Podemos: potencialidades, límites y retos de la opción populista.

June 15, 2017 | Autor: Mercè Cortina-Oriol | Categoría: Populism, Democracy, Strategic-relational Approach, Podemos
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Descripción

Anuario de Movimientos Sociales 2014

Podemos: potencialidades, límites y retos de la opción populista1.

Mercè Cortina-Oriol Pedro Ibarra

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En este capítulo, pretendemos lanzar una mirada al proceso de surgimiento y evolución de Podemos, planteando una cuestión constitutiva de la formación política que creemos especialmente relevante: la hipótesis populista y sus límites. Primero, abordaremos a grandes rasgos esta hipótesis y, frente a una aproximación laclauniana, propondremos una mirada estratégico-relacional para comprender mejor el fenómeno. A partir de aquí, revisaremos el proceso de surgimiento y evolución de Podemos y las potencialidades, límites y retos de su estrategia. Para acabar, plantearemos los tres ejes en torno a los que creemos debería girar el debate en torno a la cuestión del populismo: la tarea hegemónica y la institucionalidad; la cuestión democrática; y la construcción popular y la centralidad, y argumentaremos que, en el contexto español actual, sólo se puede comprender el surgimiento de una fuerza política de ruptura desde una propuesta de carácter populista, a pesar de que ésta misma haya abierto la posibilidad para una nueva política en la que dicha opción pierde centralidad.

I Reflexiones generales del populismo Mucho se ha escrito ya sobre el populismo, sus posibles definiciones y sus diferentes connotaciones. Salvando el debate en torno a la concepción positiva o negativa del populismo, nuestra opción es la de entender el populismo como una posibilidad para el fortalecimiento de la democracia. La opción populista supone esencialmente una voluntad para cambiar la correlación de fuerzas, un catalizador simbólico desde el que el Pueblo se representa como mayoría con capacidad de representar el interés general y de ejercer hegemonía, en vez de que éstos queden representados por una minoría. En un contexto post-político, el populismo permite situar otra vez en el tablero de juego elementos como la soberanía popular o la igualdad (Errejón & Mouffe, 2015), elementos que en el marco de la democracia liberal europea

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Este artículo forma parte del Anuario de Movimientos Sociales 2014, publicado por Fundación Betiko en Enero 2015. Disponible online en: www.fundacionbetiko.org.

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Los autores quieren agradecer los comentarios y las aportaciones para el texto de Juan Carlos Monedero y Xabier Barandiaran. www.fundacionbetiko.org

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estaban quedando arrinconados frente a la centralidad del individuo y un interés instrumental de la democracia que apela al Estado mínimo y a la lógica de costebeneficio. Desde una concepción plena de la democracia, entendemos que re-equilibrar la balanza entre estos dos conjuntos de componentes es fundamental y el populismo se presenta como una posibilidad para ello. El populismo apela a una nueva realidad, a una nueva institucionalidad y a un nuevo sujeto, en definitiva, pretende impugnar el orden establecido a partir de la construcción de una nueva hegemonía. Sin embargo, este camino no es un camino fácil. Es aquí donde las fragilidades del populismo, como estrategia de construcción hegemónica, se hacen evidentes. Así pues, más allá de las fragilidades del populismo en tanto que concepto teórico-analítico -y las dificultades para su definición-, identificamos también cierta fragilidad en la propia constitución de la opción populista y su estrategia. En este sentido, observamos una suerte de mutua retroalimentación entre ambas fragilidades: lo analítico reproduce la fragilidad constitutiva y las opciones políticas se construyen alimentándose de la fragilidad analítica. De esta manera, cabe tener presente las dificultades definitorias del populismo por un lado, y las dificultades que han tenido lo regímenes populistas de asentar formas institucionales coherentes y funcionales en base a una nueva relación de fuerzas en un nuevo contexto, por otro lado. Con la voluntad de intentar salvar esta doble fragilidad, creemos que es interesante distinguir entre tres aproximaciones distintas desde las que mirar al populismo: la primera, una aproximación histórica al populismo, entendido como un fenómeno histórico en general, y en América Latina en particular, aproximación en la que en este caso no vamos a entrar. La segunda, la aproximación laclauniana, a partir de la que se entiende el populismo como una labor estratégica discursiva mediante la que se pretende una transformación radical social y política a partir de reconfigurar fronteras y apelar a un nuevo sujeto portador del interés general, es decir, el populismo entendido en tanto que práctica semiótica. Y la tercera, y la que proponemos en este capítulo, una aproximación estratégico-relacional mediante la que el populismo se lee más allá de su estrategia discursiva, desde aquellas condiciones que se dan en un momento concreto para que surja y aquellas condiciones que se dan para que la nueva política a la que el nuevo Sujeto Pueblo apela se materialice. Es decir, el populismo como repuesta a un contexto que hace posible una nueva realidad.

II Los retos del análisis y la propuesta populista de Podemos. El marco en base al que se está llevando a cabo la mayor parte del análisis en torno a Podemos parece ser el laclauniano. Como hemos dicho, desde esta aproximación se apunta a la centralidad del discurso como elemento performativo. El discurso supone aquel elemento que da pie a un cadena equivalencial entre demandas que no están siendo atendidas por parte de las élites. Es decir, a través de creación de un relato concreto, se consigue que un conjunto heterogéneo de demandas no atendidas y que hasta entonces permanecían aisladas, se identifiquen unas con otras, encuentren un denominador común que hace que se aglutinen. En este proceso se reconfiguran las fronteras entre la diferencialidad y la equivalencia, y se articula una nueva identidad, totalizante, que toma forma de El Pueblo. Siguiendo las aportaciones de Laclau (2005) es precisamente la construcción de esta nueva identidad política que apela a la idea de www.fundacionbetiko.org

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Pueblo, junto a la reconfiguración de las fronteras que ordenan el orden establecido, los elementos que permiten una transformación radical social y política. A nuestro entender, desde esta aproximación al fenómeno, no se considera suficientemente el contexto en el que las estrategias discursivas se dan. Esto supone, como ya hemos apuntado, no sólo una fragilidad analítica sino también constitutiva en el desarrollo de un proyecto contra-hegemónico. En el centro de las fragilidades y dilemas que acompañan al populismo como estrategia discursiva encontramos a los significantes vacíos. Laclau presenta a los significantes vacíos como las materias primas para estos discursos totalizantes. Laclau defiende el concepto en tanto que un significante que es reconocible e identificable por todos, que confluye -sobre todo emotivamente- en un afirmación/apropiación identitaria y un deseo colectivo, simbolizado ambos en un nombre, una persona, una virtud. Al estar vacío de contenido, este significante vacío tiene potencialidad para operar como un elemento aglutinante de aquello heterogéneo y plural. Sin embargo, esta condición de vacuidad tiene una doble cara: a la vez que su capacidad aglutinadora, corre el riesgo de aquello que lo define y le da sentido y potencialidad le impida generar una alternativa capaz de tener efectos materiales. Es decir, en vez de suponer una construcción, no suponer más que un constructo. Bien es verdad que, frente a ello, el propio Laclau argumentaba que la vaguedad que se le atribuye al populismo debe ser tomada en relación a la vaguedad de la realidad social y política en la que este populismo se da y, por tanto, es la condición en base a la que se pueden construir significados políticos relevantes (Laclau, 2005:32). También es verdad que desde una lógica equivalencial, una propuesta populista impugna el modelo actual desde la transversalidad y que si atendemos al hecho de que una crisis hegemónica afecta de manera transversal, la alternativa debe corresponder a esta misma lógica. Además, el pueblo al que se apela no supone una categoría estanca, sino que se trata de una identidad política en construcción, flexible, abierta y plural, basada en la heterogeneidad de las diferentes demandas que la componen. Desde esta concepción estratégico-discusiva, y desde la propia lógica equivalencial, la idea de la falsa conciencia puede quedar definitivamente expulsada de la labor política y centrarse en la idea gramsciana de la filosofía de la praxis. El populismo no supone una labor ideológica, sino una labor basada en la escucha, la traducción y la identificación. Por lo tanto, en el peor de los casos, un proyecto populista supone potencialmente un impacto en el sedimento cultural, el sentido común operante, la materia prima necesaria para construir una nueva hegemonía, para llevar a cabo, de nuevo en términos gramscianos, una guerra de posiciones. En cualquier caso, desde esta aportación se nos presentan otras fragilidades relacionadas con la idea de pluralidad, inclusión y, finalmente, democracia. De forma somera, por un lado, mantener el equilibrio entre la pluralidad, la heterogeneidad de las distintas demandas, y la totalidad del discurso aglutinador resulta tarea complicada. Además, en la búsqueda de ese equilibrio se corre el riesgo de privilegiar unas demandas frente a otras, lo que puede suponer, o bien una ruptura de la totalidad, o bien un problema de exclusión de ciertas demandas. Se advierte como el populismo suele consistir, por condición constitutiva, en una tendencia a la autolimitación en la definición y propuesta de hegemonía, y como la centralidad del discurso, del símbolo totalizante, puede suponer fácilmente la exclusión de aquellos a los que se apela como pueblo, a sus formas, ritmos y realidades. Es precisamente aquello que le da sentido y www.fundacionbetiko.org

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potencialidad, lo que conlleva una construcción popular frágil y penetrable por el adversario. En cambio, desde la tercera aproximación se sugiere que el populismo no es sólo una práctica semiótica, sino que existe una base material-relacional sobre la que el populismo se puede dar y que condicionará tanto su propia existencia como sus posibilidades de éxito. Es decir, se da en un marco determinado con determinadas relaciones de poder, con determinados imaginarios y discursos, y con determinadas estructuras institucionales y sociales. No basta con que a partir de cierta estrategia discursiva el paro se deje leer como un fracaso personal y se empiece a ver como un problema social, político y económico con unos responsables más o menos directos y más o menos concretos, sino que es importante que se dé cierta estructura en los medios de comunicación que permitan una apertura a este tipo de discursos, que haya ciertas herramientas tecnológicas al alcance de una mayoría de la población que permitan el actuar desde las redes sociales, que se dé cierta estructura institucional y en el sistema de representación que permitan que se pueda llevar a cabo una disputa en ese terreno. En este sentido, las estructuras, atendiendo también a la dimensión cultural de las mismas, aún siendo entendidas como relaciones sociales, no son simplemente una construcción. Se configuran como una amalgama de diferentes relaciones composibles que se sedimentan (Jessop, 2015; Sum & Jessop, 2013), sugieren ciertas condiciones dadas -aún teniéndose que leer, percibir y narrar de una manera u otra-, y una base material sobre la que la disputa se puede, o no, dar. La estrategia discursiva se formulará, por tanto, en el marco y frente a un determinado contexto definido por ciertas relaciones de poder, ciertos discursos socio-históricos, y ciertas prácticas institucionales, que aunque son a su vez estratégicamente construidas, se han consolidado y sedimentado. Entendemos que desde esta aproximación se pueden paliar algunas de las fragilidades tanto analíticas como constitutivas del propio populismo y que identificamos desde una aproximación laclauniana. Por tanto, esta idea nos sugiere que el éxito de las propuestas populistas, es decir, de su capacidad de transformación de la realidad, no trata sólo de la capacidad performativa del discurso, sino que en un escenario en crisis, las transformaciones, las posibilidades para la disputa y la ruptura, siempre dependen del contexto y de las estructuras previas. La disputa hegemónica se da en un marco que está estratégica y hegemónicamente condicionado, en el que además existen diferentes sujetos y capacidades de agencia, resultando la nueva realidad de una relación contingente entre la dependencia de las estructuras y prácticas previas y la capacidad estratégica y relacional. A pesar de que este cambio de perspectiva puede ayudar a hacer frente a ciertas limitaciones identificadas anteriormente, tampoco salva al populismo de algunas de sus fragilidades constitutivas, aquellas que se derivan del carácter dependiente del proceso de construcción hegemónico de las estructuras, imaginarios, discursos y prácticas previas, y aquellas que se derivan de su propio carácter performativo, pero sobre todo, del difícil equilibrio entre unas y otras. En este punto, es importante apuntar al hecho de que en ninguno de los dos casos el populismo se presenta como un proyecto político en sí mismo, algo que podría estar de alguna manera más presente si atendemos al populismo desde una aproximación histórica. Eso sí, y aquí es donde se da el debate entre los dos enfoques: en el segundo caso el populismo se entiende como una estrategia vinculada a un momento de ruptura entre un orden hegemónico y otro –sin definir qué forma tomará el segundo escenario-. www.fundacionbetiko.org

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Se trata de una acción discursiva estratégica que se agota en sí misma cuando se consigue construir una nueva institucionalidad. En cambio, desde una aproximación estratégico-relacional, el populismo se entiende como una disputa estratégica que va más allá de lo discursivo, donde no sólo la acción semiótica, el texto, es importante, sino que los elementos extra-semióticos se sitúan igualmente en el centro de atención a la hora de entender el contexto y actuar estratégica y tácticamente frente a él. Frente a esta centralidad discursiva, adoptamos el marco propuesto por Sum y Jessop (2013) mediante el que se distinguen cuatro tipos de selectividades que entran en juego en un proceso de construcción hegemónica: la semiosis –entendiéndola más allá del discurso-, la agencia, las tecnologías, y finalmente la estructura –entendiéndola como la sedimentación de diferentes relaciones composibles-. Todas ellas, ordenadas a través de las cuatro esferas estratégicas del Estado (la económica, la institucional, la cultural y la social). Las selectividades suponen aquello que se selecciona y prioriza para conseguir ciertos objetivos. El proceso de construcción hegemónica se da en un contexto en el que se han privilegiado unos discursos frente a otros, unos actores frente a otros, cierta instituciones y estructuras, unas determinadas tecnologías. Y es en ese contexto en el que los subalternos deben disputar el orden hegemónico. Estas selectividades se ordenan a partir de un proceso circular, en permanente contienda, entre los procesos de variación – surgimiento de diferentes relatos, sujetos, visiones, relaciones-, selección –de unas y no otras- y retención –proceso de sedimentación-. Una parte de ellas es dependiente del orden establecido, construidas y condicionadas estratégicamente, la otra, tiene carácter performativo y es donde existe, en un primer momento, la posibilidad de disputa. Volviendo al caso que nos ocupa, si partimos de la idea que la acción estratégica se lleva a cabo en el marco de un contexto específico, de lo que se trataría sería de trazar el proceso de construcción (contra-)hegemónica de Podemos a lo largo del proceso de variación, selección y retención para cada una de las selectividades en las que tiene, a día de hoy, posibilidad de disputa. En ese proceso, deberíamos observar con qué dilemas estratégicos ha tenido que -o está- lidiando, no sólo en relación al orden hegemónico establecido, sino a las otras posibles alternativas que entran, o podrían entrar en juego. A la vez, deberíamos ver cómo Podemos, frente a un contexto estratégicamente condicionado en el que se privilegian ciertos actores, prácticas, discursos, tecnologías…, ha actuado estratégica y tácticamente en cada una de estas esferas y qué discursos, alianzas, tecnologías… ha utilizado y priorizado en su estrategia y cómo los ha organizado mediante procesos de priorización, jerarquización, espacialización y temporalización. Si estamos hablando de construcción hegemónica y de populismo en tanto que estrategia para la misma, la pregunta no puede ser sólo en torno a la construcción del sujeto hegemónico o quién tiene capacidad para generar un discurso aglutinador; sino quién es capaz, y cómo, de que ese discurso se seleccione, se retenga y sedimente y por qué. Observando el proceso de Podemos, advertimos como mientras en el primer asalto resulta importante la construcción discursiva, en un segundo asalto las posibilidades que el contexto ofrece para la disputa, para que estos constructos se conviertan en construcciones, en hechos capaces de generar materialidad y de lidiar con el entorno, se tornan un elemento crucial. Al fin y al cabo, los discursos deben ser capaces de sedimentarse en políticas y prácticas. A diferencia del enfoque discursivo, el enfoque www.fundacionbetiko.org

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estratégico-relacional nos sirve para analizar y comprender las condiciones del surgimiento de Podemos y su evolución y entender de una forma más completa los procesos de construcción hegemónica. De la misma manera, este enfoque permite una mejor comprensión del contexto de cara a la acción, y una mayor capacidad para ordenar y operar estratégica y tácticamente frente a él, atendiendo, más allá de la acción discursiva, a otras tareas, y permitiendo jugar en el marco de diferentes discursos, relaciones, escalas y territorios. En definitiva, frente a un contexto con toda su complejidad. A pesar de ello, como hemos dicho y veremos más abajo, desde esta aproximación el proyecto populista sigue presentando ciertas fragilidades constitutivas.

III Podemos: expectativas.

contextos,

antecedentes,

nacimiento

y

Podemos es una respuesta política desde el populismo que incorpora todas los dilemas, divergencias y fragilidades que hemos planteado de esta opción política. Ya hemos apuntado la hecho que hasta ahora la mayoría de las lecturas sobre Podemos se han hecho desde sus prácticas discursivas. Sin embargo, a medida que nos acercamos a las elecciones generales, aparece de forma evidente la necesidad de poner en la fotografía, por un lado, los elementos contextuales y estructurales que configuran la realidad que ha hecho posible que una estrategia populista tuviera sentido y resonara y, por otro, lo elementos que pueden suponer una oportunidad o pueden limitar el proyecto.

Contextos y antecedentes Podemos surge en un contexto de crisis orgánica, de crisis del proyecto hegemónico, un proyecto heredado del 78 y que se construye en base ciertas relaciones económicas, institucionales y sociales. Este proyecto se ha colapsado en el marco de una triple crisis: una crisis de las estrategias de acumulación capitalista, una crisis del proyecto de Estado, y una crisis de las visiones hegemónicas (Jessop, 2015). Por un lado, la intensificación y endurecimiento de las estrategias de acumulación capitalista han llevado a una disfunción en la relación entre las estrategias económicas y el proyecto hegemónico cuando las estructuras sociales y políticas no han podido soportar más la carga de las fórmulas neoliberales. El Estado no ha sido capaz de garantizar la inclusión necesaria en el modelo neoliberal, generándose un escenario devastador de paro, exclusión social, desahucios… que se ha visto acentuado por las políticas de recortes surgidas de la desesperación de las élites para salvar un sistema económico con el que el propio Estado ha venido generando una relación de dependencia. Esta crisis de las estrategias de acumulación ha tenido dos resultados especialmente relevantes: el primero, el impacto que ha supuesto sobre las clases medias, las que hasta ahora vivían con una autopercepción de cuasi inmunidad a los pequeños dilemas de las estrategias acumulativas; el segundo, relacionado con éste, el freno del ascenso social, el que se daba por sentado hasta entonces, suponiendo la exclusión de prácticamente una generación entera que, por primer vez, vivirán peor que sus mayores. www.fundacionbetiko.org

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Por otro lado, una crisis del proyecto de Estado. Jessop (1983) presenta el proyecto de Estado como aquello que define y regula las relaciones entre Estado y sociedad a través las prácticas institucionales, proyectos e imaginarios, y que le provee con la suficiente base substancial para operar. En términos gramscianos, el Estado integral está en crisis: están en crisis las instituciones, el sistema de representación, el sistema de partidos y del resto de estructuras sociales que componen el Estado en su sentido amplio ya sean los sindicatos, las ONGs o el tercer sector. Esta crisis se ha plasmado en la crisis de un bipartidismo imperfecto, que ha dejado además claro el grado de oxidación de los mismos, y en la pérdida de legitimidad de las instituciones a través de los casos de corrupción, pérdida de soberanía y aplicación de recortes. Instituciones que se han visto altamente cuestionadas por primera vez desde el 78, como la monarquía, el Senado, la judicatura, el Tribunal Constitucional o la propia estatalidad. En definitiva, esta crisis se ha plasmado en aquello del “no nos representan”, en un fracaso del modelo representativo en asegurar la autoridad y el consentimiento. Por último, una crisis de la visión hegemónica, la que supone las líneas que definen la política del Estado pero también la visión compartida del mundo que da sentido al proyecto hegemónico. Se trata del conjunto de creencias, certezas y expectativas sobre el mundo y que dibujan, además, las visiones de futuro. Es desde la visión hegemónica desde la que se da la disputa por el poder. Esta crisis se ha traducido en una crisis de la base social del Estado, es decir, de aquellos que configuran, diseñan y lideran esta visión y que queda reflejada en la falta de legitimidad de la clase política en el Estado Español y que también se ha visto en relación a la propia Unión Europea; una crisis entre las expectativas y las experiencias de la población; y una crisis del propio paradigma de lo político, en la que emerge el sentimiento de expulsión de la población del hecho político. Es Chantal Mouffe (Errejón & Mouffe, 2015) la que apunta que el colapso del sistema político no viene por una movilización en las calles que impugna el orden establecido, sino por el distanciamiento de la gente de lo político, que no lo considera propio sino ajeno. En definitiva, la crisis de la visión hegemónica supone una crisis de la relación de la sociedad civil con la sociedad política. En este punto cabe remarcar que quien ha roto el pacto social existente, quien ha roto el proyecto hegemónico, han sido las propias élites: por un lado, el sistema de acumulación ha roto con el equilibrio entre sus propias estrategias y las condiciones necesarias para su sostenimiento; por otro lado, el sistema de representación ha fallado en garantizar el equilibrio entre dichas estrategias de acumulación y las demandas y necesidades sociales. Este hecho abre una ventana de oportunidad para un nuevo proyecto hegemónico, un proyecto que surge de la necesidad de articular una respuesta a la crisis y que lo hace a través de una propuesta populista en tanto que dimensión de la cultura política que, como argumentaba Laclau, emerge de la desafección. El populismo abre la posibilidad para la resignificación, para la performación. A través de una estrategia populista se abren disputas que parecían cerradas. Eso sí, el proyecto contrahegemónico estará condicionado estratégicamente por el proyecto hegemónico en disputa. Este hecho se hace evidente en las propias condiciones se su surgimiento, pero también ante la necesidad de disputar, en primer lugar, los marcos en disputa.

Nacimiento y expectativas www.fundacionbetiko.org

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Al hablar de Podemos estamos hablando de la irrupción de un nuevo sujeto político que aprovecha una ventana de oportunidad para, potencialmente, abrir la puerta a una nueva política. A la hora de analizar este fenómeno debemos partir, en primer lugar, de la idea de la necesidad. Podemos surge de la necesidad de un sujeto que sea capaz de articular una nueva forma de hacer política, de irrumpir y llevar a cabo la contienda en un terreno y con una praxis que no han correspondido históricamente a los casos en los que los movimientos sociales formulan desde su seno una acción política o ponen en marcha un instrumento político a los movimientos sociales. Es así como antes de preguntarnos qué es Podemos, debemos mirar al para qué y al cómo de su surgimiento. Su proceso de surgimiento es un proceso que se puede entender de acuerdo con la lógica postestructuralista en base a la que E.P. Thompson (1963) explicaba la formación de la clase obrera. Para Thompson, primero se dio la lucha de clases, después la conciencia y, finalmente, la clase, al revés de lo que se ha postulado desde ciertas posiciones marxistas. En el caso de Podemos, su surgimiento no se puede explicar sin esa lucha, o de nuevo en términos gramscianos, esa guerra de movimiento que supuso el 15M. Tampoco sin el discurso de Pablo Iglesias, que gracias a la apertura de algunos medios de comunicación de masas pudo, y puede llegar, a sectores sociales prácticamente inalcanzables hasta entonces. Un discurso muchas veces más cercano a la retórica que al discurso político, que ha servido como performador de una nueva forma generalizada de pensar la realidad, de un nuevo sentido común. Por tanto, su auge se puede comprender desde su acierto en elaborar un discurso alternativo de lectura sobre la crisis económica, social y política, mediante el que se señalaba la condición de un sociedad con graves deficiencias democráticas tanto a nivel formal como substancial. Pero hay otros elementos que explican la forma que toma Podemos y que van más allá de su capacidad discursiva: por un lado, la experiencia en América Latina de sus impulsores en base a la que se observa la importancia de la toma electoral del poder y de acceso al Estado para una transformación de las condiciones sociales, políticas y económicas. Esta experiencia confluye con el escenario posterior al 15M, en el que algunos activistas ya dan muestras de querer incorporarse a la política, lo que supone un cambio fundamental respecto a lo anterior. Crece la idea de la necesidad de una guerra de posiciones, coincidiendo con el fracaso de la propuesta de confluencia de Izquierda Unida que lanza a principios de 2014 y que resulta un fracaso precisamente a causa de sus ansias de hegemonizar el proceso. Esta conjunción ha sido la detonadora de una voluntad de irrumpir, de tomar las riendas, de convertirse en una clase-para-sí y llevar a cabo un cambio político. Por tanto, su auge también se puede comprender a partir de un determinado sistema de relaciones, sobre todo entre las izquierdas, y de determinadas relaciones de poder, de una determinada estructura institucional y de representación que ha posibilitado el surgimiento de Podemos como alternativa, de la capacidad de agencia que se ha ido forjando en los últimos años y que explosiona sobre todo a raíz del 15M, del acceso a determinadas tecnologías, sobre todo a nivel de redes sociales, y de cierta estructura en los medios de comunicación que ha facilitado la apertura que ha hecho que Podemos tuviera un primer momento de luna de miel con los medios de comunicación. Pero también de la propia forma de la crisis, la que le da la oportunidad para no tener que plantear propuestas especialmente radicales. El hecho de que hayan sido las propias élites las que han roto con el pacto social existente ha abierto la puerta para que muchas www.fundacionbetiko.org

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de las demandas no fueran de ruptura, sino de cumplimiento. Podemos no ha necesitado construir alternativas radicales frente al sistema, simplemente recuperar propuestas que todavía resuenan a la mayoría de la población. En definitiva, Podemos ha surgido de un contexto de crisis y su auge se puede comprender desde su tarea discursiva, pero más allá de ello, cabe comprender que esta tarea discursiva se ha llevado a cabo frente a un contexto que es demasiado complejo como para tratarlo como una simple construcción. De lo contrario, sería fácil caer en una concepción de la política como una suerte de relación de carácter, podríamos decir contingente, entre por un lado un grupo reducido que construye un relato en torno a la realidad (con sus diagnósticos, pronósticos, elementos identitarios y referentes simbólicos) y por otro, un Pueblo, como categoría abstracta, que elige entre los diferentes relatos que les presentan.

IV La estrategia política: contradicciones, límites y retos. Podemos nace como un instrumento electoral de cara a las Elecciones Generales de 2015. Nace con una clara vocación de aprovechar lo que se ha llamado un ventana de oportunidad y llevar a cabo una estrategia de cambio. El discurso de Podemos ha sido un discurso que ha conseguido resonar y aglutinar a diferentes sectores sociales, que en el marco anterior no se reconocían, construyendo a partir de ciertas ideas, o significantes vacíos, un puente entre ellos y entre sus respectivas demandas. Una respuesta a las preguntas que se planteaban, una respuesta que ha contestado a sectores más allá de a los que el 15M interpelaba. Podemos ha apelado a un Pueblo, a una totalidad. Desde Podemos se ha recuperado la idea del interés general como el intereses de la mayoría. Se ha roto con la idea de izquierdas y derechas y se ha generado una nueva identidad política, desde un relato alternativo a la crisis basada en la idea del arriba y el abajo, señalando a los culpables en un contexto de potencial ruptura social. Podemos ha conseguido no bajar las expectativas sociales, ha conseguido que la gente se identificara en un “sí se puede”. Por otro lado, Podemos ha impactado ya en la cultura política de la izquierda a través de una transformación en la concepción del liderazgo, el que ha abierto la posibilidad a que se reconozcan nuevos liderazgos y su importancia más allá de la figura de Pablo Iglesias, tanto dentro como fuera de Podemos; una relación diferente con el proceso electoral y la idea que desde las elecciones se puede construir un proceso de cambio, hecho que ha ayudado en el impulso de las candidaturas municipalistas; y la propia idea de romper con la división izquierda/derecha, la que ha permitido romper con ciertas formas identitarias que condenaban muchas iniciativas al ostracismo. A pesar de ello todo ello, el proyecto ha recibido desde un inicio numerosas críticas por parte de los propios movimientos sociales, críticas precisamente relacionadas con su carácter estratégico, el papel del líder, su apuesta populista y su cuestionada democracia interna. Pero también, y por supuesto, muchas presiones desde fuera en forma de ensañamiento político y mediático, e incluso de demandas judiciales que, hasta la fecha, no han resultado en nada más que en el desgaste mediático de sus líderes. Además, el aparente desgaste de la formación, los malos resultados en las encuestas (tanto da si veraces o no), la moderación del discurso que ha pasado de apelar a un cambio del pacto social existente a una posibilidad de mejora de ciertas www.fundacionbetiko.org

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condiciones sociales, económicas y políticas a partir de recuperar aspectos del pacto anterior, o la necesidad de resituarse en un tablero de confluencias electorales en el que se ostentaba el centro, ponen encima de la mesa la necesidad de pensar en los límites y retos de su estrategia. Límites y retos que, como hemos dicho, están relacionados tanto con la propia estrategia populista como con las condiciones contextuales y estructurales de la iniciativa, y que se están haciendo cada vez más patentes a medida que nos acercamos a la cita electoral para la que Podemos se creó. En este complejo marco cabe revisar el propio proceso de surgimiento y formación. Podemos surge apelando a una mayoría heterogénea, una mayoría que requiere de una articulación compleja en forma de Pueblo entre diferentes sectores sociales y políticos que descansan sobre un pasado reciente marcado por la pasividad y el silencio, cuando no el cinismo, o la renuncia cuasi voluntaria a la victoria y el cansancio acumulado por derrotas y travesías por el desierto. Diferentes sectores que se reconocen a partir de simbologías muy distintas que van desde la vieja clase obrera hasta la nueva ciudadanía, configurada a partir de la precariedad vital y compuesta tanto por nuevas élites culturales e intelectuales como por sectores históricamente excluidos. Este complejo proceso de articulación se ha visto además abocado al ciclo electoral más intenso que ha existido en el Estado Español desde la época de la transición y que requiere de la puesta en marcha de una vasta maquinaria electoral que debe empezar a construirse desde cero. Sin duda, esta condición constitutiva y las necesidades contextuales a las que se enfrenta ha llevado a lo que se ha descrito como una contradicción entre las dos almas de Podemos: una participativa, representada por los círculos y la ampliación de la política más allá de las formas clásicas de democracia representativa, en la que la participación, el proceso, el camino es lo más relevante y en base a la que se plantea la política más allá de las formas partidistas; y otra estratégica, que toma formas partidocráticas, de carácter jacobino, con una determinada presencia y proyección mediática. Se trata de un alma que plantea la figura de un líder fuerte y mediático en base a la que lo importante es aprovechar la oportunidad para conseguir un fin, el irrumpir en el escenario político y generar una nueva institucionalidad. Estas dos almas se han presentado en muchas ocasiones como opuestas, planteando que Vista Alegre supuso optar por una, marginando la otra (Fernández Ortiz de Zárate, 2015). Más allá de considerarlas opuestas o simplemente una cuestión de diferentes velocidades que pueden o deben ir en paralelo, es cierto que esta doble alma ha supuesto tensiones que hasta la fecha no se han acabado de resolver. Esto pone encima la mesa los retos de combinar una estrategia de asalto con un proceso de transformación más profundo, aunque no necesariamente con más proyección de futuro y, más allá de ello, los propios límites de una estrategia populista en relación a un proceso democratizador de transformación radical. De la misma manera, se ha apuntado ya anteriormente cómo el uso de significantes vacíos a la hora de generar un discurso performativo presenta límites y retos que se traducen también en los límites y retos de la propia fórmula de la cadena equivalencial entre demandas. Una vez más, el propio Laclau (2005:124) indica como una demanda necesita de cierta debilidad para poder inscribirse en una cadena equivalencial, mientras que si la demanda es fuerte y autónoma, corre el riesgo de desintegrar el campo popular-equivalencial. Igualmente, un significante vacío necesita representar la universalidad en detrimento de un contenido particular que pudiese www.fundacionbetiko.org

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suponer una ruptura, aún cuando ello suponga un empobrecimiento de la identidad popular constituida en el proceso equivalencial. Por tanto, la forma de salvar esta limitación que propone Laclau es el plantear la cadena equivalencial desde un momento de negatividad, es decir, a partir del hecho negativo que existen un número determinado de demandas que no están siendo atendidas y plantearse que el momento de construcción positiva, u operación performativa, es el propio proceso de investidura, la cadena en sí. Sin embargo, en el caso de Podemos, tanto los significantes vacíos, que han tomado forma de patria, centro y casta entre otros, como las demandas con las que se ha operado, se han formulado cada vez más de tal manera que se ha confundido vacuidad con abstracción. Así, esta estrategia, aunque potencial en un principio, como también se ha dicho, parece resultar demasiado débil para cohesionar, para dar sentido de lucha a ese Pueblo protagonista. Además, no se había considerado el hecho de que el proceso de investidura de la cadena supone potencialmente un proceso altamente contestado, a la vez que resulta demasiado fácil ser penetrada por el adversario, como se puede leer de la irrupción en el mapa de la formación Ciudadanos o la falta de herramientas a la hora de situarse en realidades como la catalana. De ahí, de la necesidad de concretar, de establecer reivindicaciones vertebradores de El Sujeto, surge otro de los grandes retos a los que hacer frente. Este reto se relaciona con los propios retos que surgen de la coyuntura política en el que se inserta la aparición de Podemos. Y es que la crisis es también una oportunidad abierta a otras propuestas políticas. Antes decíamos que Podemos aprovecha una ventana de oportunidad para abrir la puerta a una nueva política. Así aparecen las propuestas alternativas de confluencia de diversos actores en las elecciones municipales, pero también, como hemos ya apuntado, nuevas formaciones políticas como Ciudadanos, que aunque alejadas de Podemos, reordenan la correlación de fuerzas en la competición electoral. Todo ello, tal y como ya se vio en el caso de las elecciones municipales -elecciones a las que no quería en un primer momento participar-, o más recientemente en relación a las próximas Generales en escenarios como el catalán, plantea a Podemos la necesidad reorientar su opción por la centralidad, rasgo por otro lado constitutivo de su opción original, y plantearse la opción de las alianzas con la pérdida equivalente de esa diferencialidad constitutiva.

V A modo de conclusión. Apuntes para un debate en torno a Podemos y la opción populista: ¿cómo y desde dónde discutir los retos planteados? A partir de este breve análisis del surgimiento y evolución de Podemos desde sus potencialidades, límites y retos, planteamos que el debate sobre la formación y su opción populista en el contexto en el que nos encontramos debería girar en torno a tres grandes cuestiones: la hegemonía y la institucionalidad; la cuestión democrática; y la construcción popular y la centralidad.

Hegemonía e instituciones

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A la hora de abordar la cuestión hegemónica debemos retomar el debate volviendo a la obra de Gramsci. Como se ha dicho, partimos de la idea que el objetivo final de un movimiento populista, de ese Pueblo que se conforma y se presenta como portador de un interés universal, es ejercer la hegemonía. A groso modo definiremos hegemonía como la formación y la organización del consentimiento (Laclau & Mouffe, 1987). Y aquí un hecho relevante en contra de lo que muchas veces se presenta: es importante entender que Gramsci no planteaba la hegemonía como lo opuesto a la coerción. Es decir, no se trata simplemente de que a cuanta más hegemonía menos coerción y al revés, sino que la coerción es una herramienta más de la hegemonía para garantizar su continuidad en un contexto que está siempre contestado en mayor o menor medida. Este hecho es importante de acuerdo con lo dicho anteriormente: la construcción hegemónica no consiste sólo en crear un discurso que aglutine y estructure una sociedad, ni en erigir lo que Gramsci llamó una hegemonía política, un liderazgo (social, intelectual) capaz de proporcionar certezas y objetivos a una mayoría, quien acepta dicho liderazgo y entiende las ventajas de seguirle y obedecerle (Portelli, 1973). La construcción hegemónica en su máxima expresión, y por tanto, la que consideramos como horizonte de cualquier proyecto hegemónico, supone, además de los niveles anteriores que se presentan como necesarios pero no suficientes, la materialización de un tipo de hacer política por el cual quien ostenta el poder hegemónico configura el tablero y las reglas del juego en el que se podría dar una disputa de ese poder (Errejón & Mouffe, 2015). La construcción (contra-)hegemónica se da en el marco de esta disputa, dentro del marco hegemónico existente, habiendo de librar la batalla en el campo de la hegemonía dominante, presentado dificultades y planteando retos y en base a unas normas y unos mecanismos establecidos, tanto en el campo social y cultural, como en el económico e institucional (Jessop, 2015). Por tanto, las instituciones, en tanto que aparatos hegemónicos, son también un campo de lucha y un espacio de construcción contrahegemónica, y la institucionalidad debe comprenderse desde esta condición. Si la voluntad es transformar la realidad, esta transformación debe poder requerir tomar decisiones y marcar las reglas del juego para el futuro, habiéndose de consolidar e institucionalizar, y no sólo intentar influir en los espacios de decisión. Si se renuncia a ellos, se renuncia a los objetivos de transformación. Ello implica que no basta con la hegemonía política; deben ocuparse los aparatos hegemónicos, unos aparatos que, como hemos dicho, están condicionados. Esto nos lleva a exigir la incorporación de nuevas fórmulas que sean capaces de generar un proceso democratizador, pero ¿cómo se pueden compaginar y articular estas nuevas fórmulas en un campo hegemónico que aún en crisis sigue marcando las reglas del juego?. Este se plantea sin duda como uno de los retos más importantes y para el que, como hemos visto a lo largo del capítulo, el populismo como opción, como estrategia, presenta de por sí mayores limitaciones.

La cuestión democrática En este caso, vamos a abordar la cuestión de la democracia y el populismo desde una perspectiva algo abstracta. Imaginemos una construcción del Sujeto Pueblo en su sentido más profundo, más radical. Imaginemos un sujeto autónomamente activo, www.fundacionbetiko.org

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organizado, que está generado a su favor, y en todas sus dimensiones, desplazamientos de hegemonía. Un sujeto así -lo formule o no expresamente- en la práctica está ejerciendo un contrapoder respecto al sistema representativo convencional. En este sentido, es evidente que la democracia aparece no sólo trasformada sino profundamente reforzada. Ciudadanos compactados en El Sujeto entran de hecho en el espacio decisorio. En la práctica, las instituciones democráticas convencionales, se ven obligadas a incorporar ese conjunto de voluntades ciudadanas a la hora de tomar decisiones. Se ven obligadas a, de alguna forma, someterse a lo que los ciudadanos de ese sujeto y en ese sujeto, han decidido que debe decidirse. Si descendemos a la realidad -pensemos en el caso Podemos- la aportación democrática resulta más dudosa. En la realidad, ese sujeto se limita a movilizarse en apoyo de las políticas de su partido hechas en el espacio -no transformado desde el punto de vista democrático- institucional. Su movilización es una forma de presión dirigida al proceso decisorio convencional y en este sentido, produce un acercamiento de propuestas decisorias de conjuntos de ciudadanos a ese proceso. Desde una concepción relacional de la democracia (Ibarra, 2008), se podría decir que hay una algo mayor densidad democrática. Pero también es cierto que esos acercamientos democráticos no resultan diferentes, especialmente originales, respecto a las consecuencias democráticas de distintos procesos de movilización social liderados por movimientos y organizaciones sociales. Quizá se podría argumentar que el acto constitutivo del Sujeto Pueblo es por sí mismo un acto democrático. Es la afirmación de la soberanía popular, recordar quién es el sujeto, El Pueblo, la que debe decidir. Además, desde las propuestas populistas es El Pueblo, cómo sujeto universal, el que detenta el poder y lo ejerce. El Pueblo se levanta como sujeto hegemónico, como el portador de los intereses universales. Sin embargo, en este punto nos aparecen de nuevo los límites y retos planteados anteriormente en torno a la necesidad de estructurar y articular ese sujeto, en su necesidad de establecer reivindicaciones vertebradoras, que suponga un sujeto activo y operativo, capaz de generar materialidad y cuya manifestación constitutiva no quede en un acto sólo retórico. La cuestión democrática pasa por el hecho de que El Sujeto sea un sujeto pleno y que se sitúe, como tal, en el centro.

Construcción popular y centralidad La cuestión de la centralidad en Podemos ha sido otro de los puntos más discutidos en torno a la formación3, debate que a nuestro entender ha pecado muchas veces de confundir la centralidad de posición con el uso de un discurso de centro. Nosotros queremos además apuntar a una tercera dimensión de la centralidad, la geográfica. En cuanto al centralismo discursivo, ya hemos apuntado a lo largo del capítulo la tendencia a la moderación y a la abstracción del discurso de Podemos, pero también de la necesidad de hacer una política hegemónica que requiere de un equilibrio

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Para un resumen de este debate y referencias, ver Fernández y Pastor (2015). www.fundacionbetiko.org

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entre el consenso existente y el consenso por venir, y de las potencialidades, límites y retos que ello supone de cara a un proceso transformador o de radicalización democrática. Llevándolo al campo de la construcción popular, en tanto que elemento constitutivo y producto a la vez de la tarea hegemónica, la disputa por el sentido común se sitúa en el centro y es desde el centro desde dónde se puede dar. Sin embargo, esta centralidad nos lleva de nuevo a exigir la incorporación de nuevos ingredientes a traer desde fuera de la hegemonía existente y así re-equilibrarla a favor de la transformación. Es justo en este punto en el que se debe dar el debate: ¿cuáles son esos ingredientes?, ¿de dónde los sacamos?. Es decir, ¿qué se da fuera de la hegemonía? Si la hegemonía es precisamente esto, ¿cuál es la materia prima en base a la que construir un proyecto contra-hegemónico, o hegemonizante?. Ese equilibrio entre la centralidad y lo transformador, el papel del sentido común en la tarea constructiva del Pueblo, y la tarea hegemónica y su relación con el hecho transformador y democratizador, supone otro de los elementos centrales en el debate. En cuanto a la centralidad de posición, lanzamos la idea de que un escenario que se describe a través de la postpolítica y la postdemocracia, en el que la crisis, más allá de haber representado el fracaso del modelo neoliberal, ha puesto en evidencia el fracaso de las izquierdas tradicionales en articular alternativas, la opción populista ha supuesto, a menos en un primer momento, la única opción capaz de canalizar los descontentos y sacudir el orden establecido. Por tanto, la irrupción de Podemos en el escenario político sólo se puede entender desde su alma estratégica y desde la estrategia populista, a pesar de que fue el 15M quien puso los ingredientes para un nuevo sentido común, quien abrió la grieta a través de la que Podemos se podría colar. A partir de aquí Podemos se sitúa en el centro, manteniéndose a distancia de la izquierda tradicional, disputando precisamente esta centralidad política en el tablero que supone una guerra de posición –situarse en el centro del Estado integral, en el centro de la fortaleza- y atendiendo a la idea de que si uno quiere que el adversario le tome en serio, primero debe uno mismo tomarse en serio. Podemos se cierra ante posibles coaliciones con la idea de no ser desplazado a los márgenes y seguir operando en forma de propuesta de mayorías, de salir de los espacios “naturales” de los movimientos sociales e interpelar al conjunto de la población para construir una nueva identidad política, un nuevo sujeto, un nuevo Pueblo que será el que protagonizará el cambio político. Sin embargo esta primera irrupción ha llevado ya a un nuevo escenario, a la expansión del nuevo sentido común que impacta en forma de una nueva ventana de oportunidad. Se ha abierto una puerta que lleva a que puedan irrumpir otras iniciativas, como el caso que ya hemos apuntado de Ciudadanos, o las iniciativas municipalistas que, a pesar de tener una trayectoria propia en muchos casos, se hacen reales y posibles ante las mayorías en el marco de las elecciones municipales de 2015. Este último caso es especialmente relevante para nuestro debate: estas iniciativas de carácter municipal, precisamente la contraparte escalar de la razón del surgimiento de Podemos, resultan capaces de canalizar y articular mediante propuestas que escapan de la opción populista. En cualquier caso, en este nuevo contexto, Podemos ve cuestionada su centralidad, como se ha hecho recientemente evidente, pero más allá de ello, ha tenido ya un impacto en las lecturas y en las necesidades organizativas, estratégicas y relacionales de la propia formación. Hace www.fundacionbetiko.org

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pocas semanas, en una aparición televisiva4, Iñigo Errejón apuntaba a que el cambio político y constitucional es ya irreversible y que la duda es a qué ritmo, qué velocidad y quién lo va a protagonizar. Por último, queremos hacer un breve apunte a una tercera dimensión de la centralidad en Podemos, otro de los elementos relevantes en el debate, sobre todo en los últimos meses y en especial a partir de las elecciones catalanas del 27 de Septiembre. Esta tercera dimensión tiene que ver la con la centralidad geográfica o la tendencia al centralismo español. El propio Gramsci desarrolló un amplio trabajo en torno a la idea de centro y periferia en la construcción del Estado Italiano, sin embargo, en este caso parece que la relación entre centro y periferia se tiene que repensar. Podemos, desde un discurso totalizante, unos determinados significantes vacíos que apelan a la patria y a un arriba y abajo muy determinado, y una búsqueda de la centralidad desde el centro, se ha auto-limitado a la hora de lidiar con una realidad que escapa de las fronteras cuya estrategia se centra en reconfigurar. Si Podemos ha acertado en el relato en torno a la crisis, ha sido un poco más torpe a la hora de entender las complejas realidades periféricas y reconocer el derecho de esas periferias a la centralidad, a su propia centralidad.

Referencias Errejón, I., & Mouffe, C. (2015). Construir pueblo: hegemonía y radicalización de la democracia. Barcelona: Icaria. Fernández, B., & Pastor, J. (2015). Podemos: Buscando la centralidad ... apareció el conflicto. Retrieved from http://blogs.publico.es/otrasmiradas/4480/buscando-lacentralidad-aparecio-el-conflicto/ Fernández Ortiz de Zárate, G. (2015). EHBildu y Podemos : ¿ Asalto a los cielos o travesía en el desierto ? Viento Sur. Retrieved from http://www.vientosur.info/spip.php?article10439 Ibarra, P. (2008). Relational Democracy. Reno: University of Nevada Press. Jessop, B. (1983). Accumulation Strategies, State Forms, and Hegemonic Projects. Kapitalistate, 10-11, 89–111. Jessop, B. (2015). The State: Past, Present, Future. Cambridge: Polity Press. Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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Entrevista a Iñigo Errejón en los Desayunos de TVE, 14/10/2015. www.fundacionbetiko.org

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Laclau, E., & Mouffe, C. (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Madrid: Siglo XXI. Portelli, H. (1973). Gramsci y el bloque histórico. México: Siglo XXI. Sum, N.-L., & Jessop, B. (2013). Towards a Cultural Political Economy: Putting culture in its place in Political Economy. Glos: Edward Elgar. http://doi.org/10.4337/9780857930712 Thompson, E. P. (1963). The making of the english working class. London: Victor Gollancz. http://doi.org/10.1093/hwj/37.1.266

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