Por mi enorme y gravísima culpa: violencias y subjetividades

July 8, 2017 | Autor: B. Estévez Leston | Categoría: Género, Violencia De Género, Cristianismo, Subjetividad
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Por mi enorme y gravísima culpa: violencias y subjetividades Bárbara Estévez Leston ([email protected])

Introducción Comenzaré este trabajo planteando un interrogante que atravesará y articulará todo el desarrollo de este escrito: ¿Puede ser posible pensar la forma actual de la dominación sobre el género femenino y la violencia que este género sufre sin considerar

la

consolidación

previa

del

absolutismo

monoteísta

cristiano

determinante de una subjetividad humana sometida y enajenada? Intentaré abordar este interrogante a partir de los aportes fundamentales sobre la teoría de la construcción de la subjetividad cristiana que León Rozitchner realiza en su trabajo La cosa y la cruz. En ese trabajo, Rozitchner plantea una tésis que resulta fundamental para el desarrollo de este artículo: la relación intrínseca entre la reorganización simbólica e imaginaria operada en la subjetividad humana por el cristianismo y el surgimiento del modelo de producción capitalista.

Trataré,

entonces, de analizar la articulación entre la subjetividad cristiana, el modo de producción posibilitado por ella (el capitalismo) y las formas de dominación sobre el género femenino y el patriarcado, íntimamente vinculado con una subjetividad posibilitante de estas relaciones de poder.

La cosa y la cruz: tesis fundamentales para empezar a pensar el problema de las actuales formas de dominación del patriarcado. En La Cosa y la Cruz, León Rozitchner “aborda el cristianismo no tanto como religión (aunque señala a la Iglesia Católica como una institución de poder) o fe, en el sentido de un hecho de conciencia, sino como una técnica de producción de subjetividad –noción bastante cercana a la de Michel Foucault– y, en consecuencia,

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de sujetos organizados a nivel del inconsciente (es decir, del cuerpo) por un mito de contenido patriarcal y abstracto: el Dios padre incorpóreo, el hijo crucificado y la madre virgen, está última incluso borrada de la figura de la Trinidad” (Ruben H. Rios, 2012). En síntesis, se considera al cristianismo como una un mito de contenido patriarcal y como una técnica de producción de una subjetividad y a ésta como una condición de posibilidad subjetiva del modo de producción capitalista. Así, el autor va a discutir con la visión que le da primacía a la producción económica como forma explicativa del surgimiento del modo de producción capitalista, puesto que para él, la implementación de este modo de producción se basa sobre la subjetividad esgrimida sobre el desprecio por el cuerpo de los sujetos, sostenida en la división cristiana entre “carne” (cuerpo) y Espíritu, tomados de los presupuestos religiosos esgrimidos por San Agustín en sus Confesiones. Esta separación entre Espíritu y “cuerpo” supone una construcción dual (y jerarquizada) del sujeto. Decimos que la dualidad del sujeto es jerarquizada, puesto que lo que no es corpóreo (espiritual) somete al cuerpo, ya que se supone que el espíritu porta en sí mismo la identidad del sujeto, a través de la dominación y regulación del placer (y, por ende, del cuerpo libidinal) por parte del sometimiento del cuerpo al designio del alma, la razón y el intelecto. Generando, así, una economía de los placeres cuyo fundamento ideológico básico radica en la desvalorización del cuerpo. Desvalorización del cuerpo y el rol materno: sometimiento y negación

La desvalorización del cuerpo humano, concepción instalada en la subjetividad humana a través de la preparación subjetiva cristiana, funciona como condición necesaria para que las configuraciones económicas puedan ser asimiladas por los sujetos. La producción de sujetos adecuados para el sistema capitalista, se da a través de la producción cristiana de subjetividades en un nivel distinto a lo meramente económico y de la cual, sin embargo, devienen las relaciones económicas capitalistas. Este es el fundamento que permite la asimilación de un sistema donde “paulatinamente todas las cualidades humanas (…) adquieren un precio” (Rozitchner, 2007:10), es decir es el fundamento que permite la transformación del cuerpo en mercancía, ya que la idea marxista del trabajo indiferenciado proviene del desarrollo del concepto cristiano antes desarrollado de

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cuerpo despreciado. De esta forma, Rozitchner postula que el Espíritu cristiano tiene premisas metafísicas que se complementan con las del capitalismo. En este sentido, la renuncia al cuerpo, al sexo, para darse únicamente a la salvación de Dios se radicaliza al punto de “convertir a los vientres femeninos en un sagrario inmaculado” (Rozitchner, 2007: 14). Esta conversión se basa en la narración mítica cristiana en la que la figura materna genitora es negada, transformando la figura de la madre en la de Virgen, entendida como cuerpo espiritualizado. Esta contradicción fundante del cristianismo necesita de la negación de las huellas maternas en lo más profundo de la subjetividad cristiana, borrando aquello sensible que permite sentirse a uno mismo y a las cosas. Así, la exclusión del cuerpo de la madre genitora de la Virgen se realiza para poder constituir la subjetividad cristiana y con ella, el capitalismo. A su vez, la negación o exclusión de las figuras femeninas se realiza para constituir al Dios Padre, a través de la inversión de las categorías sensibles de la madre arcaica. Produciendo, de esta manera, un Dios abstracto y absoluto que carece de experiencias y habita el interior de los cuerpos. Así, se plantea una desvalorización del cuerpo al negar las pulsiones erógenas. El concepto de negación se toma de Freud, puesto que para él un contenido de representación inconsciente puede irrumpir en la consciencia siendo negado. Es decir, que la negación es una forma de dar cuenta de lo reprimido, una cancelación de la represión, aunque no por ello una aceptación de lo reprimido. Este juego demuestra que las características negadas de la madre genitora presentes en el inconsciente se vuelven conscientes a través de la negación y por ella permite la construcción del Dios Padre. La subjetividad es pensada como referida a pulsiones libidinales, es decir, una organización afectiva del cuerpo. En este sentido, uno de los conceptos centrales utilizados, como ya se ha explicado, es el de la “madre arcaica”, que apunta al lugar del cuerpo, de la vivencia corporal donde los sentidos se anudan. Por ello, la negación de la madre genitora, en última instancia, podrá considerarse como el contenido de las transformaciones psíquicas por las que el autor se pregunta a lo largo de la obra. Todo ello, nos invita a pensar al cristianismo como una tecnología

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de poder que produce sujetos y que supone un cuerpo pulsional negado y una expropiación mítico-religiosa del cuerpo anterior a la capitalista. Centrándonos en el mito cristiano, la amenaza de muerte resulta central para subsumir a los hombres a la Ley de Dios y frente al exterior amenazante, la protección se encuentra, siempre, en el interior. El sometimiento del cuerpo es el precio de la salvación del alma. En este sentido, la condición de posibilidad para la salvación eterna surge de la entrega en vida. Los sujetos deben reprimir sus anhelos y deseos más intensos e internos antes de la acción misma. Así, ante la escisión de la vida terrenal y la vida eterna, la vida real queda desvalorizada y sacrificada y considerada como condición de posibilidad para el acceso a una vida fantaseada como eterna. Cristianismo: ¿Mito y complejo parental?

Para poder explicar el funcionamiento del “mito cristiano”, Rozitchner va a tomar el concepto freudeano del “mito teórico” y lo va a utilizar para mostrar como un mito funda y configura una determinada cultura. Así, estipula que no se puede utilizar el mismo mito para dar cuenta de distintos modelos societales. Así, se considera que los distintos complejos patriarcales son los que se utilizan para dar cuenta de los distintos modelos societales, criticando la idea del uso universal que Freud realiza del complejo de Edipo1. Para la conceptualización del complejo parental cristiano, Rozitchner se basa en las Confesiones de San Agustín en donde se estipula que el hecho fundamental y primario en el cristianismo radica en la purificación del pecado original, es decir, de su origen pecaminoso producto de la carne amante. Es necesaria la negación de la madre, de sus deseos carnales y pasionales, para poder, a partir de esta negación, crear al Dios-Padre, dios cristiano puro que la madre le presenta. Es el pasaje de la circuncisión judía del pene a la circuncisión cristiana del corazón la que Agustín relata en sus Confesiones: “Hay que castrar, siguiendo a Pablo lo que tenemos de madre en nuestro propio corazón de hombre. La ley cristiana ataca el lugar donde reside la 1

Rozitchner critica el uso actual y universal del mito griego en el análisis de los complejos parentales. Desacredita la universalidad del Edipo freudeano, puesto que este complejo parental no es central en la modernidad. Ésta está más permeada y modelada por el mito cristiano.

Por mi enorme y gravísima culpa: violencias y subjetividades 5 Bárbara Estévez Leston | [email protected] madre misma en nuestro cuerpo y la destruye como madre sensible; solo aparecerá afuera, fría y de piedra, represora asexuada, como madre Virgen institucionalizada en el cuerpo místico de la Iglesia” (Rozitchner ,2001: 92)

En este sentido, Rozichner (2007: 42) señala que “el contenido afectivo y sensual de la madre – a diferencia del Edipo freudeano- sirve para crear un padre nuevo”. Así, la Cosa2, clandestina y encapsulada, es suplantada por el Dios-Padre. Esta operación termina por marcar el pasaje propio del padre al Padre de la madre idealizado para poder espiritualizar y purificar a la madre, es decir, convertirla en Santa Virgen. Para sintetizar, podemos decir que el cristianismo tiene su triángulo edípico, el que sentó las bases que posibilitaron un modo de producción capitalista. En esta Trinidad, la madre genitora (que goza y desea) es excluida y sólo puede aparecer transformada en Virgen Inmaculada. De esta manera, Rozitchner le atribuye a la Santa Trinidad la innovación psíquica en la construcción histórica de la subjetividad, habilitado por el aniquilamiento del goce sensible de la vida y la degradación humana. Esto se da porque en las Confesiones Agustín, en su relato adulto y ya cristiano, muestra su tránsito haca el ser santo como la transformación de la madre en la tercera persona de la Trinidad. Al Padre y al Hijo se le suma la mater negada que pasa de madre carnal a Espíritu Santo. También el padre carnal es borrado sin dejar huellas y aparece como Dios-Padre de la madre idealizado, aquel que la germinó sólo espiritualmente. Esta operación conforma un complejo parental cristiano que supone una sumisión a lo absoluto, a ese Dios que es Uno y Trino a la vez. Se presenta, en definitiva, el patriarcado absoluto que ahonda y atraviesa todo el cuerpo. Considerando que toda sociedad tiene un operador mitológico, es decir un eje según el cual el espacio social se ordena, podemos considerar que la figura de Cristo, y la mitología cristiana creada a su alrededor, funcionan en la sociedad actual como imaginarios que ordenan a la sociedad. Este ordenamiento se produce a través de la incorporación de ciertas reglas y leyes interiorizadas, como también a 2

La Cosa es eso de femenino, de madre, resignificado como pecado. Es aquello que se debe aniquilar o intentar contener en el absolutismo abstracto del Dios –Padre.

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partir de la interiorización de una subjetividad particular (cristiana según León Rozitchner). La subjetividad cristiana, así muestra el fundamento de la racionalidad que la crea a ella misma, puesto que muestra, aunque nunca de manera directa, el eje a partir del cual una sociedad puede establecerse. En el próximo apartado me centraré en las vinculaciones entre estos órdenes de la sociedad, fundamentados en la subjetividad cristiana, y los lugares diferenciales otorgados a la figura femenina en el complejo parental cristiano. La idea que atravesará el resto del trabajo estará basada en la idea de que la madre ocupa el nivel fundante de la experiencia. Si todo lo sentido es sostenido desde la experiencia arcaica, podemos decir que es la (re)construcción del mundo la que se posa en la experiencia fundante materna. Si es el ordenamiento afectivo el que permite dar sentido (y que permite a su vez sentir al mundo), es el lugar otorgado a la mater el que, en definitiva, permitirá organizar el mundo de una forma determinada. Y son las experiencias, atravesadas por los lugares determinantes otorgados a la madre, las que permitirán desarrollar una subjetividad particular que funcione como condición de posibilidad para las manifestaciones actuales de las relaciones asimétrias de género (o patriarcales).

La dominación patriarcal y la subjetividad cristiana Hemos dicho que Rozitchner considera al cristianismo como un mito de contenido patriarcal y como una técnica de producción de una subjetividad. Los mitos y las religiones desarrollan una idea trascendental del sujeto, poniendo especial énfasis al encuentro entre el hombre y lo sagrado. Sobre estos mitos fundantes se construyen determinadas instituciones y relaciones sociales que funcionan como dispositivos de una tecnología de poder, instaurada en la producción de subjetividades históricas particulares. El objetivo de estos dispositivos será disciplinar al sujeto de acuerdo a un determinado orden social, es decir, funcionan como operadores mitológicos, a partir de los cuales el espacio social se ordena. Ahora bien, cada momento y cada lugar, tiene un fundamento mítico imaginario que se expresa a través de los cuerpos y los pensamientos. Por esta misma razón, es fundamental tener presente que ningún cambio material

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sustantivo puede realizarse si previamente no se modifica la estructura simbólica (Pipkin, 2008). En este sentido, creo que la estructura simbólica creada por la subjetividad cristiana permite pensar y constituir a los sujetos como sujetos escindidos, la dualidad atraviesa el mito cristiano y con éste, su estructura simbólica y subjetiva. En este sentido, creo que la mayoría de las escisiones que los sujetos sufren, a partir de la instauración del mito cristiano como ordenador del espacio simbólico y la estructura subjetiva humana, se ven radicalizadas en la constitución femenina. En este apartado intentaré ahondar sobre esta tésis, basada en el interrogante postulado como disparador de este trabajo. Violencia sexual y simbólica

Hemos visto que el sujeto cristiano se encuentra dividido en dos: una dimensión corporal y otra espiritual. Si bien los sujetos femeninos pueden ser considerados bajo esta escisión posibilitante del capitalismo, puesto también son sujetos integrados a relaciones de dominación capitalista, en donde la desvalorización del cuerpo permite la transformación de éste en mercancía, esta escisión se ve radicalizada para los sujetos femeninos al vincularla con las relaciones de dominación que atraviesan la identidad femenina. Así, muchas de las violencias a las que se ve sometida la mujer como sujeto social surgen de la mercantilización u objetivación extrema de la corporalidad femenina. Tanto la violencia sexual como simbólica se basan en esta radicalización de la subjetividad cristiana. Ambas consideran el cuerpo femenino como un objeto (que puede aunque no debe ser necesariamente mercantilizado en maneras diferenciales a las del cuerpo masculino). La violencia ejercida sobre esos cuerpos se basa en una toma de conciencia de la objetivación de los cuerpos femeninos, acción no realizada tan íntegramente sobre el cuerpo masculino. Incluso esta radicalización de la escisión primera puede ser considerada como una negación del Espíritu femenino en pos de una mercantilización más extensa. Vemos así, como desde punto, puede observarse la triple articulación entre capitalismo, subjetividad cristiana y dominación patriarcal.

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Continuemos analizando la violencia sexual. Por violencia sexual, se entiende: “Cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación, incluyendo la violación dentro del matrimonio o de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, así como la prostitución forzada, explotación, esclavitud, acoso, abuso sexual y trata de mujeres.” (Ley Nº 26.485, 2009: art. 5, inc. 3)

Así, por ejemplo, resultan interesantes las formas en las que el Estado intenta difundir información sobre el tema vinculado a la violación sexual. En los últimos días, el partido político PRO difundió actividades para mujeres en relación a la temática de las violaciones y la violencia sexual. En sus pancartas y carteles, establecían la siguiente agenda (el subrayado es mío): “Te informaremos sobre: a) conductas evitativas, b) acciones médico-legales c) terapias para el trastorno postraumático y d) temor al SIDA, nuevos conceptos” La idea de que existen conductas evitativas y conductas provocativas a la violencia sexual no fue originaria del partido político antes mencionado, sin embargo, es una idea que atraviesa el sentido común de las personas y resulta un ejemplo muy interesante para el análisis de este artículo. La idea de evitar o provocar a la violencia sexual tiene por supuesto a la mujer como sujeto activo al momento de entablar las relaciones de dominación asimétricas. La corre del lugar de víctima, o de un lugar asimétrico de poder, para ponerla en un lugar activo, como si sólo fuera una decisión de ella ser un actor en las relaciones vinculadas a la violencia sexual. Esta idea está sustentada en la noción del lugar maldito al que se relega a la mujer en la mitología cristiana. Si la mujer es el sujeto que encarna la noción de pecado ligado al goce sexual y a la tentación y es ella la que conjuga todo lo “maldito” de la subjetividad cristiana, ¿qué otro lugar cabría darle si no es el de actora consciente en las relaciones de violencia sexual? La mujer, ya desde el mito judío (reapropiado por la mitología cristiana) es la personificación de la culpa y del pecado, es la actora que decide tomar la manzana del paraíso a pesar de las prohibiciones del Dios Padre. La mujer es la actualización

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de la Cosa, contiene en sí misma la idea de pecado. Y es esta idea de culpabilizar a quien comete un pecado la que se mantiene en las oraciones cristianas, volviendo consciente la fundamentación racional que construye la subjetividad cristiana. Así, en la oración “Yo confieso”3, la culpa se iguala a la idea de pecado, permitiendo comprender cómo en una sociedad atravesada por la subjetividad cristiana, se culpabiliza (al volverla parte actora del pecado) a la mujer que es víctima de las relaciones de violencia (en este caso sexual) del patriarcado moderno. Violencia psicológica y la implementación del terror

En La cosa y la cruz, Rozitchner plantea que para que ello fuera posible primero dejó llevarse a cabo una preparación subjetiva previa, que funciona como condición necesaria para que las nuevas configuraciones económicas puedan introducirse y ser asimiladas por los sujetos y dar pie a la implementación del terror como mecanismo. En este sentido, el terror como mecanismo para controlar conductas, que generan, en definitiva, consecuencias en la construcción de la subjetividad, es también percibido dentro de las relaciones de poder ligadas a la violencia de género. Claro ejemplo de esto, es la violencia psicológica4, definida por la ley Nº 26.485 (2009: art. 5, inc. 2) como “la que causa daño emocional y disminución de la autoestima o perjudica y perturba el pleno desarrollo personal o que busca degradar o controlar sus acciones, comportamientos, creencias y decisiones, mediante amenaza, acoso, hostigamiento, restricción, humillación, deshonra, descrédito, manipulación o aislamiento.” La implementación de la violencia a través de mecanismos de terror, en este sentido muestra amplios paralelismos con la implementación de dichos mecanismos a la hora de la construcción e implementación de la subjetividad cristiana.

3

Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mi ante Dios, nuestro Señor. Amén. 4

Es necesario aclarar que la violencia psicológica no es la única que está vinculada a los mecanismos de terror (la violencia física está también vinculada a los mecanismos de terror, funcionando como un mecanismo en sí mismo), pero creo que es la violencia que mejor muestra la vinculación.

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En síntesis, la idea que subyace por detrás de las violencias antes mencionadas es la idea de la mujer como un objeto. Dicha objetivación posibilita la idea de consumo, de compra, de posesión y control del sujeto femenino. La radicalización del desprecio al cuerpo femenino, que permite su transformación en mercancía, se sustenta en la misma relación entre la subjetividad cristiana y el capitalismo

que

Rozitchner

supo

expresar

como

complementaria.

Esta

complementariedad puede ser considerada como condición de posibilidad para la dominación sobre el género femenino y la violencia que este género sufre en la actualidad. Cuerpo o espíritu y la violencia económica

La segunda escisión cristiana, vinculada a la escisión de la madre en genitora y arcaica, que vamos a trabajar interfiere directamente en la constitución de la identidad femenina. Así una mujer será vista como una mujer dedicada al cuerpo o una mujer dedicada a la maternidad (función primordial destinada al rol femenino). Así, muchas veces se escucha desde el sentido común la escisión de una mujer presentada como “madre” o “prostituta” según socialmente se la vincule con la espiritualidad y la idea de mater , o bien, se la vincule con el goce (que es corpóreo pero no por eso sexual). Esta escisión socialmente atraviesa a todas las mujeres que son socializadas bajo el precepto de “señorita en la vida, puta en la cama”, escisión que muchas veces impide el desarrollo sexual pleno de una pareja puesto que el énfasis está puesto en la idea más arcaica de femineidad. Muchas veces la simplificación de la identidad femenina en vinculación a la familia y lo doméstico funciona como posibilitador de la violencia económica, ya sea por dependencia de un hombre – Padre o por la menospreciación del trabajo femenino, peor valorizado que el trabajo masculino y por ello, percibidor de menor salario. En lo vinculado a la dependencia económica de una mujer ante un hombre, socialmente podría ser analizado desde la negación de la madre genitora (fuertemente vinculada a lo corporal y por ende, desde una perspectiva capitalista, a la idea de mercancía productora de trabajo) se constituye un Padre, que en este caso no es un Dios, pero funciona como tal al determinar las formas de desarrollo y

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organización de la unidad doméstica5. Así la negación de lo corpóreo de la mujer como posible mercancía para posibilitar su desarrollo en el mercado de trabajo, posibilita la dominación masculina en términos económicos. En definitiva, tanto la exacerbación de la dimensión corpórea como la de la dimensión espiritual permiten la dominación patriarcal femenina. En este sentido vemos, que las escisiones fundamentales de la subjetividad cristiana se radicalizan en la modernidad respecto del sujeto femenino, expandiendo las áreas de desarrollo femenino, como así también, la expansión de las formas de dominación patriarcal.

Conclusiones: subjetividad cristiana e indiferencia hacia la mujer Los complejos parentales a lo largo de la historia, han destinado lugares diferenciales a los hombres y las mujeres. En general, tiende a dársele un lugar preferencial a la masculinidad, pero van cambiando a lo largo de la historia. Centrándonos en el complejo parental cristiano asemeja el cuerpo al pecado y constituye el lugar de la mujer a un lugar maldito. Este lugar maldito, por ejemplo, determina que el monoteísmo cristiano no le asigne un lugar divino a la mujer. Vemos entonces, que si los complejos parentales están relacionados con, como explica Freud, la incorporación de lo cultural, de la ley; y el complejo parental cristiano le designa un lugar relegado a la mujer, podemos determinar que la construcción de la subjetividad cristiana posibilita relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, permitiendo el desarrollo del patriarcado, a través de la producción de su propio consiente, a través de la represión de ciertas pulsiones constitutivas de la subjetividad cristiana. Con el desarrollo de este trabajo no quise hacer ver que la dominación patriarcal sobre la mujer era consecuencia de la subjetividad cristiana. Esto se demuestra al ver que en otros complejos parentales (tales como el griego, el judío, etc.) también demuestran una cierta indiferencia o relego hacia el papel femenino, puesto que los complejos parentales en general (y particularmente el cristiano en 5

Puede entenderse como un paralelismo desviado de la idea del complejo parental cristiano que se basa en la imitación a Dios. Si bien, San Agustín no se refiere a este tipo de imitación, sino a uno mucho más espiritual, resulta interesante la idea del desvío de la imitación que vincula al Dios-Padre con un hombre

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este análisis) encubren el verdadero origen de la dominación, puesto que el aparato psíquico (y con él los complejos parentales) aparecen como una instancia mediadora entre el asiento individual y el colectivo del poder. Y son estas mediatizaciones las que, atravesadas por la historia, permiten que los asientos de poder y las relaciones de dominación se manifiesten de maneras particulares a lo largo de la historia. En este sentido, lo interesante de este trabajo radica en que son las formas particulares que esta dominación6 toma en el desarrollo capitalista las que son posibilitadas por la subjetividad cristiana. Entonces, no sólo “…con el cristianismo se produce la igualación más inesperada del pensamiento con la acción…” (Rozitchner, 2007:17), sino que se produce una igualación entre acción y subjetividad cristiana, puesto que ésta determina formas en las que la acción (en el caso de este trabajo particular las relaciones de violencia o relaciones asimétricas entre géneros) se manifiesta en la historia. La igualación entonces no implica que el pensamiento constituya un nuevo tipo de accionar, sino en que existan nuevos tipos de accionar que están manipulados y modelados por formas de pensar atravesadas por subjetividades históricas.

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histórica

de

la

subjetividad

moderna)

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(2004) Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Buenos Aires:

Colihue

6

Por formas de dominación me refiero a distintos tipos de violencia particulares de cada periodo histórico, que surgen en las relaciones asimétricas ya estipuladas en los complejos parentales que construyen las subjetividades humanas.

Por mi enorme y gravísima culpa: violencias y subjetividades 13 Bárbara Estévez Leston | [email protected]

Pipkin, M. (2008). La construcción de la subjetividad moderna. 22 de Junio de 2015, de Letra Urbana Sitio web: http://letraurbana.com/articulos/la-construccionde-la-subjetividad-moderna/#theautor Rios, R. H.  (2012). Casi todo sobre la madre. 22 de junio de 2015, de Perfil Online: http://www.perfil.com/ediciones/2012/2/edicion_652/contenidos/noticia_000 1.html  “Clase I sobre la Introducción a La cosa y la cruz” La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 9 de Abril de 2015  “Clase II sobre la Introducción a La cosa y la cruz” La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 24 de Abril de 2015  “Clase sobre La cosa y la cruz” La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 11 de Junio de 2015 

“Taller sobre la Introducción a La cosa y la cruz” La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 21 de Mayo de 2015

Rozitchner, E.  “Clase sobre La negación de S. Freud”. La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 7 de Mayo de 2015  “Clase sobre El complejo de Edipo de S. Freud y complejos parentales”. La construcción histórica de la subjetividad moderna (Cátedra Moscato). UBA. 11 de Junio de 2015 Rozitchner, L.  (2003) Freud y el problema del Poder. Buenos Aires: Losada.  (2007 y 2001). La cosa y la cruz. Buenos Aires: Losada.

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