Poderes y quereres. Historias de género y familia en los sectores populares de ciudad de Guatemala

September 6, 2017 | Autor: Santiago Bastos | Categoría: Masculinities, Household Economics, Pobreza, Guatemala, Género, Sectores Populares
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Descripción

SANTIAGO BASTOS

PODERES Y QUERERES

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PODERES Y QUERERES

HISTORIAS DE GÉNERO Y FAMILIA EN LOS

SECTORES POPULARES DE CIUDAD DEGUATEMALA

Santiago Bastos

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Bastos, Santiago

Poderes y quereres : historias de género

y familia en los sectores populares de ciudad de Guatemala / Santiago Bastos. -- Guatemala: FLACSO, 2000. 180 p. : il. ; 21 cm. ISBN: 99922-66-20-1 1 HOGAR 2 GÉNERO 3 FAMILIA 4 POBREZA 5 ASENTAMIENTOS HUMANOS 6 GUATEMALA l.t.

Esta edición es posible gracias al apoyo de la Norwegian Agency for Development Cooperation (NORAD)

Publicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO / Sede Guatemala Editor: Roberto Díaz Castillo Diseño de portada: Wendy Martínez Los criterios expresados en esta obra son de la exclusiva responsabilidad de su autor ISBN: 99922-66-20-1

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nJaona. C-crra cdic'-'r-cs S.Á. J

5a. calle 4-66 zona 2 Urr Guatemala. Teléfonos: 238-0175, 250-1031 correo electrónico: [email protected]

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN / 9

CAPÍTULO 1

BUSCANDO COMPRENDER LOS COMPORTAMIENTOS

DOMÉSTICOS /15

Los antecedentes: mujeres (y hombres) en los hogares

populares urbanos / 17

La propuesta de análisis: hombres y mujeres en los hogares

populares urbanos / 20

Los efectos de una masculinidad ambigua / 25

Una feminidad contestable / 30

CAPÍTULO 2

HOMBRES Y MUJERES, SUBSISTENCIA Y PODER /33

El hombre responsable y la mujer sumisa /38

Hombres responsables y mujeres autónomas / 57

"Nos ayudamos": el hombre proveedor y la mujer

colaboradora en los hogares indígenas / 71

La corresponsabilidad en los hogares no indígenas / 84

Los hogares de jefatura económica femenina / 90

Comportamientos femeninos ante la irresponsabilidad

masculina / 99

Los hogares sin hombre / 114

Doña Patricia y los límites de las clasificaciones / 124

CAPÍTULO 3

CULTURA, GÉNERO Y JEFATURA DE HOGAR /143

Hombres, mujeres y sus hogares / 147

La diversidad de comportamientos y la norma cultural / 154

La concepción de la familia / 157

Jefatura, responsabilidad y autoridad en el hogar / 161

Cambio y permanencia de la familia popular

guatemalteca / 165

BIBLIOGRAFÍA /171

CAPÍTULO 3

CULTURA, GÉNERO Y JEFATURA DE HOGAR

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El objetivo de esta investigación era mostrar cómo para comprender el comportamiento interno de los hogares populares urbanos no podemos quedamos con la imagen monolítica de un varón dominante y una mujer subordinada. Para ello, se propuso en la primera parte una metodología que fuera capaz de comenzar al menos a captar esa diversidad sin perder de vista que los comportamientos se rigen por unas normas y se dan en unas circunstancias concretas. En la segunda parte se utilizó esa propuesta para ordenar y dar sentido a una gran cantidad de historias, narradas por sus protagonistas. Ése era otro objetivo, tan importante como el primero: que los y las lectoras conocieran de forma directa qué piensan estos hombres y mujeres, que pudieran interpretar su palabras de forma diferente a como aquí se hace, y que de ahí surgieran preocupaciones, intuiciones que provoquen reflexiones y, ojalá, nuevas investigaciones. 1

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Soy consciente de que estas palabras no se presentan de una forma tan "directa" o de "primera mano" como aquí planteo, pues la labor del investigador siempre está presente, desde el momento de la entrevista hasta la redacción, pasando por la selección, el ordenamiento y la interpretación que se les da. Sin embargo, espero que la gran cantidad de testimonios y la forma en que se presentan permita a los y las lectoras tener suficiente "ma­ terial" para su propia labor de interpretación.

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La riqueza de las historias que nos fueron relatadas dejan abiertas muchas cuestiones que aquí no se pueden abordar. Esta tercera parte no pretende, ni puede, agotar el tema de las múltiples relaciones entre responsabilidad económica, ejercicio de la autoridad, patrones de género y comportamientos concretos en los hogares populares urbanos. La idea ha sido sacar a la luz e intentar provocar un debate que puede continuar por muchos cami­ nos. De ellos, algunos que han salido no se van a desarrollar espe­ cialmente, mientras que en otros nos detendremos con más calma. Entre los primeros, habría que seguir investigando y buscar bases teóricas para dar por válida la hipótesis del doble patrón esperado en que se basa la masculinidad; y profundizar en la visión que de ello tienen las mujeres.' Estas ideas deberían llevarnos a reflexionar más en tomo a la relación entre los patrones culturales de género y los referidos al espacio doméstico como ámbito de reproducción material y social y espacio de poder, pero también de solidaridad y afectividad. Para el caso específico de Guatemala, es importante notar cómo los indígenas han mostrado comportarse de acuerdo a un patrón en parte propio, donde el papel de la mujer -y de los hijos­ también parece incluir la responsabilidad económica en el hogar. Esto no implica que entre ellos no se dé una dominación de género, sino que ésta toma una forma específica al estar combinada con lo que la experiencia histórica de vivir en el ámbito de la comunidad y alrededor de la agricultura de subsistencia ha implicado para la forma en que entre los indígenas se conciben el hogar, el trabajo y la subsistencia. La comparación de este patrón con el que se muestra acá entre los no indígenas es el tema cen­ tral de la tesis en que se enmarca este trabajo, así que aquí no se va avanzar más, pero la constatación de estas diferencias significa 2

En otro lugar se trabaja con más detalle esta temática (Bastos, 1999) y, hasta donde sé, Mara Viveros (1999) plantea algo similar en Colombia.

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que falta tomar en serio la diferencia cultural como eje de análisis, para estudiar cómo incide dentro de esta heterogeneidad que se ha encontrado.' Así, para terminar con este trabajo, en este tercer capítulo se van a presentar algunas reflexiones sobre algunos de los aspectos que surgen de las historias que se han relatado, sabiendo que no son todos los posibles y, a lo mejor, los más importantes. Repito que la intención no es dejar nada por sentado, sino colaborar en lo posible en el esfuerzo por ver de una forma más amplia las relaciones entre hombres y mujeres, en este caso, los de los sectores populares urbanos. En primer lugar, se hará un breve repaso de lo que los testimonios han mostrado sobre le comportamiento de los hombres, las mujeres y sus hijos e hijas; como una forma de reflexionar sobre la propuesta de análisis en que se basa este trabajo. Posteriormente, se hablará sobre la relación entre la diversidad de comportamientos y la existencia de una norma única que los guía (el peso de la familia). Esto llevará a discutir la forma en que se ha trabajado la relación entre autoridad y responsabilidad económica, es decir, la "jefatura de hogar". Por último, se verá qué está ocurriendo en Guatemala respecto a las transformaciones que se están dando en todo el mundo en las relaciones familiares.

HOMBRES, MUJERES Y SUS HOGARES Lo primero que resalta en las historias que acabamos de ver es que existe entre los hogares una variedad de formas en que se

) En ese sentido hay que destacar el trabajo de Emma Chirix (1997) sobre la formación y práctica de la masculinidades entre kaqchikeles, y el de Tania Palencia (1999) sobre género y cosmovisión maya, como muestras de cómo se comienza ya a explorar las relaciones entre la diversidad cultural y los patrones de género.

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ejerce, vive y concibe el "poder doméstico". Esto implica que las cosas no son tan sencillas como a veces parecen: ni todos los hombres son responsables y/o libertinos pero siempre autoritarios, ni todas las mujeres son siempre víctimas sumisas que, como mucho, reaccionan ante su situación. Casos como don Jordán o don Justo -y no hablemos de don Reynaldo- que actúan como verdaderos soportes de su hogar y en ello dejan los mejores años de sus vidas, merecen un lugar en la literatura, porque existen en la vida real. De la misma forma, también lo merecen mujeres como doña Tecla, doña Irma o doña María, que son capaces de dirigir un hogar y sus vidas según un proyecto propio y con un hombre al lado, sin que ello conlleve necesariamente un conflicto dentro del hogar. Así, el retrato de estos hogares y las reflexiones que se hagan a partir de él, deben tener en cuenta siempre la gran diversidad de respuestas que se dan en unas condiciones más o menos comunes. Hemos encontrado varones que ejercen su responsabilidad de forma bien cabal, otros que la cumplen en su grado mínimo, pero siempre dentro de lo que se espera de ellos tanto dentro del ámbito doméstico como fuera de él; y otros para quienes el tener mujer e hijos no parece representar compromiso alguno. Hemos encontrado mujeres que aceptan, más o menos sumisas, las condiciones del varón en la dinámica doméstica, aunque tengan para ello sus razones; pero también a otras que mantienen una constante y muchas veces exitosa negociación sobre estas condiciones y, finalmente otras que son capaces de hacer su vida sin la presencia constante de un hombre. Todo ello muestra la utilidad de haber utilizado un marco de comprensión amplio, en que se buscara indagar en por qué los hombres lo hacen como lo hacen -y quienes no se comportan así, a qué se debe-, poner este comportamiento en relación con el de las mujeres y viceversa, y buscar las relaciones de estos comportamientos con las normas culturales en que se basan. Como 148

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consecuencia, ahora podemos tener una visión más cualíficada del papel de unos y otras en sus hogares, y a continuación pasamos a delinear algunos de esos elementos. Pese a su variedad, la relación de cada uno de los varones 1 que hemos visto con su hogar se puede colocar en una diferente posición posible dentro del continuum imaginario entre responsa­ bilídadlírresponsabilídad. La existencia de este concepto de referencia, la "responsabilidad", entre las mismas personas, como forma de calificar el comportamiento doméstico, muestra que existe una "imagen ideal" sobre la que hacer comparaciones. Esta "responsabilídad" tiene, dentro de su misma acepción, diversos grados de compromiso, desde un aporte económico mínimo que no se cuestiona hasta una supervisión detallada de la vida de los hijos. Pero parece que, al menos en algunos casos, para ser plena, ha de ser llevada por él. La concepción de ser el principal proveedor parecería tener bastante relación con el reparto de autoridad en el interior del hogar: asumir ese compromiso garantizaría el ejercer un cierto grado de poder de tal forma que el empleo femenino no lo cuestione. Dentro de la versión mínima de responsabilídad, si el hombre aporta, "cumple" con su compromiso y por ello mismo tiene derecho a exigir su parte de poder. Pero si no lo hace, la mujer puede no cumplír con su papel y abandonarle, o negociar desde su posición de también aportadora un nuevo reparto. De esta forma, parecería que la relación entre aporte y autoridad es clara, lo que corroboraría lo mencionado en casi toda la bibliografia. Así, la cuestión puede no ser tan fácil: las condiciones de "necesidad" no permiten en la mayoría de las ocasiones la exclusividad del aporte masculíno. Ante ello, en algunos casos, el varón impone su criterio, pero en la mayoría, la mujer también se convierte en proveedora. Y esta circunstancia da situaciones que en algunos casos podrán ser socialmente poco aceptables entre 149

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el mundo de los "machos", pero que resultan en arreglos concretos donde el reparto de autoridad se adapta al de aporte, o incluso lo supera o no lo tiene en cuenta. Y aquí es donde las circunstancias concretas, la historia de cada una de las personas y la forma de concebir y de haber construido las relaciones domésticas, pueden explicar cada arreglo concreto, que se da sin retar la norma, peor haciéndola cambiar. Refiriéndose a este asunto en Brasil, Sarti apunta que "la autoridad masculina... está basada en la representación social... en la locación del hombre en el sistema de género ... [su] papel de proveedor refuerza su posición: está minada si no garantiza el soporte familiar" (1995: 126-127). Este matiz que coloca al aporte como sólo un refuerzo -muy importante- implicaría que no sólo podemos regimos por reglas meramente económicas en el análisis, porque la realidad no sólo se rige por ella, y ayudaría a explicar situaciones en que siendo la mujer la principal o muy importante aportadora, no se cuestiona la autoridad. Pero hay que tratar de comprender estas relaciones de una forma que no sea mecanicista, porque tampoco podemos situar al "sistema de género" como, de nuevo, causa universal. De hecho, no nos sirve para explicar esos casos en que el varón es capaz de negociar con una mujer que de alguna manera exige ser tenida en cuenta en el reparto de poder doméstico. Este sistema de género otorga al hombre la capacidad de ejercer la autoridad doméstica, pero también hace que la masculinidad que no pase necesariamente por ser cabeza socialmente visible de un hogar. Los casos de varones que viven en hogares extensos, y por tanto socialmente vistos como aún "bajo el poder" de sus padres; y los jóvenes que ya no lo son tanto -por encima de los 25 o 30 años- y que aún están solteros, bajo la autoridad y el techo paternos, los demuestran. La masculinidad tiene otros referentes, por lo que se puede ser socialmente aceptado siendo un soltero maduro, o habiendo 150

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abandonado a la familia. Y es aquí donde encontramos el conflicto: parece que dentro de esa imagen "no paternal" del varón, la autonomía, la independencia, el alcohol, el gasto conspicuo y "las mujeres" juegan un papel muy importante. Las palabras de los hombres y mujeres entrevistados mues­ tran que la "irresponsabilidad" no es un término que se aplique a la "vida extradoméstica" del varón, sino a las consecuencias que ésta puede llegar a tener en el hogar. Así, hemos encontrado casos en que el hombre ha "tomado mucho", pero que "era muy responsable, siempre me pasaba el gasto". En otros, se aprecia cómo la mujer no desaprueba este comportamiento en sí, sino en el momento en que supone un problema para el cumplimiento de su otra faceta como varón adulto. Así, entre hombres y mujeres, entre católicos e incluso evangélicos, no se sanciona o sataniza el comportamiento extradoméstico del varón: es 10 esperado de él. Algunos protestantes, evidentemente, no 10 pueden aceptar desde su nueva doctrina, pero cuando hablan de sus experiencias pasadas, 10 hacen con mucha naturalidad, e incluso a veces con nostalgia y, 10 que es más importante, 10 comprenden entre sus hijos. Algunas mujeres dejan ver que fue ese comportamiento, esa imagen de "macho", 10 que les atrajo de sus esposos en un primer momento. Lo que desde estos testimonios se condena es que ello lleve, en muchos casos, a la "irresponsabilidad", a abandonar el otro papel que el hombre debe cumplir. 2 Como ya se ha planteado hasta la saciedad, el compor­ tamiento de las mujeres está mediado por el hogar, y ello se puede apreciar en varios elementos. Trabaje o no, esté acompañada o no por un varón que cumpla o no 10 haga, los quehaceres domésticos son una parte inseparable de su papel doméstico. Las que pretenden o tienen que trabajar, obtendrán suficiente legitimidad sólo si esta actividad no supone el abandono de 10 que culturalmente está claramente concebido como su principal 151

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tarea. Y esta dedicación tiene su simbolización más importante en los hijos. Podemos decir que, a diferencia de los hombres, la feminidad sí que pasa por ser madre. De hecho, en los testimonios, esta consagración a los niños y su importancia es mucho mayor que la otorgada a sus compañeros. Pereciera que el matrimonio es la forma socialmente reconocida para ejercer la maternidad, aunque la importancia de ésta es tal que también se acepta la posibilidad de ser madre sin varón. Así, la idea de la maternidad parece ser excluyente, trabajar y tener hijos se perciben como dos tareas que, en principio, no pueden llevarse a cabo conjuntamente sin merma de la segunda, que es la básica. Los hombres siempre ponen a los hijos como una traba para el empleo femenino, o que lo permiten más si se realiza en el espacio doméstico, y no podemos considerar esto sólo como una excusa esgrimida por el varón: entre las mujeres también se da esa idea de empleo e hijos como enfrentadas. Incluso quienes siempre han trabajado, o quienes conscientemente han buscado hacerlo para apoyar a la economía doméstica o aumentar su capacidad de negociación, aclaran rápidamente cómo hicieron para poder combinar ambas esferas. Además de restringir con ello las posibilidades del empleo extradoméstico, aquí es donde la familia aparece como un elemento básico en esas negociaciones, pues es imprescindible para no descuidar la atención de los niños y, sobre todo, está socialmente aceptado. Por esta razón, el trabajar supone de alguna forma una "transgresión", una salida de los papeles culturalmente aceptados. Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta es que se hace en aras de la norma cultural más importante: el bienestar de los hijos. "La única circunstancia que puede acarrear descrédito y condena social a una mujer es el abandono de la prole" (Córdova: 169).Pero, si va acompañado de una voluntad de autonomía, hemos visto cómo el trabajar se puede convertir en un arma frente al poder masculino, precisamente porque si las relaciones entre autoridad y aporte no son mecánicas, tampoco es estricto el código de género. 152

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no sabemos si esa insistencia de las madres revela un "apego" al patrón pese a que no se cumpla). Así como en los jóvenes se puede hablar de esa libertad, unida a que "se les impone disciplinas menos severas en función de la idea de que los hombres son más rebeldes e irresponsables", la socialización primaria "impone a las niñas responsabilidades desde muy temprana edad" (Córdova, 1996: 159). Pero, de forma aparentemente contradictoria, también hemos visto casos de jóvenes varones que, ante la ausencia de sus padres, asumen directamente y con clara responsabilidad las tareas a ellos asignadas, lo que suele conllevar que también ejerzan su papel de autoridad. Con estas actitudes, podemos tener un buen ejemplo de cómo se reproducen los patrones de comportamiento.

LA DIVERSIDAD DE COMPORTAMIENTOS Y LA NORMA CULTURAL Así pues, tomando en cuenta que las dinámicas concretas de cada uno de los hogares' se rigen por la forma en que la combinación de los diferentes sistemas de normas y concepciones culturales se ponen en relación con las circunstancias concretas, es más fácil explicar la heterogeneidad de comportamientos, y rehuir de explicaciones monocausales. En los testimonios ha aparecido una serie de elementos que son más o menos comunes dentro de este aparente caos, y que, en referencia al compor­ tamiento de hombres y mujeres, muestran que estamos ante un modelo común de referencia. Para poder explicamos esta gran variedad de comportamientos, más que buscar elementos relacionados con la clase (Gans, 1962) o con el cambio genera­ cional (Gutmann, 1996) -que evidentemente están presentes-, habría que pensar que la articulación entre el modelo normativo 154

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y las prácticas cotidianas no es un asunto sencillo, ni mucho menos mecánico (funcionalista) o unilineal (materialista). 4 Lo que estos casos muestran es que las normas culturales que guían el comportamiento no son estáticas ni cajas de fuerza. Son reglas básicas que se adaptan a las circunstancias concretas en que viven quienes las recrean y con ello consiguen una "continuidad cambiante" (Sarti, 1995: 114) que es precisamente lo que las permite seguir vigentes. Así, se puede explicar la aparente paradoja de la convivencia de la actividad laboral de las mujeres, no sólo en la ciudad sino en ámbitos rurales con la permanencia de un patrón cultural que las mantiene fuera de ella, porque eso se hace en aras de la prole y su mantenimiento. Al hablar de los sectores populares urbanos en concreto, podemos decir, con Córdova, que "para comprender en toda su dimensión la aceptación social de esta práctica, reviste particular importancia la noción de 'necesidad': ... cualquier tipo de carencia material que impide la satisfacción de los requerimientos del grupo doméstico" (1996: 165, cursivas mías). Esta autora se refiere a una práctica que supone una transgresión aún mayor que la ocupación de un espacio y una responsabilidad masculinas que

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En un trabajo ya clásico sobre los italianos en Nueva York, Gans hablaba de que se podían encontrar diferentes "subculturas" asociadas a las tres "clases" que él trabaja: clase media, clase trabajadora y clase baja [lower class] y que "quizá la diferencia más importante -o al menos la más visible- entre las clases es una de estructura doméstica" (1962: 244). Por otro lado, en un trabajo más reciente y más cercano, Gutmann (1996) intenta mostrar que no existe una concepción única y uniforme de lo que hoy significa "ser macho en México. Por el contrario, considera que se están dando ciertos cambios en la forma en que los varones y las mujeres de una colonia popular de ciudad de México se conciben a sí mismos y al "otro" como sujetos de género. Su argumento principal es que ya no se comportan como lo hacían antes, por vía de las transformaciones socioeconómicas e ideológicas en que están inmersos. Por tanto, él ve variaciones tanto por la migración como, sobre todo, generacionales.

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se dan cuando la mujer ha de trabajar, pero el argumento es igualmente válido: cuántas veces en los testimonios, "la necesidad" es invocada para justificar el empleo femenino tanto entre los hombres como entre las mismas mujeres. Se puede entonces plantear que son los requerimientos que se dan en experiencia concreta y vivida de pobreza y precariedad cotidianas lo que hace que se transgredan algunas normas. Y esto, a su vez, "crea norma" a través de la esa misma experiencia concreta vivida por cada uno. Una mujer que desde pequeña vio cómo su madre trabajaba, a la vez que le transmitía los valores domésticos de la feminidad y la maternidad, puede acabar asociando todo en un mismo modelo de comportamiento con lo que "también... es [parte intrínseca de su papel de género] la búsqueda de ingresos complementarios que no involucren el descuido de sus obligaciones" (ibid: 162). También ser un "pa­ dre responsable" puede no significar lo mismo para todos los varones, aunque todos ellos tengan en mente una imagen ideal que seguramente será muy similar. De esta forma, se resignifican los elementos concretos que conforman el modelo de compor­ tamiento y las relaciones entre ellos de acuerdo a la forma en que la "experiencia histórica" entra en relación con la de cada generación, a unas vivencias concretas que son interpretadas de acuerdo a esas normas reelaboradas. En esta argumentación puede estar parte de la explicación a la diversidad de comportamientos hallados bajo un mismo patrón cultural, pues así como estructuralmente se puede hablar de unas condiciones comunes, las formas concretas den que en cada hogar y cada persona viven esas circunstancias socioeconómicas son muy variadas y más variadas aún pueden ser las maneras de dotarlas de significado. En esta operación cultural, el hogar se convierte en un pieza clave, al ser la célula social por experiencia de la socialización y por tanto de la transmisión de "normas y valores". Pero dentro de esta heterogeneidad de posibilidades, 156

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insisto, es la experiencia de pobreza -vivida como "la necesidad"­ la que nos puede servir de elemento analítico que explique los comportamientos que aparentemente disienten de unas normas a las que sin embargo sus actores se sienten ideológicamente apegados. Por ello es fundamental poder separar analíticamente estos dos niveles.

LA CONCEPCIÓN DE LA FAMILIA Todo lo que se está tratando aquí parte de que las relaciones en el interior del hogar están basadas en las normas asociadas al género. Sin embargo, se puede plantear que éste no es el único que rige la dinámica intradoméstica. Su papel es evidente, pero este esquema está presente en todos los niveles de la vida social, y en el espacio doméstico en concreto toma una forma especial porque se cruza con el "sistema significativo" de la familia. No se va avanzar mucho en este aspecto, pero hay una par de aspectos que se pueden avanzar. Aventurando, y sin entrar en el detalle que sería necesario, se podría decir que lo que se ha entendido habitualmente por "la familia" está basada en dos elementos constitutivos. En primer lugar, estaría la unión socialmente sancionada entre dos personas de distinto sexo. Aquí es donde el "sistema de género" entra de lleno en la misma base de la familia, porque se supone que la unión se hace para procrear, y esto sólo es posible con un hombre y una mujer. Esta procreación también es posible fuera de la fa­ milia, pero el que esta posibilidad se considere normalmente ilegítima refuerza la idea de que esta función esté regulada a través de la familia. Este componente generacional es el que dota de su particu­ lar sentido a la familia: el "núcleo conyugal" tiene sentido en cuanto que asegura la reproducción de la especie y la transmisión 157

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a los hijos del capital material y simbólico que permite su reproducción social, y aquí es donde se pone en relación con el parentesco y la herencia.' A cambio, se supone que estos hijos deben obedecer, depender de sus progenitores. En definitiva, para entender la dinámica intradoméstica hay que tener en cuenta que no sólo se rige por las normas de género, sino que éstas se cruzan e interponen con las de la familia, que se basa en la combinación de los lazos horizontales de afmidad con los verticales de consan­ guinidad. Esas relaciones tienen como referente las diferencias de género, por lo que llevan autoridad y subordinación, pero dentro de la familia éstas conviven con elementos específicos como amor, obediencia, solidaridad, autoridad o responsabilidad. Así, además de hablar de un sistema normativo asociado al género, que sirve de referencia a los comportamientos de hombres y mujeres -y es el habitualmente invocado en los estudios de los hogares populares urbanos-, se puede rastrear otro que está más relacionado con lo que se entiende directamente por "hogar" o mejor, "la familia", que está en relación con el anterior, pero tiene su dinámica propia y deja entrever posibilidades de una mayor comprensión de la heterogeneidad. Me refiero a las normas y valores que están detrás de lo que se podría denominar las "dos concepciones básicas" de lo que debe ser un hogar y cómo han de comportarse en él sus integrantes, y que se refieren a cómo entender la relación entre el componente conyugal y el filial de la familia.

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Esto implica separar analíticamente, como hace Gross (1974) para Santiago Atitlán, las normas que rigen el hogar y las que rigen el parentesco y la herencia. En este sentido Cirese propone "llamar familia a un núcleo procreativo-cornunicativo que esté en relación con otros núcleos similares", estableciendo así la conexión entre ambos niveles, pero advirtiendo que "un vínculo como el de parentesco ... no existe entre los componentes de la pareja. La relación conyugal/procreativa es en cambio la matriz que continuamente genera y regenera el parentesco" (1986: 137).

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Por un lado, existen unas actitudes que dejan ver que la relación doméstica se entiende como un "compromiso" asumido por quienes lo forman, en relación a los demás miembros, compromiso basado en una idea "moral" de la paternidad y la maternidad. En su base está la idea de que la unión entre dos personas que forman el núcleo conyugal tiene como objetivo reproducirse, y que para llevar a cabo la transmisión de bienes materiales y simbólicos, es necesaria la renuncia a ciertos grados de bienestar y libertad propios. Así, ambos jefes -o alguno de ellos- intentan comportarse según un "deber ser" marcado por una serie de reglas culturalmente dictadas en las que el bienestar del otro cónyuge y sobre todo de los hijos es básico. Como hemos visto, y por la forma de concebir las responsabilidades domésticas, el varón suele considerar el compromiso como individual, de él frente a la mujer y sus hijos, que están todos "bajo su responsabilidad", e incluso, muchas veces, el compromiso hacia los hijos se encuentra también individualizado: cada uno de ellos, y no la colectividad doméstica, es el sujeto de derechos y obligaciones. Frente a esta concepción "moral" existe otra que podríamos considerar como más "contractual", en que el matrimonio se ve como un pacto, un "arreglo" entre dos personas adultas en que cada una debe cumplir su parte de acuerdo a unas reglas. Podemos decir entonces que la familia está formada en principio sobre el núcleo conyugal, que entiende la unión entre ellos como lo más importante. Los hijos, si vienen, entran en otro orden de responsabilidades. De hecho, parecen entrar en la esfera de los asuntos de la mujer, y muchas veces ésta lo entiende así sin problemas. Y, sobre todo, supone que el pacto puede romperse en cualquier momento, a partir del cual no existen respon­ sabilidades recíprocas. Estas dos concepciones conviven entre los hombres y las mujeres que hemos estado viendo, y se refieren a cómo se 159

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entienden las relaciones familiares. Evidentemente, tienen relación con cómo se entiendan los papeles de género, pero no están vinculadas de forma mecánica. Un hombre puede tener un fuerte sentido de unidad familiar, ser en ello muy "moral", sin que ello implique que esté dispuesto a renunciar a sus prerrogativas de varón. Y, dentro de su visión de las responsabilidades de la maternidad, una mujer puede aceptar que el padre de sus hijos deje el hogar y recaiga sobre ella el peso de sacarlos adelante. Este planteamiento debería desarrollarse más, para ver si muestra la validez que aquí se le da. La idea ha sido sacarlo a proponer que el criterio de 10 lazos de parentesco que unen ­ normalmente- a los miembros de los hogares puede tomar una dimensión importante si se pone en relación a los elementos culturales. Desde que Harris (1985) sistematizó las críticas a la concepción "natural" de la familia, los estudios sobre los hogares populares urbanos han basado sus análisis en el aspecto económico-reproductivo, insistiendo a menudo en su separación con el familiar." Sin embargo, este elemento es fundamental para entender 10 que ocurre en estos ámbitos sociales y cómo se organiza dentro de ellos la subsistencia cotidiana. Dado que la mayoría de las veces hogar y familia coinciden empíricamente, su función de subsistencia y sus relaciones de género se ven cruzadas por una enorme carga de valores y "pautas y prácticas sociales establecidas" (Oliveira y Salles, 1989: 14): no se puede comprender cómo se llevan a cabo esas actividades si no partimos de que no se realizarían de la misma forma si entre los miembros no existiera una relación tan especial como es la familiar.

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Esto se refiere sobre todo a la " familia intradoméstica", es decir, quienes componen el hogar, dejando de lado a la familia "extradornéstica", la paren­ tela con la que unen lazos de consanguinidad y que, como hemos visto, también está presente en la vida cotidiana.

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JEFATURA, RESPONSABILIDAD Y AUTORIDAD EN EL HOGAR Los planteamientos que aquí se están desarrollando llevan a cuestionar la forma en que se trabaja, muchas veces de forma implícita, la relación entre responsabilidad económica y autoridad en el hogar: es decir eso que denominamos "jefatura de hogar". Por la manera en que se presuponen las relaciones intradomésticas, cuando se habla del "jefe de hogar", normalmente se hace para aludir al varón que ejerce la autoridad en su hogar apoyado en su papel de proveedor económico. Mientras, la mujer aparece como "jefa" sólo cuando no tiene compañero a su lado. Precisamente para reivindicar la figura de la mujer trabajadora y proveedora, surgió la idea de la jefatura económica (Folbre, 1991), supuestamente desvinculada de cargas ideológicas y por tanto opuesta a la jefatura asignada por el sistema de género, que privilegia la figura masculina. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas, como muestran las críticas que la misma Folbre (1991), Chant (1997) y otras autoras (González de la Rocha, 1988; Buvinic, 1990) recogen a ambos tipos de definición. Por un lado, al definir al "jefe" de un hogar a través de la asignación hecha por sus miembros, "las respuestas ... tienden a reflejar una definición normativa de jefatura en un contexto particular y están por tanto, cargados de sesgos culturales (generalmente asociados a la edad y el género)" (Acosta, 1994: 93, cursivas mías). Con ello, se está desvalorando este sistema porque no recoge "realidades" sino "definiciones" basadas en los modelos culturales de la dominación por género, que no tienen por qué responder a quien de verdad ejerce la responsa­ bilidad y la autoridad. Pero por otro lado, la definición "económica" del jefe o la jefa de hogar responde a una confusión de términos, Al otorgar la categoría de "jefe" automáticamente a quien, por los datos, debería 161

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ser denominado "proveedor" o "responsable" del hogar, se cae en el prejuicio masculinista occidental de asumir que quien aporta más ingresos al hogar, quien se responsabiliza por la reproducción de sus miembros, ha de ser quien ejerza la autoridad en él.' Como en cualquier institución social, en ésta se pueden separar analíticamente una parte normativa, asociada a patrones de comportamiento social y culturalmente guiados, y una parte actuante, cotidiana y efectiva, en que se refleja de una forma más o menos directa la anterior. Por lo que hemos visto, es muy dificil asegurar que dentro de cada hogar una sola persona ejerza todo el poder y que por tanto sea el. único jefe. Es verdad que nonnativamente así está sancionado, pero ello no implica que la realidad cotidiana coincida siempre con los estandares de jure (Gilmore, 1990), y la figura reconocida no tenga que negociar, aunque le apoye toda la ideología patriarcal de la sociedad. Como dice Chant, "cada vez [está] más claro que la jefatura es cuestión de grados" (1997: 9). De hecho, existen trabajos (Enríquez y Aldrete, 1999) que muestran que existe una proporción importante de hogares en que lajefatura se declara como "compartida" entre hombre y mujer. Por ello, habría que tener cuidado al manejar el término de "jefe" en su sentido de autoridad, porque en el interior del hogar es la "pareja conyugal", es decir, el hombre y la mujer -y no solamente ellos- quienes, además de compartir la responsabilidad de sacar adelante el grupo doméstico y precisamente por ello, comparten la posibilidad de ejercer el poder. Eso es lo que está implícito en su posición jerárquicamente superior en el hogar. 7

Estos planteamientos se suelen realizar sobre todo para la recolección de datos estadísticos, que necesitan de la definición de una sola persona por hogar como jefe. Pero eso es parte del problema, pues esa misma concepción del único y casi omnímodo jefe de hogar -casi siempre varón- también permea algunos de los trabajos hechos desde una perspectiva más cualitativa, en que se podrían evitar las simplificaciones.

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Pero, como es muy dificil retirar esa connotación de jerarquía al término, otra alternativa puede ser emplear otro término para la designación de quienes se hallan en esta situación. Para ello hay que partir de que en estas discusiones se está hablando sólo de una de las partes constitutivas del hogar. Si se tiene en cuenta el carácter de consanguinidad vertical inserto en la familia tanto como el de género, y se divide a los miembros según su posición en él, podremos decir que la "pareja conyugal", quienes han tenido descendencia, son "responsables" de la manutención y reproducción de los "dependientes", que son el fruto y razón de ser de la familia. Esto implica que entre los primeros se reparte, comparte o monopoliza la autoridad a que da derecho la responsabilidad, pero a priori no se define quién o cómo lo haga. Aquí es donde entra el sistema de normas asociado al género, que ya hemos visto que es más amplio en su ejercicio concreto que en sus prescripciones. Evidentemente, estos términos tienen sus limitaciones, pues no todos los "responsables" se comportan como tales, ni todos los "dependientes" son económica y jerárquicamente pasivos." En la forma en que se comparte, negocia o pelea esta autoridad entre los responsables, intervienen los elementos que definen los dos tipos de "jefatura" que habitualmente se utilizan. En primer lugar está el patrón cultural que divide jerárquicamente a la sociedad en hombres y mujeres y que hace que, en el interior del hogar, los primeros sean los llamados a ejercer la autoridad sobre las segundas y sus hijos. Además de este criterio ideológico­

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En la tesis de la que proviene este trabajo, no se utilizó la división entre "jefe" y resto del hogar, ni entre mano de obra "primaria" o "secundaria" ­ que proviene de la anterior- sino se utilizó esta división entre miembros responsables y dependientes. Esta división y las mismas etiquetas tienen sus problemas, pero permitieron un estudio más cualficado de la dinámica doméstica que si se hubiera hablado en los términos de las dicotomías clásicas.

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cultural, que es el utilizado en la definición "por asignación" de la jefatura, también controlar una serie de recursos puede ser fuente de poder. Por ello incide el elemento utilizado en la definición "económica": quien ejerce de proveedor del hogar, quien aporta ese recurso tan necesario como es el monetario, por ello mismo puede acceder a una serie de derechos en cuestión de poder. Pero, además del económico puede haber otra serie de recursos, sociales o simbólicos, que jueguen un papel importante en esa definición." El problema -y la razón por la que ninguna de las dos definiciones de jefatura es por sí sola totalmente satisfactoria- es que el "poder" entendido como control de recursos (Adams, 1978) y la "autoridad", entendida como la capacidad de convencer a los demás que uno es el depositario de la fuerza otorgada por el sistema cultural que rige la sociedad (Foucault, 1992), actúan conjuntamente en la práctica cotidiana de los hogares y, por tanto, en el ejercicio de su "jefatura". La relación entre ellos no es unilineal ni sencilla -pueden reforzarse, repelerse entre sí, ir por separado, etc- porque, pese al prejucio en que nos basarnos muchas veces, responsabilidad y autoridad no son elementos que corran de forma paralela, sino que tienen cada uno su propia lógica. 10 Por ello, el estudio de la "jefatura" debe tener en cuenta ambos elementos. Enríquez y Aldrete, por ejemplo, (1999) diferencian entre la jefatura "asignada" en las encuestas y la "de 9

Gilmore (1990) comenta cómo en Andalucía, la cercanía física con su propia familia y el apoyo continuado de la madre son recursos clave para que las mujeres ejerzan el "poder doméstico".

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Esta relación está detrás de la discusión sobre los cambios que está trayendo la incorporación laboral de la mujer en las relaciones de género. No es tan mecánica como planteaba Safa (1998), pero tampoco deja de darse, como mostraban Chant (1988) y González de la Rocha (1994): más bien tiene sus propios ritmos y facetas (García y Oliveira, 1994; Gutrnann, 1996). De todas formas es un tema complejo que no está entre los objetivos de este trabajo.

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Jacto", construida a través de información sobre el aporte, la toma de decisiones y la asignación. De forma similar, Cordero (1998) propone combinar la definición económica y la asignada a través de tres tipos de jefatura: la económica -en que el jefe lleva la mayor parte de la responsabilidad económica y por ello es considerado como tal-, la no económica -en que la persona considerada como jefe no es el principal apartador - y la mixta ­ en que el considerado jefe es el máximo proveedor, pero las razones dadas para la asignación no se basan en ello-o Las proporciones de cada tipo son variables, pero la económica no supera por mucho el 50% en ninguno de los países estudiados. Quienes son considerados como jefes "mixtos" actúan en todos los casos como proveedores principales en mayor proporción que quienes son considerados como j efes "económicos", que comparten con otros miembros esta responsabilidad. Así, el ser principal proveedor efectivo parecería llevar a que ese criterio no fuera necesario para la asignación de la jefatura, y reforzaría otros criterios extraeconómicos. En definitiva, a la hora de analizar cómo se ejerce el papel de responsable de un hogar y las consecuencias que ello tiene en el reparto de poder/autoridad, hay que ir más allá de la "dominación masculina", y buscar cómo se da y cómo perciben los propios actores involucrados, la continua y compleja combinación entre elementos económicos e ideológico-culturales en un ambiente dominado por la precariedad y la pobreza.

CAMBIO Y PERMANENCIA DE LA FAMILIA POPULAR GUATEMALTECA Una de las discusiones que en estos momentos se dan en torno a al relación entre hogar, familia y pobreza se basan en considerar que la misma familia, sus "normas y valores" y su plasmación en hogares, se hallan en proceso de cambio. Castells 165

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(1999) introduce estos cambios dentro de otros que llevan al nuevo tipo de sociedad, que él denomina de "la información", Se refiere sobre todo a la transformación de las relaciones de género debido al acceso a la educación y al trabajo por parte de las mujeres, y por efecto de la extensión del discurso de igualdad entre los sexos como producto de la actividad del feminismo. Todo ello está transformando la forma en que las personas se reúnen en familias, dejando obsoletos algunos de los elementos planteados más arriba, como la relación entre pareja y descendencia, por el aumento tanto de las parejas sin hijos como de las familias monoparentales -norrnalmente dirigidas por mujeres solas-o Para el caso de Latinoamérica, se ha insistido (Kaztman, 1992; García y Oliveira, 1994; González de la Rocha, 1999) en la importancia de que esta incorporación laboral de las mujeres se ha debido a la necesidad de complementar los insuficientes ingresos masculinos, tendencia cada vez más evidente. El análisis realizado entre los hogares populares residentes en ciudad de Guatemala quizá no aporte suficiente base para reflexionar en tomo a estos temas, pues se basa en demasiados pocos casos y, sobre todo, el aspecto dinámico, procesual, no está suficientemente claro como para deducir tendencias. Sin embargo, las historias que hemos visto muestran un panorama que pudiera parecer paradójico: por un lado, los comportamientos parecerían estar más acordes con esa diversidad de posibilidades domésticas que ha sido detectada como signo de estos tiempos de cambio; pero, por otro, esta situación no parece "nueva" en la forma de entender las relaciones domésticas, y no parece ir acompañada de un transformación en el papel de la mujer. Esto puede servir para reflexionar -y con ello terminar este trabajo- sobre la forma en que se están dando en Guatemala esas transformaciones de la familia que se asocian con los cambios sociales más generales que trae esta época (Segalen, 1997; Salles y Tuirán, 1998; Castells, 1999; González de la Rocha, 1999). Se 166

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asume que los cambios mencionados provienen de la transfor­ mación social que en Latinoamérica y el resto del mundo trajo la "modernización": la educación, la salarización y la extensión del discurso de derechos individuales. Se puede decir que este proceso ha tenido efectos opuestos a los planteados en cuanto al lugar de la mujer en la sociedad. Si, como dicen Bossen (1984) y otras feministas, y se aprecia también en la obra de Parsons (1980), la generalización de la salarización debería llevar a la sujeción de la mujer en el hogar y con ello a la supremacía masculina; su acceso a la educación, su entrada al mercado laboral y la extensión del discurso de los derechos individuales a la mujer pusieron las bases para la socavación del poder del varón en toda la sociedad y con ello, en el hogar. Lo que hemos encontrado en Guatemala se puede explicar por la forma en que en este país ha tomado tanto el discurso y práctica de la "modernidad" como su plasmación en 1a "modernización" de estas últimas décadas. Por un lado, esta modernización no vino acompañada, ni siquiera en la capital, de una generalización de la salarización formal, ni siquiera masculina (Roberts, 1973; Pérez Sainz, 1996), con lo que esto implica de ausencia de prestaciones, marco salarial y movimiento sindical para. Por ello, la precariedad ha sido la norma entre los hogares, más allá incluso de otros lugares, como México, donde hubo ciertas políticas laborales y sociales. Por ello, si la importancia de la familia extensa se interpreta como una "estrategia" para hacer frente a situaciones de crisis (Selby et. al., 1994; Estrada, 1995); la antigüedad aquí encontrada indicaría que las condiciones de precariedad que en México han aparecido en los últimos años, son en Guatemala consustanciales a su "modernización". 11

II

Van der Tak y Gendel destacaban cómo en el censo de 1964 aparecía una proporción de familias extensas muy similar a la actual en la capital: un

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Esta misma precariedad ha obligado, como en toda Latinoamérica, a una participación laboral de la mujer que se salía de sus supuestas funciones. Si el debate en tomo a este hecho ha girado en tomo a lo que ello ha supuesto para cambiar su posición en el sistema de relaciones de género, podemos decir que lo encontrado en Guatemala muestra que sí se han dado cambios a nivel individual, pero que a nivel social sigue permaneciendo la norma de la sujeción femenina al espacio doméstico y la autoridad del varón. Entre los varones, pero también entre muchas mujeres, se puede advertir en la forma de concebir y ejercer la jefatura de hogar por parte de los hombres una continuidad que llega incluso a los más jóvenes. No parece haber un mayor cambio de padres a hijos como tales. Existen comportamientos "irresponsables" en los padres de muchas de las personas vistas, que también se dan en jóvenes o en maduros, sin que tampoco el origen rural o urbano parezca incidir en ello. No parece aún haber atisbos de que, a nivel de los sectores populares urbanos las relaciones de pareja estén cambiando como fruto de los esfuerzos hechos desde hace más de dos décadas por el movimiento feminista, como sí ha sido detectado en México y otros lugares (Gutmann, 1996; García y Oliveira, 1994;Kaztrnann, 1992). Si entre las mujeres hubiera una nueva concepción de su valía, ésta no habría aún encontrado eco entre sus compañeros. En Guatemala este discurso todavía no es patrimonio de la sociedad.

36.6% (1976: 363). Además, mostraban la misma tendencia encontrada en los casos estudiados: "son extendidas cerca de la mitad (46.4 por ciento) de todas las familias encabezadas por jefes de 45 años o más" (ibid: 366). Lo mismo podría decirse de los hogares de "jefatura femenina": la proporción hallada en los inicios de la modernización es muy similar a la actual: un 21.5% (ibid: 350).

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y esto nos lleva al segundo grupo de cambios que se supone

deberían traer los cambios asociados a la modernización: los relacionados con la ideología igualitaria y de respeto individual. Lo ocurrido con el discurso de igualdad sexual es un reflejo de algo de mayor alcance: esta modernización ha seguido basada en gran medida en la continuidad de unas formas autoritarias y de exclusión generalizada que no han permitido la extensión de las ideologías asociadas al respeto individual ni siquiera a nivel de los hogares. Se podría decir que el comportamiento doméstico aquí denominado "contractual" tiene la misma base que las apelaciones a favor del divorcio: el considerar el matrimonio como la unión entre dos personas libres de romperla en cuanto lo deseen. Sin embargo, en Guatemala, esta constatación de la libertad ­ sobre todo masculina- no se ha dado de la mano de todo un discurso de derechos femeninos y su correspondiente aparato le­ gal de protección a hijos y mujeres que hagan de esta concepción una práctica socialmente regulada. Así pues, en Guatemala el carácter "parcial" de la modernización ha tenido sus efectos en las relaciones domésticas y de género. El patrón económico asociado a ella no conllevó las transformaciones sociales que sí se relacionan allá donde nació. Por ello, se produce un traslape entre ideología y realidad que Miranda ha captado muy bien cuando dice que se dio un "fracaso al imponer una cultura ... sin formas institucionales, sin marcos legales. Sin espacios individualistas consolidados" (1997: 23). Los efectos de las transformaciones socioeconómicas entre las familias han ido suponiendo precisamente la socavación del patrón de comportamiento esperado según el modelo ideológico. Pero esta ideología se transforma de una forma diferente a la realidad social que se guía por ella, y este desfase incide en el comportamiento cotidiano de los hogares. No se trata sólo de una cuestión de ritmos o tiempos, hay que pensar en los factores políticos y sociales que hacen que la ideología de la modernidad tome en Guatemala y otros países 169

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una forma específica, en que la igualdad de oportunidades y el respeto a la persona no forman parte más allá del discurso oficial. Como consecuencia de todo este proceso, estamos ante una situación en que, si bien hay cambios en las formas en que se reparten de hecho las responsabilidades en el interior de los hogares, éstos no van acompañados de un cambio en la ideología y el discurso asociado a estas prácticas que permitan un cambio en su valoración. El resultado es la "continuidad cambiante" de que hablaba Sarti (1995), por la que el patrón de comportamiento se va adaptando a los cambios sin que lo hagan las valoraciones y concepciones básicas en que descansa. Los cambios económicos e ideológicos ligados a la globa­ lización ya comenzaron a dibujarse en los sesenta y setenta, y ello tiene que ver con unas transformaciones domésticas que tienen presencia universal (Castells, 1999). Pero en Latinoamérica -y en Guatemala como caso extremo-, estas transformaciones en las estructuras domésticas se están dando de forma contemporánea a una serie de cambios en el mercado laboral que tienden hacia una mayor precarización de la subsistencia. En el panorama que se dibuja desde los países centrales (por el mismo Castells, 1999, por ejemplo) no aparece esta transformación laboral relacionada con la doméstica y, desde luego sus efectos en lugares como Latinoamérica. González de la Rocha (1999) muestra cómo en México los efectos de las nuevas políticas laborales están supo­ niendo el fin de la "ilusión" de la subsistencia a través de la serie de "recursos" que fueron posibles durante la modernización. Así pues, a la hora de ver cómo se están produciendo los cambios que llevan supuestamente hacia el "fin del patriarcado" (Castells, 1999) en países como Guatemala, hemos de tener en cuenta que la nueva fase histórica que se abre está profundizando más aún las brechas sociales creadas durante la modernización. Así, para comprender la forma que toman el hogar y la subsistencia, habrá que seguir teniendo en cuenta que la pobreza y la precariedad signan el entorno más inmediato en que se desarrolla su vida cotidiana. 170

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