Polonia como antesala del Otoño de las Naciones: el ascenso de Solidaridad al poder o la revolución no violenta de los trabajadores contra el gobierno del proletariado

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Descripción

5. Polonia como antesala del Otoño de las Naciones: el ascenso de Solidaridad al poder o la revolución no violenta de los trabajadores contra el gobierno del proletariado Michelle Vyoleta Romero Gallardo

(…) el Director General del Astillero dijo a los obreros que reanudaran sus trabajos. Yo interrumpí el llamado del Director. Parándome detrás de él dije: “¿Me reconocen? Solía trabajar aquí hace 10 años y todavía me siento un trabajador del astillero porque los trabajadores confían en mí. He estado desempleado por cuatro años. ¡Ahora estamos iniciando una huelga!”.

Lech Wałęsa1

Introducción

Son varios los ejemplos de momentos en los que la experiencia de la convulsión revolucionaria ha adquirido dimensiones regionales, cuando no de conmoción mundial. Años como 1810, 1830 o 1848, permanecen como recordatorios del potencial de contagio de las ideas, así como de la mutua influencia que ejercen entre sí las crisis económicas y las crisis políticas. Para el orden internacional vigente, entre todas estas fechas, el año de 1989 guarda un significado especial puesto que su segunda mitad, el Otoño de las Naciones, vería caer pieza por pieza regímenes y símbolos del bloque liderado por la Unión Soviética, hasta acabar por entero con el equilibrio político de la Postguerra. Al hablar del mundo del socialismo real es inevitable despertar toda clase de pasiones, la mayor parte de ellas contradictorias. Quienes le recuerden con nostalgia o como un experimento válido –o hasta liberador– para lograr un orden social que se elevara sobre las desigualdades y la explotación, siempre tendrán encuentros y desencuentros con quienes conducen una lectura de la historia en la que lo más evidente de ese sistema fue la inmensa asimetría entre la nomenclatura y los ciudadanos de las repúblicas populares, el 1

Lech Wałęsa, The Road to Truth. Autobiography, Varsovia, Lech Wałęsa Institute Foundation, 2008, pp. 104-105.

hambre de estos últimos, la persecución de las diferencias etnoculturales y en general un amplio espectro de castigo al libre pensamiento, que cubrió desde el hostigamiento hasta la tortura y el homicidio, y que se dirigió lo mismo a estudiantes que a obreros, figuras religiosas e intelectuales.2 Con un ánimo que pretende alejarse de las militancias para morar estrictamente en el plano del análisis académico, el punto sobre la agonía de un régimen otrora fortalecido por su omnipresencia en la vida de sus ciudadanos mediante diferentes tipos de violencia, es lo que conecta al presente capítulo con el esfuerzo de sistematizar el estudio de la relación entre violencia, sociedad y poder. Esto particularmente cuando el camino por controlar el Estado por parte de los opositores del gobierno del proletariado tomó por lo general la forma de revoluciones no violentas. En consecuencia, este fenómeno resulta de interés en la construcción de la respuesta sobre si puede controlarse a la violencia sin hacer uso de violencia. Para William Outhwaite, al anterior rasgo de la naturaleza pacífica de la caída del socialismo (que se logró a partir de acuerdos o pactos entre las viejas élites y la oposición), pueden sumarse como características compartidas por prácticamente todos los integrantes de su imperio: la fractura, una vez que alcanzaron el poder, de los movimientos que lograron la transición; la aplicación de una “terapia de shock” económica y social para instaurar por entero las economías de libre mercado, con consecuencias como el cierre de empresas, desempleo y altas tasas de suicidio durante los siguientes dos a cinco años a partir de su implantación, y la exposición/acusación de personajes de las viejas élites y de miembros de la oposición que colaboraron encubiertamente con ellos.3 Outhwaite lleva la atención a que cada proceso nacional tuvo matices y particularidades; mas a nivel de esquema, éstos fueron los componentes del cambio en el poder sin (demasiado) derramamiento de sangre y del escenario al que se abrió paso en el Centro y Este de Europa poco más de dos décadas atrás. No obstante el peso que 1989 ha cobrado para la historia de la democracia y para la configuración actual de la hegemonía global, con frecuencia busca resaltarse que antes que 2

Lo cual no implica una presunción automática de que no existiera esta clase de violencia fuera del bloque socialista. 3 Cfr. William Outhwaite, “What is Left After 1989?”, en George Lawson, Chris Armbruster, Michael Cox, The Global 1989: Continuity and Change in World Politics, Nueva York, Cambridge University Press, 2010, p. 79.

nada, fue un año de coyunturas. A la par de estos indiscutibles puntos de quiebre, vale la pena reparar en otras condiciones de gestación más prolongada que contribuyeron a la implosión del socialismo real. Esta tarea de mirar hacia la antesala del Otoño de las Naciones comporta el reto de discriminar entre todos los antecedentes disponibles en una región de alta complejidad geopolítica. Por ejemplo, la percepción en las repúblicassatélites acerca de que la influencia en sus sistemas políticos por parte de Rusia estaba impregnada de un carácter impositivo e intrusivo con sus propios desarrollos endógenos, sin duda tuvo una expresión constante a finales de los años ochenta, pero escapa al objetivo de este estudio remontarse hasta sus orígenes.4 Por el contrario, sí atañen a este espacio los eventos que un par de décadas antes de las revoluciones pacíficas configuraron la incapacidad del régimen para continuar manteniendo bajo control a la inconformidad social por sus medidas económicas y políticas. Por haber constituido un episodio pionero, muestra de que era posible tener una trayectoria desde la toma de fábricas y calles hasta la inserción dentro de estructuras de gobierno, el estudio de caso a partir del cual se trabajará este capítulo es el de la lucha del sindicato polaco Solidarność (Solidaridad), a partir de las décadas de precariedad económica que le hicieron surgir en 1980 y con un fin en 1989, cuando este movimiento logró un triunfo considerable en las primeras elecciones parlamentarias medianamente libres dentro del bloque socialista, y año también en que se colocó a uno de sus miembros como Primer Ministro de la entonces República Popular de Polonia.

Primera escena: 500 días de solidaridad y paciencia

Como se analizará más adelante, por siglos Polonia consideró a la insurrección como una parte relevante de su experiencia de “lo nacional”. Sin embargo, durante la era socialista esta tradición estuvo mediada por la advertencia de los eventos ocurridos en Berlín en 1953, en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968, donde las mantas de protesta se encontraron cara a cara con cañones de tanques y quedó claro que la inconformidad no era

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Ello requeriría situarse por lo menos a mediados del siglo XIX. En cualquier caso, esta actitud no deja de ser interesante al suponer un corte histórico significativo, con respecto a la época en que las élites políticas e intelectuales de Europa Central y del Este profesaban una plena identificación con las respectivas élites rusas y alemanas.

un sentimiento avalado por el gobierno del proletariado. Dentro de este marco, el choque entre la sociedad polaca y su Estado-partido surgido en 1945 fue frontal en tres momentos específicos de crisis y ruptura: i) Las protestas de trabajadores de Poznań en agosto de 1956 (que costaron el puesto de Secretario General a Edward Ochab, con lo que se desmanteló la corriente estalinista en Polonia); ii) La represión y asesinato en 1970 de docenas de trabajadores en la costa del Báltico, que protestaban por el drástico aumento de los precios de la carne justo antes de Navidad (situación que llevó a otra renovación del Secretariado General, que entonces pasó a manos de Edward Gierek); y iii) La crisis de dieciséis meses iniciada en 1980,5 que con el tiempo también costaría su posición a Gierek y que haría posibles los quinientos días de florecimiento de Solidaridad como un movimiento de masas. Con la ubicación en 1970 de Edward Gierek a la cabeza del Partido Polaco de los Trabajadores Unidos (PZPR, el Partido Comunista de ese país), se recurrió como plan de legitimación a la promesa de lograr una segunda Polonia; es decir, una que fuera próspera económicamente como no lo había sido antes. La estrategia de crecimiento dinámico de Gierek apuntaba a una modernización dependiente del crédito de economías capitalistas y de bienes importados. Esto inauguró un periodo de reformas económicas que en primera instancia no fue necesario acompañar de una reforma política, pues la apuesta de los gobiernos occidentales que respaldaron este proyecto fue que su ayuda económica induciría automáticamente la liberalización política en Polonia, y no presionaron para que hubiera cláusulas específicas a ese respecto como condicionantes de sus recursos. Por otra parte, al no modificar las reglas oficiales del Estado, Gierek “(…) podía asegurar a los soviéticos que no estaba destruyendo ninguno de los pilares del modelo socialista de sociedad”,6 con lo que literalmente contaba con el beneplácito de ambos mundos para echar a andar su proyecto estatal.

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Cfr. Adam Zwass, Incomplete Revolutions: The Successes and Failures of Capitalist Transition Strategies in Post-Communist Economies, Nueva York, M. E. Sharpe Inc., 1992, p. 56. 6 Michael D. Kennedy, Professionals, Power, and Solidarity in Poland: A Critical Sociology of Soviet-type Society, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, p. 43.

Estos ingresos nuevos de la República Popular de Polonia se implementaron preferentemente en el desarrollo industrial y muy poco se invirtió en la agricultura (fuere en su tecnificación o en el incremento de la producción mediante fertilizantes). Al nulo aumento del rendimiento del campo (85% del cual continuaba como propiedad privada) se sumaron años de malas cosechas en el lapso de 1978 a 1980,7 todo lo cual repercutió en el aumento de los precios de los alimentos y en que tuviera que limitarse el consumo mediante raciones preestablecidas por el Estado. En una imagen familiar en todo el bloque socialista, con horas de anticipación al momento en que abrirían los establecimientos de víveres se formaban filas en las que mujeres mal alimentadas esperaban al lado de veteranos de guerra. Las líneas, que sufrían bajas a medida que unos u otros se desmayaban por su debilidad, resultaban todavía más desalentadoras que el hambre misma para muchos ciudadanos. Esta ecuación de malas cosechas, opresión social y hambre ha constituido históricamente una fórmula segura para que se haga presente la violencia en las calles, y el escenario por el que atravesaba Polonia se encontraba justo al filo de ese estallido. A pesar de la inercia de dichos factores estructurales, eventos de coyuntura internos y externos a este país llevarían a que la revolución que inevitablemente se avecinaba fuera pacífica, al menos por parte de los ciudadanos que participaron en ella. Todo comenzó el 1 de julio de 1980, cuando las autoridades subieron los precios de la carne e inmediatamente estallaron huelgas de trabajadores en las zonas urbanas de Polonia. El llamado al paro de labores no se declaró en una sola fábrica, sino en regiones completas del país y tomó hasta la primera mitad de agosto extinguir la mayoría de las huelgas con negociaciones fábrica por fábrica (en una táctica de división del enemigo por parte del gobierno), y mediante la promesa de elevar los sueldos y brindar garantías de seguridad en el empleo para quienes habían participado en estas acciones.8 En este ambiente de efervescencia, el 14 de agosto estalló también una huelga en el astillero Lenin, de la ciudad de Gdańsk, en el Báltico. Semanas atrás, antiguos trabajadores del astillero habían intentado comenzar una huelga que acompañara la ira de los obreros en

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Cfr. Wolfgang Benz, Hermann Graml, El siglo XX. II Europa después de la Segunda Guerra Mundial 19451982, tomo 2, Madrid, Siglo XXI, 1986, p. 470. 8 Cfr. Antoni Dudek, “The Carnival”, en Adam Borowski, The Road to Independence. Solidarność 19802005, Varsovia, Oficyna Wydawnicza, 2005, p. 17.

las otras ciudades por el alza en los alimentos, mas la convocatoria no había tenido eco entonces.9 Para el 7 de agosto las condiciones locales habían cambiado: en esa fecha la gerencia del astillero había despedido a la operadora de grúa, Anna Walentynowicz, bajo la acusación de robo (Walentynowicz había estado juntando restos abandonados de velas para derretirlas y crear así una nueva, destinada a la memoria de los trabajadores asesinados en 1970). Una semana después se propuso entre las causas para la huelga la demanda de que se regresara el empleo a Walentynowicz, lo que proporcionó un plano con el que los empleados del astillero podían identificarse directamente. Para que en esa ocasión los obreros sí apoyaran el paro de labores, resultó igualmente decisivo el hecho de que al frente de esa convocatoria se haya colocado a una personalidad que resultaría decisiva para todo el proceso de revolución de Solidaridad: Lech Wałęsa, antiguo electricista en el astillero, sancionado por sus vínculos con el movimiento obrero de una década atrás. Para el 16 de agosto, la administración del astillero había accedido a las demandas de los trabajadores sobre la construcción de un monumento para los caídos en 1970 y que hubiera incrementos mensuales de sueldo. En un acto triunfal y de desafío, incluso el diseño del memorial (que estuvo listo y develado para diciembre de ese mismo año) quedó en manos de un ingeniero del astillero que había marchado a huelga,10 Bogdan Pietruszka, y se pidió un lema para grabar en el monumento nada menos que al poeta detractor del régimen Czesław Miłosz, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, que para entonces vivía exiliado en Estados Unidos.11 En ese momento, la mayor parte del Comité de Huelga del astillero Lenin consideró que todos sus objetivos se habían cumplido y que se debía llamar a los trabajadores a poner fin a su toma de instalaciones. Los obreros de Gdańsk habrían vuelto al trabajo entonces, pero decidieron permanecer en huelga por solidaridad con otras instalaciones industriales de la costa del Báltico.12 Así, en la madrugada del 17 de agosto se conformó un Comité de Huelga Interfabril (MKS) del cual emanó una lista de veintiún demandas al gobierno, donde la consigna más importante era que las autoridades permitieran la creación de sindicatos independientes al 9

Cfr. Lech Wałęsa, op. cit., pp. 103-105. En vez de ser determinado unilateralmente por las autoridades del astillero, la ciudad y el Partido. 11 Como respuesta, “Miłosz envió un fragmento del salmo 29 en su traducción: ‘El Señor dará fuerza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz’”. Piotr Adamowicz, Andrzej Drzycimski, Adam Kinaszewski, Gdańsk According to Lech Wałęsa, Gdańsk, Gdańsk City Office, 2006, p. 66. 12 Cfr. Antoni Dudek, op. cit., p. 19. 10

Estado. Adicionalmente se exigía que se garantizaran el derecho a huelga, la libertad de expresión y de imprenta, que se reinstalaran trabajadores y estudiantes despedidos o expulsados por haber participado en las protestas de 1970 y 1976, que se liberara a los presos políticos y que se abolieran los privilegios del grupo en el poder.13 La ola de huelgas comenzó a ganar seguidores, incluyendo el apoyo público de una lista de sesenta y cuatro intelectuales (escritores, periodistas, profesores universitarios). El 17 de septiembre, en una reunión nacional de 20 comités interfabriles sostenida en Gdańsk, se decidió que se formara una sola organización, un sindicato unido pero con gran autonomía regional –en vez de seguir un modelo de federación-, que recibió el nombre de Sindicato Independiente y Autónomo Solidaridad (Solidarność, tal y como se llamaba el boletín de huelga del astillero Lenin), a la cabeza del cual se eligió a Lech Wałęsa como líder provisional.14 En un principio, las autoridades respondieron a las huelgas con concesiones, como mayor acceso de Solidaridad a medios masivos de comunicación y el permiso de editar un periódico de circulación nacional. El régimen estaba dispuesto a admitir esto de un sindicato que en el transcurso de un año logró conglomerar a 10 millones de polacos –o sea, el 80 por ciento de la fuerza laboral del país-,15 puesto que bajo el liderazgo de Wałęsa Solidaridad se conducía con lo que David Ost denomina una “política de anti-política”: se declaraba que el movimiento era de carácter social y no político, y que los trabajadores no deseaban alcanzar el poder16 (cosa que se escuchaba considerablemente distinta a las demandas de 1968, cuando si bien la intención no había sido colonizar el poder, sí se aspiraba a abolirlo). Pero estas demandas y conquistas que se aceptaban de los obreros difícilmente iban a admitirse de los campesinos, quienes comenzaron a plantear la creación de una Solidaridad rural. Después de todo, ellos constituían la clase más religiosa y anticomunista en todo el país. Tampoco se trataba de una concesión que se extendería a los

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Cfr. Lech Wałęsa, op. cit., p. 110. Cfr. Antoni Dudek, op. cit., p. 29. 15 Andrew Curry, “Poland's New Ambitions”, en The Wilson Quarterly, primavera de 2010, número 2, volumen 34, p. 36. 16 Cfr. David Ost, Solidarity and the Politics of Anti-Politics: Opposition and Reform in Poland since 1968, Filadelfia, Temple University, 1990. 14

universitarios cuando también quisieron gestionar una organización estudiantil libre del control comunista.17 1981 arrancó con este escenario contradictorio de flexibilización (restringida), y de equilibrio de fuerzas (aunque la inestabilidad se antojaba inminente, como presagió la golpiza propinada a mediados de marzo a los activistas de Solidaridad Jan Rulewski, Mariusz Łabentowicz y Michał Bartoszcze). A medida que se deterioró la economía, se reiniciaron las protestas; durante el mes de abril se volvió a racionar la carne, la harina, el arroz y los cereales.18 Pese a que para ese momento Solidaridad se desenvolvía con un sello de revolución autolimitada para “no sacar a los lobos soviéticos del bosque”,19 como producto de la interacción de las diferentes corrientes, en su interior seguían emitiéndose claras señales de que más allá de lo que se presumía, sí era un movimiento eminentemente político. Como tal ha de interpretarse el hecho de que tras el primer congreso nacional de todas las ramas de Solidaridad el 8 de septiembre, se haya adoptado un documento llamado “Mensaje a los trabajadores de Europa del Este”, en el que se animaba a la creación de sindicatos libres en todo el bloque soviético,20 postura que por primera vez valió a Solidaridad el calificativo de orgía antisoviética y antisocialista por parte de la agencia oficial de noticias de la URSS.

La capacidad de respuesta del régimen

¿Fue ésta la primera vez que el sindicato en cuestión, lejos de parecer sospechoso, hizo sonar con toda su potencia las alarmas de la nomenclatura polaca y la soviética? No. Pero en un inicio el Estado confiaba plenamente en sus capacidades para resistir una insurrección y en cualquier caso no estaba claro que Solidaridad lo fuera. Resultó inesperado que a los pocos meses de su nacimiento, la extensión de las huelgas alcanzara convocatorias a las que respondían millones de hombres y mujeres, de tal suerte que el uso de la fuerza con el que habría sido viable aplacar a un grupo pequeño de trabajadores dejó de estar disponible en el plano de lo inmediato. Por otra parte, esto no significó que el 17

Cfr. Antoni Dudek, op. cit., p. 31. Cfr. Ibídem, p. 61. 19 Bernard Wasserstein, Barbarie y civilización: una historia de la Europa de nuestro tiempo, Barcelona, Ariel, 2010, p. 571. 20 Cfr. Antoni Dudek, op. cit., p. 65. 18

régimen no trabajara para aplicar una solución contundente tan pronto como le fuera posible y no implicó tampoco que se desistiera de las tácticas de acoso y encarcelamiento de líderes y activistas a pequeña escala. La puesta en marcha de una maniobra de mayor envergadura en la que la policía y el ejército ocuparan los puertos comenzó a explorarse con una fuerza especial cuyo nombre código era “Verano 80”,21 pero se descartó esta idea porque no se contaba con especialistas para que operaran los astilleros en ausencia de los huelguistas. Por la magnitud de Solidaridad también debió descartarse la ley marcial en esos primeros meses, pues según el ministro de defensa Wojciech Jaruzelski no debían girarse órdenes que no se pudieran hacer efectivas y no había modo de aplicar la ley marcial si todo el país se rebelaba. De allí que el Comité Central del partido haya acordado el 30 de agosto de 1980 permitir un sindicato independiente. Al día siguiente se firmaron los Acuerdos de Gdańsk,22 que originalmente sólo se querían hacer válidos para las ciudades costeras y que después, por la multiplicación de los comités de huelga, se tuvieron que reconocer para todo el país. Siguiendo a Antoni Dudek, la gran división dentro del Partido Comunista Polaco nunca contempló como sus opciones aceptar a Solidaridad o serle hostil, sino que se debatía entre su represión inmediata o dar salidas políticas al conflicto mientras se llevaban a cabo las preparaciones militares pertinentes, en caso de que el plano político no agotara los desafíos del movimiento. El ejercicio de la paciencia del Estado ante las muestras de solidaridad entre los obreros estaba instigado además desde los cuartos de guerra ubicados en Moscú. Aunque en ejecución de la Doctrina Brézhnev,23 en otoño de 1980 se habían concentrado tropas soviéticas en la frontera de Polonia con la URSS, con Checoslovaquia y con la República Democrática de Alemania, “Ya el 3 de diciembre, el Presidente de Estados Unidos Jimmy Carter advirtió que una intervención armada por los Estados del

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Cfr. Ibidem, p. 25. En los que Solidaridad respondía la garantía de libre sindicalismo y derecho a huelga con un reconocimiento del liderazgo del Partido Polaco de los Trabajadores Unidos en la causa obrera de su país. 23 Doctrina de la soberanía limitada que establecía que cada Partido Comunista era responsable frente a su propio pueblo y frente a los pueblos de otros países socialistas. Cfr. Jean A. Meyer, Rusia y sus Imperios, 1894-1991, México, Centro de Investigación y Docencia Económicas-Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 436. Con esta Doctrina lo que se establecía de facto era el “(…) derecho de la Unión Soviética a intervenir si el socialismo se veía amenazado en otro ‘Estado socialista’”. Jackson J. Spielvogel, Civilizaciones de Occidente, vol. B, México, International Thomson Editores, 2004, p. 838. 22

Pacto de Varsovia24 en Polonia afectaría las relaciones entre soviéticos y americanos”,25 así que quedó descartada la repetición de un escenario como el de la Primavera de Praga doce años atrás. Esta ventana de diálogo tenso no podía durar para siempre. El 27 de marzo de 1981, el PZPR finalmente firmó el documento de planeación de las condiciones para introducir la ley marcial en Polonia y volver a estar en pleno control de las organizaciones existentes en ella. En el periódico que publicaba Solidaridad se estaba plenamente consciente de esta posibilidad, al grado de que se habían estado girando instrucciones a los lectores sobre cómo comportarse en caso de la irrupción de tropas soviéticas –con acciones como remover letreros de las calles o voltear las flechas de los caminos–. Como se dijo antes, la intervención no iba a ejecutarse desde fuera, pero eso no impidió que Leonid Brézhnev demandara la instauración de la ley marcial en Polonia inmediatamente después del “Mensaje a los trabajadores de Europa del Este”, de septiembre de 1981. Ese mismo mes, el Comité Nacional de Defensa de Polonia anunció que se habían completado los preparativos para hacer efectiva la ley marcial a 48 horas de que se tomara la decisión. Para el 26 de octubre, bajo la Operación Orden, se desplegaron fuerzas militares en 90 ciudades, supuestamente para recolectar basura y pelear contra la corrupción, pero con tareas de reconocimiento.26 Finalmente, en la noche del 12 y madrugada del 13 de diciembre de 1981 se instauró la ley marcial mediante la movilización de 80 mil tropas, 30 mil policías, 1600 tanques y 1400 vehículos armados de otro tipo.27 A medio día del 13 de diciembre ya se había logrado el arresto de 3 mil 173 personas (el 70% de los objetivos) y para el 20 de diciembre los detenidos eran 4 mil 732. Los 500 días de florecimiento de Solidaridad habían terminado y entonces comenzó la era del sindicato como movimiento social clandestino, con el slogan: “El invierno es suyo, la primavera será nuestra”.28

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Equivalente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en el bloque soviético que nació el 14 de mayo de 1955 del Tratado de Varsovia firmado por Albania, Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría, Alemania Oriental, Polonia, Rumania y la Unión Soviética (con China, Corea del Norte y Vietnam del Norte como observadores). Cfr. Vojtech Mastny, Malcolm Byrne, A Cardboard Castle?: An Inside History Of The Warsaw Pact, 1955-1991, Budapest, Central European University Press, 2005, p. XXV. El Pacto de Varsovia suponía un mando militar unificado bajo las instrucciones de la Unión Soviética. 25 Antoni Dudek, op. cit., p. 43. 26 Cfr. Ibídem, pp. 55-73. 27 Cfr. Agnieszka Dębska, Solidarność 1980-1981. A Carnival Under Sentence, Varsovia, Muzeum Historyczne/ Fundacja Ośrodka Karta, 2006, p. 242. 28 Idem.

La identidad de la revolución pacífica

Normalmente las divisiones horizontales de la sociedad previenen que se desate la rabia de los desposeídos unidos,29 pero como recuerda Alicja Matuszewska,30 con Solidaridad “Por primera vez desde que los comunistas tomaron el poder, la gente estaba unida: campesinos, obreros, empleados, la intelligentsia. Ya no había más ‘Señor ingeniero’ o ‘Señor doctor’. Un obrero con una pala usaba la forma familiar cuando hablaba con ambos. Esa fue la mayor amenaza para los comunistas. Ya no podían dividir a la sociedad”.31 La sensación descrita por Matuszewska acerca de la cohesión propiciada por Solidaridad, ofrece varios niveles de estudio. En primer lugar está su unidad surgida de la distinción entre régimen y oposición, y la consecuente identificación de sus miembros como parte de este último bando (lo que constituiría un marco general de identidad). Por otra parte, debe señalarse también la cohesión en torno a contenidos políticos y culturales específicos que diferenciaron la oposición de Solidaridad de otros grupos detractores del régimen (nivel que apuntaría al marco identitario particular de este sindicato). Finalmente, no puede quedar sin mencionar la formación de una estratificación interna entre los rasgos de Solidaridad que les interesaba defender a las bases populares del movimiento, y la agenda de la élite intelectual que militaba en sus filas. Como se ha enfatizado, antes de la declaración de la ley marcial –y después de élla–, los miembros de Solidaridad involucrados en las negociaciones con el gobierno no se referían a esta organización como una fuerza opuesta al régimen socialista. Al contrario: en muchas ocasiones la estrategia para llegar a sus conquistas pasaba por dejar asentado el papel primordial del Partido en la vida de Polonia. Pero también se ha dejado ver que esta actitud cauta no reflejaba la lectura oficial sobre la peligrosidad de Solidaridad, ni tampoco era consistente con el sentir de los activistas golpeados en la primera línea de las protestas. De allí que lejos del plano discursivo, Solidaridad haya operado con todos los criterios de 29

Cfr. Alma Imelda Iglesias González, Jorge Federico Márquez Muñoz, Pablo Armando González Ulloa Aguirre, Sociedad, violencia y poder. De las comunidades primitivas a la caída del Imperio Romano, México, Universidad Nacional Autónoma de México-SITESA, 2011, p. 85. 30 Activista eventualmente exiliada en Canadá. 31 Jack M. Bloom, “The Solidarity Revolution in Poland, 1980-1981”, en Oral History Review, invierno/primavera de 2006, número 1, volumen 33, p. 33.

un colectivo con identidad opositora, tal y como lo conceptualiza William Dan Perdue. Según este autor:

(…) los movimientos de oposición (…) se adhieren a ideales políticos que desafían el orden institucional existente mientras que identifican al movimiento como una fuerza legítima de cambio. Al máximo nivel de abstracción, la ideología de oposición encarna una Weltanschauung política. A este nivel el discurso puede apelar a valores tales como los derechos humanos, la democracia y el nacionalismo mientras que identifican al régimen y las autoridades institucionales (…) como responsables de alguna manera por negar esos derechos básicos.32

La propia existencia de Solidaridad ya significaba un desafío a la lógica del funcionamiento sindical en la República Popular de Polonia y en todo el bloque socialista. Su potencial subversivo fue más evidente a medida que otros grupos (aquí se ha hecho mención de los granjeros y los estudiantes) se valieron de su ejemplo para reclamar para sí el derecho hasta entonces denegado de libre asociación. Al introducir estos elementos en un ambiente de estricto control del régimen sobre la vida pública y privada de las personas, resulta plausible la calificación de Solidaridad como enemigo del statu quo. Ahora bien, en el tema de la clase de oposición que representaba este movimiento, se tiene que aún con la tensión en las filas de Solidaridad entre los partidarios de la resistencia política y los de la confrontación con las fuerzas del régimen, la identidad particular del sindicato lograba superar los desacuerdos al girar de manera constante en torno a cuatro elementos: el nacionalismo polaco, el catolicismo, el mandato político de la democracia y el pensamiento social socialista.33 Los primeros dos factores deben ser ponderados en una relación inseparable, ya que la religión y la lengua fueron expresiones de la resistencia nativa a siglos de dominación imperial,34 como la que repartió al país entre rusos, austriacos y prusianos hasta llevarle a su virtual inexistencia entre 1795 y 1918. La idea de la nación polaca unificada tenía además fuertes componentes cuantitativos derivados de los grandes traumas del siglo XX. Entre sus evidencias está que el catolicismo 32

William Dan Perdue, Paradox of Change. The Rise and Fall of Solidarity in the New Poland, West Port, Praeger, 1995, p. 40. 33 Cfr. Bernard Wasserstein, op. cit., p. 571. 34 Cfr. William Dan Perdue, op. cit., p. 42.

de su sociedad fuera, en efecto, incontestable. Si en 1921 la población judía en Polonia oscilaba entre dos y tres millones del total de 27,200,000 ciudadanos,35 para 1945 sólo habían sobrevivido 380 mil de esos judíos y únicamente quedaban 55 mil en territorio polaco.36 De la misma manera, si antes de la Segunda Guerra Mundial existían minorías significativas de ucranianos, bielorrusos y alemanes en Polonia, al llegar la paz se pusieron en práctica en toda Europa políticas de movilización de poblaciones minoritarias hacia los que se consideró que eran sus auténticos Estados (con el propósito de disminuir la inestabilidad social), lo cual garantizó una notable homogeneidad étnica en ese continente para 1950. Todo esto lleva a apreciar que los lazos culturales, religiosos y étnicos proveían de una base muy fuerte y proclive para la identificación de los restantes habitantes de Polonia como pueblo, y para su vivencia de la influencia soviética como una imposición insufrible. De la dimensión de la fe brotó el rasgo que atemperaría la experiencia nacionalista polaca y que se convertiría en el sello de Solidaridad: el pacifismo.37 La oportunidad para que dicho valor se articulara con la coyuntura de este capítulo se presentó cuando después de cuatro siglos de ser encabezada por Papas italianos, en 1978 la Iglesia Católica tuvo por primera vez un Vicario de Cristo nacido en Polonia en la persona de Karol Wojtyła. Con el nombre de Juan Pablo II, el nuevo Papa resultó un apoyo decisivo para la Iglesia que ya participaba de los movimientos de rechazo al socialismo (su respaldo puede apreciarse por ejemplo en sus reiteradas visitas a Polonia y en la encíclica Laborem exercens de 1981, sobre el derecho de huelga).38 En su voz para el mundo, el Papa Juan Pablo II era abierto en su solidaridad con los sindicatos católicos, y en su mensaje directamente para los sindicatos, George Weigel apunta que

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Cfr. Andrea Raccardi, Juan Pablo II. La biografía, Bogotá, Ediciones San Pablo, 2011, p. 36. Cfr. Arieh J. Kochavi, Post-Holocaust Politics: Britain, the United States & Jewish Refugees, 1945-1948, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2001, p. 160. 37 Ciertamente la historia del cristianismo ha estado imbuida de violencia, desde la persecución de que fueron objeto sus primeros creyentes hasta la infringida por ellos durante las cruzadas. Más allá de estos desarrollos históricos, el pacifismo al que aquí se hace referencia es al encontrado en su cuerpo doctrinario. Para profundizar en las perspectivas teóricas e históricas de este tema, consúltese el Tomo II de la serie Sociedad, violencia y poder. 38 Cfr. David J. Atkinson, David H. Field, Diccionario de Ética Cristiana y Teología Pastoral, Barcelona, Clie, 2004, p. 277. 36

(…) el Papa insistía en que una resistencia moralmente aceptable tenía que ser no violenta: como un asunto de principios, no nada más como un asunto de táctica pragmática. La verdad sobre el hombre con la cual Juan Pablo deseaba confrontar al comunismo, incluía la verdad de que la violencia vuelve en objeto a otro ser humano: que es precisamente lo que también hacía el comunismo.39

Lo anterior es importante porque en Polonia la única acción nacionalista y revolucionaria conocida era la que discurría por vías violentas en la forma de levantamientos quijóticos para liberarse de la ocupación extranjera.40 El reiterado fracaso de estos intentos había conformado, desde comienzos del siglo XIX, una imagen poderosa y muy extendida entre los hombres y mujeres polacos de que su país era el Cristo de las naciones, crucificado por los pecados de Europa. La unidad por esta calidad de víctimas históricas y víctimas contemporáneas de un régimen del que lo más importante que habían recibido era represión y hambre, más una guía religiosa ampliamente compartida y detractora del régimen, integraron una fórmula efectiva para la acción integrada de los diferentes sectores de la sociedad. Esta fue la razón por la que en Solidaridad,

(…) intelectuales disidentes se involucraron directamente en los asuntos de los trabajadores, en vez de permanecer preocupados por sus propios asuntos, superaron una de las barreras naturales que separaba a los estratos. Por otra parte, los disidentes intelectuales de izquierda comenzaron a cooperar con los intelectuales católicos (…). Los intelectuales católicos y los de la izquierda auxiliaron en la defensa de los trabajadores y de los derechos humanos. De hecho, el catolicismo polaco fue el que ulteriormente cimentó esa alianza.41

No puede insistirse lo suficiente en que tal capacidad de trabajo en conjunto no significó el fin de las diferencias en Solidaridad, donde los simbolismos populares distaban de permear en las construcciones ideológicas que los intelectuales vertían en las

39

George Weigel, The Final Revolution. The Resistance Church and the Collapse of Communism, Nueva York, Oxford University Press, 1992, p. 140. 40 Cfr. Ibidem, p. 139. 41 Michael D. Kennedy, op. cit., p. 43.

publicaciones del movimiento.42 En todo caso, éstos fueron contenidos que permitieron seguir identificando al sindicato a medida que sufrió cambios, evolucionó y maduró.

Los años de la revolución invisible y la llegada de la élite revolucionaria al poder

La declaración de la ley marcial significó el fin de Solidaridad como revolución de masas en las calles y su transición a una revolución en la que, con más claridad que antes, el trabajo clandestino era a nivel de élites e individual.43 Este ajuste difícil, que podría haber significado el aniquilamiento completo del sindicato con la campaña de calumnias que se desató en su contra en los medios oficiales (que eran los únicos que seguían operando44 y que difundieron la versión de que Solidaridad había acumulado armas para dar un golpe de Estado), fue posible gracias al financiamiento secreto de la Iglesia Católica y de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. A estos apoyos del extranjero habría que añadir estrategias internas que perfilaron una red de actividades clandestinas capaces de sobrevivir por varios años, con expresiones como la colecta de cuotas y la distribución de literatura ilegal, o la organización de clubes para ver películas occidentales que el régimen había prohibido y de círculos de música de protesta. Como refiere Henryk Głębocki, bajo la ley marcial se proscribieron las actividades de asociaciones de manera inmediata, se prohibieron las huelgas, las reuniones públicas, se militarizó la industria, se aplicó un toque de queda de 10 pm a 6 am, también estuvo prohibido dejar el lugar de residencia sin permiso, no hubo servicio de teléfono, se aplicó una estricta censura postal y se suspendieron las publicaciones no oficiales. Los campos de internamiento se llenaron de intelectuales, líderes y activistas de Solidaridad. Se utilizó a la policía y unidades militares de asalto con tanques para disolver los intentos de huelgas que se organizaron después; se rompieron las protestas con agua con colorante para lograr una

42

Cfr. William Dan Perdue, op. cit., p. 41. Cfr. Lech Wałęsa, “From Romanticism to Realism: Our Struggle in the Years 1980-1982”, en Andrzej Paczkowski, Malcolm Byrne, From Solidarity to Martial Law. The Polish Crisis of 1980-1981, Budapest, Central European University Press, 2007, p. xv. 44 Salvo en el caso de Radio Europa Libre. 43

identificación más eficiente de los participantes aunque se disiparan, y a los detenidos se les sometió a juicios exprés.45 Aunque la ley marcial se levantó el 31 de diciembre de 1982, la violencia por parte del Estado continuó cobrando víctimas mortales, como el hijo de la poetiza Barbara Sadowska en 1983, mismo año en que la esposa de Lech Wałęsa recibió en nombre de su cónyuge el Premio Nobel de la Paz, el 5 de octubre. Pero toda esta atención no precipitó un cambio radical de tácticas en el sindicato proscrito, aun si sus cabecillas estaban conscientes de que conforme pasaban los años seguían perdiendo el apoyo popular. Al contrario: “El líder de Solidaridad continuó su política de gestos y declaraciones en búsqueda de acuerdos. Capitalizando su prestigiosa posición como galardonado del Premio Nobel de la Paz, llamó a que Estados Unidos y otros países Occidentales levantaran sus sanciones económicas contra Polonia y que le concedieran créditos al país”.46 Sin importar estos gestos de buena voluntad, 1984 estuvo repleto de muestras de la manera en que el Partido Comunista de Polonia creía que debía tratarse a los ciudadanos con pensamientos no aprobados: siguieron registrándose muertes inexplicables de activistas, asesinatos en los que nunca se encontraba a los responsables, suicidios de activistas en campos de internamiento y toda clase de accidentes entre los miembros del sindicato,47 más el secuestro y asesinato del Padre Jerzy Popiełuszko, afín a Solidaridad. Debido a que no paraba de correr la sangre de los críticos del régimen, tan pronto como 1985, hasta en los escritos de Adam Michnik comenzó a verse como necesario un pacto con el ala liberal del partido comunista, si es que se aspiraba a dar una salida definitiva a la enrarecida vida política en Polonia. Al año siguiente esta misma idea también comenzó a sugerirse dentro del propio gobierno, porque persistía la crisis económica y la esperanza de la administración era que el sistema pudiera ser modernizado, lo que jamás sucedería si se presentaban nuevas sanciones económicas de Occidente. Así, en diciembre de 1987 se propuso un acuerdo (“pacto anti-crisis”) en el que Solidaridad y otros movimientos de oposición se involucrarían en la gestión de reformas económicas (lo que equivaldría a legitimar y compartir responsabilidad por las estrictas medidas que necesitaban instrumentarse). 45

Cfr. Henryk Głębocki, “The Underground”, en Adam Borowski, op. cit., p. 85. Ibidem, p. 121. 47 Cfr. Ibid., p. 131. 46

No obstante, fallas estructurales son fallas estructurales, y “La economía polaca mostraba el crecimiento más lento de todos los países del bloque socialista de 1980 a 1985, con lo que ocurrió un rápido decaimiento de los suministros de comida, una caída en las inversiones y una enorme carga de deuda”.48 En estas condiciones llegó febrero de 1988 y trajo consigo el aumento de precios más drástico que había vivido el país desde 1982.49 Como era costumbre de la oposición y del hambre, no se hicieron esperar olas de huelgas, muchas de ellas fuera del control de Solidaridad. A partir de ese momento, los eventos con los que se desmanteló el mundo de la Guerra Fría se sucedieron con una rapidez que nadie habría creído posible tan sólo meses atrás. En agosto, el gobierno propuso “pláticas con representantes de varios grupos sociales y de trabajadores que tendrían lugar en la forma de una ‘mesa redonda’”50 con miras a que se pusiera fin a las huelgas. En septiembre, el Departamento de Propaganda del Comité Central declaró al periódico francés Le Monde que el pluralismo sindical no era una herejía,51 y en diciembre Mikhail Gorbachev renunció a la Doctrina Brezhnev tras veinte años de su aplicación por parte de la Unión Soviética.52 Las posibilidades de cambio estaban dadas en lo interno y lo externo, en lo político y lo económico. Las deliberaciones de la mesa redonda comenzaron el 6 de febrero de 1989 en Varsovia y concluyeron el 7 de abril. “Las pláticas lidiaron con asuntos como economía, política social, reformas políticas y pluralismo de sindicatos”.53 Al final, los trabajos condujeron a la relegalización de Solidaridad a cambio de la canalización de la oposición vía el Parlamento, donde se garantizaría en la cámara baja 65% de los asientos para miembros del Partido Comunista y sus partidos satélites, en tanto que 35% –100 asientos– podrían ser votados libremente. En el Senado, de 100 miembros totales, todos podrían ser elegidos libremente, y el puesto de Presidente sería electo por ambos cuerpos legislativos. Todo esto fue bien visto desde la Unión Soviética, como evidencia para el mundo entero de 48

William Taubman, Svetlana Savranskaya, “If a Wall Fell in Berlin and Moscow Hardly Noticed, Would it Still Make a Noise?”, en Jeffrey A. Engel, The Fall of the Berlin Wall: The Revolutionary Legacy Of 1989, Nueva York, Oxford University Press, 2009, p. 81. 49 Cfr. Henryk Głębocki, op. cit., p. 143. 50 Ibidem, p. 149. 51 Jacques Lévesque, The Enigma of 1989: The USSR and the Liberation of Eastern Europe, Berkeley, University of California Press, 1997, p. 112. 52 Cfr. Elisabeth Bakke, Ingo Peters, 20 Years Since the Fall of the Berlin Wall: Transitions, State Break-Up and Democratic Politics in Central Europe and Germany, Berlin, Berliner Wissenschaftsverlag, 2011, p. 270. 53 Henryk Głębocki, op. cit., p. 151.

que el socialismo podía ser reformado. Era además un modelo para Europa del Este de cómo el Partido podía resolver crisis sociales y políticas, y ponerse de nuevo a la cabeza de la sociedad.54 El 17 de abril de 1989 se verificó la legalización de Solidaridad, operación de la que el gobierno obtuvo la suspensión del derecho de huelga. Esta decisión hizo nacer con más contundencia un sector de opositores a Lech Wałęsa dentro de Solidaridad, bajo el argumento de que sus acuerdos para preservar en el poder a la cúpula de los comunistas constituía una traición al sindicato.55 La elección se efectuó el 4 de junio de 1989 y Solidaridad ganó todos los asientos abiertos a votación en la cámara baja del Parlamento (Sejm) y 99 asientos de los 100 disputados para el Senado. Después de los comicios se designó un nuevo Primer Ministro responsable de formar un gobierno, pero el Partido Comunista estaba muy debilitado y entró en crisis al perder el apoyo de los otrora oficialistas Partido de Campesinos Unidos (ZSL) y Partido Democrático (SD).56 Lech Wałęsa propuso entonces la creación de un nuevo gobierno de coalición con estas dos fuerzas. En realidad, la magnitud del triunfo electoral de Solidaridad no era la esperada ni por sus miembros, ni por el régimen polaco, ni por el resto del bloque socialista, que hasta entonces había creído que esta apertura era un proceso de riesgo calculado. Con carácter de urgencia, el 7 y 8 de julio Gorbachev asistió a una reunión del Pacto de Varsovia en Bucarest, en donde la lectura de los eventos se dividió con la Unión Soviética, Polonia y Hungría de un lado, contra la República Democrática de Alemania, Checoslovaquia y Bulgaria, por el otro. El líder de Rumania, Nicolae Ceausescu, demandó (fuera de sus casillas, según se cuenta) que se pusiera en marcha una acción colectiva para detener el “proceso contrarevolucionario” de Polonia.57 A esto, Gorbachev replicó con un argumento característico de la actitud con la que para siempre lo recordará la Historia. El líder soviético dijo:

Estamos recibiendo cartas de pánico de todas partes, escritas por aquéllos que creen que el socialismo está seriamente amenazado (…) Estos miedos no tienen fundamento, y quienes están asustados es mejor que esperen, porque la perestroika apenas ha comenzado. Nuestras 54

Jacques Lévesque, op. cit., p. 115. Cfr. Henryk Głębocki, op. cit., p. 155. 56 Cfr. Antoni Dudek, “Freedom”, en Adam Borowski, op. cit., p. 165. 57 Cfr. Jacques Lévesque, op. cit., p. 119. 55

transformaciones no son de naturaleza cosmética (…) estamos transitando de un orden internacional a otro.58

Y en efecto, en cuestión de dos meses, los polacos despertaron en un mundo totalmente distinto y la mudanza de orden internacional no daría marcha atrás. El 15 de agosto Wałęsa anunció que su movimiento aceptaría formar un gobierno que incluyera a los comunistas (todavía con la garantía de que un gobierno encabezado por Solidaridad no interferiría con el funcionamiento del pacto de Varsovia y que los ministros de Defensa y del Interior serían miembros del PZPR).59 En el mes de septiembre emergió ese nuevo gobierno, sí con un Presidente comunista, pero también con un Primer Ministro de Solidaridad: Tadeusz Mazowiecki.60 Las elecciones polacas de junio de 1989 inauguraron el Otoño de las Naciones, si se toma en cuenta como fechas clave del desmantelamiento del imperio soviético los cambios que vinieron en los meses subsecuentes (octubre, en el caso de la República Popular de Hungría; noviembre, en el de la República Democrática de Alemania; diciembre, en relación a la República Socialista de Checoslovaquia y la República Socialista de Rumania, y enero de 1990 en el caso de la República Popular de Bulgaria). Desde la caída del Muro de Berlín comenzó a hacerse patente la idea de que los cambios rumbo a la democratización eran irreversibles, y que no eran para modernizar el socialismo, sino para derruirlo.61 La mudanza de régimen de Polonia cerró hasta diciembre de 1990, cuando Wałęsa se convirtió en el primer Presidente democráticamente electo del país.62 El cambio político estaba hecho, aunque como en el resto de países del antiguo bloque Este, la división entre antiguos comunistas y opositores nunca se dejaría en el pasado: al contrario, sería recordada constantemente por la derecha para desacreditar a su competencia.63 Pero el cambio económico no podría operar con la misma fluidez tras décadas de sanciones internacionales. El mismo año que Wałęsa accedió al poder, la tasa de

58

Ibidem, p. 120. Cfr. Ibidem, p. 124. 60 Cfr. Antoni Dudek, “Freedom”, en Adam Borowski, op. cit., p. 165. 61 Cfr. Jacques Lévesque, op. cit., p. 126. 62 Cfr. Elisabeth Bakke, Ingo Peters, op. cit., p. 270. 63 Cfr. William Outhwaite, op. cit., p. 81. 59

inflación en Polonia era del 686%,64 y por los siguientes cuatro años el país recibiría hasta 36 billones de dólares en ayuda para intentar que las promesas de la democracia se hicieran acompañar de las delicias del mercado, en un país en medio de condiciones económicas ruinosas. Así,

El Hotel Marriott, en el centro de Varsovia, estuvo completamente reservado por años por expertos de Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (burlonamente llamados “las brigadas del Marriott”). La “terapia del shock” prescrita por economistas occidentales, incluyendo por Harvard a Jeffrey Sachs, condujo al cierre o privatización de docenas de compañías estatales.65

Para Gerald J. Beyer, esto significó que, paradójicamente, en los noventa Solidaridad fallara en la tarea de mantener el valor de la solidaridad en el proceso de transición a una economía capitalista, por abrazar el neoliberalismo66 y por no resolver todas las disparidades entre la “Polonia A” (la próspera, que hoy coloca a este país como el tercero en crecimiento dentro de la Unión Europea), y la “Polonia B” (la de los rezagos). La moraleja de que hay que tener cuidado con lo que se desea, se gestaría a diferentes velocidades en Europa Central y del Este (aunque hasta el momento sigue hablándose de la actual economía polaca en términos de milagrosa, incluso en medio de crisis globales); pero lo único que conocía 1989 era euforia: la revolución no violenta de los trabajadores contra el gobierno del proletariado estaba completa. El mundo había cambiado.

Conclusiones

Con el estudio de caso analizado en este capítulo, se ha buscado ilustrar el tipo de reformas económicas presentes en una sociedad socialista antes de la irrupción en su escena política de un movimiento que revolucionó sus instituciones y eventualmente destronó al sistema de Estado-partido. Se ha subrayado la insuficiencia de los ánimos reformistas del régimen de frente a tendencias de larga data, que se expresaban permanente en el desabasto de 64

Cfr. Andrew Curry, op. cit., p. 37. Ibidem, p. 38. 66 Cfr. Gerald J. Beyer, Recovering Solidarity: Lessons from Poland’s Unfinished Revolution, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 2010. 65

alimentos, y se ha estudiado la influencia que tuvieron las estrategias de actores internacionales (instituciones, países y personajes) para que finalmente trabajadores, estudiantes e intelectuales pudieran manifestar abiertamente y a gran escala su inconformidad con el estado de las cosas en el bloque Este de la Guerra Fría. Así, se han retratado las características de Solidaridad y las diferentes respuestas que tuvo este sindicato por parte del Partido en Polonia y en la Unión Soviética, hasta que el sostenimiento de la élite comunista se volvió inviable y se abrió paso al sistema político democrático y la economía de libre mercado. La clave que este apartado puede ofrecer para el estudio del vínculo entre sociedad, violencia y poder en lo que toca a las revoluciones pacíficas, es que en el caso del fin del socialismo real, el éxito de estos movimientos resultó en en que el régimen, debilitado, estuvo dispuesto a negociar su salida; en que estos movimientos sociales contaron con todo el apoyo político y económico de Occidente para sobrevivir a la dura represión de que fueron objeto, y en que el Estado no despertaba la lealtad de la mayoría de los ciudadanos como para que lo defendieran, sino que era vivido por éstos como una imposición externa (y perdía todavía más legitimidad al no poder alimentarlos). Para efectos prácticos, lo que se vivió fue una revolución, porque a la larga cambió todo el orden imperante en las antiguas repúblicas-satélite (aunque en el corto plazo lo que se negociara fuera el nocambio y el cambio gradual y moderado). Y la transición fue pacífica, porque absolutamente todo el control de la violencia estaba en el monopolio del Estado y los inconformes tuvieron que conducirse por medio de la presión de las huelgas y la negociación de concesiones (aunque en términos reales sí se hayan suscitado choques y la sociedad haya experimentado una violencia del régimen que sólo fue moderada por la presión internacional). Por todos estos elementos, la reflexión final de este estudio sobre la revolución pacífica de Solidaridad es que un protagonista tan importante como sus partidarios fue el propio fracaso –estrepitoso– de la economía planificada, y que la tarea de combatir la violencia sin violencia no significó una trayectoria “sin sufrir violencia” en ese momento de la historia, mientras que sí implicó gran capacidad de compromiso y negociación, paso a paso, con el bando contrario.

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