Oír con los ojos, escuchar en la mirada. Consideraciones en torno a la revisión heideggeriana del régimen escópico occidental

September 3, 2017 | Autor: Iñigo Galzacorta | Categoría: Martin Heidegger, Vision, Hermenéutica, Percepcion
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OÍR CON LOS OJOS, ESCUCHAR EN LA MIRADA. CONSIDERACIONES EN TORNO A LA REVISIÓN HEIDEGGERIANA DEL RÉGIMEN ESCÓPICO OCCIDENTAL

Íñigo Galzacorta

1. Razón y visión: la denigración contemporánea del más noble de los sentidos an pasado ya más de dos mil años desde que, en las primeras líneas del libro A de la Metafísica, Aristóteles destacara la visión por encima de todos los sentidos y afirmara la preferencia del género humano por esta. «La razón −decía allí el estagirita− estriba en que esta es, de las sensaciones, la que más nos hace conocer y muestra múltiples diferencias» (Metafísica, A1 980a). De este modo, desde sus orígenes griegos hasta los tiempos más recientes, el discurso filosófico tradicional ha concedido destacado privilegio al sentido de la vista como paradigma fundamental en torno al que se ha configurado la noción misma de conocimiento. Y esto, no solo cuando, como hacía Aristóteles, la primacía de la vista entre los sentidos es afirmada de un modo explícito o cuando −de forma quizás menos consciente− la filosofía ha hecho uso de términos que, como «eidos», «luz de la razón», «ojos del alma», «evidencia» o «claridad y distinción», se hallan abiertamente relacionados con la visión y el sentido de la vista. Más allá de estas referencias más o menos claras y explícitas al sentido de la vista, si creemos a estudiosos de la cuestión como Hans Jonas, algunos de los conceptos más fundamentales del pensamiento occidental, como la distinción entre «esencia» y «existencia», entre «ser» y «devenir», entre «teoría» y «praxis», o entre lo «finito» y lo «infinito» dependen en última instancia de algunas de las propiedades más singulares y características de este sentido (cf. Jonas, 2000: 191 ss.). Sin embargo, tal y como detalladamente ha mostrado el historiador

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de las ideas Martin Jay, a lo largo del siglo pasado un «discurso ocularfóbico se ha filtrado por los poros de la vida intelectual», de suerte que, buena parte del pensamiento contemporáneo, «en una amplia variedad de campos, está, de una manera u otra, imbuido por una profunda sospecha ante la visión y ante su papel hegemónico» (Jay, 2007: 20 ss.). Suele ser habitual que quienes han estudiado la cuestión concedan al pensamiento de Heidegger un papel destacado como fuente de inspiración de este movimiento de confrontación y revisión crítica del papel de lo «ocular» en la configuración del modelo de conocimiento y racionalidad occidental. En este sentido, es común señalar el importante papel que en la obra de este juegan metáforas relacionadas con el oído y con lo acústico1. Ahora bien, a pesar de todo esto, no se puede obviar, que junto al uso de metáforas relacionadas con lo auditivo, en la obra de Heidegger, y de forma notoria en Ser y tiempo, las referencias al «ver» (Sehen), a la «vista» (Sicht) y a la «mirada» (Blick), así como el uso de diferentes términos abiertamente asociados al sentido de la vista, son frecuentes y centrales en la argumentación. Así las cosas, nuestro propósito en este trabajo radica en examinar algunos aspectos de la discusión que en Ser y tiempo tiene lugar en torno al «ver». Como veremos, el uso en esta obra de términos explícitamente relacionados con la vista no es obstáculo para que Heidegger los utilice para llevar a cabo una revisión del papel que la «vista», o al menos de una determinada concepción de lo que es «ver» y «mirar», ha jugado en la configuración de la razón y la racionalidad en la tradición occidental. De este modo, defenderemos que, en esta obra la mirada es empujada a un ámbito que atraviesa toda visión y que, sin embargo, permanece siempre inaccesible a la mirada, un ámbito en que imagen y palabra se entrelazan de forma indiscernible, y en el que, en consecuencia, se hace importante aprender «oír con los ojos», «escuchar en la mirada».

2. Ser y tiempo y la transformación hermenéutica de la mirada En efecto, no es necesario profundizar en exceso en la lectura Ser y tiempo para comprobar el importante papel que expresiones construidas en 1

Así lo hacen tanto Martin Jay (2007: 200 ss.) como David Michael Levin (1993: 186 ss.) en sendos trabajos acerca de la hegemonía de la visión y los discursos ocularcentristas. Sobre el papel de lo auditivo en la obra de Heidegger resulta enormemente sugerente el trabajo de Derrida, «El oído de Heidegger. Filopolemología (Geschlecht IV)», en Derrida, J. (1998): Políticas de la amistad. Valladolid: Trotta.

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torno al «ver» y el sentido de la vista juegan allí. Advirtiendo que «la tradición de la filosofía se ha orientado desde el comienzo de un modo primordial en el «ver» (am “Sehen”) como forma de acceso a lo ente y al ser», Heidegger acepta explícitamente mantener la conexión con esta tradición, conservando los términos vista (Sicht) y «ver» (Sehen) para nombrar la posibilidad misma de acceso a lo ente, la constituyente apertura al «ahí» que, en cada caso, caracteriza a nuestra existencia (Heidegger, 1993: 147). Ahora bien, como hemos adelantado, al tiempo que formalmente se mantiene la referencia al sentido de la vista, se emprende una confrontación con la concepción de la visión o la mirada que ha resultado hegemónica y paradigmática en la tradición filosófica occidental. En la terminología de Ser y tiempo esta concepción de la mirada que ha ejercido su hegemonía en la tradición filosófica occidental es denominada Hinsehen. Este término refiere a la visión atenta, a la mirada teorética que se dirige, expresamente y con atención, al objeto que en cada caso se toma en consideración. Heidegger retrotrae el privilegio de este teoretizante mirar atento como modo fundamental de acceso a la realidad a los orígenes mismos del pensamiento occidental2 y considera que su hegemonía ha permanecido incuestionada a lo largo de toda esta tradición. A esta forma de mirada atenta a las cosas que conforman el mundo corresponde la primacía de una determinada comprensión de estas cosas, una determinada comprensión del ser de los entes que, de igual modo que la mirada teorética, ha ejercido de modo incuestionado su hegemonía en la tradición filosófica occidental determinando la dirección en que se mueve la interrogación filosófica, a saber: lo que en la terminología de Ser y tiempo se denomina la Vorhandenheit, esto es, la pura presencia de lo que está-ahí-delante, de lo «presente-ahí-delante»3. En efecto, dirá Heidegger, «el teorético mirar atento (theoretisches Hinsehen) ha enfocado ya siempre el mundo 2

En el marco de Ser y tiempo, Heidegger retrotrae esta concepción de la visión a la célebre identificación de Parménides entre «ser» y noein, que Heidegger traduce como anschauendes Vernehmen. Para Heidegger, Parménides sostiene que esta identificación que «ser es lo que se muestra en la pura percepción visual (reinen anschauenden Vernehmen), y solo este ver descubre el ser» (Heidegger, 1993: 171). Es preciso observar que en textos posteriores Heidegger problematizará esta concepción de Parménides y situará irrupción de la primacía de lo presente ante la mirada teorética en la determinación platónica del ser como eidos. 3 En este contexto, puede resultar significativo recordar que en la clásica traducción de Gaos [Heidegger, (1951): El ser y el tiempo. México: FCE] el término era traducido, quizás sin excesivo fundamento lingüístico, pero −cuando menos conforme a lo que aquí vamos a exponer− de forma coherente con el significado del término, como lo «ante la vista».

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a la monotonía de lo meramente presente-ahí-delante (des puren Vorhandenen)» (Heidegger, 1993: 138). El modelo de acceso a las cosas asumido por la filosofía occidental ha buscado y encontrado la verdad de las cosas justamente en aquello que una mirada atenta y detenida puede constatar como presente y determinable en la cosa en cuestión. Para esta mirada, determinar el ser de un objeto es tanto como que «se determine lo presente con que nos topamos en su estar-ahí-delante-presente-así-y-así (in seinem So-und-so-vorhandensein)» (Heidegger, 1993: 158). Ciertamente, nada nuevo descubrimos si afirmamos que uno de los objetivos fundamentales de Ser y tiempo radica justamente en la voluntad de poner en cuestión esta asunción hegemónica y no suficientemente pensada de la metafísica de la presencia que actúa como trasfondo de las formas heredadas de pensamiento. En consecuencia, esta forma de mirada atenta que descubre ante nosotros la pura actualidad de la presencia, lo meramente Vorhandene, será igualmente puesta en cuestión como forma primaria de conceptualización de nuestra relación con las cosas, de nuestra apertura al mundo. Para ello, Heidegger buscará señalar los límites de esta mirada, mostrar su carácter derivado, esto es, apuntar a determinadas experiencias que revelan que dicha mirada desfigura el modo en que de forma primaria nos las habemos con las cosas que conforman nuestra existencia. Dentro de la complejidad del planteamiento de Ser y tiempo, una de las estrategias utilizadas por Heidegger radica en el análisis del modo en que de forma cotidiana y habitual tratamos con las cosas. Se trata de lo que en la terminología de la obra se denomina lo Zuhandene, lo que está «a la mano», lo disponible para el uso y trato habitual, trivial y aproblemático, con los útiles (Zeug) con que nos las habemos. En la arquitectura de la obra, el análisis de este modo trivial, preteórico y aproblemático de trato con los «útiles» en su «estar a la mano», sirve justamente al propósito de problematizar la consideración de la primacía de la determinación teorética de las cosas como modo primario y fundamental de acceder a lo que las cosas, en su inmediata facticidad, para nosotros son. En efecto, repite Heidegger en diferentes momentos de su análisis, en la medida en que la «mirada atenta» a las cosas determina las cosas en su «estar-ahí-delante-presente-así-y-así», «se oculta lo a la mano en cuanto que a la mano» (Heidegger, 1993: 158); o también, «el más agudo tan solo mirar atentamente el “aspecto” así y así constituido de las cosas no es capaz de descubrir lo a la mano»; o, «la mera mirada “teorética” que mira atenta a las cosas carece de la comprensión del modo de ser de lo a la mano» (Heidegger, — 110 —

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1993: 69). En este sentido, la mirada teorética desfigura la posibilidad de ver el peculiar modo de ser de estos útiles. Y esto es así, observa Heidegger, no porque este modo preteórico de habérnoslas con las cosas sea «ciego», esto es, carezca de visión, sino más bien porque «tiene su propio modo de ver». A esta mirada Heidegger la denomina Umsicht, esto es, «ver en torno» o «circunspección»4. Así pues, ¿a qué se refiere Heidegger con esto? ¿Qué es eso que no resulta visible para la mirada atenta y teórica, que irremediablemente se substrae a todo intento de determinación del aspecto y las propiedades que las cosas muestran en su puro estar ahí-delante-presentes? Ya hemos señalado que para apuntar a ese modo de ser de las cosas que queda encubierto para la mirada teórica Heidegger recurre al análisis de los útiles. Con ello, se trata de reflexionar acerca del modo cotidiano, trivial y preteórico de habérnoslas con las cosas que conforman nuestro mundo. En este contexto, Heidegger descubre que lo característico de nuestro trato con este tipo de objeto es que «en la medida en que menos se contemple», es decir, «en la medida en que más decididamente se utilice, tanto más originaria es nuestra relación con él, tanto más abiertamente nos hace frente como aquello que es, como útil» (Heidegger, 1993: 69). Es decir, no es cuando atentamente determino el aspecto que caracteriza, por ejemplo, mi bolígrafo cuando este se muestra propiamente como lo que es, sino justamente cuando, sin apenas reparar en él, simplemente lo agarro y escribo. Este trato cotidiano con los útiles no dirige su mirada y su atención a los útiles en cuestión, sino a aquello que con ellos puedo hacer, al «para-qué» (Wozu) del útil, en este caso, al escribir. En todo trato con el bolígrafo en tanto que bolígrafo, en donde apenas necesito reparar expresamente en la constitución del mismo, sino simplemente cogerlo y escribir, está presente aquello que puedo hacer con él, aquello para lo que él es. Pero a su vez, eso para lo que el bolígrafo es, el escribir, solo se comprende en la medida en que igualmente está referido a aquello para lo que puedo escribir, por ejemplo, comunicar o recordar mis ideas. Esto, a su vez, también remite a aquello para lo que quiero comunicar o recordar mis ideas, digamos, el trabajo intelectual; que a su vez refiere a la universidad, el saber, una forma de vida, etc. Pero además, por 4

Propiamente la voz «circunspección» recoge mejor el significado del término alemán, pues engloba el significado habitual del término, es decir, la cualidad de alguien reservado y cauteloso, y la construcción a partir de una raíz que remite al «ver» y el prefijo «en torno». Sin embargo, teniendo en cuenta que consideramos que en el uso que hace Heidegger del término es esto último lo que le importa, y que en la forma castellana «circunspección» resulta fácil olvidar su etimología, optamos por la traducción «ver en torno».

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otro lado, este bolígrafo es de un material concreto, en este caso de plástico Y así, en la mera comprensión aproblemática del bolígrafo como bolígrafo está implícito el material del que este está hecho (su de-qué, Woraus). En este caso, plástico, un material barato, hecho por cualquiera para cualquiera, aunque también podría ser de oro, que a su vez remite a la dificultad de su extracción, a su carestía, y con ello a la exclusividad de quien lo posee, etc. Así las cosas, conforme al planteamiento heideggeriano, en la mera comprensión cotidiana del bolígrafo estaría presente, sin necesidad de reparar expresamente en ella, toda esta totalidad de remisiones atemáticas a partir de las cuales el bolígrafo se comprende como el bolígrafo que es. Y así, cada vez que trato a este bolígrafo como este bolígrafo, este se encuentra permanentemente referido a todo eso que, ciertamente, no está presente en él, y por tanto no puede comparecer cuando, «mirándolo con atención», lo «determinamos en su estar-presente-así-y-así». Y sin embargo, solo comprendo esto como el bolígrafo que es en la medida en que dicho objeto se encuentra inmerso en todo este tejido de remisiones, en todas estas relaciones de referencia (Verweisungsbezüge), en todo ese contexto explicativo global (Bewandtnisganzheit) (escribir, comunicar, trabajo intelectual, saber, mi forma de vida; plástico, por cualquiera para cualquiera, etc.) que «está «ahí» antes de toda constatación y reflexión», pero que, sin embargo, a pesar de su invisibilidad para la mirada teórica, «no se vislumbra como algo todavía no visto, sino como una totalidad permanentemente ya vista por el ver en torno», una totalidad que «está de antemano con todo lo que tratamos, aunque de forma atemática, siempre ya descubierta». Y a esta totalidad que se ha puesto de manifiesto como fundamento y sostén de nuestra comprensión preteórica de las cosas es a lo que Heidegger denomina el «fenómeno del mundo» (Heidegger, 1993: 75).

3. Escuchar en la mirada De este modo, el análisis del útil en Ser y tiempo quiere mostrar que en mi trato preteórico con las cosas, en el fáctico habérmelas siempre ya con un mundo, estas aparecen ante mí, y de forma previa a todo posible esfuerzo expreso por determinar el qué-es de cada cosa, siempre ya como las cosas que en cada caso son: este bolígrafo como este bolígrafo, esta mesa como esta mesa, este zapato como este zapato. En este sentido, todo «simple ver antepredicativo» (vorprädikative schlichte Sehen) de las cosas que me rodean lleva en sí esta — 112 —

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estructura «algo como algo» como marca de la irreductible significatividad de la cosa en cuestión, de su fáctico aparecer siempre ya como esto o aquello. Y de este modo, advierte Heidegger, «el simple ver las cosas más cercanas en el habérnoslas con ellas lleva en sí esta estructura interpretativa de forma tan originaria que es justamente un concebir algo sin-el-como (als-freies Erfassen) lo que precisa de una cierta modificación» (Heidegger, 1993: 149). Lo que primaria y originariamente «veo» en mi trato con las cosas es un mundo siempre ya significativo. Y, sin embargo, cuando dirijo con atención mi mirada a la cosa, cuando intento determinar y expresar explícitamente lo que «veo» en el bolígrafo, no veo sino una superficie cilíndrica de unas dimensiones determinadas y un color determinado, no veo sino lo que de forma descualificada y asignificativa está presente-ahí-delante ante mí, a lo que solo posteriormente puedo añadir un «significado» como una etiqueta que es puesta por mí. De este modo, parece claro que por más que Heidegger utilice el término Sicht, «vista», para caracterizar la apertura originaria al «ahí» en que en cada caso somos, a lo que aquí se apunta con este término poco tiene que ver con lo que tradicionalmente se ha entendido por «ver». Lo que esta mirada ve no son superficies, volúmenes o colores, sino siempre cosas concretas en su irreductible significatividad, en su fáctico «como-qué». Y lo que en cada caso permite que veamos las cosas como las cosas que son no es lo que una mirada expresa a la cosa puede constatar en ellas, sino esa totalidad de remisiones atemáticas, latentes e inexpresas, a la que Heidegger denomina «mundo». En este sentido, la «visión» −al menos antes de que una ulterior modificación permita una mirada libre del «como-qué», esto es, percibir algo así como sensaciones puras− se halla indisolublemente atravesada por una dimensión constitutivamente inaccesible a la mirada atenta de la actitud teorética, por un ámbito esencialmente invisible al que Heidegger trató de aludir de diferentes maneras, pero siempre refiriéndose a cierto juego de ocultamiento y desocultamiento constituyente de todo mostrarse de las cosas mismas. Habíamos comenzado este trabajo advirtiendo de que, más allá del uso que en los análisis de Ser y tiempo Heidegger hace de términos relacionados con la «vista», estos son allí sometidos a una revisión tal que, en definitiva, eso que la «vista» allí «ve» no solo deja de pertenecer de forma privilegiada a los ojos y al sentido de la vista, sino que, decíamos, parece más bien posible y necesario aprender a «escuchar en la mirada». Y ciertamente, si tenemos en cuenta que el «ver» que en Ser y tiempo se postula como constituyente primario de la apertura al mundo remite siempre a cierta significatividad originaria y constitutiva de — 113 —

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nuestra primaria relación con las cosas, y que la significatividad se caracteriza por ser la dimensión constitutiva de la palabra y del lenguaje, parece que en este «ver» que en Ser y tiempo se postula como constituyente de nuestra apertura al mundo, la mirada remite de forma indisoluble al lenguaje, la imagen a la palabra. En este sentido, llegar a aprehender esta «apertura al mundo», esta dimensión a la que remite toda imagen y toda palabra, exigirá justamente alcanzar a aprender a «escuchar en la mirada». Ahora bien, es preciso señalar que no cualquier palabra es capaz de nombrar este singular entrelazamiento entre imagen y palabra, figura y significado, cosa y mundo, que Heidegger plantea como constituyente del «ahí» en que en cada caso somos. Sin poder adentrarnos en la complejidad de lo que planteamos, podemos decir de forma un tanto categórica que es justamente la palabra o el discurso que trata de nombrar este intersticio entre cosa y mundo que hemos caracterizado como una dimensión invisible que atraviesa toda mirada, pero que también podríamos haber señalado como algo inaudible que se cruza en toda palabra, lo que en textos posteriores a Ser y tiempo Heidegger denominará de forma idiosincrásica «poesía». Un tipo de discurso, por tanto, que lo que busca es, en este sentido, alcanzar a «oír con los ojos» o «escuchar en la mirada». Pero hay aún otro sentido en que la expresión «escuchar en la mirada» puede servir para caracterizar el proceder del pensamiento heideggeriano y para indicar la dirección de su revisión del régimen escópico hegemónico en la tradición occidental. Tanto en Ser y tiempo como en unas lecciones contemporáneas que se han señalado como el primer esbozo de esta obra, Heidegger define la labora «fenomenológica» que él allí emprende en términos de un marcado carácter «visual». La fenomenología, dice allí Heidegger, consiste en «hacer ver desde sí mismo lo manifiesto en sí mismo» (Heidegger, 1988: 118; cf. tb. Heidegger, 1993: 34). Sin embargo, añade Heidegger, este «hacer ver lo manifiesto» exige de lo que aquí denominará el «trabajo de un hacer ver desencubridor» o, lo que es lo mismo, de un «desmontaje metódico de los encubrimientos» (Heidegger, 1988: 118). Es decir, este «hacer ver» los fenómenos requiere lo que Heidegger denominará la tarea de una Destruktion de la tradición, de una destrucción o deconstrucción de la tradición. Ahora bien, resulta significativo que cuando, años después, Heidegger vuelva a referirse a esta tarea de «desmontaje» o «deconstrucción» de los encubrimientos que impiden una adecuada visión de los fenómenos se refiera a este trabajo justamente como a la necesidad de «abrir nuestro oído, despejarlo para aquello que en la tradición se nos adjudica mediante la palabra como ser de lo ente» — 114 —

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(Heidegger, 1992: 22; el subrayado es mío). De este modo, la posibilidad de ver adecuadamente los fenómenos se asocia aquí no tanto a la mirada como a la escucha de ciertas palabras. Pues, en efecto, tampoco aquí se trata de escuchar cualquier palabra, sino, dice Heidegger, aquellas en que la «tradición nos adjudica el ser de lo ente» o, dicho de otro modo, aquellas en que la tradición nos confiere la posibilidad de comprender en qué consiste que las cosas sean. Así, en este caso no se trata de escuchar las palabras con que el poeta quiere nombrar el intersticio entre cosa y mundo, sino las palabras fundamentales de la filosofía. Pues para Heidegger estas palabras constituyen un singular testimonio del intento de nombrar no solo nuestra visión de tal o cual objeto, sino del intento, más insólito y grave, de nombrar la visión como tal, esto es, de mirar y decir la mirada. Unas palabras, por tanto, que atraviesan no solo la visión de tal o cual objeto, sino la forma misma de en que se dirige cualquier mirada. Así las cosas, para Heidegger, y en su estela para buena parte de la filosofía hermenéutico-deconstructiva contemporánea, solo en esta escucha interminable a este tipo señalado de palabra podemos alcanzar a descubrir lo que en el fondo constituye en cada caso nuestra mirada.

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