Por qué vuelan de noche las lechuzas, por qué murió joven Roldán, por qué se llama una novela Cien años de soledad: exclusión, soledad y muerte en los relatos de incesto

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Por qué vuelan de noche las lechuzas, por qué murió joven Roldan, por qué se llama una novela Cien años de soledad: exclusión, soledad y muerte en los relatos de incesto JOSÉ MANUEL PEDROSA DESDE LA ANTIGÜEDAD, EL incesto ha sido considerado un crimen de los más execrables, digno de las peores maldiciones y de los mayores castigos. Creencias y relatos documentados en muchas épocas y tradiciones muestran cómo a esa falta condenada en casi todas las culturas se le suele asociar muchas veces el castigo a los parientes incestuosos, pero también la transmisión de esa condena al linaje, lo cual suele traer como consecuencia o bien la infecundidad de la pareja incestuosa, o bien la marginación, el aislamiento y/o la muerte trágica y prematura de los frutos de tales amores, que en algunas ocasiones llegan a ser presentados como monstruos, y en otras como héroes—seres todos ellos marcados por el sello del individualismo y de la excepcionalidad. El que el castigo de la culpa recaiga no sólo sobre la pareja incestuosa—como sería justo y razonable—, sino también sobre sus descendientes—lo que no lo es tanto—, pone en estrecha relación los relatos de incesto con los relatos acerca de maldiciones, que muchas veces se proyectan también sobre el linaje de los pecadores, tal y como demuestran multitud de ejemplos—la maldición de Yavé contra Adán y Eva y su descendencia, de Noé contra Cam, de Pélope contra Atreo y Tiestes, etc.—, según intenté demostrar en un artículo publicado hace poco (Pedresa 2001). En este nuevo trabajo—en el que veremos cómo el motivo del incesto se contamina ocasionalmente también con el de la maldición—voy a analizar un corpus de relatos (mitos, leyendas, cuentos, obras literarias "de autor") basados en ese tema que nos va a permitir descubrir una especie de constante ideológica y argumental que parece haberse mantenido más o menos estable en épocas y en geografías muy diferentes. Ese denominador común podría resumirse de este 259

in lhnu>rofllAKUtr.TG(ii.iw.K(: modo: Lis uniónos incestuosas linn di' resultar por lurrza estériles; y, si dan algún fruio, el vastago de tul unión será un ser marcado por un destino trágico que tendrá que afrontar su aislamiento dentro de la sociedad, o su exclusión de ella. Ya sea porque se trate de un monstruo—encarnación negativa de la exclusión—que deba vivir aparte; ya sea porque se trate de un héroe—encarnación positiva de la individualidad; ya sea porque—por razones diversas—se vea obligado a llevar una vida aislada y marginada. En muchos casos, la muerte del vastago de un incesto ha de llegar de forma trágica y prematura, muchas veces solitaria, y, si alcanza a generarse un linaje, estará fatalmente abocado a la derrota, la decadencia y la extinción. En definitiva, los descendientes de una unión incestuosa, si es que llegan a nacer, estarán fatalmente marcados por el signo de la soledad y de la extinción. Las obras y las tradiciones literarias en las que podremos rastrear este común denominador argumental 110 son nada menores: la Biblia, el mito y la tragedia griegos, la épica medieval, el drama romántico y moderno, la narrativa contemporánea, el cuento, la leyenda, el cancionero y el romancero tradicionales. El enorme arco temporal y geográfico y la diversidad de géneros en que se insertan toda s estas obras augura conclusiones muy interesantes sobre el modo en que la cultura en general y la literatura en particular han abordado, manteniendo unas constantes discursivas de estabilidad sorprendente, uno de los conflictos que más han inquietado y atormentado a la humanidad desde sus orígenes hasta hoy. Eí incesto de Lot y la exclusión de su linaje (Génesis 19:30-38) El primer ejemplo que vamos a analizar está extraído del bíblico Génesis 19:30-38: Después subió Lot de Segor y se estableció en la montaña, y con él también sus dos hijas, porque tuvo miedo de quedarse en Segor, alojándose en una cueva con sus dos hijas. Entonces la mayor dijo a la menor: "Nuestro padre es viejo y no queda varón en la región que pueda entrar a nosotras conforme a la costumbre de toda la tierra. Vamos, pues, demos de beber vino a nuestro padre y acostémonos con él y así sobrevivirá descendencia de nuestro padre." Aquella misma noche hicieron beber vino a su padre y fue la mayor y se acostó con él. Éste no sintió ni cuándo se acostó ella ni cuándo se levantó. Al día siguiente dijo la mayor a la menor: "Bien, la noche pasada dormí yo con mi padre; hagámosle beber también esta noche y te acuestas tú con él y así tendremos descendencia de nuestro padre." También aquella noche hicieron beber vino a su padre y la menor se acostó con él, y tampoco sintió ni cuándo se acostó ni cuándo se levantó. De este modo las dos hijas

I : Xl :l IISIÓN, Si )| I'HA11Y MI H'U 11' I'N I OS Hl'l A U)S 11|' INi II'S'U 1 I'I'PIU ISA

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di* Lot quedaron encintas de .su pudre. La mayor tuvo un hijo y le llamó Mo«l>; i-s el padre de IOH neníales moabltas. También la menor parió un hijo y le llamó Ik-n-Ammi, y es el ascendiente de los actuales amonitas. Las estirpes de los moabitas y de los amonitas llegaron, con el tiempo, a ser enemigos irreconciliables del pueblo hebreo. El castigo que el discurso bíblico—y la historia—les reservó fue la derrota, la marginación, la extinción: "Ni el amonita ni el moabita ni sus descendientes, aun en la décima generación, entrarán a formar parte de la asamblea de Yavé, y esto para siempre, pues no os salieron a recibir con pan y agua en vuestro viaje cuando veníais de Egipto, sino que llamaron a Balam, hijo de Beor, de Perur, en Aram Naharaim y le pagaron para que te maldijese" (Deuteronomio 23:4-6). El incesto de Rubén y la exclusión de su linaje (Génesis 49:2-4) El Génesis 49:2-4 nos ofrece otro relato disuasorio acerca de las relaciones incestuosas y de las consecuencias que pueden tener para los linajes nacidos de ellas: antes de morir, el patriarca Jacob reunió en torno suyo a sus doce hijos—que con el tiempo serían cabezas de las doce tribus de Israel—, con el objeto de repartir entre ellos sus bendiciones y maldiciones, de acuerdo con lo bueno o con lo malo del comportamiento que hubiese observado en cada uno de ellos. Al primogénito, Rubén, lejos de bendecirle y de favorecerle de acuerdo con su condición preeminente, le maldijo porque había mantenido relaciones incestuosas con su madre. La maldición del patriarca se transmitió, según la tradición bíblica, a toda aquella rama del linaje de Jacob, y ello explicaría el insignificante papel que, en contra de la lógica de las jerarquías del parentesco, la tribu de Rubén iba a jugar, a partir de entonces, en la historia del pueblo de Israel: Reunios y oíd hijos de lacob; prestad oídos a Israel, vuestro padre. Rubén, tú eres mi primogénito, mi fortaleza y la primicia de mi vigor eminente en dignidad y ardiente en pasión. Desbordante como agua que bulle, no tendrás preeminencia, porque subiste al lecho de tu padre, lo profanaste. Él subió a mi estrado.

Sí/id/rs ¡ii lhimri>fllAKRii:rGin.twr.Ri; Comprobamos aqni cómo el discurso bíblico vm'lve a insistir en una do las modalidades de condena—la exclusión, la decadencia—reservada a los linajes nacidos bajo el estigma del incesto. El incesto de Mirra y la muerte prematura de Adonis Si el Génesis bíblico nos ofrece ejemplos de linajes socialmente marginados por la marca fatal del pecado de incesto, también la tradición mitológica grecolatina muestra ejemplos reveladores del mismo motivo. No son raros en ella los casos de enlaces incestuosos que dan frutos extraordinarios, aunque la mayoría de esas relaciones se establecen entre dioses que no parecen estar gobernados por las mismas reglas de organización familiar ni social que los humanos. Recordemos, por ejemplo, el caso de los hermanos Forcis y Ceto, divinidades marinas que alumbraron seres monstruosos—y, por tatito, rigurosamente excluidos de la sociedad humana—como Escila, las Grayas, Equidna o las Hespérides. Pero tampoco faltan, en la mitología griega, los casos de incesto entre humanos, con las consecuencias dramáticas que ello debía implicar. Un ejemplo representativo es el de Mirra, la hermosa joven que, por instigación, de las Furias o Euménides—según otras fuentes, por deseo de Venus—, se enamoró de su propio padre, Cíniras, rey de Siria. Con la ayuda de una criada que la condujo durante doce días seguidos, en secreto y a oscuras, hasta el lecho paterno, la joven satisfizo su deseo de yacer y de quedar embarazada de su padre. Pero, cuando éste pudo al fin contemplar a la misteriosa mujer y descubrió que se trataba de su propia hija, la persiguió para matarla con un martillo. En su huida, la joven suplicó a los dioses que la libraran de las iras de su padre, y ellos la convirtieron en el árbol de la mirra. Cuando el embarazo llegó a su fin, la corteza del árbol se levantó y surgió de él Adonis, el hermosísimo héroe cuya vida, fruto de los amores adulterinos de su madre y de su abuelo, nació fatalmente marcada por la maldición del incesto. El desdichado moriría, en plena juventud, herido por un jabalí enviado contra él por la despechada diosa Ártemis. En sus Metamorfosis, dedicó Ovidio (2001: X, vs. 465-78) líneas muy dramáticas a todos estos personajes y a la tragedia del incesto. Su consumación, gracias a las astucias de la vieja nodriza, es descrita con estos tintes dramáticos: El padre recibe sus propias entrañas en impuro lecho y alivia el miedo de la doncella y da consejos a la temerosa. Quizás también, con el pretexto de la edad, dijo "hija," y ella también dijo "padre," para que rio falten nombres al crimen. Llena de su padre abandona el tálamo y lleva en el funesto vientre impías semillas y transporta lo criminalmente concebido. La siguiente noche

r'xcinsii'iN, s o i i ' H A i > Y M i i | i u i i ' ' U N I O S UN AI os ni! INUÍSIO I'I'DKOSA

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repite ln tochorin, y no huy limite en olla; finalmente, cuando Cíniras, deseoso de conocer a su amanto después do tantas uniones, vio, tras haber traído una luz, oí crimen y también a su hija, con palabras retenidas por el dolor sacó su brillante espada de la vaina que colgaba; Mirra huye y es substraída a la muerte por las tinieblas y por regalo de la ciega noche y, tras haber vagado por los anchos campos, abandonó la Arabia productora de palmeras. Al cumplirse el plazo correspondiente, del árbol en que se convierte Mirra nace Adonis, marcado por el signo fatal de la soledad: nace solo, muere solo y en plena juventud, y es finalmente transformado en una planta de flor tan fugaz—algunas tradiciones dicen que se trataba de una rosa, otras que de una anémona—como fugaz fue su vida. Hasta en la descripción de la planta insiste la tradición clásica en lo efímero de la vida del hijo de un incesto: "Surgió una flor del mismo color de la sangre, como la que suelen producir los granados que ocultan bajo su pegajosa corteza un grano; sin embargo, es corto su disfrute. Pues los mismos vientos que le proporcionan el nombre arrancan a la que está mal sujeta y pronta a caer por su excesiva falta de peso" (Ovidio 2001, X: vs. 736-39). Es difícil que el destino fatal y la muerte solitaria y prematura cíe los vastagos del incesto puedan encontrar más trasparente y emotiva ejemplificación que en las tradiciones antiguas que hubo en relación con Adonis: "Afrodita, en honor de su amigo, instituyó una fiesta fúnebre, que las mujeres sirias celebraban todos los años en primavera. En vasos, cajas, etc., plantaban semillas, que regaban con agua caliente para que brotasen rápidamente. Estas plantaciones se llamaban jardines de Adonis. Las plantas, así forzadas, morían a poco de haber salido de la tierra, simbolizando la suerte de Adonis" (Grimal 1997, s.v. Adonis). El incesto de Edipo y las muertes prematuras de Etéocles y Polinices A Edipo le señalaron diversos oráculos, antes y después de nacer de sus padres, los reyes tebanos Layo y Yocasta, como futuro asesino de su padre, como fecundador incestuoso de su madre y como causante de la ruina de todo su linaje. Abandonado por ello, apenas nacido, en un monte, y criado por una familia adoptiva, el joven Edipo acabará matando, al disputar en un camino, a un insolente anciano cuya identidad desconocía. Poco después, en Tebas, se une a la reina viuda, se convierte él mismo en rey, y pronuncia una solemne maldición contra quien hubiera dado muerte a su predecesor en el trono. Con indecible espanto, irá poco a poco descubriendo que fue él quien mató a su predecesor y padre—el anciano en cuyo camino se habia cruzado—, y que con quien se había unido era con su madre.

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Y que, por tanto, la maldición que había pronunciado de forma tan solemne había recaído inexorablemente sobre si mismo. No contento con maldecir al asesino del difunto rey de Tebas, y sin saber aún que se estaba maldiciendo a sí mismo, el mismo Edipo maldice a aquellos de sus subditos que no pusieran todo de su parte para localizar y castigar al causante de la muerte de Layo. Resulta muy significativo comprobar, en el Edipo rey de Sófocles, cómo la maldición se hace extensible a los campos y a la descendencia: "Y pido, para los que no hagan esto, que los dioses no les hagan brotar ni cosecha alguna de la tierra ni hijos de las mujeres, sino que perezcan a causa de la desgracia en la que se encuentran y aún peor que ésta" (Sófocles 1998, vs. 270-73). Cuando tan trágicos sucesos se hacen de dominio público, los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices, expulsan a su padre de Tebas, por lo que el desdichado monarca—que se quita la vista a sí mismo y acaba muriendo en la más amarga de las soledades—los maldice y profetiza que acabarán matándose el uno al otro. El pronóstico se cumple inexorablemente. Para intentar evitar sus efectos, los dos herederos de Edipo deciden reinar por turnos de un año cada uno. Pero Eteocles se resiste a abandonar el trono cuando cumple el plazo de su gobierno, con lo que estalla una lucha fratricida que culmina con la muerte simultánea de ambos hermanos, descrita con insuperable dramatismo en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En ella, Eteocles grita antes de perecer: "¡Oh locura venida de los dioses y odio poderoso de las deidades! ¡Oh raza de Edipo mía, totalmente digna de lágrimas! ¡Ay de mi, ahora llegan a su cumplimiento las maldiciones de nuestro padre" (Esquilo 2000, vs. 653-56). Es otro caso de un linaje incestuoso marcado por la fatal exclusión, la soledad y la muerte prematura de sus descendientes.

embargo, ¿de qué sirve esto si Nictimene, convertida en ave por una cruel culpa, ha sido la heredera de mi dignidad? ¿Acaso no ha sido oída por ti la noticia, que está muy extendida por toda Lesbos, de que Nictímene ultrajó el lecho paterno? Ella ciertamente es un ave, pero, consciente de su culpa, huye de la vista y de la luz y oculta en las tinieblas su vergüenza y es repelida por todos en el cielo entero" (2001, II, vs. 589-95).

El incesto de Nictímene y la exclusión del linaje de las lechuzas

El mito griego de Nictímene resuelve otro conflicto de incesto condenando a la descendencia de esa unión, una vez más, a la vergüenza, el aislamiento y la soledad. Nictímene era una princesa de Lesbos o de Etiopia, según las fuentes, que ñivo amores, consentidos o forzados, con su padre. Avergonzada, huyó al bosque, donde Atenea la convirtió en lechuza, el ave que se oculta entre las sombras para llevar una vida esencialmente nocturna, apartada de las demás aves, estigmatizada por el signo fatal de la soledad, que tantas veces ha puesto en relación a esta ave con brujos y brujas, encarnaciones de lo excluido y de lo antisocial. Con palabras dramáticas ("huye de la vista y de la luz y oculta en las tinieblas su vergüenza y es repelida por todos en el cielo entero") subrayó Ovidio la soledad que debía acompañar para siempre a los descendientes de la princesa incestuosa: "Sin

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El incesto de Carlomagno y la muerte prematura de Roldan

En la leyenda del héroe francés Roldan ha habido siempre un episodio, el de su nacimiento, especialmente oscuro e intrigante. En contradicción con lo que suele ser común en los relatos que exaltan las hazañas de los héroes, casi todas las fuentes y crónicas antiguas silencian el nombre del padre y de la madre de Roldan, y se limitan a dar por hecho y a repetir una y otra vez que el joven guerrero muerto en Roncesvalles era sobrino del emperador Carlomagno. Un sobrino por el que el emperador sentía tanto afecto que la relación Carlomagno-Roldán oscureció por completo, al menos en las fuentes histórico-literarias de toda la Edad Media, la que el emperador mantuvo con sus propios hijos biológicos y herederos políticos. Algunas alusiones rápidas y confusas, desperdigadas por diversos textos medievales, parecen sugerir que Roldan pudo ser fruto de las relaciones incestuosas entre Carlomagno y una hermana suya a la que cada fuente dio un nombre diferente—Gisla, Bertaine, etc. En particular, una Vita sancti Egidii del siglo X, retocada y refundida en siglos posteriores, y también la Karlamagnussaga, el Tristan de Nantewil y el Ronsasvals occitánico, hacen alusiones, desde diversos puntos de vista, al pecado cometido por el emperador al tener relaciones con su hermana. En la Karlamagnussaga de hacia 1230-1240 se describe de qué modo "mientras Egidio celebra la misa, el ángel Gabriel desciende del cielo y deposita sobre la patena una carta que revela y perdona el pecado oculto, anunciando que al cabo de los siete meses Gisla dará a luz, y ordenando a Cario que la haga esposar (para ocultar el escándalo) con Milone d'Angler, y que se quede al cuidado, como tutor, de Roldan, oficialmente su sobrino, aunque fuera en realidad su hijo" (Roncaglia 1986, 322-23). Y en la relación de los milagros de San Egidio que hizo Jean d'Outremeuse en su Myroir des fíistors, se presenta a Carlomagno pidiendo a Dios "que le perdonase un pecado enorme que había hecho, que él no osaba decir en confesión, por la vergüenza. Y era, eso era lo que quería decir, que él había tenido conocimiento carnal de su hermana Bertaine" (Roncaglia 1986, 332).

/i'N ¡u ífriin>r(i/'JMHK».'rt?(>M'«/:ni.' Vista ¡i la luz de osla confusa leyenda sobre su origen, la muerk- solitaria, prematura y trágica de Roldan en los estrechos do Koncesvalles podría recibir una interpretación acorde con las constamos narrativas que estamos deduciendo ¡> partir do nuestro repertorio de relatos de incesto: mareado desde svi nacimiento por ese terrible estigma, la lógica implacable del pensamiento mítico obligaba a que su muerte fuese temprana y violenta, solitaria y sin descendencia. Una de las impresiones más intensas que asaltan al lector cuando lee el prodigioso relato acerca de su muerte en la Cruxnson de Roland es la de su trágica, insondable, impresionante soledad: Roldan va perdiendo, uno a uno, a todos sus compañeros de lucha, y al final, en una escena extensísima y memorable, muere en la más absoluta soledad antes de que Carlomagno—su padre y tío, según la leyenda—pueda acudir en su auxilio. La catástrofe de Roncesvalles proporcionó el escenario ideal y las características ideales a una muerte que, desde el mismo nacimiento del héroe, estaba de algún modo anunciada. El incesto y la muerte en una canción española del siglo XVI ("Por amores lo maldito...") y en una refundición de Agustín García Calvo A mediados del siglo XVI, el músico español Juan Vásquez armonizó e incluyó en dos de sus cancioneros polifónicos una cancioncilla, sin duda tradicional en su época, tan dramática y sugerente como breve: Por amores la maídixo la mala madre al buen hijo: "¡Si pluguiese a Dios del cielo y a su madre Santa María que no fueses tú mi hijo, porque yo fuesse tu amiga!" Esto dixo y lo maídixo la mala madre al buen hijo. Por amores lo maldixo la mala madre al buen hixo. La canción, con escasas variantes, fue editada en los cancioneros de Juan Vásquez Villancicos i Canciones... a tres y a quatto (Osuna, 1551) y Recopilación de Sonetos y Villancicos a quatro y a cinco (Sevilla, 1560); reproduzco la edición de Frenk 2003, núm, 504.

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Sljjlox después dr que t1! músico (lian Vásquez armonizara esta cancioncilla, MI I onsodra mat Ismo seguía cautivando a oyentes y lectores, a músicos y poetas. Hn su Rama de romances y baladas, que vio la luz en 199 1 , Agustín García Calvo ofrecía una reescritura originalísima y muy sugerente de la misma canción, desarrollada por él en doce estrofas glosadoras que insuflan nueva tensión y diferente estilo en la breve célula poética renacentista. He aquí el comienzo de la versión de García Calvo: Por amores lo maldijo, por amores, la mala madre ai buen hijo. Cuando lo vio casi hombre su niño doña Laurita, por amores no sabía lo que hacía, que iba a perder sus amores. Lo veía que se iba de bailes, giras y trotes con las niñas, lo encontraba con alguna en portales o rincones, y sufrirlo no podía, suspirando por el día, desvelada por la noche... El extenso poema de García Calvo no tarda en adentrarse por meandros sorprendentes: el hijo cede a la presión amorosa de su madre, y ambos arden en un incesto apasionado a espaldas del padre, ignorante de lo que está sucediendo en su propia casa. En cierta ocasión, los tres salen de excursión, en su coche, para respirar el aire puro del campo y distraerse con una cena campestre, y el hijo se aleja para caminar por el campo. Poco después sorprende una tórrida escena amorosa entre sus progenitores y, loco de celos, despeña a su padre por un barranco. He aquí las trágicas estrofas finales del poema de García Calvo: No fue muy larga la lucha: igual que un macho cabrio

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Shidies in Honor of HARRIET GOWBERG que al macho viejo se atope, enloquecido, a trompicones el padre medio aturdido lo fue empujando hasta el borde del barranco, y allí, ya ciego perdido, embistiéndole de golpe, lo echó rodando hasta el hondo, su alarido por las peñas y los montes. Quedó allí acezando Jorge, y allí doña Laura, viendo cómo el cielo se le ha hundido, le grita con roncas voces: —¡Maldito seas, maldito, maldita quien te parió y maldito el que te hizo!, que has matado mis amores. Por amores lo maldijo, por amores,

la mala madre al buen hijo. (1991, 229-35) El desenlace del conflicto fabulado por García Calvo queda incógnito. El hijo se ha revelado rio sólo como el amante incestuoso de su propia madre (con la que no tiene generación), sino también como el asesino de su padre y luego como el vastago maldecido por la madre viuda, es decir, excluido para siempre de la estructura familiar. Aunque el poeta nos hurte cualquier información sobre su destino ulterior, éste habrá de ser el de un sujeto inevitable y prematuramente marcado, aislado y arruinado por el peso de su culpa. El incesto vuelve a manifestarse como una conducta intrínsecamente antisocial que, tras destruir la célula familiar, genera, a un tiempo, exclusión, soledad y aniquilamiento. El incesto y la muerte prematuro cíe Don Garios (en el drama de Schiller)

Don Carlos, infante de España es uno de los mejores, más profundos y sombríos

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dramas de Friedrich vori Schiller y de toda la literatura romántica europea. Inspirado muy libremente—incurre en todo tipo de arbitrariedades y de anacronismos históricos—en la biografía del hijo marginado, encarcelado y muerto en solitaria prisión por Felipe II, el dramático sino del príncipe queda crudamente dibujado por él mismo desde la primera escena: CARLOS (pensativo y pasándose la mano por la frente). —Reverendo Padre, muy mala suerte he tenido con mis madres; mi primer acto al nacer fue un matricidio. DOMINGO. —¿Es posible, Principe? ¿Puede ese asunto abrumar vuestra conciencia? CARLOS. —Y mi nueva madre... ¿no me ha costado ya el amor de mi padre? Mi padre apenas me ha amado. Todo mi mérito 110 era más que ser su único hijo. (Schiller 1996,1:1, 136) El motivo de la atracción incestuosa del príncipe por su madrastra, seguramente más cercano a la leyenda que a la realidad histórica, planea sobre toda la obra. Aunque tampoco se trata de un incesto convencional: el joven don Carlos (de veintitrés años) intenta justificar su funesta pasión alegando que la reina estaba en principio destinada a ser su esposa legitima, y que su padre frustró ese compromiso reclamándola para él. Visto así, el incesto adquiere una paradójica dimensión triangular, porque podría entenderse tanto que el hijo pretendía a su madrastra como que el padre había pretendido a quien iba a ser su nuera: Amo a mi madre... El hijo ama a su madre. La costumbre universal, el orden de la naturaleza y las leyes de Roma reprueban esa pasión. Mi pretensión vulnera atrozmente los derechos de mi padre. Lo comprendo; y aun así, amo. (1:2, p. 141) Vos erais mía; a la vista del mundo me estabais prometida por dos grandes tronos, otorgada por el cielo y la naturaleza; y Felipe, Felipe me ha robado a vos. (1:5, p. 153) El desenlace del drama de Schiller encaja con las soluciones más típicas que la literatura ha dado a los casos de incesto: la marginación y la soledad (carcelarias) y la muerte (prematura y trágica) del desdichado don Carlos, que morirá, por mandato de su inflexible padre, devorado por su pasión prohibida.

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El incesto, la decadencia y la muerte en "Cien años de soledad" de García Márquez Innumerables, polémicos e inseguros han sido los intentos de interpretación y densos los ríos de tinta que se han escrito acerca del título de la gran novela de Gabriel García Márquez: Cien años de soledad. Y también acerca de las enigmáticas palabras que ponen el colofón a la obra: "Estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) seria arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra" (García Márquez 2000,547-48). Gabriel García Márquez no ha llegado a despejar nunca de manera total la ambigüedad del título ni del final de la novela, aunque en ocasiones se ha pronunciado—sin considerarla una cuestión cerrada—acerca de la clave que articula todo el tejido narrativo de Cien años de soledad: "Ahora pienso que lo que me interesaba en mi novela era sobre todo contar la historia de una familia obsesionada por el incesto" (Couffon 1969, 46). El incesto recorre, en efecto, como una fiebre invencible y de principio a fin, Cien años de soledad. Desde el matrimonio de José Arcadio Buendía con su pruna, e incluso desde antes: En verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre si. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguales. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendia, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: "no me importa tener cochinitos, siempre que

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puedan hablar." Asi que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio. (García Márquez 2000, 105-06) Escenas memorables de Cien años de soledad muestran la actitud de sus protagonistas (José Arcadio, Aureliano José) ante el incesto: "Me caso con Rebeca," le dijo. Pietro Crespi se puso pálido, le entregó la cítara a uno de los discípulos y dio la clase por terminada. Cuando quedaron solos en el salón atiborrado de instrumentos músicos y juguetes de cuerda, Pietro Crespi dijo: —Es su hermana. —No me importa—replicó José Arcadio. Pietro Crespi se enjugó la frente con el pañuelo impregnado de espliego. —Es contra natura—explicó—y, además, la ley lo prohibe. José Arcadio se impacientó no tanto con la argumentación como con la palidez de Pietro Crespi. —Me cago dos veces en la natura—dijo—. Y se lo vengo a decir para que no se tome la molestia de ir a preguntarle nada a Rebeca. (189) Apareció en la cocina de la casa, macizo como un caballo, prieto y peludo como un indio, y con la secreta determinación de casarse con Amaranta... Desde aquella noche se reiniciaron las sordas batallas sin consecuencias que prolongaban hasta el amanecer. "Soy tu tía," murmuraba Amaranta, agotada. "Es casi como si fuera tu madre, no sólo por la edad, sino porque lo único que me faltó fue darte de mamar." (250) Los hijos y los hijos de los hijos de las parejas incestuosas de Macondo nacen marcados por el sello de algún prodigio exclusivo, con alguna señal de excepcionalidad que les hace fluctuar, a lo largo de toda la novela, entre la condición de monstruos y la de héroes, mientras las generaciones, amores y pecados se suceden a un ritmo agotador: "La historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje"

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(523). Los últimos amantes de Macoiido, Amaranta Úrsula y Aureliano, tia y sobrino (aunque alguna vez creyeron ser hermanos ellos mismos), "los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra" (532), engendraron al último ser que nació en el mítico pueblo y, "a medida que avanzaba el embarazo se iban convirtiendo en un ser único" (538). Todo en Macondo avanza, inexorablemente, hacia "lo único," es decir, hacia la soledad. Todo el linaje de los Buendía, bajo la culpa imborrable del incesto, se desliza violentamente hacia la decadencia social, hacia la soledad insondable, hacia la extinción física, igual que sucedió con tantos otros linajes nacidos en el calor prohibido del incesto: el de los amonitas y el de los moabitas, el de Rubén, el de Edipo, el de las lechuzas hijas de Nictimene, el de Yembó—que enseguida conoceremos. Amaranta Úrsula se extingue al parir un monstruo de cola de cerdo que muere en la más absoluta soledad, al lado del cadáver de su madre y de su padre absorto: "Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco, que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín" (544). El último vastago del incesto muere solo, prematuro, sin generación, como mueren solos y sin tiempo de madurar Adonis, Roldan, don Carlos, como morirán los hijos de Yembó. Aureliano queda como último y solitario habitante de Macondo el tiempo justo para comprender por qué hay "estirpes condenadas a cien años soledad," aunque no es seguro que supiera que, además de la de Macondo, ha habido muchas otras estirpes condenadas a lo mismo y para purgar el mismo pecado. Eí incesto de los padres de Encarnación y la exclusión del monstruo (en un relato de Eduardo Galeano)

Un precioso relato breve incluido por el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano dentro del volumen Las palabras andantes tiene por protagonista a un ser monstruoso nacido de una unión incestuosa. Su nombre es Encarnación. Su pasión son las mujeres (aunque podía ser algún infundio, pues "se decía, se sabía. Nadie, nunca, se había acercado" a él). Y su condena, la soledad ("caminaba Encarnación solo como siempre, en aquellas soledades por siempre solas..."): Agazapándose en los cerros, los curiosos lo vichaban de lejos. Encamación tenía una cabezota de orejas en abanico y pelo de fuego, pero a la distancia sólo se veía su aguijón, que llevaba a rastras como un largo rabo: en los días de calor, Encarnación lo refrescaba en el río y después lo tendía en la orilla para secarlo al sol, y en las noches de frío lo usaba de bufanda.

EXCLUSIÓN, SOLEDAD Y MUERTE EN LOS RELATOS DE INCESTO PEDRQSA

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Se decía que el esperpento había nacido de la prohibida pasión entre un padre y su hija, y se decía que aquel instrumento descomunal le servia para llamar a las puertas, para clavar postes y para el incesante ejercicio de su lujuria. En los ardores de primavera, Encarnación había llegado a sentar hasta seis mujeres sobre su tieso travesano, y teniéndolas sentadas había jugado con ellas al subibaja. Y una noche, mientras yacía dormido, el monstruo de lascivia había sido excitado por los sueños, y alzando su mástil había taladrado las tejas del techo. Se decía, se sabía. Nadie, nunca, se había acercado. Cayó la noche y un andar triste atravesó los campos. Caminaba Encarnación solo como siempre, en aquellas soledades por siempre solas, cuando lo sorprendió el aguacero... (Galeano 2001, 149-50) El solitario hijo del incesto se refugia de la lluvia en la cabana de tres hermanas que le acogen alborozadas, y con las que hace el amor. Pero el padre y otros hombres armados aprovechan para entrar en la cabana al amparo de la oscuridad y del sueño: El padre atropello. Machete en mano, se arrojó sobre la tenebrosa criatura que había desgraciado a sus hijas. Pero antes de que el acero lo tocara, Encarnación se desintegró en un fogonazo y fue nada más que un puñadito de polvo de azufre sobre el piso de tierra. En misa de acción de gracias, el sacerdote celebró el fin de la pesadilla de los cristianos. Encarnación había sido un sueño de Belcebú, y se había desvanecido en el aire cuando Belcebú despertó, en las profundidades del infierno. Y pasó el tiempo mojado, y pasó el tiempo seco, el tiempo de barro y el tiempo de polvo. Y en la cuenca de Paute nacieron tres niños, de enorme cabeza roja y cuerpito de araña. Los tres traían un larguísimo apéndice, que la comadrona confundió con el cordón umbilical. (152) Galeano deja abierto el final de su relato. ¿Qué destino esperará a los tres nuevos frutos del linaje incestuoso? Posiblemente el mismo que había marcado a su propio padre: la soledad, la exclusión y la extinción. La "enorme cabeza roja," el "cuerpito de araña" y el "larguísimo apéndice" no parece que puedan ayudar mucho a las tres criaturas a integrarse en la sociedad de los humanos, que estigmatiza siempre a los vastagos del incesto, y que les condena a soledades y a

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muertes como las que seguramente esperan a estos tres simpáticos engendros, o como los que se abatieron sobre el último habitante de Macondo, no muy diferente de ellos. El incesto de Yemid, la exclusión y la muerte prematura ¿e su linaje (en un mito santero cubano) Entre las exóticas y variopintas historias que se asocian a la tradición de la santería afrocubana, hay una sumamente interesante para nosotros, que muestra hasta qué punto se consideran graves y nefastas en aquel ámbito cultural, como en tantos otros, los pecados de incesto. El relato describe cómo el astuto dios Oggún se las arreglaba para forzar a su madre, Yembó, a tener trato sexual con él, a espaldas de su padre, Obatalá. Cuando éste descubrió la terrible falta, su primer impulso fue maldecir a su hijo, pero éste le suplicó dramáticamente que no lo hiciese, y le aseguró que estaba dispuesto a ser expulsado del hogar para siempre (es decir, a ser excluido y a quedarse en la más absoluta soledad) y a ganarse el sustento con el sudor de su frente—aprecíense los paralelismos con el relato bíblico del castigo de Adán y Eva—con tal de que no cayese aquella mancha sobre el linaje común. Obatalá se dio por satisfecho con el castigo solicitado por su hijo, y desistió de maldecirle directamente. Pero cuando se volvió hacia su esposa, Yambé, pese a que ésta no tenia culpa de nada, pues había sido siempre obligada por la fuerza a tener relaciones con su hijo, no pudo menos que pronunciar una terrible maldición que marcó a su descendencia para siempre: la muerte alcanzaría tempranamente a todos los hijos varones que ambos tuviesen. Una vez más, los vastagos del incesto quedaban marcados por el terrible destino de la extinción prematura: Se dice que Obatalá vivía con Yembó, su mujer; junto a ellos vivían Elegguá, Oggún, Ochosi, Ozun, y también tenían a Dada, pero no vivía con ellos. Obatalá salía todos los días a trabajar, dejando a sus hijos en la casa, y cuando regresaba, Ozun era el que tenía que decirle lo que había pasado. Oggún era el que más trabajaba en la casa, por eso era muy mimado y todos tenían que obedecerle. Oggún se enamoró de su mamá Yembó y quiso violarla muchas veces y obligarla a hacer algo indigno de un hijo bueno; pero Elegguá siempre estaba vigilando, se lo decía a Ozun y éste le llamaba la atención a Oggún. Éste, que era el cocinero de la casa, viendo que Elegguá le estorbaba para sus planes, empezó a darle menos comida. Cuando éste se dio cuenta de que Elegguá se lo había dicho a Ozun, discutió con Elegguá y lo echó de la casa. Elegguá se

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quedó en la esquina dando vueltas sin entrar; mientras, Oggún cogió cuatro sacos de maiz y se los dio a Ozun, para entretenerlo comiendo y que asi no pudiera delatarlo, poro Elegguá no perdía de vista a Ozun. Todos los días Oggún, a una misma hora, cerraba la puerta; como Ozun estaba comiendo, no veía nada. Un día Elegguá esperó a Obatalá y le dijo: "Papá, yo tengo algo que decirle, hace muchos días que no como." "¿Por qué?," respondió Obatalá, y Elegguá le dijo: "Porque Oggún me echó de la casa"; entonces Obatalá le dijo: "¿Por qué?," y Elegguá respondió: "Porque Oggún no quiere que yo vea lo malo que él está haciendo en la casa." Y Obatalá le preguntó: "¿Y cómo Ozun no me ha dicho nada?" Elegguá le contestó: "Porque Oggún le da a Ozun mucha comida y éste se queda dormido"; entonces Obatalá le dijo: "Imposible, Ozun 110 puede acostarse, y mucho menos quedarse dormido." Elegguá le respondió: "Bueno, papá, no diga nada de esta conversación y mañana, levantándose como de costumbre, sale para su trabajo, y a la hora, regresa a casa para que con sus propios ojos lo vea." Aquello dejó muy triste a Obatalá, quien aquella noche no pudo dormir con tranquilidad, soñando y delirando todo el tiempo. Al otro día, Obatalá salió hacia su trabajo como de costumbre, se escondió detrás de los matorrales de mangle que había allí, y desde aquel lugar vio a Ozun acostarse y quedarse dormido al instante, y también a Oggún cuando cerró la puerta. Obatalá lloró de sentimiento, cogió un bastón de mangle para apoyarse, porque le faltaban las fuerzas, y poco a poco, se acercó a la puerta de su casa, faltándole las fuerzas alzó el cayado y tocó a la puerta. Yembó oyó y dijo: "¿Tú ves, Oggún, qué necesidad tenía yo de buscarme este lío?," añadiendo: "¿Qué se va a hacer? Yo abriré la puerta." Oggún, viendo que Yembó no era culpable, dijo: "Esto no, mamá, yo soy un hombre, seré el que abrirá la puerta," pero al hacerlo encontró que Obatalá tenía levantada la mano, para maldecirlo, y otra vez se anticipó y le dijo: "Papá, 110 hables, no me eches maldición, yo mismo lo voy a hacer y mi maldición será que mientras que el Mundo sea Mundo, todo el trabajo que yo haga en este, Yo Oggún Aguanillé, Oggún ñañañile, Oggún cobú cobú, Oggún tucumbó; yo, Papá, de día y de noche trabajaré sin cesar para sostenerme." Obatalá dijo: "Ashé" (así sea); entonces Obatalá entró y dijo: "Yembó"; mas Oggún contestó: "No, papá, mamá es inocente, no la culpes," y entonce Obatalá dijo a Oggún: "Tú no puedes vivir dentro de esta casa"; llamó a Ozun y le dijo: "Yo, confiado en ti, y tú por la comida te has vendido; desde ahora en adelante Elegguá estará de guardián, y si Elegguá no come, nadie comerá en mi casa; tú, Elegguá, no pasarás más hambre, y en esa puerta para entrar y salir hay que contar

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Studies in Honor of HARRIET GOLDBERG contigo; lo bueno y lo malo tú eres quien lo deja entrar y salir, y tú, Yembó, no voy a maldecirte, pero sí te digo que cualquier hijo varón que tengamos, yo, Obatalá, lo mataré." Yembó lloró, sin decir ni una sola palabra. Oggún se fue y se hizo Oggún Alaguedé y empezó a trabajar en una herrería... (Pérez Medina 1998, 306-08)

El incesto de "el condenado" y su exclusión (en una leyenda quechua peruana) Una leyenda de los quechuas de la región de Cuzco, en Perú, vuelve a mostramos de qué modo el pecado del incesto se combina, en la lógica mítica, con la exclusión, la soledad y la inviabilidad de la generación, la muerte: Al condenado se le identifica como un ser extraño, mitad hombre, mitad animal, sea perro, oveja u otro. Se le considera un alma en pena y que, para dejar de sufrir, debe morder a otro ser humano vivo. El motivo para estar condenado arranca de haber cometido una gran falta, incesto por ejemplo, por lo que el alma queda condenada a vagar sin descanso después de la muerte. (Contreras Hernández 1985, 121) El incesto de "Delgadina," su soledad y su muerte (en un romance tradicional) El romance de Delgadina, uno de los más arraigados en la geografía tradicional panhispánica, tiene como conflicto nuclear el del incesto. Un rey se enamora de su hija, y cuando la muchacha rechaza sus pretensiones, la encierra en el más completo aislamiento en una torre. Delgadina clama sin resultado contra su soledad. Cuando se siente próxima a morir de hambre anuncia que cederá a la pasión criminal del padre, pero expira, sola y agotada, antes de que se consume la infamia: Tres hijas tenía un rey que era lo que más amaba; una se llamaba Eduvigis, otra Rosita Encarnada, la más chiquitita de ellas Delgadina se llamaba. Un día yendo pa misa su padre la reparaba: —Delgadina, Delgadina, que has de ser mi enamorada. —No lo quiera Dios del cielo ni la Virgen soberana, mujer de mi padre sea, de mis hermanos madrastra. El padre, que aquello oyó, en un cuarto la encerraba; de comer le da sardinas, de beber agua salada. Delgadina, con gran sed, se ha asomado a una ventana y viera a sus hermanas lavando paños de holanda.

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—I leniianií.H, que so¡» por clono, dadme una jarrita de felino el tilinn por un hilo y oí roruzón yn por niuln. —Quítate do ahi, trnidimi, quilate do ahí, villnnn, que, doNilo que murió madre, tú has querido sor oí nniii. So volviera para adentro muy triste y desconsolada. Delgadina, con gran sed, so asomaba a otra ventana, desde allí vio a sus hermanos en el juego de la barra. —Hermanos, [que soisl por cierto, traedme una jarrita de agua, que tengo el alma en un hilo y el corazón ya por nada. —Bien te la diéramos, hija, bien te la diéramos, alma, pero si lo sabe padre, la cabeza nos cortara. Se volviera para adentro muy triste y desconsolada. Delgadina, con gran sed, se ha asomado a otra ventana, desde allí vio a su padre en una función muy larga. —Padre mió, que usté es padre, déme una jarrita de agua, tengo el alma por un hilo y el corazón ya por nada. —Si me cumples la palabra, yo te daré vino y agua. —La palabra cumpliré, aunque sea de mala gana. —Corred, criados y hijos, a Delgadina a darle agua, y el que llegase detrás tiene la vida jugada. Cuando llegan los criados, Delgadina muerta estaba; en la su mano derecha tien una carta cerrada: "La cama de mis hermanos de ángeles está rodeada, la cama de mis hermanas rodeada de grandes llamas y la cama de mi padre de una serpiente enroscada." Delgadina, Delgadina, no murió por falta de agua, que adonde está Delgadina hay una fuente que mana. (Catalán y Camarería 1991, 2: 89)

E! cuento de "La osa (Piel de asno)," o cómo evitar el incesto puede liberar de cien años de soledad Uno de los cuentos más célebres de la gran colección titulada Cuntu de li cuntí (Cuento de los cuentos), que vio la luz en 1636 con la firma de Giambattista Basile, es el que llevaba el título de La osa. Se trata del mismo tipo cuentístico que Charles Perrault inmortalizó con el título de Piel de asno en sus Historias o cuentos del tiempo pasado de 1697. Su trama básica tiene por protagonista a un rey cuya esposa muere pidiéndole que no vuelva a esposarse con otra mujer si no es tan

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Ü X U l l S I l ' i N , S O I I ' M A l l Y M H i m i l ' I'N I OS Klil.ATOS MI! INUiSIO PlilMOSA

hermosa como ella. Puesto que la única mujer que es tan hermosa como la difunta es la hija de ambos, en el corazón del rey se enciende la pasión funesta del incesto. La hija se revela horrorizada ante las pretensiones de su padre, y recibe el auxilio de una vieja criada, que le entrega un mágico don capaz de metamorfosearla para escapar del acoso paterno. La hija se ve, asi, abocada a la exclusión del hogar familiar y a la soledad. Pero esa soledad será transitoria, y su resistencia al incesto no habrá de quedarse sin recompensa: "Cuando esta noche tu padre, que es un asno, pretenda hacer de semental, métete esta pajita en la boca, y así al momento te convertirás en una osa; huye entonces, pues él, por el miedo, te dejará marchar; y vete derecho al bosque, donde el Cielo te tiene guardada tu dicha" (Basile 1994, 190). Las palabras de la vieja ayudante resultaron profeticas: cuando el padre estaba a punto de consumar el pecado, su hija se convirtió en una osa y huyó sola al bosque. Allí la esperaban muchas aventuras, entre ellas el encuentro con un joven príncipe que descubrió que estaba en realidad ante una mujer metamorfoseada. Para librarla de la solitaria exclusión que conllevaba su naturaleza animal, se las arregló para devolverle su aspecto original y para reintegrarla a la sociedad, casándose y—previsiblemente—engendrando en ella feliz descendencia. La razón de que este desenlace presente una especie de solución inversa de todos los anteriores es que, evidentemente, la trama es también inversa: si el pecado de incesto de los relatos anteriores, fuere cual fuere su grado y modalidad, condenaba fatalmente a la exclusión y a la muerte—más o menos diferida—a todo el linaje surgido de esa unión, la no consumación del incesto se revela aquí como la estrategia más adecuada para evitar la exclusión, la infecundidad, la muerte, y para garantizar la pervivencia y la cohesión de la sociedad a través del (buen) uso de las reglas de la alianza y de la filiación. Evitar el incesto puede ser, en definitiva, la estrategia más adecuada para no tener que sufrir cien años de soledad.

Coiillciii, I'líiiulc. I ( >(>'J, "tlulii'lrl liiirclii Márquez lialiln de C'lcn tinta tic soledad."

UNIVERSIDAD DE ALCALÁ OBRAS CITADAS Basile, Giambattista. 1994. "La osa." El cuento de los cuentos. Ecl. C. Palma. 2 vols. Madrid: Símela. 1: 187-93. Catalán, Diego, Julio Camarena, et al. 1991. Romancero General de León: Antología 1899-J989. 2 vols. Madrid: Seminario Menéndez Pidal-Universidad Complutense-Diputación Provincial de León. Contreras Hernández, Jesús. 1985. Subsistencia, ritual y poder en los Andes. Barcelona: Mitre.

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Kcro/ilUlilri i/í tnlm Jdlw I ¡nlnlrl (iiinln Mdri/ucr. I a I liiluutn: I 'nuil ilc la» America». 4S-47. l'Ni|iillo. 2000, Ixij lícii'dinhii /i'l'fii. lin Tragedias. Trad. IV IVreii Monilc». Madrid: Grrdo». l'ri'tik, Marjjll, 200V N«rt«> ( Im/iiu de la.antigua lírica hispánica (s/j¡l¡lo XXI. Gurda Culvo, Agustín. 1991. Rama de romances y de baladas. Zamora: Luciría, (.larda Márquez, Gabriel. 2000. Cien años de soledad. Ed. J. Joser. Madrid: Cátedra. Grimal, Fierre. 1997. Diccionario de mitología griega y romana. Trad. F. Payareis. Barcelona: Paidós. Ovidio. 2001. Metamorfosis. Ed. C. Alvarez y R. M." Iglesias. Madrid: Cátedra. Pedresa, José Manuel. 2001. "Los padres maldicientes: del Génesis, la Odisea y el Kakvala a la leyenda de Alfonso X, el romancero y la tradición oral moderna." La eterna agonía del romancero: Homenaje a Paul Bénichou. Ed. Pedro M. Pinero Ramírez. Sevilla: Fundación Machado. 139-77. Pérez Medina, Tomás. 1998. La santería cubana: £¡ camino de Osha (Ceremonias, ritos y secretos). Madrid: Biblioteca Nueva. Roncaglia, Aurelio. 1986. "Roland e il peccato di Carlomagno." Symposium in honorem prof. M. de Riquer. Barcelona: Universitat-Quaderns Crema. 315-47. Schiller, Friedricli von. 1996. Don Carlos, infante de España. Trad. L. Acosta. Madrid: Cátedra. Sófocles. 1998. Edipo rey. En Tragedias. Ed. A. Alamillo. Madrid: Credos.

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