Por un feminismo ganador. Una lectura feminista de la hegemonía y una propuesta hegemónica para el feminismo desde Podemos

June 15, 2017 | Autor: M. Montoto Ugarte | Categoría: Feminist Theory, Political Theory, Ernesto Laclau and Chantal Mouffe, Hegemonia
Share Embed


Descripción

Por un feminismo ganador. Una lectura feminista de la hegemonía y una propuesta hegemónica para el feminismo desde Podemos José Enrique Ema, Marina Montoto, Clara Serra y Celia Caretti, miembros del Área de Mujer e Igualdad del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos

Vivimos tiempos de apuesta y experimentación política. Las movilizaciones sociales a partir del 15 de mayo de 2011 y la fulgurante irrupción de Podemos en las elecciones al parlamento europeo en mayo de 2014 han contribuido a dibujar en España un escenario de posibilidades insospechadas para una experiencia política emancipatoria. La política, sus prácticas y sus presupuestos, está cambiando a un ritmo vertiginoso que está afectando, no sólo a los partidos políticos, sino también a otros actores sociales. El feminismo, como no podía ser de otra manera, también se ha visto involucrado en esta ola de cambio. Y en este trabajo precisamente tratamos de dar cuenta de las condiciones de estas modificaciones, pero también del modo como, desde nuestra perspectiva, el feminismo podría tener un papel relevante en ellas. El 15M nos ha cambiado las preguntas, somos muchas y muchos las que nos planteamos ¿qué tenemos en nuestra mano para que el cambio político que estamos viviendo sea en profundidad, durable y para todos? Este texto responde a esta cuestión desde el punto de vista de un feminismo que tenemos que inventar con la memoria de su pasado y con la responsabilidad de vivir un presente en el que lo nuevo por venir está en nuestra mano. Hace meses comenzamos a denominar de manera provocadora “feminismo ganador” a nuestro intento de articular la perspectiva hegemónica que inspira las prácticas de Podemos con una mirada feminista. Queríamos señalar con ello dos cuestiones. En primer lugar, que es necesario incorporar un “punto de vista” feminista a una apuesta política que aspira a ganar mayorías. No solamente algunos contenidos particulares para incluir en su programa, sino también modos feministas de pensar y hacer política. Y en segundo, que el feminismo tiene ante sí una tarea ineludible, sin la cual podría quedar fuera de la oportunidad histórica que nos abre un momento constituyente como el actual. Creemos que el feminismo puede y debe pensarse como una propuesta política de mayorías, con capacidad de conectar con otras batallas y perspectivas para “ganar” una transformación política general y de largo

alcance. Partimos de la convicción de que el tiempo político presente necesita un feminismo capaz de desbordar algunas de sus inercias autorreferenciales y defensivas constituidas en un contexto de dispersión del movimiento feminista y de asimilación institucional en las últimas décadas (Gil, 2011), si quiere formar parte de un proyecto transformador para toda la sociedad. Es el momento de ampliar la perspectiva para ir un poco más allá de la imprescindible resistencia de las minorías, para afrontar, a la ofensiva y con coraje, la oportunidad de la construcción ganadora de mayorías. Los caminos de esta relación son de ida y vuelta; el feminismo se ve modificado cuando quiere participar de un proceso hegemónico pero la hegemonía también ha de tomar buena nota de las experiencias feministas, según nuestro criterio. Ambos, feminismo y hegemonía, ya saben que hoy la política emancipatoria debe enfrentarse a un contexto de fragmentación: de pluralidad de subjetividades políticas, de ausencia de una gran narrativa emancipadora compartida y en una situación social en la que lo que se repite y estructura es la experiencia de la contingencia, la precariedad y la inestabilidad. El reto es entonces pensar y hacer una política capaz de construir otras formas de vida en común que, en deuda con lo mejor de las tradiciones políticas emancipatorias, no renuncie a la defensa de principios y objetivos universales. Y sin duda esto pasa por tomar buena nota de sus fracasos en la práctica y de las transformaciones del pensamiento que han desmontado las ilusiones idealistas de un acceso directo y sin mediaciones a la realidad; pero también por no ceder en el deseo de la política auténticamente transformadora asumiendo sus contradicciones. Las líneas que siguen a continuación recogen parte de lo pensado y puesto en juego en los últimos meses a partir de la hipótesis del feminismo ganador. Es un trabajo realizado por cuatro personas que participamos en el Área de Mujer e Igualdad del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos, aunque no refleja ninguna posición más allá de la nuestra propia. Hacemos un alto en el camino para dar cuenta de algunas ideas que son, además, discutibles y discutidas en nuestra práctica diaria con más compañeras. Las líneas que siguen se estructuran en dos bloques principales. En el primero situamos los

desafíos de la política y del feminismo en España . En el segundo presentamos de manera argumentada nuestra respuesta inacabada a estos desafíos, la propuesta de un feminismo ganador (en un primer apartado sobre la alianza teórica feminismo-hegemonía, y en el segundo, con seis puntos concretos sobre nuestra propuesta feminista ganadora). Finalmente, cerramos el trabajo presentando sintéticamente nuestras principales conclusiones.

La política hoy en España, del 15M a la hipótesis hegemónico-popular de Podemos La sociedad española atraviesa un momento excepcional en el que se da la posibilidad de una profunda reestructuración de los elementos políticos. Esta ventana de oportunidad histórica nace de la crisis orgánica que vive el régimen político resultante de la Transición española (el llamado “Régimen del 78”, año de aprobación de la actual Constitución). Todo régimen político incorpora, por un lado, un marco institucional de juego político (que tiene sus reglas, actores legítimos y prácticas delimitadas) y, por otro, un relato o marco de sentido compartido, que estructura y organiza los consensos en torno a lo decible y lo pensable en un campo social y político más amplio. En este sentido, el Régimen del 78 se forjó en base a tres consensos fundamentales: en relación al papel de las elites políticas, al lugar de la sociedad civil y a las categorías políticas que estructuraban ese campo. Respecto a las primeras, las élites políticas, y en concreto a los partidos políticos, se definieron como los canales exclusivos y excluyentes de participación y el juego político (Oñate, 1998), como representantes legítimos que gobernaban responsablemente mediante la moderación y diálogo. En segundo lugar, para que las élites pudieran gobernar con estabilidad, la sociedad civil debía aceptar un papel colateral, desmovilizada y desactivada salvo para refrendar lo que las élites decidían. Y en último lugar, la construcción de las categorías políticas que articulaban la sociedad española se dieron mayoritariamente en torno a las opciones históricas de la izquierda (Partido Socialista Obrero Español, PSOE) y la derecha (Partido Popular, PP) manteniéndose durante estas últimas cuatro décadas, un bipartidismo casi intocable.

Aunque son muchas, y complejas, las causas que acaban desmembrando el Régimen del 78, podemos considerar como principal factor desencadenante la irrupción de la crisis económica global que explotó en 2008, y, sobre todo, su posterior gestión por parte de los dos partidos mayoritarios. La austeridad y los recortes abren una profunda grieta entre una clase política, acomodada y salpicada de escándalos de corrupción, y unas mayorías sociales cada vez más empobrecidas a las que se les exige tremendos sacrificios. Sin duda podemos hablar de crisis orgánica (Gramsci, 2009), entendiendo esta como pérdida paulatina de la hegemonía de los grupos dominantes que no logran ofrecer respuestas satisfactorias a las demandas de la sociedad y fracasan en su intento de mantener o generar explicaciones y marcos de sentido compartidos que permitan mantener la confianza en los mismos. Es en este contexto de fragmentación y malestar social, cuando aparece, en la primavera del 2011, el llamado 15M. Sin él no se pueden entender los fenómenos políticos posteriores, incluido Podemos. Cuando el malestar social no encuentra canales de escucha, explicación y respuesta por parte de los sectores dominantes, el descontento finalmente se formula de manera heterodoxa como estallido ciudadano por fuera de los cauces institucionales y lejos de las identidades políticas previas. Y esto fue, efectivamente, lo que ocurrió. Si bien el 15M no modificó de manera explícita los equilibrios de poder en las instituciones del Estado, sí abrió las puertas a la reconfiguración de la cultura política que se prolonga hasta nuestros días. En este escenario Podemos surge con el objetivo de transformar el descontento social en capacidad política determinante. Y para ello considera imprescindible: en primer lugar, participar en el escenario político institucional presentándose a las elecciones, tratando de construirse como una palanca de cambio con capacidad de incidencia en el terreno de la representación política y el Estado; en segundo lugar, utilizar los resortes disponibles en nuestra sociedad de la comunicación que permitan la articulación de demandas en torno a un propósito común (liderazgos, medios de comunicación, participación social...); y, en tercer lugar, movilizar marcos de sentido, afectos e identificaciones mediante la división del

espacio político entre un nosotros (los de abajo, la ciudadanía...) y un ellos, (los de arriba, las oligarquías, la “casta”...) que ha organizado todo un entramado de relaciones de poder para poner los recursos y las políticas públicas al servicio de los intereses de unos pocos. Esta es la hipótesis hegemónico-popular que alienta la constitución y el trabajo de Podemos. En el trasfondo de esta hipótesis podemos reconocer algunas de las ideas fundamentales sobre la hegemonía y el populismo desarrolladas por Ernesto Laclau (2005) y Chantal Mouffe (1979/1991; 1985); Laclau y Mouffe, (1985/1987). La consideración de la política como construcción, no como mera expresión de unas condiciones estructurales ya dadas; como un trabajo práctico y discursivo de articulación de demandas que modifica y reordena relaciones de poder, marcos de sentido y subjetividades. El reconocimiento de la imposibilidad de reconciliación armónica de la sociedad y, por tanto, el carácter constitutivo e inerradicable del antagonismo. El papel movilizador del afecto y las identificaciones. La consideración de la representación política como un elemento catalizador de la construcción de voluntades colectivas y del Estado como una cristalización de las relaciones de poder hegemónicas que no puede ser abandonada por los movimientos políticos emancipadores. La propia centralidad de la hegemonía como lógica constitutiva de la política: si ninguna totalidad encuentra fundamento ontológico alguno a priori y toda totalidad social es siempre fallida porque no logra representar ni gobernar completamente la diferencia y la heterogeneidad, su constitución va a ser siempre el resultado de un proceso conflictivo que nos va a ofrecer una cierta consistencia en la forma de un orden o consenso general a partir del investimiento de valor universal de alguna posición particular. Como es conocido, Laclau (2005) describe esta operación por la que una particularidad llega a desempeñar un papel universal mediante la creación de cadenas de equivalencia entre demandas bajo la influencia de significantes vacíos o flotantes. Así, Podemos recoge algunas de las principales demandas del 15M, algunas generales (más democracia), otras particulares (acceso a la vivienda, derechos laborales, etc.), articulando una cadena de equivalencias entre las mismas alrededor de significantes vacíos/flotantes, como han sido “Podemos”, su figura de liderazgo encarnada en “Pablo Iglesias”, o el propio concepto de “pueblo”.

No es nuestra intención presentar aquí un análisis detallado de la práctica de Podemos, sino únicamente contextualizar su surgimiento, su hipótesis fundamental y enmarcar su labor en la transformación hegemónica de un escenario político más amplio que hemos descrito en clave de crisis orgánica y de régimen. En realidad más que un análisis se trata de señalar un desafío, una apuesta que todavía está abierta y en construcción: ¿cómo construir una transformación política en clave hegemónica hoy en España con los mimbres singulares de nuestra situación? Es en este contexto entonces en el que es pertinente interrogarse por el tipo de práctica política feminista que puede participar de esta apuesta política, pero para ello debemos pasar antes por otra contextualización, la de los propios desafíos del movimiento feminista en el panoramacontexto español actual.

El feminismo hoy en España, de la dispersión al reto de lo común La denominada como “segunda ola” del feminismo se despliega en nuestro país en los años setenta de manera singular, articulada con el proceso de transición a un nuevo régimen político después de la dictadura. Así, mientras se trataba de obtener el sello internacional de calidad democrática (incidiendo en el imaginario cultural dominante a partir de, por ejemplo, el impulso “liberador” de la sexualidad), los movimientos feministas desempeñaban un importante papel político y social, véanse por ejemplo, el trabajo de los Centros de Planificación Familiar (Nash y Torres, 2009). Los diferentes cambios legislativos (divorcio y despenalización del aborto, principalmente) contribuyeron junto con la importante apuesta institucional del PSOE a partir de su llegada al gobierno en 1982, a la (buena) extensión social de algunas ideas feministas como sentido común en un contexto social todavía muy conservador; pero también a una cierta homogenización, asimilación y neutralización del aguijón crítico del propio feminismo vinculado al antifranquismo en estos primeros años.

El transcurrir de la década de los ochenta fue introduciendo diferencias al interior del feminismo de la mano de aquellos sectores que no se reconocían en el nuevo feminismo institucional promovido por el PSOE. Tal y como señala Silvia L. Gil: “con la aparición de las diferencias (también de intereses y formas de hacer), el despegue de la democracia y el desarrollo de las políticas neoliberales, el escenario se modificó de forma radical y el movimiento feminista se resintió, perdiendo fuerza de manera progresiva. A finales de los años ochenta, la dispersión y la debilidad eran las notas predominantes del feminismo español, cuya fragmentación se hace definitiva en la década de los noventa” (Gil, 2011: 35). Efectivamente, en ese contexto y bajo las transformaciones teóricas (críticas a la unidad del sujeto, etc.) y prácticas (proliferación de sexualidades, etc.) que supone la teoría queer que llega a España en esos años, pero también de la propia experiencia de la fragmentación y precarización vital que afecta de manera singular a las mujeres, aparecen lo que se denominarán como “nuevos feminismos” (Gil, 2011) en el contexto de una dispersión feminista. A principios de los años dosmil el nuevo impulso del feminismo institucional por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (ley de igualdad, ley contra la violencia de género... junto con otras sobre el matrimonio homosexual y la atención a las personas dependientes) permite al PSOE capitalizar una cierta legitimidad feminista a pesar de que sus recetas económicas de austeridad y recortes de sólo unos pocos años después hayan perjudicado con dureza a mujeres, familias y (tareas y repartos de) cuidados. La irrupción del 15M en 2011 sirve para mostrar lo que ya estaba presente en la propia problematización autocrítica de algunos sectores feministas, que es necesario tomar buena nota de las diferencias, la dispersión y la precariedad, pero también de la conveniencia de construir batallas, propuestas y sentidos comunes para el feminismo. Es justo en este punto en el que nos sentimos interpeladas por la irrupción de Podemos para prolongar esta apuesta por lo común feminista, ya no sólo desde la óptica “particular” de los propios feminismos sino también desde una mirada más amplia sobre el conjunto de las transformaciones políticas generales que se viven en el conjunto del país. Es por ello que se vuelve necesario repensar el feminismo no sólo desde la perspectiva de los movimientos y

organizaciones, sino también desde el sentido común ¿feminista? presente en el conjunto de la sociedad con la que queremos conectar y hacer política, feminista y otras. En él encontramos dos puntos clave dentro del panorama español. El primero se refiere a una cierta deslegitimación del propio término “feminismo”, que en determinados contextos describe una posición marginal, extrema o radicalizada. En el segundo, encontramos, por el contrario, cierta victoria discursiva de la idea de igualdad. Este significante recupera buena parte de las demandas y los agentes feministas de la Transición que, reelaboradas desde una perspectiva institucional, han ido calando en el discurso cotidiano hasta llegar a configurar un lugar de paso obligado para todas las opciones políticas que se quieran presentar como democráticas y a la altura de los tiempos, aunque ello no se traduzca, muchas veces, en un verdadero compromiso igualitario en la práctica. Sin embargo, a pesar de esta victoria discursiva (o precisamente porque ella nos sitúa de manera autocomplaciente en una posición poco dispuesta a la autocrítica) seguimos observando cómo se reproducen desigualdades que aumentan y/o mutan desde formas más explícitas hasta otras más sutiles pero no menos efectivas (violencia machista, violencia entre jóvenes, feminización de la pobreza, asimetrías en los cuidados, etc.). Por último, tampoco podemos dejar de lado la aparición de reciente de un feminismo “pop” quizá menos radical-transformador en sus propuestas, pero al que sin duda debemos atender por su sintonía con algunos imaginarios juveniles de nuestros días En este escenario ¿qué principios, qué líneas, qué estrategias pueden compartir feminismo y una práctica política de aspiración hegemónica como la de Podemos?, ¿de qué manera hacer valer las buenas oportunidades y las victorias ganadas ya en el sentido común a la vez que somos conscientes de aquellos objetivos de los que estamos todavía lejos (p. ej.: participación política de las mujeres en la dirección de las organizaciones políticas)?, ¿es posible pensar conjuntamente feminismo (que atiende con sensibilidad a las diferencias) con la hegemonía (que se piensa en clave de consensos y mayorías)?, ¿qué ritmos, qué tiempos, qué alianzas son posibles cuando podemos compartir un deseo de cambio político general pero constatamos importantes diferencias en relación al feminismo?

Nuestra apuesta y convicción es que efectivamente hoy encontramos algunas brechas de oportunidad que hacen posible vincular feminismo y hegemonía, aunque esta alianza impura pase por modificar, como toda relación articulatoria, a las propias partes implicadas. En esto consiste finalmente nuestra propuesta de “feminismo ganador”, en armar una componenda, una articulación de coyuntura, que trate de hacer cambio político para todos contando con el feminismo, siendo conscientes de que ello significa también modificar nuestra propia mirada feminista previa. Para ello es necesario adentrarnos en algunas de las tensiones teóricas entre feminismo y hegemonía. A ello dedicamos el próximo apartado centrándonos en el que nos parece el nudo clave: la ambivalencia de sostener un punto de vista situado junto con una mirada universalista y hegemónica.

Alianzas teóricas entre feminismo y hegemonía, una lectura feminista de la hegemonía En este apartado ponemos en diálogo la teoría del hegemonía con un punto de vista feminista muy concreto, el que se deriva de su lectura materialista de la diferencia. Comenzamos mostrando, en primer lugar, de qué modo la teoría de la hegemonía cuenta con la heterogeneidad y la contingencia, para señalar a continuación que la experiencia feminista de la diferencia puede aliarse con la hegemonía advirtiéndole del peligro de una totalización homogenizante que cancele las diferencias. Laclau y Mouffe reconocen con toda claridad que la heterogeneidad y las diferencias siempre socavan cualquier totalización hegemónica. Sus desarrollos, además, no dibujan un escenario social de pura dispersión aleatoria en el que cualquier posibilidad estaría igualmente disponible. Incluso en esta caricatura de universo caótico sin ninguna estructuración, la necesidad jugaría su partida ya que sería imprescindible un trasfondo neutral que, a modo de contenedor de particularidades, garantizara iguales posibilidades para todas ellas. No, efectivamente nuestro mundo no es un escenario neutral de posibilidades infinitas abiertas en igualdad de condiciones. La contingencia es inherente a

lo social, pero la necesidad no puede ser erradicada, hay relaciones sociales sedimentadas, relaciones de poder que se presentan a los sujetos “en la práctica” como necesarias y no contingentes. Esta tensión paradójica entre necesidad y contingencia es lo que detecta Laclau (2005) cuando señala, en relación a la hegemonía, cómo una particularidad contingente es investida con un valor afectivo de totalidad que funciona en la práctica como necesaria. Así lo afirma: “cuál fuerza social se va a convertir en la representación hegemónica de la sociedad como un todo es el resultado de una lucha contingente; pero una vez que una fuerza social particular pasa a ser hegemónica, permanecerá como tal por todo un período histórico. El objeto de la investidura puede ser contingente, pero ciertamente no es indiferente, no puede ser cambiado a voluntad” (Laclau, 2005: 148). Se muestra así cómo las “particularidades hegemónicas” contingentemente pasan a ocupar el lugar de lo universal necesario. El caso paradigmático para el feminismo es el de la universalización hegemónica de la posición particular masculina blanca, occidental, heterosexual, etc. como neutral y no marcada. Pero hay otro tipo de particularidad que también funciona como necesaria para cualquier configuración hegemónica, y la crítica feminista nos ayuda localizarla. Se trata precisamente de aquello que necesariamente debe no aparecer, aquello que debe quedar vedado para que una particularidad hegemónica pueda funcionar como tal. Aclaremos esta cuestión. Como nos muestra la crítica feminista, los intentos de definición de lo femenino no logran escapar de un cierto halo de cliché, con frecuencia masculino, que se trata de imponer artificialmente. Lo que complica el asunto es que esta inadecuación de los clichés ¡también puede ser aplicada a los propios intentos feministas de caracterización de lo femenino! (Žižek, 1996/2007) Cualquiera que sean estos, siempre cabe la posibilidad de señalar que

funcionan igualmente imponiendo una cierta violencia simbólica sobre ello. ¿Y si lo femenino (desprovisto de toda connotación esencialista) funcionara de manera privilegiada finalmente para mostrar, no la excepción, sino la inconsistencia (del ser) de cualquier definición totalizante, la imposibilidad de ordenar la diferencia como identidad, la verdad de la posición materialista que impide conformar un todo completo ideal? Esta cuestión es realmente interesante para la política ya que nos permite reconocer que cualquier totalización hegemónica funciona siempre sobre la ocultación de su imposibilidad constitutiva. Así, una configuración hegemónica necesitaría contar con una parte que “no cuenta” (Rancière, 1995/1996) que necesariamente debe quedar fuera, encarnándose en ella de manera concreta esa heterogeneidad abstracta de la que nos habla Laclau. Ese lugar, esa “parte” que debe contar para la totalidad como “sin parte”, sin lugar, como excepción de la regla, etc. es clave para la política emancipatoria porque nos muestra el punto de apoyo fundamental del orden establecido, aquello que apareciendo como una disfunción particular, un mal funcionamiento excepcional dentro de un buen orden general, señala, en realidad, la verdad del (mal) funcionamiento general del sistema social en su conjunto; precisamente su punto de imposibilidad, aquello que no debe ocurrir en él. La cuestión relevante para nuestra lectura feminista viene finalmente a señalar una paradoja que, según nuestro criterio, no debemos abandonar. Con la hegemonía hemos aprendido que lo nuevo no se impone borrando de un plumazo todo lo anterior. Sino que, por el contrario, es el resultado de un laborioso proceso de recomposición de la ideología invisible que sostiene la sociedad, lo que se da por sentado y obvio: el sentido común. No se trata, por tanto, de imponer a la realidad un paquete de nuevas ideas que sustituyan a las viejas, sino más bien de liarse a tejer y destejer sentido común compartido utilizando los mimbres de lo que hay para que pueda ser otra cosa (Ema, 2015). Por tanto, hacer política hegemónica supone jugar en el campo del sentido común dominante (y de con ello, aceptar, como terreno de disputa su particularidad hegemónica). Pero por otra parte, y aquí está la paradoja, una política emancipatoria debe mirar a la totalidad desde ese otro lugar “la parte sin parte”, el lugar sintomático1 que funciona en la práctica como su imposibilidad, como lo 1Tomamos prestada del psicoanálisis la noción de síntoma entendido como esa cristalización subjetiva singular que procura a cada individuo una cierta consistencia. La imposibilidad de un fundamento, una ley, que obligue a un contenido

que debe quedar fuera. Es decir, jugamos en el terreno del sentido común y conectamos con él, pero aspirando a modificarlo desde el punto de vista de lo que para el sentido común cuenta como imposible. De este modo, tener presente la heterogeneidad no implica renunciar a pensar en la totalidad y los universales sino hacerse cargo, con todas las consecuencias, de que la elección comprometida de la posición parcial y excluida es precisamente la que nos permite acceder a la “verdad universal” (Žižek, 2013/2014: 139). Es decir, tenemos que elegir cuál es el lugar parcial de la mirada universalista que tomamos como causa movilizadora de nuestra política. Sí, elegimos mirar al conjunto de la sociedad desde la particularidad excluida y, a la vez, conectar y disputar el lugar de lo universal dominante que declaraba imposible nuestra elección parcial. Por eso esta política que escapa de las lecturas totalizantes e idealistas de la hegemonía sin renunciar a ella, es finalmente una política inacabada e inacabable. Esto es precisamente lo que desarrollamos de manera más concreta, en relación al momento y al contexto español en el siguiente apartado en el que finalmente presentamos nuestra propuesta feminista ganadora.

Feminismo ganador, entre el feminismo y la hegemonía Como hemos visto feminismos y hegemonía saben de la heterogeneidad, la fragmentación y las diferencias. Pero no se trata de celebrar la diferencia o las particularidades. El desafío está claro: se trata de sostener una práctica política impulsada por principios universales (no por la mera defensa de una posición particular) y orientada a una transformación para todos y todas, tomando buena nota de los límites teóricos y prácticos de las lecturas totalizantes de la política. Presentamos en seis puntos nuestro modo de enfrentarlo.

1.- Una política situada que conecta y moviliza determinado del síntoma es precisamente la condición de posibilidad de su concreción en una formación sintomática subjetiva que se fija como “realidad” para el sujeto ya no tan fácilmente modificable. Es decir, no hay contenido obligatorio, necesario, de ese síntoma, lo que no evita que necesariamente tengamos que pasar obligatoriamente por la prueba de la configuración sintomática de la subjetividad

Frente a la mirada abstracta y masculina, del “ojo de dios” (Putnam, 1994) asumimos que siempre se mira y se hace desde algún lugar (Haraway, 1991/1995; Harding, 2004) y que, por tanto, tenemos que hacernos cargo de lo que supone hacer política desde “ese” lugar, de hacer política situada. Dos consecuencias se derivan de esta opción. La primera implica reconocer que las articulaciones hegemónicas se producen de manera diferente en función del lugar de enunciación. Las herramientas, estrategias y propuestas políticas no son las mismas si se enuncian desde de “el poder” o desde sus lugares de subordinación (Montoto, 2015). Conocemos bien, por ejemplo, la mayor fuerza “performativa” asociada en el ámbito público a los cánones culturales de la masculinidad frente a los de la feminidad. Las prácticas (contra)hegemónicas no comienzan de cero. Si están ya situadas deben encontrar el modo de hacer en, y con, su situación trabajando también sobre las condiciones (legitimidad, visibilidad...) de sus lugares de enunciación. Y esto lo cambia todo. Digámoslo rápido: no es lo mismo la hegemonía, que cuenta con el viento a favor de las naturalizaciones y lo dado por descontado, que la contrahegemonía, que, aunque pase por la conexión con los sentidos comunes establecidos, siempre puede activar la percepción de amenaza de la novedad vivida como desestabilización y desorden. La segunda, se refiere al modo de mirar sobre la realidad política que queremos transformar. Parte de la crítica a la concepción abstracta científico-objetivista, de la política que no logra conectar con la función que la relaciones de poder que se quieren transformar desempeñan para los sujetos. No son las condiciones objetivas por sí mismas las que nos movilizan políticamente, sino su función como procuradoras de una cierta consistencia subjetiva. Por eso no podemos leer la hegemonía únicamente desde el plano racional abstracto de las ideas y las razones que propone. La implicación política no es tanto el resultado de una decisión racional como la consecuencia de un modo de afectarse con, y por, la realidad que le procura a los sujetos un lugar, una existencia social. Por eso los análisis y las propuestas transformadoras funcionan políticamente si finalmente pasan la prueba subjetiva de su viabilidad. Si sirven para convocar a los sujetos formando

parte de otro mundo posible. Una política situada como la que proponemos debe conectar con el entramado de imaginarios, afectos y pasiones que movilizan a los sujetos para poder ofrecerles un (otro) lugar compatible con el cambio político que se promueve. Esto es lo que se desatiende, por ejemplo, desde los discursos institucionales que presentan la violencia masculina hacia las mujeres como un asunto moral, patológico o únicamente penal que no conecta con la habitual posición subjetiva masculina en la que la violencia convive sin problema con la idealización del amor y la percepción amenazante del otro/a que desata el orgullo defensivo y la posesión autoreafirmante. ¿Cómo alentar una revisión crítica de las formas dominantes de masculinidad si no conectamos con la masculinidad realmente existente al presentar la violencia únicamente como patología o desvío excepcional, como algo que no tiene que ver con el día a día masculino de las relaciones amorosas? Para la política debemos deshacernos del objetivismo abstracto imposible de la mirada del “ojo de dios” y la toma de conciencia mediante un saber, para incorporar formas de transformación social y política que cuenten con los modelos de identificación, los imaginarios y los afectos implicados en cada situación. Por eso para nuestra propuesta de feminismo ganador nos parece clave incidir no tanto, o no solo, en el análisis crítico que desmonta las relaciones de poder realmente existentes sino también en la propuesta de modelos de identificación (masculinos y femeninos) incompatibles con esas relaciones que se quieren modificar y que, a la vez, sean atractivos dentro de las claves del sentido común hegemónico.

2.- Olvidar al “alma bella”, es ahora y con nosotras Esta mirada situada que proponemos no sólo se ve amenazada por la mirada totalizante abstracta sino también por la particularista minoritaria que se sitúa radicalmente excluida del marco de la normalidad dominante para así, paradójicamente, reforzarla como su “exterior constitutivo” (Staten, 1984). Esto es precisamente lo que Hegel (1807/1966) criticó refiriéndose a la figura del “alma bella”.

Este alma es bella porque no se contamina con el mundo real, sucio e impuro. Lo critica desde fuera, como si no formara parte de él, olvidando incluir su propia posición subjetiva, el hecho de que ella necesita que el mundo sea tal cual es para poder continuar ocupando su posición de víctima agraviada que finalmente alimenta y da consistencia autorreferencial a su propio yo. Por eso no quiere ensuciarse las manos y decide mantenerse al margen, denunciando con acierto sus fallas. La crítica hegeliana del alma bella no consiste únicamente en señalar que no actúa y sólo critica (sin duda políticamente necesitamos toda la capacidad crítica posible). Lo que Hegel descalifica es que ella es finalmente responsable de mantener aquello que cuestiona: “al quejarse de su ‘inadaptación’ al mundo cruel, ‘está perfectamente adaptada a ese mundo puesto que participa de su creación’ (Lacan, 1966/1984). La red de relaciones intersubjetivas en el marco de la cual el alma bella desempeña el papel de víctima pasiva, de alguien que no puede adaptarse a las exigencias de la realidad banal, la totalidad de esa red es ya su obra: la red misma no puede reproducirse sin que el ‘alma bella’ consienta en desempeñar ese papel. La apariencia de una constatación de los hechos (‘estos hechos están ahí, corresponden a la realidad...’) disimula la complicidad, el consentimiento, hasta la voluntad activa de cumplir con aquel rol y de permitir de ese modo que se reproduzca la situación de la que se queja” (Žižek, 2011/2013: 94). En este punto entonces, el reto político que afrontamos no consiste en relajar la actividad crítica, sino en sostener la paradoja ambivalente en la que conviven la toma de distancia que necesita la crítica con la cercanía del compromiso por tener y tomar parte en lo que hay. Esto nos llevó, por ejemplo, a darle una vuelta de tuerca más a la reflexión crítica expuesta en el documento “Sin nosotras no hay democracia”,2 para denominar a la campaña que llevamos acabo con motivo del 8 de Marzo: “Es ahora y con nosotras”.3 En el cambio de pronombre hay todo un desplazamiento epistemológico y político: efectivamente, si el 2 Este documento se realizó por el Círculo de Feminismos en el marco de la Asamblea Ciudadana de Podemos, durante el verano y otoño de 2014, en donde se plantea que el verdadero cambio democrático no se puede denominar tal si no cuenta con las mujeres. 3 Esta campaña estatal, realizada por el Area de Mujer e Igualdad en el marco del 8 de Marzo (Día de la Mujer), consistió en trabajo en medios de comunicación, redes sociales y presentación de propuestas económicas con perspectiva feminista.

cambio democrático por el que estamos peleando justo ahora lo queremos para todos, tiene que contar también con las mujeres. Y no se trata de esperar a que nos llamen, situándonos en un afuera, en ese lugar del alma bella, sino de participar activamente en él para mostrar que la política es también un asunto nuestro. Si no hay democracia sin nosotras podemos dar un paso adelante sin esperar a que la situación cambie, sino cambiándola formando parte de ella, justamente ahora y con nosotras.

3.- No son solo palabras, pero tampoco es sin ellas Un mismo hilo argumentativo recorre los debates sobre la política y la hegemonía en diferentes momentos. Los de más largo recorrido plantean o cuestionan la distinción entre la base de la estructura (las condiciones materiales, los procesos económicos) y la superestructura (la ideología, la cultura o el lenguaje). El argumento crítico cuestiona lo que se considera una suerte de autonomización superestructural de la política provocada por una sobreatención a los aspectos culturales, ideológicos... despreciando las condiciones materiales de la base estructural. Con la llegada del “giro lingüístico” (Rorty, 1967) a la política, el debate, que se reproduce también dentro del feminismo (Wilkinson y Kiztinger, 1995) se centra más en el lenguaje y en el discurso (y también en las estrategias políticas que se derivan de las diferentes concepciones sobre lo cultural y lo material (Butler, 1998/2001; Fraser, 1998/2001) señalando la posibilidad de incurrir en una suerte de idealización superficial del lenguaje que no nos permitiría acceder a la realidad en su profunda y densa dimensión material. Como si el mundo no fuera nada más que un producto lingüístico. No podemos desarrollar aquí todos los matices implicados en esta polémica ya muy documentada en otros sitios (Gergen, 1994/1996; Parker, 1998; Potter 1996/1998; Shotter, 1993/2001) pero sirva este paso fugaz por ella para mostrar que nuestra posición pasa por deshacernos de toda lectura dicotómica que finalmente separa el lenguaje de las condiciones materiales (afectivas, corporales, económicas u otras). Si la cultura y el lenguaje juegan su papel en la política es precisamente porque no pueden considerarse como una superestructura o un mero epifenómeno derivado, y separado, de la base material y económica (Voloshinov 1930/1992). Por eso la pregunta política relevante no es tanto por

la prioridad o la diferenciación de alguno de estos ámbitos (economía, cultura) sino por el modo concreto en el que se articulan en la práctica y cómo podemos incidir sobre ellos. El feminismo ganador, entonces, no puede reducir ni sus objetivos ni sus herramientas a las transformaciones de los marcos de sentido, pero tampoco puede desatenderlos como si fuera posible acceder directamente a las auténticas raíces materiales de la situación sin pasar por la significación. Esto es precisamente lo que pusimos de manifiesto con la presentación del documento “Reorganizar el sistema de cuidados: condición necesaria para la recuperación económica y el avance democrático”4 con el que tratamos de influir en los marcos de sentido sobre la economía y los cuidados mostrando su articulación con las condiciones de vida concretas. Cómo el mundo “superestructural” de las representaciones y las grandes cifras económicas debe ponerse a prueba aterrizado en las condiciones materiales de la vida cotidiana; y también, cómo la transformación de nuestros marcos de sentidos e imaginarios sobre el cuidado, la diferencia sexual, el reparto de tareas domésticas, el papel de las instituciones, etc. tienen también efectos concretos y tangibles en la economía.

4.- El feminismo como parte del cambio democrático general, no como demanda particular En esta política situada, alejada de la posición del “alma bella”, que se hace cargo de las articulaciones prácticas y concretas entre la materialidad y los discursos, una de las transformaciones más importantes y positivas que sufre el feminismo ganador es la de pasar de construirse desde el lugar de la demanda particular en relación a un sujeto ya dado (“la mujer”) al de la posición que se hace cargo de la aspiración general y universal de la política hegemónica entendiendo que su batalla tiene, justamente, que ir más allá de la disputa de una parcela particular del escenario social, la de los “asuntos de mujeres”. Con esta operación dejamos de concebir al feminismo como una práctica política orientada 4 Documento presentado en marzo de 2015, elaborado por Bibiana Medialdea y María Pazos, disponible en: http://bit.ly/1B32hNa

a la persecución de los intereses de las mujeres en tanto que mujeres, para proponer metas y aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia articulación de propuestas políticas en torno a un objetivo común (Mouffe, 1993/1999). De este modo, el feminismo no lucharía exclusivamente en contra de las discriminaciones de género, sino que tendría que implicarse en un proceso de democratización general que haga posible que las demandas feministas, y otras, puedan ser concebidas como parte necesaria de un proceso más amplio de radicalización democrática. Esto es precisamente lo que tuvimos presente en la campaña que lanzamos con motivo de la celebración del “Día de la Madre”. En ella proponíamos defender la maternidad alejándola de sus connotaciones moralizantes, normativas y naturalizadoras. Así, la presentábamos como derecho que puede ser ejercido, o no, en un contexto de garantías públicas de las condiciones materiales que permiten sostener a las familias. Justo lo que se ataca hoy con las políticas de austeridad y recortes impulsadas por los mismos sectores conservadores que apelan a la maternidad natural femenina para criminalizar el derecho a decidir de las mujeres. En este marco invitábamos a los y las simpatizantes de Podemos a regalar simbólicamente a sus madres su compromiso con un país con más derechos para todos y todas, con más posibilidades de vivir la maternidad como elección libre.5

5.- Antagonismo, (des)hacer con el vocabulario enemigo y construir voluntades feministas El antagonismo es una pieza central del edificio teórico de Laclau y Mouffe que muestra no solo la imposibilidad de cerrar cualquier consenso social, sino también, como hemos visto, la inconsistencia constitutiva del ser, la imposibilidad de entender cualquier identidad como una esencia positiva, completa, etc. Esto es lo que nos muestran con su afirmación de que el antagonismo no es una relación objetiva (entre identidades ya constituidas) sino un tipo de relación en la que se muestran los límites de cualquier objetividad (Laclau y Mouffe, 1985/1987). Esta consideración es de una relevancia capital.

5 Ver, por ejemplo, los textos en prensa: “¿Quién defiende la maternidad?” http://mun.do/1GSIUfa de Clara Serra; y “Defender la maternidad libre, plural y con garantías” http://bit.ly/1DNkgVC de Raúl Rojas.

Tomar el antagonismo como una relación objetiva, al contrario de lo que Laclau y Mouffe proponen, implicaría considerar que la lucha política debería pasar por derrotar, hacer desaparecer, al enemigo antagónico para poder expresar y liberar nuestro potencial oprimido, nuestra auténtica identidad subyugada por el otro que la niega. Sin embargo, tal y como señala Žižek: “para capturar la noción de antagonismo en su dimensión más radical, debemos invertir la relación entre sus dos términos: no es el enemigo externo el que me impide alcanzar la identidad conmigo mismo, sino que cada identidad, librada a sí misma, está ya bloqueada, marcada por una imposibilidad, y el enemigo externo es simplemente la pequeña pieza, el resto de realidad sobre el que "proyectamos" o "externalizamos" esta intrínseca, inmanente, imposibilidad” (Žižek 1990/1993: 259-260). Asumir esto con todas sus consecuencias implica poner en cuestión las lecturas sociologicistas más reduccionistas que ponen toda la confianza en la transformación de (sólo) las estructuras sociales. Hay algo ya antes, del lado del sujeto (la necesidad paradójica de un enemigo externo que positivice su propia imposibilidad constitutiva) que impide localizar un lugar "ahí-fuera" (la estructura social) para resolver definitivamente la opresión y cancelar de una vez por todas las relaciones de poder. Sin duda las estructuras sociales injustas deben ser modificadas, no debemos ceder en este punto, pero la política que aspira a cambiar en profundidad las cosas no puede ser ingenua en relación a esta cuestión. No hay transformación política, objetiva, sin contar con el modo, subjetivo, como los sujetos son constituidos y constituyen las estructuras sociales. Dos conclusiones pueden derivarse de esto para la práctica política feminista. 5.1.-Disputar los vocabularios y lugares del sentido común: reorganizar el tablero La primera implica sostener la paradoja de utilizar los nombres y términos del enemigo para modificar sus efectos. Es decir de aquellos que, formando parte de lo que nos oprime, también nos constituyen. No hay posibilidad de un lugar de exterioridad completa a lo que queremos cambiar tal y como hemos visto con el alma bella. Necesitamos las categorías

impuestas por el poder para lograr ser otra cosa diferente a lo que se nos propone con ellas. Esto pasa en primer lugar por ir, en cierto sentido, contra la propia posición social y subjetiva. Tal y como afirma Judith Butler: “uno/a persiste siempre, hasta cierto punto, gracias a categorías, nombres, términos y clasificaciones que implican una alienación primaria e inaugural en la socialidad. Si estas condiciones instituyen una subordinación primaria o, en efecto, una violencia primaria, entonces el sujeto emerge contra sí mismo a fin de, paradójicamente, ser para sí” (Butler, 1997/2001: 40). Para ello tenemos que problematizar (los nombres de) el propio lugar de enunciación. No nos referimos ahora a un trabajo individual, sino a la disputa colectiva de los términos que se han establecido como dominantes. Esto es lo que nos enseña también la hegemonía. Si lo nuevo nace en la batalla con lo viejo, se trata de contaminar, desplazar y rearticular sus significados en diálogo conflictivo y ambivalente con ellos. Y esto es precisamente lo que tratamos de hacer desde nuestra propuesta feminista. Por ejemplo, buscando reapropiarnos de la noción de “familia”, encasillada en el cofre de las esencias naturales y heteronormativas, defendiendo su diversidad y la garantía de las condiciones sociales y materiales necesarias para que vivir en familia obedezca a un deseo decidido y no a una obligación (moral) o un privilegio (económico). Si el significante “familia” abre la posibilidad de transportar demandas feministas al centro del sentido común es porque está revestido de una legitimidad indudable. Esa es justamente una de las tareas a las que nos invita la teoría de la hegemonía: utilizar a nuestro favor los referentes cargados de legitimidad que circulan de modo transversal e interpelan a la mayoría de los sujetos. Todos queremos, si no una familia, sí el derecho a tenerla. Ese acceso a la familia tiene enfrente, por un lado, a las políticas austericidas, que están socavando las condiciones materiales para que formar una familia sea una opción real, y, por otro, a la ideología conservadora de quienes defienden la normatividad y autenticidad de un único modelo de familia. Frente a ellos el feminismo tiene dos opciones. Una, asimilar su propia derrota y regalar al enemigo un significante de validez universal al que

no deberíamos apelar por mucho que sea capaz de conectar con las aspiraciones del conjunto de la sociedad. Otra, la de disputar la legitimidad a aquellos que hacen imposible el acceso de las mayorías al derecho a la familia y a todas y cada una de las diferentes familias. Se trata simplemente de no abdicar cuando la situación es favorable y cuando las condiciones materiales nos permiten pelear y ganar lo que el enemigo siempre se ha apropiado de modo fraudulento y excluyente. Esto es a lo que nos referimos cuando decimos que no se trata de ganar una posición dentro del tablero político, sino de reorganizar sus elementos de otro modo. Un momento político como el que tenemos es una ventana de oportunidad para que las demandas que en el orden previo formaban parte de una marginalidad impotente ocupen una posición central y relevante.

5.2- Del nosotras/ellos a la construcción de una voluntad colectiva feminista La segunda, se refiere a la nominación concreta del antagonismo en clave feminista aquí y ahora. En primer lugar, tenemos que evitar el riesgo de moralización que invisibiliza e impide una construcción política del conflicto (Mouffe, 2005/2007) al leer la situación exclusivamente en términos de buenos (nosotros) y malos (ellos). Un antagonismo planteado exclusivamente en términos morales dificulta hacer viable una transformación política duradera y profunda. Al depender principalmente de la volátil calificación de buenos o malos, es difícil que haya una auténtica modificación de las posiciones subjetivas y de los compromisos necesarios para hacer duradero el cambio que se propone. En segundo lugar, observamos que la cuestión se complica más para el feminismo cuando constatamos que las relaciones de poder que queremos modificar se manifiestan a partir de la distinción asimétrica entre dos categorías sexuadas que no pueden deshacerse apelando a la confrontación y derrota de la posición (masculina) dominante. Mujeres y hombres tenemos y queremos vivir juntos. Por eso no nos parece factible plantear el antagonismo en términos nosotras vs. ellos. Efectivamente, no se trata de acabar con el otro, sino de reorganizar las relaciones de poder de otro modo. Por eso el reto es construir un sujeto transformador feminista capaz de modificar las relaciones de poder entre sexos. Y nuestra

propuesta pasa por incorporar a esta tarea también a los varones. Queremos articular un nosotros diferente porque el feminismo no es sólo un asunto de mujeres o para mujeres, y porque los otros del feminismo son quienes se definen por sus prácticas machistas más que por su posición sexuada. Es cierto que los hombres, como sujetos privilegiados de esas prácticas, tienen una mayor dificultad para deconstruir esas estructuras y prácticas, pero no por ello debemos dejarlos fuera. Todo lo contrario, consideramos que no hay feminismo sin ellos. Por eso proponemos trazar otra línea para describir/construir el antagonismo feminista que hoy nos parece más relevante políticamente. Señalando como los ellos, frente a nosotros, a quienes ponen lo público al servicio del mantenimiento de los privilegios de unos pocos, dificultando con ello una vida vivible para las familias, acentuando especialmente las desigualdades que afectan a las mujeres: en los cuidados que se hacen más necesarios a la vez que menos viables, en la feminización de pobreza, etc. El enemigo hoy de la transformación democrática y feminista que queremos es la oligarquía y la casta que en España promueve una articulación singular entre conservadurismo machista y neoliberalismo.

6.- La pelea por el sentido común. Firmeza en los contenidos, inteligencia en la táctica Una transformación política en clave hegemónica aspira a modificar la trama de consentimientos implícitos y marcos de sentido que permiten interpretar lo que hay autorizando y legitimando determinadas prácticas y no otras. Por eso tenemos que intervenir sobre esos marcos para ganar los compromisos colectivos necesarios para que un cambio político profundo pueda darse y mantenerse en el tiempo. Sin duda, la mejor política pasa por defender, sin ceder, principios fundamentales. Y precisamente por eso para hacerlos efectivos en la práctica necesitamos criterios y estrategias que tengan presente alguna noción de eficacia sobre sus resultados. Es imprescindible un trabajo inteligente y laborioso (en medios de comunicación,

conversaciones cotidianas, con actores de la sociedad civil, programas electorales, textos, redes sociales, etc.) para, conectando con esos marcos que ya sabemos que hoy son de sentido común, desplazar sus contenidos para que puedan portar una auténtica novedad política (no un mero retoque cosmético de algunos elementos superficiales). Y para ello es conveniente un cierto sentido táctico de progresividad, redefiniendo nuevos marcos a partir de otros anteriores, disputando sus contenidos concretos para incorporar otras propuestas y prácticas que antes eran rechazadas o simplemente desatendidas dentro de ellos. Si, como hemos visto, logramos vincular derechos humanos y familia hablando de un "derecho a una familia" que nos permita reconfigurar la noción tradicional de familia podremos plantear con mayor posibilidades de éxito la propuesta de cobertura pública de los tratamientos de reproducción asistida para mujeres lesbianas. Sin embargo, si no logramos ganar esos marcos generales esas propuestas concretas no se llevarán a la práctica o no durarán, por más que las defendamos con mucho ímpetu. Este compromiso ético y político con un cambio que no sea maquillaje, combinado con este modo de hacer estratégico preocupado por la eficacia, la viabilidad y la durabilidad es clave en Podemos, también para su política feminista. No podemos contemplar esto como meras operaciones de marketing, como si la política pudiese resolverse como una cuestión técnica. Las decisiones políticas deben ponerse en juego sin garantías y con audacia, pero para someterse a la valoración de su eficacia y viabilidad. Desde esta perspectiva, política y no meramente técnica, tomamos en cuenta las aportaciones de Laclau y Mouffe (1985/1987) Laclau (2005) sobre las "cadenas de equivalencia" con las que mediante relaciones de continuidad y sustitución, y bajo el paraguas común de un significante vacío, se vinculan contenidos que permitan reconfigurar sentidos comunes más prometedores. Se trata de, en primer lugar, conectar con el paraguas general de los marcos amplios que ya sabemos hegemónicos, ganadores, (en la medida de lo posible, priorizando estos sobre aquellos que sabemos que no movilizan tantos apoyos o que nos plantean la disputa política

en un terreno favorable para las posiciones del adversario) y, en segundo, estableciendo relaciones entre argumentos que pueden permitir vincular elementos que de antemano no lo están. Tomemos como ejemplo el documento sobre la reorganización de los cuidados al que nos referíamos anteriormente. En él se presenta la corresponsabilidad en los cuidados domésticos como modo de concretar en la vida cotidiana el cambio democrático que queremos para el conjunto de la sociedad. Así, enmarcando la reorganización de los cuidados dentro del paraguas general de la democracia podemos vincular estos con otras demandas (de cambio económico, social, cultural, laboral...) como un proyecto general de cambio para todos y todas en el que el feminismo juega un papel importante como parte de la ola de cambio democrático que Podemos pretende alentar. Por eso no renunciamos a utilizar los “significantes vacíos” y abstractos (democracia, justicia, igualdad…) siempre que nos permitan pasar por la prueba de su encarnación en prácticas concretas como ejemplo tangible de una causa universal (en este caso, la democracia). El feminismo que proponemos no renuncia a mantener principios y propuestas fundamentales por encima de coyunturas de oportunidad política, pero sí adecua sus tácticas para que su defensa obedezca más al deseo de su consecución efectiva, que a la expresión autorreferencial de una determinada propuesta política únicamente como reforzador de la propia identidad al margen de sus resultados prácticos sobre la realidad.

El desafío abierto, arriesgar otro feminismo Comenzamos nuestro texto mostrando dos apuestas que caracterizarían el feminismo ganador. La primera apuntaba a la introducción de un punto de vista feminista sobre la política hegemónica. No nos referíamos tanto a la invitación a adoptar modos de hacer política más “femeninos”, como a una idea previa más general (que podría ser también una condición de una cierta desmasculinización de la política), la asunción de una mirada situada, parcial, no idealista, que no renuncia a la práctica política hegemónica, para todos,

pero que sí sabe de los límites y las ambivalencias de las totalizaciones. Frente a la mirada abstracta que pone el énfasis en la construcción de hegemonía desde el lugar del poder, hemos tratado de pensar esta desde el lugar de lo imposible-excluido, el lugar sintomático, de la parte sin parte. Y esto implica sostener una paradoja irresoluble, la de aspirar a conectar con el sentido común (y correr el riesgo de reforzarlo) a la vez que buscamos su modificación. Supone también tomar buena nota de que las transformaciones políticas no pasan únicamente por los marcos de sentido racionales, sino también por las tomas de postura apasionadas, las identificaciones y los deseos que se entrelazan con ellas. Es necesario para ello una apertura a lo real, una sensibilidad práctica para leer de manera realista lo que conecta afectivamente con el sentido común dominante, porque precisamente ese es con el que debemos contar y el que es necesario cambiar. Y ello pasa también por interrogar los imaginarios propios para no proyectarlos (incluso bajo la máscara del objetivismo) sobre lo que hay, simplificándolo y ajustándolo a nuestra imagen preconcebida. La hegemonía también toma buena nota del feminismo en relación al carácter materialmente encarnado del discurso, algo que sin duda ya sabe en la teoría, pero de lo que el feminismo tiene buena experiencia en la práctica. Los marcos de sentido, de visibilidad, de legitimidad... no están separados de las condiciones materiales. Si no hay política sin palabras, tampoco la política es solo un asunto de palabras. Por eso es imprescindible atender, al modo feminista, a las condiciones concretas de la vida cotidiana y los ámbitos de la vida privada-doméstica que deben ser puestos en el punto de vista de la política. También hemos presentado aportaciones de la teoría de la hegemonía a las que el feminismo puede incorporarse para sumarse con peso específico al cambio político. Desde nuestro punto de vista, su lugar no es tanto el de implacable observador crítico, pero a distancia, sino el de colaborador necesario que participa del juego establecido asumiendo sus contradicciones. Por eso proponemos renunciar al, relativamente cómodo, lugar del

alma bella y su inconformismo constante, porque bajo la apariencia de una postura crítica con la situación se puede esconder la necesidad inmovilista de que las cosas sigan igual para que la propia posición de la queja encuentre siempre su justificación. El reto en este punto es del de sostener la crítica a la vez que el compromiso decidido por transformar lo criticado. Como hemos dicho, ya no se trata sólo de que no haya democracia sin nosotras, que también, si no de que la democracia que queremos la estamos construyendo ya nosotras dando un paso adelante, formando parte de lo que tenemos que transformar. Entendemos el objetivo feminista (de la transformación de los discursos, prácticas y relaciones sociales donde una categorización sexual implique subordinación) como consustancial a la transformación que se propone para el conjunto de la sociedad. Efectivamente, la batalla feminista no es sólo un apartado sectorial que la ola del cambio democrático debe tomar en cuenta, es también un eje impulsor del propio cambio. Por ello, no sólo apostamos por que la democracia cuente con el feminismo, sino que proponemos acentuar en el feminismo todo aquello que permita impulsar la transformación política que queremos para todos y todas. Si la revolución democrática no puede no ser feminista, el feminismo tampoco puede no ser democrático-radical. En relación al antagonismo hemos propuesto ampliar la voluntad colectiva política feminista para que los hombres puedan tener un lugar en ella, señalando un enemigo común para toda persona que aspire a transformar en una dirección igualitaria las relaciones de género: las oligarquías que recortan derechos y limitan la democratización de la política y la sociedad. No entendemos el feminismo como una batalla particular de unas y para unas pocas, sino como una causa transversal que nos interpela a todos y todas. Pero quizá el punto en el que se muestran, en la práctica, las tensiones entre el feminismo y la hegemonía tiene que ver con algunas claves estratégicas que se pueden derivar de esta última. ¿De qué modo combinar en la práctica la radicalidad y la ruptura de la apuesta feminista con la necesaria habilidad táctica para ganar gradualmente apoyos y mayorías cuando el sentido común mayoritario está muy alejado en algunos puntos de los objetivos feministas? No queda otra que pensar en clave de proceso, de escalamiento gradual de

posiciones, utilizando con habilidad los marcos (feministas u otros) que ya son ganadores, a los que mayoritariamente nadie diría que no, para conectar con ellos y ampliar los apoyos a las propuestas que se queremos vincular en una misma cadena de demandas. Comenzamos este texto presentando un desafío, el de la articulación entre hegemonía y feminismo. Hemos explorado sus condiciones históricas y sus retos teóricos para convertir el desafío en propuesta. Sin embargo, completar esta tarea es imposible, no hay propuesta política que pueda cancelar su dimensión de apuesta sin garantías y sin riesgos. Por eso el desafío principal es quizá el que exige un compromiso decidido con nuestro propio deseo, con nuestra capacidad de sostener esta apuesta asumiendo sus contradicciones con la suficiente flexibilidad y capacidad de escucha para construir sus mejores consecuencias prácticas. Queremos arriesgar otro feminismo para nuestro tiempo, un feminismo ganador. El reto está abierto y es apasionante.

Bibliografía

Butler, Judith. (1998/2000). “El marxismo y lo meramente cultural”. New Left Review, Nº 2: 109-122. Butler, Judith. (1997/2001). Mecanismos psíquicos del poder. Teorías sobre la sujección. Madrid, Catédra. Ema, José Enrique. (2015). “Política y hegemonía hoy”. La Circular, Nº.1 Recuperado el 1 de Mayo de 2015 de: http://lacircular.info/politica-y-hegemonia-hoy/ Fraser, Nancy. (1998/2000). “Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta a Judith Butler”. New Left Review, Nº 2: 123-136. Gergen, Kenneth J.(1994/1996) Realidades y relaciones. Aproximaciones a la construcción social. Barcelona, Paidós. Gil, Silvia L. (2011). Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión. Madrid, Traficantes de Sueños. Gramsci, Antonio. (2009). La política y el Estado Moderno. Madrid, Diario Público Harding, Susan. (Ed.). (2004). The Feminist Standpoint Theory Reader. Intellectual & Political Controversies. New York. Routledge.

Haraway, Donna. (1991/1995). Ciencia, Cyborgs y Mujeres. Madrid, Cátedra. Hegel, Georg W. F. (1807/1966). Fenomenología del Espíritu. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Lacan, Jacques. (1966/1984). Escritos 2. México, Siglo XXI. Laclau, Ernesto. (2005) La razón populista. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal. (1985/1987). Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización de la Democracia. Madrid, Siglo XXI. Montoto, Marina. (2015). Estrategias para el desarrollo del feminismo en el nuevo ciclo político. La Circular, Nº1 Recuperado el 2 de Mayo de 2015 http://lacircular.info/estrategias-para-el-desarrollo-del-feminismo-en-el-nuevo-ciclopolitico/ Mouffe, Chantal. (1979/1991). “Hegemonía e ideología en Gramsci” en Antonio Gramsci y la realidad colombiana, Bogotá, Foro Nacional, 1991, pp.167-227. Mouffe, Chantal. (1985). “Hegemonía, política e ideología”. En Labastida, Julio (comp.) Hegemonía y alternativas políticas en América Latina. México, S. XXI. Mouffe, Chantal. (1993/1999). El retorno de lo político. Barcelona, Paidós. Mouffe, Chantal. (2005/2007). En torno a lo político. México, Fondo de Cultura Económica. Nash, Mary; Torres, Gemma (eds.). (2009). Feminismos en la Transición, Barcelona, Universitat de Barcelona. Oñate, Pablo. (1998). Consenso e ideología en la Transición española. Madrid: Centro de estudios Político y Constitucionales. Parker, Ian (ed.). (1998). Social Constructionism, Discourse and Realism. Londres: Sage Publication. Potter, J. (1996/1998). La representación de la realidad. Discurso, retórica y construcción social. Barcelona, Paidós. Putnam, Hillary. (1987/1994). Las mil caras del realismo. Barcelona, Paidós. Rancière, Jacques (1995/1996). El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires, Nueva VisiónRorty, Richard. (ed.). (1967). The Linguistic Turn, Essays in Philosophical Method. Chicago, University of Chicago press,

Shotter, John (1993/2001) Realidades conversacionales. La construcción de la vida a través del lenguaje. Buenos Aires: Amorrortu Staten, Henry. (1984). Wittgenstein and Derrida. Londres: University of Nebraska Press Voloshinov, Valentin N. (1930/1992). El Marxismo y la Filosofía del Lenguaje. Madrid, Alianza. Wilkinson, Sue y Kitzinger, Celia (eds.). (1995). Feminism and Discourse: Psychological Perspectives. Londres, Sage. Žižek, Slavoj (1990/1993) Más allá del análisis del discurso En Laclau, Ernesto Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Buenos Aires, Nueva Visión. Žižek, Slavoj. (1996/2007). El resto indivisible. Buenos Aires, Ediciones Žižek, Slavoj. (2011/2013). El más sublime de los histéricos. Buenos Aires, Paidós Žižek, Slavoj. (2013/2014). Pedir lo imposible. Madrid, Akal

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.