Política, religión y los usos del dinero

June 28, 2017 | Autor: Hernán Borisonik | Categoría: Political Economy, Political Philosophy, Political Theory, Aristotle, Money
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Descripción

Política, religión y los usos del dinero 10 julio, 2013

Por Rodrigo Ottonello. Hernán Borisonik, Doctor en Ciencias Sociales (UBA-CONICET), dialoga con Marcha acerca de su libro Dinero Sagrado. Política economía y sacralidad en Aristóteles (Miño y Dávila, 2013).

No ha pasado mucho tiempo desde que las grandes tradiciones de la filosofía occidental eran tratadas en Latinoamérica como insumos extranjeros, fuese para su divulgación local o para su adaptación a realidades vernáculas; el intento por superar el carácter periférico de nuestros pensamientos apuntaba a pensar insistentemente nuestra historia de subordinación política, económica e intelectual a las potencias de los países centrales, buscando que de esa crítica surgiesen nuevas libertades. Hernán Borisonik (docente de la UBA y doctor en ciencias sociales), en Dinero sagrado. Política, economía y sacralidad en Aristóteles, elige otro movimiento: establecer un diálogo de igual a igual con la filosofía occidental. El resultado es un libro notable en el que el mundo griego y el contemporáneo se comunican mediante una de las invenciones más inquietantes de la humanidad: el dinero. De esto hablamos con el autor.

En uno de los pasajes de tu trabajo escribís: “¿Existe hoy algo más acuciante que la enorme inequidad, que la falsa ilusión de un mundo administrado económicamente, o que la casi inexistente autosuficiencia de las comunidades políticas?” La pregunta que surge de allí es: ¿por qué la decisión de acudir a Aristóteles para pensar en un problema tan actual y urgente? El libro tiene, diría, dos orígenes: por un lado surgió de muchos años de estudiar a Aristóteles, en los que fui metiéndome cada vez más con las cuestiones históricas y alejándome de esa filosofía abstracta (que es como normalmente nos enseñan a leer a los griegos) y absolutamente universal. Si Aristóteles es un clásico es porque sus preguntas (y no necesariamente sus respuestas) aún nos resuenan, nos interpelan. Eso me permitió ver a Aristóteles como un pensador de la crisis, como alguien que está parado concretamente frente a un problema que puede hacer (y que de hecho hizo) tambalear un sistema político completo. Por otro lado, nunca dejaron de llamarme la atención los problemas que tenemos hoy, en relación con las ansias acumulativas y la falsa ilusión de que el dinero está disponible todo el tiempo para todo el mundo. Entonces, traté de hacer que Aristóteles pudiese dar su opinión acerca de los problemas que hoy me preocupan, intenté pensar con las categorías de quien se hizo muchas de mis preguntas hace 2500 años y marcó una línea de pensamiento que todavía nos atraviesa. No olvidemos que Aristóteles fue el primero en ver el peligro social de interpretar al dinero como finalidad y no como medio.

El dinero, usualmente pensado desde el comercio y la producción económica, es analizado en tu trabajo desde las perspectivas de lo sagrado y la religión: ¿cuáles son los fundamentos y motivos de esta lectura? El dinero “contemporáneo”, el usado en los intercambios, se ha naturalizado como una parte incuestionable de nuestra realidad y se abstrajo hasta el máximo posible. Ya no es oro o algo lindo o escaso, sino un número en un papel o en un extracto bancario. Incluso en las formas más rudimentarias de trueque hay una idea de conmensurabilidad que funciona sistemáticamente. Por eso me parecía urgente rearmar la historia del dinero (al menos de sus orígenes) y mostrar que surgió de prácticas rituales en las que las personas se vinculaban con las divinidades. En dos palabras, el dinero nació para comerciar con los dioses y luego, paulatinamente, se lo fue profanando. Las teorías económicas modernas se devanan los sesos pensando “qué es” el dinero, buscan su esencia, su ontología, lo cual no hace más que reforzar esa idea de que es natural y de una sola forma. A mí me interesa más explorar los usos del dinero, porque así se lo puede pensar como un reflejo de otras formas de relación que subyacen en esto que nos parece tan obvio. Existieron sociedades sin mercado y sin dinero; y aunque ahora esa no sea una opción viable, sí me interesa plantear que existen más posibilidades para el dinero y el intercambio que las impuestas actualmente. Pero sin bucear en su genealogía, esto sería muy difícil, por no decir imposible.

El origen religioso del dinero, ¿es una marca que ha desaparecido en su actual función económica como medio de acumulación y que tal vez debemos recuperar, o es, por el contrario, lo que está presente y operando en el modo en que lo tratamos? Como te decía recién, recuperar esa marca sagrada original me parece fundamental para entender al dinero. Y justamente creo que en Aristóteles está la respuesta precisa a ese vínculo siempre presente entre dinero y sacralidad. El dinero es un “conversor universal” que traduce todo a un valor abstracto para que podamos intercambiarlo, pero el modo en el que es tratado actualmente habla todavía de sus orígenes sacralizados. Eso se ve, fundamentalmente, en las ansias acumulativas (la imagen de un Tío Rico nadando en monedas, como súmmum de la felicidad, por ejemplo), pero también en el llamado “dinero marcado”, como el hecho de guardar billetes (“mi primer dólar”) y no usarlos por razones sentimentales o de fetichización. Creo que todavía falta recorrer un largo camino, de aportar conciencia sobre el carácter ficticio y político de los usos del dinero, que nos permita vincularnos con él de maneras menos nocivas a nivel social. Por supuesto que la marca sagrada está escondida, precisamente por la naturalización de cierta forma de uso que se ha convertido en obvia y normal, pero no por eso (más bien, todo lo contrario) deja de ser peligroso no acordarnos de la diferencia entre medio y fin. En la carga conceptual y simbólica que ponemos en el dinero se juega toda una concepción de la buena vida, de la política y de las relaciones al interior de nuestras sociedades que puede (para mí, que debe) ser cambiada para permitir una mejor asignación de los recursos y una convivencia más saludable para todo el mundo (y no sólo para las personas, sino también en relación con los recursos naturales).

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