Pedro Henríquez Ureña y la Revolución Mexicana

June 28, 2017 | Autor: Liliana Weinberg | Categoría: Estudios Latinoamericanos, Revolución Mexicana, Pedro Henriquez Ureña
Share Embed


Descripción

pedro henríquez ureña, intérprete de la revolución mexicana


Liliana Weinberg


No deja de resultar sorprendente que haya sido Pedro Henríquez Ureña, un
intelectual de origen dominicano, quien representara uno de los más
destacados papeles como sentidor e intérprete de la Revolución Mexicana,
así como quien llevó a cabo uno de los más profundos y propositivos
ejercicios de comprensión de los procesos sociales, políticos y culturales
del México prerrevolucionario y postrevolucionario. Llegado a México en los
últimos años del porfiriato, cuando comenzaban a darse los primeros
síntomas de crisis del sistema, el joven Henríquez Ureña se integró muy
tempranamente a la vida cultural del país, con su inserción en el grupo de
Savia Moderna y del Ateneo de la Juventud, y con una poco conocida
militancia entre grupos de jóvenes antirreeleccionistas. En su primera
etapa mexicana, que va de 1906 a 1916, Pedro Henríquez Ureña fue testigo de
la crisis y caída del porfiriato y el surgimiento del maderismo, seguido de
los sucesos revolucionarios, y pronto le tocó cumplir uno de los más
destacados papeles de apoyo y promoción de los logros de la revolución en
el exterior del país. Y por si todo esto fuera poco, también le tocó
representar en el largo plazo –tal como lo reflejan su actividad editorial
y sus ensayos de interpretación– un admirable camino de búsqueda de puentes
entre la cultura de élite y los nuevos procesos populares, de modo tal que
los ecos de la experiencia revolucionaria pueden sentirse incluso en sus
últimos trabajos, que fueron panoramas generales de la cultura y la
literatura hispanoamericana. Por razones de tiempo me dedicaré sólo muy
sucintamente a las primeras etapas.
Resulta en verdad admirable que la solución simbólica que encontrara
don Pedro para salvar la distancia entre la cultura de minorías y la
emergencia de nuevos sectores populares fuera la promoción de la educación
y la política del libro y la lectura. Su participación resultó uno de los
puentes más eficientes para la expansión del ideario de la revolución en el
sur del continente. Pedro Henríquez Ureña logró reunir el clima arielista y
juvenilista de la primera hora con las ideas de las nuevas generaciones
estudiantiles y el reformismo universitario, así como una permanente
búsqueda de nuevos modos de compromiso del hombre de letras en proceso de
profesionalización con las demandas populares. Muchos afirman que el propio
Pedro Henríquez Ureña se inmoló como escritor en beneficio de sus tareas
como maestro, conferencista, difusor de la cultura, editor, autor de
prólogos, antologías, estudios, panoramas generales, esto es, siempre en
busca de la relación entre la cultura de élite y las demandas de una
sociedad en proceso de cambio.

La primera etapa mexicana (1906-1916): crisis del porfiriato, maderismo y
Revolución
La revolución puso fuertemente en cuestión el papel que los jóvenes
intelectuales miembros de la ciudad letrada habrían de desempeñar en la
nueva escena de México, e inauguró nuevas tensiones en la relación entre el
hombre de letras y el poder. Debe subrayarse que los jóvenes que pronto
constituirán el Ateneo mexicano tomaron distancia del ala científica del
poder pero, particularmente en el caso de Pedro Henríquez Ureña, nunca
dejaron de manifestar admiración hacia la obra de Justo Sierra.
El complejo momento histórico que les tocó vivir generó una
interesantísima adopción de posiciones y una solución que considero genial,
en cuanto resolución simbólica de la brecha entre los jóvenes cuadros
intelectuales y las amplias capas de la población, a través de la necesidad
de ciudadanización e incorporación real de las mayorías: la cruzada del
libro como protagonista de la renovación educativa.
Los textos que constituyen la primera etapa de la obra de Pedro
Henríquez Ureña acompañan este proceso de autoconstrucción y autopercepción
de una figura intelectual que fue además uno de los principales
articuladores entre el modelo preponderante en el positivismo y muestran el
traslado del eje del modelo clínico al modelo jurídico: no considero casual
no sólo que Pedro Henríquez Ureña o Reyes se formen como abogados, sino
también que en muchos casos repiensan cuestiones jurídicas y morales desde
una nueva posición crítica. El problema de la legitimidad de los nuevos
sectores emergentes pero también de la legitimidad de las formas de
participación de los miembros de la ciudad letrada en los nuevos procesos,
así como el gran tema de la delegación de la palabra, pasa a ser entonces
un problema mayor para estos escritores que, nacidos y formados en el seno
de familias cultas, deberán repensar el papel de las elites y de la
tradición cultural una vez estallada la revolución.
Contra la vieja concepción cerrada y excluyente del papel de la
inteligencia que acabó por enquistarse en un ala de la sociedad porfiriana,
Pedro Henríquez Ureña y Reyes replantearán la relación del hombre de letras
y adoptarán implícitamente el modelo del héroe cultural, que en su tarea
prometeica permite salvar la brecha entre la cultura de elite y las
necesidades de la población en general. Al alejarse de la vieja
representación estática de la sociedad y de la imagen devaluada de todo
trabajo intelectual independiente que no sirva para alimentar los cuadros
de la administración, estos jóvenes pensadores propondrán un nuevo espacio
de actuación en el cual la ampliación de la cultura no se sienta como una
"profanación de los saberes" en manos de pocos.[1] Es allí donde el modelo
arielista les ofrece un posible referente para ejercer el uso público del
conocimiento y así salvar simbólicamente una contradicción que se da con el
crecimiento del sector pensante cuyos cuadros no encuentran una inserción
en los canales tradicionales del poder: esto conduce a un tema de enorme
importancia: el del uso público y el uso privado de la razón y del
conocimiento.
El uso público del conocimiento se vinculará en Pedro Henríquez Ureña
con el ensayo, la conferencia, el libro. Su labor como difusor de la
cultura a través de la elaboración de artículos, comentarios, reseñas,
prólogos, antologías, colecciones, así lo confirma.
La Revolución Mexicana obliga a intelectuales como Pedro Henríquez U
a confrontarse con otra idea que está ya en el ambiente: la de la
independencia y profesionalización del hombre de letras, una vez más,
instauración de un modo de articulación indirecta del escritor con el poder
político al tiempo que incorporación de la idea de la producción literaria
como trabajo intelectual que insume preparación, esfuerzo, remuneración.
Una estructura de sentimientos que encontró su articulación simbólica
en el Ariel: minoría elegida que se confirma como tal a través del esfuerzo
del estudio y la meditación, albergada en un templo del saber cerrado que
contrasta con la apertura y el ruido de la calle donde se expande una masa
vocinglera y desordenada, es aquí repensada a partir de los movimientos de
la revolución. Y de allí que se acuñe una expresión clave, "cultura
superior" y "apoyo social":

He aquí, pues, la unión que os propongo reafirméis en defensa de la
cultura superior que comienza a iniciarse, contra las reacciones y
cegueras que los cambios políticos pudieran determinar. Si sabemos
expresarnos con sinceridad, la Patria ha de comprender por dónde va su
porvenir, y el apoyo social que tan necesario es entre nosotros para
todas las obras de la inteligencia, sabrá elegir, entre una juventud
que reclama sus derechos a la vida mental, y una senilidad que muda
ayer bajo la opresión, hoy pretenderá usar la libertad que no se
conquistó en su tiempo y en su momento, para contener nuestro volar y
nuestro querer, nacidos con la revolución sobre las mismas alas que en
la mañana del triunfo cruzaron la aurora.[2]


Universidad reformada
Otro punto de particular interés para dar seguimiento a las ideas de Pedro
Henríquez Ureña y que traduce la relación entre práctica y discurso es el
de las reflexiones que dedica a universidad y autonomía. Recordemos que
don Pedro dedicó al tema de la universidad pública nada menos que su tesis
para la obtención de su título de abogado, en un estudio sobre "La
Universidad"[3] que se publicará en 1919. Las reflexiones de nuestro autor
se dan nada más y nada menos que en el clima de refundación de la
universidad en distintas partes de América: Justo Sierra redefine en 1910
una universidad abierta a los nuevos tiempos y pronto comenzará un clima de
inquietud estudiantil que desembocará en reuniones de jóvenes en distintas
partes del continente y culminará en la reforma universitaria de Córdoba.
Propugna la idea de una institución renovada en su organización, en su
sentido, así como también en sus modos de funcionamiento. Una universidad
que cumpla los requisitos de excelencia, al tiempo que no resulte cerrada
ni elitista en el viejo sentido, y que logre dar sentido universal,
orientación ética y abierta a los nuevos contenidos que impone el
conocimiento de la hora. Considera necesaria la existencia de una
institución que, como la Universidad moderna, permita estimular, coordinar,
difundir la vida intelectual, aunque no en un sentido de perpetuación de
los secretos del conocimiento para grupos aislados de iniciados --como se
dio con el sentido medieval—sino como apertura del conocimiento que tome en
cuenta además los valores y las tradiciones, esto es, que resulte en
orientación. Insistirá mucho en el tema de la "extensión" universitaria, en
un sentido cercano al que le dio en su visita el español Rafael Altamira.
La Universidad oficial o nacional y la popular habrán de colaborar
"en una misma empresa urgentísima". El cierre del texto constituye uno de
los pasajes más elocuentes para comprender su recuperación del sentido
social de la revolución:
Concebida idealmente como república aristocrática, en cuyas asambleas
se oyera la voz de los mejores, pero en representación, lejana o
próxima, de todos […], donde la tradición significara corriente, nunca
rota pero nunca estancada, de doctrina y de esfuerzo, a la cual se
sumara cuanto de estimulante aportasen el antes desconocido profesor
libre y el universalmente famoso profesor extranjero, la Universidad
creada por Justo Sierra deberá realizar con el tiempo cuanto él quiso
que realizara […].[4]

Universidad de excelencia pero que no olvidara su carácter
representativo del común; institución con presencia de los poderes de la
nación, pero autónoma en cuanto a su funcionamiento; cuerpo de
conocimientos que recupere la tradición en sentido vivo o de "corriente"
(metáfora cara a Pedro Henríquez Ureña); institución capaz de integrar a
nuevos cuadros de valía intelectual a la vez que de contar con el profesor
extranjero de reconocimiento universal.
Encuentra plenamente justificada la existencia de la Universidad en
el México postrevolucionario, en cuanto traduce "el porfiado empeño de
formar patria intelectual" en medio de "la vertiginosa convulsión de la
patria real de los mexicanos". Encuentra en ella además la cifra de la
relación entre el hombre de conocimiento y los sectores populares.




La segunda etapa mexicana (1921-1924). La gran cruzada del libro y la
extensión de la cultura


En 1921, después de una estancia en Estados Unidos y España, Pedro
Henríquez Ureña regresa a México. Se trata ahora de un país donde, ya
concluida la etapa armada de la revolución, Álvaro Obregón acaba de
designar a José Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional y más
tarde como Secretario de Educación Pública. Vasconcelos invita a Pedro
Henríquez Ureña a incorporarse a distintas actividades: lo nombra
catedrático de la Preparatoria, la Escuela de Altos Estudios, director de
la Escuela de Verano y del departamento de Intercambio Universitario. Es
entonces cuando traba amistad con Daniel Cosío Villegas, Eduardo
Villaseñor, Salomón de la Selva, Salvador Novo y Vicente Lombardo Toledano,
con cuya hermana, Isabel, se casará algunos años después. Para Pedro
Henríquez Ureña tenían particular interés las actividades de extensión
académica así como los cursos para obreros. Se interesó también
profundamente por el arte popular y desde esta perspectiva pensó el impulso
nacionalista que se vivía en México.
Tocó a Pedro Henríquez Ureña un importante papel en la difusión del
ideario de la Revolución Mexicana. En 1922 integra, junto con Antonio Caso
y Julio Torri, entre otros, la comitiva que acompaña a Vasconcelos para
viajar a Brasil y Argentina.[5] Esta fundamental etapa de apertura de la
revolución a América Latina y España, que sólo en años recientes ha
comenzado a recibir la atención que se merece, permite seguir el trazo de
redes intelectuales que, ligadas al juvenilismo, el arielismo, el
reformismo universitario, se enlazarán con otros componentes como el
hispanoamericanismo y el antiimperialismo revisitados desde la perspectiva
de los históricos sucesos mexicanos. Ya en plena madurez, el ensayo de
Pedro Henríquez Ureña reúne todas estas ideas-fuerza a la vez que las
rearticula con otra serie de reflexiones sobre nacionalismo y
universalismo. De esta misma época datan tres textos de enorme importancia:
"La utopía de América", "Patria de la justicia" y "La influencia de la
Revolución en la vida intelectual de México", todos ellos de 1925 y fruto
de su labor de difusión de las ideas de la revolución. Un tema en ellos
recurrente es el de la del derecho universal a la justicia social y la
educación pública que, articulados con un vasto programa de lectura y
extensión académica habrían de dar lugar a un proceso de ciudadanización e
incorporación de cada vez más amplias capas de la población –hasta el
momento marginadas—al derecho a una vida digna y una cultura para todos:
una "empresa de civilización".
"La utopía de América" es uno de los ensayos más difundidos y
reproducidos de Pedro Henríquez Ureña.[6] Fruto de una conferencia
pronunciada primero en La Plata, en plena atmósfera del reformismo
universitario, se suele olvidar que a través del mismo contribuyó Pedro
Henríquez Ureña a difundir las ideas de la revolución, a instalarlas en
nuevos circuitos intelectuales y a "normalizar", por así decirlo, en el
pensamiento y en la opinión pública hispanoamericana un acontecimiento tan
novedoso y disruptivo para la historia del continente:[7]
[…] Está México ahora en uno de los momentos activos de su vida
nacional, momento de crisis y de creación. Está haciendo la crítica de
su vida pasada; está investigando qué corrientes de su formidable
tradición lo arrastran hacia escollos al parecer insuperables y qué
fuerzas serían capaces de empujarlo hacia puerto seguro. Y México está
creando su vida nueva, afirmando su carácter propio, declarándose apto
para fundar su tipo de civilización.[8]
Caracteriza al momento histórico que vive México como de "crisis y
creación", en un proceso que podemos asociar a esos dos movimientos que van
"del descontento a la promesa":
Advertiréis que no os hablo de México como país joven, según es
costumbre al hablar de nuestra América, sino como país de formidable
tradición, porque bajo la organización española persistió la herencia
indígena, aunque empobrecida. México es el único país del Nuevo Mundo
donde hay tradición, larga, perdurable, nunca rota, para todas las
cosas, para toda especie de actividades […]. La capital, en fin, la
triple México —azteca, colonial, independiente—, es el símbolo de la
continua lucha y de los ocasionales equilibrios entre añejas
tradiciones y nuevos impulsos, conflicto y armonía que dan carácter a
cien años de vida mexicana.[9]
Es en los sólidos cimientos de esta larga tradición donde ve cifrada
la posibilidad de que México quede a salvo de hundimientos y cimbronazos
para llegar a una vida y cultura "peculiares, únicas, suyas":
Y de ahí que México, a pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a
pesar de las espantosas conmociones que lo sacuden y revuelven hasta
los cimientos, en largos trechos de su historia, posea en su pasado y
en su presente con qué crear o—tal vez más exactamente—con qué
continuar y ensanchar una vida y una cultura que son peculiares,
únicas, suyas.[10]

Se dedica también a otro de los grandes temas de la hora: la relación
entre lo autóctono, lo nacional, lo universal. Hablar de cultura suponía,
para este conocedor de los avances de la antropología, discutir la relación
entre lo particular y lo general en la experiencia humana y colocar así un
debate que se estaba dando en México en una perspectiva más amplia:
Con fundamentos tales, México sabe qué instrumentos ha de emplear para
la obra en que está empeñado; y esos instrumentos son la cultura y el
nacionalismo. Pero […] no los entiende, por dicha, a la manera del
siglo XIX. No se piensa en la cultura reinante en la era del capital
disfrazado de liberalismo, cultura de diletantes exclusivistas, huerto
cerrado donde se cultivaban flores artificiales, torre de marfil donde
se guardaba la ciencia muerta, como en los museos. Se piensa en la
cultura social, ofrecida y dada realmente a todos y fundada en el
trabajo: aprender no es sólo aprender a conocer sino igualmente
aprender a hacer. No debe haber alta cultura, porque será falsa y
efímera, donde no haya cultura popular […]. El ideal nacionalista
invade ahora, en México, todos los campos. Citaré el ejemplo más
claro: la enseñanza del dibujo se ha convertido en cosa puramente
mexicana [... ][11]
La discusión sobre México y la revolución se enlaza ahora con el otro
gran tema del ensayo: nuestra existencia como magna patria, y la apertura
de su historia como proyecto a futuro.
La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida política y
en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna
patria, una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y
más […].Nuestra América debe afirmar la fe en su destino, en el
porvenir de la civilización. Para mantenerlo no me fundo, desde luego,
en el desarrollo presente o futuro de las riquezas materiales […].Me
fundo sólo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis de
civilización, es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra
elementos en apariencia más poderosos; el espíritu solo, y no la
fuerza militar o el poder económico […].La barbarie tuvo consigo largo
tiempo la fuerza de la espada; pero el espíritu la venció en empeño
como de milagro […]. Ensanchemos el campo espiritual: demos el
alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos
mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a
la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia
nuestra utopía.[12]
Vemos así que la utopía de Pedro Henríquez Ureña se constituye en guía
de un proyecto de política cultural de amplio espectro. En "Patria de la
justicia", texto en muchos sentidos complementario del anterior, retoma
algunas discusiones planteadas en aquél, aunque enfatiza cuestiones de
orden económico y social. Allí regresa al tema de la utopía, a la que
llama, en recordada expresión "flecha de anhelo", así como al tema de la
tradición clásica donde surge la noción de utopía, y recupera la tradición
helénica que compara con el inmovilismo asiático. Y una vez más llama a la
unidad de la magna patria. Y una honda marca de la Revolución persiste en
esta frase: el ideal de justicia es anterior al ideal de cultura:
El ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior
el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia
perfección intelectual. Al diletantismo egoísta, aunque se ampare bajo
los nombres de Leonardo o de Goethe, opongámosle el nombre de Platón,
nuestro primer maestro de utopía, el que entregó al fuego todas sus
invenciones de poeta para predicar la verdad y la justicia en nombre
de Sócrates, cuya muerte le reveló la terrible imperfección de la
sociedad en que vivía […][13]
Lejos de aplaudir el individualismo o el elitismo, propone "la
emancipación del brazo y de la inteligencia" –de manera concordante a la
concepción que se estaba dando ya para la época (pensemos en Mariátegui)
del hombre de pensamiento como trabajador intelectual. Por fin, otro texto
de enorme interés para la discusión es "La influencia de la Revolución en
la vida intelectual de México", también publicado en 1925, que constituye
uno de los más tempranos y lúcidos balances con que contamos de la
Revolución Mexicana y que alcanzó también amplia difusión. En este escrito
asigna Pedro Henríquez Ureña un valor fundamental al tema de la educación
popular y defiende el postulado de que "toda la población del país debe ir
a la escuela […]". Este texto constituye así una solución simbólica del
lugar que la cultura letrada habrá de desempeñar en el México
postrevolucionario, y una reafirmación de los valores de la empresa
vasconceliana y la utopía del libro. Entre las muchas consecuencias que ha
tenido la Revolución Mexicana, subraya las que se dieron para la vida
intelectual, y particularmente para la educación popular:
La Revolución ha ejercido extraordinario influjo sobre la vida
intelectual, como sobre todos los órdenes de actividad en aquel país.
Raras veces se ha ensayado determinar las múltiples vías que ha
invadido aquella influencia; pero todos convienen, cuando menos, en la
nueva fe, que es el carácter fundamental del movimiento: la fe en la
educación popular, la creencia de que toda la población del país debe
ir a la escuela, aun cuando este ideal no se realice en pocos años, ni
siquiera en una generación.[14]
En lugar de atender a la influencia que las minorías ilustradas puedan
tener sobre la Revolución, hace un interesante vuelco en la cuestión para
mostrar la influencia que el movimiento revolucionario tuvo en la vida
intelectual mexicana: "la fe en la educación popular, la creencia de que
toda la población del país debe ir a la escuela".
Y a la hora de revisar el estado de la educación y la cultura en la
sociedad mexicana, introduce un elemento que pocos historiadores del tema
consideran: el lugar de la imprenta, y llega a las demandas del México
actual:
Así se comprende cómo hubieron de pasar cien años para que una nación
se diera cuenta de que la educación popular no es un sueño utópico
sino una necesidad real y urgente. Eso es lo que México ha descubierto
durante los últimos quince años, como resultado de las insistentes
demandas de la Revolución. El programa de trabajo emprendido por
Vasconcelos de 1920 a 1924 es la cristalización de estas aspiraciones
populares […]. De hoy en adelante, ningún gobierno podrá desatender la
instrucción del pueblo.[15]
Una vez más, en lugar de dedicarse a algún grupo o corriente de
pensamiento en particular, se referirá a un fenómeno colectivo, por el que
enlaza, como su amigo Reyes, la inteligencia de un sector ilustrado a la
inteligencia de todos:
El nuevo despertar intelectual de México, como de toda la América
Latina en nuestros días, está creando en el país la confianza en su
propia fuerza espiritual. México se ha decidido a adoptar la actitud
de discusión, de crítica, de prudente discernimiento, y no ya de
aceptación respetuosa, ante la producción intelectual y artística de
los países extranjeros; espera, a la vez, encontrar en las creaciones
de sus hijos las cualidades distintivas que deben ser la base de una
cultura original.[16]

Y he aquí las palabras de cierre:

Para el pueblo, en fin, la Revolución ha sido una transformación
espiritual. No es sólo que se le brinden mayores oportunidades de
educarse es que el pueblo ha descubierto que posee derechos, y entre
ellos el derecho de educarse. Tal vez el mejor símbolo del México
actual es el vigoroso fresco de Diego Rivera en donde, mientras el
revolucionario armado detiene su cabalgadura para descansar, la
maestra rural aparece rodeada de niños y de adultos, pobremente
vestidos como ella, pero animados con la visión del futuro.[17]
Nada mejor que estas palabras para mostrar el proyecto de Pedro
Henríquez Ureña, su interés por ofrecer una interpretación sensible del
proceso revolucionario y lo que supuso la emergencia de nuevos sectores en
la vida nacional; su genial propuesta de hacer del libro y la escuela un
arma de libertad; su audaz modo de pensar la relación entre el pasado y el
futuro, su permanente esfuerzo por salvar la cultura del caos al colocar el
tiempo presente en una tensión creativa entre dos momentos: el descontento
y la promesa.


-----------------------
[1] Véase Roger Chartier, "Espacio social e imaginario social: los
intelectuales frustrados del siglo xvii", en El mundo como representación.
Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa,
1992, p. 178. Considero que algunas de las observaciones de Chartier sobre
el clima intelectual generado por "el estallido de los conocimientos
tradicionales y la revolución científica del siglo xvii" pueden ser de
ayuda para entender a nuestros hombres de letras. En efecto, existe una
contradicción entre el estallido de los límites y las prohibiciones puestas
al conocimiento y su "devolución a una minoría limitada, única capaz de
llevarla a cabo sin poner en peligro la fe, la ley o el orden: la
respublica literatorum" (p. 179).
[2] Susana Quintanilla, "Nosotros". La juventud del Ateneo de México. De
Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis
Guzmán, México, Tusquets editores, 2008, pp. 270-271.
[3]Pedro Henríquez Ureña, "La Universidad", reproducido en Obras completas.
V. Escritos políticos, sociológicos y filosóficos, Santo Domingo,
Secretaría del Estado de Cultura-Editora Nacional, 2004. Como se indica en
esta edición, se trata del texto de la tesis para optar por el título de
abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad de
México, publicada en El Heraldo de la Raza, México, 1919 y reproducida en
Pedro Henríquez Ureña. Universidad y educación, 1ª. ed., México, unam,
1969, pp. 57-83; Obras completas, Universidad Nacional "Pedro Henríquez
Ureña", Santo Domingo, 1977, t. ii, pp. 319-346; Pedro Henríquez Ureña.
Estudios Mexicanos, edición de José Luis Martínez, fce, 1984, pp. 311-324.
[4] Ibid., p. 214.
[5] No faltaron violentas manifestaciones de xenofobia por parte de
personajes que, como Palavicini, criticaron a quien identificaban como un
"negro haitiano" que arrebataba sus puestos a mexicanos, tal como las
consigna Alfredo Roggiano, Pedro Henríquez Ureña en México, México, unam,
1989, pp. 247ss.
[6] Publicado por primera vez en Analecta, Santo Domingo, vol. i, núm. 12,
1933 y vol. iii, núm. 9, 1934; La utopía de América, Ediciones
"Estudiantina", La Plata, mcmxxv, pp. 7-15; Obras completas, Universidad
Nacional "Pedro Henríquez Ureña", Santo Domingo, 1978, t. v, pp. 233-240;
Utopía de América, Ediciones Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1989.
[7] En este proceso de aclimatación de las ideas de la Revolución Mexicana
contribuyeron también, como se sabe, José Vasconcelos, así como también
Daniel Cosío Villegas en España o Alfonso Reyes a través de sus
representaciones diplomáticas a ambos lados del Atlántico. Recordemos que
si bien los cuadros del socialismo y el antiimperialismo (Ugarte, Korn,
Palacios) veían con simpatía la revolución, en general prevalecía un clima
de desconfianza y sospecha por parte de los miembros de las élites
dirigentes de distintos países de América, que en tantas zonas había
presenciado la continuidad en el proyecto positivista y que por mucho
tiempo se perpetuaron a través de usos como el "fraude patriótico"
electoral en la Argentina.
[8] Pedro Henríquez Ureña, "La Utopía de América", en Obras completas, t.
v, pp. 465.
[9] Ibid., pp. 465-466.
[10] Ibid., p. 466.
[11] Ibid., p. 467.
[12] Ibid., pp. 468-469.
[13]Ibid., p. 462.
[14]Loc. cit.
[15] Ibid., pp. 376-377.
[16] Ibid., p. 377.
[17] Ibid., p. 383. El subrayado es nuestro.
Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.