¿POR QUIÉN NO VOTAR?
Fernando Álvarez Simán*
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"La democracia es el peor sistema político inventado por el hombre... A
excepción de todos los demás".
En pocas regiones del mundo y en pocos momentos de la historia, esta frase
atribuida a Winston Churchill resulta más válida que en el México de hoy.
Con todos sus defectos y falacias, con el poder y presión de los medios de
comunicación, con todo y el alto nivel de penetración del narcotráfico y el
lavado de dinero, con las amenazas de la guerrilla en algunos estados, con
la compra de votos y la corrupción en distintos ámbitos, la democracia es
preferible a cualquiera de las alternativas posibles, dictaduras de
izquierda o de derecha, planteadas por los violentos y mafiosos.
Por eso, y a pesar de que está lejos de interesar a todos los habitantes
del país, la abstención suele estar alrededor del 50% del padrón electoral,
no es para nada exagerado decir que la democracia mexicana es el menos
dañino de los males conocidos por estos lares.
Basta con imaginar las alternativas para preferir este sistema malo pero
conocido. Y basta agregar que buena parte de esa abstención se debe a la
combinación dramática de dos factores que se dispararon en México durante
la última década del siglo pasado. El primero, la forma como las
diferencias entre los partidos y entre los políticos se fueron borrando con
el paso de los años. Y el segundo, los niveles de escándalo que alcanzó la
corrupción política.
En gran medida, el primer factor fue el resultado de los acuerdos y
componendas entre los políticos de los diversos gobiernos y los partidos de
oposición que significó que compartieran por mitades el poder durante los
últimos 12 años de sucesivos gobiernos. Para los electores, se volvió
incomprensible que, sin importar por quién votaran, las formas de gobernar
continuaron iguales o han empeorado.
En cuanto al segundo elemento, el de la corrupción, convenció a millones de
potenciales votantes ya decepcionados por el concubinato entre las diversas
fuerzas políticas en afanes mezquinos, de que cualquiera que buscara un
puesto en el servicio publico, era, en el fondo, un personaje lleno de
intereses creados, cuando no un corrupto.
La evidencia de que un buen número de políticos en diferentes regiones del
país se han dedicado a saquear las arcas públicas para amasar una fortuna
y, de paso, garantizar con parte de esos recursos su reelección, ha alejado
a muchos ciudadanos de las urnas e hizo pagar a justos por pecadores; la
incredulidad ha crecido a tal nivel que a los políticos honestos se les
volvió ya casi un imposible convencer a los electores de que no son "más de
lo mismo".
Estos dos fenómenos han marcado las 2 últimas elecciones federales, desde
fines del siglo pasado y a comienzos del actual. Desde 1994 hemos sido
testigos de ilegales financiamientos de campañas como el PEMEXGATE, pero
también el de los amigos de Fox en el 2000 y mas recientemente el caso
Ahumada con todas sus ramificaciones judiciales, que culminaron en pactos
subterráneos entre partidos para pasar por alto este hecho que ya produjo
una doble y contradictoria consecuencia.
Por un lado, los abstencionistas encontraron en este hecho el mayor
escándalo de corrupción en el financiamiento de partidos políticos. Pero
por el otro, el hecho de que muchos de los culpables nunca fuesen a parar a
prisión, alientan a algunos sectores empresariales y a políticos a
continuar participado en estas actividades.
Decir por quién votar para el Congreso de la Unión puede resultar un
ejercicio mediocre y tedioso, además de un favor gratuito para quien puede
terminar no comportándose a la altura debida en una institución creada para
mantener el equilibrio entre poderes y fomentar una democracia, donde 128
senadores y 500 diputados a la Cámara no garantizan la representatividad
del pueblo mexicano y la lucha por la satisfacción de sus necesidades sino
todo lo contrario.
No es estimulante escoger a conciencia a un ciudadano que nos represente en
el Poder Legislativo cuando vemos que el conjunto se comporta como una
camarilla interesada en los logros personales, en la jugosa dieta
legislativa, en el control de cuotas burocráticas en las diversas
categorías estatales o en simplezas como imponer condecoraciones u ofrecer
homenajes inmerecidos a otros políticos.
Lo ideal sería poder distinguir a los corruptos y saber quién es
inteligente y honesto, útil a la democracia. Lamentablemente, la
trayectoria no puede comprobar ni lo uno ni lo otro, apenas muestra lo bien
conectado que esta un candidato con los grupos políticos o los de poder
económico. De otra parte, la ausencia de propuestas es casi absoluta y los
partidos lejos están de actuar como bancadas ofreciendo desde ahora
propuestas partidistas viables. Igualmente, la publicidad política se está
limitando al discurso emotivo de siempre, a promover por un lado la
"continuidad" o a vender el "cambio". Por eso es más fácil y más sano
identificar por quiénes no deberíamos votar para que como ciudadanos no
contribuyamos aún más a la perversión del sistema.
En primer lugar, abstengámonos de votar por figuras ajenas a la política
como futbolistas, boxeadores, actrices, reinas de belleza, locutores,
humoristas y similares. Estos personajes generalmente buscan capitalizar su
fama y reconocimiento, o solucionar su vida, a través de una curul en el
Congreso porque es la mejor manera de seguir ganando mucho dinero sin hacer
nada. La gente de la farándula que ha llegado a nuestras instituciones
políticas es prueba fehaciente de que nada tiene que estar haciendo ahí, su
aporte a la fecha ha sido nulo.
En segundo lugar, es necesario erradicar el nepotismo. El poder político no
se hereda, eso es un atentado contra la democracia y una falta de respeto a
toda la sociedad. En unos casos, son los hijos de oscuros caciques que
quieren seguir desfalcando al Estado a través de aquellos. En otros, son
los hijos de grandes líderes que sin construir una carrera propia se
apuntalan en su apellido para sobresalir. Este es un país donde muchas de
las oportunidades están negadas al pueblo porque todo el pastel se la
reparten hereditariamente los dueños del poder. Un político decente, por
muy presidente que haya sido su papá, tiene que hacer su propia carrera
empezando desde abajo, como regidor de un pequeño pueblo, secretario de un
juzgado o empleado medio de una entidad pública. Es muy mal síntoma el que
estos advenedizos quieran saltar de los pupitres de Cambridge a los del San
Lázaro sin sudar la camiseta. Nada bueno saldrá de ellos así.
Otro tipo de candidatos por los que debemos abstenernos de votar son los
pertenecientes a partidos de índole u origen religioso, bien sea de
orientación católica o de cualquier otra tendencia. Las cosas de Dios, los
asuntos espirituales hay que dejarselos a las iglesias. La política,
empero, es un asunto terrenal que debe ser manejado por laicos; el Estado
debe ser secular.
Tampoco son merecedores de nuestros votos los políticos que ensucian las
ciudades llenándolas de publicidad que luego no retiran. En general,
quienes abusan de la comunicación a través de cualquier medio demuestran
que tienen mucho dinero y pocas ideas. Las intenciones de quienes se
anuncian como un detergente generalmente son dañinas. Otro grupo que no
debe recibir votos es el que promete todo; eso identifica a los incapaces
que quieren hacerse de un sueldo a toda costa, a cambio de lo que no está a
su alcance. Ofrecen empleo para todos, educación gratuita, hospitales en
cada esquina, subsidios para ancianos y hasta becas por no estudiar. La
demagogia y populismo es para engañar tontos pero nada de eso se cumple.
Quien se ha eternizado en el Congreso no debería tener más votos para
volver. Si su presencia ha sido benéfica, lo cual es de dudar, mil gracias
por el servicio prestado a la Patria y hasta luego.
Después de estos "consejos" ¿tiene claro por quién votar o se quedó sin
candidatos por hacer caso a estas recomendaciones? Si así fuere, repase de
nuevo la lista, pues finalmente votar adecuadamente no es un asunto tan
estéril como se cree.
* Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Chiapas
