Pensar la idea: un paseo parcial y disperso por el pensamiento contemporáneo.

July 26, 2017 | Autor: Álvaro Cadenas | Categoría: Phenomenology, Friedrich Nietzsche, Walter Benjamin, Immanuel Kant
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Descripción

Pensar la idea: un paseo parcial y disperso por el pensamiento
contemporáneo.
Álvaro Cadenas, Introducción al Pensamiento Contemporáneo. Abril 2009.


1. LA SINFONÍA UNIVERSAL DE KANT

Imaginemos que Kant lanzó una piedra, la piedra que era su
pensamiento, pesada y armónica como un planeta; y que su piedra se puso en
órbita en la (pesada y armónica) constelación de la modernidad,
equilibrándola finalmente junto a los otros planetas, los de Descartes,
Newton, Galileo…Y que este planeta de Kant hizo que por fin todo girara,
perfectamente coordinado; que todo bailara en una nueva claridad, con una
música bañada definitivamente en la armonía que hasta entonces había
faltado. Esta vez sí, la música de las esferas: con sus nuevos ritmos, sus
coreografías certeras y señoriales que desterraban la superstición, la
barbarie, el error a las tinieblas exteriores...
Incluido en ese universo-maquinaria, el pensamiento de Kant esgrimió
sus potencias, que brillaban intensas al sol de la razón: la razón pura y
la razón práctica se sucedían en un continuum de prodigiosa —aunque
limitada— inteligencia humana, como dos fases que encajaban naturalmente
(racionalmente) en lo necesario. Con el compás que marcaba un canon de
acordes perfectos y mayores, se iban insertando melódicamente,
estableciendo nuevos sistemas que hubieran supuesto la definitiva
pacificación entre mito y razón, demostrando absolutamente que la maravilla
podía existir.
Establecidas así en un mundo como res extensa, la razón pura y la
razón práctica lo poblaron de objetos, de cosas para que los sujetos las
experimentaran, las verificaran con su velada capacidad perceptiva en el
tiempo y el espacio. Eran unos sujetos autoconscientes, como embudos de
experiencia y detectores de verdad, de mentira, de realidad.

Pero en el propio planeta de Kant se ocultaba —esperando a ser
desvelada por otra luz— la posibilidad de la destrucción, del desequilibrio
definitivo de todo ese sistema planetario, sinfónico y relojero.
Hasta entonces, el ritmo de la Historia también había parecido marcar
los compases de la razón: de la antigua y oscura verdad teocrática se había
pasado a una brillante racionalidad, logocrática e instrumental, que
buscaba a la vida a través del aprendizaje y de la experiencia.
Y todo ello sólo con la voluntad, que evitaba que el sujeto
cognosciente se transformara en un mecanismo sin vida. La voluntad, que
encaminaba y orientaba, bajo el mandato de la razón, hacia el bien. Así, la
"voz de la conciencia" adoptó en esta sinfonía giratoria la forma de un
imperativo de la razón, convirtiéndose en LEY.
Una ética universal que funcionara dentro de la maquinaria universal;
una moral para todos que se vio obligada a pagar el precio del baile (de
planetas): una libertad condicional.
Resultó imposible. De forma casi instantánea la gran piedra
planetaria de Kant, a una velocidad cada vez mayor, empezaba a interpretar
una nueva melodía, discordante con la marcada por esta precisa galaxia; un
zumbido progresivo que apuntaba las posibles variaciones de la sintonía
original, llevándola hasta extremos inimaginables…
La falla del sistema residía, probablemente, en ese sujeto que
conocía en "libertad condicional", y que nada tenía que ver con la
percepción real de cada uno sobre sí mismo —con eso que luego se llamo el
"yo"—. Este pobre sujeto sólo disponía de su torpísima sensibilidad y de su
laborioso entendimiento para explicar las verdades de la razón. La
disonancia, que recorre las páginas del mismo Kant de forma casi
imperceptible, como un susurro atrevido, comenzó a crecer en cuanto se pudo
observar que, antes de ese sujeto, y antes incluso que las cosas (noúmene),
está la multiplicidad de la experiencia en el caos, en la vida, en los
fenómenos.
Aumentó la velocidad mientras se desintegraban las nociones, los
conceptos se vaporizaban y se tambaleaba cualquier universalidad (básica
para construir conceptos). La voluntad liberadora empezó a parecerse a otra
cosa…
Sujetos y cosas en sí danzaron a un nuevo compás que los diluía en
sus encuentros reales, en sus choques verdaderos sobre la superficie del
planeta. Esos choques y encuentros constituyeron el principio de "lo
fenomenológico".
De esta forma la era de las aspiraciones universales dio con Kant un
primer y último concierto sinfónico, dentro del que desde un principio
sonaron voces discordantes: aquéllas que perdían de vista a ese sujeto
parcial y monstruoso (la estatua sensible de Condillac, Frankenstein y el
mito de Prometeo, etc), las que dejaban de sustentarse en el concepto, las
que pensaban otra forma de acercarse a esos "juicios sintéticos a priori"
que eran como un callejón sin salida en mitad de ese universo coordenado y
abciso (que eran, en otras palabras, un concepto sin posibilidad
conceptual).


2. PENSAR SIN SUJETO

Años más tarde, Nietzsche se atrevió a denunciar la mentira del
sujeto como una estratagema más del resentimiento. De la extensión de su
pensamiento por todos los recovecos del ser humano, esencialmente
resentido, dieron cuenta varios libros y toda una nueva actitud que
husmeaba y sospechaba de todo aquello que oliera a identidad. Su voluntad
ya nada tenía que ver con un universo de causas y efectos, con la
posibilidad de una maquinaria, de un sistema, de un orden que la mente
humana pudiera aplicar como una retícula a la realidad. Las piedras que
lanzaba Nietzsche eran de otro tipo y tenían otras intenciones…
Resulta conmovedor —por su componente "patético"— el desaforado grito
de Nietzsche contra esta construcción engañosa de la memoria y del miedo
—el sujeto— precisamente en mitad de la marea emergente de identidades y
reconocimientos de uno mismo posiblemente más violenta de la historia. Y,
aunque la Historia (esto es, Europa) había dejado de marcar compás alguno,
la sintonía general era la de acogerse a procesos identitarios, los que
fueran: principalmente con la tierra de origen de cada cual, pero también
con los innumerables grupos humanos (resentidos) que se adocenaban por
todos lados alrededor del filósofo solitario y vociferante.
Todas las actitudes dirigían su intención a anclarse en el sujeto aún
más, a constituir un sujeto definitivamente compuesto por la multiplicidad
de complejidades más laboriosa que se haya visto, y con un nuevo pegamento
indestructible que las unía para siempre: la psicología. Precisamente,
amortiguando el chaparrón de imprecaciones nietzscheanas, se conformaba por
su cuenta y definitivamente el "yo" triunfante, el individuo moderno por
obra y gracia de esa psicología. Los lejanos gritos del pensador advertían:
¡no confundáis este repugnante ídolo del día con la otra individualidad,
con la voluntad de poder, con la valentía y la fuerza, con la necesidad de
ser más que detenta todo ser! ¡Y no lo confundáis, por no confundirlo con
lo anterior, con el velo de maya tras del que hallaréis la trascendencia,
porque entonces seréis algo peor, seréis chandalas!
Llamamiento imposible de Nietzsche (los llamamientos imposibles
parecen una especialidad filosófica): no pensarse uno mismo, sino devenir.
Acorralar al lenguaje, principal instrumento del resentimiento; difuminarlo
hasta convertirlo en un vaivén de partículas que flotan (la poesía, el
arte…). Hacer lo contrario, en resumen, a constituir un sujeto, quitarles
los nombres a las cosas; practicar la genealogía (única forma válida de
psicología) para des-nombrar todas y cada una de las "verdades" que
fabricaban a ese hombre moderno, prototipo final y perfecto del
resentimiento acumulado, hecho anti-potencia, sublimado en arte decadente,
en historia mentirosa, en pensamiento moral y obscenamente resentido…
Pero los gritos de Nietzsche acabaron viéndose reducidos a un
balbuceo inconexo. Aunque el eco perduró, pese a todo, en lo que vino
después. Ya (casi) nadie se atrevió a pensar sin pensar antes en el más
intempestivo de los pensadores.


3. PENSAR SIN CONCEPTO

Porque indudablemente, el tono de Nietzsche era lo suficientemente
inadecuado como para que la marea de la rectitud no lo sofocara o, más
ladinamente, lo reinterpretara en aberraciones adecuadas a programas
ideológicos varios. Sin embargo persistió su denuncia desgarrada de todo lo
que nos constituye como humanos. Su sospecha, único ejercicio sistemático
propiamente nietzscheano, dejó al descubierto que el pensar triunfante
desde hacía unos siglos no era sino la consecuencia nefasta de ciertos
errores básicos y endémicos de la humanidad.
Había que pensar otros modos para destituir a la logocracia.

En este sentido, una reducción casi gastronómica como la que llevaron
a término filosófico Bergson y Husserl recogía en cierto modo el estridente
testigo del pensador de Röcken, para operar con sabiduría de chefs sobre la
conciencia (el sujeto kantiano o el moderno "yo") y reducir toda su
aparatosidad trascendental: haciéndola porosa, penetrándola de durée o de
ἐᴨоχῆ para acercarla a la vida, supeditándola a la experiencia real,
desactivando el imperio de sus datos inmediatos para empezar a conocer los
fenómenos.
De forma que esta especie de sabiduría culinaria, que sabía extraer
de las reducciones las más exquisitas consecuencias y sabores, dejó
asentada la sospecha de que el concepto, como dato inmediato de la
conciencia, era un arma explosiva (recordemos cómo hizo explotar todo el
sistema planetario de Kant).
Fin del sueño de Galileo.
Pero ¿es posible pensar sin concepto? ¿Puede existir el pensamiento
más allá de la retícula cartesiana? ¿Puede existir la ciencia del mundo, de
la vida, de lo cotidiano?


4. PENSAR LA IDEA

La historia del Pensamiento del siglo pasado puede no haber sido otra
cosa que una sucesión de respuestas afirmativas a esas preguntas. Entre los
pensadores que a lo largo del siglo XX dijeron sí a estas cuestiones
aparece, algo borroso, Walter Benjamin. Para contestar esas preguntas, en
cierto modo, y entre los restos devastados de su obra fragmentaria,
asistemática e incompleta se apuntala —con mayor fuerza, con más sentido,
paradójicamente— la consideración de la idea frente al concepto. La
metáfora y la alegoría pasan a ser en Benjamin los modos de hacer
indispensables para llegar a la idea. La recapitulación y la interrupción,
aplicadas a una nueva manera de tratar con el tiempo —con la historia—
obligan al pensador a detenerse en momentos de la observación sin
categorizarlos, sin hacerlos estructura. Se destierran la tipología y la
periodización como constructos del pensamiento. El lenguaje, liberado así
de la dictadura de los conceptos, puede dedicarse a nombrar a través de
ideas.
Entre este cabalístico nombrar benjaminiano y el quitarle su nombre a
las cosas nietzscheano no debe existir una diferencia tan grande como en
principio pueda parecer. Ambos encontraron realización a sus proyecciones
filosóficas en el arte: la creación artística sería un ejemplo de mirada
que convierte en devenir al supuesto ser de las cosas. Las cosas se acercan
al pensador y se ofrecen para convertirse en símbolo (así lo decía
Zaratustra, por algún lado).

Las ideas no se superponen como redes sobre los objetos,
poseyéndolos, dividiéndolos, encuadrándolos. Detrás de esas redes (los
conceptos) el objeto continúa inalterado en la realidad. Sin embargo, la
idea funda y preexiste a la intención del pensador, a los condicionantes
estéticos y éticos, a la autoría individual o colectiva, a la forma misma
del objeto (un ejemplo: la idea de aura. No es un concepto, no se puede
trabajar como tal. El aura empapa a los objetos como idea, forma parte de
una totalidad que no resulta de la adición; forma parte de las cosas y las
transforma sustancialmente, las traslada, las redime).

Pensar la idea con Benjamin exige motivos que hasta entonces no
formaban parte del pensamiento filosófico (sí del artístico, sí del
religioso, e incluso del filológico): sólo puede hacerse desde la
discontinuidad inherente a toda realidad, y por tanto sólo está hecha o es
susceptible de aclararse —al ser pensada— desde los extremos, en múltiples
detalles que emanan, cada uno, la posibilidad de un todo. En el espacio
entre este "todo" y la posibilidad emanada por el detalle residen las
ideas, la tarea del pensador.
Esto supuso quizá, en otra vuelta de tuerca, una negación de la
fenomenología, en el sentido de que las ideas no pertenecen a la realidad a
priori, no son fenómenos; ni siquiera existen en el sentido tradicional:
son construcciones, creaciones, aplicaciones, son software fantasmal para
los contenidos de la vida.
Las ideas son la construcción de un significado, pero no ese
significado.
"Las ideas son a las cosas lo que las constelaciones a las
estrellas".
Una estrella está en una constelación, y eso la fundamenta; pero no
se trata de que la estrella pertenezca, forme parte, no se da una relación
de inclusión real: porque la constelación no existe más allá de la propia
discontinuidad de las estrellas. Es el salto entre una estrella y otra el
que genera la idea de Osa Mayor o de Cruz del Sur…
Puede haber conceptos vacíos, pero no puede haber constelaciones
vacias.
Quedémonos por ahora con la idea de que el astrólogo y su intención
fundante, su capacidad de nombrar, constituyen una imagen bastante fiel del
pensador de la idea, tal y como Benjamin lo dejaba suponer.
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