Prácticas Culturales, Memoria Histórica y Archivos Tradicionales. El Reto de un Nuevo Paradigma Histórico-Cultural en la reconfiguración de los Archivos Históricos Nacionales”, in Archives without borders, La Haya, 2012, pgs. 279-289.

June 24, 2017 | Autor: B. Aguinagalde Ol... | Categoría: Cultural Heritage, Archives, Building Archives, Gestión cultural Archivos
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Descripción

Prácticas Culturales, Memoria Histórica y Archivos Tradicionales. El Reto de un Nuevo Pa radigma Histórico-Cultural en la Reconfiguración de los Archivos Históricos Nacionales F. Borja de Aguinagalde

El anuncio de la celebración del Congreso Archivos sin Fronteras/Archives without Borders ha coincidido en el tiempo con un largo proceso de reflexión sobre los servicios y funciones propios de un servicio de archivo de rango nacional/territorial, entendidos estos como un espacio de ejercicio de derechos ciudadanos y de acceso a la cultura, como un ámbito de reflexión y un espacio de encuentro y participación; ademas de como un factor de cohesión social y de apoyo al proceso de construcción de identidades personales y sociales. El archivo, en fin, no puede ser un islote carente de sentido o proyección, sino que debe de ser entendido como un elemento vivo de la comunidad y al servicio de la misma. Si no, no tiene sentido una inversión pública de esa magnitud en un solemne mausoleo tildado como locus memoria, pero al margen de los sujetos activos de esta memoria. Esta reflexión me ha llevado a replantear varias cuestiones que creo relevantes y de interés al objeto de este congreso: qué entendemos por ‘servicio cultural’ en los albores del siglo XXI; de qué clientes/ciudadanos estamos hablando; cuál es, en fin, la naturaleza de un servicio que se define como ‘histórico’ (ningún otro servicio público lo hace) en una sociedad muy ajena a un concepto que considera trasnochado. Todo ello en un momento histórico contrario al del enunciado de esta sesión, de deconstrucción del Estado-Nación. Se me permitirá, desde esta perspectiva, empezar con una reflexión al hilo de los objetivos de este congreso y de la organización que lo promueve. No me voy a centrar en una visión retrospectiva, que varios de mis colegas aquí presentes desarrollan con acierto, relacionada con casos extremadamente elocuentes, y según la cual los archivos conservan testimonios que esclarecen la conculcación de derechos fundamentales. Pretendo abordar una visión prospectiva, basada en que la mejor manera de servir a la ciudadanía, que, en último término, es tambien la manera más segura de defender sus derechos, es colocarnos en sintonía con sus intereses culturales, poner al servicio del usuario universal, permitaseme esta denominación, el gran bazar documental de cuya existencia lo ignora casi todo, y cuyo contenido le sorprendería, estando como está a unos metros de su domicilio o ininterrumpidamente on-line. La cercanía de un servicio con las potencialidades que encierran nuestros archivos es una de las garantías contra los abusos, la ignorancia y las mil maneras de intentar conculcar los derechos ciudadanos.

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El germen de esta reflexión es la edificación por el Gobierno Vasco del Archivo Histórico Nacional de Euskadi (AHNE) en Bilbao. El País Vasco ha tenido, como es sabido, una historia complicada y dramática a lo largo del siglo XX. Desde un primer gobierno (1936) hasta la restauración democrática y el inicio de la primera legislatura (1980), ha padecido una dictadura, el exilio del gobierno legítimo, etcetera. Desde 1936 a 1976, el Archivo Histórico Nacional de Euskadi ocupa menos de mil cajas, es decir, cerca de cien metros de largo. Esto significa una anomalía en el panorama del entorno. Cuarenta años de historia reducidos a su mínima expresión. Un archivo de estas características es fundamentalmente el depósito de la memoria del Gobierno, como todos los archivos de su clase. Y, en este sentido, siendo como es la historia del Gobierno Autónomo reciente, la mayor parte de sus fondos de archivo y documentos son prácticamente contemporáneos. En un universo cultural y social cambiante, este hecho plantea una serie de retos y oportunidades creo que originales. La percepción social de lo que es histórico y de su valor, el consiguiente posible uso de los testimonios que lo soportan, así como el protagonismo social en la creación de documentos, en base a la difusión muy rápida de la cultura digital, deben de hacernos reflexionar sobre qué servicios puede ofrecer un Archivo Historico Nacional en este contexto, sobre cuáles son sus prioridades de trabajo y sus programas educativo o culturales.

La tradición de los Archivos Históricos Nacionales en Europa La fisonomía, historia y evolución de los Archivos Históricos Nacionales en Europa es homogénea y bien conocida. Nacen como resultado de las Revoluciones Burguesas. Las élites ilustradas y políticas que protagonizan estos cambios necesitan dotar al Estado de un elemento elocuente que visualice el cambio histórico que representan, creando depósitos documentales que cumplan la función de conservación de las cartas y diplomas de valor histórico. Los Archivos Históricos Nacionales son el almacén de los privilegios de la feudalidad y de lo que se define como Antiguo Régimen. Con este objeto se construyen edificios singulares, de gusto clásico y arquitectura solemne. La tradición será imitada en el continente americano. Amortizado el objeto de su creación, la naturaleza, contenido y funciones de estos archivos comienza lentamente a evolucionar. Conservan los tesoros documentales de la historia de la nación (con lo que ello supone sobre la forma de entender el pasado colectivo), centralizan gran parte de la documentación de las instituciones abolidas, y son por ello el ámbito natural de trabajo de los eruditos que escriben entonces las historias nacionales. Son templos del saber y la erudición. La rápida evolución de la nueva administración genera nuevas necesidades de gestión y conservación documental. Los Archivos Históricos Nacionales se convertirán en depósitos abiertos a nuevos ingresos documentales, por así decirlo, modernos. 280 |

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Se crean los conceptos de transferencia y expurgo y, como corolario a esta evolución, surge el problema del espacio. Nunca los Archivos Históricos Nacionales tienen espacio suficiente para todo lo que debieran de conservar. El paradigma esta creado y, en la mayor parte de los países europeos, es similar. Hoy, las grandes instituciones decimonónicas, necesitadas de espacio, han mutado sus funciones y naturaleza y se han instalado en la periferia de las capitales, en edificios que puedan albergar la inmensa cantidad de sus papeles (y donde el precio del metro cuadrado, no está de más recordarlo, es más adecuado para centros pensados más como almacenes que como lugares populares). No deja de ser paradójico y desalentador. El espacio es el elemento tractor de algunos cambios y el germen de una gran parte de los problemas. En este entorno es sorprendente que todavía hoy día haya administraciones que intenten emular esta vieja y rancia manera de proceder, y se comprometan en la construcción de grandes edificios más pensados como bello almacén que como servicio ciudadano. Como he apuntado anteriormente, los Archivos Históricos Nacionales evolucionan en su configuración hacia convertirse — ya para mediados del siglo XX — en el referente de la memoria colectiva del país. Con este objeto, aprovechan la enorme concentración de fondos documentales de procedencia pública y privada reunida en su sede. Al crear hoy un Archivo Historico Nacional hay que tener presente esta circunstancia, sobre todo en el momento de dotarlo de contenido y de justificación ideológica, social o política. Esta concentración de fondos responde a un momento concreto de la historia europea. Hoy el ciclo ha cambiado radicalmente, y es precisamente el proceso contrario el que se desarrolla en todo el continente. En el Estado español con particular virulencia. Y dentro del Estado, en el País Vasco de manera especial, con un reparto competencial interno único en el panorama institucional del entorno. El modelo de archivo-nación ya no sirve. Es más inteligente construir una alternativa para la que la rápida evolución social nos está ofreciendo posibilidades novedosas y atractivas, como vamos a ver. En 2010, un Archivo Historico Nacional no será ya, no podrá ser, lo que hasta la fecha se conoce y se identifica como tal. Hay que reinventar el concepto y, por ende, los servicios que un organismo administrativo de esta naturaleza estará en disposición de ofrecer a la ciudadanía. Habrá que crear un nuevo paradigma. Desde esta perspectiva, el archivo debe de incluir en su proyecto de defensa de derechos e información a los ciudadanos un elemento quizás más sutil: la mejor defensa es la apertura a la demanda social y a los nuevos retos que esta plantea. Los derechos ciudadanos nacen de las demandas de una sociedad necesitada de cohesión y en búsqueda de referentes identitarios.

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La percepción del acceso a los archivos ante las nuevas practicas culturales de la sociedad democrática Cuando el significado de la palabra ‘cultura’, entendido en relación a las prácticas culturales de la sociedad, era sinónimo de las actividades que desarrollaban las elites, bien sea como ocio, bien sea el trabajo del restringido grupo de profesionales de la historia, nadie dudaba de que el archivo se incluía en este conjunto de prácticas. En este sentido, el archivo se entendía como un centro cultural. Ahora, esto no parece estar tan claro. Por dos motivos: 1. Los titulares de la mayor parte de los archivos, entendidos como servicios, somos las administraciones. Con el enorme desarrollo informático y digital y el crecimiento exponencial del tamaño y la complejidad de las administraciones, el ‘universo archivos’ se va deslizando dulcemente hacia una nueva comprensión que lo asimila al ámbito de lo administrativo. Particularmente en servicios de archivo pequeños y medianos, la práctica cultural va siendo arrinconada. En las grandes administraciones se procede al recurso clásico de crear o mantener grandes mausoleos de archivos, o archivos históricos, cuya función y actividad no ha variado demasiado de la de hace cien años. 2. La sociedad está evolucionando con rapidez, y con ella sus prácticas culturales. Es una sociedad multicultural y lo proclama con entusiasmo. Es decir, el multiculturalismo no es una curiosidad de laboratorio, sino una realidad que obliga a repensar de manera imperativa los servicios culturales clásicos para adaptarlos a esta sociedad de hecho. La irrupción de los mass-media, de las redes de internet unidas a la democratización masiva de las prácticas culturales han hecho añicos los viejos paradigmas. Necesitamos con urgencia tratar de comprender el sentido de las prácticas culturales de la sociedad y cruzar el diagnóstico con una visión del archivo como servicio cultural, para ver cómo podemos integrarnos en los nuevos paradigmas en gestación. Si no conseguimos ocupar un puesto mínimamente digno, los archivos como servicios culturales están abocados, en el mejor de los casos a un doloroso proceso de languidecimiento y, en el peor, a su desaparición como tales, siendo su lugar ocupado por servicios de información on-line generalistas, web multifuncionales, comunidades de usuarios, etcetera. Mi propuesta es que el servicio de archivo se convierta en un agente vertebrador de una parte de esta nueva realidad, en base precisamente a los activos que gestiona. Resaltaría varios elementos que vienen a definir el perímetro del gran cambio cultural que se ha fraguado durante los últimos treinta años y se ha acelerado en la última década: 1. Va desapareciendo la clasificación en modo jerárquico entre actividades culturales legítimas o ‘nobles’ (ir al museo, al archivo, al concierto de música clásica, o de jazz…) de aquellas otras ‘no nobles’, populares y subalternas. Los gustos populares (que son los socialmente mayoritarios) han conquistado su autonomía y ya no son considerados como actividades de segunda categoría o subalternas a las tradicionales. La legitimidad de la práctica cultural no procede ya de la práctica clásica, nacida el XVIII-XIX al albur del romanticismo y de la toma del poder por las clases burguesas. El liderazgo burgués se ha difuminado, 282 |

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de manera que el siglo XXI vislumbra ya un cambio de gran calado, en el sentido democratizador e igualador de todas las practicas. También ha entrado en crisis la estética que se asociaba al elitismo cultural, de origen romántico y expresada a través de la monumentalidad de lo que hoy llamamos equipamientos (que en su momento son los grandes panteones de la única cultura y saber ortodoxos y que hoy se han convertido en pesadas cargas de difícil gestión en muchos casos). Durante mucho tiempo, al lado de esta cultura oficial, las demás formas de cultura, popular y no sancionadas por el poder, siempre han parecido ridículas. Pero hoy ya no se reconocen jerarquías y todas las formas de expresión cultural se consideran legítimas. El elitismo cultural deja de tener sentido, y es absurdo aferrarse a él por tradición, comodidad o formación. Esto en el ámbito de los archivos es un proceso conocido. No se olvide que la mayor parte de los cuadros dirigentes de archivos y actividades conexas proceden y se nutren hasta hace muy poco de estas elites burgueses cuyas prácticas culturales se alimentan, justifican y apoyan unas a otras (investigadores, profesores, archiveros, eruditos…). Este paradigma ya no sirve, por mucho que existan estos públicos y estos grupos, cuyos porcentajes, en todo caso, están también cambiando de manera rápida: salas de estudios vacías, deserción de los estudiosos, contraste cada vez más agudo con servicios on-line documentales de baja calidad y gran éxito a los que no sabemos emular… 2. La distinción, que se asociaba a determinadas prácticas culturales por la sociología clásica (Bourdieu), va dejando paso a un sistema nuevo en el que la sociabilidad es el nuevo paradigma. En este nuevo paradigma el acceso a la cultura no queda limitado únicamente a determinadas clases o sectores sociales, ayudado por un sistema educativo que también colabora a confirmar este status reservado a unos pocos. Una nueva economía mediático-cultural va modificando el viejo paradigma de la distinción y hace surgir un nuevo modelo que concurre con el tradicional y encuentra una amplia base social en el capital cultural que representa la cultura popular. La práctica cultural clásica ha sido una experiencia básicamente solitaria, en la que no se produce aparentemente ningún tipo de intercambio cultural. Esto es claro en la visita a un archivo. No se puede considerar como una forma de sociabilidad. ¿O quizás si? Hay un proceso de selección, con su corolario de satisfacción social y personal; hay una afirmación identitaria elitista, que implica un cierto rechazo o menosprecio de las prácticas culturales ‘vulgares’ o populares. Pero, con esto, describimos un escenario muy alejado de lo que está hoy día ante nuestros ojos, en el que es precisamente la cultura popular la que proporciona el material para la sociabilidad cotidiana del individuo. Las viejas prácticas culturales alimentan una cierta soledad, mientras que las practicas hoy masivas y en desarrollo se basan precisamente en todo lo contrario, en formas nuevas de sociabilidad. Para las que el uso de internet no es más que una herramienta. Todo ello ha estado siempre muy vinculado a prácticas de talante democrático que no pueden ser más que de amplia base social. 3. La práctica cultural está cada vez más vinculada a la experiencia personal, al yo y al proceso de búsqueda de la identidad por parte del sujeto. La práctica cultural es individualista, e internet es el caldo de cultivo de esta forma de entenderla. Pero se trata de un individualismo que persigue la creación de redes sociales fuertemente tintadas de búsqueda y definición identitaria. Se

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trata de un paradigma muy alejado del viejo patrón dominado por la tradición o los referentes ‘sacralizados’ de procedencia oficial/estatal (cultura oficial, museos nacionales, archivos históricos nacionales, etcetera). Esta manera de entender la relación social y cultural es la habitual en la franja de adolescentes, jóvenes y menores de 25 años. En unos años se desarrollará hacia la generación entre 30-45 años, que es en las sociedades occidentales la que ocupa puestos de responsabilidad, decisión, etcetera. Quienes llevamos ya muchos años en la gestión cultural vamos detectando esta evolución, que está vinculada al cómodo recurso de confinar los archivos al ámbito de la pura gestión administrativa y sustraerlo a cualquier acción cultural, que se considera ajena a sus funciones. Los parámetros objetivos e institucionales de la práctica cultural clásica (el Estado ocupaba un gran papel, por ejemplo en el caso de los servicios de archivo) son suplantados hoy por una práctica basada en valores como la sociabilidad y la diversidad. Legitimidad que se entiende y se practica como una dimensión de la identidad. Desde este punto de vista el sujeto va adquiriendo con gran libertad, o por lo menos no sujeto a normas externas que dictan las prácticas culturales de legitimidad, y a través de su propio recorrido de aprendizaje y experimentación personales, su propio patrimonio cultural, básicamente subjetivo y formado en relación a las redes sociales que frecuenta y que lo moldean. Es absurdo querer imponer desde nuestros archivos una visión, una jerarquía de prácticas culturales o una posición de superioridad. Pero, sin embargo, tenemos un inmenso campo de trabajo si nos planteamos la cooperación con los sujetos (con cada sujeto) en su búsqueda identitaria y en su personal recorrido de legitimación cultural y social personal. Tenemos un enorme patrimonio de documentos, somos una gran reserva de piezas del puzzle identitario para toda suerte de usuarios. Desde este punto de vista, la diversidad y riqueza de nuestro patrimonio cultural documental y su proximidad a la ciudadanía nos colocan en una posición envidiable para integrarnos en estas redes culturales. Para ello debemos únicamente cambiar nuestra forma de entendernos y de entender la relación con los usuarios. La arquitectura del archivo será el primer paso, para producir rechazo o acogida, solemnidad de mausoleo o proximidad y calidez. Esta práctica individualista significa además un cambio en la manera de acceder a los contenidos de carácter cultural, entre los que ocupan curiosamente un papel muy relevante los de tipo documental. Se trata de un ámbito en el que los archivos tenemos mucho que decir. El ciudadano desarrolla cada vez más un tipo de bricolaje con el que crea sus sitios, sus redes y expresa así sus intereses culturales. Es un proceso de re-apropiación personalizada de archivos/contenidos de aquí y allá, que cada uno organiza a su modo, recreando su contexto web personal: crea híbridos con unos y otros, mezcla soportes textuales, video, imagen… La red se ha convertido en un gran bazar documental en el que cada cual toma lo que desea, busca con criterios muy subjetivos y siente la necesidad de crear sus propias referencias. Los archivos debemos de estar ahí, proporcionando al usuario un arsenal único y muy rico de referencias documentales de toda clase que le sean útiles a su búsqueda identitaria. El boom de las búsquedas genealógicas es la expresión más conocida y pionera de este proceso. Hay un inmenso campo de desarrollo de redes sociales vinculadas a las referencias de archivo que debemos explotar: listas de documentos visitados por cada usuario, búsquedas guiadas por los temas más recurrentes, oferta al usuario de nuevas informaciones personalizadas… Basta 284 |

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con replicar las estrategias de los sitios comerciales y sus fórmulas de fidelizar clientes, suscitar expectativas, crear valor añadido.

La inmediatez de la modernidad En estas nuevas prácticas culturales el concepto de memoria ocupa un espacio no despreciable. Con significados novedosos y todavía en consolidación. Es el segundo aspecto que debemos de valorar. En pocos años se ha producido, de una manera que definiría como dulce, un fenómeno social y cultural de gran envergadura. La ciudadanía ha despertado al interés por la historia, pero por la historia inmediata, que viene a identificarse como Memoria. Un interés colectivo y democrático de ancha base social cuyo resultado es la propia democratización de la memoria, entendida como su apropiación por la ciudadanía. Todos somos portadores de un trozo de memoria. Qué más lógico que contar con un servicio público que facilite la reunión, conservación y acceso a esta memoria o historia más inmediata. Se trata de otro elemento legitimador de una nueva concepción de las funciones de los Archivos Históricos Nacionales nacidos en los albores del siglo XXI. Se me argüirá que esto es confuso y dudoso, desde el momento en que el acceso de los usuarios a estos archivos es todavía muy escaso. Pero se trata no de un problema de demanda, sino de una oferta desajustada. Como luego desarrollaré, creo que se trata de una oportunidad que los archiveros debemos de aprovechar, tanto para sintonizar con los nuevos tiempos, como para beneficiarnos de apoyos sociales y ciudadanos que pueden ser muy eficaces para nuestros programas. Hasta la década de los sesenta del siglo XX (como un reflejo más de la grave crisis de la conciencia europea fruto del desastre de la Segunda Guerra Mundial), la sociedad europea, tal y como podemos incluso ‘recordar’ (término clave en esta reflexión) muchos de nosotros, por haber vivido esta época de manera intensa, otorga a la historia y al oficio de historiador un valor muy concreto, fruto, además, de una conquista que arranca con la Ilustración y se consolida en toda Europa el siglo XIX, inspirada por la escuela historiográfica alemana. La historia es un relato objetivo de acontecimientos pasados que debe de reunir, para ser tal, varias características: 1. Objetividad, como sinónimo de veracidad: debe de ser un texto desapasionado, frio y en búsqueda de la verdad, y guiado por el deseo de acercarse lo máximo posible al sentido de la verdad de los hechos que se estudian. 2. Metodología: la verdad de los hechos pasados está soportada por los documentos (básicamente de archivo) que relatan los acontecimientos cuya gestación y desarrollo queremos desvelar, descubrir o interpretar. Luego está fuera de discusión que cualquier relato que no tome como base los documentos de archivo no es digno de retener nuestra atención. 3. Profesionalidad: la reconstrucción del pasado requiere de una formación que se adquiere en las largas horas de estudio en contacto directo con las fuentes,

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expedientes y documentos de archivo. En algún caso, por razón del tema de estudio, con el complemento de las fuentes literarias o iconográficas. 4. Calidad textual/literaria: la investigación exige rigor, y un requisito inexcusable de este es un estilo de redacción y escritura en la que se resalten los hechos desnudos, su lógica concatenación, sus causas y sus repercusiones. Es conveniente cuidar el estilo, pero huyendo de la banalización tanto como de la innecesaria exaltación. Sería disminuir la grandeza de las gestas de nuestros antepasados y vulgarizarlas de manera inaceptable. Y, naturalmente, el siglo XIX y la primera parte del XX será el de las grandes historias nacionales, políticas, de las instituciones. El mundo académico y sus eminentes sabios, algunos verdaderos gigantes de la erudición cuya capacidad es difícil de entender, tanta y tan vasta era su cultura (Pastor, Boilisle, Toynbee, Menéndez-Pidal), da el tono a esa inmensa corriente cultural y forma generaciones de historiadores. Todo lo demás queda adscrito al espacio de la literatura, del relato más o menos ameno. Tan es así, que jamás un gran historiador considerará adecuado dedicar su tiempo a escribir una biografía, género que se estima menor y marginal. Así lo reconocía el gran historiador Jacques Le Goff cuando, ya mayor, abordó su primera biografía (que fue, por otra parte, un gran éxito). Pero, como adelantaba, todo este gran sistema de valores, este ‘régimen de historicidad’, tan costoso de crear, fruto del gran empuje dado por la Ilustración, se irá deshaciendo para el último tercio del siglo XX. Situémonos en este momento. El panorama ha cambiado de manera muy notable. Y, probablemente obtendríamos un consenso en torno a sus características principales, siendo como son tan perceptibles y visibles: 1. El estudio histórico riguroso, resultado escrito de una investigación, es cada día más inusual, dejando un espacio que ha sido suplantado por algo más que una inflación de literatura, de todas las calidades, en torno a sujetos o supuestos sujetos históricos. Lo que viene a denominarse ‘novela histórica’ ha adquirido una presencia enorme en pocos años, con un gran éxito de lectores. ¿Por qué este mercado? Del estudio histórico reflejo de una ‘profesionalidad’, hemos pasado al ‘género literario’. Que quizás siempre existió (de hecho, desde la gran odisea de la nación francesa relatada por Michelet o las grandes obras de Carlisle, la historia como relato de valor literario siempre tuvo su espacio), pero no de este modo. Aunque esta inflación editorial denota por otra parte que la historia interesa, y mucho; 2. Ha cambiado la percepción de la historia como concepto. Ya no es reflejo y crisol, con pretensiones educativas o ejemplares, de la gesta de la nación o de sus hombres relevantes. Todos somos partícipes y protagonistas de la historia, que ha pasado a ser el terreno de toda clase de estudios sobre asuntos más o menos privados: de la historia de las mentalidades (gran cajón de sastre donde casi todo tiene cabida) a la historia de la climatología o al estudio de la historia del orgasmo en occidente... Todo es historiable y todos tenemos algo que aportar. Basta recorrer los estantes de cualquier librería para observar que la mayor parte de los libros de historia narran hechos recientes o muy recientes. Hay un presentismo que ignora el pasado clásico, que, obviamente, ya no nos sirve. Ya es

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historia lo que ocurrió hace diez años, porque nuestra percepción del concepto ha cambiado radicalmente; 3. Los documentos ya no son las fuentes principales. Todo sirve para reconstruir este pasado, que siendo cada vez es más cercano, echa mano con creciente asiduidad de la “memoria” más reciente. El cambio cultural es tan rápido y tan grande, que llega incluso a tomar la forma de iniciativa legislativa gubernamental, aunque sea bajo la desafortunada denominación de ‘Ley de la memoria histórica’. Es un reflejo dramático y elocuente de la situación, en la que lo que prima sobre todo y ante todo es el recurso a la memoria. Porque, ¿qué hay más democrático, mejor repartido, más cercano, que la memoria, de la que todos formamos parte, porque todos somos portadores de una retazo de la misma? Pero no olvidemos que nada hay más lejano, guste o no, del cultivo de la historia como ciencia, que el culto a la memoria como recuperación de un pasado que no es tal, sino recuerdo subjetivo, digno de mejor uso y mayor respeto que el que le ofrecen algunos que se denomina historiadores; 4. Y, en fin, el propio discurso histórico está en grave crisis. Es complejo, es árido, y la seriedad no sintoniza con los tiempos. Ello, además, cuando la propia universidad parece ir perdiendo el espacio que antes ocupaba por derecho propio en este ámbito. A parte la historiografía de corte clásico que evoluciona y produce magníficos textos — reservados cada vez más a un público restringido y selecto, aunque solo sea por la propia dificultad intrínseca de las temáticas abordadas, muy especializadas y precisas de un bagaje previo — lo que prima es el discurso amable, superficial y, casi siempre, entreverado con algún tipo de relato biográfico. Así mismo la veracidad, como valor ontológico supremo del discurso histórico, ha perdido protagonismo y va dejando paso a la fidelidad del relato, al testimonio personal como garante de este discurso. Todas estas reflexiones nos llevan a un punto central: el discurso histórico ya no es privilegio de unos pocos expertos conocedores de las fuentes y profesionales en su uso, más o menos erudito, y, por ende, fríos y objetivos. El discurso histórico, nuestro ‘nuevo régimen de historicidad’, ha mutado completamente. Busca ser cálido y próximo, y está impregnado de emotividad y empatía. Preferimos discursos en los que, de alguna manera, nos reconozcamos. La historia se escribe cada vez más en primera persona. Y ello es porque la percepción del pasado va muy unida a nuestra forma de escribir y plasmar la historia. Todos somos historia y formamos parte de ella, luego todos servimos de testigos para comprenderla y, en su caso, escribirla. El cambio es de envergadura, obviamente. Y el discurso ya no busca la lejanía y frialdad que van siempre parejas a la objetividad, sino la cercanía, que nos aproxime a nuestras propias experiencias, a nuestros sentimientos y vivencias. Y por qué no, que nos emocione. No necesito insistir en cuán cercano está todo esto a los documentos de archivo, que poseemos en cantidades ingentes: fotografías, videos, expedientes con referencias personales. Nos falta solamente impregnarnos de la cultura de la puesta en valor social de nuestros activos, que son de calidad altísima. Es un reto apasionante, que obliga a repensar el acceso y la política de difusión global del archivo, pero que se sitúa — o debiera de situarse — en el meollo de nuestra naturaleza de servicio ciudadano.

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Del diagnóstico al diseño del servicio ¿Qué utilidad práctica tienen las reflexiones precedentes? Las cuestiones esbozadas persiguen situar la reflexión de cara a futuro, en el contexto de puesta en marcha del servicio cultural Archivo Histórico Nacional de Euskadi, previsto para 2012/2013. Hay que plantearse un rediseño radical y, si no queremos perder el tren de la modernidad y de la estima ciudadana, debemos situarnos en un punto de partida en sintonía con los nuevos tiempos, con los ciudadanos y sus expectativas. Estos son algunos elementos clave: 1. El archivo trabaja solo para el usuario universal. Su denominación de histórico se interpreta precisamente en esta clave de modernidad descrita y próxima al ciudadano. 2. Los activos del archivo son los documentos originales. Que no han perdido un ápice de su misterio y su capacidad hipnótica. Se trate de viejos pergaminos o de videos de hace diez años en los que el ciudadano se reconoce y, de esta manera, les hace revivir. 3. El servicio digital es el núcleo del servicio público. Deslocalizado e ininterrumpido. Todo el patrimonio documental debe de estar digitalizado y en red. Es la mejor manera de atraer al cliente/usuario final, que nunca se conformara con solo la imagen. El archivo le puede ofrecer esa experiencia que busca siempre el internauta y a la que se hace referencia constantemente en los webs más sofisticados o exitosos. 4. La mejor garantía para convertir el archivo en un verdadero servicio cultural del siglo XXI es desarrollar un web que reproduzca los parámetros de los más avanzados. Debe de incorporar herramientas asociativas y personalizadas, y todas las posibilidades que hagan de él un servicio amable y de alto valor añadido para el usuario: listas de investigación e investigadores con incorporación de servicios de alerta y comunicación personalizada de nuevos ingresos documentales, de alta de usuario con temas de interés similares, etcetera; comunidades virtuales temáticas (las genealógicas son obvias, pero las orales o fotográficas son de éxito garantizado); herramientas para involucrar a los ciudadanos en la gestión de determinados fondos documentales, etcetera. En fin, y como colofón, creo que lo que hay que subrayar es el cambio cualitativo que se nos demanda. Todavía hoy un sector de profesionales no despreciable en número está más preocupado por la seguridad y confidencialidad de los documentos que ‘custodia’, que por conseguir que estos sean útiles a la ciudadanía. Es toda una filosofía la que hay que modificar. Prefiero un archivo abierto y accesible en el que sea posible ‘distraer’ algún papel, a un fortín seguro, por su propia naturaleza antipático y alejado de la ciudadanía. No olvidemos que en diferentes regímenes políticos no recomendables, además de en algunas mentalidades, los archivos están más cerca del departamento de interior que de las actividades folclórico-culturales que algunos propugnan…

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Bibliografia orientativa Un ensayo de estas características es fruto de la reflexión y la experiencia. Se nutre de fuentes de información de tipo y soporte muy variado. Y pretende suscitar debates y aportaciones. Una parte de las opiniones se basan en lecturas de diferente horizonte y procedencia. Estas son las principales. •

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M. Cornu y J. Formageau (eds.), Archives et Patrimoine. Actes du colloque organisé par le Groupe de recherche sur le droit du patrimoine culturel et naturel. CECOJI-CNRS et Faculté Jean Monnet, Université Paris-Sud XI, dans le cadre du Programme CNRS Archives de la création, 2 vols. (París/ Budapest/Torino, 2004).



B. Delmas, La société sans mémoire. Propos dissidents sur la politique des archives en France (París, 2006).



A. de Vulpian, À l’ecoute des gens ordinaires. Comment ils transforment le monde (París, 2003).



L. Giuva, S. Vitali y I. Zanni Rosiello, Il potere degli archivi. Usi del passato e difesa dei diritti nella società contemporanea (Milano/Roma, 2007).



F. Hartog, Régimes d’historicité. Présentisme et expérience du temps (París, 2003).



VV. AA., “Histoires et archives de soi”, Sociétés & représentation. Les cahiers du CREDHESS 13 (avril 2002).



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Chr. Prochasson, Chr., L’empire des émotions. Les historiens dans la mêlée (París, 2007).



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