Por el Espíritu de la Revolución. El concepto de infinito en la Filosofía de Giordano Bruno

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Por el Espíritu de la Revolución. El concepto de infinito en la Filosofía de Giordano Bruno Stefano Ulliana Traducido por Marlo Arellano López

“Por el Espíritu de la Revolución. El concepto de infinito en la Filosofía de Giordano Bruno” Escrito por Stefano Ulliana Copyright © 2017 Stefano Ulliana Todos los derechos reservados Distribuido por Babelcube, Inc. www.babelcube.com Traducido por Marlo Arellano López “Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

POR EL ESPÍRITU DE LA REVOLUCIÓN 1.

EL CONCEPTO DE INFINITO EN LA FILOSOFÍA DE GIORNADO BRUNO By Stefano Ulliana

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ÍNDICE PREFACIO INTRODUCCIÓN Un nuevo concepto de Espíritu De nuevo, ¡el ser! El deseo El Uno bruniano Nace una dialéctica del deseo Se disuelve el concepto de propiedad Una nueva propuesta teológica La influencia de la concepción teológica sobre la nueva formulación cosmo-ontológica bruniana Breve referencia metafísica-teológica NOTAS PRIMER CAPÍTULO. DIOS Y NATURALEZA El infinito bruniano como autoderminación La primera consecuencia cosmológica Una primera precisión acerca de la relación cosmológica Reflejos metafísicos: el infinito de la oposición Lo in-predeterminado de la libertad La espontaneidad La primera etapa de la argumentación bruniana NOTAS SEGUNDO CAPÍTULO. NATURALEZA Primeras propuestas de una nueva estructura cosmológica Necesidad vs libre posibilidad Objetivo vs subjetivo Breve recapitulación. Lo especulativo y el concepto. Cae lo abstracto de la potencia y de la voluntad. Emerge el nuevo universo, creativo y dialéctico Lógica del finito vs lógica del infinito

Reciprocidad de la negación y alienación vs reciprocidad de la afirmación e inseparabilidad de la posesión de sí. NOTAS TERCER CAPÍTULO. EL COSMOS BRUNIANO EN DETALLE. NATURALEZA Y RAZÓN El cuerpo creativo del universo bruniano La circularidad continua en el cosmos bruniano La igualdad creativa del universo bruniano Una breve reseña física, racional y teológica Sucesivos reflejos en campo físico, racional y teológico NOTAS CUARTO CAPÍTULO. UNO TRADICIONAL VERSUS UNO BRUNIANO Ley y Absoluto vs Potencia El impulso imaginativo Mediación absoluta y abstrayente vs oposición infinita Una nueva física, racional y teológica. Unidad, igualdad e infinito La nueva voluntad y potencia brunianas Razón social clásica vs Razón libertaria Paz y justicia en su acepción bruniana La tríada abierta bruniana Sumario de la textura cosmológica bruniana. Referencias filosóficas y teológicas NOTAS QUINTO CAPÍTULO. CONCLUSIONES Los mundos, el universo y Dios NOTAS PEQUEÑA BIBLIOGRAFÍA BRUNIANA EL AUTOR

PREFACIO El progreso de los argumentos presentados en este volumen debe ser considerado el resultado de más de diez años de trabajo de búsqueda e investigación en textos filosóficos de Giordano Bruno y constituyen la concentración final de la tesis de doctorado en filosofía defendida –con el mismo título y argumento– en la Universidad de Padua (22 de febrero del 2002). Este trabajo toma parte inicial con la elaboración de la tesi di grado, dedicada a la definición de la estructura de Ars memoriae junto al De umbris idearum (La meta-logicidad del Ars memoriae bruniano); seguido a través de la redefinición del significado global del mismo De umbris idearum y la continuación del análisis y comentario del texto sucesivo, el Cantus Circaeus, con la intención de reunir en un comentario analítico unitario la primera tríade de las obras brunianas (el De umbris idearum, el Cantus Circaeus y la comedia filosófica Candelaio); para llegar finalmente al análisis de los textos que constituyen la antología de los Dialoghi Italiani. El trabajo de búsqueda e investigación de las estructuras de la argumentación racional bruniana se ha dejado guiar –inicialmente y solamente por un brevísimo tramo de camino- por el estudio de Nicola Badaloni, titulado L’arte e il pensiero di Giordano Bruno (Nicola Badaloni, Renato Barilli, Walter Moretti, Cultura e vita civile tra Riforma e Controriforma), para después iniciar un autónomo, puntual y riguroso comentario analítico de los Dialoghi Morali (Spaccio de la Bestia trionfante; Cabala del Cavallo pegaseo; De gli Heroici furori) y de los Dialoghi Metafisico-cosmologici (Cena de le Ceneri; De la causa, Principio et Uno; Del’infinito, Universo et mondi). La conclusión del trabajo analítico sobre textos morales ha podido mostrar e indicar la presencia de una articulación racional de tipo teológico, considerada fundamental para la estructuración de la entera reflexión bruniana. Por ello la continuación de la investigación exploratoria de los textos metafísicos-cosmológicos ha podido apelar a una guía cierta y segura, que ha sido ulteriormente confirmada con el proseguir del análisis de los mimos textos. Por lo tanto la idea de construir un proyecto de reelaboración y explicación de la filosofía italiana de Giordano Bruno, basado en la aplicación general de la estructura teológica, llega a ser a cierto punto imperante, con la disposición de un plan de progreso del material analítico ya reunido, que previera en primer lugar la concentración en las conclusiones metafísico-cosmológicas de la confrontación con la tradición neoplatónica-aristotélica –

conclusiones presentes en el texto bruniano De l’Infinito, Universo e mondi– por ello la posible regresión a las premisas de las mismas conclusiones –presentes en los textos brunianos Cena de le Ceneri y De la causa, Principio e Uno– y la final y conclusiva, verificada y confirmada presencia del mismo esquema teológico en los textos morales Spaccio de la Bestia trionfante; Cabala del Cavallo pegaseo; De gli Heroici furori. Por ello tomando en cuenta el desarrollo de este proyecto, quien escribe ha decidido realizar el primer paso de la producción total de la filosofía italiana de Giordano Bruno: reconstruir la comparación entre la posición bruniana y la tradición especulativa neoplatónica-aristotélica, que se venía precisando –de modo conclusivo en el plano metafísico-cosmológico (pero con evidentes anticipaciones de las sucesivas temáticas religiosas, éticas y políticas)– en el texto De l’infinito, Universo e mondi. Así nace la disertación de las argumentaciones presentadas en este volumen, representando las conclusiones últimas y definitivas. Por esa razón quien escribe ha decido mantener, para este volumen, el mismo título utilizado para identificar la propia tesis de doctorado en filosofía: El concepto creativo y dialéctico del Espíritu en los Dialoghi Italiani di Giordano Bruno. La comparación con la tradición neoplatónica-aristotélica: il texto bruniano De l’infinito, Universo e mondi. El plan del desarrollo de dicha tesis utilizaba una breve premisa de tipo histórica, mientras que en la sucesiva introducción disponía de una primera pista de elaboración teórica personal, para extender en breve la reflexión a la consideración de una particular línea de tendencia interpretativa, desarrollada en los últimos dos siglos (XIX y XX): la línea interpretativa que toma inclinaciones del breve retrato de la filosofía bruniana trazado por Georg Wilhelm Friedrich Hegel en sus clases de Filosofía de la Historia, prosiguiendo a través de las definiciones aportadas de la reflexión de Bertando Spaventa hasta las teorizaciones de Giovanni Gentile y de Nicola Badaloni. El trabajo de dicha disertación llegaba a ser, para entonces, la definición de una nueva y original interpretación de la reflexión bruniana, que llegó a considerar tal tradición como un término dialéctico. Nacía de este modo lo que debía llegar a ser la argumentación verdadera y propia de la tesis de doctorado. A este punto parecía importante ante todo destacar el nódulo que parecía situarse entre las interpretaciones inmanentistas y racionalistas (panteísta: Dios es todas las cosas) hegeliana, que reenvía a Spinoza, y la trascendentalista o trascendental (espiritualista: todo es Dios)

que se forma con Schelling. En Italia la primera línea de interpretación (después eminentemente práctica) parecía seguir con Bertrando Spaventa, Giovanni Gentile y Nicola Badaloni. De cualquier modo Bruno parece ser entendido según categorías que remiten a la tradición aristotélica (en particular modo la averroísta), hecho contemplativo y atento a la presencia de una naturaleza igual en movimiento circular, a través del criterio fundamental constituido por formas específicas inmutables, mientras su reflexión moral es definida entorno a la profunda motivación de una férrea legislación fundada en la común relación socio-religiosa, mientras la correspondiente forma política no podía no encontrar la propia unidad necesaria por medio de la imagen y la figura del organismo (también conflictual) económico-social. Inicialmente continuador de esta misma línea interpretativa, Michele Ciliberto parecía agregar a la concepción de la naturaleza en movimiento circular el pensamiento fundamental y radical de diferencia, en razón de un Dios que parece lejano arbitro y juez de los otros, surgida de la suerte a través de la habilitación por mérito y la relativa demostración evidente y particular de su gracia voluntaria, haciendo que la especulación moral de Giordano Bruno pueda aparentemente ir más allá de la mera y simple reproducción en ámbito moral de la igual circularidad natural, precisamente por medio de la justificación de la acción dotada de una fuerte intencionalidad y suceso práctico (aquí estaría el sentido fundamental de la magia bruniana). Si ésta es la descripción sumaria – y quizás un poco brutal – de las transformaciones sobrellevadas por la misma línea de tendencia apenas evidenciada, la segunda corriente interpretativa por el contrario parece proceder –siempre en Italia y con las debidas diferenciaciones de tipo político-cultural– con las argumentaciones expuestas por Felice Tocco, Augusto Guzzo, Eugenio Garin y Alfonso Ingegno. Aquí el motor de la reflexión bruniana parece ser identificada con una potencia que parece resultar siempre excedente, creativa, de cualquier modo fuerte, del mantenimiento de una distinción entre inteligible y sensible que funda referencia práctica de la razón operativa, en un contexto aún aparentemente y completamente de tipo necesitarista (y que entonces reúne –en el nombre de Averroes- los intérpretes de la segunda línea a la primera). En la reciproca contrariedad que se desarrolla entre estas dos principales líneas de tendencia operando las respectivas formas de identificación individual, perecen llegar a trazar unas líneas de mediación entre impostaciones ideológicas aparentemente diferentes

(si no, incluso, contrapuestas). Este es el caso, por ejemplo, de la relación entre la posición de Michele Ciliberto y Werner Beierwaltes. Aquí, de hecho, el evidente materialismo del primer intérprete choca fundamentalmente con el espiritualismo del segundo: al mismo tiempo ambos intérpretes parecen convenir –fuertes del mismo acento decretado a la divina diferencia– sobre la estructura de tipo neoplatónico-aristotélico que debería ser atribuida, como el esquema fundamental, a la especulación bruniana. En particular para Michele Ciliberto el espíritu bruniano parece identificarse plenamente con la acción que vive en el mundo, transformando continuamente y enriqueciendo las relaciones sociales al interno de las diferentes comunidades estatales, mientras la religión permanecería inmóvil e inmodificable doctrinariedad, finalizada al mantenimiento de las diferencias y de la organización política y social de la feudalidad. La referencia realística a la necesidad de la ley religiosa –por la unidad colectiva– se rehace con la inmutable verdad de la organización social del trabajo y de las clases, que puede ser desarrollada según el plan y el proyecto feudal ó según la innovación de la productividad burgués, basada en el criterio inmoral de la ganancia, ó más aún según el proyecto bruniano, capaz de renovar y retomar, enriqueciéndolo, el intento operativo ya presente en la naturaleza, para recomponerlo con una mirada práctica del divino (magia). La igualdad de los destinos y de las suertes en la necesidad natural, encuentra entonces una serie de posible diferenciación y de organización a través del reconocimiento de la bondad de la acción y del relativo mérito social, en la construcción de un ámbito de imaginación práctica, totalmente definido e intencionado por conceptos como el de civilización y el de cultura. De este modo la indistinción ciega y gratuita, de la Fortuna se transformaría y se invertiría en la distinción según el mérito social, impuesto y reconocido como único ámbito de la civilización y cultura humana, en la enucleación de una real y verdadera nueva naturaleza del hombre. Si la naturaleza es entonces necesidad, en cambio el hombre es libertad, mientras Dios continúa a valer como fundamento de ambos, en una nueva expresividad y revelación (lengua) sagrada, capaz de unir todo contenido determinado de la acción con la intención artística y representativa que la genera y la constituye, la diluye y organiza (de aquí la aparente prevalencia y hegemonía del rito y de la gestualidad simbólica). Por ello la diferenciación material de la civilización y de la cultura parece encontrar el proyecto de elevación de una potencialidad inmanente en el plan abstracto del reconocimiento y de la distinción, que es ampliado por Werner Beierwaltes como

interpretación de la supuesta continuación bruniana de un proyecto de elevación mundial ya iniciado con Nicolò Cusano, y continuado inclusive –antes del mismo Bruno– por Pico della Mirandola y Marsilo Ficino. En esta supertransposición del horizonte de la necesidad se puede entonces desarrollar incluso una interpretación definible como imaginativa-manierista, como la expresada por Hans Blumenberg, defensor de la presencia en la filosofía bruniana de un necesitarismo pleno e inmodificable, afirmado por medio de la forma del auto-dispendio o agotamiento de Dios en el Universo. Otro ejemplo de la misma corriente interpretativa podría ser, a su vez, Fulvio Papi, defensor de la relación Dios-Universo como manifestación total del Ser, en una plena homogeneidad natural e igualdad de los seres producidos, que en su mutuo movimiento de reciproca transformación y de reciproca libertad genética afirman la fundamental característica poligenética del Universo bruniano. Solamente la acumulación progresiva de los instrumentos determinaría la posibilidad por la que la fuga imaginada del hombre del círculo natural, en la elaboración cultural y en la abstracción, se tome en cuenta por una pretendida distancia (en la conciencia de la in-eliminabilidad de la ficción de origen práctica). También Miguel Ángel Granada, con su afirmada identidad en la especulación bruniana de potentia absoluta e potentia ordinata y de la relativa in-excedencia de la potencia divina, con la consecuente certificación de un principio de plenitud o bien de la total difusión del bien divino en la homogénea expresión natural, podría encontrar lugar junto a las precedentes interpretaciones de la filosofía nolana. Como, además, Jean Seidengart, Nuccio Ordine y, un poco distanciado, Paul Richard Blum. Michelangelo Ghio y Jens Brockmeier parecen por el contrario concluir la línea inmanentista y necesitarista, que parece provocar la especulación bruniana desde los umbrales del primer materialismo burgués. Teniendo por ello, como espacio dialéctico, la línea interpretativa Hegel-SpaventaGentile-Badaloni y abandonado momentáneamente con la intención de afrontarse con la otra tradición interpretativa –Schelling-Tocco-Guzzo-Garin-Ingegno- la investigación, que ha sido la base de las conclusiones presentadas en este volumen, había iniciado el propio proceder argumentativo teniendo estrecha confrontación entre las basilares tesis aristotélicas, la Física y el De caelo – y la misma posición bruniana, que viene surgiendo del mismo texto (pero no sólo). Después de haber dispuesto una triple serie de primeras conclusiones, indicios y postulados para el sucesivo trabajo investigativo, la argumentación

de tal indagación continúa materializándose en el voluminoso análisis y comentario, puntual y riguroso, del completo texto bruniano del De l’infinito, Universo e mondi. Después de una breve recapitulación, dispone una rápida secuencia de dos conclusiones, referentes a la relación de oposición madurada entre la posición bruniana y la tradición neoplatónicaaristotélica, ulteriormente confrontante con el material derivado del libro de Luigi Firpo sobre el proceso inquisitorial véneto y romano (Luigi Firpo, Il proceso di Giordano Bruno). Finalmente la investigación en objeto utiliza aportaciones críticas desarrolladas y maduradas, para hacer –en doble sentido– una relación a lo largo alcance con los intérpretes más recientes y significativos de la filosofía nolana: Miguel Ángel Granada, Michele Ciliberto, Michelangelo Ghio, Alfonso Ingegno y Werner Beierwaltes. Colocando, finalmente, una breve conclusión general y la bibliografía final (de la que trata el apéndice bibliográfico de este volumen). Este no breve excursus descriptivo del vasto texto base, del que ha sido extraído este volumen, permite encuadrar las conclusiones aquí presentadas – y son la segunda serie de conclusiones de la investigación citada– en su oportuna y justa luz. Se quiere por ello recordar que la puntualidad de las referencias al texto bruniano considerado –el De l’infinito, Universo e mondi– puede ser reconstruido solamente por medio de la lectura del comentario analítico al mismo texto, colocado en el cuerpo de la misma indagación. Aquí, en cambio, es utilizado en referencia el texto citado de Luigi Firpo: Il processo di Giordano Bruno. Esto, en lugar de ser una limitación, consiente de tomar con mayor profundidad y claridad la originalidad de la tesis interpretativa que recorre enteramente este volumen: la necesidad de tomar en la especulación bruniana la presencia de una determinación creativodialéctica por el Espíritu, en ámbito sea naturalistico que moral, con tal de imponer una revaloración del esquema teológico fundamental trinitario, aunque revolucionario del pensamiento y de la praxis del infinito. En la decidida y valerosa oposición que la completa especulación bruniana, a lo largo de todo su desarrollo y evolución, mantiene abiertamente con las confrontaciones de la posición aristotélica, es posible introducir una problematización de carácter general: en otros términos, se puede cuestionar – no tanto si – sino en qué medida y en cual dirección la crítica bruniana a la dimensión especulativa aristotélica no se prolongue también hacia la posible composición de esta preexistente teorización neoplatónica y a la utilización que de este último combinado-dispuesto se había dado a lo largo del completo trayecto histórico-

filosófico medieval, humanístico y renacentista. ¿No es posible acaso identificar –más allá del aparente explícito contraste de los Padres conciliadores hacia la posición aristotélica– las especies determinativas (formas) de la tradición aristotélica con la particular definición conciliar cristiana (Vienne, 1312) en la que las almas de los hombres debían ser consideradas dogmáticamente y ortodoxamente como separables per se et essentialiter de los cuerpos, y este complejo animado debía ser después integrado con la particular prospectiva teórica cristiana que hacía de la igualdad creativa la figura teológica ideal del Hijo, y a su vez bien integrado con la Idea platónica que se forjaba como fundamento de la totalidad de la determinación? Si esto es verdad, es posible entonces que la especulación bruniana asuma por sí misma una enorme tarea: debe ser capaz de socavar no sólo el límite del acto de sensibilidad aristotélico, sino que también debe suprimir los fundamentos alienadores, re-movilizando y re-dialectizando lo que parecía inmovible e inmodificable. La abstracción de la potencia y de la voluntad creativa, con su consecuente y opuesta reasignación de potencia y voluntad (e intelecto) como espíritu interno de la materia. Aquí entonces la manifestación (extrínseca) aparente como variación real, impulsada por el ideal amoroso de la igualdad, sustituye la limitación predeterminada y la celda al interno de la cual se mueve y se determina por oposición lo existente aristotélicamente definido: la libertad del impulso creativo asocia en un mismo nivel la multiplicidad de las finalidades y de los movimientos naturales, sin que se pueda instituir ninguna jerarquización y concentración operativa o productiva. Cae en anticipo la posibilidad –o la necesidad histórica– de proceder a una absolutización de la inmanencia, que progresivamente quite espacio a la acción de la libertad por medio de la asignación del necesitarismo a la expresión de la potencia infinita, nueva y más peligrosa –porque concentra toda la violencia de la alienación en el plan inmanente– forma abstracta de antropomorfismo, que transfiere la discriminación y el orden jerárquico concentrándolo exclusivamente al nivel natural y social. El concepto bruniano de la oposición infinita es quizás entonces la crítica más intransigente y la disolución operativa, positiva, de esta forma de inmanentización del absoluto transformado en producción, que acumula fetichistamente los resultados del mismo, como patrimonio separado de la obra. La oposición infinita bruniana es de hecho, precisamente la negación de la posibilidad y del infortunio ético general de esta separación: es el restablecimiento de la apertura del creativo, de su inalienabilidad y libertad. Es un

recuerdo de que el concepto del amor universal no se expresa a través de una forma neutra de pacificación, que quitaría libertad operativa a los sujetos en nombre de una abstracta necesidad colectiva, sino más bien por medio del conocimiento que la infinita referencia del deseo no permite separaciones, exclusiones y subordinaciones instrumentales. De este modo el Dios bruniano non se aparta de su obra, para ser una caja de resonancia de la sacralización terrena del mérito humano, sino que resta vivo y operante en el modo humano en el que su imagen tiene la negación positiva de la fracturación, dispersión e instrumentalización existencial de “muchos” en el proceso aparentemente inevitable de la civilización. Sin instrumentalización absoluta, por ende, el infinito de igualdad bruniano sigue el infinito en movimiento de la unidad: el modo en el que la unidad se ofrece al espacio no se separa jamás de la propia capacidad creativo-dialéctica, por lo tanto del tiempo. Al contrario, la absolutización del inmanente en el principio de una producción infinita, que torna siempre a sí mismo, para hacer progresar los patrimonios de la civilización acumulados –el proceso por medio del cual progresivamente se ha constituido la modernidad y la contemporaneidad– no puede no obscurecer y eliminar la temporalidad creativa, dejando solo al cuantitativo la hegemonía del gobierno y de la dirección del desarrollo. Así, mientras la temporalidad creativa conmemora la función y la operatividad profunda, espontanea y dialéctica de la pluralidad, el espacio temporalizado del existente occidental estruja y rompe la creatividad de la pluralidad, volcándola en la dirección univoca e inmodificable del tiempo, en el conjunto del reconocimiento del poder. A la libertad y a la creativa igualdad de la primera posición sub-entra, consecuentemente, el totalitarismo material, aparente y superficial, de la segunda. De hecho la forma pretende resumir la libertad y la pureza de una des-encarnación fecunda y radical, útil a la prosecución del desarrollo y al mantenimiento de la tradición de la civilización, con una elitaria erradicación y supresión de la justificación democrática y su sustitución con una difícilmente pacificadora globalidad –nueva forma abstracta de integración de la materialidad– que se realiza y se establece por medio de los instrumentos de una completa privación natural (muerte de la libertad espontánea) y de la mortificación de las conciencias (acto de negación del deseo a través de la mercantilización). Por ello de frente a la negación de la espontaneidad y la aniquilación del contenido de su derecho, la nueva tendencia tecnologizante contemporánea dispone la nueva representación –abstracta y absoluta– del múltiple, que se ve forzado a fusionarse en una unidad superior –nuevo contenido abstracto

de la potencia– privado esta vez de la voluntad. O más simplemente oscurecido de la misma evidente determinación originaria de intelecto des-voluntario. En esta pacificación (intertización de los sujetos, naturales y racionales), obtenida con la substracción total del derecho, la predeterminación histórica de las instancias de civilización y la consecuente reafirmación de la necesidad de la misma civilización resumirán una propia posición hegemónica, al interno del aniquilamiento preventivo de los espacios de libertad creativa y responsable, apareciendo mientras tanto como justificación de las nuevas estructuras neo cortesanas y neo ideológicas. En el contexto de la construcción y elaboración de las nuevas jerarquías del nuevo Imperio, la función intelectual resumirá sobre sí las capacidades eruditas, para poder sacar las real y verdaderamente artísticas, obedeciendo y garantizando un horizonte economista que distingue, separa y conserva los “mundos” en la sensibilidad de las propias referencias, y a su vez en las propias estructuras históricamente determinadas, por más que estos se dediquen a perder voluntariamente la propia autonomía, por ende la propia libertad y la misma potencia creativa. De nuevo la ley del Uno, contra la justicia de los muchos, oscurecerá con la luz de la propia absoluta des-encarnación, obtenida por medio de la muerte por aniquilación del sujeto –como luz buena y verdadera– el mismo Ser y su Pensamiento. Después de Sócrates y Giordano Bruno, otros estarán obligados recorrer, estando en la concepción creativa y dialéctica del Ser-Pensamiento, sin una fuerte, radical y extendida oposición cultural y política – en esta misma contemporaneidad, similar a la antigüedad y a la modernidad– los oscuros y peligrosamente mortales caminos del ir-reconocimiento y de la persecución.

INTRODUCCIÓN Un nuevo concepto de Espíritu Contra la determinación unitaria y necesaria del negativo destaca lo abierto, múltiple y creativo, positivo. El Espíritu creativo y dialéctico de la materia viviente erosiona el espacio absoluto del sujeto abstracto, término único y necesario de la reducción. La imaginación desiderativa interna a la materia representa y realiza el principio de la igual y amorosa libertad. El criterio de la normatividad heterónoma se disuelve, la alienación es derrocada. Permanece el movimiento de la revolución continua, animado por la conciencia de la unidad infinita: del corazón intelectual del amor igual. Cae y se destruye el concepto hiper-abstracto –el ídolo– del Dios dominador y patrón absoluto, ente hegémone y separado en la potencia y en la voluntad. En su lugar reaparece el concepto creativo de la multiplicidad y la obra viva del deseo. Resurge el Ser.

Esta personal interpretación de la reflexión bruniana inicia a moverse y a tomar vida y dirección buscando de articular una posición sintética –capaz de superar la contraposición entre la interpretación inmanentista (panteísta) y trascendentista (espiritualista) – a través de la clarificación completa de las recíprocas, opuestas y alternativas reducciones que dichas exposiciones incluyen en la definición y determinación del punto de vista bruniano. Contra la reducción a la inmediatez de la fusión entre unidad y necesidad (misma naturaleza) de la primera prospectiva, el concepto creativo y dialéctico del Espíritu bruniano –argumento y tesis de este escrito– recupera la dimensión de lo sobrenatural; contra la tentación, alentada por la segunda impostación, de encerrar esta última dimensión dentro del cuadro de una necesaria abstracción imaginativa de naturaleza eminentemente práctica, subraya por el contrario su carácter realista. Platónica, por ende, pero al mismo tiempo abierta gracias al concepto de una multiplicidad creativa, esta interpretación deposita en el corazón del intelecto de la especulación bruniana un movimiento que distingue y al mismo tiempo congrega, manteniendo siempre abierta la comprensión de la inseparabilidad entre unidad y oposición infinita. Deja alto e ideal este movimiento, que tiene juntos unidad y oposición, recordando que la “desproporción” divina es y da lugar –al interno de ella– a la igualdad amorosa, ánimo y alma –espíritu y vida– de la libertad. La materia y el deseo de la liberación. Esta particular y especial determinación teológica, que une en la libertad del Padre a la imagen viva y vital del Hijo, en su autónoma potencia creativa y en su infinitamente plural y dialéctica concretización (obra infinita del Espíritu), logra superar repentinamente la tradicional posición aristotélica neoplatónica, fundada en el pensamiento de la finitud – aquí se incluye el contraste bruniano con la Metafísica aristotélica – y su negación del infinito –

expresada en la Física aristotélica – que constituye el fundamento de la relación y de la descripción de orden – la centralización alegóricamente definida por la función del celestial éter aristotélico (De caelo) y de la relación de la potencia con el acto (una vez más la Metafísica). Sin conjunción y separación abstractas –aquí está la crítica abierta y directa a la imagen tradicional del mundo intelectual separado– el pensamiento-acción bruniano parece poseer las características sumamente vitales de la diversificación ilimitada y de la inalienabilidad de la obra: materia, deseo, sentimiento, esto(a) mantiene in-distante de sí al intelecto que proporciona razón. El movimiento que genera y realiza mundos y seres en los mundos de hecho conserva siempre alta la multiplicidad de las potencias: el lugar creativo y dialéctico, que no abandona nunca la materia viviente del Espíritu. Por lo tanto mientras la concepción aristotélica por medio de la relación de dominio y coordinación de la potencia del acto se mantiene en línea de dependencia que instaura la cesión y la alienación de la potencia material, poniendo un concepto abstracto de Espíritu, la revolucionaria concepción bruniana deja intacta, inalienable, viva e interna a la materia la actividad del Espíritu. Regulada por la libertad –por tanto indeterminada– igualmente tomada por la diversidad de los fines naturales comparecidos y suscitados en el movimiento de realización del deseo universal, esta actividad no cede y no se pierde nunca a sí misma: al contrario permite que todo lo que es movido por su medio, nunca se aleje de la salvación, de la amorosa comprensión universal. De este modo la concepción bruniana, por medio de la inseparabilidad de la unidad y de la oposición al infinito, conserva el sentido de la finalidad en la autonomía de la determinación, que permanece, unida, creativa y dialéctica. Parte del infinito, y sigue viva en el infinito, conectándose con todas las otras partes igual y amorosamente generadas. De tal modo la concepción bruniana parece proceder en dicho movimiento de elevación y sacralización del cosmos iniciado ya con la especulación de Niccolò Cusano, haciendo posible la equiparación de lo divino y de lo natural. Rechazando lo absoluto del sujeto y de la imagen, la concepción bruniana vigoriza la tradición platónica-cristiana, en cuanto afirma la subsistencia compleja de la multiplicidad de la idea creativa (la multiplicidad superior de las potencias), al mismo tiempo, alejando del concepto de forma y materia la distinción y el orden entre lo necesario y contingente que, como reflejo de la disposición ordenada de la potencia al acto, constituye la necesidad de un espacio de convergencia y mediación absolutas. Espacio de convergencia y mediación absolutas que, a su vez, impone alienación

de la determinación en un lugar absoluto. La concepción bruniana, por el contrario, a través de la inalienabilidad de la obra del deseo y de su apertura imaginativa establece la inseparabilidad entre lo originario y su imagen viva y múltiple, constituyendo un plexo universal en el que la libertad igual inerva el proceso común de la distinción amorosa y dialéctica: privo de una normatividad heterónoma, el cosmos natural y moral bruniano vive y ejercita las propias acciones en la más completa, rica y fecunda autonomía de generación, regulado únicamente por la conciencia de la unidad infinita. En este movimiento infinito la oposición aparente constituye el horizonte de una revolución continua, animada por la meta ideal de una liberación completa, actuada por medio de la reunificación con el corazón intelectual del mismo amor. Solamente por medio de esta reunificación la generación se hace re-creación, de modo que únicamente por medio del reconocimiento de la necesidad de la disolución del concepto del Uno como patrón y poseedor absoluto y la sucesiva liberación de la multiplicidad se puede constituir la difusión y participación del deseo, que alarga y dispone la libertad igual y amorosa del ente. ¡De nuevo, el Ser! El ser bruniano renueva la necesidad profunda que había caracterizado la instancia, simultáneamente abismal y elevada, del pensamiento presocrático. Uniendo a tal renovado prospecto los movimientos más radicales de la tradición judeo-cristiana, la filosofía de Giordano Bruno reinventa una sabiduría antigua, arcaica. Mitológicamente presente desde los albores de la Humanidad civil cual religión natural. A este punto la averroísta posibilidad-del-ser-diverso –la materia– se hace inmediatamente demostración de la potencia infinita de la oposición: el signo de su colocación viva en el tiempo y en el espacio infinito. Comienza entonces a resaltar en el horizonte de la especulación bruniana el concepto de la posibilidad ideal-real capaz de renovar la conjunción entre capacidad artística y memoria que a su vez revoca la conciencia infinita del infinito.

Constituyendo, por tanto, un mismo nivel entre lo divino y lo natural la reflexión bruniana inscribe al interno del Ser la voluntad del Uno como voluntad igual y amorosamente liberadora: inteligencia que en su constitución como apertura del infinito, recuerda constantemente la presencia y el ideal originario. En esta dialéctica, por tanto, Dios se hace presente como ideal de realización: término intermedio en razón de cual la continua creatividad expresada en el creado recuerda la necesidad de la propia unidad. Esta unidad necesaria sin embargo no es la eliminación de lo diverso, sino más bien –y por el contrario– su justificación: por ello capaz de contener en sí la multiplicidad

(comlicatio), ella vale el concepto bruniano de la materia. Que es potencia y sujeto precisamente en cuanto expresa (explicatio), sin que el alma pueda ser distanciada, la inseparabilidad entre las potencias superiores y las inferiores: entre lo que crea y lo que genera, llevando a existencia, desarrollo y maduración (mundos y vida en los mundos). En este mundo la materia bruniana llega a ser la razón que hace posible: la idealidad real de la idea, que se hace visible a través de la distensión de un múltiple vivo, interiormente en movimiento, con una riqueza de relaciones indescriptible (applicatio). La interioridad de este movimiento y la suma indescriptible de estas relaciones muestran el Universo bruniano a la conciencia del Uno (memoria): movimiento por el cual es descubierta la original creatividad (ars) que constituye la continua y exhausta representación de lo divino. Esto es entonces el Espíritu bruniano, intrínseco a la materia: lo que eleva y conmemora a sí mismo la propia originalidad productiva, volviendo a dar el impulso y la velocidad infinita del alma, entonces, se asiste a la manifestación total del ente, a su expresión más completa y perfecta: al infinito del infinito. El deseo Contra la concepción aristotélica, que vincula el surgir de la limitación a la extrínsecocidad de la determinación, la especulación bruniana re-concibe el deseo –la determinación intrínseca– como sustancia ético-política del Universo. La mediación inmóvil e ineliminable de la tradición especulativa occidental post-clásica se resuelve de nuevo en la precedente delineación de la abierta posibilidad infinita del ser-diverso.

En la concepción aristotélica, que Giordano Bruno combate, la alienación de la potencia al acto prioritario parece dar simplemente la regeneración de lo que es limitado según la determinación extrínseca. La concepción bruniana, al contrario, retoma y revitaliza una tradición de pensamiento pre-clásico, según la cual el universal debía ser restablecido en su consistencia desiderativa. Para Giordano Bruno, de hecho, el universal se identifica plenamente con el deseo: es el deseo que se difunde y se precisa como mundos y como vida de los y en los mundos. De este modo la imaginación divina tiene la bondad de individuarse y de dejar ser una reciprocidad de individuación absolutamente libre e igual, regulada simplemente por el principio del amor no-exclusivo. Entonces en la visión bruniana, la Providencia divina no se deslinda de la posición ética del infinito: el infinito del Uno es y se vuelve siempre el amor divino, que se distribuye igualmente, alargando el don y la gracia de la libertad.

Por lo tanto el movimiento interno de recomposición con el originario –la recomposición del Hijo, como dentro-de-sí, al Padre, como fuera-de-sí– que constituye aquel automovimiento (circularidad) que establece la fuente teológica del pensamiento y de la praxis bruniana, da lugar y origen también a la posición real y ética: extensión e intensidad de este modo son puestas y conectadas inescindiblemente, a construir el espacio-tiempo de la creatividad dialéctica. Es en este modo que la perfección bruniana se instaura sin tener nada más fuera y en contra de sí, casi en una reanudación del pensamiento y de la praxis parmenidianas. Sin embargo es verdad que esta unidad particular al mismo tiempo creativa y dialéctica: indistinguiblemente creativa y dialéctica –por cuanto establezca la inalienabilidad de la obra y del espíritu-deseo– pero al mismo tiempo capaz de realizarse como presencia irrenunciable de la libertad en la igualdad, por medio de la imagen de una oposición infinita (heraclitismo) que no pierde nunca el propio ideal unitario. Sólo así la distinción entre los entes permanece amorosa – salvaguardando al mismo tiempo la unidad del universo físico y la integridad de lo moral-político –e igual– moviendo continuamente a una diferenciación, que tiene el sentido y significado ideal y real de la libertad y mejor disposición recíproca de las finalidades naturales. Por lo tanto, mientras la materialidad imaginativa de la tradición platónica-aristotélica le quedaba el criterio inmóvil de la evolución y de la separación de las causas formales, la materialidad viviente bruniana no consiente la identificación de la causa productiva con la finalidad universal, ni tanto menos su separación abstracta. A la materialidad viviente bruniana le permanece la posibilidad infinita del ser-diverso: una potencia siempre en acto en su creatividad incondicionada, nunca separada y hecha abstracta de alguna reducción o selección del ente prioritario. El Uno bruniano El a-monolítico. La igual y amorosa libertad del ente múltiple. Giordano Bruno procede a la depauperización progresiva de la función ordenadora del primer sujeto. El horizonte de la igualdad encierra la multiplicación creativa de la libertad, a través de la acción providencial del amor. Así lo inacabado de Dios se convierte en lo inacabado de la multiplicación, en la negación de un término único de orden y de reducción. Con la especulación bruniana por ello decae el concepto del Uno cual ente de orden y de necesidad, que es sustituido por la razón de una abierta libertad posible.

De este modo el Uno bruniano desaparece de la apariencia, haciéndose presente por

medio de su multívoca y libre productividad, potente a atraer y a reunir a sí, por cada ente existente la propia igual disposición. A realizar, entonces, la amorosa fusión de la libertad subjetiva y de la igualdad objetiva: la razón bruniana es de hecho, razón de apertura, de multiplicidad y de inexhausta multiplicación, sin la ordenación de una modalización absoluta que se realice a través de la inmovilidad de un ente prioritario (sujeto único). Entonces ciertamente decae el proceso clásico de geometrización del existente, donde la medida de determinación es sustraída por el horizonte de la presencia numérica e individuada: el universo bruniano, al contrario, demuestra con la propia vida infinita la condición imprescindible de una creatividad eterna e inalienable y, al mismo tiempo, la realidad de una relación entre las partes que no separa nunca los criterios de la libertad y de la igualdad. Una grandeza emotiva ilimitada y omnicomprensiva logra por tanto constituir el fondo de referencia que es capaz de justificar cada manifestación y producción creativa del Espíritudeseo, cancelando por ende cualquier proyecto de reducción de la oposición a función del mantenimiento y de la confirmación de un estado de invariabilidad e inmovilidad del individuo absoluto (sujeto separado), capaz de asumir en sí mismo las funciones de la causa y del principio, de la formación y del devenir. De este modo la reanudación bruniana de las ideas platónicas, en su determinación cristiana de factores creativos del intelecto divino, consiente a la especulación nolana sí de reutilizar la tradición filosófica, pero actualizándola en modo perenemente activo en un lugar necesariamente infinito: el universo bruniano, imagen viva de Dios, permanece por estos in-separado. Consciente de lo inacabado de la razón, el movimiento del universal bruniano –animación de la identidad entre libertad e igualdad e infinito en obra– plantea la elevación consentida por el impulso amoroso, sin encerrar al sujeto en la jaula de la univocidad, sino al contrario abriéndolo y empujándolo a un hacerse múltiple y correlativo (sujeto plural). De este modo la reflexión bruniana es la primera en abrir el curso del Espíritu a una historicidad moderna, liberada y desvinculada de proyectos, instrumentos y finalidades absolutistas, incluso sin perder el ideal común y fuente deseosa, constituida por el plexo del amor-idea de igualdad. Afecto y sentimiento universal, no privo de intelecto y razón, este plexo se manifiesta en la aceptación de la pluralidad ilimitada, en la imagen de un deseo que está en todo lugar, sin ser confinado y limitado en alguno de ellos. Disuelta la relación del

procedimiento de un acto precedente y prioritario, el abierto múltiple creativo bruniano vale eternamente como ideal de una tensión a la recomposición universal: a la recomposición de la libertad y de la igualdad en la imagen de un deseo vivo y fecundo, activo y generoso, incluso salvífico. Capaz de reconectar unidad del creativo y oposición de lo que es recíprocamente transformativo. Nace una dialéctica del deseo La libertad del deseo, su espontaneidad creativa, no se separa jamás del amor que la iguala. Surge entonces la conciencia como imposibilidad sabiendo de la alienación, aún en el movimiento que distingue la identidades individuales mientras demuestra su continua y autónoma –aunque si relacionada– transformación y cambio. De este modo la dialéctica bruniana del deseo disuelve deliberadamente el ídolo y el fetiche –la transposición humana– de una absoluta potencia sobrenatural, de la voluntad y del intelecto: la reabsorción de Dios y del Universo en el abismo mental y pasional operado por la voluntad de potencia, resulta re-expresado en la distinción –con valor ético– que poniendo la multiplicidad ilimitada de los mundos, pone la unidad infinitamente operada abierta de la libertad.

Por lo tanto, mientras la impostación aristotélica parece constituir por medio de la propia elaboración metafísica el enmascararse de un acto de absolutismo de la voluntad y del intelecto humano, provocando la restricción final de la determinación a aquel Ser único que es capaz de permanecer, en modo aparentemente contradictorio, causa separada y principio in-separado, la concepción bruniana no usa ninguna mediación misteriosa, que realice vida y existencia por medio de una necesaria tensión ética y social. Sin ningún desposeimiento, el Espíritu-deseo bruniano se hace todo (todas las cosas), en la determinación propia: o bien, en la conciencia de la propia inalienabilidad por parte de cada ser. En el hacerse todo, en el ser todo, mueve siempre a la reunificación de la apariencia de la igualdad con la invisibilidad de la libertad, dejando así siempre silenciosamente abierto el camino para la mutación de lo que ha sido sólo momentáneamente determinado. De este modo no puede no surgir continuamente el abismo sobrenatural, que no vale como necesidad fundamental la alienación y la determinación extrínseca, sino más bien –y al contrario– la posibilidad de la vida en el universal: no acto unitariamente productivo de la multiplicidad, sino más bien apertura del creativo. Entonces, el desarrollo del dialéctico. De este modo la dialéctica de la doble afirmación (de Dios y del Universo) disuelve la estructura de la doble negación: la ausencia de la estructura de la doble negación tiene de hecho en Bruno el valor de la negación consiente y querida de su pretensión de unicidad (la

asunción voluntaria de una potencia absoluta en el plano abstracto de lo sobrenatural). Una pretensión total y solamente social y “vulgar”. Una pretensión por la que no pueden no ser justificados todos los usos instrumentales y absolutistas de las religiones positivas, y donde no hay –en el abrazo recíproco y mortífero del poder laico y del eclesiástico– ningún espacio para la religiosidad, una naturalidad y una política verdaderamente y benignamente universales. Se disuelve el concepto de propiedad Desaparece el individuo absoluto. Y con ello la potencia del poseso por medio de la voluntad unitariamente pre-orientada. Desaparece, por tanto, al mismo tiempo el sujeto abstracto. El movimiento creativo y recíprocamente transformativo pone sujetos reales y concretos, ya no presa de la funcionalización de un infinito abstracto (el in-finito), sino vivos en el infinito de la libre e igual diversificación amorosa.

Entonces si la separación ordenada entre acto y potencia de la tradición aristotélica parece ser utilizada en el contexto de finales del Medioevo cristiano para establecer, por medio de la distinción entre ente necesario y ente contingente, implicando la tradición neoplatónica en la participación del concepto del Uno en la determinación de la unidad necesaria y necesitada (Uno reductivo y de orden), el igual desarrollo dialéctico del creativo bruniano disuelve la fundación ideológica de la forma y de la materia de la posesión, anulando y cancelando la transvaloración de la voluntad en potencia. Entonces la posibilidad absoluta de la Sabiduría cristiana se libera en los innumerables riachuelos de un Universo ya no obligado dentro de limitaciones éticas y políticas (selectivas, jerárquicas y de clase), para desembarcar en la libertad generativa y relacional más llena y fecunda. Por lo tanto el universo bruniano en la libertad de los fines y de los sujetos no consiente ninguna aniquilación, ningún debilitamiento o privación, ninguna alienación: sin una identidad absoluta, que absolutamente se imponga por medio de una mediación que extraiga la subjetividad, inmovilizándola en un cielo etéreo, para quitarle la libertad de movimiento y relación, la pluralidad ilimitada de los sujetos brunianos inmediatamente vale la presencia del creativo y del dialéctico: el movimiento de generación y recíproca (libertad e igual) distinción. Desde el llamado nivel cosmológico (astros solares y planetas terrestres). De hecho, si la usual dialéctica entre finito e infinito encierra la oposición del primero al interno de una eterna reproducibilidad del segundo, entendido en la propia función de objetivo definitivo, la apertura pluriversa de la imaginación bruniana recuerda el in-terminar

que tal apertura lleva consigo: la creatividad continua, que se explica en virtud del impulso infinito de la misma imaginación y de su deseo infinito. De tal modo la concepción bruniana provoca la fragmentación, la disolución y la dispersión del concepto tradicional de sustancia. La idealidad creativa, que en la oposición inexhausta transforma continuamente – ejemplar, a este punto, es la circularidad vigente entre los polos de la relación y del desarrollo cosmológico (astros solares y planetas terrestres) – mantiene alta la pluralidad de dirección como demostración de la presencia de un orden invisible, pero no sustraído: el orden de la libertad e igual diversificación amorosa. Este orden disuelve el arraigarse de cualquier linealidad de dependencia que se muestre como relación de causa y efecto: esta relación es, de hecho, la finitud, mientras que el infinito se puede afirmar solamente por medio de la concepción, unidamente, creativa y dialéctica. Una nueva propuesta teológica Giordano Bruno propone, más que una negación del concepto trinitario, su radical y revolucionaria reconsideración.

Por esto se puede decir que la bruniana relación infinita –aquel interminar del término que quizás remite de cerca la sucesiva apertura de indicación spinoziana, presente en la definición de Dios como causa sui– la consideración del universo como entidad abierta y plural por sí misma en movimiento infinito, propone una concepción que afirma que la diversificación profunda, abismal e infinita (creativa) de las “ideas” no existe sin la obra dialéctica del Amor, que reunifica libertad (Unidad del Padre) e igualdad de las “naturalezas” (Idealidad del Hijo) en el in-terminar del deseo (el Espíritu). La influencia de la concepción teológica sobre la nueva formulación cosmo-ontológica bruniana El Universo bruniano es un multiverso creativo e dialéctico. Vive de la igualdad amorosa del Espíritu del Hijo. Se crea y se modifica continuamente, como alma universal y movimiento en la más completa y fecunda co-determinación de las partes.

Reconociendo la subsistencia de una entidad plural que se mueve y se recrea por si misma (la circularidad de las figuras teológicas trinitarias), el Universo no recaerá en la “vulgar significación”,[1] que lo pretende sin movimiento proprio e indefinido, en cuanto lo

piensa referido a un dios “autor” (presupuesto, por cuanto es antropomórficamente separado) que realiza completamente la propia voluntad cognitiva y de posesión. La creación

de

siempre

nuevas

(innumerables)

“especies”

y

de

siempre

nuevas

“determinaciones” mostrará entonces la infinita apertura en la que éstas aparecen y viven, constituyendo así el “recuerdo” del Uno que, por cuanto haga esfuerzo y tensión de adecuación (según las ideas de común e indiferenciada igualdad que vive en la universalidad del Amor), en virtud del mismo espíritu e intención que alimenta, logra a transformarlo en la posibilidad de un “mundo nuevo”: “máximo”, al lado de su mismo desaparecer como “mínimo”.[2] La infinita abismalidad y elevación de la apertura bruniana define así y determina el movimiento intrínseco e inalienable del Universo bruniano: la superación eterna que constituye la obra infinita del deseo, en el propio desarrollo, en la propia aplicación y en la indisolubilidad de la propia autoterminalidad (alma universal). Sin ser, por tanto, ni el inmediato, ni la su negación abstracta, el Ser bruniano mantiene en sí mismo la pluralidad de orientación que garantiza la presencia ineliminable del universal factor creativo, junto a la co-determinación igual de las materias planteadas. En la concepción de finitud, por el contrario, negando la autonomía del finito, el absoluto se penetra de su impulso identificativo y auto-negativo: en el absoluto que se hace fin y así nace de hecho la determinación del finito. Nace su propia determinación e instrumentalidad como finito. Pero la apariencia del hacerse fin del absoluto es la realidad del devenir de la necesitación, como movimiento de restablecimiento de una necesidad objetiva que reunifique y refunde aquello que solo abstractamente, por efecto de extensión, haya sido momentáneamente y aparentemente separado. Así la forma y la realidad del desaparecer de la apariencia en la totalidad de la realidad necesaria permiten a esta necesidad objetiva de re-proponerse en su misma inmediatez comprensiva. Posteriormente si a esta inmediatez comprensiva se le asigna un alma interna, entonces lo que precedentemente era retenido en la alteridad aparente, para ser reportado al contrario a su fuente espontanea y natural, es ahora distraído y separado, desintegrado y destruido, discriminado, para poder ser alienado según la disposición utilitarista del absoluto (la naturaleza y la sustancia de la tradición neoplatónica-aristotélica). Por tanto, si la distinción y la separación de las partes del Ser, de su rol, función y grado recíproco, definen el contexto humanístico aristotélico-neopitagorizante, la operación crítica y revolucionaria de

la especulación bruniana se ejercitará[3] quedando siempre atenta en lugar de revalorizar –a través el múltiple creativo platónico-cristiano– el espacio y el tiempo de la oposición infinita en la unidad infinita. Breve referencia metafísica-teológica El infinito de la oposición en el infinito de la unidad. Las consecuencias ético-políticas y de filosofía natural de la especulación bruniana.

Entonces, mientras en la consideración e impostación tradicional (neoplatónicaaristotélica y neopitagórica) la unidad de la oposición establece simple y sencillamente el valor y la necesidad de la heterodeterminación, en el concepto creativo y dialéctico del Espíritu bruniano el infinito de la libertad se hace infinito de la igualdad a través del infinito del amor. En el caso de la concepción de la finitud, por el contrario, desaparecida la libertad y disipada la creatividad, el mismo dialéctico se disipa para dejar espacio únicamente a la unidad orgánica y social de la graduación y separación clasista, operada en las relaciones de lo humano y de lo natural, paritariamente. En la concepción bruniana, al contrario, el infinito de la unidad, en el infinito de la oposición, genera en cambio la dialecticidad ética del Ser bruniano que abre el infinito del creativo y del dialéctico en su imagen: desvela la consideración de cómo y cuánto la ejecución desiderativa infinita sea el momento intrínseco del universal. Así la identidad bruniana no es el absoluto de los opuestos, sino la presencia en la oposición de la diversidad unitaria de “idea” y “naturaleza”. Y ante todo es “razón” abierta: lo sensible que acerca a sí mismo la posibilidad de comprender aquello que contrariamente quedaría excluido, disgregado e inerte, muerto al conocimiento y al general movimiento ético. Sin embargo este general movimiento ético, por el que la materia no pierde el deseo del bien y el bien del deseo, acerca y hace vivir en uno –y por ello Intelecto– la multiplicidad de los fines y de los sujetos. Que son innumerables, porque son infinitos, en la infinita creatividad de la Mente. Contra la tradicional pacificación del Intelecto que consiste en la inertización de la acción a través de la fusión entre unidad y necesidad – la pretendida y necesaria indiferencia de lo que se pone– la creativa dialecticidad del Intelecto bruniano conserva en sí misma un fin racional y al mismo tiempo emotivo, capaz de salvaguardar el impulso de la salvación universal (la fe). La presencia del Uno como abierto infinito creativo alarga entonces el

horizonte de una oposición que no es ya forma de constricción lógica y previa reducción a una identidad predeterminada, sino –al contrario– difusión y participación de una libre y diversa igualdad, que rompe su uso en sentido absoluto y abstracto, para recordar en cambio la propia caracterización de mutua y amorosa determinación (sea en la constitución de polos cosmológicos, que en la formación de la relación civil). Contra la inevitabilidad del finito por tanto –verdadera y propia disimulación física y biológica de una imposición político-ideológica– y contra la consiguiente abstracción y neutralización del particular, el ser-parte del infinito –por cada parte del Universo bruniano– reitera la conciencia de una inalienabilidad: la efectiva presencia activa del deseo como motor de la generación y diversificación dialéctica del ente, en la idea de una libertad plena e igual. De este modo la relación, que la creatividad ideal constante y continuamente varía y reconstruye, deja en el lugar de una unidad deseosa el libre juego de las determinaciones dialécticas. El conocimiento ético del in-terminar del Deseo (Espíritu) –por lo tanto la infinitud de la relación entre Unidad (Padre) e Idealidad (Hijo) – constituyen de hecho el corazón y el núcleo teorético de la especulación bruniana. Esto permite distribuir la completa articulación de las argumentaciones presente en los Dialoghi Italiani según un análisis que, primeramente, analiza y confronta –en el diálogo De l’infinito, Universo e mondi– la posición expresada por la tradición aristotélica (donde se aplica el concepto de una oposición finita) con la posición bruniana (caracterizada, por el contrario, por el concepto de una oposición infinita); por consiguiente se percibe la presencia –en los Dialoghi Metafisico-cosmológicos– de la oposición infinita en las apariencias naturales del Espíritu, definiendo por medio de la nueva concepción del éter y de los elementos, la subsistencia de una dialéctica del deseo material; finalmente determina –en los Dialoghi Morali– el valor moral y religioso de la oposición infinita por medio del advenimiento de una dialéctica de la igualdad. Tanto en el campo de la naturalidad, como en la moralidad y en la religión, el concepto de la oposición infinita permite constituirse una apertura de imaginación, que se expresa en el primer contexto a través del interminar del éter y en el segundo a través del interminar del amor. Impulso infinito de imaginación y de infinitud del deseo constituyen la apertura pluriversa de la voluntad intelectual bruniana, capaz de mantener viva la pluralidad de la naturaleza, en la moral y en la religión por medio de la creatividad y de la dialecticidad de la

unidad ideal. Al contrario, la posición absolutista y anti-bruniana, negando la materialidad y la dialecticidad operantes en el deseo natural, pierde de inmediato el valor creativo de la unida ideal, transformando el impulso en un dominio abstracto, separado e indiferente. Pródromo de la moderna absolutización de la potencia artificial.

NOTAS [1]...Giordano Bruno. De gli Eroici furori, (Firenze, 1958) pag. 1026. “Tansillo. Si tú pides del mundo según la vulgar significación, es decir en cuanto significa el universo, digo esto, para ser infinito y sin dimensión o medida, viene a ser inmóvil e inanimado y sin forma, aunque tenga lugar de mundos infinitos móviles, y tenga espacio infinito, donde están muchos animales grandes, que son llamados astros. Si pides según la significación que tienen entendido a los verdaderos filósofos, es decir en cuanto significa cada globo, cada astro, cómo es esta tierra, el cuerpo del sol, lunas y más, digo que tal alma no asciende ni desciende, sino da vuelta en círculo. Estado compuesta de potencias superiores e inferiores, con las superiores se vierte hacia las divinidades, con las inferiores hacia la masa que viene por ella vivificada y mantenida dentro de los trópicos de la generación y corrupción de las cosas vivientes en estos mundos, sirviendo la propia vida eternamente: porque el acto de la divina providencia siempre con medida y mismo orden, con divino calor y luz las conserva en el ordinario y mismo ser”. [2]...Giordano Bruno. De triplici minimo et mensura ad trium speculativarum scientiarum et multarum activarum artium principia, libri V. In: Iordani Bruni Nolani, Opera latine conscripta, Neapoli-Florentiae, 1879-1891. [3]...Giordano Bruno, Cabala del Cavallo Pegaseo (con l’Aggiunta dell’Asino Cillenico). In: Giordano Bruno, Dialoghi Italiani, cit.

PRIMER CAPÍTULO. DIOS Y NATURALEZA El infinito bruniano como autodeterminación La misma filosofía natural bruniana procede inmediatamente a la crítica de la separación abstracta de la potencia y al concepto de su heterodeterminación. Toma por tanto evidencia la materia viviente – creativa y dialéctica – del Universo bruniano, que repudia y rechaza lejano de sí el criterio de la necesaria uniformidad, haciendo al mismo tiempo decaer toda función instrumental y alienante (serpara-otro).

La cuestión principal de la especulación bruniana consiste en la reapertura y revalorización del concepto de la multiplicidad creativa: contra el procedimiento que actúa la abstracción de la potencia, presente en la tradición platónico-aristotélica clásica, moderna y contemporánea, el infinito bruniano se pone inmediatamente como universal y abierta autodeterminación, libre diversificación ejercida por medio del ideal real del amor igual y realizada inmediatamente, en el plano cosmológico, por medio de las acciones mutuamente creativas y transformativas de las relaciones dinámicas y dialécticas subsistentes entre astros solares y planetas terrestres. Disolviendo el concepto hegemónico de la salvación por medio de la posesión y el dominio, la religiosidad bruniana reabre y re-dispone a la obra y la acción universal del Sujeto no-exclusivo: del sujeto que salva todo ser viviente a través de su deseo (el Hijo en el Espíritu), la unidad del inalienable principio creativo (el Padre). En este impulso el Espíritu (amor) se regenera y reanima, mostrando su contenido interno: la libertad generativa del deseo que constituye la imagen universal de la mente creadora (Padre), unidad que mueve infinitamente. Así la abierta e irregular diversificación vital inminentemente es la recomposición con esta unidad, que mueve infinitamente, sin la necesaria convergencia en lo uniforme. Es la ruptura de la necesitación impuesta por el proceso enajenador del abstracto (la diferencia y la determinación absoluta) y una apertura de posibilidad, que da inmediata substancia a un universal que no puede ser visto y considerado como una partición absoluta y aislada, como si fuera conjunto a Dios en una única voz. Es entonces, sobre todo, la desaparición de la necesaria funcionalidad orgánica de los seres, para el restablecimiento del opuesto orden del amor igual en la libertad. Contra la necesidad de terminar asignada al existente del conjunto de los términos simples de la ontología platónico-aristotélica, el infinito inacabado bruniano in-termina el existente, disolviendo la presencia separada de la finalidad. Contra la distinción y la propiedad del acto sobre la potencia admitida por la especulación aristotélica, el inmediato de acto y potencia bruniano disuelve la concepción personalista de la voluntad y de la

naturaleza. En este sentido la unidad del amor igual bruniano (precisamente el inmediato de acto y potencia), en cuanto imposibilidad de división y separación entre el amor de Dios y el amor por Dios (la fe que depende del hombre), manifiesta la apariencia de la universal alteración y transformación como oposición, finalizada a la reconquista y el recurrir de una conciencia que no puede ser alienada, potente a ofrecer una recomposición y una salvación universal en la común, igual e inalienable libertad. Entonces la famosa circularidad bruniana del ser (la vicisitud), se cambia inmediatamente en la imposibilidad de salir de la identidad (inseparabilidad) de libertad e igualdad, en el entretenimiento operado por el “vínculo” unitario y trascendental del amor. La primera consecuencia cosmológica Cae la función heterolimitativa del “primer móvil”. La libertad del ser es el impulso creativo y dialéctico de la materia desiderativa e imaginativa. Nace así la relación entre astros solares y planetas terrestres. Relación destinada a proceder en el mismo espíritu de libertad y amorosa igualdad, entre los seres que habitan los cuerpos principales del Universo bruniano. La igualdad creadora une todos los seres.

Por tanto si la complejidad de los términos simples de la tradición neoplatónicaaristotélica manifiesta el monolito de la razón, que se instituye y constituye por medio de la mediación de un sujeto de reducción, que a su vez se opone a la libre existencia del ser por medio de la uniformidad de la potencia necesaria (la potencia abstracta del intelecto), la libre existencia del ser es inmediatamente reafirmada por la bruniana apertura del infinito, que –como amor deseoso al interior de la materia universal– distingue la ideal diversificación natural para re-obtener la fuente generativa, originaria. Disuelto el sujeto de reducción por medio de la crítica de la separación del término, entonces la argumentación racional y reflexiva bruniana echa rápidamente las propias conclusiones sobre la vertiente de la inmediata concretización cosmológica, disolviendo la función de limitación, heterodirecta y heterodeterminada, del cielo del “primer móvil”. En este contexto la identidad bruniana de potencia y voluntad en el infinito quiere y debe recordar la negación de la aniquilación natural, con la implícita negación de una forma predeterminada a lo divino: la negación de la potencia abstracta del intelecto, como necesidad que se refleja y multiplica necesariamente en la infinidad ilimitada de sus efectos. De hecho sólo así la materia podrá gozar de una libre potencia a generarse y desarrollarse: al contrario la materia de tradición aristotélica pierde inmediatamente la unidad transversal del amor (la de su

trascendentalidad) que ofrece libre ejercicio a la diversificación, demostrándose inmediatamente y solo como materia sujeta, pasiva (sustrato). Entonces la primera conclusión del esfuerzo especulativo bruniano, en su contraposición con la tradición del pensamiento aristotélico, está totalmente incluida la afirmación de la materia como libre actividad de diversificación, actividad vinculada a la unidad providencial del amor igual, que no se separa a Dios de la conciencia de sí. La inmediata concretización cosmológica de este tema metafísico y crítico radica, para la especulación bruniana, en la relación creativa que vincula entre astros solares y planetas terrestres, que se pone y hace una transformación recíproca. Esta relación creativa se transmite después en los mismos seres que viven y participan de la imagen conservadora ofrecida por el intelecto animado de los cuerpos celestes, en cuanto al deseo como libertad (generativa y constitutiva) de los primeros de hecho se difunde como libertad del deseo en los segundos, siendo signo de la presencia de una determinación infinita en ellos. Una sensibilidad que afecta e involucra toda energía constructiva del particular ente existente. La relación creativa que se instituye entonces por medio de la inseparabilidad entre Dios y la conciencia de sí demuestra el deseo como signo y motor de la libertad, generativa y recíprocamente constitutiva: la presencia inseparable de la creación se multiplica, en la concretización cosmológica inmediata, en la innumerabilidad de las relaciones mundiales, conectando recíprocamente astros solares y planetas terrestres en el intento común, recíprocamente transformativo y paritariamente creativo. Por ello es sólo en el ámbito de la igualdad creativa que puede disolverse la función de la limitación de detención y de cumplimiento de existencia representada por el cielo aristotélico: la multiplicidad irrelativa bruniana, regida por el ideal in-terminar (la apertura del infinito), provoca y hace surgir la divergencia, que disuelve la reducción de orden establecida por el hacerse abstracto del aristotélico principio de dominio, pura y simple hegemonía ejercitada por la comprensión intelectual y la posesión práctica. El absoluto de la producción, trenzado y torcido a una representación inmodificable de determinaciones absolutas, es entonces sustituido por el infinito abierto y difundido de la creatividad (la libre generación y co-determinación del deseo), en la unidad y correlación amorosa de las partes. Sin necesitada y necesaria correspondencia entre esencia y existencia –por ello sin subordinación – el concepto de la libertad de los sujetos naturales encuentra una cierta representación visible y sensible, inmediata, en la forma por medio de la cual el Espíritu se hace acto de la Providencia: acto

y potencia co-genera y co-transforma –con igual título y dignidad – el ser y el devenir de los astros solares y de los planetas terrestres. Una primera precisión acerca de la relación cosmológica Astros solares y planetas se distinguen en la misma operatividad, la de la producción, cesión, absorción y reflejo del calor. Así junto al “primer móvil” desaparece también la función inmovilizadora y neutralizadora del éter, en su versión aristotélica. El ser natural bruniano dispone una multiplicidad creativa, capaz de cambiar la apariencia integral en una libre pluralidad mundial.

De este modo el Espíritu bruniano no hace más que libremente generar y unir, en la reciprocidad de las transformaciones, astros solares y planetas terrestres. Ellos de hecho libremente se ponen y libremente se transforman, siguiendo un procedimiento de reciproca distinción en la misma operatividad (producción, cesión, absorción y reflejo del calor). Contra la alienación común representada por el material etérico aristotélico, la intrinsecidad del principio bruniano (el deseo) asegura el libre ser y el libre devenir de las partes de infinito. Permaneciendo uno en los muchos, y muchos en el uno, el infinito bruniano, queda inalienable e insuperable, dirige la tensión superior que nunca pierde contacto con sí misma, convirtiendo la apariencia de una oposición general a la reducción e integración del Ser. De hecho por cuanto esta reducción e integración constituyan el modo de la posición abstracta aristotélica –la constitución en abstracto de la potencia, su inversión a través de la caída de sus inicios y de su fin – la valoración bruniana no puede no corregirla reconociendo la forma negativa, para resolverla después con su negación –real y verdadera negación de la negación – destinada a restablecer la verdadera y afectiva positividad: precisamente la de lo que es creativo en modo libre y paritario. Por tanto en un abierto y diversificado horizonte creativo, y sin la expropiación del principio generativo y transformativo,[1] los cuerpos celestes brunianos (astros solares y planetas terrestres) mantienen el derecho real de una libre potencia, en el proceso que se correlacionan en un plano perfectamente prioritario, por el recíproco mantenimiento y conservación. Al mismo tiempo esta correlación no se hace absoluto, a través de la reciproca distinción e inmovilización de los extremos y la reciproca modificación de las aparentes conexiones de los mismos. De hecho una correlación que se hiciera absoluto, desautorizaría el creativo, que en cambio se mantiene in-separado (inalienable) en el Universo bruniano, constituyéndole su más íntima razón y moviente, la unidad y el ideal.[2]

Reflejos metafísicos: el infinito de la oposición Entonces, si el creativo bruniano impone superioridad del ser-diverso, la mediación central se disuelve. De este modo la especulación bruniana establece el principio del in-terminar. La alteración deshace el fijarse de la imagen.

Entonces, el creativo presente en el universo infinito bruniano se presenta como diversidad, que vive en la plena igualdad libre y amorosa del Espíritu, de su vínculo unitario imprescindible y de su apertura y divergencia.[3] El creativo bruniano debe resolver la constitución absoluta de la imagen que se instaura a través de la pareja extrinsecaciónreacción, anulando el formarse del límite pre-constituido a la oposición. La oposición bruniana es infinita, y lleva consigo la infinitud de la unidad que la rige, mostrándola como alteración continua y exhausta, que por medio de la autoafirmación de la libertad provoca la desintegración de la necesitación de imagen (el contenido icónico y doctrinal).[4] La autoafirmación bruniana de la libertad es, por tanto, la apertura ilimitada del espacio de una diversidad (diversificación) creativa, que tiene la propia raíz en una multiplicidad determinante completamente libre.[5] Uniendo, entonces, al concepto de la libertad de la materia el de la libertad de la forma, la especulación bruniana logra ir más allá, en la serie de las propias conclusiones, acumulando en tal modo un ulterior y superior patrimonio. Revisando, en un sentido inmediatamente creativo, la esencia de la multiplicidad ideal platónica, el universo bruniano pierde la necesidad de una fusión ideal, capaz de garantizar desde un punto de vista y de operación superior el ejercicio de la diversidad, para mantener en cambio en sí mismo la pluricentralidad – es el sentido de la pluralidad bruniana de los “mundos” – que consiente el libre y autónomo constituirse y desarrollo. Frente al formarse de un espacio abstracto de alienación y heterodeterminación, por el cual y en el cual la unidad del Ser sea inminente de la voluntad, la vida bruniana se expresa a sí misma, por el contrario, como libertad ilimitada e in-predeterminada. Así la creación bruniana resulta priva de imagen,[6] estando presente totalmente en la negación del pre-orientación y de la instrumentalización Lo in-predeterminado de la libertad La negación bruniana del ser-para-otro re-propone la visión de una naturaleza inalienable en la conciencia. El amor creativo e igual se radica y expresa en la libertad, sin que la mediación constituya lo absoluto del sujeto y del objeto en la apariencia de la representación. La imaginación desiderante

pone, edifica y construye los mundos: nace la nueva posibilidad universal bruniana, acto religioso de liberación y salvación.

Por lo tanto el amor creativo elimina la esclavitud y la subordinación impuesta por la imagen, liberando con su igualdad prejuiciada el pensamiento y la acción de la necesidad de la representación, y reconstituyendo el milagro y la magia,[7] unitaria y universal, de la naturaleza en la conciencia. De la naturaleza in-alienada. Sin objetivación, por cuanto sea la forma por la cual el absoluto se hace disposición, la unidad bruniana de forma y materia mantiene en sí misma la potencia, completa y autónoma, del movimiento y de la diversificación: una imaginación completamente subjetiva recompondrá entonces en sí misma el aspecto de la felicidad y de la comprensión intelectual, reconociendo como propio principio la obra liberadora del amor igual. De este modo la especulación bruniana adquiere la propia caracterización religiosa, recomponiendo en una unidad inseparable el amor de Dios y el amor por Dios. Removiendo y liberando la naturaleza de la propia sujeción y eliminando la forma reactiva de la necesidad y de la alienación, la teología y la filosofía de la liberación bruniana reconoce la igual titularidad de cada acción generativa y recíprocamente determinante, haciendo de nuevo activa y presente una posibilidad universal no separada, por medio de la par e igual difusión del deseo como obra de común liberación y salvación. Contra la terribilidad de la imagen de la disolución en el ser desintegrado, la especulación bruniana construye y eleva (elabora) el antídoto de una unidad ideal no constrictiva, no forzosamente convergente y uniformadora: real, en la realización universal del Espíritu como deseo, en la par y libre igualdad de los sujetos naturales, espontáneamente conectados. La espontaneidad Si la voluntad lleva al intelecto, éste ilumina a la primera, cuando se reincorpora consigo. La especulación bruniana anticipa temas fundamentales de obras sucesivas al De l’infinito, Universo e mondi, como los presente en De gli Eroici furori.

En la especulación bruniana, por lo tanto, emerge incluso la real y verdadera imagen de la creación como espontaneidad de la conexión universal de los sujetos naturales: espontaneidad que radica en la común participación de ellos mismos al acto generativo, en la libre igualdad del deseo. Entonces la libre igualdad del deseo es el principio que realiza la generación, la determinación y la recíproca correlación de los sujetos naturales, como se ve

inmediatamente en el proceso cosmológico de la cogeneración y co-transformación vigente entre los astros solares y los planetas terrestres, real y verdadera representación escénica del Alma universal, en su libre y recíproca diversificación. Por lo tanto, la presencia operante del deseo constituye el Espíritu interno a la materia, que la re-moviliza según la proyección creativa, a cuyo interno pueden aparecer, en una serie de desarrollo interior, los fenómenos del afecto, de la sensibilidad, del entendimiento y de la voluntad. Perfectamente equivalentes en la función de identidad determinante, el alma y la materia brunianas se manifiestan entonces en su unidad, que es conocimiento del deseo: la posición y la conexa valorización de sí como fin a sí mismo, inalienable e insuperable. Un fin que, por lo tanto, no puede no ser realizado: sin oposición, es la figura de la autogeneración. La primera fase de la argumentación bruniana La oposición infinita, es decir el in-terminar como superación y negación del absoluto de la imagen y de su sustancia en la representación, altera y cambia la disposición heterónoma de la necesidad en posibilidad libre y abierta: se afirma de este modo, en el plano cosmológico, el principio de la autogeneración y del libre y espontáneo desarrollo de la materia, mientras que en el plano moral, religioso y ético-político comienza a radicarse la visión de la unidad ideal del amor igual. La espontaneidad superadora del deseo en la materia pone en conjuntamente la intensión de la libertad y la extensión de la igualdad.

Se concluye así la primera fase de la argumentación bruniana: la inseparabilidad entre Dios y la conciencia de sí de lo universal se manifiesta en el conocimiento del deseo y en el fenómeno de la autogeneración y desarrollo de la materia, en una apertura de libertad trazada internamente por la superación continua que se impone por medio de la unidad ideal del amor igual: el “vínculo” que tutela la reciprocidad de determinación y de libertad. Por lo tanto, si la abstracción y la transferencia (entonces la alienación) del fin y de la voluntad de una materia inferior a una superior, en la tradición neoplatónica-aristotélica (clásica, moderna y contemporánea), entiende –quizás también a través del primado cristiano de la persona – anular la intima vitalidad de la materia y de su libre e inteligente diversificación, elaborando la neutralización del deseo en su conocimiento por medio de la separación entre el plexo en conformidad del necesario (que ofrece, conjuntamente racionalidad y responsabilidad) y el desarticulado inferior del contingente (que manifiesta en la espontaneidad la razón de una irresponsabilidad), la negación bruniana de esta separación y de sus efectos morales e intelectuales conduce precisamente a lo largo de una dirección

determinada por la voluntad inteligente de restablecer y recomponer fin y voluntad al interno de una única materia, en elevada apertura y continua superación. La inseparabilidad de la imagen de su fuente –de la conciencia de sí de lo universal de Dios – hace concretos y visibles el horizonte y la apertura al interno de la cual –es el conocimiento inalienable, creativo y dialéctico, del deseo – pueden tomar vida, generarse y co-determinarse, todos los infinitos mundos que llenan el universo bruniano. Sin el infinito de la vida, de la libertad y la igualdad no podrían hacerse posibles, en un originario aspecto creativo. Y, pronto conjuntamente, dialéctico. Así la correlación presente en la reciproca oposición dialéctica que distingue las formas transformativas de los astros solares de los planetas terrestres permanece una operación del infinito creativo: si la libre creatividad se hace igualdad amorosa –(el Hijo) – en el plano cosmológico, a través de la correlación libre y amorosa entre astros solares y planetas terrestres, la unidad que viene del Espíritu no puede no retomar, con su proyección infinita, el propio origen infinito y divino, penetrando, realizando y dando acto a la igualdad.[8] Por eso solamente cuando el Espíritu regresa a ser Espíritu (creativo), la igualdad se hace real y concreta, por ello en plena coincidencia de las tres figuras teológica del Padre, del Hijo y del Espíritu.[9] Es entonces el permanecer de la obra y de la operación de aparente y total alteración del cosmos bruniano, como obra de operación del infinito creativo, a constituir inmediatamente la virtud de la recomposición con la unidad infinita, con la unidad originaria (el Padre).[10] Consecuentemente solo la reasignación del deseo a la materia, como principio de generación, constitución, determinación, movimiento y recíproca transformación, podrá disolver el confín abstracto de su misma inertización en un sujeto separado y prioritario, que están pretendidos por el proyecto de dominio y hegemonía de la especie humana socializadora. Contra le negación del deseo a la materia la reflexión bruniana demuele por tanto la divinidad abstracta: la especie ideológica y el ídolo de la fuerza común, concretiza y hace objetiva sustancia. Solamente la restitución del deseo como real y verdadera naturaleza, natural en la libertad, permitirá entonces cualificar la oferta del invisible a través de la oposición insanable al determinado. La ultimatividad terminal del inmodificable intelecto de tradición platónica-aristotélica –ultimatividad reiterada y confirmada en el implante doctrinal cristiano medieval – fija, a través de la abstracción de la causalidad eficiente, la repetición continua de las mismas especies determinativas, colocadas absolutamente, forjando en tal modo la confirmación absoluta de la determinación. La

especulación bruniana, por el contrario, destruye la reedificación de la objetiva sustancia en finalidad objetiva, disolviendo la absolutidad e indiscutibilidad de la relación de determinación (disposición), a través de la unidad entre in-predeterminación de la forma e ilimitación de la materia[11] que garantiza, conjuntamente, la libertad y la reciproca cercanía amorosa de los sujetos naturales, en una relación efectiva y benignamente fundada en el infinito (intensivo y extensivo). [12]

NOTAS [1]...Luigi Firpo. Il processo di Giordano Bruno (Roma, 1993, 1948¹). De ahora en adelante citada como Processo. Nota la censura g), pág. 83-84: “Más grave era, en el texto de la Cena, la atribución a la tierra de un alma «no solo sensitiva, sino incluso intelectiva […] como la nuestra» y quizás más, y sobre este punto el Bruno se mueve con incomodidad evidente, forzó la interpretación del verso del Génesis (I 24): Producat terra animam viventem, para explicar cómo se forma de su cuerpo; le apuró que debiera ella incluso considerarse un grande animal, racional además, como «es manifiesto de su acto racional intelectual, que se ve en las reglas de su movimiento hacia del propio centro, el otro hacia el sol y el otro hacia el eje de sus polos» Una causa externa y material de tales motores prevale inaceptable, casi por una cuestión de dignidad de la tierra madre, y es inútil decir cuánto la argumentación extravagante dejara perplejos e insatisfechos los censores”. Otro verso relacionado al rechazo bruniano de una causalidad extrínseca y separada, extraído del Sommario del proceso ([XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis.) es el siguiente: “[258]. Item, fol. 293, ponit terram esse animatam, nedum anima sensitiva, verum etiam rationali, y Dios le atribuye expresamente el alma, mientras dice: «Producat terra animam viventem», es decir, así como se constituye los animales según el cuerpo con sus partes corpóreas, así su espíritu universal anima a cada uno particularmente, comunicándoles su espíritu. Donde debe ser mucho más verdaderamente animal, que no son las cosas producidas por ella, porque contiene en sí el océano de todos los principios y elementos, que se encuentran comunicados y participados por particulares animales. Que sea animal racional es manifestado por su acto racional intelectual, que se vea en la reglas de su movimiento hacia su propio centro, el otro hacia el sol y el otro al eje de sus polos; la regla no puede estar sin intelecto más dignamente interior y precisamente exterior alieno, porque, su propio sentido se encuentra en las hormigas, abejas y serpientes, y el hombre, mucho más dignamente debe encontrarse en la Madre, y no atribuirles un exterior trudente, empujado, saepe idem inculcando”. Ibi, pág. 303 [2]...En la obra –In processo di Giordano Bruno – Luigi Firpo recuerda cómo la oposición entre el pensador nolano y los inquisidores, “la larga disputa, alternada de contestaciones, de resistencias y repulsiones que se desenlaza en el curso del 1559, tuvo su

principal terreno en el corazón de la filosofía bruniana, sobre la tesis de la infinita creación sin tiempo, de la animación universal y del movimiento terrestre”. Processo, pág. 109. [3]...Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[254]. Circa modum creationis animae humanae dicit, fol. 273, per haec verba: Deduciéndose del principio universal y general cada particular, como de la generalidad del agua viene y depende la particularidad de ésta y aquella agua, y ésta es la que tierra que está en mí, en ti y lo que viene de esta tierra universal y regresa a ella, así el espíritu que está en mí, en ti en aquello, viene de Dios y regresa a Dios: «Redit ad Deum qui fecit illum»; y así es hecha por el aspirante increado, y espíritu creado, este particular y nuevo creado hoy y de crear mañana, hace esta alma creatura del hoy, y el alma creatura del mañana, pero el espíritu universal está en aquello que, como ha sido creado, igualmente así siempre permanece”. Processo, pág. 300. [4]...Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[255]. […] El espíritu, como ha respondido, en cuanto a su ser particular e individual, pretenden y pretendo que se produce de nuevo como por un gran espejo general, que es una vida, y representa una imagen y una forma por división y multiplicación de supuestas partes resultando el número de las formas, de suerte que cuantos son fragmentados por el espejo, son formados completos, así en cada una de ellas como era en todo, las formas no sufren divisiones o rotura, como el cuerpo, sino donde están todas, como las voces, etc. He aquí entonces cómo el alma, in ratione universi et spiritus verae substantiae veri entis et creaturae, erat, est et erit in ratione particularis individualis, et huius animae, quae est Ioannis, non erat, sed est dum vivit Ioannes et erit post mortem Ioannis. Y este privilegio es del alma humana, porque la particularidad de su ser, que recibe en el cuerpo, lo retiene después la separación, a diferencia de las almas de bestias, que regresan a la universalidad de su espíritu, en similitud con lo que dice el Salmo: «In nihilum deveniens, tanquam aqua decurrens»; como si muchos fragmentos de espejo se reunirán en la antigua forma de un espejo, las imágenes que estaban en cada fragmento, son aniquiladas, pero permanece el vidrio y la sustancia, que era y que será. No sigue, que el alama de esta y de aquella bestia permanezca, pero que la sustancia del alama de esta y de aquella bestia, que era, es y será, porque el espíritu en adelante que fuese en dicho cuerpo, y pertenezca a su universalidad,

porque Dios con la potencia de la misma voluntad, con la que servía a los otros espíritus, sirva aún a éstos, como por atracción del propio espíritu a sí puede quitar el ser particular a todas las cosa espirituales y espíritus, conforme a lo que dice el Salmo: «Deus stetit in sinagoga deorum. Ego dixi: Dii estis et filii excelsi omnes; nunc vero vos sicuct homines moriemini»; una y la otra autoridad hace todos los espíritus inmortales por gracia de Dios”. Processo, pág. 301-302. [5]...Ideas, potencias , mundos. [6]...Luigi Firpo, en su Processo, recuerda su desprecio ejercitado en relación con la imágenes sagradas. Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[13]. Idem repetitus: Ha dicho que la fe de los católicos está llena de blasfemias, una vez cantando Matteo Zago el salmo «Iudica, Domine nocentes me» etc., comenzó a decir que esta era una gran blasfemia y a reprenderlo, como también hablaba en otras ocasiones afirmando que nuestra fe no era agradable a Dios, y se jactaba hasta que a un cierto punto comenzó a ser enemigo de la fe católica, y que no podía ver las imágenes de los santos, pero que veía bien la de Cristo, y después comenzó a distanciarse más de la fe por la que se hizo hermano, una ocasión que sintió disputar a Santo Domingo en Nápoles, y dijo que eran dioses de la tierra, pero después descubrió que todos eran asnos e ignorantes, y decía que la Iglesia era gobernada por ignorantes y asnos”. Processo, pág. 250-251. Véase además, Sommario del proceso ([XV. ]. Circa Sanctorum invocationem. Ibi, pág. 278-279. Sommario del processo [XVII]. Circa sacras imagines. Ibi, pág. 279. [7]... Este es el sentido, verdadero y profundo, del ars bruniana. [8]...Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[254]. Cit.” Processo, pág. 300. [9]...Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. […] “[28]. Principalis in tertio Constituto: En la divinidad comprendo que todos los atributos son una misma cosa, junto con los teólogos y los filósofos más grandes; comprendo tres atributos potencia, sabiduría y bondad, o bien mente, intelecto y amor con la que las cosas tienen antes del ser [por] razón de la mente, después el ordenado ser y distinto por razón del intelecto, tercero la armónica concordia en razón del amor; entiendo este ser en todo y sobre todo, como ninguna cosa es sin participación del ser, y el ser no es sin la esencia, como

ninguna cosa es bella sin la belleza presente, así de la divina presencia nada puede existir y de este modo por medio de la razón no per medio de verdad sustancial entiendo distinción en la divinidad. Cuanto pertenece a la fe, no hablando filosóficamente, para llegar al individuo de las divinas personas, la sabiduría y el hijo de la mente llamado por los filósofos intelecto, y por los teólogos Verbo, que se debe creer, ha tomado carne humana, yo, estando en los términos de la filosofía, no he entendido, pero dudando, y permaneciendo con inconstante fe; yo no me acuerdo de haber señalado escrito, ni dicho, excepto como en las otras cosas que alguien indirectamente pudiera tomar como por sutileza o por profesión, lo que se puede probar por razón y concluir por luz natural. En cuanto al Espíritu divino como tercera persona no he podido entender según el modo que se debe creer, sino según el modo Pitagórico, entendí como muestra Salomón que el alma del universo, o bien asistente al Universo iuxta illud dictum Sapientis Salomonis «Spiritus Domini replevit orbem terrarum et hoc quod continet omnia», que todo conforme parece a la doctrina Pitagórica explicada por Virgilio en el sexto de la Eneida: «Principio coelum et terras camposque liquentes» etc. De este espíritu luego, que ha dado vida del universo, entiendo en mi filosofía proceder la vida y el alma a cada cosa que tiene alma y vida etc.” Processo, pág. 254. Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. “[29]. Interrogatus circa Trinitatem respondit: Hablando cristianamente y según la Teología y que cada fiel cristiano y católico debe creer, de hecho he dudado acerca del nombre de la persona del Hijo y del Espíritu Santo, no entiendo estas dos personas distintas del Padre si no el modo que he dicho antes, hablando filosóficamente; y asignando el intelecto al Padre por el Hijo y el amor por el Espíritu Santo, sin conocer este nombre «persona» que ha tomado san Agustín es declarado nombre no antiguo, sino nuevo y de su tiempo; y esta opinión la he sostenido desde dieciocho años de mi vida hasta ahora, sin embargo de hecho nunca he negado, ni enseñado, ni escrito, sino sólo dudado dentro de mí como he dicho”. Ibi, pag. 255. Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. “[30]. Interrogatus respondit: He asumido que todo y cada fiel cristiano debe creer y retener en la primera persona.” Ibidem. Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. “[31]. Interrogatus respondit: En cuanto a la segunda persona, digo que he sostenido ser en esencia uno con la primera, y con la tercera, porque siendo distintas en esencia no pueden padecer in-igualdad, porque todos los atributos que convienen al Padre convienen al Hijo y al Espíritu Santo, solo he dudado cómo esta segunda persona se haya

encarnado, como he dicho antes, y haya padecido, pero nunca he negado eso, ni enseñado, y si he dicho alguna cosa de esta segunda persona, he dicho por referencia la opinión de otros, como de Ario y Sabeblio y otros seguidores; y diré lo que debía haber dicho y que haya podido dar escándalo, como sospecho que haya sido notado en el primer proceso hecho en Nápoles, según he dicho en el primer Constituto, es decir que declaraba la opinión de Ario, ni si quiera mostraba ser pernicioso de lo que era estimado y entendido vulgarmente, porque vulgarmente se ha entendido lo que Ario haya querido decir que el Verbo sea la primera creatura del Padre, y yo declaraba que Ario decía que el Verbo no era Creador ni creatura, sino medio entre el Creador y la creatura, como el verbo es medio entre el diciente y el dicho, y sin embargo haber dicho primogénito delante a todas la creaturas, no del cual, sino por el cual se refiere y retorna cada cosa al último fin que es el Padre, exagerando sobre esto por lo que fui sacado de sospecho, y procesado entre otras cosas fuera de esto pero aún mi opinión es como he dicho antes, y aquí en Venecia me acuerdo haber dicho también que Ario no tenía intención de decir que Cristo, es decir el Verbo, fuera creatura, sino mediador en el modo que he dicho, pero no recuerdo el lugar preciso, si lo haya dicho en una farmacia o librería, pero sé que lo he dicho en uno de estos lugares razonando con ciertos curas teólogos que no conozco, pero refiriendo simplemente lo que yo decía era opinión de Ario”. Ibi, pagg. 255-256. Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. “[33]. Interrogatus respondit: Para aclarar más digo haber sostenido y creído que sea un Dios distinto en Padre, en verbo y en amor, que es el Espíritu divino, y son los tres un Dios en esencia, pero no he podido entender y he dudado que éstas tres puedan tener nombres de personas, porque no me parece que este nombre de persona conviniera a la divinidad, confrontándome a esto con las palabras de san Agustín: «cum formidine proferimus hoc nomen personae quando loquimur de divinis, et necessitate coacti utimur», además que en el antiguo y nuevo Testamento no he encontrado ni leído esta voz y ni esta forma de hablar.” Ibi, pagg. 256-257. [10]...Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. “[30]. Interrogatus respondit: He sostenido todo lo que cada fiel cristiano debe creer y tener sobre la primera persona. Processo, pág. 255. [11]...Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[252]. Circa rerum generationem fatetur fol. 266 duo realia principia existentiae aeterna, ex quibus

omnia fiunt, et sunt anima mundi et materia prima; et f. 267, interrogatus an sint aeterna a parte ante, an ex parte post, respondit: Sunt creata a Deo, et secundum totum esse pendent a Deo, y son eternos, y así lo retengo en la post-parte, y no en la ante-parte, y según la razón y modo que son y se toman los principios, es decir universal y totalmente la sustancia espiritual, que se encuentra dentro y fuera de todas las cosas espirituales o no espirituales y corporales, que se encuentra, y extrae todas las cosas compuestas; cuyos principios y elementos antes tienen el ser por sí, que en la composición, como pone Moisés.” Processo, pag. 299. [12]...Sommario del processo [VII]. Plures esse mundos. “[92]. Principalis in tertio Constituto: Particularmente en mis libros se puede ver mi intensión, que en resumen es que yo sostengo un universo infinito, es decir efecto de la infinita potencia divina, porque consideraba algo indigno la divina potencia que, pudiendo producir además de este mundo otro y otros infinitos, produjera un mundo finito, sí que he declarado infinitos mundos particulares similares a la tierra, con Pitágoras la concibo un astro similar a la luna, a los planetas y otras estrellas, que son infinitas, y que todos los cuerpos son mundos, y sin número, quienes constituyen luego la universalidad en un espacio infinito, y esto se llama universo infinito, que son mundos innumerables. Que indirectamente rechaza la verdad según la fe. En este universo pongo una providencia universal por la que cada cosa vive, sobrevive y se mueve y está en su perfección, en el mundo cuyo presente es el alma del cuerpo, con todo y en todo en lo que se sienta parte, y a esto llamo naturaleza, sombra y vestigio de la divinidad, y lo entiendo aún en el modo inefable con el que Dios por esencia, presencia y potencia está en todo y sobre todo, no como parte, no como alma, sino en modo inexplicable”. Processo, pagg. 268-269. Sommario del processo [VII]. Plures esse mundos. “[93]. In duodecimo Constituto: Es manifiesto en todos mis escritos y dichos referidos por personas inteligentes y dignos de fe, que yo entiendo el mundo y los mundos y la universalidad de los seres generados y corruptibles, y este mundo, es decir el globo terrestre, haber tenido principio y poder tener fin; similar a las otras estrellas, que son mundos como este mundo o un tanto mejor, o aún un poco peor por posibilidad, y son estrellas como esta estrella; todos son generados y corruptibles como animales compuestos de contrarios principios y así comprendo en universal, y en particular creatura, y que según todo el ser dependen de Dios.” Ibi, pág. 269.

SEGUNDO CAPÍTULO. NATURALEZA Primeras propuestas de una nueva estructura cosmológica La estructuración cosmológica bruniana no pasa por alto los propios valores e instancias éticoreligiosas. La mónada móvil y necesaria del deseo se abre y se fija en el movimiento de reciproca transformación operante, en modo creativo, entre astros solares y planetas terrestres. La íntima nuclearidad del éter.

La presencia del creativo asegura en la impostación bruniana la relación de apertura que tiene como contenido la posibilidad: la libre diversidad natural.[1] Así emerge la igualdad ideal que todo informa (no excluyendo nada) y que en todo es oposición a lo aislado y determinado: impulso creativo-transformativo que se realiza en las relaciones cosmológicas entre astros solares y planetas terrestres por medio de la correlatividad de la libertad. Por tanto aquí se define, por primera vez, el concepto y la praxis de un Espíritu que en la propia presencia como creatividad, instituye una forma de relación dialéctica, capaz de asegurar legitimidad a las instancias generativas, conservadoras y de desarrollo de los términos que entran en la relación misma y que la constituyen materialmente (de nuevo, los astros solares y los planetas terrestres). El concepto y la praxis del Espíritu en su aspecto creativo y en su dimensión dialéctica – el amor que crea, poniendo la común, igual y correlativa libertad de los principales cuerpos, los astros solares y los planetas terrestres – propone la difusión universal del principio liberador, el deseo, junto al aviso de su inalienabilidad, insuperabilidad e inseparabilidad. Ahora, la inseparabilidad del deseo es la correlación in-eliminable entre libertad e igualdad: más aun, es la afirmación que el creativo mismo representa, la identidad del mismo dialéctico. De hecho, si es necesario sostener que la libertad de los cuerpos celestes no es permitida sin la igualdad que los acerca en el común intelecto conservador, y que la igualdad de los mismos no se da sin recíproca vitalidad de las transformaciones operantes en cada uno de los términos de la relación cosmológica (astros solares y planetas terrestres), se debe también sostener que el Espíritu se expresa a sí mismo sea como principio (amor providencial), sea como extremo (éter), del movimiento y de la transformación dialéctica operante en toda relación cosmológica (astro-planeta). Necesidad versus libre posibilidad

El Uno, necesario y de orden, de la tradición neoplatónica-aristotélica es invertido en el Dios garante, a través de la multiplicidad, del propio impulso creativo y de la propia imagen de profundidad y apertura. Si la voluntad divina acumula el intelecto divino, reincorporando idealidad y realidad, entonces – un reflejo cosmológico – Soles y Tierras son acomunados por la igual libertad creativa del amor universal, indivisible porque es des-sustancializado. Así cae junto a la causa mediadora absoluta la representación eterna del juicio, mientas que por el contrario se recompone la inmediata y práctica visión de un Bien que está totalmente en su capacidad generativa de la oposición al determinado. De este modo renace la mágica, milagrosa visión de la abierta y superior multiplicidad (las potencias).

Entonces, mientras el dios aristotélico en su ser abstracto impone y codifica la integralidad del propio dominio por medio de la negación, la exclusión y el anuncio de la libre diversificación natural, de la libre multiplicidad, concretando la acción; el Dios bruniano, uniendo libertad e igualdad por medio del amor, exalta y defiende el precio de la multiplicidad y de su impulso creativo, liberando la acción y difundiéndola en cada sujeto natural. Entonces la figura de la intelectualidad ideal, en vez de fundar la imagen de la separación, descubre la unidad del movimiento transformativo de la voluntad divina:[2] el amor por igualdad que usa la recíproca transformación subsistente entre astros solares y planetas terrestres para reafirmar la libertad singular por medio del común principio creativo. Destruyendo la sustancia única de la determinación absoluta, la difusión universal del principio creativo, operada por la voluntad intelectual bruniana (el amor providencial), impide el formarse y el actuar de una causa mediadora absoluta:[3] cada determinación (astro solar o planeta terrestre), en su autonomía, se hace centro de sí misma, manteniendo la reciprocidad de relación que es capaz de mostrar el creativo a través del correlativo. En respuesta a cuestiones antiguas de la tradición especulativa escolástica medieval se puede sostener que el amor – creativo tanto cuanto logra componer en unidad, libertad e igualdad – es entonces principio y factor de individuación – fin activo in-separado – del universo bruniano, así se interrumpe el proceso tradicional que separa el sujeto de su potencia necesaria y determinante, distrayendo el Bien de su aplicación y participación por medio de la interposición del juez absoluto, separado y aparentemente independiente, agente de la justificación por mérito de la acción.[4] El amor bruniano, en cambio, sobretodo sutura las relaciones instituidas por la propia acción creadora y creativa (en las relaciones cosmológicas), impidiéndoles su aislamiento y su total fragmentación. La reparación llevada a cabo por la acción del sujeto bruniano tiende de hecho a recoser las rasgaduras en la diferencia de las diversidades, realizando la unidad interna a la universal, abierta comunidad: en la concepción y en la praxis libertaria de la multiplicidad el sujeto bruniano

logra reactualizar la amorosa igualdad de un Bien in-separado y libremente difuso, que puede hacer vivamente y efectivamente participantes a la vida del universal a todos los sujetos naturales creados, sean principales corpóreos celestes o seres que nacen, viven y mueren en ellos. Por esto toda la materia, indiferentemente, es cualificada por la misma potencia infinita (la libertad del deseo) sin desprendimientos y separaciones instrumentales, o subordinaciones: priva de formas superiores extrínsecas, dotadas de valor y de la función de razones elementares y determinantes (principios del efectivo mérito), la materia bruniana no se somete a la libre diversidad de la forma, como el deseo a su razón. Al contrario ella erosiona cada espacio a la razón que se sustrae, para formar la sucesiva y consecuente subordinación. Invierte, por medio del in-terminar de la unidad, la determinación del ser, reabriéndole su vital in-de-terminación. Por tanto sólo el espacio creativo bruniano, abierto e infinito, mantiene en la ficción de una multiplicidad superior de terminaciones racionales (“potencias superiores”) el acto de la necesaria apertura, elevación e idealidad del intelecto general bruniano. Acto capaz de contener en sí la fecundidad de la entera, y universalmente difundida, obra del Espíritu.[5] Objetivo versus subjetivo La abierta y superior multiplicidad bruniana disuelve el espacio teorético y práctico primitivo de la objetividad. La unidad bruniana de forma y materia realiza en el valor de la multiplicidad el “vínculo” de la libertad creativa. El movimiento, creativo y generativo del aparente ente, tiene conjuntamente multiplicidad y unidad a través del “providencial” amor igual. La circularidad creativo-dialéctica se realiza por medio de un intercambio energético entre términos opuestos de la relación cosmológica (Soles-Tierras).

Contra la construcción de un espacio abstracto de objetividad, en la que los principios detengan la virtud total y exclusiva de la determinación absoluta de los objetos, la imaginación subjetiva bruniana acerca a la pluralidad abierta e impredecible de los impulsos generativos del deseo la multiplicidad unitaria de las determinaciones materiales. Contra lo abstracto de la identificación necesaria y absoluta, el infinito en la multiplicidad creativa propuesto por la especulación bruniana auto-determina formas y finalidades internas absolutamente imprevistas, no previamente controlables o realizables, coordinadas y organizadas. En este sentido se puede afirmar que el movimiento, en el universo bruniano, es y permanece inmutable. Sin separar un análisis de los principios de una potencia suspendida, encargada de acoger

en sí la invariabilidad y la obligatoriedad de fines naturales, la propuesta teorética y práctica bruniana se encarna total e inmediatamente en una relación proyectiva que logra tener juntos el aspecto creativo y el unitario: la oposición retenida al interno de la igualdad ideal suscita la libre generación del deseo por el que todas las finalidades naturales que se autodeterminan se hacen razones y factores de conservación y desarrollo, por medio de la correlación y el intercambio energético que acontece y se realiza entre los fines (cuerpos celestes) competentes. Breve recapitulación. Lo especulativo y lo concreto La relación y el infinito de la especulación bruniana constituye la posibilidad de los “infinitos mundos” y de su libre desarrollo, conservación y transformación: en contra de mantener la cuestión ideológica occidental tradicional de la determinación y del absoluto, del mundo único. La ética del acto de la libre generación del deseo mantiene la necesidad de la transformación dialéctica. Sus reflejos en la acción y en los efectos cosmológicos.

A la inmediatez y la totalidad natural de la potencia concebida en su necesidad intrínseca, propia de mundo aristotélico, el infinito de la relación bruniana defiende una inmediatez y una totalidad dialéctica, donde la presencia de la igualdad ideal y su realidad responde a la diversidad intrínseca de la materia, la totalidad de los sujetos naturales. Entonces, después de haber definido y aclarado el complejo unitario de la argumentación bruniana, por medio de la articulación que distingue Dios de la conciencia de sí del universal, llegando a la imagen in-separada del principio en la auto-posesión del deseo, se puede finalmente hacer emerger el primero de los axiomas de la teoremática bruniana, definidamente innovador respecto a la tradición especulativa que inicia con Platón, sigue con Aristóteles y comprende todos los sucesivos exponentes del neoplatonismo (más o menos aristotelizado), sean paganos o cristianos, desde Plotino hasta Proclo, desde Agustín hasta Boecio y Avicena, Averroes y Tomás de Aquino, desde el Maestro Eckhart hasta Nicolás de Cusa y Marcilio Ficino: el acto de la libre generación del deseo determina inmediata y totalmente la universal unificación por la cual y en la cual la correlación amorosa (la igualdad de la libertad) conserva y mantiene distintas las libres finalidades naturales (in primis, astros solares o planetas terrestres), que constituyen la autodeterminación de la materia y su intrínseco proceso de agrupación, desarrollo y transformación.[6] Por lo tanto lo que distingue la especulación bruniana es precisamente la ética del acto de la libre generación del deseo: la ética del acto creativo: que mantiene in-

separado (uno) el universo –el amor igual, que constituye el espacio, es la verdadera y efectiva superación: por ello el verdadero y propio tiempo – conserva los mundos, en sus recíprocas finalidades, aunadas y libres. Logra, por tanto, surgir el valor de una naturaleza ideal y realizada, que logra a comprender a través del horizonte unitario una transformación dialéctica.[7] Es por efecto en este horizonte que aparece, en su interior, la posibilidad creativa y diversificadora, la vida inagotable e inalienable.[8] De este modo se pueden resumir los puntos principales del discurso bruniano, diciendo que la unidad creativa del acto de la potencia instituye un principio creativo-dialéctico (el espíritu), que es capaz de tener in-separada la intención creativa con su expresión dialécticotransformativa: en la inmediata concretización cosmológica del discurso racional bruniano, los astros solares y los planetas terrestres se ponen y se transforman automáticamente y correlativamente. El concepto bruniano de la vida como apertura y tensión logra de hecho presentar una definición de la idea, no como norma reductiva, absoluto legislativo, sino como acción que libremente se pone, se desarrolla y se transforma, en la relación común con las otras espontaneas y correlacionadas acciones. Por lo tanto se puede consecuentemente sostener que el movimiento bruniano del deseo – la formación, la conservación y la evolución material – presente en sí mismo una unidad igualadora que es capaz de correlacionar todas las concreciones y desarrollos materiales, sin llegar a una unificación que presuponga, comporte e implique una unidad objetiva y sistemática. Esta unidad igualadora simplemente consiente la reciprocidad de acción de los impulsos de formación, que no permanecen insolados sino, en el momento de su constitución y evolución, entran en relación con la totalidad de los mismos y afines impulsos, sin que alguna imagen universal se constituya separadamente como fin de regulación universal, que deba ser seguido infinitamente. Cae lo abstracto de la potencia y de la voluntad. Emerge el nuevo universo, creativo e dialéctico, bruniano El principio creativo-dialéctico se expresa en el nivel cosmológico. Luz y calor, frialdad y acuosidad encuentran lugar y función en el ejercicio de la actividad de conservación y transformación reciproca y relativa de los Soles y de las Tierras. Queda vigente, de modo oculto, la hipótesis de la disolución atómica. La relación dialéctica entre producción de calor y luz y su absorción y reflexión encuentra en el éter el propio elemento sea creativo que mediador y recíprocamente finalizador.

Lo totalmente modificable del generativo y del determinativo se expresa, en el universo

bruniano, por medio de la libertad de las intenciones creativas y de su inmediata igualdad de correlación dialéctica: no es más que la producción de luz y calor por parte de los astros solares y de la respectiva sustracción y condensación de los mismos cual efecto operado por los planetas terrestres. Que luego la correlación dialéctica salve la libertad de los fines de la relación misma está garantizado y expresado en la formación de los cuerpos por su diversa, opuesta y recíproca proporción elemental: como si se tratara casi de una ley del paso de la cantidad a la cualidad, la preponderancia cuantitativa del elemento fuego sobre el opuesto elemento agua genera en los astros solares la acción – producción de luz y calor – que será recibida y utilizada por la preponderancia opuesta del elemento agua, sobre el ígneo, en la formación de la condensación de los astros elementares (tierra y aire) que constituye el núcleo de los planetas terrestres. De este modo la oposición de acción que se instaura entre los fines de la relación cosmológica (astros solares y planetas terrestres) salva los fines mismos en su identidad dialéctica, no monolítica y separada. Por tanto a la precedente axiomatización se le puede agregar y desarrollar un primer complemento: la vida infinita bruniana, composición entre acto creativo y potencia material, disuelve cualquier ideal reglamentario separado y prefijado, dejando que las intenciones creativas (las que tienen como resultado los astros solares y los planetas terrestres) puedan libre y espontáneamente mostrarse y conectarse recíprocamente, permitiendo una correlación de transformación (calor-enfriamiento) que consienta la conservación de la misma relación y la vida de los cuerpos celestes. Prosiguiendo, pon ello, en el resumen de los puntos principales del discurso bruniano se debe agregar el hecho que la creatividad se deba expresar por medio de la misma relación dialéctica a través de la cual se instituye. Es disuelta la abstracción del ideal reglamentario objetivo: non subsiste causa objetiva que provoque la subsunción inmediata y general de los fenómenos. La relación dialéctica subsiste entre penetración hetérica (hacia el centro de los planetas terrestres) y opuesta vaporización (hacia el exterior de los mismos planetas) por ello inmediatamente se pretende representar, en el universo bruniano, el valor libremente creativo de la finalización dialécticamente operante: esta relación, lejos de sustraerse por efecto de una abstracción general, se presenta en modo concreto, extendido e innumerablemente diverso en la multiplicidad infinita de los ciclos de acción, contracción y contra-reacción que se instauran materialmente al interno de las relaciones cosmológicas

entre astros solares y planetas terrestres del universo infinito. Lógica del finito versus lógica del infinito El principio creativo-dialéctico invierte la lógica del infinito y del acabar en la del infinito y del inacabar. Con las consecuentes, diversas y opuestas, manifestaciones y concretizaciones a nivel natural y cosmológico. Y con las implícitas re-modulaciones de los conceptos de libertad, igualdad y amor. La lógica del infinito y del in-acabar presenta inminentemente, en tal modo, la paridad de trato de las razones naturales y las ético-políticas. Afirmación por recíproca negación versus afirmación por reciproca afirmación.

Por tanto, mientras la obra del espíritu abstracto aristotélico permanece obra del finito y del acabar, con el fundamento causal que es como erradicado de una forma mediante la que se hace medida absoluta (el cielo), la obra del Espíritu bruniano, obra del in-acabar del infinito, vuelve a abrir la acción creativa y el impulso material en su interno. No más confinado por confinar, el infinito bruniano re-obtiene –porque la difunde y la hace practicar – la libertad: no más neutralizado, ni usado para fundar y expresar la necesaria finitud de la acción temporal, el infinito bruniano es la posibilidad del ser diverso (la igualdad creadora). No más principio extrínseco de una conformidad inmovible y de una total igualdad aparente y formal (infinito fuera del tiempo, que saca del tiempo), al contrario hace estable el movimiento sin fin que obra una infinita unidad de igualdad, despertando la apariencia superior y creativa de la misma libertad. Por esta razón se puede decir que la igualdad material bruniana se mueve persiguiendo a sí misma, sin jamás salir de sí misma, en una reanudación continua del propio principio de libertad y en una representación indefensa de la propia condición creativa, expresada por medio de la unidad interna del amor correlativo. De este modo el creativo pone al interno de sí mismo la imagen que salva la naturaleza finita positiva de cada determinación, impidiendo la afirmación por recíproca negación. Entonces es al interno de esta apertura de imaginación que el movimiento se pone para conservar cualquier ente creado – esta es la razón filosófica bruniana del movimiento de la Tierra, como de cualquier otro cuerpo celeste – pone también la distancia recíproca y relativa que mantiene vivos, vitales y en equilibrio todos los intercambios energéticos entre los elementos. La estabilidad y la inmovilidad de la relación que fija, en la tradición de la doctrina cosmológica y político-moral aristotélica, la dirección teorética y práctica entre “medio” y “extremo” –Tierra y cielo, comunidad y soberano – no ofrece ninguna posibilidad a esta íntima formación: ni reduce y anula en anticipo la propensión a la

manifestación creativa, que constituye el espacio y el tiempo de la libertad, a través de la definición de la relación como negación. Reciprocidad de la negación y alienación versus reciprocidad de la afirmación e inseparabilidad de la posesión di sí El principio creativo-dialéctico revoluciona la estructura ontológica del existente en el ente. Ética de la negación versus ética de la reciprocidad: la civilización de la Ley combate con ferocidad la afirmación del recíprocamente creativo. Efecto en el plano cosmológico: la libertad de los movimientos es correlativa y funcional a la conservación de los cuerpos celestes existentes. En la obra del Espíritu el deseo conserva las propias producciones reconociendo la inalienabilidad de sí mismo: principio y fin de operación son inseparables y cualifican el surgir del medio. La unidad de la materia y de su relación dialéctica: su apertura creativa sustituye el orden alienante y la serie progresiva de las negaciones con lo inmediato de la igualdad que no se separa –la igualdad creativa – de la totalidad de los sujetos singulares. Cae la función central y ordenadora del medio absoluto, renace la distinción creativa.

Un segundo axioma, y un segundo paso, después de la afirmación del infinito creativo y dialéctico, en la construcción y elaboración de la imagen y de la realidad del universo bruniano, salta a la evidencia racional: por el cual la manifestación de este principio creativo y dialéctico se ofrece por el hecho necesario y de razón que la apertura de imaginación, a través de la cual el movimiento que pone el ser y el recíproco conservarse de los existentes (por tanto, juntas, su libertad y su amorosa igualdad), imponga la presencia de una normatividad subjetiva, no objetiva ni mucho menos subsuntiva. Una normatividad que es, precisamente, la propensión a la manifestación creativa, que constituye el espacio y el tiempo de la recíproca afirmación de la libertad. En cambio contra la ética de la reciprocidad, la definición de la relación como negación, y la cualificación simple y sencillamente negativa del concepto de libertad, comportan el uso ideológico del axioma civil, que quiere reducción de los fenómenos a una realidad preexistente, presupuesta e indiscutible, de la que se deriva la conformidad absoluta de las determinaciones. Un adicional punto principal en el discurso bruniano es entonces que debe ser declarada la existencia de una modalidad imaginativa subjetiva (no objetiva, ni mucho menos subsuntiva) de naturaleza colectiva: aquí la manifestación creativa, que constituye el espacio y el tiempo de la recíproca afirmación de libertad no tiene, ni mucho menos puede tener, ninguna previa reducción, negación o inversión por alienación. En este sentido se puede sostener entonces, como primer complemento de este segundo axioma, que la composición de los movimientos de rotación y revolución entorno a los astros solares de los planetas

terrestres –como incluso, recíprocamente, la reflexión y refracción de la luz del calor de los segundos hacia los primeros – constituyan el modo a través del cual la imaginación subjetiva mantiene en sí misma, sin separarlas (y así alienarse y desaparecer), acción y pasión, principio y fin de la propia operación. Por lo tanto, todavía reasumiendo y agregando nuevo material a la serie de los puntos del discurso racional bruniano, se debe sostener que principio y fin de la operación sean inseparables, porque son inalienables. Como tercer y último axioma de la teoremática bruniana, creativo y transformación consecuentemente se unen, para preservar el ser de la libertad y conservar la amorosa igualdad de lo que vive, o bien se genera y se diversifica espontáneamente y dialécticamente: la materia que se lanza en los mundos innumerables, generándose y moviéndose a la conservación por medio de la reciprocidad de las transformaciones. De este modo, también, se puede resumir la intención especulativa bruniana diciendo que la materia bruniana se mantiene en la propia unidad, no teniendo proyecciones de alienación, sino por el contrario gozando en sí misma de la posibilidad generativa y conservadora por medio de la reciprocidad de las transformaciones dialécticas. Una posterior conclusión que agregar a esta última axiomatización, es en razón que el ideal, que realiza el impulso diversificador natural, ponga una tensión junto a la comunidad inervada profundamente por una pluralidad de finalidades deseosas individualizadoras, anulando el orden alienante, evocado por una prospectiva absoluta, que funda el sentido y el progreso continuo de la negación. De este modo la singularización se convierte en el mismo resultado de lo universal que no se separa jamás de sí mismo (la inalienable, insuperable igualdad creativa). Observando la contraria tradición filosófica, mientras el ser aristotélico mostraba la graduación concéntrica de las inteligencias celestes (productivas de acción por medio de la simple existencia) – transformadas en la dogmatica católica en las inteligencias angélicas – el ser bruniano súbitamente muestra por sí mismo la inmediatez (de la igualdad que no se separa) y la totalidad (de los sujetos), anulando cualquier función central y ordenadora, negativa de cualquier diferencia. En esta manifestación cada determinación y potencia no puede no salir de una correlación creativa, capaz de mantener una libre igual distinción. Por tanto, mientras la ascesis racional propuesta por la concepción aristotélica parece predisponer la existencia y la función de un sujeto principal heteronegativo – hegelianamente, casi un vencedor y un usufructuario de la lucha por la existencia de los sujetos secundarios – la abierta razón bruniana quita inmediatamente la proyección del

negativo: el sujeto bruniano es de hecho inmediatamente y positivamente creativo. Como sujeto colectivo, dispone la común igualdad que permite la libre distinción de las determinaciones (singularización). En la serie de las observaciones brunianas, la conclusión por ello incumbe a la definitiva desaparición de cualquier función central y ordenadora: ningún sujeto principal puede ser exaltado en su función heteronegativa y autoafirmadora. De hecho la desaparición de la proyección de alienación por la materia lleva consigo la anulación y la caída de la tensión negativa: el sentido y el progreso de la negación son invertidos y modificados por la inmediata igualdad y por la totalidad indestructible de los sujetos.

NOTAS [1]... Aquí encuentra justificación la crítica a las interpretaciones necesarias de la especulación bruniana. Aparentemente desconocedores, u olvidadizos, de la finalidad disimuladora de la prospectada distinción entre teología y filosofía, validan como real y verdadera la máscara bruniana del pitagorismo renacentista, con todo su ajuar de predeterminación, diferencia y graduación (cosmológica y social), instrumento del conocimiento y de las disciplinas esotéricas (arte de la memoria, divinización y magia). No es inoportuno, a la luz de las argumentaciones presentes en esta disertación, recordar a este propósito – la confutación de los presupuestos de estas líneas interpretativas – la identidad entre teología, filosofía y cábala presentada por Giordano Bruno en la Epístola dedicada de la Cabala del Cavallo pagaseo y el continuo y corrosivo ataque hecho por el mismo Nolano, en el mismo texto, a las argumentaciones expuestas por los personajes neopitagóricos ahí presentados. [2]...En esta asunción dialéctica la especulación bruniana se acerca, en igual que a la posición necesaria de tradición averroísta, a las tendencias básicas de la teología agustiniana (si no jesuita). Véase, por el contrario, la posición expresada por Luigi Firpo. Processo, pág. 92: “Aun teniendo en cuenta las agudas anotaciones del Corsano, especialmente en lo que se refiriere a Bellarmino por la cuestión copernicana (hoy seguramente documentada entre las censuras) y «el carácter fuertemente voluntarista de la teología jesuita» contrastante severamente con la doctrina bruniana de la absoluta necesitación divina, la primera intervención en el proceso del teólogo de Montepulciano…”. [3]...La acusa de Mocenigo, de no creer en la virginidad de María –Processo, pág. 16, 143, 279-280 – podría ser confirmada en su veracidad por la convergencia y coherencia temática y problemática de las otras acusas, relativas respectivamente a la disolución de la concepción del más allá del mundo, de la vida después y más allá de la muerte, del juicio universal por mérito. El tema de la presencia in-separada, inalienable y difundida universalmente, del deseo –fuente de creación y de salvación para Bruno y de daño para la tradición cristiana – impide la construcción, la fijación y la confirmación ritual de un espacio mediador central abstracto, que utilice la combinación de las figuras estilizadas de la Virgen y del Cristo terreno – entonces de la misma Iglesia visible – como vehículos de fe y de salvación. Ello por tanto daría razón de las acusas hechas a Bruno y las relativas,

respectivamente, al pecado de la carne – Sommario del proceso [XXV]. Circa peccatum carnis [201-205]. Processo, pág. 288 – y al juicio generalmente negativo impuesto a la Iglesia católica - Sommario del processo [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est [1-23]. Processo, pág. 247-253. De este contexto puede además tomar importancia, significado y valor la acusación hecha a Bruno – y por éstos aceptada – de haber acercado la naturaleza divina de Cristo a la humana, según la modalidad de la ‘asistencia’ (Sommario del Processo. [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem [34][35][37][39]; Processo, pág. 257-259). Aquí Bruno pretende, de hecho, distinguir entre la imagen divina de Cristo – la igualdad creadora – y la figura profética, enviada por la Providencia divina, del Jesús terreno (Sommario del Processo. [III]. Circa Christum. [42]. Processo, pagg. 259-260), representante de la tradición sapiencial que inicia con la prisca theologia de los egipcios, sigue con la religiosidad mosaica, la reflexión teorética de los presocráticos (Parmenides, Heráclito, Pitágoras, Empedocles, Anaxagoras) y se inscribe en las corrientes más radicales del judíocristianismo (Joaquín de Fiore). [4]... Aquí se sitúa la disipación bruniana de la ilusión tradicional del más-allá-delmundo, de la vida después y más allá de la muerte, en el juicio de un poder absoluto que se rige por el terror de un inminente y cercano daño eterno (por el concepto de una presencia distinta en la igualdad, nota: Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[254][255] Processo, pág. 300-302; para la crítica al concepto ilusorio del mérito, nota: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est [1], Processo, pág. 247; para la crítica en la subsistencia del Infierno, nota : Sommario del processo. [VI] Circa Infernum [72-81], Processo, pág. 266-267; para la crítica al castigo eterno de los pecadores, nota: Sommario del processo. [XXIV] Quod peccata non sint punienda [198-200], Processo, pág. 287-288). Esta disipación es manejada por el concepto bruniano de creación infinita, que no permite una separación y un aislamiento temporal del supra-temporal (la eternidad después de la muerte), abstractamente in-afecto de la obra transformadora del Espíritu. [5]... Reasumiendo el juicio y la opinión de Antonio Corsano (Il pensiero di Giordano Bruno nel suo svolgimento storico; Firenze, 1940; pág. 275-294) y recordando su distinción cronológica entre un momento prevalentemente teórico y un predominante valor práctico –

una distinción que en realidad choca frontalmente con la identidad, inseparable entre conocimiento y virtud, que constituye la sustancia inmutable del principio especulativo bruniano – Luigi Firpo sintetiza el argumento del historiador de filosofía, resaltando cómo “en la propia filosofía el Nolano había venido reconociendo siempre más distintamente un valor ético-social, una significación de anuncio evangélico y de universal regeneración; la enseñanza se hacía predicación y apostolado, y su obra de renovador de la ciencia –tolerada, si no aplaudida, en Alemania – se expandía en una labor de reforma religiosa, que las Iglesias protestantes intentaban reprimir con intransigencia no menos rigurosa de la que el mismo impulso habría encontrado en un país católico. La religión que Bruno pondera es una religión intelectualista, naturista, simplificada, desnuda de dogmatismos, con el fin de despejar el terreno de todo ataque a las disquisiciones y a las herejías; un deísmo fundado en la caridad concorde a los hombres, que nada tiene en común con la doctrina revelada por el cristianismo. Resulta en esta visión ético-religiosa su tormentosa investigación dialéctica y cosmológica, Bruno se dirige a la acción y concibe el propósito de reducir todo el mundo a una religión, extrayéndole para sí, consecuentemente, la autoridad política, de cuya propia doctrina lo hace digno”. (Processo, pág. 10) En dichas argumentaciones toma por tanto importancia el reconocimiento de la intención religiosa bruniana – aunque sea vista según una prospectiva ideológica, que hace depender de la razón religiosa el hecho político – ya destinada a las raíces intelectuales y a la difusión programática del principio y de la praxis del amor universal e igual, según una libertad de pensamiento y elaboración teológica, política y natural que mal – o en nada – se identifica con una forma imperativa de reducción y expresión univoca y personal de poder. Recordando también la riqueza de la interpretación de Antonio Corsano, Luigi Firpo muestra como Eugenio Garin no haya “dudado acoger la nueva tesis, subrayando cómo se quede con ello en la línea de la derivación ficiniana e pichiana, en la corriente reducida del platonismo renacentista, que aún deseando el ideal de la religión común a todas las personas, expresión suprema del único Logos animador del universo.” (Ibi, pág. 10-11) Inmediatamente después el historiador turinense recuerda la deuda erasmiana de dicho entendimiento bruniano, recordando que “se trata en sustancia del antiguo motivo erasmiano de la purificación del culto, que el joven Bruno como el maduro Campanella parece podría operar aún fructuosamente desde el interior del pensamiento católico, sin violar ninguno de los confines de la ortodoxia fundamental; aspiración que tenía otras tres raíces remotas en el profetismo del milenio y que encontraba además,

aunque más tarde y entre los reformados –se piense en Grozio – ecos sinceros en un deseo de palingenesis del género humano y de regreso a la universal concordia más allá de las barreras políticas y de los rencores de secta”. (Ibi, pág. 11) A este propósito las páginas del Quarto Costituto de Bruno (Venecia 2 de junio 1592) reportadas en los Documenti en el texto del Processo, inmediatamente después de los puntos en los que el pensador nolano reitera su propia percepción de las virtudes teologales tradicionales (fe, esperanza y caridad) y de la necesidad de las “obras buenas” para la salvación (Processo, pág. 178 y sig.), precisamente en razón de la alusión del mismo Inquisidor a la posible defectibilidad del simple obsequio ético al precepto evangélico del amor universal, dejando campo abierto a la pregunta –que quizás el mismo Bruno siempre se había implícitamente formulada – y a la duda (precisamente inmediatamente criminalizado en sospecha por el Inquisidor) si las “obras buenas”, decretadas en la amplia y precisa serie de la doctrina católica tradicional, realizaran el mandamiento del amor universal o por el contrario lo escondieran, cubrieran y sustituyeran con una perversa obra de mistificación. De frente a la imputación de una posible connivencia con las corrientes teológicas protestantes más radicales Bruno parece, por un lado, admitir fácilmente todas las propias dudas de las definiciones canónicas de la Trinidad y de la Encarnación, pero, por otro lado, queda extremadamente atento a negar rotunda e inmediatamente espacio a todas las posibles implicaciones de la propia especulación, que puedan de alguna manera afectar las tradicionales justificaciones del poder de la institución eclesiástica (el número y la administración de los sacramentos, la presencia necesaria de las “obras buenas”). Por otra parte, la prosecución misma del interrogatorio inquisidor (Ibi, pág. 179 y sig.) se desarrolla en torno al dilema de una fe participada en el amor y en la libertad o administrada y suministrada en el reconocimiento del mérito, y defendida con la represión o el control y la limitación del deseo. Esta astucia se une, además, directamente con la intención disimulada de Bruno, que distingue teología y filosofía desde el inicio de su detención, para poder desarrollar en su interior la máscara de una posible adhesión a la concepción pitagórica, sin embargo se le atribuyó por la Inquisición y menos heterodoxamente los contenidos teológicos y filosóficos más radicales y revolucionarios de su especulación (como por cierto lo reconoce el mismo Luigi Firpo, Processo, pág. 28). Esta distinción entre teología (o religión positiva) y filosofía es justificada por el historiador turinense por medio de su aparente contraposición, que parece desarrollarse al inicio de la edad moderna entre la inmodificable y decretada función social

de la primera y la libremente científica de la segunda, así re-proponiendo la “contradicción” en la especulación bruniana que, a partir de Giovanni Gentile, ha torturado toda la historiografía bruniana del siglo XX. Caída la intención disimuladora el indagado Bruno cambiará el peso de la prueba sobre los propios inquisidores, preguntándoles si considerarían poder negar, según la autoridad del Espíritu Santo, el espacio de una nueva interpretación teológica-filosófica, que no se deshiciera en la solución platónico-aristotélica, adoptada por los primeros Padres de la Iglesia y luego confirmada a lo largo de los siglos de la tradición dogmática cristiana (ibi, pág. 93-94; Sommario del processo [XIV] Circa doctores Ecclesiae [133-135], ibi, pág. 276-277). Esta petición además se confirmaba con la declaración, el reconocimiento y la exaltación de una religiosidad espiritual universal, que podía mostrar como propios profetas a los antiguos teólogos egipcios, los sabios dialécticonaturalistas de la cultura filosófica y religiosa griega presocrática (Parménides, Heráclito, Pitágoras, Empédocles, Anaxagoras), los cabalistas hebreos y la tradición radical y universalista judeocristiana. Una religiosidad, por tanto, antigua y nueva: nuevamente propuesta por el heraldo bruniano (nota las acusas dirigidas, de formar una nueva secta religiosa, los famosos Giordanistas: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est [8-14] [22], Processo, pág. 249-251, 253) bajo la determinación esencial de la fe en una divinidad capaz de unir libertad e igualdad, a través del amor universal. En esta tradición laica y antipersonalista de la Trinidad cristiana la especulación teológica-filosófica bruniana podía fácilmente utilizar las tradicionales determinaciones atribuidas a la figura teológica del Padre y renovarlas, ampliándolas, las referidas a las figuras del Hijo –manifestaciones de una igualdad creativa, capaz de resumir en sí toda virtud profética – y del Espíritu – incluso detallista a una aparente primogenitura y precedencia, capaz de fundar la inefabilidad del proceso creativo y de su universal dimensión salvífica. Sin embargo es verdad lo que Luigi Firpo niega, en base al juicio y a la opinión de Antonio Corsano (processo, pág. 89): Giordano Bruno pretendía redescubrir y hacer valer de nuevo el espíritu radical y universal, vigorosamente libertario e igualitario, y la praxis, abiertamente comunitaria y comunitarista, de las primeras comunidades cristianas, demoliendo la exterioridad de los ritos y la aparente necesitación operante por medio de y en las estructuras jerárquicas de la Iglesia tradicional, de tal modo restableciendo el valor revolucionario de la religión y de la fe cristiana, precisamente desde el punto de vista histórico y social, justificado por una tradición anti-

absolutista y anti-dogmatica, precedente y crítica respecto a la sucesiva formación platónica-aristotélica. [6]...Esta es la respuesta de la especulación bruniana a las dificultades y a los “errores” teológicos sobre la distinción y eternidad de las almas racionales, atribuidos al pensador nolano por los Inquisidores eclesiásticos. En su obra, reasumiendo las conclusiones hechas por la comisión de censura a los textos brunianos, Luigi Firpo señala que, “en cuanto a la situación procesual de la investigación, sin duda agravada por las censuras, aunque la indagación no había revelado más de una expresión comprometedora. De las acusas en aquel momento reunidas fueron confirmadas sólo la quinta acerca de la eternidad y la infinidad del mundo (censuras b y d) y en modo muy indirecto la sexta sobre la doctrina del alma (censura e). Admitiendo por ello la resolución artificial retórica de la bizarra equiparación de los astros a los ángeles y concediendo a Bruno poder sostener lo opinable, en ausencia de condena expresa, de las tesis sobre el motor terrestre y sobre la pluralidad de los progenitores, resulta claro por las censuras que el punctum dolens del proceso ya se concentraba en la doctrina bruniana de la animación universal, sea en el aspecto del anima mundi, identificada o menos con el Espíritu Santo (censuras a, c, g, i), sea en la definición del alma individual (censuras c, h). La conducción defensiva muestra incertezas y lapsus ignotos a la primera fase de las indagaciones: junto a admisiones evidentemente forzadas y oportunistas (negación de la eternidad del mundo, concesión de la inmortalidad futura del alma humana), son argumentaciones artificiosas y graves declaraciones acerca del alma racional del hombre y del globo terrestre”. Processo, pág. 85-86. Se observen, además, las afirmaciones presentes en: Sommario del processo [XXII] Circa animas hominum et animalium [178-189], ibi, pág. 283-285. Y Sommario al processo [XXXIV] Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. [252-261], ibi, pág. 299-304. [7]...En su Terzo Costituto (Venecia, 2 de junio 1592) Giordano Bruno responde a la interrogación de los Inquisidores eclesiásticos, afirmando que “en este universo [cuya nueva-antigua constitución apenas ha redefinido: N.D.R.] pongo una providencia universal, en virtud de la cual toda cosa vive, crece y se mueve y está en su perfección; y la entiendo en dos maneras, una en el modo con la que está presente el alma en el cuerpo, toda en todo y toda en la parte que se quiera, y a esto llamo naturaleza, sombra y vestigio de la divinidad; la otra en el modo inefable con Dios por esencia, presencia y potencia está en todo y sobre

todo, no como parte, no como alma, sino en manera inexplicable.” Processo, pág. 168. [8]...Este es el Espíritu creativo y salvífico. Nota su determinación como “vida del universo” en: Sommario del processo [II] Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem [28], ibi, pág. 254.

TERCER CAPÍTULO. EL COSMOS BRUNIANO EN DETALLE. NATURALEZA Y RAZÓN El cuerpo creativo del universo bruniano El cuerpo creativo del universo bruniano trunca la libertad distintiva de las partes, sin dejar disminuida su correlación amorosa. El universo se hace partes en la relación que se eleva y que lo mantiene en acto creativo y recíprocamente distintivo. En la tensión que acompaña la dislocación de los términos de la relación cosmológica (Soles-Tierras) el inmenso es alargado en desmedida. Luz, calor y vida entran en el círculo cosmológico, dando representación inmediata de la potencialidad dinámica de la materia bruniana. Transformaciones recíprocas y opuestas fijan los términos de la relación cosmológica (Soles-Tierras). Nace una relación creativa y polar inmediata, que involucra las actividades de los elementos constituyentes de la misma relación cosmológica. Quitado el espacio de lo abstracto y lo jerárquico precisamente (motor extrínseco y separado, sustancias heteras, primer cielo) por medio del concepto creativo y dialéctico de la igualdad que despierta la conciencia de la unidad infinita del Ser.

La unidad en sí misma de la materia bruniana en su continua mutación creativa enseña por tanto la no-extrañeza a sí misma del completo cuerpo del universo bruniano, que en tal modo puede presentar, por sí mismo, la más completa libertad de movimiento de las partes, unida a la inseparable comunalidad que le representa la correlación creativa (el amor que igualmente pone y conserva, en la cercanía recíproca y en la recíproca transformación). Permaneciendo en el fondo de la comprensión inexpugnable esta unidad se hace invisible (si la visibilidad, en este caso, significa la edificación de un ideal regulador que presuponga a sí una objetividad), pero sin separarse, al contrario ofreciéndose completamente en la participación total de sus partes (este es el sentido de la afirmación bruniana del “todo en todo”): la unidad del universo bruniano permanece invisible, y al mismo tiempo es totalmente participada por sus partes, permaneciendo en tal modo eternamente irrenunciable. Ella permanece como fondo de ser infinito, que es nada si es entendido separadamente por sí mismo y todo en las partes de la existencia, que aparentemente subdividen la obra, creativa y dialéctica (los sistemas solares). De este modo en la imagen racional del inmenso, propia del universo ilimitado, soles innumerables llenan el universo ilimitado, siendo su relativa sensible y visible pequeñez e inmovilidad un efecto de su grandísima distancia respecto a nuestro sol. Y tierras innumerables los acompañan, revolucionando su entorno y rodando cada una en torno a su propio eje, con dimensiones que varían en grandeza, al mismo modo del sol. Respecto a los planetas que iluminan, calientan y vivifican, los soles representan además el elemento y el fin suscitador de vida. Ellos, de hecho, defienden la potencia creativa y la ponen en círculo, recibiéndole los

efectos, generados de la reacción de los planetas terrestres. De este modo ellos constituyen el principio y el fin de la misma actividad planetaria que ellos mismos suscitan, sostienen y orientan. Por ello la vida se hará presente en los diferentes planetas terrestres como efecto de la activación discreta, suscitada por los mismos astros solares. Entonces la presencia de la misma relación creativa, no abstracta sino concreta, en cuanto ejercitada a través de la discreta acción de los astros solares, propondrá la imagen de una materia absolutamente no jerarquizada y dividida, sino abierta inmediatamente a todas las relaciones dinámicas y dialécticas – de igual transformación y distinción – vigentes entre los elementos brunianos. Y por ende entre los mismos astros solares y planetas terrestres. Por tanto la estratificación tradicional de los elementos aristotélicos (tierra, agua, aire y fuego), con la propia cesión gradual y ordenada de movimiento y de potencia, es disuelta por la constitución de una relación creativa y polar inmediata: entre el principio natural que produce luz y calor y lo que naturalmente los sustrae y condensa. El primero es concentrado al interno de los cuerpos solares y no amorfamente difundido en el espacio vacío externo. El segundo en cambio es concentrado en los cuerpos como la Tierra. Sol y Tierra, sin embargo, no carecen de iguales elementos oposicionales (el Sol tiene agua, la Tierra tiene fuego) destinados a incidir y transformar la actividad principal de los propios principios intrínsecos. Ambos cuerpos tienen además el resto de los elementos: los que están en la Tierra participan del propio principio intrínseco, entonces no emiten sino absorben (y reflejan) luz y calor; los que están en el Sol, siempre participando del propio principio intrínseco, emiten –al contrario – luz y calor. Entonces, sin participación de los términos en opuestos sustratos inertes, la creatividad presente y operante al interno del horizonte mundial solar se une y se combina con la respectiva y complementar creatividad expresada al interno del horizonte mundial terrestre (para todo Sol y toda Tierra del Universo). La difusión y la reciprocidad de los fenómenos vitales queda por tanto como garantía, en la constitución creativa y dialéctica del cosmos bruniano, por las modalidades del proceso por el cual la luz se produce, se difunde, es reflejada y absorbida (junto al efecto por ella producida: el calor). Esta estructura, que parece encerrarse sobre sí misma, impide recurrir a la necesidad de un motor extrínseco y separado: la oposición receptiva agente sobre la superficie de los cuerpos terrestres (aguafuego), que re-moviliza la luz y el calor reflejados en los movimientos atmosféricos y ambientales. Declarado indisponible el Dios extrínseco aristotélico e inútil la mediación

representada por las sustancias corruptibles etéreas, el universo bruniano vive de la presencia in-separada del Espíritu, en su creatividad y su apariencia dialéctica: la difusión universal de la potencia creativa de hecho iguala las transformaciones operadas en los astros solares con las transformaciones operadas en los planetas terrestres, haciéndoles recíprocamente causa y contra-causa del aparecer del movimiento vital circular universal. Mientras la diferencia de las sustancias y de los cuerpos del cosmos aristotélico prevé una separación entre una superior posibilidad de conservación en eterno, sin resistencias o contradicciones, con una indiferencia que deriva por la imposibilidad de afección, y una contrapuesta incapacidad a demostrar bajo la misma determinación, por la diversidad y variabilidad de los sujetos (causales y causados), la igualdad creativa y dialéctica de las partes del universo bruniano no separa la identidad y diferencia, haciendo decaer la segunda respecto a la primera, decidiendo hacer persistir un desapoderamiento de la naturaleza a través de la limitación cuantitativa, que se instaura abstractamente por medio de la uniformidad invariable del “primer cielo”. No más el invisible determinante, sea “idea” o “forma”, obliga a la necesitación extrínseca el ser que existe solamente en virtud de su gracia predeterminadora: la naturaleza bruniana readquiere en totalidad su potencia infinita y universal, se re-eleva al status de divinidad creadora cuando readquiere el ideal, que despierta la oposición insanable. La oposición infinita: o bien la conciencia de la unidad infinita –no finita – del Ser. La circularidad continua en el cosmos bruniano Acción y pasión son uno. Un Uno móvil eternamente, que a su vez es motor del desarrollo de todas las relaciones dialécticas, en continuo desdoblamiento. Nace el fenómeno de la recíproca gravitación, a su vez sucesivamente desdoblada en las relaciones que unen los cuerpos más pequeños a los cuerpos celestes prevalentes.

La dialéctica trasformativa que se instaura en el corazón del universo bruniano mantiene, por ende, eterno el movimiento, distribuyendo el creativo en sí mismo, en las distinciones recíprocas que la obra del amor igual dispone, conserva y desarrolla. Entonces por medio de esta forma dialéctica –la reciprocidad de acción y pasión entre los términos de la relación cosmológica, astros solares y planetas terrestres, representa el modo a través del cual la imagen del deseo permanece viva y vital al presentar la inseparabilidad entre Dios y la conciencia de sí del universal – la creatividad entendida por la especulación bruniana se

recompone con sí misma.[1] La relación dinámica entre los mundos de hecho se manifiesta por medio de la circularidad del movimiento continuamente creativo – por la que el principio que difunde la luz y el calor (el fuego) es absorbido, en su obra y efecto, por el principio acuoso, pero también reacciona generando el proceso de la evaporización en la formación del aire, como incluso la opuesta precipitación sólida y cinérea en el elemento árido compuesto con el elemento acuoso – que encuentra expresión y representación biológica en el organismo que continuamente renueva sus partes, sin predeterminación de objetivos que no sea el mutuo y reciproco sostenimiento de los cuerpos que se hacen portadores de dos principios naturales. Por tanto en la relación doblemente creativa que se instaura entre astros solares y planetas terrestres, por un lado –el de los planetas terrestres – al interno de la circularidad que se desarrolla entre elemento ígneo y elemento acuoso el flujo de la acción atenuada (que tiene como fin el aire) es contrarrestado por el reflujo de la acción condensadora (que tiene como fin el elemento árido compuesto con el acuoso); por otro lado – el de los astros solares – se puede conjeturar que la especulación bruniana pretenda acercar a la pesadez del elemento acuoso la fragmentación del elemento árido y la expulsión del aéreo, con un contemporáneo equilibrio en la relación entre el elemento ígneo, prevalente, y el acuoso, superficial y latente. En la circularidad del proceso continuamente creativo, por el que la acción solar vuelve así misma, a través de la contracción terrestre, se forma el fenómeno de la recíproca y relativa gravitación, por la que los cuerpos terrestres y solares se persiguen recíprocamente en orbitas circulares, mientras los cuerpos que entran en los respectivos campos de acción de los mismos astros sufren la fuerza atractiva que los dirige en modo directo hacia el centro de los mismos. La igualdad creadora del universo bruniano La igualdad creadora del universo bruniano – la multiplicidad posible – determina la completa y exhausta paridad de los elementos del cosmos bruniano. Sin sustancialización del abstracto los términos de la relación cosmológica permanecen creativos, por sí mismos y en sí mismos, por la producción ulteriormente multiplicativa de los seres que viven de, en y sobre ellos. El horizonte terrestre y el horizonte solar.

Permaneciendo entonces una, en este continuo proceso circular creativo, la materia bruniana no sufre ninguna división y enajenación, ni mucho menos ninguna reacción de tipo sustractivo y atractivo. Ella, entonces, mantiene total e intacta su potencia, en la forma de la

multiplicidad posible: de este modo la intención especulativa bruniana disuelve el intento – común a la tradición reflexiva platónico-aristotélica de todo tiempo (se piense, por ejemplo, a Hegel) – de sustraer la irreductibilidad y su interna disposición creativo-dialéctica a través de la sustancialización del abstracto. En la inmediata concretización cosmológica de la propia estructura racional ningún orden lineal y determinativo por ello se instaura en el universo bruniano entre los cuerpos el predominio del elemento ígneo (Soles) y cuerpos del predominio del elemento acuoso (Tierras): la reciprocidad de determinación no sustrae a los mismos cuerpos la libertad de la propia conservación. A su vez la conservación de la libertad distintiva –permitida por la inalienabilidad de la potencia creativa – consiente que, en el horizonte de una única alma y de una única materia visible, cada mundo permita un continuo florilegio de otros seres animados, según la más completa y abierta diversidad de fines. Esta infinita y abierta difusión de la libertad distintiva, en un continuo emerger y florilegio de seres y existencias, consiente la sistematización de la teórica y dialéctica elemental bruniana sobre un plano en el que cada parte tiene igual título, función y valor. Componentes puestos en un mismo nivel, en una única realidad, ellas se desarrollan en una particular dialéctica, que involucra los cuatro elementos del cosmos bruniano (fuego, aire, tierra y agua). Precisamente, se debe señalar que, en el horizonte mundial de los planetas terrestres, el aire penetra la tierra; luego el agua conecta sus partes y unifica, haciéndolas más grandes; la tierra, por el contrario, se eleva y encierra en el propio horizonte los elementos del agua y del aire, cuando el agua parece penetrar desde las más profundadas concavidades terrestres. Más concretamente, concentrando la atención en las características que cualifican todo elemento activo del cosmos bruniano, se observa que, ante todo, la capacidad penetrativa[2] y conjuntiva del agua parece hacerle sostener –al planeta terrestre – la parte principal: ella, unifica las partes de la materia árida, dando a ellas integridad de materia, y participa de la fase vaporosa, superior, del aire. El agua, además, parece ocupar todo el espacio vigente entre el aire y el centro de la Tierra, teniendo en sí sea la capacidad de dilatación, sea la de la más profunda y grande condensación. El globo terrestre debe entonces ser considerado como el lugar capaz de contener, en compleja y variable composición, los elementos del aire vaporoso, del agua y de la tierra, con el elemento acuoso capaz de expandir la propia presencia y acción de cada parte comprendida entre los fines superiores e inferiores.

El aire, a su vez, parece constituir sea el contenido más profundo del agua, que el elemento que mayormente la comprende: casi un elemento subterráneo que impregna rápidamente el todo y un elemento etero que todo comprende.[3] Si el agua entonces reúne y une cada partícula de la tierra (con una fuerte capacidad concentradora, pero también tensiadora y multiplicativa), sobrecargándola y llevándola hacia el centro del planeta pero también ensalzándola en el fenómeno vital de la generación, el aire pretende llevar este movimiento –que parece rotar sobre sí mismo – en sí mismo: sea en caso que la tierra permanezca en manera abstracta absolutamente distinta del agua, y totalmente dispersa, o que al contrario sea aglutinada por ella, o al contrario elevada. El aire, entonces, parece ser el sujeto del movimiento dialéctico del agua, capaz de ser disuelto (vapor) por intervención del calor del fuego, o ser concentrado por efecto del principio refrigerante (y así proceder, ulteriormente, a la concentración del elemento árido). Si el agua tiene un valor penetrativo, asegurado por el aire, el elemento acuoso que queda en la superficie del planeta, y corre en ella, de cualquier manera tiene su origen de las profundidades del planeta, para luego exhalar hacia lo alto por efecto de la fuerza calórica del fuego. La tierra entonces no será constituida con el predominio del elemento árido, sino al contrario ella resultará la composición con predominio del elemento acuoso, que en exceso podrá depositarse sobre la superficie y al externo. Por tanto parece resultar evidente, en los dos polos de la representación creativa (Soles y Tierras), la presencia de un proceso de fusión y de salida opuesta: la fusión y la salida del elemento fuego, por medio de la dilución del agua, en los astros solares, y la fusión y salida del elemento agua, por medio de la base atenuada permitida por el fuego, en los planetas terrestres. De todo lo afirmado hasta ahora resulta entonces persuasivo y conclusivo que, en este planeta, los motores de cada movimiento (del aire, del agua y, consecuentemente, de la tierra) sea, por un lado, el fuego, y por otra parte la expresión del principio creativo refrigerante con la base coagulante del agua. Al interno de la tensión operante entre estos dos principios todos los elementos llenan la totalidad planetaria (con el aire que lleva el agua, que a su vez condesan lo árido).[4] Ahora para comprender cómo sea y se realice la dialéctica al interno del horizonte mundial de los astros solares, es importante subrayar que la reciprocidad de la tensión transformativa que afecta los dos polos cosmológicos no quiere hacer otra cosa que recordar y representar inmediatamente el significado racional de la unidad creativa, de la

recomposición de la expresión creativa con sí misma, con la propia fuente, por medio del mismo movimiento recíprocamente distintivo que permite la génesis, la conservación y el desarrollo de las entidades celestiales (el amor igual y providencial, que sostiene los cambios atómicos).[5] Una breve reseña física, racional e teológica La igualdad creativa se expresa en forma dialéctica, manteniendo eterno y sin prejuicio el movimiento que sitúa al ser, lo conserva y desarrolla. El ideal del amor igual se refleja en la posibilidad de una igual libertad distintiva, inervada por la variabilidad sin prejuicio del deseo. De este modo la especulación de Giordano Bruno logra dar composición a las dos dimensiones de la igualdad y de la libertad, sea en el plano natural que en el ético-político general. La profundidad del enraizamiento y la abierta elevación del ideal determinado ahora en esa combinación perfecta entre impredeterminado e igual logra elevar y resaltar la tensión natural y racional –el deseo y su universalidad – dentro del horizonte de un Uno abierto, e invisible. Cae entonces la prospectiva del Uno reductivo de orden, destinado a la progresiva extirpación de la diversidad. En la universalidad del deseo la igual libertad cambia e invierte en apertura de diversidad la forma material de clausura –la reducción voluntaria del intelecto según el criterio de la necesidad – logrando así hacer emerger la esfera de la posibilidad. Nace la posición ética que quiere y pretende extraer la idea –y la relativa acción – del deseo.

La oposición, no sólo procede a distinguir las terminaciones cosmológicas (Soles y Tierras) en la libertad, sino también a unirlas en una igualdad infinita que además no puede encontrar apariencia diversa a la de la superación in-prejuiciada del movimiento continuamente creativo y re-composicional. Sólo de este modo una igual y libre posibilidad constituye la proyección in-prejuiciada y diversísima de imagen, que logra a fundar en el cielo del ideal la obra del amor igual, del amor que implica al ser, diversamente, a través de su deseo. Sólo de este modo se puede dar la obra de generación y de individuación (el Hijo de la historia, diverso), que pueda ser acogida dentro de la gloria inenarrable del Padre.[6] La especulación bruniana logra de este modo declinar el proceso auto-distintivo de la libertad natural en la igualdad de un amor universal, que comprende y motiva – como apertura de infinito – el movimiento libertario del mismo ser, según un principio generativo y de individuación que es capaz de tener en conjunto y de no separar el plano de la perfecta igualdad con la profundidad de la más completa y libre diversidad. Sólo de este modo una posibilidad igual y libre re-eleva la visión y la praxis del ideal de una igualdad universal no formal, ni conformante: reactualizando la obra de un amor igual que libera – a través del deseo que lo inerva en cada ser – toda existencia. Entonces la libertad universal es restablecida reasignando autonomía determinativa a los sujetos y a la naturaleza,

disolviendo la verticalidad y la monoliticidad del Uno visible en la invisibilidad del Uno infinito: es precisamente la invisibilidad del Uno infinito quien establece dicha igualdad, al interno de la que pueden aparecer, nacer, y desarrollarse todas la posibles diversidades (“mundos”), con una creatividad abierta e ilimitada. Es a este punto que en la especulación bruniana nace el problema de lograr a componer la concepción del Espíritu como multiplicidad irreducible, abierta y de una igual libertad, con la necesidad de no perder de vista el ideal que sólo puede consentir una forma no inmediata, imperiosa y abstracta de regulación y determinación. La solución instaurada por la prospectiva bruniana de liberación del abstracto es por la que este ideal es identificado plenamente con la universalidad difundida del amor, con la unidad no alienable y no alienante que hace activos los sujetos y los reúne en la igual libertad: el deseo. Si la tradición aristotélica efectúa la negación de la tensión del Espíritu y de su interna y unitaria manifestación (la idealidad del Hijo), la especulación bruniana entiende de inmediato restablecer esta pulsión, originada en la libre, igual y unitaria correlación creativa, presente y operante en la fuerza y en el impulso determinativo.[7] Por tanto solamente una ética inmanente, inmediata e igualitaria, de la acción como modificación interna hará concreta la apertura de infinito del Espíritu, haciéndola presente por medio de la imagen del mismo infinito: solamente por medio de la necesidad de una modificación desde el interno –aquí la “conversión” bruniana – en la física relacionante y creativa del amor, la apertura de infinito del Espíritu (su diversificación ilimitada) manifestará, y no perderá, el ideal –el Hijo – que es capaz de componer el infinito con sí mismo, ofreciéndole en tal modo concreción. De hecho sólo así el ideal regirá y no será abstracción de objeto. O dicho en otros términos: solamente a través de la realidad de la proximidad de la unidad natural y del humano la personalidad del universo no decaerá, exaltándose en la transfiguración eterna del deseo de posesión y de dominio. Contra la división, jerarquización e instrumentalización de los sujetos operada por la forma que asume y neutraliza toda determinación, la difusión universal (igual y libre) del amor comprendida por la especulación bruniana salvaguarda la común y unificadora posibilidad creativa, declarando la imposible alienación (sea natural, que humana). De este modo la posibilidad creativa inmediatamente se pone la carátula de la posibilidad de interminar que, como ser ilimitante, constituye la superación efectiva y operante, la inversión de la abstracción aristotélica. Si la abstracción aristotélica, la unidad del fin objetivo y

causal, proponía una limitación heterodirecta y heterodeterminada, con el asociado autoaislamiento del medio, y su inversión, conducido por la unidad infinita de la razón bruniana, restablece inmediatamente la ilimit-ac[c]ión, que tiene como principio la inseparabilidad e inalienabilidad de la causa creativa, con la relativa desaparición de la causalidad del fin objetivo. De este modo la causa creativa queda como in-separado ideal amoroso realizador, activa la viva liberación de la igualdad a través del deseo universal. He aquí por tanto que el acercamiento y unidad entre natural y humano, que mantiene la personalidad no abstracta del universo bruniano, puede ser dada solamente por la causa que, libremente, se pone como libertad: el deseo universal. Ulteriores reflexiones en campo físico, racional e teológico La apertura y las alas del deseo en su universalidad definen un nuevo concepto unitario del espaciotiempo. Historia y cosmología no sufren planes providenciales de desarrollo, porque mantienen siempre abierta una in-prejuiciada variabilidad. La razón de la distinción y de la comunidad –el ideal real del amor igual (el Espíritu del Hijo) – descubre y reaviva la fuente originaria de la creación (el Padre). El nuevo concepto unitario y en movimiento de la diversidad y unidad bruniana altera la tradicional fijación del poder en el absoluto: la centralización productiva y la negación a través de la selección progresiva de la ley.

La libertad que se pone libremente, la concepción de la praxis del universal deseo, resuelven entonces el problema del ideal bruniano y de su infinito concreto, real, no abstracto. Por tanto, el espacio-tiempo bruniano, en lugar de ser el espacio de una imaginada homogeneidad, se convierte en la razón de la libre diversidad que, en la correlación creativa de los sujetos activos, es capaz de moverse entre igualdad y amor recíproco. Al mismo tiempo, la misma posición de los sujetos activos, como potencias creativas por medio del deseo, se efectúa son la presunción de la coacción absoluta y abstracta de un plan organizativo, irreal a hacer valer el término de reducción y cumplimiento de una historia universal. Las relaciones mutuamente creativas que conectan, sobre el plano de la inmediata concretización cosmológica, astros solares y planetas terrestres por tanto se expresan, en los segundos, a través de la composición (finalizada a la conservación) de los fenómenos de movimiento rotatorio y revolucionario, en los primeros a través de las formas y potencias energéticas difundidas (luz y calor). De este modo la presencia de una virtud dialéctica ideal, interna al Ser mismo, logra, como razón no separada del Uno, a dar composición

elevada a la forma que une y que distingue.[8] Sin separación, división y fijación intrínseca de polos terminales opuestos, Soles y Tierras simplemente representan el desarrollarse y el ejercitarse continuo de la virtud creativa, que nunca puede abandonar o perderse a sí misma. Así la mostrada tensión del Espíritu, la descubierta unidad ideal del Hijo, es la apertura infinita de la imaginación causal, la fundamental libertad de la creación del Padre. Al contrario, en la tradición aristotélica, la emanación necesaria de la Causa encierra inmediatamente cualquier posibilidad a esta libertad, presentando un ideal inerte e inertador: una real y verdadera caída del Espíritu. Diversidad y unidad, en la especulación bruniana, no solo están cambiadas de lugar respecto al orden y al desapoderamiento aristotélico – que la diversidad bruniana extrae a sí en la unidad, ensalzándola[9] – sino que son incluso consideradas de manera que no poden ser separadas y reducidas. La libertad originaria bruniana se hace de hecho forma y materia de una unidad ideal: igualdad de amor y amor igual que se refieren y compenetran mutuamente (Amor-Idea de Igualdad), a constituir la comunidad del Ser que contiene en sí las partes (los partes) de las diversas libertades. Sin embargo, la centralización productiva del intelecto de tradición aristotélica unifica la materia de la determinación al interno de una forma preexistente y absoluta, rescindiendo cualquier posible libertad por medio de la necesaria uniformidad del consenso subjetivo, la obediencia a principios objetivos que cualifican, cuantifican y localizan el conjunto de las relaciones y de las diferencias esenciales. Entonces, mientras la igualdad bruniana se mantiene como igualdad sustancial, la igualdad de tradición aristotélica se detiene (y arresta) a la formalidad que es instituida a través de la separación de una imagen neutralizada de libertad. En lugar que la afirmación común de la libertad se afirma, por ende, su negación común: la alienación de la potencia en la ley.

NOTAS [1]...El modo que la creatividad es entendida por la especulación bruniana se reconstruye a sí misma –renovando la creación – es el mismo por el que el espíritu creado se reconstruye con lo increado. Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis. “[254]. Circa modum creationis animae humanae dicit, fol. 273, per haec verba: Deduciéndose de aquel principio universal y general cada particular, como por la generalidad del agua viene y depende la particularidad de ésta y aquella agua, y ésta y aquella tierra que está en mí, en ti, y aquel, viene de esta tierra universal y torna a ella, así el espíritu que está en mí, en ti, en aquello, viene de Dios y torna a Dios: «Redit ad Deum qui fecit illum»; y así está hecha por el aspirante increado, y espíritu creado, este particular y nuevo creado hoy y por crear mañana, hace esta alma creatura del hoy y el alma creatura del mañana; pero el espíritu universal es aquel que, como ha sido creado, paritariamente así siempre queda.” Processo, pág. 300. Solo la figura media del amor igual –la figura teológica del Hijo incrustada en la del Espíritu – logra a tener en conjunto, y por tanto a no mostrar como contradictorios, el aspecto de la creatividad infinita del Espíritu y el de la conservación y del mantenimiento (providencial) de las distinciones racionales presentes en el universo. [2]...La tendencia penetrante bruniana inicia con el éter, para luego transferirse al aire y al agua, según un proceso de enfriamiento determinado por el predominio del principio natural que constituye la concentración de los planetas terrestres: el elemento acuoso. Contraria a esta tendencia es la generada por la acción del fuego, que atenúa, vaporiza y desintegra el elemento árido. [3]...Aquí podría efectuarse una comparación con el concepto, de igual valor y función, sentido y significado, del Alma, como es definido en los textos de la tradición hermética, clásica, renacentista. [4]...Es necesario observar que el elemento líquido parece poseer, quizás en unión con el fenómeno de la vaporización y con el proceso de difusión del calor, una forma sintéticoproductiva (el aspecto y la característica por la que el agua podría ser considerada principio de la aparición de la vida en la generación que pertenece a los planetas terrestres) opuesta a la que expresa su virtud condensadora y fusional.

[5]...Ésta es la solución bruniana a la aparente contradicción entre la hipótesis animadora y determinismo atomístico. [6]...Éste es el sentido y el significado racional que puede ser separado del modo inefable de la Encarnación de Cristo, más de una vez afirmado por el filósofo nolano. En su Terzo Costituto (Venecia, 2 de junio 1592), de hecho, él afirma: “En cuando a la segunda persona, yo digo que realmente he retenido ser en esencia una con la primera, y con la tercera; que conviene con el Padre, conviene también al Hijo y Espíritu Santo; sólo he dudado como la segunda persona se haya encarnado, como he dicho anteriormente, y haya padecido, pero nunca lo he negado, ni enseñado.” Processo, pág. 170. O en el Quarto Costituto (Venecia, 2 de junio 1592): “Sí que por conclusión, en cuanto a la duda de la encarnación, creo haber vacilado en el modo inefable de ella, pero no contra la autoridad de la divina escritura, que dice: «Verbum caro factum est», et nel simbolo: «Et incarnatus est» etc.” Ibi, pág. 173. [7]...Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. […] “[28]. Principalis in tertio Constituto: En la divinidad entiendo todos los atributos ser una misma cosa, junto con los teólogos y más grandes filósofos; entiendo tres atributos potencia, sabiduría y bondad, o bien mente, intelecto y amor con el cual las cosas tienen antes el ser [por] razón de la mente, después el ordenado ser y distinto por razón del intelecto, tercero la concordia y simetría por razón del amor; lo entiendo ser todo y sobre todo, como ninguna cosa es sin participación del ser, y el ser no es sin la esencia, como ninguna cosa es bella sin la belleza presente, así de la divina presencia ninguna cosa puede haber salido y de este modo por vía de razón y no por vía sustancial verdad entiendo distinción en la divinidad.” Processo, pág. 253-254. [8]...Aún la misma declaración bruniana, que une la figura teológica del Hijo (la forma que distingue) con la del Espíritu (la forma que acomuna). Sommario del processo [II]. Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem. […] “[28]. Principalis in tertio Constituto: En la divinidad entiendo todos los atributos ser una misma cosa, junto con los teólogos y más grandes filósofos; entiendo tres atributos potencia, sabiduría y bondad, o bien mente, intelecto y amor con el cual las cosas tienen antes el ser [por] razón de la mente, después el ordenado ser y distinto por razón del intelecto, tercero la concordia y simetría por razón del amor; lo entiendo ser todo y sobre todo, como ninguna cosa es sin participación del ser, y el ser no es sin la esencia, como ninguna cosa es bella sin la belleza presente, así de la divina presencia ninguna cosa puede haber salido y de este modo por vía de razón y no por vía

sustancial verdad entiendo distinción en la divinidad.” Processo, pág. 253-254. [9]...Este concepto es expresado de manera figurada por Bruno a través de la utilización de la famosa carta “pitagórica” (la Y), puesta al inicio de la traducción del De umbris idearum; o bien por medio de la dinamicidad de la elevación indicada y llevada por la apertura de las alas del Caballo Pegaso, en la Cábala del Caballo Pegaso.

CUARTO CAPÍTULO. UNO TRADICIONAL VERSUS UNO BRUNIANO Ley y absoluto versus potencia El concepto tradicional del Uno, en su determinación progresivamente reductiva y esencialmente de orden, deja lugar en la especulación bruniana a su inversión y trasformación, determinado y desarrollado por el concepto y por la imagen viva del infinito en apertura y elevación, capaz de tener por medio de la universalidad del deseo juntas libertad e igualdad. Por ende, aquí se sitúa la seccionada afirmación bruniana de la potencia, para todo existente en el infinito.

Por tanto, si el hacerse de la razón bruniana, contra el abstraerse de la tradición aristotélica, es la reapropiación del Ser como Devenir – libertad que se pone libremente como causa creativa – el aparecer de esta realización es, repentinamente, el moverse de la igualdad, la inalienabilidad de su potencia, contra la necesidad necesitadora absoluta de la sacralización de la ley. [1] Del resto la inalienabilidad de la potencia es afirmada por Bruno en la misma transformación existencial del universo visible, donde primer ejemplo de la participación diversa en el ser-diverso de los mundos brunianos es la variabilidad impredeterminada de las finalidades procesuales emergentes en la multiplicidad innumerable de las relaciones entre astros solares y planetas terrestres (la libertad de su relación). Finalidades procesuales que lograr componer el movimiento de los planetas terrestres en torno al propio eje y en torno a los astros solares, como incluso el conjunto de los movimientos dialécticos y creativos subsistentes entre los elementos del cosmos bruniano. De este modo la misma distinción entre movimientos circulares y rectilíneos parece adquirir el valor de la representación de dos opuestas tendencias, combinándose recíprocamente y en equilibrio dinámico: si el movimiento circular (rotación-revolución) representa el movimiento que ofrece el signo de alteración, el movimiento rectilíneo (dinámica de los elementos) apuesta por el movimiento de los equilibrios vitales por medio del intercambio entre las diferentes regiones terrestres y solares. En esta tensión entre dos movimientos aparentemente opuestos se sitúa el proceso de formación de la autonomía en la composición y conservación de los diversos cuerpos celestes de tipo terrestre (como los cometas, que pierden la propia connotación aristotélica de exhalaciones flameantes, puestas en la cima de la atmosfera terrestre). Proceso por el que cada parte tiende naturalmente al propio relativo centro y extremo vital, sin perder el vínculo de la recíproca conexión total. Reiterando, en el esquema que acerca Dios y la conciencia de sí del universal, la inmediatez y la totalidad del deseo universal, la teologización teorética y práctica bruniana declara una vez más que la insuperable igualdad creadora mantiene en sí una inalienable

potencia natural y material, que rige y tiene valor como libertad en la correlación amorosa. Por ello la común generación del impulso distintivo logra conservar y desarrollar los entes en la reciproca transformación, o como se dice en la inmediata concretización cosmológica de la argumentación racional bruniana, es por esta razón que el posible movimiento disgregador fundado sobre los átomos se opone a la intervención limitativa y re-compositiva operada por la divina providencia, a través de un intercambio y un equilibrio entre aportes nutritivos y sustracciones catabólicas. De este modo la inalienable potencia natural y material queda libre en la amorosa co-determinación de las partes que se distinguen, cuando la unidad ideal quita el espacio y valor a la forma absoluta de la predeterminación, que impediría cualquier pluralidad, para ponerse en cambio precisamente como impulso abierto y deseo imaginativo: pluralidad que tiene en sí misma el aporte y el impulso creativo.[2] El impulso imaginativo El impulso imaginativo es la unidad material concreta (el nuevo sujeto bruniano). Éste no olvida el movimiento infinito y quiere ser la imagen de la libertad creativa en el “vínculo” universal de amor. El primer efecto de este vínculo es la mutua y recíproca distancia entre cuerpos celestes, providencialmente capaz de conservar la existencia y el libre y dialéctico desarrollo. Así el ideal movedor bruniano permanece como oposición que recíprocamente genera y transforma. Concretización dualmente objetiva de este cuadro racional son los “principios” de “caliente y seco” y de “frío y húmedo”, naturalezas relativas, respectivamente, de los Soles y de las Tierras.

El concepto de la pluralidad unitariamente creativa no hace emerger y dominar un ideal abstracto, fin regulador de determinaciones en él incluidas y al mismo tiempo separadas: el ideal bruniano no es fin (separado), sino por el contrario in-terminado de la unidad misma. Entonces el deseo imaginativo que parece superar la inmovilidad aparente del ente se convierte en la imagen de la libertad creativa del Padre: imagen in-separada que constituye el mismo universo como creatividad difundida, libre e igual, formo-material. Material en el Espíritu del Amor, que tiene juntamente en sí las partes; formal en la libertad que lo inerva, sin estarle separada. Signo y prueba del vínculo universal de amor, verdadera y buena realidad in-separada del ideal, es en efecto el hecho que los cuerpos del universo bruniano sean distanciados los unos de los otros, sin que exista preferencia por un cuerpo o por otro. Esta distancia deja campo libre a que las acciones, que se desarrollan al interno de cada uno de los horizontes mundiales, no puedan encontrar interferencia o impedimento; como tampoco habría en el caso que los cuerpos fueran más cercanos o incluso próximos al

contacto dado que no subsiste ningún término medio abstracto que pueda fungir en lugar de su reciproca comprensión y total aniquilamiento, en cambio según el principio de una expresión libre creativa, capaz y fecunda de todas las imágenes de auto conservación dinámica y relacional. De hecho solamente si el ideal es fin separado puede fungir como medio aniquilador: comprensión que dé acto a la reciproca compenetración, hasta la intervención de una identidad superior, que discrimine la real y verdadera potencia de los entes posibles en su determinación separada. El ideal bruniano, al contrario, no es fin separado: no es medio abstracto, abstractamente unificador, causa activa de verdadera y positiva existencia en una supuesta originaria separación de la propia determinación, más allá de la aparición de la dispersión; él en cambio es oposición intrínseca e insuperable, generativa e internamente transformadora. De hecho solamente el libre desarrollo de la recíproca oposición que mantiene en vida y vigor los “principios” opuestos de “caliente y seco” y de “frío y húmedo” y los cuerpos relativos en los que estos se acoplan, disponiendo – los cuerpos solares y los cuerpos terrestres – dejará posteriormente en vida la recíproca diferencia entre los cuerpos que es fuente del mantenimiento y del desarrollo de ambos. Una identidad que por el contrario interviniera superiormente, para discriminar, separar y oponer las determinaciones, acogiéndolas y reconociéndolas por cuanto ellas uniformaran el propio intento generativo y conservativo al espacio abstracto por ésta predispuesto (el lugar de la oposición limitada), impediría este libre desarrollo y la reciprocidad que mantiene en obra y vigor la libre e igual, creativa, diversificación y distinción de los cuerpos celestes. Mediación absoluta y abstrayente versus oposición infinita Mientras la oposición abstracta es limitada por una síntesis preventiva, hacia la que está orientada e instrumentalizada, la oposición infinita bruniana no tiene fin, ni mucho menos instrumentalización. Si por una parte la nueva tesis es necesariamente contenida dentro de los límites de la inversión reaccionaria, dirigido a elevar y así reforzar las instancias más profundas de la formación precedente; por otra la apertura y la reciprocidad de la acción creativa y transformativa eleva la necesidad y la posibilidad de una tesis de movimiento global. Efectos y concretizaciones cosmológicas del nuevo Sujeto bruniano: nuevas determinaciones y propósitos para los elementos de la tradición aristotélica (éter, fuego, aire, agua y tierra) y nuevas modalidades existenciales para Soles, Tierras y cometas. El nuevo concepto de la apertura creativa y dialéctica pone, juntas, las nuevas determinaciones racionales del Adjetivo –campo de movimiento y de reflexión del Sujeto – y del Instrumento – como unidad del amor igual de Sujeto y Adjetivo[3]

De este modo, mientras la imaginación abstracta de tradición aristotélica mantiene los términos, separándolos, en virtud de una potencia que parece dividirse para transportarse (la

oposición limitada hace valer un poder absoluto), la imaginación concreta bruniana no separa, para dividir y transportar: su potencia de hecho se cede y distribuye igualmente a todos los cuerpos, cuando los principios que los constituyen no pueden ser comprendidos si no en su función y ficción de representación de las reciprocas modalidades creativas, transformativas y conservadoras. Por ello factores aparentemente extrínsecos, como la variación de distancia entre los cuerpos celestes, no pueden inducir más que variaciones extrínsecas (no intrínsecas), de movimiento más que de transformación, unida en cambio al inminente factor creativo. Los elementos del universo bruniano son por el contrario factores intrínsecos y operantes de manera difundida en todos los cuerpos, sin ninguna subordinación a un orden imperante, que se desvele y muestre como absoluto de una potencia sustraída (limitada): éter, fuego, aire, agua, tierra. El rechazo bruniano del complejo central abstracto (el poder que limita en sí la oposición sustrayéndole la libertad y la ilimitada difusión) consiente por tanto que, en la inmediata concretización cosmológica de la argumentación racional bruniana, la innumerable e inconmensurable pluralidad de las relaciones entre astros solares y planetas terrestres impida la agrupación unívoca y absoluta de las determinaciones, su conducción y trasposición en el abstracto. Así como la forma y la materia aristotélicas perduran necesarias e inmodificables en su identidad de relación (relación de identidad), en cambio el espíritu y la materia brunianas mantienen la íntima y abierta conjunción, que concede y difunde en todas partes –relación cosmológica (solestierras) o ético-político y religioso – el principio creativo y dialéctico (dinámico y relacional), observando la preservación de la unidad infinita de la oposición: su infinito movimiento, dirigido a conservar la propia libertad y la propia ilimitada difusión (casi en una reanudación de la coexistencia entre el aspecto intensivo y extensivo del mismo infinito). Por tanto el concepto creativo y dialéctico del Espíritu encuentra en la especulación bruniana una ulterior e importante especificación: la unidad infinita de la oposición aleja la imaginación de la limitación constituida por una causalidad objetiva, para instalar en el corazón del Ser una apertura ilimitada, capaz de contener en sí el impulso creativo elevado por la relación dialéctica (no neutralizada) de las determinaciones. Sin una imagen separada y central[4] de una procesualidad necesaria, de un objetivo final inalienable e indiscutible, el Uno presenta a sí mismo por ende la imagen a través de la libre multiplicidad, unida por y en una igualdad insuperable e inalienable, en la potencia infinita de la naturaleza y de la

materia (de la voluntad y del intelecto divino). Asimismo si la reflexión une al Uno, recordándole la invisibilidad y la infinitud, ella, al mismo tiempo abre el ilimitado campo del Sujeto: campo al interno del cual todos los sujetos vivientes, compuestos en el alma [5] de espíritu y cuerpo, se mueven – por medio de la transformación intrínseca dictada por el amor igual – a la propia conservación. Puestos los cuerpos principales (los astros), también los cuerpos secundarios perseguirán el fin de la misma conservación, y se moverán para realizarlo, obedeciendo a la dialéctica de acción-reacción vigente entre los elementos (en el horizonte solar o planetario). Además los cuerpos principales, viviendo en un universo que no tiene medio ni extremo, no practicarán determinaciones unívocas, sino mantendrán viva la capacidad de englobar, ejercitar y desarrollar todas las direcciones de movimiento y de transformación que consentirán su conservación: es por esta razón que los planetas terrestres se mueven con movimiento rotatorio y revolucionario, junto a los astros solares.[6] Contemporáneamente, las partes de estos cuerpos principales, para conservarse a sí mismas, tenderán a gravitar sobre lo que forme mejor las propias expectativas de conservación, moviéndose por ello inmediatamente hacia el centro de los cuerpos mayores. Los cometas, finalmente, considerados de la misma materia que forma la Tierra, no se moverán entonces hacia la Tierra, sino hacia el centro que asegura su posibilidad de supervivencia: en caso que fueran considerados como exaltaciones ardientes, ellos se moverían en cambio a lo alto y serían llevados hacia otro centro diferente de la Tierra. Como no son constituidos de aire flameante, ellos tampoco serán formados por material etéreo: de hecho ellos necesitan de material comburente capaz de soportar el propio encenderse y aparecer, por largo tiempo, brillantes. El tipo, la especie y las apariencias de su movimiento le califican además, como diría un mismo aristotélico, la naturaleza: autónomos en el movimiento, ellos persisten autónomos en su naturaleza como cuerpos similares a los cuerpos terrestres. No dependientes del centro de la Tierra, ni del supuesto cielo de las estrellas fijas, ellos atraviesan el espacio infinito de grandes distancias hacia grandes distancias, persiguiendo – como todos los otros cuerpos celestes – solamente el deseo de la propia auto-conservación. Disuelto por tanto el principio físico aristotélico según el cual los cuerpos de una misma especie –y los cometas serían cuerpos terrestres – deberían moverse del mismo modo hacia el mismo lugar, con un movimiento que es definido “natural”, la pura y simple influencia del movimiento de los cometas permite a Bruno de inserir el concepto de campo gravitacional. La variación en el movimiento de los cometas es de hecho imaginada como

causa del progresivo presentarse y desaparecer de la fuerza gravitacional de grandes masas planetarias, encontradas por los mismos cometas en su peregrinación espacial.[7] Una nueva física, racional y teológica Orden y jerarquía son sustituidos por la igualdad creativa y dialéctica. La causa, el fin y el medio objetivos son demolidos por la libre y espontanea multiplicación de las finalidades de relación (potencias reflectoras). Modificabilidad y multiplicidad declinan la doble variabilidad de la vida infinita y universal bruniana. Las nuevas figuras brunianas: unidad creadora, potencia del diverso, infinito dialéctico. La nueva categoría bruniana: el movimiento eterno, en su doble aspecto el creativo y el dialéctico. La nueva concepción bruniana: libertad de la materia-naturaleza (posibilidad creativa), la igualdad y razón del amor (Uno). Concretización cosmológica de esta nueva posición es la afirmación del valor y de la función orientadora y salvadora de la voluntad (en la apertura amorosa), en relación al duradero movimiento que opera los intercambios atómicos entre los opuestos cuerpos celestes (Soles y Tierras)

Ahora, tanto cuanto el principio físico aristotélico de la uniformidad de los movimientos, en los mundos y en los lugares por cuerpos similares, obedecía a la necesidad de intervención de la exhibición de un principio absoluto y determinante, que hiciera confluir internamente la determinación corpórea (el elemento) hacia una definición discriminante, la equiparación de los elementos simples brunianos (de nuevo: fuego, agua, aire y tierra) procura demostrar su igual movilidad establecida por un acto de finitud aristotélico –la oposición gravedad-ligereza está al interno de la localización establecida por el movimiento circular del cielo – encuentra abierta la disolución y obra de la distribución ilimitada de la materia creativa, de la ilimitada presencia de innumerables e irreducibles, diferentes, libertades de relación. Las voluntades-de-sí,[8] que por tanto se predisponen del mismo modo como chispas generadoras y que dan composición a la intervención creativa divina y a la imagen de su relación dialéctica (el espíritu que se hace materia abierta y libremente imaginativa, deseosa), rompen la relación determinativa que instituye y demuestra la separación entre unidad inmóvil de la necesidad –el absoluto de la sustancia – y el devenir de el lugar abstracto que contiene todas las posibles diversidades. Rompen la separación entre el espíritu abstracto y la materia concreta, restableciendo la unidad inalienable e irrefleja (pero subjetivamente, en cuanto dialécticamente, reflectora) de la potencia. Contra la tradicionalidad de una conexión patrimonial la vida infinita y universal bruniana deja la modificabilidad y la multiplicidad en sus dos vertientes, de la profundidad y de la apariencia. Por ello la unidad del Ser presenta un conjunto de relaciones ilimitado, que no se

puede someter a ningún proyecto de reducción o limitación pragmática, donde la diversificación de los objetivos queda siempre escondidamente presente y posible, al origen de todas las decisiones integradoras (finalidades comunes). Con este aspecto y consideración la especulación bruniana contrasta entonces la constitución y la disposición de un conjunto limitado, en la cualidad y cantidad, de relaciones y determinaciones. Rechazando la separación y fijación graduada tradicional entre idéntico y diferente, el universal bruniano puede darse solamente como infinito creativo y dialéctico: como infinito que logra a tener juntos los extremos de la unidad y de la multiplicidad, sin que ninguno de los dos pueda aniquilar al otro o negarlo completamente. Al contrario, uno parece ofrecer recíprocamente espacio al otro (es de nuevo la vicisitud bruniana en su aspecto más profundo): tanto el infinito de la unidad se ofrece a través de la multiplicidad abierta y libre –la siempre posible deformidad y diversidad de los fines – cuanto ésta es consentida por el infinito de la igualdad que no se separa de sí mismo, ofreciendo la inalienabilidad e insuperabilidad de la potencia creadora en su misma constitución ideal y real, de Intelecto y de Espíritu concreto. Sin el absoluto separado de la identidad y sin la continuación –limitada al reconocimiento del primitivo (mundo-uno) – ofrecida por la presencia de una forma alienadora se puede entonces concluir que, en general, la multiplicación bruniana de los fines y de los sujetos procede ilimitada e indefinidamente: en la inmediata concretización cosmológica del discurso racional bruniano de hecho son infinitas la materia y la forma de las alteraciones posibles (innumerables los “medios” y los “cielos”). En Aristóteles, en cambio, la materia y la forma de la alteración son comprendidas dentro de una oposición y una diferencia terminal recíproca preestablecida. Aquí la forma del fin dominante – la hegemonía del desarrollo en la necesidad y la ocupación de la naturaleza – mantiene sujeta la materia, reteniéndola y limitándola: la transformación de la unidad ideal en término, que pueda constituir una común definición y determinación, representa de hecho el proyecto humano absoluto – nato con la misma especulación neoplatónica-aristotélica – de dominio y control de una naturaleza distinta entre racionalidad e irracionalidad, responsable convergencia y espontanea, pero arbitraria diversidad. En Bruno, al contrario, la negación de esta subordinación

y

discriminación

–fundamentalmente

ético-políticas,

aun

en

sus

enmascaramientos físicos o metafísicos – se expresa a través de la liberación de la materia obligante de la obediencia a la posición humana de la necesidad. Por la invariabilidad y la

inmodificabilidad del fin y del límite que garantiza, conserva y estabiliza la constitución: la sobrevivencia de sí a través de su especificidad, contra todo lo que atenta el mantenimiento (natural o humano que sea), que instituye y sacraliza todas las formas de control y previa exclusión y eliminación. De este modo, mientras el acto aristotélico de la potencia natural parece identificarse con el abstracto y con la neutralización, hasta el aniquilamiento, de la posibilidad (dialéctica y creativa) de la diversidad, la presencia de una diversificación ilimitada e indefinida de fines, su ejemplificación a través de una inexhausta multiplicación, operada por el infinito vital – es la bruniana readquisición del deseo imaginativo a la materia en general – disuelven en cambio la pre-constitución limitada que es la realización positiva de la oposición, impiden la construcción de una estructura del mundo “fuera” del mundo, necesitada a estamparlo y necesaria en la misma operación de regulación: disponen la misma libertad de movimiento de generación y conservación y su profundo, divino, devenir. Establecen con ello su originaria infinitud y su aparente limitación en la participación empática de todo a todo.[9] Por tanto, mientras aún la tradición moderna y contemporánea de la pre-constitución ideológica del mundo – basta pensar en Hegel y sus seguidores contemporáneos, en ambiente sea continental que analítico – predispone la formación de la propia necesidad reducida por medio de la dialéctica que se instaura entre la declaración previa de extrañeza y su forma interna reactiva de expropiación al derecho de libre existencia, el universo bruniano afirma inmediatamente (y aquí está la temible actualidad de la reflexión bruniana), a través de la inalienabilidad de la potencia natural y material que reside en la insuperabiliadad de la igualdad ideal-real, la negación de cualquier extrañeza y anulación de todas las formaciones internas de naturaleza reactiva y reaccionaria, que resultan en última análisis constantemente destinadas a la desintegración de la composición universal (única solucionadora de la violencia), que en cambio se ofrece en la especulación bruniana inmediatamente, a través de la idea y el ideal de una posibilidad abierta, libre e igual en el vínculo correlativo y creativo del amor difundido universalmente.[10] Por tanto, si el acto de necesidad de la tradición aristotélica verticaliza la existencia según una presencia discriminadora, el acto de posibilidad bruniano se propaga en cambio ilimitadamente y sin exclusión, anulando la presencia discriminadora y su sustancia y apariencia (realidad) de necesidad y necesitación. Por ello la limitación que aparece en la participación empática de todo a todo – la bruniana oposición – puede encontrar reflexión y

así readquirir la dimensión del infinito en memoria del vínculo unitario, constituido por el amor universal y divino (el amor igual, presente y operante en toda determinación). [11] En este vínculo y por efecto de esta conmemoración – aquí vale la identificación por la que el ars memoriae bruaniana es la memoria artis amandi – la voluntad se hace signo que constituye el lugar universal del continuo e inexhausto intercambio atómico. [12] En la concretización cosmológica inmediata de la propia reflexión racional este intercambio, a su vez, se ejercita en un reflejo continuo de transformación, operado a lo largo de la dirección formada por las innumerables relaciones creativo-transformativas presentes entre astros solares y planetas terrestres. La misma transformación y composición reciproca de la materia de los cuerpos celestes comportará luego el origen de los fenómenos gravitatorios, factores variables –según la distancia del centro del cuerpo en examen– de la variación del movimiento de los cuerpos próximos a los relativos centros mundiales.[13] Por ello en la especulación bruniana la voluntad, en su esencia de libertad, sustituye el ser terminal del ideal neoplatónico-aristotélico, en su común definición de ser univoco y determinante, logrando reabrir y diversificar el impulso de la materia en una creatividad que es sí polarizada a través de la correlación recíprocamente oposicional que se instaura entre astros solares y planetas terrestres, pero queda incluso siempre paritariamente diversificada dentro de un horizonte unitario que acomuna la formación natural y humana: la perfección de la acción suscitada a través de la unidad y la igualdad infinitas (el Espíritu y el Hijo) no sólo consiente la libre diversidad (natural o humana que sea), sino indica sobre todo el superior motor generador (el Padre). Unidad, igualdad e infinito Unidad, igualdad e infinito desmoronan la imagen estática e inmodificable del mundo único (en la posesión, en la producción y en la temporalidad gradual), reabriendo la razón creativa y dialéctica de los “infinitos mundos”. La razón, profunda y extendida, de la relación de posibilidad. El ser por sí. La disolución de la estructura aristotélica.

Readquiriendo la profundidad y la altura del punto de vista del infinito, Giordano Bruno logra con ello re-proponer la virtud de una visión y de una acción de cualquier modo perfecta, competente a generar y determinar una oposición por diferencia, capaz de resucitar a una nueva vida la razón intelectiva del humano reconocer y actuar. De este modo, mientras el defensor de la doctrina aristotélica en el De l’Infinito, Universo e mondi, Albertino,

encierra y oculta anticipadamente el espacio creativo de la infinita igualdad, afirmando la auto-consistencia y unicidad mundial, con la relativa e implícita inversión de dicho espacio en una temporalidad gradual, seleccionadora y monocéntricamente orientada a la conservación y mantenimiento de todas las finalidades inmodificables y necesarias que hacen estable –por integración, negación de la deformación y aniquilamiento de la resistencia – el poseso, el dominio y el auto-reconocimiento del agente supremo, la apertura creativa y salvífica bruniana es en cambio redescubierta por Teófilo a través de ofrecimiento de participación, generada y determinada por la disolución de la identificación inmediata del absoluto por medio de la figura e imagen de la relación de necesidad. Mientras la representación cosmológica aristotélica concebía el éter como instrumento para la afirmación de un fin único, que nunca puede alejarse de sí mismo –sentencia la perdida y la desintegración de la propiedad separada – y que por ende debe durar eternamente –sentencia la disolución del absoluto de la instrumentalización (el ser para otro)[14] – la representación cosmológica bruniana disuelve súbitamente – a través de la multiplicidad irreducible de la voluntad-de-sí – el absoluto de la instrumentalización. Sustituye a la relación de necesidad, la relación en movimiento de la posibilidad (la apertura que es llevada por la posibilidad). De modo que mientras el cosmos aristotélico padece el orden actual en el concretarse de la prohibición y negación a la creatividad – a través de la colocación de la oposición en el horizonte estable definido por el grado – la libertad inmediata de los seres y de los movimientos de los seres en el cosmos bruniano (la libre diversificación de la obra vital) establece inmediatamente el plan insuperable de la igualdad. Por lo tanto, por un lado el intento de la forma doctrinaria aristotélica parece ser formulado y justificado por una voluntad de logicización abstracta del cosmos, que predispone a un orden inseparable entre fin, forma e individuación, para separar y mantener separados los términos que actúan en la composición de las existencias de los fenómenos;[15] por otro lado la crítica liberadora bruniana no separa la unidad de la oposición, haciendo permanecer la segunda al interno del infinito de la primera. [16] Tanto cuanto, entonces, la forma doctrinaria aristotélica separa, distingue y concreta respectivamente los lugares que actúan en la diversificación, intelectual y sensible, preconstruyendo un mundo angélico, superior y uno material, inferior, contrariamente la crítica liberadora bruniana disuelve la inmediatez, la inmodificabilidad y la necesidad de las unidades determinativas aristotélicas (los “principios”), sustituyendo a su vez la apertura de

variación de potencias que actúan según una libertad creativa, amorosa e igual. Estas potencias se sustraen del horizonte del poseso y del dominio uniforme y eterno, disolviendo y creando así el horizonte contemporáneamente opuesto y diverso, de persuasión, que permite la vida y la coparticipación.[17] La especulación bruniana, de hecho, quita la inmóvil estabilidad de la unidad y su conformación de adecuación (horizonte de la comprensión), para sustituirle un ideal capaz de unir aspectos, características o determinaciones racionales aparentemente contrastantes (si no contradictorias) para la óptica y el punto de vista aristotélico: este ideal se constituye, de hecho, como identificación de inteligible y sensible. De hecho esto es el aparecer del acto de posibilidad que abre e impulsa la razón de una mutua y recíproca libertad (correlación), en el momento en el que ésta se realice a través de la misma potencia creativa que parece inhestarse y radicarse (o incluso radicar) en el plexo común constituido por el recíproco “vínculo” amoroso. Vínculo que une todos los seres existentes y que, en Bruno, parece llevar a cabo de modo revolucionario el tema tradicional (escolástico) de la identidad entre esencia y existencia. La nueva voluntad y potencia brunianas Continúa la disolución de la estructura aristotélica. Espíritu y materia brunianas revolucionan el estable y tradicional aparato administrativo del Ser. Igualdad heterónoma versus igualdad por sí: abstracción de la causa productiva universal versus presencia creativa y dialéctica de Dios que es Amor universal. Disolución de la disposición absoluta del absoluto: Causa y Principio no son más rectificados y determinados por un Uno que se erige establemente como agente superior, fuera del horizonte de la determinación; al contrario su relación resucita un Uno de movimiento, no separado e indiferente. Multiplicidad de la Causa y unidad del Principio. Disolución del nihilismo.

Entonces si la esencia de la libertad parece constituir, en la especulación bruniana, la voluntad, ésta a su vez se erige en razón y potencia de un movimiento creativo y salvífico insuperable que, en la idea realizadora del amor, constituye la igualdad por sí que es el total ideal de la unidad e inseparabilidad entre espíritu y materia brunianos (voluntad e intelecto divinos). De hecho, mientras la igualdad por y en virtud del otro, la igualdad heterónoma, extrínseca y formal, recordado por el aristotélico Albertino, justamente se auto-disuelve por intrínseca contradicción, destituyendo la paridad inicial de sus miembros en un espacio abstracto de alienación, orgánico y organizado, la igualdad por sí, autónoma, intrínseca y sustancial traída por Teófilo disuelve la neutralización de “contrarios”, que la implantación absolutista de la tradición platónico-aristotélica utilizaba para hacer valer la absoluta

diferencia de la causa productiva universal. De modo que contra la indiferencia originaria de la participación de la relación bruniana (la correlación amorosa y creativa de las libertades) vigoriza y hacer resurgir el acto de la libre creación de las fuentes determinativas, al interno del unitario horizonte del amor universal.[18] Del amor que se distribuye y difunde en todo el ser quedando operante. En la invocación establecida por esta igualdad, inalienable e insuperable, a la libertad y a la aceptación teorética y práctica de la diversidad, la diversificación de las posibilidades, que refiere al propio ser un principio creativo, impide que se imponga la transversal que construye –distingue y separa – la disposición que pone al absoluto en modo absoluto. De hecho ella predispone, en un orden abstracto, término universal, perfección y realidad para ocluir e impedir cualquier espacio de intervención y de inter-disposición a factores alteradores y modificadores, según la lógica de la más perfecta y total integración, la apertura de posibilidad bruniana, que instituye la libertad de relación a través de la creatividad continuamente supuesta por el dialectico, revigoriza la fuerza del existente en el recuerdo del universal metavisible, en el impulso infinito del intelecto. De hecho la primera concepción presenta la constricción –se podría decir casi a priori – de una forma eminente de visibilidad y accesibilidad por el universal – la realidad está, por ello, en la determinación reconocida – a diferencia de la segunda que disuelve la pretensión de terminación, multiplicando la causalidad racional en la unidad del principio.[19] Por esto la multiplicidad innumerable de los “mundos” bruniana no puede consistir en el concepto abierto e im-prejuzgado de multiplicación: una serie de representaciones en clave infinististica del milagro cristiano, por la cual y en la cual el amor rige como corazón vivo y pulsante de la libre e igual diversificación del existente. Solamente este concepto podrá disolver la angustia de la circularidad productiva, que es suscitada en la concepción por la cual y en la cual toda distinción material parece o entiende ir y venir por un origen y fuente, encubiertas en el lugar principal del Ser. Lugar que en tal modo es como suspendido, resultando como determinado por su continua capacidad de representación uniforme. [20] Razón social clásica versus razón libertaria La acción de la naturaleza racional bruniana elimina la disolución y la neutralización operadas en el intelecto y la sensibilidad de la disposición absoluta del absoluto. Reabre y magnifica el intelecto, a través de la resucitación de la sensibilidad interna lo que es cualificado como materia: el viviente entero. El universo como imagen viviente en la razón creativa y dialéctica.

Contra el formarse del espacio de la uniformidad reproductiva, la Naturaleza bruniana, intelectual y emotiva, pierde los rasgos de forzada y forzosa personalización que la conducen a ser imagen y figura del dominio absoluto y exclusivo del principio antropológico clásico y tradicionalista (la objetividad del reconocimiento por la que se afirma que los muchos deben consistir en la unidad del Uno). Combatiendo el autoreconocimiento de la especie humana en la serie de procedimientos institucionales que garantizan las relaciones de inclusión-exclusión, ella no posee más una materia inertemente sujeta a la realización o transformación, que pueda ser realizada o no, quedando como testimonio mudo de la propia actividad funcional (que es en cambio real inertización). No define por oposición el sujeto total capaz de la actividad, declarado como único sujeto de autonomía. Por el contrario es la misma actividad, que no pierde nunca contacto con la perfección universal generadora, con la idea realizadora del amor igual que garantiza en sí misma el impulso de la diversidad creativa. Es por ello actividad autónoma, que contiene en sí misma, como propia esencia creativa, la multiplicidad.[21] La afirmación de la esencia creativa de la multiplicidad recoge en sí el aspecto proyectivo por el que la razón y acción no se dividen ni separan, sin embargo la segunda pone a la primera en la universalidad de la materia que es impulsada a través del acto creativo. De hecho la realización del acto creativo impone que no haya ninguna separación de una causa que extraiga, a través de la abstracción, el principio unitario de la acción, sino al contrario que el principio mismo unitario de acción –el Júpiter bruniano presente en la obra que sigue el De l’Infinito, Universo e mondi: lo Spaccio de la Bestia trionfante ‒ sea la imagen viviente de una multiplicidad de libres y pares determinaciones. Por este motivo, sustrayendo espacio a cualquier alienación de la virtud y el principio de la acción, la Razón bruniana se auto determina como horizonte global de una total y plena libertad de movimiento y existencia: de hecho es de este manera que permite, o hace posible, la apertura de relación al interno de la que el principio de participación, intelectual y emotiva, vincula el conjunto de las mutuas y recíprocas relaciones subsistentes al interno del cosmos bruniano a la libertad y a la igualdad, y por tanto al amor universal. [22] En razón y al interno de esta autodeterminación la razón bruniana entonces genera, suscita y eleva un impulso general, en cuyo interior es conservada la vida del conjunto de relaciones subsistentes en el cosmos bruniano: ninguna materia es por tanto presupuesta y previamente sometida como

lugar de depredación, o porqué es capaz de vencer la propia resistencia y reticencia consintiendo un reordenamiento totalmente abstracto. Al contrario ella aparece al interno del mismo movimiento conducido por la forma de la multiplicación: es materia en la apertura, materia ideal que no se encierra en una imagen de auto-complacimiento, sino que se manifiesta al contrario como uno y otro continuamente (materia como alteración). De este modo, como materia en la apertura, ella da espacio y tiempo a la presencia del Uno en su imagen creativa, y por tanto al movimiento que, recordándolo, lo persigue. Y persiguiéndolo, ofrece la regeneración y recomposición universal.[23] Paz y justicia en su acepción bruniana La razón creativa y dialéctica bruniana. Su manifestación en el nuevo concepto de universo. El Alma y las almas: la unidad indivisible es la unidad que no separa. Cae la imagen que abstrae, renace la imaginación deseosa (vida universal). La definición y determinación de la materia como impulso, revolución y auto-determinación: ella se eleva creativa en la “Ley” del amor y permanece dialéctica en el modo de la relación inseparable existente entre libertad e igualdad.

Por tanto, si la regeneración y recomposición universal es la posición invisible y cercana del ente ideal, ella no puede no dar impulso de apertura y superación. Ofreciendo conclusión a un procedimiento dialéctico antes descendiente (inmediatez de la igualdad y totalidad de los sujetos naturales) y luego ascendiente (alteración y recomposición con el originario), la modalidad del in-terminar bruniano demuestra la apertura creativa a través de la que se actúa la recomposición con el originario y la regeneración universal. [24] De este modo decae, en la inmediatez de la concretización cosmológica bruniana, el lugar confinante y ordenante constituido por el éter (el primer móvil), con la finalidad que los cuerpos celestes puedan moverse libre y abiertamente en un espacio infinito (el espacio de la presencia del creativo a través de la apertura de una relación dialéctica).[25] Desvinculándose de una relación central que se elimina, ellos se mueven de modo rotatorio y revolucionario para la conservación de sí mismos, generando así el propio horizonte y la propia intención existencial (naturaleza). Demostrador (no demostrado o demostrable) y verdaderamente aparente (todo de sí en la propia auto-evidencia), el principio intrínseco de la autoconservación (el conocimiento inalienable del deseo) se realiza en el movimiento general de los seres celestes en la apertura creativa universal: movimiento que mantiene las características de la libertad y de la autonomía generadora para cada uno, indiferentemente, de los cuerpos animados (alma motora), aún sin perder la unidad que subyace (la

universalidad del Alma en el amor igual). Eliminándose el lugar de reducción de los movimientos, no aparece tampoco ninguna diferencia fundamental, que pueda constituirse como principio de oposición o separación.[26] De hecho esta oposición y separación se funda en la suposición central de la inmovilidad terrestre:[27] siempre que esta suposición sea resuelta por la razón (que admite el principio auto-generador y conservador, con los relativos movimientos), por el sentido del infinito (que observa a los movimientos en su libertad y amplitud) y por la observación que se funda sobre ello, entonces se eliminará incluso la separación recíproca que opone a la pesadez e inercia mortal de la materia la vida de la forma en su absoluta pureza de posición. Entonces, la reunificación bruniana de la materia y la forma en uno establecerá la inmediata vitalidad universal, la común (igual y libre) determinación de todos los seres animados.[28] Por lo tanto criticando implícitamente el concepto de tradición medieval del Dios creador separado, que en su pureza de forma indiferente da impulso igual al universo sujeto, el concepto de la inalienable vitalidad universal, de la común (igual y libre) determinación de todos los seres animados, ofrece la representación de una perfecta identidad entre razón y deseo imaginativo material. Redescubriendo así la unidad de relación dialéctica, la especulación bruniana parece dirigirse hacia una forma de protomaterialismo dialéctico,[29] donde la materia parece ir siempre más allá de sí misma, para retomar la propia virtud creativa y re-proponerla en siempre nuevas formaciones. De hecho, la reunificación bruniana de la forma a la materia y de la materia a la forma, demoliendo la construcción de dicho ámbito abstracto que limitaba y predeterminaba la materia a una pureza formal absoluta, elimina ante todo la tradicional (neoplatónica-aristotélica) función inercial de la materia, pero sobre todo reconstruye la inseparabilidad del movimiento de determinación y de la creación que lleva con sí, en su propio interno. [30] Sin el orden establecido por la convergencia necesaria de las finalidades de existencia y de movimiento de los cuerpos – orden totalmente heterodeterminado y heterodirecto – la relación creativa de movimiento y autodeterminación –en el cosmos bruniano existe solamente el principio de la auto conservación[31] – se difunde libremente y paritariamente a todas las relaciones cosmológicas existentes (Soles-Tierras). La tríada abierta bruniana

La Tríada abierta bruniana – Libertad, Igualdad y Amor – y sus inmediatos efectos cosmológicos. El Uno y el Universo: la libre determinación de la libertad. Amor, distinción, memoria; conocimiento y conciencia. Imaginación y deseo: el doble extremo. Movimientos en grandeza (gravitación) y cualidad (transformación dialéctica por medio de los intercambios energéticos entre elementos). Nace el concepto de campo.

Según las argumentaciones precedentes la unidad de relación dialéctica, por ende, debe ser comprendida como unidad de múltiple movimiento y de abierta creación, como horizonte que se impulsa y se abre y que genera en su interior la apertura y la relación de infinito (el infinito de la igualdad). Apertura en la que la posibilidad de in-terminar representa la íntima virtud ética por la cual y en la cual el infinito mismo, por ende, se realiza como capacidad y tensión creativa (actuando, en dicho modo, una especie de “reflejo” voluntario del Hijo). O bien se muestra por oposición (infinita) y dialéctica (reciprocidad y composición). En esta apertura viven y se mueven libremente y en igual título todos los cuerpos celestes, igualmente determinados según la auto-conservación, la auto-determinación y la generación espontánea de modos y de las relaciones capaces de asegurarse la vida y la sobrevivencia a través de la reciprocidad de transformación. No subsistiendo ningún principio extrínseco de determinación, que pueda valer como medida separada y universal,[32] la extensión ilimitada del movimiento y de la generación de ser lleva consigo la disolución del orden y de la sucesión ontológica y cronológica: pone un tiempo infinito – un no-tiempo – igualmente liberado y difundido en la común participación a la tendencia del universal (deseo) inspirado por la unidad que lo llena y lo realiza, finalmente incluyéndolo (el amor y la libertad).[33] Entonces la precedente formación dialéctica, anteriormente descendiente (inmediatez de la igualdad y totalidad de los sujetos naturales) y posteriormente ascendente (alteración y recomposición con el originario), de lejana derivación platónica, parece poderse retomar en torno al eje central, también éste de tradición platónica, representado por la relación entre deseo y amor, por el universal que se reapropia de la tendencia creativa (el deseo) y se realiza a través de la unidad que lo inerva interiormente (la igualdad) y lo comprende (el amor y la libertad).[34] Consecuentemente contra la unicidad del motor, del movimiento y del móvil, por ende contra la representación del orden actual a través del grado y la posición jerárquica, la especulación bruniana sostiene que la libertad de la determinación multiplica (abre) las fuentes generativas y extraentes (almas) sin límite o bien determinación. La libertad del

deseo encuentra entonces en la universalidad del amor, en su libre e igual difusión y presencia activa, la propia potencia creativa y al mismo tiempo la propia manifestación transformativa y dialéctica. Todo el infinito que de este modo es abierto expresa la comprensión máxima del Uno, que todo pone y mueve por medio de la propia imagen in-separada (siendo en tal modo principio pasivo y activo). Su imagen in-separada es, de hecho, el Universo, entendido como apertura y multiplicación, que hace afectos y atrae a sí por medio de un sentimiento común: la materia ideal como amor creativo y deseo participado, difundido universalmente, sin grado, discriminación y exclusión. Solo de este modo la sede (infinito móvil) y el moviente (infinito moviente) se acercan y constituyen la libre determinación de la libertad: libertad que es entonces una, por sí misma y en todo lo que se realiza (como Dios y Universo) sin separación sino con la distinción que acerca la nobleza, la grandeza y la extensión de esta tarea infinita (la tarea de la liberación a través del deseo) al amor igualador. El amor que, poniendo unidad, pone el ser verdadero:[35] o bien la necesaria inclusión de todos los sujetos de la libertad (“infinito espacio”) en el infinito que se abre (naturaleza o “motor universal infinito”). Inmediatamente y, al mismo tiempo, con variación y por tanto distinción. Una distinción que sin embargo no puede hacerse valer, de nuevo, como separación, sino solamente como memoria y finitud: memoria del Uno, que nace del mismo Uno (“movimiento universal infinito”), y entonces conocimiento del otro, de lo que es movido (“infinitos móviles”) y de lo que mueve (“infinitos motores”). Por tanto conciencia de la relación, siempre abierta, que la virtud instituye.[36] Por ello, si el espacio de inclusión de los sujetos en la libertad es el del infinito que se abre, del divino amor igualador, el tiempo de esta inclusión, el impulso creativo, recuerda siempre y de cualquier manera la presencia insuperable del múltiple y su virtud dialéctica, capaz de enaltecer la relación imaginativa y abrirla en un deseo omniforme. La implicación más alta establecida por la íntima virtud ética de la materia universal (el principio unitario del amor igualador) es, de hecho, la capacidad de sobreponer y cruzar el aspecto intensivo de la imaginación con el extensivo del deseo. Según dicha combinación la conciencia se convierte en una mirada y una prospectiva abiertamente ilimitada: priva de un sujeto limitado correlativo y de un objetivo puntual, ella vale la eterna y diversificada (libre e igual) superación y negación de la subordinación. Participe de todas las potencias creativas, ella se reencuentra como espíritu al interno de los extremos de la relación cosmológica,

tanto del polo solar como del terrestre, para expresar las recíprocas posibilidades creativas, y de este modo recomponer la unidad expresiva. De la misma manera se reencontrará, siempre como espíritu (heroicos furores y “doble vicio”), al interno de los extremos de la relación religiosa, ética y política, para expresar la posible recomposición en la unidad originaria. [37] Desde el punto de vista cosmológico la equivalencia espiritual de los extremos iguala los relativos fenómenos de la concretización o dispersión de la masa corpórea, con los fenómenos vinculados de gravitación. La reciprocidad de la influencia entre los dos polos determinará luego la posibilidad de un paso a través de un punto de equilibrio, donde la masa corpórea de un objeto interpuesto continuará a moverse por efecto de una fuerza de introspección, que tenderá ulteriormente a aumentar modificando las variaciones de velocidad en modo finito, por la limitación de la distancia del centro del cuerpo respecto al cual es ahora diversamente gravitante.[38] La igualdad y la equivalente titularidad de los cuerpos celestes respecto al fenómeno general de la gravitación no quita la diversidad y la oposición presente en los procesos cualitativos que contribuyen a formar, componer, conservar y transformar los opuestos polos cosmológicos: de modo que mientras las partes solares parecen dispersarse, aligerando la cantidad de fuerza gravitacional que es determinada por el proceso de concentración de la masa corpórea, contrariamente las partes terrestres, concentrándose, determinarán un aumento de la relativa fuerza gravitacional. El movimiento compositivo que da origen al cuerpo y a la gravedad terrestre sin embargo encuentra el inicio de una relación –y por ende la reapertura de un movimiento dialéctico – cuando el proceso de forzosa y forzada concentración determina una fusión y un impulso vertical, que a su vez parece llevar consigo el fenómeno – opuesto al precedente – de la dispersión material y de la densificación y aligeramiento. Entonces si los cuerpos celestes están todos constituidos por los mismos elementos entrelazados (tierra, agua, aire y fuego), ellos se distinguirán recíprocamente por el efecto superior de un elemento sobre los otros, contrarrestado por el efecto opuesto del elemento opuesto en el cuerpo contrario. Se pierde por ello la separación aristotélica de los contrarios: en su lugar Bruno introduce la unidad sintética de los opuestos. La contraposición de los cuerpos, de los fenómenos en ellos prevalentes y de las articulaciones procesuales que los generan de hecho no comporta la separación y el distanciamiento de la mutua y recíproca relación de actividad y pasividad. Por ende en el Universo bruniano no subsisten fuerzas puntualizadas, agentes a distancia,[39] sino que el

fondo entero presenta en cada punto una particular fase del proceso de polarización ejercitante entre astros solares y planetas terrestres. Sumario de la textura cosmológica bruniana. Referencias filosóficas y teológicas Consecuencias de la aplicación del concepto de fondo. La unidad creativa y dialéctica presente y operante al interno del universo bruniano no se interrumpe de ninguna manera y por ninguna razón, desarrollándose a través de la relación circular viva conducida por el éter, a su vez capaz de desencadenar e implantar la distinción de los procesos fenoménicos y materiales sucesivos, incluidos los otros elementos brunianos (fuego, aire, tierra, agua). La viva apertura material tiene conjuntamente los polos cosmológicos, asegurando conjuntamente la expresión de su libertad creativa y la mutua recíproca determinación y transformación dialéctica. La actividad del primer sujeto es universal: materia viva y cuerpos vivientes y libremente unidos, ella se auto-regula y determina a través del ideal realizador del amor igual (Providencia). El Padre une en sí el Espíritu y el Hijo.

El universo entero, en sus cuerpos mayores (los astros) y sus menores (los que viven en ellos y de ellos), comporta una particular conjunción de cuatro elementos: precisamente, la dispersión de las partes de la tierra puede estar compuesta y encontrar solidez a través del agua, mientras que por medio del aire puede penetrar la acción vital y vivificante del calor (principio del fuego). De modo que la separación de los contrarios, lógicamente instituida, parece llevar consigo la distinción de los elementos y su separación en lugares diferentes y graduados: sin embargo esta separación no podría seguir el sentido común aristotélico, porque el agua (fría y húmeda) debería sustituir a la tierra en el centro del universo, en oposición al fuego solar (caliente y seco), mientras que el mismo aire (caliente y húmedo) debería estar en oposición –y por tanto diferentísimo– de la tierra (fría y seca). Constituyendo así, por un lado, una separación entre los elementos del fuego y del aire, y por otro, de la tierra y del agua, que impide el generarse de cualquier composición entre los cuatro distintos elementos. De hecho la separación entre la tensión superior fuego-aire y la inferior tierra-agua despedazaría la universal y paritaria actividad de composición de los cuatro elementos brunianos.[40] Contrariamente por tanto se debe especular, en lugar de esta separación, una actividad penetradora originada por el éter solar y llevada a cabo por el fuego y por medio del aire, capaz de poder despertar el elemento etéreo que parece yacer lentamente y como durmiente al centro de la tierra (espíritu), [41] de este modo puede como salir y dar lugar a los fenómenos de la difusión y dispersión vaporosa, uniéndose a través del elemento ígneo con el elemento etéreo profundo del sol (espíritu).[42] Bruno proporciona una justificación filosófica a esta representación cosmológica de procesos y funciones elementales, sosteniendo que la inseparabilidad de “contrario” y

“opuesto al contrario” constituye el espacio de subsistencia y existencia de un “primer sujeto”, universal, capaz de representar la extensión ilimitada del principio de la inclusión en ello de toda diversificación. Este “primer sujeto” es la actividad universal, no dividida, del mismo principio, primero como materia (extensión viva), luego como diversificación interna: el Espíritu en su ser materia y hacerse cuerpos, en una circularidad dialéctica material, que es capaz de prospectar la elevación de la libre e igual creatividad, en conjunto y en la totalidad de los sujetos creables. Formulando la identificación del ideal con la creatividad, la especulación bruniana no hace otra cosa que poner la creatividad del amor como actividad suprema, real y verdadero principio que incluye en sí mismo toda diversificación. La materia bruniana, el amor en cuanto igualdad, tiene así el campo total de los opuestos, sin perder el impulso intrínseco que es la interna fecundidad. De este modo la materia bruniana es una igualación a sí misma, intrínseco y no extrínseco. Es por tanto una relación entre el amor (Espíritu) y la igualdad (Hijo) que pone en campo la apariencia de una oposición, funcional a la recomposición en la unidad del originario (Padre). Ésta es la razón de la unidad sintética de los opuestos (o “extremos”) presente y operante en el cosmos bruniano (la inseparabilidad de “contrario” y “opuesto al contrario”): la identidad del Padre, que acoge en sí, por un lado, la abierta creatividad del Espíritu, y por otra la unidad de la creación misma (Hijo). Es en la igualación abierta y dialéctica de esta identidad, por ende, que todos los cuerpos celestes se mueven y viven, buscando la propia libre e igual generación y conservación, sin tener necesidad de una ordenación gradual que se replique en lugares siempre diferentes, indefinidamente, construyendo un improbable juego de acercamiento e integraciones sucesivas. Sin un orden que se desarrolle en sí mismo por integraciones sucesivas y contemporáneamente se ramifique a tomar el conjunto graduado de los horizontes mundiales, concediendo a cada uno el propio aislamiento, por cuanto esto sea funcional a la comprensión neutral de la totalidad progresivamente construido, la abierta multiplicidad bruniana –deseo pensante y acción de la creación, que tiene como imagen viva y real una libre e igual creatividad, en la unidad del amor igual – quita todo proyecto absoluto de integración – logrando de este modo mantener la presencia de la acción recíproca entre las ideas, las potencias y los mundos. Retirada la referencia de un único centro inmóvil, porque el centro de la Tierra se mueve con un movimiento rotatorio y se abre en camino revolucionario, no se sustituye por la inmóvil pluralidad de centros relativos: roto el orden

que inmovilizaba los astros en posiciones sujetas a la Tierra, no se quiere construir otro orden que inmovilice las relaciones planetarias a una organización común de cuerpos solares.

NOTAS [1]...Aquí encuentran explicación las acusas dirigidas a Bruno de ser enemigo de toda ley y de toda religión. Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[5]. Interrogatus respondit. De este verso del Ariosto que tocará a Bruno no sé nada que me acuerde. Deinde in alia parte repetitionis illinc ad quinque dies ex se dixit, la otra vez de un verso de Ariosto dije no recordarme, pero después ha subvenido Giordano que me dijo razonando junto a la Reyna de Inglaterra que él la alababa, y yo decía que para ser hereje parecía una gran alabanza, y al razonar bien sobre las sectas presentes de las herejías en Alemania e Inglaterra, y él culpaba a Lutero y a Calvino y a los otros autores herejes, y yo le dije: «¿De qué religión entonces es usted?», porque lo tenía como calvinista: «¿Es quizás nullius religionis?»; y sonriendo replicó: «Le quiero contar una buena cosa, y hacerle reír: jugando a la suerte con mis amigos, que nos tocaba uno a uno, a mí me tocó el verso de Ariosto que dice: “Enemigo de toda ley y de toda fe”», y solté una gran carcajada, y he querido compensar mi examen sentándome subvenido.” Processo, pág. 249. O aún: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[11]. Frater Celestinus Capucinus concarceratus Iordani Venetiis in repetitione dicit: en la prisión he dicho muchas cosas y muchas herejías, y hablaba en serio, esforzándome de persuadir cuanto decía, y contó que estando en la mesa con un virrey, había un médico que le dijo: «Por cuanto se ve, señor Giordano, no cree a nada», y Giordano le respondió: «¡Y usted cree toda cosa!»; y gloriándose de esto, dijo que una vez jugando le toco el verso de Ariosto, Enemigo de toda ley de toda fe, y así le gustaba porque estaba conforme a su naturaleza, afirmando que viviendo a su manera no ofendía a nadie”. Ibi, pág. 250. O: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[12]. Franciscus Gratianus concarceratus Venetiis: Parecía que se oponía a todas las cosas católicas según como razonaba, sin embargo él afirmaba constantemente y hacía profesión de decir contra toda fe, e inducir una secta nueva, y decía que en Alemania se llamaban Giordanistas; y dijo que una vez, jugando todos un libro de la suerte, en Alemania o en Inglaterra, a cada uno le tocó unos versos de Ariosto, y que a él le había tocado este verso, Enemigo de toda ley de toda fe, y de esto él se gloriaba bastante, diciendo que le había tocado el verso conforme a su

naturaleza.” Ibidem. O bien: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[13]. Idem repetitus: Ha dicho que la fe de los católicos está llena de blasfemias, y una vez cantando Matteo Zago, el salmo «Iudica, Domine nocentes me» etc., comenzó a decir que ésta era una gran blasfemia y a regañarlo, como también hablaba en otras ocasiones afirmando que nuestra fe no era agradable a Dios, y se jactaba, a cierto punto comenzó a ser enemigo de la fe católica, y que no podía ver las imágenes de los santos, pero que veía bien la de Cristo, y luego comenzó a distorsionarse incluso del porqué se hizo monje; una ocasión que escuchó disputar a santo Domingo en Nápoles, y dijo que ellos eran dioses de la tierra, pero después descubrió que todos eran asnos ignorantes, y decía que la Iglesia estaba gobernada por ignorantes y asnos. Y muchas veces decía que en Alemania los años pasados habían tenido aprecio a las obras de Lutero, pero que ahora ya no eran estimadas, porque después que haber gustado sus obras no van a buscar nada más, y que había comenzado una nueva secta en Alemania, y que si fuera liberado de la prisión quería regresar a formarla e instituirla mejor, y quería que se llamaran Giordanistas; y queriendo llevarme incluso a su secta, le dije que no quería ser ni Giordanista, ni organista; y contó que una vez, jugando a la suerte con un cura y algunos jóvenes, le había tocado por suerte el verso, Enemigo de toda ley y de toda fe, y que esto era muy proporcionado a su naturaleza, engrandeciéndose y gloriándose de esto, y por ello también yo he conocido, hablaba mal de Lutero, de Calvino y de cualquier otra secta y se alababa solo, queriendo vivir a su modo, porque viviendo y creyendo como quería, decía que no ofendía a nadie; y hablando del Santo Oficio decía: «¿Que tiene que ver el oficio con mi alma?» Ibi, pág. 250-251. Incluso: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. “[16]. Idem [Mattheus de Silvestris, N.D.R.] repetitus dicit: Creo que no crea ni en Dios ni en los santos, ni en ninguna cosa, porque lo he escuchado decir en prisión muchas herejías y algarabías contra nuestra fe, y dice sólida y fundadamente, que no bromeaba, sino que decía justificadamente, y continuaba todavía en sus impertinencias, si bien era reprendido, y decía que nuestra fe estaba llena de doctrina de asnos, y decía que no conocía otra Iglesia que él mismo, diciendo: «Bonita Iglesia es ésta gobernada por ignorantes asnos». Y se gloriaba que le había tocado el verso, Enemigo de toda ley y de toda fe”. Ibi, pág. 251-252. Y finalmente: Sommario del processo. [I]. Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros

obloquutus est. “[21]. Idem [Brunus N.D.R.] in nono Constituto: Una vez, siendo novicio, abriendo a Ariosto por burla, como algo común, me tocó por suerte el verso de Ariosto, Enemigo de toda ley y de toda fe, de dicha suerte he hecho mención razonando alguna vez a propósito de los argumentos que algunos monjes hacían por la suspicacia de mi creer, que da esta acción, la cual fue en presencia de más novicios, del tema con cierta firmeza me calumniaban, et negat de hoc se gloriatum fuisse.” Ibi, pagg. 252-253. [2]...La expresión “unidad ideal” –el instante bruniano de los Heroicos furores – acoge en sí plenamente y sin reservas el sentido y el significado del valor, de la función y del rol recompositivo ofrecido por la oposición ideal, la que mantiene en la eternidad del movimiento la apariencia, el contenido y la intención creativa de la multiplicidad, ofreciendo así el campo de la dialecticidad. [3]...Sujeto, adjetivo y órgano son determinaciones racionales que Giordano Bruno utiliza por primera vez en su obra filosófica Ars memoriae del De Umbris idearum. [4]...La figura de Cristo concebido en el Espíritu de la Virgen. Sommario del processo [XVIII] Circa virginitatem Beatae Virginis. “[155]. Ioannes Muzenigus in repetitione dicit: Cuanto Giordano me dijo de la grande ignorancia del mundo en torno a la Trinidad, habló de la virginidad de María y dijo que era algo imposible que una virgen pariera, riéndose y burlándose de esta creencia de los hombres.” Processo, pág. 279. Sommario del processo [XVIII] Circa virginitatem Beatae Virginis. “[156]. Principalis negat de virginitate loquutum. Más bien, que Dios me ayude, retengo que también es posible físicamente virginem concipere, no obstante retengo que la Beata Virgen no ha concebido físicamente Cristo, sino milagrosamente, obras del Espíritu Santo, et prosequitur recensere quomodo virgo fisice concipere possit.” Ibi, pág. 280. [5]...En la especulación bruniana la separabilidad del alma humana del cuerpo tiene el sentido y el significado de indicar el movimiento de oposición ideal. Sommario del processo [XXII] Circa animas hominum et animalium. “[185]. Principalis in Quarto Constituto: He retenido que las almas sean inmortales, y que sean substancias subsistentes, es decir almas intelectivas, y que, católicamente hablando, no pasen de un cuerpo a otro, sino que vayan o al Paraíso o al Purgatorio o al Infierno; sin embargo he razonado bien y siguiendo las razones filosóficas, que, siendo el alma subsistente sin cuerpo e inexistente en el cuerpo, pueda, del mismo modo que está en un cuerpo, estar en otro y pasar de uno en otro. Lo cual si no es verdad, al menos parece verosímil la opinión de Pitágoras.” Processo, pág. 284-285.

Sommario del processo [XXII] Circa animas hominum et animalium. “[186]. Idem in Quinto Constituto interrogatus: si he tenido alguna opinión en torno a la creación de las almas y la generación de los hombres, y que los hombres se crean de corrupción, responde: Creo que sea la opinión de Lucrecio, y he leído y escuchado hablar de esta opinión, pero no sé haberla referido nunca en mi opinión, ni nunca la he retenido o creído, y cuando he razonado o leído, ha sido referida la opinión de Lucrecio y Epicuro y otros similares, y esta opinión no se puede sacar de mi filosofía.” Ibi, pág. 285. Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis “[259]. Item, fol. 294, dicit animam intellectivam non esse formam per haec verba: Donde entiendo según el orden de mi filosofar el alma ser forma, como en ninguna lugar de la divina escritura la llama así, sino espíritu que está en el cuerpo ahora como habitante en su casa, incola en su peregrinación, como el hombre interior en el hombre exterior, como malvado en la cárcel: «Cupio dissolvi et esse cum Christo», en el mundo que el hombre está con sus vestimentas: «Pelle et carnibus vestisti me» etc; y en otros mil modos y dichos, tanto en la divina Escritura, como en la explicación de los Padres, el alma esté en el cuerpo en total destino, más fuerte que lo que entendió y dijo Aristóteles, por lo cual de todos modos se confirma lo que he dicho.” Ibi, pág. 304. [6]... Esta parece ser la prefiguración de le teoría cartesiana de los vórtices. [7]...Los cometas, entonces, y no la Luna –como será, luego, para Newton – constituyen la prueba de la existencia, no de una ley universal, sino de las posibles creaciones de una red de relaciones dinámicas determinadas por la presencia o ausencia de grandes masas planetarias. Un aspecto por ende cuantitativo, no cualitativo: si el cualitativo está determinado –así como es en la especulación bruniana – principalmente por la instancia creativa. Pero cualitativo y cuantitativo se aproximan y se acercan en la especulación bruniana para constituir un todo único y eterno, cuando la reciprocidad de relación, que tiene juntos la constitución material y los movimientos de los cuerpos en el universo bruniano, no puede no volver a echar mano de la potencia creativa. [8]...Las voluntad-de-sí brunianas parecen constituir especulativamente las tradicionales inteligencias angélicas. Sommario del processo [XXXIV]. Summarium quarundam responsionum fratris Iordani ad censuras factas super propositionibus quibusdam ex eius libris elicitis “[257]. Item, fol. 292, fac. 2, dicit quod astra sunt etiam angeli per haec verba:

Los astros solares son ángeles, cuerpos animados racionales, y mientras alaban a Dios anuncian la potencia y grandeza de ello, por la luz y escrituras esculpidas en el firmamento «Caeli enarrant gloriam Dei»: ángeles no quiere decir otra cosa que nontii e intérpretes de la voz divina y de la naturaleza, y estos son ángeles sensibles, visibles, además de los invisibles e insensibles.” Processo, pág. 303. [9]...Aquí se puede encontrar el sentido, el significado y el valor de la acusa dirigida a Bruno –desde la primer denuncia de Giovanni Mocenigo – de negar efecto religioso a la transubstanciación del pan y del vino eucarístico en carne y sangre de Cristo, con la relativa y consecuente decadencia y negación de la función mediadora y representada por el ejercicio predicador y de testigo de la misa. El cuerpo y sangre de Cristo quedaban de hecho perfecta y únicamente definidos en la especulación filosófica-religiosa bruniana por la misma presencia y acción –libre, amorosa e igual – que daba sustancia y apariencia al universo en su totalidad (Cena de le Ceneri), mientras la acción celebradora-ritual de la misa podía correr el riesgo –tan temido por el mismo Bruno – de justificar la división y la sectarización del cuerpo eclesiástico cristiano, corroborando las prospectivas de idolatrización del culto que Bruno consideraba del mismo modo que las más peligrosas manifestaciones de superstición religiosa (peligrosamente confirmadas por el uso de las invocaciones a los santos y por la sacralización de las reliquias y de las imágenes). Denuncia di Giovanni Mocenigo all’Inquisitore di Venezia Giovan Gabriele da Saluzzo (Venezia, 23 maggio 1592). “… Yo Zuane Mocenigo fue del ilustrísimo messer Marco Antonio denuncio a Vuestra Paternidad muy reverenda por obligación de mi conciencia, y por orden de mi confesor, habar escuchado decir a Giordano Bruno nolano, algunas veces que ha razonado conmigo, en mi casa: que es grande blasfemia la de los católicos el decir que el pan se transubstancia en carne; que él es enemigo de la misa, que ninguna religión le gusta; que Cristo fue lamento y que…” Processo, pág. 143. Quarto Costituto del Bruno (Venezia, 2 giugno 1592) “… Ei dictum: ¿Nunca han razonado acerca del sacrificio de la santa misa y de la inefable transubstanciación del cuerpo y sangre de Cristo, que se hace bajo las especies de pan y vino? ¿Y qué cosa han sostenido y creído con este propósito? Responde: Yo nunca he hablado del sacrificio de la misa, ni de esta transubstanciación, si no en el modo que lo hace la santa Iglesia; y siempre he sostenido y creído, como retengo y creo, que se haga la transubstanciación del pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo real y substancialmente, como retiene la Iglesia. Y yo no he estado en la misa en atención al

impedimento de la excomunión, por ser apostata, como ya he dicho, … y si bien por muchos años yo he practicado con Calvinistas, Luteranos y otra serie de herejes, sin embargo no he dudado ni retenido contra la transubstanciación del sacramento del altar, ni retenido otras opiniones de ellos contra los otros sacramentos; … Porque no recuerdo haber razonado con nadie estas opiniones que he dicho antes; y la plática que he hecho con heréticos, leyendo, razonando y disputando, siempre he tratado de materias filosóficas, ni nunca me he comportado para ser tratados como otro por parte de ellos; al contrario, por esto no he sido bien visto por Calvinistas, Luteranos y otros heréticos, porque me consideraban como filósofo y veían que no me obstaculizaba ni me entrometía con sus opiniones. En cambio, por ellos era considerado más bien como de ninguna religión, más que yo creyera cuanto retenían ellos: lo que concluían, porque sabiendo que yo había estado en diferentes partes sin haber comunicado ni aceptado la religión de ellos.” Processo, pág. 174-175. Quinto Costituto del Bruno (Venezia, 2 giugno 1592) “… Y acerca de los sacramentos, y en particular el del altar y de la penitencia, nunca he dicho nada, ni retenido la opinión contraria a la terminología mencionada por la santa madre Iglesia, ni he dudado en consideración a nadie. De la fornicación y de los otros pecados de la carne refiero a cuanto he dicho en la mi otra constituto, pero sin concluir nada; y se hubiera dicho, retenido o dudado algo más, lo diría siendo mi intención purgar mi conciencia.” Processo, pág. 186187. Infine: Sommario del processo [V] Circa transubstantiationem et sacram missam [6571]. Ibi, pág. 264-265. [10]...Sommario del processo [V] Circa transubstantiationem et sacram missam. “[66]. Idem [Ioannes Muzenigus delator, N.D.R.] repetitus. Siendo necesario a veces pregustarle si había estado en Misa, respondía burlándose: «¿Qué Misa? Llevo el oficio de arte amandi»; y de la transubstanciación me habló cuando razonó de la Trinidad, diciendo que no se podía transmutar pan en carne, y que era bestialidad, blasfemia e idolatría.” Processo, pág. 264. [11]...Para demostrar la continuidad y la coherencia extrema de la especulación bruniana, a este punto se puede recordar el concepto equivalente, expresado figurada y alegóricamente en el De umbris idearum (1582) y en el Cantus Circaeus (1582), de la unión de Marte con Venus y de la victoria de éste con el primero, pacificado pero no eliminado. Una demostración de la participación bruniana a la corriente platónica renacentista. [12]...La igualdad de amor profusa de Dios y la igualdad para nosotros se encuentran y se manifiestan conjuntamente en la esencia de libertad dirigida por la voluntad, y que la

voluntad misma reconoce como propia constitución y salvación. Giordano Bruno. De gli Eroici furori. (Ed. Aquilecchia) pág. 941. Argomento del Nolano. Argomento de’ cinque dialogi della seconda parte: “En el tercer diálogo en cuatro propuestas y cuatro respuestas del corazón a los ojos, y de los ojos al corazón, ha declarado el ser y modo de las potencias cognoscitivas y apetitivas. Se manifiesta cómo la voluntad es despertada, dirigida, movida y conducida por la cognición; y recíprocamente la cognición es suscitada, formada y revivificada por la voluntad, procediendo una hacía la otra, y viceversa. Se duda, si el intelecto o generalmente la potencia cognoscitiva, o incluso el acto de la cognición sea mayor que la voluntad o que la potencia apetitiva, o incluso que el afecto; si no se puede amar más que entender, y todo lo que en cierto modo se desea, en cierto modo aún se conoce, o al contrario; donde es común llamar al apetito cognición; porque nos cuidamos de los peripatéticos, doctrina en la que hemos sido alimentados y nutridos en la juventud, llaman cognición tanto al apetito en potencia como al acto natural; donde todos los efectos, fines y medios, principios, causas y elementos distinguiendo en primera-, media-, y últimamente conocidos según la naturaleza, llegan a la conclusión de concurrir el apetito y la cognición. Se propone infinita la potencia de la materia y el auxilio del acto que no hace la potencia vana. De este modo no está terminado el acto de la voluntad sobre el bien, como es infinito e interminable el acto de la cognición sobre del verdadero: donde, ente, verdadero y bueno son tomados por el mismo significante acerca de la misma cosa significada.” No se daría, luego, superación eterna sin que la imagen del Uno (el universo bruniano en cuanto universal) sea considerada como in-dividida e in-separada por el mismo Uno, como bien se deja entrever en el discurso bruniano, expuesto al final de los Heroicos furores, en su último Diálogo. [13]...De este modo la especulación bruniana une el aspecto cualitativo, eminentemente creativo y dialéctico, con la característica cuantitativa, sobretodo dialéctica. [14]...En el ambiente académico inglés del tiempo en que Giordano Bruno desarrollaba las argumentaciones del De l’infinito, Universo e mondi el concepto de la propiedad separada y la intención que quería fundar el proceso de la alienación –el ser para el otro – encuentran una reformulación especial en las comunidades calvinistas de reciente formación, pero fieles seguidores del punto de vista intelectual de las doctrinas aristotélicas (véase, por ejemplo, la Universidad de Oxford): el concepto de la propiedad separada se transformaba de hecho en el del interés comunitario prevalente, mientras el fundamento de

alienación se concretizaba precisamente en la forma material –prueba religiosa del favor divino – del beneficio capital. La fusión entre concepto tradicional de Espíritu (absoluto de la mediación) y nueva impostación económica-social y política burguesa será entonces, por la especulación bruniana, objetivo polémico continuo y peligrosísimo. Basta recordar a este punto el escándalo suscitado en los cenáculos intelectuales y políticos de la Cena de le Ceneri y la defensa y represalia actuada por Bruno con la sucesiva obra: el De la Causa, Principio e Uno. [15]...La relación entre principio y fines (o “diferencias”) se ofrece en el paso de la inteligencia al inteligible, y en la constitución de éste por parte del intelecto. [16]...En la especulación bruniana la inteligencia es inmediatamente inteligible por el intelecto. [17]...La identidad de la inteligencia se manifiesta en la unidad infinita del múltiple, a la cual ofrece espacio y tiempo. [18]...La igualdad-a de la tradición platónico-aristotélica se transforma, en la especulación bruniana, en la igualdad-en. Una igualdad que no se pierde ni se aliena. [19]...La dialecticidad creativa en el infinito de la unidad sustituye y disuelve el límite de la detención y determinación de la necesidad, uniforme y conforme, a través de la abierta y creativa pluralidad de las potencias. [20]...Contra la terminación del universal el amor, como corazón vivo y pulsante de la libre e igual diversificación del existente, disuelve la imagen absoluta de la producción continua y uniforme, sujetada al principio de la convergencia y concentración de las finalidades propias y necesarias del plexo originario de la causa. [21]...La naturaleza-materia infinita, propuesta por la especulación bruniana, es la unidad inalienable del elevado y universal acto creativo. [22]...La libertad de movimiento y de existencia se expresa –en el sentido que es capaz y puede expresarse – solamente al interno del vínculo universal del amor igual: es por el amor igual que los astros solares y los planetas terrestres se modifican recíprocamente según la libertad del relativo movimiento creativo. [23]...La materia ideal ofrece la profundidad infinita del movimiento dialéctico: la posibilidad de una reconducción común y de una recomposición al movimiento de continua diversificación natural. [24]...El concepto de la recomposición con el originario y la consecuente regeneración

universal sustituye la tradicional creencia en una distinción más-allá-mundana entre Paraíso, Purgatorio e Infierno. Sommario del processo [VI] Circa Infernum. [72-81]. Processo, pág. 266-267. [25]...Una relación que no cesa la visión y la acción que une (no separa y distingue) la oposición a la unidad que, al mismo tiempo, considera como insuperable la oposición misma, en razón de su infinitud, dada por la invisibilidad del Uno. [26]...He aquí, de nuevo, la raíz de la crítica bruniana a la creencia tradicional en el másallá-del-mundo. [27]...Esta es la razón más profunda, teológica más bien pseudoteológica (Processo, nota n. 25, pág. 134), que no el supuesto riesgo de invalidación del significado literal de algunos versos de las Sagradas Escrituras, por la que la Inquisición defiende enérgicamente el tema aristotélico de la inmovilidad central terrestre, sea en el caso del proceso bruniano, que en el de la abjuración impuesta a Galileo. Sin este tema, de hecho, desaparece todo el lugar imaginativo de abstracción que constituye el fundamento de la construcción dogmatica de fe (separación de las almas de los cuerpos, por un juicio absoluto y una definitiva sistematización del existente en las construcciones fantasmagóricas opuestas y separadas del Paraíso, Purgatorio e Infierno). [28]...En la especulación bruniana la vida es materia, en la forma de su infinita actividad. Contra el esquema abstracto que es inicialmente propuesto por Plotino, desarrollado por Proclo, y adoptado, al interno de la sistematización católica del mundo, por Tomás de Aquino, hasta los pesadores platónicos y neo-pitagóricos del Renacimiento, la inseparabilidad e inalienabilidad del Alma universal bruniana sustrae necesariamente espacio a la abstracción del Intelecto y a la implícita posición absoluta del Bien. [29]...Las leyes del materialismo dialéctico como se han realizado históricamente (F. Engels) – es decir las leyes del paso de la cantidad a la cualidad, la ley de la compenetración mutua y recíproca de los opuestos y la ley de la negación – podrían encontrar ya no una simple anticipación, sino una crítica revisora en los fundamentos brunianos, en relación, a la asignación de la virtud creativa a la materia, a su expresión a través de relaciones dialécticas (cuando exista, precisamente, identidad entre razón y deseo imaginativo material) y su inalienabilidad o inseparabilidad (que coincide con la fe en el ideal-real de la igualdad infinita que ofrece la recomposición de la unidad con el originario). Solamente esta inalienabilidad e insuperabilidad – en su completa superación – efectúa la verdadera y

efectiva, correcta, posición que no conserva, integrándole en una nueva fase, las negaciones históricamente determinadas (a nivel natural o social), sino más bien pone en cuestión el absoluto de esta procesualidad y de su aparentemente desarrollo autónomo. [30]...Esta es, precisamente, la unidad e inseparabilidad entre creativo y dialéctico. [31]...Es la ley de la auto-conservación que de hecho establece la dirección general de todos los movimientos de cada cuerpo celeste, que determina la continuidad de movimiento. Es este principio que estable la igualdad cualitativa de los movimientos de todos los cuerpos celestes y hace posible también su igualdad cuantitativa, de sustancia o de relación (por ejemplo la presencia de un igual movimiento rectilíneo, la misma composición elemental o la reciprocidad de los motores). [32]...Medida separada y universal es el Uno de origen pitagórico, retomado dentro de la tradición formal y abstracta platónico-aristotélica. [33]...El Ser no es Uno, ni el movimiento está ordenado a él. Al contrario, Bruno sostiene que el Ser es muchos: muchos que, en su innumerabilidad, contemplan la ausencia de orden, la libertad de generación, la autonomía del deseo. La posibilidad de un movimiento que tiene juntas la unidad creativa y la diferencia dialéctica, el desarrollo en sí de la materia. [34]...También en este caso parece tener movimientos argumentativos racionales de tipo hermético. [35]...En este sentido el Universo puede ser definido, según una prospectiva teológica, como el Hijo: el amor creativo e igualador. [36]...El universal como movimiento infinito es unidad invisible y visible: libertad y relación de movimiento (finitud), que se multiplica en su misma apariencia, que es oposición al simple determinado e ideal realización. [37]...La ideal realización, es decir la unidad puesta por el amor igualador, conlleva la imaginación de un deseo difundido universalmente, como causa de la formación, conservación, desarrollo y transformación de los existentes (continuamente creables y manifiestos en las reciprocas relaciones de determinación). De este modo el sujeto bruniano se des-puntualiza, se disipa y se ilimita: la función de términos neoplatónicos tradicionales de Bien e Intelecto en el Espíritu permite a este último de estar presente al interno de las relaciones cosmológicas como unidad inseparable del acto creativo y aparecer de este modo como potencia infinita (extremo). [38]...Aquí quizás Bruno, repensando la teoría medieval del impetus, readaptada a la

nueva y universal red de centros gravitatorios, constituidos por las masas de los astros solares o de los planetas terrestres, desarrolla unas argumentaciones que podrán ser confrontadas con la concepción newtoniana de la masa inercial y leibniziana de la vis viva. [39]...Como en cambio sucederá en la posterior construcción dinámica newtoniana. [40]...Los cuatro elementos, de hecho, permanecerían de dos en dos y aislados: no se implicarían entre ellos, quedando inertes. [41]...El aire debería poder penetrar al interno de la composición formada por el agua junto al elemento árido, quedando como sustento externo y apareciendo entonces como portador de dicho compuesto. [42]...El elemento ígneo debería poder permitir la elevación en vapor del agua y la reacción sintética vital capaz de aglutinar lo árido, inspirando sucesivamente en ella el calor vital. A este punto parece importante recordar, en su estructura y articulaciones, la especulación cosmológica-fisiológica de Empédocles.

CAPITÚLO QUINTO. CONCLUSIONES Los mundos, el universo y Dios La ética físico-teológica del principio creativo y dialéctico disuelve la impostación tradicional del pensamiento y de la praxis. El vínculo religioso se invierte y altera en la fe abierta y libre, el concepto de la aplicación del poder se disuelve en el abierto y amoroso impulso que quiere y pretende libertad e igualdad. Naturaleza y Razón mueven a la liberación corpórea celestes y humanos, deshaciendo el abrazo mortal y feroz del Uno necesario y de orden, recomponiendo la visión y la praxis beatíficas de la antigua Tríada.

Queriendo por tanto llegar a una primera conclusión a lo largo y articulado discurso racional bruniano, se debe observar que la posición del principio creativo en la libertad e igualdad de los sujetos naturales (“mundos”) quiere y pretende hacer valer la unidad del amor igual, la actividad universal de recíproco reconocimiento y sensibilidad en el mantenimiento de las recíprocas expresiones vitales (transformativas). Fragmentada y deshecha, por tanto, la disposición absoluta del absoluto, presente en el esquema abstracto neoplatónico-aristotélico, que predispone conjuntamente – a través de la doctrinariedad de los fines y de las realizaciones (la presuposición de finalidades reales y objetivas, prioritarias y separadas) – el proceso del instrumento (de afirmación) y de la misma fe, la igualdad de sí equilibradora de la materia bruniana, que se hace universal, mantiene expuesta una multiplicidad abierta. Es en ella que se constituye el espacio infinito al interno del cual los cuerpos celestes son producidos, se mueven y buscan la propia recíproca conservación. Como al interno de una conciencia abierta e infinita, la Tierra en órbita en torno al Sol y la Luna en órbita en torno a la Tierra, por seres animados y vivientes que buscan recíprocamente la propia conservación, llegan a ser lugares en los cuales otros seres animados vivientes se generan, se alimentan, viven y mueren, buscando igualmente la propia recíproca conservación. Naturalmente, cuerpos celestes y cuerpos que viven en ellos son igualmente constituidos por la misma confluencia de elementos, con oportunas variaciones sostenidas por la obra de acción-reacción de los “contrarios”. Si el predominio del elemento ígneo caracteriza la acción de los cuerpos solares, y al contrario el predominio del elemento acuoso define la acción contraria de los planetas terrestres, la unidad y la contemporaneidad de estas acciones se realiza a través del éter: el éter representa entonces la invisibilidad y la visibilidad de la igualdad que equilibra en sí misma todas las cosas.[1] Si como idea tiene el valor vivificante e inmanente del espíritu, como materia se presenta bajo la acción del aire: sin embargo, más profundamente, tiene el

valor de la fuente unificadora de los elementos de la tierra y del agua. Espíritu, aire y unidad terrestre, el éter bruniano puede condensarse (vapor) por efecto del frío cuerpo terrestre, o evaporarse y diluirse por efecto del cuerpo solar (flama). La flama, tendencialmente invisible y activísima, se hace fuego cuando se junta con materia comburente. De este modo el éter es la unidad indiferenciada, que se hace diferencia y comienza a ser operante a causa de la proximidad y a la inducción de la actividad generada por la diversidad de las materias.[2] El invisible y el visible, la idea y la materia, dan lugar a una oposición fundamental entre una diferencia originaria y la distinción que transforma la unidad indiferenciada en una dialéctica de formas operantes. La relación que une entonces el primer elemento al segundo –la recomposición unitaria subyacente a la apariencia de la oposición (en la inmediata concretización cosmológica bruniana la dialéctica operante entre los astros solares y los planetas terrestres) – no deja espacio para otro, que intervenga para incidir y confirmar su separación: es en cambio el aparecer de la diferencia originaria – lo que precedentemente había sido definido a través del concepto dialéctico de la presencia del Uno por su infinito de imagen (el “doble” plural de Naturaleza y Razón) – que re-moviliza el conocimiento del devenir (la transformación de la unidad indiferenciada en distinción) al ser que le está al origen. De este modo la imaginación del ser-otro está desde el mismo origen, nunca es separada y proyectada más allá de sí misma, en una posición inferior y subalterna, funcional:[3] no tiene por tanto necesidad de intervenciones extrínsecas, que dividan, separen y opongan entre sus sujetos naturales y adjetivos (aportes) divinos, recomponiéndoles luego en virtud de opuestos movimientos de atenuación o dilatación etérico (espiritual), a través de eventos guiados y queridos de disolución de la potencia natural y de su opuesta concentración en el abstracto.[4] La afirmación que pretende que la imagen del ser-otro (devenir) esté desde el origen –o como se podría decir, que esté en el Ser, que es el origen – lleva consigo la afirmación de la infinita y abierta creatividad del Uno, expresada universalmente en la multiplicación de los mundos.[5] Entonces la fuerza y la memoria de esta infinita y abierta creatividad constituirán la comprensión de la igualdad y de la libertad del ánimo operante, verdadera y efectivamente universal (perfectamente difundido). Sin la idea sintética inmediatamente aplicada o aplicable, los átomos del universo bruniano precisamente representan la continuidad del gesto creativo, su abierta e ilimitada expresividad (“infinita potencia

pasiva”) y su eterna duración (“infinita potencia activa”).[6] Sin olvidar la unidad que los somete y unifica: el fundamento del ánimo perfecto, la verdadera y buena Providencia del amor igual.[7] En la especulación bruniana la verdadera y buena Providencia, fundamento a través del amor igual del ánimo perfectamente operante, verdadera y efectivamente universal, aunque presente como unidad en el operado, más que actuar haciendo valer la unicidad del término, trabaja permitiendo y haciendo valer la diversidad y la reciproca diversificación. No es entonces por una unidad necesaria, que funja como término progresivamente reductivo y hegemónico, que el sujeto espiritual debe actuar: más bien el sujeto espiritual, en cuanto que actúa, actúa posiblemente. Actúa para reabrir una posibilidad abierta: el lugar en el que todos los sujetos vivan y operen paritaria y diversamente, sin ninguna presuposición de una organización jerárquica abstracta y separada. Una organización que use la coordinación de un trabajo humano para imponer una serie ordenada de necesidad, generando el sufrimiento respecto a lo natural y, por reacción, la actitud dominadora y destructiva (la violencia). [8] De este modo la vocación univocadora –el Uno reductivo, necesario y de orden de la tradición neoplatónica-aristotélica, desarrollada hasta los albores de la contemporaneidad (G.W.F. Hegel y K. Marx) por medio de la absolutización moderna del aspecto productivo – construye el espacio abstracto para la medición de una disposición absoluta, que sea capaz de presentar en manera neutralizada cada determinación individual, la variabilidad impredeterminada e ilimitada, que el acto creativo bruniano lleva en sí mismo, y la infinita división de las materias, que asimismo acoge y expresa, constituyen conjuntamente, como acto y potencia inseparables, la imagen del amor multiplicativo, fuente brillante y generativa del ser libre e igual. Como última y definitiva conclusión del discurso racional bruniano se debe entonces subrayar cómo la imagen in-separada del originario – y por tanto imagen viva y real – de la unidad del amor igual (el ser por-sí y en-sí de la materia) provea ya sea el concepto de razón como deseo imaginativo infinito, o bien sea el de naturaleza como eterna pluralidad y creativa diversificación, los cuales, combinados, son capaces de disolver la separación abstracta y violenta del trabajo y de la acción del hombre, su rígida y jerárquica organización y su inmóvil e inamovible fin de dominio, resolviéndole los efectos y los resultados dolorosos, aniquiladores y violentos a través de la alteración de la progresividad de la discriminación y de la exclusión, operadas a nivel político-social, antes de tener efecto

en ámbito natural con la progresiva destrucción de la autonomía del proceso de elaboración positiva de las relaciones. “Fuerza y virtud de la naturaleza”, el amor creativo y multiplicativo es el “principio” capaz de esta inversión: de hecho, como principio dialéctico, se abre como relación (ofreciendo la apariencia de una recíproca alteridad), pero para referirse como razón interna a ella, elevada, constituyéndose a través de una multiplicidad ideal, para garantizar la verdadera y buena libertad e igualdad universal. De hecho sólo la universalidad de la libertad y de la igualdad, una vez reconocida, permite la recomposición sumamente activa de la apariencia de recíproca alteridad, resolviendo la posible fractura y rotura de la imagen unitaria (imagen del Uno). Es ésta, entonces la perfección universal que no separa de sí los propios miembros materiales, sino que los incluye, como si fueran propias proyecciones soñadas.[9] Auto-creativo y dialéctico, el principio bruniano se mueve en único espacio, capaz de unir libertad e igualdad: y por ello un espacio infinitamente abierto. Infinitamente abierto significa inseparable, intransferible, inalienable – y la libertad y la igualdad no puede ser separadas entre ellas, sentencia su reciproca pérdida – o bien in-graduable e in-ordenable. Al contrario ordenador, siempre presente: como idea y materia. Vida y operación. Ilimitadas. Capaces de hacer reconocer por medio del re-desvelamiento de la razón constituida por la multiplicidad ideal, cuánto y cómo el orden actual importe solamente la propia necesidad. Abriendo la relación y recordándole la infinita creatividad, ellas de hecho disuelven la concentración del poder en un único sujeto y en un único órgano, difundiéndolo universalmente y sin instrumentalización. Disuelven de hecho la subordinación y la prioridad absoluta, separada, del instrumento regulador (el Hijo y el Cristo dogmáticos, el Espíritu negativo y aniquilador), asegurando la igualdad intrínseca, imperdible en cuanto donada directamente, e infinitamente, por Dios (el Hijo y el Cristo no dogmáticos, el Espíritu abierto y creativo).[10] La igualdad del Espíritu (real y verdadera “alma interior”), en su amorosa operación vital y santificante. Eternamente capaz de la aparición milagrosa y racional de la Naturaleza.[11]

NOTAS [1]...Se puede hacer una comparación entre la función del éter en el universo y universal bruniano y la presentada por la relación inmediata entre el dios aristotélico y el cielo del “primer motor”. Tanto que esta última de hecho constituye la línea del desarrollo y del devenir existencial aristotélico, en cambio la primera relanza la abierta y diferenciadora universalidad creativa. Si dicha relación inmediata construía un espacio abstracto por el cual y en el cual la determinación univocadora de orden procuraba la convergencia de todos los actos de existencia a él inferiores y externos, esta apertura de multiplicación garantiza, en el amor recíproco, la igual libertad de relación de todos los procesos de individuación. Dicha relación constituía la razón de alienación y aniquilación de las voluntades particulares, asimismo y contraria esta apertura constituye el ámbito que le garantiza y estimula la realización. De hecho, mientras el espíritu, el alma y la materia aristotélicos podían y debían quedar distintos y ordenados, con la finalidad que una sucesión absoluta pudiera garantizar la limitación y la necesaria jerarquía de las funciones existenciales (determinante, unificadora y productiva), el espíritu, el alma y la materia brunianos constituyen el Uno inalienador, que se demuestra por medio de las iguales titularidades del impulso vital de las partes de infinito. [2]...El sentido y significado racional de estas afirmaciones puede ser deducido por lo explicitado en la nota precedente, a propósito del Uno, constituido por el espíritu, alma y materia bruniana. [3]...La imagen bruniana no es por lo tanto separada: no hay manifestación del ser-otro. Posición opuesta parece en cambio la que se expresa en la definición hegeliana del ser natural. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas (compendio): “La naturaleza se ha dado como idea en la forma del ser-otro. Porque en ella la idea es como el negativo de sí misma o bien externa a sí, no sólo la naturaleza es relativamente exterior con respecto a esta idea, sino la exterioridad constituye la determinación en la cual ella es por ser naturaleza.” § 192. Pag. 123. [4]...En la concepción bruniana no hay imagen distinta del ser-otro, que deba ser llevada a un originario separado, que contenga en sí misma las determinaciones obligatorias a la unificación y a la producción material. Al contrario una igualdad por sí misma en movimiento y que tiene relación solamente con sí misma constituye la apariencia de una

oposición infinita, que rompe e impide cualquier interposición de una alteridad dividida (distinta y separada), demostrándose en cambio como trascendencia inmanente a la conciencia del Ser. Trascendencia inmanente capaz de movilizar y ennoblecer, en cantidad de infinito deseo, la imagen extrínseca de la materia como creación y abierta (libre, igual y amorosa) diversificación. Tanto la interposición de una alteridad dividida (distinta y separada) opone los dobles procesos de la liberación y de la sujeción natural, como la igualdad considera la naturaleza completa como liberación. [5]...Que la imagen (ser-otro) no sea separada significa que la oposición infinita bruniana tiene en sí misma la unidad de una recomposición con el originario inalienable y no como instrumento. Ella debe constituirse como fuente de la creatividad inexhausta y continua, impredecible e improgramada, a través de la cual el Uno ofrece, para nosotros y en nosotros, manifestación activa y operante de sí mismo (el amor igual). [6]...Summario del processo [IX] Circa aeternitatem mundi [101-109]. Processo, pág. 272-273. [7]...El devenir bruniano es la materia en su ser creación y abierta (libre, igual y amorosa) diversificación: actividad operante del Espíritu en la propia inalienabilidad e igualdad (intelecto racional divino). La infinita y abierta creatividad del Uno (Espíritu-Materia) se expresa entonces en el infinito deseo que tiene en sí mismo todo el poder imaginativo (la razón bruniana es el deseo imaginativo). Sin separación entre deseo e imagen y sin exposición de una idea sintética que ordene la necesaria conexión y organización de los eventos vitales, el concepto bruniano de naturaleza como liberación (que reviste y llena dentro de la razón como deseo imaginativo) reabre y legitima el uso común (paritario y libre) del deseo y de la imaginación. [8]...Uniendo deseo e imaginación la obra bruniana impide la coacción de la reflexión y la constitución de un ámbito tanto necesario como contingente. De hecho tanto cuanto la institución de éste último, para vitalizarse, predispone el inmediato reconocimiento de la necesidad de una organización jerárquica, en el procedimiento de determinación y unificación del trabajo humano, demostrando en el concepto de naturaleza como sufrimiento el ideal y la exigencia de una serie graduada y siempre más depurada de necesidad, la unificación bruniana inmediata entre deseo e imaginación disuelve inmediatamente la necesidad de la exteriorización, y su interna propuesta racionaría. Ningún trabajo resulta más organizado, distinto e insolado para la superación de una supuesta, violenta y

destructiva, dominación natural. Ningún poder es ahora creado por similares voluntades de fuerza y aniquilamiento. Oponiéndose a la individuación absoluta de la finalidad existencial y productiva, la abierta posibilidad bruniana reúne en la igualdad y en la libertad todos los sujetos de acción (espíritus auto-materializados), considerando en su profunda unidad el concepto de la feliz, natural y espontanea creatividad intelectual (o bien material). [9]...Como si Bruno readaptase el tradicional platonismo cristiano de los primeros Padres de la Iglesia a su concepto de creación como infinita apertura, su especulación subraya cuanto, en su apariencia creativa, el amor igual (el Hijo incrustado en el Espíritu) demuestre la diversidad como constitución propia, como motor inalienable de movimiento y determinación, individual y colectiva (ánimo universal). La imagen material y oscura del Uno –recuerda el concepto teológico de la “Noche” en la Lampas triginta statuarum – podría encontrar posibles confrontaciones sea en la tradición filosófica pre-moderna –como el abismo divino de Meister Eckhart – así como en la pictórica representación renacentista, por ejemplo en la particular propensión de Battista Dossi de la representación movida por el sueño nocturno. Por no hablar de la ligereza del amor creativo y multiplicativo sugerida por las representaciones pictóricas de Dosso Dossi, hechas en la presentación alegórica de Júpiter mientras pinta mariposas. [10]...He aquí, de nuevo, el modo inefable de la Encarnación de Cristo, sostenido por Bruno como si fuera una real y verdadera gracia de fe (con cercanía a las posiciones luteranas y evangélicas), y la razón de su duda en cuanto a la definición dogmática tradicional. Sommario del processo [II] Circa Trinitatem, divinitatem et incarnationem [2440]. Processo, pág. 253-259. De aquí procede su intencionalidad crítica con la completa sistematización dogmática utilizada por la tradición eclesiástica cristiana (Sommario del processo [XIII] Contra determinationes Ecclesiae [130-132]; [XIV] Circa doctores Ecclesiae [133-135]. Processo, pág. 276-277), su deseo de una nueva religiosidad capaz de restablecer la antigua y verdadera religión, y finalmente su rechazo a la función mediadora absoluta con respecto a la salvación asumida por toda institución temporal eclesiástica (Sommario del processo [I] Quod frater Jordanus male sentiat de sancta fide catholica, contra quam et eius ministros obloquutus est. [1-23]. Processo, pág. 247-253) y de los consecuentes instrumentos sacramentales adoptados y operados por ellos (Sommario del processo [V] Circa transubstantiationem et sacram missam [65-71]. Processo, pág. 264265).

[11]...Abriendo la relación que une vida y operación, difundiéndola y haciendo de ella partícipes todos los seres, el Espíritu igualador presente en el amor multiplicativo disuelve la correlación que el poder de un único sujeto (órgano instrumental) predispone entre la necesidad del orden y el orden de la necesidad, poniendo en su lugar –casi con un retornar conjunto de neoplatonismo y neorrealismo – la única posibilidad universal, inseparable, que se expresa a través de la razón de una abierta e no-prejuzgada multiplicidad, de potencias y de voluntades directrices.

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EL AUTOR Ulliana Stefano graduado en filosofía (1993) y tiene el título de Dottore di Ricerca en filosofía (2002) en la Università degli Studi de Padua con dos tesis sucesivas sobre el pensamiento de Giordano Bruno. La primera –titulada La metalogicità dell’Ars memoriae bruniano – traduce y comenta el Ars memoriae, que es parte integrante y preponderante del texto tradicionalmente conocido con el título de De umbris idearum; la segunda –tiene como título Il concetto creativo e dialettico dello Spirito nei Dialoghi Italiani di Giordano Bruno. Il confronto con la tradizione neoplatonico-aristotelica: il testo bruniano De l’Infinito, Universo e mondi ‒ busca innovar la prospectiva de los estudios brunianos, presentando en una clave teológica-política y natural original y revolucionaria el fundamento de la especulación del filósofo de Nola. El autor, actualmente profesor en las escuelas medie superiori statali de la provincia de Pordenone, es autor de ensayos, artículos y volúmenes sobre el pensamiento de Giordano Bruno. Ulliana Stefano Via Latisana, 23 33033 Codroipo (Udine) -Italia. Web-page: http://independent.academia.edu/StefanoUlliana Mailto: [email protected]

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