Políticas sociales y mercado de trabajo en contexto de crisis: entre el vínculo y el desencuentro

June 13, 2017 | Autor: Grazia Del Negro | Categoría: Trabajo, Politicas Sociales, Empleo, Vulnerabilidad Social
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LA MEJOR POLÍTICA SOCIAL ES CREAR EMPLEO Políticas sociales y mercado de trabajo en contexto de crisis: entre el vínculo y el desencuentro Grazia del Negro Doctora en Sociología, Universidad de Zaragoza

1. PRESENTACIÓN El eslogan “creación de más empleo” se presenta a menudo, en el debate público de nuestras sociedades caracterizadas por altos niveles de desempleo, como una “receta” definitiva; es decir, como una promesa de salvación, que se acompaña por todo un abanico de tópicos incuestionados como el constante crecimiento, el aumento de los niveles de productividad, de consumo, del PIB, etc. Son lemas muy recurrientes en el lenguaje de la política y bien amplificados por los medios de comunicación de masas, que vehiculan ciertas representaciones de la realidad. También ocurre, en ocasiones, que dicha enunciación se engaste en discursos sobre políticas sociales, con el resultado de que se hagan declaraciones en el sentido de que el empleo resulta la mejor de las políticas sociales1. Haciendo una búsqueda en la web, es curioso ver como sean afirmaciones que salen fundamentalmente de boca de los políticos y no de los técnicos. Pero ¿qué significa eso? ¿Que el empleo constituye la punta de lanza de las políticas sociales o que las abarca por entero? Además, ¿se hace referencia a cualquier tipo de empleo o al de calidad? ¿Es posible que esta simplificación sea más bien el enmascaramiento ideológico de una situación compleja para cuya gobernabilidad no se poseen todavía los recursos adecuados? Lippmann (2000), alertando sobre ciertos estereotipos y paralelismos peligrosos, comentaba que son pocos los problemas de la vida pública donde las causas y efectos quedan bien delimitados. El contacto que tenemos con la información está mediado por el filtro de nuestros estereotipos, que ejerce influencia en nuestra percepción a través de ilusiones de 1

Haciendo una búsqueda en Google, aparecen muchas declaraciones como esta, con referencia bien a España, bien a países de Latinoamérica. Por ejemplo, se puede leer que dos representantes de un partido político español afirmaron que “el mayor recorte social es el paro y no hay mejor política social que la creación de empleo”, apostando por una política laboral que diera más flexibilidad a los empresarios, y más seguridad a los trabajadores (http://www.pp.es/actualidad-noticia/no-hay-mejor-politica-social-que-creacion-empleo); o que “si hay empleo hay gente pagando impuestos y consumiendo, hay cotizantes a la Seguridad Social que podrán mejorar las pensiones”, y que “la mejor política social es crear empleo para los españoles” (http://www.diarioaragones.com/especiales/elecciones2011/eleccionespp/30628-rajoy-defiende-en-zaragoza-lacreacion-de-empleo-como-la-mejor-politica-social.html).

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prestigio, moralidad, espacio, tiempo, etc. Con lo cual, cuanto menor es la independencia de criterio desarrollada, mayor es la facilidad con la cual se elaboran teorías en las que dos cosas que atraen la atención de forma paralela establecen una relación de causalidad. Muchas son las zonas de sombras que estas afirmaciones utilizadas en formato de “eslogan” esconden detrás de sí, dejando a los destinatarios de la comunicación la tarea de rellenar por su cuenta los espacios vacíos del mensaje, conscientes de los mundos de significado que se pueden evocar2. El Estado del bienestar (welfare state), como se ha conocido tradicionalmente, ve agudizarse las amenazas a su supervivencia. Considerado un logro del siglo XX, este se ha hecho cargo de los costes de producción y reproducción social, cultural y biológica, esto es, del desarrollo personal y de la socialización de los riesgos básicos de los ciudadanos –como salud, viejez, desempleo–, muy elevados para poder ser asumidos de forma individual (Gallino 2007; Barbier y Nadel 2000). Además, se trata de un sistema que permite la estabilización de los cursos de vida, estandarizando sus ritmos y fases (Saraceno 2013). Por poner un ejemplo, en cada país se definen las edades normativas para el ingreso en la formación reglada, en el mercado de trabajo, en la edad adulta, etc. La evolución del mercado de trabajo es una de las causas de la menor homogeneidad de los cursos de vida, porque, como veremos más adelante, las trayectorias profesionales resultan cada vez menos previsibles y estandarizadas (Ibídem) habiéndose flexibilizado. Este es, además, un rasgo que no solo se limita a la faceta laboral, sino que se extiende a comportamientos sociales más generales, en una sociedad cada día más fragmentada e individualizada. Las amenazas al Estado del bienestar tienen diferentes orígenes, entre los que se encuentran la descompensación entre necesidades crecientes de protección y seguridad reclamadas por grupos afectados por el desempleo y la inestabilidad laboral, y los menores recursos destinados al sistema de protección social (Gallino 2007), que para algunos pueden atribuirse a las consecuencias conyunturales de la crisis económica y el avance de las ideologías y políticas neoliberales, consideradas como una amenaza permanente (Forcadell 2010) al individualizar la responsabilidad de las condiciones de ventaja o desventaja de cada persona (Gallino 2007). La regulación del empleo mantiene un elevado nivel de exposición a las lógicas del libre mercado. Los recortes sociales en curso y la posibilidad de que se otorgue una excesiva confianza al factor laboral pueden fortalecer la idea de la adopción de lógicas mercantilistas 2

La realidad no es un hecho en sí, sino que se construye y reconstruye socialmente. Los sociólogos Berger y Luckmann (1997, 137) hablan de “universos simbólicos” para referirse a “aquella matriz de todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales”. Un matriz que permite ir “más allá de la vida cotidiana e integra en una totalidad significativa diferentes realidades y segmentos institucionales” (Ibídem, XIII). Se intuye que las palabras, el lenguaje, dan acceso a mundos de significados compartidos que facilitan las coordenadas de la vida en sociedad.

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para la regulación del bienestar social generando problemas relacionados con el acceso a ese mismo bienestar.

2. ANÁLISIS En las siguientes páginas se profundizará, aunque de forma no exhaustiva, sobre los dos temas centrales del tópico propuesto, para finalmente presentar unas reflexiones de cierre. El primer paso del análisis se centra en el factor empleo, focalizándose en la concepción central de la sociedad salarial y reflexionando sobre el papel que este desempeña en los contextos actuales, caracterizados por altas tasas de desempleo. En un segundo paso, se presenta un esbozo sobre las principales funciones de las políticas sociales, que tienen su punto de arranque en el Estado del bienestar tal y como se ha organizado en algunos países europeos después de la segunda guerra mundial. Finalmente, se lanzarán unas reflexiones, que sin pretensiones conclusivas o definitivas, se limitan a apuntar algunas vías alternativas para enfocar la cuestión.

2.1. Cuando el trabajo se disfrazó de empleo La importancia y el valor del trabajo aparece ya en la Génesis (1:1-15), donde se ilustra la creación del mundo por mano de Dios, llevada a cabo en seis días, tomando uno para el descanso. Dios, que puede ser considerado el primer trabajador, al observar su obra, “vio que era buena”. En otro punto de la Génesis (3:19), donde se habla de la desobediencia del hombre en la figura de Adán (que come el fruto prohibido), Dios advierte que “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Se refleja aquí, en primer lugar, una visión del trabajo como fuente de satisfacción por contribuir a la creación de algo “bueno” (Dios se complació para el fruto de su trabajo), y también la condición para ganarse (y comer de él) aquel pan necesario para la vida, que solo resulta legítimo en cuanto adquirido a través del esfuerzo invertido, esto es, con el sudor de la frente, expresado hoy día en refranes como “comer sin trabajar, no se puede tolerar”3. Sociológicamente, se opera una distinción entre el concepto de “trabajo” y el de “empleo”. El trabajo se entiende como una actividad productiva, individual y colectiva, llevada 3

De hecho, el refranero acerca del tema del trabajo es muy abundante, moldeando profundamente la cultura y las creencias; entre otros: “no hay mejor lotería que el trabajo y la economía”, “de Dios a abajo, cada cual vive de su trabajo”, “como el comer es diario, trabajar diariamente es necesario”, o, para la condena del no trabajar, la sabiduría popular se cristaliza en torno a refranes como “el ocio no queda impune; quien no trabaje, que ayune”, o “el perfecto holgazán, cómese su capa por no trabajar”, etc.

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a cabo en organizaciones (Barbier y Nadel 2000). Más precisamente, se trata de una actividad intencional, que conlleva una inversión de tiempo y energías, dirigida a modificar las propiedades de recursos materiales o simbólicos para aumentar su utilidad para sí o para los demás, con el fin de obtener unos medios de subsistencias (Gallino 2006). Por otro lado, el empleo se refiere a las tareas desarrolladas en una organización productiva y a las relaciones que se establecen con los demás operadores de la organización; se vincula al estatus de asalariado, que es una condición que permite el gozo de varios derechos como los de protección social (Barbier y Nadel 2000). El “trabajo” en forma de “empleo”, dejó de ser simplemente una relación comercial entre quien proporciona el puesto (de trabajo) y quien lo ocupa, viendo cómo se asociaban al mismo garantías no comerciales como el derecho a un salario mínimo, la protección en caso de enfermedad, de accidentes, las pensiones, y las demás prestaciones previstas en los sistemas de protección (Castel 2011). Las sociedades occidentales se han desarrollado en torno al paradigma del empleo, al cual se le atribuyen comúnmente tareas de socialización, integración y acceso a la ciudadanía. La venta de su propia capacidad de trabajo en el mercado representa para las personas una forma de adquirir una renta imponiéndose de forma generalizada. La organización social se ha venido estructurando, según Bauman (1998), alrededor de una ética del trabajo, que se fundamenta en dos premisas explícitas y dos presunciones tácitas. La primera premisa asume que, para vivir y ser feliz, hay que hacer algo considerado valioso y digno de pago; la segunda se sustenta en la evaluación positiva del esfuerzo para, no conformándose con lo que ya se ha conseguido, seguir persiguiendo mayores recompensas. Según la primera presunción tácita, ya que el trabajo constituye una condición normal de los seres humanos, cada uno posee capacidad de sobra para vender su fuerza de trabajo y ganarse así la vida; la segunda presunción tácita asume que se consideran apreciables (para la ética del trabajo) solo aquellas actividades cuyo valor sea reconocido por los demás y que, por lo tanto, resulten merecedoras de una compensación (excluyendo así actividades, como la de las amas de casas, fundamentales pero no sujetas a lógicas mercantiles). En la sociedad salarial (Castel 2011), un buen nivel de integración se alcanzaba con la participación al mercado de trabajo en calidad de “asalariado”, volviéndose la condición de desempleado un elemento central para la exclusión social (López-Aranguren 2002). Además, a través del empleo se podían satisfacer necesidades básicas como la supervivencia - garantizada por el sueldo - la seguridad - a través del acceso a la protección social - y las necesidades de relacionarse con los demás - en virtud del reconocimiento social otorgado (López-Aranguren 2002). A partir de los años sesenta y hasta los ochenta del pasado siglo, fue ganando terreno la idea de que el trabajo, como forma de sustento y componente fundamental de la edad adulta, habría progresivamente perdido centralidad (Schizzerotto 2002, 187). Después de transcurridas varias décadas, lo que se aprecia es que, sin entrar a valorar si el empleo sigue actuando como 4

forma dominante de inserción en nuestro modelo de sociedad, el deterioro del mercado laboral ha adquirido una virulencia impactante, y la falta de empleo constituye uno de los principales problemas sociales y colectivos (Schizzerotto 2002), operando como factor de desestructuración social (Gimeno 2004). Con mucha probabilidad, desde el punto de vista de las condiciones materiales de la existencia, del nivel de autonomía personal y de la oportunidad de participación en la vida social, el trabajo sigue constituyendo una “ventaja crucial” (Schizzerotto 2002, 187) aunque no determinante: si en la sociedad salarial al trabajo se le asociaron una serie de derechos y de mecanismos de protección y reconocimiento social (además de cómo mera fuente de ingresos), hoy día el dualismo vigente en dicho mercado y la incorporación intensiva de nuevas tecnologías han introducido importantes modificaciones en ese esquema. Que los trabajos no son todos iguales parece evidente. El mundo del trabajo constituye un orden social con sus desigualdades internas, debido a los diferentes roles que conllevan diferentes recompensas materiales e inmateriales, y al hecho de que el acceso a puestos de trabajo con más ventajas depende del tipo y la cantidad de recursos de poder que poseen los individuos y los grupos a los que pertenecen (Schizzerotto 2002). Lo que ahora se está produciendo es un aumento de las relaciones laborales subordinadas, con escasa protección asociada y de duración limitada. Todo ello está generando una dualidad en el mercado de trabajo, donde coexisten empleos estables y de calidad, con una adecuada cobertura contractual y jurídica, y empleos desprotegidos, precarios e inestables. Dicha desigualdad se expresa no solo en la diferencia en el plano material (posibilidad de un salario digno y continuo), sino también en el plano de la deseabilidad social de los puestos, que se concretiza en la posición en la organización de pertenencia, en el nivel de autonomía que dicho puesto permite, en la gratificación psicológica y en el prestigio, las oportunidades profesionales además de en el nivel salarial (Ibídem). Castells se refiere a dicha dualidad en términos de trabajadores que ocupan puestos “genéricos” y trabajadores que ocupan puestos “cualificados”. Para los puestos genéricos, es suficiente con adquirir conocimientos específicos para las tareas concretas que hay que desempeñar, lo que perjudica a los trabajadores ya que pueden ser reemplazados con facilidad por otros trabajadores no cualificados o por las máquinas. Los puestos cualificados requieren trabajadores con altos niveles de formación, de capacidad de elaboración de la información y de creación de nuevos conocimientos, que son recursos (assets) productivos estratégicos en la economía del conocimiento (Capra 2012). La pirámide de la organización taylor-fordista del trabajo, se aplasta y se organiza en forma más horizontal: las plantillas se flexibilizan para adaptarse a cambios permanentes en el lado de la demanda, y la inteligencia ya no se concentra en la cumbre, como en modelos más verticales donde se encuentran los directivos que diseñan y dirigen las tareas rutinarias y repetitivas de la base, sino que se distribuye de forma diferente en la plantilla. Todo esto, por 5

un lado favorece el desarrollo más pleno de la personalidad del trabajador, o sea de aquellas personas “plenamente incorporadas” y, por otro lado, produce dinámicas excluyentes de todos los que sobran, de aquellas personas que vienen a encontrarse en la condición de no producir ni consumir (Tedesco, 2003). Se podría decir, de forma simple, que “es más pero para menos”. La introducción de tecnologías más económicas es otro factor que contribuye a la expulsión del mercado de trabajo de un mayor número de personas, lo que convierte a los puestos disponibles en más escasos y elitistas (Rifkin 2009). Paralelamente se argumenta que el desarrollo tecnológico provoca la obsolescencia de las profesiones cuya actividad es ahora desempeñada a través de los recursos tecnológicos, aunque también favorece la emergencia de otras formas de trabajo, como atestigua el ejército de profesionales relacionados con contenidos digitales. Con la difusión de internet en soportes físicos más pequeños, económicos y con grandes capacidades como son los smartphone y las tablet, las personas se adueñan de los medios de producción y adquieren más espacio de iniciativa. Se expande una modalidad de trabajo clockless y deskless (sin reloj y sin escritorio), o sea desvinculada bien de un tiempo que se pueda estrictamente definir “de trabajo”, bien de un lugar físico específico. Todo ello produce cambios significativos en la organización del trabajo, con un uso cada vez mayor del teletrabajo que, al margen de las lógicas del empleo, va imponiendo de forma creciente la responsabilidad individual a la hora de rentabilizar económicamente el talento y las competencias personales de forma independiente. La modificación de la relación entre los factores productivos “capital” y “trabajo” es también un reflejo del capitalismo global favorecido por las tecnologías de la información y la comunicación: el capital se expresa sobre todo en bit(s) informáticos, y se mueve con la instantaneidad de las comunicaciones electrónicas; paralelamente, el trabajo [no mecanizado] sigue manteniendo el ritmo biológico de los seres humanos (Capra 2012). En las relaciones de trabajo, las personas experimentan recorridos profesionales fragmentados y muy individualizados, con bajo poder de contratación: la relación se establece directamente con los empleadores y se encuentra regulada a través de una contratación individual, no colectiva. Las carreras profesionales se vuelven discontinuas y fragmentadas, lo habitual es que el trabajador, a lo largo de su vida laboral, tenga experiencias en diferentes puestos de trabajo, perdiendo de esta forma las protecciones proporcionadas por los sistemas de regulación colectiva (Gallino 2009). Todo esto contribuye a generar inseguridad social (Castel 2011), lo que debilita los lazos sociales y fragiliza las estructuras psíquicas de las personas, debilitando todo tipo de recurso para gestionar el presente y hacer planes para el futuro. Partiendo de la constatación de que no se sale de la pobreza sólo por el hecho de tener un trabajo, la Organzación Internacional del Trabajo destaca, en lo referente a las relaciones laborales y la protección de los trabajadores, la importancia de generar y sostener trabajos y

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rentas “decentes”4. Los mecanismos que se indican para alcanzar este fin son el sueldo, la organización y las condiciones de trabajo, los horarios y la posibilidad de conciliación de la vida laboral con la familiar5. ¿Cómo se puede armonizar la propuesta de trabajo digno con la proliferación de trabajos flexibles? El proceso que sufre una persona en dicha condición puede resumirse de la siguiente forma: la mayoría de los trabajos flexibles no permite la acumulación de experiencia profesional significativa, que pueda ser aprovechada en los puestos que se ocupen posteriormente. De tal manera, el individuo no va a tener oportunidad de construir una trayectoria profesional ni una identidad laboral propia, pese a que esta sea reconocida como fundamental de cara a la identidad personal y social (Gallino 2009). Aunque Donati (2001) ponga de manifiesto que aumenta el número de personas que no buscan trabajos estables para las que tener un estilo de vida pautado por un trabajo regular y continuado, en el mismo puesto, no supondría una dimensión esencial de sus existencias, lo más habitual es que una persona se represente a sí misma a través del trabajo y se presente a los demás a través de su profesión.

2.2. Las políticas sociales, un suéter encogido Otro elemento del tópico escogido que hay que tener en cuenta para su análisis es la comprensión de lo que son las políticas sociales. No hay acuerdo en la manera de enfocar su función: para algunos tendrían que ser la de ajustar las disfunciones sociales y económicas, para otros tendría que centrarse en garantizar el bienestar de todos los ciudadanos en cuanto responsabilidad principal del Estado (Hill 1999). A los fines de nuestro análisis, nos quedamos con la idea de que las políticas sociales son una parte de las políticas públicas que definen reglas y estándares de cara a la distribución de recursos y oportunidades relevantes para las condiciones de vida y el bienestar de los ciudadanos, y que son generalmente garantizadas por un organismo central que es el Estado. En otras palabras, las políticas sociales se ocupan de ofrecer protección respecto a eventos que pueden perjudicar las condiciones de vida de los ciudadanos, tal y como la pobreza, el desempleo, la enfermedad, etc.; en un paradigma que considera el bienestar individual de interés social (Ibídem). A través de la puesta a disposición de recursos y oportunidades, las políticas sociales, según algunos autores, “están dirigidas a garantizar, o al menos a promover, la «inclusión 4

En línea también con la Estrategia Europea del Empleo (EEE) , cuyo objetivo principal es la creación de más y “mejores” puestos de trabajo. Consultar http://ec.europa.eu/social/main.jsp?langId=es&catId=101. 5 Tal como se puede leer en la web italiana de la OIT: http://www.ilo.org/rome/ilo-cosa-fa/occupazione/reddito-ealtre-condizioni-di-occupazione/lang--it/index.htm.

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social», es decir, el anclaje de los individuos y las familias en el tejido social que les rodea” (Ferrera 2012, 15). Esto es, a garantizar la calidad de vida y el bienestar de los individuos que forman la sociedad. El Estado del bienestar se a concebido como un espacio institucional donde, por medio de políticas sociales, se pueden atender intereses diferentes y necesidades colectivas (en cada Estado, en virtud de una lógica territorial); por lo tanto, su consolidación generó el aplazamiento de ciertas áreas de conflicto social en la esfera de la acción pública. Por un lado, el campo de las políticas sociales se fue extendiendo hacia las intervenciones públicas en el ámbito laboral, y, por ende, abarcó los esquemas de inclusión y exclusión de las personas respecto al mercado de trabajo. Por otro lado, buscan intervenir en los conflictos de redistribución, en la asignación de valores, recursos y oportunidades para determinados grupos y colectivos sociales. Dichas políticas constituyen, de hecho, espacios para la gestión colectiva de los diferentes ejes de desigualdad (clase, nacionalidad, género, etc.). Además, con la integración europea, se ha evidenciado una marcada asimetría entre las políticas que promueven la eficiencia del mercado y las que miran a promover protección y equidad (Subirats 2011). El concepto tradicional de Estado del bienestar (welfare state) se retrae para dejar espacio al welfare mix, o sea a un espacio de carácter mixto en el que participan las fuerzas involucradas, que intervienen de manera diferente según el contexto: privado, público y del tercer sector. Sin olvidar el papel importante que siguen desempeñando las familias, especialmente en los países del sur de Europa, donde hay un modelo mediterráneo o familiar de protección social, como España e Italia. Donati (2004, 11), en su profundización de las semánticas de la inclusión, opera una distinción respecto a los códigos de significado que a esta se atribuyen, y a las formas utilizadas para volverla operativa. En la definición moderna, la inclusión se refiere a la “plena pertenencia al Estado del bienestar nacional”, o sea al “pleno acceso al conjunto de derechos y deberes de la ciudadanía social”. En dicho marco, se presentan dificultades a la hora de alcanzar la inclusión social por medio de una ampliación de los derechos, y también para que se den iguales oportunidades en la competencia por los recursos sociales. Siguiendo con el análisis propuesto por el mencionado autor (Donati 2004), actualmente el Estado del bienestar, aunque hable el lenguaje de la inclusión social, de hecho alimenta dinámicas excluyentes. ¿Por qué? Parte de las razones, radican en la adopción de medidas de intervención social que no tienen carácter universal e incondicional –o sea que no exigen obligaciones a sus beneficiarios y que son a favor de personas que se encontran en estado de necesidad–, sino de carácter selectivo y condicional - esto es, destinadas a personas que demuestren no tener recursos para hacer frente a una determinada necesidad, a las que se les exige que cumplan con una serie de obligaciones asociadas. Los diferentes tipos de medidas propuestas y las formas (más o menos relacionales) de prestar los servicios pueden erosionar los vínculos sociales, debido a que en los sistemas 8

universalistas e incondicionales, las intervenciones sociales se basaban en una “ética de la donación” (Donati 2004,19) que generaba un vínculo social6. Lo cierto es que frente a las crecientes desigualdades, a la dependencia crónica de los jóvenes respecto de sus familias y ante otras carencias, el welfare tradicional ha perdido su capacidad real para proporcionar protección frente a riesgos vinculados con la fragilidad (viejez, enfermedad, pobreza, etc.).

3. CONCLUSIÓN En ningún momento del análisis se ha querido menospreciar el importante papel desempeñado por el trabajo en nuestras sociedades, entendido como una actividad que inserta a la persona en el flujo de la creación de valor, de su gozo y de su participación. Cuando se habla de reglas y estándares en la distribución de recursos y oportunidades considerados relevantes para el bienestar de los ciudadanos (definidos por las políticas sociales), surgen algunas dudas sobre el exceso de confianza otorgado a los mecanismos del mercado (de trabajo) para alcanzar una distribución tendente a la equidad. Además, por lo anteriormente visto, las condiciones actuales del mercado de trabajo excluyen de la participación a personas con las mayores vulnerabilidades respecto a su empleabilidad, personas que necesitarían, más que otras, medidas de compensación para no acabar en una espiral de pobreza y de marginalización. Las políticas sociales como logro histórico de la posguerra europea, también sirven para la socialización de los riesgos sociales, que no pueden ser asumidos de forma individual. Tal como apunta el informe FOESSA (2008, 317), “decir que «la mejor política social consiste en crear empleo» sólo es una parte de la historia, porque no todo el mundo consigue empleo con igual facilidad cuando hay oportunidades de empleo ni todo empleo es igual de bueno para escapar de manera efectiva del riesgo de la exclusión”. Y los problemas no están solo relacionados con el acceso a un puesto de trabajo, o con la temporalidad del mismo, sino también con la calidad de las condiciones laborales y con su estabilidad. El desafío en ese terreno es el de tratar de armonizar la estabilidad de las condiciones para las personas, y la flexibilidad requerida por los mercados globales, donde el capital tiene mucha libertad para moverse pero mucho menor sentido de la ética. El acto de tener un empleo no es resolutivo en si, si no no se explicaría la presencia de los working poors, o sea de todas aquellas personas que sí ocupan un puesto de trabajo, pero 6

Así, por ejemplo, en el informe sobre la situación de Italia en 2014, el centro de investigación Censis (2014), hablando de los sistemas de protección, concluye que si el welfare no vuelve a retomar su función primaria de generación de cohesión social y seguridad, y se sigue utilizándolo, bajo la presión de las medidas de austeridad, como cajero para las políticas fiscales, puede darse el riesgo de que se acelere el paso de la desigualdad a las fracturas sociales.

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sin verse garantizadas unas condiciones de vida dignas, y luchando para no caer en la espiral de la pobreza. El empleo tradicionalmente concebido ha visto vaciado su sentido y ya no es garantía de seguridad, ni un mecanismo generador de equidad en la distribución de los recursos. Especialmente sugerentes para la reflexión son dos “píldoras” del más extenso pensamiento de Rifkin y de Donati. Según sugiere Rifkin (2009), si por un lado se precisa replantear la verdadera naturaleza del trabajo, por el otro habrá que buscar, explorar otras maneras para definir el rol y las aportaciones de las personas en la sociedad. Donati (2001, 10), partiendo de la concepción del trabajo como “medio con el cual se producen bienes útiles para la sociedad”, lanza la cuestión de si el trabajo humano sigue siendo necesario y, en caso afirmativo, qué tipo de utilidad debería generar; y llega a plantearse si más que el trabajo en sí, no estará en crisis el concepto de utilidad social, poniendo como ejemplo todas aquellas personas que no buscan trabajo estable al no considerarlo un aspecto fundamental de sus vidas. Todo esto nos pondría delante del reto de buscar un nuevo “sentido del trabajo” (Donati 2001, 14)7. A partir de estas últimas consideraciones, y teniendo en cuenta todo lo que se ha expuesto bien alrededor de los mecanismos para la redistribución de los recursos indispensables para el bienestar de las personas, bien sobre el trabajo en cuanto expresión de la creatividad del ser humano y actividad indispensable para el cuidado de la “casa común”8, el contratópico que se propone es que “las políticas sociales pueden contribuir a un mejor empleo del trabajo”. El fundamento de esta idea estaría en la necesidad de reflexión sobre el sentido que puede tener el trabajo humano en la actual situación, marcada por una escasa capacidad del mercado laboral de absorber la gran masa de personas “empleables”, al fin de incidir en la cohesión social y en una más extensa participación cre-activa. Las elevadas tasas de desempleo, que afectan de forma transversal a toda la sociedad, arrastrando también a personas bien formadas y con experiencias previas, nos dan la sensación de que ha sido violado un pacto, fundamentado, a grandes rasgos, en la máxima “estudia, esfuérzate y tendrás tu recompensa”. Muchos de los que se han formado para ser parte de un engranaje, se encuentran ahora en la situación de ser empresarios de sí mismos, teniendo que acudir a todos sus recursos de creatividad para salir adelante. El desafío es ante todo cultural, empezando por la necesidad de reconsiderar de las lógicas de maximización de la ganancia –no sólo en el ámbito económico, sino como forma mentis–, cuya influencia puede estar dirigiendo nuestras miradas hacia un horizonte único de medición de los resultados. 7

Traducción propia. Tal como ha sido definida por el Papa Fransico en su última carta encíclica Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común, 2015. El texto integral de la carta encíclica está disponible en la web del Vaticano: https://w2.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclicalaudato-si_sp.pdf. 8

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