Política Exterior. Cambio climático. Una amenaza para la seguridad (2008)

July 4, 2017 | Autor: Antxon Olabe Egaña | Categoría: Climate Change
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Cambio climático, una amenaza para la seguridad global Antxón Olabe y Mikel González

Movimientos de población, escasez de recursos alimentarios y necesidades de desarrollo para la mayoría de los países son algunos de los riesgos para la seguridad internacional derivados del cambio climático. Afrontarlos requiere una nueva estructura institucional global.

n 2000, el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, reconocía que “las nuevas amenazas a la seguridad mundial son un reto que requiere adaptar nuestros enfoques tradicionales”. El cambio climático es un claro ejemplo de nuevo reto global para la humanidad. El impacto de la crisis climática sobre la seguridad mundial fue discutido en 2007 en el Consejo de Seguridad de la ONU a petición de Reino Unido y también ha sido tratado como “problema de seguridad” en la pasada Cumbre de Primavera de la Unión Europea. Los logros en cuanto a contención de emisiones en las dos últimas décadas han sido, sin embargo, muy escasos. Las emisiones globales han aumentado entre 1970 y 2004 un 70 por cien, como destacaba Rajendra Pachauri en su discurso de aceptación del premio Nóbel de la Paz, otorgado al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC, en sus siglas en inglés). En un periodo más reciente, los resultados han sido igual de insatisfactorios. Así, mientras que las emisiones totales de gases de efecto invernadero (GEI) fueron de 41 gigatoneladas (GT) en 1990, en 2005 fueron de 45 GT, un 10 por cien superiores. Como consecuencia, la concentración de CO2 en la atmósfera supera ya las 380 partes por millón (ppm), el nivel más elevado en cientos de miles de años en la Tierra. La manifiesta dificultad para encauzar adecuadamente la crisis climática desde el marco institucional vigente plantea la necesidad de su renovación. Conceptualizar el cambio climático como problema emergente de seguridad global para la humanidad nos lleva a proponer que sea el Consejo de Seguri-

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Antxón Olabe es analista ambiental y socio de Naider. Mikel González es investigador en la Universidad del País Vasco UPV-EHU. POLÍTICA EXTERIOR, núm. 124. Julio / Agosto 2008

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dad de la ONU, ampliado en sus miembros permanentes, quien asuma la dirección estratégica contra el mismo. De manera complementaria se aboga por la creación de una agencia internacional dedicada exclusivamente a la lucha contra el cambio climático. La complejidad de la tarea aumenta si se incluyen las imprescindibles cuestiones de equidad y desarrollo. Al tiempo que está teniendo lugar la alteración del clima del planeta, el sistema de producción y consumo mantiene en la pobreza absoluta a millones de personas, las más vulnerables y las más castigadas por ese fenómeno. Por ello, cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio de erradicación de la pobreza es una condición imprescindible para que los países más vulnerables puedan adaptarse de forma adecuada a la alteración del clima y sus consecuencias. En continentes como África, Asia y América Latina la adaptación al cambio climático requiere un mayor desarrollo económico y protección social, lo que supone la cuadratura del círculo.

La inercia del sistema global Desde 1900, la atmósfera de la Tierra se ha calentado 0,74 grados centígrados y el ritmo de calentamiento se ha acelerado en las últimas décadas. La temperatura es ya, o está cerca de serlo, la más elevada en el actual periodo interglacial que comenzó hace 12.000 años. Como han puesto de manifiesto los informes de 2001 y 2007 del IPCC, el incremento de las concentraciones de GEI en la atmósfera tiene origen humano. Los niveles de concentración de CO2 –principal GEI– se mantuvieron estables, en torno a las 260 ppm hasta la época preindustrial, y posteriormente comenzaron a aumentar hasta alcanzar las actuales 380 ppm. Recientes datos del observatorio de Mauna Loa recogidos por la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) de Estados Unidos, confirman que el ritmo de concentración de CO2 en la atmósfera se ha duplicado respecto a hace 50 años. La experiencia acumulada desde la Revolución Industrial muestra que las emisiones de GEI han estado y están ligadas al crecimiento demográfico, al desarrollo económico y al consumo energético; y que este proceso de retroalimentación sigue estando muy activo e intenso. Respecto a la demografía, la ONU estima que la actual población de 6.600 millones de personas seguirá creciendo hasta alcanzar en 2050 los 9.000 millones y que aproximadamente el 90 por cien de la población vivirá a partir de 2020-25 en países emergentes y en desarrollo, con una gran necesidad energética y un gran potencial de crecimiento económico. China, a modo de ejemplo, el país más poblado, ha aumentado su PIB durante los últimos 30 años a una tasa anual media superior al ocho por cien. En cuanto a la energía, los combustibles fósiles han sido el soporte del desarrollo económico y demográfico de los últimos 150 años. El carbón, el

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petróleo y el gas siguen moviendo el mundo y suponen el 80 por cien de la energía primaria total utilizada en los países desarrollados. Su presencia es, también, cada vez mayor en los países en desarrollo, que comienzan a incorporarlas en su balanza comercial en detrimento de otras fuentes menos versátiles como la madera y la biomasa. La Agencia Internacional de la Energía estima que las reservas fósiles conocidas –petróleo, gas y carbón– cuya extracción puede obtenerse a un coste económico razonable, equivalen a unos siete billones de barriles de petróleo, mientras que el total consumido desde la Revolución Industrial ha sido de 2,7 billones. Es decir, en las próximas décadas van a estar disponibles suficientes recursos fósiles, especialmente carbón, para que la humanidad los siga utilizando de manera masiva para su desarrollo. En el ámbito económico, la UE ha mostrado que es posible desacoplar crecimiento económico y emisiones. Pero la cuestión de fondo no es tanto si ese desacoplamiento es posible –que lo es– sino si ese desacoplamiento es creíble a nivel mundial en las próximas décadas. En un escenario tendencial, el desacoplamiento que ha realizado la UE es difícilmente transferible fuera del mundo desarrollado por dos razones. Primera, porque en la Unión la población está estabilizada, algo que no ocurre en los países emergentes y en desarrollo. La segunda, porque los niveles de desarrollo económico, tecnológico y de conocimiento europeos son extraordinariamente altos en comparación con los emergentes y en desarrollo y, en consecuencia, el margen de maniobra en Europa ha sido mucho mayor. Como resultado de las tendencias demográficas, energéticas y económicas, existe una gran inercia en las emisiones globales de GEI. La metáfora que evoca esta situación es la de un transatlántico que surca el océano a gran velocidad, y que además se está acelerando. El buque lleva una inercia y necesita en un plazo breve de tiempo realizar un giro importante en su trayectoria. Al mando del navío no hay un único capitán, sino un grupo de capi-

Población

Poblacióna

EE UU 300 China 1.313 EU-25 450 Rusia 144 India 1.134 Japón 128 Brasil 187 Indonesia 226 Suráfrica 55 Total 3.923

Incremento %b

1,1 0,9 0,2 -0,2 2,1 0,3 1,7 1,5 2,1

Renta

Renta per cápitac

34.557 4.379 22.917 7.993 2.572 25.788 7.480 3.057 9.750

Incremento %d

2,0 8,2 2,1 -2,2 3,5 2,0 0,4 3,4 -0,6

a: en millones (2005). b: medio anual (1990-2005). c: en 2000 en dólares y paridad de poder adquisitivo. d: medio anual (1980-2002). e: sobre el total mundial. f: medio anual (1990-2005). Fuente: Elaborado por los autores con datos del World Resources Institute, 2008

Emisiones

Emisiones %e

20,6 14,7 14,0 5,7 5,6 3,9 2,5 1,5 1,2 69,7

Incremento %f

1,5 4,1 -0,2 -1,9 5,8 0,8 4,8 8,1 1,9

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tanes, y cada uno de ellos tiene su particular manera de entender la trayectoria del buque y los problemas a ella asociados.

Geopolítica del cambio climático La inercia del sistema en cuanto a generación de emisiones se hace más evidente al identificar y analizar a los principales Estados emisores. Es decir, al bajar al territorio, a la geografía y a la política. Porque el problema del cambio climático ha de ser analizado en términos geopolíticos, ya que es un problema global en sus causas y en sus consecuencias. Introducir la variable geopolítica significa analizar las características económicas, demográficas, tecnológicas de los emisores clave. Los principales centros de emisión son EE UU, China, la UE, Rusia, India, Japón y Brasil. Si se incluye en el análisis las emisiones debidas a la desaparición de los bosques primarios, es preciso añadir Indonesia. De hecho, el papel del los bosques es fundamental. Si bien el 57 por cien de las emisiones totales (en 2000) procedieron de la quema de combustibles fósiles, otro 41 por cien tiene su origen en los cambios en los usos del suelo, especialmente la deforestación para usos agrícolas. Del análisis de las características de esos países, se desprende una serie de consideraciones claves para entender la dinámica del problema. En primer lugar, a pesar de haberse aprobado hace más de 15 años el Convenio Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, las dos economías más ricas del mundo, EE UU y Japón, han seguido incrementando sus emisiones. Esto demuestra las dificultades que siguen existiendo para traducir en resultados reales las declaraciones internacionales y acuerdos como el citado convenio o el Protocolo de Kioto, del que se descolgó la administración estadounidense. El único centro emmisor relevante que presenta progresos reales de mitigación es la UE, ya que la disminución de las emisiones en Rusia se explica por el colapso económico-industrial que ocurrió tras la caída del sistema soviético. En segundo lugar, China, India e Indonesia han aumentado con fuerza sus emisiones en esta última década. Entre 1990 y 2002, China ha incrementado sus emisiones un 49 por cien, India un 70 e Indonesia un 97. Los tres países juntos suponen más del 40 por cien de la población mundial y ya generan el 22 por cien de las emisiones totales. Estas economías seguirán previsiblemente creciendo, pues su renta per cápita es todavía 10 veces menor que la de un estadounidense medio. En tercer lugar, y rompiendo algún estereotipo, China ha reducido enormemente su intensidad energética. La intensidad energética (emisiones en relación al PIB) es una buena medida de la eficiencia en CO2 y sirve de comparación entre países. Entre 1990 y 2002, la intensidad en China se ha redu-

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Reducción emisiones

Emisionesa

EE UU 23 China 3,8 EU-25 10,5 Rusia 13,3 India 1,7 Japón 10,3 Brasil 4,6 Indonesia 2,2 Suráfrica 7,6

Distancia objetivob

-21 -1,8 -8,5 -11,3 0,3 -8,3 -2,6 -0,2 -5,6

Mantenimiento bosques

Area forestal %c Variación %d

7,7 5,0 5,3 20,5 1,7 0,6 12,1 2,2 0,2

1,5 25,5 1,2 0,0 5,9 -0,3 -8,1 -24,1 0,0

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Transferencia tecnológica

Intensidad energéticae Variación %f

0,56 0,66 0,47 1,26 0,37 0,37 0,23 0,46 0,84

a: toneladas de CO2 per cápita en 2002. b: toneladas de CO2. El objetivo es alcanzar dos toneladas de CO2 en 2050. c: sobre el total mundial. d: media anual (1990-2005). e: emisiones en relación al PIB. Toneladas de CO2 / millones de dólares en paridad de poder adquisitivo. f: media anual (1990-2003). Fuente: Elaboración propia con datos del World Resources Institute, 2008

-1,4 -4,0 -2,1 -0,9 -0,9 0,0 1,0 2,0 0,2

cido a una tasa media anual del cuatro por cien, el doble que en Europa (EU-25) para ese mismo periodo. Eso significa que el incremento en las emisiones de GEI en el gigante asiático se ha debido, principalmente, a su imparable desarrollo económico. Éste ha sido tan poderoso que ha conseguido sobrepasar el esfuerzo realizado de mejora en la eficiencia energética. India también ha protagonizado una notable mejora en su eficiencia energética. En cuarto lugar, Indonesia o Brasil están aumentando su intensidad energética. La explicación no es que estén utilizando peores tecnologías, sino que el aumento en las emisiones recoge también la pérdida de sumideros de CO2, es decir, la desaparición de sus bosques. Indonesia y Brasil están perdiendo masa forestal a un ritmo inquietante. Máxime cuando se trata de la desaparición de bosques primarios tropicales, los más ricos en términos de biodiversidad y con mayor potencial como depositario de material genético y de plantas para uso humano. En lo que respecta a reforestación, China vuelve a sorprender positivamente; en los últimos 15 años ha incrementado un 25 por cien su masa forestal. A la vista de esas consideraciones surgen dos elementos de reflexión decisivos. En primer lugar, el 90 por cien de los habitantes en 2020-25 vivirán en países emergentes, cuyo nivel de renta per cápita será entre siete y 10 veces menor que el de los países ricos. Es lógico pensar que su prioridad absoluta será crecer económicamente para ir cerrando esta brecha. El modelo energético por el que van a apostar estará al servicio de ese objetivo central. En segundo lugar, es absolutamente imposible una estrategia exitosa ante el cambio climático en el medio y largo plazo sin la implicación proactiva y el coliderazgo mundial por parte de países como China, India, Brasil e Indonesia. Hacia 2020-25, las emisiones de los países emergentes y en desarrollo serán iguales o superiores a las de los países económicamente desarrollados y, a partir de ese momento, la mayoría de las emisiones comen-

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zarán a producirse fuera de los países ricos. El centro de gravedad de la generación del problema y, en consecuencia, de la capacidad de decisión para solucionarlo se desplazará hacia los países emergentes, cuyas economías van a estar, como hemos visto, orientadas a incrementar su PIB y su renta per cápita.

Hacia un territorio climático desconocido La dinámica de las emisiones arriba analizada nos conduce hacia un territorio climático desconocido. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) proyecta que, en ausencia de políticas globales sobre cambio climático, las emisiones de CO2 se duplicarán a mitad del siglo XXI, pasando de 26 GT de CO2 en 2004 a 56 en 2050. Igualmente, todos los escenarios del IPCC prevén, en ausencia de políticas globales sobre el clima, unos niveles de concentración en la atmósfera superiores a 650 ppm a finales de siglo. Para dichos niveles de concentración, el Met Office Hadley Center (centro oficial sobre cambio climático de Reino Unido y referente mundial en la materia) considera que hay un 95 por cien de posibilidades de que la temperatura media de la atmósfera se incremente en más de 3ºC respecto al periodo preindustrial, mientras que el IPCC asigna a esa posibilidad una probabilidad del 57 por cien. Es decir, existen posibilidades reales de franquear los “umbrales de prevención” identificados por la comunidad científica, que sitúan los 2ºC de incremento como límite máximo razonable. Incrementos mayores comenzarían a adentrarnos en un territorio climático desconocido en la historia humana, dado que apenas 5ºC es lo que nos separa del último periodo glacial. Para no exceder esos 2ºC sobre la temperatura existente en la época preindustrial, es preciso que la concentración de GEI en la atmósfera se estabilice en torno a las 450-500 ppm. Alcanzar ese objetivo requiere que para 2050 las emisiones totales mundiales se reduzcan a la mitad con respecto a 1990. Teniendo en cuenta el crecimiento poblacional esperado, y por pura aritmética, ese objetivo implica que las emisiones per cápita medias globales deberían aproximarse a las dos toneladas de CO2 por persona. Ese objetivo está muy lejos de las 23 toneladas actuales emitidas por un ciudadano medio norteamericano, de las 10,5 de un europeo (EU-25) y, de hecho, ha sido ya rebasado por países como China y Brasil. Para cumplir con ese objetivo mediante una transición no traumática es necesario que el sistema energético mundial transite hacia una economía baja en carbono. El crecimiento de las emisiones debería alcanzar entorno a 2020 su cénit, y a partir de ese momento descender de manera continuada hasta finales del siglo XXI. A mediados de siglo se debería situar la media de

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emisiones en dos toneladas per cápita y a finales de siglo en una tonelada por persona. En definitiva, se necesita como condición sine qua non llevar adelante en los próximos años y décadas una profunda transformación del sistema energético mundial.

El cambio climático y la seguridad global La comunidad internacional será más capaz de llevar adelante la profunda transformación del sistema energético global si percibe la alteración del clima como un problema de seguridad, no sólo como un problema ambiental. En primer lugar, porque nos adentra en un territorio climático desconocido con posibilidades reales de producir una alteración general de nuestro planeta con efectos potencialmente irreversibles. En segundo lugar, porque la alteración del clima producirá una fuerte desestabilización social y política en amplias regiones del mundo como resultado de sus múltiples impactos. Sabemos que el cambio climático contribuirá a una mayor escasez de recursos básicos como el agua y los alimentos. El IPCC estima que la disponibilidad de agua puede reducirse entre un 20-30 por cien en regiones como el Sahel, el Cuerno de África y Oriente Próximo, regiones que ya sufren una presión hídrica considerable. Actualmente, dos tercios del mundo árabe se abastecen con agua que proviene de fuera de sus fronteras, y se estima que la disponibilidad de agua en Israel podría reducirse hasta un 60 por cien hacia finales de siglo. La escasez de agua elevará la tensión y la posibilidad de conflictos. El hecho de que algunos de los países más afectados por la escasez de agua tengan las mayores reservas de hidrocarburos del mundo, añade una mayor inestabilidad a una zona muy sensible. El agua y los alimentos están interrelacionados, de hecho en el mundo en desarrollo son caras de la misma moneda. La falta de lluvias disminuye la productividad agrícola, lo que se traduce automáticamente en aumentos en los precios de los alimentos. Aunque existe una multiplicidad de causas tras los conflictos, los factores ambientales actúan amplificando las tensiones. Estas predicciones parecen haberse cumplido en estos últimos meses en países como Haití, Kenia, India o Vietnam, donde el encarecimiento de alimentos y los cereales está generando reacciones sociales violentas. Otro de los impactos derivados de la alteración del clima con incidencia en la seguridad global es el relacionado con el aumento del nivel del mar. El IPPC estima que para finales del siglo XXI el nivel del mar podría subir entorno a medio metro, y ello sin tener en cuenta los efectos de realimentación poco conocidos sobre la dinámica del deshielo. Estados enteros pueden desaparecer, como en el caso de numerosas pequeñas islas en el sur del Pacífico. Otros podrían verse anegados por tener gran parte de su territorio a nivel del mar, como es el caso de Bangladesh. Un tercio de la costa de este

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país se inundaría si el mar creciera un metro y más de 20 millones de personas deberían abandonar sus hogares. Este aumento de nivel puede hacer retroceder el área de costa entorno a un 30 por cien de media, y una quinta parte de la población mundial vive hoy junto al mar. Las pérdidas de territorio podrían elevar las disputas por la fijación de las fronteras. Por ejemplo, en el sur de Asia, este impacto podría afectar a cerca de un 40 por cien de su población y en el delta del Nilo podría desaparecer un 12-15 por cien de la tierra arable en 2050, lo que afectaría a los cinco millones de personas que viven en sus riberas. La escasez de agua, la desertificación y sus problemas asociados exacerbarán la migración inducida por factores climáticos. La ONU estima que en los próximos años millones de personas migrarán por factores relacionados con el cambio climático. Estas migraciones generarán tensiones en las zonas de tránsito y destino, como es Europa y especialmente en España, que podría ser una de las puertas de entraAnte el deshielo da de este incremento migratorio. del Ártico, los Otro de los impactos climáticos que contripaíses ribereños buyen a la desestabilización económica y social han iniciado una en amplias zonas geográficas es el incremento en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos batalla por el extremos como olas de calor, tormentas tropicacontrol del área les y huracanes, sequías o gotas frías. Según la Organización Mundial de la Salud, la ola de calor sufrida en Europa en 2003 produjo la muerte prematura de 30.000 personas. En EE UU el huracán Katrina causó cerca de 1.000 muertos y pérdidas económicas cercanas a los 100.000 millones de dólares, mientas que en Centroamérica el Mitch, un huracán de similar intensidad, se cobró la vida de 11.000 y 18.000 personas en Honduras y Nicaragua. El fenómeno que ya está generando una cierta desestabilización política es la desaparición de parte de las masas de hielo en el océano Ártico. Los diferentes países ribereños –Rusia, EE UU, Canadá, Noruega– han iniciado instantáneamente una batalla dialéctica y la correspondiente toma de posiciones para tratar de controlar el acceso a los nuevos recursos petrolíferos existentes en el subsuelo ártico que van a ser explotables con el deshielo, así como para controlar las nuevas vías de transporte fluvial y de comercio que se pueden abrir. Otro factor significativo es la posible intensificación del uso de la energía nuclear en regiones ya suficientemente inestables como Oriente Próximo. El cambio climático y el encarecimiento del crudo están alimentando la opción nuclear de una serie de países en desarrollo y emergentes. En el mundo árabe, esta opción podría cambiar el posicionamiento geoestratégico de la región si, por ejemplo, la teocracia persa dispusiera final-

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mente de tecnología nuclear. El uso civil de la energía atómica por parte de cada vez más países en desarrollo acabará elevando las tensiones por su eventual uso con fines militares, lo que podría poner en riesgo o incluso romper el ya debilitado régimen de no proliferación nuclear. En definitiva, los factores climáticos afectarán notablemente a muchos países débiles económicamente o con gran inestabilidad en sus instituciones políticas. Muchos gobiernos pueden verse incapaces de responder a las demandas de protección de sus habitantes, lo que acabará generando división interna y problemas a nivel internacional. Las distancias entre Norte y Sur y entre Oriente y Occidente, podrían agrandarse debido a su responsabilidad histórica diferenciada frente al cambio climático y a sus distintas visiones sobre este problema común, dificultando todavía más la ya complicada gobernanza internacional.

El papel del Consejo de Seguridad A la vista de lo anterior, podemos concluir que la alteración del clima puede adentrarnos en un escenario desconocido y con impactos graves sobre los sistemas humanos. Al mismo tiempo, la arquitectura institucional y las medidas adoptadas en las dos últimas décadas no han sido suficientes para reconducir el problema. Ante esta situación, es preciso activar plenamente el Principio de Precaución y que la comunidad internacional modifique la calificación de este problema para considerarlo una crisis emergente de seguridad global. La autopercepción por parte de la comunidad internacional de que la humanidad se enfrenta a una crisis de seguridad global favorecerá que se creen las condiciones políticas, institucionales, económicas, tecnológicas y sociales adecuadas para estar a la altura de la amenaza. Es decir, para adoptar con decisión, firmeza y compromiso las decisiones necesarias que conduzcan a la mitigación de las emisiones GEI en los plazos adecuados evitando, en consecuencia, sobrepasar los umbrales de prevención. Concebir la crisis climática como un problema emergente de seguridad global conlleva la necesidad de crear un marco institucional más acorde a esa calificación. Por ello, es conveniente que sea el Consejo de Seguridad de la ONU quien asuma el liderazgo estratégico ante esta amenaza global “no tradicional”. No se trata de utilizar medidas coercitivas para la reducción de emisiones. Se trata de reflexionar seriamente acerca de la conveniencia de que sea el organismo internacional dotado del máximo poder político y legal para afrontar los problemas de seguridad que afectan a la comunidad internacional, quien asuma en sus manos la dirección estratégica de la lucha contra el cambio climático. Una dirección política al máximo nivel capaz de tomar decisiones y llegar a acuerdos que puedan, después, trasladarse al resto

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de países a través de la propia Asamblea General de la ONU y de los mecanismos contemplados en su Convenio Marco sobre el Cambio Climático. La Carta de la ONU proporciona al Consejo de Seguridad la autoridad legal suficiente para responder a las causas y consecuencias del cambio climático. El artículo 6 de la misma faculta al Consejo a “investigar cualquier disputa o situación que pueda llevar a una fricción internacional o a aumentarla, para poder conocer si esa disputa o situación pudiera poner en riesgo la paz y la seguridad”. Asimismo, el artículo 7 faculta al Consejo a “recomendar u obligar a tomar decisiones a los propios Estados para asegurar el mantenimiento de la paz y la seguridad”. Si bien en su origen el artículo 7 estaba pensado para la actuación en un contexto de conflictos armados entre Estados, en los últimos años se ha invocado para actuar ante situaciones de riesgo como la prevención de guerras civiles, el genocidio, los crímenes contra la humanidad, o la lucha contra el sida. Para que el Consejo de Seguridad disponga Un Consejo de de representatividad y capacidad suficiente para Seguridad reconducir la crisis global del clima, sería necereformado debe saria su ampliación y la reformulación del actual asumir mayores derecho de veto por parte de las denominadas grandes potencias. Aunque analizar en detalle esresponsabilidades te asunto está fuera del alcance de este artículo, medioambientales cabe decir que la ampliación del Consejo de Seguridad es una cuestión pendiente desde tiempo atrás en la arquitectura institucional internacional. Como es sabido, su actual configuración responde a la situación surgida de la Segunda Guerra mundial y es lugar común recordar que la situación del mundo en 2008 es muy diferente a la de 1945. Dadas las claves geopolíticas analizadas, una opción institucional adecuada para abordar la crisis del clima desde el Consejo de Seguridad sería que junto a los actuales miembros permanentes –EE UU, China, Reino Unido, Francia y Rusia– se incluyese a India, Japón, Brasil, Indonesia y Suráfrica. Esas nueve entidades políticas juntas suman el 70 por cien de las emisiones mundiales de GEI y contienen, además, los mayores bosques del planeta cuya función de sumidero es esencial preservar. Esta ampliación otorgaría al Consejo una representatividad directa cualitativamente superior a la actual. Los nueve países suman casi 4.000 millones de personas, el 60 por cien de la población mundial, y son referentes centrales de las grandes civilizaciones existentes en la actualidad. La presencia de Suráfrica en esa ampliación del Consejo de Seguridad estaría dirigida a favorecer la presencia de la principal potencia regional africana, lo que fortalecería la representatividad de todo un continente. Por último, la UE sería una de las nueve entidades e incluiría en su seno a Reino Unido y Francia.

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Otras configuraciones son, sin duda, posibles, pero consideramos que entre esos nueve países sería menos difícil llegar a acuerdos en las tres cuestiones esenciales que van a decidir el éxito o fracaso ante este formidable reto colectivo: la reducción de emisiones globales, la transferencia masiva de recursos financieros y tecnológicos a los países emergentes y en desarrollo para favorecer su transición hacia una economía baja en carbono, y el mantenimiento de los bosques, especialmente de las selvas tropicales. El Consejo de Seguridad debería asumir la dirección estratégica de la lucha contra el cambio climático. Pero a nivel operativo sería necesario que el Consejo contase con el apoyo de una agencia internacional dedicada íntegramente al cambio climático y que, como ha sugerido Nicholas Stern, habría de estar dotada de similar reconocimiento y poderes de actuación como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. El Consejo de Seguridad, esta agencia internacional y el IPCC configurarían un centro de análisis, decisión y ejecución al más alto nivel, integrado y eficaz, capaz de aplicar la estrategia en los ritmos adecuados, como viene demandando insistentemente una comunidad científica internacional cada vez más preocupada por el alcance y rapidez con que está evolucionando el cambio climático.

Antes de los 2ºC El clima de la Tierra ha sido alterado. Lo hemos provocado los seres humanos. Si en algún momento o contexto ha tenido pleno sentido el concepto de sostenibilidad es ante este problema global. Su potencial de desestabilización social y política en amplias regiones del mundo ha sido puesto de relieve recientemente por el alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, en su informe al Consejo de primavera. Además, en un escenario tendencial y en ausencia de políticas climáticas ambiciosas por parte de la comunidad internacional, el buque de las emisiones de GEI avanzará inexorablemente hacia el umbral de seguridad de 2ºC de incremento de temperatura media de la atmósfera planteado por la ciencia, con lo que la humanidad se adentrará en un territorio climático de alto riesgo. Es preciso, por tanto, que la comunidad internacional active sus señales de emergencia y que, invocando el Principio de Precaución, se decida a iniciar un nuevo ciclo en la manera de afrontar un problema emergente de seguridad global, que amenaza gravemente con descontrolarse.

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