OSO. Origen etimológico fijado por Enrique Cabrejas

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OSO Origen etimológico fijado por Enrique Cabrejas RPI: B-3851-14 Enrique Cabrejas © 2012 e-nstitut Ideal Nol © 2012

Apreciados Srs.: Me es grato poner en su conocimiento y a través de este comunicado, que el nombre singular de género masculino en lengua española OSO, es un sintagma verbal que significa: FORZUDO. Su origen etimológico se encuentra en un ACRÓNIMO IBÉRICO. Una locución para este animal dada por nuestros antepasados y que ha permanecido desde hace miles de años preexistente en el léxico español. Es asombroso que nuestros antepasados pudieran ser capaces de expresar con apenas tres letras lo que nosotros, por ignorancia de la lengua pre hispana, repetimos para definir a quien “tiene gran fuerza”, cuando diciendo “oso” ya hubiera sido suficiente. Expresar por ejemplo en una oración que “el oso tiene una gran fuerza” es incurrir en una aciaga cacofonía, y la cometemos porque en realidad desconocíamos la estructura interna y taxonomía de las palabras antiguas y a la vez de las del léxico español. En este documento les presento detalladamente la del nombre OSO. Verán, OSO es el resultado de aglutinar dos participaciones en una frase con sujeto y predicado. ¿Solo con apenas tres letras? Sí, sorprendente ¿verdad? Lo explicaré a continuación. La frase se compone del término oZ (OS) y la partícula enclítica o (O) ¿Por qué? Muy sencillo, el término ibérico oZ (OS) y que en griego antiguo se verá como un nombre singular masculino o también adjetivo: ὅσ (os) y que si nos referimos al tamaño significa “tan grande como” o “qué grande”. Y si nos referimos al sonido quiere decir “lo fuerte” o “lo más fuerte”, y que además al adherirle la partícula enclítica o (O) y que en griego es ος (o) lo que obtenemos es una frase: ὅσος “oso”. ¿Por qué? Pues porque con ος (o) lo que hacemos es añadirle un pronombre relativo y no lo hacemos al principio sino al final. Es decir que con OSO nos estamos refiriendo a “el que es más alto”, “quien es más grande”, “el cual es más temible”, etc. Ese pronombre es la ineludible prueba de que nuestra lengua es anterior helena, aun en apariencia ortográfica se muestre y desde la romanización con aspecto latino. Nuestra lengua ibérica es preliminar al idioma griego y es culturalmente helena (no confundir con griega), pero hoy la conocemos y desde tiempos escrita con otra ortografía, con las letras romanas. Que la lengua española viene del latín es una ilusión óptica. Ya que lo que el ojo ve la mente lo cree. A todas luces parece latín, pero... créanme, no lo es. Es puro ilusionismo. La vemos escrita con sus letras y entonces suponemos que fue razonada igualmente en latín pero… no fue así. Miren, fue pensada de otro modo. Fue construida en un idioma ibérico de origen anterior y muy helénico. Su lengua, la de nuestros antepasados, es concreta, coherente y lógica. Ellos, pronunciaban todo lo que escribían, igual que nosotros decimos que lo hacemos en la actualidad, y es que se trata de nuestra propia lengua. Oso es una impensable evidencia fósil incrustada en nuestro léxico desde tiempos inmemoriales. Fíjense por favor, a nivel lingüístico sus casos nominativos coinciden morfológicamente con el modo con el cual nosotros escribimos, generalmente, sustantivos masculinos. Es decir, los nominativos de nuestros ibéricos y nuestros sustantivos se construyen igual; si son de género masculino con la desinencia

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común (-o) pero es que todavía hay más, ya que si son de género femenino finalizan en (-a). Porque sepan que oZa es OSA y en griego es exactamente igual, se trata de ὅσᾳ (osa) que es un adjetivo en caso de modo dativo singular femenino. Es mucha, demasiada coincidencia ¿no les parece? OS · O oZ

OS

Significa “ALTO”, “FUERTE” ,“TEMIBLE”

o

O

Pronombre relativo QUIEN, QUE, CUAL

Me hago cargo de que esta afirmación pudiera dejarles perplejos, no puede ser de otro modo; pues voy a transmitirles una epistemología que ha estado inédita durante miles de años. Y por raro que parezca, lo que les acabo de desvelar no es una conjetura sino a mi entender, plena certeza. Esta novedosa teoría del conocimiento tiene un razonamiento que puedo sustentar empíricamente. Verán, muchos de quienes siguen mis investigaciones y, que aprovecho la ocasión desde estas páginas para saludarles muy afectuosamente, se preguntan por qué razón no hago mención a otros especialistas, ni siquiera para rechazar sus hipótesis o argumentar en contra. Pero ¿por qué debería hacerlo? En primer lugar, no soy quien para ponderar aquello que no propongo. Y en segundo lugar, desarrollé una fecunda metodología científica para la investigación a la cual denominé: La Teoría de los Acrónimos Ibéricos. Es clave para entender nuestro idioma, y su aplicación me permite explicar todo aquello que nadie hizo jamás; como se debiera, entiéndase. Porque si comprendes cómo se aplicaba el antiguo idioma de nuestros antepasados, conocerás el funcional y actual que usamos nosotros. Una gran parte de las denominaciones en nuestro país y preexistentes en nuestro léxico se dieron en la edad de bronce sino con anterioridad; ya que nuestra lengua es milenaria, sin parecerlo. Dispongo de la mejor herramienta y lo he explicado, y claro, lo seguiré haciendo, tanto como sea necesario; porque percibo que se sigue sin entender cómo se denominaron las palabras, los lugares y las cosas en nuestro país. Únicamente es método para hallar su verdadero origen y así demostrarlo. En realidad es sencillo de entender, no obstante no tan fácil de exponer y desde luego complicado de apreciar, pero trataré de explicarlo de forma que todos lo puedan entender. Verán del mismo modo que los griegos para componer sus palabras emplearon sintagmas, nuestros antepasados ibéricos hicieron lo mismo con sus vocablos, y por tanto también sus palabras fueron producto de unirlas en frases, y el resultado fue el mismo pero con otros términos a los que llamaremos acrónimos ibéricos. Dicho lo cual, quienes sostengan que “oso” vendría del latín ursus no están bien informados. No están al corriente de mis prolíficas investigaciones sobre la lengua ibérica.

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LOS NOMBRES EN ESPAÑOL Verán, no basta saber latín para comprender la lengua castellana; es más y espero que tomen a bien mi franqueza, si sugiero que mucho me temo que desde ahí no es posible. Es imprescindible conocer como denominaban las cosas nuestros antepasados ibéricos. Les doy una clave sustancial y de las muchas que deberán aprender quienes en el futuro deseen entender estos asuntos casi como si pudieran pertenecer a ellos. Determinar correctamente en esta materia supone y es necesario saber que ambos: Latín e Ibérico ciertamente bebían de fuentes pres helenas, sí, pero eso no aclara mucho a la hora de definir a los animales, por ejemplo. El uno y el otro lo hacían por causas concretas y de modo distinto. Del latín ya versarán otros, y lo harán revelando su gran pragmatismo, pero de los ibéricos déjenme que les pormenorice que tenían la costumbre de hacerlo señalando partes llamativas de su semblante o describiendo aspectos concretos de su personalidad. Sí, entiendo que no se esté habituado a ese derroche de intelectualidad de parte de unas tribus toscas y celtas, solo que no eran toscas tampoco celtas ni eran lo que se entiende por unas tribus. Eran pueblos culturalmente helenos y de milenaria sabiduría. Y las palabras españolas no se fijaron en latín, por mucho que algunos se hayan empecinado en hacérnoslo creer durante años. Así que desde ahí no encontrarán nada que no sean brillantes conjeturas. Es a consecuencia de ello, que teníamos con la etiqueta de origen incierto, hasta hoy: un loro, un zorro, un perro, un lobo, un burro, un toro, un caballo, etc. Nuestros ibéricos aplicaban un patrón lingüístico coherente y eso facilita que mi tarea en la actualidad todavía sea más científica, si cabe. Si hubieran denominado a discreción y aleatoriamente sin orden alguno, me lo hubieran puesto más difícil. Pero no lo hacían al tuntún, y observaban con rigor unas determinadas reglas gramaticales. Estar alfabetizado en la lengua ibérica es fundamental, y por tanto, conozco que un perro lo es por su hocico, un toro lo es por sus cuernos, un lobo lo es por sus orejas, etc. En consecuencia, para mí no es nada extraño que un “oso” lo sea por ser un portento, dadas sus características corporales.

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LA LENGUA IBÉRICA Es necesario que sepan que el sábado 21 de abril de 2012 alrededor de las 6h de la tarde pude descifrar la escritura ibérica tras transcribir el texto completo de “El bronce de Luzaga”. Para mi sorpresa descubrí que las tesis y publicaciones que dieron validez a un supuesto origen y lengua celta o celtizada de los iberos y los celtíberos tuvieron que hacerlas sin comprobación. ¡Inaudito! Advertí no eran auténticas transcripciones sino simplemente transliteraciones fonéticas sin significado alguno. Como ustedes saben todo idioma se sustenta en una filosofía del lenguaje que explica su mundo y también todos los mundos posibles, por ello es tan triste perder un lenguaje porque todo un universo explicado se extingue con él, y pude comprender que aun parezca sorprendente la escritura de los iberos y los celtíberos se trataba de escritura helena construida con diversos alfabetos epichorikos, (otras regiones) es decir que cada comunidad lingüística usaba caracteres propios de su territorio y por esa razón los lingüistas jamás pudieron encontrar coincidencias grafológicas en otro lugar que no fuera en ese territorio específico. Esa escritura es anterior al alfabeto griego Milesio o de Mileto, sí, pero no obstante se trataba de una misma lengua hablada. Y pude comprobar que para los celtíberos (íberos septentrionales) se trataba de una lengua proto-griega, para ser más concreto en sus modos: frigio-lidio-dorio procedente de Anatolia. En realidad, la lengua de los celtíberos y la lengua frigia es la misma lengua pero escrita de otro modo, con otros caracteres. Pero lo más sorprendente se lo diré a continuación: Nuestras palabras, las que usamos hoy, pude comprobar que son las mismas que usaban ellos. Naturalmente no están escritas completadas como las conocemos hoy, por supuesto. ¡Ojo! otras sorpresivamente sí que lo están. También muchas se extraviaron en el tiempo, no son de uso corriente y no obstante podemos encontrarlas todavía en el griego antiguo, incluso algunas en griego actual, lo cual no me digan que no es algo sensacional; ahora bien, actualmente nosotros las conocemos escritas con ortografía de patrón latino. ¡Sorprendente! ¿Y qué son los alfabetos epichorikos? Bien, será necesario esclarecer de qué se trata cuando hablamos de alfabetos epichorikos: Verán, son los distintos alfabetos y formas anteriores helenas a la adoptada finalmente en común y denominada Milesia o de Mileto para el idioma griego. En el caso de los caracteres ibéricos, estos tienen sus orígenes en los alfabetos arcaicos locales procedentes de las islas griegas y de la península de Asia Menor. Epichorikos vendría a significar “de las otras regiones”. A partir de comprender como habían sucedido las cosas pude argumentar la teoría de los acrónimos ibéricos. La elaboré a la vez que realizaba numerosos hallazgos y múltiples descubrimientos. La teoría de los Acrónimos Ibéricos o teoría de las frases ibéricas es la que explica la escritura y el idioma de los iberos y los celtiberos miles de años después de que se dejase de usar por nuestros antepasados, y para que nosotros podamos comprenderla, conocerla y estudiarla. Todas las ventajas de su interesante estudio y conocimiento pienso son más que evidentes y no será necesario que aquí las enumere. Trato de comprender su mundo a través de su escritura y comprender su vida captando su filosofía del lenguaje en su pensamiento.

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LA LENGUA ESPAÑOLA Y el latín, es una lengua extraordinaria, es un éxito de tipografía, y no obstante, es nuestra lengua ibérica, pudiera decirse, quien provee en todo caso etimológicamente al latín, en cambio. Miren, el latín siquiera existía, cuando la lengua íbera y celtíbera llenaba de significado todas las estelas de la península. Si el español fuera continuador del latín, su gramática seguiría el patrón fijado por esta lengua y en cambio sigue otra distinta: la lengua ibérica. Verán, la semejanza entre el latín y el español estriba en que usan un abecedario latino común para escribir textos en sus respectivas ortografías. Eso, por otro lado, es común a un gran número de idiomas europeos y no europeos que también usan el mismo o similar patrón, y que a la vez sus idiomas se conoce que no provienen del latín. Y el español y el latín coincidirán en muchas palabras, sí, en todas aquellas que el latín haya tomado de las raíces pres helenas y que es nuestro original idioma y escuela (la helénica), no el latín. Lo pormenorizaré y mejor lo diré, pues les he de anunciar que nuestro idioma es anterior al griego y es heleno, se remonta a la que llamativamente fue denominada como la época oscura del griego frigio. Y el español, sorprendente, es el continuador de la lengua ibérica de los íberos y los celtíberos, porque no sólo nuestras palabras tienen el origen etimológico en éste, como se verá finalmente, sino que además se sirve de un igual modo tanto de pensar como de entender sus palabras. Y no es que las palabras tengan una similar morfología o las pronunciemos parecidas, es que salvo las obvias excepciones y su obvia apariencia en ortografía latina, las decimos hoy igual que se dijeron ayer. Pero ¿qué ocurre, entonces, con las llamadas lenguas romances? Pues, incuestionables, son justo el eslabón necesario entre las lenguas vernáculas y los idiomas actuales. En nuestro caso, desde ibéricas pres helenas que derivaron indefectiblemente en la lengua romance o románica, para revertir después en las contemporáneas que todos conocemos. Enrique Cabrejas Iñesta En Barcelona, a 17 de Agosto de 2015.

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