Pablo Montoya Campuzano: Me siento muy a gusto al saber que mis poemas en prosa son tomados como minificciones

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Entrevista a Pablo Montoya Campuzano: Me siento muy a gusto al saber que mis poemas en prosa sean tomados como minificciones Fredy Yezzed Gracias a la Internet, hija legítima, de la diosa Tecnología, tuve la oportunidad de compartir un grato momento con Pablo Montoya; cuentista y antes que ello, gran ser humano de una singular amabilidad y una calidez muy antioqueña a pesar de la distancia. Desde Medellín y extenuado por un viaje a París donde participó en un coloquio sobre la sátira en América Latina, Pablo Montoya respondió con juicio y rigurosidad, día a día, pregunta por pregunta, nuestro “cuestionario” en torno a su quehacer literario y en especial a nuestro tema central, la minificción. Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) ha publicado los libros de cuentos Cuentos de Niquía (Vericuetos, París 1996), La sinfónica y otros cuentos musicales, (El propio bolsillo, Medellín 1997), Habitantes (Indigo, París 1999), Razia (Eafit, Medellín 2001) y Réquiem por un fantasma (Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006), además de los libros de prosas poéticas Viajeros (Universidad de Antioquia, Medellín 1999) y Cuaderno de París (Medellín, Eafit, 2006); el libro de ensayos Música de pájaros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2005), y las novelas La sed del ojo (Eafit, Medellín, 2004) y Lejos de Roma (Alfaguara, Bogotá, 2008). Es premio del Concurso Nacional de Cuento “Germán Vargas” (1993). Vivió en París entre 1993 y 2002. En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorgó una beca para escritores extranjeros por su libro Viajeros. El libro Habitantes ganó en 2000 el premio Autores Antioqueños. Réquiem por un fantasma fue premiado por la Alcaldía de Medellín en el 2005. Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Hizo una licenciatura en filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá. Igualmente, obtuvo la maestría y el doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III). Sus cuentos, sus traducciones de escritores franceses y africanos, sus artículos han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa. Actualmente es profesor y coordina el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia.

Fredy Yezzed: Desde la génesis de su creación artística es usted un contador de cuentos. ¿Cómo nace su pasión por este género que, a decir de William Faulkner, es el género más exigente? Pablo Montoya: Nace de las lecturas de grandes cuentistas, desde los Exemplos del Infante Juan Manuel hasta los minicuentos de la revista Ekuóreo. Igualmente nace de un ambiente propicio de cuentistas que me rodeó cuando empecé a escribir cuentos en serio. Antes, en Medellín, en la adolescencia, había escrito nimiedades narrativas, pero todo eso, viéndolo bien, forma parte del aprendizaje. Luego, en Tunja, estimulado por http://cuentoenred.xoc.uam.mx

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la amistad literaria de Guillermo Bustamante, Carlos Castillo, Víctor López y Guillermo Velásquez, el tren de la escritura de los cuentos comenzó a marchar. Debo decir, además y retomando el concepto de Faulkner, que el cuento me provocó, aún sigue haciéndolo, la ambigua emoción de una gran dificultad sorteada. Quiero decir que siempre he sido consciente de que mi recorrido literario lo inicié por donde los precipicios son más profundos. FY: Son interesantes los cuentos suyos de La sinfónica y otros cuentos musicales (1997), que tocan profundamente el tema y los ambientes musicales. Me imagino que es por su formación de flautista y picolista. Pero ¿cómo conjurar mecanismos de creación donde las dos se conjugan con tan buenos resultados? PM: La llegada a la escritura literaria, en mi caso, debió pasar primero por el aprendizaje de la música. Estoy hablando, por supuesto, del aprendizaje de una poética y una técnica literaria. Estoy convencido, por supuesto, de que llegué a la escritura porque las circunstancias emotivas de mi vida en particular me llevaron a ella. Escribo por necesidad espiritual y por desesperación, y porque escribir es mi vocación y mi profesión. Pero lo que tiene que ver con la asimilación de unos elementos determinados para poder escribir, se los debo sobre todo a la música. Mi experiencia como estudiante, profesor e intérprete de la música me llevó a escribir La sinfónica y otros cuentos musicales. La música que, al decir de Juan Ramón Jiménez, es una mujer desnuda que corre enloquecida en la noche pura, es la que favoreció estos cuentos. Y es ella la que convoca, necesariamente, la atmósfera poética que hay en estos textos. FY: Ya son famosos Alejo Carpentier con su Concierto barroco y Los pasos perdidos, y Julio Cortazar con su Rayuela y “El perseguidor” en el manejo del tema y los personajes que se desenvuelven en ambientes musicales. ¿Qué otros autores destaca de sus lecturas como grandes maestros que influyeron en usted a la hora de desarrollar cuentos con el tema de la música? PM: Para escribir La sinfónica rastreé de manera minuciosa, y hasta donde me llegaban las posibilidades bibliotecarias que poseía a mi alcance en Tunja, la literatura musical. Claro, están los dos autores latinoamericanos que mencionas, pero también están los autores de donde ellos, a su vez, excavaron. Mi libro, finalista en el premio Nacional de Colcultura en 1995, no ganó porque no había ninguna recreación de una problemática nacional actual en él. Eso fue, al menos, lo que me dijeron después algunos de los jurados. Esto es cierto, sin duda. Pero también lo es que La sinfónica forma parte de una vieja tradición literaria occidental. En ellos está presente la huella de Hoffmann, que es el gran precursor de la cuentística musical; está Balzac y Berlioz, este último también creador de una importante literatura musical; está Romain Rolland, autor fundamental que ya nadie lee ahora; Thomas Mann y Hermann Hesse, para quienes la música era esa mujer que también ellos perseguían en la bruma. FY: Dentro de la comunidad del cuento, es usted más conocido como cuentista de historias de mediana extensión, en sus libros Cuentos de Niquía (1996), La sinfónica y otros cuentos musicales (1997) y Habitantes (2003). ¿Cómo es su paso a la estética de la brevedad extrema de la forma minificcional? PM: Es un paso bastante singular, por no decir feliz. Y se produce al escribir Viajeros (1999), que se publicó como un libro de poesía, pero que también sugiere en el lector los contornos de la minificción. Viajeros

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es un conjunto de más de 70 estampas de hombres, unos muy conocidos, otros anónimos, que han viajado a lo largo de la historia. A su modo, este libro, que inicia con “Ícaro” y culmina con “Un astronauta”, es una historia sucinta y poética del viaje. Mi idea fue capturar un instante revelador de las vidas de estos viajeros. Este instante tiene que ver con la muerte, el dolor, la nostalgia, el amor, la incertidumbre y el asombro, circunstancias que suelen edificar poéticamente la experiencia del viaje. Los textos, en realidad, yo los escribí sometido a un principio paradójico: después de auscultar durante páginas y páginas al viajero determinado, trataba de atraparlo en unas cuantas líneas. Así, luego de leer los testimonios de los astronautas que pisaron la luna, escribí el último texto del libro: “Veo la tierra. Flota en el espacio. Certeza de que en esta oscura inmensidad de luces Dios existe. Pero no está conmigo”. Y digo que esta aventura de la brevedad deparada por Viajeros ha sido feliz porque varios de sus textos han sido seleccionados para antologías de poesía y minicuento en Colombia y América Latina. FY: Insinúa usted una importante función del lector en cuanto a la apreciación de los textos en determinado género. Pero pongámonos de acuerdo, Pablo. Desde la valoración del propio autor ¿qué fue lo que usted publicó en su libro Viajeros (1999)? ¿Minicuentos o poemas en prosa? ¿Cómo diferencia estos dos géneros o cómo los difumina? PM: Los escribí pensando que eran poemas en prosa, pero algunos de ellos han sido recibidos como minicuentos. De hecho, Viajeros fue finalista en el Concurso de Poesía del Ministerio de Cultura en 1997 y no fue premiado por no pertenecer claramente a la tradición poética colombiana. El asunto es que yo creo, con Holderlin, que la poesía es el fundamento de la historia. Los que seguimos esta premisa, terminamos recreando el frío trajinar de los eventos históricos. Al escribir Viajeros me aferré a esta certeza. Por esta razón en este libro hay un continuo abrazo entre la imaginación y la realidad. La mayoría de los personajes de este libro existieron, pero a mí lo que me interesó fue captar la fisura que presenta la historia donde la poesía entra y transforma la vivencia del acontecimiento. Apoyarse más en la revelación de un instante que en las empresas verificables permite humanizar más a los personajes. Ésta es una enseñanza, además, dada por Stendhal en La cartuja de Parma; por Marcel Schwob en Vidas imaginarias; por Borges en Historia universal de la infamia y por la obra cuentística de Pedro Gómez Valderrama. Mis viajeros son fichas de la historia pero en estas prosas breves se confrontan a los secretos y misterios que nos susurra todo trasladarse en el tiempo y en el espacio. Ahora bien, cómo diferenciar los dos géneros me parece una tarea ardua. Y hasta el momento no sabría decirlo. Pero sí sé cuando un poema en prosa termina difuminándose para caer en el puño certero que es por naturaleza el minicuento. Lo que sucede es que en Viajeros ese puño certero no sólo lo construye la breve historia que se cuenta, sino el lenguaje poético utilizado. FY: Bien, me responde con una impresión que le tenía guardada, lo de la recreación histórica en sus textos. Sin embargo, tres premisas me surgen de su anterior respuesta. La primera, cuando dice que su obra Viajeros no fue premiada por no pertenecer claramente a la “tradición poética colombiana”, sugiere que nuestros poetas revelan posiciones conservadoras y pacatas en cuanto a la poesía todavía, o el problema es que desconocen los grandes maestros que se han dedicado al género del poema en prosa —Baudelaire, Perse, Char, Huidobro,

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César Vallejo, Neruda— o peor aún, que niegan el poema en prosa como un género moderno, a decir de Pedro Aullón de Haro? PM: No sé si sea una posición pacata o sea atribuida a una falta de sensibilidad. No es precisamente falta de conocimiento hacia los grandes maestros del poema en prosa. Lo que sí es cierto es que la poesía colombiana ha sido comandada por una serie de poetas y críticos que han optado por el poema en verso. Esto es algo que tiene que ver con la formación poética de la nación colombiana. Un poeta, por ejemplo, como Ramos Sucre, tal vez el más grande escritor de poemas en prosa en las latitudes hispanoamericanas, entre nosotros sería casi escandaloso. Y es que como nación, no sólo política sino poéticamente, Colombia ha tenido que ver más con España que con Alemania y Francia, países donde el poema en prosa tiene una aceptación vigorosa en los lectores. Mírese, por ejemplo, la base de casi todos los concursos de poesía en España cuando piden un número limitado de versos. A estas alturas de la evolución poética del mundo occidental, una base como ésta es sencillamente ridícula. Significa desconocer, ya en el ámbito español, la valiosísima escritura de José Ángel Valente y José Hierro y su influencia en escritores jóvenes. Sé que en el jurado que consideró a Viajeros como finalista, el problema de fondo fue la “sospechosa” cercanía que el libro tiene con la narrativa. Para mí ese argumento, por supuesto, me pareció respetable, pero en el fondo reaccionario. FY: Segunda. Como puede observar, el asunto es un problema de géneros o subgéneros, una discusión que para muchos ya está mandada a recoger. Pero ¿puede el escritor crear un determinado texto literario desconociendo las características del mismo en un género? PM: Carpentier, en su ensayo sobre la problemática actual de la novela latinoamericana, texto que en muchos puntos se ha marchitado, dice algo que nos sirve para esta discusión: “La novela empieza a ser gran novela (Proust, Kafka, Joyce...) cuando deja de parecerse a una novela”. ¿Qué exclamaron los contemporáneos de Baudelaire cuando éste fue publicando sus poemas en prosa en gacetillas y periódicos? Sin duda que eso no era poesía. El escritor crea empujado a veces por motivos que lo vinculan al deseo de innovar una literatura que necesita salir de un determinado anquilosamiento. Eso de algún modo fue lo que hizo Baudelaire y los novelistas de arriba. Pero el escritor también escribe porque considera que su voz se ajusta a ciertas maneras “de-generadas” de la literatura. Y eso, a la postre, también le sucedió a los escritores citados. En mi caso, buena parte de lo que he escrito obedece a una búsqueda estilística que se enmarca en la segunda circunstancia. Acabo de publicar, por ejemplo, Cuaderno de París, que es un libro sin género. Pero quien lo presenta dice que se trata de un extenso poema en prosa. En la Colección de poesía de la Universidad Nacional, pese al entusiasmo de algunos de sus integrantes, el resto del comité lo rechazó por considerarlo más cercano al cuento que al poema. Un lector al que respeto mucho, al leer ciertos pasajes consideró al Cuaderno como un libro de crónicas poéticas. Y estoy convencido, para finalizar, que los géneros no nacen por generación espontánea o feliz azar. Claro que debe conocerse el género para explotarlo en tres o en mil pedazos. FY: Y tercera: Teniendo en cuenta los intereses de críticos, lectores y editores ¿se vería usted con comodidad, más adelante, en una antología de greguerías o en una de anécdotas o en una de minicrónicas o en una

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de viñetas? O se ciñe a la curiosa apreciación de Ruffinelli: “La literatura la hacen los críticos; los escritores sólo escriben libros”. PM: La literatura la hacemos los escritores. Los críticos la clasifican. Los editores la venden. Y los lectores, en principio, la deben gozar o padecer. Me encantaría que mis textos formaran parte de esas antologías extrañas que son hechas con los más altos propósitos literarios. Por el momento, simplemente, me siento muy a gusto al saber que los poemas en prosa de Viajeros sean tomados como minificciones. Y que algunas de las minificciones de Trazos, el libro que escribí sobre diferentes pinturas, sean tomadas como poemas. FY: París: ¿Cómo se ve o se experimenta la minificción allí, este género que según teóricos nació en América Latina, como el Modernismo? Mencione un autor… una obra… PM: Quizás haya algunos autores jóvenes que lo cultiven, pero su presencia es mínima, casi inexistente. En Francia, el mayor género, y el más vendido por supuesto, es la novela. La poesía es el género amado y a nivel de las pequeñas editoriales es vitalísima su presencia. El ensayo es el género que da altura y da mucha respetabilidad. El cuento, en cambio, es el género despreciado. Siempre me pregunté las causas de este fenómeno. Siendo la francesa una literatura que tuvo una riquísima representación de cuentistas en el siglo XIX (Flaubert, Maupassant, Daudet, Gautier, Renard, L’Isle-Adam, Schwob), es llamativo el hecho de que en el siglo XX haya tan escasos buenos libros de cuentos. Yo soy de la opinión de que sólo hay cinco: Marcel Aymé y El pasamurallas; Albert Camus y El exilio y el reino; Marguerite Yourcenar y Cuentos orientales, y Michel Tournier y El urogallo. Lo demás no es más que una extraña e incómoda desolación. Y digo incómoda porque pienso en los escritores latinoamericanos tan afectos al cuento, sin duda nuestro género mayor en el siglo XX. Ahora bien, como a veces hay minificciones que brotan de la escritura poética, creo que hay un autor que en este sentido merece atención. Me refiero a Henri Michaux. Muchos textos de sus libros Pluma y En el país de la magia podrían leerse como minicuentos. Mírese éste que yo llamaría “La ola”: “En una gran carretera no es raro ver una ola, una ola solitaria, una ola aparte del océano. Ella no tiene ninguna utilidad y no representa ningún juego. Tan sólo es un caso de mágica espontaneidad”. FY: Es usted docente y coordinador del Doctorado de Literatura de la Universidad de Antioquia. ¿Ve próximo un taller o un curso especializado sobre la minificción en la academia? Le estoy arrojando ideas, y tal vez ustedes sean los primeros en Colombia. PM: Claro que sí. Es posible en tanto que en América Latina la minificción tiene muy buena salud. Es perfectamente realizable un seminario que tenga en cuenta el minicuento desde la literatura precolombina hasta nuestros días. Igualmente, es posible trabajar el minicuento en autores como Monterroso, Arreola, Borges, sin hablar de los escritores de ahora que van desde Raúl Brasca, Ana María Shúa y Guillermo Bustamante y que podrían generar un interesantísimo curso. Pero por el momento nuestro doctorado en literatura, el primero en Colombia, está encaminado a trabajar autores consagrados o géneros mejor establecidos en el mundo de la academia. FY: Colombia es un país de poetas más que de narradores. Narradores buenos tenemos muy pocos.

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Deseo que me obsequie dos nombres de narradores colombianos de “cuento como tal” que merezcan en este momento una mirada más atenta por parte de la crítica. PM: Juan Manuel Roca me dijo, al comentar la reciente antología de cuento colombiano del Fondo de Cultura Económica realizada por Luz Mary Giraldo, que en realidad Colombia era un país de cuentistas. En el comentario quizás había un tono irónico ante la gran cantidad de autores que convoca Luz Mary. En todo caso pienso que uno de los mayores cuentistas de Colombia del siglo XX es Pedro Gómez Valderrama, y que su obra merece una mayor atención. De los vivos, me parece que hay un excelente cuentista que también merece más análisis. Me refiero a Julio Paredes, cuyos libros de cuentos “Salón Júpiter”, “Guía para extraviados” y “Asuntos familiares” representan con acierto la madurez del cuento colombiano contemporáneo. FY: Dígame los cinco minicuentos que no pueden faltar, según su criterio, en una antología de minificción universal. PM: Me atengo a minicuentos de dos líneas como máximo para hacer tan difícil selección. “El sueño de la mariposa” de Chuang Tzu; “Cuento de horror” de Juan José Arreola (“La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones”); “Fecundidad” de Monterroso para no mencionar el ubicuo “Dinosaurio” (“Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”); “Infernalia” de José Emilio Pacheco (“Anoche no soñé. Despierto, comprendí que estaba en el infierno y ustedes eran los demonios”), y “Amenazas” de William Ospina (-Te devoraré -dijo la pantera. – Peor para ti –dijo la espada”). FY: Gracias, Pablo.



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Buenos Aires, Argentina / Medellín, Colombia 19 de diciembre de 2008

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