Orígenes de los EE.UU.

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UNIVERSIDAD DE ALMERÍA

Republicanismo y federalismo en los EE.UU. A. Hamilton y T. Jefferson Hª Universal Contemporánea – 4º Grado en Historia – F. Humanidades

Enrique Gil Orduña 30/10/2015

Republicanismo y federalismo en los EE.UU. A. Hamilton y T. Jefferson Hª Universal Contemporánea – 4º Grado en Historia – F. Humanidades Enrique Gil Orduña

Republicanismo y federalismo en la formación de los Estados Unidos de América. Las extraordinarias figuras de Alexander Hamilton y Thomas Jefferson. La independencia de las Trece Colonias Las Trece Colonias eran un territorio heterogéneo en todos los sentidos. New England contaba en 1763 con más de 500.000 habitantes, y basaba su economía en la explotación agropecuaria de una zona templada, la pesa, y la obtención de madera, todo lo cual haciendo prosperar a su población puritana y sus ciudades, como Boston. Las colonias del sur, con 750.000 habitantes en 1763, tenían una economía de plantación más diversificada explotada mediante esclavos africanos que permitían un alto nivel de vida a la oligarquía anglicana de talante aristocrático, que vivía en sus posesiones rurales, desinteresados del ámbito urbano poco desarrollado. En las colonias del centro, con 400.000 habitantes en 1763, constituían el grupo menos homogéneo, con ingleses, alemanes, holandeses y suecos con diversas confesiones codeadas. Su economía era más próxima a la de New England, con algunas ciudades importantes, como Nueva York o Filadelfia. Las vinculaciones entre ellas eran muy laxas, ya que cada colonia disponía de su propia constitución y asamblea parlamentaria, gobernador y representante de la corona. Había mucho contraste entre el régimen de libertades políticas en cada una de las colonias, autónomas en este sentido, pero dependientes todas económicamente de la metrópoli, que les imponía el papel de mercado reservado para sus manufacturas y restricciones para su desarrollo industrial; es decir, un riguroso pacto colonial. Era un trato discriminatorio que suscitaría la impaciencia de una sociedad ya acostumbrada al ejercicio de la libertad, pues había superado las dificultades educativas de los primeros tiempos y contaba con medios 1

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para la formación de opinión pública para temas de interés general, además de contar con grandes universidades, centros de enseñanza superior, una prensa desarrollada y bibliotecas públicas y privadas. John Adams decía que en New England un analfabeto era tan raro como un jacobita o un católico. Gracias a todo, a lo largo de la centuria aparecen figuras intelectuales como Benjamin Franklin, gran científico, dirigente de gacetas, inventor del pararrayos y presidente de la American Philosophical Society de Filadelfia. Detonantes del conflicto En este contexto, el detonante para la insurrección de las colonias fue la aprobación de un arancel aduanero sobre las importaciones de ron y melazas procedentes de las Antillas y de un impuesto sobre el papel sellado. El rechazo de tales medidas se debía a que se producía un perjuicio a los importadores y consumidores. Además, la medida se votó sin consentimiento de los súbditos de las colonias, que no tenían representantes en el Parlamento de Londres. El Gobierno, ante la agitación generada, abolió las tasas, obteniendo así una tregua, que volvería a romperse en 1767 con nuevos aranceles impuestos sobre la importación de productos como papel, vidrio, plomo y, sobretodo, té (en este caso debido más a la popularidad del producto que al importe de la tasa). Para colmo, se concedía a la Compañía de Indias Orientales privilegios para la venta del té en 1773, teniendo como respuesta la Boston Tea Party, cuando los "hijos de la libertad", disfrazados de indios tiraron al mar todos los cargamentos de la compañía. Al año siguiente, el partido patriótico conseguía reunir en Filadelfia a los representantes de 12 de las 13 colonias en el Primer Congreso Continental, en un primer paso para la constitución del dispositivo insurreccional. Antes de 1764 no existía ningún sentimiento de identificación en torno a una entidad norteamericana, pues el desarrollo de los asentamientos ingleses en Nuevo Mundo había sido muy autónomo. Los diferentes lugares de hábitat, las creencias religiosas, los lugares de origen y las condiciones económicas marcaban grandes diferencias entre ellos. Sin embargo, con las leyes del gobierno británico que se sucedieron a lo largo de la década, y 2

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en especial el Stamp Act, provocaron una unidad de acción, convirtiendo el antagonismo a la metrópoli en un nuevo sentimiento de pertenencia a una unidad con problemas compartidos. Las Coercive Actas (1774) provocaron una rebelión general que hizo desaparecer la autoridad real, y serían ahora asambleas abiertas de ciudadanos las que discutían y aprobaban resoluciones, a la par que comités locales se ocupaban de aspectos de la vida ciudadana. Un fenómeno relevante fue el grado de participación popular, puesto que la gentry colonial no dudó en aprovechar el resentimiento popular contra las reformas británicas, politizó así a las masas e inició las movilizaciones urbanas contra la Stamp Act. Además, las Asambleas crearon un movimiento militante unido por esta concienciación política. La retórica de la libertad por parte de los sectores más radicales hizo al pueblo desear ser representado por aquéllos que representaban sus intereses, un fenómeno claramente rompedor en tanto hasta entonces había primado el principio de representación por parte de los más poderosos y mejor preparados. Así, los nuevos líderes tuvieron que hacer uso de la oratoria para competir y hacerse con el control político. Pedían un sufragio ampliado y que las Asambleas fueran abiertas al público, y además que se publicasen las actas y el resultado de las votaciones, para que el pueblo pudiera controlar a sus representantes. Mientras, los más conservadores no fueron capaces de entender el fenómeno de apertura al pueblo, y se refugiaron en su lealtad a la Corona. La Guerra de la Independencia (1776-1781) Un primer encuentro armado (Lexington, 1775) fue la señal para la ruptura, que se consumaría al año siguiente con la Declaración de la Independencia de Estados Unidos, la cual hubo de imponerse por la fuerza de las armas, en el transcurso de una guerra que se decantó a favor de los "insurgentes", conducidos por George Washington tras las dos victorias de Saratoga (1777) y Yorktown (1781). El documento de la Declaración fue escrito casi en su totalidad por Thomas Jefferson (abogado perteneciente a una acomodada familia de Virginia) . En el preámbulo se exponían sus principios en un resumen de ideales 3

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ilustrados sobre la igualdad de todos los hombres y sus derechos inalienables a la Vida, la Libertad y el alcance de la Felicidad (no deja de sorprender esta declaración en una sociedad que marginaba a los indios y mantenía la esclavitud). La mayor parte del escrito se dedicaba a enumerar los agravios de la Corona, para definir al Rey George III en calidad de tirano y no merecedor de la lealtad de un pueblo libre. Anuncia tras esta denuncia, la formación de los Estados Unidos de América. Algo innovador de este documento es que no se contentaba con los problemas de las colonias, y que los trascendía para hablar de los derechos de la humanidad. Las fuerzas británicas no se quedaron de brazos cruzados, mientras que las fuerzas armadas de la nueva nación quedaban liderados por George Washington. La guerra pasaría por una serie de fases hasta convertirse en un conflicto internacional al que se sumaron los enemigos tradicionales de Gran Bretaña, Francia y España, los cuales no olvidaron la derrota de 1763, y apoyaron a los colonos norteamericanos en su lucha por la independencia. En un primer momento la balanza parecía posicionarse a favor de Gran Bretaña, con una superioridad militar y naval abrumadora, además de grandes recursos financieron y económicos. Sin embargo las dificultades de comunicaciones y mantenimiento de un gran ejército al otro lado del océano ocasionaron problemas de transporte y abastecimiento, además en un terreno hostil frente a un ejército que actuaba por medio de la guerrilla. Éste ejército comandado por Washington se componía de milicianos en número y calidad variable, aunque carecían en su mayoría de experiencia bélica, y por lo tanto el general se vio obligado a convertirlo en un ejército disciplinado y eficaz, pese a que sus fuerzas siguieron siendo incomparables con las del ejército de la Corona, bien abastecido y organizado, que imposibilitaba cualquier esperanza en combate abierto. En las operaciones de 1777, tras sufrir unos cuantos reveses, los abastecimientos del ejército real comandado por Burgoyne se fueron reduciendo conforme se alejaba de Canadá, y su avance se veía obstaculizado por las milicias de New England y la presencia 4

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del ejército continental. Cuando llegó a Saratoga el 17 de octubre, se encontró con un ajéricto continental de más de 10 mil hombres y con sus tropas extenuadas, por lo que no le quedó más opción que la rendición. Fue en este punto cuando se demostró a la Corona que la conquista no sería tan sencilla, y cuando Francia optó por intervenir al lado de los continentales, produciéndose un paulatino aislamiento diplomático de Gran Bretaña. Sin embargo, Washington tuvo serios problemas para mantener unido y operativo su ejército entre 1779 y 1780 a causa del mal abastecimiento, el sueldo, y los motines e insubordinaciones provocados por ello. No obstante, el siguiente punto decisivo se daría en Virginia en 1781, cuando las fuerzas dirigidas por Lafayette y Washington, ayudados por una flota francesa, evitaron que el gral. Cornwallis escapara de Yorktown. La derrota británica y los costes ocasionados hicieron a varias voces del Parlamento declarar a favor de la paz. El Tratado de Versalles incluía una serie de cláusulas para resolver la vertiente internacional del conflicto, reconociendo además la independencia. Por primera vez se constituía en el continente un estado independiente, dotado además de una constitución (1787), que otorgaba el poder ejecutivo a un presidente elegido por los estados, el poder legislativo a un Congreso bicameral (Cámara de Representantes y Senado), con representantes elegidos con sufragio censitario masculino; y un poder judicial en una Corte Suprema. USA, independientes con un régimen liberal, republicano y representativo, que se convirtió en el modelo de las demás Américas. La independencia de USA fue para muchos europeos una verdadera revolución, la victoria definitiva de la libertad. Si hasta ahora el pensamiento crítico respecto al absolutismo se miró en el espejo de la monarquía parlamentaria inglesa, el régimen estadounidense apareció como una formulación política más avanzada y consciente. No sólo tuvo valor de ejemplo para otras Américas, sino sobre Europa, como primera gran aportación del pensamiento político del Nuevo Mundo al viejo continente, y un precedente para la revolución burguesa que reencarnaría la Revolución francesa.

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La forja de la nueva nación y su Constitución (1789) En 1781 no había más unión de las 13 antiguas colonias que unos Artículos de Confederación, con un serio problema en torno a la idea de la creación de la nueva unidad nacional respaldada por una estructura jurídico-política fuerte y estable. El Congreso Continental tenía muchas debilidades prácticas a la hora de hacer cumplir sus leyes por todos los estados, la fijación de impuestos, etc. Los debates surgidos en torno a la cuestión federal y la repartición de competencias no se terminaría de configurar hasta 1789. En 1785 representantes de Maryland y Virginia se reunieron en Mount Vernon para discutir sobre la navegación del Potomac y la bahía de Chesapeake. En la reunión participaría Madison, que vería con gran pesar la irregularidad con que se trataba el comercio y la necesidad de una conferencia más fuerte ejercida por el Congreso con la confianza aportada por parte de todos los estados. El Congreso se reunió en Annapolis (1786) con tan solo los representantes de 5 estados, pero Alexander Hamilton logró promover un nombramiento de comisionados que se reunieran en Filadelfia para reflexionar sobre la situación de los Estados Unidos y fijar las disposiciones que a todos parezcan necesarias para ajustarse a las exigencias de la Unión. Los delegados para esta Convención, celebrada en mayo de 1787, fueron elegidos por las legislaturas estatales, bien diferentes entre ellas, pero en general se envió un conjunto de hombres con fuertes ideas nacional-federalistas, y tuvieron el acierto de llevar preparado un borrador de lo que sería una nueva constitución. Cabe mencionar que algunos personajes notables de la independencia no fueron delegados, como Thommas Jefferson, que se encontraba entonces en Francia. De hecho, hombres radicales como él no estuvieron suficientemente representados. Finalmente, asistieron 55 hombres, de lo cuales sólo quedarían presentes 39. Al principio, acordó no revosar los Artículos de la Federación, y que el objetivo de la Convención era redacar una constitución totalmente nueva. Debían, en primer lugar, conciliar los dos poderes, el local que ejercían los diferentes estados, y el poer del gobierno central de nueva creación. Se aplicaron el principio de definir muy claramente las competencias y funciones 6

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del gobierno nacional, entendiéndose que el resto de funciones que surgieran serían objeto de los diferentes estados. Se estableció que debían constituirse tres ramas de gobierno distintas y coordinadas (poder legislativo, ejecutivo y judicial), en una concepción newtoniana de la política y con claras influencias de Locke y Montesquieu. El poder legislativo constaría de dos cámaras, pero había de discutirse su composición, pues había cruentas diferencias entre el tamaño y la población de los diferentes estados. En el Senado tendrían igual representación todos los estados, pero en la Cámara de Diputados se basarían en la población de cada estado como determinante. Para el ejecutivo y el presidente se pensó en la creación de un colegio electoral en el que cada estado tendría tantos electores como senadores y diputados. Con lo que respectó al poder judicial, los jueces debería ser designados por el presidente con el consentimiento del Senado. Todas las decisiones fueron a hacer un gobierno federal lo suficientemente fuerte para garantizar el orden y la propiedad. Se le concedieron poderes fiscales, como medio determinante para hacerse cargo de la deuda pública y restaurar el crédito. Se le facultó además para reclutar un ejército y una armada, regular el comercio interestatal, las relaciones internacionales y con los indios, y para otra serie de competencias que hicieron de él un gobierno fortalecido y centralizado. Pero no se ha de olvidar que los estado siguieron siendo fuertes en tanto conservaron su gobierno local y regularon la mayor parte de la vida cotidiana de la población (escuelas, tribunales, policía, formación de bancos y compañías de acciones, deliberación de cómo efectuar las elecciones, protección de las libertades civiles, etc.). Una última cuestión a tratar fue cómo hacer cumplir las disposiciones de los poderes otorgados al gobierno central en los diferentes estados, descartándose rápidamente la proposición de la fuerza, tan susceptible de despertar una guerra civil. Se estableció que los poderes centrales no podían actuar contra los estados, pero sí sobre el pueblo de esos mismos estados. Esta Constitución, y las leyes [...] que se deriven de la misma, serán la Ley Suprema del país; y los jueces de todos los estados quedarán sujetos a ella [...]. 7

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Finalmente tan sólo 3 de los delegados se negaron a firmar y la Constitución terminó siendo afirmada por los representantes de 12 estados. El último paso para su implantación era su ratificación por parte de 9 de los 13 estados, según las disposiciones de la Convención. Fue la lucha en torno a la ratificación la que dio origen a dos partidos, el de los federalistas y los antifederalistas. Las polémicas más duras se dieron en Massachusetts, New York y Virginia, pero el respaldo de la sociedad ciudadana y portuaria en esos estados, más la influencia de personajes como George Washington y Alexander Hamilton llevaron al triunfo a los federalistas. En Filadelfia se organizó una gran procesión el 4 de julio de 1788 para celebrar la aceptación de la nueva forma de gobierno, y en poco tiempo se tomaron medidas para la elección del presidente y del Congreso, de forma que empezara a actuar el nuevo gobierno en la primavera de 1789. George Washington fue investido presidente por unanimidad. En 1789, los Estados Unidos vieron el florecimiento de los transportes marítimos, y después de Inglaterra, ya ocupaban un segundo lugar en los mares. Surgió un nuevo comercio que llegó a ser tan activo que en 1787 cinco barcos llegaron a China, intercambiando pieles por té y sedas. El impulso principal de los Estados Unidos se dirigiría de ahora en adelante hacia el oeste. Mandato de Washington y Declaración de Derechos. En 1789, New York floreció como la capital nacional. Tan sólo un año después lo sería Filadelfia. Como sospechamos, la organización del gobierno no fue tarea sencilla. Se creó un Departamento de Estado (Washington), otro de Guerra (Henry Knox) y un último del Tesoro (A. Hamilton). La prioa Constitución determinaba la creación de la Suprema Corte, y mediante la Ley de 1789 se estableció, además de tribunales de circuito y distrito, con todos sus jueces nombrados por el presidente y confirmados por el Senado. El primer Congreso, además de crear todos los resortes del Estado, se preocupó de promulgar la Declaración de Derechos. Tal era la opinión de Jefferson, que escribiría a su 8

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amigo Madison desde París que una declaración de derechos es aquello a lo que tiene dereho el pueblo en contra de cualquier gobierno de la tierra [...], y aquello que ningún gobierno debería rehusar, o dejar descansar en la inferencia. Su amigo también consideró que constituía una obligación solemne, y propuso una serie de enmiendas, de las cuales 10 de 12 acabarían siendo ratificadas por todos los estados entre 1789 y 1791, y serían conocidas con el tiempo como Declaración de Derechos. Era una declaración que, a diferencia de la inglesa, no sólo trataba cuestiones jurídicas, sino que contenía apartados sobre libertad religiosa, de expresión, de prensa y reunión, configurándose como los mayores límites impuestos a un gobierno en su fecha. Alexander Hamilton y Thomas Jefferson Tal y como la era revolucionario promocionó los nombres de Washington y Franklin, la jover república llevó a la fama a dos hombres notables: Alexander Hamilton y Thomas Jefferson. Fue gracias a que representaron dos tendencias poderosas en la vida de EE.UU, aunque hasta cierto punto hostiles. Hamilton representa la tendencia hacia una unión más estrecha y un gobierno nacional fortalecido, con concentración de poderes. Mientras, Jefferson representa más la tendencia a una democracia másamplia y libre, con un marco de autonomía de los estados más amplio. Alexander Hamilton (1755-1804) nació en Nevis, pequeña isla dedicada al cultivo de la caña de azúcar de las Antillas menores, de padre escocés y madre hugonota. Cuando creció se convirtió en un hombre ambicioso, generoso, orgulloso, de mente ágil y activa y de energía inagotable. Su combinación de gran inteligencia, ambición y laboriosidad hicieron de él su gran personalidad. Ingresó en la King's College de New York, contactando con los radicales que encabezaban la revuelta contra la autoridad real, antes de cumplir los 20 años. Con 22 años, ya capitán de artillería, no dejó de introducirse en sus libros en los campamentos y estudiando durante toda la noche. 9

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Su tino le premitió convertirse en líder de los patriotas de New York, y que Washington le convirtiera en asistente principal, y le convirtió además en el principal abogado de New York y personaje principal de la administración de Washington, al mando de un gran partido. Tenía grandes talentos de organización y oratoria, pero también poseía notables defectos: irritable, irascible y enormemente petulante. Su impetuosidad le llevó a veces a conflictos innecesarios con Jefferson (trastornando la administración de Washington) y con John Adams (introduciendo gran desorden en el partido federalista). Uno de sus conflictos con el vicepresidente Aaron Burr, durante el mandato de Jefferson, derivaría en una batida en duelo, con lo que perdió la vida (1804). La clave empática para entender a Hamilton es su amor a la eficiencia, el orden y la organización. Durante la guerra se vio envuelto en grandes oleadas de ineficiencia y debilidad, algo que odiaba fríamente. En su calidad de secretario de Washington, junto al general tuvo un enorme desasosiego por la debilidad del gobierno, la poca participación de los estados y la escasa disciplina del ejército. Más tarde, durante los difíciles años de la Confederación, fue un abogado relacionado con los grupos mercantiles de New York y bien enterado de lo problemas del comercio y la inseguridad de la propiedad. Tenía una concepción del Estado similar al estilo europeo y, sobre todo, inglés, y es por eso por lo que deseaba tanta eficiencia y rigor en un gobierno federal fortalecido. Thomas Jefferson (1743-1826) era más un hombre de pensamiento que de acción, con talentos más meditativos y filosóficos. Se ha hablado de sus escasas dotes de gobernación, pero como pensador y escritor político no tuvo igual en su generación. En su lápida podemos leer sus grandes contribuciones al pensamiento (autor de la declaración de la Independencia, del estatuto de Virginia de la libertad religiosa, y padre de la Universidad de Virginia). Se crió en la colonia de Virginia, siempre entregado desde joven al contacto con la naturaleza, la música y la lectura. Llegó a adquirir el conocimiento de media docena de lenguas, matemáticas, topografía, mecánica, música, arquitectura, derecho y gobierno. 10

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Escribió sobre biología, historia, política y educación, además de reunir una gran biblioteca. Naturalmente, fue uno de los mayores conversadores de su tiempo, sin dudar mantener nunca decenas de personas en su casa de Monticello para pasar la noche. Cordial y cortes con un negro instruido como con un noble europeo. Amó, como vemos, la libertad, la vida desahogada y las relaciones amplias con las personas. Una personalidad como la de Jefferson no pudo menos que entrar en franca contrariedad con las ideas de Hamilton. Se identificó mucho con Virginia, como legislador y gobernador. Durante su estancia en Francia como embajador se dio cuenta de que un gobierno nacional fuerte sería efectivo en las relaciones internacionales, pero que no sería deseable en otros campos, con un cierto temor a que encadenara muchas libertades individuales. Luchó contra el control de la Corona, la Iglesia y la gran aristcracia terrateniente, además de las desigualdades económicas, como demócrata igualitarista. Le desagradaban las ciudades y los intereses industriales, además de las organizaciones como la banca y el comercio, que tanto fomentaban esa desigualdad. Creía que con una industrialización mínimamente necesaria para mantener una economía independiente, el resto de la sociedad debía conservarse como rural. A pesar de su defensa de los derechos de los estados, no hay que perder de vista que fue un ferviente nacionalista con vistas a la expansión hacia el oeste. Sus decretos de 1764 y 1785 fueron la base del Decreto sobre el Noroeste de 1787. Envió a Lewis y Clark al Pacífico, y además compró Luisiana, doblando la territorialidad de la nación. Fue un ferviente norteamericano, pero no compartía el modelo ideado de Norteamérica que ya habían ideado otros como Hamilton (una sociedad urbana, industrial, con vistas a una gran competencia comercial y un gobierno fuerte que condujera a la eficiencia y supremacía de toda la maquinaria, en una clara alusión al modelo británico). Jefferson quería unos Estados Unidos culural y políticamente independientes, con propias leyes, literatura, escuelas e instituciones sociales. Aborrecía las instituciones del Viejo Mundo (Monarquía, Iglesia, Ejército, el Estado, sistema estamentaria y de clases, etc.), y 11

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proponía un nuevo experimento para Nuevo Mundo con igualdad y autogobierno, dedicando su vida a educarlo para ese destino. Mientras Hamilton pretendía proporcionar una organización eficiente, Jefferson pretendía una libertad individual más amplia. Fue una gran suerte para los EE.UU. contar con ambos hombre y con el tiempo poder fusionar ambos modelos y reconciliándolos en una política madura que incluiría una eficiencia indiscutible del gobierno con grandes libertades individuales. Naturaleza, nación y republicanismo federal Son estos los tres principios entre los que transita el pensamiento político de Thomas Jefferson. De la naturaleza, en tanto medio ambiente de la nación norteamericana, pasa al nacionalismo en tanto se centra en la sociedad rural, que deviene en su republicanismo federal, éste estructurado en torno a dos ejes verticales: base local y democracia participativa; y republicanismo federal con la defensa de los derechos de los Estados. De sus Notas sobre el Estado de Virginia puede entreverse una descripción del excepcionalismo americano por el nicho natural de la nación, su independencia frente a la dominación europea y su innata vocación democrática contra el despotismo y la “razón de Estado”. Esta particularidad norteamericana es debido a la estructura lógica antes pincelada entre la naturaleza, nación y republicanismo federal. En todas las correspondencias del pensador encontramos la omnipresencia del tema del entorno natural, en tanto apología de una de la economía de base agraria, como “historia natural” de América, y como teología y ética “naturales”. Tampoco deja de apelar al “derecho natural” en él intrínseco. Naturaleza para Jefferson es toda una vivencia y no un pensamiento abstracto e inmaterial, una emulación de la nación americana, y por tanto es un concepto inextricablemente unido a su nacionalismo. No se trata, ante posibles dudas suscitadas, de un determinismo naturalista, en tanto ciertos accidentes podían cambiar el rumbo de la naturaleza. 12

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Pensaba que Virginia, al igual que el resto de Norteamérica, constituía un espacio natural dotado de los suficientes recursos para experimentar un gobierno republicano de nuevo tipo. Es la Naturaleza el fundamento de la sociedad y, por tanto, de la política. Tampoco olvida la naturalidad del sentido moral en el ser humano, como precedente básico para la creación de la “civilización”. Constituye así la identidad de la nación norteamericana, el campo y la agricultura, no la ciudad y el comercio. Además es la base del empirismo científico y el uso dela razón, en contraposición al determinismo histórico propio del absolutismo europeo (origen divino del poder). Como último punto, la naturaleza constituye el fundamento del sistema político norteamericano, en tanto escenifica pequeñas comunidades políticas dispersas que se autogobiernan democráticamente como pequeñas repúblicas en vastedad de intereses. Esa es la idea norteamericana jeffersoniana sobre la república y el federalismo. Es importante anotar que para Jefferson no es la naturaleza un mundo caótico y arbitrario, sino uno regido por leyes constantes y regulares, que ha de ser tratado con la razón y la ciencia del juicio crítico que también ha de desplegarse hacia las cuestiones políticas. Una educación e información autónoma es clave para la opinión pública, principal eje de un gobierno republicano y democrático. Reconoce así la posibilidad del despliegue del conocimiento y la democratización de éste, que volverán insostenibles las supersticiones que fundamentaban los regímenes europeos. La naturaleza y el conocimiento científico que subyace en su observación, son la clave de la Libertad. El ser humano, superior a la naturaleza por su cultura, para Jefferson no se guía por el individualismo posesivo, sino que es social por naturaleza y necesita de la civilización y la cultura (educación) para, lejos de implantar una élite de filósofos del despotismo ilustrado, implantar el “sentido común” y la derivada igualdad natural de todos los individuos humanos. No niega la existencia de la contraposición pasional y sentimental en el ser humano frente a la razón aséptica. De hecho, para él, este reducto de pasión es la base de los sentimientos morales, los cuales han de ser educados y modulados por la razón en tanto autocontrol y 13

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autogobierno (al contrario de las ideas de Hobbes y Hamilton sobre la necesidad de una coacción estatal exterior). La autonomía, la educación y el cultivo personal de la virtud se traducen en un sistema de soberanía compartida desde el ámbito local, pasando por los Estados y acabando por la Unión federal. Es esta concepción de la Naturaleza la que le hace proyectar una educación pública de base científica y, finalmente, la creación de universidades, como la de Virginia, centradas, no ya sólo en la docencia, sino en la investigación, en la metódica labor empirista de la ciencia. No debemos postular en Jefferson una concepción de estas ideas como aptas para todos los países y épocas universales. Al contrario, vemos una visión amoldada a los contextos y situaciones particulares, y aunque prefiera una “sociedad de granjeros” como cultivo de virtudes cívicas en pequeñas repúblicas, no deja de reconocer la riqueza derivada de la actividad comercial y la tolerancia hacia ella. Pero ha se ser regulada para evitar un gran distanciamiento desigualitario de propiedad, pese a que éste redunde en el desarrollo industrial, puesto que también deriva en una desigualdad no propia del derecho natural igualitarista. La concepción naturalista particular en Jefferson explica la ausencia en su pensamiento del concepto de Contrato Social, en tanto se explica éste como la huida de la Naturaleza para cobijarse bajo la bóveda estatal. Siguiendo los principios descritos, hace una sucesión evolutiva de la Humanidad desde el estado de la barbarie (indígenas), pasando por la civilización (despotismos europeos) a la sociedad civil (republicanismo norteamericano). En ésta es capaz de incorporar en la igualdad “natural” a los indígenas y las mujeres, pero no a los esclavos negros. Entiende que la falta de capacidad de indios y mujeres se determina por condiciones culturales, que pueden ser solventadas por una república federal de base agraria y una educación; pero el caso de los esclavos negros es una condición natural e ineludible “en dotación física y mental”, por lo que no cabe otra salida que la exclusión radical, la emancipación y la 14

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deportación a África. La contradicción es enorme en tanto la esclavitud no es compatible con el republicanismo por la degradación de las virtudes cívicas que representaba, pero por otra parte hacía factible la nación agraria americana, la del propio Jefferson y su clase, los Yeomen. Él mismo era uno de los más grandes terratenientes esclavistas de Virginia. Por tanto, en su pensamiento, nacionalismo excluyente y racismo son determinantes de un colectivo que formaba la identidad de “América” (por naturaleza) en contraposición a otros colectivos ajenos a la Nación. Dejando de lado la particularidad en torno a los negros, la igualdad es un principio natural en el pensamiento de T. Jefferson, gracias al sentido moral innato y el uso de la razón. Podría ser interesante comparar esta idea de igualdad con la de John Locke, con quien coincide en que la tierra ha sido entregada en común a todos los seres humanos, y es el trabajo sobre aquella la que da lugar a su apropiación. Jefferson, al contrario de Locke, sin embargo piensa que la naturaleza es más generosa hacia la humanidad, y se decanta menos en el principio de la desaparición de lo común generada por la apropiación privada capitalista. No considera el estado de la naturaleza tan precario y no es tan partidario de la industria y la producción capitalistas, anhelando más las virtudes derivadas de la vida rural. Es esta diferencia de entusiasmo en torno al capitalismo, la industria y el comercio la determinante entre Jefferson y Locke. Para Jefferson, la paz y la felicidad eran el objetivo primordial del gobierno frente a los lockeanos interés y libertad/propiedad. No pretendía con esto radicalizar la igualdad de propiedad entre los individuos para una libertad real para todos, pero sí atemperarla para evitar mayores y nuevas desigualdades, alcanzando una república de relativos iguales en libertad. Por tanto, el comercio y la industria eran vistos como un germen que acechaba el futuro de América. No apostaba por una naturaleza en tanto vuelta al mundo salvaje, sino una domesticada y “humanizada”. Todo su pensamiento, aparte de la influencia de autores ilustrados, no deja de recibir flujos de dos obras clásicas, Política de Aristóteles, y Oceanía de Harrington, donde se concibe la agricultura como promovedora de la igualdad, la libertad, la independencia y la integridad, 15

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todas ellas virtudes necesarias para una república y ciudadanía. Escribía en una carta a Madison en 1787, […] cuando se agolpen en grandes ciudades como en Europa, se volverán tan corruptos como los europeos. He aquí la abismal diferencia que siempre le separaría de los federalistas y, en espacial, de Hamilton: agricultura vs industria, campo vs ciudad, poderes locales vs poder centralizado, virtud vs corrupción. Para Jefferson no eran las instituciones el principio en que se sustentaría mejor la nación, sino en los principios morales, la actitud, la disposición y la cultura política del pueblo, the common sense. De igual modo consideraba perjudicial la institución de la esclavitud, en tanto vulnera la igualdad de los seres humanos, erosiona la moral del trabajo en tanto promovía la holgazanería, y arruina el derecho natural de libertad en los seres humanos. La libertad y la felicidad son sus dos principios y fines políticos, por lo que se imponen en el gobierno republicano la voluntad de la mayoría (libertad) y la razonabilidad de esa mayoría a través de sus representantes en las decisiones tomadas en términos de bienestar (felicidad). Es esta idiosincrasia de Norteamérica la que apunta "naturalmente" a una República, en el sentido de una democracia y ciudadanía fuertes, pero no a una República cualquiera, mas a una República federal, una comunidad de comunidades y un Estado de Estados. Lo más innovador en Jefferson en que la clave del triunfo de la nación no estaba en ser bien dirigida por una élite culta, sino en ser apoyada de base por un pueblo cuyas mentes debían de ser mejoradas... son los hábitos y el espíritu del pueblo los que preservan una república en su vigor. Se trataba de crear una nueva cultura política, the american spirit, que permitiría confrontar la tiranía, así como respetar lo legítimamente constituido a través de una amplia y dinámica participación ciudadana. Se reconoce en todo esto que se trata de un modelo de nación bien distinto al que 16

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pretendían implantar los federalistas encabezados por Hamilton, los cuales tenían los ojos puestos en el modelo europeo, en el impulso de la industria, la urbanización, el comercio y la acumulación de riqueza, además de una política fundamentada en las instituciones y en su autoridad intrínseca, en el hecho de sus actuaciones, en el gobierno en su concepción centralizadora y autoritaria, sin una consideración acerca de la importancia de la masa social en que se apoyaba. Era un modelo visto por Jefferson como una vuelta a las vías monárquicas que eliminarían toda la particularidad americana y volverían a llevar al fracaso el proyecto al apoyarse en un pueblo sin virtud ni conocimiento, más acostumbrado a ejercer órdenes que a poner en práctica el juicio crítico de la razón que a todos nos es accesible en calidad de igualdad por naturaleza. Habría que preguntarse ahora, qué era para Jefferson una República y en qué consistía su republicanismo que le diferenciaba de Locke. Se basaba en la naturaleza social y moral del ser humano, su virtud cognoscitiva y conductual, la educación cívica y la participación en pequeñas repúblicas federadas. Una concepción federal basada en la cultura cívica, en la movilización popular y la opinión pública, no en las instituciones (en clara sintonía con su amigo Madison). Ambos defienden un federalismo equilibrado entre el autogobierno y el gobierno compartido, que excluye la recentralización de poderes excesivos en la Unión. Debe mantenerse una saludable distribución de poderes entre la Unión y los Estados, que mantuviera una gobernación conjunta en tanto no dañaran el autogobierno de los Estados. El principio político que incitaba a una estructura federal en ese sentido es la división de la soberanía y facilitar el control político por parte de los ciudadanos. En definitiva, una democracia republicana en tanto representativa, participativa y deliberativa, con la argumentación y discusión de los mejor dotados de intelecto y más capaces de convicción. Las medidas financieras de Hamilton y el gobierno de Adams (1789-1801). Hamilton fue convertido en secretario del Tesoro por Washington y no tardaría en llevar una serie de medidas con una magnitud enorme y carácter muy creativo. Reorganizó y pagó 17

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en su totalidad el monto de deuda nacional acumulada hasta entonces, y a través del gobierno federal se hizo cargo de las deudas impagadas por los distintos estados, contraídas durante la Revolución. Fundó un Banco de los EE.UU. y estableció una casa de la moneda. Argumentó además a favor de aranceles moderados para impulsar la industria nacional, medida que aprobó el Congreso. Finalmente, consiguió realizar un decreto para gravar el consumo de todos los licores destilados. Las medidas de Hamilton tuvieron grandes efectos en tres sentidos: Colocaron el crédito del gobierno sobre fuertes cimientos, y le proporcionaron todos los ingresos que necesitó para fomentar la industria y el comercio. Todo redundó en que las grandes fortunas de los estados se sintieran vinculados al gobierno federal, y acudieron a él para conseguir su dinero. Dicho de otro modo, se sintieron estimulados a invertir en esta nueva gran empresa, mientras el nuevo banco nacional garantizaba el apoyo de todos estos grupos con transacciones financieras fáciles y seguras. Creó así un gran grupo de personas acomodadas que apoyó firmemente al gobierno nacional, en tanto garantizaba una base sólida donde llevar a cabo inversiones y negocios. Por tanto, esta nueva clase se mostró dispuesta a defender la fortaleza de este nuevo gobierno. Con el fin del gobierno de Washington, antes del mandato de Jefferson hubo un paréntesis en el que John Adams se hizo con el timón del Estado (1797-1801). Anteriormente a su llegada al poder ya había manifestado sus diferencias con Hamilton y sus deseos de independencia personal. Durante su mandato el escenario internacional se nubló densamente, y se preveía cada vez con más claridad una guerra con Francia. Haciendo caso omiso de Hamilton, envió un nuevo embajador a Francia para evitar el desastre, recibido cordialmente por Napoleón. Además de esta crisis, él, junto al Congreso declaró leyes que resultaron desfavorecer notablemente a la administración, que tanto recortaron los privilegios de los extranjeros y las libertades personales y civiles. Jefferson y Madison no dudaron en oponerse a estas medidas que tan peligrosamente aglomeraban poder en el gobierno federal. Y es que bajo Washington y Adams los federalistas crearon un gobierno 18

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con fuerza que garantizaron que la Constitución perduraría, pero no aportaron nada al campo esencialmente popular en que debían apoyarse los Estados Unidos, y tan sólo pensaban en entregar el control y los beneficios a determinadas clases sociales. Al contrario, Jefferson fue agrupando tras de sí a una gran masa de granjeros, obreros y trabajadores empeñados en que la nación tuviera un gobierno del pueblo. En las elecciones 1800, el torpe sistema dio un empate entre Aaron Burr y Jefferson, pero era indudable que el pueblo había expresado su preferencia por Jefferson, a favor de quien acabaría posicionada la Cámara de Diputados. El gobierno de Thomas Jefferson (1801-1809) La manera como Jefferson llegó al poder demostró la llegada de la democracia al poder. Washington, una simple aldea en los bosques, sería convertida en capital. Parte de su discurso fue un alegato en favor de la conciliación, del respeto mutuo en torno a la tolerancia política, y que se unieran en calidad de norteamericanos para dar efectividad al gobierno representativo. Todos somos republicanos [...], todos somos federalistas [...]. Si algunos de nosotros desean disolver esta Unión o cambiar su forma republicana, dejémoslos tranquilos como monumentos de la seguridad con que el error de opinión puede ser tolerado allí donde la razón está en libertad de compartirlo. El País, dijo, deberá tener un gobierno prudente y frugal [...], que preserve el orden entre los habitantes, pero que los deje, por lo demás, en libertad de regular su propia industriosidad y sus acciones para mejorar, y que no les quite de la boca del trabajo el pan que se han ganado. Deberá preservar los derechos de los estados y buscará la amistad con todas las naciones sin entrar en alianza con ninguna. Prometió conservar la Unión en su completo vigor constitucional [...], la supremacía de las autoridades civiles sobre las militares, y apoyar las elecciones populares como único árbitro y acto de soberanía, para no llegar a la revolución.

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El mandato de Jefferson durante dos mandatos estimuló los procedimientos democráticos en todo el país. Suprimiendo todos los adornos aristocráticos que envolvían a la presidencia, pues pensaba que se mantenía en igual dignidad que el más común de los ciudadanos. Fomentó la agricultura y la colonización de tierras hacia el oeste. Convencido, además, de que los Estados Unidos debían ser un lugar de refugio de los oprimidos, estimuló una nueva ley de emigración de naturalización generosa. Además se esforzó por mantener la paz con las otras naciones, en su firme creencia de que conllevaría a una mayor actividad gubernamental y, por ende, a una mayor recaudación de impuestos y un recorte de libertad. A través de su secretario del Tesoro, Albert Gallatin, recortó los gastos y pagó la deuda nacional, con el resultado de que los ingresos nacionales en 1806 resultaron de 14 millones de dólares frente a unos gastos de 8 millones, con un superávit de 6 millones. En 1807 se redujo la deuda nacional a menos de 70 millones. En los estados fue suprimiendo las estipulaciones de propiedad para obtener el derecho al voto y desempeño de cargos, y promulgó leyes más humanas para los deudores y criminales. Pese a todos sus aciertos y su gran aportación a la democracia, la suerte le llevó a tomar decisiones con las cuales extendió al máximo los poderes del gobierno federal, y cuando dejó su cargo, la guerra que tanto intentó eludir parecía cada vez más inevitable. La primera de estas decisiones duplicó la superficie de la nación. El dominio español de las tierras al oeste del Mississippi, Luisiana, fueron devueltas a Francia por intromisión de Napoleón, y los estadounidenses se llenaron de miedo e indignación ante los peligros comerciales que representaban las pretensiones imperialistas coloniales de Napoleón, para equilibrar el dominio anglosajón de América del Norte. Jefferson afirmó que si Francia se hiciera con la Luisiana se aferraría a una fuerte unión con la flota y nación británicas, en una seria amenaza latente contra Nueva Orleáns. Napoleón, que midió acertadamente la repartición de fuerzas y posibilidades, prefirió dejar Luisiana lejos del alcance de los británicos y amistarse con los norteamericanos mediante la venta de la región por 15 millones de dólares. Jefferson accedió a pesar de que ninguna cláusula de la Constitución le 20

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autorizaba, y actuando sin el consentimiento del Congreso. Los Estados Unidos se hacían así con una vasta extensión de llanuras que se convertiría con el tiempo en uno de los grandes graneros del mundo, con más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados y con el valioso puerto de Nueva Orleáns que tanto anhelaban los comerciantes para un impulso de la industria El segundo extraordinario uso de su autoridad federal lo cometió cuando trató de mantener la neutralidad estadounidense entre Gran Bretaña y Napoleón. Consiguió que el Congreso promulgara el decreto de embargo, con lo que prohibía el comercio exterior en un intento de aminorar el potencial bélico de los contendientes armados, y que si fuera posible no recurrieran a la guerra. Fue un duro experimento que golpeó a comerciantes y traficantes marinos, y que además propició el descenso del precio de los productos agrícolas, con lo que granjeros y agricultores del sur y el oeste no dejaron de sentir el golpe. Para colmo no pudo evitarse el talante marcial de Gran Bretaña, y cuando las quejas se pronunciaron en gran medida, Jefferson cambió el embargo por una ley de no intercambio que prometió suspender con cualquiera de los dos países que cesara sus ataques contra el comercio neutral. Esto empeoró las relaciones con Gran Bretaña y no pudo evitarse una guerra en 1812. Hasta entonces se produjo una serie de incidentes que despertaron sentimientos de animadversión, y tampoco podía eludirse el problema con los indios que, según los colonos del Noroeste, eran incitados por los británicos de Canadá para atacarles. Menos aún puede omitirse la influencia de personas codiciosas del Oeste que, representadas en el Congreso, querían apoderarse de todo el Canadá, además de Florida a España, en ese momento aliada de Gran Bretaña. El resultado fue la declaración de la guerra en 1812, durante la presidencia de Madison, uno de los sucesos más desafortunados de la historia de EE.UU., pues al final, la armada británica, más fuerte, se hizo con el dominio completo de los mares y mantuvo un apretado bloqueo de la costa de los Estados Unidos.

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