Participación de los pardos en Cartagena de Indias y Caracas durante el proceso de Independencia 1810-1812

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Descripción

Boris Caballero Escorcia Colombia Historiador de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente se desempeña como coordinador del área de publicaciones del Celarg en Venezuela. Trabajó como investigador en historia para la serie Noticias del Bicentenario, del Canal Telesur, y la exposición La Revolución de 1810, exhibida en el Museo de Bellas Artes en Caracas e impulsada por el Centro Nacional de Historia. Entre sus publicaciones destacan: Primera constitución boliviana (1826) (2008) y La lucha por la igualdad. Los pardos en la Independencia de Venezuela (2010). Además, ha sido autor de reseñas y artículos en diversas publicaciones periódicas. Se encuentra investigando sobre las formas de partici­­pación política de los sectores populares durante el siglo xix en Colombia y Venezuela.

Participación de los pardos en Cartagena de Indias y Caracas durante el proceso de Independencia (1810-1812) El papel de los sectores populares en el proceso de Independencia ha sido soslayado por la historiografía del periodo y cuando se ha abordado este papel ha sido de una manera instrumental, pues se parte del supuesto de su pasividad y de que fueron manipulados según los intereses de los criollos o de los peninsulares. En este trabajo se toman los casos de las ciudades de Cartagena de Indias y Caracas, con una mayoría de población parda, para describir la participación de estos sectores en el inicio del proceso de Independencia entre 1808 y 1812. Se indaga sobre el aporte de los sectores pardos en la conquista de la independencia y cuál fue la actitud de las elites respectivas hacia estos sectores. Lo que se encuentra, por un lado, es una necesidad de las elites criollas y mantuanas por contar con el apoyo de los pardos para desplazar a las autoridades peninsulares y preservar el nuevo gobierno instituido. Mientras que, por otro lado, los pardos actúan de acuerdo a sus intereses y presionan por que la igualación con los blancos se estatuya como un derecho. En el proceso los pardos ganan figuración histórica y logran conquistar, por lo menos formalmente, el derecho a la igualdad y su condición de ciudadanos; de esta manera, contribuyeron al principio del fin de la sociedad de castas. Palabras clave: Independencia, pardos, Caracas, Cartagena, igualdad.

Participation of “The Browns” in Cartagena de Indias and Caracas during the Independence (1810-1812) The role of popular sectors in the Independence has been overlooked by the historiography of this period and when this role has been approached it would be in an instrumental manner, since they are assumed passives and they were manipulated in the interests of the Creole or peninsular. In this paper we take the cases of the cities of Cartagena de Indias and Caracas, with a majority of “pardos”, to describe the participation of these sectors in the beginning of the Independence between 1808 and 1812. An inquiry about the contribution of the sectors of “pardos” in the struggle for independence and what was the attitude of the elite towards these sectors. What is found is a need of the elites, Creole and “Mantuanas”, for count on the support of the “pardos” to displace the peninsular authorities and preserve the new established government. On the other hand, the “pardos” act according to their interests pressing for the establishment of equality with white people as a right. In the process the “pardos” earn historical figuration and manage to win, at least formally, the right to equality and their citizenship, thus contributed to the beginning of the end of the caste society. Keywords: Independence, pardos, Caracas, Cartagena, equality.

Participação dos pardos em Cartagena de Índias e Caracas durante o processo da Independência (1810-1812) O papel dos setores populares no processo de independência tem sido olhado de esguelha pela historiografia do período e toda vez que já foi abordado de uma maneira instrumental, pois se parte do suposto da sua passividade e de que foram manipulados segundo os interesses dos crioulos ou dos peninsulares. Neste trabalho, consideram-se os casos das cidades de Cartagena de Índias e Caracas, nas quais a população parda era a maioria, para descrever a participação desse setor no início do processo de independência entre 1808 e 1812. Indaga-se na contribuição dos pardos para a conquista da Independência e na atitude das elites ao respeito. Por uma parte, achou-se na pesquisa, que as elites crioulas e mantuanas precisaram do apoio dos pardos para conseguir deslocar as autoridades peninsulares e preservar o novo governo instituído. Os pardos, no entanto, atuaram de acordo aos seus interesses e pressionaram para que a igualação com os brancos adquirisse o caráter de direito. No processo, os pardos ganharam figuração histórica e atingiram, pelo menos formalmente, o direito à igualdade e à sua condição de cidadãos. Desse jeito contribuíram ao princípio do fim da sociedade de castas. Palavras-chave: Independência, pardos, Caracas, Cartagena, igualdade.

Participación de los pardos en Cartagena de Indias y Caracas durante el proceso de Independencia (1808-1812) Boris Caballero Escorcia

1⁄ El término criollos en este trabajo designará a los denominados españoles americanos, quienes eran considerados hijos de españoles, sin mezcla de raza, nacidos en América. Para ser estrictos, los blancos nacidos en América, incluida la elite, que no tuvieran algún porcentaje de mezcla amerindia o africana eran una minoría; el ser designado como blanco o criollo dependía en buena parte del reco­no­cimiento social (Ver Mörner s.f., pp. 15-20; 65-67). El término mantuano, incluye además de una connotación racial una económica, hará referencia ­a los criollos de Caracas dueños o herederos de grandes cantidades de tierra dedicada a la explotación de cacao, preferentemente, con una explo­tación en plantaciones de abundante mano de obra esclavizada.

SUR⁄versión 2 enero-junio 2012 ⁄ pp 53-84 ISSN: 2244-7946

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n el Nuevo Reino de Granada y en la Capitanía General de Venezuela los criollos y mantuanos1, ante la crisis generada por la invasión francesa a España y la abdicación de la monarquía española, buscaron de manera más abierta modos de ganar influencia política en el gobierno e imponer sus proyectos como grupo, pese a que la burocracia peninsular aún gozaba del suficiente poder y apoyo para mantenerse y cerrarse a las pretensiones criollas. Los criollos requerían del apoyo de las clases populares, de las castas y de los mestizos, para desplazar a los peninsulares. Pero antes, necesitaban encantar a estas clases y ganarlas a su causa. Con tal propósito, el discurso de que a falta del rey la soberanía ahora radicaba en el pueblo, debía ser ampliado más allá de los mismos criollos. Los sectores de las castas, mestizos e indígenas debían ser interpretados como ese pueblo y, además, el mensaje debía dirigirse hacia ellos con la intención de movilizarlos. En realidad, la debilidad de los criollos los obligó a buscar una alianza con las castas; en este proceso, dejaron a un lado sus aprehensiones y temores. Sin embargo, estas castas también tenían sus propios intereses que manifestarían como exigencias llegado el momento. La igualación con los blancos

56 2⁄ Los pardos, era una designación racial bastante general, pero que lograba abarcar jurídicamente a todos aquellos hombres y mujeres libres mezclados con descendencia africana: mulatos, zambos, cuarterones, e incluso negros libres, y dependía de que socialmente fueran reconocidos como tales. Los pardos no po­dían ocupar cargos públicos ni podían ingresar a los colegios o a la universidad, para ellos estaban reservadas las actividades manuales y los trabajos pesados; además, les estaba expresamente prohibido casarse con blancos o indígenas. El argumento que justificaba todas estas restricciones estaba sustentado en la supuesta “mancha de la esclavitud” que portaban por su ascendencia africana (Gutiérrez de Pineda 1999, pp.465-488; Mörner s.f., pp. 65-66).

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3⁄ En la sociedad colonial una de las vías a título individual para alcanzar una igualación era conseguir la dispensa de la condición de su color y del reconocimiento como pardo, para llegar a ser registrado como blanco y así acceder a los derechos que esta condición permitía. Este canal individual de búsqueda de igualación de derechos fue concedido por la Corona con la expedición de la real cédula del 3 de junio de 1793, ratificada el 10 de febrero de 1795, de extensión de venta de “Gracias al Sacar” a los pardos. Con ella se dispensaba a los pardos de su condición y se les igualaba, para efectos jurídicos y de privilegios, a los blancos a cambio de una suma de dinero pagada a la Corona. En parte, motivaciones fiscales llevaban a la Corona a establecer esta extensión de las “Gracias al Sacar”, pero también había el reconocimiento de una situación de facto: la existencia y figuración social y económica de un grupo de pardos.

para alcanzar ciertos derechos que buscaron persistentemente en el siglo xviii y principios del xix, se ajustaba muy bien con el derecho a la igualdad que las ideas liberales colocaban en escena y que los criollos blandían sólo para ellos. No obstante, habitualmente, respondiendo al espíritu del pensamiento ilustrado, la enunciación de estos derechos se hacía en términos universales sin distinción de clase o raza, lo que permitía que también fueran asimilados por sectores distintos a los criollos y que, de esta forma, contribuyeran a llenar de argumentos las necesidades y aspiraciones de los sectores populares. En realidad, los pardos y descendientes puros o mezclados de los africanos se mostraron más afectos a la lucha por la igualdad en el periodo inicial de la independencia –como lo habían sido por la igualación con los “blancos” en las últimas décadas del periodo colonial–, que los mestizos e indígenas. Tal vez contribuyó el que su situación de exclusión era más radical, por su origen2 . Asimismo, su condición jurídica resultaba a la vez ambigua. Los pardos eran libres jurídicamente hablando, pero la mayoría estaba sujeta a situaciones de dependencia y explotación comparables a la de los esclavizados. Pero, si las circunstancias se lo permitían, podían ejercer actividades como artesanos, las cuales garantizaban cierta posición independiente y posibilidades económicas. Un buen sector de pardos exitosos en sus actividades había alcanzado una figuración económica e incluso social que no se correspondía con las limitaciones de que eran objeto por su condición racial; este sector también fue uno de los más activos en sus reivindicaciones por mayores condiciones de igualación comprando Gracias al Sacar3 o en la búsqueda de matrimonios y posiciones convenientes para ir ganando espacios en el proceso de blanqueamiento que exigía la sociedad colonial para ser incluido y gozar del debido prestigio y reconocimiento4. Este artículo pretende describir la participación de los pardos en la etapa inicial del proceso de Independencia, 1808-1812, cuando se establecen las bases y los fines políticos y económicos que orientarán a las futuras repúblicas para llegar a comprender en qué grado su vinculación condicionó que derechos como la igualdad se extendieran de manera formal, jurídicamente, a todos “los hombres libres” independientemente de su condición racial u ori-

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gen. Con tal propósito se estudia el carácter de la participación de los sectores populares en dos ciudades donde la población de pardos y negros libres era la mayoría a principios del siglo xix y donde los acontecimientos, en el contexto de los hechos acaecidos en el lapso de 1808-1812, se desencadenaron hacia la independencia y la promulgación de pactos constitucionales en que se consignaba la igualdad de derechos para todos “los hombres libres” independientemente de su condición racial y origen. Los sucesos del proceso de Independencia, entre 1808 y 1812, en las ciudades de Cartagena de Indias y de Caracas, con los énfasis antes indicados, se desarrollan a continuación con el ánimo de llegar a algunas conclusiones permitidas por la comparación5.

Participación de los pardos en el proceso de Independencia en Cartagena de Indias Desde 1807, la provincia había sido víctima de una prolongada sequía que había puesto en dificultades el abastecimiento de los poblados y, fundamentalmente, el de la capital, Cartagena. La ciudad de Cartagena dependía en buena parte para su sostenimiento de los productos que llegaban del interior de la provincia desde tierras de Tolú y de Sinú y desde la provincia de Santa Marta. En 1809, había una verdadera crisis de subsistencia en la ciudad de Cartagena, con escasez de alimentos y carestía de productos básicos como el maíz que afectaba principalmente a los sectores populares (Múnera 1998, pp. 141-147). Ante esta situación y con la presión del interés de los comerciantes cartageneros y españoles por usufructuar más abiertamente del comercio con neutrales, las autoridades de la ciudad permitieron el ingreso de varias embarcaciones norteamericanas cargadas de harina en los meses de abril y mayo. Con esta acción desconocían la prohibición expresa de comer­ciar con norteamericanos, que desde Santa Fe hiciera el virrey Amar y Borbón. Detrás de esta prohibición, al parecer, se escondía el propósito de defender los intereses de los productores de harina de las provincias de Tunja y de Santa Fe. Por su parte, la elite gobernante cartagenera, criolla y española, al desconocer la prohibición se ganaba el apoyo y la simpatía de los sectores populares,

4⁄ Para el caso de la Provincia de Caracas resultan esclarecedores los trabajos en torno a la lucha por el honor que entrañaba el origen y la condición socioracial de Luis Felipe Pellicer (1996; 2005); para la Nueva Granada, incluyendo en su estudio de la Provincia de Cartagena, la excelente investigación sobre la miscegenación durante la colonia de Virginia Gutiérrez de Pineda (1999). 5⁄ En la primera década del siglo xix Cartagena era una ciudad puerto y plaza fuerte con una población aproximada de 18.000 habitantes; la segunda ciudad en importancia en el Nuevo Reino de Granada después de Santa Fe. Caracas tenía una población cercana a los 40.000 habitantes, la ciudad más importante de toda la capitanía. En Cartagena la población de pardos se calculaba en un 50% a finales del siglo xviii, el resto se distribuía en un apreciable 19% de esclavos y un 29% de blancos, la población indígena era mínima (Meisel Roca y Aguilera Díaz 1997). En la ciudad de Caracas a principios del siglo xix, con base en las proporcionalidades de la provincia entera, podría estimarse en más de un 45% la población parda, con un porcentaje de esclavos de un poco más del 20% y con una población blanca de alrededor del 30 (McKinley 1987, pp. 22-23).

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6⁄ La Regencia se compuso de cinco miembros, entre los cuales sólo uno era americano: el mexicano Miguel de Lardizábal Uribe. Para una descripción sintética de las consecuencias del establecimiento de la Regencia y las Cortes resulta esclarecedor el trabajo de Miguel Chust (2003, pp. 60-65).

conformados en su mayoría por pardos y negros libres, y daba el primer paso para su autonomía como provincia al negar la injerencia del poder virreinal. La reacción del virrey de desaprobar la acción de las autoridades cartageneras y de amenazar con tomar acciones represivas en contra de Cartagena precipitó que, el 12 de agosto de 1809, el Cabildo de la ciudad puerto solicitara al gobernador Blas de Soria autorice el comercio con Norteamérica y la importación de harinas sin restricciones. El 29 del mismo mes el gobernador procede según las exigencias del Cabildo y se sella la separación de Cartagena de la jurisdicción virreinal. La acción de las elites cartageneras contra la autoridad virreinal y a favor de los intereses provinciales estaba fundada, en parte, en el conocimiento de los acontecimientos que ocurrían en España y que señalaban la poca vigencia que realmente tenían las autoridades monárquicas. La llegada en octubre del nuevo gobernador brigadier Francisco Montes, a pesar de haber sido nombrado por la Junta Central, no podía generar una incondicional aceptación de su autoridad pues, por un lado, estaba en cuestión su nombramiento por rumores que lo señalaban como afrancesado o francófilo, y por el otro lado, aparecía lejana la posibilidad de que se restaurase en algún momento la monarquía. Estas opiniones también eran compartidas por los sectores populares. En mayo de 1810, llega la noticia a Cartagena de los últimos acontecimientos en la península: los franceses han avanzado hasta arrinconar la resistencia española en Cádiz, la Junta Central se ha disuelto y ha dado paso a la conformación de una Regencia el 29 de enero de 18106. La situación de España es crítica. Los criollos y los españoles de Cartagena actúan rápidamente y, valiéndose del sentimiento antifrancés generado desde la invasión de la península, comienzan a difundir el rumor en las calles de que el gobernador Montes es un francófilo. Buscan con ello el apoyo popular para restarle poder al gobernador y, de esta manera, lograr dirigir el gobierno de la provincia. El 22 de mayo de 1810 logran imponer el cogobierno en la gobernación obligando a Montes a compartir el poder con el Cabildo de la ciudad. Entre quienes ejercerían la función de cogobierno estaba el mariscal de campo Antonio de

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Narváez y la Torre, quien poseía gran capacidad de mando sobre la guarnición militar de Cartagena y sus intereses eran coincidentes con los de la elite criolla de la ciudad. La cercanía de Antonio Narváez al movimiento en contra de Montes, fue la principal causa de que la guarnición militar del Fijo no reaccionara ante los hechos que iban en desmedro del poder del gobernador (Sourdis 1988, pp. 25-41). Sin embargo, la oficialidad española del Fijo no siempre iba a estar dispuesta a obedecer el mando de Narváez. José María García de Toledo, un miembro de la aristocracia criolla de Cartagena, es el encargado de establecer contactos con los sectores pardos y negros de la ciudad en busca de apoyo. En el barrio Getsemaní, con una población de pardos y negros libres, la mayoría artesanos, García de Toledo establece negociaciones con Pedro Romero, un mulato nacido en Matanzas, Cuba, que llegó a Cartagena muy probablemente como soldado y que, para ese entonces, ejercía como maestro de artesanos en la elaboración de armas para el Cuartel del Fijo y la milicia en los talleres del arsenal en Cartagena7. Pedro Romero era un líder en Getsemaní y gozaba de redes de compadrazgo y amistad muy amplias entre los pardos y negros libres de la ciudad por su actividad de artesano y por su figuración económica y social8. Pedro Romero, expresando sus deseos de igualación, había solicitado a España se le reconociera a uno de sus hijos el derecho de estudiar filosofía y teología a pesar de ser mulato; ahora se le acercaba un miembro de la elite criolla a solicitar su apoyo. García de Toledo, además, contacta a otros líderes de los pardos, como Juan José Solano y Pedro Medrano, este último era otro artesano mulato que trabajaba como herrero en los talleres del arsenal (Múnera 1998, pp. 176-178). Toledo consiguió, a través de estas negociaciones, apoyo popular a las pretensiones de criollos y españoles de destituir a Montes de su cargo. Los líderes pardos lograron movilizar a una gran multitud de hombres armados de machetes y palos que se aglomeraron al frente de la sede del Cabildo apoyando la destitución de Montes. De esta forma, y esgrimiendo la voluntad popular, el órgano municipal procedió, el 14 de junio de 1810, a destituir al gobernador Montes (Múnera 1998, pp. 159, 178). En su lugar fue nombrado el complaciente, conveniente para los intereses de la elite, Blas de

7⁄ Según el análisis que hacen Adolfo Meisel y María Aguilera (2007, pp. 49-50), los barrios con mayor número de artesanos eran Getsemaní y Santo Toribio, asimismo éstos eran los barrios donde la gran mayoría de la población estaba conformada por pardos y negros libres. El 22,4 % de los hombres cartageneros en edad para trabajar eran artesanos, de los cuales el 93% eran pardos. A su vez, aproximadamente el 80% de quienes pertenecían a la milicia y a la tropa eran pardos, la inmensa mayoría eran milicianos y marinos rasos. 8⁄ Antes de 1810 José Ignacio de Pombo se refería en los siguientes términos a Pedro Romero: «Tenemos en el maestro Pedro Romero, y en su hijo Esteban, dos artistas inteligentes en éste [sic] género [se refería al trabajo con el hierro], o mejor, diremos, dos hombres extraordinarios, que la fuerza de su ingenio y aplicación los ha elevado a un grado de perfección y delicadeza, verdade­ramente admirables: que son capaces de ­formar otros artesanos igualmente perfec­tos en sus talleres» (Citado en Ortiz 1965, p. 183).

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Soria. El ejército se mantuvo pasivo ante los acontecimientos, pues apoyaba las pretensiones de los criollos y en su gran mayoría la oficialidad era criolla. A su vez, gran parte de los participantes en la movilización popular eran pardos que pertenecían a la milicia, además de ser artesanos, o habían pasado por este servicio y poseían algún entrenamiento militar. Después de estos hechos, los criollos buscaron asegurar una fuerza militar que apoyara su preeminencia en el gobierno y que hiciera contrapeso a la fuerza regular del Cuartel del Fijo que en cualquier momento podía volverse en su contra. Se crearon nuevos batallones de milicias pardas y blancas, entre ellos el de los Lanceros de Getsemaní que estaba conformado por pardos y negros artesanos de este barrio y a cuyo mando fue asignado Pedro Romero con el grado de Coronel (ibíd., p. 179). Se dejaba a un lado la legislación colonial que prohibía a los pardos ascender más allá del grado de capitán, era un signo de los nuevos tiempos y una demostración de la nueva disposición que mostraban los criollos para la apertura de canales hacia la realización de la igualdad, así fuera, simplemente, por la conveniencia de las circunstancias. De la misma forma, muchos otros pardos, lograron ascensos significativos en los nuevos batallones, no obstante, aún la oficialidad blanca y criolla era la que tenía los mayores grados, incluso en las milicias de pardos. Aun así, las presiones de los pardos por la igualación social y en derechos aumentaban, mientras eran parcialmente satisfechas. Sus aspiraciones crecían en la medida en que cada vez se convertían en un grupo más necesario para la elite criolla según el curso que iban tomando los acontecimientos. El 14 de agosto de 1810 se establece una Junta Suprema de Gobierno que buscaba hacerle contrapeso a la establecida en Santa Fe el 26 de julio. La Junta estaría integrada por los miembros del Cabildo más seis nuevos que serían elegidos por los cartageneros y cinco más elegidos en las ciudades, villas y poblados del interior de la provincia en las áreas de Mompox, Tolú, Simití y San Benito Abad (Helg 2004, pp. 124-125). La forma de elección de los seis nuevos miembros de Cartagena fue un gran avance y un reconocimiento a la importancia y a los derechos exigidos por los pardos. Los hombres adultos libres de Cartagena, independientemente de su color de piel u origen, fueron

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llamados a votar (ibíd., p. 125). Meses antes de la reunión de las Cortes de Cádiz, y mucho antes de las discusiones sobre a quiénes dar el derecho de ciudadanía en la elaboración de la Constitución de Cádiz, a los pardos y negros libres de Cartagena se les reconocía el derecho a la ciudadanía activa. Lo que por cierto, no era un regalo ni una concesión de los criollos, se lo habían ganado los pardos a través de líderes como Pedro Romero y Pedro Medrano y era la forma como la elite daba cabida a las exigencias de los sectores populares, y seguía garantizando su apoyo. Cartagena mantuvo una posición ambigua; por un lado, apoyaba la Regencia pero, por el otro, desconocía su autoridad al actuar independientemente de sus órdenes. Este organismo del gobierno español había manifestado su disgusto con los hechos del 14 de junio que llevaron a la destitución del gobernador Montes, y aún más, había protestado en contra de la instauración de una junta. Haciendo uso de su autoridad, la Regencia nombra un nuevo gobernador para Cartagena y desconoce las decisiones del Cabildo y de la misma Junta. El 11 de noviembre de 1810, al enterarse del arribo del nuevo gobernador: José Dávila, el batallón Lanceros de Getsemaní y los sectores populares cartageneros se movilizan para evitar su llegada al puerto, o apresarlo si es del caso. La acción de los criollos no es tan activa como la de los sectores populares. Sin embargo, los criollos coinciden en sus propósitos con la acción de los pardos y se muestran complacientes con los hechos; se ordena el arresto en el fuerte de Bocachica, a la entrada de la bahía de Cartagena, de José Dávila, quien días después es liberado y expulsado de Cartagena y sus inmediaciones. Esta decisión obliga de facto al desconocimiento de la Regencia y con ello los criollos, sin que haya sido esta su intención, consiguen enajenarse el apoyo de los españoles, tanto de los comerciantes como de la alta oficialidad militar9. Muchos de estos españoles, ante los hechos, migran a Santa Marta, la cual se mantiene fiel a la Regencia. En la alianza establecida entre los criollos y los sectores populares cartageneros, estos últimos ganan mayor peso y definitivamente comienzan por definir los eventos; más aún, con la pérdida del apoyo de los peninsulares después de los acontecimientos de noviembre. Los criollos perciben el

9⁄ Efectivamente, el mantener el reconocimiento de la Regencia hacía parte de la estrategia criolla de preservar el apoyo español en la ciudad y no romper del todo los nexos comerciales con la península. A diferencia de Caracas, los comerciantes españoles en Cartagena respondían casi que exclusivamente a los intereses de los comerciantes de Cádiz, quienes a su vez se sentían representados en la Regencia.

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carácter cada vez más hostil de los españoles hacia su causa; ahora más, el apoyo de las milicias pardas y de los pardos en general se convierte en un pilar fundamental para la preservación de la posición ganada por los criollos, e incluso para su misma supervivencia. A principios del mes de diciembre de 1810, la Junta de Cartagena se autorreforma y aprueba un nuevo sistema electoral de representación indirecta, donde tenían derecho al voto los hombres: blancos, indios, mulatos, mestizos, zambos y negros que fueran cabeza de familia u hogar y que vivieran de su propio trabajo, quienes podían elegir a los electores de su propia parroquia. No podían votar los reconocidos como vagabundos, los que tenían líos con la justicia o habían cometido algún crimen, los que dependieran de otro para subsistir y los esclavos (Helg 2004, p. 126). Por su parte, los electores de parroquia elegían a los grandes electores de barrio, que a su vez, elegían a los diputados de la nueva Junta Suprema. Para ser elector o representante no había limitaciones de raza ni de propiedad ni de educación. La ciudadanía había sido otorgada a los indígenas y a las castas en general. Producto de la ambigüedad que invadía a la elite criolla, la Junta de Cartagena reconoció a las Cortes de Cádiz, a pesar de que la Regencia consideraba la ciudad y la provincia como territorio rebelde. Esta ambigüedad contenía el interés de mantener una relación con España que le posibilitara ganancias a la elite criolla en una situación donde se le reconociera más autonomía como provincia sin perder los lazos con la península. En realidad la mayoría de la elite criolla no estaba convencida de la independencia absoluta de España, más bien propendía por reformas que la beneficiara como grupo y por una mayor participación en el gobierno para dirigir estos territorios según sus intereses. El interés principal de los criollos era mantenerse autónomos de Santa Fe; apoyar a las Cortes, como antes a la Regencia, era una forma de reafirmar la separación con la antigua capital virreinal. A su vez, los pardos y negros libres también mantenían una posición ambigua. Por un lado, gracias a las nuevas circunstancias y al papel central que cumplían en el mantenimiento y desarrollo de la nueva situación política, los pardos lograban ganar terreno en sus demandas de igualación y cada

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vez más se comprometían con la lucha más amplia por la “igualdad en derechos” independiente de la condición racial o del nacimiento. Mientras que por el otro lado, permanecían expectantes a los acontecimientos que podían afectar, para bien o para mal, su situación social y política hasta entonces ganada sin asumir aún una posición clara con respecto a los españoles o a los criollos. Los españoles, en cambio, estaban esperando el momento propicio para revertir la balanza a su favor y en contra de los criollos. El 4 de febrero de 1811 un criollo de gran influencia en las fuerzas del Cuartel del Fijo, el mariscal de campo Antonio de Narváez y la Torre, ayudó a frustrar un intento de golpe militar patrocinado por la alta oficialidad y por los comerciantes españoles. De la misma manera, unos destacamentos de las milicias de pardos contuvieron con las armas una columna de tropa del Fijo, conducida por algunos oficiales españoles, que se dirigía a la sede de la Junta con ánimo hostil (Thibaud 2003, pp. 81-82). La intención de los españoles era apresar a los criollos de la Junta, enviarlos a España, disolver el gobierno y restaurar las instituciones coloniales. Parte de las milicias y los sectores populares se enteraron de la intentona de golpe y organizaron la persecución y apresamiento de los conspiradores. Sin esperar las órdenes ni las orientaciones de los criollos los líderes pardos nuevamente tomaron la situación en sus manos y los sectores populares actuaron con gran autonomía, incluso prescindieron de la milicia. Los españoles que la gente consideraba que estaban involucrados en el golpe fueron apresados y conducidos a las sedes del batallón de Patriotas Pardos (Múnera 1998, pp. 183-187). La actitud de los criollos fue de espanto al presenciar el desborde de los sectores populares cartageneros, y cuando reaccionaron fue para proteger a los españoles de las acciones de la turba; incluso, llegaron a facilitar la huida hacia Santa Marta y Portobelo de los implicados en la intentona de golpe. Había algo claro con esta acción de los sectores populares cartageneros. Los pardos y negros libres no estaban dispuestos a renunciar a lo que hasta ahora habían ganado en reconocimiento social y político hacia el camino de la igualdad. Su reacción fue colectiva y de rabia ante la amenaza que significaba el intento de golpe del Fijo, sin embargo, no fue una reacción ciega,

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10⁄ La Junta de Cartagena había declarado la guerra a Mompox apenas esta declaró su independencia y, desconociendo la autoridad de Cartagena, expresó su lealtad a la Junta de Santa Fe (Salcedo del Villa 1987, pp. 113-117).

estuvo dirigida al apresamiento de los culpables con el propósito de que fueran juzgados y condenados por la Junta y, de esta manera, frustrar cualquier futuro intento de restauración de las instituciones y de las limitaciones establecidas antes de 1810. Los pardos ya no estaban dispuestos a volver al anterior sistema colonial ni a las restricciones de que eran objeto. La gran mayoría de los criollos, en cambio, buscó un escenario de entendimiento con los conspiradores para negociar una solución intermedia entre sus intereses y los de los peninsulares; la reacción popular frustró esta pretensión. A partir de entonces, la autonomía de los sectores pardos y negros libres sería mucho mayor; las milicias, conformadas en su gran mayoría por estos sectores, funcionarían como un apoyo organizativo y armado. Un sector de los criollos, que se había mantenido más o menos marginado de las decisiones políticas y que era más afecto a la declaración de independencia absoluta de España, con los hechos del Fijo comenzó a ganar influencia, sobre todo entre los sectores populares. Los hermanos Gutiérrez de Piñeres, originarios de Mompox, eran quienes dirigían a este sector de criollos independentistas. Gabriel Gutiérrez de Piñeres era quien más radicalmente exponía ideas de igualdad de gran atractivo para los pardos y, asimismo, más cercanía tenía con estos sectores populares. Además, a este grupo también pertenecían jóvenes criollos de la elite cartagenera como José Manuel Rodríguez Torices y José Fernández de Madrid. Es de destacar que los hermanos Gutiérrez de Piñeres procedían de la elite momposina que se manifestaba en disputa política y comercial con la elite cartagenera. Vicente Celedonio Gutiérrez de Piñeres, hermano de Gabriel y de Germán Gutiérrez de Piñeres, por ejemplo, había sido líder del movimiento por la instauración de una Junta en Mompox y partidario de la separación de Mompox como provincia independiente de la jurisdicción de Cartagena. Cuando el 23 de enero de 1811 las tropas cartageneras al mando del aristócrata cartagenero, abogado y terrateniente, Antonio José de Ayos, reprimen el movimiento revolucionario y secesionista momposino al ocupar la villa de Mompox, Vicente Celedonio es declarado proscrito y perseguido por las autoridades cartageneras10. Los Piñeres tenían razones de sobra para oponerse a la elite

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tradicional cartagenera; el apoyo en los pardos fue una condición necesaria para desplazar a esta elite del poder. Gabriel, junto con Ignacio Muñoz, abogado criollo nacido en Corozal y casado con una hija de Pedro Romero, estableció una campaña de difusión entre los pardos sobre los valores de la igualdad que fueron muy bien recibidos, pues coincidían con las aspiraciones de igualación de estos sectores. De esta manera, más claramente la reivindicación del derecho a la igualdad se fue tornando una reivindicación fundamental en los pardos; la ciudadanía, el derecho a elegir y a ser elegidos, así como el de tener acceso a la educación y a los empleos públicos, se identificaron como caminos hacia la igualdad. El 10 de septiembre de 1811 las Cortes de Cádiz, luego de una intensa discusión, aprueban el artículo de la Constitución que sólo le concedía el derecho al voto a quienes eran considerados ciudadanos de “la gran nación española”. Eran distinguidos como ciudadanos pertenecientes a “la gran nación española”, y asimismo con derecho a voto, quienes fueran originarios de España o de América: los criollos, los españoles, los indios y los mestizos. A pesar de la intensa oposición de los diputados criollos, a los habitantes de América de origen africano –así fueran mezclados como los pardos–, con estos artículos que fueron consignados definitivamente en la progresista Constitución de Cádiz, no se les reconocía la ciudadanía. El argumento que esgrimieron los diputados peninsulares era que los descendientes de africanos, al tener esa “mancha de sangre” otorgada por su “origen vil” por descender de esclavos y al no estar incluidos en el supuesto pacto inicial de la conquista entre españoles e indios, no podían hacer parte activa del nuevo contrato social que se establecía con la Constitución (Lasso agosto 2007, pp. 35-38, 40-42). Al enterarse de esta decisión, los pardos y los negros libres de Cartagena confirmaban que un mejor futuro para ellos no estaba al lado del dominio peninsular. El 11 de noviembre de 1811, los Lanceros de Getsemaní y el batallón de Patriotas Pardos dirigidos por Pedro Romero y los criollos Gabriel Gutiérrez e Ignacio Muñoz, asaltaron el almacén de armas y junto con los habitantes de los barrios Getsemaní y Santo Toribio invadieron el recinto donde sesionaba la Junta. De esta manera, presionaron para que se decla-

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11⁄ Desde la declaratoria de Independencia quienes dominan la escena política en Cartagena son los criollos, representados por Germán y por Gabriel Gutiérrez de Piñeres, con la estrecha alianza que establecen con los líderes pardos como Pedro Romero y Pedro Medrano. La Constitución del Estado Soberano de Cartagena en gran medida fue una hechura de este partido que comenzó a ser llamado Piñerista, y que Alfonso Múnera designa muy bien como Partido Popular.

rara la Independencia (Múnera 1998, pp. 194-198). El 11 de noviembre de 1811, Cartagena declara su independencia absoluta de España. Resulta significativo que una de las reivindicaciones, además de la Independencia, que protestaban los milicianos pardos orientados por Pedro Romero era que en las milicias de pardos los oficiales fuesen también pardos: la lucha por la igualdad continuaba. Pedro Romero, Pedro Medrano y Juan José Solano fueron elegidos diputados para el Congreso de la provincia encargado de elaborar una Constitución11. El 14 de junio de 1812 se expidió la Constitución del Estado Soberano de Cartagena de Indias, donde las distinciones de raza y origen no tuvieron lugar y los derechos y deberes cubrían a todos los habitantes de la provincia. En el título I de la Constitución del Estado de Cartagena, referente a los derechos y deberes, se establece el derecho a la igualdad ante la ley para todo ciudadano de la provincia, de esta manera reza en el artículo 8 de esta sección: … ningún hombre, corporación o asociación de hombres tiene otro título para obtener ventajas, o derechos particulares y exclusivos, distintos de los de la comunidad, que el que dimana de la consideración de servicios hechos al Estado. Y no siendo este título por su naturaleza, ni hereditario ni transmisible a hijos, es absurda y contra naturaleza la idea de un hombre privilegiado hereditariamente o por nacimiento, y exacta, justa y natural la idea de la igualdad legal; es decir, de la igualdad de dependencia y sumisión a la ley de todo ciudadano, e igualdad de protección de la ley a todos ellos (Pombo y José 1986, pp. 98-99).

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No se había acabado con las contradicciones, ni tampoco con la diferenciación por “razas” ni los privilegios dejaron de existir por el poder de la palabra escrita, no obstante, el que se enunciara y se diesen cambios en el proceso hacia esa dirección, la de la igualdad de derechos, era algo ya, por sí mismo, revolucionario.

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Participación de los pardos en el proceso de Independencia en Caracas12 A mediados del mes de julio de 1808 se supo en Caracas de la abdicación en Bayona. El sentido de las noticias procedentes de España fue conocido rápidamente por los habitantes de La Guaira y de Caracas. Obviamente, se generó un clima de agitación popular acompañado de consternación y confusión ante semejantes hechos. Según lo narrado por José Manuel Restrepo, al saberse estas noticias en Caracas sus habitantes espontáneamente se agolparon en calles y plazas «en número de más de diez mil personas»; gritaban en contra del usurpador francés y aclamaban al rey Fernando VII (Restrepo 1974, pp. 238-240). Después de haberse calmado el ánimo en las calles, el 16 de julio, el capitán general Juan de Casas convoca una junta privada entre algunos miembros de la Audiencia, varios representantes de los mantuanos, el intendente y otras figuras de la clase dirigente, para discutir sobre las circunstancias apremiantes y para tomar una decisión (ibíd., p. 241). La elite coincide en que lo conveniente para el mantenimiento del orden es apoyar a Fernando VII como Rey de España e Indias. La confusión ante los hechos es tal, que el Capitán General a los pocos días, el 27 de julio, convoca al Cabildo para la realización de una Junta en Caracas a ejemplo de la de Sevilla, buscando de esta manera mantener en conciliación y unión a la elite dirigente, ante las difíciles circunstancias y ante la poca conveniencia de que se generaran divisiones en un contexto donde se revelaba un ánimo y una movilización popular espontánea y fuera del control de alguna de las facciones dominantes. Sin embargo, las órdenes desde España y los consejos de algunos funcionarios españoles en Caracas fueron determinantes para que a los pocos días, Juan de Casas, desistiera de su ofrecimiento para la conformación de una junta. Pese a la declinación del ofrecimiento de Casas, la elite mantuana y comerciante de Caracas, representada en el Cabildo y en el Consulado, veía en la conformación de una junta con funciones ejecutivas y legislativas la posi-

12⁄ Para ampliar y profundizar, la parte referida a la participación de los pardos en el proceso inicial de Independencia en Caracas, está mucho más detallada por el autor con una investigación más sistemática y documen­tada, en el libro de realización conjunta con la historiadora Rocío Castellanos Rueda (2010).

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bilidad de direccionar la política y la economía de la provincia según sus intereses y con relativa autonomía de España. Para la mayoría de los pardos, la existencia o no de este organismo de gobierno resultaba indiferente, lo que preocupaba era la posibilidad de que los mantuanos, los blancos criollos, se posesionaran absolutamente como clase dirigente, pues desplazarían instituciones como la Audiencia y otras entidades españolas que actuaban desde la ley como tercera instancia en los conflictos y, de esta manera, ayudaban a contrarrestar los apetitos de los poderosos y el mantenimiento a ultranza de los privilegios de los blancos. En el empeño de conformar una institución de gobierno, sobre la cual el Cabildo pudiese ejercer un control hegemónico, continuaron los mantuanos residentes en Caracas. Desde octubre de 1808, en diversas reuniones los mantuanos acariciaban la idea de la conformación de una junta. A principios del mes de noviembre, Antonio Fernández de León, Francisco Rodríguez del Toro, Marqués del Toro, y José Félix Ribas, comenzaron a promover el movimiento en Caracas. Al final, lograron comprometer a cuarenta y cinco miembros de la elite mantuana y de la clase media criolla: conformada por abogados y empleados del Estado, en la firma de una petición dirigida al Capitán General para la conformación de este órgano. Antes de que se llevara a cabo la entrega del documento con las firmas de los interesados en la conformación de la junta, en las calles de la ciudad empezaron a aparecer pasquines denunciando a los mantuanos en sus supuestos planes de tomarse el poder para gobernar a su favor. Los sectores populares interpretaron semejante acción, tal como les era presentada, como un acto de deslealtad motivado por las ansias desbocadas de poder de unos cuantos mantuanos. A su vez las milicias reaccionaron en contra del movimiento. El 24 de noviembre de 1808, inmediatamente después de que el Capitán General recibió la petición de quienes propendían por la Junta y la leyó en una reunión general, los capitanes de los batallones de milicias de pardos y los capitanes de los batallones de los Granaderos de Aragua y Valencia, el pardo Pedro Arévalo y Francisco José Colón, se pusieron a las órdenes del Capitán General en lo que ordenase en contra de los “conspiradores” (Parra-

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Pérez 1992, p. 171). El Capitán General, aprovechó que tenía bajo su servicio incondicional una fuerza significativa de milicias y ordenó el arresto de aquellos que aparecían firmando la petición. Si bien, la movilización de los pardos en contra de la iniciativa mantuana fue incitada en parte por la difusión de ciertos rumores –entre ellos sobresale el de que la “conspiración” mantuana tenía como objetivo reducir a la esclavitud a los pardos, en otras palabras restringir aún más sus derechos y libertades–, lo cierto es que se manifestaron en oposición a que los mantuanos asumieran un control más directo sobre los asuntos públicos. Sabían que el grupo de los hacendados y esclavistas criollos era el que tradicionalmente más se había opuesto a sus pretensiones de igualación con los “blancos” y el que constantemente presionaba por la mayor sujeción y dependencia de la mano de obra parda a las explotaciones agrícolas. Asimismo, los pardos no podían olvidar la reacción del mantuanaje en contra de algunas concesiones de igualación que les había otorgado la Corona a algunos individuos pardos, o la franca oposición del Cabildo de Caracas, vocero de los intereses criollos y mantuanos, a las cédulas de Gracias al Sacar13 y al establecimiento de una educación que incluyera a las castas (Izard 1979, pp. 130-131; Los Pardos en la Colonia sep.-dic. 1947, pp. 335-339). Además, los mantuanos confiados en su poder y prestigio no buscaron negociar el apoyo de las milicias pardas y de sus comandantes más directos, los capitanes, para presionar una decisión que les resultara favorable; así como tampoco utilizaron a miembros de su clase, o cercanos a ella, con importantes cargos militares en las milicias. El 17 de mayo de 1809 llega el brigadier Don Vicente Emparan, para ocupar el cargo de Capitán General, y el intendente de hacienda Don Vicente Basadre. Por estos días, arribó a Caracas el coronel Fernando Rodríguez del Toro, hermano del Marqués del Toro, con el cargo de Inspector de las Milicias de la Provincia. Desde entonces los dos hermanos Toro, ubicados en la milicia –el Marqués del Toro era Coronel del batallón de los Granaderos de Aragua–, hicieron un trabajo de cooptación y acomodación de la milicia y de los mandos medios y bajos con el propósito de concertar una acción que impusiera de alguna forma la conformación de una junta en Caracas. A su

13⁄ Una de las vías a título individual para alcanzar la igualación era conseguir la dispensa de la condición de su color y del reconocimiento como pardo, para llegar a ser registrado como blanco y así acceder a los derechos que esta condición permitía. Este canal individual de búsqueda de igualación de derechos fue concedido por la Corona con la expedición de la real cédula del 3 de junio de 1793, ratificada el 10 de febrero de 1795, de extensión de venta de “Gracias al Sacar” a los pardos. La elite mantuana de Caracas, terrateniente y esclavista, emitió a través del Cabildo de la ciudad una extensa protesta a la Corona el 28 de noviembre de 1796 manifestando los peligros que suponía para la estabilidad de las tierras americanas semejante decisión de extender las “Gracias al Sacar” (Izard, pp. 129-131); el miedo fundamental estaba en la posibilidad de que se diluyeran los límites de las castas y con ellos las divisiones socio-raciales que en términos sociales, polí­ticos y económicos mantenían sus privilegios como elite dominante. Ver Los Pardos en la Colonia (sep.-dic. 1947) y Pellicer (1996, pp. 23-48).

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vez, el grupo de jóvenes mantuanos, integrado por José Félix Ribas y sus hermanos, Simón Bolívar, Antonio Nicolás Briceño y Mariano Montilla, entre otros, asociados con jóvenes abogados criollos pertenecientes a una clase media profesional, se reunía continuamente para conspirar (McKinley 1987, pp. 220-222). Estos jóvenes eran quienes expresaban planteamientos más radicales, influenciados por la Ilustración, los postulados de la Independencia de las Trece Colonias y la Revolución Francesa; algunos de ellos estaban convencidos de la necesidad de la independencia de España. Justamente el grupo de los mantuanos, junto con un sector de criollos de clase media y con un buen número de comerciantes peninsulares, comenzaron a actuar concertadamente en diferentes direcciones con el propósito de dar el golpe de mano que posibilitara la instalación de una junta en Caracas. Los conspiradores buscaron ganarse el apoyo de los capitanes pardos de las Milicias de Pardos, entre ellos a Pedro Arévalo, con promesas de ascensos y reconocimientos inmediatamente se instalase la Junta y de mejores oportunidades de igualación en un nuevo marco político. En este papel de convencimiento y difusión de ideas se destacaron los jóvenes con mando de tropa en el ejército o en las milicias, entre ellos los capitanes Juan de Escalona, Luis de Ponte, Francisco Conde y Pedro Manrique, que además eran asistentes a las reuniones conspirativas organizadas por los Ribas; hacían parte del grupo radical dirigido por los jóvenes mantuanos (Thibaud 2003, pp. 51-52). No obstante, el ganarse a los pardos de la milicia fue un proceso. En el mes de marzo de 1810 los hermanos Toro, coroneles de los cuerpos de milicias, en coordinación con el coronel Don Ramón Páez, intentan organizar un golpe militar contra el Capitán General para el establecimiento de la Junta, sin embargo, son descubiertos y el golpe es abortado pues varios capitanes pardos continúan fieles al establecimiento Español. Pese a estos acontecimientos, la reacción de Emparan es débil, separa de Caracas a los militares que se sabe involucrados y a algunos sospechosos, como Simón Bolívar y su hermano Vicente, los obliga a permanecer en sus haciendas (Parra-Pérez 1992, p.198). La situación se vuelve explosiva. Los acontecimientos se precipitan. Entre el 12 y el 14 del mes de abril de 1810, después de dos meses de no recibir

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noticias de España, llega en un bergantín proveniente de Cádiz información sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la península. En enero de 1810, el avance de las tropas francesas ha reducido la resistencia española al puerto de Cádiz y a la isla de León, lo que obligó a la Junta Central a disolverse y dar paso a la conformación de una Regencia. El 17 de abril, Emparan llamaba a la calma a la población de Caracas. Ante los acontecimientos, la conspiración para el establecimiento de una junta autónoma se fortalece y los jóvenes mantuanos y radicales actúan con celeridad: las Milicias de Pardos, al mando de los capitanes pardos Pedro Arévalo, Pantaleón Colón y Carlos Sánchez son definitivamente ganadas para actuar a favor de la causa juntista. Los mantuanos viejos presionan a quienes dirigen el Cabildo para que el 19 de abril en la mañana declare Cabildo abierto y se dé paso a la conformación de una junta ejecutiva y legislativa, cuya presidencia, por lo menos momentáneamente, quedaría en manos del capitán general Emparan; ése era el plan inicial. Sin embargo, tal cual como se desenvolvieron los acontecimientos, los resultados fueron distintos a los planeados por la elite mantuana, y más cercanos a los planes de los jóvenes radicales. El ejército se mantuvo pasivo pese a las órdenes de la Audiencia para movilizarlo y reaccionar en contra de la conspiración cuando se llevaba a cabo; las milicias al mando de los mulatos Pedro Arévalo y Carlos Sánchez rodearon a los miembros de la Audiencia y los llevaron constreñidos a la plaza mayor de la catedral para que presenciaran los hechos que daban lugar a la transformación del Cabildo en Junta Suprema. Cuando Emparan se disponía a entrar a la Iglesia, es agresivamente increpado por Francisco Salias para que asista al Cabildo; los milicianos de la guardia intentan reaccionar con las armas para defender al Capitán General pero son detenidos por su capitán Luis Ponte. Las milicias están con los conspiradores, las tropas del regimiento también (Díaz 1986, p. lxx), mas no los altos oficiales españoles. El control de la situación era casi absoluto de parte de los conspiradores. El capitán Emparan es despojado en acto público de su autoridad. Las milicias de blancos y pardos

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14⁄ Parra-Pérez hace énfasis en que este acto fue de autoproclamación pues no hubo ninguna elección, de quienes supuestamente eran representados, que legitimara a Ribas como diputado de los pardos, máxime si se tiene en cuenta su origen mantuano alejado de la mayoría de la población caraqueña. Sobre los integrantes de la Junta y su elección ver Parra-Pérez (1992, pp. 201-204).

de Aragua y Valencia alborotan los ánimos de los centenares de personas reunidas alrededor de los participantes en el debate sobre la conformación de una junta, al vociferar mueras a los franceses y vivas a Fernando VII. El Cabildo se transforma en «Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII» (Restrepo 1974, p. 258), e integra en su seno a otros diputados, entre ellos, José Félix Ribas quien se proclama representante de los pardos14 . La Junta se mantiene fiel a Fernando VII, cautivo aún, y desconoce la autoridad de la Regencia. Una de las primeras medidas tomadas por el nuevo organismo fue la de doblar el salario de los milicianos y militares para asegurarse su apoyo. Emparan y los principales funcionarios y oficiales españoles de alta graduación son conducidos a la Guaira para su expulsión del territorio venezolano. Acto seguido, la Junta hizo efectiva una serie de ascensos para llenar las vacantes dejadas por los oficiales y asegurar los mandos militares con hombres de confianza con el propósito de mantener el control absoluto de las fuerzas armadas para sus fines de gobierno. Se promovió militarmente a 66 miembros de la elite criolla. Asimismo, el capitán pardo Pedro Arévalo fue ascendido a coronel junto con otros capitanes pardos destacados en las acciones del 19 de abril; es de presuponer que pardos de las milicias con el grado de teniente y con grados menores debieron ascender en la graduación militar (Thibaud 2003, pp. 52-53). José Félix Ribas y, particularmente, dos de sus hermanos: Juan Nepomuceno Ribas y José Francisco Ribas (sacerdote), comenzaron una campaña de seducción hacia los pardos más allá del ejército y la milicia (Bencomo 1978, pp. 41-43). Desde su designación como diputado de los pardos, José Félix Ribas cumplió una labor determinante en la extensión de un discurso más coherente de reivindicación para los pardos, alrededor de la lucha por la igualdad y el reconocimiento de ésta como un derecho que les pertenecía y debían conquistar. José María Gallegos, debió ser el puente que sirvió para relacionar a Ribas con los pardos. De profesión cirujano, Gallegos pertenecía a un gremio que se equiparaba al de los artesanos. El oficio de cirujano era considerado una actividad innoble y lo ejercían blancos de orilla, pardos y

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negros. En 1805 José María Gallegos había dirigido con Juan José Landaeta a un grupo de pardos organizados para fundar en Caracas una escuela primaria para que los hijos de su clase estudiaran; si bien el Cabildo en la práctica negó la posibilidad de concretar esta iniciativa, es claro que Gallegos como Landaeta eran líderes entre los pardos y particularmente entre los artesanos (Langue 1996, p. 68). La alianza entre Gallegos y los Ribas suministró el apoyo popular necesario en Caracas para que las propuestas de la Junta, y en particular las de los jóvenes radicales, gozaran de la aceptación general y, de esta manera, se pudiesen contener las repetidas conspiraciones en contra del nuevo gobierno. El 14 de agosto de 1810 la Junta Suprema de Caracas crea la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, cuyo propósito era agenciar el desarrollo agrícola; No obstante, en realidad se convirtió en un club político que nucleaba a la juventud criolla y radical. Este grupo funcionó como un espacio de socialización de ideas políticas para la juventud de la elite blanca y para algunos sectores de los pardos. José Félix Ribas y sus hermanos, así como los Bolívar, Briceño y Montilla, eran algunos de los integrantes más destacados de la Sociedad. El 21 de octubre de 1810 llegaban noticias a Caracas acerca de la masacre de que habían sido objeto los prisioneros de la Junta de Quito el pasado 2 de agosto, por parte de las autoridades españolas en favor de la Regencia. José Félix Ribas con sus hermanos y José María Gallegos, organizaron el 22 de octubre una manifestación integrada por un buen número de pardos que recorrió las calles de Caracas y llegó hasta la sede de la Junta; exigían se expulsara a los españoles y canarios para garantizar la seguridad del gobierno. La Junta pudo sortear la situación apaciguando los ánimos. La fuerza de la manifestación no debió ser lo suficientemente fuerte y el apoyo popular tampoco, pues después de haberse dispersado la manifestación fueron apresados los Ribas y el cirujano Gallegos. No obstante, la convocación a los pardos hecha por Ribas y su concentración masiva debió explotar los miedos de la elite mantuana que controlaba la Junta, hasta el punto de llegar a imponer una pena excesiva a los líderes de la manifestación: fueron condenados al

exilio en Curaçao y Jamaica, con la prohibición de volver hasta que la misma Junta lo decidiera y se les notificara expresamente. Con la expulsión de los Ribas y de líderes como Gallegos, la agitación callejera como arma de presión dejó de ser utilizada por los jóvenes radicales. Al parecer, a excepción de José Félix y sus hermanos, no era una forma de actuar muy aceptada por la mayoría de los jóvenes reunidos alrededor de la Sociedad Patriótica. Para los mantuanos resultaba extremadamente molesto el pueblo reunido, y en la calle, prefería mantenerlo controlado y fiel a través del control reglado que suministraba la milicia. Efectivamente, los milicianos pardos fueron el instrumento sobre el cual se apoyó la Junta para mantenerse y para preservar el apoyo popular; los milicianos antes que tales, eran artesanos y trabajadores pardos con figuración en sus comunidades y grupos familiares. El pertenecer a la milicia o al ejército, el gozar de un fuero, hacía de los militares pardos gente apreciada en sus comunidades con prestigio e influencia. El ganar el apoyo de los mandos pardos y de la milicia parda garantizaba, por otra parte, el apoyo de los sectores populares representados en los artesanos y trabajadores pardos. En síntesis, la milicia fue la forma privilegiada de socialización y cooptación de los pardos de Caracas al proyecto de la Junta y luego al de la Independencia. El 11 de junio de 1810, la Junta expidió el reglamento para las elecciones de los electores y diputados a un Congreso General que reemplazaría la Junta Suprema y establecería un nuevo pacto constitucional para la provincia de Caracas y las demás provincias que conformaban la Capitanía General de Venezuela. Podía votar para elegir los electores, así como ser elector o diputado, quien fuera mayor de veinticinco años o padre de familia, además, debía vivir de su propio trabajo o renta sin dependencia de otro; en caso de que viviera a expensas o en servicio de otro debía disponer de alguna propiedad de por lo menos dos mil pesos (Restrepo 1974, pp. 268-269, 288-289). No había ninguna restricción de raza u origen en el reglamento electoral. En gran parte se hacía una concesión a las presiones de igualación de los pardos y con ello se buscaba seducir aún más el apoyo popular que se requería para la continuación del gobierno. Había la necesidad en los mantuanos,

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ante la situación de inseguridad que imperaba, de ganarse el apoyo de los pardos. Los ascensos de pardos desconociendo las restricciones coloniales, el aumento de la paga, la igualación en los salarios de los oficiales blancos y pardos, y el reconocimiento del voto hacían parte de esta política de seducción que se articulaba con la circulación del discurso ilustrado y liberal de la igualdad de derechos. El 2 de noviembre se llevaron a cabo las elecciones de diputados al Congreso General; en Caracas fueron elegidos 6 diputados por 230 electores escogidos. En los primeros días de diciembre de 1810, Simón Bolívar regresa de Inglaterra de una comisión de la Junta Suprema de Caracas. A pesar de la oposición de un buen sector al interior de la Junta, Bolívar facilita el arribo del General Francisco Miranda, quien llega días después. En marzo de 1811, por petición del Congreso General que había comenzado sesiones el 2 de marzo, volvieron del exilio los hermanos Ribas y José María Gallegos. Estos nuevos personajes que se incorporaron prontamente al seno de la Sociedad Patriótica, lograron imponerse entre los jóvenes radicales. Miranda, con más de sesenta años de edad, es elegido presidente de la Sociedad Patriótica, y con él, el proyecto de la Independencia definitiva de España se consolidaba. En octubre de 1810, la Junta había desconocido a las Cortes reunidas en Cádiz en consonancia con su decisión de no someterse a la Regencia. La respuesta española fue decretar en enero de 1811 el bloqueo desde Puerto Rico tomando como base los puertos en Maracaibo y Coro. Si bien el bloqueo fue poco efectivo, las continuas hostilidades decretadas por el gobierno de la península enajenaban cada vez más la opinión a favor de la permanencia del vínculo con España y hacían ganar más terreno a la resolución por la Independencia. La Sociedad Patriótica, y en particular Miranda y los Ribas, por su parte ayudaba en la organización de reuniones de pardos ilustrados emuladoras de las discusiones llevadas a cabo al interior de la Sociedad15. Los integrantes de la Sociedad Patriótica buscaban con mayor frecuencia y permanencia involucrarse en los debates del Congreso y, de esta manera, direccionar los temas ya fuera con su participación como diputados o desde la tribuna.

15⁄ Hacia mayo o junio de 1811 la policía arresta a algunos pardos acusados de conspiración pues se reunían «con el objeto de tratar de materias de gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas». A uno de ellos se le encontró una proclama cuya autoría, algunas de las autoridades de la Junta, la atribuyeron a Francisco Miranda (Parra-Pérez 1992, p. 283).

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16⁄ Corresponde a las sesiones del 3 de julio y a la de la tarde del 5 de julio.

Lo cierto es que ante los acontecimientos y las conspiraciones a favor de la Regencia patrocinadas desde Puerto Rico, Maracaibo o Coro, la discusión sobre la necesidad de tomar el camino de la Independencia se convirtió en tema exclusivo de las sesiones del Congreso General desde el 3 de julio de 1811 (Congreso Constituyente de 1811-1812, 1986a, pp. 106152)16. El 5 de julio la gran mayoría de los diputados aprobó en sesión la Independencia absoluta de España. Fue una decisión de la elite blanca de Caracas, fundamentalmente, que veía la oportunidad de sancionar, de una vez por todas, una situación de hecho que se había establecido desde el 19 de abril de 1810: el control del Estado por los mantuanos y la elite blanca caraqueña y provincial en beneficio de sus intereses políticos y económicos. La participación activa de los pardos y la gente del común en la declaración de independencia fue casi nula, su papel fue más bien el de aceptar y apoyar los hechos consumados al percibir beneficios en los cambios que se venían sucediendo. La Sociedad Patriótica, a pesar de la cercanía a los pardos de individuos como José Félix Ribas, mantuvo una posición ambigua en la inclusión de los pardos en la política; al parecer su carácter fue más mesiánico y educativo que de agitación y movilización de estos sectores. En realidad, el temor a los pardos también motivaba la actitud de los jóvenes radicales, que en el discurso los idealizaban, pero que en la acción política preferían mantenerlos alejados. El temor también era el móvil de la elite mantuana para conceder ciertos beneficios limitados hacia la igualdad para los pardos, buscando, de esta manera, seducirlos y mantenerlos controlados bajo canales reglados, como el de la milicia, en apoyo al sistema de gobierno. Ninguno de los diputados que participó en el Congreso era pardo, todos pertenecían a la elite ilustrada o a la elite económica blanca. El 11 de julio de 1811 se dio un levantamiento en Valencia en contra de la declaración de independencia y, para ser más precisos, contra la hegemonía de Caracas, en la cual se desconocía al Congreso y al nuevo Gobierno y se proclamaba a Fernando VII. Sectores afines con el gobierno de España fueron los instigadores del levantamiento que abarcó otras poblaciones vecinas. Los

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alzados, dirigidos por peninsulares, eran en su mayoría pardos, los cuales se apoderaron del cuartel y de las armas que había en él. Fue declarado como uno de los comandantes de los insurrectos Vicente Antonio Colón, quien era mulato, capitán de pardos antes de los acontecimientos del 19 de abril, y quien había jugado un papel destacado en el apoyo de las milicias para la instauración de la Junta. La resistencia a las tropas comandadas por el general Miranda para reprimir el alzamiento fue enconada. Al final, el liderazgo de la rebelión había pasado de los peninsulares a los dirigentes pardos y populares, ocupando un lugar más central en la dirigencia jefes como Colón y líderes guerrilleros como Palomo. La conquista de Valencia se hizo calle por calle, con muchos muertos de parte y parte, pues la mayoría de la población parda estaba muy integrada al movimiento contra Caracas. Se calculan en 800 muertos y 1.500 heridos las bajas de la fuerza comandada por Miranda que al fin derrotó el levantamiento y atrapó a sus principales líderes el 12 de agosto (Restrepo 1974, pp. 317-318, 321-324). Al parecer, en este levantamiento jugaron un papel preponderante las frustradas pretensiones de Valencia de constituirse en capital provincial y sede del Congreso, lo que se combinó con el sentimiento antimantuano de los pardos de Valencia explotado por los líderes del levantamiento. Coincidente con el levantamiento de Valencia, desde Puerto Rico el comisionado regio, Antonio Ignacio Cortabarría, destacado por la Regencia desde hacía varios meses para recobrar los territorios venezolanos, comenzó una campaña a través de comunicaciones y ofertas para ganarse a los sectores pardos en su lucha en contra del Congreso y de la Independencia (ibíd., p. 321). En este ambiente, signado por el levantamiento de Valencia y los intentos, por parte de los regentistas, de movilización de los pardos en contra de la Independencia, se dio en el Congreso General, el 31 de julio de 1811, el debate «en sesión privada, sobre cuál sería la suerte y condición de los pardos en el estado de Independencia en que se halla Venezuela» (Congreso Constituyente…1986a, p. 201)17. El eje que orientó la discusión fue si la igualdad de los pardos debía ser objeto de definición en cada provincia o por el contrario el Congreso debería tomar una determinación general; convenientemente

17⁄ Corresponde a la sesión del 31 de julio

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se evadía, de esta forma, la cuestión fundamental de si el nuevo orden iba a reconocer o no la igualdad de los pardos y, con ello, el final jurídico de la sociedad de castas. Algunos de los diputados de Caracas que participaron en el debate fueron los que más se mostraron a favor de una determinación explícita y afirmativa por la igualdad de los pardos de parte del Congreso (ibíd., p. 207). Francisco Javier Yanes, logró expresar en esta sesión la motivación principal que debía llevar a una declaración afirmativa, sin miramientos y aplazamientos, sobre la igualdad de los pardos. Al final, a lo que se refería su argumentación, sería el acicate que se impondría para que en la carta constitucional se registrara la declaración definitiva del derecho a la igualdad. Según los argumentos destacables esgrimidos por Yanes «Caracas ha comenzado a dar a los pardos lo que les corresponde de justicia» y que en vez de temerse conmociones por la altura de estas decisiones, más bien debía

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18⁄ Francisco Javier Yanes era de origen cubano, abogado de la Universidad de Caracas, era miembro de la Sociedad Patriótica y para la época en que ejercía como diputado al Congreso General tenía 35 años de edad.

temerse conmociones, es en el caso de tratarles [a los pardos] con desprecio o indiferencia, pues entonces la justicia dará un impulso irresistible a esta clase, que es mucho mayor que la nuestra (…) Los pardos están instruidos, conocen sus derechos, saben que por el nacimiento, por la propiedad, por el matrimonio y por todas las demás razones, son hijos del país; que tienen una Patria a quien están obligados a defender, y de quien deben esperar el premio cuando sus obras lo merecieren. Alterar estos principios y negar a los pardos la igualdad de derechos es una injusticia manifiesta, una usurpación y una política insana, que nos conducirá a nuestra ruina (ibíd., pp. 205-206)18.

Continuaba Yanes haciendo una referencia explícita a los acontecimientos que ocurrían en Valencia mientras se daba esta discusión y expresaba como su móvil la falta de reconocimiento de esta igualdad entre los pardos. Asimismo, ponía de presente la importancia que jugaron los pardos al mando de los capitanes de milicia Carlos Sánchez y Pedro Arévalo en los aconte-

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cimientos del 19 de abril y en el apoyo al proceso de Independencia. De esta manera, hacía evidente el papel estratégico que significaba la concesión de la igualdad para los pardos en la estabilidad del nuevo gobierno y en su permanencia (ibíd., p. 206). En la Constitución Federal para los Estados de Venezuela sancionada por el Congreso General el 21 de diciembre de 1811, rezaba en el capítulo VIII, «Sección de los Derechos del Hombre en Sociedad», que el objeto de los gobiernos, incluido el de Venezuela, es garantizar el ejercicio en los ciudadanos de los derechos a la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad. El derecho a la igualdad lo definía de la siguiente forma: «La igualdad consiste en que la ley sea una misma para todos los ciudadanos, sea que castigue, o que proteja. Ella no reconoce distinción de nacimiento, ni herencia de poderes» («Constitución Federal para los Estados de Venezuela» Art. 154, en Congreso…1986b, p. 27). En el artículo 203 de la sección de «Disposiciones Generales» se hace énfasis en la inclusión de los pardos a la condición de ciudadanos en igualdad de derechos; es así como reza: Del mismo modo quedan revocadas y anuladas en todas sus partes, las leyes antiguas que imponían degradación civil a una parte de la población libre de Venezuela conocida hasta ahora baxo la denominación de pardos: estos quedan en posesión de su estimación natural y civil, y restituidos á los imprescriptibles derechos que les corresponden como á los demás ciudadanos (ibíd. Art. 203, p. 34).

Esta distinción manifiesta de los pardos resulta ilustrativa sobre la necesidad de la elite blanca de reafirmar su compromiso ante los sectores populares en sus demandas de igualdad; en un momento en que las presiones realistas aumentaban, y en que ya las Cortes le habían negado uno de los pilares liberales del ejercicio de la ciudadanía: el derecho a elegir y ser elegido, a quienes tuvieran descendencia africana, es decir, a la mayoría de la población venezolana y caraqueña.

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Conclusiones

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19⁄ Según muestra McKinley (1987, pp. 32, 38, 273-275) al estudiar los testamentos de la provincia de Caracas a finales del siglo xviii un número importante de hacendados eran pardos.

Con una población mayoritaria de afrodescendientes, tanto en Cartagena de Indias como en Caracas, en el proceso inicial de Independencia, es claro que los pardos jugaron un papel central en la búsqueda de estabilidad y de permanencia de los nuevos proyectos que se configuraban. La pretensión no es señalar un determinismo racial, pero sí resulta evidente que el ordenamiento jurídico que dividía la sociedad colonial por estamentos y por origen racial, además de considerar el origen “moral” de los individuos, condicionaba de manera determinante las circunstancias y las acciones de los grupos sociales. El ser pardo, por ejemplo, limitaba el acceso a la educación y a las profesiones de alta estima social, así como, a los empleos y a cargos de prestigio. La discriminación hacia el sector de los pardos era mucho más fuerte, al esgrimirse en su contra el tener en su sangre “la mancha de la esclavitud”. Su situación no era como la del esclavo, era considerado jurídicamente “libre”; a diferencia del esclavo cuya aspiración más clara podía ser la libertad, el pardo gozaba de mayor independencia para dedicarse –si podía romper con la dependencia a otro, obligada por la coacción económica– a labores manuales y especializadas abandonadas por los blancos. Como platero, herrero u orfebre, es decir como artesano especializado, podía acumular ciertos recursos que le posibilitaban un estatus entre los suyos y que le permitían aspirar a una mejor figuración social (Pérez ab-jun 1986, pp. 327, 332-333); no obstante, siempre iba a encontrar el límite para su ascenso en la restricción de casta por ser descendiente afro. Esta figuración de los artesanos tanto en Cartagena como en Caracas, era notoria. La presión para una mayor igualación, jalonada por los artesanos y los pardos acomodados19 o con cierto predominio social, era una constante que identificaba la reivindicación fundamental de los pardos y negros libres. Cartagena como Caracas fueron ciudades caracterizadas por la existencia de esta presión social de los pardos por ganar espacios de igualdad. En Cartagena la milicia funcionó como una institución militar que servía, en parte, para satisfacer las aspiraciones de reconocimiento y de ascenso social de los pardos; sin embargo, allí también su ascenso estaba limitado. Los

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pardos y mulatos sólo podían llegar hasta el grado de capitán. Pese a esto, el fuero militar compensaba las limitaciones al interior de la milicia, pues era un signo de prestigio que los hacía especiales al estar exentos, entre otras cosas, de las penas y castigos de la justicia ordinaria. En Caracas, la milicia también fue fundamental en la búsqueda de canales de igualación y de reconocimiento por parte de los pardos. En las dos ciudades caribeñas, la condición de pardo, de artesano y de miliciano eran la mayoría de las veces coincidentes. La elite criolla cartagenera y los mantuanos caraqueños se vieron obligados a recurrir a los pardos y a sus líderes para fundar su nueva hegemonía contra las autoridades coloniales. Para lograr el apoyo de los pardos las elites blancas tuvieron que negociar sus privilegios con las aspiraciones e intereses de “las gentes de color”. La promesa de igualdad para los pardos fue “el talismán” que sirvió al sector criollo para atraerse el apoyo de las mayorías y de esta manera dejar a las autoridades peninsulares aisladas. Sin embargo, en este proceso de seducción tendido por los criollos, los pardos lograron llenar de contenidos su reivindicación hacia la igualación con los blancos y convertirla en una lucha coherente por el derecho a la igualdad. En el proceso de Independencia, desde sus comienzos, los pardos, y los sectores populares en general, jugaron un papel central. Las formas de convocar a los sectores populares fueron distintas entre Cartagena y Caracas. Mientras en Cartagena el apoyo popular se basó en las redes informales de lealtad establecidas por los pardos a través de sus líderes en espacios propios como el taller artesanal y el barrio, en Caracas el apoyo de los pardos estuvo privilegiadamente mediado por los capitanes pardos de la milicia, es decir, una institución reglada y jerarquizada con un mayor grado de control de la elite blanca que ocupaba mandos medios en el escalafón militar. Las clases populares cartageneras gozaron de un mayor nivel de autonomía con respecto a la elite criolla que las clases populares de Caracas. Pedro Romero, en 1810, tenía aproximadamente sesenta años de edad y era alguien que desde su taller y redes de amistad había adquirido un nivel amplio de influencia sobre los sectores pardos de Cartagena y del barrio de Getsemaní en particular; la fuerza de su liderazgo no estaba en la pertenencia a un

cargo o a un mando reglado e institucionalizado. Pedro Arévalo en cambio era un capitán de las milicias de Aragua y había logrado determinar el apoyo de estas milicias a las autoridades españolas entre 1808 y 1810, hasta que fue cooptado por las fuerzas criollas afectas a la instauración de una junta; a todas luces, su capacidad de influencia sobre los milicianos rasos, la gran mayoría pardos, era bastante fuerte (Thibaud 2003, p. 50). No obstante, su liderazgo estaba basado, en gran medida, en su posición en la milicia y sus acciones estuvieron en el marco de la institucionalidad militar. Si bien en el proceso inicial de la Independencia, tanto en Cartagena como en Caracas, las milicias jugaron un papel fundamental, pues en ellas se apoyaron los criollos para mantener militarmente el nuevo poder conquistado, es innegable, según la diferencia de los procesos, que en Cartagena los sectores populares pudieron expresarse más independientemente de los canales reglados y controlados por las elites. En Caracas la impresión que dejan los eventos de 1808 a 1812 es que la elite mantuana pudo controlar la movilización popular y que, más bien, prefirió ganarse a los sectores pardos a través de la milicia donde ella controlaba los mandos medios. En 1811, los efectivos de la milicia se han casi triplicado en toda la provincia, y en la ciudad de Caracas y sus alrededores debía estar concentrado el mayor número de milicianos (ibíd., p. 68); lo que implica, una mayor vinculación de los pardos a través de la milicia con el proyecto de la Independencia en Caracas: además se les ha duplicado el sueldo y a los oficiales pardos se les ha igualado el salario con los oficiales blancos. La elite criolla cartagenera se manifiesta desunida en el proceso y en pugna por el apoyo de las clases populares, que al final son ganadas por el sector criollo representado por los Gutiérrez de Piñeres. Gracias a la labor de Gabriel Gutiérrez de Piñeres e Ignacio Muñoz, que reivindicaban de una manera más radical el derecho a la igualdad, logró este grupo la adhesión de los pardos, quienes impusieron la Independencia a los demás criollos y llevaron adelante la Constitución del Estado Soberano de Cartagena. En Cartagena, la fuerza autónoma del sector pardo era tal, que logró fueran elegidos sus líderes entre varios de los diputados al Congreso Constituyente. En la igual-

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dad ganada y ratificada legalmente por la Constitución fue absolutamente partícipe el sector de los pardos. A su vez, la elite mantuana de Caracas se mostró más unida en su actitud hacia los pardos; los jóvenes radicales, a excepción de José Félix Ribas y sus hermanos, si bien mantuvieron un discurso más reivindicativo del derecho a la igualdad para los pardos no buscaron una acción política conjunta con los sectores populares para desplazar al grupo de mantuanos más moderado y conservador. Cuando José Félix Ribas y sus hermanos junto con José María Gallegos convocaron a los pardos a la movilización, fuera de los canales de control de la elite blanca, la reacción de la Junta fue implacable y la Sociedad Patriótica no protestó por la expulsión de los Ribas. Había un acuerdo tácito entre los mantuanos y criollos caraqueños de asegurar la movilización de los pardos dentro de ciertas restricciones. La elite logró mantener la participación de los pardos subordinada al restarles autonomía. En el Congreso General venezolano no había ni un solo diputado pardo. Sin embargo, la necesidad de mantener el apoyo de los pardos ante las circunstancias adversas y ante la propaganda igualitaria de los realistas, obligó a los mantuanos indecisos a que por fin se plegaran por la igualdad y fuera consignada en la Constitución Federal como un derecho en que expresamente se insistía sobre la inclusión de los pardos como ciudadanos. Ahondar sobre el porqué de estas similitudes y diferencias entre dos ciudades como Cartagena y Caracas en la movilización y la participación de los sectores populares en los primeros años del proceso de Independencia, nos remite a la conformación socioracial de cada una de estas ciudades y a cómo se constituyeron históricamente las relaciones entre las elites y los sectores populares. Esto necesariamente lanza el trabajo a explicaciones que profundicen en el siglo xviii para encontrar las peculiaridades en la conformación de cada una de estas sociedades. Asimismo, se espera haber puesto de presente que ningún grupo social en los procesos históricos puede ser considerado un actor pasivo y que por el contrario los seres humanos colectivamente se mueven por intereses que se ponen en juego en determinados momentos, de acuerdo a relaciones de poder constituidas históricamente.

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