POLITICA Y LENGUAJE: REBELDES, GUERRILLEROS Y BANDIDOS EN PORTUGAL TRAS LA GUERRA CIVIL (1834-1840)

June 14, 2017 | Autor: Fátima Sá | Categoría: Conceptual History
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Descripción

POLITICA Y LENGUAJE: REBELDES, GUERRILLEROS Y BANDIDOS EN PORTUGAL TRAS LA
GUERRA CIVIL (1834-1840)

Fátima Sá e Melo Ferreira
CIES-IUL

El 18 de mayo de 1835, el mayor del regimiento de Infantería nº 3,
Joaquim Eusébio de Morais, jefe de un destacamento estacionado en la región
de Melgaço, en el Noroeste portugués cerca de la frontera gallega, escribía
al gobernador militar de la provincia de Miño: «Tengo la honra de
participar a Vuestra Excelencia que se halla presente en los alrededores de
esta villa un tal Tomás das Quingostas, famoso rebelde, ladrón y asesino.
Este hombre, con otros cinco o seis compañeros, merodea por estos pueblos,
instigándolos y alentándolos contra el legítimo gobierno, inquieta a todo
hombre que no cede a su voluntad ni es de sus sentimientos, los
propietarios de estas vecindades recelan y temen ser robados y muertos
[…]».
Más adelante subrayaba el mayor, en defensa de su propia actividad
como militar: «He perseguido de forma constante a este rebelde pero sin
resultado porque los pueblos lo avisan y lo protegen, unos por miedo, otros
por espíritu de partido, de manera que si Vuestra Excelencia no me autoriza
el recurso a medidas más rigurosas y violentas contra esos pueblos, no
puedo apresarlo»[1].
Para situar esta larga cita conviene recordar que el año 1835 era el
primero tras el fin de la guerra civil que había enfrentado a liberales y
miguelistas en Portugal, con la victoria de los primeros. Por lo tanto, el
«legítimo gobierno» del que hablaba Eusébio de Morais era el gobierno
constitucional de Doña Maria II, en cuyo nombre habían combatido los
liberales, y los pueblos sospechosos de cobijar al mencionado «rebelde,
ladrón y asesino» por «espíritu de partido», eran los que se habían
alineado con el bando derrotado en la guerra, el de los
contrarrevolucionarios y antiliberales, que había encarnado Don Miguel.
El personaje objeto del oficio, Tomás das Quingostas, alias de Tomás
Joaquim Codeço, un labrador natural de una aldea cercana a Melgaço, no fue
el único protagonista de la oposición armada al régimen que, después de la
guerra civil, dificultó la pacificación del territorio nacional en el marco
del nuevo orden político y administrativo que el liberalismo intentaba
establecer. En estos años posteriores a la guerra, tuvieron lugar muchas
transformaciones como consecuencia de la intervención directa de los
liberales, quienes, entre otras cosas, se ocuparon de construir una malla
de poderes mucho más densa para articular la periferia con el centro. Un
proceso que se inició con el establecimiento de las prefecturas y después
de los distritos administrativos, según el modelo francés de los
départements, y siguió con la supresión de cerca de la mitad de los
municipios existentes en el país y con el sometimiento de la administración
local a la lógica gubernativa a través, por ejemplo, de la figura del
administrador del ayuntamiento[2].
A la par que estas transformaciones, y a pesar de ellas, tuvo lugar la
aparición de diversos focos de oposición armada al liberalismo de Norte a
Sur del país. Desde el Alto Miño de Tomás das Quingostas y su grupo, al
Algarve del Remexido, conocido como el «famoso guerrillero», y al Alentejo
de los hermanos Baiôa que se asociaron con Remexido, pasando por las
Beiras, en la zona de la Sierra de la Estrella, varias partidas intentarían
desestabilizar al nuevo régimen hasta comienzos de la década de 1840.
Estos movimientos, en la época frecuentemente designados como
guerilhas, una palabra de origen castellano que se difundió en Portugal
durante la Guerra de Independencia contra las tropas napoleónicas y que
hacía referencia, como en España, a cuerpos irregulares de combatientes que
recurrían a tácticas militares no convencionales, coronaban y de algún modo
cristalizaban otras formas de agitación y perturbación del orden, por
motivos extremadamente variados, registradas en el Portugal de posguerra.
Las razones aducidas para estas protestas iban, efectivamente, de la
negativa a pagar nuevos y antiguos tributos a la oposición a las nuevas
leyes sanitarias que prohibían los entierros en las iglesias e imponían la
construcción de cementerios públicos, así como la resistencia a los
clérigos que en las parroquias, en especial en las rurales, habían
sustituido a los párrocos que no reconocían a las nuevas autoridades
diocesanas, nombradas bajo el control del gobierno liberal y que a su vez
habían reemplazado a los obispos partidarios del miguelismo[3].
En este panorama de contestación generalizada al nuevo orden,
alimentada por las heridas de la guerra civil, merece la pena seguir a
algunas de las figuras ejemplares del «desorden», en particular a las que
recibieron las designaciones de «rebelde», «guerrillero» y de «bandido» o
«salteador».
Para hacerlo será conveniente que regresemos al Alto-Miño, a Tomás das
Quingostas y a los términos con que el personaje es presentado en el oficio
del mayor Eusébio Morais: «Tomás das Quingostas, famoso rebelde, ladrão e
matador». Comencemos por el sustantivo «rebelde», del que los diccionarios
daban el significando de «El que se ha alzado en rebelión», siendo el
significado más común de «rebelión»: «levantamiento del vasallo contra su
soberano». Se trataba en consecuencia de un término dotado de un carácter
político indiscutible y que permite comprender con facilidad que llamar así
a Quingostas era la forma de atribuirle su desacato al régimen recién
instaurado. Observemos a continuación los otros: «ladrão» es una palabra
que tiene, naturalmente, un significado bastante constante en los
diccionarios y significa «quien hurta y roba». Un término aplicado con
propiedad a Quingostas que, incluso antes del gobierno de D. Miguel que
apoyó, había estado preso por robo y se encontraba en la celdas de la
Relação do Porto cuando tuvo lugar el desembarco de los liberales en las
inmediaciones de aquella ciudad en 1832. Finalmente, «matador» que es,
según los diccionarios, «la persona que ha matado o ha hecho morir»,
también se ajustaba al pasado del personaje. Quingostas había sido
condenado por una muerte criminal a finales de la década de 1820. Es decir,
de acuerdo con el segundo y el tercer apelativo, que nada tenían de
metafóricos, Tomás das Quingostas era conocido como ladrão y assassino.
Pero a esas designaciones sumaba, sin embargo, la de rebelde, que precedía
a las anteriores y que pasó a ser la más utilizada para referirse a
Quingostas. Rebelde, bandido, bandido y salteador y jefe de cuadrilla:
varios son los términos con los que se aludía a Quingostas en los
expedientes que se ocupan de él y de su banda hasta 1839. Curiosamente la
palabra guerrillero nunca la empleaban las autoridades para hablar de este
sujeto, pese a que había sido utilizada en referencia a otros jefes de
grupos armados que, efímeramente, se constituyeron en la misma región en la
posguerra y que fueron rápidamente derrotados.
Dejando el campo de la semántica y regresando al de las prácticas
sociales de Quingostas y de su banda, es interesante entender cómo, a
partir de la situación de partida, sus prácticas fueron evolucionando a lo
largo de los años de la posguerra y con ellas lo hicieron también las
palabras que las acompañaban. Efectivamente, el grupo de Quingostas creció
bastante en los años posteriores a su formación y acometió acciones de
naturaleza diversa en Portugal, como la liberación de presos políticos de
la cárcel, además de llegarse a unir, en Galicia, a una partida carlista
comandada por el guerrillero Guillade. Esta fuerza actuaba a ambos lados de
la frontera y se dedicaba, entre otras cosas, a atraer reclutas portugueses
para que se alistasen en España y pasasen e formar parte de las fuerzas de
D. Carlos, el pretendiente absolutista al trono de Isabel II[4].
La brecha abierta por los conflictos en el interior del liberalismo
que, a partir de 1836, marcaron la política nacional mediante la oposición
entre los moderados partidario de la Carta Constitucional y la corriente
más radical, conocida como setembrista, tras haber llegado al poder en el
contexto de la llamada Revolução de Setembro, otorgó una nueva dimensión a
la banda dirigida por Quingostas. Este fue nombrado, inesperadamente,
comandante de una fuerza local, una partida volante favorable a los
setembristas y en consecuencia gubernamental, destinada a combatir y
perseguir a los militares insurrectos del batallón de cazadores nº 4, que
se había pronunciado en 1837 a favor de la Carta Constitucional, con motivo
de la llamada revolta dos Marechais.
Con la legitimidad que le otorgaba el salvoconducto expedido por el
propio general que mandaba las tropas contra la revuelta militar,
Quingostas pasó de perseguido a perseguidor y de rebelde a comandante de un
batallón de tropas irregulares, con una extensa esfera de acción. Un juez
local lo llamó jocosamente, en esa época, el «pequeño general del Alto-
Miño» y afirmaba que andaba siempre de uniforme y estaba constantemente
ocupado en dar órdenes, que todos obedecían[5]. Con escasa implantación
local, los setembristas en el poder se habían visto obligados a recurrir a
los servicios de un «rebelde», adepto al miguelismo, pero excelente
conocedor del terreno en el que combatía a sus oponentes, también ellos
liberales contra los que había luchado asimismo bajo las banderas de Don
Miguel en la guerra civil.
Pero el itinerario político de Quingostas todavía no había llegado a
su fin. El declive nacional del setembrismo provocó poco tiempo después la
caída en desgracia del «pequeño general del Alto-Miño». Acusado de un nuevo
asesinato, Quingostas fue hecho preso a comienzos de 1839 y ejecutado por
la escolta que lo conducía a prisión en aplicación de la ley de fugas, al
igual que les ocurrió a otros muchos guerrilleros miguelistas en la
posguerra.
El contrapunto más evidente de la figura de Tomás das Quingostas es,
sin duda, el antiguo capitán de Ordenanças[6] del Algarve, José Joaquim dos
Reis, también él miguelista, apodado Remexido. Calificado desde un
principio de rebelde y guerrillero nunca lo fue como bandido o salteador.
Remexido era hijo de una familia de labradores medios y había estado en el
seminario de Faro, hasta que abandonó la carrera eclesiástica para casarse
en S. Bartolomeu de Messines, donde fijó su residencia[7].
José Joaquim dos Reis que se convirtió en jefe guerrillero en 1836, ya
tenía en esa época un pasado conocido como combatiente a favor de la causa
miguelista. Una trayectoria marcada por una destacada participación en la
guerra civil como comandante de un destacamento de Ordenanças que, entre
otras cosas, había participado en la nueva proclamación de D. Miguel en
varias localidades del litoral del Algarve, después de la efímera
restauración del liberalismo, tras el desembarco de las fuerzas liberales
en el Algarve en 1833 que, sin embargo, abandonaron rápidamente la región a
su suerte, es decir a los miguelistas, y avanzaron hacia el norte, en
dirección a Lisboa. Una de las acciones más famosas que dirigió fue el
ataque a Albufeira en 1833, a la cabeza de las Ordenanças y de una numerosa
masa de campesinos pobres de la sierra, que saquearon la ciudad y
destruyeron y quemaron registros de títulos forales y deudas[8].
En el periodo posterior a la guerra, Remexido no solo se colocó al
frente de una guerrilla creada o, mejor dicho, reactivada y con base en la
sierra del Algarve, sino que se alió y comandó otros grupos de insurrectos,
que se habían alzado en armas en el Alentejo, como el que estaba encabezado
por los hermanos Baioa de Ervidel. Esta fuerza así formada emprendió
acciones por todo el Alentejo y el Algarve y para su represión hubo que
movilizar importantes fuerzas militares en la región. Los avatares de las
campañas gubernamentales en la región fueron a menudo objeto de debate en
las Cortes, donde las operaciones llegaron incluso a ser elevadas a la
categoría de auténtica guerra: «La guerra de las dos provincias del Sur»
[9].
Pese a que Remexido, en el curso del juicio sumarísimo al que fue
sometido en Faro tras su arresto en 1838 y que concluyó en su condena a
muerte, sostuviera una y otra vez que había vuelto a tomar las armas para
defenderse de las persecuciones a las que habían estado expuestos él y
otros combatientes del miguelismo en la posguerra, no obstante la amnistía
concedida a los vencidos, hoy sabemos que su movimiento estuvo
profundamente ligado a las redes de exiliados miguelistas que, a partir de
Italia donde Don Miguel se había refugiado, pretendían reiniciar la guerra
civil en Portugal[10].
En ese contexto, Remexido pretendió incluso reconstituir unidades
militares regulares en el Algarve y logró que muchos antiguos oficiales
miguelistas se le sumaran en la sierra. No cabe, por otra parte, negar el
profundo arraigo local de su movimiento y los fuertes apoyos campesinos que
poseía en aquellas zonas. Los lugareños le avisaban de las operaciones
emprendidas contra él por el ejército y acogían a sus compañeros, dándoles
refugio y alimentos.
En la «guerra de las dos provincias del Sur», el apoyo de la población
a los rebeldes fue decisivo y no fue casualidad que las autoridades
liberales llegaran a barajar la hipótesis de expulsar a los serranos e
incendiar las sierras para cortar de raíz su respaldo a la causa
miguelista. Una amenaza que no llegó a traducirse en hechos pero que tuvo
gran efecto en los habitantes, intimidados ante esa posibilidad de ser
desplazados de sus localidades para acabar con su colaboración con los
guerrilleros[11].
Guerrillero, rebelde, comandante de guerrillas, Remexido fue siempre
conocido por esas designaciones por parte de autoridades civiles y
militares y nunca como jefe de cuadrilla, ladrón o bandido. Sin embargo,
dentro de la guerrilla, los jefes de los diversos grupos que la integraban,
muchos de los cuales eran oficiales subalternos desmovilizados del ejército
miguelista, se trataban entre sí por su grado militar de teniente, alférez
o sargento. Remexido, el guerrillero para las fuerzas gubernamentales, era,
dentro de la guerrilla, «brigada de los Ejércitos Reales», grado que no
había llegado a alcanzar en el ejército regular, al que de hecho nunca
había pertenecido, por más que D. Miguel desde el exilio se lo
concediese[12].
Después de la muerte de Remexido, los oficiales superiores de la
Primera Línea del ejército miguelista se pusieron al frente del movimiento,
lo que no impidió que este fuese rápidamente asimilado al bandidismo en el
discurso oficial. A finales de la década de 1830 e inicios de la de 1840,
cuando la guerrilla se hallaba debilitada y aislada respecto a sus apoyos
externos, como consecuencia del fin de la Primera Guerra Carlista, en
España y de las dificultades por las que atravesaba el exilio alrededor de
Don Miguel en Italia, el lenguaje de las autoridades centrales respecto a
los guerrilleros del Sur mudó por completo. Al gobierno ordeiro presidido
por Rodrigo da Fonseca Magalhães la urgía resolver plenamente el problema
de las partidas del Alentejo y del Algarve, a fin de progresar en el
restablecimiento del orden que buscaban los moderados. La forma de hablar
de las guerrillas se adaptó a esos objetivos. Fonseca Magalhães afirmó en
enero de 1840 en las Cortes, después de felicitarse de la derrota de los
partidarios de Don Carlos en España: «Las bandas facciosas que asolaban la
región próxima a la Sierra del Algarve, que han sido constantemente
perseguidos y que por todas partes han sufrido derrotas, al haber perdido a
todos sus jefes erran ahora sin carácter político, reducidas a bandas de
salteadores que buscan abrigo en las montañas»[13].
La afirmación de que las guerrillas del Sur habían pasado a ser
cuadrillas de bandoleros era tanto como dictar su muerte política y
pública, no obstante el hecho de que sus últimos jefes fueran hombres
provenientes del antiguo ejército miguelista, con los que las autoridades
se vieron obligados a negociar el desarme en los dos años subsiguientes.
Pero por entonces, habían dejado de existir y se podía anunciar la
pacificación definitiva del país y el fin de las bandas armadas en todo el
territorio nacional. La guerrilla de Remexido, en el período posterior a
su muerte, siguió así desde el punto de vista de las autoridades el camino
inverso a la de Tomás das Quingostas. Si este pasó de bandido a jefe
político local gracias a su cooptación por los dirigentes setembristas; la
guerrilla del Sur, por el contrario, se transformó en una banda errante de
salteadores, sin carácter político, gracias al fin de la guerra carlista y
al acuerdo interno de las corrientes liberales que representaron los
ordeiros.
El tercer caso sobre el que me gustaría reflexionar es el de las
guerrillas que aparecieron en la parte central del país, en particular en
la Sierra de la Estrella, en la confluencia de los distritos de Coimbra,
Guarda y Viseu. En esta zona, en municipios como Ervedal, Seia, Midões y
Oliveira do Hospital, se constituyeron movimientos armados que combatieron
el régimen liberal recién instaurado, aunque de una manera más episódica
que en el Sur. La particularidad de estos movimientos, entre los que
destacó un intento de rebelión llamado «Revolta da Serra», ocurrido en
1837, es que sus líderes procedían de las elites locales y estaban formados
por propietarios, bachilleres y hasta un antiguo profesor de la Universidad
de Coimbra (el Doctor Luís Paulino, llamado el doutor calhamaço [doctor
tocho]).
Combatidos por las tropas y sobre todo por partidas favorables al
liberalismo, que se caracterizarían más tarde por recurrir a medios
violentos para tratar de dominar la vida local –y entre los que alcanzaría
especial repercusión el caso de João Brandão[14]-, estos guerrilleros
acabaron negociando con las autoridades locales la renuncia a las armas en
un acuerdo «convenio de Gavinhos». Este convenio, bautizado con el nombre
del lugar del municipio de Oliveira do Hospital donde se negoció la paz,
fue suscrito por representantes del poder judicial y de la administración
civil así como por los comandantes de los destacamentos militares
estacionados en Midões y Seia, además, claro está, de por los propio
guerrilleros. El acuerdo fue incluso comunicado al gobierno por el
comandante de la 2ª división militar que se abstuvo de cualquier compromiso
con lo acordado, pese a que él no lo había desaprobado. Según los términos
del texto suscrito, los guerrilleros firmantes, Agostinho Vaz Pato, los
hermanos Abranches de Sameice, llamados los Poetas, y otros jefes se
comprometían a deponer las armas a cambio del fin de las persecuciones de
que eran objeto, la protección del ejército y el perdón real. Se pidió
parecer sobre el convenio al Fiscal General del Reino (Procurador-Geral da
Coroa), quien consideró que no tenía valor legal mas aconsejó la concesión
de una amnistía a estos y otros grupos guerrilleros en armas en el país.
Hubo también miguelistas que rechazaron el acuerdo: entre ellos destacó
António Macário, un sastre de Midões, que siguió en la lucha, acometiendo
acciones de excepcional violencia en la región. Perseguido con ahínco, como
sus compañeros, acabó por caer igual que ellos después de un largo asedio
en un lagar[15].
En relación a Macário y a sus seguidores, se volvió a emplear la
designación de bandido o salteador y de jefe de cuadrilla. En su caso, la
relativamente larga supervivencia de la banda fue atribuida a la protección
que le dispensaba el destacamento militar de Midões que debía combatirlo.
Supuestamente, y al igual que había sucedido con Quingostas en el Alto-
Miño, esta protección se debía a los servicios prestados por Macário al
jefe de dicha fuerza en el combate contra sus enemigos cartistas.
Los tres ejemplos expuestos en estas páginas, con sus lógicas propias
y sus inserciones regionales específicas, nos conducen a algunas preguntas
de naturaleza similar. En referencia directa al título de este texto, nos
ayudan, antes que nada, a interrogarnos sobre la relación entre política y
lenguaje en el contexto de las resistencias de los miguelistas vencidos al
gobierno liberal y al nuevo aparato coercitivo del Estado tras la derrota
de Don Miguel en la guerra civil pero también sobre la dimensión misma de
esas resistencias.
Sobre estés puntos podemos extraer algunas conclusiones provisionales.
Resulta posible defender, en primer lugar, que la resistencia armada fue
poderosa, a juzgar por las fuerzas militares movilizadas para combatir a
los insurrectos pero, sobre todo, por la necesidad que tuvieron las
autoridades públicas de llegar a acuerdos o negociar con los resistentes
actitudes que tuvieran por veces implicaciones directas en el vocabulario
utilizado para los nombrar. En segundo lugar, es posible concluir, también,
que el estatuto político del rebelde y del guerrillero, aparentemente bien
diferenciados de los del bandido o jefe de cuadrilla, tuvieron en la
práctica fronteras bastante fluidas. Dictado estratégicamente por la
autoridades públicas en función del contexto político y de la relación de
fuerzas coyuntural, el lenguaje político empleado para hablar de las
guerrillas miguelistas de la posguerra fluctuó mucho más de acuerdo con las
contingencias de la política nacional que con las situaciones vividas sobre
el terreno. Fue lo que ocurrió, muy claramente, en el caso de la
transformación en bandoleros de los guerrilleros del Algarve a principios
de los años 40, tras la pérdida de influencia del movimiento a causa de la
derrota de los carlistas españoles y de los objetivos «ordeiros» del
gobierno. También ocurrió eso, aunque de otro modo, cuando Tomás da
Quingostas pasó de «rebelde, ladrão e salteador» a colaborador del gobierno
setembrista y «comandante».
La última conclusión que cabe sacar está vinculada al modo en que,
independientemente de las estrategias lingüísticas usadas para designarlas,
las figuras del rebelde, del guerrillero y del bandido en Portugal en el
período posterior a la guerra civil plantean el problema más amplio de la
capacidad del propio Estado liberal para controlar efectivamente el
territorio y para ejercer su autoridad en los años inmediatamente después
de la guerra. La verdad es que, a pesar de las nuevas formas
administrativas de control que habían sido instituidas y a las que antes
nos referíamos, ese control fue, en realidad, bastante difícil de
implantar. No solo no se pudo prescindir para lograr que arraigase, de
alianzas y negociaciones con los enemigos declarados del nuevo orden ni del
recurso a una intervención militar constante en las provincias, sino que
tuvo que contar asimismo con la colaboración de otras bandas de civiles
armadas que decían apoyar el liberalismo y que intervinieron violentamente
en la vida local y en la disputa por los poderes de cada parte. Son ejemplo
elocuente de esa colaboración condicionada los ya citados Brandões de
Midões y otras figuras de guerrilleros liberales que habrá que estudiar y
conocer mejor como los Marçais de Fozcoa, Joaquim António Batalha de Portel
o Galamba da Vidigueira. Mas esa es otra historia, o mejor dicho, otra cara
de la que quería contar.


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[1] Carta de Joaquim Eusébio de Morais , mayor de Infantería nº 3 a António
Inácio Cayola, Gobernador Militar de la província de Minho, 18 de mayo de
1835, Arquivo Histórico Militar ( AHM). 1º divisão, 22º secção , cx 17 , mç
45.
[2] Fernando CATROGA: A Geografia dos Afectos Pátrios. As Reformas Político-
Administrativas (sécs XIX e XX), Coimbra, Almedina, 2013.
[3] Maria de Fátima Sá e Melo FERREIRA: Rebeldes e Insubmissos.
Resistências Popularesa o Liberalismo ( 1834-1844), Porto, Afrontamento,
2002.
[4] Maria De Fátima Sá e Melo FERREIRA, Rebeldes e Insubmissos ..., pp.178-
197
[5] Augusto César, ESTEVES: Melgaço, sentinela do Alto-Minho, Melgaço,
Tipografia melgacense, 1959, p. 17
[6] Las ordenanças eran los cuerpos de la tercera línea del ejército del
Antiguo Régimen. Integraban a toda la población masculina adulta y podían
ser movilizadas en momentos de especial gravedad como la invasión del
territorio por fuerzas extranjeras. Estos cuerpos fueron movilizados por
los miguelistas en la guerra civil. Con frecuencia se aludió a ellos con el
término de guerrillas.
[7] António do Canto MACHADO e António Monteiro CARDOSO: A guerrilha do
Remexido, Lisboa, Europa-América, 1981.
[8] Memória dos Desastrosos Acontecimentos de Albufeira : Publicações
Alfa, 1990.
[9] Maria de Fátima Sá e Melo FERREIRA, Rebeldes e Insubmissos ..., pp 262-
399.
[10] Maria Alexandre LOUSADA y Maria de Fátima Sá e Melo FERREIRA: D.
Miguel, Círculo de Leitores, 2006.
[11] António do Canto MACHADO e António Monteiro CARDOSO: A guerrilha do
Remexido...
[12] António do Canto MACHADO e António Monteiro CARDOSO: A guerrilha do
Remexido...


[13] Diário da Câmara dos Deputados, sessão de 17/ 1/ 1840, relatório do
Ministro do Reino Rodrigo da Fonseca Magalhães.
[14] José Manuel SOBRAL: «Banditismo e Política: João Brandão no seu
contexto político e social», en J. BRANDÃO (Eds.): Memórias de João Brandão
(pp. I-XXIII), Lisboa, Veja, 1991.
[15] Maria de Fátima Sá e Melo FERRREIRA, Rebeldes e Insubmissos ..., pp.
243-253
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