\"Optimistas frente a pesimistas\", en Tríptico de la expulsión...

July 23, 2017 | Autor: Rafael Benitez | Categoría: Moriscos, Evangelización
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Descripción

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Tríptico de la expulsión de los moriscos El triunfo de la razón de estado

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Partel

Optimistas frente a pesimistas

Capítulo 2

El debate religioso en el interior de España

Morisco soy, señores, y ojalá que negarlo pudiera, pero no por esto dejo de ser cristiano; que las divinas gracias las da Dios a quien Él es servido, el cual tiene por coslumbre, como vosotros mejor sabéis, de hacer salir su sol sobre los buenos y los malos, y llover sobre los justos y los injustos. Miguel de CilRVANTllS, Los trabajos de Persiles y Segismunda, capítulo once del tercer libro.

La expulsión de los moriscos planteó un problema doctrinal grave ya que se trataba de deportar a cristianos hacia tierras islámicas donde era evidente que de forma más o menos voluntaria renegarían del cristianismo y abrazarían la fe musulmana'. Para hacer más compleja la cuestión, uno de los argumentos principales que se emplearon para justificar la expulsión fue el de la apostasía de los moriscos y la pervivencia entre ellos del islamismo. No obstante, la decisión final adoptada en el caso de los valencianos, con el que se inicia el proceso de expulsión, se basó en la razón de estado, alegando el peligro inminente que para la Monarquía Católica suponían las presuntas conspiraciones moriscas con el marroquí Muley Zidán, uno de los contendientes en la guerra civil que enfrentó a los hijos del sultán Ahmed al-Mansur. Por tanto, la decisión del Consejo de Estado se justificó legalmente por el crimen de traición i. Este trabajo se presentó en el Congreso Internacional La expulsión de los moriscos y después[ ... ], celebrado en la Biblioteca Nacional de España, Madrid, 3 y 4 de septiembre 2009, cuyas actas se encuentran en prensa.

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•.·.•....· _,,';>, «el último, el mayor y supremo conquistador de los moros de España» a quien le «quadra el título 1. Ibid., p. 179 a. 2. !bid., p. 866 b. 3, !bid., p. 12 b. 4, !bid., p. 870 b-871 b. s. !bid., p. 908 a.

6, lbid., p. 910 b. 7. !bid., p. 915 b-916 a. 8. !bid., p. 1028 b.

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de padre de la patria, salud y gran libertador de sus reinos». Y concluía la obra con un deseo: «Guárdenosle Dios, Nuestro Señor, por mil años, amén, amén, arnén1.»

D. Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma y valido de Felipe III, es presentado como el responsable político de la expulsión: a~uel que convenció al Monarca de su necesidad. El Duque, como pnnc1pal ministro, asiste al Rey «rnn el alto ingenio que Dios le ha dado Y sus prudentísimos consejos». Fue él quien, «como tan christiano y tan sabio en esta materia morisca, aconsejó a Su Magestad los echase de sus reinos y después se encargó de la execución2 ». Y refiere Bleda cómo el Rey le dijo a Lerma: «¡Grande es la resolución que hemos tomado, hazedlo vos, Duque'!» Entre sus méritos incluye, además, el ser el creador de la milicia efectiva del Reino de Valencia en 1597, «terror y espanto de los moriscos», y que tuvo un papel destacado en la reducción de los que se sublevaron en el momento de la expulsión•. Es, por tanto, la antítesis del conde don Julián; si aquel fue el artífice de la pérdida de España, el duque de Lerma, con su consejo, primero, y su brillante ejecución después, debe considerarse el libertador'. Otros de los símbolos representativos de D. Francisco de Sandoval, de cuya invención no hay duda que Bleda estaba muy orgulloso, ya que lo coloca en lugar preeminente de su obra, y vuelve sobre él incansablemente, es el del buey que brama. Fijémonos, como él nos indica, en el jeroglífico que corona la portada del libro, y que se reitera en otros capítulos. A la izquierda vemos un sol luciente que, sin embargo, no consigue iluminar a una negra luna menguante situada a la derecha. Entre ambos un buey, con la banda de sable, es decir, de color negro según la terminología heráldica, propia del escudo de los Borja, de cuya boca sale un bramido en forma de nube. El enigma está inspirado en un dicho valenciano -«lo any nou, donara un gran hram lo hou; lo any apres, ni moros ni l...»- que Bleda atribuye a san Vicente Ferrer, siguiendo lo escrito por Fr. Vicente Antist en las adiciones a la vida del Santo. Pero no contento con esta opinión se tomó el trabajo sociológico de acudir l.

Ibid., p. 1061 b.

2. !bid., p. 929 b-930 a. 3, !bid., p. 932 b.

4, !bid., lib. 8, cap. XVII, XXXIV y XXXV. 5. La contraposición la había presentado al final de la Defensio Fidei, y la recoge en la dedicatoria a los hijos del duque de Lerma con que concluye la Coránica; p. 1069 b yss.

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C()RON.ICA

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a los lugares cercanos a Teulada y comprobar que «la saben chicos y grandes, niños y viejos», y consultar con diversas personalidades que le certificaron que era sobradamente conocido que era una profecía de san Vicente Ferrer, y que se «entendía de un príncipe de la ilustrísima casa de Borja1». De abí que el buey lleve sus armas, ya que D. Francisco era nieto, por parte de su madre Dña. Isabel de Borja, del santo Duque. ¿Cuál es el significado del «enigma de la luna menguante»? El propio Bleda nos lo explica: «La luna menguante, símbolo de toda aquella gente mahometana ahuyentada, negra y escurecida por el mismo sol (símbolo del Rey Cathólico) que antes la alumbrava, por averse puesto en medio el buey y con su bramido echado tales exalaciones por la boca y narizes que, como en globo, repararon allí los rayos del sol y la privaron de su luz.» El buey no es otro que el duque de Lerma, cuya «voz fue [... ] la que se oyó en toda España en el año nueve 2 ». Yya puesto, Fr. Jaime alaba a otros miembros de las casas de Sandoval y de Borja, y en particular a Calixto III (1455-1458) -«grandísimo enemigo de los mahometanos»- por haber animado a los príncipes cristianos a enfrentarse a la expansión otomana capitaneada por Mehmet II, el conquistador de Constantinopla (1453), «que puso cerco a Belgrado de donde le retiraron las buenas diligencias y oraciones del santo pontífice Calisto Tercero, valenciano, de la ilustrísima casa de Borja3>>. Otros sucesos de Alonso de Borja, antes y después de ser papa, incluyendo algún pronóstico que alcanzó pleno cumplimiento, le sirven para enfatizar la tradicional enemistad de los Borja hacia los musulmanes4. Por desgracia, subraya Bleda, «fue corta la 'ida > Nuestro fraile aparece así como un opositor a la política dominante en el tema morisco, la que triunfa en las juntas encargadas por los reyes y a la que ni siquiera el Patriarca osa resistirse. Carnina ahora sobre la cuerda floja y procura no despeñarse. No puede criticar abiertamente a los reyes, ni tampoco a sus consejeros principales, pero tiene que marcar distancias entre la política seguida durante decenios, e incluso siglos si nos remontamos a Jaime l, y la que él ha defendido y, gracias a él, Felipe III y Lerma han aplicado. Existían, desde la conquista, dos posturas -nos explica-, la de los partidarios de expulsar a los musulmanes y la de aquellos, que movidos por el interés, querían mantenerlos y alegaban los perjuicios económicos que su expulsión provocaría, o el peligro militar de hacerlo. Esta última opinión fue reforzándose con el paso del tiempo, y sobre todo con 1. Véase más abajo el apartado Contenido del memorándum del capítulo 5, en espe~ cial en la página 158. 2. Coránica., p. 965 y 978 a. Reproduce Bleda presuntas conversaciones de Felipe 111 con don Juan de Idiaquez, que este le transmitió tardíamente, en que le encargaba el estudio del problema de la apostasía morisca reiteradamente denunciada y probada por «este frayle)). . 3, San Bernardo de CLARAVAL, De Consideratione ad Eugenium Papam, Libro I, cap. IX. 4. Coránica., p. 884 a.

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el bautismo de los mudéjares. Su transformación oficial en cristianos dificultaba la expulsión, al tiempo que obligaba a todos, y en especial a la Iglesia, a intentar una verdadera conversión. La voz de los «conservacionistas» triupfaba cada vez más en todos los foros, fueran sínodos eclesiásticos o juntas políticas, de tal forma que Carlos V y Felipe II se limitaron a seguir la opinión general, 'católica' en sentido etirnológico 1 • No llega a definirse muy bien quiénes integran estos grupos de presión, pero queda claro que entre ellos encontramos a los señores con intereses en los moriscos, y a un conjunto de publicistas que defiende sus puntos de vista. Su poder es tan fuerte que ni los párrocos ni los obispos se atreven a contradecirles. De alií que Bleda pueda ser considerado como un opositor a la política y a la opinión dominante, aunque lo sea desde una posición contrarreformista radical. Pocos se salvan de su crítica: ni siquiera sus maestros de Salamanca, que callaban en público lo que reconocían en los pasillos, ni los defensores y apologistas del bautismo de los mudéjares que pensaban que con el tiempo sus descendientes acabarían siendo verdaderos cristianos. Sólo Fr. Tomás de Torquemada, el Inquisidor General, que seguía las doctrinas de su tío, el cardenal Fr. Juan de Torquernada, vio con claridad el problema: era un error bautizar a quienes pensaban seguir en su secta, más valía que fuesen infieles que apostatas, la solución correcta hubiera sido expulsarles a raíz de la conquista2 • Entramos, así, en el fondo de la tesis de la obra, contraria a toda la política morisca seguida desde la conquista de Granada. Si bien los bautismos fueron, por desgracia, válidos -viene a decirnos-, y la Iglesia se ocupó de evangelizar a los moriscos, todo el esfuerzo era vano por la enemistad visceral hacia el cristianismo y por la práctica de lo que conocernos corno taqiyya o disimulación, que les permitía no manife&tar públicamente su fe islámica y cumplir externamente como cristianos para evitar mayores males3. Ante tales apóstatas sólo cabía la expulsión, o tolerar, como se estaba haciendo en la práctica, la libertad de conciencia que la secta de los «políticos, atheístas o estadistas» seguidores

1. Ibid., p. 886. 2. Como sucede con tantas otras ideas, estas aparecen expuestas en diversos pasajes de la obra; véase, en particular, p. 639 b~641 a, y los capítulos anteriores relativos a la conversión de los granadinos y castellanos. 3. Por ejemplo, ibid., p. 17 a y 627. Véase también sobre esto la opinión de san Luis Be1trán.

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de Maquiavelo, estaba extendiendo por toda Europa'. En efecto, «tanto desde el bando católico -escribe Joseph Perez- como del protestante, varios pensadores, preocupados por la violencia fratricida a que han llevado las querellas teológicas, buscan una fórmula de compromiso que permitiera la cohesión de la sociedad a pesar de la diversidad de creencias. Para este sector, el Estado debería superar la división religiosa a fin de mantener el bien común'». Condenado Maquiavelo, estos pensadores se refugiaron detrás de la obra de Tácito, difundida por Justo Lipsio, que tuvo notable influencia en España en el tránsito del siglo XVI al xvu. Los más recalcitrantes contrarreformistas -a cuya cabeza podemos situar al jesuita Pedro de Ribadeneyra- arremetieron contra los que tenían por oráculo a Tácito3. Bleda, que cita por lo menos una vez al jesuita4, no era el único de los apologistas de la expulsión que acometía contra los «políticos». El propio Patriarca había denunciado sus doctrinas, Fonseca se ocupa de ellos y Guadalajara les dedica ataques furibundos. Pero una vez más, en su obra la denuncia se encaja en una argumentación más general. Bleda, impregnado, como tantos otros, de profetismo hasta la médula, teme que, ahora que España se ha librado de la herejía morisca, Satanás se disponga a mandar nuevas pruebas y la más temible del momento era la secta de los «políticos». Recomienda, en consecuencia, atenta vigilancia contra las doctrinas de Maquiavelo y de Badina, y mantener, en cambio, la política del príncipe cristiano, defensor de la doctrina de la Iglesia contraria a la libertad do conciencia, y respetuoso, al tiempo, con la jurisdicción eclesiástica en asuntos espiritualess. La obra de historia con intención apologética contiene en su seno una memoria autojustificativa que permite al autor exponer una postura crítica, de oposición a la línea oficial seguida en el problema morisco, y, a su vez, nos conduce a un elemental tratado de política de marcado 1. Véase, en especial, el capítulo XXXVII del libro VIII. 2. Joseph PERTIZ, «Política y religión en lie1npos de Felipe II», en Luis MIGUEL ENCISO (ed.), Las sociedades ibéricas y el mar a finales del siglo XVI, tomo II, Monarquía. Recursos, organización y estrategias, Madrid, 1998, p. 223-234. La cita en la p. 230. 3. Además de la reflexión del profesor Joseph Perez, citada en la nota anterior, véanse las consideraciones de Xavier GIL PuJOL sobre «La razón de estado en la Espafia de la Contrarreforma. Usos y razones de la política», en La, Razón de Estado en la España Moderna, Valencia, Ileal Sociedad Económica de Amigos del País, 2000, p. 37-58, donde se encontrará citada la bibliografía básica sobre el tema. 4, Corónica, p. 640 b. s. Enu·e otras posibles citas, véase Coránica, p. 73,

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carácter contrarreformista. No acaba aquí el juego de muñecas rusas por el que surgen constantemente nuevos aspectos en la compleja obra. Expulsados los moriscos y empujado por creencias milenaristas, Bleda asume una nueva misión: predica la conquista de los reinos islámicos del norte de África, anima a la unión de los príncipes cristianos en torno a Ja Casa de Austria, y profetiza la derrota de la Casa Otomana, la restauración del culto c.atólico en Santa Sofía de Constantinopla, la conquista de Tierra Santa y la recuperación del Santo Sepulcro de Jerusalén, como paso previo a la desaparición del islaml. Teme, no obstante, que una «razón de estado diabólica» que defiende el equilibrio de poder entre los reinos, obstaculice el triunfo de Ja cruzada2 • Tampoco es original en esta defensa de continuar la ofensiva antiislámica; yaAznar lo había propugnado, aunque con argumentos de la D~fensio Fidei, de manera que uno no sabe bien, al final, a quién atribuir la primacía de una idea que debía flotar en el ambiente. De esta forma, el tratado antimaquiavélico acaba convertido en un proyecto político milenarista. 3

La Cor6nica como libro de historia

Hemos tratado de señalar los múltiples aspectos que, según nuestra lectura, contiene la Corónica. En ella se entrecruzan, o se ocultan unas dentro de otras, múltiples obras e intenciones, se escuchan ecos de otros libros de la apología antimorisca, que a su vez están influidos por la Defensio Fidei del propio Bleda, con la que se dialoga constantemente desde las páginas de la Corónica. Pero esta es, como el título manifiesta, una obra de historia y desde este punto de vista queremos analizarla brevemente. El autor es consciente de que escribe un libro de historia y expone, en varias ocasiones, su visión del arte de Clío, las fuentes de información en que se ha basado e, incluso, algún atisbo de crítica historiográfica. Es al comienzo del libro sexto donde Bleda trata, más por extenso, «de las leyes de la historia y de las virtudes y vicios de los escriptores della». Las primeras deben ser entendidas con el sentido de reglas que debe seguir «el historiador verdadero»: «Aclarar la verdad, destruir la mentira, l. Ibid., passim, en especial en p. 920, e incluso al comienzo, después de la fe de erratas, donde explica el enigma de la portada. Sobre este tema véase el libro de Alain MILHDU, Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista español,

Valladolid, 1983. 2. Coránica., p. io2.

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seguir las relaciones verdaderas, no dexar cosa acontecida que se desea saber por gracia ni por amor, llevar bien la cuenta de los años y tiempos'.» Si la exigencia de referir la verdad sin ocultar nada era un tópico ciceroniano que aparece, con mejor expresión, en el Quijote -«que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer [a los historiadores] del camino de la verdad»>- los otros principios están presentes en Stl obra y constituyen su elemental bagaje crítico. Es consciente que una obra de la envergadura de la suya sólo es posible realizarla aprovechando lo escrito por otros. Y aquí es donde se manifiesta su sentido crítico: en reiteradas ocasiones dice que le ofrecen más garantías los autores que escriben como testigos de los hechos. Tampoco en esto era original, sino que recogía una idea común a su tiempo y que vemos reflejada en la definición que daba Sebastián de Covarrubias: «Historia es una narración de acontecimientos pasados, y en rigor es de aquellas cosas que el autor de la historia vio por sus propios ojos y da fee dellas como testigo de vista», como denota, en definitiva, la etimología griega que el canónigo de Cuenca cita. Ahora bien, si no ha sido testigo de lo que nos narra, «basta que el historiador tenga buenos originales y autores fidedignos de aquello que narra y escrive'>>. Esta fue una de las preocupaciones de Bleda, lo que no le libró de ser, junto a otros, estafado por uno de los grandes falsificadores de la Historia de España. Nos referimos a La historia verdadera del rey don Rodrigo de Abulcácim Tárif Abentarique, «amigo de tratar verdad [que] escrivió lo que vio por sus ojos y tocó con sus manos», al que da total fiabilidad en lo relativo a la pérdida de España4. «El historiador moro Abulcácim Tárif -dice en otro pasaje-, aunque bárbarn en su manera de escrivir, muestra con evidencia que no escribe patrañas ni consejas oídas, sino las cosas en que se halló presente y vida por sus ojos, o oyó a personas graves y fidedignas&.>> Fue la lectura de Gaspar Escolano la que le puso sobre la pista de Abulcácim, cuya obra, se nos dice, «no ha salido a luz [... ] hasta nuestros días, que se traduxo por orden de Su L !bid., p. 654 a. 2. Miguel de CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, Primera parte, cap. IX. 3, Sebastián de CovARRUBIAS Onozco, Tesoro de la lengua castellana, Ed. de Martín de Rique1~ Barcelona, 1943, p. 692 a (reedición facsímil, Altafulla, Barcelona, i993). La obra se publicó en Madrid en i611, y el autor se entrevistó con Bleda en Valladolid,

en i601, en uno de sus viajes a la Corte (Coránica, p. 961). 4. Ibid., p. 205 b-206 a, y passim. 5, !bid., p. 134,

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Magestad de arábigo, de la librería de San Lorenc;o del Escurial, donde estava incógnita y sepultada1>>. El traductor, y en verdad autor, de la «verdadera» historia es el morisco Miguel de Luna, interprete de árabe de Felipe ll, y responsable junto con Alonso del Castillo, también interprete y morisco, de la magnífica invención de los libros plúmbeos de Granada2. Sería fácil ironizar sobre la confianza de Fr. Jaime en la superchería inventada por un morisco, pero cometeríamos una injusticia. La creencia en Abulcácim era el resultado de la aplicación de su postulado crítico elemental: cómo no confiar en un autor que se presentaba como testigo de los hechos. Por su parte, el traductor venía respaldado por un título oficial y tampoco la aparición de un manuscrito árabe en la biblioteca de El Escorial resultaba extraña, conociendo la manía coleccionista de Felipe ll. En favor de Bleda hay que decir que no se dejó, en cambio, engañar por los libros plúmbeos del Sacromonte granadino, sino que sigue la opinión crítica del obispo de Segorbe, Juan Bautista Pérez, de Arias Montano y del jesuita Ignacio de Las Casas'. En una manifestación más de su postura de oposición a la política que se estaba siguiendo, echaba en cara al arzobispo de Granada la falta de interés por promover la canonización de los mártires de las Alpujarras -clérigos y seglares asesinados por los moriscos durante el levantamiento y la guerra de Granada de 1568-1570- frente a su obsesión por los huesos y escritos del Sacromonte. Su ataque debió molestar en Granada, porque, veinte años más tarde, Francisco Bermúdez de Pedraza, notable abogado de las reliquias sacromontanas, salía en defensa del arzobispo Pedro de Castro con el argumento de que resultaba evidente a la luz de la doctrina que se estaba ante verdaderos mártires sin que hiciera falta más l. Gaspar EscoI.ANO, Década primera de la historia de [... ] Valencia, Valencia, Pedro Patricio Mey, 1610, libro segundo, columna 340. 2. El tema ha producido una literatura casi inabarcable. Véase la obra clásica de José GonoY ALcÁNTARA, Historia critica de los falsos cronicones, Madrid, 1868. Edición facsímil, con un estudio preliminar de Ofelia REY CASTELAO, en la colección Archivium de la Universidad de Granada, 1999. En las p. 0-10 presenta La verdadera historia y rememora al Cide Amete Benengeli del Quijote. Sobre la obra de Miguel de Luna ha realizado una estimulante interpretación Francisco MÁRQUEZ VILLANUEVA, HLa voluntad de leyenda de Miguel de Luna», en El problema morisco (desde otras laderas), Madrid, 1991, p. 45-97, Debe citarse, de las aparecidas con posterioridad a la publicación original de este capítulo, el libro de Mercedes GARCÍA-ARENAL y Fernando RODRÍGUEZ MEDIANO, Un Oriente español. Los moriscos y el Sacromonte en tiempos de Contrarreforma, Madrid, Marcial Pons Historia, 2010. 3. Coránica, p. 838-842.

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trámite que informar, como el Arzobispo había hecho, sobre las causas del martirio 1• Quiere, también, Bleda huir del relato de sucesos prodigiosos -«cosas al parecer increybles»- y cuando no le es posible evitarlos -«porque muchas son muy milagrosas»- pretende desviar la responsabilidad hacia el autor que le sirve de informador. Pero no siempre mantiene este deseado distanciamiento. Un ejemplo clave es el de la fabulosa batalla de Clavija con la milagrosa intervención de Santiago, sobre un caballo blanco. Bleda, que cita a Garibay y Morales, dos de sus fuentes principales, reconoce, no obstante que «los tres prelados antiguos -Isidoro, Sebastiano y Sampiro- ninguna mención hizieron della en particular». La invención, en efecto, arranca del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, pero Bleda, que constata la ausencia de noticias entre los más cercanos a los hechos, parece tener pánico de enfrentarse a la verdad en esta ocasión y busca una excusa: si dejaron de relatarla fue «por ser cosa muy común y sabida'». Corno expresa Ofelia Rey, «los defensores de la causa jacobea hubieron de hacer importantes renuncias a sus convicciones'». Otra de las batallas referidas por Bleda, en que los cristianos triunfaron gracias a la ayuda divina, fue la del Puig. No sólo Dios infundió valor a un pequeño número de cristianos ante un enemigo muy superior, como si se quisiera refutar el dicho popular Ymostrar que también les ayuda cuando son menos, sino que «se tiene , .1 .. :rancis;::o .BllnM.ÚDEz DH PilDHAZA, llistoria eclesiástica de Granada, Granada, i6 a. 3 Ed1c1on facs1mil reahzada por la Universidad de Granada, en la colección Archivium, con un prólogo de Ignacio 1--IENARES CuñLLAR, Granada, 1989, capítulo CIII. Sólo hubo un beatificado, ya en el siglo xv111: Marco Criado. Manuel BARRIOS AGUILTIHA ha establecido las relaciones entre los martirios de las Alpujarras y la invención de los plomos del ~acromonte; véase: «Un ensayo de revisión historiográfica de los 1nartirios de las AfpuJarras de 1568>), estudio introductorio a la reedición de Francisco A. HITOS, Los martires de laAlpujarra en la rebelión de los moriscos (1568), Granada, 1993. 2. Coránica, p. 250-25i. Los tres obispos antiguos son Sebastiano de Salamanca Isido~·o ~e Beja, y Sampiro de Astorga; ibid, p. 220 a. Se refiere a la Crónica de Alfons~ 111, a~nbu1d_a por algunos a Sebastián, obispo de Salamanca, y a su continuación por sarnptro, obispo de Astorga¡ en cuanto a Isidoro de 13eja, es posible que se trate de Isidoro Pacense,_ a quien el padre Flore.z atribuyó la llamada Crónica mozá.rabe de 754, que abarca el penado anterio1~ desde el 611 al 754, Electa, en la p. 176 a, donde trata con más detalle de la~ f-t~~ntes para este periodo, incluye también al obispo Pelayo de Oviedo, y alaba la veros1m1htud de los cuatro que se justifica, entre otros motivos, por su proximidad a los hechos. 3, Ofelia REY CASTELAO, El voto de Santiago. Claves de un conflicto, Santiago de Compost~la, 1993, p. 11. Véase, en especial, su libro La Historiograjta del Voto de Santiago, Santiago1 i986.

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por cosa cierta que apareció en esta batalla a los cristianos el glorioso S. Jorge1». La intervención de la Providencia en la historia no se manifiesta sólo por medio de sucesos milagrosos; todo el devenir de la humanidad está regido por la interacción entre los hombres y Dios, que se implica directamente en él, normalmente para castigar los pecados. En este proceso, las profecías y augurios sirven de advertencia para animar a Jos hombres a hacer el bien, ante el temor al castigo o por la esperanza de conseguir objetivos largamente esperados. Tal es la visión de Bleda, siempre atento a los signos prodigiosos, en los que quiere ver anunciado el triunfo de su proyecto político. Entre los muchos augurios que nos presenta, uno de los que más le impactó fue el de la coincidencia de dos conjunciones planetarias, la que tuvo lugar el 22 de enero del 710 y pronosticaba la próxima pérdida de España, y la que ocurrió en diciembre de 1603, anunciadora de su restauración2 • Otra de sus obsesiones es la nurnerología aplicada a la interpretación apocalíptica. Argumenta, así, cómo la suma del equivalente numérico de las letras griegas del nombre 'Maometis' es, ni más ni menos, que 666, el número asociado a la bestia del Apocalipsis de San Juan'. No obstante, no se decide a aceptar su identificación con el Anticristo, cuya venida cree todavía pendiente•. Le preocupa, de forma más crítica en este caso, dejar constancia de las fuentes de las que bebe, hasta el punto de reconocer, humildemente, que sólo el primer y último libro de la Coránica los tiene por obra suya, y que en los demás ha copiado diversos trabajos. Es posible que se trate de una reacción ante el comportamiento de Fonseca. Algunos de los autores ya los hemos citado: el fabuloso Abulcácim Tárif Abentarique, Esteban de Garibay y Zarnalloa y Ambrosio de Morales. Junto a ellos utiliza y cita mucho a Jerónimo Zurita, a Luis del Mármol Carvajal, a Diego Hurtado de Mendoza, a Gaspar Escolano ... Sería factible, sin duda, la identificación de las fuentes de cada pasaje, a costa de un importante trabajo. A modo de ejemplo analicemos el relato de la guerra de Granada (1568-70) que se nos hace en el libro sexto, en cuyo primer capítulo Dase Coránica, p. 435, Jbid., p. 145, donde cuenta como participó en la publicación del discurso de un astrólogo sobre la conjunción planetaria de 1603, con la subvención del obispo de Orihuela, Fr. Andrés Balaguer. 3, !bid., p. 14. 4, Capítulos XVI y XIX del libro primero de la Corónica. 1.

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LA FIGUHA Y LA OBHA DE FR. JAIME BLBDA

razón de quién se aprovecha el autor para escrivir este libro sexto. «Me he valido -confiesa- de una relación que della dexó don Diego Hurtado de Mendoza». Relación que «es tenida por verdadera» por haber participado su autor en algunos sucesos de la guerra, y haber conocido el resto de personas directamente implicadas. «También vi -continúa/o que curiosamente escrivió desta guerra, y muy por extenso, Luys del Mármol Carvajal, que también estuvo con el señor don Juan de Austria en la jornada que se hizo a Galera, y en otras 1». El cotejo de los diversos capítulos del libro sexto con ambos autores confirma la veracidad de lo que afirma Bleda: «Atribúyase a su legítimo autor, que es, en la mayor parte, el dicho don Diego'.» En efecto, desde las dos últimas líneas de la página 665 -«Pusieron los Reyes Católicos el gobierno de la justicia [... ]»-, el texto es de Hurtado de Mendoza. Y a partir de aquí, capítulo a capítulo, se incluye casi toda la Guerra de Granada. Faltan las digresiones históricas en que se manifiesta el interés anticuario de don Diego, suprimidas por Bleda; falta el párrafo dedicado a los mártires de las Alpujarras, a los que se dedica gran parte del libro séptimo de la Corónica, pero utilizando el relato, más extenso y detallado, de Mármol. Ha suprimido también algunos episodios, como la narración de la toma de Galera por don Juan de Austria, y otros sucesos de su campaña bélica, como la muerte de don Luis Quijada ante Serón, la reducción de los alzados, el final de la guerra y deportación hacia Castilla, en que prefiere seguir a Mármol porque fue testigo de los hechos'. Salvo en estos casos, las diferencias entre el texto de la Corónica y las ediciones de la Guerra de Granada son muy pocas: algún párrafo que se resume, alguna frase que se elimina, algún nombre que varía, el bello comienzo de D. Diego -«Mi propósito es escribir la guerra que el Rey Católico de España[ ... ]»- que se trocea y se sitúa al final4. Introduce, además Bleda, algunos episodios, tomados de Mármol, que no aparecen en la obra de Hurtado de Mendoza, y escasos incisos propios. En definitiva, como

l. !bid., p. 652, Luis del MÁRMOL CAHVAJi\L, Historia del rebelión y castigo de tos moriscos del Reino de Granada, J\.'1álaga, 1600. Se cita por la edición de la Biblioteca de Autores Espafioles, XXI, Historiadores de sucesos particulares, t. 1, Madrid, 1946. 2. Corónica, p. 653 a. 3, La toma de Galera y la muerte de Luis Quijada, en las p. 734 b-735, es un resumen de Mármol, Rebelión y castigo [... ],p. 310 y ss. La reducción de los alzados, en el capítulo XXXII, se basa en Mármol, capítulos X, XI, XIII, XIV, XV y XXI del libro 8, y I, VIII y IX del libro g, El capítulo XXXVI de la Coránica, sobre el fin de la guerra y la muerte de Abenabo, recurre a la Rebelión de Mármol (capítulos VI a VIII del libro io). 4. Corónica, p. 753, Ya había incluido un párrafo en las p. 652 b-653 a.

LA FIGURA Y LA OilRA DB FR. JAJMB BLEDA

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señaló Foulché-Delbosc1, fue Bleda quien primero dio a conocer por medio de la imprenta la Guerra de Granada, cuya primera edición, la realizada en Lisboa por Luis Tribaldos de Toledo, no vio la luz hasta 1627. El análisis del libro sexto ha permitido resaltar, con un ejemplo, la manera en que Bleda construye su libro: unas veces copia párrafos textuales -e incluso obras enteras ajenas-, otras elabora apretados resúmenes de ellas, y lo adereza todo con abundantes digresiones propias. Aprovecha estas, tanto para hacer precisiones sobre sus fuentes de información, corno sobre todo para transmitirnos las tesis fundamentales de su pensamiento. Hay que reconocer que está al día en la historiografía y que la mayor parte de las obras que utiliza eran muy recientes, o incluso circulaban en manuscritos, corno la de Hurtado de Mendoza. Su dependencia de ellas explica que casi no incluya, en cambio, documentos, en contra de la costumbre habitual de la época que veía en esta práctica un respaldo a la veracidad de lo afirmado. Hay una notable excepción, y son algunos documentos relativos a la expulsión de los moriscos, corno los diversos bandos ordenando su salida, que ya había dado a conocer en su Defensio Fidei 2 , o las relaciones del número de expulsados de Castilla, parte de las cuales habían sido publicadas por Guadalajara, y de las que seguirnos dependiendo a falta de otras mejores'. Una advertencia, no obstante, sobre las cifras globales que maneja Bleda, y que en ocasiones dice que provienen de recuentos oficiales. Se observa una tendencia a hincharlas corno forma de resaltar el peligro morisco. Un par de ejemplos: si la cifra de moriscos que según Bleda existía en el Reino de Valencia durante el virreinato de Mondéjar no se diferencia mucho del cómputo, conocido, realizado muy pocos años antes bajo el conde de Benavente•, el resultado del censo de 1602 está claramente i.

Raymond FouLcHÉ-Dnr.nosc, - el obispo fue a la iglesia y mandó llamar a los doce «más principales y de buenos entendimientos» del pueblo, «por [los] que todos los demás se gobiernan». Les advirtió del peligro que corrían si no se conseguía que fueran buenos cristianos:

Ahora, trece años más tarde, volvió como obispo a visitar aquellos remotos lugares. No era la primera vez que realizaba una vista pastoral a Chelva. Lo había hecho ya en julio de 1600'. Pero esta tenía un carácter especial por las circunstancias históricas en que se desarrollaba. Su secretario fue tomando nota de los diversos actos de la visita. Nada más llegar comunicó a los pocos moriscos presentes el motivo de su presencia en el pueblo -que veremos explicada con detalle en el caso de Loriguilla- y les dijo que avisasen a los ausentes que estaban por las «masadas2 esquilando» para que al día siguiente, domingo, viniesen a la iglesia. El domingo de Pentecostés por la mañana se congregó todo el pueblo en la iglesia. Las mujeres se situaron junto al altar «porque ellas y los muchachos no entienden bien la aljamía», se nos explica. Antes de empezar la misa mayor les advirtió que la siguiesen con atención y pidiesen a Dios que el Espíritu Santo les alumbrase. Y en particular les mandó que durante la elevación adorasen la hostia y el cáliz y «se hiriessen todos en los pechos», es decir, se diesen golpes de pecho, lo que hicieron «con notable demostración». Acabada la misa se sentó el obispo junto al altar y les predicó durante más de una hora. En primer lugar les hizo una seria advertencia del peligro que corrían y de cómo debían de obedecerlo que el rey les iba a mandar si querían evitar mayores males. A continuación, «Con razones naturales con mucha claridad», les explicó el sacrificio de la cruz y el misterio de la Santísima Trinidad utilizando como apoyo, respectivamente, el rito de persignarse y de santiguarse. «Oyeron la plática con mucha atención», anota el secretario, y les convocó para la tarde. Antes de despedirse dio a los niños algunos «dinerillos» para animarles a venir, y algunas limosnas a los pobres. A las cuatro de la tarde los rectores' de Domeño y Aras, acompañados por un alguacil y un jurado, y «cantando la doctrina» pasaron a recoger a los muchachos y muchachas. Acudió toda la gente a la iglesia y allí el obispo continuó su plática. Primero les hizo recitar toda la doctrina cristiana, y se la fue explicando. ¿En qué consistía esa doctrina? El acta lo expresa: Figueroa fue repasando «palabra por palabra» el padrenuesl.

Archivo de la Catedral de Segorbe, caja 547,

'Masada' equivale a 'masía': «Casa de labo1~ con finca agrícola y ganadera, típica del territorio que ocupaba el antiguo reino de Aragón.>) (DRAE 2001). 3, 'Rector', aquí con el sentido de «Párroco o cura propio» (DRAB 2001). 2.

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Ya avían entendido el estado tan peligroso en que estavan sus almas y 1

consciencias y el cuydado que davan a la Yglesia y al Rey Nuestro Señor

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y la obligación que avía de reformarlos para que fuessen perfectos christianos, en lo que agora se entendía. Y, pues ellos doze eran los que governavan, que diesen a entender esto al pueblo y lo persuadiessen a querer ser enseftados y obedecer lo que en esto el Rey Nuestro Sr. orde-

nasse. Yque ellos mirassen que se les daría la culpa si el pueblo no obedecía en esto, assí como tanbién serían premiados si el demás pueblo se ponía en razón. Díxoles muchas otras cosas en razón desto, y entrase en la sacristía.

Allí les fue mandando pasar y «les examinó en la doctrina». Les dio dos meses de plazo para que aprendiesen lo que no habían sabido. Y además, ante un notario que tomaba acta, les preguntó si eran cristianos bautizados e hijos de bautizados; si querían instruirse en la fe católica; si querían vivir y morir como católicos; y si están dispuestos a obedecer lo que el Rey, sobre estas cuestiones, les mandase. Asintieron a todo «con notable firmeza y conpunsión1, professándolo verdaderamente». Se sale de lo normal este interrogatorio ante notario que Feliciann de Figueroa hace a los doce notables de Domeño. No forma parte del esquema habitual de las visitas diocesanas. Responde a la dramática situación en que se encuentran los moriscos en el verano de 1609. El optimismo manifestado por el prelado en la carta que abre este artículo, se basa en buena medida en este tipo de manifestaciones de la elite morisca. l.

'Compunción': >

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cieron la luz porque sus obras eran malas, assí como oy sus moriscos no obedecen la doctrina que se les predica ni la entienden, porque todavía tienen resabios de las ceremonias de la secta de Mahoma. Y estas las hazen tan en secreto que no se pueden averiguar. Y la razón desto es quia qui male agit odit lucem 1 • Que por ser essas ceremonias malas las encubren, que los christianos no lo hazen assí, porque con la professión de su fe van públicos por Constantinopla, Argel e Inglaterra, porque sus obras son buenas y fundadas en la verdad de Dios.

Dado que era ya medio día, los convocó para la tarde para confirmar a los niños y explicar los sacramentos. A las tres de la tarde el rector de Aras fue por las calles y trajo a la iglesia a todos los niños y niñas cantando la doctrina. Acudieron muchos más que la víspera y «con más facilidad y alegría», puntualiza el secretario. El obispo les examinó a todos para ver si sabían signarse, y concedió premios en presencia de sus padres y madres. Luego se revistió de pontifical con su capa y su mitra y confirmó a 48 niños y niñas, «que sus madres las trayan con notable alegría y curiossidad». Una nota debe hacerse a este pasaje: hay que señalar el énfasis puesto en la presencia femenina, tanto de las madres como de las niñas. De a!Ií la reiteración, que se ha respetado, «padres y madres». Como ya se ha mencionado antes, y luego se podrá constatar con más detalle, la instrucción de las mujeres moriscas tropezaba con obstáculos especiales: de momento se ha hecho referencia a su menor conocimiento de la legua romance. Por otra parte, la curiosidad por ver a un obispo revestido de pontifical es fácil de entender en el marco de una localidad como Domeño. Figueroa les hizo a continuación una larga plática sobre los sacramentos. La explicación del bautismo es especialmente extensa y merece leerse: «El bautismo se instituyó para remedio del peccado original de Adán, y que procedía por la carne en todos sus descendientes que por él nascían condenados al infierno. Y el alma que la criaba Dios de su mano, en el punto que entrava en aquella carne q uedava condenada. Y por el bautismo se renascía en gracia de Dios.» Por su parte, la confirmación servia para dar «fuer~a al niño que entrava en años de discreción para resistir al Demonio y a las tentaciones por medio de los dones del Espíritu Sancto que allí se le davan». Sus padres debían procurar que no perdiesen la gracia recibida por estos dos i.

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sacramentos, pero por si esto ocurría por haber cometido un pecado mortal, se contaba con la confesión, «que era el medio para cobrar la gracia como la medicina y el médico para recuperar la salud perdida». No perdió la ocasión el obispo para corregir el comportamiento de sus feligreses, acusándoles de no confesarse bien ya que ni decían los pecados que tenían ni se arrepentían de ellos, por lo que «estavan notablemente diffamados». Y aprovechó parn volver a insistir en que ninguno de ellos recibía el cuerpo de Cristo, como lo hacían los fieles cristianos, «Y que esta differencia sola bastava para confusión suya y que no fuessen tenidos por christianos, y que la Santa Yglesia tenía gran sentimiento de ver en su gremio este monstruo, que siendo bautizados no ussasen de los demás sacramentos[ ... ] por lo qual se tratava agora de su reformación>>. Al tratar de los otros tres sacramentos -extremaunción, orden sacerdotal y matrimonio-les echó en cara que tampoco recibían el primero y que «jamás avían querido dar un hijo para que se ordenase», lo que era señal manifiesta de su falta de fe y causa de «la necessidad que avía de reformarlos». De nuevo, sin aspavientos pero sin perder cada ocasión, les señalaba la amenaza que pesaba sobre ellos. «Con lo qual y una exortación muy en forma que les hizo, se acabó la plática.» Pero no su actividad ese día; recibió algunas visitas, despachó algunos negocios y se reunió «en el aposento donde eslava el vasso de enterrar>> con los tres hermanos Algipes, «que son los más principales y los que goviernan a todo el pueblo y les tornó a encargar y exortar que fuessen ellos parte de poner en orden y razón a los >, dice el secretario, y bajó a la iglesia. Allí le esperaban algunos moriscos y moriscas-de nuevo el empleo de ambos géneros para resaltar la presencia femenina- a los que catequizó, examinó y dio limosna. Después de oír misa dispuso que se cambiase la disposición de los bancos de los hombres y las mujeres para que estas pudiesen oír mejor la doctrina. Esa misma tarde vino un carpintero y albañil (el documento valencianiza y habla de un fustero y obrero de villa) y, a lo que parece entenderse, «arrancó» seis bancos del

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lado de los hombres y los puso al otro lado para que se sentasen allí las mujeres, que antes se situaban al fondo de la iglesia donde ni veían ni oían ni podían ser vigiladas por el rector. En torno a los bancos que les reservaba hizo construir una especie de cercado con tablas. De esta manera las mujeres, que eran «las más ignorantes y torpes y necessitadas de oyn>, se situaban cerca del altar. Llama la atención los calificativos que ahora se dedican a las mujeres, cuando el día que las examinó solo resaltó aspectos positivos. Ordenó también poner la pila del agua bendita en el centro, delante de una cruz, de manera que tuviesen que reverenciar la cruz al ir a coger el agua. Mandó además que «enramasen'>> el cercado de las mujeres y la pila, y que el agua se pusiese en una fuente de plata. En esto se ocupó hasta las nueve de la noche. Al día siguiente, festividad de San Bernabé apóstol, jueves u de junio, el obispo bajó temprano a la iglesia e hizo que las mujeres se colocasen en el cercado. Se había sentado cerca del recinto y conforme pasaban las hacía tomar agua bendita y arrodillarse delante de la cruz. Mientras se hacía la hora de comenzar la misa, «como por vía de conversación, urdió una plática enseñando lo que avían de hazer quando entravan en el templo, y como era desacato y descortesía sentarse luego sin hazer a Dios reverencia». Las animó también a que acudiesen al templo a encomendarse a Dios, en especial cuando pasaban por la puerta «aunque fuessen a sus haziendas2 y aunque llevassen sus cántaros [... ] y assí todo les sucedería bien». La relación de la visita se detiene especialmente en lo que Figueroa dijo en esta conversación más informal, y me parece una oportunidad casi única de colocarnos por un momento en el lugar de aquellos moriscos, y en especial moriscas, como el documento precisa, y escuchar al prelado. Dijo así: Que se acordassen que en este cuerpo de tierra tenían una alma criada

en el cielo adonde avía de bolver presto dexando al cuerpo sepultado, y que quando fuesse delante de Dios si la hallava suzia con pecados hechos en esta vida no la querría recibir, antes la imbiaría al infierno, y que así se devían regir más conforme a la salvación del alma que no al

regalo del cuerpo. Y les advirtió que todos los hombres que acá vivían regalados con abundancia de bienes ivan camino del infierno porque

todo el estilla de los christianos era ser humildes y padecer trabajos con paciencia por amor de Dios, y menospreciar todas las riquezas y i.

2.

'Enramar': «Poner ramas en un sitio para adornarlo[ ...]» (DRAE 2001). 'Haciendas': ~) Ibid.

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Los 'ÚLTIMOS DÍAS nn FEr...rcIANO DE FrGUEROA•..

deleytes desta vida. Y truxo por exemplo el rico avariento y a Lázaro\ declarando esta parábola, de que todo el auditorio quedó espantado.

Y continuó aprovechando el retablo de la iglesia para hablar de la Virgen, el Cristo crucificado y de S. Francisco y Sta. Catalina: Exortolos a que fuessen devotos de Nuestra Señora Madre de Dios, su

abogada, que allí la tenían en el retablo y contemplassen en ella adorando aquella ymagen como representación de la que estava en el cielo y que contemplassen mirando en el retablo el Crucificado y a Sanct Francisco y a Sta. Catherina. Y declaró el misterio de cada una de estas figuras exortándoles que para contemplar en ellas venían a la yglesia y avían de ocupar aquel tie1npo y en oír la missa con gran attención, que era la mayor sanctidad que teníamos en la yglesia. Y que por eso el sacerdote entrava con tanta humildad confessando sus peccados y los

del pueblo delante de Dios, y de aquí les declaró la confessión' como la dizía el sacerdote para movelles a penitencia.

El secretario que tomó nota de las palabras del obispo manifiesta su admiración por el efecto que tuvieron: «Esta plática y conversación fue tan larga que duró hasta más de las diez; la qua! oyeron especialmente las mugeres con grande attención y silencio, mostrando que Ja entendían bien y que les pessava que se uviesse acabado. Y Jo que en esto ay que dezir y siente quien lo dize solo Dios Jo puede juzgar.» Tras esta larga plática el rector dijo la misa, con la participación de los fieles durante el ofertorio en el que «Offrecieron todos los hombres y las mugeres bessaron el manípulo [... ] dentro del cercado». El rector, acabada la misa, volvió a repetir la doctrina cristiana hasta los sacramentos, les advirtió del ayuno de las témporas', y pasó lista por el padrón, anotando a los que habían faltado a la misa sin excusa. Se trataba, de nuevo, de algunos de los más principales del lugar, que ya habían faltado el domingo. Feliciano de Figueroa consideró necesario explicar que se les imponía una multa en cumplimiento de las Constituciones, pero que confiaba que pronto serían perfectos cristianos y no habría que irles a buscar. Acabó el acto dando la bendición, con lo que quedaron muy contentos «según mostraron así hombres como mugeres». Les indicó Véase el evangelio de San Lucas, 16 19-31. Se refiere al confiteor del ordinario de la misa. 3. Las témporas de verano se celebran el miércoles, viernes y sábado de la semana de Pentecostés. l.

1

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que por Ja tarde debían mandar a todos sus niños y niña.s ~ aprender la doctrina, y que él andaría por las calles, se supone que v1g1lando. Por Ja tarde Jos párrocos de Domeño y Aras, con los alguaciles, ~ra­ ·eron a Jos niños a Ja iglesia cantando la doctrina, como los otros dms. ~cudieron también mujeres y hombres. El rector dijo la doctrina y el obispo Ja repitió e hizo que todos respondiesen, en parti:~Jar los i_nandamientos y sacramentos. Después les hizo otra larga plattca exphcando las tres potencias y Jos tres enemigos del alma, así como los dones del Espíritu Santo «para abrilles el entendimiento y levantallo~ a las cosas espirituales». Les encargó, para acabar, que cuando se tanese a la ración se hincasen de rodillas y rezasen. La relación de la visita concluasí: «Y toda esta plática fue de grande utilid"..d p,orque el justicia Ylos jurados y otros del pueblo se fueron tras S~ Senona a las heras y se s~n­ taron y tornaron a platicar de muchas y diversas cosas de la grandeza de Dios en que todos estavan admirados y muy contentos. Y con esto se acabó el día, aviendo oído algunas causas matrimoniales.»

~e

1.2

La visita al lugar de Loriguilla

Como se ha dicho, el martes g de junio Feliciano de Figueroa se despl,azó hasta Loriguilla, «de sesenta casas de moriscos, anexo a la recto~a de Domeño, Jugar donde ay iglesia, que dista media legua de Domeno muy áspera». La iglesia había sido renovada recien~emente por orden del obispo, y en ella se congregó todo el pueblo. F1gueroa, sentado al pie del altar, les expuso el motivo de su nueva visita: Que no se espantasen de que un prelado tan viejo y cansado po~ tan ásperos caminos viniesse a un lugar tan áspero y remoto, pues ~ios avía inviado su hijo unigénito a visitar y salvar los hombres a la T1e1Ta, en cuyo nombre él venía también a Loriguilla a reconoc~r el estad~ que

tenían las ovejas y advertirles que era muy malo y peligroso segun era notorio en toda la Yglesia, que hazía mucho sentimiento de _q~~ los .n~e­ vos convertidos destos reynos no se conformavan con la rehg1on cr1st1ana que recibieron en el bautismo, pues no recivían todos los sacramentos de la Yglesia y que era un monstruo 1 hombres baptizados que no se confiesan y comulgan como los fieles christianos viejos. Y que este e~a bastante argumento para convencellos de que no eran verdaderos chr1s~ tianos y que les advertía que ninguno de los que moría en esse estado

2.

l. 'Mostruo': «Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea)) (DRAE 2001).

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Después desto se salió Su Señoría a un porche de linda vista y allí se le acercaron los principales del pueblo afficionados de las pláticas y allí les declaró la fábrica de la Tierra y del Cielo, la grandeza inconprehen-

se salvava. Y que por remediar este escándalo se movía el Papa y los prelados y el Rey Nuestro Señor a procurar su ren1edio y reformación y que

para est,o se avían juntado y que no era menos sino que Su Magestad en esto, pero que sería con toda blandura y benignidad, sin detrimento de sus personas y haziendas, presupuesto que ellos como fieles bassallos avían de obedecer Jo que se les mandase y conformarse pro~eer1a

sible della, para venir a conocer la grandeza de Dios, y que pues avía hecho nna casa tan hermosa para este cuerpo del hombre mientras en él residía el alma del Cielo, que devía de ser el hombre gran cosa, y que si

con. toda la christiandad. Y por eso les rogava y amonestava que se dispus1essen desde luego sin esperar la violencia, y que después les diría

esto hizo para la vivienda del cuerpo quán mayor era la hermosura del Cielo, donde el alma avía de vivir para siempre y que todo esto devían

el modo como se avían de conformar.

ellos considerar, pues no tenían maestro.

El escribiente resumió por extenso la presentación del obispo a los feligreses de Loriguilla, que debió de ser semejante a la que hizo en Domeño, y qu~ no se recoge en la relación. No era muy tranquilizadora, a pesar del mtento del prelado. Figueroa comenzó recriminándoles su falta de participación en los sacramentos lo que los situaba fuera de la Iglesia y les llevaba a la condenación eterna. Y luego les informaba de que los supremos poderes eclesiásticos y civiles estaban analizando este estado de cosas e iban a ordenar novedades. El optimismo de Figueroa -ya que lo contrario sería presuponer un cinismo condenable- le llevó a anunciar que las medidas inminentes que el Rey iba a mandar serían benignas y no les afectarían en sus personas ni bienes. o al menos eso era lo que el obispo pretendía todavía conseguir entrado el mes de junio de 1609. Después de misa, al igual que había hecho en Domeño, les enseñó la doctrina desde su asiento. Les dijo que para mostrar que eran cristianos lo primero era saber hacer la señal de la cruz, y se la repitió tres veces «porque todos lo aprendiessen». Pasó a continuación, como en Domeño, a explicar los misterios de la cruz, de la Trinidad, el padrenuestro -deteniéndose en cada una de las siete peticiones-, el avemaría -«para hablar con Nuestra Señora como intercesora»- y el credo, «declarándoles todos los misterios de la fe así de la Trinidad como de los que pertenecían al Verbo encarnado y a la persona del Espíritu Sancto». Finalizó hablando de qué era la Iglesia y las ventajas de pertenecer a ella, «en lo qua! se alargó mucho por ver la grande attención y gusto con que le oyan». Y les convocó para la tarde. Tras haber descansado un poco en la iglesia después de Ja comida Figueroa llamó a los ocho hombres principales del pueblo, con Jos que' tuvo la misma charla que en Domeño, y con el mismo éxito. El secretario refiere a continuación con detalle, una charla informal del prelado con los principales:

Completó la charla exponiéndoles el misterio de la eucaristía. «Por estas pláticas dieron gracias a Su Señoría mostrando el gozo singular que tenían de oyllas como cosas para ellos tan pelegrinas.» Mientras tanto en la iglesia los rectores de Domeño y Aras estaban enseñando a persignarse a los niños, niñas y mujeres. Estas mostraban «conpunctión y enpacho de no sabellas que no faltava sino dezillo claro con la boca pero bien se echava de ver la simplicidad y affecto que tenían a la doctrina». El obispo, con capa y mitra, se sentó y confirmó a todos los niños. Una vez más la relación resalta la alegría con que los traían. Completó el acto con una plática sobre los sacramentos y los diez mandamientos, al igual que babía hecho en Domeño. Tuvo tal efecto la enseñanza que «los hombres y mugeres y los niños se le ponían delante y hecha la señal de la cruz con los dedos mostrando que querían persignarse». Dio limosnas en dinero y panizo y, después de dejar encargadas algunas obras que debían realizarse en la iglesia', regresó a Domeño. No pudo volver otra vez a Loriguilla por su falta de fuerzas y de salud, y el jueves n de junio envió al rector de Aras, quien les dijo misa, les reiteró la doctrina y regresó a Domeño contagiado de optimismo: «Avía sido recivido con mucho aplauso y contento [... y] les exortó a proseguir su buen intento de ser perfectos christianos.» 2

Valoración de la visita pastoral

Me he detenido contando cómo se desarrolló la vista, con abundantes y en ocasiones largas citas textuales, dado lo singular del documento l. El rector de Aras de Alpuente, hoy de los Olmos, nos informa poco después que estas consitían en hacer una sacristía y poner bancos para que las mujeres estuviesen en lugar visible, según la traza que Figueroa les había dejado, hacer una imagen Hde bulto» de la Virgen y comprar rma campanilla para el servicio del altar.

= Los ÚLTIMOS DÍAS

DE FELICIANO DE FIGUEROA ...

y, sobre todo, de las circunstancias en que se produjo. La relación insiste en aspectos típicos de las visitas diocesanas al tiempo que deja otros fuera; pero junto a eso encontramos asuntos ajenos a las mismas. El examen del conocimiento que los fieles tenían de la doctrina era un punto habitual en las visitas; servía para conocer si los párrocos cumplían con su obligación pastoral y para tomar medidas de corrección tanto de estos como de sus parroquianos. Nada se nos dice en esta relación sobre el comportamiento de los rectores. Salvo que vemos al de Domeño, ayudado por el de Aras, colaborar intensamente en la visita. Pero sí que se nos hace reiterada mención del comportamiento de los fieles, sometidos a examen por el obispo y sus ayudantes. Valorar el resultado de la evaluación no resulta fácil. La relación trata de mostrar el lado positivo, en especial la buena disposición de los moriscos y las moriscas ante la visita. Sin embargo la imagen de los de Loriguilla debiendo practicar la señal de la cruz a la altura de 1609 resulta patética, o mejor dicho, ilustrativa de su ínfimo nivel de conocimientos del cristianismo. Tampoco contribuyen a dar una buena imagen las expresiones textuales que se ponen en boca del propio Feliciano de Figueroa: esos hijos de los Algipes, notables de Domeño, que eran «como unas bestias del campo»; mujeres calificadas de «ignorantes y torpes» y que además, al igual que los niños, no entienden bien la aljamía. Dentro de un texto destinado a dar una visión positiva de los moriscos se le «escapan» expresiones poco afortunadas. Por otra parte, el obispo proyecta sobre los feligreses de Domeño y Loriguilla estereotipos generales: realizan las ceremonias islámicas en secreto, no confiesan bien, deben ser compelidos a acudir a la iglesia. En definitiva los considera globalmente malos cristianos. Y esto choca de nuevo con el optimismo que pretende transmitirnos. Consideremos la relación que establece con las elites locales. Tiene especial interés en lograr su implicación en el proyecto de reforma y cristianización del pueblo, y para ello les da un trato excepcional. Reuniones particulares con ellos; examen también pmticular de sus conocimientos, que no debían ser muy buenos ya que les dio dos meses de plazo para que aprendiesen lo que no sabían. Y lo que es más extraordinario: forzarles a un compromiso ante notario de su voluntad de ser buenos cristianos y obedientes súbditos, después de haber reconocido ser bautizados e hijos de bautizados. Figueroa estaba habituado a llegar a acuerdos ante notario con los dirigentes de las aljamas, pero eran relativos al pago de sueldos a los rectores o a su contribución para la

Los

ÚLTIMOS DÍAS DB l, en Homenatge al doctor Sebastiá Garcia Martínez, Valencia, Generalitat Valenciana, 1988, vol. I, p. 355-362. - . «El río morisco», en El rfo morisco, Valencia, PUV, Biblioteca de estudios mo1iscos, 2006, - . «La conspiración morisca, ¿proyecto o fábula?», Estudis. Revista de Historia Moderna, 35 (2009), p. 115-129. WBSTERVELD Govert, Blanca, «el Ricote» de Don Quijote. Expulsión y regreso de

a

los moriscos del último enclave islámico más grande de España. Años 1613-1654, Murcia, 2001.

ZAYAS Rodrigo DE, Los moriscos y el racismo de estado. Creación, persecución y deportación (1499-1612), Córdoba, Almuzara, 2006.

a

Abreviaturas empleadas en las notas • ACA: Archivo de la Corona de Aragón. • AGS: Archivo General de Simancas. • AHN: Archivo Histórico Nacional. • ARCCC: Archivo del Real Colegio de Corpus Christi de Valencia. • BL: British Libra1y. • BNE: Biblioteca Nacional de España. • RAH: Real Academia de la Historia.

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BIIlLIOGRAFÍA CITADA

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Índice general

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Introducción

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Capítulo 1 ¿Cómo se tomó la decisión de expulsar a los moriscos? 1 Antecedentes: la postura de Felipe II . . . . . . . . . . . . El problema de los granadinos dispersados por Castilla . 2 3 La intervención del patriarca Ribera . . . . . . 4 La «gran consulta» del 30 de enero de i6o8 . . 5 Bajo el impacto de la negociación de la Tregua de los Doce Años . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 La preparación de la última campaña para la conversión de los moriscos El peligro marroquí . . . . . . . . . . . . . . . 7

19 20 23 25 34

1

53

Optimistas frente a pesimistas

Capítulo 2 El debate religioso en el interior de España 1 Temor al morisco y propuestas de expulsión . 2 Rechazo de la expulsión y confianza en la conversión 3 Planes de evangelización y de igualación cultural 4 El rey y su real conciencia . . . . . . . . 5 Relación de los memoriales analizados Capítulo 3 La figura y la obra de Fr. Jaime Bleda 1 La difícil gestación de la Defensio Fidei . . . . . . . . . . . Las muchas facetas de la Coránica de los moros de España 2 3 La Coránica como libro de historia . . . . . . . . . . . . .

37 42 47

55 59 68 74 82 83 87 89 92 109

" -- '7

310

ÍNDICE GENERAL

Capítulo 4 Los últimos días de Feliciano de Figueroa, obispo de Segorbe: su visita misional a los moriscos de Vizcondado de Chelva La visita misional a los moriscos de Vizcondado 1 de Chelva . . . . . . . . . . . . . Valoración de la visita pastoral . . . 2 La visita como misión . . . . . . . . . 3 La visita como instrumento político 4

11

El triunfo de la razón de estado

Introducción Capítulo 5 El gran memorándum de 1607 y su influjo en la decisión de expulsar a los moriscos 1 Memoria personal y registro escrito 2 Contenido del memorándum . . . . 3 Análisis del memorándum . . . . . . El memorándum y las decisiones del Consejo de Estado 4 Capítulo 6 El escamoteo del tercer papel del Patriarca Ribera a favor de la expulsión de los moriscos 1 El escamoteo . . . . . . . . . . . . 2 Reconstrucción de lo ocultado . 3 Posibles causas de la ocultación . Apéndice . . . . . . . . . . . . . . 4 Capítulo 7 La presunta amenaza marroquí como justificación de la expulsión de los moriscos Los discursos . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 Loshechos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 La valoración de los hechos y de los discursos 3 Apéndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 Capítulo 8 Análisis comparativo de los bandos de expulsión de los moriscos 1 Desarrollo del proceso de expulsión de los moriscos . 2 Circunstancias de la expulsión 3 Forma de tramitación ... 4 Argumentos justificativos . . .

ÍNDICE GENEHAL

119 120 131

111 Otros ricotes

235

Introducción

237

Capítulo 9 La odisea del manchego Diego Díaz

241

Capítulo 10 Capturados como corsarios

261

Capítulo 11 El moro va, el moro viene: la trágica vida de

133

Francisco Pérez, alias Alí (Gorafe, c. 1360- Valencia, 1621)

136

Bibliografía citada 141

143

147 149

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152

158 163

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180

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207 209

215 223 227

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273

299

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