Oro y Plata, el resplandor de América

August 31, 2017 | Autor: Gloria Cortés Aliaga | Categoría: Siglo XIX, Historia del arte latinoamericano
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Descripción

ORO Y PLATA EL RESPLANDOR DE AMÉRICA Gloria Cortés Aliaga Curadora Historiadora del Arte, encargada de Investigación y Desarrollo de Contenidos de Exposiciones del Centro Cultural Palacio La Moneda

Símbolos de grandeza, ostentación y riqueza, como también de decadencia, ambición y despojo, el oro y la plata han constituido en América un repertorio de representaciones visuales que recogen la ideología social y política de los pueblos americanos. Una ideología en la que convergen tanto la fe como el poder, para dar cuenta de un sistema de creencias, formas de vidas, organización política y social. Poner de manifiesto las identidades regionales y la configuración de una identidad propia latinoamericana es uno de los objetivos de esta exposición. Oro y Plata: El resplandor de América reúne en el Centro Cultural Palacio La Moneda, 440 piezas provenientes de los museos que custodian este patrimonio latinoamericano, en un esfuerzo conjunto para una celebración que reconozca las identidades culturales de los distintos grupos humanos que conformaron la compleja geografía americana. Abarcando la historia de nuestros pueblos desde el mundo prehispánico hasta la formación de las repúblicas independientes y poniendo especial énfasis en el valor cultural de los metales en distintos episodios de la vida social, hemos situado a estos objetos en sus contextos de uso, estrategia transversal que nos ha permitido operar, simultáneamente, con distintos momentos de la historia del continente. De esta manera, recorrer los grandes hitos de la milenaria tradición metalúrgica de América nos permite entender nuestra historia, creencias tradicionales y la religión de nuestros pueblos, constituyéndose en una memoria colectiva y un patrimonio común. Que estos metales preciosos ya eran explotados y usados por las culturas prehispánicas miles de años antes que el encuentro con los europeos, es algo que se conoce muy bien. A partir de la conquista, serán estos metales lo que establecen el principal vínculo económico entre la metrópolis española y América. La tradición metalúrgica y orfebre de los pueblos prehispánicos, así como los recursos naturales asociados al territorio, favorecieron la instalación de los principales enclaves de la conquista española, potenciando la explotación minera así como el intercambio comercial y las políticas económicas. Pero el contacto español, también permitió la incorporación de nuevos mercados de objetos suntuarios y funcionales,

que atestiguan la maestría técnica y estética de sus artífices. Ello se consolida durante la etapa republicana, cuando se generan expresiones propiamente latinoamericanas en las artes decorativas, dando un sello propio a la producción criolla. Pero, ¿cuál fue el valor que otorgaron a estos metales las sociedades americanas a lo largo de tres siglos de historia? Alrededor del mundo, las antiguas civilizaciones usaron el oro para cubrir sus santuarios y templos. De oro eran, también, las tiaras sagradas o los atributos sacerdotales y los instrumentos utilizados para el culto. América no fue la excepción y tanto el oro como la plata, fueron utilizados para significar las fuerzas de la naturaleza y el mundo divinizado, como lo demuestran las ricas colecciones del Museo Larco (Perú) y el Museo del Oro (Colombia). Sin duda, los poderes sobrenaturales se asociaban directamente al brillo, textura, color e, incluso, aroma de estos metales preciosos. El oro y la plata fueron protagónicos en los rituales precolombinos y católicos, sirvieron de ofrendas a los muertos y prestigiaron a sacerdotes y reyes, y permitieron una relación simbólica entre el hombre, los metales y el espacio sagrado que perduró por siglos en nuestro continente. Relacionados con esta compleja significación simbólica en el mundo prehispánico, el oro y la plata también compartieron con el mundo hispano, la búsqueda de estatus y poder. El profundo significado de ello, permitió el desarrollo de una rica y evolucionada orfebrería para la elaboración de atuendos y emblemas de distinción de las clases dirigentes. De variadas formas y diversos significados, estos objetos realizados en oro y plata se constituyeron en signos de autoridad. En América, esto se tradujo en ostentosas investiduras, elementos de decoración y embellecimiento personal, prácticas de identidad, lujo y distinción social que pueden observarse en las piezas provenientes del Museo del Banco Central del Ecuador y del Museo Nacional de Costa Rica.

Alcances sobre la platería en la América Virreinal y Republicana El descubrimiento de América permitió que la decadencia de la industria española en el siglo XVI, fuera reanimada por el hallazgo de ricos yacimientos de metales preciosos. Durante los tres siglos que duró la dominación española en los virreinatos americanos, las minas explotadas a lo ancho y largo de todo el territorio de América produjeron más del 80% de la producción mundial de oro y plata. Esto permitió una insusitada acumulación de riqueza y bienes que se tradujeron en lujo y ostentación al interior de las colonias americanas y, por supuesto, en la misma corona española. El éxito económico y social que alcanzaron los hispanos en las Indias, así como el surgimiento de nuevos estamentos sociales al interior de la población indígena y criolla, produjo una notable demanda de objetos suntuarios y religiosos que fue satisfecha por las manos de

expertos orfebres indígenas, mestizos y criollos, herederos de la rica tradición prehispánica y los aportes de la orfebrería europea. Si bien las formas tradicionales de los objetos de la orfebrería religiosa y civil se mantuvieron en el tiempo, los aportes de estos artesanos dieron origen a sofisticadas y elaboradas decoraciones y atributos propios de América, como son la fauna, la flora y otros elementos ornamentales que aparecieron en escena. El Concilio de Trento (1545-1563) regulaba la doctrina católica desde el siglo XVI y determinaba la función de la imagen religiosa y del uso de los objetos utilizados en la liturgia católica, como también de los metales preciosos en su elaboración. Así lo demuestra la hermosa custodia de oro y plata del Museo del Virreinato (México), la custodia jesuita elaborada en los talleres de Calera de Tango del Museo La Merced (Chile) o el cáliz del Museo Fernández Blanco de Argentina que se encuentran en esta exposición. La Parroquia de Nuestra Señora de La Merced de Petorca (Chile) presenta objetos de sencilla ornamentación elaborados por maestros chilenos y el Museo de Arte Sacro de San Miguel de la Ranchería de Oruro (Bolivia) es representado por dos mitras ricamente decoradas por los plateros orureños. El oro y la plata se constituyeron en los principales metales para la producción de cálices, custodias y sagrarios, entre otros elementos, que si bien eran regulados estrictamente por la Iglesia, también recogieron la introducción de elementos locales. Ángeles y demonios poblaron el universo del imaginario virreinal; imágenes basadas en relatos orales o escritos, tomadas de grabados europeos que circularon en tierras americanas o de modelos difundidos por la Iglesia, fueron materializadas en objetos de plata y revelaban el encuentro entre lo real y lo imaginario. Representaciones de animales vinculados a ritos agrícolas o a la figura de Cristo, junto con la introducción de fauna salvaje no originaria de América, como el león, incrementaron los adornos de los altares de las iglesias y de los hogares criollos. La pava o tetera con forma de león coronado del Museo Casa Nacional de Moneda de Potosí (Bolivia), es un ejemplo de lo anterior. Y si bien es cierto que la orfebrería en oro está íntimamente ligada al desarrollo de la metalurgia prehispánica, será la plata la que identifique al espacio virreinal y republicano donde surgen objetos ligados a las costumbres criollas, principalmente. La platería civil se transforma en acumulación y la acumulación en ostentación para denotar estatus social, tal como se observa en el conjunto de piezas de platería boliviana, como la proveniente del Museo Casa de Murillo (Bolivia), que abasteció a gran parte del territorio americano tras el descubrimiento de los yacimientos de Potosí. Dentro de los objetos de uso doméstico más apetecidos por los criollos, se encuentran los sahumadores. Introducidos por los españoles a nuestro continente, fueron usados para impregnar los rincones de los hogares, los vestidos de las damas y la ropa blanca de los

hogares, para lo cual se quemaban palitos de lavanda, pachulí y otras hierbas. Los usados al interior de dormitorios, tomaron diversas formas de animales y aves, siendo los más comunes los pavos, ciervos o toros. En Ayacucho, Perú, la alta especialización alcanzada en la técnica de la filigrana con hilos de plata, permitió enriquecer las formas de los sahumadores y mistureros. Las colecciones del Museo Pedro de Osma (Perú) y el Museo de Artes Decorativas (Chile), revelan la importancia que tuvieron estos objetos al interior del espacio doméstico. Pero sin duda, fueron los mates los objetos más usados y tradicionales de la sociedad criolla. De origen guaraní, la yerba mate se extendió por todo la geografía americana dando paso a muy diversas formas y tipologías regionales para los recipientes usados en la ingesta del mate, y que pueden observarse en el importante conjunto de piezas provenientes de Perú, Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile. De criollos a republicanos El término ‘hispanoamericano’ ya era usado durante la época virreinal y refería a un sentido de identidad común con España. Para los hispanos, América se había constituido en el principal referente de la prolongación de la propia identidad nacional o del propio proyecto de nación, que se verá bruscamente intervenida tras las independencias de las naciones americanas. Alrededor de 1850, aparece el término ‘América Latina’, cuyo concepto limita este proceso identitario a las recientes naciones emancipadas, nutriendo de nuevos elementos a las jóvenes naciones para establecer un repertorio iconográfico sobre las nociones de República e Identidad. Aunque orientados, fundamentalmente, a la afirmación de una clase social nueva: el criollaje. El marco general de costumbres, usos y recursos es igual para toda esta elite, pero su actitud frente a los movimientos culturales y sociales admite matices de importancia. Así, aquellos definidos como moderados eran refractarios instintivos a las reformas y a los cambios bruscos, por lo que se presentaban menos receptivos a ideas libertarias y creativas. En términos políticos, sin embargo, este grupo se manejaba bajo los idearios republicano liberales, pero no deja de ser eminentemente una elite tradicional que se sustentaba en la economía agrícola y en el orden social señorial; más interesada en la pervivencia de éste, con la sumisión de las clases populares y la mantención del orden jerárquico que sostenía a la oligarquía. Así, la antigua aristocracia indígena, cuyo poder se manifestaba a través de ostentosos objetos de oro, hoy se veía despojada de sus atributos tradicionales y mantenía sólo algunos de los elementos que denotaban su lugar al interior de la sociedad, como los bastones de mando usados por alcaldes y curacas, cuyos mejores ejemplos se observan en la rica colección del Museo Chileno de Arte Precolombino.

Con las guerras de independencia y los posteriores conflictos bélicos americanos, el antiguo labriego transformado en obrero y el obrero en héroe, enfrentó a la elite en un esfuerzo por conservar sus valores tradicionales frente a una nueva burguesía adinerada. Un creciente interés democrático hacia las clases más desposeídas, permitió el surgimiento de diversas manifestaciones culturales que buscaban en el liberalismo popular la necesidad de reivindicación del pueblo a través del aumento de los niveles de instrucción, mejoras salariales, moralización de los sectores populares; acciones que se percibían como una condición de la modernización y se relacionaban directamente con la tarea de construir nación, promoviendo la formación de ciudadanos. Así, nace con fuerza la figura del hombre de campo –huaso, gaucho, qorilazo, charro- como uno de los conceptos que mejor identifica a las nuevas naciones en la búsqueda de reafirmar sus caracterísitcas locales. Al interior del espacio rural, el caballo se convirtió para estos hombres en el principal bien, al que alhajaron y cuidaron como un símbolo de estatus social. Desde el Museo del Gaucho (Uruguay) y del Museo de Colchagua (Chile), provienen un interesante conjunto de piezas que denotan la ostentación de los aperos de huasos y gauchos. Como también aderezos para monturas y aperos de jinete de caciques de Arauco, del Museo de Arte Popular Armericano – MAPA (Chile). Las guerras de Independencia disminuyeron la producción de la minería americana y, con ello, la elaboración de objetos suntuarios, muchos de los cuales fueron donados por los patriotas a las causas independentistas. La instauración de la República también promovió nuevos imaginarios colectivos que fueron reproducidos en las diferentes monedas acuñadas en territorio americano, como las que forman parte de la colección del Museo Histórico Nacional (Chile). El reemplazo del busto del rey por el del prócer, buscó reafirmar el concepto de Nación como ente territorial y discurso simbólico. En el mismo sentido actuó la representación alegórica de la República en forma de mujer para representar la máxima aspiración de la política moderna y, a partir de la cual, se ilustró al pueblo sobre la ideología nacionalista esgrimida por el Estado en un intento de socializar los nuevo proyectos nacionales. El reconocimiento de la propia territorialidad, permitió la incorporación de aquellos elementos geográficos característicos de cada nación, constituyendo marcas de identidad propia y colectiva. Finalmente, a través de estos 440 objetos que forman parte de esta exposición, es posible determinar que tanto en el mundo precolombino como en el colonial y republicano, las hábiles manos de los orfebres americanos produjeron un innumerable conjunto de piezas asociadas al poder político, religioso o social. Técnicas y oficios ancestrales se mantuvieron a lo largo del tiempo y se nutrieron con los aportes hispanos y europeos para dar origen a estos hermosos objetos de oro y plata que se convirtieron en el resplandor de nuestro continente.

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