Origen del Ejército Regular en Canarias en el siglo XVIII. El Batallón de Infantería de Canarias.

June 29, 2017 | Autor: Amós Farrujia Coello | Categoría: Military History, Spanish History, Militias, History of the Canary Islands
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p1 EL BATALLÓN de Infantería de Canarias del siglo XVIII. Así se inició la presencia de un Ejército regular en las islas. 6/7

del domingo revista semanal de EL DÍA

LOS MUSEOS EN LA HISTORIA DEL PUERTO DE LA CRUZ:

ARTE MODERNO Y ARQUEOLOGÍA CANARIA (II) 

Texto: Melecio Hernández Fotos: Pérez Damián Marrero

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iguiendo la línea trazada en el anterior trabajo publicado el 19 de julio, hoy me ocuparé de las salas-museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl y de Arqueología Canaria Luis Diego Cuscoy –la estética modernista de una parte y, de otra, la prehistoria canaria–, que se deben, entre otros promotores y colaboradores, a la acción fundamental de quienes crearon y dirigieron los proyectos y dieron sus nombres a los mismos, y, por supuesto, al apoyo e interés de una nueva asociación cultural en la época, denominada Instituto de Estudios Hispánicos, cuya fundación tuvo lugar en el Ayuntamiento el 12 de febrero de 1953 y el 28 de marzo del mismo año la inauguración oficial en el desaparecido teatro Topham. Inicialmente, sendas colecciones fueron alojadas en los locales bajos del actual colegio Tomás de Iriarte, edificio entonces de reciente construcción situado en la confluencia de las calles Quintana y Agustín de Bethencourt, próximo a los históricos hoteles Mar-

quesa y Monopol. El inmueble fue cedido en uso por el Ayuntamiento presidido por Isidoro Luz Carpenter, uno de los artífices creadores del Instituto hace 62 años, quien “insistió siempre en que la mirada isleña tenía que estar puesta en el mundo europeo y en el americano” (1). De justicia es dejar constancia de que para acondicionar los locales Germán Máximo Reimers adelantó el dinero, además de otras muestras altruistas en pro del arte y la cultura, como la recordada tertulia en sus jardines. Este emplazamiento de la sede, por hallarse dentro del casco histórico, posee la mejor ubicación, pero no es el más idóneo por su limitado espacio para el desarrollo de las actividades previstas en las bases constitutivas; de ahí que se siga clamando por un nuevo inmueble para la mejor conservación y exhibición de los fondos de la institución, además de ofrecer más y mejores servicios a los ciudadanos e investigadores (2). Sin embargo, es el centro cultural por antonomasia de la ciudad portuense, interrelacionado con Hispanoamérica y la península Ibérica, referente pionero y vanguardista de Canarias, que surge en un medio cosmopolita ante la reactivación turística del Puerto de la Cruz.

 Sede del Museo de Arte Contemporáneo MACEW, en la Real Aduana.

Este ambiente propicia que la joven entidad, con vocación americanista, pueda dar a conocer la esencia de la cultura española a una gran cantidad de pueblos no hispánicos. Un buen ejemplo de ello son los tradicionales cursos para extranjeros, desde 1952, pese a unos años de inactividad, hasta su reanudación en 1963, en un contexto sociopolítico “marcado por el monolitismo ideológico y el más recio control de todas las actividades e iniciativas” (3). No obstante, en la década de los cincuenta empezaba a remitir tímidamente en nuestro país el aislamiento internacional; aún así, tiempos difíciles y de pobreza, paro y emigración de los isleños a Venezuela, a la par que el enclave norteño de antigua y dilatada historia se configuraba como principal destino turístico del archipiélago. Desde la génesis del instituto cuenta éste con la integración de relevantes personajes intelectuales, artistas y científicos, entre otros particulares y entidades institucionales de fuera y de dentro: Alberto Sartoris, Eduardo Westerdahl, Luis Diego Cuscoy, Isidoro Luz, Joaquín de Entrambasaguas, Antonio Ruiz, por este orden, fueron pilares fundamentales en la consecución de la institución, referente regional de la cultura hispanoamericana, además de Ce-

lestino González, Telesforo Bravo, Juan Felipe Machado y tantos otros nombres que, aún mereciendo ser citados, resultaría engorroso reproducir aquí y cuyas iniciativas, aportaciones y gestiones hicieron posible la constitución del ente adscrito al Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Resulta extraordinario en tan crucial etapa del régimen franquista que, previamente a la inauguración de ese hito histórico –1953–, como se señala más arriba, la junta rectora del instituto, el 30 de septiembre de 1952, aún en formación, celebrara actividades como la conferencia del arquitecto Alberto Sartoris en el Casino Puerto Cruz y creara los referidos espacios museísticos (4) que albergaron, respectivamente, valiosas piezas pictóricas y arqueológicas. El de arte moderno fue “el primero que en España se constituyó en la década de los cincuenta, anterior al Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, al Museo de Arte Abstracto de Cuenca, o al Museo Picasso de Barcelona (5). Los fondos pictóricos iniciales del Museo de Arte Contemporáneo sumaban veintiséis obras de doce artistas extranjeros, pero al término del primer lustro 1953-58, ascendían a cuarenta

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EN PORTADA y tres de treinta y dos artistas, respectivamente, de la vanguardia internacional de entonces. Wesderdahl, en sus viajes por Europa y la Península, seguía recabando donaciones de piezas de notables pintores vanguardistas para el museo. También el salón de exposiciones del instituto fue el escaparate transmisor de artistas visitantes y residentes extranjeros del siglo XX, hasta la proliferación de manifestaciones artísticas de un número significativo de diversas tendencias y países, sin obviar a los canarios que, al igual que los anteriores, dejaban una muestra con que se fue engrosando la colección de cuadros y que fue la consecuencia de que no se ajustara íntegramente al criterio estético preestablecido por Westerdahl. “Figuraron obras de los artistas nórdicos Akervall y Gulde, donadas por Celestino González Padrón, además de piezas cedidas por Eduardo Westerdahl, que cubrirían el vacío originado por el retraso en el envío del legado de Alberto Sartoris. Entre estas obras se encontraban las de José Caballero, Manolo Millares y Carla Prina, que posteriormente serían retiradas junto con otras obras exhibidas y que habían pertenecido a la colección de Gaceta de Arte –de la que era depositario Eduardo Westerdahl–. Nos referimos a las obras cedidas de Joan Miró, Willi Baumeister y Hans Tombrock […]” (6), y otros artistas entre los que se encuentran Óscar Domínguez, Ángel Ferrant, Karl Drerup, Enrique Planasdurá, Eric Granfelt y Juan Ismael, cuya relación, vicisitudes y corrientes artísticas han sido ampliamente estudiadas por especialistas de las artes plásticas. Decía Pérez Minik de nuestro crítico de arte Eduardo Westerdahl que, con su internacional mundo de relaciones y su bien ganada fama, fue el escritor canario que más había clamado por la posesión de una sala permanente de arte contemporáneo en Tenerife, así como luchado año tras año por su instalación en el Puerto de la Cruz, lugar de su predilección (7). Westerdahl ocupó oficialmente la sección de arte desde la fecha fundacional hasta 1958 y fue el alma máter del primer museo español de arte contemporáneo con obras expresionistas, surrealistas, abstractas e informalistas (8); sin embargo, dirigiría su programa de exposiciones hasta el año 1965 (9). A Westerdahl le sucedió en dicha sección de arte Francisco Bonnín Guerín, “representante de las tendencias más tradicionales del arte insular”. (10). Coincide la época con una desacertada remodelación en el interior del inmueble de la sede y obras en el edificio anejo terminadas en 1960. Los museos se vieron aislados y postergados a espacios inadecuados para el fin que fueron creados, pues sin personal de control y otras condiciones adversas para su conservación y sostenimiento, pronto serían condenados a la clausura con serios daños de los fondos. En el periodo 195862 no hay referencia alguna al Museo Eduardo Westerdahl ni a las obras que

lo componían (11), ya que por razones técnicas y económicas el instituto se vio obligado a cerrar la sala de arqueología y el museo de pintura contemporánea desde 1959 a 1969, pese al nuevo intento de reapertura al público de los mismos en 1965, sumiéndose en un olvido casi absoluto (12). Aunque se trata de una conjetura, las incidencias que contribuyeron a provocar la crítica situación por la que atravesaban los museos –el Círculo Iriarte cerró en 1958– pudieron ser en buena parte al absorbente boom turístico que entonces vivía el Puerto de la Cruz pues el turismo acaparaba primordialmente la atención, y los intereses de los entes públicos e inversores privados, entregados al desarrollismo urbano y la construcción hotelera, resultaron inversos a las aportaciones económicas por parte de los estamentos oficiales, que limitaron las acciones culturales y crearon situaciones restrictivas durante décadas. Clausurado el Museo de Arte Contemporáneo, la voluntad de Westerdahl por mantener vivo el espíritu del arte vanguardista activa exposiciones en la capital tinerfeña, en distintos centros, con piezas de su propia colección y de otros artistas canarios entregados a la tendencia modernista que habían pertenecido o estuvieron vinculados a los fondos del Museo Eduardo Westerdahl. Mientras, seguía siendo indispensable una nueva sede en la ciudad. En los 70 la junta de gobierno, en colaboración con la sección de estudiantes, puso todo su empeño en la rehabilitación del museo de arte moderno. Entre otras acciones que culminaron en fructíferas actividades, así como en la recuperación y limpieza del material pictórico almacenado, se planteó la necesidad de vincular a la ciudadanía en la imperiosa salvación del museo. La corporación municipal traslada y aloja parte de los fondos artísticos del instituto en otras dependencias

 Museo Arqueológico Municipal del Puerto de la Cruz por la calle de Las Longas.

municipales, fuera de su centro de actividades, en la cercana calle Agustín de Betancourt. Pero no sería hasta 1981 cuando se suscita la necesidad de retornarlos a su punto de origen para su restauración y catalogación, tarea esta que en 1983 realiza Ana Luisa González Reimers, logrando se inicie dicha labor en muchas de las piezas almacenadas (13). También en esa década, Ana Luisa y Federico Castro Morales recogen en su Catálogo Histórico (1953-84), editado por el instituto en 1984, la historia y contenido de la pinacoteca, cuyo trabajo marca un antes y un después por el que han de regirse los sucesivos historiadores, sin desmerecimiento de otras prestigiosas publicaciones de reconocidos y prestigiosos autores. Se propuso instalar la colección de arte en la capilla del antiguo colegio de los padres agustinos, propiedad del Obispado (14), al igual que otros destinos como el de los locales de la Cruz Roja, calle Agustín de Bethencourt, en el inmueble de Hernández Hermanos, o casa de José Agustín Álvarez Rixo, e incluso el castillo de San Felipe, o en una nueva sede a construir junto a la estación de guaguas, con acceso por la avenida Hermanos Fernández Perdigón (15). Un conjunto de instituciones oficiales y privadas, así como un gran equipo humano hicieron posible el rescate y catalogación del tesoro artístico de 56 pinturas, de las que se exhibieron por primera vez en 2001 un total de 52 en tres instalaciones del Puerto: Casa de la Real Aduana y las salas de exposiciones del Instituto y la de Arte de CajaCanarias. Obras de la época de Westerdahl como un paisaje de Gustavo Gulde, que ya figuraba en el catálogo de 1953, al igual que otras varias, no se expusieron dado su deterioro. Para tan excelsa exposición se editó en 2001, coordinado por Celestino Hernández, el catálogo Colección de Arte del IEHC Museo de Arte Contemporáneo

Sala Eduardo Westerdahl. Esta muestra itinerante también fue exhibida en los sucesivos años 2002 y 2003 en la sala La Granja, de Santa Cruz de Tenerife, y en La Regenta, de Las Palmas de Gran Canaria. Y como no podía ser menos, este último año, con motivo del cincuentenario de la fundación del instituto, aparte de un gran repertorio de actos culturales, se brindó al público una magnífica selección de pinturas de autores internacionales, regionales y de la comarca de Taoro. En la actualidad se sigue esperando como sede definitiva la ejecución del proyecto del parque de San Francisco, que va para largo, mientras el instituto reactiva su labor expositiva, conservadora e investigadora desde 2007 en la legendaria casona de la Real Aduana, bajo el anagrama MACEW (Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl), y con la dirección de Celestino Hernández Sánchez, donde se van exponiendo cuadros de los fondos de la desaparecida sala Westerdahl, al margen de otras significativas actividades culturales. Museo Arqueológico Municipal En cuanto al Museo de Arqueología Canaria, ha tenido una trayectoria divergente al de Arte Contemporáneo, aunque similar en avatares a lo largo de su existencia, como ya he adelantado, al coincidir en fechas y demandas claves: carencia de espacios estructurales y expositivos así como de condiciones ambientales adecuadas de conservación y de orden económico. La excepción esencial que lo diferencia es que el actual Museo Arqueológico Municipal del Puerto de la Cruz posee sede permanente, mientras que el de Arte Contemporáneo posee una sede vulnerable y provisional al no ser de propiedad municipal y estar a expensas del Cabildo Insular. Se constituyó el Museo Arqueológico

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EN PORTADA como complemento de las actividades culturales del Instituto de Estudios Hispánicos, y, en principio con materiales cedidos fundamentalmente por Telesforo Bravo, Celestino González y otros coleccionistas particulares. En el primer lustro de su fundación, según la memoria-resumen del instituto 19531958, ya contaba con una interesante colección de cerámica y de otros utensilios considerados de gran valor. Estos consistían en piezas del pasado aborigen –especialmente momias y otros restos guanches–, mapas del siglo XVII, colecciones de mariposas, armas y maderas de los montes públicos de Canarias, en parte correspondiente a las donaciones de Juan González Sanjuán y su esposa Leticia Gómez, herederos de Ramón Gómez, que contribuyeron a engrosar los fondos al igual que ocurriera con el legado aportado por los herederos de Luis Diego Cuscoy. Asimismo, adquirió el instituto en 1956 una colección de animales disecados a los hermanos Arrocha, de La Palma. También se enriquecerían estos fondos en 1991 con una importante colección documental de 1.300 libros, principalmente de temas etnográficos, arqueológicos y científicos, y diversos materiales del recordado antropólogo tinerfeño donados por la familia de Luis Diego Cuscoy (16). El principal objetivo desde su fundación era “convertirlo en una institución científica al servicio de la sociedad canaria” (17). Pero, a pesar de su prematuro cierre al público, 1958, y fallido intento de permanencia en su reapertura de 1965, este centro museístico –el primero de sus características establecido en el norte– es un referente que ha cumplido, dentro de sus limitaciones, con las demandas de los sectores sociales, culturales y científicos no sólo del municipio, sino también de proyectos individuales y de grupos expertos de la investigación de la arqueología canaria de ámbito regional y nacional. “En 1980, el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, a través de su secretario D. Jesús Hernández Acosta, se puso en contacto con Dª Matilde Arnay de la Rosa, requiriendo su colaboración para el tratamiento adecuado del material arqueológico allí depositado, especialmente las momias, colecciones que organizaban, catalogaban y limpiaban por aquel entonces D. Nicolás Barroso Hernández; Dª Enma Calero Ruiz y Dª Hilda Hernández Molina, contratados por el Excmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz. Se encargaron entonces bajo diseño de D. Emilio González Reimers y Dª Matilde Arnay de la Rosa las urnas, cuya actual colocación corrió a cargo de estas personas, así como la limpieza y restauración del material arqueológico que seguía siendo feudo de ratas, polillas, cucarachas y otras faunas […]. Los dueños de importantes colecciones arqueológicas se dirigieron [1990] al entonces alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, D. Francisco Afonso Carrillo, proponiéndoles la creación de un Museo Municipal que agrupara dichas colecciones a las que se podrían añadir el material

depositado en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Dicha idea fue muy favorablemente acogida por el Excmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, accediendo asimismo la Junta Rectora del instituto de Estudios Hispánicos a aportar el material allí depositado ofreciendo además su más entusiasta colaboración a la consecución de dicho proyecto”(18). Hubieron de pasar 36 años de aquella última y breve reapertura para andar el largo y difícil camino de su reinauguración, basada en uno de los proyectos culturales del Ayuntamiento. El proceso previo lo marcan los plenos municipales del 28 de julio de 1981 y 28 de septiembre de 1982, en los que se acuerda adquirir la casona situada entre las calles de San Felipe y El Lomo por un importe de 18 millones de pesetas para la nueva ubicación del museo. El edificio de los siglos XVIII-XIX de dos plantas, patio y jardín de predominante estilo arquitectónico clásico, fue restaurado y adecuado mediante una inversión cercana a los veinte millones de pesetas. Estas obras de reforma,

 Museo Arqueológico Municipal.

ejecutadas por la empresa Víctor Rodríguez, S.A., culminaron en 1985 (19)(ED 18-8-1985), siguiendo el proyecto del arquitecto José Miguel Márquez Zárate (19). Concluidas las obras, un fortuito accidente provocado por un container que transitaba por la calle, destruyó el magnífico balcón de madera de la fachada exterior, reconstruyéndose en 1986. Por esa y otras razones, incluidas la desidia y el abandono, demoraron considerablemente la definitiva reapertura de la casa-museo que no se produjo hasta el 29 de mayo de 1991, al frente del cual figura la competente directora-conservadora Juana Hernández Suárez. Previo a tan histórico hito, se ejecutaron obras de acontecimiento y equipamiento general del edificio y medidas de seguridad y conservación de los fondos, siendo destacable el laboratorio de investigación, fotografía y reproducción gráfica, con una aportación municipal de 7,5 millones de pesetas provenientes de una aportación municipal, entre otros equipamientos (20). También existía un proyecto a rea-

NOTAS (1)Testimonio de Jesús Hernández Acosta en el homenaje a Isidoro Luz Carpenter celebrado en el Puerto de la Cruz en mayo de 1981. (2) El Día, 1-10-2000. (3) Hernández González, Manuel. Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias 1953-2002. Medio siglo de historia cultural. Edición IEHC, Puerto de la Cruz, febrero 2003, página(11) (4) González Reimers, Ana Luisa y Castro Morales, Federico. Fondos Pictóricos del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Catálogo Histórico (1953-1984). Edición IEHC, Puerto de la Cruz, 1984, página (8) (5) Ídem, página 1(8) (6) Ídem, página 10. (7) Pérez Minik, Domingo. “En el Instituto de Estudios Hispánicos: un museo de arte moderno”. Programa de fiestas de julio. Puerto de la Cruz, julio 1955. (8) González Reimers, Ana Luisa y Castro Morales, Federico. Íbidem, página (8). (9) Hernández, Celestino y otros. Colección de Arte del Instituto de Estu-

lizar en 1992 que consistía en ampliar las instalaciones con la construcción de un edificio anejo al actual, que dispondría de un salón de actos y dos plantas de exposiciones que, afortunadamente, no se llevó a cabo, ya que el resultado hubiera sido un pegote adherido al bello edificio que fuera casa de vivienda particular. El propio instituto fue el administrador del museo hasta que, constituido el patronato del Museo Arqueológico en 1982, pasó a ser este órgano el depositario y administrador, presidido por el alcalde de turno de entonces, Félix Real, y demás integrantes: dos por la corporación municipal, cuatro por el Instituto de Estudios Hispánicos y dos de los pioneros impulsores del museo, Celestino Hernández y Telesforo Bravo (21). El Museo en La Ranilla atrajo a expertos arqueólogos, estudiosos, colegios, etc., además de ser un reclamo turístico para nuestros visitantes. Reclamos que cada vez son menos, ya que el Puerto de la Cruz, si exceptuamos el buen clima, sus gentes y su bella costa rocosa y atlántica, desde hace décadas viene perdiendo sus valores más fundamentales con gravea perjuicios de carácter laboral, turístico, económico y un largo etcétera para el municipio. Por ello, hay que reconocer que aunque la ubicación del museo es inmejorable, el inmueble y sus instalaciones no reúnen todas las condiciones necesarias para la total conservación, protección y exhibición del patrimonio prehispánico e histórico albergado entre sus paredes. De ahí que haya perdido interés público, dadas las precarias condiciones que hacen imposible cumplir con los cánones que corresponden a una institución de esta clase. Y para terminar por hoy, una pregunta: ¿llegarán, en un futuro más próximo que lejano, a contar los museos de Arte Contemporáneo y de Arqueología con instalaciones dignas, adecuadas y seguras para evitar las reiteradas mudanzas que conllevan riesgos de pérdida y deterioro del rico patrimonio que conforman la colección pictórica y la arqueológica procedentes del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias? ¿Es que los inmuebles apropiados para tal fin son todos de propiedad del Obispado y Cabildo, y el municipio no dispone de patrimonio inmobiliario que se adapte a lo exigible para la instalación de los dos únicos museos existentes en el Puerto de la Cruz?

dios Hispánicos de Canarias. Museo de Arte Contemporáneo Sala Eduardo Westerdahl. Imprenta: Producciones Gráficas. 2001, página 6(9) (10) Ídem. Pág. 31. (11) (11) González Reimers, Ana Luisa y Castro Morales, Federico. Íbidem, páginas 14/15. (12) El Día, 31-05-1991. (13) González Reimers, Ana Luisa y Castro Morales, Federico. Íbidem, páginas 1(6) (14) El Día, 25-03-2003. (15) Hernández, Celestino y otros. Íbidem, página 21. (16) El Día, 23-O5-1991. (17) Hernández González, Manuel. Íbidem, página 137. (18) Revista local Puerto de la Cruz, nº 6 julio-agosto 1983, página 4(4) (19) El Día, 21-6-198(4) (20) El Día, 28-05-1991. (21) Boletín Informativo Municipal del Ayuntamiento de Puerto de la Cruz nº 1 época III , Julio 1990 , página (9)

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NUESTRA SEÑORA DE GUÍA: SU PRIMITIVA ERMITA 

Texto: José María Mesa Martín

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l culto a Nuestra Señora de Guía es una de las devociones marianas de más arraigo en la geografía tinerfeña, tanto por su antigüedad como por su extensión geográfica, máxime en unos tiempos donde las comunicaciones eran arduas, pues los serpenteantes caminos estaban condicionados por el accidentado relieve, que confería a algunas zonas una aislamiento forzoso, como era el del alejado Malpaís de Isora, donde se encontraba el santuario de Nuestra Señora de Guía. Sobre las fiestas celebradas a la Virgen se han publicado muchos datos a lo largo del tiempo, referidos a los más variados aspectos, dada la coexistencia de circunstancias variopintas, tanto de tipo social como etnográfico(1). Nuestra señora de Guía fue protectora de las órdenes militares de caballería, de ahí que su fiesta se denominara “Fiesta de los Caballeros” y que dentro de los exvotos de plata que aún conserva sean los caballos un tema predominante. El estricto protocolo de nobleza establecido en torno a la imagen hizo que los años pares la fiesta debiera ser asumida y priostada por un hijo amayorazgado de los principales linajes insulares, o por dos segundones, mientras que si el año era impar la fiesta debería correr a cargo de cuatro vecinos de Garachico(2). Esto daría lugar a que su fiesta recibiera el epíteto de “Fiesta de la Nobleza”. Junto a estos, hay otros aspectos notorios por el derroche y el desenfreno, como: almuerzos pantagruélicos, juegos prohibidos, bebidas, danzas, bailes y zapateos al parecer de poca urbanidad, travestidos, actos y conducta de mucha disipación, que se amparaban a la sombra de la élite insular, lo que dio en llamarla “Fiesta de los Borrachos”... Lo curiso es que todos estos calificativos coincidieron en el tiempo, según el contexto donde se usaran. Sin embargo, el origen de su culto es la parte que realmente permanece ignota, y a lo largo del tiempo se han dado muchas versiones. La más divulgada es la de un manuscrito conservado en el convento Concepcionista de Garachico donde se narra el hallazgo de la Virgen en presencia de miembros de la nobleza y dándole un protagonismo relevante a la familia Ponte en el culto y construcción de su ermita. También es este cenobio de la Villa y Puerto el recinto que alberga la que se ha considerado primitiva imagen de Nuestra Señora de Guía.

El manuscrito en cuestión aporta la fecha de 1670 como referente cronológico de los hechos acaecidos. Sin embargo, esto entra en contradicción con las noticias aportadas por fray Alonso de Espinosa, quien en 1594, en su obra sobre la Virgen de Candelaria, nos dice: “Nuestra Señora de Guía está en el Malpaís de Isora entre Sgo y Adeje que es imagen de mucha devoción y de quien se refieren milagros”(3). Por lo que algunos autores han pensado en un lapsus o error de transcripción del citado texto conservado en el monasterio referido, rebajando la cronología a 1570, para no entrar en contradicción con Espinosa(4). Sin embargo, a través de algunos artículos publicados ya hemos aportado alguna documentación referente al culto a la Virgen de Guía a lo largo del siglo XVI, lo que supone un culto mucho más antiguo. Desde el inicio de sus festividades, todo lo concerniente a ellas debió de estar anotado y registrado en un libro de protocolos que se guardaba en Garachico, y que debió de desaparecer en algunos de los luctuosos sucesos que ha padecido la Villa y Puerto. Sin embargo, todos los aspectos concernientes a la fiesta deberían ser públicos y notorios, independientemente de que estuvieran registrados y protocolizados, lo que hacía que los aspectos más intrínsecos de las fiestas formaran parte del imaginario colectivo de los vecinos, para quienes era pública voz y fama que sus antepasados acudían desde principios del siglo XVI al santuario isorano a rendir pleitesía a la Señora de Guía. Del momento en que el nuevo orden establecido en la isla toma conocimiento de la presencia de esta imagen en tan apartado lugar nada sabemos. Es evidente que su localización en una cueva tierra adentro, ubicada en un contexto aborigen, en medio de los auchones del canto del Malpaís, y los de los márgenes del barranco, que desde entonces pasó a denominarse Barranco de Nuestra Señora de Guía, y en medio de dos hitos de la cultura guanche como eran el Chajajo y el Tagoro, evidencian un culto ancestral y desde luego diferente al de las imágenes marianas halladas en las costas del sur de Tenerife. Desde cuándo estaba la imagen en poder de estas comunidades y del significado que podía tener para ellas este objeto de culto no podemos aventu-

rarnos a sacar conjeturas. Sin embargo, con el establecimiento de los primeros colonos surge la necesidad de construirle una ermita que la dignificara, sirviera de acogida a sus devotos y romeros, y le redimiera del culto troglodita. Culto que, por otra parte, le había conferido a la imagen un pecunio particular, pues la obra de su ermita se costearía con el dinero de la misma, lo que evidencia que ya debía de recibir mandas, limosnas y ofrendas por parte de los fieles y tener un mayordomo que las gestionara. Así, el 28 de agosto de 1536, se reúne en San Pedro de Daute Fernán Gonsales, en calidad de mayordomo de la ermita, con el cantero portugués Duarte Gómez, para realizar el contrato y terminar la construcción de ese primitivo recinto donde venerar a Nuestra Señora de Guía, que, al parecer, ya estaba levantado y solo a falta de la cubierta. El hecho de que se recurra a un artífice portugués no nos debe extrañar pues, por una parte, Duarte Gómez fue un personaje relevante en el panorama arquitectónico del momento y, por otro lado, entre el contingente de nuevos colonos establecidos en las inmediaciones del Malpaís de Isora los portugueses ocuparon un lugar i m p o r t a nt e , como lo deja entrever el antiguo barrio de Guicios. Sin embargo, al parecer y según el documento que transcribimos a continuación, el mayordomo de la ermita era oriundo de Tenerife, cosa que no implica que no tuviera ascendencia lusa: “Sepan quantos esta carta vieren como yo duarte gomez cantero vezino desta Ysla de tenerife otorgo e conozco por esta presente carta q estoy concertado convenido e igualado con vos fernan gonsales natural e vezino desta isla de tenerife mayordomo de la yglesya de nra señora

NOTAS (1) En “Historia de Nuestra Señora de Guía” [Textos y documentos], proyecto coordinado por Cirilo VELÁZQUEZ RAMOS y recopilación de varios autores, se hace una sinopsis de lo publicado referente al culto a la Virgen de Guía. (2) MESA MARTÍN, José Mª. “Ycod y el Malpais de Isora: la Fiesta de San Agustín”. Ycoden. Revista de Ciencias y Humanidades. Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico de Ycod. Nº 4. Año 2002. Pag. 172. (3) ESPINOSA de, F.A: “Historia de Nuestra Señora de Candelaria”. Goya Ediciones, Santa Cruz de Tenerife 1980. Pg. 80.

 Iglesia parroquial de Guía, desaparecida a principios del siglo XX, e imagen de la Virgen de Guía.

de Guya q es en el malpays de zora. en esta manera q yo el dicho duarte gomez me obligo a armar e maderar la dicha yglesia q esta en el dicho malpays, de madera perteneciente a ella labrada [...] ponyendole tirantes flechales quadrados e tijeras e todo lo demás necesario a la dicha obra e de manera q a de ser todo a my costa e mysyón e sin que para ello me sea dado cosa alguna por vos el dicho fernan gonsales e asy mysmo yo el dicho duarte gomez me obligo a poner toda la clavazon necesaria q abaste pa la dicha obra [e me] obligo e prometo de dar hecha e acabada la dicha yglesia por todo el mes de mayo primero q sea del año de myle e quynientos treynta e syete. E asy mysmo me obligo de tejar la dicha yglesia después de maderada dándome vos el dicho fernan gonsales la teja [colocada] al pie de la obra a vuestra costa e lo demás a my costa e mysyon e asy mysmo tenerla tejada e acabada por todo el dicho mes de mayo del dho año por razón de lo qual vos el dicho fernan gonsales aveys de ser obligado e vos obligays de me dar veynte e syete doblas de oro de la moneda de tenerife […] las veynte doblas como fuere haciendo la obra e las syete restantes a cumplimyento de las dichas veynte e syete doblas por el dya de san Juan de junyo luego syguyente del dicho año de myle e quynyentos e treynta e syete e desta manera e con todo quanto dicho tengo prometido e me obligo de no mesalir ny quitar afuera de lo susodicho”(5). Fernán Gonsales se comprometería con las cláusulas del contrato, asumiéndolo y aceptándolo, pero curiosamente ni éste ni Duarte Gómez sabían escribir ni firmar, por lo que actuó como mediador, entre otros, Fabián Viña, quien sería un personaje destacado de la Villa y Puerto, construiría el castillo de San Miguel, del que sería alcaide vitalicio, edificaría la ermita de San Andrés en la Caleta, sería también alcalde de Garachico y regidor de la isla(6), y sería documentalmente el primer miembro de la élite garachiquense que encontramos vinculado al culto de Nuestra Señora de Guía desde los inicios de la construcción de su ermita, y en la que al parecer no figura la presencia ni la sombra de ningún miembro de la familia Ponte, como tradicionalmente se ha creído por así recogerlo el manuscrito concepcionista que ya hemos mencionado. La primitiva ermita, construida en 1536, permaneció en pie hasta principio del siglo XVIII, en que fue derribada para ser ampliada. De nuevo estaría abierta al culto en 1705(7) y, tras sucesivas reedificaciones y ampliaciones a través del tiempo, sería el origen del templo actual, edificado en 1902 y donde se le sigue dando culto a la legendaria advocación Nuestra Señora de Guía.

(4) ACOSTA GARCÍA, Carlos. “Isora Garachico y la Virgen de La luz”. Excmos. Ayuntamientos de Guía de Isora y de Garachico y Centro de la Cultura Popular Canaria. Abril 1991. Pg. 14. (5) AHPSCT. Documento suelto y extraviado de su protocolo original, que en el momento de consulta estaba catalogado como Doc. Sin Clasificar. (6) ACOSTA GARCÍA, Carlos. “Apuntes generales sobre la historia de Garachico”. AULA DE CULTURA DE TENERIFE. Cabildo de Tenerife 1994. Pg.569. (7) MORÍN, Constanza. “Patrimonio Histórico Artístico de Guía de Isora”. Ayuntamiento de Guía de Isora 1990.Pg. 29.(4)(6)

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INVESTIGACIÓN EN PORTADA

TURISMO

Pepe Dámaso  José Dámaso Trujillo, conocido popularmente como Pepe Dámaso, nace en Agaete el 9 de diciembre de 1933. Pintor, escultor, muralista y grabador, es uno de los artistas más prolíficos que emergen en las Islas Canarias en los últimos años. Pinta desde los seis años y según sus propias palabras “por necesidad vital; vivir es pintar y pintar es vivir”. En sus primeros años su formación es autodidacta. Tienen gran influencia en él artistas de renombre como César Manrique, con el cual trabará una importante amistad. En 1954, cursa estudios en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Madrid y en 1955, es admitido en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría (Sevilla). También ha dirigido las películas “La umbría” y “Réquiem para un absurdo” y el documental “La reina”. Su primera exposición individual tiene lugar el 4 de agosto de 1951 en el Casino La Luz, de Agaete. Desde aquí ha seguido exponiendo y exportando su arte desde Gran Canaria al resto del Archipiélago, conquistando también la Península y finalmente, triunfando internacionalmente al exponer en ciudades como Nueva York, París, Oporto, Copenhague, y Belgrado, además de otras de Cuba. La obra de Pepe Dámaso parte de la cultura vernácula que también inspiró al pintor modernista canario Néstor y se adscribe a una estética que ahonda en la identidad canaria. La gran capacidad imaginativa del artista le ha llevado a producir una obra de gran riqueza temática, dialogando muchas veces con la literatura que más le entusiasma (Alonso Quesada, García Lorca, Fernando Pessoa, etc.) y con el pasado histórico, botánico y geológico de las Islas, o incluso con la piedad que le inspiran seres populares de su entorno. Así nos encontramos con una producción de series pictóricas como “La umbría”, “Sexo quemado”, “La muerte puso huevos en la herida”, “Héroes del Atlántico”, “Juanita”, “Dragos y Teides”, etc. Es amplísima la bibliografía local, nacional e internacional que la obra de Dámaso ha generado. Puede verse obra suya en diversos museos de prestigio, y especialmente adornando las paredes y muros de distintas instituciones públicas de nuestras islas, como consejerías del Gobierno autónomo, cabildos y no pocos ayuntamientos. Actualmente ha comunicado al presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, su decisión de regalar al pueblo de Canarias su patrimonio artístico, que incluye unas 6.000 obras.

Serie “Pintores Canarios”, cuadro nº 28 (técnica mixta sobre papel de acuarela)

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CLAVES DEL CAMINO

ALBORES DEL EJÉRCITO REGULAR EN LAS ISLAS

EL BATALLÓN DE INFANTERÍA DE CANARIAS EN EL SIGLO XVIII 

Texto: Amós Farrujia Coello (Máster en Estudios Históricos Avanzados y doctorando en Historia)

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urante prácticamente toda la Edad Moderna (ss. XVI-XVIII), Canarias apenas tuvo tropas regulares, es decir, de sueldo continuo, protegiendo y guarneciendo las islas [1], por lo que la defensa de las mismas recayó en sus habitantes a través del cuerpo de milicias. Dadas las dimensiones del imperio español en el siglo XVIII, era materialmente imposible guarnecer todas las Canarias con tropas regulares, además de ser muy costoso económicamente. Pero bajo el reinado de Carlos III (1759-1788) esta política empezó a cambiar de manera progresiva, destinando grandes recursos a mejorar las defensas del imperio, sobre todo tras el golpe sufrido en la guerra de los Siete Años, con la pérdida temporal de La Habana en 1762. Las milicias en la Península y en América fueron reformadas a través de nuevas ordenanzas de milicias, y poco después les tocó el turno a las de Canarias. A estas últimas se destinaron en 1768 como guarnición tres compañías de infantería “fija” de sueldo continuo, dos situadas en Santa Cruz de Tenerife y una en Las Palmas de Gran Canaria, con cien hombres cada una [2], que fueron la primera manifestación de tropas regulares establecidas en Canarias en número significativo. Estas compañías constituyeron el embrión del futuro Batallón de Infantería de Canarias. Además de estas unidades se formó otra, la Compañía del Real Cuerpo de Artillería Fija de Canarias [3], con plaza en Santa Cruz de Tenerife y dotación de 60 hombres. Es significativo que las unidades regulares en Canarias, las tres compañías fijas de infantería y la de artillería, al menos en la década de 1770, formaron parte del llamado Ejército de África [4], con un total de 360 hombres. En el estado de las compañías de infantería fija de Canarias con plaza en Santa Cruz de Tenerife que he consultado, de fecha 11 de febrero de 1777, hallamos al futuro comandante accidental del posterior Batallón de Infantería de Canarias que participó de forma decisiva en la defensa de Santa Cruz de Tenerife los días 24 y 25 de julio de 1797, Juan Guinther, teniente de la primera compañía de infantería

fija de Canarias bajo el mando del capitán José Llorac. En otro estadillo de 17 de julio del mismo año, encontramos a Guinther sirviendo con el mismo grado pero en la tercera compañía de infantería fija, al mando del capitán Pedro Higuera [5]. A raíz de la guerra de independencia de los Estados Unidos (1775-1783), en la que España participó a partir de 1779, fueron aumentadas las compañías de sueldo continuo situadas en Canarias a petición del capitán general de las islas, marqués de La Cañada. De tres compañías se pasó a seis según la Real Orden de 29 de julio de 1780 [6]; pero todavía en 1784, terminado ya el conflicto, se estaba intentando formar esas tres compañías de infantería extra debido a la falta de individuos jóvenes a causa de las reclutas con destino a Luisiana y La Habana [7]. No fue hasta el estallido de la Revolución Francesa, en 1789, cuando de nuevo volvió a preocupar la seguridad en Canarias. La continua emigración de los naturales de las islas y la escasez de jóvenes, que apenas bastaban para cubrir los puestos vacantes en las milicias, preocupó a las autoridades militares en Canarias. Por ello, con fecha de 31 de diciembre de 1792 se promulgó la Real Orden por la que se constituía el reglamento para el Batallón de Infantería de Canarias, que se debía formar en la plaza de Santa Cruz de Tenerife para su servicio en aquellas islas. Efectivamente, como dice el artículo primero del citado reglamento, “el Batallón se establecerá en la Plaza de Santa Cruz de Tenerife, y tendrá el nombre de Batallón de Infantería de Canarias, siendo su Inspector el Comandante General” [8]. El batallón se componía de cuatro compañías, cada una con 154 individuos, haciendo un total de 616 militares. Las tres compañías fijas de infantería que existían con anterioridad en Canarias fueron integradas en dicho batallón [9], no así la compañía de artillería, que continuó siendo una unidad independiente [10]. De esta forma, los comandantes generales destinados en Canarias lograron lo que pedían con tanto ahínco: una unidad militar del ejército regular para

 Soldado del Batallón de Infantería de Canarias (en, González Yanes, Emma: El Prebendado Don Antonio Pereira Pacheco. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna. 2002)

guarnecer las islas y que tan famosa se hará tras su participación en la Gesta del 25 de julio de 1797. Pero lo que no indicaba el citado reglamento es que el batallón se compusiese, en buena medida, de militares presidiarios encarcelados en Ceuta y Cádiz. Por una carta con fecha de 4 de julio de 1793, el ministro de la Guerra, Campo Alange, comunicaba al capitán general Antonio Gutiérrez la Real Orden por la cual el rey mandaba que, para completar el batallón de Canarias a la mayor brevedad posible, autorizaba a escoger 300 “desterrados de condenas limpias”, es decir, sin delitos de sangre, de la plaza de Ceuta, a fin de no entorpecer la recluta (”banderas”) de La Habana y la de Cuba, que se estaba realizando en esos momentos en Canarias [11]; extremo este que desconocemos si llegó a producirse. La siguiente noticia sobre nuevas incorporaciones al batallón la hallamos en una carta de 2 de marzo de 1794, localizada en el transcurso de mis investigaciones, por la cual sabemos que el navío América, de la Real Armada, fondeó en el puerto de Santa Cruz de Tenerife el 28 de enero del mismo año, “conduciendo los individuos que existían en Cádiz con destino a este batallón de Canarias...”[12]. La razón de que se formara la unidad con condenados era que, aduciendo la despoblación de las Canarias a causa de la intensa emigración, se decidió no causar mayor quebranto a la población de la isla, reuniendo a presidiarios para formar dicho cuerpo. Mientras se iba dotando de personal a la recién creada unidad, una nueva Real Orden de 14 de diciembre de 1793, casi un año posterior a la creación del reglamento del batallón, declaraba que el “Batallón de Infantería no debe reputarse ni llamarse fixo, sino batallón de Canarias, y que por consiguiente sus indi-

viduos deben estar sujetos a la jurisdicción castrense y gozan de las exenciones y privilegios que la demás tropa de infantería del Exercito” [13]. De esta manera se le daba a la unidad un estatus de igualdad frente a otras unidades regulares del ejército. En Tenerife existían muchos recelos hacia esta nueva formación. El Síndico Personero General de la isla, Bartolomé Agustín González, expuso en una carta una lista de quejas [14]. En este escrito, de indudable novedad para el propósito de mis indagaciones, su autor empezaba argumentando que un batallón de seiscientos individuos, “o aunque fuese de doble número de muy poco puede servir a la seguridad de un país dividido en siete porciones distantes, y que tienen tantos puntos de ataque. [...] Es innegable que los mismos naturales son los que pueden defenderlas [...]”. El síndico personero continuaba explicando que “apenas estos seiscientos soldados han puesto el pie en un país [Tenerife] en el que por fortuna eran hasta ahora desconocidos los extremos de la corrupción y del crimen, cuando todo ha mudado de semblantes. Los caminantes que antes podían transitar a cualquier hora de la noche, se han visto acometidos de salteadores que les roban amenazando quitarles la vida; las casas que nunca habían sido forzadas por ladrones a mano armada se han visto ya en la misma plaza de Santa Cruz despojadas con violencia a presencia de sus mismos dueños, y las costumbres han sido ultrajadas de todas maneras, en público y en particular. Actualmente hay un sin número considerable de soldados del Batallón presos por todos estos delitos. [...] En fin, todos los habitantes de esta isla se hallan atemorizados, horrorizados y evitan con más esmero el encuentro y la inmediación de estos presidiarios que lo harían de sus más crueles enemigos”[15]. No cabe duda de que la relación entre los miembros del batallón y los habitantes de Santa Cruz comenzó de la peor manera posible. Al recelo de la población local hacia el batallón se le unieron el coste del mantenimiento de dicha unidad y la desconfianza hacia la misma por parte de las autoridades civiles, que seguían apostando por las milicias como verdaderos defensores de la isla. Y todo ello en un momento en el que España se encontraba de nuevo en guerra, esta vez contra la Francia revolucionaria, en la llamada guerra de la Convención o del Rosellón

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(1793-1795). En ella, el presidente de la Real Audiencia de Canarias, situada en Las Palmas de Gran Canaria, había propuesto al ministro de la Guerra, Campo Alange, el envío de tres regimientos de milicias provinciales canarios con destino al Rosellón. Esta idea causó el total rechazo de las autoridades civiles dado el precario estado de las milicias, agravado por la continua emigración de los varones jóvenes. En este contexto se enmarca una interesante carta sin fecha ni firma, pero que puedo datar en torno a 1794, conservada en el Archivo Municipal de La Laguna, en la que se dice que los 600 hombres del batallón no podrán rechazar al enemigo en un supuesto desembarco si las milicias son enviadas a combatir al Rosellón. Se alegaba no sólo que estos soldados del batallón eran menores en número a unos milicianos que ya se encontraban desplegados en todas las islas, sino que además no estaban acostumbrados a la aspereza del terreno, y no tenían el estímulo para defender los hogares como lo haría un miliciano del país. Recordaba el escrito que las milicias combatían sin causar gastos al Real Erario, a diferencia del batallón, y que las Canarias se habían conservado bajo el dominio del rey sin apoyo de ningún tipo de guarnición, presidio o tropa del ejército, rechazando las milicias a ingleses, holandeses, moros y piratas. La carta terminaba de la siguiente manera: “[¿] Y qué auxilio pueden esperar de los 600 hombres del batallón [...] compuesto de unos presidiarios por sus maldades[?]”[16]. Finalmente, el comandante general Antonio Gutiérrez de Otero intervino en el asunto de la recluta para el Rosellón. Dispuso que embarcaran sólo los granaderos y cazadores de los regimientos de milicias provinciales canarios, más el recientemente constituido Batallón de Infantería de Canarias. De esta manera Gutiérrez enviaba a unos individuos que consideraba mejor instruidos que los milicianos, y que serían más convenientes para el combate, evitando así que saliera más gente para el Rosellón, a la vez que aliviaba la Tesorería, pues no había suficiente dinero para pagar a dicho batallón [17]. Tal decisión por parte del capitán general, sancionada por el ministro de la Guerra y el propio monarca, causó una

inmensa satisfacción al cabildo tinerfeño, que le envió una carta expresándole su “respeto, sumisión y gratitud, por la benéfica resolución de nuestro soberano”[18]. Una vez terminada la guerra con Francia, en 1795, el batallón fue restituido de nuevo a Canarias justo a tiempo, pues en 1796 España volvía a estar en guerra, esta vez aliada con sus antiguos enemigos los franceses, para hacer frente a los británicos. Es en estos momentos cuando, recién arribado el batallón y los granaderos provinciales a Tenerife tras la campaña del Rosellón, varios milicianos pidieron permiso a Juan Guinther para pasar a formar parte del batallón de Canarias, quien escribió a su superior acerca de las ventajas que ello conllevaba, ya que los reclutas “que hagan aquellas Yslas son bien pocos”[19]. Ignoramos la respuesta, pero sí sabemos que el batallón fue recibiendo cada vez más hombres procedentes de las milicias canarias con el paso del tiempo. Fue en el conflicto con Gran Bretaña anteriormente citado en el que se insertó el ataque del contraalmirante Horatio Nelson al puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, en julio de 1797, y en el que participó de forma decisiva el Batallón de Infantería de Canarias. Es preciso señalar que dicho batallón no se hallaba al completo, únicamente disponía de 247 hombres (estando destinados 60 a Gran Canaria, y otros 40 a La Palma[20]). Al ser la única unidad de infantería veterana, su actuación fue decisiva al rechazar a los británicos junto con el concurso de los milicianos y de los paisanos, a quienes daba soporte a costa de la fragmentación de la unidad en pequeños destacamentos de apoyo para evitar así, en la medida de lo posible, deserciones y flaquezas en la lucha por parte de unas tropas poco disciplinadas. Según el informe del general Gutiérrez de 3 de agosto de 1797, que obra en el Archivo Histórico Nacional, los muertos del batallón fueron seis, y otros seis los heridos [21]. Pero lo más importante es el cambio de percepción de las élites locales y de la población en general hacia el Batallón de Infantería de Canarias gracias a su actuación aquel 25 de julio de 1797. Como escribió Vicente María Patiño: “[...]Batallón de Infantería, cuerpo respetable que

NOTAS [1] La excepción era el presidio situado en Las Palmas, con una dotación de entre 40 y 60 soldados del ejército en el siglo XVI. SOLBES FERRI, Sergio. “La defensa de las Islas Canarias en el siglo XVIII: modificaciones presupuestarias para su financiación”. Un Estado Militar. España, 1650-1820. Agustín González Enciso (ed.), Actas, Madrid, 2012, p. 90. [2]DARIAS PADRÓN, Dacio Victoriano. “Sumaria historia orgánica de las milicias canarias”. El Museo Canario. Parte II. 1953, Las Palmas de Gran Canaria. pp. 174 y 175. [3] Archivo Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. Sin catalogar. [4] Ibíd. [5] Ibíd. [6] Archivo Militar Intermedio (A.M.I.). Museo Militar de Almeida. Caja 1092, carpeta 7. s/f. [7] A.M.I. Museo Militar de Almeida. Caja 1092, carpeta 7. s/f. [8]Archivo Histórico-Provincial de Santa Cruz de Tenerife. (A.H.P.S.C.T.).Fondo Zárate-Cólogan. Caja 1120. “Reglamento para el batallón del infantería de Canarias”. Artículo 1º. s/f. [9] A.H.P.S.C.T. Fondo Zárate-Cólogan. Caja 1120. “Reglamento para el batallón del infantería de Canarias”. Artículo 5º. s/f.

con razón se puede gloriar desde la memorable acción del 25 de julio pues que él solo con su valor se opuso a que esos mismos desertores [los milicianos] fuesen víctimas de un orgulloso enemigo que ya se gloriaba de una victoria fácil [...]”[22]. Tras la batalla de Santa Cruz, el batallón lo siguió siendo de castigo. Obtenía sus reemplazos de dos maneras: por un lado, los condenados, normalmente procedentes de la Península, y por otro lado, los voluntarios, procedentes de Canarias, teniendo en cuenta aquí los trasvases puntuales de milicianos canarios a dicha unidad ordenados por las autoridades militares competentes, como ya apunté con anterioridad. Por ejemplo, y para el año de 1799, Francisco Navarro, José Manuel Peña y Sebastián Pérez procedían de la recluta voluntaria de Gran Canaria (Vega y San Lázaro), mientras que los sentenciados provenían de lugares tan dispares como Cataluña, Granada, Andújar, Antequera o Vizcaya[23]. Este mismo año, con fecha de 4 de marzo, se aprobaba que el batallón formara su propia compañía de granaderos compuesta por 105 hombres[24]. Seis años más tarde, en 1805, hallamos un estado cuatrimestral del regimiento de milicias provinciales de Garachico en el que se informa del trasvase al bata-

[10] Por Real Orden el rey ordenó aumentar el número de artilleros de dicha compañía de 60 a 100 plazas, trayendo 52 artilleros desde la Península completando el resto de la dotación con militares “que hubieren sido y sean ordenados a presidio”, es decir, condenados. A.M.I. Caja 1092. Carpeta 19. 8 de abril de 1799. s/fº. [11] A.M.I. Caja 1088. Carpeta 4. fº1rº. [12] Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. (A.R.S.E.A.P.T.). Fondo Casa Tabares de Nava. Milicias Canarias. Papeles diversos. 1736-1800. Tomo IV. Signatura FTN 43. fº 125rº. [13] A.M.I. Caja 1088. Carpeta 5. fº1rº. [14] A.R.S.E.A.P.T. Fondo Casa de Nava. VI Marqués de Villanueva del Prado. Asuntos Políticos. Personería General. RM. 275 (4/556). 15. fº 135rº-136rº. [15] Ibíd. fº135vº y 136rº. [16] Archivo Municipal de La Laguna. (A.M.L.L.). Fondo Ossuna. Caja 84. Carpeta 5. s/f. [17] A.R.S.E.A.P.T. Fondo Casa de Nava. VI Marqués de Villanueva del Prado. Asuntos Políticos. Personería General. RM. 275 (4/556). 15. fº 128 rº. [18] A.M.L.L. Actas del Cabildo. Oficio 2º. Libro 29.Sesión de 24 de julio de 1794. fº88rº.

 Informe sobre Recluta al Rosellón 1794 (Archivo Municipal de La Laguna, I-VIII, 30. Sección I, fº50rº).

llón de 36 fusileros[25]. El Batallón de Infantería de Canarias fue cada vez más apreciado, era una unidad veterana tras la campaña del Rosellón y la defensa de Santa Cruz, y de nuevo se contó con ella cuando en 1808 empezó la Guerra de la Independencia frente a la Francia napoleónica. Efectivamente, por Real Orden de 25 de noviembre de 1808, la Junta de Sevilla ordenó al comandante general de Canarias el envío a la Península de las tropas veteranas, incluyendo el aguerrido batallón. El 29 de marzo de 1809 salía la expedición desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife[26], llegaba el 9 de abril a Cádiz, partiendo al día siguiente hacia Sevilla. Según el brigadier Armiaga, segundo jefe de la división del marqués de Zayas, en el que estaba incluido el batallón, la instrucción y disciplina de la unidad canaria era la mejor de toda la división[27]. En julio de 1809 participó en la batalla de Talavera. En 1810 permanece en Andalucía, participando en numerosas acciones. En mayo de 1811 el batallón, que formaba parte de la división de Lardizábal, tomó parte con 433 efectivos en la batalla de La Albuera, la más sangrienta de la Guerra de la Independencia, y donde el batallón resistió un fuerte ataque francés a costa de perder una quinta parte de sus efectivos[28]. Al año siguiente, la unidad, que fue recompuesta con nuevos reclutas peninsulares, estuvo presente en la batalla de Castalla, sufriendo 106 bajas. En 1813 el batallón avanzó hacia Tarragona, para terminar la guerra en 1814 asediando Sagunto[29]. Así pues, al Batallón de Infantería de Canarias le tocó vivir una época convulsa, protegiendo primero las costas y plazas canarias, y posteriormente a la misma nación frente a la agresión francesa. Pese al frío recibimiento de los canarios a este batallón, su arrojo en la defensa de Santa Cruz frente a Nelson le granjeó el orgullo de la población local, combatiendo a los franceses con el conjunto de las fuerzas españolas. Estos son los antecedentes de la actual unidad del ejército español, el Regimiento de Infantería Ligera Tenerife Nº 49, sucesor del antiguo Batallón de Infantería de Canarias.

[19] A.M.I. Caja 1092. Carpeta 14. fº2rº. [20] COLA BENÍTEZ, Luis, y GARCÍA PULIDO, Daniel. La historia del 25 de julio de 1797 a la luz de las fuentes documentales. Ediciones Umbral, Santa Cruz de Tenerife. 1999. pp. 42 y 43. [21] Archivo Histórico Nacional. Estado. Sección III. Legajo 569 s/f. [22] A.R.S.E.A.P.T. Casa Tabares de Nava. Milicias Canarias. Papeles diversos. 1736-1800. Tomo IV. Sig. FTN 43. fº85rº. [23] A.R.S.E.A.P.T. Casa Tabares de Nava. Milicias Canarias. Papeles diversos. 1736-1800. Tomo IV. Sig. FTN 43. fº31rº y 33rº. [24] A.M.I. Caja 1092. Carpeta 18. fº1rº. [25] A.R.S.E.A.P.T. Fondo Rodríguez Moure. 111. fº 142 rº. [26] BENITO SÁNCHEZ, Melquíades y LAFORET, Juan José. Unidades canarias en la Guerra de la Independencia. La Granadera Canaria. R.S.E.A.P.G.C. Telde, Gran Canaria, 2009. pp. 16 y 26. [27] Ibíd. p. 27. [28] DEMPSEY, Guy. Albuera 1811. The bloodiest battle of the Peninsular War. Frontline books. England, 2009. p. 277. [29] Archivo Militar General de Madrid. Base de datos del Instituto de Historia y Cultura Militar. Guerra de la Independencia. Historia de Unidades. Canarias, batallón fijo.

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domingo, 4 de octubre de 2015, EL DÍA www.eldia.es/laprensa

Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 1.000

El respeto hacia las personas mayores: ¿una asignatura pendiente? 

Texto: Elena Lite (Psicóloga del Grupo Las Mimosas www.mimoonline.es)

E

s inevitable. Todos y cada uno de nosotros envejecemos. El ciclo de la vida así lo estima oportuno. Aunque algunas personas no quieran asumirlo, la vejez es otra etapa de la vida, y como tal deberíamos aventurarnos a disfrutarla plenamente. El pasado 1 de octubre se celebró el Día Internacional de las Personas Mayores, promovido por Naciones Unidas y con el objetivo de prestar atención a las necesidades y problemas particulares a los que se enfrenta este sector de la población. Un día en el que se visibilizan a las casi 700 millones de personas mayores de 60 años, más del 20% de la población mundial. Según La Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 2050 seremos aproximadamente –y me incluyo– 2.000 millones. La población envejece a un ritmo vertiginoso y por ello son las personas mayores las que adquieren un papel fundamental en esta sociedad. Mayormente jubilados, son actores esenciales en nuestro día a día. Apoyan a sus familias, participan de su comunidad, tienen proyectos de vida que quieren cumplir y cumplirán, se cuidan física y socialmente, y buscan bienestar para ellos y los suyos. Son solidarios, generosos, altruistas y empáticos. Se merecen no sólo un día de reconocimiento, sino el agradecimiento continuo por parte del resto de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, la vejez no se libra de falsas ideas, ideas creadas desde erróneas interpretaciones, mitos que consiguen que valoremos esta etapa de la vida a través de prejuicios y estereotipos. El edadismo, “una actitud social en forma de discriminación hacia las personas por razón de su edad” (Dr. Robert N. Butler, 1969) se demuestra en multitud de situaciones cotidianas. Son frágiles, dependen de

los otros, la mayoría tienen algún déficit cognitivo, se vuelven difíciles de tratar... son algunos de los mitos asociados a la vejez, que por supuesto no se ajustan a la realidad, pero influyen en nuestra relación con los mayores. En el ámbito del lenguaje, con frecuencia se utiliza un registro que se ha denominado Elderspeak o “habla infantilizadora”. Una forma de maltrato emocional que se caracteriza por “hablar a las personas mayores como si fueran niños o tratarles de una forma paternalista” y puede “favorecer de una manera evidentemente inconsciente el refuerzo de comportamientos o actitudes dependientes y fomentar el aislamiento y/o la depresión de las personas, contribuyendo a la común espiral de declive en el estado físico, cognitivo y funcional de las personas mayores” (Ryan, Giles, Bartolucci y Henwod, 1986). Diversos autores confirman que esta forma de comunicación refuerza los estereotipos asociados a la vejez, disminuye la autoestima, disminuye la confianza respecto a sus habilidades y la comprensión del mensaje (por ejemplo, una forma de hablar extremadamente lenta afecta a la habilidad de focalizar la atención en lo esencial del mensaje y la retención posterior de la información). A.D.A. (Adultos mayores demandan acción) es una campaña global para la lucha contra la discriminación por razón de edad. Exige cambios a nivel internacional sobre políticas sociales amigables con el envejecimiento y promueve el cumplimiento de los derechos de las personas mayores. Desde ADA se insiste en que la discriminación de la vejez se agudiza por medio de la percepción negativa de la sociedad hacia este sector tan amplio de la población mundial. Una percepción que podría modificarse incluyendo activamente a personas mayores en polí-

ticas de desarrollo, y así, aunque a largo plazo, lograr para todos ellos una vida digna, segura, activa y saludable. El respeto de los derechos de las personas mayores y de su dignidad es fundamental y prioritario para acabar con la discriminación. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) sostiene que, como resultado del cumplimiento de estos derechos, se hace visible el buen trato a nuestros mayores, que “consiste en establecer una relación satisfactoria entre personas. Dar y recibir buen trato no tiene edad, es una forma positiva de relación, consideración, reconocimiento, implica reconocer al otro de igual a igual”. La SEGG ha elaborado un decálogo en el que detallan una serie de condiciones indispensables para el éxito en el buen trato a la vejez. Respetar por derecho y con deberes, cumplir con los principios bioéticos (no maleficiencia, justicia, autonomía...), garantizar el bienestar y la calidad de vida, preservar la identidad y dignidad personales, informar, comunicar y valorar son algunos de los elementos incluidos en dicho decálogo. Las personas mayores quieren ser tratadas con respeto, con afecto y comprensión. Quieren ser tenidas en cuenta. Y ¿qué podemos hacer al respecto? Partiendo de la idea de que los adultos mayores son un grupo heterogéneo de personas que envejecen con condiciones muy distintas desde un punto de vista biopsico-social, el trato que deben recibir es el mismo que el de otros sectores de la sociedad. Debemos tratarles sin paternalismos ni infantilismos, con educación, cordialidad y sinceridad. Los profesionales dedicados a la vejez recomiendan distintas pautas para lograr este trato respetuoso. Para empezar, la escucha activa es fundamental y no sólo en la relación con las personas ma-

yores. Es la habilidad de escuchar y entender desde el punto de vista del que habla, y comprender los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen al mensaje. No debemos distraernos de la conversación, interrumpir, juzgar u ofrecer soluciones prematuras. De esta manera, crearemos un clima de confianza, cercanía, motivación y seguridad. Desmontar los mitos asociados a la vejez es crucial para un trato respetuoso. La mayoría de las personas mayores no son frágiles ni dependientes y no viven aisladas. Mantienen el contacto con sus familiares y amigos, viven de forma independiente, se ajustan con éxito a los desafíos vitales y realizan actividades para mantenerse funcional y cognitivamente activos. Además, es imprescindible conocer y respetar sus costumbres y hábitos, sus preferencias y sus deseos, así como fomentar la autonomía valorando sus capacidades, haciéndoles partícipes del entorno como ciudadanos que son, compartiendo actividades con ellos e impulsando las relaciones intergeneracionales. Unas relaciones que favorecen el conoc imiento mutuo, el envejecimiento activo y la solidaridad entre distintas generaciones. Por último, facilitar el acceso a las nuevas tecnologías es esencial para prevenir situaciones de riesgo, dar apoyo, relacionarse con profesionales, familiares y amigos y no perder el contacto con la realidad y así, mantener su sentido de pertenencia a la sociedad. Depende de nosotros promover la lucha contra la discriminación hacia las personas mayores, evitar su aislamiento, acompañar, valorarlos como se merecen, reconocer su papel en la sociedad, promover su participación social, cultural, política y económica y procurarles una vida digna. Depende de nosotros, los que envejecemos, los que en un futuro exigiremos respeto.

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