­ mence confrontado. En casos extremos, que corresponden al cipo de las acciones forzo­ sas involuntarias, la dureza de las circunstancias exteriores puede ser de cal magnitud que no deje al agente ningún tipo de alcernacivas, al punto de que lo que el agente "hace" ya no pueda considerarse, en ningún aspecto, como expresión de sus propios deseos e inteniones, por cuanto ya no responde a decisiones o iniciativas de su parce, sino que se le impone forzosamente desde fuera, sin que el agente mismo -que, en rigor, es aquí, más bien, sujeto pasivo de lo que acontece- coopere en nada. Así ocurre, por ejemplo, cuan­ º una tempestad en alca mar produce un naufragio o bien en casos en los que alguien se encuentra en poder de secuestradores, etc. (cf. III l , 1 1 1 Oa l -4). En otros casos, que orresponden al cipo de lo Aristóteles llama "acciones mixtas" (mikta1 prdxeis), el agente efectivamente decide y escoge el curso de acción a tomar, pero el fin al que apunta inme­ ·acamence su acción (to télos tés prdxeos) ya no puede considerarse como reflejo directo e sus propósitos e iniciativas iniciales, sino que, como lo formula Aristóteles, está "en nformidad con la situación" (kata ton kairón) (cf. 1 1 1 Oa l 3 y s.). Así, por ejemplo, die carga un navío para arrojar la carga en medio de la travesía, pero, anee una sicua­ ' ón de peligro cierto de naufragio, cualquier capitán sensato optaría por arrojar la car­ por la borda, con el fin de preservar la vida de la tripulación ( cf 1 1 1 Oa8- l 1 ) . Que el está aquí "en conformidad con la situación" no quiere decir, por cierto, que las cir­ scancias concretas de la acción determinen el fin, en el sentido de hacer aparecer coo fin algo que no formara ya de antemano parte de los objetivos y expectativas del ""f>ence, en este caso concreto, la conservación de la vida, la propia y la de personas cer­ canas. Más bien, Aristóteles apunta al hecho de que no infrecuencemence las circunscan­ concretas de la acción obligan, sobre la marcha, a una más o menos profunda re­ rmulación de la fijación de prioridades de corco plazo, de modo cal que aquello que dicho contexto de acción se daba, en principio, por garantizado, y quedaba así rele-

73

Filosofía de la acción

gado al trasfondo, se transforma, en virtud del cambio de las circunstancias, en el obje­ tivo inmediato que concentra todo el interés, precisamente, porque su logro aparece aho­ ra fuertemente amenazado por las nuevas circunstancias (cf Vigo, 1 996: 1 1 0- 1 1 2) . Aunque se centra e n casos más bien excepcionales que dan cuenta, de diversos mo­ dos, de la incapacidad o el fracaso de parte del agente, a la hora de intentar traducir en concreto sus propios deseos e intenciones, el tratamiento aristotélico de las acciones in­ voluntarias pone al descubierto presuposiciones estructurales de toda genuina praxis, que operan, como tales, también allí donde la acción logra realizar en concreto la articulación unitaria de sentido que la constituye, y conserva, por tanto, el estatuto de la genuina praxis. Esto último no ocurre, en cambio, cuando la voluntariedad de la acción queda, como tal, decisivamente afectada por la interferencia de factores extrínsecos a dicha articulación unitaria de sentido, que escapan al control consciente del propio agente de praxis. Con­ siderado en atención a su propia estructura interna, esto es, desde el punto de vista de la relación que mantiene la praxis con su propio sustrato kinético y con su propia materia­ lidad, el fracaso de la praxis no puede ser descrito adecuadamente en términos del simple truncamiento de un proceso que no alcanza su término propio o bien que conduce, de modo puramente accidental, a un término diferente. Si lo propio de toda genuina praxis es la elevación de su propio sustrato kinético y su propia materialidad al plano del sen­ tido constitutivo de la praxis misma, podrá decirse entonces que el fracaso de la praxis consistirá, de uno u otro modo, en el desacoplamiento de la materialidad de la acción res­ pecto de la articulación unitaria de sentido que la constituye, y que debería adquirir expre­ sión y realización precisamente a través de dicha materialidad. En virtud de tal desaco­ plamiento, la materialidad emerge, por así decir, de la latencia en la que se retrae habitualmente, allí donde canaliza sin obstáculo las intenciones del agente, y se anuncia así en su carácter de hecho bruto, que pone de manifiesto un núcleo irreductible de indo­ cilidad, efectiva o meramente potencial, frente a toda mediación de sentido. Bajo tales condiciones, el sentido constitutivo de la praxis no adquiere él mismo el carácter de ina­ cabamiento propio de los procesos que no logran vehiculizarlo, pero queda desligado de la materialidad a través de la cual buscaba realizarse en concreto y, con ello, truncado en la posibilidad de expresarse exteriormente. La articulación interna de la praxis se disuelve, así, en una dualidad de elementos que, vistos desde el interior de la propia praxis, poseen un estatuto puramente residual, a saber: por un lado, una materialidad despojada de propósito, que aparece vinculada con el agente de un modo puramente exterior, a tra­ vés de nexos causales no elevados ellos mismos al plano del sentido; por otro, un sentido que no logra expresarse ni realizarse en concreto, y que queda entonces replegado sobre sí mismo y confinado al ámbito de los propósitos no consumados26.

Conclusión

A diferencia de lo que ocurre con no pocas de las concepciones contemporáneas, en su intento por acceder a la estructura de la acción Aristóteles no se orienta primariamente

74

Praxis como modo de ser del hombre

a partir de los aspectos que dan cuenta de las condiciones exteriores de su realización. Como se vio, son, más bien, los aspectos vinculados con la articulación unitaria de sen­ tido constitutiva de la acción los que proveen el punto de partida de la concepción aris­ totélica. Por lo mismo, y contra lo que suele dar por sentado un grupo importante de intérpretes actuales de su pensamiento, Aristóteles no aborda el ámbito de la genuina praxis partiendo del ámbito de la kínesis. Ahora bien, esta peculiar orientación metódica no impide que Aristóteles logre echar considerable luz sobre la relación que la propia praxis mantiene con su sustrato kinético y, de modo más general, con su propia materialidad. Por el contrario, puede decirse incluso que es justamente el punto de partida en la consideración de la acción como una cierta uni­ dad de sentido lo que le permite poner más nítidamente de relieve el peculiar papel que cumplen los aspectos vinculados con la materialidad de la acción y con sus condiciones exte­ riores de realización. Y, de hecho, entre todos los pensadores de la Grecia clásica, Aristóte­ les debe contar, sin duda alguna, como aquel que más sensibilidad ha puesto de manifiesto a la hora de dar cuenta de la dimensión de irreductible facticidad del obrar humano, vincu­ lada con lo que he denominado la estructura situativa de la acción. La praxis constituye, para Aristóteles, el modo específicamente humano de acceder al ámbito de la variabilidad y la contingencia. Se trata de un modo de acceso que no se limita meramente a constatar lo que se muestra en dicho ámbito, sino que ve en él el es­ pacio de j uego y la ocasión para la realización de configuraciones de sentido. Pero, para decirlo de un modo que evoca la famosa formulación de Hegel -que también en este punto, como en tantos otros, se revela como genuino seguidor de Aristóteles-, la praxis misma sólo puede aspirar a realizar en concreto el sentido que la sustenta extrañándose de sí misma y entregándose a poderes exteriores, que nunca dejan de amenazarla en su propia integridad27.

Bibliografía ig/as

y abreviaturas de las obras de Aristóteles citadas

!11

De anima De cae/o Ética a Eudemo Ética a Nicómaco Física De generatione animalium De motu animalium Metaftsica De partibus animalium Política Retórica Refutaciones sofisticas

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77

Filosofía de la acción Notas 1

Para una presencación del origen y desarrollo del movimiento de rehabilitación de la filosofía prácti­ ca así como de las principales tesis programáticas del así llamado "neo-aristotelismo", véase Volpi, 1 980 y 1 999. Como ejemplo de la concinuidad de la filosofía práctica aristotélica en el pensamienco italia­ no, también en conexión con la pervivencia de l a tradición tomista y la vigorosa corriente de incer­ pretación especializada vinculada originalmence con ella, aunque dorada de una marcada oriencación hacia el debate filosófico concemporáneo, hay que mencionar la obra del profesor E. Berti, autor, entre muchos otros escritos dedicados a temas del área, de una excelence exposición sincética de la proble­ mática de la filosofía práctica (véase Berti, 2004). Esta presentación puede concar, a la vez, como un testimonio de la productividad que, desde el punco de vista histórico y sisremárico, pueden poseer aún los enfoques de inspiración aristotélica. Para un incenro de conjunco de recuperación de la concep­ ción aristotélica de la filosofía práctica, desde la perspectiva de la problemática de las ciencias sociales y la teoría política, tal como éstas se presentaban a fines de los años sesenta en Alemania, véase la in­

2

justamente poco considerada monografía de H. Schweizer sobre la así llamada "lógica de la praxis" (Schweizer, 1 97 1 ) . Siguiendo a Aristóteles, Schweizer idencifica en la desfiguradora interpretación téc­ nica de la praxis el origen del irreconciliable divorcio posterior y todavía imperante entre los ámbitos de la teoría y la praxis. Para una evaluación de la actualidad de Aristóteles en los diferentes ámbiros del pensamiento filosófico y científico, véase la colección de ensayos contenida en Buchheim-Flashar-King, 2003. Véase, en conexión con el problema aquí aludido, el diagnóstico de Narali, 2004: 1 33 - 1 37 acerca de las deficiencias que poseerían, a l a hora de dar cuenta de la concepción aristotélica, canto el enfoque elemen­ rarizante de la acción, dominante en la tradición analítica, como el enfoque propio de muchas de las con­ cepciones de origen continenral, que se caracterizarían por partir de acciones emblemáticas y logradas, y no elemencales. Por su parte, el propio Narali -con cuya posición la desarrollada aquí y en mi mono­ grafía de 1 996 tiene importantes punros de contacto- enfatiza el hecho de que la aproximación de Aris­ tóteles a la noción de acción, a diferencia de la que caracteriza a la filosofía contemporánea, no está regi­ da centralmenre por el objetivo de establecer diferencias entre la acción humana y el movimiento físico, pero tampoco por el de prescribir un modelo de acción ejemplar que valga como criterio universal de evaluación (cf. Natali, 2004: 1 37). Aunque coincido, en lo fundamental, con este diagnóstico, pienso que el punto central a tener en cuenta no está C"'1tenido en la alternativa presentada por Narali, y se re­ fiere, más bien, al problema metódico que plantea una determinada aproximación al ámbito del obrar humano como cal, según dicha aproximación posea un carácter elementarizante y analítico o, más bien, holísrico y fenomenológico. Y en este preciso respecro, la posición de Narali no parece estar libre de cier­ ra ambigüedad, pues aparece formulada de un modo que podría dar a entender que las mencionadas

características constituyen, en alguna medida, deficiencias de la concepción aristotélica, frente a los enfo­ ques contemporáneos. Sin embargo, el problema específico referido a si se debe o no proceder en este terreno a partir de una comparación de acciones humanas y movimientos naturales es, como cal, un pro­ blema de carácter metódico, cuya resolución, por sí o por no, tiene consecuencias decisivas para el dise­ no general de la teoría que en cada caso se busca desarrollar. Por otra parte, Natali señala acertadamen­ te que, para Aristóteles, el problema de la acción no constituye un asunto independiente, sino que queda

4

enmarcardo, desde el comienzo, en el problema más amplio referido a la búsqueda del bien humano y la felicidad (cf. Natali, 2004: 1 37). Con esto, Narali se aproxima, de hecho, al punco de partida metó­ dico que da lugar al tipo de interpretación que pretendo desarrollar aquí. El alemán parece ser aquí, hasta cierto punto, una excepción . En efecto, mientras que términos como el inglés ''action': el francés "action" y el italiano ''azione" se emplean, al menos, con canta extensión como el término castellano 'acción', en la medida en que pueden ser aplicados en contextos que aluden a pro­ cesos de carácter puramente mecánico, en alemán se reserva el término "Handlung''. fundamentalmente, para el ámbito del obrar humano, y se emplean, en cambio, otros términos, tales como, por ejemplo, "Wirkung''. allí donde se pretende hacer referencia a la producción meramente mecánica de determi­ nados efectos. Así, por caso, respecto de cosas cales como el agua, el fuego o un medicamento, se puede

Praxis como modo de ser del hombre hablar de una determinada

Wírkung,

pero no de

Handlung, justamente en

contextos en los cuales noso­

tros hablaríamos de la "acción" del agua o del fuego, del medicamento, etc., etc. Véase LSJ s.

v.

prásso esp.

!: "pass chrough" , "pass over", y

Ill:

"achieve", "effecr", "accomplish". La idea cen­

tral en el significado originario parece ser la de atravesar de punta a punta, por completo, una cierra exten­ sión. De ahí, una doble familia de significados derivados, a saber: los que enfatizan el aspecto del "pasar por" o "a través de" algo (cf

II:

acabamiento y logro (cf

"experience certain fortunes", "fare well or ill"), y los que enfatizan el aspecto de

III). Todo esro parece concordar bien con

lo que indicaría la etimología general­

mente aceptada, que vincula el verbo prattein con la raíz per-lprii-, de la que derivan también peíro ("reco­ rrer", "atravesar") y peiráo ("emprender", "intentar", "procurar") . Véase Chantraine En

EE II

nesis).

III s.

v.

prásso.

3, 1 220b26 y s. Aristóteles menciona a la praxis como un caso de movimiento procesual (kí­

Pero, como el contexto muestra claramente, la analogía vale sólo con referencia a la continuidad

y la duración el tiempo (cf. b26:

he kínesis... synechés), como rasgo común canco de los procesos natura­ modo puramente exterior, desde

les, como de las acciones humanas, allí donde éstas son consideradas de

la perspectiva nivelada correspondiente a la tercera persona: cal como los meros procesos, las acciones son dacables y pueden ser medidas en su duración. Pero cuando se las considera exclusivamente desde dicha perspectiva y con arreglo sólo a cales aspectos, se accede a las acciones de un modo cendencialmence reduccivo y nivelador, que no hace justicia a la especificidad de su estructura interna. Atendiendo a su peculiar estructura interna, Aristóteles suele considerar a la praxis, más bien, como un caso de "acto" o "actividad"

(enérgeia),

que, como cal, está completo en cada instante, y no como un caso de movimien­

ro procesual, que mientras dura es esencialmente inacabado (cf.

Met. IX 6,

1 048bl 8-28; para la impor­

tante distinción aristotélica entre enérgeia y kínesis y sus consecuencias sistemáticas, véase Ackrill, 1 965; Liske, 1 99 1 ; Nacali, 2004: 3 1 -52). Sobre algunas de las razones que subyacen a esca consideración de la

praxis como un

cierto cipo de enérgeia vuelvo más abajo. Tampoco el pasaje de EE II 6,

el cual se afirma que el hombre es un principio de movimiento

(arche kinéseos),

l 222b28 y s., en (praxis)

por ser la acción

un movimiento (kínesis}, provee un genuino testimonio en favor de la posibilidad de acceder a l a espe­ cificidad de la praxis a partir de la comparación con el movimiento natural. En efecto, la referencia a la posibilidad de considerar a la praxis como una kínesis no tiene orro alcance que el de enfatizar de qué modo también en el caso del obrar humano, y a pesar de su variabilidad, el origen de las acciones pue­ de explicarse en términos causales, aun cuando el principio que explica aquí la producción de la acción no sea él mismo inmutable. Por lo demás, muy poco anees de las líneas citadas Aristóteles enfatiza que, entre los vivientes, sólo el hombre es agente de praxis, ya que de ninguna otra cosa podríamos decir que

actúa (prattein) (cf.

1 222b l 8- 2 1 ) .

Véase, e n este sentido, los diferentes significados del término phjsis que Aristóteles considera y carac­ teriza en Met. V 4 y en Fís. I I 1 , y que corresponden codos ellos a diferentes especies del significado sin­ gular-distributivo del término. El significado colectivo, ausente en la tematización expresa de la noción de naturaleza, aparece, en cambio, en contextos menos vinculantes desde el punto de visea sistemático, especialmente, en sentencias de corte cuasi-aforístico referidas al universo en su conjunto (cf p. ej. Met. III 3, 1 005a33; l 6, 987b2; Poi. II 8, l 267b28) o a determinadas características que parecerían corres­

ponderle, en particular, la de representar un orden que excluye lo que es en vano (cf. DC II 8, 290a3 l ; DA IlI 9 , 432b2 l ; y también D C 1 4 , 27 1 a33, donde se dice que "la naturaleza y l a divinidad" no hacen

nada en vano) , o bien que despierta la impresión de constituir la obra de un artífice inteligente (cf. PA 11 9, 654b3 I ; CA 1 23, 73 l a24; 11 6, 743b23). Para las principales razones que explican el hecho de que

sea el significado singular-discribucivo el que orienta el empleo técnico de la noción de naturaleza por parte de Aristóteles, remito a la breve discusión en Vigo ( 1 994) p. 44 y ss. Si lo dicho hasta aquí es correcto, se adviene de inmediato que la decisión de Charles de buscar el pun- ';;)

ro de partida para la reconstrucción de la concepción aristotélica de la acción en la noción de lo que él ¿¡ mismo denomina "acros (o acciones) básicos" (basic acts, basic actions} -por oposición a los actos (accio- ,"'; nes) no básicos, que están dirigidos a fines u objetivos, y de los cuales los primeros serían los compo•'

nemes elementales {cf Charles, 1 984: 62 y ss.)- está muy lejos de ser indiscutible, y no resulca simple­ mente obvia o inocua, desde el punto de visea de la orientación metódica que prescribe implícitamente.

Lo que Charles temaciza bajo la noción de "acto básico" es lo que, de un modo menos comprometido y, lílSi'ifL,�O r1 ·: .. , :: ···:- t. r.¡¡V �Óf;CSS .

79

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Filosofía de la acción a mi juicio, bastante más preciso, podría denominarse el

sustrato kinético o procesual de las genuinas ac­

ciones, allí donde éstas son consideradas en atención al aspecto de expresión y exteriorización que habitual­ mente comportan, y en la medida en que involucran el movimiento de los miembros o el cuerpo del agente. Pero como el propio Charles señala, dada la distinción que Aristóteles asume entre praxis y kíne­

sis, ningún "acto básico" de este tipo puede ser una genuina praxis, ni tampoco una genuina praxis pue­ de ser un "acco básico", aun cuando sean ambos realizados por el mismo agente, ocurran al mismo tiem­ po y puedan ser considerados, al modo de Davidson, como la "misma" acción bajo diferentes descripciones (cf. Charles, 1 984: 65). Más allá de la gran cantidad de elementos altamente valiosos que contiene el tra­ tamiento de Charles, lo que habría que preguntarse aquí es por qué se debería escoger partir metódica­ mente de cales "acros básicos", para dar cuenta de la estructura de la genuina praxis, y en qué sentido se los ha de considerar "básicos", cuando todo hace pensar, más bien, que constituyen meramente el sopor­ te kinético o procesual para la realización y la exteriorización de las genuinas acciones. Esta dimensión de "materialidad", por así decir, de la acción es justamente la que nunca se anuncia como tal, allí donde

la acción logra su cometido y alcanza así su propia realización. Y ya he sostenido más arriba que Aris­ tóteles carece de una noción genérica de acción que permita cubrir las acciones humanas y los movimien­ tos de los animales, para no hablar de los procesos de carácter puramente mecánico. 9

Un ejemplo representativo del uso de la noción de proaíresis con referencia a la opción por un determi­ nado modo de vida viene dado por la caracterización del incontinente (akratés). al cual Aristóteles con­ sidera como "malo a medias" (hemipóneros), y no como perverso o vicioso, por ser buena (epieikés) su

proaíresis (cf. r.N V I I 1 1 , l l 52al 5 - 1 8) , y ello a pesar de que sus acciones particulares coincidan habi­ tualmente con las del intemperante (akólastos). Este último vive según su propia proaíresis, pero ha op­ tado por un modo de vida fundamentalmente errado, desde el punto de vista moral. En cambio, el incontinente no logra traducir en concrero sus propias convicciones y traiciona, por así decir, su propia representación de la vida buena en la situación particular de acción. Por ello, Aristóteles señala que el incontinente vive y actúa en contra de las convincciones racionales que se corresponden con su propia proaíresis (cf. VII 9, 1 1 5 1 a 1 9-3 1 ; véase también VII 6, 1 l 48a 1 3- 1 7), lo cual no impide, por cierto, que sus acciones particulares deban ser consideradas ser voluntarias e imputables (cf. VII 1 1 , l l 52al 5 y s.). En el caso de la incontinencia se trata, como es sabido, de un caso paradigmático del tipo de fenómenos conocidos actualmente como fenómenos de irracionalidad interna. Con codo, el hecho de que el prin­ cipio racional de acción, vinculado con la opción racional por un modo de vida correcto, aunque no posea la debida eficacia motivacional, quede, sin embargo, preservado como cal, en el caso del inconti­ nente, hace que éste deba ser considerado como moralmente mejor que el intemperante (cf. VII 9, 1 1 5 1 a24 y ss.) (para una discusión más amplia de esta caracterización del incontinente, en contraste con el caso del intemperante, véase Vigo, 1 999: 35 1 -357). En otros contextos diferentes se encuentran emple­ os igualmente interesantes e instructivos de la noción de proaíresis, en el sentido estricto que remite a la opción por un determinado modo de vida. Un caso especialmente señalado viene dado por los pasajes en los que Aristóteles contrasta la actitud propia del filósofo, por un lado, y la propia del dialéctico y el sofista, por el otro, por referencia a una diferencia que, en lo esencial, concierne no tanro a los ins­ trumentos conceptuales o argumentativos de que se echa mano en cada caso, cuanto, más bien, a la elec­ ción de un determinado modo de vida (proaíresis tolÍ bíou) (cf. Met. VI 2, 1 004b22-26; véase también Ret. l l . 1 3 5 5b l 5-2 1 ; RS l 2, l 72bl l : he sophistikeproaíresis). 11 1

Aristóteles aborda específicamente el problema de la producción del movimiento animal y la acción humana tanto en MA (cf. 6-7) como en DA (cf. I I I 9- 1 3) . Tal como lo pone de manifiesto la estructu­ ra formal del silogismo práctico, el facror desiderativo interviniente en la producción del movimiento (animal) o la acción (humana) apunta a su objetivo o fin, mientras que el factor cognitivo opera la de­ terminación de los medios necesarios para alcanzar el fin deseado. El factor desiderativo queda docu­ mentado en la premisa mayor, llamada también "premisa del bien". por contener una referencia al fin o bien perseguido; el factor cognitivo en la premisa menor, llamada también "premisa de lo posible", por remitir a los medios que el sujeto del movimiento o acción puede arbitrar para asegurarse la consecución de tal fin (cf. 7. 70 1 a23-25). Un sencillo ejemplo ofrecido por Aristóteles basta para ilusrrar el punto:

1)

premisa mayor: "deseo beber"; 2 ) premisa menor: "esro es bebida"; 3 ) conclusión: movimiento (animal)

80

Praxis como modo de ser del hombre o acción (humana) de beber (cf. 7, 70 l a32-33). Para una excelente discusión de conjunto de la concep­ ción aristotélica del silogismo práctico, véase Nussbaum, 1 978: 1 84-2 1 0 . Nussbaum enfatiza acerta­ damente que el silogismo práctico no aparece en Aristóteles como un instrumento destinado específica­ mente a hacer posible la derivación de acciones correctas a partir de principios generales de acción dados de antemano, sino, más bien, como un esquema formal para la explicación teleológica del movimiento animal y la acción humana. 1 1 Para este aspecto y su papel central en la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, véase Vigo, 1 996: 249-28 5 . El aspecto de referencia anticipativa al propio horizonte de futuro y a una cierta repre­ sentación global de la propia vida, que resulta esencial para la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, no siempre ha sido reconocido en su genuino alcance por los intérpretes. Véase, sin embargo, Irwin, 1 988: 338-339; Sherman, 1 989: 72-75; Reeve, 1 992: 9 1 -94. Desde luego, el énfasis sobre la apertura al horizonte futuro de las propias posibilidades y sobre el papel que desempeña la referencia a una cierta representanción global de la propia vida no queda restringido al tratamiento de la proaíresis, simado como tal en el plano correspondiente a la teoría de la acción, sino que juega un papel importante también dentro del modelo teórico que Aristóteles elabora en el ámbito de la ética normativa y la teoría política. En efecto, en la concepción aristotélica no sólo la prudencia (phrónesis), en tanto referida al obje­ tivo de la vida buena en general (pros to eil zen hólos) (cf. EN VI 5, l 1 40a25-28), y de capacidades estre­ chamente asociadas a ella, tales como la buena deliberación o el buen consejo (euboulía) (cf. VI 1 0 , l 1 42b3 1 -33), sino también instituciones tales como la casa (oikía) (cf. Poi. I 2, 1 252b 1 2- 1 4), el matrimo­ nio (cf. EN VIII 1 4 , 1 1 62 a l 9-22) y el propio Estado (cf. VIII 1 1 , l 1 60a2 1 -33) quedan caracterizadas en su función específica no por referencia al beneficio inmediato o a determinados bienes particulares, sino, más bien, por referencia al buen logro de la vida, como un codo. 11 Esto vale incluso allí -y peculiarmente allí- donde, con ocasión de la situación particular de acción, el agente de praxis justamente no logra traducir adecuadamente en concreto su propia representación acer­ ca de lo que sería para él mismo una vida buena o mejor, de modo tal que no logra hacer justicia a su propia comprensión de sí mismo. Esto ocurre del modo más nítido en el caso de los fenómenos de irra­ cionalidad interna, en particular en el caso de la acción incontinenre. Como es sabido, en el libro VII de NE Aristóteles dedica un extenso y detallado tratamiento al fenómeno de la incontinencia (akrasía), des­ tinado, entre otras cosas, a mostrar de qué modo es posible que el agente de praxis obre de modo volun­ tario o intencional en conrra de sus propias creencias acerca de lo que sería mejor para él mismo, algo que Sócrates había descartado, sin más, como imposible. La peculiar apertura al horizonte del futuro y la referencia a una representación global de la propia vida, como una cierta unidad de sentido, lejos de quedar, sin más, desactivadas en el caso del agenre que obra de modo inconrinente, anuncian, más allá de la situación particular de acción, su persistente operatividad y vigencia, en la perspectiva retrospecti­ va, a través de los fenómenos del arrepentimiento y el quedar en deuda ame sí mismo, que Aristóteles considera esenciales para caracterizar la disposición interior del incontinente (cf. VII 9, l 1 50b29-3 1 ) , por oposición a l intemperante, que, j ustamente por n o sentir ya arrepentimiento alguno, resulta incu­ rable (cf. VII 8, l l 50a 1 9-22). Desde el punto de vista de su peculiar estructura temporal, la inconti­ nencia puede caracterizarse, pues, como una suene de transitoria "caída en el presente", que, como tal, sólo resulta posible para aquel que, como el agente de praxis, se elevado siempre ya más allá de coda situa­ ción particular de acción, en dirección de un horizonte futuro de fines de mediano y largo plazo, a tra­ vés de la referencia a una representación global de la propia vida, como una cierta unidad de sentido. Para un desarrollo más amplio de la conexión que Aristóteles establece enrre el fenómeno de la inconri­ nencia y la estructura temporal de la racionalidad práctica, véase Vigo, 1 999: 34 7 y ss. Como es sabido, en EN l 6 Aristóteles desarrolla un argumento que busca determinar el contenido nuclear de la vida feliz por referencia a la función (érgon) propia del hombre (cf. l 097b24- 1 098al 8). Tal fun­ ción correspondería a aquellas actividades que dan expresión a las facultades racionales que sólo el hom­ bre posee (cf. l 097b34- 1 098a4). La función propia del hombre debe consistir, por tanto, en una activi­ dad (enérgeia) del alma en conformidad con la intervención de la facultad racional o, al menos, no sin dicha intervención (cf. 1 098a7-8). Con codo, la identificación de un género específico de actividad que resulta exclusivo del hombre no basta todavía para alcanzar el objetivo final del argumento, que consiste

8I

Filosofía de la acción en la decerminación del concenido macerial de la felicidad, por la sencilla razón de que la noción de felicidad no es coexcensiva con la de accividad propia y específicamence humana, sino que alude, más bien, al ejercicio pleno de dicha accividad, es decir, a la vida humana plena o lograda. Como ha enfacizado acercadamence A. Gómez Lobo, esce aspecco no siempre ha sido considerado en coda su imporcancia por los incérpreces, pero resulca esencial a los fines del argumenco, porque explica la necesidad de incluir una referencia a la vircud o excelencia (areté), allí donde se erara de dar cuenca de la conexión exiscence encre la función específica del hombre y la felicidad, concebida como una vida plena o lograda para el hom­ bre (cf. Gómez Lobo, 1 99 1 : 24, 28 s.; véase cambién Vigo, 1 996: 378 y s.). En cal sencido, Ariscóceles explica que respecco de una accividad genéricamence idéncica la posesión de la vircud da cuenca de la di­ ferencia cualicariva que hace que digamos que dicha actividad esrá bien ejecutada y que el que la realiza es un buen ejecurance. Así, por ejemplo, la diferencia encre un simple guirarrisra y un buen o excelence guitarrista no concierne al tipo de actividad realizada, sino, más bien, al modo en que se realiza una y la misma accividad: es la diferencia encre la simple ejecución y la ejecución lograda o excelence de la accivi­

dad propia de quien roca la guitarra (cf. EN 1 6, 1 098a8- l 2). Si esco es así, el concenido nuclear de la represencación de la vida feliz para el hombre debe buscarse no meramence en las accividades facilicadas por las facultades racionales, sino, más bien, en el ejercicio pleno o virtuoso de dichas actividades. Por ello, Aristóteles concluye que el bien propiamence humano (to anthrópinon agathón) consisce en una accividad del alma racional según su vircud propia, y, de haber varias virtudes vinculadas con el ejercicio de las fa­ cultades racionales, enconces según la mejor y la más perfecta de ellas (cf. 1 098a l 6- 1 8}. Y ello, agrega

14

Arisróreles, a lo largo de coda una vida, es decir, de un modo regular y reiterado, y no como algo excep­ cional o esporádico, pues una golondrina no hace verano. La felicidad es, pues, un cieno modo de vida, y no un mero aconcecimienco aislado o una experiencia puncual irrepetible (cf. 1 098al 8-20}. No resulta necesario enfatizar que la noción de "bien" riene aquí un alcance puramence formal-funcio­ nal que no prejuzga todavía sobre la distinción encre el bien real y el bien aparence (to phainórnenon a­ gathón) (para el cratamienco ariscotélico de esta distinción, véase esp. EN III 6). Como lo había hecho ya Platón, Aristóteles asume, con la modificaciones del caso, la tesis de origen socrático según la cual lo que se escoge en cada caso como objetivo o fin de una acción, debe ser considerado como bueno o pre­ ferible (sub specie boni), al menos, al momenco de escogerlo y en el mismo respecco en el que se lo esco­ ge, lo cual no excluye, por cieno, la posiblidad de error de parce del agence, en el juicio evaluativo que subyace a su elección. Dado que se orienca a parcir de una noción meramence formal-funcional del bien, que cubre canco el ámbico del bien real como el del bien aparente, el principio que establece que coda acción y coda decisión deliberada apunta a un determinado "bien" se sirúa, como ral, en el plano corres­ pondience a la ceoría de la acción, y no en el correspondience a la ética normativa. Su verdadero alcance se comprende cuando se aciende al hecho, puesco de relieve también por aucores contemporáneos como Oonald Oavidson, de que rrarar de explicar las acciones de un agence, también desde la perspectiva exter­ na propia de la tercera persona, implica siempre, al menos, en un primer momenco, intencar racionali­ zarlas incernamente, es decir, intencar comprenderlas como acciones que se derivan de las creencias y las preferencias del agente, resultan consiscentes con ellas, y las expresan en concreco. É sta es j ustamence la razón por la cual los fenómenos de irracionalidad incerna, cales como la acción inconcinence, plantean un peculiar desafío explicativo para la reoría de la acción y la racionalidad práctica (cf. Oavidson, 1 982: 169 y s.; 1 98 5 : 1 90). Así lo advirció ya el propio Sócraces, que declaró imposible la inconcinencia, pre­ cisamente, para evirar la paradoja que implica rener que acribuir al agente de praxis acciones interna­ mente irracionales que poseen, a la vez, carácter intencional o voluntario.

15 Para la distinción encre enérgeia y kínesis y su aplicación al caso de las acciones, véase arriba noca 6. 1 6 AJ vincularla con la noción de kínesis, conviene apelar aquí al significado relativamence anlplio de la no­ ción de poíesis que permite aplicarla canco a aquellas acciones productivas cuyo resultado exterior es, por así decir, un nuevo "objeco" (p. ej. un arcefacco}, como también a aquellas ocras que apuncan a la pro­ ducción de determinados "estados" o "disposiciones" en cosas u objecos dados de ancemano. Un ejem­ plo del primer cipo es la actividad del esculror o la del constructor, que proveen ejemplos de acción producciva a los que Aristóteles apela en un sinnúmero de pasajes, mientras que el segundo tipo de caso corresponde, por ejemplo, a la acción del médico, entre otros (cf. p. ej. Met. VII 7, 1 032b2 - 1 0 y VII 8,

Praxis como modo de ser del hombre 1 032b 1 5-29, donde la curación producida por la acción del médico es cracada como un caso de poíesis, en pie de igualdad con el caso de la conscrucción de una casa, etc.) . Por cierto, esca ampliación, por así decir, del significado del término poíesis implica asumir también una ampliación correspondiente en el significado del término érgon, si ha de mantenerse esca denominación para aquello que constituye el correlaro intencional de todo tipo de acción productiva (véase, p. ej . , la mención de la salud como té/os

y como érgon de la acción del médico en EN I l , 1 094a8 y EE I I l , 1 2 1 9a l 5 y s., respectivamente). En este sentido amplio del término, poíesis alude a un cipo específico acción productiva que se diferencia del cipo de producción propio de la naturaleza (phjsis), porque se origina, en definitiva, a parcir de capaci­ dades específicamente humanas, como el pensamiento (didnoia) y la técnica (téchne) (cf. Met. VII 7, 1 032a25-27). Como es sabido, la récnica es cracada por Arisróreles j ustamente como aquella virtud inte­ lectual que garantiza la eficacia y la excelencia en el ámbito de la poíesis (cf. ENVI 4, l l 40a6- 10). Habría, por cierto, un sentido aún más amplio, y menos vinculante, de la noción de poíesis, que permire referir­ la, incluso más allá del ámbito de la acción humana, rambién al ámbito del movimiento animal y los procesos naturales, en correspondencia con determinados usos no demasiado específicos del verbo poiéo, en el sentido de "hacer", "producir" o bien "crear", que juega un papel importante en un famoso pasaje de Platón (cf. Simposio 205b), pero que no provee el punto de partida inmediato de la concepción aristotélica. ,- Diferentes defensas de la interpretación (predominantemente) aspectual de la distinción entre práxis y poíesis, se encuentran en Eberc, 1 976 y Charles, 1 986, cuya posición se resume en Vigo, 1 996: 206 n. 52. Véase también Charles, 1 984: 66 y ss. Las acciones puramente interiores que, como las propias de la contemplación teórica, no necesitan expresarse exteriormente a través de acciones de tipo productivo ocupan, sin duda, una parcela muy acocada, dentro del conjunto de las actividades humanas. Pero ello no impide que sean justamente ellas las que proveen el ejemplo oriencacivo básico para el modo en que Ariscóceles concibe el carácter de enérgeia que corresponde, de uno u oc ro modo, a coda genuina práxis. Y, de hecho, Aristóteles apela precisamente al caso de la actividad puramente contemplativa, cuando intenta representarse el cipo de vida que corresponde a la divinidad, y ello en la medida en que cal vida debe ser concebida como una enérgia absolutamente perfecta, de la que el hombre sólo participa de modo episódico (cf. Met. XII 7, 1 072b l 4-32) . Para una buena discusión del modo en que Aristóteles caracte­ riza la relación encre la actividad del hombre y la de Dios, véase Nacali, 2004: 77- 1 07 . Por ocra parce, hay que decir que coda acción productiva, correspondiente, como cal, a l género d e la poíesis, comporta siempre, y necesariamente, también un reverso práctico, en la medida en que, además de producir un determinado efecto sobre el correspondiente objeto exterior, revierte, además, sobre el propio sujeto de práxis, a cravés de su contribución al proceso de formación y consolidación de deter­ minadas disposiciones habituales o hábitos (héxeis). Para este aspecto, véase Vigo, 1 996: 206 noca 52. 1 � Para la advertencia aristotélica, de crucial importancia metódica, sobre el hecho de que la consideración de las acciones que lleva a cabo la filosofía práctica debe contentarse con cracar su objeto de un modo más bien cosco (pachyiós) y meramente esquemático (tjpo(i)), sin pretender el mismo cipo de exactitud (akríbeia) que puede y debe exigirse en otros ámbitos (p. ej. las matemáticas) donde la particularidad y variabilidad no cumplen el mismo papel conscirucivo, cf. EN I 1 , 1 094bl 1 -27; véase también II 2, l 1 04al­ l O . Con esto se conecta el hecho, cuya importancia ha sido reconocida por destacados intérpretes (cf. Aubenque, 1 986: 98; Wieland, 1 990: 1 28 y s.) , de que, al margen de identificar unos pocos tipos de acción y reacción emocional que no pueden contar como adecuados en ningún contexro de acción, como, p. ej . , el homicidio, el adulterio, el robo y la envidia (cf. II 6, 1 1 07a8 y ss.; EE II 3, 1 2 2 1 b 1 8-26), Aristóteles no considera posible identificar esquemas de acción cuya realización pueda considerarse como debida, recomendada o permitida en cualquier cipo de circunstancias. Para una discusión más amplia del importante problema metódico aquí señalizado, véase Vigo, 1 996: 76- 1 OO. Se podría objetar, tal vez, que lo dicho acerca de la laxitud de la relación entre el acto y su suscraro kinético no se aplica al caso de acti­ vidades elementales como las de comer o beber, por ejemplo, cuya realización efectiva parece quedar muy acorada en su rango de variabilidad, y que el hombre comparte incluso con los animales. Pero, en el ca­ so de los genuinos agentes de práxis, ni siquiera escas acciones elementales quedan excluidas de la in­ serción en un contexto más amplio de comprensión, que les concede una significación completamente

Filosofía de La acción nueva. La posibilidad de obrar sobre la base de una represencación global de la propia vida, característi­ ca de los genuinos agences de prlixis, hace que en cada concexro de acción, por elemencal y trivial que en principio pueda parecer, éstos no traten nunca meramence con cosas u objetos, sino, al mismo tiempo, siempre también consigo mismos, pues con cada acción ponen en j uego, de uno u otro modo, también su propio ser coral. Bajo cales condiciones, incluso actividades elemencales encaminadas a la satisfacción de necesidades virales inmediatas, como el compr v el beber, quedan elevadas al plano de la prlixis y, con ello, despojadas también de su carácter meramence natural. 2°

Como es sabido, Aristóteles piensa que las actividades no procesuales (enérgeiai) están, en cierro modo, acabadas en cada momento de su realización, j usramence porque no constituyen procesos que se dirijan como cales hacia fines exteriores a la propia actividad. Aristóteles ilustra el punco por medio del recurso al concrasre entre dos posibles modos de expresar la ocurrencia de una actividad, desde el punco de vis­ ea del aspecto verbal: la formulación infecriva (verbo en tiempo del inftctum) y la formulación perfecti­ va (verbo en tiempo del perftctum): en el caso de la actividad procesual la locución en inftctum excluye la locución en perftctum, miencras que en el caso de la actividad no-procesual la locución en inftctum implica la locución en perftctum. Así, por ejemplo, si de "X construye" no se sigue "X (ya) ha construido", de "X aprende" no se sigue "X (ya) ha aprendido" y de "X se sana (escá sanando)" no se sigue "X (ya) se ha sana­ do"; en cambio, de "X ve" se sigue "X ha visco", de "X piensa (incelige)" se sigue " X ha pensado ( i nceli­ gido)" y de "X vive bien (es feliz)" se sigue "X ha vivido bien (sido feliz)" (cf. Metaftsica IX 6, 1 048b2335). La primera serie de ejemplos corresponde a procesos de movimienco o cambio, en los cuales del inftctum nunca se sigue, sin más, el perftctum (cf. 1 048b3 l -33), mien cras que la segunda serie de ejemplos co­ rresponde a accividades esencialmence no procesuales, que, como cales, hacen posible dicha inferencia. Todo indica que Ariscóceles cree que los accos morales percenecen también al segundo cipo de accividad, y no es

casual que encre los ejemplos mencione cambién el caso de la accividad propia de la vida feliz. 2 1 Para discusiones de aspectos cencrales vinculados con la temática de la siruarividad del obrar en la ética arisrorélica, véase Harrmann, 1 944; Wieland, 1 990; Vigo, 1 996: 76- 1 6 1 . 2 2 A cal punco j uzga imporrance Aristóteles el aspecro de sujeción al ámbito de lo fácricamence posible que lo incorpora de modo expreso en la caracterización formal de la proaíresis como un "deseo deliberariva­ mente mediado de aquello que está en nuestro poder" (bouleutike 6rexis ton eph' hemin) (cf. EN I I I 5 , l l 1 3a l 0 y s . ; véase también V I 2, l 1 39a23; EE I I J O, 1 226b l 7) . 2 3 Discusiones d e conjunco, algunas de las cuales consideran con detalle también el tratamiento comple­ mentario de EE I I 7-8, se encuentran, encre otros, en Loening, 1 903: 1 03-245; Kenny, 1 979: 3-66; Broadie, 1 99 1 : 1 24- 1 78; y Sauvé Meyer, 1 993 y 2006. 24 Para una discusión más detallada de las marcas de la situación consideradas aquí por Aristóteles, véase Vigo, 1 996: 1 23 y ss. 2 5 Para el rratamienco aristotélico del azar o la fortuna (tjche), véase esp. Fís. II 4-6. A diferencia de lo que ocurre con las producciones espontáneas (to aut6maton), lo que Aristóteles denomina tjche, en el sen­ tido más preciso del término, constituye un cipo de causalidad accidencal que queda restringido al ám­ bito de la prlixis y, con ello, a los agences dorados de proaíresis, que son los únicos que pueden proponer­ se diferences cipos de objetivos y buscar diferences modos de realizarlos. En este sencido preciso del término, no puede hablarse de azar o forcuna con referencia a la naturaleza en general, y ni siquiera con referencia al comporramienco de los animales o los nifios, los cuales, como Aristóteles declara expresamence, no hacen nada por azar o forcuna (cf. Fís. II 6, l 97a6-8) . Para las conexiones estructurales encre las acciones involuntarias por ignorancia y las acciones que producen resultados azarosos, véase la discusión más amplia en Vigo, 1 996: 1 44- 1 57. 6 2 El aspecro aquí relevado podría explicar también la razón por la cual en su tratamiento de los fenómenos vinculados con la imputabilidad de las acciones Aristóteles no se orienca a parcir de la proaíresis y de su objeto correspondiente (to proairet6n), sino, más bien, a parcir de las nociones, menos exigences, de lo voluncario (to hekoúsion) y lo involuntario (to akoúsion). Si se tiene en cuenca que, como se sefialó ya, que Aristóteles no parre de casos que corresponden a fenómenos defectivos en los cuales la presuposi­ ción prima focie de voluncariedad ya no puede ser sostenida, resulta claro que la discusión se sitúa, des­ de el comienw, en el plano correspondiente a las condiciones de mínima que deben quedar satisfechas para

Praxis como modo de ser del hombre que se esté en presencia de algo que pueda canear todavía como una genuina acción, en contextos panicu­ lares en los cuales queda fuera de discusión que el agente no ha logrado realizar en concreto sus propósitos de un modo que refleje plenamente lo que él mismo pretendía. Por lo mismo, el aspecto correspondienre a la inserción de la acción panicular en el horizonte de fines de mediano y largo plazo que el agenre asu­ me como propios queda tendencialmente relegado al trasfondo, en favor de una focalización sobre los

aspectos relativos a la relación que la acción particular manriene con su propio sustrato kinético y su pro­ pia materialidad. Y ello explica, en definitiva, que se opere aquí con una noción, por así decir, residual de volunrariedad, que queda restringida en su alcance al ámbito demarcado por la pregunra que apunra a la determinación de los límites denrro de los cuales el agente puede ser hecho responsable por los re­ sultados efectivos que sus acciones producen exteriormenre. :- Véase Hegel, 1 8 2 1 : § 1 1 8, 2 1 8: "Die Handlung [ . . ] als in auGerliches Dasein verserz.c, das sich nach sei­ nem Zusammenhange in auBerer Norwendigkeit nach allen Seiten enrwickelt, hat mannigfaltige Folgen. .

Die Folgen, als die Gestalt, die den Zweck der Handlung zur Seele hat, sind das lhrige (das der Handlung Angehéirige) , - zugleich aber ist sie, als der in die Auferlichkeit gesetzte Zweck, den auBerlichen Mach­ een preisgegeben, welche ganz anderes daran knüpfen, als sie für sich ist, und sie in enrfernte, fremde Folgen forrwalzen" .

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Indice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Platón: una ética de la vida buena

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Dorothea Frede La acción en la tragedia. Pasión, deliberación y acción en Medea . . . .

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Carmen Trueba AtienZtl Práxis como modo de ser del hombre. La concepción aristotélica de la acción racional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Alejandro G. Vigo La razón práctica en la filosofía árabe-islámica medieval. Creencias, acciones y racionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

87

Luis Xavier López Farjeat Narración, creencia y acción. San Agustín y la teología de la acción

1 15

Héctor jesús Zagal Arrequín Una aproximación a la teoría de la acción en la obra de Tomás de Aquino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . 1 5 1

jorg Alejandro Tellkamp Razón y virtud en la filosofía moral de Descartes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Leticia Rocha Herrera 7

1 77

Filosofía de la acción

Pasiones y conflicto: la teoría hobbesiana de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203

Teresa Santiago Oropeza Spinoza. Acciones humanas, acciones de los ciudadanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

julieta Espinosa Dos libertades. El análisis de la acción humana según Locke. . . . . . . . . . . . 263

juan José García Norro Naturalismo y racionalidad práctica en la teoría de la acción de Hume

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289

Gustavo Ortiz Millán lmmanuel Kant: la razón de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 1 5

Gustavo Leyva Mal radical y progreso moral: ¿conceptos incompatibles en la teoría kantiana de la acción? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363

Dulce María Granja Castro El concepto de la autoconciencia práctica de Fichte

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393

}ürgen Stolzenberg G. W. E Hegel: la autonomía personaly la estructura de la voluntad 4 1 3

Michael Quante Actividad objetiva. El concepto de acción de Marx en su controversia con Hegel . . . . . . . .. . . .. . . . 437 . . . . . . . . .

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Andreas Arndt Soren Kierkegaard. La acción frente a la dialéctica de la existencia.

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449

Luis Guerrero Martínez Orientación para la acción en horizontes cambiantes

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Wérner Stegmaier 8

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. 47 1

Índice

El tema de la acción en los manuscritos de investigación de Husserl. . . . 48 9

Thomas Vongehr La concepción de la acción en Ser y tiempo de Heidegger . . . . . . . . . . . . . .

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525

Car/ Friedrich Gethmann El Logos del mundo práctico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 5 3

Bernhard Waldenfels La acción en la filosofía de Ludwig Wittgenstein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

569

Francisco Naishtat La lógica de la acción en Dewey. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 1 1

José Miguel Esteban Cloque// Horizontes pragmáticos de la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 629

Ludwig Nagl La filosofía de la acción de Donald. Davidson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 3

Carlos E. Caorsi Epílogo. Filosofía de la acción y ética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 685

Otfried Hojfe Índice de nombres

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703

Índice de materias . . . . .. .. .. . . . . . . .. . . . . . .. . .. .. . .. . . .. .. . .. .. . . . . .. . . . . .. . .. .. . . . . . .. . . . .. . . 709

9

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