Porno, arte y política

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Porno, arte y política La única variación respecto de los formatos pornográficos tradicionales es que se realiza en un ámbito público de carácter universitario. Sólo eso. Se trata de un acto disruptivo que se conoce desde siempre como “escándalo”.

Por Héctor Ghiretti*

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ubo un tiempo en que buena parte de las clases cultas de occidente se entusiasmaron con la transformación radical, rápida y completa de la sociedad. Ese ideal se llamó revolución. Para llevar a cabo una

transformación de esa índole se asumió que sólo tendría lugar a través de formas de acción violenta. “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”, pontificó Karl Marx. Quienes se propusieron llevar a cabo la revolución entendieron que el compromiso personal no podía ser sino total, de una entrega absoluta. Para grandes medios, fines proporcionados. Esto implicaba la práctica de una moral revolucionaria, estoica, de combate, en la que las pasiones y las pulsiones no tuvieran ninguna cabida, puesto que distraían del único objetivo posible. Admitir las inclinaciones o satisfacerlas era un acto contrarrevolucionario. El principio también se aplicaba en materia sexual. Si bien el pensamiento de izquierda se pronunció contra la institución del matrimonio –por considerarla una reproducción en el plano doméstico de 
relaciones de explotación y alienación–, el pensamiento revolucionario estuvo muy lejos de proponer, en sus orígenes, una moral libertina o laxa en materia sexual.

Cambio de hábitos En los viejos partidos socialistas y comunistas se castigaba la promiscuidad y las relaciones ocasionales, no sólo porque debilitaba el compromiso revolucionario sino también porque enrarecía las relaciones entre los militantes. 1

Independientemente de los esforzados trabajos de los revolucionarios, en occidente se verificaban transformaciones culturales fundamentales: también en los hábitos sexuales. 9

En esos cambios tuvo particular importancia, entre otros factores, la utilización de medios de comunicación para difundir prácticas que se consideraban al margen de lo permitido o lo lícito.

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El primer soporte material de lo que hoy conocemos como “pornografía” fueron narraciones literarias, ilustraciones y objetos que representaban algunas de estas prácticas.

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El advenimiento de la reproducción de imágenes multiplicó sus posibilidades: existen

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evidencias muy tempranas de uso pornográfico de la fotografía y el cine. Cuando tomó forma de mercancía destinada a satisfacer la curiosidad y el deseo sexual, la pornografía recurrió a la retórica de la transgresión, de la liberación, de lo prohibido y lo desviado. En la actualidad, sigue apelando a esos recursos publicitarios, aun cuando su consumo sea una práctica muy generalizada y –por así decirlo– normalizada. De transgresión, mucho; de liberación, bastante menos: es bien conocido el carácter pluriopresor y multienajenante de la sexualidad pornográfica. Estas transformaciones no pasaron inadvertidas para las organizaciones, los militantes y los pensadores de izquierda, quienes, conforme la revolución demoraba en producirse o no operaba esa transformación tan radical que esperaban de ella, empezaron a pensar que el problema estaba no en el fin sino en los medios, y entonces era preciso operar una revolución primero en ellos. Así, mientras el sueño flamígero de la revolución social se iba alejando de forma irremisible, sus propulsores se entretenían con iniciativas de emancipación en pequeña escala: lucha cultural, revolución sexual, minorías, identidades, género, arte revolucionario, etcétera.

Vanguardismo impostado Esos experimentos revolucionarios limitados, esas intervenciones subversivas en la realidad –artísticas o políticas– aspiraban a un vanguardismo que se reveló como inauténtico, impostado, porque iban a remolque de una realidad social y cultural mucho más dinámica e ingobernable que sus propios ideales (el capitalismo sigue siendo la configuración socioeconómica más revolucionaria conocida en la Historia). Una capitulación ante el sistema, no por inadvertida menos definitiva. Mientras tanto, de la exhibición de prácticas genitales hétero, hace rato que el porno ha pasado a representar prácticamente todo el registro de relaciones sexuales posibles, incluso cayendo en actos criminales (pornografía infantil, violaciones reales). “Si algo existe, seguro hay una versión porno”, dicen en EE.UU. En esta encrucijada de activismo político y transformación de las prácticas sexuales se encuentra aparentemente la intervención de los activistas del movimiento posporno en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se ha explicado la intervención como una exhibición pornográfica con objetivos artísticos y políticos: se buscaría ampliar la experiencia sexual de actores y espectadores y también “sexualizar los espacios en los que tiene lugar”. Pero, ¿qué tipo de mediaciones, de elaboración han efectuado los realizadores para que la performance adquiera ese doble carácter, político y artístico? La única variación respecto de los formatos pornográficos tradicionales es que se realiza en un ámbito público de carácter universitario. Sólo eso. Se trata de un acto disruptivo que se conoce desde siempre como “escándalo”: irritación deliberada (o no) de la sensibilidad moral de un grupo a través de la comisión de actos públicos (o hechos públicos) contrarios a esa moral. Cabe preguntarse si el posporno ha conseguido sus objetivos, porque no parece que la performance sirva para ampliar el imaginario sexual de un universitario medio, ni que contribuya a la “sexualización” de los espacios públicos. Y es que no se puede luchar por la superación del escándalo cuando se vive de él. ¿Posporno? En absoluto. Es tan “preporno” que parece una cosa de los libertinos del siglo XVIII. ¿Para qué sirvió, entonces, la performance posporno? Seguramen te los chicos ya se

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habrán ganado un lugar en el circuito del underground porteño. Una estrategia de publicidad no tradicional bien concebida. ¿La revolución? Bien, gracias: junto con la transgresión y la contracultura, recursos ideales de marketing para atraer consumidores culposos. Mientras tanto, los templos seculares que deberían ser las universidades públicas son entregados a los cambistas y los comerciantes. *Profesor de Filosofía Social y Política

EDICIÓN IMPRESA El texto original de este artículo fue publicado el 07/07/2015 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.

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