Pereira Sieso J. y Rísquez Cuenca C. “Las manifestaciones cerámicas en el Ibérico Antiguo (Alto Guadalquivir)”. Actes de la III Reunió Internacional d´Arqueologia de Calafell. Calafell 25 al 27 de Noviembre de 2004. ARQUEO MEDITERRANIA. 9. 2006. 25-41

August 7, 2017 | Autor: J. Pereira Sieso | Categoría: Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology)
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Descripción

ARQUEO MEDITERRÀNIA 9/2006

De les comunitats locals als estats arcaics: la formació de les societats complexes a la costa del Mediterrani occidental Homenatge a Miquel Cura

Actes de la III Reunió Internacional d'Arqueologia de Calafell (Calafell, 25 al 27 de novembre de 2004)

Maria Carme Belarte (ICREA/ICAC) Joan Sanmartí (UB) (editors científics)

ÀREA D'ARQUEOLOGIA - UNIVERSITAT DE BARCELONA INSTITUT CATALÀ D'ARQUEOLOGIA CLÀSSICA

Las manifestaciones cerámicas en el Ibérico Antiguo en Andalucía Oriental. (El Alto Guadalquivir) Juan Pereira Sieso* Carmen Rísquez Cuenca**

A principios del primer milenio, la mitad meridional peninsular se configura como un mosaico de comunidades insertas en el marco de un proceso de mayor sedentarización territorial en el que nuevas técnicas de cultivo se suman a la ganadería y la metalurgia del bronce como base de la economía. La distribución de sus hábitats, el interés en algunos casos por el control simbólico de sus territorios y del paso por ellos, el despuntar de ritos funerarios que en determinadas áreas apenas si dejan huella en el registro arqueológico, parecen corresponder a un proceso de transformación hacia sociedades estructuradas y cada vez más jerarquizadas. Estas comunidades que por su posición geográfica se integran en una compleja red comercial extrapeninsular durante el Bronce Final, van a recibir inicialmente y de manera puntuada durante este período una serie de elementos de procedencia oriental, integrados en el inventario de elementos que protagonizaban los intercambios entre las comunidades atlánticas y mediterráneas. Desde mediados del siglo VIII a.n.e. se documenta en el territorio peninsular el asentamiento de un proyecto colonial fenicio que se va a apoyar en una serie de factorías y colonias costeras desde la desembocadura del Segura a la del Mondego, si bien en los últimos años se proponen fechas basadas en la calibración del C-14 que llevarían las primeras fundaciones a mediados del siglo IX a.n.e. Las relaciones de índole económica entre los asentamientos fenicios y las comunidades autóctonas van a suponer en mayor o menor grado la imparable generalización de: novedades tecnológicas como el torno del alfarero y la metalurgia del hierro, novedades agropecuarias con la introducción y aprovechamiento económico de nuevas especies de animales y plantas, novedades constructivas en técnicas de construcción y planeamiento urbanístico y novedades ideológicas, en aspectos políticos, religiosos y funerarios. Acompañando este intercambio se produce también la rápida aceptación de una serie de productos como joyas, marfiles, perfumes, tejidos etc., que por sus características y distribución se considera que estaban restringidos a los detentadores del poder en las comunidades indígenas que controlaban y que

actuaban de interlocutores principales en las relaciones de intercambio (Belén, 2000: 87). En Andalucía Oriental, y en el caso del Alto Guadalquivir durante el periodo de transición Bronce Final-Hierro I, al igual que en otros territorios peninsulares se van a configurar procesos de interacción y aceptación por las comunidades autóctonas de influencias asociadas al registro material procedentes de los circuitos atlánticos, mediterráneos y continentales. La evidencia arqueológica parece enmarcar la llegada de estas influencias en una etapa de modificación de la economía de las comunidades del Valle del Guadalquivir caracterizada por el incremento de la rentabilidad del trabajo agrícola -mayor rendimiento a igual esfuerzo- que convertirá la posesión de la tierra, su control y reparto en el principal factor de riqueza perdurable. Este nuevo panorama supone una opción importante para la desigualdad y el reparto de los papeles sociales en el que ostentan la primacía los representantes de los linajes gentilicios. Esta fase en que las comunidades autóctonas del territorio reciben y aceptan en distinto grado e intensidad el conjunto de novedades materiales, tecnológicas ideológicas y sociales se conoce como Periodo Orientalizante. En torno al concepto de Orientalizante, se integra no solo el impacto colonial fenicio y su actividad comercial, sino también estos procesos locales de recepción de novedades con matices según su ubicación geográfica, sustrato cultural, orientación económica etc. En el ámbito de las manifestaciones funerarias, éstas se caracterizan por la ausencia de homogeneidad, sin que se pueda identificar una normativa compartida. Lo que unifica estas manifestaciones funerarias por el momento es la necesidad de hacer evidente la presencia física permanente de los antepasados difuntos en el territorio, emplazándolos en puntos alternativos al poblado, a menudo estratégicos en relación con las vías de transito o con recursos específicos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.n.e. y el inicio del VI a.n.e. se irá desarrollando una creciente ritualización y un alargamiento del proceso funerario que precisa de medios más específicos y posibilita una participación colectiva más prolongada, por lo que se convierte en un campo muy abierto para reforzar la cohesión y a la vez estimular la competición social (Pereira, Chapa y Madrigal, 2001:259). Las circunstancias reseñadas promoverán a partir de

* Universidad Castilla-La Mancha ** Universidad de Jaén. Centro Andaluz de Arqueología Ibérica

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ducciones en la Andalucía Oriental (Valle del Guadalquivir, Córdoba, Jaén y Granada). En esos momentos, los puntos de penetración parecen múltiples, pero tenemos que prestar especial atención a los ríos, que parecen convertirse en los principales canales de distribución. Entre mediados y finales del VII a.n.e., empezamos a encontrarnos las primeras producciones que se empiezan a elaborar en alfares propios, que son capaces en un corto espacio de tiempo no solo de recibir las innovaciones tecnológicas (torno, decantación de arcillas, preparación, hornos y nuevos sistemas de cocción), sino también de evolucionar hacia formas de tipología propia. En Andalucía Oriental, prácticamente desde los inicios del proceso de génesis de la cultura ibérica tenemos la evidencia en el registro arqueológico de la presencia, influencia y posteriores desarrollos autóctonos, a partir de las novedades tecnológicas y del repertorio formal que se adscriben al horizonte colonial. Pretendemos aquí dar una imagen de lo que conocemos hasta ahora de estas producciones cerámicas para el Ibérico Antiguo, en esta zona. Trataremos en primer lugar de las llamadas cerámicas orientalizantes con decoración figurativa, ya que la utilización de estos productos como elementos determinantes de prestigio, jugarán un papel destacado. Pasaremos después a las denominadas cerámicas grises, por tratarse de uno de los elementos característicos del momento, ampliamente documentadas en numerosos asentamientos, y donde contamos con un centro de producción excavado, como es el caso de las Calañas de Marmolejo; por lo que respecta a las producciones de cerámicas claras podemos identificar cuatro formas características del repertorio cerámico colonial como las más utilizadas y asimiladas por las comunidades locales del Alto Guadalquivir: las ánforas, el pithos, la urna tipo Cruz del Negro y el vaso “à chardon” (Belén y Pereira, 1985), (Martín: 2004). Por último, trataremos las producciones denominadas comúnmente de cocina, que han sido normalmente las grandes olvidadas de todos los estudios cerámicos. La introducción de objetos y estilos de vida orientalizantes, como las cerámicas que presentan decoración figurativa, nos muestran un nuevo mundo de símbolos e imágenes en los que se identificará la aristocracia, y que viene a ensalzar el prestigio de los príncipes. Estos vasos pintados con imágenes exóticas de animales y plantas, a los que se vendrán a incorporar las figuras antropomorfas, tendrán un circuito de distribución bastante selecto, aristocrático y sagrado, como se desprende de los contextos en que aparecen, cuando estos se han podido fijar, como en Carmona, Montemolín o en Los Alcores en Porcuna, donde aparecen asociadas a grandes edificios (Belén, y otros 1997; 2004, Chaves y de la Bandera 1993, Roos, 1997). La distribución que presentan estos materiales es bastante amplia, siguiendo básicamente el Guadalquivir y sus afluentes, con una gran concentración en la Depresión del Guadalquivir, sobre todo en su margen derecha. Junto a los elementos aparecidos en la zona cordobesa como Cabra y Baena (Murillo, 1989; Blanquez y Belén 2003) y también en Porcuna, (Jaén) (Roos, 1997), se ha puesto de manifiesto a raíz del trabajo de Pachón, Carrasco y Aníbal (1989-90:

Figura 1. Anfora de Cerro Alcalá, Torres Jaén. (Pachón, Carrasco, Anibal 1989-90).

la llegada más intensa de la influencia del mundo colonial semita al Alto Guadalquivir y Sierra Morena el conocimiento, la aceptación, imitación o reelaboración de materiales, productos exóticos e innovaciones tecnológicas, así como la valoración de ciertos recursos críticos y de las vías de su transporte almacenamiento y posterior distribución. Las nuevas orientaciones interpretativas de la relación entre las comunidades autóctonas y las influencias del horizonte colonial que sustituyen el concepto de aculturación por el de interacción, resaltan la capacidad de las comunidades indígenas de seleccionar, reelaborar e incorporar distintos elementos del mundo colonial, que en ocasiones se documentan de modo irregular y alternante, lo que se interpreta como la manifestación del carácter más o menos permeable de las comunidades indígenas, que iría ligado a distintos sistemas de producción económica y la gestión de sus excedentes productivos (Ruiz Rodríguez; 1990: 13). Uno de esos elementos serán las producciones cerámicas a torno, que en sus distintas variedades vendrán a caracterizar tanto a los conjuntos funerarios como a los distintos tipos de asentamientos documentados. Si observamos el ritmo de aparición de las cerámicas fabricadas a torno en los principales asentamientos protohistóricos andaluces (Murillo, 1994), observaremos como es a partir del 700 a.n.e., cuando se asiste a una distribución más intensa de estas pro-

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Figura 2. Primeras producciones de cerámicas grises a torno. (Roos, 1982. formas 14-16. fig.6:65).

209-272), su presencia también en el Alto Guadalquivir, en lugares como Maquiz, Cerro Alcalá, Cástulo, o Pinos Puente. Estos autores intentan demostrar que en la Alta Andalucía, debió haber un centro de producción diferente, ya que en los tipos cerámicos localizados en el Alto Guadalquivir, se aprecia una permanencia notable de formas y decoraciones más acorde con los antecedentes del Bronce Final, el problema es que muchos de los hallazgos no tienen contexto. Esto no entraría en contradicción con otras propuestas (Murillo, 1994), que señalan la existencia de un taller para las producciones de la zona cordobesa y sevillana, donde se produce la máxima concentración, para las realizadas entre mediados del VII a mediados del VI, a.n.e., localizadas fundamentalmente en poblados, mientras que propone que aquellas que parecen estar vinculadas a contextos funerarios (Maquiz, Cástulo, Cerro Alcalá, o Galera en la sepultura 34,) serían algo posteriores. Atendiendo a las formas, nos encontramos con ánforas, como las de Cerro Alcalá, (Figura 1) donde se muestra una procesión zoomorfa de griphos, con elementos como la cola haciendo un rizo inverosímil, que luego se repite en Maquiz con una cronología del siglo VII - VI a.n.e.. Es precisamente la forma de realizar esos animales, la que lleva a pensar que no se trata de importaciones, puesto que esa iconografía era muy conocida en el mundo oriental, sino de un taller local, no habituado a esa temática extraña. Por otra parte, encontramos formas que recuerdan el vaso “à chardon”,

como las localizadas en Maquiz o Cástulo, donde otra escena procesional presenta tres personajes, una esfinge alada que sostiene una vasija para verter el líquido y delante de ella, un ciervo, picoteado por un buitre (una forma indígena, con una decoración oriental). Estas formas son conocidas también en Toya, aunque con un cuello más corto. A ellas, se sumarían las ánforas de saco de Galera. Estas últimas son interesantes porque nos marcan una cronología del siglo V a.n.e., y nos permite plantear que podemos estar ante tesaurizaciones, objetos que pudieron realizarse en momentos anteriores, más acordes con las cronologías de esos materiales orientalizantes, que se habrían mantenido como símbolos de poder, guardados durante todo ese tiempo, hasta que en un momento de cambios importantes, como será hacia mediados del siglo V a.n.e. pasan a amortizarse en las tumbas, de ahí su aparición en contextos fundamentalmente funerarios en esta zona del Alto Guadalquivir. Por lo que respecta a las cerámicas grises, se trata de una de las producciones más interesantes para estudiar los inicios de la nueva tecnología en los asentamientos indígenas. La amplia extensión geográfica en las que éstas aparecen, incluso en otras regiones cercanas a la nuestra, nos llevan a pensar, como hacen otras investigadoras e investigadores (Aranegui 1975; Belén 1976; Roos, 1982, 1997 y Vallejo, 1998), que estas comunidades autóctonas, demandarían productos cerámicos cercanos a su tradición, siendo una

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Figura 3.- 1,2 y 3 Urnas de incineración de la primera fase de Castellones de Céal. 4 urna procedente del enterramiento colectivo de Haza de Trillo (Toya). Distintas escalas.

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producción que surge para satisfacer esta demanda. De hecho, el servicio de mesa compuesto por las tradicionales cazuelas y cuencos bruñidos del Bronce Final, se verán suplantados por estas nuevas producciones a torno, entre las que predominaran ampliamente las escudillas y cuencos de borde entrante reforzado por el interior, cayendo en desuso, las producciones a mano del Bronce Final. Si en las estratigrafías de finales del siglo VIII a.n.e. (como puede ser el Cerro de los Infantes de Pinos Puente, o en Los Alcores de Porcuna), encontramos estas cerámicas como importaciones, en el desarrollo del siglo VII a.n.e., la presencia de formas que recuerdan claramente a las del Bronce Final, hacen que podamos situar en esos momentos de mediados del siglo VII a.n.e. el inicio de las producciones locales (Figura 2) (Roos, 1982: fig.6:65). Se constatan también en contextos funerarios, si bien los rituales de enterramiento pueden ser diferentes. En el caso de un conjunto funerario procedente de Toya, excavado por Mergelina 1943-44, a los pies del Cerro de la Horca sobre una necrópolis expoliada, encontramos una cámara subcircular excavada en el sedimento, cerrada con una posible “estela extremeña”, a la que se accede por un pozo vertical. En el interior de la cámara se documentaron al menos cinco individuos inhumados acompañados de un escaso ajuar formado por brazaletes y aros de bronce. Entre los cantos que sellaban el pozo de acceso se documentó la cazuela de carena alta y pasta oscura realizada a torno. En Castellones de Céal (Chapa, Pereira, Madrigal y Mayoral: 1998), sin embargo, se trata de incineraciones en fosa en las que junto a la pira se depositó el recipiente cinerario, con un ajuar constituido por objetos de adorno como aros y fíbulas de doble resorte (Figura 3). Estas primeras evidencias materiales del uso del torno muestran como a lo largo del siglo VII a.n.e. se produce un fenómeno de aceptación de novedades tecnológicas bastante homogéneo, en paralelo a un proceso de unificación ideológica que concluirá con la implantación de la incineración en los rituales funerarios de las comunidades del Alto Guadalquivir. Durante la segunda mitad del siglo VII a.n.e., asistimos a la consolidación y expansión de la influencia de los asentamientos coloniales, cuyos productos, influencias y elementos se distribuyen de manera rápida por el Valle del Guadalquivir iniciando un proceso de interacción más intensa con las comunidades locales. En este contexto cronológico de mediados de siglo VII a.n.e. y finales del mismo, en el que ubicamos el Alfar que tuvimos ocasión de excavar en Las Calañas, Marmolejo, Jaén (Molinos, Rísquez, Serrano y Montilla 1994), al igual que el horno que se excavó en el Cerro de los Infantes de Pinos Puente, (Contreras, Carrión y Jabaloy 1983) en el que también se pudieron producir cerámicas grises. De igual forma, Murillo (Murillo, 1994), plantea para la zona cordobesa, la existencia de varios talleres desde mediados del siglo VII a.n.e.. Todo ello apunta como ya se ha puesto de manifiesto, que una de las características de este momento será precisamente la aparición de diversos centros productivos. Para el asentamiento de Las Calañas, con una crono-

logía de 650-575 a.n.e., lo interesante fue la definición de una serie de áreas y lugares con funcionalidades diferentes (residencial, lugares de almacenaje, lugares de producción consumo, y lugares de producción, en este caso hornos, destinados a la producción de cerámica). Los análisis realizados a las pastas cerámicas y a las arcillas localizadas en la zona, venían a demostrar, que los principales tipos que se estaban produciendo en estos hornos eran recipientes abiertos, cuencos/platos, fuentes, fundamentalmente grises y no otros que pudieran tener funciones de contenedor, almacenaje o manipulación de alimentos (cocción) (Rísquez y Molina 1999). A nivel general, el comportamiento en estas fases antiguas indica tendencias similares en las formas. Aún así, se han podido observar diferencias espaciales, que podrían estar indicándonos los distintos circuitos de distribución, ya que en los análisis multivariables realizados (Rísquez, 1993), se observan asociaciones entre asentamientos como Las Calañas, Llanete de los Moros o Torreparedones, vinculados a la campiña cordobesa, por otra parte Cazalilla, y Atalayuelas en la campiña de Jaén y por otra, la zona Granadina con Cerro de la Mora. Las formas más ampliamente representadas a partir de este momento serán los cuencos, que pueden presentar engrosamiento al interior y varios tamaños. Como sucediera con las cerámicas grises, otras de las primeras producciones que tenemos constatadas que se empiezan a producir en alfares indígenas, son las ánforas. Las primeras ánforas que nos encontramos en estos asentamientos, son de origen fenicio y aparecen junto a materiales realizados a mano. Se trataría por tanto de las primeras importaciones, vinculadas probablemente a la importación de vino, desde el siglo VIII, a.n.e. Pronto, serán adoptadas por las propias comunidades autóctonas, que empiezan a producirlas. Estas ánforas ibéricas, que proceden tipológica y tecnológicamente de las fenicias como se pone de manifiesto en el estudio de Adroher y López (Adroher y López 2000), estarían adecuadas a una doble función de transporte y almacenaje. Si bien las importaciones, se vincularían como hemos señalado a la importación de vino, conforme avanza en el desarrollo el mundo ibérico, y empiezan las producciones propias, estas se relacionaran con el transporte de otros elementos como el cereal, permitiendo su comercialización como excedentes que se intercambiarían con otros productos como el vino. En lo que se refiere a las ánforas va a ser el tipo denominado Trayamar (Schubart y Niemeyer;1976), Toscanos 2 (Martín Ruiz, 2004:109) emparentado con las llamadas ánforas de saco caracterizadas por poseer cuerpo ovoide, hombros carenados de los que arrancan las asas y que se fechan en el siglo VII a.n.e., las que empiezan en esos momentos a difundirse por el Valle del Guadalquivir. El trabajo que hemos señalado para la zona granadina (Adroher y López, 2000), ha permitido marcar la evolución de éstas para las fases que nos ocupan, como son los momentos iniciales de la formación del mundo ibérico, y el ibérico antiguo. En esta evolución se refleja como se irá pasando de las primeras importaciones, con hombros muy horizontales (VIII inicios VII a.n.e.) a hombros continuos y labios de tendencia trian-

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Figura 4.- 1 Toya. 2 Castellones de Céal. 3 Puente del Obispo. 4 Atarfe. 5 Cástulo. Distintas escalas.

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Figura 5.- 1 Toya. 2 Ibros. 3 Cazalilla. 4 Giribayle. Distintas escalas.

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gular, que empiezan a exvasarse en el desarrollo del siglo VII a.n.e. hasta llegar al siglo VI a.n.e., en que acabará desapareciendo el hombro marcado, éste pierde la horizontalidad de las fases anteriores, y los bordes empezarán a complicarse, apareciendo los engrosados al exterior. Se vinculan casi siempre a los asentamientos considerados oppida, y aparecen en algunas torres, sin embargo no están presentes en los pequeños asentamientos. Murillo lo atestigua así para la zona cordobesa (Murillo 1994), y algo similar pasa en la zona giennense, ya que no están presentes en el pequeño asentamiento excavado de Las Calañas de Marmolejo, y si lo están por ejemplo en las torres, como en Cazalilla (Ruiz y otros 1983) Las imitaciones o reelaboración de estas formas por artesanos locales en el Alto Guadalquivir, también están documentadas en contextos funerarios (Figura 4). Cabe destacar en primer lugar el ejemplar de los Castellones de Céal documentado como recipiente cinerario en el mismo nivel de fundación de la necrópolis en el que aparecieron las cazuelas de pasta oscura a torno antes reseñadas (Chapa, Pereira, Madrigal y Mayoral, 1998). Las características de la tosquedad y falta de proporciones en su factura, a pesar de la evidente utilización del torno, evidencian que estamos ante los primeros intentos de imitación a torno de una forma nueva para el artesano (Figura, 4, nº 2). Probablemente la tosquedad en la factura de la pieza se deba a las dificultades de ejecución de una forma de perfil cerrado no habitual en la tradición alfarera local, ya que las formas abiertas como cazuelas y platos típicas del repertorio cerámico del Bronce Final, como ya se ha reseñado presentan mejor factura a torno en este yacimiento. Con una fecha en torno a la segunda mitad del siglo VI a.n.e. se documentan en las necrópolis de Toya (Belén y Pereira, 1985) y Puente del Obispo (Ruiz, Hornos, Choclan y Cruz, 1984) ejemplares de mejor factura y posiblemente reelaboración y adaptación en morfología y decoración a los gustos locales. Este tipo de recipiente también va a perdurar desde el Ibérico Antiguo hasta el Ibérico Pleno con fechas de finales del siglo VI a finales del V a.n.e. como los ejemplares de Cástulo(Blázquez, García-Gelabert y López, 1985) (Figura 4, nº. 5) o los ejemplares algo más tardíos de Atarfe (Figura 4, nº4) y Galera (Pereira,1988). Los recipientes denominados “pithos” configuran una de las formas más extendida geográfica y cronológicamente entre las comunidades prerromanas de la Península. Caracterizados por su base plana con un cuerpo esférico u ovoide, separado del cuello por una inflexión o carena, presenta un borde exvasado donde terminan dos, tres y hasta cuatro asas por lo general geminadas de sección circular, que arrancan del sector superior del cuerpo. Se ha documentado tanto con decoración pintada a base de motivos geométricos simples como bandas paralelas y círculos concéntricos, siendo también abundantes los ejemplares sin decoración. Este recipiente ha sido sistematizado por Belén (Belén, Pereira, 1985: 323) que analiza sus prototipos orientales y la distribución y cronología de los ejemplares peninsulares, aparece tanto en asentamientos como en conjuntos funerarios con una cronología que va desde el siglo VIII hasta el siglo III a.n.e., ya que desde el siglo VI a.n.e. forma parte

del repertorio cerámico de la cultura ibérica. Es uno de los pocos tipos cerámicos del repertorio del horizonte colonial para el que contamos con ejemplos de su impacto entre los alfareros locales, que intentaron y consiguieron imitar su morfología utilizando exclusivamente sus medios y capacidades tecnológicas. El primer ejemplo procede de la costa portuguesa, en el asentamiento de Santa Olaya (Figueira da Foz) donde se han documentado varios “pithoi” entre los distintos tipos anfóricos a torno del horizonte colonial fenicio (Santos Rocha: 1907) y dos imitaciones a mano de este tipo cerámico una de las cuales se expone en el Museo de Figueira da Foz. El segundo de los ejemplares procede de un complejo enterramiento localizado en las tierras de Talavera y en el que se ha podido constatar la coexistencia de tradiciones autóctonas e influencias coloniales tanto en los elementos de cultura material como en los rituales desarrollados( Pereira; 1989). Los “pithoi” documentados en el Alto Guadalquivir, proceden tanto de zonas de hábitat como Cazalilla, o Villargordo, como de posibles conjuntos funerarios como en el caso de Ibros o Toya (Figura 5, nºs 1 y 2 ) donde a pesar de la ausencia de restos antropológicos y otros elementos del ajuar funerario, el estado de conservación de estos ejemplares de gran tamaño solo se explicaría por su ubicación en estructuras funerarias donde se hubieran preservado (Pereira, 1988:145). Una variante sin asas de este recipiente con motivos geométricos de influencia colonial también se ha documentado en Giribayle y en Cazalilla (Ruiz, Molinos López, Crespo, Choclan y Hornos, 1983), (Pereira, 1988: 148) (Figura, 5). La cronología propuesta para estos ejemplares del Alto Guadalquivir se sitúa a mediados del siglo VI a.n.e. tanto para los ejemplares que mejor reproducen el prototipo colonial como la reelaboración autóctona hacia los recipientes sin asas. La aceptación de este tipo de recipiente de un cierto tamaño se va a mantener en la cultura ibérica, siendo habitual su utilización como recipiente funerario desde el Ibérico Antiguo hasta momentos más tardíos. La urna tipo Cruz del Negro es la identificación formal bajo la que se agrupa un conjunto de recipientes del repertorio colonial de amplia distribución tanto en los territorios bajo control colonial como en los confines del territorio tartésico y que como en los casos anteriores va a influir y pervivir en los repertorios cerámicos de los pueblos ibéricos. Según la sistematización de Belén (1985) se documenta a partir de mediados del siglo VIII a.n.e siendo particularmente abundante en la Baja Andalucía y los asentamientos costeros, destacando su utilización como urna de incineración en la región de Carmona en general y en particular en el yacimiento de la Cruz del Negro que con frecuencia se usa como el tipo canónico bajo el que se identifican distintos tipos de variantes y yacimientos. Según la descripción de Aubet (1976-78) la urna tipo Cruz del Negro, realizada a torno, se caracteriza por su cuerpo esférico y provisto de dos pequeñas asas geminadas que arrancan de la parte central del cuello y descansan sobre los hombros. El cuello es estrecho cilíndrico o troncocónico y en el centro presenta un resalte o moldura saliente del que parten las asas. El pie está indicado con el fondo hundido con umbo. Este tipo de urna suele llevar una decoración

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Figura 6. Repertorio de variantes de la urna Cruz del Negro procedentes de Toya. Distintas escalas.

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Figura 7. Repertorio de la “Variante Toya” procedentes de la necrópolis de Toya. Distintas escalas.

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Figura 8.- Variante Toya. Nº 1 Cástulo. Nº 2 Puente del Obispo. Nº 3 La Guardia. Nº 4 Mengibar. Distintas escalas.

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pintada de tipo geométrico. La mayor densidad de este tipo de recipientes en el Bajo Guadalquivir y el litoral argelino, y la uniformidad de este tipo de productos alfareros llevan a Aubet a proponer su procedencia de un mismo centro alfarero cuya producción fecha en los inicios del siglo VII a.n.e., abasteciendo distintos puntos del territorio tartésico. Para Belén sin embargo se pueden distinguir claramente dos grupos uno de los cuales con paralelos en Setefilla (Aubet, 1975) y Osuna (Aubet, 1971) sería el prototipo de los que llegan al Alto Guadalquivir y donde serán imitados en un proceso similar al experimentado por las formas anteriores pero que en el caso de Toya presenta unas características inéditas para todo el Alto Guadalquivir. En los últimos años se ha podido comprobar que no fue solo este tipo de urna a torno con asas desde el cuello y decoración a bandas el único prototipo del horizonte colonial que llega a la Alta Andalucía. Una de las variantes sistematizada por Belén que recuerda a los prototipos orientales caracterizados por su cuello más ancho en la base de que en la boca (Belén y Pereira, 1985: 320) y que en el siglo VII a.n.e. se documentan en Huelva, Carambolo y la costa malagueña como Morro de Mezquitilla (Shubart y Niemeyer: 1976: 78-9) aparecen también en la Andalucía Oriental, en Granada (Roca, Moreno y Lizcano: 1988) y Galera (García, 1999). El conjunto de ejemplares procedentes de Toya (Figura 6), a pesar de la tosquedad de factura que muestra alguno de ellos (Figura 6 nº 1) debido a un proceso similar al señalado para Céal, muestran en sus perfiles, en las asas arrancando desde un baquetón o resalte en el cuello y en la decoración pintada una evolución directa de los prototipos de la Cruz del Negro-Setefilla-Osuna, uno de cuyos jalones en su difusión al Alto Guadalquivir lo tenemos también en Cazalilla (Ruiz, Molinos, López, Crespo, Choclan y Hornos, 1983). Pero en el conjunto de recipientes de Toya podemos identificar una serie de ellos que se pueden agrupar bajo unos mismos parámetros (Figura 7) no solo morfológicos con soluciones formales muy específicas, sino también decorativos en cuanto a los motivos decorativos utilizados, y su modelo de distribución en los recipientes, que nos hacen pensar en una producción estandarizada que hemos denominado “urna tipo Toya”(Pereira, 1979) similar a la del yacimiento de los Alcores donde situamos el prototipo orientalizante. Con una fecha de finales del siglo VI y principios del V a.n.e. encontramos este tipo de recipiente en contextos funerarios en Cástulo ( Blázquez, 1979), Puente del Obispo (Ruiz A., Hornos F., Choclan C. y Cruz :T. (1984, La Guardia (Blanco, 1959), Las Tosquillas (Negueruela, Rodríguez y Avella, 1987) y Mengibar (Manso, Rodero y Madrigal, 2000) en el Alto Guadalquivir, llegando a importarse hacia los territorios de la costa alicantina como demuestra el ejemplar procedente del conjunto 75 de Cabezo Lucero (Aranegui, Jodin, Llobregat, Rouillard y Uroz, 1993) (Figura 8). El conjunto de los distintos tipos cerámicos de Toya a pesar de la falta de una información contextualizada sobre el hábitat de indudable importancia que debía corresponder a la necrópolis, nos ilustra sobre la capacidad de los primeros alfares del Ibérico Antiguo en el Alto Guadalquivir. Será en

estos alfares donde se producen las primeras imitaciones de recipientes de clara procedencia colonial que desde la Baja Andalucía y remontando el Valle del Guadalquivir llegan a la Alta Andalucía. Los recientes hallazgos de recipientes cerámicos de influencia colonial, en la vecina cámara de Hornos recientemente descubierta no hacen sino contextualizar este proceso, cuyo extremo occidental podemos fijar en Cazalilla. La producción de Toya irá en aumento destacando también por su capacidad de exportación de determinadas formas en sus áreas de influencia como es el caso de algunos ejemplares que hemos identificado como producción propia de este centro alfarero. Por último cabría reseñar entre las formas cerámicas del Ibérico Antiguo del Alto Guadalquivir el denominado vaso “à chardon” (Figura, 9), que es considerado también como una de las formas características del repertorio colonial, si bien su presencia en la Península Ibérica no alcanza hasta el momento la importancia de algunos de los recipientes cerámicos anteriormente reseñados (Belén y Pereira, 1985: 313). Los ejemplares peninsulares más antiguos presentan una cronología en torno al siglo VII a.n.e., con un área de distribución que comprende Extremadura, Valle del Guadalquivir, Alta Andalucía, Sureste y la costa mediterránea hasta la desembocadura del Ebro. En el área extremeña y onubense destacan los ejemplares procedentes en su mayoría de contextos funerarios como los de Mérida ( Enríquez y Domínguez, 1991: 38) y las tumbas 12, 16 y 19 de la Joya (Garrido, 1978) y el ejemplar procedente del poblado metalúrgico de Almonte ( Ruiz Mata y Fernández-Jurado, 1986). En el Bajo Guadalquivir contamos con un ejemplar con decoración de tipo figurativo orientalizante en la Roda (Pachón y Aníbal,1999 ) pero el conjunto más representativo es el formado por los ejemplares utilizados como urnas cinerarias en los túmulos A y B de Setefilla (Aubet, 1975 y 1978). La influencia de estas formas penetra remontando el Valle del Guadalquivir, hasta la Alta Andalucía con ejemplares que parecen tener vinculaciones formales muy directas con los de Setefilla que conforman la variante 2-A-I de la propuesta de clasificación de Pereira (1988). Este conjunto de piezas se caracterizan por el pequeño tamaño del cuerpo en relación con el tamaño del vaso. Los perfiles pueden ser esféricos, ovoides o bitroncocónicos, mientras que el cuello de perfil acampanado presenta un gran desarrollo. La distribución de estos ejemplares jalona su penetración hacia la alta Andalucía y la vega de Granada como el de Cabra, conservado en el Museo Arqueológico Nacional (Belén y Pereira, 1985), La Guardia (Blanco, 1962), La Bobadilla (Maluquer, 1973), Puente del Obispo (Ruiz et alii 1984,), Mirador de Rolando (Arribas, 1967), y Toya (Pereira, 1979). Con una fecha que oscila entre mediados del VI a mediados del V a.n.e., este tipo de vasos suele presentar una decoración monocroma, a base de grupos de bandas paralelas, destacando en este conjunto la bicromía del ejemplar de Cabra, así como los motivos geométricos pintados sobre engobe blanco de los vasos de La Guardia, excepto los ejemplares más antiguos de Toya que no presentan ningún tipo de decoración. La mayor parte de estos ejemplares proceden de contextos funerarios, circunstancia

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Figura 9. Vasos à chardon. 1 Toya. 2 Puente del Obispo. 3 Toya. 4 La Guardia. 5 Cabra. Distintas escalas.

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Figura 10. Cerámicas de cocina (Rísquez, 1993) A. Las Calañas de Marnolejo, B Atalayuelas de Fuerte del Rey.

que se puede atribuir dado su estado de conservación a los ejemplares que dadas las circunstancias de su hallazgo carecen de contexto arqueológico concreto como los casos de Cabra y Toya. Este tipo de vasos a partir de finales del V a.n.e., evolucionará hacia formas algo más complejas con la adición de un pie alto, aumentando el tamaño total de la pieza y la anchura del cuello que tiende a perfiles más cilíndricos (Pereira, 1988). Finalmente no quisiéramos dejar de mencionar a la que comúnmente se ha venido denominando cerámica de cocina, otras veces llamadas, toscas, groseras, por su aspecto y que tienen unas características comunes, como es la de ser utilizadas para uso doméstico, en su mayor parte actividades culinarias y de almacenamiento. Ha sido esta, una cerámica tradicionalmente olvidada en los estudios cerámicos o no tratada en tanta profundidad. Es la cerámica que tipológicamente se transforma de manera más lenta, y es esa perduración la que facilita el conocimiento de la tradición cultural inherente a determinadas formas (Figura 10).

Se mantiene la tradición anterior, en la que habían empezado a aparecer las ollas de cuello indicado mediante cordones o incisiones que se convierten en el grupo característico de las producciones de cocina para este momento cronológico. Encontramos dos grupos fundamentalmente, por una parte, las ollas que muestran un menor grosor de sus paredes, con bordes no marcados y que suelen presentar un carácter entrante, pudiendo presentar algún tipo de decoración aunque no es usual; por otra, ollas de escaso grosor de sus paredes, con bordes marcados que pueden tener una tendencia al exvasamiento presentando un punto de inflexión acentuado junto con aquellas de características similares, con el punto de inflexión menos marcado que permite el desarrollo del borde (Rísquez, 1993). Estas dos últimas, suelen presentar decoraciones a diferencia de las primeras, como son impresiones, pequeñas ungulaciones verticales y paralelas a la zona de indicación del borde, junto con cordones. Son corrientes aquellas que presentan un mamelón alargado vertical liso y su presencia

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está constatada estratigráficamente desde inicios del siglo VII a.n.e. en un amplísimo territorio. Si las formas en general son uniformes, a la hora de estudiarlas (con criterios morfométricos), presentan diferencias entre los distintos asentamientos, (Risquez, 1993), lo que nos lleva a hablar de las diferencias locales, lógico por otra parte en este tipo de cerámicas cuyas producciones casi con seguridad se producen en los propios asentamientos. La producción y consumo de estas vajillas combina elementos retardatarios con tradición del Bronce Final, frente a la irrupción del torno, que acapara desde su origen la mayor parte de las cerámicas grises y claras. En el Ibérico Pleno, aunque se conserven algunas tendencias de épocas anteriores nos encontramos con tipos distintos. El aumento del repertorio formal en las cerámicas a torno, llevará a un aumento de las formas en las cerámicas de cocina; las formas en los asentamientos podrán diferenciarse mejor, y se empiezan a producir algunas de ellas a torno. De hecho, aquellos asentamientos que han tenido acceso antes al intercambio y al comercio con las factorías fenicias de la costa, verán adelantado su desarrollo cultural, que repercutirá al mismo tiempo que en el plano social, en otros aspectos como la cultura material, donde podemos ver como estas cerámicas de cocina, empiezan a cambiar con mayor rapidez que en aquellas zonas en las que las aportaciones exteriores son menores o más tardías, persistiendo con un carácter retardatario las formas de los momentos más antiguos. El proceso por el que las influencias que desde el mundo colonial inciden como un elemento catalizador de los reajustes que desde el siglo VII a.n.e. se venían produciendo en el Alto Guadalquivir según los condicionantes de cada comunidad, se desarrolló en un proceso dialéctico, en el que las respuestas que se generaban en el seno de los grupos indígenas condicionaban y modificaban los sucesivos procesos de contacto e interacción. El registro arqueológico del Ibérico Antiguo, en los territorios de la Andalucía Oriental y del Alto Guadalquivir parece dibujar un escenario en el que la sucesión de influencias y de cambios actúan en un periodo de tiempo relativamente corto, sobre comunidades que empiezan a experimentar una mayor activación en la transformación de sus estructuras socioeconómicas que acabaran propiciando el surgimiento de un nivel social de rango aristocrático, estableciendo sus afinidades y diferencias, internas y externas, configurando un proceso de etnogénesis.

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