Política-cómic: el estertor final de la política

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Descripción

Versión nueva de un artículo publicado en Tiempo de Crítica No. 28, Septiembre 28 de 2012

En estos días en los que hasta Zizek ha cedido a hacer análisis de la tercera película de la más reciente saga de Batman, encontrando su posible sentido político, o en todo caso intentando encontrar uno, me ha parecido interesante y hasta digno de mi carácter juguetón buscarlo en otra parte. Buscarlo de forma menos puntual, y con cierto atrevimiento e interés teórico, además de un tanto de gusto morboso por el freak, por el olvidado y el excluido -en la medida en que somos producto de nuestro tiempo-, quizá encontrarlo en los hechos que nadie quiere recordar ¿Qué mejor lugar para empezar entonces que aquel que le corresponde al villano?

El Guasón Cuando uno oye que un joven universitario dispara a una multitud y mata a 12 personas, una especie de horror vacui se apodera del ambiente y de nuestro corazón.[1] La terrible evidencia de que nada tiene sentido impera por un instante, la emoción del momento nos embarga para ser cómodamente desplazada por otra: procedemos a encontrar algo maligno, roto o dañado en el asesino. La conclusión casi inmediata parece ser que el chico está enfermo, que no diferencia la realidad de la ficción, que es incapaz de construir un sentido o un relato de la primera, y que lo reemplaza con el de un cómic. Un relato que ya viene hecho, una simulación de la realidad que no tiene más que consumir y asimilar. Pero ¿qué ocurriría si exploráramos o cediéramos un poco a esa primera intuición ante el horror de la masacre perpetrada por James Holmes? ¿Qué pasaría si lo que de hecho acecha es el sinsentido de algo más grande y no meramente de las acciones de un veinteañero con alto coeficiente intelectual y algún desorden psiquiátrico? ¿Qué podríamos vislumbrar de atrevernos a afirmar -aunque sea como ejercicio crítico- que no delira únicamente ese improvisado Guasón, sino todos nosotros?

¡Santas hipótesis conspirativas, Batman! Quizá encontremos nuestra primera pista en otro nivel de análisis disponible: las hipótesis de conspiración. Siempre me llaman la atención por su hiperbólica e hiperreal narración. Similares a una historieta, donde los archivillanos planean todo cuidadosamente y a nivel microscópico, se me antojan una simulación de la política en una sociedad más bien incapaz de pensar políticamente. La espectacularidad propia de las hipótesis conspirativas es muy afín o, en todo caso, es un avatar del manejo de la información como reemplazo del pensamiento propio del capitalismo mediático: más que brindar, ofrecer o proponer un sentido lo hacen ausente, lo anulan en su exceso o quizá cubren su ausencia.[2] Sin embargo, no deja de parecerme que es posible, a pesar de ello, extraer ciertos elementos o características que a lo mejor no construyan ese sentido -al menos no en el mismo nivel-, pero que permitan algo así como encontrar de qué forma ellas son una de las caras de uno, o algo que opera de forma similar a uno, y que pugna por la abolición de todos los demás. Respecto del caso Holmes: los defensores de la existencia de conspiraciones denunciaron una cierta manipulación con el objetivo de evitar que el padre del joven testificara acerca de algunos escándalos de la banca. Otras, más atrevidas, acusan una movida illuminati en la forma de un asesinato ritualístico, con el objetivo de meternos a la fuerza el ocultismo brutal que practican.[3] Sus historias cuentan con un gran número de datos y evidencia. La preocupación por la atención al detalle incluso, o especialmente, cuando se ausenta el Sentido, es un rasgo característico del pensamiento conspiracionista. Su meticulosidad hiperanalítica, obsesionada con la minuciosidad informativa, funciona simplemente como una orgía visual, una acumulación de imágenes que pretende simular la existencia de una dimensión política donde ya no la hay, simular un sentido reemplazándolo con la cantidad no contable sometida a ritmos y repeticiones. El exceso de detalle sólo revela que no hay nada que ocultar, que carecemos de la posibilidad de mentir, de velar, y por lo tanto de revelar y desmentir, de los elementos necesarios para ejercer o siquiera construir algo así como la política. Algún otro artículo, con un enfoque que parte del mismo marco de pensamiento conspiracionista, busca la sincronía implícita en el caos: parecería intentar ir más allá de lo habitual de nuestro tiempo e incluso de las tesis conspirativas, pero de

nuevo el pensamiento hiperanalítico le atrapa: su atención al detalle deja pasar de lado una interpretación que sea algo más que un orden cósmico superior que se expresa en el caos, y aunque en defensa de una versión un tanto más posmoderna y new age de los hechos, los relata al más puro estilo del realismo ingenuo, o del pensamiento mágico propio de la tecnociencia obsesiva que hace uso paradójicamente rígido- de los conceptos de la cuántica.[4] Un detalle se mueve y todo un efecto dominó se desata, los eventos aparecen como el omnipresente Caos, pero detrás de esta incontrolable impredecibilidad está la mano del Orden, de las leyes físicas o de la sincronicidad, que pueden ser leídas y descifradas con la intervención del instruido, el experto o el iluminado, y entonces podemos dormir tranquilos otro día más... hasta que alguien o algo encienda nuestras alarmas nuevamente. De igual manera, en las explicaciones que se dicen políticas, en especial las mediáticas, al más puro estilo Wikileaks, siempre se nos ofrece la revelación de algo que ya sabíamos: un estruendoso secreto que promete todo y que siempre dirá nada[5], un secreto que cambia todo por un instante, que parece cambiarlo, únicamente para que todo siga igual. Nos revelan -¡Oh! ¡Sorpresa!- que Estados Unidos viola derechos humanos, que los gobernantes planean movidas internacionales contra sus enemigos, y así, enterándonos de aquello que todos sabemos, creemos estar haciendo algo mientras sólo damos vueltas sobre el mismo lugar u objeto, uno que ya estaba ahí y nos es presentado como nuevo. Una montaña parturienta de información que pare un insignificante ratón en el que depositamos nuestra fe ingenuamente. El ruido inagotable, ensordecedor e infatigable de los medios que nos dicen de qué color son los zapatos de los presidentes en la cumbre, cuántas cuadras caminó el asesino del más reciente robo y homicidio, que narran minuto a minuto insignificantes eventos en los que se diluye cualquier posibilidad de trascendencia. Al disiparse el ruido vemos que sólo había ruido y el mismo mundo de siempre. La mentalidad CSI es la guía de nuestro tiempo: los noticiarios, los conspiracionistas, incluso muchos teóricos se arrojan incansables a la caza, en un ciclo obsesivo de ilusión y desilusión, de la salvación en la evidencia, en el detalle, en el hecho objeto-fetiche o fetichizado, en un punto que conecte a todos los puntos sin salir del plano. En vez de pensar en las implicaciones políticas o sociales de un hecho, sea o no sea un montaje. las queremos atar a un objeto concreto -la bala, el disparo, el padre, el asesino, un grupo maligno de personas. Eso muestra la pobreza de nuestro pensamiento: no somos capaces de

generar conceptos ni ideas, por ende no pensamos realmente. La política se deshace y degenera en conspiraciones, todo el asunto del poder gira alrededor de la existencia o no de un objeto, gravita alrededor de ese objeto y se precipita sobre él, ya no es un juego de relaciones y oposiciones que asignan o intentan dar sentido a la realidad. A mayor zoom, menos sentido. La tragedia es que el pensamiento -y el Sentido- sólo pueden ser un punto por fuera del plano, pero siempre en relación con él, un lugar que lo define, lo entiende, lo juzga y dado el caso lo determina. La búsqueda de inagotables objetos no sólo hace que estas discusiones de entrada sean irresolubles (siempre aparecerá una hipótesis que desmiente la anterior o que hará creer que la anterior era otra conspiración e intento de ocultar información), sino que paraliza y anula cualquier posiblidad de cambio en tanto no tenemos permiso de pensar y actuar, de alguna praxis, hasta que tengamos toda la evidencia: algo así como no poder abrir la puerta de nuestra habitación en las mañanas hasta que no visibilicemos, informemos o enumeremos todos los objetos en ella presentes (lo que probablemente nos llevaría a niveles subatómicas, siguiendo la lógica que nos apresa). Allí se nota el lado terrible de toda la mística tecno-pragmática de la actualidad, como llega a su límite y revienta paradójicamente en una total inutilidad. Buscamos un mediocre grial, el sueño desesperado de encontrar en un colisionador de hadrones la micropartícula que le dé sentido al Universo para así no tener que pensarlo. Pero de nuevo, al igual que con el reciente descubrimiento del Bosón de Higgs, una vez nos enteramos de todo, nada cambia. Así como olvidamos el comunicarnos y el pensar, como les confundimos con el expresar y el informar, hemos olvidado que decir no es hacer ruido sino ofrecer un sentido. Todo ha caído en una cuestión de cuerpos e imágenes, de cuerpos-imágenes; para el caso ya todo es indiferenciable.

!Pum! ¡Pow! ¡Bang! Justamente ahí, en ese exceso de cuerpos e imágenes es donde se ahoga el Lenguaje, donde se le aborta y aparece su hórrido y difunto embrión como sustituto. La estética cómic sólo posee ruidos, muecas y onomatopeyas. En el mejor de los casos su escritura no es tal, es una mera grafía, una imagen acompañando a otra, que busca menos asignar algún tipo de Sentido que alcanzar un cierto efectismo. Allí se cae en el terreno de lo infantil puro: el infante gruñe, gime,

lloriquea, moquea, hace pucheros, pero no posee Lenguaje. Se expresa, pero es incapaz de comunicación. Es imposible entonces no suponer que una sociedad carente de esas mismas capacidades, herramientas, o tecnologías también sea incapaz de cualquier tipo de Lenguaje, y con ello de pensar la política. Como todo infante la sociedad es una especie de monstruo un poco atolondrado, un poco tierno y dulzón, y capaz de crueldades indecibles. Holmes no es más que la expresión concreta de una monstruosidad, de una violencia, de una incapacidad esparcida por todo el espacio socio-político. Vivimos en la prisión afásica de una sociedad estética, efectista y ética, pero jamás política.

Ciudad Ética Podrían preguntarse en este punto por qué la oposición que hago no es meramente estética versus política, sino ética versus política. Creo que allí, en la ética, se encuentra el espacio en el que se articulan tanto todo lo que entendemos hoy por ejercicio político como las hipótesis conspirativas. Justo como en las historietas, los problemas siempre se reducen a los héroes y los villanos, a la moral y la ética, y a ciertas marcas, maneras y rituales que reemplazan lo político. En nuestra sociedad ante cualquier dificultad, digamos, las injusticias sociales, siempre corremos a identificar y denunciar al personaje corrupto, a la corrupción, y desproveemos de cualquier posibilidad de interpretación política a dichos problemas. Igualmente los personajes del cómic no tienen intención ni coartada política alguna, o tendrán una simulación de ella en el mejor de los casos. Los comunistas y los nazis que enfrenta el Capitán América son villanos dispuestos a conquistar el mundo o a destruirlo, y a pesar del intento de enmarcarlos en ciertas tendencias o prácticas políticas, lo hacen de forma onomatopéyica y no por medio de un Lenguaje: lo suyo es una marca, un ruido o mueca que los identifica como tal. Por ello no es el ausentarse de una categoría, sino el emplearla, lo que borra la posibilidad de existencia de dimensión política alguna. Los villanos de las tiras cómicas siempre son motivados por asuntos personales, éticos, por algún viejo rencor o un amor perdido. La mención de su inclinación política parece estar ahí precisamente para reforzar, por el mecanismo de ocultarlo, el hecho de que ya no hay política.

Cabe anotar que la preocupación ética ha sido siempre una característica más propia del conservadurismo, el cual siempre se asume en defensa de determinados valores. Su accionar en la posmodernidad ha caído en una atención fragmentada, particular e inconexa, en tanto pensamos, o vivimos una realidad con las mismas características. En tiempos del capitalismo tardío dicha atención queda a cargo del liberalismo, y ocasionalmente las luchas de nuevas izquierdas[6], sólo que se da en otra línea: ya no es tanto castigar a los malos y combatir los antivalores (lo que en cierta medida aún se hace), sino hacer campaña por los buenos valores y estimular su cumplimiento. El liberalismo y las microluchas entrarían así a ser, o a participar, de una especie de conservadurismo edulcorado; de allí la obsesión con la honestidad, corrección política, la tolerancia, el respeto, el reconocimiento y el civismo: es la peor forma de dictadura, la dictadura fragmentaria de los buenos. Una dictadura enamorada de los particulares, los detalles, los tecnicismos y lo forense. No es casual que el aprisionamiento del que hablamos, sea el de puritanismos éticos o de hipótesis de conspiraciones -por demás muy cercanoscierre tan bien sobre cierta figura fascinante de la actualidad, Edward Snowden, no sólo por tener todas las características mencionadas en el presente texto, sino porque el ex-agente pertenece al Tea Party, un partido libertariano o anarcocapitalista norteamericano y una de sus derechas más rancias. El detalle ético, el caso de corrupción, el político corrupto, incluso la corrupción, no están insertados, ni pueden insertarse, en el hecho de que hay un sistema que se sostiene en tanto la corrupción esté presente: la atención desesperada y obsesiva-compulsiva de los síntomas que potencia la incapacidad de pensar la enfermedad. La actitud paranoide y profiláctica que apenas y logra, gracias a la obsesión con el detalle, instalar la creencia de que atendiendo el efecto desaparecerá la causa (otra forma de pensamiento mágico): esta tendencia es propia pero no exclusiva de las derechas, y se expresa claramente en su preferencia por la vigilancia y el castigo antes que la búsqueda de causas profundas o de un sentido. Un ejemplo característico es el uso de la pena de muerte -eliminar al criminal- como método para eliminar la criminalidad, sin atender a sus causas. Los fenómenos hasta aquí descritos no serían más que variaciones de lo mismo. No sobraría analizar hasta qué punto el obsesionarse con un objeto o detalle actúa como negación o forclusión (la Verneinung, la Verleugnung y la Verwerfung freudianas, en especial la última, ya más relacionada con la psicosis). Siempre se duda, se descree de una manera más bien patológica y no

crítica: se duda del video del World Trade Center, del balazo del asesino, de la experiencia del militar que cometió el más reciente asesinato en masa o de la ausencia de esa experiencia en el civil que es el asesino en masa o serial, etc. Preferimos creer que no ocurrió, antes que pensar en las causas de lo que ocurrió; preferimos pensar que todo es un montaje, antes que creer que vivimos en un mundo donde la gente muere y se mata de forma absurda e injustificada, gracias a un sistema también absurdo e injustificado que les da razones o motivos igualmente absurdos e injustificados, en tanto no pensados, cuestionados, y ni siquiera impuestos o resultado de una doctrina, sino simplemente seguidos o tolerados. Tal parece que reemplazamos el pensar con una descreencia chata, resuelta, a priori y supuestamente informada o hiperinformada, en resumen: con una descreencia o duda fetichizada y por lo tanto crédula.

Lex Luthor siempre vuelve Los villanos siempre regresan: regresa el Coyote en su caza implacable y frustrada del Correcaminos, regresan Lex Luthor y el Guasón. Eso que he dado en llamar política cómic, la simulación política propia de la posmodernidad, repite este esquema. En ocasiones el carismático Lex Luthor, o cualquier villano, salva a los superhéroes que habitualmente son sus rivales. Una especie de mecanismo conciliador que acerca al paladín y su archienemigo apelando a la humanidad que les conecta. El riesgo no es que no sean cercanos y se nos engañe, de hecho tienen una humanidad en común, como todos nosotros, si bien en la historieta se ve limitada a lo emocional y ético, lo individual tan propio del pensamiento liberal y posmoderno. También cabe notar que Batman y Superman, al defender los valores vigilantescos y patrioteros norteamericanos que han causado tantos horrores alrededor del mundo, se acercan a su contrario: el verdugo y el criminal se diferencian en el lado que las leyes - el Orden- les asignan, y el desvío de ellas, la aberración criminal habilita a su igual y opuesto: el castigo. Aquí se ve el potencial violento de ese entusiasmo bobalicón de la igualdad en la diferencia, de la mismidad, somos iguales, sentimos, queremos consumir sin parar y gozar, somos iguales pero únicamente en lo emocional, en lo estético-ético, y por ende, cuando esa búsqueda

insaciable de goce causa problemas a mi búsqueda[7], puedo reaccionar emocional y éticamente, y dañar al causante en pago por sus actos. El joven menos favorecido que quiere las Adidas a cualquier precio -incluso robar y matar- es castigado para preservar un Orden que garantiza que sea (in)satisfecha sin pausa la sed de Adidas suya, y de Yves Saint Laurent de un joven afortunado -que quiere también a cualquier precio, incluso explotar, matar, corromper y manipular leyes y personas. El riesgo inminente es que en el éxtasis, el goce y la plenitud atolondrada de la afirmación de esos lazos comunes pasamos por alto las causas profundas, que no son la mera humanidad del villano ni se limitan a un corte ético de la realidad. No es sólo que sean malos porque la humanidad puede oscilar hacia el lado del bien o el del mal, o por lo menos no debe ser pensado así. Se escurre la política y caemos presa de la atención a lo meramente particular e individual. Acecha el eterno retorno del problema general a manos de un detalle singular: el villano recurrente, el corrupto o la corrupción. Superman es víctima menos de Luthor que del epifenómeno: en las historias del hombre de acero Lex es así por causas emocionalmente humanas, por experiencias dolorosas pasadas, las cuales innegablemente juegan ese papel para cualquier persona, pero no bastan si lo que se quiere es pensar críticamente la realidad social del héroe y su enemigo. En él se puede llegar a pensar, hasta cierto punto, de qué forma puede influir el hecho de que el archivillano sea un adinerado hombre que siempre ha obtenido lo que quiere; pero ni al último hijo de Krypton ni a nosotros nos es posible crear un relato social y político del origen de personajes como Lex Luthor o James Holmes. Superman, las luchas de nuevas izquierdas, las hipótesis conspirativas, el ciudadano común, e incluso mucha de la élite intelectual en la posmodernidad, todos nos limitamos a combatir al villano en cada emisión o número de nuestra realidad social, en algunos casos convirtiéndolo en un aterrador mutante, un caso aberrante del individuo y de lo ético, lo que justifica, quizá debido a ese horror y a la agotadora repetición del ciclo, extirparle de la sociedad a cualquier costo.

Derrotas barrocas en Ciudad Gótica De la misma forma en que la masacre ocurrida en esa sala de cine del pueblo de Aurora puede ser interpretada como un síntoma de una violencia social mayor, estructural y hasta menos visible, también puede ser leída como el síntoma

hiperrealista de una estructura sociopolítica de características similares, la cual esconde la terrible carencia de sentido, el violento absurdo de nuestra realidad social. Eso es precisamente lo que se refleja en los actos de Holmes, y lo que nos aterra de ellos. Es eso quizá lo que nos mueve a querer encarnar a la fuerza todo el mal de una sociedad en un solo joven, en un solo cuerpo, en un solo cerebro que no funciona como debiera. Eso y la profunda carencia de un Lenguaje que habilite la lectura política de los hechos y evite el bucle sisífico de atención al síntoma. Es claro que el pensamiento generalizante, crítico y político ha sufrido una derrota tras otra, en un barroco de héroes y villanos, de meticulosos planes descubiertos, de ruidosos secretos que dicen nada. Revelados y tratados con precisión forense en un cómic lleno de ellos, y hecho páginas plagadas de efectos zoom in, los cuales al llegar al nivel subatómico nos enseñan el insalvable abismo entre una y otra partícula, entre uno y otro detalle, toda vez que ya no les podemos asignar ningún sentido ni conectarles de forma alguna. __________________________ [1] James Eagan Holmes, un joven norteamericano, entró a un cine en el pueblo de Aurora, Colorado, disparando a todos los presentes. En los hechos murieron 12 personas y casi 60 fueron heridas de gravedad. El estudiante de neurociencias además llenó su apartamento con artefactos explosivos en caso de que las autoridades ingresaran. Todo esto fue llevado a cabo con su cabello teñido y una máscara, para imitar al Guasón de las historietas de Batman, y a Bane, dos de los grandes enemigos del superhéroe. [2] No puedo evitar mencionar el que, al parecer, todo este asunto de la conspiración fue arrojado al internet por Sorcha Faal, un personaje conocido por su relación con editoriales de temas conspiracionistas. De nuevo detrás de todo aparece el motor del capital y el consumo. Todo este asunto de hoax detrás de hoax es un juego de muñecas rusas que reproduce el mismo fenómeno en distintos niveles, a modo de espiral. Más información aquí: http://www.taringa.net/posts/info/15445611/T_-Investiga_-DesmintiendoConspiracion-de-Masacre-de-Batman.html [3] La información acerca de la supuesta conspiración bancaria empezó a esparcirse desde este sitio de una cadena radial de EEUU. http://deadlinelive.info/2012/07/26/breaking-colorado-massacre-linked-

to-historic-bank-fraud-yes-and-this-also-follows-the-batman-rising-phoenix-plotperfectly/. Por otro lado, el supuesto carácter ritualístico de la masacre es mencionado aquí: http://vigilantcitizen.com/vigilantreport/was-the-batmanshooting-a-ritualistic-murder-carried-out-by-mind-controlled-patsy/. [4] Esta interpretación new age puede ser encontrada aquí: http://pijamasurf.com/2012/07/sobre-la-matanza-de-la-premier-debatman-caos-sincronicidades-y-arquetipos/. [5] Aquí tengo que hacer notar la diferencia entre no decir nada; esto es, la ausencia de dicho, y decir nada, que sería expresar sin decir algo o expresar para encubrir la ausencia de dicho. [6] Las nuevas izquierdas, el feminismo, el ecologismo, las luchas étnicas, y de género, de reconocimiento, tolerancia y respeto, me ofrecen poca o ninguna resistencia conceptual al intentar encajarlas en el fenómeno que describo, y quizá aún menos cuando describo el accionar propio de Sísifo que las caracteriza posteriormente en el texto. [7] Pienso en el lado terrible de aquella máxima liberal que dice "tu libertad llega hasta donde comienza la mía".

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