Poder y propaganda en el mundo antiguo: Dioniso el Viejo de Siracusa

July 3, 2017 | Autor: María Cruz Cardete | Categoría: Ancient Greek Politics, Greek Sicily, Classical Greek Tyranny
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PODER Y PROPAGANDA EN EL MUNDO ANTIGUO: DIONISIO EL VIEJO DE SIRACUSA M.ª Cruz CARDETE DEL OLMO Universidad Complutense de Madrid 1 La historia de Sicilia está plagada de vidas violentas y momentos morbosos: desde el inicio de la colonización griega, que asoma como un acto de imposición forzosa en las, no obstante, excesivamente autocomplacientes fuentes griegas,2 hasta la reciente intrahistoria de mafia y delincuencia, parece que la propia isla, quizás por lo atractiva que resulta su posición y lo aclamado de su riqueza natural, atraiga sobre sí todo tipo de desgracias casi folletinescas que le otorgan un halo de melancolía romántica de gran calado. La Historia antigua siciliana no se queda atrás a la hora de ofrecer a la posteridad imágenes vívidas del horror encarnadas en personajes despóticos que se hicieron un hueco en la Historia a través de golpes de efecto y lo conservaron haciendo alarde de pérfida crueldad. Los dos ejemplos más sobresalientes son dos tiranos de las dos ciudades más importantes de Sicilia: Agrigento y Siracusa. De Agrigento procedía Fálaris. Su famoso toro era un ingenio mecánico concebido para la tortura más terrible: introducía dentro a sus enemigos y los asaba vivos, convirtiendo sus gritos de dolor en mugidos. Tal atrocidad constituye la prueba definitiva de la paranomía y la hybris que, ya según la mayoría de las fuentes clásicas,3 dominaba a Fálaris, y a la que se unían, para terminar de dibujar el cuadro del horror, toda serie de embustes, traiciones4 y asesinatos despiadados.5 De Siracusa era oriundo Dionisio I, apodado el Viejo, que inaugura una nueva dinastía en Sicilia cuando el régimen tiránico constituía en el resto de Grecia un anacronismo intolerable. Dionisio significa para los siciliotas una nueva forma de hacer política, ya que instaura un régimen autocrático y fuertemente personalizado 1

Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación Identidad y religión: territorio y paisajes simbólicos de la Sicilia clásico- helenística y republicana -PR34/07-15864-, concedido por la UCM y la Fundación Santander. 2 La primera crítica consciente y estructurada a la colonización vista a través de las fuentes griegas se produjo en el congreso de Cortona, celebrado en 1981 (Modes de contacts et processus de transformation dans les sociétes anciennes, Pisa, 1983), en el que se impuso la idea de un modelo de conquista agresivo que conllevó la apropiación de los recursos económicos, la alteración de las formas ideológicas y la redefinición de las relaciones económicas, culturales y políticas, dejando atrás, al tiempo, el modelo helenocéntrico, que minimizaba la importancia de las sociedades colonizadas (Cusumano, 1994: 47). 3 Schol. Pind. Pít. I 95; Plb. XII, 25; Diod. XIII 90, 4-6. 4 Polien. V 1, 4. 5 Aristot. Eth.Nic. VII 1148b 24 y 1149a 13.

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que poco a poco irá dando paso a un culto a la personalidad del líder semejante en ciertos aspectos a los gobiernos despóticos orientales. Las claves de su éxito y de la transformación despótica de su poder remiten a una sociedad en crisis, fuertemente tensionada en sus relaciones internas y amenazada en su imagen exterior, que confió en un líder hábil en el uso de la propaganda y en el manejo de los mecanismos de la imagen política. Fue esa habilidad, esa ductilidad en la arena política, lo que posibilitó y alentó la transformación de Dionisio en un icono, una imagen múltiple en la que se mezclaban el salvador del pueblo, el hábil político, el defensor de la identidad griega frente al bárbaro, el tirano déspota y cruel, el monarca ilustrado, el hombre fuerte y dinámico y el guerrero decidido. Tal mezcla no podía sino resultar explosiva y sus efectos llegan hasta nosotros, ya que Dionisio se ha convertido en un referente histórico de nuestra cultura, alimentado su mito, hasta hacer prácticamente irreconocible a la sociedad que lo proyectó por vez primera. 1. Poder e imagen en la figura de Dionisio el Viejo El ataque cartaginés a Sicilia en el 406 a.C. supuso un durísimo golpe para la isla. Desde el comienzo de la llegada griega a Sicilia, las relaciones con los cartagineses habían sido tensas, aunque relativamente tranquilas. Se sucedieron las disputas comerciales, las acusaciones cruzadas y también expediciones bélicas como las de Malco o Dorieo.6 Incluso se llegó a una guerra directa (la batalla de Hímera) entre Cartago (apoyada por Zancle-Mesina, Regio, Selinunte y las ciudades púnicas de Sicilia, Panormo, Mozia y Solunto) y las fuerzas combinadas de Agrigento, Siracusa, Gela y la fuerza ciudadana de Hímera, dirigidas por Terón de Agrigento y Gelón de Siracusa.7 La victoria griega en Hímera supuso la renuncia momentánea de Cartago a imponerse en Sicilia, pero más que una gran victoria, como la presentaron los griegos, y especialmente los siracusanos, a través de una hábil propaganda,8 Hímera fue una batalla más que mantuvo contenidas las fuerzas cartaginesas pero que no impidió que Cartago mantuviera sus bases comerciales siciliotas sin grandes alteraciones territoriales.9 Sin embargo, el ataque del 406 devastó profundamente la isla, arruinando la prosperidad de ciudades como Agrigento, y obligando a Siracusa, la cabeza política de Sicilia desde su victoria sobre los atenienses, a reinventarse para continuar en el

6 La expedición de Dorieo y su asesinato a manos de los fenicios y egestanos adquiere ciertos visos de lucha contra el bárbaro: Dorieo fundó una colonia, Heraclea, en los territorios conquistados supuestamente por Heracles (Hdt. V 43; Diod. IV 23, 3) y, por lo tanto, su penetración política se justificaba como justa herencia de la conquista heroica (Alessandrì, 1992: 17-19; Anello, 1986: 122). Sobre la simbología identitaria de la batalla de Hímera remito a Cardete 2008 y 2010a. 7 Diod. XI 20, 5. 8 Diod. XI 25-26 y 51; Hdt. VII 157, 2; 161, 1 y 166; Pínd. Pít. I 70-80; Pínd. Pít. I 71-80 y 130-156; Atene. VI 231e-232b; Baquíl. Ep. III . 9 Anello ob. cit., p. 131.

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poder.10 Es en ese momento, conflictivo, caótico, cuando aparece Dionisio, dispuesto a convertirse en un símbolo de salvación para su patria. No contento con alzarse como voz crítica contra el gobierno aristocrático que se había rendido a Cartago,11 Dionisio logra su proclamación como strategos autokrator con plenos poderes en el 405,12 convirtiéndose, de facto, en un tirano y recuperando, por tanto, la tradición siciliota del gobierno tiránico. Convertido en el único gobernante siciliota con ascendiente, fue Dionisio el encargado de firmar la paz con los cartagineses en el 405-404.13 El tratado de paz no fue especialmente ventajoso, ya que Cartago consiguió el control sobre Selinunte, Agrigento e Hímera, quedando Gela y Camarina como ciudades tributarias de los cartagineses y obligando a todas ellas a derribar sus murallas; a su vez, Siracusa accedió a reconocer la autoridad púnica sobre elimos y sicanos, así como la autonomía de las comunidades sículas y de las ciudades griegas de Mesina y de Leontinos (Consolo Langher, 1996: 44; Braccesi, 1998: 73). En contrapartida, se admitió la independencia de Siracusa y, sobre todo, el poder de Dionisio sobre ella. A nivel no solo político sino, sobre todo, perceptivo, el tratado de paz y la labor ideológica de Dionisio consiguen reforzar la conciencia de una Sicilia escindida entre la parte griega, legítima, y la eparchia púnica, sentida como invasora por los griegos (Uggeri, 2002: 309). No obstante Dionisio, sabedor de que su llegada al poder había sido conflictiva, de que cuando pasaran los primeros momentos de confusión y las relaciones con Cartago se normalizaran su cabeza pendería de un hilo y de que los aristócratas se le opondrían de plano una vez hubiese conseguido calmar al demos, actuó con astucia, jugando al despiste en cada una de sus intervenciones. Así, se rodeó de una guardia personal y de una policía secreta que comenzó una limpieza política en toda regla, eliminando a sus adversarios y favoreciendo el regreso de los exiliados para conseguir su apoyo.14 Al tiempo, aduló a los aristócratas moderados, con quienes se vinculó por matrimonio al casarse con la hija de Hermócrates, líder de la aristocracia fundiaria siracusana desde que se convirtiera en el impulsor de la resistencia frente a Atenas, y ofrecer a su hermana como esposa a Poliseno, cuñado de Hermócrates.15 Por otro lado, mantuvo las formas democráticas al dar libertad a la ekklesia, aunque en realidad su gobierno tuviese un marcado carácter autocrático, ya que las decisiones las tomaba personalmente apoyándose en un consejo constituido mayoritariamente por sus seguidores, los philoi.

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Diod. XIII 81-91. Diod XIII 92. 12 Diod. XIII 94, 5. 13 Diod. XIII 114. 14 Diod. XIII 96, 3; Aristot. Pol. 1305a 26-30; Aristot. Econo. II 1349a-1350a. 15 Diod. XIII 96, 3 11

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Deshacerse de sus adversarios, confiscar sus bienes y repartirlos entre sus seguidores y los nuevos colonos y mercenarios16 le permitió configurar un sólido poder personal que encontró justificación ideológica en la difícil situación social que atravesaba Siracusa, los éxitos militares del tirano, el aparato de propaganda puesto en marcha por Dionisio y la aureola de monarca ilustrado y culto que potenció, ganándose el favor del demos, que lo defendía como su salvador, y de sectores de las clases privilegiadas, que, en cierto sentido, podían identificarse con él. No obstante, el miedo a la traición y el ansia de centralizar su patrimonio y controlarlo le llevaron a una política matrimonial caracterizada por una endogamia de corte orientalizante en la que el incesto se confundía con las alianzas de sangre. Tras la muerte de su primera mujer, deseoso de controlar el Estrecho, Dionisio solicitó una esposa a los nobles de Regio. Estos, que habían acogido a gran cantidad de nobles siracusanos exiliados tras el triunfo de Dionisio, le ofrecieron a la hija del verdugo, desprecio que el tirano nunca perdonó.17 Su siguiente intento tuvo mayor éxito y Dionisio se desposó con Dóride, hija de Jeneto, el más ilustre ciudadano de Locris, ciudad con la que mantuvo siempre una estrecha alianza.18 No contento con un único matrimonio, Dionisio desposó también a Aristómaca, hija de Hiparión y hermana de Dión,19 sellando de nuevo su alianza con parte de la aristocracia siracusana. A partir de este momento los hijos del matrimonio representan un complejo juego de alianzas matrimoniales co-sanguíneas (su hijo Dionisio se casa con su medio hermana Sofrosine y las otras dos hijas del tirano, Areté y Dikeosine, hicieron lo propio con sus tíos)20 que llaman al horror al subvertir las normas de la polis. Una política matrimonial tan ambigua y contraria a las normas sociales no podía sino convertirse en un arma de doble filo: por un lado, expresaba la superioridad política, económica y social del tirano, cuya casta se mantenía aparte; pero por otra, revela una soledad en el poder que lo defendía solo al precio de aislarlo y que fue explotada ideológicamente por sus enemigos contribuyendo en grado sumo a la construcción de una de las imágenes más tópicas de Dionisio: la de hombre pervertido y lujurioso que no respetaba la institución familiar ni las normas de la polis (Sunseri, 2002). Los intentos de derrocamiento no se hicieron esperar y, si bien es cierto que supusieron un golpe a su política de control, no lo es menos que la propaganda vertida sobre ellos redundó en un masivo apoyo a la política represiva del tirano. El primero de ellos estuvo dirigido por los Gamoroi exiliados tras el triunfo de 16

Diod. XIII 92, 6-7. Diod. XIV 44, 5 y 107, 4. 18 Diod. XIV 44, 6 19 Para Claudio Eliano (VH XIII 10) y Plutarco (Dion. III), ambos matrimonios fueron simultáneos, mientras que Diodoro es ambiguo: tan pronto considera que primero se casó con Dóride y luego con Aristómaca (Diod. XVI 6, 2) como que los matrimonios fueron simultáneos (Diod. XIV 44, 6-8). 20 Corn. Nep. Dion. I 1; Diod. XV 7, 4-8; Plut. Dion. VI. 17

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Dionisio, que contaban con el apoyo de Regio y Mesina.21 Este ataque, lejos de debilitarle, le permitió reforzar su discurso patriótico y lanzarlo contra sus adversarios, que habían recurrido a ciudades enemigas para entrar en Siracusa. Al mismo tiempo, Dionisio utilizó los ataques para justificar un rearme masivo que disparó la industria armamentística siracusana,22 desarrolló al máximo su escuadra marina,23 tanto en cantidad (llegó a sumar 3000 naves) como en calidad (se mejoró la velocidad de las naves y su capacidad de carga), sin descuidar por ello las rutas terrestres, convirtió a la isla Ortigia en un palacio-cuartel prácticamente inexpugnable24 y condujo a una redefinición del núcleo urbano de Siracusa.25 Como cuentan las Epístolas atribuidas a Platón, Siracusa se desarrolló vivamente durante el gobierno de Dionisio, pero ese engrandecimiento solo fue posible a través de la destrucción de ciudades y aldeas y el sometimiento de sus habitantes. Y, por supuesto, gracias a una presión fiscal hasta entonces desconocida (Krasinilkoff, 1995: 174). En lo demográfico, Siracusa creció mucho debido a los contingentes de población que atraía y demandaba la política expansionista de Dionisio, lo que se refleja en el crecimiento de la Neápolis y en la inclusión en el trazado urbano de la colina Epipole, sobre la que se alza el grandioso castillo Eurialo, modelo de arquitectura militar helenística (figs. 1 y 2). A pesar de que la llegada de nuevos pobladores provocó fricciones, especialmente con los contingentes de mercenarios, cada vez más numerosos (Tagliamonte, 1994: 133),26 que, como los campanos, tuvieron que ser alejados de Siracusa para evitar motines (Tagliamonte, 1999: 552),27 lo cierto es que la política de desestabilización étnica y territorial basada en las deportaciones forzosas y la instalación de grupos de mercenarios en puntos estratégicos contribuyó a afianzar el poder del tirano al romper las solidaridades tradicionales (Krasinilkoff, 1995: 180-181; Tagliamonte, 1994: 133-134), siguiendo una estrategia política con amplia tradición entre los tiranos siracusanos (Cardete, en prensa).

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Diod. XIV 7, 33-4. Diod. XIV 41, 2-4; 42, 2-3 y 43, 2. 23 Diod. XV 13, 4. 24 Plat. Epistolas VII 347e y 348c. 25 Diod. XIV 7 y 9. 26 Con Dionisio el mercenariado llega a significar ! o incluso 1/3 del ejército (Diod. XIV 44, 22

2).

27

Diod. XIV 8, 6 y 9, 2-8. Lo mismo ocurrirá después de haber sometido a los centros calcídicos (Leontinos, Catania y Naxos), asentando a los mercenarios campanos en Catania (Diod. XIV 15, 3 y 68, 3) y, posteriormente, en el 396, trasladándolos a Etna (Diod. XIV 58, 2).

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Figs. 1 y 2. Fosos B (a la derecha) y C (a la izquierda) del castillo Eurialo, convertido en un modelo de arquitectura militar de complejo trazado arquitectónico que sigue los postulados de la poliorcética antigua. El castillo fue reforzado posteriormente por Hierón II, siguiendo las indicaciones de Arquímedes, lo que lo convirtió en una fortaleza prácticamente inexpugnable (Fotografías de la autora)

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El auge siracusano se extendió a otras ciudades importantes de Sicilia, como Agrigento o Gela que, si bien no recobraron el esplendor anterior al 406, sí se recuperaron en gran parte de la devastación sufrida, preparando el terreno para el resurgimiento que supondría, unos años después, la llegada de Timoleón.28 Entre el 409-399, aliado de la Esparta de Lisandro, Siracusa recupera su poder sobre Sicilia. Primero, domina a los sículos rebeldes, con los que desarrolla una política en la que se alternan las concesiones (Naxos es destruida y su territorio cedido a los sículos)29 con el ejercicio de la fuerza. Segundo, ataca a las ciudades de estirpe calcídica, destruyéndolas y entregando su territorio a sus aliados (Naxos a los sículos, Catania a los mercenarios campanos)30 o trasladando sus poblaciones según conveniencia del tirano (los leontinios, por ejemplo, fueron deportados en masa a Siracusa).31 Con esta política logra construir un estado territorial que englobaba y superaba la experiencia de la polis, convirtiéndose en precursor de los estados helenísticos.32 Al tiempo, con la toma de Naxos, Dionisio gana un enemigo acérrimo, ya no en el campo de batalla, sino en el dialéctico: Timeo. El famoso historiador siciliano, cuya obra nos ha llegado muy fragmentada, fue uno de los grandes opositores a Dionisio. El padre de Timeo ayudó a muchos deportados de Naxos a trasladarse a Tauromenio, donde ejerció como gobernante ejemplar, según su hijo, actuando como contrapunto de la tiranía de Dionisio.33 La influencia de Timeo en la historiografía siciliota y ateniense y su marcado carácter anti-tiránico y contrario a Dionisio I en particular ayudaron a construir una imagen despótica del tirano que contrasta con otras fuentes, acalladas por el poder ateniense primero y romano después, como Filisto, historiador de marcado sesgo pro-tiránico.34 La influencia política, económica y estratégica de Dionisio supera el marco siciliota y se extiende sobre la Sicilia controlada por Cartago y el Occidente mediterráneo bajo un denominador común: la imagen de Dionisio como campeón del helenismo frente al ataque bárbaro. Consciente de que si quería alcanzar un poder objetivo sobre Sicilia debía recuperar parte de los territorios y las prebendas perdidas en la paz del 405 a manos 28

En 1964, S.N. Consolo Langher, en un trabajo sobre cuestiones numismáticas (Contributo alla storia dell´antica monetazione in Sicilia, Milano), pedía redimensionar el supuesto papel salvador de Timoleón recordando que, ya durante el gobierno de los Dionisios (Dionisio el Viejo y Dionisio II, su hijo), la isla había experimentado un destacado desarrollo económico, especialmente reseñable debido a la destrucción sufrida pocos años antes. Desde entonces las voces al respecto han sido muchas, como se refleja en De Miro, 2001; Castellana, 1984; De Orsola, 1991; Calderone, 2002; Fiorentini, 2002. 29 Diod. XIV 15, 2-3. 30 Diod. XIV 15, 2-3. 31 Diod. XIV 15, 3-4. 32 Isócr. Ep. Ad. Dionis. VII. 33 Diod. XVI 7. 34 Sobre el alcance de la animosidad de Timeo hacia Dionisio Vid. Caven, 1990, 98-123; Stroheker, 1958; Vattuone, 2002.

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de los cartagineses y de que, para vencer a la insularidad a la que parecía condenado, tenía que conseguir una influencia directa y efectiva sobre los territorios italianos, Dionisio se presenta ante el mundo griego como un garante de la unidad étnica helena, estribillo recurrente de los líderes siciliotas con ansias expansionistas, de los que Siracusa había tenido buenos ejemplos con los Dinoménidas.35 Así, llega a enfrentarse en 3 ocasiones más con Cartago: la primera en el 397, cuando reivindica el control de las ciudades griegas sometidas a los cartagineses y la expulsión definitiva de estos de la isla, consiguiendo poner en jaque al ejército cartaginés.36 De hecho, la paz, firmada en el 392-391, es bastante ventajosa para Siracusa, ya que los cartagineses renunciaron a ejercer el protectorado sobre los sículos y reconocieron el dominio siracusano de la isla, exceptuando algunas posesiones cartaginesas, elimas y sicanas.37 A su vez, Dionisio acrecentó su poder con el control sobre Agrigento y Tauromenio (Taormina),38 convirtiéndose a ojos del mundo griego continental en el señor de Sicilia (Consolo Langher, 1996: 47; Braccesi, 1998: 75).39 La segunda acometida contra los cartagineses tiene lugar en el 379. Dionisio intenta hacerse con el dominio de la zona occidental de la isla, en manos púnicas. Esta vez no tiene éxito y la paz, firmada en el 374-373, sanciona el dominio de los cartagineses al O de los ríos Halikos e Hímera septentrional y obliga a Dionisio a pagar 1000 talentos, mientras que Terme, Selinunte y quizás Heraclea Minoa vuelven a estar bajo control púnico. No obstante, Dionisio no se conforma y en el 367 consigue recuperar Selinunte, Erice y Entella. Llega incluso a sitiar Lilibeo, pero se pone enfermo en el invierno del 367-366 y muere.40 Su lucha contra el bárbaro no se circunscribe a los cartagineses, sino que funciona también como reclamo propagandístico para legitimar su ataque sobre la Magna Grecia y su proyecto, nunca realizado, de unir Sicilia a la punta extrema de Italia, separándola del resto (de ahí la posterior referencia al reino de «las Dos Sicilias»). Aprovechando su enemistad con Regio, en el 392-391 se lanza contra la Liga Italiota, a la que pertenecía la ciudad calcídica, aliándose con los lucanos. Regio es destruida después de meses de asedio y Dionisio consigue gracias a su intervención pactos con las tribus galas.41 Su política expansionista se expresa en fundaciones coloniales en el Adriático,42 contando con la ayuda de los ilirios43 (por ejemplo, Faros, co-fundada junto con los parios44 o Lisos, que le abrió las puertas al medio y alto Adriático además de 35

Cardete, 2006: 211-222; 2008; 2010a, 127-154 y en prensa. Diod. XIV 47. 37 Diod. XIV 96, 4. 38 Diod. XIV 96, 4. 39 Diod. XIII 96, 3-5. 40 Diod. XIII 96, 4 y XV 73. 41 Diod. XIV 90-111. 42 Diod. XV 13. 43 Diod. XV 13, 2-3 44 Diod. XV 13, 4. 36

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asegurarle las relaciones con la Grecia continental),45 donde pretendía controlar el canal de Otranto y, por lo tanto, las rutas entre Oriente y Occidente, entre el Epiro46 e Italia y el monopolio de la navegación comercial hacia los mercados del Po, del Conero y del Neretva (Braccesi, 1998: 80). Además, las fundaciones cumplían también una misión simbólica, ya que permitían heroicizar su figura a imagen y semejanza de la de los oikistai antiguos. El contacto permanente con los bárbaros hizo dudar de su tan proclamado helenismo y las acusaciones de «filo-bárbaro» cobraron cierto protagonismo. La maquinaria propagandística de Dionisio actuó rápidamente y logró acallar estas acusaciones, al menos a un nivel intelectual. Así, Dionisio sobrepone a su imagen política otra mítica en la que se confunde con Diomedes, héroe ligado a las localidades adriáticas por las que circula (Braccesi, 1998: 81-82), y reinventa a celtas, ilirios y galos, los pueblos bárbaros con los que establece pactos, a través de genealogías que los emparentan con la descendencia de Polifemo y Galatea.47 La relación de Dionisio con los héroes y los dioses no se circunscribe a su actividad imperialista, sino que está presente como un elemento vertebrador de la legitimación tiránica. Así, Filisto48 narra cómo cuando la madre de Dionisio estaba encinta soñó que daría a luz a un pequeño sátiro, sueño interpretado como un signo de que el niño sería importante, pues se uniría a la corte del dios Dioniso. No en vano su progresivo poder abre el camino a la divinización propia de los soberanos helenísticos (Consolo Langher, 2004: 329; Braccesi, 1998: 83; Krasilnikoff, 1995: 108; Finley, 1979: 74-87: Lewis, 2000: 97; Caltabiano, 2002: 33-45; Sanders, 1991: 275-287), como podemos advertir en las monedas en la que aparece Atenea con estrella y delfines a modo de «blasón real» inscrito en un complejo proceso de legitimación ideológica que justificaba el poder tiránico a través de la relación directa de Dionisio con la divinidad ciudadana, una verdadera Tyche poleos (Caltabiano, 2002: 33) Por otra parte, tiene cuidado en promocionar cultos fuertemente unidos al pueblo y, de ese modo, presentarse como un soberano piadoso garante de la supervivencia y crecimiento de sus súbditos. Es el caso, por ejemplo, del culto a Deméter y Core, de larga tradición en Sicilia, sobre todo en el área gelo-agrigentina (Cardete, 2007a: 201; Orlandini, 1966 y 1967; Currò, 1966; Copani, 2005; De Miro y Fiorentini, 1976-1977: 427-430). Las fuentes insisten en que Sicilia es la tierra de Deméter (Calderone, 1992: 39-40; Zevi, 1999: 327),49 en que el culto a Core fue introducido por el propio Heracles mientras conducía los toros de Gerión (uno de los cuales fue sacrificado en honor a la diosa cerca de la fuente Ciane, en las proximidades de 45

Diod. XV 13, 4-14, 2. Sus relaciones con el Epiro fueron fluidas. De hecho, consiguió que Alceta, de la dinastía de los Molosos, que había sido su huésped en Siracusa, se hiciera con el control de la zona (Braccesi, 1998: 80). 47 Timeo FGrHist 566 F 69; Apiano HR X, 2. 48 Filisto FGrHist 556 F 57. 49 Cic. Verr. II 4, 106; Pínd. Nem. I 13-15. 46

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Siracusa)50 y en que en ella se produjo el rapto de Core (Zevi, 1999; Holloway, 1991: 55; Petruzella, 2003; Calderone, 1992: 38; Cardete, 2006: 212-213 y 2010b).51 Además, en la tradición siciliota, especialmente, de nuevo, en la zona gela y agrigentina, Deméter y Core están unidas a procesos traumáticos de cambio político y, especialmente, a la instauración y justificación ideológica de tiranías (Sfameni Gasparro, 1990: 53; Berger, 1992: 23).52 Así, durante el gobierno de Dionisio, Siracusa asiste a una revitalización del culto de demetríaco, como demuestra el santuario de Piazza de la Victoria, dedicado a Deméter y Core, que cuenta con un rico depósito votivo en el que destacan estatuillas de arcilla de la deidad ctonia datables entre fines del s. V y primeros decenios del IV.53 Pero la imagen de Dionisio no estaría completa sin mencionar uno de los elementos más característicos del nuevo rumbo que estaba tomando la filosofía del poder en Sicilia: el doble carácter de hombre de letras y hombre de acción. Al tiempo que basaba su poder en el dominio territorial, en la política de represión y en el aprovechamiento de los mecanismos bélicos, la corte de Dionisio atrajo a un gran número de intelectuales de todas partes de Grecia que, a la manera de cortesanos, cantaban las glorias del tirano y su visión de un mundo en continuo crecimiento que requería un gobernante versado en el arte de la guerra y en los discursos filosóficos. Historiadores como el siracusano Filisto, teórico del poder absoluto,54 o Jenofonte;55 filósofos como Platón, que creyó ver una posibilidad de instaurar un régimen ideal de gobierno en suelo siciliota;56 poetas como Antifón57 o Filoxeno de Citera58 y todo tipo de científicos y artistas convirtieron la corte del tirano en un centro cultural de probado prestigio, con Dionisio como un rey y señor que llamaba a sus hijas Sofrosine, Dikeosine y Areté, a pesar de sus excesos, y tan pronto escribía tragedia, comedia, historia o análisis médicos59 como participaba en el debate sobre los diversos modelos de gobierno que tan en boga estaba en el mundo griego posterior a la Guerra del Peloponeso. Política y cultura se entrecruzan sin que sea fácil distinguir entre una y otra, ya que el poder de Dionisio las absorbe y confunde, como demuestra el premio como vencedor en las Leneas que le otorga Atenas poco antes de su muerte por la obra El rescate de Héctor. Evidentemente, sus habilidades poéticas eran lo de menos, lo importante es que, después de una larga tradición de alianza con Esparta, Dionisio se 50

Diod IV 23, 4 y V 4, 2. Diod. IV 23. 52 Hdt. VII 153. 53 Voza 1976-1977: 555 y De Miro, 2001: 363 identifican la Piazza della Vittoria siracusana con el emplazamiento del santuario a Deméter y Core, aunque la fuentes (Diod. XIV 63, 1 y 70, 34; Cic. Verr. II 4, 119) no son nada claras al respecto (Coarelli y Torelli, 1984: 247). 54 Filisto FGrHist 556 F. 1 y 17. 55 Atene. X 427f-428a. 56 Corn. Nepot. Dion II 3; Plut. Dion V 5, 5; Diógen. Laerc. III 18-20. 57 Filostr. Vida Sofoc. I 15. 58 Diod. XV 6, 2-3; Paus. I 2, 3. 59 Suda s.v Dionuvsio; Cic. Tusc. V 22, 6. 51

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volvió hacia Atenas y las ventajas que esta podía proporcionarle, entre las que no eran desdeñables el reconocimiento de su intelectualidad por la cuna del arte griego ni la admiración que su figura, fuerte y despótica, despertaba entre oradores como Isócrates o Esquines, que clamaban por figuras fuertes e ilustradas que devolvieran el esplendor perdido a Atenas.60 2. Conclusión Dionisio es un tirano alejado del mundo arcaico cuya figura conecta con los principios absolutistas de las monarquías helenísticas. Representa una nueva concepción del poder tiránico-monárquico, simbolizado por su vida cortesana, su corte de intelectuales, su guardia personal y su fortaleza privada en Ortigia y reflejado en su férreo control del territorio y la disidencia. Aunque todos los tiranos utilizaron la propaganda para conseguir llegar y mantenerse en el poder, Dionisio I alcanza unas cotas magistrales en lo que a su uso se refiere, hasta el punto de estar inmerso en una continua guerra propagandística (Lewis, 2000: 98). Si en su momento el aparato de propaganda de Dionisio triunfó sobre las voces discordantes, la posteridad lo ha convertido en la imagen del exceso despótico al que conduce el poder de tintes absolutistas. Las críticas de Platón, que vio frustrado su sueño de dirigir los designios políticos de Dionisio y acabó convertido en esclavo por el que había pretendido educar como libertador, constituyen uno de los ataques más fieros hacia este peculiar tirano. Relacionado con el Dionisio de Timeo, fiero y cruel, se encuentra el tirano reflejado en el Príncipe de Maquiavelo, el hombre solitario que no tiene con quién compartir un poder ganado a fuerza de horrores. Y no puede olvidarse la leyenda barroca sobre la «Oreja de Dionisio». La Oreja es una formación caliza que pertenece a la Latomía del Paraíso61 (fig. 3). Sus dimensiones son espectaculares (23 m de alto y 65 de profundidad) y guarda un curioso parecido con la oreja humana, aparte de una excepcional acústica, todo lo cual llevó a Caravaggio a concebirla como un centro de espionaje político desde el que Dionisio escucharía las confesiones de los disidentes encarcelados para luego utilizarlas en su contra. Incluso se llegó a decir que la forma de la cueva responde a un sórdido deseo de Dionisio por amplificar los gritos de los torturados para que resonaran por la ciudad, en un ejemplo más de cómo la leyenda terminó construyendo al político. Posiblemente el Dionisio real se encuentre entre un icono y otro, pero estos son tan fuertes que lo suplantan y nos obligan a convertir la imagen y su proceso de formación en un nuevo sujeto de estudio que nos habla tanto del pasado como de nosotros y de lo que en él esperamos encontrar. 60

Isocr. Ep. Ad. Dion; Archid. XLIV-XLV; Dioge. Laerc. II 63. Las Latomías son canteras que recorren la ciudad de Siracusa y que, convenientemente trabajadas, fueron utilizadas, entre otros usos, como cárcel (Tuc. VII 86-87; Diod. XV 2-5; Elian. VH XII 44), como refugio para los más pobres (Elian. VH XII 44), sede de colegios y asociaciones y como barrera defensiva de la ciudad (Coarelli y Torelli, 1984: 259-260). 61

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Fig. 3. La Oreja de Dionisio en la Latomía del Paraíso. Convertida en icono de la crueldad del tirano constituye uno de los reclamos turísticos más destacados de la Neápolis siracusiana, siendo visitada cada año por miles de curiosos, como puede apreciarse en la imagen (Fotografía de la autora)

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