Para rehabilitarse el ejido debe asumirse como cooperativa

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Descripción

Sobre el ejido y las cooperativas
Presentación de los fondos autogestivos de Michoacán.
Mario Rechy
Morelia, febrero de 2009.

Señores Senadores,
Estimados servidores públicos de la Secretaría de Hacienda,
Compañeros cooperativistas,

He solicitado que se me permita exponer ante ustedes una reflexión
sobre el carácter de este evento y sobre la relación que guarda con el
cooperativismo rural. Lo que diré, sin embargo, puesto que no existe
una posición ni de parte del estado, ni de parte del gobierno sobre el
tema, me permitirá expresar a la manera que acostumbro, una visión
estrictamente personal.

El tema está sobre la mesa. No venimos a defender una perspectiva, ni
una política determinada. Se trata de escucharnos y de mirar juntos en
una misma dirección. Sabemos que existen muchas cooperativas en el
campo mexicano, y vivimos la circunstancia de un proceso legislativo
en el que se están discutiendo leyes reglamentarias sobre las
actividades financieras de las cooperativas, para que después
reformulemos la Ley General de estos organismos.

Es pues de una enorme importancia que los legisladores tengan la
oportunidad de conocer las experiencias más difundidas y más exitosas
del cooperativismo, para considerarlo en sus propuestas y en la
redacción de la ley.

Pero mi papel es algo más específico y al mismo tiempo más general.
Como estudioso del campo tengo la obligación de proponer la
observación de aquellos ejemplos que se nos presentan como
ilustrativos y aleccionadores. Y como representante social y
cooperativista tengo también la obligación de hacer evidentes las
implicaciones sociales y políticas que encierra nuestra tarea de
legislación y fomento.

Así que me permitiré decir algunas barbaridades. O mejor dicho,
observar cosas que pocas veces se tocan.

En primer lugar quiero destacar que muchos asistentes a esta reunión
son ejidatarios o ejidalistas. Y viven en localidades rurales o en
pequeñas ciudades donde las actividades primarias son preponderantes.
Esto quiere decir varias cosas, pero una es central: casi todos son
miembros de o están relacionados con una comunidad indígena o un
ejido.

Y la reunión, sin embargo, no es de representantes ejidales ni
comunales, sino de personas que desean o quisieran definir la relación
que debe existir entre el ejido y la cooperativa.
Y la primera cuestión que se me presenta abordar es: si hoy ustedes
asistentes son o forman parte de las comunidades o ejidos, ¿por qué no
vinieron como tales? Y la respuesta debía ser obligada: porque no
todo el ejido decidió integrarse a esta discusión. O tal vez: porque
no todos los miembros del ejido sintieron que tenga sentido este tema.
Pero quiero hacer notar algo importante. Cuando algunos miembros de
una comunidad deciden organizarse en una cooperativa o en cualquier
otra figura asociativa, nadie los cuestiona. Por una razón muy simple:
porque la comunidad tiene tal cohesión e identidad que puede asimilar
cualquier iniciativa. Pero cuando algunos ejidatarios o campesinos con
derechos a salvo se organizan de manera autónoma en otra cosa,
entonces sí que pueden ser cuestionados.

Las figuras asociativas, cualesquiera que sean que no sean ejidos,
tales como las cooperativas así llamadas rurales, son parte de algo
que nuestra Constitución denomina sector social, pero no se asimilan a
las figuras conocidas. Y no son aceptadas como algo compatible con el
ejido, sino como algo que lo disuelve o afecta.

Y esto viene a colasión porque en este país se ha dado una vieja
polémica entre los ejidalistas y los que impulsan cooperativas o
empresas en el medio rural. Sin que la discusión hubiera conducido ni
a esclarecer ni a superar la confrontación. Los ejidalistas no
pudieron impedir que las cooperativas proliferaran en todos los ejidos
que tienen recursos turísticos. Y han sido las cooperativas formadas
por algunos ejidatarios las que se quedaron casi en todos los casos
con la administración de esas áreas de esparcimiento. No son las
únicas, pero sí el ejemplo más conocido.

Pero este hecho, así como el que las cooperativas tendieran a
inaugurar nuevas actividades de algunos miembros de los ejidos, es el
que ha dado argumentos o base a los impugnadores del cooperativismo
porque parecía constituir un elemento disolvente o fragmentador del
ejido.

Los partidarios de las cooperativas terminaron por sacarle la vuelta
al problema. Y ahí está; sin resolver. Sin embargo, cada vez que se
aborda la cuestión, y sobre todo cada vez que alguna institución
impulsa una política para el sector social bajo la letra y el espíritu
de la Constitución, aparecen los "defensores del ejido" y del statu
quo para que no se haga nada, para que no se cambie conceptualmente
nada. Para que lo que se llama ejido siga intocable, inmodificable
hasta en sus mínimos detalles. Y para que el sector social no deje de
ser eso que ha constituido un pilar del corporativismo. Es decir, del
control político que el sistema defiende con todas sus fuerzas. Porque
el sistema existe. Por encima de los gobiernos sexenales y de los
partidos, que lo han dejado intacto.

Sería pues fundamental asumir una posición sobre el cooperativismo
rural, como parte del ejido o como horizonte del mismo. Es decir, una
posición que deje claro si proponemos impulsar cooperativas que
constituyan la nueva organización del campo, o si las cooperativas
deben continuar en el medio rural como organizaciones de excepción o
marginalmente. Es un tema fundamental. Sobre todo después de la
Reforma de Carlos Salinas, que pretendió suprimir al ejido por la vía
de la titulación de las parcelas.

Para contestar esto me permitiré un rodeo conceptual e histórico. Pero
quiero hacer notar que los que se oponen a las cooperativas rurales
nunca cuestionaron la formación de Sociedades de Producción Rural, que
esas sí fragmentan al ejido y asocian a los campesinos según el
derecho mercantil.

Originalmente, los ejidos fueron concebidos como la forma nacional del
cooperativismo agrario. De la misma manera como en Israel inventaron
los kibutz, o como en la Rusia soviética inventaron los koljoses y
sovjoses. Y cuando decimos forma nacional no solamente nos referimos a
aquellas virtudes o características distintivas del mexicano, sino
también a las condiciones históricas del sistema que los creó. Y el
sistema fue el del régimen surgido de la revolución, que suprimió a
los partidos cooperativos de origen libertario, que en los veintes
agrupaban a la mayoría de los políticos organizados, ciertamente desde
el periodo magonista, para instituir en su lugar al Partido de la
Revolución Mexicana como un partido único.

Calles no creía en lo social. Era un abierto partidario de la
propiedad privada, y como tal, aceptó el inicio de la
institucionalización del ejido no porque esa fuera su estrategia, sino
porque era la forma de establecer control sobre el campo y sus fuerzas
políticas. En el sentido económico él lo había dejado claro: el ejido
debía ser una escuela de agricultura, para que cuando supieran
trabajarla pudieran aspirar a la propiedad.

Obregón no cambió en nada ese proceso. Y solamente Pascual Ortiz
Rubio y Emilio Portes Gil se comprometieron con la perspectiva social
y colectiva. No me detendré a explicar esta afirmación, pero sí debo
agregar que Lázaro Cárdenas, que además de leer sobre la Revolución
Rusa también estudiaba a Mussolini, perfeccionó el ejido y el partido
a la más clara usanza del fascismo italiano. Ojo, que no niego su
papel justicialista y su impulso al reparto agrario. Lo que digo es
que lo hizo también consolidando el control político y fortaleciendo
la estructura corporativa del sistema político.

Esto, que a los historiadores oficialistas les cuesta mucho trabajo
reconocer, no desdora o desdibuja el reparto agrario y la creación del
Banco Ejidal, que le permitieron a México emprender un importante
proceso de desarrollo, al mismo tiempo que consolidaron al régimen.
Pero es necesario decirlo hoy y dejarlo claro, porque el PRI abandonó
el reparto años después, dejó inconclusa la Reforma Agraria, y sin
embargo mantuvo inalterado el control corporativo. Y la defensa que
dicen hacer hoy del ejido no lo es de su papel como unidad productora,
sino como forma de sostén del sistema del que ellos son los herederos
y principales usufructuarios.

Sin la estructura corporativa del ejido el PRI hubiera pasado a
segundo plano en toda la provincia y el campo de México, y tendríamos
ciertamente más democracia rural.

Al decir esto debemos recordar que así como el régimen fue concebido
originalmente como de partido único, fue también concebido como poder
y sistema, donde la sociedad era tributaria y soporte. Los ejidos
tuvieron un sentido original de justicia en la medida que
cristalizaron el reparto agrario, pero al mismo tiempo fueron aparato
de control ideológico y político. Bajo la ideología de la revolución
mexicana, que mistificó los ideales zapatistas y libertarios en un
discurso oficializado y presidencialista, los ejidos pasaron a ser
también un sector del partido oficial y un instrumento de control o
correa de transmisión de la política del sistema.

Por ello la libre afiliación que distingue al cooperativismo clásico
fue sustituida por la pertenencia forzosa, irrenunciable, por decreto,
que sólo admitía cambios bajo los mecanismos corporativos de la
depuración censal. Por eso la política ejidal sustituyó la suscripción
de capital o trabajo original de cada socio, por la "generosa"
aportación del estado hacia cada uno de sus súbditos, que era dotado
de su parcela y luego de su crédito. Por eso el Comisariado era el
vínculo con el poder antes que el órgano electo por la sociedad
constituida. Por eso el estado jefaturaba las Asambleas de balance y
programación en los ejidos, y por eso el estado destinaba un conjunto
de instrumentos que al mismo tiempo que les garantizaba a los
ejidatarios un nivel de ingreso o de protección gubernamental y
paternalismo, les exigía también una lealtad electoral e ideológica.
Por eso, en fin, se daba crédito y luego se condonaba la cartera
vencida. Todo a la más pura usanza mussoliniana.

El principio justicialista quedó atrás. Sin embargo, aunque el reparto
fue declarado concluso, hasta la fecha no se ha declarado la
liquidación de esa alianza entre el sistema político y el campesinado
mexicano. Es hora de decirlo, de anunciarlo.

Ha llegado el momento de decir: Aquellos que se oponen a la promoción
del cooperativismo agrícola no lo hacen por defender el ejido, sino
por defender lo que les queda del sistema.

Concluyo: Llevemos al sistema ejidal los principios de libre
asociación, de un socio un voto, autonomía política y administrativa,
suscripción de aportaciones idénticas para conformar la sociedad, y
tendremos un sistema ejidal renovado, sin tutelas políticas y sin
ideología, para emprender, entonces sí, una nueva etapa de la
organización rural. Una etapa en la que se constituye un nuevo sujeto
colectivo. Pero no estatista, no impuesto y que no será sostén de
ningún partido. Ni en periodos electorales ni durante las
movilizaciones.

No hablo ni propongo una tarea para estos días, sino para este periodo
histórico.

El ejido está emplazado a modernizarse. Pero no a la manera neoliberal
del rentismo o de su conversión en propiedad privada, sino en el
sentido de conservar su carácter solidario bajo la nueva forma del
cooperativismo. Y no del corporativismo del siglo pasado, sino el
cooperativismo del siglo XXI.

El ejido es una cooperativa trunca, o mejor dicho recortada en interés
del control corporativo del Estado. Se le quitó su autonomía, se
limitó su democracia y se condicionó su desarrollo, todo en función de
lo que le convenía al Estado. Hoy es momento de restituir al ejido lo
que debió tener desde el primer momento: independencia, autonomía,
democracia plena y capacidad de gestión, desarrollo. Y el camino para
lograrlo es su asociación con las cooperativas.

En aquellos estados donde el proceso de titulación de parcelas ha sido
inexorable, como parece ser el caso de Tlaxcala, propongamos que los
sujetos hoy dueños de su parcela y heredad, la aporten como
Certificado en la constitución de los nuevos organismos. Y
propongamos, al mismo tiempo, que en aquellos lugares en los que el
ejido no atendió los programas de titulación de parcela o
privatización, se establezca la vigencia de los principios
cooperativistas, que terminen con la forma corporativa de control y de
afiliación política.

No es esta una tarea que se cumple en un programa anual, o que se
consolida amarrada a un proceso electoral. Es parte del diseño de un
México democrático y próspero. Y es, paradójicamente, una vuelta al
camino original. Porque aunque hoy la autogestión que proponen las
cooperativas nos parezca parte de lo más avanzado que ocurre en el
mundo, y aunque el cooperativismo se esté impulsando en los países más
desarrollados como la forma más eficiente para generar empleo, tiene
también un signo de historia, de tradición e identidad.

Identidad desde el Siglo XVI, cuando por ejemplo la población de
Michoacán, según refiere Paz Serrano Gassent en la semblanza de Vasco
de Quiroga, mostraba una estructura social caracterizada por "la
comunidad de bienes", donde era escasa la codicia, donde las tierras
eran comunes, teniendo las familias el usufructo de los huertos, y en
donde estaba prohibido el comercio o enajenación de tales bienes. En
esa comunidad se efectuaba, refiere el mismo Serrano Gassent, un
reparto común, "según las necesidades que hubiera menester cada
familia", protegiéndose siempre a los huérfanos, a las viudas, los
enfermos y los viajeros, a los que el pueblo atendía.

En aquellas comunidades, en las que el primer obispo de Michoacán,
había conjuntado la utopía y las formas locales de vida, el sistema de
trabajo había establecido la jornada de seis horas, y se había
subdividido la actividad en urbana, artesanal y agrícola,
estableciéndose la obligación rotativa, de manera que los artesanos
fueran campesinos, y los campesinos realizaran faenas artesanales
cuando no las tenían en la agricultura. Dedicándose todos a la
instrucción las horas libres. Una instrucción que daba gran
importancia a las artes y oficios. Esa utopía, que recibió el golpe
destructor final en el periodo de reforma, cuando la desamortización
terminó también con el proyecto, se caracterizaba por un autogobierno
indígena.

En esa línea de continuidad con una identidad soterrada, las
cooperativas están planteando hoy en el campo mexicano lo que sigue
siendo el camino trazado de manera autónoma por los pobladores de la
provincia de Michoacán hace cuatro siglos, pero que tuvieron muchos
otros momentos de auge y desarrollo en el resto de nuestros
territorios. Su mensaje, enraizado en la tradición oral y en el
ejemplo de los mayores, ha dado nuevos frutos, ha enraizado en decenas
de pueblos, y espera ahora por su legitimación, por el reconocimiento
de las instituciones y por los apoyos necesarios para consolidarse.

Está ante ustedes compañeros el reto que les lanza esta nueva utopía.
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