Poder, espacio y cultura en dos fronteras rioplatenses (siglos XVIII-XX)

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Descripción

Anuario del PROEHAA Programa de Estudios Históricos y Antropológicos Americanos Año 1 Número 1 (2015)

ISSN 2469-0295

ANUARIO del PROEHAA Volumen I AÑO 1-Vol. 1

Diseño de cubierta, Diagramación y compaginación: Francisco Fernandez; Escaramujo Editorial Impreso en Imprenta Dorrego Av. Dorrego 1102, Buenos Aires Octubre 2015 Primera Edición ISSN 2469-0295 Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de los editores. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Universidad Nacional de Luján

Avda. Constitución y Ruta Nac. Nº 5.6700 LujánProvincia de Bs. As. República Argentina

Autoridades Rector Ing. Agr. Osvaldo Arizio Vicerrectora Ing. Agr. María Cristina Serafini Departamento de Ciencias Sociales Director Decano Prof. Omar Gejo Vicedecana Lic. Amalia Testa Secretaria Académica Dra. Alicia Rey Secretaria de Investigaciones Dra. Lidia Soria Secretario Administrativo Lic. Héctor Barthelemy Secretaria Técnica Mariela Karaman Secretario de Extensión y Vinculación Lic. Claudio Tuis Programa de Estudios Histórico Antropológicos Americanos (PROEHAA) Directora Dra. Eugenia Néspolo Co-Directoras Dra. Alicia Tapia Dra. Bibiana Andreucci

Anuario del PROEHAA (ISSN 2469-0295) es una publicación anual del Programa de Estudios Históricos Antropológicos Americanos (PROEHAA) del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lujan (Disp. CD-CS 115-14) que publica artículos originales, conferencias, entrevistas, traducciones, reseñas, debates, documentos y fuentes de autores nacionales y extranjeros que desarrollen sus tareas de investigación en el campo de la historia social, la antropología, la sociología, la etnohistoria, la política histórica o antropológica y demás disciplinas sociales, con el objetivo que los mismos sean inter y pluridisciplinarios. Las contribuciones pueden ser de índole teórica, metodológica, estudios de caso, análisis de fuentes o estados de la cuestión. Para publicar en Anuario del PROEHAA, los trabajos deben ser inéditos (excepto aquellos presentados en reuniones científicas) pero no podrán ser evaluados en simultáneo con otra publicación; deben ser considerados, por los evaluadores, como un aporte original a las áreas de estudio que considera; presentar resultados totales o parciales de una investigación científica o ser una reseña de un trabajo científico publicado; contener un desarrollo metodológico claro y un análisis consistente de los datos o fuentes, incluyendo las confrontaciones necesarias y contener bibliografía actualizada y consistente con las áreas de estudio.

Directora de la Publicación Dra. Eugenia Alicia Néspolo (UNLu) Director Editorial Dr. Ariel Morrone (CONICET-UBA) Consejo Editorial Dra. Beatriz Goldwaser (UNLu) Dra. María Laura Cutrera (CONICET) Dra. Verónica Helfer (UNLu.) Dra. Matilde Lanza (UNLu-UBA) Lic. Martina Baglieto (UNLu) Traducción Luciana Fernández (UNLu), Guadalupe Fernández (UBA-FFyL). Comité Académico Científico Dra. Marcela Tamagnini (UNRC), Dr. Sebastián Valverde (CONICET), Dr. Carlos Cansanello (UNLu), Dra. Alicia Tapia (UBA-UNLu), Dra. Bibiana Andreucci (UNLu), Dra. Lidia Nacuzzi (CONICET) Mgr. Graciana Pérez Zavala (UNRC) Dr. Guillermo Banzato (UNLP), Dra. Martha Bechis (UBA).

INDICE PRESENTACIÓN: PODER, ESPACIO Y CULTURA EN DOS FRONTERAS RIOPLATENSES (SIGLOS XVIII-XX) Ariel Morrone SECCIÓN ARTÍCULOS

9 17

BORRACHERA Y VIOLENCIA EN LAS MILICIAS DE LA FRONTERA DEL BUENOS AIRES TARDOCOLONIAL 19 Eduardo Iraola LA BANDA ORIENTAL Y RÍO GRANDE EN EL SIGLO XVII. ¿PERIFERIA IMPERIAL O FRONTERA COLONIAL? 47 Andrés Aguirre LA REGIÓN DE SAN FERNANDO DE MALDONADO (1755-1766). ¿LA CONFIGURACIÓN DE UN ESPACIO DE FRONTERA? Magalí Torres y Eugenia Néspolo

77

LOS INDIOS MAPUCHE DE LOS TOLDOS, SIGLOS XIX-XX. DETRÁS DE GRANDES LONKOS… LA INVISIBILIDAD DEL PODER DE LAS MACHIS Marina Maiorano

107

SECCIÓN FUENTES, TEMAS Y DEBATES

149

CARTA DEL CACIQUE CANIUPAYUN AL VIRREY NICOLÁS DE ARREDONDO SOBRE EL ARREPENTIMIENTO DE SU PAR CARRIPILUN PARA CONCERTAR LA PAZ CON LOS HISPANO-CRIOLLOS, 1793. 151 Yesica Garcia y Luciana Fernàndez LA POLÍTICA ESTADOUNIDENSE CON LOS INDÍGENAS Y SU INFLUENCIA EN LA ARGENTINA: UNA MIRADA A PARTIR DE LA LECTURA DEL INTERCAMBIO EPISTOLAR ENTRE ROCA Y MALARIN 163 Mariano Nagy RESEÑAS

185

PÉREZ ZAVALA, GRACIANA, TRATADOS DE PAZ EN LAS PAMPAS: LOS RANQUELES Y SU DEVENIR POLÍTICO (1850-1880). BUENOS AIRES, ASPHA, 2014, 218 P. 187 Guido Machin DEL CRÍTICO COMO EQUILIBRISTA. PIRSCH, MIRYAM: BEATRIZ GUIDO. UNA NARRATIVA DEL DESPLAZAMIENTO. BS. AS., BIBLOS, 2013, 139 P. 193 Héctor Pavon PAUTAS PARA LA PRESENTACIÓN DE COLABORACIONES

197

Poder, Espacio y Cultura en dos fronteras rioplatenses (Siglos XVIII-XX) Dr. Ariel Morrone (CONICET-UBA)

Los trabajos que integran este primer número del Anuario del PROEHAA

comparten

la

preocupación

por

los

procesos

de

configuración de espacios fronterizos en torno a la cuenca del Río de la Plata durante el período tardocolonial y el siglo XIX (con algunas líneas de reflexión hacia el siglo XX). En tanto resultante del conflicto social, los autores coinciden en concebir el espacio como un proceso a historizar, toda vez que los diferentes sistemas de dominación establecen modos específicos de espacializar las relaciones sociales (Soja 1989). En esta clave interpretativa, nos proponemos presentar las líneas directrices de las contribuciones que siguen. En el primer artículo, Eduardo Iraola se propone analizar la construcción social del fenómeno de la borrachera en tres pagos de la campaña bonaerense (Las Conchas, Luján y Ranchos) que, para el período

estudiado

“fronterizos”.

(1762-1808)

Recurriendo

a

presentan

diccionarios

perfiles de

la

claramente época

y

a

documentación judicial resguardada en el Archivo General de la Nación (AGN), el autor ilustra las diversas aristas del consumo de bebidas alcohólicas, buscando dar cuenta de las percepciones de los actores

sociales.

Indignados

miembros

de

las

elites

locales

y

representantes del “mundo plebeyo” son los protagonistas principales de este avance de investigación, donde Iraola transita desde aspectos “materialistas” (la circulación de bienes en espacios de frontera) hacia dimensiones más “inmateriales” (las prácticas sociales asociadas al consumo –o a los consumos- de esos bienes). Ahora bien, esta diferenciación Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 9-15

analítica

no

invalida

la

posibilidad

de

pensar 9

Poder, Espacio y cultura….

Ariel Morrone

intersecciones entre ambos planos de la dinámica social; en efecto, el artículo parece orientarse hacia la “vida social de las cosas” y hacia el universo de las “sociabilidades plebeyas” (la pulpería, la esquina). El empleo de diccionarios para acercarse a concepciones y usos epocales de los términos surgidos de la documentación constituye una opción analítica por demás acertada, en tanto el autor busca desarmar prejuicios y estereotipos elaborados a partir de miradas extemporáneas del fenómeno en cuestión. Iraola presenta al lector las declamaciones indignadas de personalidades notables de cada pago, vociferando moralidades frente a episodios de escandalosa alteración de la “buena vida en pulicía”. La concepción “individualista” de la borrachera eximía a las elites de sus responsabilidades como principales gestores del comercio de bebidas alcohólicas. De este modo, se generaba un “círculo vicioso” (en sentido literal y figurado) que dejaba al consumidor atrapado en la profecía autocumplida del discurso de las elites. En efecto, la distribución entre los milicianos de bienes en general y de “vicios” en particular constituye un mecanismo agonístico (Godelier 2000), en la medida que establece una relación de dominio entre quien da y quien recibe. A los ojos de las elites, pareciera más problemática la espectacularidad de la borrachera que el consumo en sí mismo. Se tolera en tanto se enmarque en cierto decoro y en tanto reproduce los negocios de las elites; se penaliza cuando se traspasan esos límites. Desde la perspectiva plebeya, la borrachera se atisba, según el autor, como “recurso para resistir socialmente desde la indisciplina” y como “una estrategia

de

resistencia

o

insubordinación

caótica”,

sugerente

propuesta que el autor podrá, eventualmente, abordar en futuros trabajos. Las dificultades de ponderar perspectivas “desde abajo” para recuperar las voces de los sectores subalternos y sus propias concepciones sobre el consumo de bebidas alcohólicas ya han sido 10

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advertidas por la historiografía del mundo andino colonial (Saignes 1993), escenario que acaso pudiera ser de utilidad para esbozar nuevas líneas de análisis. A la otra vera del Río de la Plata, tanto Andrés Aguirre como Magalí Torres y Eugenia Néspolo se interrogan, fatigando expedientes del AGN, por la configuración de espacios de frontera en la Banda Oriental del Uruguay y en Río Grande de San Pedro durante la segunda mitad del siglo XVIII, coyuntura en que las coronas ibéricas dirimían sus conflictos en los ámbitos europeo y americano. Aguirre reconstruye exhaustivamente las modificaciones de las estrategias geopolíticas diseñadas por las autoridades borbónicas en las fronteras americanas, a partir de un enfoque multiescalar (Haesbaert 2004; Benedetti 2009) que atiende tanto al escenario geopolítico imperial como a las realidades locales de la la Banda Oriental y Río Grande, escenarios clave en términos productivos y defensivos. Es precisamente este análisis integrado de un espacio fronterizo “inter-imperial” lo novedoso del planteo de Aguirre. En efecto, el trabajo ilustra en qué medida la dinámica socioeconómica de la región de Río Grande de San Pedro se articulaba en torno a la circulación de bienes de la Banda Oriental desde y hacia los territorios portugueses. En la misma línea de lo estudiado por Iraola para los pagos de Las Conchas y Ranchos, el autor da cuenta de cómo los comandantes de los destacamentos fronterizos “se ven obligados a reforzar los principales pasos de la frontera para evitar las deserciones en busca de la compra de vicios”. Más allá de lo establecido por la legislación, resulta claro que la construcción de las redes de poder en este inestable espacio fronterizo dependía en gran medida de la dinamización de los intercambios comerciales, en muchos casos articulados por las autoridades locales. En este sentido, entendemos que Aguirre propone que el carácter interétnico y multicultural de las Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 9-15

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relaciones sociales entabladas en la región habría configurado el espacio estudiado en términos de frontera colonial, “producto de las necesidades

geoestratégicas

de

la

corona,

así

como

de

las

circunstancias locales de la dinámica colonial”. Por su parte, Torres y Néspolo abordan la Banda Oriental desde una perspectiva que denominan “local y jurisdiccional”, poniendo el foco en la villa de San Fernando de Maldonado durante esa misma segunda mitad del siglo XVIII, coyuntura de aceleración del proceso de ocupación hispano-luso-criolla del espacio. Tal como lo hicieran Iraola y Aguirre, las autoras se embarcan en el estudio del proceso de configuración de un espacio fronterizo, de una “frontera colonial singular”. En tanto Maldonado constituye un “punto nodal de articulación defensivo-económico”, el trabajo de Torres y Néspolo habilita cruces comparativos con la frontera bonaerense, sobre todo en torno a la dinámica interétnica. De puerto a villa (1755), de villa a guardia (1757), de guardia a comandancia (1763): ¿es posible conceptualizar Maldonado como una “región de estrategia fronteriza” en virtud de su posición geográfica y de su dinámica interétnica? Para la década de 1760 asistimos a un proceso de creciente militarización del espacio con claros fines defensivos, que redundó en el destacamento de autoridades militares en nuevos emplazamientos en la región circundante. De hecho, las autoras explican hasta qué punto este proceso de configuración espacial también respondió a las iniciativas de las propias autoridades locales (José Joaquín de Viana, gobernador de Montevideo, y Pedro de Cavallos, gobernador de Buenos Aires), entre quienes se desplegó una peculiar rivalidad jurisdiccional y, por tanto, política. En efecto, corroboramos que resulta indispensable para este tipo de análisis la incorporación de una perspectiva multiescalar, tal como lo había señalado Aguirre. 12

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Finalmente, Torres y Néspolo proponen como línea de trabajo a futuro la posibilidad de ponderar el peso específico del cuerpo de dragones en el escenario local, más precisamente en referencia a la gravitación ejercida por su oficialidad como principales referentes sociopolíticos, a partir de sus eventualmente exitosas carreras militares en un espacio fronterizo, donde las redes personales y clientelares se hallaban en pleno proceso de construcción. De regreso en las pampas, Marina Marionano presenta una exploración bibliográfica sobre el rol de las machi (mujeres sindicadas como hechiceras o chamanes) entre distintos grupos mapuche de la frontera bonaerense a mediados del siglo XIX, para luego hacer foco en la localidad de Los Toldos, en un recorrido que alcanza los albores del siglo XX y sugiere ciertas continuidades hasta la década de 1990. Tras revisar tópicos centrales de la investigación etnohistórica de las últimas tres décadas, la autora se adentra en el mundo de las machi, atendiendo principalmente a sus funciones y las pautas de selección, iniciación y entrenamiento. La centralidad de su figura durante ceremonias de gran relevancia (nubilidad, matrimonio y funerales) interpela su relativa invisibilidad “detrás de los grandes loncos”. Entre las décadas de 1870 y 1900, Marionano analiza los procesos de fragmentación del liderazgo étnico tras la muerte del cacique Ignacio Coliqueo (1871) y las divergentes actitudes adoptadas por sus hijos y sucesores, que pendularon entre la resistencia (evidenciada en la alianza de Justo Coliqueo con el cacique Vicente Catrinao Pincén y en la realización del nguillatun en 1876) y el “integracionismo” (apelación de Simón Coliqueo a las fuerzas públicas para reprimir las acciones de su hermano Justo), tal como sucedió con otras agrupaciones “amigas” para la misma época (de Jong 1994, 2004, 2014; Irianni 2005). Asimismo, la autora pondera las similitudes entre las representaciones de las machi y las mujeres acusadas de Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 9-15

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brujería tanto en la Europa bajomedieval como en el Tucumán tardocolonial, dando cuenta de las percepciones cruzadas de criollos e indígenas. En tren de echar luz sobre las dinámicas socioculturales, revisa las prácticas nativas en torno a la muerte y enfermedades por acción

del

walichu

y

los

ciclos

de

venganza.

Sugiere,

pues,

conceptualizar la relación entre la “medicina tradicional” y la “medicina criolla” en términos de “interjuego”, fundamentalmente para las parcialidades “amigas” ya instaladas en el territorio provincial, “según el interés y estrategia del poder de turno”. Si bien las intenciones de las autoridades criollas de imponer nuevas pautas sanitarias sobre la población nativa fueron claras, Marionano arriesga que “no se puede aseverar que la medicina del blanco haya transformado por completo la medicina tradicional”, habilitando la posibilidad de conceptualizar este tipo de procesos en términos de hibridación cultural (Gruzinski y Wachtel 1997) que emparentan, si de múltiples perspectivas se trata, este artículo con los planteos de Iraola ya reseñados. Los cuatro trabajos invitan a sus lectores a introducirse en las complejas tramas de dos espacios fronterizos sobre ambas riberas del Río de la Plata. La configuración relaciones de poder en distintos espacio locales, las prácticas desplegadas por los actores sociales, las múltiples modalidades en que se manifiesta la conflictividad y los dinámicos procesos de interacción cultural trasuntan los avances de investigación que dan cuerpo a esta primera entrega del Anuario del PROEHAA,

proyecto

académico

cuyo

desarrollo

avizoramos

(y

acompañamos) con altísimas expectativas.

Bibliografía BENEDETTI, A. 2009. “Los usos de la categoría región en el pensamiento geográfico argentino”. Scripta Nova XIII, 286. Disponible en www.ub.es/geocrit/sn-286.htm 14

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de JONG, I. 1994. “Procesos migratorios de población indígena: la tribu de Coliqueo de Los Toldos”. Cuadernos del INAPL 15: 37-52. -----. 2004. “De la asimilación a la resistencia: disputas en torno al pasado entre la población indígena de Los Toldos (provincia de Buenos Aires)”. Cuadernos de Antropología Social 20: 131-150. -----. 2014. “Prácticas estatales sobre una sociedad segmental: la subordinación de los indios amigos en Azul y Tapalqué (1850-1880)”. Revista TEFROS 12 (2): 155-189. GODELIER, M. 2000. “Poder. Funciones, dormas y figuras del poder político”. En: Cuerpo, Parentesco y Poder. Perspecticas antropológicas y críticas. Quito: Abya Yala, 151-172. GRUZINSKI, S. y WACHTEL, N. 1997. “Cultural interbreedings: constructing the majority as a minority”. Comparative Studies in Society and History 39 (2): 231-250. HAESBAERT, R. 2004. O Mito da Desterritorialização: do “fim dos territórios” à multiterritorialidade. Río de Janeiro: Bertrand Brasil. IRIANNI, M. 2005. “¿Cacique, general y hacendado? Transformaciones en la dinastía Catriel, Argentina, 1820-1870”. Anuario de Estudios Americanos 62 (1): 209-233. SAIGNES, T. (comp.). 1993. Borrahchera y Memoria. La experiencia de lo sagrado en los Andes. La Paz-Lima: HISBOL-IFEA. SOJA, E. 1989. Postmodern Geographies. The reassertion of space in critical social theory. Londres-New York: Verso.

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Sección Artículos

Borrachera y violencia en las milicias de la frontera del Buenos Aires tardocolonial Prof. Eduardo Iraola (UNLu) Resumen La

historiografía

americana

ha

revisado

en

diferentes

oportunidades tanto la borrachera como la violencia asociada a ella. En esta oportunidad, nos interesa indagar dos casos concretos donde se expresa de manera explícita esta problemática. Por la misma condición de ser un estudio de caso y un primer acercamiento, nos interesa aportar al debate estas situaciones. Los casos a indagar se ubican en el espacio de la frontera bonaerense, por lo que implican un abordaje particular. En principio, revisaremos los diferentes aportes que podrían contribuir a nuestro estudio para elaborar un adecuado conjunto terminológico. Luego, nos proponemos revisar los eventos notificados por la Guardia de las Conchas sobre un miliciano borracho en ese mismo pago y en el de San Isidro, en paralelo a las acciones tomadas por la Comandancia General de la Frontera de Luján contra milicianos que mantienen comportamientos similares. La documentación preservada en el Archivo General de la Nación

será

nuestra

mayor

fuente

de

información;

se

hallan

resguardadas bajo los legajos Comandancia de Fronteras Las Conchas (1761-1790)

y

Comandancia

de

Fronteras

Luján

(1802-1809).

Finalmente, ofreceremos algunas líneas de análisis para contextualizar esta

problemática

en

torno

al

conjunto

general

de

nuestras

investigaciones referentes a los vicios y las relaciones sociales.

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Borrachera y violencia en las milicias …

Eduardo Iraola

Drunkenness and violence in late-colonial Buenos Aires frontier Abstract American historiography has revised in different opportunities the drunkenness and the violence associated with it. On this occasion we inquire two cases that explain this issue. As this is a case study and a first approach, we are interested in contributing to the debate of those issues. The cases to investigate are located in Buenos Aires frontier and require a particular analysis. At first, we revise the different contributions that may contribute to our study in order to elaborate a suitable terminological set. Then, we aim to revise the events notified by Las Conchas Guard about a drunk militia man in that space and in San Isidro; and in parallel the actions took by the General Command of Lujan’s frontier towards militiamen that maintain similar behavior. The documents preserved in the AGN will be our source of information and they are kept under the case files of Comandancia de Fronteras Las Conchas (1761-1790) y Comandancia de Fronteras Luján (1802-1809).

Finally we propose lines of analysis in order to

contextualize this issue around our researches about vicios (bad habits) and social relationships. Introducción: Pensar el vicio y la borrachera Durante la etapa colonial, la borrachera era considerada como parte integrante de los conflictos sociales ya que, en general, estaba asociada

al

juego,

las

peleas,

los

asesinatos

y

otros

delitos.

Paradójicamente, en lugar de ser considerada el motivo de estas transgresiones y por ende punible, se la consideraba un atenuante del

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Borrachera y violencia en las milicias …

Eduardo Iraola

delito generado 1, por lo que muchos de los acusados manifestaban haber bebido para reducir la pena (Duart y Van Hauvart 1997). Ello complejiza su estudio debido a que una parte de los ebrios sólo lo eran supuestamente para menguar los castigos legales. El alcoholismo cumplió este papel debido a que nunca pudo ser abordado completamente como una problemática social, porque antes del siglo XX el vicio y la adicción no eran considerados como afecciones de la salud. Justamente, fueron los obreros anarquistas y socialistas quienes, preocupados por esta problemática, pusieron sobre el tapete el asunto, lo que llevó a que se lo considerara como parte de la cuestión social (Fernández Labbé et al. 2008). Una dificultad añadida para el estudio del alcoholismo es la que

implicó

su

propia

indefinición

entre

vicio

y

enfermedad,

consideración ambigua que se mantiene casi hasta hoy. El alcoholismo fue una construcción médico-social basada más en su potencial peligrosidad como factor de desorden social, que como una enfermedad en sí misma. De esta forma, una vez construido el problema alcohólico como propio de las clases populares, se justifica el accionar sobre ello; es lo que se llama «la construcción social del alcoholismo» (Campos Marín 1997). En este sentido, el hecho de que la ingestión de alcohol se realizara bajo la estricta responsabilidad del sujeto facilitó la indeterminación del concepto de alcoholismo e hizo que la descripción del fenómeno morboso incorporase de forma constante valoraciones de índole ético-moral. Durante el proceso que lleva a esta construcción social, se configuró la idea de que la ebriedad estaba estrechamente ligada a características puntuales de la personalidad del individuo. 1

Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, Ley 5, Título 8, Partida 7.

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Borrachera y violencia en las milicias …

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Una especie de etiología social sobre la ingestión del alcohol da paso a los contextos sociales de la borrachera y su paralela condición de vicio. Durante la etapa colonial, las elites culpabilizaron a los sectores populares por este exceso, mientras que eran los principales beneficiarios de su distribución y expendio (Uría 2003: 576). La estrategia de «culpar a la víctima» se desplegaría de forma impecable para ignorar el resto de los factores sociales y caracterizar a la plebe como un pauperizado Mr. Hyde, transformado y enloquecido por el consumo de alcohol. 2 A mediados del siglo XIX, los médicos y reformadores sociales coincidieron en señalar a la vivienda insalubre como el invernadero donde se gestaba el alcoholismo, así como ocurrió con otras enfermedades. Mientras tanto, por medio de la construcción social del alcoholismo, las elites impusieron el hecho de que la plebe tenía tendencia a las adicciones, al igual sucedía con la vagancia y la violencia. El folklore dejó impresa esta imagen de manera sintética y clara (Yupanqui 1972): “Y el rico le dice al pobre

calavera, chupador, y el rico chupa en su mesa y el pobre en el mostrador”

La construcción social del alcoholismo y del vicio –como se lo llama hasta el presente- implicó este imaginario, problemáticas cuyos focos eran los sectores menos beneficiados del sistema social (Menéndez 2005: 17). Por lo tanto, las elites en apariencia no eran ni

2 Si bien no compartimos en toda sus implicancias el uso de la categoría “plebe”, la consideramos la más cercana a nuestro abordaje. Véase Di Meglio

2010. 22

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alcohólicas, vagas ni mucho menos violentas. 3 Por lo cual, subyace al hecho

concreto

un

sustrato

ideológico

y

económico

que

nos

proponemos ir evidenciando. En particular, el término vicio encerraba una serie de acepciones que aún conserva casi en su totalidad. En el siglo XVIII, el Diccionario de Autoridades de Covarrubias editado en 1726 definía el término en las siguientes acepciones: “Signifca también la falta de rectitud, ú defecto moral en las acciones / Se toma tambien por el hábito malo, como opuesto a la virtud / Por extensión es el defecto, ú excesso, que como propiedad, ó costumbre suelen tener algunas personas, ó es comun a alguna Nacion / Significa tambien el gusto especial, ú demasiado apetito á alguna cosa, que incita a usar de ella freqüentemente, y con excesso”. 4

En estos términos, es claro que cuando el texto en sus diferentes ediciones (1726 y 1733) expresa “Se llama también la falsedad, yerro u engaño en la que se escribe, u se propone” (Covarrubias 1733: 543) está definiendo desde una perspectiva jurídico-legal. Esta manera de entender la expresión vicio llega hasta nosotros en el léxico de las normas del derecho positivo. 5 En esta misma edición de 1733, Covarrubias da lugar a una interpretación de tipo moral cuando agrega: “Significa también la falta de rectitud, u defecto moral en las acciones”. Y continúa: “Significa también el gusto especial, u demasiado apetito a alguna cosa, que incita a usar de ella frecuentemente y con exceso” (Covarrubias 1733: 543). 3 Algunos cronistas de la época tardo-colonial dejaron noticia de comportamientos ociosos y del consumo constante de tabaco, alcohol y mate (Gillespie 1994: 100, Robertson 2000: 85). 4 Covarrubias Orozco 1726: 477. Véase también Diccionario de Autoridades 1733: 477-478. 5 Obviamente, esta acepción no corresponde a nuestra investigación.

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Finalmente, algunas de estas acepciones pueden identificarse en los términos de prácticas sociales, como cuando escribe “por extensión es el defecto, u exceso, que como propiedad, o costumbre suelen tener algunas personas, o es común a alguna Nación”; también cuando expresa en otra oportunidad: “La demasiada licencia o permisión en la crianza”. 6 Por lo anterior, más allá de considerar que existen diferentes modos de reconocer el vicio, queda en evidencia que se halla vinculado a lo moral y a los excesos. No obstante, si reparamos que el mismo diccionario en sus diferentes ediciones reconoció un conjunto de términos asociados a este léxico, podremos enriquecer nuestra búsqueda. En particular, el adverbio viciosamente era definido como “Con vicio excesivo, u mala costumbre”, a la vez que la palabra vicioso era “Lo que tiene, o padece vicio, o le causa. Se llama también el entregado libremente a los vicios. Se toma también por vigoroso, y fuerte, especialmente para producir” (Covarrubias 1726: 476). Por lo tanto, podemos

observar

que

los

conceptos

se

hallan

fuertemente

identificados en un arco de moralidad. Al igual que en los casos anteriores, la palabra viciar o viciarse lleva connotaciones similares, se define como “corromper alguna cosa, física u moralmente”, así como “Se toma también por pervertir, o corromper las buenas costumbres, o modo de vida, o introducir en las acciones y en la obra de virtud algún siniestro motivo, que las quite, o la minore su calidad, y valor” (Covarrubias 1726: 468). Singularmente, la noción de viciarse se acerca al uso contemporáneo, ya que se la define como “Entregarse a los vicios, dejando la buena vida, que antes se tenía. Vale también corromperse, o

6

Todas presentes en la misma edición de 1733.

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echarse a perder alguna cosa. Se toma también por lo mismo que enviciarse, u aficionarse mucho a alguna cosa” (Covarrubias 1726: 469). Por lo tanto, las definiciones elaboradas en el siglo XVIII dejan explícito el peso ético-moral puesto sobre el término vicio y sus acepciones. En la actualidad, asociamos los vicios con el término médico adicción, aunque no hacemos uso de él ya que, en la terminología de la época, se encuentra vinculado a cuestiones muy distintas. Esto resulta evidente para nosotros; sin embargo, los anteriores diccionarios definen adicto como “Dedicado, muy inclinado a alguna cosa. Dícese más comúnmente del que lo es a su propia opinión, o a la ajena, y la sigue con tenacidad” (Covarrubias 1726: 72). Si bien podemos notar la cercanía entre ambas nociones, no fue ese el uso histórico dado. La palabra adicto estaba asociada a la lealtad, a la defensa de una idea o de una persona. Claro está que ni adicción ni vicio se hallaban relacionados a la enfermedad, ya que se la reconocía como una afección del cuerpo y ni una ni otra era consideradas tales. Por lo tanto, hasta aquí es complejo considerar los vicios como parte del complejo salud-enfermedad-atención (Menéndez 2005). Uno de los motivos por los cuales el vicio, la adicción, el alcoholismo o la borrachera no pudieran ser pensados como enfermedades fue quizá la importancia adjudicada al individuo y la personalidad como principal causa o variable en torno a la cual se generaba. Por último, consideremos el término de borrachera. El Diccionario de Autoridades de 1726 la define de este modo: “Emborrachar: V. A. Causar embriaguéz transformando los sentidos y potencias, con los vapóres ó espiritrus que suben a la cabeza de la demasiada copia del vino, cerveza, madroñas, y otras cosas que ocacionan tos efectos... Emborracharse: V. R. tomarse del vino ú de otro género de los que suelen caar la embriaguéz; quedando sin tino, y el fin uso libre y racional de las potencias...” (Covarrubias 1726: 345). Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 19-45

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Borrachera y violencia en las milicias …

Eduardo Iraola

Según los teólogos de la época, las “potencias” eran facultades del alma que permitían conocer, querer y recordar (Peña Vielma 2008: 38-39). En estos términos, el consumo de alcohol anulaba la voluntad y el entendimiento, por lo que sus acciones no habrían sido racionalmente discernibles para el sujeto. Obviamente, había que incorporar la pérdida de memoria como agravante en dichas acciones “involuntarias”. De ello se puede inferir que la ebriedad podía empujar a realizar acciones agresivas y, al estar ausente de la comprensión y con ello de las consecuencias, el borracho no podía sujetar su voluntad e impulsos. En otras palabras, se va generando la construcción social del alcoholismo, en términos de la época, del vicio. En el Buenos Aires tardo-colonial, este término se hallaba vinculado no sólo a la práctica de consumir las mercancías que generan vicio, sino también al objeto en sí mismo (bebidas, yerba mate, tabaco y naipes). Durante los últimos años nos hemos dedicado a indagar los pormenores del comercio y circulación de estos bienes. En esta oportunidad, nos interesa puntualmente analizar los problemas ocasionados por el consumo de alcohol a los fines de aportar al debate de estas situaciones. De borrachos y borracheras La guardia militar/aduanera del Río Las Conchas 7, situada en la desembocadura de este curso, cumplía la función de controlar y registrar la circulación de personas, medios de transporte y objetos. Los informes pertinentes se elevaban a la autoridad del Gobernador y 7 Supuestamente ubicada en la desembocadura del actual río Reconquista, partido de Tigre.

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Teniente General. 8 Por este medio, se informaba y/o consultaban las acciones sobre los diferentes hechos y acciones de la orden del día. 9 En esta guardia recalan embarcaciones de muy distinto tamaño: botes, lanchitas, barcos, canoas, entre otras. Todos ellos poseen marinos y piloto, en algunos casos hasta calafate. 10 La documentación analizada permite evidenciar que existen diferentes niveles de transportistas para estos medios y algunos de ellos además ofrecen

en

alquiler

sus

barcas.

Ello

da

origen

a

fraudes

y

contrabandos, a la vez que ofrece quizá a los propietarios una “coartada” para justificar su inocencia en los decomisos. El Comandante Juan de Robles y Amaya es el responsable de los controles de las embarcaciones y su comercio. Éste afirma la complejidad de su tarea al elevar la siguiente nota a sus autoridades: “En la Ziuda en el piquete esta un soldado llamado Pedro Martinez de edad de ochenta años cuasi ynabil estimara que VE me lo mandara por allarme solo y se ofrezen mil cosas y estos bezinos no me fio de ninguno y ese soldado aunque biexo podre poner (ileg.) dado de muchas cosas mejor que un bezino si supiera VE lo questoy sujetando con estas jentes viera siera necesario los soldados en este puerto yunas bezes con prudencia y otras con un palo meboy deteniéndolos”. 11

De esta manera, podemos ir configurando una imagen social del pago de Las Conchas, justamente un pueblo de frente al río y por ello mismo expuesto a la frontera abierta del comercio fluvial (Canedo 2012), lo que conlleva mayores posibilidades para el contrabando. En numerosas ocasiones, el titular de la guarnición realiza requisas en los En 1776, serán dirigidos al Virrey. Archivo General de la Nación (AGN), Sala IX, Legajo 1-7-2. 10 Calafate: Carpintero encargado de las reparaciones de la embarcación. 11 AGN IX, 1-7-2. 19 de agosto de 1762. 8 9

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ranchos locales y de los poblados vecinos (San Isidro y San Pedro) en busca de bienes de origen ilegal, entre los cuales se destaca la cachaza brasileña, y a decir de ello notifica: “Señor Mio si Vm tiene alguna sospecha de que el aguardiente de cachaza que ha encontrado ha venido de la Colonia causa de aver entregado aquella plaza a los portugueses ha hecho vm muy bien de informarlo para embiarlo a las caxas pero si no ay motivo para creer esto si no que han comprado en esta Ciudad del que han traido los Portugueses paguando los derechos de Sisa quando se tomo la misma Plaza dexe vm que lo vendan o hagan lo que quieran de el, por que en orden se privara, y por perdido cualquiera que se encontrase atendiendo a lo perjudicial que es a la salud bebida. Nuestro S.or ge a Vm ms as Bs Ays, 10 de fevº de 1764”. 12

La particularidad de este documento es que la nota formal dirigida al gobernador se reduce al comentario sobre el contrabando, mientras que sobre el margen superior izquierdo se anota lo arriba transcripto, por lo que cabe suponer que, más allá de la nota formal, el comandante se toma la libertad de exponer su opinión y justamente lo “perjudicial que es a la salud bebida”. El comentario incorporado no es menor ya que, por un lado, nos permite suponer que la inquietud se manifiesta

porque

el

consumo

de

alcohol

no

debió

ser

para

menospreciar y, por otro lado, inserta una noción no muy común para la época, es decir, bebida-salud. Durante

las

campañas

a

las

salinas

se

trasladaban

importantes cantidades de bebidas alcohólicas, de las cuales una parte era destinada al “negocio pacífico” y otra para la tropa miliciana (Taruselli 2002). De manera similar, se repartía vino entre trabajadores de las obras públicas o los peones “vagos” tomaban en las pulperías al

12

AGN IX, 1-7-2. 10 de febrero de 1764. El subrayado es nuestro.

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fiado. 13 Todo ello configuró que uno de los ramos más importantes del comercio interno regional fueran justamente los vicios. Esta situación nos obliga a pensar que el consumo de alcohol se encuentra contextualizado en el proceso de trabajo (incluyendo al miliciano como asalariado). También incide en ello el hecho de que, como dijimos más arriba, el modelo médico de época definiera el alcoholismo como un problema del individuo y asociado al control de las

potencias

del

sujeto,

esto es,

una

forma

de

legitimación

político/ideológica (Menéndez 2005: 21) que desvincula a las elites coloniales del problema generado por la venta o distribución del alcohol. El 17 de febrero de 1762, Juan de Robles y Amaya, responsable de la Guardia del Río Las Conchas, eleva un informe con motivo de los actos de violencia llevados a cabo por Tiburcio Santos: Exmo señor Señor el dia doze del presente mes a media noche bino tiburzio santos borracho a estas conchas con otros que le acompañaban y andubo por la rribera desparramando las frutas de las canoas aziendo algunos daños luego fue a la Costa de Sn Isidro finjiendo erala rronda desta Guardia aziendo abrir barias casas donde no abia mas que mujeres aziendo mil deshonestidades como yZieron con esa mujer que se presenta que a su marido lo enlazaron y aun yjo suyo por que lorava le oprimieron la Garganta con una cuerda questubo a la muerte después de las deshonestidades que y Zieron con la que se presenta. Todos cargados de armas aziendo abrir las tiendas causando mil perjuicios abiendo tenido esta quexa pase en su busca y no allandolo es sabido esta en esa Ziudad deestas cosas tiene echas en esta Costa muchas. 14

13 Véase González Bernaldo 1993; Mayo 2000a, 2000b; Wibaux 2004; Rivera Medina 2007, 2008; Iraola 2012. 14 AGN IX, 1-7-2. 17 de febrero de 1762.

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Claro está: cabe la posibilidad de que Tiburcio Santos y sus compañeros de acción hayan pertenecido a la Guardia como para presentarse en calidad de tales. Además, según lo informado, esta actitud la tiene como hábito, por lo que también podemos suponer que es por medio de la borrachera que se movilizan. Sin embargo, en este documento ya no está la inquietud del propio Juan de Robles y Amaya acerca de cómo afecta a la salud la bebida. Una vez más, la noción de salud/enfermedad dominante es la impuesta por el modelo propio del individuo dominado por el alcohol. En el espacio de la frontera se manifiestan con cierta frecuencia reincidencia

actos

vinculados

parece

ser

el

a

la

hábito

ilegalidad.

En

particular,

preponderante;

de

la

hecho,

consideramos que se halla ligada a redes personales de poder que dilatan la aplicación de la justicia. El Alcalde de la Santa Hermandad Tadeo Torres y su hermano y sucesor Manuel Torres son denunciados por los sucesivos comandantes por permitir ilegalidades en su pulpería o a ciertas personas 15. Por ello, no sería estrictamente correcto decir que son Tiburcio Santos y sus colegas quienes rompen la legalidad, sino que ya ha sido resquebrajada por quienes deben ejercerla. Si bien la documentación no permite aseverar dónde los sujetos han bebido de manera tal de emborracharse, sabemos que las pulperías y esquinas eran los centros de sociabilidad donde por diferentes medios se accedía al vino y al aguardiente, entre otros productos. En 1775, el Teniente de la Asamblea de Infantería Joseph Mexia Carreto informa que, frente a un decomiso de duraznos, se halla con la carga y consulta qué debe hacer, ya que el anterior responsable

15 AGN IX, 1-7-2, foja 1-25. 6 de mayo de 1790. Los comandantes fueron Juan Robles y Amaya, Francisco Villarino, Pedro Dehrul, Diego Tejedor, entre otros.

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de la guardia acostumbraba repartir esos bienes entre la tropa. 16 Sabemos que, en este tipo de acciones, el bien incautado correspondía ser repartido en tres partes iguales: denunciante, jueces y hacienda (Ots Capdequí 1958: 492-493). La respuesta formal es que se continúe con la costumbre. Obviamente, éstas son las estrategias específicas que permiten a un sujeto convertirse en el centro de un poder localizado por favores y contra favores personales que no se mensuran por su paridad monetaria sino por un intercambio que necesariamente no es equivalente. Traslademos nuestro análisis a la Guardia de los Ranchos, un pago considerado dentro del espacio de la frontera, aunque con características claramente diferentes a las del caso anterior. En particular, nos hallamos frente a una población de más reciente colonización y colocada tierra adentro. Aquí no está el espacio abierto por el río y el contrabando portugués de la Colonia del Sacramento. Además, en la Guardia de los Ranchos el factor indígena posee una considerable importancia. El espacio de Chascomús, Ranchos y Monte representa el límite sur de la frontera; aunque integran un conjunto con similitudes geopolíticas, conllevan diferencias muy claras. En particular, podemos conceptualizar la frontera como un espacio políticamente concertado, ya que tanto hacia el norte mirando a los portugueses como al sur de cara a las parcialidades indígenas nos encontramos frente a un espacio en el que los sujetos y fortificaciones establecen periódicamente condiciones a esta relación de resistencia y complementariedad (Néspolo 2003).

16

AGN IX, 1-7-2. 22 de enero de 1775.

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Ubicación aproximada de los pagos analizados

En este marco sociopolítico, sabemos que alrededor de las dos de la tarde del 7 de enero de 1802 llega la denuncia a la guardia de Ranchos los palazos que que el sargento Tomas López Miranda estaba dando al ciego José Rojo, quien trabaja en la tahona local. El Teniente Francisco Villanueva se hace presente en el lugar; allí interpela a la supuesta víctima. En ese mismo momento, el agresor se presenta una vez más y vuelve a darle una golpiza. Los informes enviados a Buenos Aires expresan que se lo ha detenido, que se esperan órdenes y que, en palabras del responsable militar, “yo no hallo ya que medio tomar para la correpción de este hombre”. 17

17

AGN IX, 1-7-1. 9 de enero de 1802.

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Los informes de Santiago Salas desde la Guardia de Monte reiteran que “ia todos los caminos de la prudencia y aun los de la amenaza es tan andados y nada basta para contenerlo de sus embriagueses de donde resultan todos sus males” 18. Se hallan velados en estos supuestos el hecho de que el sujeto-individuo es el culpable de las “embriagueces”. Entiéndase: un juicio ético-moral sobre una práctica social que, ya veremos, se halla generalizada y no está desvinculada de lugares donde los responsables son los notables y comerciantes locales. En virtud de estos informes, se inicia un sumario militar y se interroga al ciego. Durante su declaración, José Rojo reconstruye la charla que, previamente a la agresión, habría tenido con la mujer del detenido: “… preguntandole por su marido dijo quedaba borracho y enserrado en la Esquina a lo que conteste io era dia de pagamento y era presiso dispensarlo a lo que respondio ella un Demonio que esso lo ase con mi dinero se emborracha y Putea à esso la reconbine que era seguedad del malo que se lea metido en la cabesa pues siendo su marido un pobre como puede sostener tantas mujeres como Blandengue”. 19

Evidentemente, aprovechando su día de paga, el Sargento López

Miranda

se

disponía

a

beberse

buena

parte

en

la

esquina/pulpería y compartirlo con mujeres. Esta problemática, nada novedosa para la época (Johnson 2013: 97), como ya hemos dicho, estuvo generalmente asociada a la personalidad del bebedor y no a los comercios

que

despachaban

alcohol;

menos

aún,

a

las

elites

propietarias de los mismos. 18 19

AGN IX, 1-7-1. 10 de enero de 1802. AGN IX, 1-7-1. 14 de enero de 1802. El subrayado es nuestro.

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Las pulperías y esquinas funcionaron como espacios de sociabilización sobre la base de la masculinidad (Fernández Labbé 2008: 38). Allí, los hombres compartían una parte considerable de sus días con sus pares bebiendo alcohol o mate, jugando naipes, dados o taba y fumando. Si de hecho, como expresa el declarante, era día de pago, existen dos posibilidades: por un lado, que debido a poseer su prest (salario militar) se decidía a gastarlo en la pulpería; por otro lado, debido a esto mismo pudo pagar sus deudas y por tanto abrir una nueva cuenta. El testimonio del Teniente Francisco Villanueva reitera lo sostenido en su primer informe de detención. No obstante, cuando interrogan al cabo Miguel Villanueva y al soldado Juan Jimenez, ambos declaran que “si que lo ha bisto muchas ocaziones de cuias resultas pasando lista

una ocazion a la Compañia no ha podido

pronunciar y nos à causado rrisa a toda la tropa” 20. De ello se entiende que el estado de su ebriedad poseía características que podríamos considerar graves sumado a que eran reiteradas, por lo tanto, es posible considerar al acusado un adicto a la bebida. Por el contrario, Tomás Miranda al dar su testimonio omite en todo momento su estado de ebriedad. Aún así, nos ofrece información importante a la hora de reconstruir un imagen del contexto social, ya que declara que “habiendome medio dormido oy unas boses a lo qual dije a mi hija baia que andan algunos borrachos alborotando” 21. De esta manera, parece ser que la borrachera es un hábito tan común que permite al propio ebrio sospechar de los demás por el mismo comportamiento.

20 21

AGN IX, 1-7-1. 14 de enero de 1802. AGN IX, 1-7-1. 15 de enero de 1802.

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La sumaria se cierra con un escrito del designado “escribano” Salas donde expresa su coincidencia con algunos argumentos de Miranda, por ejemplo, el hecho de que las mujeres son celosas por los destinos que se dan a los hombres y ello justifica la bebida en éstos. Aún así, sostiene la necesidad de disciplinar a aquellos que son dominados por las embriaguez. 22 De lo anterior se puede considerar, por una parte, que si los celos y la distancia de los destinos militares generan problemas a las parejas que empujan a los hombres a emborracharse, por ende, el alcoholismo sería un problema social generado por el proceso de trabajo. Por otra parte, la supuesta necesidad de disciplinar a los alcohólicos nos habla otra vez del individuo y de culpar a la víctima. Tanto en el pago de Las Conchas como en Ranchos, parece que la ebriedad abunda entre la plebe, y vinculados a ella los actos de violencia y el sector castrense. De la misma manera, podemos verlo en otro caso, informado ahora en los alrededores de la Guardia de Luján en octubre de 1807. Aproximadamente a las ocho de la mañana, en la entrada de la pulpería de don José Aguedo Ojeda se reunió un grupo de personas, lo que motivó que al Capitán Gregorio Tadeo Llanos los acusara de ser una “junta de borrachos”. Además de saber que en realidad esta supuesta “junta de borrachos” no era tal, y que el motivo real de la reunión era la desaparición de la corona de la Virgen, podemos suponer con fundamentos que este comentario malogrado reproduce el sentido común de época. 23 Al reconstruir la escena que presencia el Capitán en

AGN IX, 1-7-1. 16 de enero de 1802. “Por la propia concepción del mundo se pertenece siempre a un determinado agrupamiento, y precisamente al de todos los elementos sociales que participan 22 23

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cuestión, nos hallamos frente a una serie de factores materiales que facilitan esta conclusión apresurada; entiéndase, una alborotada reunión de lugareños y soldados frente a la puerta de una pulpería y en una comunidad que acusa en reiteradas ocasiones el exceso de consumo de alcohol. En concreto, sabemos por este mismo vocero que “Le es constante a Ud quanto he clamado, Domingo pr Domingo en mis platicas sobre los juegos de varaja y los borrachos de q e. este lugar abunda, q e. llega hasta el extremo de atajar las Calles los Domingos, y q e. la Gente de (ileg.), muchas veses con dificultad pasa peligrando Sus vidas, a causa de ponerse a jugar publicamte. y muchos de estos embriagados, pasandose asi todo el dia Domingo y dias Solemnes de fiesta, obligandome en Persona muchas veses a desaser semejantes juntas pr los males, qe acarrean, maxima a tantos niños, qe. presencian estos desordenes”. 24

De ello se entiende que los vicios parecen ser un problema social de gran relevancia, ya que ocupa las calles y motiva que ante la reunión de personas se pueda acusarlos libremente de “junta de borrachos”; más aun siendo varios de los reunidos soldados de la Guardia

local.

La

cuestión

cobra

su

real

dimensión

cuando

observamos que los lugareños entran en conflicto puntual con el cura local debido a que pregona la lucha contra este flagelo. Las declaraciones del capitán don Nicolás Amarilla acerca de la labor del teniente cura territorial Dr. don Juan Pablo Pinazo reflejan la compleja situación social: “Tamvien és cierto há correjido los vicios en sus Platicas Doctrinales, ási lo mandan los Prelados a todo Pastor de Almas qe. predique el Evangelio; pero no que traten á quasi todo un Pueblo de Vorrachos y viciosos como Vm lo hace en el Ofio. á qe. contexto, ni qe. de un mismo modo de pensar y obrar. Se es conformista de un conformismo, se es siempre hombre masa u hombre colectivo” (Gramsci 1971: 8). 24 AGN IX, 1-7-1. 9 de octubre de 1807. El subrayado es nuestro.

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se intrometa el caracter Ecco. á deshacér las Juntas de diverciones acostumbradas propias ámi autoridad si se contemplase desordenadas qe jamás han sido, exasperando con semejantes ácciones y cuestiones la maior parte de las gentes de este Pueblo, vien constante”. 25

Al parecer, el eclesiástico ha tomado en serio la lucha contra la problemática, al punto de desbaratar reuniones pasando por sobre la autoridad

del

Capitán

Amarilla,

lo

que

supone

dos

posibles

situaciones: o bine que el párroco sobrepasa sus responsabilidades al punto de que exaspera al pueblo, o bien que Amarilla no cumple con su función de aplicar las leyes. No hemos podido hasta el presente reconstruir el papel social jugado por este capitán con respecto a la borrachera de los habitantes locales y en particular de su tropa, pero un interrogante que queda latente es si se halla vinculado al comercio de los vicios, ya que ello explicaría la aparente inacción. Los actos violentos asociados a los vicios se reiteran y no son sólo del borracho contra terceros, sino que también son a la inversa. Tal es el caso, en el pago de Luján, del soldado y cobrador de alcabala Pedro Capdevilla, quien fue insultado y provocado al extremo por un ebrio y acabó por golpearlo. 26 También sabemos que en el pago de Las Conchas unos lugareños jugaban a las cartas y por medio de una cuchillada uno de ellos quedó por completo inutilizado de su brazo. 27 Los casos son numerosos y el análisis podría ser engorroso para la propuesta presente, sin aportar más de lo que pudiese ser útil. En

definitiva,

el

espacio

de

la

frontera

bonaerense

comprendida desde el río Las Conchas hasta Ranchos, pasando por

25 26 27

AGN IX, 1-7-1. 9 de octubre de 1807. El subrayado es nuestro. AGN IX, 1-7-1. 12 de octubre de 1807. AGN IX, 1-7-2. 6 de febrero de 1764.

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Luján y Chascomús, deja en evidencia que la plebe se halla estrechamente vinculada al consumo de alcohol y que este hábito se da en las pulperías. Por esto mismo, se incautan algunas de ellas en los pagos de Chascomús, ya que fomentan los vicios y la caza ilegal de nutrias. 28 Las esquinas son los lugares de la sociabilidad de la plebe, allí donde el alcohol y la borrachera acercan a los paisanos, mientras que el juego genera las discusiones. Sin embargo, es la borrachera también un recurso para resistir socialmente desde la indisciplina. Ello queda en evidencia en aquellos momentos en los que se observa el reiterado intento de las autoridades y referentes morales del pueblo por menguar el consumo de alcohol. Aún así, la borrachera se extiende y las pulperías no son juzgadas socialmente como factores de desorden. El juicio moral de la época recae sobre el sujeto individual, siendo su personalidad la que lo lleva a esta condición, más allá de que algún sujeto reconozca parte de la problemática social que genera el alcoholismo. La construcción social de la ebriedad no puede ni debe estar desligada del proceso de trabajo, ya que por medio de su vinculación puede ser desentrañada la trama oculta por la que las relaciones económicas constituyeron formas de dominación. Desde las costas del Río Paraná a la desembocadura del Río Salado, la frontera porteña parece

mantener

un

comportamiento

que

requiere

un

estudio

comparativo e integrador de casos que incorporen los progresos realizados de manera individual por los académicos. De esta manera, podremos reconstruir de manera más certera el universo social en el que la plebe fue construida socialmente como viciosa y violenta mientras las elites erguían su dominación.

28

AGN IX, 1-7-1. 7 de abril de 1808.

38

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Propuesta analítica La borrachera y los vicios en general han sido propuestos como integrantes de algunas relaciones sociales. En este marco de análisis, no jugaban un papel diferente al que podían desempeñar una pieza de pan o un plato de comida. Algunos de estos bienes eran entregados como parte del pago de la jornada de trabajo, en virtud de lo cual podían formar parte de favores no monetarios que el capataz o el jefe de tropa podía ofrecer buscando la lealtad y deferencia de la plebe. Sin embargo, los vicios son bienes que podríamos considerar de consumo superfluo, y como tales debería sorprendernos que se hallen insertos en un número considerable de relaciones sociales, económicas y políticas. En las relaciones laborales o en los vínculos entre jefes de tropa y soldados se repartían yerba mate, vino, tabaco, prendas de vestir u otros bienes (Iraola 2012, 2013). Estos favores no monetarios se entregaban a cambio de retribuciones personales. El honor y el prestigio de estos bienes entregados consisten en devolverlos (Mauss 2009: 84). Obviamente, estos intercambios no son simétricos, ya que apuntan a favorecer a quien se encuentra en la situación de poder. De esta manera, quien ejercía esta actitud paternal concentraba en su persona recursos diferenciales y le permitía obtener beneficios económicos o ventajas dentro de la política local. En particular, el alcohol conlleva los problemas asociados a su consumo en exceso y las acciones violentas vinculadas. La adicción a la bebida no pudo ser vista como tal ya que el modelo médico dominante hasta el siglo XIX ponía en la mirada en la personalidad del individuo. Mientras que la borrachera se asociara al sujeto, las elites podrían seguir vendiendo libremente el producto que generaba tantos problemas sociales. De hecho, las elites obtenían ganancias por medio Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 19-45

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de la venta y endeudamiento en torno a los vicios y, cuando los borrachos generaban conflictos en la comunidad local, eran estos mismos notables quines ejercían justicia y alegaban que el alcoholismo se hallaba asociado a la personalidad del bebedor. Sumida en las relaciones dominación, la plebe aceptaba la imposición médico-ideológica según la cual el problema era propio. Socialmente, la plebe manifiesta su inquietud ante la problemática, pero mientras hallen en el modelo médico dominante la idea de que el alcoholismo no forma parte del sistema salud-enfermedad-atención, deberá resignarse a no poder enfrentar la enfermedad (Menéndez 2005: 26). Mientras tanto, las elites recurrirán cuanto sea necesario a estas estrategias. Las pulperías y las esquinas eran los lugares exclusivos de expendio de bebidas y de la sociabilidad de los trabajadores. Estos locales

eran

propiedad

de

ricos

comerciantes

o

de

pequeños

mercaderes. En muchos de estos casos verificamos que los propietarios tenían cargos militares/milicianos o en la burocracia colonial. De hecho, algunos de estos notables ejercieron justicia desde el cabildo local, debiendo enfrentar el problema de los borrachos. El

acervo

documental

ofrece

información

que

permite

reconstruir una parte importante del contexto en el que se dan los procesos de alcoholismo. De la misma manera, la construcción social de la borrachera no se halla únicamente establecida por la bebida, sino que también inciden en ello los prejuicios que los propios sujetos sociales manifiestan sobre acciones de terceros. En concreto, el hecho de que uno de los acusados oyese tumultos mientras dormía la siesta y manifieste como primer acto que hay borrachos en la calle nos dice mucho sobre la cotidianeidad o del sentido común (Ligouri 2013: 90) de la época.

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Borrachera y violencia en las milicias …

El

primer

análisis

Eduardo Iraola

que

podemos

realizar

sobre

estas

afirmaciones de un borracho es considerar que la ebriedad se encuentra tan extendida en la época como práctica social que le permite, aún en su situación, acusar a terceros de alcohólicos. En un segundo abordaje, la misma actitud puede pensarse además como una manera de menguar la culpa por una práctica atenuante del delito; aún así, nos diría que se halla inserta en el sentido común y que puede ser usada como estrategia favorable frente al castigo que las leyes imponen. Desde la misma perspectiva es posible indagar la acción del Capitán Gregorio Tadeo Llanos en Luján cuando, al salir de su casa y encontrarse con una reunión pública frente a la pulpería, acusa a los congregados de “junta de borrachos”. Estas acciones simples no sólo ligan la borrachera a acciones cotidianas, sino que demuestran su incorporación al acervo ideológico que impone la embriaguez a los individuos y no al comercio que los preserva y multiplica, menos aún al sector social que se beneficia económica y socialmente. En pocas palabras, la mirada moral recae sobre la plebe y no sobre quienes generan la situación. En

otras

oportunidades

pudimos

mostrar

que

tanto

trabajadores como milicianos recibían una porción de vicios como parte de sus jornales. En ello no solo radica un hecho económico, sino que subyace un profundo acto de dominación mediante el cual quien distribuye bienes obtiene deferencia, lealtad y (para ser concretos) un beneficio económico y político. En un contexto en el que retener la mano de obra o los milicianos en la guardia se hace complejo, una de las maneras más simples de lograrlo es otorgando favores no monetarios y obteniendo a cambio lealtades personales. La pulpería es el centro de sociabilidad de la plebe; allí, sus integrantes toman alcohol, fuman y juegan. Estos comercios son Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 19-45

41

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propiedad de notables y comerciantes locales. El caso más significativo en la frontera bonaerense es el frecuentemente estudiado Manuel Pinazo, quien fuera cabildante, miliciano de rango y por supuesto dueño de pulperías. En esta línea, venimos siguiendo los indicios dejados por Tadeo Torres, alcalde designado por el cabildo de Buenos Aires, quien ejerció como escribano en la Villa de Luján y poseía una pulpería en el pago de Las Conchas, donde permitía el toque de la guitarra (como ya lo hacía su padre). Todo ello configura una situación social que convierte a las elites locales en vendedoras, distribuidoras y “perseguidoras” del alcohol. En estos términos, la historiografía ha puesto en un segundo plano el papel jugado por algunos sujetos sociales en la conformación del poder de las elites locales, siendo justamente la plebe la que permitió la consolidación de ciertos grupos poderosos. En torno a los vicios y las adicciones, parece la mirada ha sido puesta en la enfermedad y su condición individual, sin reconocer la necesidad de la salud como parte integradora de la curación. En algunas oportunidades, podemos ver que ciertos sujetos sociales reconocen lo negativo que es para la salud el consumo de bebidas, además de que se lo asocia con la pulpería y con la violencia y los desmanes. Todo ello permite inferir que existe una visión subyacente que no es compartida con el modelo impuesto socialmente. Sin embargo, el poder de condicionamiento que impone la ideología dominante y la visión moralista acaban por enmascarar el proceso político que subyace a la construcción social del alcoholismo (Menéndez 2005: 11) y del alcohólico. La borrachera como tal es pensada de manera individual, ahistórica y a-social y, por lo tanto, las propuestas para combatirla no obtendrán mayores resultados. Finalmente, es paradójico que en el vasto acervo documental revisado no se hayan encontrado situaciones 42

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Borrachera y violencia en las milicias …

Eduardo Iraola

de deserción, inasistencias u otras formas de insubordinación. Por lo que cabría suponer que es la borrachera una de las pocas formas de indisciplina y puede ser pensada como una estrategia de resistencia o insubordinación caótica. En apariencia, mientras los vicios no alteren la circulación del beneficio económico de las elites, podrán seguir siendo parte de lo cotidiano; cabría suponer que es un mal necesario para asegurar el enriquecimiento de un sector de la sociedad. Luego, estos mismos dilatarán la situación refiriéndose a esta “enfermedad social” como factor que provoca el atraso moral e ignorancia de la plebe. Una vez más, el problema se soluciona por el problema en sí mismo y no por su origen. Bibliografía CAMPOS MARÍN, R. 1997. Alcoholismo, Medicina y Dociedad en España (1876-1923). Madrid: CSIC. -----. 2012. “Pueblos frente al río. Comercio fluvial, poder colonial y derechos a la tierra. Buenos Aires, 1770-1820”. Bibliographica Americana 8: 69-83. COVARRUBIAS OROZCO, S. de. 2002. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Madrid: Castellana [ed. original 1710]. Diccionario de Autoridades, Vol. VI, F. Hierro (ed.). Madrid [ed. original 1726-1739]. DI MEGLIO, G. 2010. ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo. Buenos Aires: Prometeo. DUART, D. y VAN HAUVART, C. 1997. “Sobre el estudio del delito, síntesis en un balance historiográfico sobre la temática latinoamericana”. Red Intercátedras de Historia de América Latina 1 (1): 39-44. FERNÁNDEZ LABBÉ, M. et al. 2008. Alcohol y Trabajo. El alcohol y la formación de las identidades laborales. Chile siglos XIX y XX. Osorno: Universidad de Los Lagos. Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 19-45

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La Banda Oriental y Río Grande en el siglo XVIII. ¿Periferia imperial o frontera colonial? Aguirre Andrés (UNLu) Resumen A lo largo del siglo XVIII, con la llegada de la nueva dinastía en España y los cambios geopolíticos en Europa que repercuten en el Nuevo Mundo, se producirán transformaciones a nivel de la estrategia imperial, con su correlato en las fronteras coloniales. Si en la primera mitad del siglo XVIII los Borbones se concentraron en reorganizar y centralizar la monarquía en la península ibérica, a partir de 1750 se concentrarán

en

la

recuperación

de

las

colonias

americanas,

reorganizando los territorios ya controlados y ocupando los espacios periféricos considerados indispensables. Este cambio en

la política

fronteriza del imperio español será denominado por algunos autores como “reformismo de frontera” (Lucena Giraldo 1998), en virtud del cual la ocupación y defensa de los espacios fronterizos ocuparán un rol fundamental en la nueva estrategia metropolitana. Una de las características de esta nueva estrategia fue la ocupación de las áreas periféricas del Nuevo Mundo, ya sea mediante la militarización de la zona o promoviendo el asentamiento de hispanocriollos en lugares estratégicos para garantizar un efectivo control social, político y militar del territorio, lo cual necesariamente provocó una reconfiguración de espacio. En el presente trabajo nos proponemos presentar un avance de investigación sobre el proceso de configuración del espacio en la región de Banda Oriental y Río Grande de San Pedro, teniendo en cuenta para ello las diferentes escalas de análisis. Si desde el punto de vista imperial las medidas que se tomaban desde la metrópolis, como parte Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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de la estrategia defensiva del imperio español, tenían un rango continental, hemisférico o hasta global, esas mismas medidas a escala regional o colonial tendrían características particulares, y no siempre el resultado planificado por la corona. Nos interesa indagar sobre una de esas regiones periféricas del imperio español donde se aplicaron las mencionadas políticas, ya que esta región devendría en frontera interétnica y frontera imperial a la vez. Pretendemos

analizar

las

relaciones

fronterizas

que

se

desarrollaron en la región de Banda Oriental y Río Grande en el periodo 1750-1777, haciendo hincapié en las relaciones interétnicas entre españoles y portugueses, por un lado, y entre éstos y los diferentes pueblos indígenas de la región, por otro. Esperamos que ello nos permita conocer las diferentes estrategias y relaciones de poder que se forjaron entre los distintos actores involucrados en el proceso de configuración del espacio. Palabras clave: Banda Oriental – Fronteras coloniales – Relaciones interétnicas – Pueblos – Fuertes. The Banda Oriental and Río Grande in the 18th century. Imperial periphery or colonial border? Abstract Throughout the 18th century, with the arrival of the new dynasty in Spain and the geopolitical changes that will impact in the New World, transformations will occur in the imperial strategy with its specific correlate in the colonial borders. While in the first half of the 18th century the Borbon kings focused on reorganize and centralize the monarchy

in

the Iberian

peninsule,

from 1750

onwards

they

concentrated on recovering of the American colonies, reorganizing the 48

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territories that were already under control and occupying the essential peripherical spaces. According to some scholars, this change in the border policy of the Spanish empire will be adressed as “frontier reformism” (Lucena Giraldo 1998), through which the occupation and defense of border areas will have a key role in the new metropolitan strategy. One of the characteristics of this new strategy was the occupation of the New World’s peripherical areas, either by the militarization of the space or by promoting the settlement of HispanicCreole population in strategic locations, in order to guarantee an effective social, political and military control of the territory, which necessary caused a space reconfiguration. In this article, we aim to present research progresses about the space configuration process in the Banda Oriental and in Río Grande de San Pedro, taking into consideration different scales of analysis. Since, from the imperial’s standpoint, the measures taken by the metropolis as part of the Spanish empire’s defensive strategy, had a continental, hemispheric or even global range, those same policies at regional or colonial level will have particular characteristics, with results not always as those planned by the Crown. Our interest is to investigate one of those peripherical regions of the Spanish empire where the already mentioned policies were applied, since that region would later become an interethnic frontier and imperial frontier, all at once. We intend to analyze the frontier relationships that were developed in “Banda Oriental” and “Rio Grande” region within the 1750-1777 period, emphasizing the interethnic relations between Spanish and Portuguese, on one side, and between those and the different regional indigenous groups, on the other. We hope that this Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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will enable us to identify different strategies and power relations forged between various actors involved in the process of space configuration. Key

words:

Banda

Oriental



Colonial

borders



Interethnic

sólo

controlaba

relationships – Villages – Forts.

Introducción A

mediados

del

siglo

XVIII,

España

aproximadamente la mitad del territorio de lo que nominalmente reclamaba como propio. Tanto para los Habsburgo que gobernaron hasta 1700 como para los primeros Borbones –Felipe V y Fernando VI-, extender la conquista territorial más allá de las tierras altas de México, América Central y América del Sur no pareció merecer el esfuerzo, pues no había en ellas metales preciosos ni pueblos campesinos cuyo trabajo pudiera ser explotado. 1 Sumado a ello, el rigor del clima, la inaccesibilidad para los europeos y la belicosidad de sus habitantes hicieron que los españoles no ampliaran las áreas conquistadas. Como lo manifestó un virrey del Perú a mediados del siglo XVIII: “Los países no conquistados son unas selvas y montañas de difícil tránsito y los llanos muy húmedos, cenagosos y ardientes, por lo que no pueden mantenerse los españoles”. 2 En efecto, las tierras ocupadas por los indígenas no sometidos eran principalmente las zonas de bosque tropical y subtropical, los territorios áridos del norte de México, las tierras bajas de América Central, las cuencas del Amazonas y del

1 La excepción a ello fue la conquista de las tierras del cacao en Venezuela, ciertas zonas del Paraguay y el Chile central al sur del río Bío-Bío. 2 Esta cita proviene del Conde de Superunda, citado por Weber 1998.

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Orinoco, el Gran Chaco, la Patagonia, las pampas y gran parte de la Banda Oriental del Uruguay (Weber 1998: 148). Hacia mediados del siglo XVIII, las fronteras de América comenzaron a ser una preocupación para España. Por un lado, porque luego de más de dos siglos de convivencia pacífica y/o conflictiva con los europeos, los nativos no sometidos comenzaron a atacar y malonear las posiciones, ranchos y haciendas fronterizas, adoptando recursos y técnicas de combate aprendidos de los españoles, tales como el uso de armas de fuego y caballos. Por otro lado, porque los funcionarios borbónicos temían que los “indios bárbaros” pudieran aliarse con los enemigos europeos de España, ya sea ingleses, portugueses u otros, y facilitar su expansión sobre los territorios periféricos reclamados, pero no ocupados, por los castellanos. En este contexto se producen las nuevas formulaciones de la política española para la periferia colonial que podemos denominar como un verdadero reformismo de frontera 3, pues supuso un cambio extraordinario respecto de lo que se consideraba una inercia de siglos en relación a la política de fronteriza, tradicionalmente en manos de las misiones. A partir de 1750 es el propio Estado borbónico, apoyado en un fuerte dispositivo militar y científico, el que se implanta directamente en las áreas marginales del Nuevo Mundo, las ordena de acuerdo a una nueva lógica de organización imperial y promueve el asentamiento de españoles en lugares estratégicos. Así, frente a la tradicional

organización

misional,

los

funcionarios

borbónicos

formados en la época de la Ilustración impondrán la nueva ideología estatal, laica y regalista que verá en la ubicación permanente de

3

Para mirada más profunda de este concepto, véase Lucena Giraldo 1998.

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españoles la única garantía para evitar las sublevaciones indígenas, la expansión del contrabando y el establecimiento de otras potencias europeas en los márgenes del imperio (Lucena Giraldo 1998: 178). Estos planes se verían condicionados por el accionar indígena, que desde el norte hasta el sur del continente amenazaron tanto la viabilidad comercial de las colonias como la integridad de los territorios reclamados por España. Porque si se aliaban con los ingleses o con otros extranjeros, los indígenas no sometidos podían facilitar la introducción del contrabando en el imperio y retardar de este modo el crecimiento del comercio español, así como poner en riesgo la seguridad territorial imperial. Entendemos que esta nueva política borbónica va a incidir fuertemente en la reconfiguración de las periferias imperiales que devienen en espacios de frontera interétnica, o frontera colonial. Nos interesa puntualmente presentar un avance de investigación sobre el proceso de configuración del espacio de fronteras en una de esas regiones periféricas del imperio español donde se aplicaron las mencionadas políticas: la región de Banda Oriental y Río Grande de San Pedro. Tendremos en cuenta para ello las diferentes escalas de análisis, tanto las políticas defensivas continentales de la corona como su impacto a nivel local o regional. Nos interesa determinar, a su vez, si esta región de frontera imperial entre españoles y portugueses deviene en frontera interétnica, donde al igual que en otras latitudes, habrían ocurrido los procesos conocidos de violencia, apropiación de los recursos humanos y materiales, guerra, misionerismo, mestizaje, tolerancia y asimilación, que es lo que en definitiva caracterizaría a las fronteras interétnicas, según varios autores (Gascón 2011). Antes de seguir avanzando, es necesario aclarar que por “configuración del espacio” tomamos la definición planteada por Margarita Gascón (2011: 10), a saber: 52

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“En la escala colonial, la configuración se produce por la articulación de una población con su entorno así como por el uso de sus recursos humanos y naturales, los intercambios de bienes y servicios, junto con las rutas de circulación e, incluso, la percepción y representación que se hicieron aquellas personas de aquellos espacios. En la Escala Imperial, la configuración es producto de las acciones por parte del poder y tenían por objeto o bien atacar o bien defender núcleos vitales como puertos, sitios productivos y rutas”.

Partiendo de estas definiciones, analizaremos las relaciones fronterizas que se desarrollaron en la región de Banda Oriental y Río Grande en el período que va de 1750 a 1777, haciendo hincapié en las relaciones interétnicas entabladas entre los funcionarios españoles y portugueses, por un lado, y entre éstos y los diferentes pueblos indígenas de la región, por el otro. Esperamos que ello nos permita conocer las diferentes estrategias y relaciones de poder que se forjaron entre los distintos actores involucrados en el proceso de configuración del espacio. La configuración del espacio. Entre la estrategia imperial y la política colonial. La frontera sur de los imperios ibéricos en América fue uno de los escenarios principales de la disputa entre portugueses y españoles por el control y ocupación del territorio durante todo el período colonial, acentuándose a partir de 1750. 4 Dentro de este amplio espacio que denominamos “frontera sur”, se encontraba la Banda Oriental del Uruguay, región de colonización tardía por parte de los Las otras regiones fronterizas disputadas por los imperios ibéricos en Sudamérica fueron la región del Orinoco en Venezuela, la frontera regional quiteña en la Amazonía o las regiones de Moxos y Chiquitos en la actual Bolivia.

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imperios ibéricos, siendo los portugueses los primeros en instalarse, al fundar Colonia del Sacramento en 1680 con el fin de aprovechar el comercio legal e ilegal con Buenos Aires (Moutoukias 1988). Pero no sólo por el comercio; este territorio será de vital importancia para los portugueses por una doble razón: al ser una zona templada, podía constituirse en proveedora de ganados para las zonas tropicales del Brasil; y geopolíticamente constituía no solo el resguardo y apoyo necesario para el avance paulistano hacia el oeste, sino que era la vía de fácil acceso hacia el interior de sus territorios, al tiempo que la entrada a las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay que comunican con la rica región de Mato Grosso. Mientras que para España era el flanco vulnerable de su imperio, ruta atlántica del Perú, para Buenos Aires y Santa Fe, la Banda Oriental era ya una base de su beneficio económico (Reyes Abadie et al. 1970: 22) Esta región de la Banda Oriental estaba integrada a la gobernación del Río de la Plata desde 1618, pero no fue sino hasta mediados del siglo XVIII que se comienza a delimitar más claramente su territorio en diferentes jurisdicciones, conforme a la importancia estratégica que irá adquiriendo (Aguirre y Torres 2014: 3). Durante el periodo colonial, nuestra área de estudio estaba plenamente integrada a la región del Plata, tanto social como jurisdiccionalmente, ya sea desde el punto de vista económico como desde el político-administrativo. En lo inmediato, nos encontramos con dos miradas sobre la delimitación de la región del Río de la Plata para el período tardocolonial. Por un lado, a partir del estudio de la circulación mercantil, Fernando Jumar (2012) plantea una noción restringida de la región. El autor considera que se puede entender la región del Río de la Plata como un espacio económico homogéneo que integraba las dos bandas del río y que tenía como núcleo un complejo portuario compuesto por las ciudades puerto (Buenos Aires-Colonia54

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Montevideo) y un número indefinido de desembarcaderos informales. Afirma también que se pueden determinar los límites de la región detectando los flujos que remiten a fenómenos de circulación interna, como el traslado de trabajadores estacionales o la comercialización de alimentos frescos. Desde este punto de vista, quedarían fuera de la región el área en torno al río Paraná, de más antiguo poblamiento, los territorios de las misiones jesuíticas, la frontera indígena-hispanoportuguesa y los territorios ocupados por los luso-brasileños. Por otro lado, Julio Djenderedjian (2004) propone la existencia de una región amplia que abarcaba desde el sur de Brasil hasta la frontera de Buenos Aires, incluyendo los territorios en los márgenes de los ríos Uruguay y Paraná. Esta delimitación está basada en el hecho que las distintas áreas presentan similitudes en las condiciones ecológicas, la estructura demográfica y la producción agropecuaria. En su extensión es similar a la cuenca hidrográfica del Plata, aunque excluyendo el Chaco donde todavía existían poblaciones originarias no sometidas a las poblaciones de origen europeo. Dicho autor afirma que la región estaba compuesta por un variado conjunto de áreas de frontera cuyos rasgos principales pueden diferir en varios aspectos. Si bien ambas posturas son válidas desde la perspectiva en que fueron analizadas, para este trabajo nos parece más apropiada la propuesta de Djenderedjian, pues nos permite tener una visión amplia del territorio, considerando además los espacios fronterizos tanto con los portugueses como con las poblaciones indígenas de la región. Dentro de esta amplio espacio que denominamos “frontera sur” de los imperios ibéricos, el espacio geográfico como objeto de estudio a ser analizado es el de la denominada campaña de la Banda Oriental del Uruguay junto a la región de Río Grande, que podríamos definir como el espacio de llanuras situado al este del río Uruguay, el sur del Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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comienzo de la zona de bosque subtropical y el oeste de la cuenca de la laguna de los Patos (Bracco 2004).

Mapa de la región de Banda Oriental-Río Grande. Elaboración propia.

Este espacio adquirirá, durante la segunda mitad del siglo XVIII, una importancia estratégica pues allí las coronas ibéricas implementaron algunas de sus principales medidas tanto para controlar sus territorios como para vigilar los movimientos enemigos. Allí se encontraban las fortificaciones de Santa Teresa, San Miguel y Santa Tecla, que ocuparán un lugar central en la política defensiva por hallarse emplazadas en el camino conocido como Castillos Grandes o La Angostura, uno de los pasos obligados entre las posesiones de ambas coronas. Dicho pasaje, que atravesaba un sistema de pantanos y barras de arena costera sobre el océano Atlántico, era un punto clave en el sistema de ataque o defensa de la frontera, y quien lo controlase poseía el mejor camino a Río Grande y a la Banda Oriental. Durante el siglo XVII y la primera parte del XVIII, las relaciones fronterizas en la región estarán determinadas, por un lado, por el paulatino avance portugués hacia la región del Uruguay y del Plata, primero con las incursiones de los bandeirantes en busca de esclavos, luego con asentamientos permanentes en Colonia del 56

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Sacramento y la región de Rio Grande; por el otro, del lado español, la estrategia defensiva de la región estará reglada desde un primer momento por el establecimiento del complejo misionero jesuíticoguaraní, en el que las milicias indígenas cumplirán un rol fundamental en la defensa del territorio castellano durante todo este periodo (Quarleri 2009). Sin embargo, hacia mediados del siglo XVIII, la perspectiva de la

monarquía

española

cambió

ante

las

presiones

políticas

y

económicas en Europa y la firma del Tratado de Madrid, lo que en América

significó

una

reconfiguración

del

espacio

del

Plata,

reconociendo de hecho la ocupación luso-brasileña del territorio castellano en la banda norte del río de la Plata. En este nuevo marco, el control casi exclusivo del espacio de la Banda Oriental del Uruguay que hasta el momento habían detentado las misiones jesuíticas fue evaluado por parte del rey de España y su entorno, dentro de un balance

de

estrategias

geopolíticas-económicas,

y

considerado

insostenible a los fines de una redefinición de las relaciones y acuerdos de paz con Portugal, de la estabilidad de las fronteras y del control de los circuitos mercantiles (Quarleri 2009: 339). En efecto, en 1750 y 1751 la firma del Tratado de Permuta y su complementario de Madrid disponía que los portugueses debieran entregar Colonia del Sacramento a cambio de quedarse con los territorios que abarcan “desde el monte de los Castillos Grande y su falda meridional y ribera del mar hasta la cabecera y origen principal del río Ibicui y también (…) todos y cualesquiera establecimientos que se hayan hecho por parte de España en el ángulo de tierras comprendido entre la ribera septentrional del río Ibicui, y la oriental del Uruguay y los que se puedan haber fundado en la margen oriental del río Pepiri, y el pueblo de Santa Rosa, y otras cualesquiera que se pueden haber

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establecido por parte de España en la ribera oriental de río Guaporé” (Barba 1972: 34).

En pocas palabras, a cambio de Colonia, España entregaba los siete pueblos misioneros de San Borja, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Miguel, San Juan y San Ángel, lo que provocó la “Guerra Guaranítica” de 1753-1756, ante el alzamiento de los indígenas misioneros que se negaban a pasar al dominio portugués. 5 No obstante, el tratado de 1750 fue de difícil aplicación, ya que a la imposibilidad de trasladar los más de 30.000 indígenas de sus pueblos a la nueva demarcación española se sumaba la oposición del gobernador de Buenos Aires, Pero de Cevallos, a la entrega de territorios, lo que dilató la nueva demarcación de límites, la desocupación de Colonia y la entrega de la zona de los siete pueblos orientales. El Tratado de Madrid finalmente fue anulado en 1761 cuando el nuevo monarca español, Carlos III, propone la firma del Tratado de El Pardo, volviendo la situación fronteriza al panorama anterior a 1750. Este tratado de anulación comprende sólo tres artículos, el segundo de los cuales establece que “…Ordenándoles, que dado por nulas, y haciendo cesar todas las operaciones, y actos respectivos á su execución; abatan los monumentos erigidos en consecuencia de ella; y evaquen inmediatamente los terrenos ocupados á su abrigo, ó con pretexto del referido tratado, demoliendo las habitaciones, casas ó fortalezas, que en consideración á él se huvieren hecho ó levantado por una u otra parte”. 6

Para un análisis exhaustivo de la “Guerra guaranítica”, véase Quarleri 2009. AGN. Sala IX. División Colonia. Sección Gobierno. Portugueses. Conflictos Territoriales. Leg. 4-3-2. Doc. Sin número. 5 6

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Para cumplir lo estipulado, el gobernador Cevallos notificó en sucesivas cartas de 1761 a Antonio Gomes Freire de Andrade, conde de Bobadela, gobernador de Rio de Janeiro, la obligación de evacuar los lugares ocupados por los portugueses: los fuertes de Yacui, Río Pardo, San Amaro, Río Grande, San Gonzalo, San Miguel, Guardia de Chuy, entre otros, así como la restitución de las familias indígenas que estaban en su poder (Martínez Martín 2007: 294). Asimismo, Carlos III decide alterar la neutralidad en política exterior de su antecesor firmando, el 15 de agosto de 1761, el Tercer Pacto de Familia entre las monarquías borbónicas de España, Francia y Nápoles, lo que desencadenó al año siguiente el consecuente enfrentamiento con Portugal e Inglaterra. La guerra repercutió también en la otra orilla del océano. Al mismo tiempo que se realizaban las operaciones militares en la península, desde Madrid ordenaron a Pedro de Cevallos que atacara Colonia de Sacramento. En efecto, el gobernador de Buenos Aires se apoderó rápidamente de Colonia en 1762 y continuó en campaña militar hasta Rio Grande, donde tomó los fuertes de Santa Teresa y San Miguel y prosiguió en una campaña relámpago por la frontera. Pero cuando se disponía continuar hacia el norte y tomar Santa Catalina, llegó a Montevideo la fragata Venus con la noticia de la firma de la Paz de París, del 20 de febrero de 1763, lo que motivó nuevamente la devolución de Colonia. 7 Sin embrago, Cevallos ya había conseguido reconquistar gran parte de la campaña de la Banda Oriental y se niega entregar a los portugueses la villa de Río Grande de San Pedro (que la retendrán por más de una década) y los fuertes de Santa Teresa y San

7

AGN IX, 16-6-5. Doc. sin número.

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Miguel, que de este modo quedan definitivamente bajo la órbita española (Martínez Martín 2007). De este modo, vemos cómo se pone de manifiesto un verdadero “reformismo de frontera” en el Plata como estrategia borbónica de ocupación de su periferia en general, y de defensa de su frontera en la Banda Oriental en particular. Podemos decir que comienza en 1749 con el nombramiento de Montevideo como Plaza de Armas y Gobierno Político y Militar (Reyes Abadie et al. 1970: 32), la fundación de las villas de Maldonado (1755) y San Carlos (1763) y la creación de la comandancia de fronteras de San Fernando de Maldonado en ese mismo año, bajo las órdenes de cuyo comandante quedaron los diversos pueblos, villas, fuertes y guardias de frontera que se extendían hasta Río Grande (Torres y Néspolo 2013). Río Grande de San Pedro. De periferia imperial a frontera colonial. La región de Río Grande, perteneciente a España por el Tratado de Tordesillas, inicialmente no ofrecía atractivos económicos que justifiquen su colonización por parte de los europeos, conforme a las doctrinas mercantilistas de la época, por lo cual durante siglos fue parte de la periferia olvidada del imperio español. No obstante, para el siglo XVIII la región experimentará graduales cambios producto del avance portugués. Por un lado, debido al establecimiento de las primeras poblaciones dedicadas al comercio ganadero con Minas Gerais, que por ese entonces demandaba mulas, vacunos y charque de la región, producto del acelerado crecimiento que experimentaba su desarrollo minero; por otro lado, se va a ir conformando como punto de enlace entre Colonia del Sacramento y Río de Janeiro en el litoral atlántico brasileño. En efecto, hacia principios del 1700 la expansión territorial portuguesa se direccionó hacia la región de Río Grande como política de conquista y colonización de la frontera. 60

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Tanto para conservar estos territorios como para dar apoyo logístico a Colonia del Sacramento, en 1737 el gobernador de Río de Janeiro, José da Silva Paes, fundó la comandancia de Río Grande con las villas de Río Grande y Santana junto a tres fuertes (Jesús, María y José, Santana y San Miguel), avanzando por el litoral en dirección sur (Flores 2006). Pronto irán surgiendo nuevos pueblos y puestos militares en torno a la frontera: Viamão, San Antônio de la Guardia Vieja y Río Pardo, entre otros, gracias a los emplazamientos militares y a la concesión de sesmarías que otorgaban los funcionarios a los nuevos pobladores. Hacia 1750, con el Tratado de Permuta, Portugal logra el reconocimiento oficial de los territorios que ya poseía de hecho, así como hacer avanzar la frontera hasta la región de Castillos Grandes en la Banda Oriental. Como parte del proceso de demarcación de límites y para garantizar su dominio en la región, el monarca portugués dispuso el envío de isleños de las Azores para poblar esos territorios fronterizos. 8

Estos

nuevos

pobladores

iniciarán

una

etapa

de

prosperidad para la región, con el desarrollo de explotaciones agroganaderas y jugando un papel central en el desarrollo urbano, demográfico y económico de la villa de Río Grande de San Pedro a partir de la segunda mitad del siglo (Torres 2004). De este modo, el proceso de ocupación lusitano de la región de Río Grande se puede explicar a partir de cuatro variables: la ganadería extensiva destinada al abastecimiento de otras regiones del Brasil, que 8 A las nuevas familias que llegaban a Río Grande se les otorgaba tierras en cantidad considerable, una contribución en dinero, herramientas, simientes, dos vacas, una yegua, armas para su defensa y eximición de tributos por cinco años. Para un examen detallado del poblamiento azoriano en la región, véase Torres 2004.

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posibilitó la irradiación de los primeros núcleos poblacionales; la concesión de sesmarías, como parte de una política portuguesa de legalización de tierras ocupadas de hecho por colonos del este; la militarización, como garantía estratégica de ocupación a través de fuertes, presidios, guardias y campamentos militares, que fueron núcleos iniciales de muchos poblados; y la colonización azoriana, que permitió el poblamiento intensivo con pequeñas propiedades de producción agroganadera, responsable del abastecimiento de alimentos (Vera Barroso 2009: 9-10). Cuando en 1761, ante la imposibilidad de cumplir lo estipulado en el Tratado de Madrid, se decide dar marcha atrás y firmar en El Pardo el tratado de anulación, volviendo a la situación anterior a 1750, los portugueses ya habían avanzado hacia el sur más allá de Río Grande, estableciendo una fortificación, guarnición y población fija en San Miguel, en la margen izquierda del arroyo homónimo. Asimismo, para 1762, cuando comienzan las hostilidades entre España y Portugal, el gobernador de Río de Janeiro, conde de Bobadela, destacó al coronel Tomás Osorio para construir un nuevo fuerte pentagonal en la zona de La Angostura, al sur de la laguna Merim, quien una vez concluidos sus cimientos lo puso bajo la advocación de Santa Teresa –la fortaleza del mismo nombre-. Es que al gobierno colonial luso-brasileño le interesaba organizar el reparto de tierras situadas entre los dominios fronterizos de ambas coronas porque un poblamiento estable podía servir de argumento en ulteriores negociaciones sobre límites coloniales, apelando nuevamente (como en 1750) al tecnicismo jurídico del uti possidetis, por el cual cada parte se quedaría con las tierras que efectivamente ya había ocupado. Ante esta situación, el gobernador de Buenos Aires se exasperó solicitando al conde de Bobadela el abandono de los territorios usurpados, informando a Madrid sobre los planes luso-brasileños y 62

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comenzando a perfilar los suyos propios. Por lo que, cuando se rompe el equilibrio de fuerzas entre las potencias europeas y la guerra se hace presente nuevamente en las colonias, Cevallos sitia y toma Colonia del Sacramento, rindiéndola sin demasiados esfuerzos en octubre de 1762. No conforme con esto, en febrero del año siguiente escribe carta a Madrid expresando su convencimiento de que era el momento más oportuno para conquistar Río de Janeiro (Rico Bodelón 2013: 139140). Para llevar adelante este avance, reúne unos mil hombres con los que inició en abril un ataque relámpago por el litoral de la Banda Oriental en busca de las posiciones que los portugueses habían organizado en la costa Atlántica de Río Grande de San Pedro, conquistando los fuertes de Santa Teresa y San Miguel, e incluso la villa de Río Grande, donde los españoles entraron el 24 de abril de 1763. En una semana, Cevallos había conseguido ocupar tres fuertes importantes y la avanzadilla de su ejército había recorrido 300 kilómetros hasta llegar a Río Grande de San Pedro, desde donde tenía intención de continuar hasta apoderarse de Río Pardo, Viamão y Laguna. Esto último finalmente no sucedió porque recibió noticias del acuerdo preliminar de Fontainebleu, que desembocaría en el Tratado de París sellando la paz momentánea entre ambas coronas. Sin embargo, Cevallos se niega a devolver las posiciones conquistadas en Río Grande, obteniendo después el respaldo de Madrid en la resolución adoptada. La argumentación española era la siguiente: España sólo estaba obligada a devolver Colonia del Sacramento, de reconocida soberanía lusitana desde el Tratado de Utrecht (1713), pero ninguna otra tierra de la demarcación que le correspondían en función del tratado de Tordesillas, incluido Río Grande y la Banda Oriental. Se sostenía que las posiciones del continente de Río Grande de San Pedro Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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reconquistadas por Cevallos durante abril de 1763 no estaban comprendidas en los términos del Tratado de París porque España nunca había cedido sus derechos sobre aquellos territorios, de suerte que su soberanía no podía ser portuguesa, sino española. De este modo, para mantener estos territorios bajo la órbita española, Cevallos va a tomar distintas medidas políticas, militares y administrativas para conservar estas conquistas: “Dos son los principales objetivos a que se destinan estas fuerzas, el uno la defensa de Maldonado con su isla y el otro, sostener las posesiones que tenemos hasta Río Grande, cuia frontera quedó a cargo del Teniente coronel Joseph Molina, extendiéndose su jurisdicción hasta el Fuerte de Santa Theresa”. 9

Tal es el despacho que envía a Lucas Infante, comandante de fronteras de Maldonado, a quien deja encargado de los poblados, tropas

y

emplazamientos

militares

establecidos

en

la

región

recientemente conquistada. Aunque para la frontera de Río Grande, comprendida entre la denominada Guardia del Norte de la Laguna de los Patos y la fortaleza de Santa Teresa por el sur, la jurisdicción militar recaerá sobre Joseph Molina, a quien también le deja “instrucciones precisas para la conservación de estos territorios de S. M.”, junto a una importante guarnición militar para cubrir la defensa de la villa y los diferentes puestos y guardias de frontera que establece para tal fin. 10 Con estas medidas, los gobernantes españoles pretendían que la región de la Laguna de los Patos fuese para siempre la frontera con

AGN IX, 3-6-5. Doc. 150. Carta de Cevallos a Lucas Infante. Octubre de 1763. AGN IX. 16-6-5. Doc. 40. Instrucciones de Cevallos a Joseph Molina. Río Grande, 30 de agosto de 1763. 9

10

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el imperio lusitano en América del Sur, mientras que los portugueses, por el contrario, no se resignaban a aceptar la pérdida de un territorio que, además de estratégico, consideraban propio. Por ello, aunque desde 1763 las coronas ibéricas estaban oficialmente en paz, se va a desarrollar en la frontera sur una suerte de “guerra no declarada” hasta 1777, en la que España permaneció a la defensiva sobre sus nuevas posiciones en ambas márgenes del canal que comunicaba la Laguna de los Patos con el océano Atlántico, y Portugal esperó el momento propicio para recuperar unos territorios que consideraban muy importantes para el abastecimiento ganadero de Minas Gerais y por el sostenimiento de las ambiciones que tenía sobre el estuario del Plata. El primer intento serio para la recuperación portuguesa de la villa de San Pedro de Río Grande será protagonizado por el gobernador de Río Grande con sede en Viamão, José Custodio de Sá, el 29 de mayo de 1767. Aunque en numerosas ocasiones Joseph Molina informó al gobernador Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa sobre los preparativos

lusitanos

que

desde

el

año

anterior

venían

desarrollándose en la banda norte de la laguna, la respuesta de Buenos Aires fue la misma en reiteradas ocasiones: “que las Cortes de España y Portugal, siguen sin novedad su buena armonía, que debe estar con cuidado pero sin recelo”. 11 Aunque las cortes mantuvieran su buena

armonía,

los

portugueses

siguieron

avanzando

y,

en

consecuencia, en esa acción tomaron la Guardia del Norte de la Laguna, que a partir de ese momento pasó a llamarse São José do Norte. 11

AGN IX, 16-6-6. Doc. 121.

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Si bien en Europa reinaba la paz entre las coronas ibéricas, en la frontera sur de América el enfrentamiento bélico seguía siendo una posibilidad latente. La recuperación de la orilla norte de la Laguna de los Patos tras la operación ejecutada por José Custodio se enmarca en esta dirección. Por eso, oficialmente la cancillería portuguesa condenó el ataque de mayo de 1767, reprendiendo a José Custodio, llamándolo al orden en Lisboa y presentándolo como el culpable de haber orquestado la operación por su cuenta y riesgo. 12 Aunque ello no significó la devolución del enclave conquistado; por el contrario, el marqués de Pombal decidió conservar São José do Norte en el dominio portugués. Estas relaciones fronterizas conflictivas, que no comienzan en 1750 pero que se profundizan a partir de esta fecha y desembocan en los enfrentamientos armados de 1763 y 1777, son tan solo una cara de la situación en la frontera sur de América, que de ningún modo puede reducirse a la “guerra de fronteras”, pero que sí van a producir una reconfiguración de este espacio en disputa. Asimismo, para tener un panorama completo de la situación fronteriza, entendemos que es dable analizar las relaciones pacíficas y conflictivas que se desarrollaron en la región, donde no sólo intervinieron los intereses hispano-portugueses en pugna, sino que también hay que tener en cuenta a las poblaciones indígenas y las diferentes estrategias que desarrollaron para mantener su autonomía respecto de los estados coloniales. Esta confluencia de los diferentes mundos culturales, en la que españoles y portugueses convivieron con 12 AGN IX, 4-3-6. Carta del virrey de Brasil a Joseph Molina informando que han remitido preso a Lisboa a José Custodio por el ataque a la frontera de Río Grande, y que es ánimo de S.M.F “conservar la fina y estrecha amistad que actualmente viven ambas coronas, sin que aquel incidente las altere en la menor cosa”. 27 de enero de 1768.

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diferentes grupos indígenas (charrúas, tapes, minuanos), misioneros jesuitas,

negros

(esclavizados,

fugados

o

libertos)

y

forasteros

(gauderios) es la que va a aportar a la configuración del espacio como una región de frontera colonial. 13 Relaciones interétnicas en la frontera de Río Grande. Tanto las fortificaciones militares de Santa Teresa y San Miguel como la villa de Río Grande de San Pedro serán, además de puntos centrales en el sistema de defensa fronterizo, lugares clave en el sistema de comercio, contrabando e intercambio interétnico en la frontera

para

los

distintos

actores

que

circulaban

por

ella

(portugueses, españoles, criollos, indios, mulatos, negros esclavizados). Por un lado, desde el punto de vista hispano-portugués, el principal producto de intercambio a través de la frontera será el de ganado en pie y cueros de la Banda Oriental por tabaco y aguardiente brasileños: “algunos soldados de la guardia del norte, habían cambiado porción de caballos por aguardiente y tabaco con los vecinos de aquella frontera”. 14 Estas situaciones se reiteran constantemente, y nos queda constancia de ello porque los comandantes informan continuamente a Buenos Aires sobre estas situaciones en la que sus milicianos desertan para pasarse al bando portugués a vender ganados y caballada de las estancias del rey, sobre todo cuando los sueldos no llegan. Pero también se repiten situaciones en las que, cuando se acerca la fecha de pago, los comandantes se ven obligados a reforzar los principales 13 La singularidad de este espacio de frontera puede ser abordado desde el marco interpretativo propuesto por Néspolo (2012) denominado “resistencia y complementariedad”, así como por la conceptualización de “enclaves fronterizos” de Lucaioli y Nacuzzi (2010). 14 AGN IX, 16-6-6. Doc. 200. 14 de abril de 1767.

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pasos de la frontera para evitar las deserciones en busca de la compra de vicios. Esta situación es similar para ambos gobiernos coloniales: si los portugueses piden a Molina en reiteradas ocasiones la devolución de desertores y negros fugados, que en su mayoría llegan a la frontera con rollos de tabaco y efectos europeos, lo mismo harán las autoridades españolas que no dudan en acusar al comandante portugués de Río Pardo de amparar e incitar los robos y deserciones en la campaña: “Como no debo persuadirme sea dela aprobación de S.M.F la conducta y empeño del comandante de Rio Pardo en sostener y abrigar más de trescientos desertores y gauderios que se emplean en robar no solo a las familias establecidas en estas campañas sino también los ganados que del mismo modo sacan, conducen y venden allí con su consentimiento…”. 15

Que la ilegalidad y el intercambio en la frontera era moneda corriente lo demuestra el hecho de que también se practicaban mediante autorizaciones oficiales que permitían a los comandantes trocar cueros por productos de su necesidad: “…en la lancha de Joseph fernandes, se han embarcado cuatrocientos y setenta cueros de novillo, dirigidos a Dn. Franco. Ginio, en la banda norte (de la laguna -territorio portugués-), destinado su producto a comprar medicinas y utensilios para el hospital deste cuartel”. 16

Las referencias documentales en este sentido son abundantes, y más allá de las prohibiciones de ambas coronas para comerciar

15 16

AGN IX, 16-6-6. 30 de enero de 1768. AGN IX, 16-6-6. Doc. 114. Carta de Joseph Molina a Cevallos.

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ganado, cueros y otros productos entre sus territorios fronterizos de Sudamérica, los acuerdos de intercambio muchas veces se hacían desde las mismas esferas de poder que debían garantizar la no circulación de los “bienes prohibidos”. Es significativo en este punto que el contrabando y la defensa del territorio estén a cargo de las mismas personas, pues el comercio ilícito entre portugueses y españoles ocurre al mismo tiempo que se disputan militarmente el territorio, ya que si en tiempos de paz se pueden realizar intercambios muy provechosos, en tiempos de guerra el ganado escasea y por tanto los precios suben. “El principal renglón de que sacan dinero los hacendados es el de los cueros de toros, novillos y vacas [...] Por el número de cueros que se embarcan para España no se pueden inferir las grandes matanzas que se hacen en Montevideo y sus contornos, y en las cercanías de Buenos Aires, porque se debe entrar en cuenta las grandes porciones que ocultamente salen para Portugal y la multitud que se gasta en el país”.

Tal es la mirada del cronista Concoloncorvo (1942 [1773]) respecto de las dimensiones de este comercio del que todos estaban al tanto, pues como demuestra Gil (2002) para el caso de Río Grande, era este un negocio en el que participaban los diferentes estratos de la sociedad de frontera (peones, changadores, negociantes, estancieros, militares y oficiales de la corona), articulados por una red de relaciones de reciprocidad y parentesco. Por otro lado, este cuadro de situación no estaría completo sin el concurso de los pueblos indígenas de la región, que también tomaron parte en las disputas fronterizas y en el comercio de contrabando. En general, la historiografía sobre el tema ha presentado la situación de los indios de un modo esquemático, donde los Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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guaraníes, establecidos en las misiones jesuíticas de Paraguay, eran aliados incondicionales de los españoles, y los “infieles” charrúas y minuanos haciendo lo propio con los portugueses y auxiliándolos en todas sus iniciativas (Fraühauf García 2011). Esta mirada, que poco tiene que ver con la realidad, no permite ver que las interacciones entre misioneros, portugueses, españoles e indios “infieles” fueron mucho más dinámicas y complejas de lo que se piensa. Cierto es que durante toda esta etapa encontramos indios guaraníes trabajando en las reales obras de reparación de Santa Teresa, San Miguel y Río Grande, cumpliendo funciones de milicia o asentándose en la región bajo jurisdicción española: “llegaron los 300 indios qe deven pasar á las Rls obras de Sta. Teresa, para los que pido remita sin dilación el vestuario”. 17 Empero, también se los puede encontrar fugándose masivamente a los dominios de Portugal, como atestigua un funcionario español 18: “lo peor de estas emigraciones es los muchos que se pasan a los dominios de Portugal, perdiendo el Estado estos vasallos y aumentando el poder al extranjero en aquella parte”. 19 Esta situación se agrava y complejiza para con los guaraníes de las misiones a partir de 1767, con la expulsión de la Compañía de Jesús, la administración española de los territorios misioneros y la consecuente reconfiguración de todo el espacio que ocupaban estos pueblos. De ahora en más, serán artífices de sus propias estrategias de supervivencia,

ya

sea

asentándose

en

poblados

españoles

y

colaborando con éstos, agregándose a las tolderías de los “infieles” AGN IX, 4-5-4. 1745-1772. AGN IX, 16-06-05. Carta de Joseph Molina al gobernador Bucarelli y Ursúa pidiéndole que le envíe una compañía de cien indios guaraníes de la jurisdicción de Buenos Aires “por ser muy convenientes para los trabajos que se realizan en esta zona”. 30 de septiembrede 1766. 19 Gonzalo de Dobblas en Fraühauf García 2011: 15. 17 18

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charrúas o minuanos, o pasándose al dominio portugués, entre otras alternativas posibles. Del mismo modo, encontramos a caciques minuanos yendo a Santa Teresa o a las guardias de frontera en Río Grande a tratar la paz con los españoles y a intercambiar “caballos reyunos por géneros que ellos necesitan […] a cambio de resignarse a las órdenes de V.E y vivir bajo el gobierno de los españoles” 20, cosa que no cumplen y al poco tiempo se marchan junto a los indios tapes que vivían en las inmediaciones y a otros fugitivos. Sabido

es

que

los

minuanos

mantuvieron

contactos

e

intercambios con los portugueses desde la llegada de estos últimos a la región, siendo estos indígenas quienes más utilizaron la abundancia de ganado en sus territorios a su favor, especializándose en “cazar” y arrear ganado, tanto cimarrón como el de las estancias españolas, para intercambiar con los portugueses por tabaco, aguardiente y otros géneros de su interés. Pero entendemos estas prácticas como parte de las

propias

estrategias

de

supervivencia

que

los

indígenas

desarrollaron para mantener su independencia, colocándose entre los intereses ibéricos y aprovechando las disputas fronterizas a su favor. En palabras de Nacuzzi et al. (2008: 13): “estos espacios de interacción permitieron a los grupos en situación de contacto desplegar estrategias

orientadas

a

mantener

su

autonomía

a

través

de

adaptaciones políticas y económicas, mestizajes biológicos y culturales y reconfiguraciones étnicas”, lo que en este caso concreto implicó que tanto indios como blancos incorporaran elementos de la “otra” sociedad o formas culturales ajenas que les eran convenientes. Por

20

AGN IX, 16-06-05. 15 de diciembre de 1757.

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ello, encontramos muchas veces a los mismos grupos a ambos lados de la frontera negociando y llevando información de lo que acontecía al otro lado: “…según las noticias que se han podido adquirir, por los negros e indios fugados, tendrán los enemigos dos mil hombres con corta diferencia, entre Infantería, Dragones y aventureros a pie y a caballo, a quien se agrega algún número de milicia e indios”. 21

En este sentido, los grupos indígenas fueron intermediarios requeridos por la sociedad blanca, porque presentaban a otros grupos, trasmitían información y describían el territorio, aunque lo hacían como parte de sus propias estrategias de supervivencia. Consideraciones finales A mediados del siglo XVIII, los Borbones españoles se propusieron extraer más rentas de sus colonias para revertir la declinación económica de España. Para ello, buscaron perfeccionar la administración

pública,

elevar

la

productividad,

el

comercio

y

aumentar la seguridad en América. En ese contexto se comenzó a mirar más allá de los centros coloniales del imperio, prestando atención al desarrollo de sus periferias vulnerables y potencialmente rentables, por lo cual las fronteras comenzaron a ser una preocupación para la metrópolis. A partir del Tratado de Madrid de 1750, España intentó resolver diferencias de larga data con Portugal respecto de los límites de sus posesiones en Asia y América. Los funcionarios borbónicos se aplicaron con tesón a la ubicación de fronteras naturales

21

AGN IX, 16-06-06. Doc. 311.

72

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que pudieran ser delimitadas para separar claramente sus posiciones de otras potencias (Weber 1998: 166). A partir de esta redefinición metropolitana, en la “frontera sur” de los imperios ibéricos se implementarán las nuevas formulaciones de la política española para la periferia colonial, que denominamos como reformismo de frontera,

por el cual el estado borbónico procuró

ocupar directamente estas áreas periféricas y defender los espacios fronterizos con fortificaciones militares, pueblos de españoles o puestos de frontera. En el presente trabajo nos propusimos indagar sobre el proceso de configuración del espacio en la región de Banda Oriental y Río Grande de San Pedro, teniendo en cuenta para ello las diferentes escalas de análisis. Partimos de la idea de que, en la escala imperial, la configuración del espacio es producto de las acciones llevadas a cabo por el poder, cuyo objeto era o bien atacar o bien defender núcleos vitales como puertos, sitios productivos y rutas; mientras que, en la escala colonial, la configuración se produce por la articulación de una población con su entorno, así como por el uso de sus recursos humanos y naturales, los intercambios de bienes y servicios, junto con las rutas de circulación e, incluso, la percepción y representación que se hicieron aquellas personas de aquellos espacios. En este sentido, desde el punto de vista del imperio español, la región de la Banda Oriental y Río Grande, relativamente poco poblada y de escasa producción económica, ocupará un rol central en el esquema defensivo por ser la puerta de entrada a la cuenca del Plata, último eslabón en la defensa del estratégico complejo minero altoperuano.

Apreciada

entonces

para

completar

un

esquema

defensivo, se conformó como una zona fronteriza entre los imperios ibéricos con su dinámica propia. Por otra parte, esta región periférica Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 47-76

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de los centros coloniales deviene en frontera interétnica porque confluyen en este espacio dos sociedades distintas, la indígena y la europea, con sus similitudes y diferencias. En suma, nuestro planteo intenta demostrar que tanto Río Grande como la Banda Oriental se conformaron como un espacio de frontera

colonial

e

interétnica,

producto

de

las

necesidades

geoestratégicas de la Corona, así como también de las circunstancias locales de la dinámica colonial. En esta frontera, a su vez, intervinieron una pluralidad de actores, tanto desde el mundo luso-hispano-criollo como desde el mundo indígena charrúa-tape-guaraní, y donde a partir de las interacciones permanentes tanto inter como intraétnicas se van a modificar y condicionar mutuamente. Tanto por la multiplicidad de orígenes

de

sus

habitantes

(porteños,

españoles,

portugueses,

azorianos, riograndenses, paulistas, indígenas, africanos, criollos) como por la modalidad de asentamiento (puestos militares, migración espontánea, traslado forzado, tolderías, etc.) es que entendemos al espacio como una región de fronteras múltiples, donde la interacción de los diferentes actores sociales y sus diversos mundos culturales va a generar una singular sociedad de frontera. La complejidad de la región puede ser entendida en este sentido; pese a que las fronteras y los límites fueron esgrimidos desde los centros de poder como espacios de exclusión, de diferencia, de cierre, en la práctica se conformaron como espacios de frontera, donde a partir de las interacciones e intercambios pacíficos o conflictivos entre los diversos grupos se operaron procesos de “mestizaje cultural, social, político y económicos” (Lucaioli y Nacuzzi 2010). Bibliografía Aguirre A. y Torres M., 2014, “Reformismo de frontera y configuración del espacio en la campaña de la Banda Oriental. Una mirada desde Maldonado y Río Grande”, en actas de la V Reunión del “Comité Académico Historia Regiones y Fronteras”. Asociación de Universidades 74

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La región de San Fernando de Maldonado (1755-1766). ¿La configuración de un espacio de frontera? 1 Prof. Torres Magali (UNLu) Dra. Eugenia A. Néspolo (UNLu) Resumen Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, el gobierno hispánico de la monarquía borbónica buscó una colonización efectiva de las zonas más desprotegidas y fronterizas en disputa con el imperio lusitano. Una de las estrategias que empleó fue la fundación de diferentes villas, aldeas y ciudades, vinculadas o no a asentamientos fortificados. Como parte de estas políticas en la región de la Banda Oriental, se funda la villa de San Fernando de Maldonado y, más tarde, se crea la comandancia de Maldonado, cuya jurisdicción incluía un sistema de asentamientos y fortificaciones desde el puerto e islas de su ensenada, pasando por la zona conocida como Castillos Grandes, hasta Río Grande. Se propone analizar la construcción y/o configuración de la región de San Fernando de Maldonado, entre mediados y fines del siglo XVIII, como un espacio de frontera “singular” en relación a su geopolítica estratégica, la manifestación de relaciones interétnicas entre la diversidad de los actores que conviven e interactúan en el espacio tanto como sus características político-militar-defensivo y económica. Palabras clave: Región – Frontera – Imperios – Colonia.

Este trabajo es una versión corregida de la ponencia “La construcción de un espacio de frontera. La región de San Fernando de Maldonado entre mediados y fines del siglo XVIII”, presentada en las XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, octubre de 2013.

1

Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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La región de San Fernando de Maldonado (1755-1766…

Magali Torres Eugenia Néspolo

San Fernando de Maldonado region (1755-1766). Setting a border space? Abstract Towards the second half of the 18th century, the Hispanic government of the Borbonic monarchy tried to develop a more effective colonization of the most unprotected and border areas in conflict with the Lusitanian empire. One of the strategies performed was the foundation of different small towns, villages and cities, linked or not to fortified settlements. As part of these policies applied in the region of Banda Oriental, the villa de San Fernando de Maldonado was founded and later, the comandancia de Maldonado was created. Its jurisdiction included a system of settlements and fortifications from the port and islands of its bay, through the area known as Castillos Grandes to Rio Grande. Our aim is to analyze the construction and/or configuration of San Fernando de Maldonado’s region between the middle and late 18th century, as a “singular” frontier space, in relation to its geopolitical strategy, the manifestation of interethnic relations between the diversity of subjects that cohabit and interact in space, just as the political-military-defensive and economical features. Key words: Region – Frontier – Empires – Colonies. Introducción Durante el periodo colonial, la región de la Banda Oriental se fue configurando con la presencia de españoles y portugueses que convivieron con diferentes grupos de indígenas y negros esclavizados. La particularidad de este gran espacio se argumenta, en primer orden, 78

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por ser el terreno práctico -tablero de ajedrez- de un contexto político relacionado con las disputas diplomáticas y territoriales entre los imperios ibéricos que se incrementaron hacia la segunda mitad del siglo XVIII, provocando la implementación de diferentes estrategias políticas y pretensiones militares de dominación. Esta

condición

fáctica,

conocida

historiográficamente

y

aceptada, se presenta como insuficiente desde un corpus documental inédito, relevado del Archivo General de la Nación (AGN), que permite interrogar a la región de San Fernando de Maldonado desde un segundo lugar, el plano local y jurisdiccional, e interpretarla territorial y espacialmente como una construcción y/o configuración de espacio de frontera colonial “singular”. En suma, proponemos que la región de la Banda Oriental del Río de la Plata representa un espacio geográfico y territorial complejo, que detenta regiones-espacios de poblamiento en principio singulares en sus interrogantes, y que demandan proponer una de ellas como caso de estudio de la configuración de un espacio de frontera. Desde el gobierno borbónico y sus reformas, los espacios de frontera son muchos y variados; la elección de la región de San Fernando de Maldonado de mediados del siglo XVIII amerita su atención, no sólo por ser un punto geográfico ocupacional que representa la mirada clásica historiográfica de la región de la Banda Oriental, sino por ser punto nodal de articulación defensivo-económica de una región en cuya configuración urbana portuaria (desde una mirada amplia comparativa con la frontera bonaerense, por ejemplo) prima el contacto de entre la sociedad hispano-criolla y la indígena

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(Néspolo 2012a); lo cual permite interrogar este contacto desde un análisis metodológico de los espacios de frontera. 2 Con el propósito de delimitar de forma precisa su dominio, el gobierno hispánico de la dinastía borbónica buscó una colonización efectiva de las zonas más desprotegidas y en disputa con los lusitanos. Una de las estrategias fue la fundación de diferentes villas, aldeas y ciudades vinculadas o no a los asentamientos fortificados. En la Banda Oriental,

las

fuerzas

hispánicas

ocupacionales-defensivas

se

incrementaron a principios del siglo XVII en las zonas costeras e islas, que servirían de plataforma a la defensa de dichos territorios. La villa de San Fernando de Maldonado ejemplifica las iniciativas políticas y militares de dominación por parte del imperio hispánico, en tanto constituyó una estrategia defensiva contra los intereses portugueses en la zona. Esto se manifiesta con la creación de la comandancia de Maldonado en 1763, jurisdicción que incluía un sistema de asentamientos y fortificaciones territoriales y costeras desde el puerto e islas de su ensenada pasando por la zona conocida como Castillos Grandes o de La Angostura, sobre el océano Atlántico hasta Río Grande. El presente trabajo analiza la construcción-configuración de esta región de la Banda Oriental a partir del corpus documental resguardado en el AGN, perteneciente a la Comandancia de San Fernando de Maldonado y Fortaleza Santa Teresa, entre otros, con propósito de determinar la misma puede ser interpretada como un espacio de frontera articulador y neurálgico para el sostenimiento de otros espacios de fronteras periféricos a este núcleo. Sobre estos estudios, véase la producción de Jorge Pinto Rodirguez, Sergio Villalobos, Martha Bechis, Guillaume Boccara, Raúl Mandrini y Lidia Nacuzzi, entre otros (Nespolo 2012a).

2

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Antecedentes de la región Desde sus inicios, la región del Río de la Plata fue considerada, por situarse a espaldas del Perú, como un patio interior al que necesariamente había que cuidar y defender frente a la posible penetración portuguesa. Así nació la vocación defensiva de la Banda Oriental, que con el correr del tiempo fue adquiriendo trascendencia como espacio de enfrentamiento entre los imperios español y portugués (Arteaga 2000). Otra característica que determinó la morfología de la Banda Oriental fue la preexistencia del ganado al hombre, gracias a las introducciones realizadas a principios del siglo XVII por Hernando Arias de Saavedra, gobernador de Asunción, y por las misiones jesuíticas. Esta riqueza pecuaria atrajo el interés económico de los europeos a este territorio a fines del siglo XVII, realizando faenas ilegales tanto los bandeirantes del Brasil como los españoles que vivían en la otra ribera del río, en Santa Fe y Buenos Aires (Azcona Luque 2000: 85). Varios autores (Cabrera Pérez 1998) han planteado que la campaña de la Banda Oriental irá configurando como una región donde convivieron no sólo españoles y portugueses disputándose las tierras y los recursos, sino que también coexistieron con diferentes grupos indígenas de la región: los charrúas, minuanes e incluso guaraníes fugados de las misiones. En este sentido se puede proponer que la condición de “zona fronteriza” entre los imperios ibéricos determinó la morfología de colonización y poblamiento de la campaña oriental. Para entender esta situación, es preciso apelar a las disputas territoriales entre ambos imperios, iniciadas luego del Tratado de Tordesillas que estableció una Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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nueva línea de separación de sus respectivas influencias y zonas de expansión. Empero, la frontera entre los dos Imperios permaneció desdibujada durante la unión de las coronas de España y Portugal (Arteaga 2000). La situación cambia ante la separación de dichas coronas en 1640, reanudándose los enfrentamientos por los límites en América. En 1680, los portugueses se introducen en el territorio oriental y fundan la Nova Colonia do Sacramento, que fue tomada por asalto por una coalición de fuerzas hispánicas organizadas por el gobernador de Buenos Aires, José de Garro y Astola. No obstante, en 1681 (oficialmente en 1683) se firmó el Tratado Provisional ante la amenaza del Príncipe de Portugal de iniciar una guerra al Rey de España, que dispuso la devolución de la plaza a los portugueses y la destitución del gobernador Garro. Para comprender la importancia de estos hechos, debemos considerar que el territorio de la Banda Oriental sería de vital importancia para los portugueses, no sólo por ser una zona templada y proveedora de ganados para las zonas tropicales del Brasil, sino también geopolíticamente, por ser el resguardo y apoyo necesario para el avance paulista hacia el oeste y, por supuesto, por ser la vía de acceso fácil hacia el interior de sus territorios, al tiempo que era la entrada a las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay que comunican con la rica región de Mato Grosso (Reyes Abadie et al. 1970). En este sentido, hacia 1720 se fueron estableciendo poblaciones de origen luso-brasileña en el noreste oriental (López Aldomar 2010). El imperio español también reconocía la trascendencia de la colonización y fortificación de la Banda Oriental y, principalmente, de las costas pertenecientes al estuario del Río de la Plata, indispensables para proteger el territorio de la ocupación extranjera. Pero no logró llevarla a cabo hasta el siglo XVIII por falta de medios materiales y 82

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humanos y, en gran medida, por depender de la iniciativa de parte de las autoridades políticas y militares locales (Zorraquín Becú 1947: 71105, 1967: 150-172). En respuesta al avance de los lusitanos, que habían logrado quedarse con Colonia en 1716 por el Tratado de Utrecht (1713) y luego se apoderaron de Montevideo, en combinación con la también amenazadora presencia de sus aliados británicos, el imperio español considerará más seriamente el poblamiento y colonización de la región (Luzuriaga 2008). Seguidamente, los asientos urbanos establecidos responderán a una necesidad estratégica y militar, formando un cinturón defensivo de las fronteras terrestres, a lo largo de la costa del Río de la Plata (Azcona Luque 2001: 85). Por consiguiente, el brigadier Bruno de Zabala recibe expresas órdenes con respecto de los parajes de Maldonado y Montevideo, solicitándosele poblarlos y fortificarlos. Tras organizar una expedición militar con ayuda indígena, y logrando desalojar a los portugueses en Montevideo, Zabala funda la ciudad y construye el fuerte de San José en 1724. Al poco tiempo, Montevideo fue declarada ciudad en 1730, y más adelante, por Cédula Real del 22 de diciembre de 1749, elevada a la condición de Gobernación Política y Militar, conservando sus límites jurisdiccionales demarcados al oeste por el arroyo Cufré, al norte por las cabeceras de los ríos San José y Santa Lucia, siguiendo la Cuchilla Grande y al este por las sierras de Maldonado. La otra característica del plan era el poblamiento basado en el asentamiento de familias procedentes en primer lugar de las islas Canarias, como sucedió en Montevideo (aunque las primeras familias procedían de Buenos Aires), y después de Galicia (Williman y Panizza Pons 2011: 18-19). Arturo Bentancur (2008) ha señalado que el accionar defensivo se limitó a la fundación de pequeñas guardias militares inmediatas a la Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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costa y a la región de Montevideo, cuyos puestos miliares fueron de escasa eficacia debido a la libertad de acción e ilegalidad de los pobladores de la campaña y por la frecuencia de los bucaneros portugueses que buscaban cualquier pretexto para fondear las aguas del Río de la Plata. Mientras tanto, la situación en la Banda Oriental es afectada con la firma del Tratado de Madrid, que disponía que los portugueses debieran entregar Colonia de Sacramento a cambio de los territorios al norte de Castillos Grande, en la región de Laguna Merím, hasta las cabeceras de los ríos Negro e Ibicuy (Barrios Pintos 1971: 366). 3 Las circunstancias volvieron a cambiar, al ser anulado el Tratado de Madrid por el de El Pardo, quedando vigente el panorama anterior. Entre 1762 y 1763, el gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, realizó una importante campaña militar a la Banda Oriental, apoderándose de Colonia y de los fuertes de Santa Teresa y San Miguel. Durante los preparativos de su incursión al norte, con el objetivo de ocupar Santa Catalina, el gobernador se anotició de la firma de la Paz de París, que establecía la devolución de Colonia a la Corona portuguesa. De cualquier modo, Cevallos mantuvo bajo el control español los fuertes ocupados (Martínez Martín 2007). Como resultado de esta reconquista y con el objeto de formar una delimitación más precisa de las fronteras, según Hoyuela Jayo (2007: 20), los españoles incrementaron la fundación de ciudades, villas

y

poblados

e

implementaron

asentamientos

fortificados,

principalmente en la zona costera e islas, para la defensa de los territorios de la Banda Oriental.

Lo cual provocó la denominada “guerra guaranítica”, ante el alzamiento de los guaraníes de las misiones que se negaban a pasar al dominio portugués.

3

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A fines del siglo XVIII se reanudaron las hostilidades entre las potencias ibéricas. Ante la reconquista portuguesa de Río Grande en 1772 el gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vértiz, tuvo que hacer frente a varios ataques por tierra y mar contra el fuerte español de Santa Tecla, en Río Grande, que fue conquistado por el asalto de los portugueses. En definitiva, entre mediados del siglo XVIII y comienzos del XIX, nuevos centros urbanos de diferentes jerarquías se van a localizar en la Banda Oriental. A Santo Domingo de Soriano, antigua reducción indígena fundada por padres franciscanos, y a Colonia de Sacramento se agregó San Fernando de Maldonado, fundada por el gobernador José Joaquón de Viana en 1755, y numerosos pueblos y villas. Bajo la jurisdicción de Buenos Aires se fundaron San Carlos (1763), Rosario de Colla (1777), Capilla Nueva de Mercedes (1789), Melo (1795) y Nuestra Señora de los Remedios de Rocha (1801). En la jurisdicción de Montevideo se encontrarán Guadalupe de los Canelones (1778), San Isidro de las Piedras (1780), Santa Lucia (1781), Nuestra Señora de la Concepción de Minas (1783), Pando (1787) y otros (Reyes Abadie et al. 1909: 33), en su mayoría pertenecientes a los actuales departamentos de Montevideo, San José, Canelones y Maldonado. A grandes rasgos, la gobernación de Buenos Aires administraba la zona entre los límites de Montevideo y el Río Negro, quedando los territorios al norte del Río Negro bajo dependencia de las misiones con asiento en Yapeyú (Williman y Panizza Pons 2011: 22). Sin embargo, después del Tratado de San Ildefonso no cesó la penetración y el avance lusitano en la Banda Oriental. Según autores como Azara (1943), la debilidad y constante repliegue del frente español se vio favorecida por la alianza que supieron entablar los portugueses con las poblaciones indígenas, que se negaban a ser Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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dominados por los españoles. Esto se debía a una eficaz estrategia de los portugueses, que supieron negociar con los charrúas y minuanos utilizándolos como fuerza bélica a su servicio, realizando permanentes saqueos a las ciudades, villas y demás asentamientos hispano-criollos. En suma, entre mediados y fines del siglo XVIII, se efectiviza la ocupación militar y poblacional del territorio y se definen las fronteras entre los imperios ibéricos. A pesar de la permeabilidad de las mismas, se llevaron a cabo reformas administrativas de trascendencia, como la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776. Estas reformas se relacionan consecuentemente con un mayor incentivo comercial y de florecimiento económico de la región platense, siendo los puertos de Buenos Aires y Montevideo incluidos entre los habilitados por la Cédula Real de Comercio libre (Azcona Luque 2001: 85-86). Maldonado, ¿una región de estrategia fronteriza? Para analizar la región de Maldonado y su importancia estratégica, consideramos necesario examinar sus orígenes. En enste sentido, el puerto de Maldonado y su región adyacente obtendrán esa denominación a partir de la isla de Maldonado (actual Gorriti), también llamada “isla de las Palmas”, destacada por ser fondeadero de los barcos que llegaron desde fines del siglo XVI. 4 La importancia estratégica de su posición geográfica fue reconocida por el rey Felipe II, qien por Cédula Real sugiere al gobernador del Paraguay y del Plata, Fernando de Zárate, su conveniete poblamiento. El gobernador de Montevideo José Joaquín de Viana autorizó una orden de arresto para Francisco Gorriti, capitán del Regimiento de Cantabria, por rehusarse a contribuir con los gastos expedicionarios defensivos que se realizaban, por ejemplo, contra los indios minuanos. Se cree que por tal motivo la isla de Maldonado pasará a ser conocida como la actual isla Gorriti (Barrios Pintos 1971).

4

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La citada orden será llevada a cabo más tarde por el gobernador Diego Rodríguez Valdés y de la Banda, quien enviará la carabela “Sanvento” en reconocimiento de la zona e idearía un proyecto para fortificar la isla y fundar una ciudad en esa zona, denominándola “tierra firme frontera”; según su opinión, podía convertirse en cabeza de la línea portuaria de las flotas transatlánticas porque poseía un puerto con capacidad de 200 navíos. Sin embargo, recién en 1673 las autoridades españolas decidieron tomar posesión de la isla de Maldonado y de su costa, tras recibir noticias de que los portugueses, a la orden del Gral. Juan Silva de Souza, tenía intenciones de poblarla. En este contexto, el gobernador José Martínez de Salazar envió una expedición de reconocimiento y, por primera vez, se toma posesión de la isla. Empero, esto no fue realizado hasta la segunda mitad del siglo XVIII, prevaleciendo el peligro de ser ocupada por los lusitanos. Estos antecedentes evidencian que la región era considerada de importancia estratégica en el avance fronterizo de los imperios ibéricos, aunque no se determinará su definitiva ocupación hasta que el litigio por Colonia fuera resuelto y se tuvieran los recursos necesarios y la iniciativa de las autoridades. Sobre esto nos referimos cuando, una vez fundada Montevideo, el gobernador Bruno de Zabala se negó terminar la misión (facultada por el mismo Rey) de poblar y fortificar tanto la isla de Maldonado como su “costa firme frontera”, argumentando que era incapaz de defenderla desde el norte, que el Puerto estaba muy expuesto al corto abrigo de la isla y que dicha ensenada, aunque es muy dilatada, no tiene reparo ni agua en muchos parajes para fondear los navíos. Esta resolución llama la atención al contradecirse con la opinión expresada

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por el gobernador Valdés y de la Banda previamente citada (Barrios Pintos 1971: 356-366). Pero

la

región

costera

e

interior

de

Maldonado

sería

resignificada durante los litigios limítrofes en torno al Tratado de Madrid, donde los lusitanos propusieron que el puerto de Maldonado quedara dentro de su línea fronteriza, dejando a las misiones del lado español. Sin embargo, España prefirió entregar la mayor parte de las misiones jesuíticas del Paraguay. En este sentido, se desprende el siguiente interrogante: ¿por qué la Corona española prefirió conservar el puerto de Maldonado y perder la vasta zona de las misiones? Según varios autores, ante la determinación del Tratado de Permuta en que Portugal obtenía de España no solo la extensa zona del Río Grande y de las misiones jesuíticas, sino también gran parte de los actuales departamentos de Rocha, Lavalleja, Treinta Tres y Cerro Largo, la región de Maldonado se convirtió en uno de los centros imprescindibles de vigilancia y protección, por ser geográficamente la zona más próxima a las tierras de dominio lusitano. Se podría decir que el Tratado de Madrid fue de importancia para posicionar a Maldonado sobre los nuevos límites, provocando la ocupación de dicho espacio (Díaz de Guerra 2008: 172). Ante el ligero avance de los portugueses (que ya se hacían con un establecimiento en la zona del Chuy), el gobernador de Montevideo, José Joaquín de Viana, propone en un oficio dirigido al Rey el 16 de julio de 1754 la fundación de dos poblaciones: una en Maldonado y otra en zona de Minas. 5 Su intención era que dichas poblaciones evitaran la extracción de ganado hacia Río Grande y contuvieran las Viana propuso la formación de una nueva población, denominada Minas, paraje donde el Maestre de Campo Manuel Domínguez había hallado yacimientos de oro en 1748 (Díaz Guerra 2008: 176).

5

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invasiones de los indígenas enemigos en las chacras y estancias de Montevideo. Es decir que, junto con Montevideo, integrarían una barrera defensiva contra la progresiva penetración lusitana. Según estos argumentos y sin previa autorización del Rey, en 1755 Viana estableció una población de catorce personas, algunos casados con sus familias y otros solteros, en una zona de arenas firmes cerca del Portezuelo de la Ballena y de la Laguna de Diario (lugar de concentración de la caballada del Rey). De esta manera, comenzaron a llegar los primeros pobladores a la región de Maldonado (Barrios Pintos 1971: 366-367). En 1757, Viana realiza una segunda fundación

de

la

villa,

trasladándola

a

una

legua

del

primer

establecimiento, dentro de la bahía, siendo éste el paraje definitivo. Con autorización de Cevallos, se agregan a la naciente población siete familias de guaraníes que recibieron terrenos bajo el auspicio del gobernador de Montevideo (Díaz de Guerra 2008: 177-178). El pueblo recibió el nombre de Maldonado, que desde tiempo inmemorial había sido adjudicado tanto a la isla como a la bahía. Poco después, y en homenaje al rey Fernando VI, se comenzó a denominar San Fernando de Maldonado. Según el padrón de 1757, en Maldonado había 30 hombres y 18 mujeres incluyendo españoles e indios, 18 matrimonios con 50 hijos, siendo aproximadamente 100 personas en total, mientras para 1761, la población parece haberse reducido, registrando 10 vecinos, 19 mujeres, 22 hijas, 22 casas, 10 chacras y 8 estancias, 1860 vacas y 1050 caballos (Fajardo Terán 1955, Barrios Pintos 1971; Díaz de Guerra 2008). Por las directivas de Cevallos, Maldonado se fue convirtiendo en un “puesto militar”, porque para el año 1757 se dispuso que el brigadier Tomás Hilson estableciera una guardia permanente en el Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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puerto de Maldonado con un cabo y doce infantes. 6 Un año después, los portugueses habían erigido una guardia en el paraje de Castillos con un cabo y seis soldados. En respuesta, en 1759, Cevallos envió 100 hombres de infantería a Maldonado y se establecieron tres guardias o puestos (con un total de 100 soldados) cuatro leguas tierra adentro: la primera, sobre el arroyo Maldonado, en el camino hacia el Chuy y Rio Grande; la segunda, en la falda del cerro Pan de Azúcar; y la tercera se hallaba en el centro (Díaz de Guerra 2008: 193-198). Sin embargo, la defensa de la región se determinará luego de la campaña de reconquista y ocupación encabezada por Cevallos entre 1762 y 1763. Mientras se estaban desalojando a los portugueses de Colonia, Río Grande y los fuertes de Santa Teresa y San Miguel, se temía una respuesta inmediata de la escuadra portuguesa o de sus aliados ingleses sobre las costas al este de la Banda Oriental. Entonces, Cevallos decide enviar a la zona de Maldonado gran cantidad de tropas y armamento en refuerzo de las que ya se encontraban allí. Estas tropas estaban al mando de los capitanes José Nietto, Juan Antonio Carbajo y José Molina, bajo la dirección general del Capitán Lázaro Mendinueta. En un principio, se buscó reforzar la seguridad de la isla de Maldonado al mando del capitán Nietto. Así, en los primeros días de 1763 llegaron a la isla de Maldonado fuerzas desde tierra firme; en efecto, pasaron a “la Isla el Al.ferez De Dragones Dn. Julian Nuñez con quarenta hombres entre ínfantes y Dragones y al siguiente dia binieron diez Milicianos todo en Cumplimiento de la Carta orden de VE. de 28 del

6 Según Díaz Guerra (2008), existen documentos que constatan la existencia de una “Guardia de Maldonado” o “Guardia Vieja” para el año 1750, precediendo la fundación de la ciudad.

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procimo mes pasado”. 7 Días más tarde llegaron 50 indios, los cuales quedaron bajo el cuidado del Teniente Manuel de las Fuentes, quien debería enseñarles el ejercicio de las armas. 8 También arribaron el Alferez de Artillería Carbajo y el Alferez de Dragones Vidal con pertrechos,

municiones

y

viveres

necesarios

para

las

tropas. 9

Entonces, para el 14 de enero de 1763, la isla de Maldonado contaba con cuatro baterías: la de San Carlos, la de San Pedro, la de San José y la de San Santiago, entre entre las que se repartían 22 cañones, 104 artilleros, 45 dragones, 105 infantes (45 de los cuales pertenecían al cuerpo de reserva), seis sargentos y cuatro oficiales. 10 Por otro lado, hacia tierra firme se movilizaron gran cantidad de tropas de variados tipos: dragones, infantería y milicias procedentes de diferentes puntos del Río de la Plata. Tomando como ejemplo la relación de fuerzas del destacamento de Mendinueta, Maldonado Chico, el 20 de enero de 1763 estaba compuesto de un total de 374 hombres: 103 dragones, 135 milicias de Santa Fe y 137 milicias de Montevideo; repartidos entre las guardias de Maldonado (la isla, Solís, Pan de Azúcar y Joseph Ignacio), quedando en Maldonado Chico solo 201 hombres en total (53 dragones y el resto milicianos de Santa Fe y Montevideo). 11 A su vez, arribará el capitán Molina con 200 hombres más, quedando a cargo del puesto de Maldonado y desplazando al Capitán

AGN Sala IX. Comandancia de Frontera, Maldonado. Banda Oriental. Leg. 3.6.5 (1763-1765), Doc.[2] 5-1-1763. 8 AGN IX, 3.6.5, Doc. [3] 9-1-1763. 9 AGN IX, 3.6.5, Doc. [4] 11-1-1763. 10 AGN IX, 3.6.5, Doc. [6-7-8] 14-1-1763. 11 AGN IX, 3.6.5, Doc. [12] 20-1-1763. 7

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Mendinueta. 12 El nuevo comandante del puesto de Maldonado se aprontó en la tarea de organizar las tropas a su mando en tierra firme, conformadas de la siguiente manera:

Gente efectiba

Destacamtos Th d Franco de Piera Th d Manl dela Quintna Th d Joachin Marote Th d Cornelio Coisstay Totales

Infa

Cavallos

Enferms én Monto Drags Milizs 1

1

2

1

Desertores

Drags

Miliza

20

72

700

20

20

48

267

11

11

29

80

1

10

82

227

1

8

1

16

31

61

231

1274

4

11

1

18

3

Drags

Milizs

Según la fuente, en Maldonado se encontraban cuatro destacamentos a cargo de tenientes, cuyas tropas eran en su gran mayoría milicianos probablemente de Santa Fe y Montevideo. 13 Estas tropas fueron las encargadas de defender la zona de las incursiones de los lusitanos y, a su vez, serán movilizadas para conformar las llamadas “partidas de guerrillas” para la zona del Chuy y de Castillos, conformadas por milicianos y por soldados veteranos, considerados más aptos y disciplinados para recorrer los campos. 14 En una oportunidad se logró capturar dos desertores de los portugueses cuyos testimonios confirmaron su presencia en Castillos Chicos, con explícitos datos sobre la cantidad de tropas (400 dragones, 200 hombres entre infantería y milicias y 90 Peones) a la orden del coronel Thomas Luis Osorio y del teniente coronel Pedro Pereyra Chaves, y sobre la construcción de un fuerte en un montecito para el

12 13 14

AGN IX, 3.6.5, Doc. [6-7-8] 14-1-1763. AGN IX, 3.6.5, Doc. [19] 27-1-1763. AGN IX, 3.6.5, Doc. [13-14]21-1-1763.

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que tenían cinco cañones de montaña (se presume que es la fortaleza conocida luego como Santa Teresa). Los desertores confirmaron también que, con la colaboración de baqueanos hispanocriollos (naturales de las misiones o de Córdoba) y por gauderios, indios minuanes y soldados, salian grupos para robar caballadas, las cuales eran conducidas por San Miguel. 15 Se observa que la defensa de la zona de Maldonado pretende hacer efectivo el dominio. La documentación consultada ejemplifica cómo las tropas militares se incrementaron en muy poco tiempo. Según una relación de febrero de 1763, el destacamento de Maldonado poseía 916 hombres en armas; 284 de infantería y dragones, 630 de las milicias de Buenos Aires, Santa Fe y Montevideo conformadas de españoles, indios y pardos, más dos artilleros, con una plana mayor formada por el comandante de las milicias de Santa Fe, Joseph de Vera y Muxica, y el comandante de Montevideo, el maestre de campo Manuel Domínguez. 16 Días más tarde, otra relación de fuerzas da cuenta de la existencia de trece guardias (Solís, Pan de Azúcar, Arroyo de Sauce, Estancia de Moreno, Isla de los Zeibos, Estancia Vieja, Punta de la Sierra, Paso de la Coronilla, Paso del Arenal, Paso de las Piedras, Paso de Moleros, Puerto e Isla de Maldonado) cuyos destacamentos poseían un total de 176 soldados (111 milicianos y 91 dragones). En el campo de Maldonado, los cuerpos de tropas sumaban un total de 1229 hombres en armas (320 dragones, 608 milicias de Buenos Aires, 137 milicianos de Santa Fe, y 87 de Montevideo, más 44 Infantes). 17

15 16 17

AGN IX, 3.6.5, Doc. [37-38]4-2-1763. AGN IX, 3.6.5, Doc. [42] 9-2-1763. AGN IX, 3.6.5, Doc. 92, 28-3-1763.

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La gran cantidad de tropas militares tenían necesidades que debían ser cubiertas, especialmente en relación al alojamiento y la alimentación, sobre lo que se relevó un gran corpus documental sobre construcciones, como el cuartel de infantería, un almacén para víveres, un cuerpo de guardia para la tropa (el llamado “fuerte”) y la barraca que serviría de hospital que, aunque precario, suscitó un gran esfuerzo en mano de obra indígena y de materiales como madera y paja para los techos (Díaz de Guerra 2008: 199). Según estudios recientes (Biangardi 2013), estas necesidades militares dieron un gran dinamismo a la región, donde se fue creando un circuito económico con sede en Maldonado como eslabón de la ocupación de Río Grande para abastecer a las tropas acantonadas en esos establecimientos. 18 La fortificación de Maldonado se completa con la creación de una comandancia de San Fernando de Maldonado en octubre de 1763, siendo designado comandante el teniente coronel Lucas Infante, a cuyas órdenes quedaban todas las tropas que debían cumplir “con dos objetivos, el uno la defensa, y seguridad del Puerto de Maldonado con su Isla, y el otro sostener las posesiones que tenemos hasta el rio Grande”. Aquí, la autoridad quedaba bajo el teniente coronel Joseph de Molina, extendiéndose su jurisdicción hasta el fuerte de Santa Teresa. Bajo la autoridad del comandante quedaba “la nueva Estancia del rey situados entre le Arroyo Don Joseph Ignacio, y el Pantano llamado de Maldonado Chico, a cargo del Teniente Joaquín Marote”. A su vez, la comandancia quedó a cargo de “la construcción de dos Baterías en tierra firme a cargo del Teniente de Artillería J. Antonio Carvajo, una (…) 18 Línea de análisis que en el presente trabajo dejamos solamente esbozada; al respecto véase AGN IX, 3.6.5. Doc. 95, 2-4-1763; Doc. 96, 2-4-1763; Doc. 124125, 21-5-1763; Doc. 188-191, 24-3-1764.

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en el Arroyo de la Aguada con seis cañones, donde ya la hubo una vez, y otra en Punta del Este, con cuatro cañones”. 19 Ambas baterías fueron rápidamente terminadas, por lo que Maldonado concluyó con seis baterías sumando las de la Isla y las de tierra firme. 20 En relación a las fuerzas defensivas-militares, en Maldonado había ocho compañías de dragones, de las que sólo quedaron cuatro a cargo del comandante del cuerpo Lucas Infante (siendo la compañía del citado teniente, la de Joseph Martínez, la de Francisco Piera y la de Francisco Zavala). 21 Las otras cuatro compañías se destinaron una hacia Montevideo, otra a Colonia y dos a Buenos Aires. 22 De las compañías que permanecieron en Maldonado, una cantidad de 20 hombres se enviarán a la nueva villa de San Carlos bajo las órdenes del

alférez

Fernando

Cassio,

subordinado

al

comandante

de

Maldonado. Sobre la villa de San Carlos, fundada muy poco antes de crearse la comandancia, bajo su jurisdicción militar, se conoce que el comandante debía velar por la seguridad de la nueva población para todo lo que necesitasen sus moradores. Esta villa fue establecida en Maldonado Chico donde ya existía un puesto de guardia. Los primeros pobladores fueron, en su mayoría, familias de origen portugués procedentes de las islas Azores, que se encontraban establecidos en Río Grande, siendo trasladados por orden de Cevallos luego de tomar la zona. 23 En un principio, al frente de la naciente población que contaba con 525 habitantes se encontraba el capitán de dragones 19 20 21 22 23

AGN AGN AGN AGN AGN

IX, IX, IX, IX, IX,

3.6.5, 3.6.5, 3.6.5, 3.6.5, 3.6.5,

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Doc. Doc. Doc. Doc. Doc.

[150-152] octubre de 1763. [192-193] 25-3-1764. [150-152] octubre de 1763. [158] 11-10-1763; Doc. [160] 11-10-1763. [257] 13-7-1764.

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Mendinueta, que luego pasará a la responsabilidad del alférez Fernando Cassio. 24 Una cuestión relevante del pueblo de San Carlos, a poco tiempo de su fundación, es la formación de compañías de milicias locales. Según las cifras que el comandante Infante informa al gobernador Cevallos, el alférez Cassio había formado dos compañías de 50 hombres con tres oficiales, no siendo éstos portugueses ni isleños, como se había establecido. 25 Al tiempo que se fundaba la población de San Carlos, se llevaba a cabo la construcción de la fortaleza de Santa Teresa (Néspolo 2012b, Aguirre y Néspolo 2012) y la reparación del fuerte de San Miguel, los cuales serán dos de los pasajes obligados para trasladarse entre la Banda Oriental y Río Grande (Luzuriaga 2008: 2). Señalamos esta coincidencia porque avizoramos que estos emplazamientos, por hallarse en el camino conocido como Castillos Grandes o de la Angostura sobre el océano Atlántico, junto con la fundación de poblaciones y la creación de la comandancia militar y de compañías de milicias, ocuparán un lugar central en el sistema defensivo de la frontera, instaurando condiciones locales de seguridad y defensa, aunque como lo evidencian varias fuentes consultadas no se dejará de necesitar de fuerzas exteriores. Ante las situaciones descritas y las fuentes analizadas, proponemos que la fortificación-defensa y poblamiento de la región de Maldonado se fue dando de forma acelerada en relación directa al contexto

de

conflicto

entre

los

imperios

ibéricos.

Avizoramos,

consecuentemente, que la configuración de la región de San Fernando

24 25

AGN IX, 3.6.5, Doc. [276-277] 12-11-1754. AGN IX, 3.6.5, Doc. [278] 4-12-1764; Doc. [278] 4-12-1764.

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de Maldonado amerita ser interrogada como un espacio de frontera por su dinámica poblacional defensiva, tanto por su situación geopolítica estratégica como por el componente relacional embrionario interétnico de inmigrantes peninsulares ibéricos e hispano-criollos de regiones rioplatenses

y

de

indígenas

arribados

(destinados)

al

núcleo

fundacional de Maldonado. Consideraciones finales Siguiendo a Zorraquín Becú (1967: 135-151), podemos resumir que durante el siglo XVII los reinos de Indias sufrieron las consecuencias de un estancamiento que comienza con la destrucción de la Armada Invencible española en 1588, más las sucesivas derrotas militares europeas. Las Indias pudieron contar con una porción reducida de hombres y de capitales que habían contribuido a realizar la conquista. El autor afirma que la metrópoli reclama, cada vez más con mayor intensidad y urgencia, la contribución indiana para satisfacer sus necesidades en Europa, y que las colonias estuvieron obligadas a vivir casi exclusivamente de sus propios recursos, adquiriendo una postura meramente defensiva contra los ingleses, los portugueses o los “indios”. En este orden, se señala que durante el siglo XVIII los gobernadores y luego los virreyes tuvieron que realizar activas gestiones diplomáticas para evitar el avance de los portugueses o para ejecutar los Tratados de 1715, 1750, 1761 y 1777, y que fueron ellos, y no las autoridades peninsulares, quines lograron conservar el dominio de la Banda Oriental. La fundación de pueblos en zonas de frontera en busca de un dominio del territorio y de las poblaciones dispersas en las campañas lejanas del control directo de las ciudades fue una necesidad de primer Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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orden para las autoridades hispánicas, pero dependió en gran medida de la iniciativa local. Un ejemplo de esto es la región de Maldonado, producto de las acciones llevadas a cabo por altos funcionarios locales, el gobernador de Montevideo y el gobernador de Buenos Aires, quienes sin embargo seguían órdenes de las autoridades peninsulares o de los monarcas

imperiales.

Su

empeño

y

esfuerzo

personal

fueron

trascendentes dentro de un contexto de guerra con el Imperio portugués. Concordamos con Canedo (2006) en que esas fundaciones fueron prácticas a las políticas planificadas por la dinastía borbónica con el objeto de efectivizar el control sobre las colonias y así acrecentar los beneficios económicos de la metrópoli, sin olvidar que entendemos las iniciativas tanto de Viana como de Cevallos como acciones que apuntaban a acrecentar sus propias jurisdicciones de mando. En el caso del gobernador Viana, quien nunca tuvo la autorización real para fundar la villa de Maldonado, se comprende que la naciente gobernación buscaba ampliar su radio de dominio dentro de un territorio cuya conflictividad lo posibilitaba, pues los primeros pobladores “blancos” de Maldonado establecidos por Viana eran vecinos de Montevideo y seguirán siéndolo por mucho tiempo más. (Fajardo Terán 1982). Por su parte, como resultado de su expedición de “reconquista” en la Banda Oriental, el gobernador Cevallos crea la comandancia militar de Maldonado con amplia jurisdicción territorial, independiente de Montevideo, bajo la administración directa de Buenos Aires. Sin embargo, en relación a su proximidad geográfica, en caso de invasión o peligro del enemigo, Maldonado debía enviar refuerzos y

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auxilios a la plaza de Montevideo y viceversa. 26 Desde ese momento, se iniciará una suerte de rivalidad entre Buenos Aires y Montevideo, manifestada por una compleja superposición de jurisdicciones y de mandos políticos y militares, que se materializaron mediante la movilización de hombres en armas por el territorio, siendo esto más evidente con la creación del Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires (Néspolo 2012a, 2012b, Torres et al. 2012). En un principio, Maldonado se convertirá en un puesto transcendental para detener el avance lusitano sobre la Banda Oriental y, más tarde, será el paso obligado hacia la zona del Chuy y de Río Grande. En este sentido, podemos considerar a Maldonado, según Canedo (2006), como un caso concreto de complementariedad entre un puesto militar, defensivo y la formación de un pueblo que, a su vez, determina un espacio de frontera de características complejas, de acuerdo con Néspolo (2012a). En relación a esto último, intentamos aquí dar cuenta de las singularidades que se presentan en la región de Maldonado, donde se generan diferentes situaciones de competencia no sólo por su situación geográfica sino también por el tipo de contactos interétnicos entre hispano-criollos,

luso-brasileros

e

indígenas.

En

este

sentido,

citaremos un litigio entre dos capitanes de dragones en Maldonado, Mendinueta y de la Fuente, quienes se disputaban el mando de aquel puesto. Esta situación concluye con la aclaración de Cevallos de que Lázaro Mendinueta debía mandar por ser el oficial más antiguo en aquel campo. 27 Decidimos referirnos a este caso en tanto la investigación en curso evidencia otras tantas superposiciones de 26 27

AGN IX, 3.6.5, Doc. [150-152] octubre de 1763. AGN IX, 3.6.5, Doc. [139] 24-5-1763.

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mando que avizoramos como instancias de construcción de poderes locales. Otra cuestión ateniente a nuestro análisis remite a las características de las tropas militares de Maldonado. Para el período analizado, se evidencia una gran movilización de fuerzas militares de diferente tipo y procedencia, al tiempo que se conformaban fuerzas locales, siendo el cuerpo de dragones el que tendrá mayor permanencia en Maldonado. Teniendo en cuenta que desde un principio las autoridades militares fueron en su mayoría dragones, se entiende que estos oficiales hayan tenido una gran ascendencia a nivel local, estableciéndose con sus familias o casándose con las mujeres locales hijas de estancieros, y que hayan entablado densas relaciones socioeconómicas. En este caso, volvemos a mencionar al capitán de dragones de la Fuente, uno de los primeros militares en Maldonado, que se estableció con su esposa, se convirtió en unos de los primeros pobladores (Díaz de Guerra 2008: 271-272) y construyó una gran carrera militar, siendo nombrado comandante de la isla de Maldonado en 1764. 28 Por otro lado, la mayor parte de los oficiales dragones se convirtieron en baqueanos reconocidos por el dominio y conocimiento del espacio geográfico que habían adquirido y la experiencia en el campo, motivo por el que acompañaban a las tropas movilizadas, sus ganados y pertrechos hacia Río Grande y Montevideo. A modo de ejemplo, mencionaremos al oficial Joaquín Marote, quien no sólo estaba a cargo de la primera estancia del Rey en Maldonado, José Ignacio, sino que también fue un baqueano del lugar, siendo facultado para dirigir “marchas” a larga distancia en compañía de una gran 28

AGN IX, 3.6.5, Doc. [228].

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cantidad de tropas pertenecientes a las compañías de dragones e infantería de Maldonado y de la Isla. 29 En manifiestan

relación en

las

a

las

fuentes

diferentes

circunstancias

consultadas,

en

nuestro

que

se

espacio

encontramos, por ejemplo, asiduas o constantes deserciones de dragones que huyen hacia los campamentos portugueses, y también desertores portugueses capturados por las autoridades españolas (la mayoría trasladados al presidio de Montevideo). Al respecto, nos interesa traer a colación un documento que incluía una lista de hombres desertores de los portugueses que declaraban ser hispanocriollos procedentes de pueblos de la campaña bonaerense, del partido de Areco, de Arrecifes y de Montevideo, en su mayoría solados u oficiales milicianos. 30 Este hecho da una pauta sobre cómo el espacio de la Banda Oriental presentaba una libre circulación, movilidad y laxo control por parte de las autoridades hispánicas. Sin embargo, desde la campaña de Cevallos y el establecimiento de pueblos o puestos militares desde Maldonado hasta Río Grande, se puede decir que esa ilegalidad y esa libertad de movimiento estaba comenzado a hacerse más visible para los autoridades, quienes por lo tanto intentaron controlarla aunque sin demasiado éxito. Otro hecho que encontramos en los documentos consultados es una denuncia hecha por estancieros y vecinos del pueblo de San Carlos por robos de ganado, donde se culpaban a partidas de indios. Sin embargo, este hecho fue investigado por el comandante de Maldonado y sus subalternos, quienes evidenciaron que no había rastros de indios cercanos a Maldonado y, 29 AGN IX, 3.6.5, Doc. [291], Doc [292], Doc. [193], Doc. [294], Doc. [195], Doc. [196]: sin fechar. 30 AGN IX, 3.6.5, Doc. [49]11-2-1763.

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al

final,

indicaron

que

Magali Torres Eugenia Néspolo

posiblemente

uno

de

los

estancieros,

supuestamente el más perjudicado por el hurto, había sido el responsable del hecho pretendiendo quedarse con el botín obtenido. 31 Este

episodio

evidencia

las

diferentes

estrategias,

prácticas

y

habilidades que empleaban los pobladores de la campaña oriental para manejarse fuera de la legalidad ante la “supuesta” falta de una autoridad presente (por lo menos hasta el momento), dada la proximidad a una frontera en que era muy común que partidas de indígenas realicen robos y saqueos en las estancias, siendo muchas veces incitados por los lusitanos (Favre Padrón 2011) y/o en conjunto con desertores tanto españoles como portugueses, de lo cual existe gran evidencia. Entre mediados y fines del siglo XVIII, la región de Maldonado se fue construyendo como un espacio de frontera con características “múltiples”, tanto por su particular morfología geográfica (contando con las islas de Gorriti y de Lobos, próximas a su puerto, donde pueden aproximarse grandes embarcaciones y brindar recursos para la subsistencia, siendo una región de tierra fértiles rodeada de ríos y lagunas de agua dulce) como por su particular posición estratégica entre

el

imperio

español

y

el

portugués,

que

determinó

el

establecimiento de puestos militares y poblados de avanzada. Dichas características determinaron la construcción de un espacio de frontera donde se desarrollaron operaciones de control y defensa y se generaron situaciones socio-económicas complejas y litigios de poder o por la superposición de mandos y jurisdicciones, deserciones, robos, y diferentes trasgresiones a las autoridades. 31 AGN IX, 3.6.5, Doc. [264-267] 20-10-1764; Doc. [268] 27-9-1763; Doc. [269]19-12-1764.

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En

conclusión,

consideraciones

y

a

el su

presente vez

sugiere

Magali Torres Eugenia Néspolo

trabajo ciertas

propone

algunas

problemáticas

e

interrogantes que se encuentran aún en proceso de análisis, en pos de brindar mayor conocimiento sobre la construcción y/o constitución de este espacio de frontera, la región de San Fernando de Maldonado hacia fines del siglo XVIII, como articulador y neurálgico para el sostenimiento de otros espacios de fronteras periféricos a este núcleo. Bibliografía AGUIRRE, A. y NÉSPOLO, E. A. 2012. “Carta de los Capitanes y Caciques de los Pueblos de Misiones que se encuentran trabajando en las Reales Obras de la Fortaleza de Santa Teresa, Al Gdor. Y Cap. General Juan Josep De Vertiz, Pidiendo que los dejen volver a sus pueblos, 18 De Enero De 1773”. Revista TEFROS 10 (1-2). Disponible en www.hum.unrc.edu.ar/ojs/index.php/tefros/index ARTEAGA, J. J. 2000. Breve Historia Contemporánea del Uruguay. México: FCE. AZARA, Félix. 1943. Memoria sobre el Estado Rural del Río de la Plata y Otros Informes. Buenos Aires: Bajel. AZCONA LUQUE, E. 2001. “Evolución urbana en Montevideo en el siglo XVIII. Un mundo de fronteras, luchas y contrabando”, en Martín Acosta, M. E., Parcero Torre, C. E. y Sagarra Gamazo, A. (coords.), Metodología y Nuevas Líneas de Investigación de la Historia de América. Universidad de Burgos, 81-99. BARRIOS PINTOS, A. 1971. Historia de los Pueblos Orientales. De los aborígenes a la fundación de San Carlos. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, tomo 1. BENTANCUR, A. A. 2008. Contrabando y Contrabandistas. Historias Coloniales. Montevideo: Arca. BIANGARDI, N. A. 2013. Poblamiento, Crecimiento Económico y Poderes Locales en un Área de la Región Río de la Plata. Maldonado 1755-1814. Tesis de Maestría, Universidad Nacional de La Plata. CABRERA PEREZ, L. 1998. “La incorporación del indígena rioplatense a la sociedad colonial/nacional urbana”, ponencia presentada en el V Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 77-105

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La región de San Fernando de Maldonado (1755-1766…

Magali Torres Eugenia Néspolo

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Los indios mapuche de Los Toldos, siglos XIX-XX. Detrás de grandes lonkos… la invisibilidad del poder de las machis Prof. Marina Maiorano (UNLu) “…los corazones siguen latiendo bajo la tierra” 1

Resumen El principal objetivo de este trabajo se genera al interrogarse por el verdadero poder de las machis detrás de la indiscutida autoridad ejercida por los lonkos. Para analizar lo enunciado, se emplearán principalmente fuentes editas. Se pretende también observar la continuidad del accionar de las machis en torno de la “medicina tradicional”. Hay una serie de interrogantes que se plantean e intentaré ir resolviendo, o por lo menos planteando posibles respuestas. ¿Quiénes eran las machis? ¿Por qué motivos o vías llegaba una mujer a ser una de ellas? ¿Cuál era su lugar en la sociedad cacical? ¿Qué funciones llevaban a cabo? ¿Fue su accionar, en algún punto, signo de resistencia al poder del huinca? ¿Se observan continuidades a la largo del tiempo, que sobreviven a la fragmentación del liderazgo étnico? Es necesario aclarar que me ocuparé de los mapuches de Los Toldos entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Citaré diversos

ejemplos

provenientes

de

distintos

espacios

de

las

denominadas “fronteras”, como el aquelarre en la Baja Edad Media en Francia. Sorprende la gran similitud -a costa de este gran viaje en tiempo y espacio- que podemos hallar en el modus operandi entre aquellas brujas y nuestras machis.

1

Koessler 1971, citado en Bechis 2010:177.

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Los indios mapuches de los toldos …

Marina Maiorano

Palabras clave: Frontera – Sociedad segmental – Poder

cacical –

“Indios amigos” – Machi – Gualichu. Mapuche indians of Los Toldos, 19th-20th centuries. Behind great lonkos… the invisibility of machi’s power Abstract The main objective of this work is generated by questioning the true power of the machis behind the undisputed authority of the lonkos. Mainly edit sources will be used to analyze this issue. This paper also aims to highlight the continuity of the actions of the machis within “traditional medicine”. I will try to solve several questions, or at least consider possible answers. Who were the machis? How a woman became one of them? Which was her place in the chiefdom society? What functions did they carry out? Did their action, at any extent, show signs og resistance against the huinca? Can continuities over time, surviving ethnic leadership fragmentation, be observed? It is necessary to clarify that I will deal with the mapuche of Los Toldos between the second half of the 19th century and the early 20th century. I will refer to several examples from different areas of the so-called “borders”, such as the coven in the late Middle Ages in France. Despite the great trip in time and space, the similarities that we can find between the modus operandi of those witches and our machis are surprising. Key words: Border – Segmental society – Chiefly power – “Indios amigos” – Machi – Gualichu. 108

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Introducción Es importante aclarar que tanto en la construcción del objeto de estudio como en el proceso de organización de las posibles respuestas a las problemáticas dadas, ha sido de gran ayuda metodológica el enfoque interdisciplinario proporcionado tanto por la Etnohistoria como de la Antropología Histórica. Consecuentemente, es necesario comentar los contenidos generales de la bibliografía y fuentes empleadas. María Laura Cutera (2013) parte de la diferenciación entre los denominados “indios amigos”, “aliados” y “soberanos” sobre los cuales analiza la venganza como práctica vinculada a la reparación de daños irreversibles, como la muerte de algún integrante de la sociedad cacical y el gualichu, espíritu maligno capaz de poseer el cuerpo y alma de los hombres y mujeres causándoles desde las más variadas enfermedades hasta el deceso. En segundo lugar, estos actores sociales centran interés por ser vinculados con la sanación y los más variados aspectos de la cotidianeidad de los indios, que involucran a las machis. Tras haber trabajado durante siete años en el paraje toldense “La Rinconada”, Isabel Hernández (1993) realiza significativos aportes en relación a la cultura e identidad de este pueblo. Comenzando por la contextualización histórica que se inicia con la concesión de tierras por parte del Estado al cacique Ignacio Coliqueo (1866) hasta la celebración de un ngillatun en marxo de 1991, al que concurren los pobladores de “La Rinconada” en la provincia de Neuquén, pasando por la exposición y análisis de una serie de fuentes en torno al engualichamiento y el poder de sanación de las machis. A estos aportes se suman tres obras del padre Meinrado Hux. Para realizar un acercamiento a otras regiones y hallar posibles coincidencias y/o diferencias con el rol de las machis de Los Toldos tomaré los estudios realizados por Judith Faberman, los cuales a Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 107-147

109

Los indios mapuches de los toldos …

Marina Maiorano

partir de expedientes judiciales de Tucumán del siglo XVIII que registran denuncias contra mujeres indígenas acusadas realizar brujerías, permiten observar las diferencias entre la hechicera que causa el maleficio y la curandera capaz de subsanarlo, así como también su origen. Para comprender el contexto social en el que las machis eran, a priori, actores principales, es necesario explicitar qué se entiende por frontera, sociedad segmental, poder cacical e “indios amigos” en el marco de los debates originados en las últimas décadas. Comenzaré por reseñar brevemente el debate. En torno al concepto de “frontera”, los comentarios de Raúl Mandrini (1992: 63) se asientan en la historiografía argentina al concebir aquel espacio “no como un límite o separación sino como un área de interrelación entre dos sociedades distintas, área en la que operaban procesos económicos, sociales, políticos y culturales específicos”. En torno a los trabajos realizados en las últimas décadas, Silvia Ratto (2005) destaca la superación de las ideas turnenianas, donde el acento estaba puesto en el avance hacia la frontera del hombre blanco dejando fuera del proceso a diversos actores sociales, desde diversos pueblos indígenas, pasando por hombres y mujeres mestizos, esclavos y asiáticos hasta llegar, agrego, a los cautivos y excautivos. La autora toma el planteo Richard White, quien denomina a la frontera como “middle ground”, “entendido como un espacio tanto real

como

simbólico

donde

se

desarrollan

nuevas

formas

de

comunicación y comportamiento” (Ratto 2005: 183), para entender a la frontera como un espacio de intrincados intercambios, relaciones de poder y origen de nuevas formas sociales. En este sentido, la sociedad fronteriza es “multicultural”, idea compartida por Margarita Gascón (2007), quien define a la frontera como espacio de relaciones inter110

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étnicas e inter-tribales donde los préstamos culturales, los mestizajes e intercambios son evidentes. En aquel sentido es que Eugenia Néspolo (2013) define frontera como un “espacio políticamente concertado y disputado, […] un espacio relacional social, económico, político, cultural distinto de ‘Otro’ […] pasible a contener conflictos y/o disputas, negociaciones y/o convivencia armónica”. 2 En este punto, es relevante comentar el modelo

resistencia-complementariedad

(Néspolo

2003:

52).

Entendiendo por resistencia no sólo el conflicto armado sino toda estrategia orientada a la oposición y/o dominación de una sociedad por la otra, y generada en el contexto de la no aceptación del dominio y de

la

competencia

por

los

recursos

valorados

por

ambas.

Y

complementariedad, en referencia a las relaciones suscitadas en los espacios fronterizos que condujeron al desarrollo de ámbitos de poder en ambas sociedades. Estos procesos se retroalimentan, se dan en un mismo espacio-tiempo como un todo y, a la inversa de los conceptos “guerra” y “paz”, no son excluyentes. En este espacio dicotómico hallamos, en la parte hispanocriolla, una sociedad organizada por un aparato estatal, inexistente en la sociedad indígena segmental cuyas partes son denominadas parcialidades, dentro de las cuales coexistían subgrupos o individuos según afirma Martha Bechis (2010: 193): “(…) podían intentar comercio, amistad o agresividad respecto de la población blanca cercana o relativamente lejana. Era una 2 A esta noción, Cutrera (2003: 43) agrega que también es un espacio culturalmente concertado, ya que “aunque se muestre la recurrente intervención criolla sobre las prácticas y las costumbres indígenas, no descartamos la existencia de transferencias bidireccionales, no negamos a la frontera como un ámbito mestizo”.

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sociedad segmental cuyas unidades entablaban relaciones de conveniencia o logísticas en relación con los blancos, ya en forma individual o grupal”

En suma, ¿por quién estaba liderada la sociedad segmental? ¿Cómo se construía este liderazgo... y cómo se sostenía? En estrecha relación

con

el

modelo

resistencia-complementariedad,

Néspolo,

Cutrera y Morrone (2009) definen que liderazgo étnico es una construcción histórica, en la que se observan continuidades, avances y repliegues, alianzas y discordias constituyendo una enmarañada red de relaciones. Así, la autoridad del cacique era continuamente repensada, discutida y obviamente aceptada o negada tanto por sus seguidores como por el blanco. En este sentido, es relevante reflexionar sobre los regalos que el “indio amigo” percibía de parte del blanco, que en consecuencia implicaban lealtad al huinca y, como contrapartida, acrecentaban su poder, ya que sus amigos se regocijaban de orgullo; el poder étnico se aglutina, según mi propia expresión. No debe olvidarse que los lazos de consanguinidad son el elemento aglutinante por excelencia en estas sociedades, que podían incluso

verse

influidos

y/o

modificados

según

las

conductas,

conveniencias, actitudes, y costumbres de quienes por ellos se hallaban vinculados. Ejemplo de ello es la rivalidad entre los hermanos Justo y Simón Coliqueo treas la muerte de su padre, que ocasionó

la

fragmentación del liderazgo étnico. Machis, ¿simples hechiceras? En primer lugar, dos diferencias sustanciales en cuanto a imaginario entre ambas sociedades. La primera radica en que la Iglesia Católica impide el sacerdocio a las mujeres y, en cambio, entre las 112

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sociedades indígenas, si bien existen chamanes de sexo masculino, en general son las mujeres quienes detentan esta función. Los sacerdotes católicos se ocupaban –y ocupan- de cuestiones del alma, mientras que las machis se ocupan de enfermedades del cuerpo y del alma. Debe aclararse que, entre las sociedades indígenas, la concepción de salud y enfermedad es holística; por lo tanto, lo físico y lo psíquico son aspectos

indivisibles,

por

lo

que

el

tratamiento

debe

abarcar

indefectiblemente ambas dimensiones. Es para considerar que incluso las machis eran consejeras del lonko en situaciones de paz o de guerra, rogaban las lluvias en tiempo de sequías, descubrían quién era el brujo o quién causaba la muerte, y mediaban entre hombres y demonios. Intervenían identificando y contrarrestando cuestiones individuales, pero también restableciendo la concordia colectiva, ya que los diagnósticos, sanaciones y castigos eran de carácter público e implicaban la participación de la comunidad. Consecuentemente, un extenso repertorio de conjuros cantos y bailes acompañaban su accionar. La distinguían del resto de las mujeres, su típica vestimenta, una gran destreza en el manejo del kultrún 3 y el hecho de ser la única autorizada a ascender en el rehue 4. 3 Es un instrumento musical membranófono, cuya caja de resonancia semiesférica- estaba confeccionada con madera de canelo o laurel (ambos árboles sagrados). Según la disponibilidad, el parche podía ser de cuero de potro, guanaco, llama u oveja. La machi canta hacia el interior de la caja antes de tensar el parche, para dejar parte de su alma en él e introduce además pequeños objetos sagrados (piedras, plumas, hierbas medicinales), que suenan al sacudirlo. Sobre el parche se dibujaba –con tinturas o con sangre de algún animal sacrificado para la ocasión- una cruz que representaba los cuatro puntos cardinales y otros símbolos que representan el mundo mapuche. A su compás, la machi entra en éxtasis y recibe revelaciones, por ejemplo sobre el causante de enfermedades (Espósito 2007: 19). 4 El rehue o rewe, considerado un “espacio sagrado”, “altar sagrado”, consiste en un tronco de árbol grueso de aproximadamente dos metros de altura, en cuyo lado anterior tiene una escalera de siete peldaños. Entre el último escalón

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Las machis eran hechiceras, pero no por designio divino ni por haber heredado estas capacidades y conocimientos. El signo más evidente en una mujer que ocuparía tan importante función social era su característica enfermiza, de estómago delicado y de salud endeble. Su instrucción era doble: se enseñaba a la aspirante sobre sueños y trances; luego, las técnicas chamánicas, nombres, funciones de los espíritus y el lenguaje específico para relacionarse con ellos. Finalizada la instrucción y la ceremonia de iniciación 5 -encabezada por una machi anciana-, al tratarse de un ser sagrado, primero se curaba a sí misma y luego iniciaba su ministerio con los demás. Estas facultades debían ser renovadas periódicamente; el rehue era el escenario. Lo expuesto hasta aquí explica quiénes eran las machis y cómo se llegaba a ser una de ellas; pero su lugar en la sociedad indígena, interrogante central de este trabajo, dista de estar resuelto. En cuanto el papel económico que cumplían las mujeres en las sociedades indígenas pampeano-patagónicas entre fines del siglo XVI y del XIX, Miguel Ángel Palermo (1994) afirma que el acento se ha colocado en cómo son los caciques de mayor o menor relevancia, los capitanejos,

guerreros

y

lenguaraces,

quienes

se

manifiestan

enseguida ante el observador externo, siendo las mujeres, niños y los muy ancianos perdidos de vista; he aquí la invisibilidad planteada en el título. En la cotidianeidad de la comunidades, “Las mujeres son siempre más influyentes entre bambalinas que lo que parecen serlo en

y la plataforma superior se talla un rostro humano, sobre el cual suele esculpirse un sombrero de copa que pasa a ser la plataforma superior a la que asciende la machi para comunicarse con lo sagrado (Espósito 2007: 85). 5 La ceremonia de iniciación se denomina neicurehuen: ngeicun (mover, temblor) y rehue (espacio sagrado de la machi).

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escena” (Palermo 1994: 64). El autor repara en esto a partir de lo dicho por Luis de la Cruz, quien habiendo recorrido el territorio pehuenche a principios del siglo XIX comenta que el indio que tenía muchas hijas era rico aunque no tuviese ganado alguno, a causa de lo entregado a los familiares de la novia y por el rol relevante del trabajo femenino. Se observa aquí otra de las características de las sociedades segmentales: la importancia de los lazos de parentesco. Ejemplificador, sobre todo porque se refiere a una supuesta machi, es lo expresado por Martha Bechis (2010: 59) sobre Francisco Huener-Soria, quien según el relato ya era oficial de Coliqueo en 1868 y contrajo matrimonio con cuatro mujeres. Con una de ellas, Andrea Carranza o Caniulef, tuvo once hijos, de los cuales nueve continuaron su apellido. Las particularidades de este caso radican en que Andrea tuvo tres esposos, lo

que

implicaría

derechos

procreativos

compartidos.

La

otra

particularidad está dada por el hecho de que, según comentó el padre Hux, Andrea no era tan solo una mujer fuerte, sino también reconocida

y

probablemente

machi.

Esto

hizo

que

Francisco

concentrara en su persona poder político y social. No sólo tuvo una enorme prole masculina, sino que además pudo atraer a la mujer más destacada de la parcialidad, sumando a su mediana fuerza militar, la religiosa y personal de su esposa. Con estos fines eran concertados la mayoría de los matrimonios. Reflexionemos: su imagen icónica sobre el rehue, empuñando el kultrún, recitando plegarias; el resto de la comunidad, dos metros más abajo, observando. 6 ¿Cómo ignorar tamaña manifestación de autoridad? ¿Cómo no valorar y propiciar lazos de consanguinidad con

Adjunto al final del trabajo la foto de una machi en el rehue, a la cual no le es asignado origen ni fecha (Hux 2009: 53).

6

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una machi? La bibliografía hallada y el aporte de las fuentes ponen de manifiesto la autoridad ejercida por las machis o, cuanto menos, que su intervención era directa en muchos aspectos de la vida cotidiana de la comunidad. Se plantean así interrogantes en torno a cuáles eran estos aspectos y cómo actuaban en su desarrollo. Tanto la “fiesta de la Nubilidad” (Huecún tripai), la “celebración de las bodas” y el “velorio” (curucahuín) y exequias, como también los partos, eran momentos en que su quehacer cobraba aún más relevancia. Sobre la “fiesta de la Nubilidad” acontecida en marzo de 1858, en la tribu de Coliqueo, los datos hallados corresponden a las apreciaciones del padre Hux (2009: 85-89). 7 En esta celebración, las jóvenes de quince años son declaradas aptas para casarse. Tras haber pasado cuatro días en un toldo cónico cubierto de vistosos ponchos, llamado “casa bonita”, y haber ayunado, salen del recinto guiadas por sus amigas, ya que aún estaban veladas, y son recibidas alegremente por todos los asistentes. Varios muchachos bailan al igual que un coro de mujeres, guiados por el kultrún de la machi y cantos religiosos. Luego, los hombres montan sus caballos, toman sus lanzas y galopan en todas direcciones para ahuyentar al gualichu; finalmente, las muchachas son desveladas, lo que implica que pueden contraer matrimonio. En

cuanto

a

la

“celebración

de

bodas”,

interesante

y

pormenorizado en detalles es este relato, también aportado por padre Hux (2009: 90-92), entre Petrona -hija del capitán Levipán- y el capitanejo Calfuiñ. La ceremonia se inicia cuando los novios son sentados uno cerca del otro, ella en una lana bien blanca y él en un 7

Véase también Coliqueo 1985: 33-34.

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cuero de carnero negro. Toda la concurrencia se coloca en parlamento y escucha los consejos de padres, abuelos y de la machi Úrsula Mancé, quien explica a los novios la importancia de su contrato y las obligaciones que debe cumplir una buena mujer. Luego de que ambos asienten, se inicia el banquete, la música y el baile. En palabras del padre Hux (2009: 91-92): “En sustancia, la ceremonia habría sido así: comenzó con la entrada del cacique al recinto […] trajeron al recinto una yegua blanca y una vaca. Las mujeres victimaron a la yegua, mientras se musitaba una antigua oración. La machi extrajo el corazón aún palpitante y lo cortó en muy pequeños pedacitos que se repartieron a cuantos estaban al alcance. Y lo mismo se hizo con la vaca. Esto simbolizaba la unión que reinaba entre todos. La función religiosa terminó con una extraña procesión, como se hacia en todas las reuniones de carácter sagrado”

El otro ámbito en el que se observa la actuación de las machis es en los velorios y exequias. Un claro ejemplo es lo acontecido luego de la muerte de Ignacio Coliqueo el 16 de febrero de 1871. Habiendo fallecido el cacique Coliqueo, su cadáver ataviado con el uniforme militar de gala fue velado por más de 24 horas en la puerta de su vivienda. En la cabecera de su cajón colocaron pertenencias, prendas y armas. Unas doscientas mujeres recitaban lamentos y hombres pintados de color negro realizaban la corrida del gualichu –ya que para los mapuche las muertes no ocurrían por causas naturales. Cuando llegó el momento de las exequias, un largo cortejo acompañó al difunto, encabezado por sus hijos y la machi. Se sepultaron con él sus mejores caballos y prendas; cuando se disponían a darle el mismo destino a su viuda, fueron detenidos por el coronel Juan C. Boerr, quien al ver esto

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“[…] tomó la palabra, sirviéndole de intérprete el señor Rubio, y, después de que con sus sentidas frases lamentó la perdida del cacique […], siguió haciéndoles comprender, que ellos no se hallaban en el caso de los indios salvajes de la pampa, que se hallaban ya en un centro de civilización y que, por lo tanto, debían abandonar aquellas costumbres de salvajismo; que debían abrazar la religión cristiana […]” (Hux 2009: 257-258).

Como plantea Hernández (1993: 59), claramente la realización de las ceremonias del entierro “constituyen un vigoroso testimonio sobre la vigencia de las pautas culturales mapuche en la Tribu, luego de diez años de su asentamiento en La Tapera”, y fue esta vitalidad lo que impulsó la intervención de las autoridades militares. Si aceptaron aquella intromisión o hicieron caso omiso, no se tienen certezas o son escasas. 8 Lo que se conoce fehacientemente es que luego el coronel Boerr mandó reunir en parlamento a todos los capitanejos y designó como sucesor de Ignacio Coliqueo, a su hijo mayor, Justo Coliqueo, lo que implicó la clara expropiación por parte del huinca no sólo del derecho cumplir con la realización de una costumbre ancestral, sino también de la capacidad de elegir al sucesor del lonko fallecido. Sobre la elección del cacique y la intervención del blanco, excede los límites de este trabajo y de los objetivos planteados; en torno a la venganza, la intervención del blanco es deliberada y en su claro beneficio. Se hacen visibles así los diversos ámbitos de la cotidianeidad en la vida de la frontera en los que las machis no sólo se veían

Sobre esto, Hernández (1993: 60) informa que Juan Boerr impidió la realización de las ceremonias, al menos en su carácter público, pero pareciera haber indicios que sugieren que el accionar de las autoridades solo logró posponer las mismas y que se habrían consumado secretamente.

8

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involucradas, sino que constituían actores principales. Se abordará a continuación su actuación en torno a la muerte, enfermedades, gualichos y venganzas, espacios en los que considero adquieren aún mayor relevancia. La muerte natural era inimaginable Entre los “indios amigos” de Pampa y Patagonia, la muerte natural era un suceso inimaginable. Cuando se producía una enfermedad y luego la muerte, en la comunidad se asignaban causas físicas visibles o no, pero la responsabilidad del deceso recaía en alguien a quien se creía poseído por un espíritu maligno al que daban el nombre de walichu o gualichu, que proporcionaba a la persona en quien residía la capacidad de hacer el mal a otra. Este espíritu gustaba de introducirse en las mujeres de edad. “…de mal carácter o algo misteriosa atraía fácilmente la sospecha de sus vecinos y vecinas. También la libertad sexual de ciertas mujeres aparece relacionada con mucha frecuencia a la actividad hechiceril, abonando un perfil bastante definido y muy similar al de la bruja europea” (Farberman 2005: 104).

Dos ejemplos correspondientes a mujeres acusadas de brujería durante la Baja Edad Media permiten observar sorprendentes e interesantes las similitudes entre el imaginario indígena y las supersticiones medievales. Relatando el crimen cometido en 1127 en la persona de Carlos el Bueno, conde de Flandes, Schmitt (1992: 147) describe la acción y el súplico de una bruja. Cuando el conde Thierry fue por primera vez a Lile, una bruja fue a su encuentro bajando hasta el río que el conde iba a cruzar por el puente. Al acercarse a la hechicera, ésta lo roció con agua. Entonces, dicen, el conde Thierry se puso enfermo del corazón y del estómago. “Los caballeros […] atraparon Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 107-147

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a la bruja y, atándola de pies y manos, la instalaron sobre la paja y heno a los que prendieron fuego, y la quemaron”. Schmitt plantea que las brujerías permitían explicar toda desgracia biológica, desde las enfermedades hasta la muerte y principalmente la impotencia sexual. En torno a esta cuestión, es ejemplificador el siguiente pasaje. “En su autobiografía, el monje Guiberto de Nogent cuenta que su padre, después de casarse, había estado siete años sin tener descendencia a causa de un maleficio realizado por su envidiosa madrastra; y también fue una vieja mujer quien pudo poner término a dichos artificios” (Schmitt 1992: 149-150).

Los relatos caracterizan a las brujas europeas como “viejas feas” cuyos maleficios podían ser revertidos por otras “viejas”. En caso de ser atrapadas, las brujas eran condenadas a la hoguera por las autoridades

públicas,

cuando

el

populacho

no

se

adelantaba

lapidándolas. Tanto el proceder en situaciones se supuesto maleficio como el uso del fuego, ejecutor del castigo a las acusadas de brujas o engualichadas, son puntos de contacto que no deben pasarse por alto. El relato de Santiago Avendaño sobre una mujer acusada de bruja permite corroborar lo expresado: “[…] hicieron un gran fuego cuando se hizo ascuas amenazaron a Ignacia con las brasas si no confesaba si era bruja o que denunciara a otras que lo fueran y ella lo supiera […]. La ataron de los pies con la punta de un lazo, otros hacían lo mismo de las manos, y estirándola para un lado y para otro, la acostaron a la orilla del fuego y con esto confesase, como prometió decir la verdad si cesaban el martirio, la retiraron, pero como volvió a aseverar su inocencia, los indios, irritados […] volvieron a tenderla a la orilla del fuego y del costado en que no había sufrido aún […] repitieron la secuencia anterior pero al no tener resultados satisfactorios aún más coléricos[…] la desnudaron del todo y extendiendo las brazas, la echaron encima del fuego poniéndola boca abajo. Le dieron unos cuantos fregones y la retiraron” (Cutrera 2013: 266).

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Otro ejemplo, aunque previo, confirma el castigo infligido por las autoridades judiciales a las mujeres acusadas de brujas, según lo recopilado en los expedientes: “[…] tan solo en siete de los casos recogidos contamos con una sentencia. La pena capital le fue aplicada a Juana Pasteles en 1715, mientras que Lorenza, Pancha y Marcos Azuela fallecieron durante el proceso. Estas muertes en la prisión del cabildo, […] fueron interpretadas por los jueces como pruebas palmarias de la culpabilidad y también de la potencia de los reos” (Farberman 2005: 105).

El engualichamiento se vinculaba con la muerte, y para la sociedad hispano-criolla sus practicantes eran asociados con la figura del asesino (Cutrera 2013: 253), porque para la mentalidad del blanco la hechicería constituía un delito. En el sistema penal del Antiguo Régimen, las fronteras entre delito y pecado son imprecisas, y en el caso de la hechicería se trataba de un “delito contra la fe”, “una ofensa a Dios”; por lo tanto, debía extirpase o, cuanto menos, agrego, manejarse según la “conveniencia del blanco”. En la otra cara de la moneda, del lado del indio, los robos, enfermedades o asesinatos no se explicaban en el marco del crimen o delito. El homicidio era un delito gravísimo y debía ser reparado. La venganza era el único medio posible, sangriento y penoso; podía involucrar a muchos -parcialidades enteras, en reiteradas ocasiones-, generaba situaciones de desorden, tensión y representaba socialmente tanto el valor del individuo asesinado como el valor de quienes la llevaban a cabo. 9 “Lejos de tratarse de eventos aislados, las muertes que vengaban el maleficio eran bastante frecuentes y podían provocar considerables caídas demográficas entre la población indígena. Se mataba al acusado de haber hecho daño poseído

9

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Un claro ejemplo de esta situación nos lo proporciona Hernández (1993: 54) a partir de los relatos de Prudencio Arnold. Rosa Nahuelpan, esposa de Justo Coliqueo, hijo mayor de don Ignacio, se encontraba

enferma

gravemente

y

afirmaba

que

había

sido

engualichada por la primera mujer de Ignacio Coliqueo, Juana Amaifil Puefil. En diálogo con su esposo, éste sentencia: “Bueno, muere nomás, que ella también va a morir…”. La venganza se concretó dando muerte a la mujer de su padre; este hecho provocó la inmediata reacción del cacique principal, quien dirigió a sus lanzas contra el “sublevado”. Sin embargo el enfrentamiento fue evitado gracias a la intervención de algunos lideres de la tribu. El ex-cautivo Santiago Avendaño describe detalladamente los sucesos acontecidos luego de la muerte del cacique Painé, quien según su relato murió imprevistamente en 1844, muy probablemente de una afección cardíaca. Luego de morir su padre, Calvaiñe, su primogénito lo sucedió, y solicitó fuerzas armadas para “[…] hacer una junta general de todas las mujeres de sus departamentos para hacer una ejemplar limpieza de brujas quienes se habían ensañado con el cacique […] Las mujeres […] se desesperaban y gritaban […] porque sabían que de entre ellas habían de salir aquellas que necesariamente debían inmolarse como brujas, autoras del funesto acontecimiento […] Como brujas, muchas mujeres tienen que sucumbir del modo más atroz y vergonzoso: a bolazos, lanzazos y puñaladas” (Hux 2004: 92-93).

por gualichú y si era preciso, a los miembros de toda su familia. De este modo, un deceso traía aparejados mucho otros, incluyendo también el sacrificio de niños”. Además, la venganza se “podía asociar con otras conductas reprobables, como la apropiación de bienes del damnificado. Por otra parte si un grupo familiar que sufría una perdida se tomaba revancha en el grupo familiar del victimario, luego sus parientes hacían otro tanto con las víctimas ahora devenidas en agresores y la cadena se proyectaba por generaciones” (Cutrera 2013: 253-254, 267). 122

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Al día siguiente, luego del velorio, fue ejecutada la disposición sin que nadie emitiera una sola queja, según lo expresado por el excautivo. 10 En la indagación sobre la existencia de brujería, se consultaba a la machi, quien era la encargada de detectar al o los responsables de provocar el mal; quienes fueran sindicados por ella, serían

considerados

culpables

y

consecuentemente

víctimas

de

venganza, la mayoría mujeres ancianas. El otro proceso que se ponía en marcha una vez identificado su portador era “la corrida del gualichu”. Nuevamente, el padre Hux (2009: 88) nos transmite una clara descripción: “[…] mientras los hombres montaron a prisa sus caballos, desclavaron sus lanzas y echaron a correr en todas direcciones, persiguiendo al Gualicho, es decir al espíritu del mal. Remolineaban

las largas huaiqui (lanzas), caracoleaban los pingos […]”

Cuando se sentían amenazados por una enfermedad o un peligro cualquiera, los hombres buscaban sus armas y montaban a caballo para partir en busca del gualichu. Prorrumpían entonces en gritos desaforados y arremetían en su contra, echando al aire furiosos tajos, estocadas y golpes con las esperanza de acertarle. El propósito era alejarlo de las tolderías, por lo que no dejaban la ceremonia hasta no creer haberlo conseguido. Si bien el gualichu era invisible e incorpóreo, en ocasiones alguien podía ser su portador y en esos casos acontecían situaciones similares a las relatadas por Arnold. En relación con la muerte de un indio en Tapalqué, una vez indicados los portadores del gualichu por la 10

Para más detalles, véase Hux 2004: 93-98.

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bruja o agorera, un grupo montado y con sus chuzas se dirigieron al establecimiento señalado, mataron a todos los adultos y con los niños formaron un pelotón al que rodearon a caballo. “Luego permanecieron hablando y gritando y en ratos se desprendía alguno de los sitiadores, el cual salía corriendo y gritando: gualichu, gualichu, acompañando esos gritos con lanzazos al aire […] Luego se paraba prorrumpiendo en nuevas exclamaciones sobre el gualichu, volvía a emprender la carrera, que detenía, cuando calculaba que el engualichado debía estar muerto.” (Cutrera 2013: 269-270). En relación con la intervención del blanco en los procesos de venganza, en caso de tener la posibilidad o creerlo conveniente para sus intereses, llegaba a incentivar o inclusive participar activamente de ella; pero cuando las parcialidades involucradas estaban asentadas en espacios de frontera, requiriendo por lo tanto de su protección, las autoridades manifestaban su desagrado. Durante el período que nos ocupa, y por la razón dada, las venganzas fueron consideradas una manifestación de barbarie, y para el caso de los “indios amigos” debía erradicarse o, cuanto menos, controlarse (Cutrera 2013: 254). La manera de proceder de las autoridades variaba según los niveles de desorden en la frontera. El abanico de opciones era amplio y se abría desde el simple diálogo con los lonkos para intentar persuadirlos de que dejasen de matarse entre ellos, pasando por el hecho de refugiar y ayudar a escapar a mujeres acusadas de portar el gualichu hasta encarcelar a indios hallados cometiendo este “delito” -lo era así para la mentalidad del blanco, pero no para el indio-, cuya prohibición,

como

señala

Cutrera

(2013:

255),

implicaba

“la

expropiación de la capacidad de reparación de un daño que tenían los jefes parentales indígenas”.

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Machi, kallku, enfermedades y el encuentro con la medina criolla Para la cultura mapuche, la forma de concebir el universo y todo lo que en él acontecía era de carácter holístico. Desde simples hechos cotidianos, pasando por la religión, la muerte, la enfermedad y la medicina eran esferas integradas e interrelacionadas en un todo plagado de significados y simbolismos. Al igual que con la muerte, los indígenas atribuían la enfermedad a la acción maléfica de un espíritu, del que ya han dado algunos detalles: el gualichu. En cuanto al concepto mapuche de enfermedad, Hernández (1993: 226) señala que este se basa en dos oposiciones: “ a) componentes mágicos-religiosos y empíricos naturales y b) elementos negativos-orígenes de la enfermedad y positivosubicación, eliminación y prevención de la enfermedad […] la misma es siempre causada por alguien, por lo cual la curación va dirigida a contrarrestar la fuerza dañina, tanto como a aliviar al enfermo […] Enfermedad y muerte son el castigo de los dioses por las malas acciones y las ofensas, o de lo contrario, son el producto de la acción de seres humanos malos y envidiosos”

Se han comentado los roles religiosos y éticos que cumplían las machis; analizaré a continuación el rol médico, aunque es relevante señalar que un rol o ámbito de injerencia se halla estrechamente relacionado con el otro. Consideraré, entonces, la relación de las machis con los espíritus, las ceremonias, los procedimientos realizados para extraer de la persona afectada el espíritu maligno causante de la enfermedad, y su personaje antagónico, el kallku o brujo. Otra cuestión a examinar es el encuentro de la denominada medicina tradicional y la medicina criolla. Tomando lo dicho por Cutrera (2013: 293-295), si bien eran dos universos que no entraban en contacto por primera vez, la “intersección” de estas facetas generaba dos reacciones inversas, por un lado acomodamiento y por el otro lado Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 107-147

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competencia, entre medicina tradicional y criolla, entre machis y diplomados. En

este

sentido,

agregaría

la

idea

de

interjuego,

preguntándome por qué la relación entre ambos sistemas medicinales debiera pensarse en el marco del acomodamiento o la competencia, la aceptación o la negación. ¿Por qué no pensar en este tercer espacio al que denomino interjuego? Las fuentes con las que cuento y relatos tomados del ya citado libro de Hernández conducen a una respuesta afirmativa: entre la medicina tradicional y la medicina criolla existía un espacio de interjuego. En

las

sociedades

indígenas

eran

conocidas

ciertas

enfermedades que consideraban habituales; para paliarlas, contaban con estos actores sociales en los que se ha concentrado la mayor parte de este trabajo, las machi, quienes combinaban sus conocimientos en herboristería con sus capacidades de relacionarse con el mundo de los espíritus. En consecuencia, eran chamanes: “El chamán guarda una estrechísima relación con el mundo de los espíritus, aunque es distinguible de un poseso, porque él los domina. […] logra comunicarse con los muertos, los demonios o los espíritus de la naturaleza, sin convertirse por eso en instrumento suyo” (Cutrera 2013: 308).

Ahora bien, otro actor social sumamente interesante para analizar es el

kallku o brujo, representante del mal que controlaba

tanto a los espíritus de sus antepasados como a las almas capturadas. 11 En este sentido, es relevante exponer, consecuentemente

11 Sobre este último aspecto, hallé una interesante aclaración de Dowling (1973): “Los alwe son entes intangibles que se incorporan al cuerpo de los mapuches en el instante de su agonía. Cuando estos fallecen, el alwe abandona

126

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con Cutrera y lo indagado, que las fuentes no diferencian a las machis de los poseídos por el gualichu, empleando la palabra brujo/a, como en muchos de los casos –recordemos lo dicho en torno a la venganza-, porque la concepción criolla difería de la del indio. En tanto que para éste existía una clara diferenciación entre quien realizaba un ritual curativo y quien era acusado de realizar el mal, desde la concepción del criollo no existía tal diferencia. Sostendré entonces que el concepto kallku es comparable al de brujo y que machi concuerda con el de maga o hechicera. Otra diferencia radica en el accionar de estos actores. Quien fuese poseído por el gualichu era conduicido a ocasionar el mal de forma espontánea, y hasta quizás sin tener la clara noción de estar haciéndolo; en tanto que, para curar una enfermedad, la machi partía de un ritual voluntario y conocido, y si ocasionaba algún daño lo hacia con conocimiento. De hecho, siguiendo a Cutrera (2013: 314), “quien aprendía una celebración para curar una enfermedad o deshacer los efectos maléficos de la brujería se instruía, al mismo tiempo, en la fórmula del conjuro que podía producirla”. A pesar de tener tanto poder e indiscutida intervención en los distintos ámbitos de la cotideaneidad mapuche –como ha sido señalado en apartados anteriores-, las machis no se hallaban libres, pues, de temores en torno a la posibilidad de haber practicado un daño. Aunque raramente ocurría, Alcides d’Orbigny explica que podía darse el caso de que, si los indios no sanaban rápidamente o si los suyos perecían, acusaran a las “agoreras” y éstas fueran sacrificadas por los parientes. Por su parte, Tomás Falkner agrega que similar final llegaban a tener el cadáver, y si es atrapado por los kallku pasa a ser un wichalnalwe (mandadero encargado de ejecutar los maleficios ordenados por los kallku)”. Citado en Hernández 1993: 225.

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en el caso de la muerte de algún cacique, ya que matan a algunos de los hechiceros y con más razón si creen que han tenido alguna controversia con el occiso antes de su muerte por lo que culpabilizan de la pérdida al hechicero y sus demonios (Cutrera 2013: 313-314). También les suele ir mal cuando en ocasión de pestes mueren muchos y ellos sobreviven. Igualmente, reitero, ambos conceptos no deben confundirse, en tanto que machi se equipara a la noción de maga o hechicera, con la capacidad de predecir y en función de ello aconsejar, y también de médicas o curanderas, mientras que kallku se equipara a la noción de brujo, es un poseso que actúa poseído por el gualichu. Hablemos ahora de la cura de las enfermedades, proceso en el cual las machis desplegaban todo su conocimiento, tanto en torno a un amplio herbario como en cuanto a sus vínculos con los espíritus. A partir de su trabajo de campo con la comunidad de Los Toldos, Hernández distingue tres tipos de acciones a diferenciar durante la cura: el pewtuwn, el forrarun y el malukan. “El primero es una suerte de diagnóstico que permite declarar la ubicación del mal 12. El segundo se refiere a las prácticas empíricas propiamente dichas (chupar, fumigar, masajear, purgar, medicar). El último abarca las operaciones de cura, es decir, la función propiamente shamánica de la machi: la ascensión y la lucha con los espíritus maléficos”. 13

12 “El mismo consiste en la aplicación sobre el cuerpo del enfermo de un animal abierto en dos, cuyas vísceras rebelan el sitio de la enfermedad o maleficio, y asumen el mal mismo. De este modo el daño queda localizado y transferido al animal” (Koessler 1962: 78, citado en Hernández 1993: 226). 13 “Hay que señalar la importancia que tiene en la técnica de las machi temas de ascensión celeste y la galopada aérea. Porque, poco después de haber invocado la ayuda y la protección de Dios y de las machi muertas, la shamana anuncia que va a montar a caballo, junto a otras machi invisibles. Durante el trance, su alma abandona el cuerpo y vuela por los aires” (Eliade 1976: 264, citado en Hernández 1993: 226). Agrego aquí, solo a modo de comentario, la

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El último grupo de acciones constituye la ceremonia de curación propiamente dicha, el machitum. 14 Según este modelo, analizaré los aportes realizados por Farberman y Cutrera. Farberman plantea que la cura consiste generalmente en la succión sobre la parte aquejada, cuya finalidad es extraer el objeto que provoca el mal, el cual será exhibido por el chamán para demostrar su poder. Así es que, según el procedimiento llevado a cabo y el origen del maleficio, tanto la machi como el enfermo podían expulsar residuos corporales extraños. Muy claros son los ejemplos relatados por Farberman (2005: 130) sobre una tal María Antonia, cuyos problemas habían comenzado cuando “echó por la boca un pedacito que al parecer es damasco y un pedazo de gueso de costilla de cabrito, dos pedacitos pequeños de gueso y dos hilitos colorados de lana. El vómito le había sido provocado por su encomendadera que le dio a beber un brebaje de porotillos para aliviarla de lo que inicialmente parecía una natural indigestión. Fue la exhibición pública de los residuos la que afianzó la hipótesis del origen preternatural de la enfermedad […]”

Podría enumerar muchos otros relatos de este tipo, pero lo que interesa resaltar aquí es que estos objetos eran la prueba, en el marco del imaginario del indio, de la existencia de un daño o maleficio que la machi se encargaba de detectar, diagnosticar y expulsar. extraña similitud entre esta machi que galopa por los aires y la bruja europea, que tantos relatos ha generado, montada en su escoba. Paralelismo que considero interesante, aunque su abordaje ameritaría otro trabajo y materiales de los que no dispongo. 14 Un testimonio de estos poderes de las machis, perteneciente a los fragmentos de un machitum, es transcripto por Pascual Coña: “De mucho poder disponemos nosotras las machi… Nos hallamos esparcidas por todo el mundo, listas a prestar ayuda dondequiera se la necesite; en el cielo mismo practicamos valiosa intersección; libramos al enfermo de los espíritus malignos…” (Hernández 1993: 56).

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En torno a los métodos elegidos por las machi para lograr la cura, es muy rico en detalles el relato realizado por Manuel Baigorria en sus memorias, donde cuenta cómo enfermó repentinamente, quedando paralizado de la cintura para abajo, teniendo posibilidad de movimiento tan solo en sus brazos y cabeza. Ante esta situación, “Como en aquel país bárbaro todas las enfermedades son atribuidas a abusos, Llanquetruz, […] dijo a las chinas con aire amenazador: que vuelva yo y lo halle enfermo, sabré lo que he de hacer. Después que este se fue las chinas se reunieron, aquellas mas ancianas asustadas […] Al fin discurrieron éstas juntar toda yerba, pasto y hojas de árboles, y con éstos darle un vaho en una hornalla […] cuando estuvo en estado de ponerse colorada le echaron las yerbas y lo tomaron al enfermo en un poncho y lo sostenían cuatro de las chinas en el aire sobre la hornalla y otras lo cargaban de cobijas hasta que despedía sudor en abundancia. Con tres o cuatro días que ejecutaron esta operación ya pudo moverse y fue lo suficiente para restablecer” (Hux 2006: 84-85).

En el caso de que la administración de hierbas no diese resultado, los elementos rituales entraban en juego para extraer el gualichu del cuerpo enfermo, elementos que claramente pueden observarse en dos relatos que nos brinda Cutrera (2013: 310). En el primero, durante su estadía en Tapalqué en 1845, William McCann explica: “los médicos entre ellos son los machis o curanderos, prácticos en la preparación de hierbas medicinales. En caso de que los tratamientos utilizados no surtieran los efectos esperados, recurren los indios a misteriosas ceremonias llamadas molviuntum y marcupiguelem. En ellas se sacrifican animales, se hacían largas danzas y se realizaban prácticas tendientes a extraer el mal del cuerpo del enfermo, como fricciones o succiones de la parte afectada. Se culminaba con bailes en los que se instaba a participar al paciente, incluso a costa de sostenerlo […]”

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La salud y la enfermedad forman parte de una concepción holística en la mentalidad indígena, y por lo tanto lo físico y lo psíquico son dimensiones indivisibles; por ello, todo proceso de curación involucra, como se ha observado en el relato de McCann, ambas cuestiones. Así, luego de la administración de hierbas medicinales, se realizaban acciones sobre el cuerpo del enfermo –masajes, succiones, etc.- y por último se ponían en práctica mecanismos que podríamos denominar rituales (sacrificios animales, bailes, corrida del gualichu, etc.). Agregaría aquí otra cuestión: la percepción de la existencia de la “sanación”, tanto por parte del enfermo como del resto de la comunidad; he aquí la “eficacia simbólica” de la que habla Farberman (2005: 210-211), la capacidad de la machi o curandero de ofrecer respuestas consideradas satisfactorias para la comunidad. Otro ejemplo muy interesante y plagado de detalles es el que toma Cutrera (2013: 311) de un viajero francés que, habiendo visitado a los patagones, es testigo de una ceremonia curativa. El relato se inicia diciendo que el enfermo se hallaba acostado en un toldo; “la vieja adivina india, que lo cuidaba, le hizo poner el vientre contra la tierra, y se puso a sacudirle la nuca; luego, haciendo muchas contorsiones, le dio fuertes golpes bajo el mentón y sobre el pecho, llamando, con cantos, al genio del mal, con el pedido de que se fuera. Luego chupó sucesivamente las espaldas y otras partes del cuerpo, continuando la misma operación; dio vuelta al enfermo y siguió succionándole el ombligo, bajo los brazos, en los ojos, sobre la boca y en la nariz […] De golpe hizo muecas terribles y pareció sufrir ella misma; después de haber reanudado tres veces la operación se golpeó con fuerza y grito que tenía la enfermedad y que iba a mostrarla. En efecto, después de otras muchas monerías, hizo como que extraía de la boca del paciente un gran insecto del género cerámbico, que mostró a los asistentes, como emblema del demonio que poseía su cuerpo, por lo general la hechicera anuncia entonces que el mal no volverá más […]”

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El contacto con el cuerpo del enfermo a través de masajes y succiones, la instancia ceremonial donde los cantos y bailes son protagonistas de la escena, la expulsión (por parte del enfermo en los primeros casos y de las machi en el segundo) de cuerpos extraños y sobre todo el llamamiento al genio del mal, el gualichu, quien sucumbe ante el poder de la machi son elementos clave en el proceso de sanación, que se reiteran en ambos relatos. El cierre de la ceremonia está dado por el hecho de mostrar a los asistentes lo expulsado como símbolo de su eficacia y demostración de que el gualichu no regresaría. Otro aspecto a desarrollar es la relación entre estas prácticas medicinales

o,

como

la

nombramos

párrafos

atrás,

medicina

tradicional, y la medicina criolla. En el ya citado libro de Cutrera (2013: 316), se explica cómo sobre las prácticas medicinales, sobre las machis encargadas de administrar las hierbas y conectarse con los espíritus y sobre esa “concepción mágico-religiosa” que explicaba las causas de las enfermedades y la muerte, comenzarían a actuar los métodos, remedios y médicos criollos; aunque, como es sabido e intentaré comentar en el último apartado, no podemos aseverar que la medicina del blanco haya transformado por completo la medicina tradicional. Pareciera ser que este acercamiento o interjuego, como he sugerido anteriormente, se produjo con mayor insistencia cuando los grupos indígenas se situaban en el interior de la frontera, es decir cuando se hallaban enmarcados dentro de la categoría de “indios amigos” y según el interés y estrategia del poder de turno. El cuidado sanitario se acercó a la frontera, por ejemplo, cuando se propagaban epidemias como la viruela y en función siempre de cálculos y estrategias realizados por el huinca. Interesante comentario de María Silvia Di Liscia en torno a la cicatriz dejada por la vacunación ante la 132

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epidemia de viruela: era considerada por los indios como un talismán infalible contra el gualichu (Cutrera 2013: 329). Reflexionando

sobre

de

intervención

del

blanco,

hago

referencia a lo ocurrido en torno al impedimento o aceptación de la venganza, que tanto desorden traía a veces aparejado. Pero debe también señalarse que en el caso de los tratamientos de enfermedades las intervenciones no fueron de carácter disciplinario y violento. En cuanto a los pacientes indígenas que aceptaban acercarse a la medicina criolla, en general eran caciques, pero hay varias pruebas de que cuando lo hacían su afección ya estaba en un estado muy avanzado o era irreversible, por lo tanto las solicitudes de asistencia serían solo ocasionales y en caso de no funcionar el tratamiento proporcionado por el médico, preferían regresar a sus toldos donde las machis se encargarían de extirpar el mal. 15 Queda en claro que el blanco acercaba su medicina al indio por cuestiones estratégicas, y que éste la aceptó sólo en la medida que le ofrecía soluciones a sus dolencias, pero que en caso de no ser así retornaban al cobijo del poder de las machis. “Cuando los especialistas escaseaban o no los había, las autoridades se mostraban dispuestas a recurrir a quienes no practicaban legítimamente el arte sanativo. Así sucedía en el Fuerte Independencia para el año 1834, en que se permitía a su Comandante solicitar ‘un curandero y le abone ciento cincuenta

El siguiente es un claro ejemplo de lo dicho: “Catriel parecía no ser siempre ‘permeable’ a la medicina criolla. Si cuando un tratamiento funcionaba, solicitaba ser visto nuevamente por el médico, al momento en que sus efectos dejaban de sentirse, el cacique prefería volver a los toldos y ser curado por las machis, cuidado por los suyos, con sus procedimientos y sus prácticas. […] quedaba claro el irreconciliable encuentro de un espíritu maligno provocando una enfermedad, y apenas un purgante y un cirujano de frontera para expulsarlo” (Cutrera 2013: 320).

15

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pesos mensuales’, por encontrarse dicha plaza absolutamente un médico que asista a los enfermos” 16”

sin

tener

Siguiendo lo expresado por Farberman (2005: 142), en este contexto marcado por mezclas y empréstitos mutuos, de mundos distintos pero cercanos, es factible pensar en asiduos préstamos culturales, donde la hechicería o pensamiento mágico, si se quiere, sería campo fértil de hibridaciones, de interjuego, según opinión personal. Claro ejemplo de ello son las “salamancas”, producto mestizo donde el demonio es el elemento introducido por el cristianismo. Podría señalar aquí dos casos: el primero sería el estudio, realizado por Farberman, a partir de expedientes judiciales del Tucumán del siglo XVIII, contra mujeres indígenas acusadas de hechiceras, y el segundo sería el señalado por el padre Hux (2009: 358) sobre Justo Coliqueo, quien durante su juventud se habría consagrado en la cueva salamanquina de la Sierra de Tandil, según un indio le habría comentado. Otro caso que será detallado más adelante, pero que podría situarse dentro de este campo fértil de hibridaciones, es el de la machi María Roca, que se hizo llamar “Santa María” y santificó a uno de sus más cercanos colaboradores, don Fermín Sosa, con el apodo “San Pedro”. Según lo desarrollado hasta aquí y los diversos ejemplos aportados,

podemos

pensar

esta

problemática

en

términos

de

acomodamiento o competencia, aunque considero que sería adecuado hablar de interjuego, ya que si una (la medicina tradicional) o la otra (la medicina indígena) fallaba, escaseaba en medios o presencia o no daba

16

los

resultados

esperados,

entraba

en

acción

la

otra.

Palombo 1982, citado en Cutrera 2013: 299.

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Parafraseando a Voltaire: “Cuando falla la madre muy prudente, sale a la luz su hija alocada”. ¿Resistencia, acomodamiento o enmascaramiento? Si bien hasta aquí he centrado mi trabajo en comentar procesos y sólo ocasionalmente y en función de situar los relatos se han comentado acontecimientos, en este último apartado, previo al arribo a las consideraciones finales, se hace imprescindible relatar algunos hechos, a partir de los aportes de Hernández y de Hux. Hacia mediados de la década de 1870, la conversión al cristianismo de la cuantiosa tribu de Coliqueo era un relevante objetivo para el plan evangelizador, sobre todo teniendo en cuenta la influencia que este pueblo ejercía sobre el resto de las comunidades aborígenes del territorio. Con esta finalidad arribó, el 11 febrero de 1875, el padre Pablo Emilio Sabino, quien eligió como punto de irradiación para su labor evangelizadora “La Tapera Díaz”. Paradójicamente, el mismo día que el sacerdote plantearía en el parlamento indio el establecimiento de

una

misión

católica

entre

ellos,

acontecía

una

fiesta

de

consagración de una machi. A través de Hux (2009: 357-358), nos llega el relato que realizó el padre Savino de esa celebración, que cito a continuación sólo en partes: “Penetramos en el interior del círculo formado por unas treinta mujeres ancianas, vestidas a la usanza india con el quipam, sentadas sobre cueros de yeguas. […] En el suelo había dos cueros de carneros, uno negro y otro blanco. Esto, sin duda simbolizaba el rehué, el altar. Las mujeres rezaban y cantaban en un tono monótono […] Se acompañaban con el sonido de un tambor (llamado kultrún). Se destacaba entre ellas una india más anciana. Tenía una gran bola negra. Ella presidía y dirigía la ceremonia. Era la machí o sacerdotisa […] Ella ejercía en la tribu la medicina y la cirugía. […] Luego comenzó la procesión general (el avun). […] Todo el mundo avanzaba danzando grotescamente, dando saltos y volteretas”.

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Se observan claramente en esta ceremonia la mayoría de los elementos que hemos descripto hasta aquí: la machi gozando de una clara posición de privilegio como eje central de la ceremonia y como punto neurálgico de la medicina tradicional, tocando el kultrún y recitando, el rehue –aunque simbolizado por cueros-, y la comunidad participando de la fiestas con cantos y bailes. Finalmente, el padre Savino fue recibido por Simón y Antonino Coliqueo, quienes decidieron presentar su propuesta (establecer una misión católica y una escuela de enseñanza primaria en los campos de La Tapera de Díaz) ante el Consejo de Capitanejos. Una vez reunido el parlamento, quedaron claramente expuestas las diferentes opiniones sostenidas por los miembros de la familia Coliqueo. Por un lado, Simón y sus seguidores; por el otro, Justo apoyado por un número importante de capitanejos, quiens se oponían al proyecto del misionero. Sin embargo, cuando éste propuso sólo catequizar a aquellos que así lo desearan, los jefes de la tribu declinaron su postura. En 1876, en contexto de claro avance de la frontera, Justo Coliqueo y sus seguidores retomaron la lucha contra el huinca. Lo relevante es que este movimiento se inició con la celebración de una rogativa o ngillatun, el más importante de los ritos religiosos y que implicaba la unión de la comunidad, pero prohibido por aquel entonces. 17 El cacique Simón había prohibido la realización pública de Sobre este suceso, es interesante la descripción del padre Savino que nos acerca Hux (2009: 387-389), de la que citaré solo algunos fragmentos. Era la tarde del 4 de Julio de 1876, cuando estando el padre Savino enseñando catecismo en la capilla escuchó gran alboroto y al acercarse Simón le comentó, “Justo esta por celebrar una gran fiesta según nuestras antiguas costumbres, […] Dice que se le ha aparecido en sueños su antiguo Dios, manifestándole que, si quería conservar su salud, tenía que celebrar esta solemnidad. Por eso dio la orden a todos los capitanejos que vinieran a participar de la fiesta, hombres y mujeres […] Yo me opuse cuanto podía Padre […] traté de convencer por todos 17

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ceremonias religiosas tradicionales, por sugerencia del padre Savino, poco tiempo después de establecida la misión. Doble acción de resistencia ante el avance huinca: por un lado, la unión de Justo con el único lonko que nunca había negociado con el blanco, Pincen, y previamente la realización de una ceremonia prohibida. En palabras de Hernández (1993: 64): “La ceremonia se constituyó en un acto de marcado carácter simbólico, a través del cual los defensores de la resistencia étnica dejaron establecida una suerte de ruptura política, frente a las propuestas integracionistas del Cacique Simón”. Es clara aquí la segmentación del poder cacical detallada previamente, ya que ante la imposibilidad de control de la situación por parte de los caciques favorables a la política gubernamental, debieron recurrir al Ejército. Como resultado de estos sucesos, Justo Coliqueo fue derrotado y Simón fue confirmado como cacique principal. Otro suceso tenso aconteció dos décadas después, a principios de 1900, protagonizado por una machi de nombre María Roca, nieta del cacique Calfucura según datos proporcionados por Hernández. El padre Hux (2009: 475-478) afirma que era hija del cacique Catricura, hermano de aquel cacique. De niña servía en la casa del presidente Julio A. Roca. Bautizada en 1881, tomó el nombre de María Hortensia Roca. Contrajo matrimonio con Marcos Sastre –sobrino de Roca- y luego de enviudar inició el camino de búsqueda de sus raíces. Cuando llegó a Chubut, parece que allí fue introducida en el arte de las machis, en sus costumbres y ceremonias. Siguiendo su camino llegó a Los Toldos, donde ejercía una influencia increíble, cautivando audiencia

los medios a ese indio de que suspendiera la ceremonia. Simón apoyó mi pedido, pero todo fue inútil”.

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con su sola presencia. Daba consejos atribuyéndose autoridad divina, se hizo llamar Santa María y santificó a su principal colaborador apodándole San Pedro. Con su presencia, las ceremonias y fiestas prohibidas se multiplicaron, incluso al punto de que muchos de los integrantes de la tribu abandonaran sus trabajos. Esta situación llevó a que Simón Coliqueo pretendiera hacer valer una vez más su autoridad y ordenó se suspendieran las prácticas, pero no lo obedecieron y lo tildaron de “amigo de los huincas”. Así es que, seguida por devotos, María Roca restituyó públicamente en la tribu la realización tanto de prácticas curativas como de ceremonias religiosas. Al ser desoídas las órdenes de Simón Coliqueo, y en consecuencia no neutralizar la convocatoria de la machi, debió solicitar la intervención de las autoridades militares y civiles de la zona. Como consecuencia, la machi fue detenida y se prohibió su ingreso a la comunidad, aunque poco tiempo después logró regresar y llevar a cabo una concurrida ceremonia, el último ngillatun celebrado en tierras de Coliqueo, en agosto de 1900. 18 Reiterando su accionar anterior, aunque con mayor crudeza, Simón Coliqueo acompañado por fuerzas policiales intentaron reducir a los participantes, pero ante su negativa, se produjo un enfrentamiento que concluyó con varios muertos, heridos y detenidos, incluida entre los últimos María Roca. De carácter anecdótico pero de interés en este desarrollo, es que en el parte oficial que describe esta acción represiva, María Roca, conocida por sus adeptos como “Santa María” aún durante la contienda 18 Específicamente sobre esta celebración, una vez más el padre Hux (2009: 478-479) nos acerca detalles: “la Santa María los hizo formar dos filas y pasando de uno a uno, se dejó besar las manos […] Finalmente prorrumpieron en gritos desaforados, […] Luego sacrificaron la yegua. Hicieron un hoyo en la tierra para juntar la sangre del animal, pues con ella la machí ahuyentaría al gualicho […]”.

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“afirmaba que poseía la magia de hacer que las balas de los agentes de policía se volvieran hacia quienes las habían disparado y que se quebrarían las dagas de los agentes, que quedarían mochas e inofensivas” (Hux 2009: 480).

Ambos acontecimientos son claros manifiestos, por un lado, de la existencia de conflictos internos del grupo, de la pérdida de autoridad del cacique, y por el otro, de la capacidad de convocatoria que seguía teniendo la machi y, en consecuencia, de la relevancia de los elementos simbólicos-religiosos en el intento por organizar una “resistencia cultural” 19 ante el huinca aunque, como claramente quedó expresado más arriba, ya empapada de elementos introducidos por el cristianismo. El actor central, la machi, se hacia llamar Santa María, en clara identificación con la religión cristiana. Dos años después de estos sucesos, en septiembre de 1902, a causa de una pulmonía, muere el lonko Simón, quien se sabe que en su lecho insistió a su hermano Antonino sobre que no eligieran cacique porque se hallaban plenamente integrados al régimen municipal. Es clara aquí la acentuación del desmantelamiento del poder cacical, lo que implicó la pérdida de la capacidad de resistencia organizada frente al avance del blanco, sobre todo en cuanto a la apropiación las tierras. Al quedar desarticulada la organización comunal, caer el desuso la tradición parlamentaria y eliminarse el liderazgo étnico, proliferaron los intereses individualistas. Retomando, es interesante comparar la muerte del cacique Simón, o puntualmente sus exequias, con las llevadas a cabo en

19 Conceptualización tomada de Bartolomé (1988), citado en Hernández 1993: 66.

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ocasión del la muerte de su padre, el lonko Ignacio Coliqueo. En cuanto al entierro del cacique Simón Coliqueo, nuevamente el padre Hux (2009: 482-483) nos cuenta: “[…] fue una magnifica demostración de la estima que todo el vecindario le profesaba; y la participación de militares y gobernantes selló la fidelidad de este indio argentino. Su cadáver, vestido de Sargento Mayor del Ejército Argentino, fue colocado en un hermoso ataúd, al que envolvieron con una gran bandera azul y blanca. En un notable monumento en el cementerio se guardaron sus restos mortales […]”.

Esta situación es un claro acomodamiento ante el avance del blanco, ya que si recordamos lo expresado en torno al entierro del lonko Ignacio Coliqueo, se observan, transcurridas apenas tres décadas, grandes diferencias, y las considero así ya que de haber sido de otro modo seguramente el ojo observador y el oído suspicaz del padre Hux nos lo habrían hecho notar. Si bien ambos fueron sepultados con sus uniformes militares, en el caso de Ignacio Coliqueo además se colocaron a su lado prendas, armas y caballos que lo habían acompañado durante su vida, y durante el cortejo encabezado por la mach, mientras las mujeres recitaban lamentos, hombres pintados de negro realizaban la corrida del gualichu y en el preciso momento en que su viuda iba a ser sacrificada los dolientes fueron detenidos por el coronel Boerr. Aquí el papel del blanco es de intromisión, coarta la posibilidad de llevar a cabo un rito ancestral. Por su parte, en el entierro de Simón aparecen autoridades militares y civiles, pero sólo acompañando el cortejo. Un último punto no menos relevante: el lugar del entierro del padre aún hoy se desconoce, aunque certeramente no eran tierras consagradas, a diferencia del hijo, cuyos restos mortales descansan en el cementerio de Los Toldos.

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Teniendo en cuenta los conceptos comentados, los ejes del pensamiento

simbólico-religioso

ejemplificados, con intención

mapuches

desarrollados

y

de delinear posibles respuestas a los

interrogantes planteados inicialmente, voy a retomar una vez más lo desarrollado por Hernández (1993: 226-237), acercándome a tres agentes de salud de vigencia en la actualidad. El primer agente se reconoce a sí como “el indio de los Toldos”, el segundo es un médico mapuche 20 y en tercer lugar una curativa. El primer agente, si bien se autodenomina como “el indio de Los Toldos”, no se identifica como mapuche aunque nació en la tribu de Coliqueo y dice representar una tradición médica, cuyos orígenes prefiere desconocer. Atiende a sus pacientes en su vivienda, en cuya sala de espera tiene una imagen de la Virgen de Luján y estampas de otros santos. Es a la Virgen a quien invoca y promete durante sus curaciones, que lleva a cabo tocando a sus pacientes. Aduce haber aprendido a través de su padre y, si bien dice estar satisfecho con sus prácticas, no se opone a la medicina hegemónica. En palabras de Hernández (1993: 229), es un exponente de las prácticas médicas no oficiales: “El origen y la estructura de su pensamiento y de sus conocimientos terapéuticos manifiestan una innegable raigambre étnica y se enmascaran detrás de otras expresiones de medicina popular”. El segundo caso es el de un médico cirujano mapuche, descendiente directo del Cacique Ignacio Coliqueo, que vive en el centro de la ciudad de Los Toldos y lleva a cabo dos profesiones, la de médico y la de promotor cultural. En cuanto a los curanderos, admite su existencia y la necesidad que la gente tiene de ellos. Confiesa no ser Quien, por las referencias dadas por Hernández, logré identificar como el Dr. Haroldo Coliqueo, bisnieto del cacique Ignacio Coliqueo.

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católico apostólico romano, pero sí “católico de Los Toldos”. En sus palabras: “La medicina y la fe no se complementan en nada pero tienen mucho que ver” (Hernández 1993: 230). Es interesante de observar aquí lo que Hernández (1993: 230) nombra como “conciencia étnica dicotomizada […] Un juego de enmascaramiento: ser y no-ser al mismo tiempo”. Por un lado, su formación universitaria como médico; por el otro, reconocerse a sí mismo como perteneciente al pueblo mapuche. El tercer agente es una mujer que se considera curativa. Comenta que su rol le fue traspasado de su abuela y su madre, ya que ellas también fueron curativas, pero por otro lado dice haber nacido curativa, ya que nació el día de la Virgen y de pie. Desde su perspectiva, debemos diferenciar una curativa que alivia o sana una enfermedad, de una curandera, que también puede hacer el mal; digamos que los atributos de ambas pueden considerarse opuestos. En opinión personal, podríamos equiparar la categoría de curativa a la de machi, ya que ambas llegan a serlo gracias a una señal o sueño. La curativa de Los Toldos, más allá de confesar haber aprendido eventualmente, por otro lado admite haber nacido para esa función, y es aquí donde se observa una confusión con una tradición popular de origen no indígena. Por otra parte, la categoría de curandera se asemeja a los atributos de un kallku. En cuanto a su práctica, dice que las enfermedades sólo se pueden curar en mapuche, que el Bien la guía y que luego de curar sale al viento para que se lleve el Mal. He aquí otro punto de contacto con las machis, quienes como vimos anteriormente, luego de su práctica de sanación “volaban por los aires”. En relación al diagnóstico, la curativa utiliza un pollo que coloca sobre el pecho del enfermo y que, al abrirlo al día siguiente, le permite observar dónde se localiza la afección. El pollo es luego consumido, igual que los animales sacrificados con el mismo objetivo por las machis. El último elemento por señalar tiene que ver con la 142

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referencia indirecta a la continua lucha entre el Bien y el Mal. Ella misma dice: “Para protegerse de la envidia y de los daños, hay que llevar siempre una tijera o un cuchillo de plata. […] Esas son las defensas de una machí” (Hernández 1993: 237). Estos tres ejemplos de agentes de salud representan ciento cincuenta años en que el pueblo mapuche estuvo asediado, perseguido y coaccionado a abandonar manifestaciones propias de su identidad étnica. En la actualidad, relatos como éstos son el claro deseo implícito o explícito de recuperar y vivir plenamente su identidad, pero además resultado de un conjunto de contradicciones, de elementos heredados del huinca y del indio, de historias de resistencias, acomodamientos, ineterjuego y otros tantos enmascaramientos. Antes de arribar a las consideraciones finales, un último punto: el denominado “resurgimiento de la etnicidad” (Hernández 1993: 288-290), simbolizado por el ngillatun que en marzo de 1991 un grupo numeroso de vecinos de Los Toldos llevó a cabo en la comunidad neuquina de Chiuquilihuin, ceremonia en la que los pobladores mapuches de Los Toldos participaron activamente. Esta situación de algarabía se reiteró en abril de 1992, con motivo de la celebración del “Día del Aborigen”, cuando los mapuches neuquinos visitaron las tierras de la tribu y realizaron una fiesta plagada de danzas, cantos e instrumentos mapuches. Significa también la reinstauración del discurso indígena pronunciado en lengua vernácula y de la utilización de elementos de identificación étnica como el poncho mapuche. “La revisión de la historia, la reafirmación de la cultura y el desenmascaramiento de la identidad, surgen como metas de largo plazo, en el marco de un difícil proceso recién iniciado. No obstante, son verbalizadas tanto al interior del grupo de pertenencia, como ante la sociedad no indígena y constituyen un elemento novedoso y de consecuencias todavía impredecibles” (Hernández 1993: 289).

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Prueba de ello es que, al momento en que el exhaustivo trabajo de campo de Hernández y su grupo estaba llegando a su cierre, tanto autoridades

representantes

de

los

pobladores

neuquinos

como

toldenses preparaban la celebración de un ngillatun en los campos de la tribu de Coliqueo, luego de tantos años de silencio, luego de pasados tantos años de aquel último ngillatun llevado a cabo en 1900, con la machi María Roca como actriz central. Consideraciones finales Considerando lo desarrollado hasta aquí, es relevante retomar algunas de las ideas abordadas. En torno a la conceptualización de la frontera, espacio protagonista de este trabajo, debe entenderse como un espacio cultural y políticamente concertado y disputado, donde tanto conflictos como negociaciones o convivencia son posibles; donde relaciones de resistencia-complementariedad, siguiendo el modelo de Néspolo, se hacen visibles. Entendiendo así que la guerra no fue incesante sino que constituyó un hilo en la enmarañada red de relaciones que se suscitaron en los espacios fronterizos, donde ambas sociedades, la hispano-criolla y la indígena, se influyeron y adaptaron mutuamente. La primera, una sociedad organizada por un aparato estatal, y la segunda de carácter segmental, cuyas partes son denominadas

parcialidades;

donde

el

liderazgo

étnico

es

cotidianamente repensado, cuestionado y aceptado o negado tanto por sus seguidores como por el blanco. En estas ocasiones, el poder étnico se aglutina o se fragmenta, procesos que se han observado claramente a lo largo del período estudiado –la segunda mitad del siglo XIX y la primeras décadas del XX- en la comunidad mapuche de Los Toldos. El “indio amigo” no se constituye en un actor pasivo y pasible de ser manipulado según el antojo y necesidades del huinca, sino que actuaba de forma racional acorde a sus intereses y objetivos. 144

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Queda

descripto

el

escenario

Marina Maiorano

en

que

actuaba

el

actor

protagonista de este trabajo, la machi. Retomando el título: “Detrás de grandes lonkos… la invisibilidad del poder de las machis”. Esta invisibilidad ha sido resultado de un marcado interés en estudiar o leer sobre grandes lonkos, sus imponentes personalidades y sus correrías por el “desierto pampeano” montado en algún brioso tobiano... casi de carácter novelesco; pero en la cotidianeidad de la vida en las tolderías, la machi estaba muy lejos de ser invisible. Según lo desarrollado en estas páginas, estos actores sociales tenían injerencia en diversos ámbitos del día a día en Los Toldos, desde las ceremonias de nubilidad, bodas, exequias y sobre todo en cuanto a los procesos de sanación o expulsión del gualichu. Su persona era reconocida socialmente, y su capacidad de convocatoria y autoridad seguía estando intacta aún cuando el liderazgo étnico se halló segmentado y, tras la muerte de Simón Coliqueo, la organización comunal se vio desintegrada en sus aspectos políticos, económicos e ideológicos. En consecuencia, los mecanismos de resistencia se vieron debilitados. La estrategia a seguir fue la del enmascaramiento (Hernández 1993: 299); así, los mapuches escondieron detrás de máscaras sus reivindicaciones ancestrales, claramente visibles en los casos de los tres agentes de salud comentados. “[…] cada una de sus actuales prácticas sociales constituye una suerte de escenario de los sucesivos enmascaramientos, que tuvieron que adoptar para esconder su identidad, creyendo de esta forma no sucumbir” (Hernández 1993: 302).

Otra cuestión que desearía comentar es el proceso que he denominado como hibridación, llevado a cabo como consecuencia de esa familiarización o contacto entre dos mundos distintos y cercanos, las tradiciones del huinca y el de las tradiciones del indio, cuya Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 107-147

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cercanía dio origen a los relatos de las “salamancas”, de una machi que se hizo llamar “Santa María”, de un “huesero” que atiende hoy día encomendándose a la Virgen, y el de una curativa que asegura luchar contra espíritus malignos, quien aún hoy asigna alguna muerte repentina a la existencia del gualichu. En último termino, debe considerarse que este estudio de un contexto religioso-simbólico se enmarca en la larga duración, ya que según lo desarrollado “los corazones siguen latiendo bajo la tierra”. Así Como los corazones de Calfucura seguían latiendo bajo la tierra, así, desde el anonimato, con menos autoridad o capacidad de convocatoria, a través de la continuidad de sus prácticas, “los corazones de las machis siguen latiendo”, no como resistencia, sino como sobrevivencia, en interjuego con la medicina del blanco, ya que tanto en el pasado como en la actualidad, ante la falta de resultados o escasez de una, aparece el accionar de la otra. Concluyo entonces corroborando mi hipótesis inicial: las machis han permanecido prácticamente invisibles en el marco de las investigaciones históricas, pero de ninguna manera lo fueron, en el marco de la cotidianeidad indígena. Bibliografía BECHIS, M. A., 2010. Piezas de Etnohistoria y Antropología Histórica. Buenos Aires: Sociedad Argentina de Antropología. COLIQUEO, H. A., 1985. Los Toldos. Raices mapuches. Buenos Aires: Colegio de Escribanos de la Provincia de Buenos Aires. CUTRERA, M. L. 2013. Subordinarlos, Someterlos y Sujetarlos al Orden. Rosas y los indios amigos entre 1825 y 1855, Buenso Aires: Teseo. ESPÓSITO, M. 2007. Diccionario Mapuche-Español/Español-Mapuche. Buenos Aires: Guadal. FARBERMAN, J. R. 2005. Las Salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y curanderismos en el Tucumán colonial. Buenos Aires: Siglo XXI. 146

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Sección Fuentes, temas y debates

Carta del cacique Caniupayun al virrey Nicolás de Arredondo sobre el arrepentimiento de su par Carripilun para concertar la paz con los hispano-criollos, 1793.

Yésica García (UNLu) Luciana Fernández (UNLu) Resumen El

documento

es

una

carta

que

el

cacique

rancachel

Caniupayun envía al virrey Nicolás de Arredondo comentándole que el cacique Carripilun le había dado su palabra de dirigirse a la Capital a concertar la paz, pero luego se arrepiente y no realiza el viaje. Aunque el documento no está fechado, podemos inferir que fue escrito en 1793, tras

realizar

un

arrepentimiento de

entrecruzamiento Carripilun. 1

de

fuentes

que

refieren

al

Lo interesante del documento estriba

en que Caniupayun se desempeña como un intermediario entre ese otro cacique rancachel y los hispano-criollos. Detalles bibliográficos El documento en cuestión se encuentra albergado en el Archivo General la Nación Argentina (AGN), Sala IX, División Colonia. Sección Gobierno, Comandancia de Fronteras de Luján, Legajo 1-6-5 (1792-1796), con el número 283. Por otro lado, hemos utilizado otras fuentes documentales para así reconstruir los vínculos preexistentes y posteriores que cada cacique tuvo con la sociedad hispano-criolla. Si

Esta decisión es manifiesta hacia el 10 de abril de 1793 con el regreso de los Blandengues que habían sido enviados a su búsqueda por lo que se considera que el escrito de Caniupayun es posterior a esa fecha.

1

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bien todos esos documentos se encuentran en la misma Sala del AGN, algunos de ellos pertenecen al mismo Legajo que la carta en cuestión (Documentos N° 41, 42, 281, 282, 372, 373, 374 Vuelta, 375, 381, 382, 383 y 422), mientras que otros pertenecen al Legajo 1-7-1 (18021809). Estos últimos son los documentos N° 296, 655, 656, 711,936, 938, 939, 940 y 940 Vuelta. Comentario La segunda mitad del siglo XVIII estuvo marcada por una serie de cambios, producto de las reformas borbónicas en el territorio americano, las cuales incluían una reconstrucción de los espacios virreinales y nuevas formas de administración, entre otras. Para el caso sudamericano, tales medidas imperiales dieron como resultado la creación

Virreinato

del

Río

de

la

Plata,

acompañado

de

la

implementación del sistema de intendencias en todo el territorio americano bajo dominio español. Mediante esta última ordenanza se logró la integración jurisdiccional y administrativa. Por otra parte, durante el siglo XVIII las relaciones entre las nuevas autoridades hispano-criollas y las parcialidades indígenas se definieron a partir del encuentro de estas distintas culturas en los espacios de frontera (Nacuzzi 2010). No podemos definir estas relaciones como netamente bélicas y de constante enfrentamiento entre las diferentes partes, sino bajo el binomio Resistencia y Complementariedad (Néspolo 2012). Dándose entonces, como producto de esta convivencia, competencia por los recursos, intercambios comerciales, amistad y la no aceptación del dominio de una sociedad sobre otra. Los tratados de amistad que entablaron indígenas e hispanocriollos dependieron fundamentalmente del papel del cacique, que no sólo actuó como representante de su nación, sino además como 152

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intermediario entre las diferentes parcialidades y las autoridades. Asimismo, se desempeñó como fuente de información para el Comandante de Frontera sobre posibles ataques, contactos con otros grupos indígenas, entre otros aspectos (Nacuzzi 2014). De acuerdo con la información que nos brinda la Comandancia de

Frontera de

Luján, del pago y demás puntos fronterizos,

observamos que para la segunda mitad del siglo XVIII se acercan una mayor cantidad de grupos indígenas a este espacio, ya sea para comercializar sus bienes, buscar la amistad o bien pedir que las autoridades locales medien en conflictos interétnicos. Otro dato de relevancia que se desprende es la presencia de parcialidades que llegaron en grandes grupos, cuestión que ponía en alerta a la Comandancia en general y a las autoridades en particular. En el documento seleccionado varios elementos despertaron nuestro interés. Por un lado, si bien no podemos asegurar que el documento haya sido escrito de puño y letra por Caniupayun, a partir de su lectura se puede identificar su correspondencia la expresión oral, pudiendo haber sido dictado por el cacique y plasmado en el papel por un hispano-criollo. En relación con esto, es notable el uso de múltiples frases y expresiones diplomáticas coloniales, recurrentes en otros documentos elaborados por funcionarios de la Corona. Por otro lado, se observa con claridad la importancia de los caciques como intermediarios para concretar la paz con otras parcialidades. En este caso, es Caniupayun el interlocutor válido (Ratto 2005) con quien los hispano-criollos ya habían establecido lazos de amistad 2 y quien La fidelidad de Caniupayun para con los hispano-criollos continuó hasta que en abril de 1794, al regresar de la venta de efectos en Buenos Aires, enfermó de

2

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“… a demostrado en diferentes ocasiones la fidelidad, y buena fe, que nos profesa y con particularidad en la ultima expedicion de Salinas, desamparando sus toldos por acompañar a los nuestros, para contener con su respeto los yndios de tierra adentro…” 3.

Gracias a su intervención en el asunto y la consecuente concreción de la paz, Caniupayun demostraría su amistad y fidelidad para con los hispano-criollos. Pero esto no sucedió, ya que Carripilun nunca se presentó en la Capital. Frente a ese hecho, el intermediario se ve en la obligación de dirigirse no ya al Comandante de Frontera, sino (más interesante aún) al mismo Virrey para explicarle lo acontecido, alejarse de la decisión y posición tomada por Carripilun y enfatizar que su amistad sigue firme. En tal sentido afirma que “para qualquiera novedad que huviese en esta mi tierra darle parte a su presencia para eso me tiene aqui presente” 4. Asimismo, solicita luego que lo provean de yerba, tabaco y aguardiente en virtud de su fidelidad manifiesta. A pesar de que las negociaciones para concertar la paz con Carripilun en 1793 no dieron fruto, en 1796 el virrey Sobremonte firmó un tratado de paz con ese cacique (Ribero 2010). Si bien la amistad persistió, en algunas fuentes de 1808 las autoridades señalan que era difícil tratar con aquel cacique. Por ejemplo, en marzo de aquel año, tras pedir que le entreguen 200 yeguas para alimentar a su gente, descree que no haya llegado la orden para efectivizar la entrega (se le

viruela y murió en la Guardia de Luján (AGN, Sala IX, 1-6-5, Documento N° 381, 382 y 383). Esa epidemia de viruela afectó a todas las áreas fronterizas regionales. 3AGN IX, 1-7-1, Documentos N°372 y 373. 4AGN IX, 1-6-5, Documento N°283.

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entregan sólo seis yeguas). Por ello, el funcionario afirma: “La groseria és consiguiente a la barbaridad” 5. En 1806, el mismo cacique estuvo involucrado en el ataque al fuerte de Rojas 6, por tanto se manifiesta que “el yndio Carripilum es temido é insolente”. 7

5 6 7

AGN IX, 1-7-1, Documentos N°655, 656. AGN IX, 1-7-1, Documentos N°936, 938 y 939. AGN IX, 1-7-1, Documentos N°936.

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Transcripción Señor Birrey de Buenos Ayres Muy señor mio me alegrare que al recibo destas ynfelises letras le hallen con la salud cumplida como yo deceo en la amable compañía de los señores de su casa y demas familia yo quedo bueno a su despocion en lo que me mande. Señor mio se me hase presiso el tomar la pluma solamente por partisipar a Su Esencia la ruindad que a usado el mencionado Caripilun haviendome dado la palabra el pasar a la ciudad aser pases con Su Esencia esa fue la causa el haver despachado a pedir soldados para que viniesen por dicho Caripilun y yo estaba muy contento con lo que me ymbio a decir este yndio que tenia muchos deceos de pasar a su presencia y estar en pas como estan los demas casiques y bivir a gusto esa fue la causa el haverme metido en semejante cosa que si yo huviera sabido el que havia de faltar a su palabra / no huviera despachado correo a su precencia ni tan poco a pedir soldados que lo havia echo esto por que isiese las pases tambien participo a Su Esencia como haviendo llegado dichos Soldados a esta mi tierra el mesmo dia que llegaron dichos españoles se puso en camino dicho Cintepi en busca de dicho Caripilun fue y lo hallo en su casa y le comunico como havian llegado dichos soldados en solisitud tuya y respondio dicho Caripilun que estaba pronto para pasar a Buenos Ayres y le dijo a Centrepi que bolbiese y que lo aguardasen dichos españoles que en quatro dias alcansaria a dichos españoles mientras se havilitaba de caballo y dava parte a su tierra con que confiado en esta palabra estubimos esperando a dicho Caripilun y haviendo salido de su tierra para benir alcansar a dichos españoles encontro un yndio en la mitad del camino / le dijo a dicho Caripilun que es lo que yba aser en yr a los españoles quando el Birrey no hase jucio de ti ni te mencionan en nada dichos españoles esa 160

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fue la causa de haverse rebuelto del camino y no pasar a Buenos Ayres por el miedo que le metieron dichos yndios esa es la causa de que no hubiese pasado dicho Caripilun ya puesto en camino que nosotros haviamos echo mucho empeño como lo cumunicaron dichos soldados todo el trabajo que emos tenido por este yndio pero que tenemos que haser nosotros quando en su mesma tierra le an metido miedo pues en la ocacion presente quede muy aberguensado con lo que a echo este yndio en haver faltado a su palabra y aser quedar mal con los españoles pues es el que a perdido lo mas por lo menos y desde oy en adelante Su Esencia no mencione mas a dichos yndio / que poca nesesidad tiene Su Esencia de haser caso de tal yndio pues para qualquiera novedad que huviese en esta mi tierra darle parte a su presencia para eso me tiene aqui presente y con esto quedo rogado a Dios le guarde la vida por muchos años. Su afecto casique que berlo decea Caniupayun [Firma] Señor Birrey ay ba mi chasque para que me trayga la respuesta y baya a dejar a dichos españoles a su presencia y no tengan novedad en el camino tambien suplico a Su Esencia me supla con un poco de yerba y dos masos de tabaco y un barrilito de aguardiente, pues todos los dias no amolesta a Su Esencia fabor que espero no me niegue pues es una cortedad tambien me hara Su Esencia el fabor por escrito el responder para saber noticias [...] [Revisión técnica: Dr. Ariel J. Morrone]

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Yesica García Luciana Fernández

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Fuentes AGN, Sala IX, Comandancia de Frontera de Luján, Legajo 1.6.5. AGN, Sala IX, Comandancia de Frontera de Luján, Legajo 1.7.1.

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La política estadounidense con los indígenas y su influencia en la Argentina: una mirada a partir de la lectura del intercambio epistolar entre Roca y Malarin 1

Dr. Mariano Ariel Nagy (FFyL-UBA)

Resumen El sistema de distribución que la Argentina implementó con la población indígena sometida en las campañas militares del siglo XIX no se trató de una maniobra espontánea sino más bien de una política sistemática, analizada y estudiada. En tal sentido, en 1877 Julio A. Roca le solicitó al subteniente Miguel Malarin, flamante Agregado Militar en la embajada Argentina en los Estados Unidos, que investigara y le informara acerca de la política estadounidense respecto a la población aborigen. El trabajo pionero de Enrique Mases (Estado y Cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos, 2002) afirmaba que muchas de las políticas implementadas luego, aparecían en los intercambios epistolares entre Roca y Malarin, quien al ser transferido a Francia, luego profundizaría su análisis con lo actuado por los galos en Argelia. Es decir, que principalmente por el fallido ejemplo estadounidense de creación de reservas, Malarin logró convencer a Roca de descartar tal metodología y aplicar el sistema de distribución

1 Una versión preliminar de este artículo, referida a las cartas del subteniente Miguel Malarin, agregado militar argentino en Estados Unidos, fue presentada en las VI Jornadas de Historia Regional del Oeste Bonaerense, Trenque Lauquen, abril de 2014.

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de familias e indígenas de manera individual, sistema que finalmente el gobierno argentino aplicó con miles de aborígenes. En este trabajo proponemos abordar y releer las cartas del subteniente Malarin con el objetivo de revisar (confirmar/refutar) tales argumentaciones y a la vez cruzarlos con otros documentos que dan cuenta del sistema de distribución ya en marcha. La mirada sobre las políticas estadounidenses Julio Roca no improvisó a la hora de encarar la estrategia a seguir con los contingentes de indígenas sometidos en el inexorable avance de la frontera sobre el territorio aborigen. En el marco del sistema de distribución que finalmente se aplicó, miles de apresados fueron trasladados a la ciudad, confinados en la isla Martín García (Papazian y Nagy 2010), Valcheta (Pérez 2013) y en otros puntos, y luego distribuidos entre distintos actores sociales, en general de las clases altas, aunque como en el caso de Mendoza también se registran entregas a sectores de clase media (Escolar 2013). Es difícil aventurar en qué momento el reemplazante de Alsina en el ministerio de Guerra y Marina se decidió por dicha política. Sin embargo, existen dos aspectos insoslayables al respecto. El primero, que la disposición de indígenas detenidos para ser incorporados a las filas del ejército es anterior a la asunción de Roca como ministro. Así, el 31 de enero de 1876 Luis María Campos autorizaba al Coronel Martín Guerrico a tomar diez indios de los llevados a esa isla sin duda para utilizarlos en el ejército. 2 El segundo está ligado al encargo realizado al subteniente Miguel Malarin, por aquel entonces designado Agregado Militar en 2 Carta de Luis María Campos al jefe Superior de la isla, Juan Campos. Archivo General de la Armada, caja 15273, 31/01/1876.

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Estados Unidos, para que le enviara información acerca de la política estadounidense respecto a los nativos de Norteamérica. Malarin cumplió con el pedido y envío de numerosas y prolijas cartas aunque no sólo referidas a la cuestión india.

Figura 1. Encabezado del Agregado Militar en sus misivas (AGN)

Cabe señalar que al analizar la correspondencia recibida por Roca desde su asunción como Ministro de Guerra, un dato curioso se repite en las cartas: las anotaciones que el propio Roca hacía sobre sus interlocutores,

siempre

cargadas

de

ciertos

resquemores,

subestimaciones y, en el mejor de los casos, señalando alguna limitación. Sobre Malarin consignó: “Muchacho estudioso e inteligente, de mucha memoria y de un gran poder de asimilación. Pretencioso, será un sabio y un hombre de letras pero nunca será un buen militar”. 3

3 Carta de M. Malarin a J. Roca. 25/05/1878. Archivo Roca, legajo N° 6, Archivo General de la Nación (AGN). Malarin es uno de los más favorecidos; en cambio, en las cartas enviadas por otros personajes de la época, Roca los descalificaba con dureza.

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Figura 2. La anotación de Roca en el encabezado de la carta de Malarin del 25 de mayo de 1878. Recorte personal (AGN)

El análisis de las cartas de Malarin no dan como resultado una línea a seguir de manera contundente y, sobre todo, algunas cuestiones son abordadas cuando el gobierno argentino ya venía implementando la distribución desde hacía meses. A priori, Roca consideró las opciones de los Estados Unidos pero no aceptó ni rechazó

el

modelo

por

completo,

lo

que

obliga

a

considerar

coincidencias, diferencias y especialmente cotejar las fechas de cada una de las misivas del subteniente. Antes de ello, convendría repasar algunos episodios referidos a la relación entre “nativos americanos” y los Estados Unidos. La primera cuestión se relaciona con un conjunto de leyes que se inicia con la denominada Ordenanza Noroeste de 1778, que en la práctica permitió la expansión de los Estados Unidos más allá de sus trece estados originales. Cuando ésta tomó forma de manera acelerada en el siglo XIX, una serie de normativas sancionadas entre 1823 y 1832, conocidas como la Trilogía de Marshall, establecieron el cuerpo jurídico sobre el cual se desarrollaría la política indígena estadounidense. La primera sostuvo que desde la conquista europea las poblaciones indígenas habían dejado de tener derechos sobre sus tierras y por tanto cualquier decisión sobre ellas debían acompañarse por el consentimiento del estado federal. La segunda dispuso que los aborígenes constituían “naciones domésticas dependientes” bajo la 166

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tutela del gobierno federal, de modo que no podían establecer tratados como si se trataran de naciones extranjeras libres y soberanas. En la tercera, se aclaraba que los estados locales no tenían jurisdicción sobre las comunidades indígenas, sino que éstas quedaban sujetas a las disposiciones del estado federal. Por tanto, si bien existía un reconocimiento limitado de las autonomías aborígenes que evitaba las potenciales arbitrariedades estaduales y privadas, éste status se circunscribía a los designios del estado federal estadounidense. A su vez, uno de los acontecimientos más significativos ocurrió en 1830, cuando el presidente Andrew Jackson aprobó el “Acta de remoción india” (Indian Removal Act) con la intención de apropiarse de las tierras indias al este del río Mississippi, lo que implicó el destierro, traslado y reubicación de los nativos al oeste de dicho curso de agua. Los hechos popularmente conocidos como “removal” forman parte de la historia más trágica de los Estados Unidos. En teoría, el Acta no implicaba el traslado forzoso, sino acuerdos de traslados voluntarios; sin embargo, en la práctica significó la búsqueda de negociaciones con sectores de las poblaciones más acuerdistas, el fomento de divisiones y, en todos los casos, la obligación de marchas extremadamente duras y extenuantes que ocasionaron la muerte de entre dos y ocho mil indígenas, según las distintas estimaciones. El suceso mediante el cual el gobierno de los Estados Unidos removió a las agrupaciones hacia el oeste, al entonces “territorio indio” en el actual estado de Oklahoma, forma parte del episodio conocido como el “Sendero de las Lágrimas”. Alrededor de 56.000 indígenas pertenecientes a las "cinco tribus civilizadas" (llamadas así por tener cierta adaptación a la civilización occidental que incluían técnicas

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europeas del cultivo del algodón y la existencia de ciertos sectores acomodados que poseían esclavos 4) fueron trasladas hacia el oeste (en la actualidad se calcula que fueron removidos 16.000 cherokee, 9.000 choctaw, 6.000 chicasaw, 21.000 creek y 4.000 seminole), en un desplazamiento de alrededor de mil millas, extenso trayecto donde muchos murieron por enfermedades o las exigentes condiciones. Entre 1830 y 1850, a través de tratados forzados o mediante el accionar del ejército, unos cien mil aborígenes fueron traslados hacia el oeste aunque muchos otros lograron escapar y fugarse en distintas direcciones. En las memorias orales los indígenas mencionan “el sendero donde lloraron” (The Trail Where They Cried), lo cual remite a los largos peregrinajes de la población originaria en la Argentina y sus relatos que denominaron las historias tristes y que comenzaban con el enunciado “sabían llorar las abuelas cuando contaban” (Delrio 2005, Ramos 2010). Averbach (2006), siguiendo a Cheyfitz (1997), enfatiza que los traslados implicaron un verdadero apocalipsis para los indígenas de Norteamérica en función de su cosmovisión basada en la noción de kinship. Este concepto remite al organizador social que es el clan parental, que desconoce la idea de individualidad. En este esquema, la idea de que uno puede realizarse en soledad y en cualquier tierra y lugar es completamente ajena. El kinship no sólo son los parientes sino el entorno, los árboles, la tierra, las montañas donde vive la comunidad y alejarse de ellos implica “perder el centro” en un sentido físico y psicológico. Esa pérdida forzada por los “removals”, según Por ejemplo, los cherokee en el sudeste de Estados Unidos construyeron casas y granjas de estilo europeo, desarrollaron un lenguaje escrito, establecieron un periódico, y escribieron una constitución. Pero no tenían igual protección bajo la ley y no pudieron evitar ser removidos de sus hogares por el Camino de las Lágrimas. Ver más en http://www.nps.gov/trte/index.htm

4

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Averbach, es una constante en la literatura india y en sus relatos orales. La segunda mitad del siglo XIX trajo aún peores noticias cuando en 1851 la Ley de Asignaciones Indígenas creó reservaciones para concentrar a los nativos en tierras en general poco productivas e infértiles. La normativa que se enmarca en la política de expansión estadounidense a nivel general dio origen a más de 300 reservas que no sólo quedaron abiertas a reducirse en función de la apetencia de colonos blancos por más tierras, sino que fueron manejadas por la iglesia, los civiles y los militares en distintos momentos. Esta política afectó a otros pueblos indígenas, como los navajo que en los años ‘60 fueron obligados a trasladarse alrededor de 500 kilómetros bajo la orden del General Christopher Carson en la “Gran Marcha”, para radicar a casi nueve mil aborígenes en Bosque Redondo, un lugar tan insalubre e improductivo que obligó a las autoridades a elegir una nueva reserva en las cercanías de Nuevo México. Sin embargo, la fuerza estatal aún en la década de 1860 poseía sus limitaciones al ir hacia el Pacífico; así, se vio obligada a reconocer el territorio de los sioux (hoy el oeste de Dakota del Sur) en 1868 en el tratado de Fort Laramie, tras duras derrotas ante Nube Roja, líder siuox, en alianza con la fracción lakota, los cheyenne y los arapajó. Sin embargo, en la década siguiente la presión se fue incrementando a través de las inversiones del estado federal, las incursiones de los mineros y el avance del ferrocarril. En aquel entonces, Toro Sentado y Caballo Loco ofrecían la última resistencia aunque las autoridades declararon la guerra en 1875

al

no

respetar

el

acuerdo

de

1868,

anoticiados

del

descubrimiento de oro en las montañas de Black Hills, territorio lakota. Un episodio traza cierta analogía con el caso argentino, aunque sólo en lo vinculado a las ambiciones presidencialistas de sus Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 163-183

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protagonistas, Custer por Estados Unidos y Roca en Argentina. La diferencia será el resultado, dado que mientras el general tucumano alcanzaría su sueño presidencial catapultado por la Conquista del Desierto, su par, el teniente Coronel George Custer en el afán de ser la máxima autoridad del país del norte, no atendió las precauciones necesarias en el enfrentamiento contra las tribus de las Grandes Praderas, y en la afamada batalla de Little Big Horn de 1876 no sólo sería derrotado por los indígenas sino que además moriría. La venganza de los federales no tardaría en llegar hasta apresar a Caballo Loco un año después, quien sería asesinado a bayonetazos en Fuerte Robinson. Toro Sentado logró escapar al Canadá con los suyos pero retornó algunos años después. Murió en una reserva (Standing Rock) tras varias idas y venidas e injustamente sospechado de agitar a su gente para una nueva rebelión india. En ese contexto tuvo lugar lo que se considera el último acto del sometimiento de las poblaciones aborígenes de Estados Unidos, cuando a fines de 1890 tuvo lugar la masacre de Wounded Knee. Allí, una reserva lakota fue escenario de la matanza de alrededor de 300 indígenas a manos del Séptimo de Caballería, que tenía la orden de controlar a los lakota, supuestamente con planes de levantamiento inspirados en la difundida “danza de los espíritus” (Ghost Dance). Más de un centenar de ellos fueron enterrados en fosas comunes y el hecho es mundialmente conocido por publicaciones (Brown 2006 [1970]), una película de Hollywood (2007) y hasta un museo que no sólo brinda cronologías, materiales y recursos sobre los hechos sino también oficia de espacio para los descendientes de la masacre. 5

5

http://www.woundedkneemuseum.org/

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Antes, en 1887, con el fin de romper con la semi-autonomía y prácticas comunitarias que permitían algunas reservas, el congreso estadounidense había sancionado la ley de Dawes, que rompía las reservas y entregaba las tierras en parcelas individuales. Esto permitía menos gastos estatales y sobre todo quebrar las unidades sociales indígenas y asignar tierras al sector privado. Mediante esta política, el “Territorio Indio” (Indian Country) se contrajo de 55 millones de hectáreas en 1887 a 19 millones en 1934. Un argentino en Washington En uno de sus primeros intercambios con Julio Roca, y luego también en otros, Malarin sentaba postura acerca de un debate trascendental referido al manejo de la cuestión indígena. En Estados Unidos se discutió si los aborígenes debían quedar bajo la órbita militar o pasar al denominado régimen escolar (Ministerio del Interior) comandado por civiles. La decisión debía tomarla un cuerpo integrado por figuras castrenses y como es de suponerse, éstas se inclinaron por la continuidad de la dirección militar de los asuntos nativos. El tema no es menor en función de que el agregado se inclinaba por apartar a los integrantes de las Fuerzas Armadas: "En cuanto a indios y fronteras la cuestión me parece muy sencilla si usted

quiera terminarla cumpliendo la Constitución. El desierto se combate con la población, una revolución con una contrarrevolución. Una invasión de indios con una contra invasión de cristianos. El sistema de sangre y fuego, la rutina de la guerra no dará nunca otro resultado que agotar el tesoro y perpetuar la resolución del problema. Nada de ejército ni de fronteras militares; sistema de traslación pacífico, pueblos indios, policía india, colegios indios mixtos y penitenciaria a los indios malos". 6 "El traspaso al ejército encierra la perpetuación del sistema o principio no aceptado por la Constitución y según el cual el Ejército es necesario y

6

Carta de M. Malarin a J. Roca. 25/05/1878.

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permanente, muchas van a pedir hasta servicio militar obligatorio y 50.000 hombres y otros absurdos. Si los indios son aptos a la vida civilizada no hay necesidad entonces de gente armada para enseñarles la obediencia, si son ineptos no deben manejarse sino a fuerza de disciplina militar, sin compasión, sin miramientos, buscando su total destrucción. Tales son los dos puntos de partida de la lucha actual entre los partidarios del régimen escolar y los partidarios del régimen militar". 7

En estas apreciaciones subyacen algunas cuestiones que atraviesan al pensamiento hegemónico de la época: el darwinismo social de perfil spenceriano que enfrenta a grupos humanos con mayor o menor nivel de evolución. Y en el caso de que los menos “evolucionados”, por caso la “raza india” no se adapte a la “civilización”, deberá sucumbir. Es adaptarse a ella o se avala su destrucción. Si en cambio, como sugiere Malarin, tuvieran cierto nivel de adaptabilidad a la expansión “blanca” iniciada en el siglo XVII, sería necesario tutoriarlos, guiarlos para que abandonen sus prácticas atávicas y abracen la modernidad que encarna la sociedad occidental. La paradoja es que para un militar de carrera, la clave del éxito en tamaña tarea se encuentre, sin duda desde su óptica, en la tarea de civiles y no en la estructura y las instituciones de las Fuerzas Armadas: "Si la raza india tiene vitalidad propia, sino muere con el contacto de una sociedad refinada, si se apropia los usos más en armonía con sus hábitos, quiere decir que es una porción de la humanidad digna de todo interés y que debe hacérsela marchar con más rapidez en la vía civilizadora por los medios de la escuela, de la persuación (sic). La consecuencia inmediata es que el ejército no debe tener participación en el manejo de los indios, y si sólo servir como auxiliares de los encargados civiles de educarlos". 8

7 8

Carta de M. Malarin a J. Roca. 18/11/1878. Archivo Roca, legajo N° 6 (AGN). Carta de M. Malarin. Op. cit.

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Esas ideas que por un lado se insertan en el discurso dominante y por otro se articulan con proyectos no militares, no repercutirán en Roca, al menos en una cuestión central: el control de los contingentes sometidos. Serán los militares y su hipótesis de enemigo vencido la que prevalecerá e impondrá la distribución de la población indígena. Política que como marcara Mases (2002) ya había sido practicada en la Guerra del Paraguay, pero con la novedad de que a diferencia de los prisioneros del conflicto bélico, los repartidos no eran sólo los soldados/guerreros sino las familias enteras. Así como en Estados Unidos, en la Argentina también fueron los militares los encargados de conducir los destinos de los vencidos, aunque queda claro que las decisiones que tomaron con ellos no fue similar. En nuestro país al menos hasta 1885 cuando la amenaza o el supuesto peligro de la población de Pampa y Patagonia dejó de ser una realidad, las autoridades castrenses impusieron una política de repartición y aprovechamiento de cuerpos disponibles en familias o individuos (Papazian y Nagy 2010), con especial cuidado de no incentivar las agrupaciones comunitarias, factor que según la lógica militar era la madre del nomadismo y por ende, de las costumbres bárbaras y salvajes. El tópico no era novedoso, y Malarin aprovechó una nueva carta enviada en navidad de 1878 para abordar una cuestión que era una hipótesis bien concreta: grupos de aborígenes disponibles, entregados sin presentar batalla. Y en esa situación, ¿cuál sería la estrategia a seguir? “Si se somete a los indios hostiles que hará el gobierno con ellos” 9, se pregunta el subteniente. Y en ese sentido, como

9

Carta de M. Malarin a J. Roca. 25/12/1878. Archivo Roca, legajo N° 6 (AGN).

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Roca, entiende que el plan de Alsina era errado en función del binomio inescindible nomadismo/salvajismo: "El [por Alsina] creía que el objetivo principal era la seguridad de las fronteras cuando en realidad depende del indio y su estado semisalvaje. Mientras haya bárbaros y que vivan en libertad habrá fronteras, invasiones y robos y víctimas" 10 Sin embargo, mientras Malarin esbozaba ciertas ideas respecto a qué hacer con los indígenas sometidos, Roca ya había comenzado a distribuirlos, política ya conocida, al menos entre los militares. Así puede observarse en la solicitud que el Coronel Garmendia le hiciera a Roca para que le entregara cuatro chinitas de las que “próximamente van a venir, así le ruego me facilite los medios de poder sacar cuatro a mí gusto”. 11 En principio, entre los beneficiarios del reparto estuvo la burguesía azucarera tucumana, provincia de origen del propio Roca. A diferencia de lo que sucedería un siglo después con las víctimas del terrorismo de estado, el reparto no era clandestino y el subteniente manifiesta estar al tanto: "No sé donde he visto que usted ha principiado a enviar indios a Tucumán, es una excelente medida y yo soy partidario de Azara en la inutilidad de ciertos sistemas de reducciones religiosas. Las reducciones agrícolas, las colonias formadas de familias selectas en parajes apartados como el litoral de Entre Ríos pueden ofrecer a usted vasto campo para la prueba [...] Los indiecitos deben repartirse en las familias de la República, con ciertas obligaciones para estas. No es el viejo sistema de Encomiendas sino un tutelaje hasta la "mayoridad" para civilizar al salvaje. Otros deben enviarse a los Colegios Nacionales, a razón de uno por colegio, a las Escuelas Normales o de artes u oficios. La medida de dedicar los adultos al servicio naval me parece muy acertada. La cuestión está en dar ocupación civilizada a todas esa gentes vagamundas y peligrosas que son 10 11

Carta de M. Malarin. Op. Cit. Carta del Coronel Garmendia a Julio Roca. 15/11/1878 (AGN).

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simples gauchos en su mayor parte, sin dejar de ser indios. Este sistema concluirá por librar al Gobierno de racionar y vestir 25.000 indios al cabo de 10 años". 12

Figura 4. Recorte personal de la carta de Malarin del 25/12/1878 (AGN).

Evidentemente, el trato y las felicitaciones de Malarin hacia Roca no escapan a la subordinación del cargo, pero además hay en ellas algunas propuestas de las decisiones que ya se tomaban. Los indígenas como marinos o parte del servicio doméstico de las elites, aunque

huelga decir, con una vaga mención a determinadas

obligaciones por parte de los beneficiarios. Destacan por un lado la noble noción de la variable educativa siempre en clave de herramienta para fomentar el abandono de los hábitos salvajes, de allí el plan de “uno por colegio” que evitara la continuidad de lazos comunitarios. Por otro lado, emerge con claridad la noción de utilidad, del trabajo como agente de la civilización en contraposición a la vagancia indígena producto de la quietud y su tendencia a la holgazanería. Brazos y cuerpos para el mercado es una flamante premisa de la incorporación de los aborígenes a las relaciones capitalistas, en tanto gauchos entendidos como aquellos actores sociales improductivos del pasado, proclives a evadir obligaciones. Por tanto hay que “bajarlos de los caballos”, sólo así habrá civilización y paz en la República. En esa tónica, el gasto o el ahorro de dinero a partir de la distribución 12

no

resulta

un

mero

detalle.

Las

limitaciones

Carta de M. Malarin. Op. Cit.

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presupuestarias de un estado aún en conformación y las raciones percibidas como un pesado lastre sin sentido, han jugado -como bien lo ha señalado Mases (2002)- un papel preponderante a la hora de decidir en contra de un costoso sistema de reservaciones y en favor del reparto de los indígenas como fuerza de trabajo. Sobre la base de cálculos propios a partir de las Memorias de Guerra y Marina, Mases (2002: 60) asegura que el gobierno pasó de destinar 206.544 pesos en 1876 a sólo 93.000 en el rubro “Asistencia a los indios”. El propio Roca, desde el Ministerio de Guerra, así le explicaba al entonces gobernador de Tucumán Martínez Muñecas: "Los Estados Unidos establecen en demarcaciones territoriales llamadas Reservas las grandes agrupaciones de indios, vigilados sostenidos por el gobierno con grandes gastos y graves peligros (...) Quizá el sentimiento de repugnancia del pueblo invencible que ha opuesto el pueblo norteamericano la refundición en su seno de la razas indígenas, ha influido en la adopción de un sistema oneroso y lento para la transformación del indio (...) La experiencia ajena y la nuestra en la sublevación del cacique Juan José Catriel con su tribu en el año 1875, no solamente señala el peligro de las grandes agrupaciones, aún en aquellas que separan al indio de la vista tentadora del desierto, sino que demuestra también, que este medio sería ruinoso e insostenible entre nosotros, dadas las actuales condiciones económicas de nuestro país" 13

Mientras en 1879 con la decisión gubernamental tomada y en marcha, el subteniente ya instalado en París, su nuevo destino, realiza modificaciones a sus cartas del año anterior y sostiene que “sometidos los pampas hay que vestirlos, racionarlos, ocuparlos, administrarlos, cuidar de ellos para que nos vuelvan a las andadas” 14; es decir, se mantiene la idea de la tutoría, la incorporación, de mantenerlos

13 Carta del Ministro de Guerra y Marina Julio Roca al Gobernador de Tucumán del 4 de noviembre de 1878. Citada en Mases (2002: 57). 14 Carta de M. Malarin a J. Roca. 28/01/1879. Archivo Roca, legajo N° 7 (AGN).

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ocupados y la inefable idea de no permitir que retornen a sus prácticas comunitarias, pero ahora agrega que hay que vestirlos y racionarlos. En febrero de 1879 afirma que de acuerdo a las memorias ya enviadas, en principio los Estados Unidos consideraban a los indígenas aliados y extranjeros, pero más tarde está interpretación “sufrió ciertas modificaciones que tendían más a la civilización o asimilación de la raza que a la conquista del desierto”. 15 El motivo, según Malarín, obedecía a una inmigración intensa que ocupó todos los espacios; así, donde se radicaban unos mil o dos mil pioneros, se construía un fuerte y se celebraba un tratado con los indios. De un modo u otro, sobresale su diferenciación con el proceso argentino al apelar con intención al término conquista del desierto como opción descartada ante la preferencia de la política de asimilación. Con todo, aún reconociendo que en Estados Unidos “no hay ni desierto ni fronteras y que todas las tribus están sometidas” 16 -lo que a priori describiría el éxito de sus estrategias-, recae nuevamente en tópicos racistas-evolucionistas, al tiempo que se inclina por el sector civil en el manejo de la cuestión indígena al aseverar que

"los americanos aún cuentan por siglos antes de entreveer (sic) la desaparición del indio. Esto es comprensible porque la asimilación de una raza inferior y su elevación a una escala superior no son obra de un hombre o de una campaña y se necesita algo más que la espada y algo mejor que el ejército"

Y a partir de allí, tal vez con mayor documentación o lectura de las fuentes que en sus primeras cartas, Malarin enumera los

15 16

Carta de M. Malarin a J. Roca. 10/02/1879. Archivo Roca, legajo N° 7 (AGN). Carta de M. Malarin. Op. Cit.

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distintos planes ejecutados para encargarse de los 200.000 indios del Norte. En principio, cita las matanzas generales, infructuosas por la reproducción de la raza india. En otras se ha procedido a la dispersión de una tribu en miles de lugares a fin de hacerla menos fuerte. Finalmente da cuenta de otros dos que juzga terrible, uno de ellos bastante particular:

"El primero es la traslación o transporte a pie de una nación de un campo a otro muy distante, operación en que las mujeres en cinta abortaban muriendo los niños y los ancianos en gran número. El segundo, los licores espirituosos, que introducidos por los europeos degradan al indio y acortan su vida esterilizando a las mujeres..." 17

Lo interesante más allá de la aversión a los licores, es la afirmación de que estos medios de destrucción no bastaron porque eran demasiado lentos, lo que incentivó un cambio de estrategia para entonces “utilizarlos ya en la guerra como soldado de caballería, ya en la agricultura y la industria como colono u obrero” 18. Y si bien aún no daban los resultados esperados, demostraban el carácter del indio, esto es “su aptitud para civilizarse y ser moral y fomenta la formación de colonias de indios al resguardo de los blancos siempre facinerosos, como la mayor parte de los colonos del desierto” 19 o dando a las familias indígenas más civilizadas casas y terrenos en medio de pueblos civilizados. En esta línea, destaca que "...el pueblo americano es poco simpático de la raza india y de aquí que la asimilación de la raza india sea más lenta; pero los mismos medios aplicados entre nosotros darían mejores resultados. Mientras el indio esté 17 18 19

Carta de M. Malarin. Op. Cit. Carta de M. Malarin. Op. Cit. Carta de M. Malarin. Op. Cit.

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sin conexión con la tierra será un vagamundo peligroso: es necesario entonces alejarlo del campo de sus abuelos, introducirlo en una provincia bien poblada, darle tierras, vacas e instrumentos de labranza, el primer paso de la vida nómada a la vida civilizada es el estado pastoril, sigue el agrícola, después el de la industria. No hay que exigir al indio un salto excesivo en el cual echará de menos sus costumbres de jinetes y cazador" 20

Luego de una serie de precisiones sobre cuestiones tácticas y armas de guerra, en julio de 1879 con júbilo Malarin recibió las noticias del arribo de las tropas a los márgenes del Río Negro y del Neuquén. En las primeras líneas augura un éxito de las expediciones, remarca la distinción entre conquista y cuestión india y consigna una frase muy distinta a sus apreciaciones anteriores respecto a

los

aborígenes:

"La conquista de los territorios, la sumisión de los pueblos vencidos no traen nunca consigo la conquista de la nación vencida, es decir la asimilación mutua. Del trato lógico, económico, durable que se siga con los indios, del empleo justo y efectivo del ejército, de los medios que el Gobierno ponga a disposición de la Comisaria de Inmigración, dependen en su mayor parte los resultados que producirá la conquista al indio de sus territorios, su confinamiento en espacios reducidos y su concentración en unidades numerosas" 21

Entre la propuesta de asimilación que el subteniente proponía por lo menos hasta febrero de 1879 y esta misiva, habían transcurrido aproximadamente cinco meses. Para entonces, Roca había renunciado al cargo de ministro y se aprestaba a candidatearse como presidente de la República en los comicios que se celebrarían unos meses más tarde (abril de 1880), y no quedaban dudas respecto a la aplicación de la Carta de M. Malarin. Op. Cit. Carta de M. Malarin a J. Roca. 03/07/1879. Archivo Roca, legajo N° 7 (AGN). Subrayado propio. 20 21

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política de confinamiento, concentración y posterior distribución de la población aborigen, al menos hasta la derrota final de los indígenas que se produciría con el final oficial de la Conquista del Desierto en 1885. Por tanto, la asimilación, las afirmaciones acerca de los estados progresivos de civilización y el descarte de los militares como responsables de los contingentes sometidos no habían tenido eco en el Ministro de Guerra y próximo presidente de la nación. Malarin, aparentemente

anoticiado,

rápido

de

reflejos

modificó

sus

aseveraciones y como todo subalterno que se precie de tal entre los estructurados códigos castrenses, no ahorró elogios y felicitaciones para su superior, aún a sabiendas de que sus análisis y previsiones no se reflejaban en la estrategia seguida por el gobierno argentino: "Nadie como usted se ha consagrado con más competencia y buen éxito al secular problema indio y el aspecto definitivo que usted ha hecho tomar a ese fantasma, realidad para muchas generaciones pasadas, es el más vivo testimonio de la certera habilidad con que usted sabe manejar los asuntos que se le encomiendan. Los Estados Unidos con sus poderosos recursos, su irresistible oleada de inmigración (...) y sus generales bravos y educados en la guerra han venido en esta parte a quedar muy atrás de nosotros" 22

Conclusiones La revisión de las cartas enviadas por el subteniente Miguel Malarin sugieren varias cuestiones en referencia a las políticas gubernamentales aplicadas con la población indígenas sometidas. En primer lugar, la sistematicidad de la práctica tras el estudio de otras variables, como la encomendada al subteniente en los Estados Unidos. En segundo término, pese a ciertas afirmaciones muy bien fundamentadas por el Agregado Militar, Roca decidía según su parecer como lo demuestra su inclinación a que el ámbito castrense dirigiera 22

Carta de M. Malarin. Op. Cit.

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los destinos de las víctimas, idea que Malarín rechazaba de plano y de modo insistente. En esa línea, la incidencia de la reducción de gastos, el aprovechamiento de los sometidos como mano de obra/cuerpos disponibles y la perspectiva del enemigo vencido impuesta por los militares jugó un rol preponderante al momento de optar por un sistema u otro. Tercero, que en función de que el debate en los Estados Unidos entre regímenes escolar y militar se zanjó en favor de este último, y que predominó el sistema de reservas, y que en comparación con Argentina hay coincidencia en lo primero pero se apeló a la distribución por sobre las reservas, queda claro que más que un modelo a seguir o rechazar, el norteamericano fue analizado y considerado en lo que se creían sus virtudes y desechado en sus fracasos. Cuarto, que diferencia de lo que se creía, los informes de Malarin, antes que oficiar de inspiradoras de la política argentina con los aborígenes, en oportunidades se acoplan a lo que el gobierno ya aplicaba, tal vez en obediencia a los mandos militares y en sintonía con el rumbo que los altos mandos le imponían. En tal sentido, la apelación al “confinamiento en espacios reducidos y su concentración en unidades numerosas” es un tópico disruptivo y novedoso en los escritos del subteniente, quien hasta entonces, sin dejar de ser un exponente

intelectual

de

su

época,

con

toda

la

carga

del

evolucionismo-racista y el darwinismo social spenceriano, se había inclinado por una asimilación comandada por sectores civiles. Sin dejar de notar que veía en el reparto un signo de la civilización y en la asimilación un modo de ingresar en un estado superior de progreso, su propuesta de colonias indias, con tutelaje, educación, raciones y elementos de trabajo se amparaba en la creencia de la posibilidad de la coexistencia de sectores indios civilizados con blancos.

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En relación a ello y último elemento, las estrategias que Malarin propone deberían interpretarse como una de las divergencias y debates en el seno del gobierno, rompiendo así con la idea de una política monolítica y sin fisuras. Y aún más, las sugerencias tendrán vigencia unos años después, cuando se pretenda aprobar una nueva campaña contra los indígenas, en esta ocasión al Chaco y los debates parlamentarios en torno a su pertinencia hagan emerger no sólo las discusiones acerca de las aptitudes de civilización de los aborígenes, sino también las nefastas consecuencias de la distribución para la población de Pampa y Patagonia en la Conquista del Desierto (Lenton 2005).

Bibliografía AVERBACH, M. 2006. Desde esta Casa Siempre Había un Sendero. Historias orales de indios estadounidenses contemporáneos. Buenos Aires: Imago Mundi. BROWN, D. 2006 [1970]. Entierra mi Corazón en Wounded Knee. Historia india del oeste americano. México: Turner. CHEYFITZ, E. 1997. The Poetics of Imperialism. Translation and Colonization from the Tempest to Tarzan. Philadelphia: University of Pennsylvannia Press. DELRÍO, W. M. 2005. Memorias de Expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia 1872-1943. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. ESCOLAR, D. 2013. “Las dinámicas provinciales y regionales de la Campaña del Desierto: el caso de Mendoza”, ponencia presentada en las XIV Jornadas Interescuelas de Historia, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. LENTON, D. 2005. De Centauros a Protegidos. La construcción del sujeto de la política indigenista argentina desde los debates parlamentarios (1880-1970). Tesis Doctoral. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

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La política estadounidense con los indígenas…

Mariano Nagy

MASES, E. 2002. Estado y Cuestión Indígena: El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910). Buenos Aires: Prometeo/Entrepasados. PAPAZIAN, A. E. R. y NAGY, M. A. 2010. “La isla Martín García como campo de concentración de indígenas hacia fines del siglo XIX”, en Bayer, O. (coord.), Historia de la Crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios. Buenos Aires: El Tugurio, Buenos Aires, 77-101. PÉREZ, P. 2013. Estado, Indígenas y Violencia. La producción del espacio social en los márgenes del estado argentino. Patagonia Central 1880-1940. Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. RAMOS, A. M. 2010. Los Pliegues del Linaje. Memorias y políticas Mapuches-tehuelches en contextos de desplazamiento. Buenos Aires: Eudeba.

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RESEÑAS

RESEÑAS

Pérez Zavala, Graciana, Tratados de paz en las Pampas: los ranqueles y su devenir político (1850-1880). Buenos Aires: ASPHA, 2014, 218 p. Guido M. Machín (UNLu) En la presente obra, la Dra. Graciela Pérez Zavala nos presenta un fascinante trabajo sobre un espacio poco explorado, como es el caso del área pampeana. Esta investigación posee la particularidad de estudiar y analizar un amplio espacio fronterizo y problemático como resultó ser “las pampas” teniendo en cuenta la relación entre “cristianos” e “indígenas”. A través de su lectura, podemos inferir que la atención de la autora a lo largo de su libro está puesta en explicar los motivos que contribuyeron al desmembramiento de los ranqueles como grupo político-territorial. Esto fue posible gracias al arrinconamiento y posterior sometimiento llevado adelante por las autoridades argentinas a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, valiéndose de los tratados de paz firmados por ambos bandos, a partir de la década de 1870, para poder lograr su cometido. Según Pérez Zavala, los tratados de paz habrían tenido distintas consecuencias para “cristianos” e “indígenas”, por lo menos a partir de mediados del siglo XIX, posibilitando cierto control y manipulación de los primeros sobre los segundos. El libro está dividido en seis capítulos, los cuales se centran, fundamentalmente, en un marco temporal situado entre los años 1852 y

1879.

En

el

primero

de

ellos,

Delimitaciones

Conceptuales,

Metodológicas y Documentales, se definen los conceptos, la metodología y las fuentes documentales seleccionadas para esta investigación. En este capítulo se podrá observar el enfoque metodológico que la autora Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 187-191

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Reseñas

pretende dar a su investigación, como también comienza a definir ciertas herramientas conceptuales que la acompañarán a lo largo de la obra. A su vez, dejará entrever la dirección por la cual la autora tiene pensado llevar adelante dicha investigación. En el segundo de los capítulos, La Historicidad de los Ranqueles, el eje central de análisis está puesto en el debate historiográfico

y

en

la

problematización

del

tema

desde

la

interdisciplinariedad, valiéndose para esto trabajos antropológicos, arqueológicos y etnohistóricos. En este capítulo, en forma de síntesis, se establecen dos ejes vinculados entre sí, uno temporal y otro espacial. En el primero de ellos se distinguen dos períodos: el primero, situado entre los años 1760 y 1835, que define los desplazamientos de los caciques ranqueles-pehuenches y huiliches entre la cordillera neuquina y la pampa central. El segundo momento marca la presencia estable de grupos ranqueles en la pampa central entre los años 1835 y 1879. En lo que respecta a la mirada espacial y para el último período, los emplazamientos de Poitague, Lebucó y las Lagunas del Cuero y del Bagual habrían actuado como centros políticos vinculado a diversos caciques: Pichún, Yanquetruz Guzman y Baigorrita para el primero; y Painé, Calbán, Mariano Rosas y Epumer para el segundo. En el tercer capítulo, El Estado Nacional Argentino y sus Políticas

de

Frontera,

presta

detenida

atención

al

proceso

de

conformación del Estado Nacional argentino y a sus políticas para con los indígenas. Se puede observar un fuerte cambio en las relaciones interétnicas en la frontera sur a partir de mediados del siglo XIX, principalmente con el inicio de la década de 1870, cuando el Gobierno Nacional se habría convertido en el único interlocutor con los indígenas, limitando sus alianzas y contra-alianzas con los distintos sectores cristianos que rivalizaban entre sí en torno al proyecto de Estado que debía consolidarse. Es a partir de este momento que la 188

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RESEÑAS

autora marca un punto de inflexión en la relación con los indígenas, ya que el Gobierno Nacional, haciendo alusión a los planos jurídico, diplomático y bélico, encontró la manera de avanzar sobre los territorios que estuvieran fuera de su control. Los tratados de paz que surgieron a partir de 1870 no solo habrían limitado el accionar bélico de

los

indígenas,

sino

que

también

habrían

posibilitado

su

arrinconamiento territorial frente al avance cristiano. El cuarto capítulo, La Política de los Indígenas del Área Pampeana, explica de qué manera los diversos tratados realizados por los ranqueles produjeron un sinfín de conflictos en tierra adentro. Los tratados elaborados en el período trabajado profundizaron, según Pérez Zavala, las rivalidades entre los principales caciques ranqueles y los distanciaron de los otros caciques del área pampeana-norpatagónica. Este capítulo se divide en dos partes: la primera intenta mostrar cómo la

política

indígena

rápidamente

se

fue

de

tratar

con

deteriorando

diversas

ante

el

fuerzas

progresivo

cristianas avance

y

centralidad que comienza a manifestar el Gobierno Nacional a partir de 1870. La segunda parte expone de qué manera se llevaban adelante las relaciones intraétnicas entre los distintos linajes ranqueles, en los momentos que dichos linajes podían hacer valer su poder debido a los conflictos que se visualizaban en el mundo cristiano durante la organización nacional entre 1850-1870; y los conflictos que deberán afrontar los jefes ranqueles, entre ellos mismos, a partir de 1870 cuando el Gobierno Nacional se transformó en el único interlocutor entre el mundo cristiano y el indígena. En el quinto capítulo, La Política de la “Paz” y de la Economía Ranquelina, se analiza el sistema de raciones instituido por los diversos tratados de paz, y cómo estos fueron condicionando la economía ranquelina. El aumento en la regulación del comercio interétnico y racionamiento por parte del Gobierno Nacional a partir de Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 187-191

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Reseñas

1870, habría comenzado a provocar una fuerte desestructuración dentro de los propios linajes ranqueles. Las raciones, los sueldos y los regalos entregados por los cristianos a los caciques, como se establecía en los tratados de paz, habrían tenido un gran impacto en el mundo ranquel.

La

entrega

de

raciones

permitía

la

circulación

y

el

aprovisionamiento constante de los bienes tan requeridos y preciados por los ranqueles. A su vez, como se observa en este capítulo, una vez entregados estos bienes en las tolderías, eran los mismos caciques quienes se encargaban de repartirlos y distribuirlos. Asimismo, la entrega de sueldos habría modificado las relaciones entre los caciques y sus seguidores. El dinero habría sido utilizados para la compra de nuevos bienes, pero también habría permitido sostener los vínculos tradicionales. Los sueldos habrían puesto a los caciques en el dilema de guardar, dar o gastar el metal, lo cual habría posibilitado una fuerte diferenciación entre el cacique y sus seguidores. Los regalos, por su parte, habrían contribuido al mantenimiento de posiciones de poder dentro del mundo indígena, pero también habría llevado a la presión de sus seguidores de repartir los objetos con el fin de seguir manteniendo las solidaridades. Es así como las diferenciaciones entre el acceso a los bienes que ingresaron a las tolderías con los tratados de paz junto con la disminución de los grandes malones habría contribuido al surgimiento de conflictos entre los caciques y sus seguidores. En el sexto capítulo, Lo Política de la “Paz” y la Desarticulación de los Ranqueles, Pérez Zavala hará hincapié en la “paz” establecida en la frontera cordobesa-puntana a partir del tratado de 1872. Gracias a este tratado se dio lugar a la existencia de tres grupos de indígenas: “aliados”

(que

cumplieron

a

rajatabla

con

los

tratados

pero

permanecieron en la pampa central), “enemigos” (quines ofrecieron resistencia a los planes del Gobierno Nacional) y “reducidos” (que 190

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RESEÑAS

estuvieron bajo la autoridad nacional en las misiones franciscanas y los fuertes del río Quinto). Estas diferenciaciones lograron producir una ruptura irreconciliable en las relaciones tradicionales, sociales e identitarias de los ranqueles. Tal vez, el ejemplo más claro de lo mencionado anteriormente sea el enfatizado por la autora al considerar la participación de los ranqueles reducidos en las fuerzas nacionales durante las campañas de “ablandamiento” de 1878 y 1879, como la expresión más significativa e importante del distanciamiento entre indígenas. Para finalizar, quisieramos resaltar la importancia del presente libro en lo que respecta a la temática abordada. No solo permite obtener una imagen más completa y compleja de las relaciones entre los indígenas y el Estado argentino en su fase de consolidación, sino que también nos permite observar cómo el contacto entre ambas sociedades, en el transcurso del siglo XIX, fue modificando las relaciones interétnicas e intraétnicas, fundamentalmente, del lado ranquel.

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Del crítico como equilibrista. Pirsch, Miryam, Beatriz Guido. Una narrativa del desplazamiento. Buenos Aires: Biblos, 2013, 139 p. Prof. Héctor Pavon Me dispongo a escribir. Es decir, dispongo mi mesa de trabajo. Mi netbook, un vaso de agua, un pocillo de café, el libro Beatriz Guido Una narrativa del desplazamiento de Miryam Pirsch y otros tantos libros que me servirán, por así decir, de sustento teórico y crítico. Antes de escribir la primera palabra busco compañía: un video en YouTube: se trata de una versión de “I love you, Porgy” de Keith Jarrett, un video sobre el que vuelvo una y otra vez en los últimos meses, porque amo el piano de Jarrett y porque las imágenes de circo que se proyectan sobre la pantalla mientras Jarrett improvisa me provocan una nostalgia dulce. Sólo entonces puedo comenzar, el sitio YouTube, como el aleph, me obsequia la imagen del crítico literario como un equilibrista de circo que camina sobre un alambre tenso, al filo de dos vacíos: la literatura y la teoría. La tarea del crítico literario, su vida como tal, depende de la tensión de ese alambre, de la tensión entre la literatura y la teoría y de su capacidad de caminar sobre ese filo, de mantener el equilibrio sin caer en la tentación –la tarea y el crítico- de volverse literatura o de volverse teoría. En “Lo ensayístico en la crítica académica”, Alberto Giordano señala: “Para quienes creemos que la crítica literaria es un relato sobre nuestras experiencias de lectura –un relato en que la generalidad de los conceptos y el modo afirmativo de los argumentos no niegan, sino que transmiten lo intransferible e incierto de esas experiencias, hasta el punto de dejarse conmover por esa presencia evanescente- el texto clave de Borges es ‘La supersticiosa ética del lector’”. En esta afirmación de Giordano tenemos una clave para leer el libro de Pirsch, Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 193-196

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Reseñas

entender su trabajo crítico como el relato de su encuentro con Guido, un encuentro que lleva décadas. Siendo una lectora adolescente, Pirsch conoció la obra de Guido (y a la propia autora en una Feria del Libro de Buenos Aires en 1981) y volvió una y otra vez sobre esa obra y sobre esa figura (hablamos, desde luego, de Guido como figura pública). Como lectora adulta, como escritora, se enfrentó al desafío de transmitir sus experiencias de lectura, sus vicisitudes, sus idas y vueltas y no se equivocó, eligió contar. Parafraseando: Pirsch escribió un relato que se sirve de los conceptos teóricos para transmitir lo intransferible de sus encuentros con la literatura de Guido. La afirmación de Giordano nos habilita a leer el libro de Pirsch en clave narrativa, leer su trabajo crítico como un relato de suspenso. Como lectores, como espectadores, vemos al crítico caminando sobre ese alambre tenso y escuchamos de fondo los redoblantes de la orquesta del circo. Por tramos sus pasos son firmes, en las zonas seguras, en los extremos digamos pero, cuando el crítico se encuentra a mitad de camino, cuando su cuerpo se bambolea a un lado y a otro lado del alambre, la tensión aumenta, esperamos una resolución. El crítico camina sobre la obra como el equilibrista camina sobre el alambre y medita cada paso. Ambos se sirven de elementos para desplazarse: el “realismo” para uno y el balancín para otro, por ejemplo. Pirsch, entonces, camina sobre la obra de Guido y se sirve de elementos,

de

conceptos

teóricos,

el

primero

de

ellos

como

anticipamos, es el concepto de realismo pero, y esto es uno de sus méritos

críticos,

su

procedimiento

no

se

reduce

a

la

mera

confrontación. Precisemos, no se trata de una aplicación de conceptos teóricos a fenómenos literarios, de una transposición mecánica. Su apuesta es más arriesgada, es un cuestionamiento de la teoría, una desarticulación o un desplazamiento hasta encontrar una explicación 194

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satisfactoria. Veámoslo en detalle: frente a la caracterización de la narrativa de Guido como realista, Pirsch se pregunta de qué realismo hablamos o, en términos barthesianos, ¿cuál sería el verosímil realista de Guido? Entonces coloca en superficie el debate sobre el realismo, en principio lo abre (lo universaliza) y luego lo circunscribe a los límites nacionales. En ese movimiento se sirve de la crítica precedente y pone a discutir a Juan Carlos Portantiero con Ángel Rama. El primero confronta a Guido con David Viñas, entiende por realismo un inventario minucioso de la realidad, es decir le reclama una visión totalizadora y, bajo esa exigencia, la obra de Viñas aparece como más sólida. En cambio Rama, más descriptivo y atento a los accidentes de la obra de Guido, señala que la parcialidad de su mirada no es una limitación sino un recurso. La discusión, por supuesto, no se agota en el realismo, Pirsch piensa la obra de Guido y pone a funcionar la dimensión polémica de la autora, sus intervenciones en los debates públicos de la época, intervenciones que le estaban vedadas por su condición de mujer pero a las que no renunció. Entonces encuentra otra clave de lectura, no una mera clave biográfica sino la construcción de una figura pública y literaria al mismo tiempo, la figura del travesti. La intervención en el espacio social es una intervención en un espacio masculino y la lleva a asumir las formas de lo masculino. Lo realmente estimulante es comprobar cómo la figura del travesti se desplaza desde el espacio público hacia el espacio literario, cómo se trasviste una narrativa. El recorrido y la mirada son intensos y extensos, Pirsch trabaja sobre la elección de un género popular como el melodrama, sobre la relación con movimientos estéticos como el gótico y filosóficos como el existencialismo y, además, en un hallazgo, sobre el cruce de nombres propios. Beatriz Guido junto a David Viñas, Juan Domingo Perón, Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, Susana Giménez, Leopoldo Torre Anuario PROEHAA 2015, N° 1, 193-196

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Reseñas

Nilson,

Jean

Paul

Sartre,

Arturo

Jauretche,

da

lugar

a

una

enumeración dispar, un recurso que Borges utiliza deliberadamente pero que, en el caso de Guido, aparece como una serie de accidentes de su vida pública y literaria. La enumeración dispar, que a Foucault le provocara aquella carcajada, la carcajada que sacude, tiene en este caso una fuerza similar, cuál es el resultado de juntar a Perón con Cortázar o a Walsh con Giménez, en principio la dislocación, el escándalo del sentido común. Pero, y todos lo sabemos, fuera de los laberintos borgeanos no hay muchos eventos más escandalosos que sentarse en una platea a contemplar cómo un equilibrista arriesga su vida caminando sobre un alambre. Bibliografía BORGES, J. L. 1998. “Prólogo a la primera edición”. En Historia Universal de la infamia. Madrid: Alianza. FOUCAULT, M. 1999. “Prefacio”. En Las palabras y las cosas. México D.F.: Alianza. GIORDANO, A. 2001. “Lo ensayístico en la crítica académica. A modo de prólogo”. En Manuel Puig. La conversación infinita. Rosario: Beatriz Viterbo. PIRSCH, M. 2013. Beatriz Guido: una narrativa del desplazamiento. Buenos Aires: Biblos.

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PAUTAS PARA LA PRESENTACIÓN DE COLABORACIONES

Anuario del PROEHAA (ISSN 2469-0295) es una publicación anual del Programa

de

Estudios

Históricos

Antropológicos

Americanos

(PROEHAA) del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lujan, (Disp. CD-CS 115-14) que publica artículos originales, conferencias, entrevistas, traducciones, reseñas, debates, documentos y fuentes de autores nacionales y extranjeros que desarrollen sus tareas de investigación en el campo de la historia social, la antropología, la sociología, la etnohistoria, la política histórica o antropológica y demás disciplinas sociales, con el objetivo de que los mismos sean inter y pluridisciplinarios. Las contribuciones pueden ser de índole teórica, metodológica, estudios de caso, análisis de fuentes o estados de la cuestión. Para publicar en Anuario PROEHAA, los trabajos deben ser inéditos (excepto aquellos presentados en reuniones científicas), así mismo no podrán ser evaluados en simultáneo con otra publicación; deben ser considerados, por los evaluadores, como un aporte original a las áreas de estudio que considera; presentar resultados totales o parciales de una investigación científica o ser una reseña de un trabajo científico publicado; contener un desarrollo metodológico claro y un análisis consistente de los datos o fuentes, incluyendo las confrontaciones necesarias y contener bibliografía actualizada y consistente con las áreas de estudio. La publicación de los trabajos-artículos estará sujeta a un proceso de evaluación externa al Comité Editorial, garantizando el anonimato de autores y evaluadores. Aquellos escritos, que no cumplan con las normas editoriales del Anuario no serán aceptados para su evaluación.

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Las siguientes Normas se solicitan para asegurar la calidad del la revista y agilizar la publicación de los trabajos. Los autores acompañaran su trabajo con un CV de máximo 5 renglones que contendrá: Nombre y Apellido. Titulo de Grado e Institución, Titulo y/o Estudios de Postrado e Institución. Cargo actual. Pertenencia académica Formato Título: Primer renglón. Centrado. Mayúscula. Negrita. Autor/res:

Segundo

Renglón.

Apellido/s

y

Nombre/s.

Derecha.

Mayúscula-minúscula. La pertenencia institucional y mail del autor deben insertarse con una nota a pie de página, asterisco, en letra Normal. Mayúsculaminúscula. Cursiva, sin abreviaturas. Los resúmenes deben ser en castellano y un idioma adicional: portugués o ingles Resumen en castellano: Máximo 300 palabras y 4 palabras claves Resumen en portugués Máximo 300 palabras y 4 palabras claves Resumen en inglés: Máximo 300 palabras y 4 palabras claves Texto: Máximo 30 carillas, incluyendo imágenes, tablas, gráficos notas al pie y bibliografía. La tipografía a emplear es Arial 11p, interlineado a 1,5 espacios, sin tabulaciones ni espacios después de títulos o subtítulos, manteniendo en todo el texto la alineación a izquierda. Debe ponerse especial cuidado en que el documento no contenga ninguna otra tipografía que la indicada. Las notas al pie serán en Arial 9p correlativas en números arábigos, tratando de no incluir aquellos conceptos que puedan ir dentro del texto general. Se sugiere ordenar el texto según los siguientes acápites: 198

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Introducción (especificar claramente el objetivo del trabajo y/o el problema que se investiga). Desarrollo del Contenido Conclusiones Agradecimientos Fuentes consultadas Referencias Bibliográficas Las imágenes, gráficos y tablas se colocaran incrustadas en el texto en el lugar donde deben ir con ajuste “Arriba y Abajo” y las tablas sin formato y con todos los bordes visibles. Para la Bibliografía: Todas las referencias bibliográficas citadas en el texto deberán ser presentadas alfabéticamente, consignando el nombre del autor o de los autores con letras mayúsculas, año de publicación y título completo. Se comenzará con el apellido del primer autor seguido de la inicial del nombre. Los restantes autores se citan por su inicial seguida del apellido. El nombre de la revista deberá ir en itálica. Las revistas se abreviarán de acuerdo a las normas de cada publicación periódica; el volumen, en números arábigos; a continuación se pondrán dos puntos y la numeración de la primera y última página del artículo separado por un guión. En caso de libros se mencionarán la editorial y la ciudad donde fue editado. A continuación figuran diferentes ejemplos ilustrativos al respecto:

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En caso de Revistas Con un autor NÉSPOLO, E. A. 2003. “La sociedad indígena en la frontera bonaerense: resistencia y complementariedad. Los pagos de Luján, 1736-1784”. Revista Atek-Na 1: 47-83 RATTO, S. M. 2005. “Caciques, autoridades fronterizas y lenguaraces: intermediarios culturales e interlocutores válidos en Buenos Aires (primera mitad del siglo XIX)”. Mundo Agrario 5 (10). Disponible en www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/v05n10a08 b. Con dos o más autores CUTRERA, M. L. y MORRONE, A. J. 2009. “El lider étnico, liderar y liderazgo. Los Yahati, Lepin, Juan Manuel Cachul y Juan Catriel: hombres políticos de la frontera bonaerense”. Revista Española de Antropología Americana 39 (2): 83-100 En caso de libros ANDREUCCI, B. 2011 Labradores de frontera. La Guardia de Lujan y Chivilcoy 1780-1860, Prohistoria ediciones. Rosario, Argentina. En caso de publicaciones con Editor (Ed.) o Compilador (Comp.) DAURIL, A. 1992 “Los mercados de exportaciones latinoamericanas, 1790-1820”. En LYMAN, J.; TANDETER, E (comp.), Economías

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Coloniales. Precios y Salarios en América Latina, siglo XVIII. Ediciones Fondo de Cultura Económica, México-Argentina. ; pag. 407-438. En caso de Instituciones BOLSA DE CERALES DE BUENOS AIRES 1987 Anuario Estadístico. Buenos Aires. En caso de Tesis AGUILAR, Y. 2010. La Patrimonialización de la Cultura. El Discurso de las Políticas Culturales Municipales. La Situación de la Localidad de Achiras. TFL. Fac. de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto, Río Cuarto, Argentina En caso de Congresos, Simposios o Reuniones Científico-Técnicas TAMAGNINI, M. y G. PEREZ ZAVALA. 2009. El Tratado de Paz de 1796: entre la delimitación de la frontera sur cordobesa y el reconocimiento político de los ranqueles. I Jornadas Nacionales de Historia de Córdoba. CIFFYH, FFyH, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina. Citas bibliográficas en el texto: Para uno o dos autores debe(n) indicarse el o los apellidos seguidos del año de la publicación entre paréntesis: Cabrera (2011), López y Pérez (2006). En casos de más de dos autores debe escribirse el apellido del primero seguido de la expresión et al. y el año de la publicación: Canedo et al. (1974) o (Canedo et al., 1974).

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Cuando se efectúan referencias de más de un trabajo del mismo autor publicados en el mismo año, ellas serán designadas con las letras a, b, c, etc., a continuación del año de publicación. Ej.: Ramírez (1979 a, b) o (Ramírez, 1979 a, b). Los trabajos a remitir al Anuario del PROEHAA deben ser enviados al correo electrónico [email protected] en formato .doc o .docx, tamaño de hoja A4, hasta un máximo de 30 páginas incluyendo imágenes, tablas, gráficos notas al pie y bibliografía.

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