“¿Por qué leemos a Gramsci?”, Introducción a la Antología de textos de Antonio Gramsci

August 29, 2017 | Autor: Victor Lenarduzzi | Categoría: Cultural Studies, Marxism, Gramsci, Hegemony
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Descripción

¿Por qué leemos a Gramsci? Victor Lenarduzzi Antonio Gramsci (1891-1937) fue un pensador y dirigente político italiano de gran influencia en el marxismo del siglo XX. Detenido por el fascismo en 1926, Gramsci fue condenado en 1928 a 20 años, 4 meses y 5 días de prisión: “Hay que impedir que este cerebro funcione” fue lo que dijo el funcionario que lo acusó. En 1929 obtuvo autorización para escribir en su celda y así comenzó la redacción de los hoy conocidos Cuadernos de la Cárcel (33 cuadernos escolares), de los que se ha seleccionado la Antología que sigue. Aunque Gramsci suele ser muy nombrado y citado, la lectura resulta compleja (sobre todo, si al inicio no se cuenta con algún texto guía), dado el carácter fragmentario de los escritos, elaborados en las condiciones del encierro y de sus problemas de salud. Juan Carlos Portantiero (1987) ha sugerido -respondiendo a un slogan que afirmaba que “Weber fue el Marx de la burguesía”- que Gramsci puede ser considerado el “Weber de las clases subalternas”. En un marco de cierto estancamiento teórico del marxismo de la II Internacional –cuyas ideas sobrevivieron incluso en la III- (G. Cole, 1959; 1961) y de unos procesos históricos que se volvieron poco propicios para las transformaciones revolucionarias en una Europa dominada por tendencias de corte autoritario (fascismo, nazismo, etc.), Gramsci produjo una serie de reflexiones “desde la derrota”, es decir, de quien observa y comprende que es necesario volver a hacerse muchas preguntas acerca de un devenir histórico que, tal vez, se puede caracterizar con la idea de “revolución pasiva”.1 Gramsci consideraba que el gran aporte del materialismo histórico había sido concebir que “el hombre es un proceso y, precisamente, el proceso de sus actos”, es decir “una serie de relaciones activas (un proceso)” que implica “también el conjunto de sus condiciones de 1

Gramsci entiende que una “revolución pasiva” es una suerte de restauración, un cambio gestado “desde arriba”, que tiene que ver con una recomposición de la dominación que, además, no produce transformaciones estructurales y tiende a neutralizar la movilización de los sectores populares.

vida” (A. Gramsci, 1986a: 36-43). Ahora bien, como pensador inscripto en el materialismo histórico, Gramsci considera que el despliegue histórico de los procesos sociales es condición fundamental para el conocimiento crítico y la acción política, por lo que sostenía la necesidad de “moverse en el ámbito de dos principios: 1) ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o no estén, al menos, en vía de aparición y desarrollo; 2) ninguna sociedad desaparece y puede ser sustituida si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones.” (A. Gramsci, 1986: 67). Estos principios para Gramsci dan lugar a la distinción entre los movimientos orgánicos (más vinculados a la estructura) y los de coyuntura (o del terreno de lo ocasional).2 Establecer la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional era una tarea clave del análisis histórico-político para evitar tanto el economicismo como el voluntarismo ingenuo.3 Si bien existen diferentes posibilidades de entrada a los textos del autor, tal vez sea el concepto de hegemonía uno de los más importantes ejes organizadores. El concepto de hegemonía cuenta con una trayectoria previa y Gramsci lo usó por primera vez en las “Notas sobre la cuestión meridional” 2

En este encuadre se comprende también su conceptualización de la crisis como “intensificación de ciertos fenómenos, mientras otros que anteriormente operaban y aparecían simultáneamente con los primeros, inmunizándolos, se han vuelto inoperantes o ha desaparecido del todo.” (A. Gramsci, 1990: 112). Así llega a su conocida formulación: “La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”… (Ídem: 52). 3 Aquí reside una de sus contribuciones, alejarse, claramente, de las miradas economicistas que habían caracterizado al marxismo ortodoxo y su idea de la “catástrofe” o crisis definitiva del capitalismo a partir del cumplimiento de una serie de condiciones objetivas que, en definitiva, secundarizaban la práctica política. “La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo histórico) de presentar y exponer cada fluctuación de la política y de la ideología como una expresión inmediata de la estructura, debe ser combatida teóricamente, como un infantilismo primitivo, y prácticamente con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas.” (A. Gramsci, 1986a: 101)

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(1926)4, pero fue en los Cuadernos donde adquirió la particularidad que lo diferenció de otras miradas o, para decirlo de otro manera, se volvió gramsciano.5 (C. Mouffe, 1978) “El criterio metodológico fundamental –escribía Gramsci- sobre el cual es preciso fundar nuestro examen es éste: que la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como «dominio» y como «dirección intelectual y moral».” (A. Gramsci, 1986c: 99). El autor fue mucho más allá del planteo de una alianza de clases (por ejemplo, de obreros y campesinos) por considerar que se trata de un modo de dirección política y moral que opera como un complejo entrelazamiento de fuerzas (políticas, culturales, militares, etc.). Por lo tanto, hegemonía es un concepto que permite reconceptualizar el poder como un conjunto de “relaciones de fuerza”6 dinámicas y cambiantes. La hegemonía es abordada por Gramsci como un momento diferenciado del mero dominio (la coerción o uso directo de la fuerza) y se vincula con los procesos de dirección y la construcción de consensos. Además, postula que una clase debe “ser dirigente” incluso antes de volverse dominante (sería una de las condiciones previas para lograrlo). Gramsci nunca considera que una hegemonía esté dada de una vez y para siempre sino que, más bien, es factible pensarla como un “equilibrio inestable”.7 Si se 4

El texto sobre “la cuestión meridional” está incluido como apéndice en el libro de H. Portelli (1987). En líneas generales Gramsci consideraba que una de las tareas de la revolución en Italia tenía que resolver era la desigualdad entre Norte (industrial y urbano) y el Sur (rural y postergado); de ahí también su planteo de la dirección política del proletariado sobre el campesinado. 5 Para un rastreo de la historia del concepto de hegemonía se puede consultar P. Anderson (1991) o Laclau y Mouffe (2004). 6 Remitimos sobre este aspecto a “Elementos de política” y “Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas” (A. Gramsci, 1986). 7 Es importante señalar, para diferenciar una mirada sobre Gramsci, si se quiere más clásica, de otras interpretaciones contemporáneas sobre la hegemonía, que si bien se enfatiza el carácter político-cultural de la construcción de hegemonía, en algún punto ésta tiene también algún fundamento económico. De hecho una clase para ser hegemónica debe trascender su carácter económico-corporativo para poder incorporar los intereses de las clases dirigidas y generar un cierto compromiso; sin embargo, “tales sacrificios y tal

vincula esta idea con la “lucha de clases”, es claro que hablamos de un proceso activo y cambiante, atravesado por resistencias e iniciativas desafiantes. En ese contexto de ideas el autor produce una reformulación de la concepción de Estado e introduce una nueva cuestión al diferenciar sociedad política (o Estado en sentido restringido) y “sociedad civil”8, e incorporar a esta última a la vida estatal. Gramsci se refiere, entonces, a un estado integral” o ampliado (sociedad política + sociedad civil) del que también forman parte las instituciones que habitualmente se perciben como privadas (los medios de comunicación, la escuela, etc.) pero que constituyen también frentes de lucha en los que confrontan diferentes concepciones del mundo y de la vida. El partido político –la forma moderna del Príncipe, que no puede ser ya un individuo sino una “voluntad colectiva”- es reconocido como protagonista central de la vida política y las disputas en torno al poder. Gramsci compara el conjunto de las instituciones de la sociedad civil con el sistema de trincheras en la guerra moderna9 y por ello compromiso no pueden concernir a lo esencial, ya que si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica” (A. Gramsci, 1986: 55). Gramsci consideraba que podía ser hegemónica una clase fundamental, burguesía o proletariado, (por lo cual no se plantea la posibilidad de una dirección de los campesinos sobre los obreros). 8 Al respecto, N. Bobbio observa que aquí se dan diferentes interpretaciones del concepto de sociedad civil en Hegel que es identificado con el conjunto de las relaciones económicas por Marx y ubicado en el plano de la superestructura por Gramsci (sugerimos N. Bobbio, 1985: 76 y ss). 9 Escribía el autor: “la «sociedad civil» se ha convertido en una estructura compleja y resistente a las «irrupciones catastróficas» del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.): las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de las trincheras en la guerra moderna.” Por otro lado, la sociedad civil adquiere sentido cuando introduce la distinción Oriente/Occidente: “En Oriente el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente entre Estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas”… (A. Gramsci, 1986: 94 y 95-6)

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considera que la estrategia de avance en un proceso de transformación tiene que ver con ir conquistando posiciones (lo cual diferencia de la “guerra de movimientos”)10 que preparan el camino para la “toma del poder”. 11 Las condiciones a partir de las cuales Gramsci imaginaba los caminos hacia la conquista del poder del Estado incluían esta complejidad de las sociedades de Occidente y su entramado de organizaciones y prácticas. Así, cultura e ideología12 adquieren un status conceptual renovado porque se vuelven espacios clave de la construcción del poder. El estado para Gramsci debía ser pensado siempre como un “estado educador”, es decir, promueve una determinada cultura, una forma de ver y vivir el mundo. Las masas, al ser hegemonizadas (a través del reconocimiento de las organizaciones gremiales, la escolarización, etc.) ya no estaban en una relación de exterioridad frente al mismo (aquí se distancia de la idea de Estado gendarme) sino 10

Se pueden diferenciar “tres formas de guerra: de movimiento, de posición y subterránea. La resistencia pasiva de Gandhi es una guerra de posición, que en algunos momentos se convierte en guerra de movimientos y otras en guerra subterránea: el boicot es guerra de posición, las huelgas son guerra de movimiento, la preparación clandestina de armas y de elementos combativos de asalto es guerra subterránea.” (A. Gramsci, 1986: 89). Ver también la nota “Transformación de la guerra de maniobras (y del ataque frontal) en guerra de posiciones en el campo político”(en A. Gramsci, 1990) 11 “¿Qué se puede oponer de parte de una clase renovadora a este formidable complejo de trincheras y fortificaciones de la clase dominante? El espíritu de escisión, o sea la progresiva conquista de la conciencia histórica, espíritu de escisión que debería prolongarse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales: todo esto requiere un complejo trabajo ideológico, cuya primera condición es el exacto conocimiento de la materia vertida en su elemento humano.” (A. Gramsci, 1990: 216) 12 “Para la filosofía de la praxis las superestructuras son un realidad (o se tornan realidad cuando no son puras lucubraciones individuales), objetiva y operante; ella afirma explícitamente que los hombres toman conciencia de su posición social y, por tanto, de sus objetivos, en el terreno de las ideologías, lo que no es una pequeña afirmación de realidad; la misma filosofía de la praxis es una superestructura, es el terreno en que determinados grupos sociales toman conciencia de su propio ser social, de sus fuerzas, de sus objetivos, de su devenir.” (A. Gramsci, 1986a: 234-5).

incorporadas a la vida estatal. El Estado tiene por lo tanto un cometido educativo por lo que “cada relación de «hegemonía» es necesariamente una relación pedagógica”… (A. Gramsci, 1986a: 34) que Gramsci, obviamente, no reduce a lo escolar. Aquí se considera fundamental el lugar de lo cultural y, en ese marco, la función de los intelectuales: “Todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (A. Gramsci, 1975: 14), dice una conocida cita de Gramsci. El autor conceptualiza a los intelectuales en un sentido amplio (especialista + político) por lo que en ese estrato pueden estar incluidos maestros, periodistas, dirigentes sociales, etc. y no sólo la figura del intelectual en su sentido tradicional. Los intelectuales son agentes activos en la confrontación de diferentes concepciones del mundo que pretenden conseguir la supremacía y definir los modos de interpretar la realidad socio-histórica. En ese contexto se comprenden sus interrogaciones acerca de si existía en Italia una literatura “nacional-popular” y sobre las formas de la cultura de las clases subalternas (hay en los Cuadernos pioneras y agudas reflexiones sobre la literatura de folletín y la sensibilidad melodramática, las formas de esos relatos en el teatro y el cine, la ópera, etc.). Gramsci pensaba en una reforma intelectual y moral puede tenerse presente lo que significó la “reforma protestante” para la era burguesaque era una lenta y trabajosa marcha a través del “sistema de trincheras” de la sociedad civil. Por esta razón tienen un lugar de relevancia las reflexiones que Gramsci articula sobre la cultura de las clases subalternas en las “Observaciones sobre el folklore” (A. Gramsci, 1986b: 239-245), como también en torno a los modos en que se constituye el sentido común, entendido como pensamiento que estructura las formas prácticas y cotidianas de experimentar el mundo, que constituyen algo así como un “sentido de la realidad” (R. Williams, 1980: 131). En parte, la tarea de los intelectuales pasaría por contribuir a remover las formas naturalizadas del sentido común y desarrollar los “núcleos de buen sentido” para conducirlos hacia una concepción de mundo más elaborada y cohe-

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rente.13 Gramsci no se detiene en las ideologías en un sentido “libresco” y restringido sino que presta atención a su eficacia histórica que consiste en dejar algún sedimento en el sentido común. También son primordiales para Gramsci los “modos de sentir” y las pasiones: para pensar la política –por ejemploes interesante observar los modos en que se articulan las formas espontáneas con la “dirección consciente”.14 (A. Gramsci, 1990: 73-77) Por estas ideas y argumentos, en gran medida, Gramsci se vuelve una lectura imprescindible: por sus contribuciones para pensar en contra del reduccionismo economicista y de las miradas lineales sobre la historia, como por sus aportes a otra forma de entender el Estado y las relaciones de poder a través del concepto de hegemonía. Se trata también de un autor que ha tenido un lugar relevante en el horizonte de ideas de diferentes trayectos de la historia política latinoamericana (ver J. Aricó, 1988). Finalmente, por el lugar en que ubica los procesos culturales para comprender la sociedad contemporánea; esto implica, en nuestro campo, poder problematizar la comunicación al inscribirla en un horizonte complejo, determinado pero también abierto, que incluye las formas en que se imaginan posibilidades de transformar la realidad.

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J. Nun (1986) señala que Gramsci oscila entre una mirada más “ilustradora” vinculada a la “intervención de los intelectuales” y otra más centrada en el propio desarrollo del “buen sentido” entre los sectores subalternos. 14 Gramsci decía que “no existe ni existió jamás el hombre puramente crítico y el hombre puramente pasional” y en realidad lo complejo es resolver “cómo se combinan estos dos términos en los períodos históricos, tanto en los individuos, como en los estratos sociales (aspecto de la cuestión de la función social de los intelectuales), haciendo prevalecer (aparentemente) un aspecto o el otro (se habla de épocas de crítica, de épocas de acción, etc.).” (A. Gramsci, 1986: 189).

Bibliografía. P. Anderson (1991), Las antinomias de Antonio Gramsci. Estado y Revolución en Occidente, Fontamara, México. J. Aricó (1988), La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Puntosur, Buenos Aires. __ (1991), “Un pensamiento recorrido por la sospecha”, en Nueva Sociedad, Nº 115, Caracas. N. Bobbio (1985), “Gramsci y la concepción de la sociedad civil,” en Pizzorno y otros, Gramsci y las ciencias sociales, Siglo XXI Editores, México. G. Cole (1959), Historia del pensamiento socialista. La II Internacional, T III, Fondo de Cultura Económica, México. __ (1961), Historia del pensamiento socialista. Comunismo y socialdemocracia, T V, Fondo de Cultura Económica, México. T. Eagleton (2005), Ideología. Una introducción, Paidós, Barcelona. A. Gramsci (1975), Los intelectuales y la organización de la cultura, Juan Pablos, México. __ (1986), Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Juan Pablos, México. __ (1986a), El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Juan Pablos, México. __ (1986b), Literatura y vida nacional, Juan Pablos, México. __ (1986c), El Risorgimento, Juan Pablos, México. __ (1990), Pasado y presente, Juan Pablos, México. __(1991), Escritos periodísticos de L'Ordine Nuovo, Tesis Once, Buenos Aires. E. Laclau y C. Mouffe (2004), Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI, Buenos Aires. C. Mouffe (1978), “Hegemonía e Ideología en Gramsci”, en Arte, sociedad e ideología, Nº 5, México J. Nun (1986), “Gramsci y el sentido común”, en Punto de Vista, Nº 27, Buenos Aires. H. Portelli (1987), Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI, México. J. Portantiero (1987), Los usos de Gramsci, Plaza y Valdéz, México. R. Williams (1980), Marxismo y literatura, Península, Barcelona.

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